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jueves, 9 de octubre de 2014

Crónica de un Trekking



Decidida, hice la reserva para mi aventura, estudie lo que necesitaba más urgente
pensando en que debía ir lo más liviana posible, el viaje sería duro. Necesitaba 
dejar atrás costumbres adosadas, soltar lastre y reconciliarme conmigo misma.
Nunca imaginé que lo que había de vivir fuese algo único, exclusivo e irrepetible, 
momentos que al fin y al cabo, son los que se tatúan a fuego en el alma y quedan 
en la retina para siempre tatuados a fuego.

Éramos un grupo bastante amplio y variopinto, distintos países y lenguas, unidos 
por un solo deseo, encontrarnos a nosotros mismos. Creí ser la única española 
durante varios días, hasta que Samuel se dirigió a mí en Pokhara, su ingles dejaba 
mucho que desear y tuve que esbozar una sonrisa cómplice para decirle que no se 
esforzara, me dio las gracias efusivamente…desde entonces ya no nos separamos, 
bueno…alguna que otra vez.

Llegamos a Katmandú hace algo más de un mes,
de momento no sabemos exactamente por donde comenzar, tendremos que ir 
aprendiendo por el camino y dejarnos asesorar, aunque lo básico lo llevábamos 
aprendido. Nunca había estado tan lejos de casa, tenía la extraña sensación de 
estar desubicada y eso me alteraba un poco, supongo que sería la aclimatación 
tan necesaria aquí.

Se formaron grupos, la mayoría eran amigos entresí, yo, como bicho raro aparecí 
sola, pero viéndome en desventaja, Samuel se acerco a mi y decidimos ir por 
nuestra cuenta, creo que será mejor, al ser dos, las deliberaciones serán mínimas, 
somos bastante afines y algo me dice que nos entenderemos bien.

Estamos en Pokhara, ya perdí la cuenta del día de la semana en que me encuentro 
y me da que será la tónica habitual, aquí se pierde la noción del tiempo. 
Esta mañana hemos salido por fin dirección a Dumre, súper equipados, dos 
mochilas a la espalda, con nuestras botas de montaña y calcetines gruesos, las 
gafas de sol, y como ayuda, un palo a modo de bastón que nos proporciono un 
sabio abuelo del lugar, muy simpático, creo que se apiadó de nosotros. 
Dirigiendo la mirada hacia mí, algo le dijo a Samuel y este asintió con la cabeza, 
cosas de hombre…me dijo.

El autobús local iba repleto, unas doscientas personas repartidas en dos grupos, 
cien abajo, unos sentados, la mayoría de pie y el resto arriba con el equipaje. 
Y entre toda esa multitud los únicos turistas nosotros, empiezo a pensar que no 
estoy muy cuerda de la azotea. 
Abro los ojos y de nuevo me pregunto donde estoy. Miro a un lado y a otro y 
allí está Samuel, duerme como un bendito.

Me levanto un poco nostálgica pensando…acaba de amanecer.
Hoy nos dirigimos a Besisaha, así que una vez listos nos subimos en el camión 
abarrotado de gente que nos llevara por las montañas cruzando ríos, pasando 
pueblos; por si fuera poca la aventura, nuestra ventana está rota, lo que hace que 
aparte de tragarnos todo el polvo y la polución de otros coches, hemos pasado 
un frío terrible (estamos a principios de Diciembre) olvidándonos incluso del 
dolor de nuestras posaderas después de haber pasado tres horas de infierno, por 
fin llegamos a un pueblecito de la edad media, donde no hay electricidad y desde 
donde me encuentro, sentada en la cama de ésta minúscula chabola de madera,
doy repaso a una actualidad ya pasada, donde el techo es todo un anuncio de 
ella…está empapelado con periódicos. Samuel como siempre ya está en el 
séptimo cielo. 

Hoy es el cumple de la mamá de Samuel y aunque lejos de ella, desde este 
increíble lugar llamado Nepal, juntamos nuestras manos y cerrando los ojos 
le mandamos un beso y un deseo de feliz cumpleaños, fue idea de él el 
ritual y me encanto que contara conmigo, al cogernos de las manos sentí un 
ligero cosquilleo, ¡hace tanto frío!.
Una vez listos, de nuevo nos espera el camión para cruzar montañas, selvas, 
bache tras bache, disfrutando de unas vistas, únicas.

