Llamo
por teléfono hace poco más de media hora (son las 21.35) y hablo con Inma. Está un tanto acatarrada y a estas alturas
del día las fuerzas andan minadillas, lo noto. Pero su voz pica alto de nuevo
cuando contesta a mi pregunta acerca de cómo ha pasado el día Daniel. Bien,
bien. Me dice. Ha estudiado a Miró. No la entiendo a la primera, se lo hago
repetir. ¿El qué ha estudiado? A quien será … recalca. A Miró. No te había entendido, digo, porque
tienes voz de catarro. Pero luego pienso que quizás no la he entendido porque
no me lo esperaba. ¡¡Miró!! ¡Qué bien! A ver, sé perfectamente que Daniel y sus
compañeros estudian y conocen muchas cosas: geografía (continentes, países,
orogenia, clima), historia, matemáticas elementales… Pero no sé por qué Miró me
ha sorprendido. No es fácil estudiar a Miró. Aunque hay maneras no
convencionales de hacerlo, que seguramente en este caso son las más indicadas.
¡Qué bien, Miró!
Y
luego vengo hasta la mesa de trabajo y delante del ordenador empiezo a pensar
en todas las cosas que ha aprendido Daniel. En todo lo que sabemos que sabe, en
todas las cosas que amueblan su cerebro, y también en todas las que sabe y no
conocemos. Esta sensación la he contado muchas veces, y ahora lo vuelvo a hacer
para dejar constancia del enorme trabajo realizado por Daniel, de cómo, a pesar
de que seguramente no obtiene de nosotros ni de su entorno social toda la
respuesta que su crecimiento interior merecería (entre otras razones porque las
dificultades de comunicación complican recorrer el camino de ida y vuelta de
los mensajes, aunque hayamos todos, él y nosotros, aprendido a encontrar
maneras y formas de sortear en buena parte esas complicaciones), sin embargo él
no ceja en su curiosidad, de atesorar nuevas informaciones, nuevos conocimientos,
y disfrutando con ello.
Para
quienes le rodeamos es siempre una alegría extremadamente satisfactoria verle
hacer sus propios razonamientos, con su propio punto de vista, lo cual requiere
una compleja operación reflexiva, aunque aparentemente pueda parecer simple.
Pongo un pequeño ejemplo. La mañana del día de Halloween, Daniel se despertó ya
ensayando sustos de cara a la jornada escolar. Espero en silencio a que llegara
su cuidador Fernando para colocarle uno de esos sustos, y a continuación exigió
ver durante el desayuno un episodio de Little Einsteins donde se dan muchos
sustos porque hay que curar un caso de hipo.
Y lo exigía precisamente diciendo “Hipo-hipo”.
Cuando
Daniel era muy pequeño, le escribí un poemilla en tono pretendidamente ingenuo
e infantil, contando precisamente que quizás él no pudiera hacer muchas cosas
como correr, saltar, caminar, o hablar, pero entonces, decía yo, su risa,
siempre espléndida y pronta, era para nosotros la que nos guiaba en muchas
decisiones, en muchas tareas, sobre todo a la hora de calibrar su bienestar,
que es siempre cuestión central entre nosotros. Su risa sustituyó durante mucho
tiempo a sus palabras. Hoy, que Daniel estudia a Miró y que, cuando mañana yo
le pregunte como una tía pesada, que qué tal los cuadros de Miró, si le gustan,
qué que colores tienen, etc., y me conteste a su manera que sí, que molan, que
rojo, que azul …. me he acordado de ese poemilla. Hoy, el adolescente Daniel ya
no prodiga tantas carcajadas ni tan interminables como eran a veces sus ataques
de risa de niño. Pero sigue riendo y haciéndonos reír, y además ha crecido en
medias sonrisas inteligentes, en risillas bromistas y otras algo vergonzosas
también, y sobre todo ha cambiado algunas de aquellas carcajadas por un montón
de palabras que quizás, aunque las soñábamos – y esto es literal- nunca nos
atrevimos a pensar que fuéramos a oírlas ni que fueran a ser tantas. Son
palabras de Daniel las que hoy ya nos cuentan las mil historias que de pequeño
nos contaba su risa.
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Daniel en las pasadas Fiestas del Pilar |
Este
es el poemita que entonces escribí. Me da bastante rubor reproducirlo. Pero no
importa. Quizás pueda servir a alguien como a nosotros, al menos a mí, creo que nos sirvió
entonces:
Todas las cosas que puede hacer Daniel
Tu risa trota por los
jardines y las horas,
ata los vientos del
carrusel,
y agita el mar para que yo
me ría.
Tu risa trepa a las nubes,
con el sol
se enreda y juega al
escondite,
pisa los charcos y se desliza
por el tobogán del tiempo.
Tu risa se encabrita,
caballito,
molinillo que en el aire
persigue
mis palabras como a un
pájaro.
Tu risa cuenta mil
historias, mil
deseos, y no para de la
mañana
a la noche. Es música entre
tus dedos y habla con mis
orejas,
y vuela de ventana en
ventana
como los héroes y las
leyendas.
Tu risa corre como un río y
salta
entre los árboles horadando
las lágrimas que no deseo.
Tu risa pronuncia nuestros
nombres
y nos recibe con tanto amor
que poco más importa que
quererte.
Tu risa trae de la mano
entero al mundo porque tu
risa
es nuestra casa y nuestra
respiración.