Es la típica imagen de las películas en donde los hombres marchan a la 
guerra. El trayecto duró cinco horas en las que no paré de golpearme en cada 
bache contra los hierros de este trasto de camión clavándome los huesos del 
coxis en lo más profundo de mi piel y tragando tal cantidad de polvo que 
dejó mi cara tan negra como mis manos y para colmo, hoy no llegaremos a 
nuestro destino. ¿Los motivos? Una pequeña pelea (sin llegar a las manos) 
en la que se quedaron en tierra la mitad de los pasajeros… por suerte nosotros, 
no. Y el segundo motivo, esta gente piensa que tiene un tanque en vez de un 
camión de la prehistoria, intentando pasar por sitios verdaderamente temibles, 
consecuencia… camión muerto y todos a pie hasta el primer pueblecito donde 
devoramos lo único que tienen para comer, Dalbath, arroz con salsa de 
habas que reemplaza la sal que no tienen.

A la espera que el camión estuviese arreglado, nuestras retinas retenían cada 
segundo de vida de aquella gente que aprovechaba al máximo la luz del día
(no hay electricidad) utilizando métodos que seguramente vivieron mis 
bisabuelos y alucinando frente a ésta insólita pero indiscutible realidad.
Nos avisan que el camión no llegará, así que Samuel y yo, decidimos coger 
el único bus local que pasa por estas tierras y nos subimos en el techo, con 
los niños y el resto del equipaje, desde allá arriba se pueden ver las 
magnificas montañas que nos esperan.
Samuel, entretiene a los niños con sus tonterías y ellos y yo reímos, las risas 
se van multiplicando. Es una sensación maravillosa, no creo que él se de 
cuenta de lo bien que me siento a su lado, siempre está riendo, algo que le 
hacía falta a mi vida. Reír.

Llegamos por fin a nuestro destino, un pueblo que ni tan siquiera figura en 
nuestro mapa, a tres horas de marcha del siguiente, optamos por hacer noche 
y descansar en lo alto de una barraca donde hay nueve camas en las que por 
suerte, tenemos un solo acompañante, que de momento no ronca.
A la vez que intento escribir mi hoja de ruta, unos cuantos niños me rodean 
observando con admiración lo que hago, una niña me pide un bolígrafo para 
escribir, aunque seguramente no sabe, pero es el único que tengo y sin él 
estoy perdida. Me siento apenada por ello al ver su carita de decepción. 
Ya oscureció, aunque todavía es pronto.

La puesta de sol ha sido maravillosa, tras las montañas nevadas han aparecido 
unas nubes naranjas, que seguidamente se han vuelto rosa para terminar siendo 
grises y al final, caer en el negro de la noche. Mis ojos se llenan de formas 
y colores. Samuel me mira de forma extraña…
La cosa se complica y no hay lugar alguno para aliviar el cuerpo, a de ser en 
plena naturaleza, así que me amparo en la oscuridad de la noche, tampoco 
nos podemos asear, tenemos que ir al río, aquí todavía podemos ya que no 
hace mucho frío. A veces la gente se nos queda mirando fijamente, es como 
estar viajando en el tiempo que nunca he conocido y que todavía existe un 
mundo reflejado en nuestro pasado. A la luz de la única vela, termino los 
apuntes de hoy, otro día cansado y maravilloso a la vez.
Descubro a Samuel mirándome de nuevo, disimula dándose la vuelta…no 
sé cuanto tiempo estuvo observándome, pero me gusta.

Amanece después de una larga noche en la que estuve en continuo movimiento 
evitando clavarme la madera de la cama. A pesar de ello, a sido buena noche.
Bajamos a la fuente para lavarnos un poquito, es complicado y hace frío, pero 
es mejor que oler mal.
Después de un buen desayuno de arroz con azúcar y una tortilla nos ponemos 
en marcha para Besisahar.
Andamos subiendo y bajando montañas, los viejos camiones pasan 
cubriéndonos de polvo. Atravesamos varios ríos, pasamos sobre puentes la 
mayoría bastante inseguros, en algunos pase miedo…pero mi orgullo me 
impidió pedir ayuda a Samuel y por fin llegamos a Besisahar, un pueblo 
bastante turístico donde nos sentamos a beber té y descansar, nuestra 
idea era seguir hasta el próximo pueblo, Khudi, ateniéndonos a las 
consecuencias de un posible cansancio, (llevamos cuatro horas de marcha 
y todavía nos quedan tres mas), pero es pronto y si nos damos prisa en salir 
llegaremos antes de que oscurezca.

Por el camino nos vamos cruzando con mucha gente a los que siempre 
saludamos con las manos juntas y diciendo Namaste. Tanto niños como 
mujeres y hombres van cargados sujetando el peso con una cinta apoyada 
en su frente. Me asombro de la fortaleza de ellos.
Dejamos el gran camino para pasar a pequeñas y estrechas sendas por donde 
solo pasa una persona, algunos tramos son duros, hay que subir y subir 
evitando resbalar o tropezar con las piedras, nuestro bastón es de gran ayuda.
Compramos muchas mandarinas; las cuales reemplazan la vitamina C y al 
mismo tiempo la sed, aunque de momento no hemos tenido problemas en 
encontrar agua.

La gente es bastante hostil por aquí, lo que no ayuda para levantar el ánimo. 
El sol ya se marcha y nosotros seguimos caminando, cansados ya, deseando 
llegar a nuestro destino, al fin vemos el puente que nos pasará al otro lado del 
pueblo, pero no lo encontramos nada seguro y decidimos pasar por el otro 
algo más lejos. Después de buscar un sitio para dormir, nos encontramos con 
la chiquillería y Samuel se puso a jugar dados con ellos.
¡Este hombre nunca está cansado para jugar! yo me retiro, estoy agotada 
y mañana nos espera un día de marcha muy duro.

A causa de las llagas que me han salido en los pies, nos hemos tenido que 
parar varias veces para aliviar de la mejor forma posible mis doloridos pies, 
Samuel a quemado una aguja y me pincha las ampollas para vaciarlas de 
liquido y así quede la piel adherida al pie para poder seguir caminando. 
Lo hace con tanta dulzura que me dejo llevar a pesar del dolor. Me gustan 
sus manos y empiezo a pensar que me gustan demasiado. 
Aún así, seguimos adelante con doble esfuerzo por mi parte para rozar lo 
menos posible estas inoportunas llagas.

El primer pueblo que nos hemos encontrado, ha sido Bhulbhule, a tan solo 
una hora de Khudi. De allí, hemos seguido hasta llegar a Ngadi, un pueblecito 
precioso, donde nos hemos parado a tomar un té en un sitio limpio y acogedor.
Seguimos y el camino se vuelve algo difícil, ya que la altura es considerable
Samuel siempre me espera arriba, yo llego mucho después casi ahogada. 

De pronto nos encontramos descubriendo una vista maravillosa, nos sentamos 
un ratito con un hombre que se dirige al mismo pueblo que nosotros y allí 
Samuel y él fuman tranquilamente un cigarrillo mientras yo me impregno de 
todo el aire puro capaz de entrar en mis pulmones. 
Ya estamos cerca del pueblo, pero tardaremos en llegar pues está en lo alto 
de la montaña. 
Después de al menos cincuenta paradas, consigo llegar al lugar donde ahora 
nos encontramos, Bahundanda, donde Samuel ya se había tomado un refresco, 
me mira como pidiendo disculpas, (no acepto que retrase su descanso por mí, 
ese fue el trato, aunque por dentro desearía que estuviese a mi lado), ya 
llevamos cinco horas de marcha, pero nos gustaría llegar hasta Syanje, que 
todavía está a dos horas y media de aquí, entonces nos ponemos a comer unos 
deliciosos espaguetis y patatas fritas con huevo… ¡Estamos hambrientos!

Pensábamos ir a Syanje, pero es demasiado tarde ya, así que decidimos 
quedarnos en este maravilloso lugar, desde la ventana de nuestra chabola las 
vistas son espléndidas y además, es el primer sitio que encontramos donde se 
pueden comer otras cosas que no sea arroz y donde incluso hay un “meadero” 
tapado únicamente con bambú y tela, pero tapado. 
Estamos a unos 1300m, una altura a la que ya estamos acostumbrados, la 
misma que en Kathmandu.

Me despiertan los continuos ruidos de burros, gallos, niños llorando y muchos 
otros que no logro distinguir, pero que siento hasta en el mismísimo tímpano.
A nuestro lado duermen cuatro canadienses que llegaron ayer un poco más 
tarde que nosotros y para mi sorpresa están haciendo el Trekking en bicicleta 
algo que me dejo alucinada y perpleja, gracias a ellos hoy hemos podido seguir 
nuestro camino ya que me dejaron unas tiritas especiales para que la llaga no 
siga rozando con el calzado. Ellos, al revés que nosotros, están haciendo el 
camino de vuelta. Minutos antes de salir, vemos llegar al grupo de franceses, 
pensaba que irían más adelantados, así que prácticamente hacemos el camino 
con ellos; hay tres mujeres, de las cuales una es bastante mayor y de todos los 
hombres que hay, solo uno piensa subir o mas bien escalar, uno de los picos 
de 8.000m. más o menos.



Llegamos a Syange y hasta aquí el camino no es difícil, pero no sabemos lo que
nos espera después, (aunque lo descubrimos rápidamente).
Subimos la montaña durante largo tiempo, dura subida en la que no paramos de
sudar. Yo, ya huelo a demonios, mi pelo es puro estropajo y todavía me quedan
dos semanas y media más sin podérmelo lavar, voy a terminar llevando rastas.
Al fin, ya agotados, descubrimos a lo lejos el pueblo de Jagat donde nos paramos
a tomar té y yo casi estoy en las últimas, pero todavía tenemos que llegar al otro
pueblo que tan solo se encuentra a una hora de camino. Resultó ser la hora más
larga de mi vida en este duro día en el que no hemos parado de escalar y en la
última hora mis movimientos se vuelven lentos y torpes.

Siento mi cuerpo flotar y no estoy demasiado bien, sigo lentamente, Samuel me
lleva una ventaja enorme. A pesar de todo ello, solo el paisaje alivia mi malestar,
estamos ya en lo alto de la montaña y a nuestros pies el río que lleva siguiéndonos
desde que emprendimos la marcha y que seguirá acompañándonos hasta el final.
Llegamos casi ahogados, a Samuel nunca le abandona su buen humor y sigue
cantando y bailando por estos senderos a veces tan duros y otras, tranquilos y
reposados. ¡Cómo lo admiro!

Los franceses se quedaron en el pueblo anterior y aquí nos encontramos a la luz
de las velas, en ésta típica mesa de madera rodeados de toda la familia, que miran
con atención los dibujos que Samuel está haciendo para ellos. Otra faceta que
descubro de mi ángel guardián.

Ya hemos cenado, hoy la marcha duró cinco horas, pero casi todo fue subiendo lo
cual fue más duro y yo estoy súper agotada, me duele todo el cuerpo. Es la primera
vez que me arropa, siempre es él quien duerme primero.
Ahora nos encontramos a 1433m de altitud, donde el frío se deja notar cada vez
más, sobre todo por las noches, nos han dicho que allá donde nos dirigimos
tendremos -20º así que ya nos podemos ir acostumbrando…
Hoy hemos llegado a Change.

Despierto toda sudada acurrucada en los brazos de Samuel, es la segunda noche
que tengo pesadillas creyendo que estoy en casa y no se por qué razón recuerdo la
casita junto a la playa. Quizá porque en ella pasé los mejores momentos desde mi
separación y me negué a recordar para que no doliese. Me encuentro rodeada de
montañas, unas vistas inimaginables respirando un aire puro y fresco que me dan
libertad para gritar mi dolor y vaciarme de el.
Hace tan solo dos meses y parece que el tiempo pasó rápido, cicatrizando sin
rebordes una herida abierta durante mucho tiempo.

Esta mañana conseguí lavarme un poco en la fuente, a pesar del frío y por supuesto
con la camiseta puesta, a los dos minutos el pueblo está a mí alrededor. Samuel
consigue meter toda la cabeza en la fuente, claro, para el no es tan duro, su pelo
seca rápido, hay momentos en que tomaría las tijeras y me lo cortaría como él,
pero no me siento capaz, seguiré con este simulacro de rizos que ya no se parecen
en nada. Ya empiezo a chapurrear el nepalí, es una lengua graciosa. Hemos notado
más frío al andar, el viento es agradable aunque fresco.

Después de dos horas de subidas y bajadas tras la subida última apareció el
pueblo de Tal, en lo más bajo del valle y junto al río, pero resultó estar desértico,
ni tan siquiera encontramos agua, me recuerda a las películas del oeste. Hemos
seguido nuestro camino durante dos horas y media más hasta llegar por fin a
Dharapani donde pensamos pasar la noche. Estamos en el tercer piso de una
casa de piedra donde la vista es tan extensa como fabulosa. Estamos ya a dos
mil metros de altitud, el frío empieza a helar nuestro cuerpo endurecido
por la escalada.

Se acerca la Navidad, un día que todavía no sabemos en donde lo pasaremos, será
un día duro para mi, aquí no se celebra, pero su calor lo llevo dentro de mi y cada
día que se acerca se me oprime el corazón, empiezo a echar de menos a los míos,
aun así, esto, es lo más hermoso e intenso que viví nunca, me siento orgullosa de
mí misma y de vivir esta etapa de aprendizaje entre estas inmensas montañas a
las que llaman “El techo del mundo”.

Hoy el cambio ha sido radical, tanto por el tiempo como por la vegetación, las
montañas ya están con nieve. Salimos muy temprano, (teníamos previsto una
caminata más larga de lo habitual), después de lavarnos un poco, con agua
congelada. Hoy ni la manga larga nos bastó, tuvimos que ponernos a demás
otro jersey grueso de lana, parecemos globos con tanta ropa. Mientras subimos
empezamos a notar un aire tan puro y tan limpio que hasta me hace daño, me
costo un poco adaptarme, pero el dolor de cabeza, pasó rápido, cosas de la
altitud con la que no hay que jugar.

Para llegar al primer pueblo tardamos una hora Bagarchhap, después el camino
se torno más tosco y duro, en el que tardamos tres horas parándonos de vez en
cuando para tomar té y muchas galletas, nos dan energía y fuerzas para seguir,
por fin llegamos a Koto, seguimos tomando té para entrar en calor, los niños
nos saltaron encima al ver las galletas, ¡que nunca deje de asombrarme!
El frío arrecia cada vez más y es que caminamos incluso por caminos con algo
de hielo, que mezclado con la arena es la mezcla perfecta para resbalar y
pringarte hasta el cuello si caes.
Ya no se nos cae ni el moquillo, está congelado y las manos pasan del
rosado al morado.

Poco después llegamos a Chame donde nos sorprende que haya electricidad
y hoteles con ducha de agua caliente y wc, algo que veo fuera de contesto y menos
autentico que los pueblos visitados hasta ahora en los que uno aprende lo duro que
puede llegar a ser a veces la vida de esta gente.
Aquí las casas son de piedra y madera en mejores condiciones que las encontradas
hasta ahora, aunque es comprensible, aquí hace más frío. También hay un colegio
y es increíble; a falta de medios, las ganas que tienen de aprender y estudiar,
continuamente piden bolígrafos y se pasan horas observándonos.

Me lo paso bien hablando nepalí, otro idioma que Samuel no lo pilla ni queriendo.
Nos morimos de risa al igual que de frío en esta habitación en la que Samuel se
pregunta, si no habrán sacado un muerto porque huele realmente mal y es que,
una cosa que hacen continuamente aquí sin cortarse un pelo tanto padres,
madres o niños, es escupir continuamente, aparte de tirarse pedos tan fuertes y
ruidosos que pienso alguna vez han debido manchar los pantalones, pero para
ellos es natural, eliminan los microbios mejor que nosotros, culturas diferentes…

En este valle en el que me encuentro rodeada de montañas, me siento
insignificante. A mi derecha se encuentra el Pisan Peak, al sur la Annapurna II
y Annapurna IV al Noroeste está el Kang La, decir lo que siento en este
momento y escribirlo no es suficiente, hay que sentirlo. Samuel me rodea con
sus brazos y se suma conmigo a la contemplación de tan maravillosa estampa.

Hoy hicimos solo cuatro horas y media de marcha; pero fueron suficientes ya
que a mi me costo bastante subir y sobre todo, me faltaba aire, pero poco a
poco y relajándome he conseguido llegar a nuestro nuevo destino.
Después de una hora y media de marcha, hemos encontrado el pueblo y nos
paramos a reponer fuerzas antes de seguir la segunda etapa.

El frío aumenta por momentos y la nieve nos acompaña por todos los caminos,
entrando de lleno en zona de bosque. La última montaña fue dura de subir, pero
lo que apareció después ha sido grandioso: un valle rodeado de las montañas
que antes cite, donde el cielo tiene el color azul paraíso, estoy segura que no lo
volveré a ver en otro lugar.
Hemos llegado a Pisang, que se divide en dos partes: uno en el valle y otro en
altura.

Decidimos quedarnos en el valle, pero subimos a ver el de arriba, las vistas han
sido como un sueño del que me sentí protagonista, me senté en una roca
pellizcándome, necesitaba saber que todo aquello era real.
Tuvimos la oportunidad y la suerte de entrar en un templo budista, donde los
habitantes suben y ofrecen comida a Buda después de haberle rezado…
Otro regalo que nos ofrecen los dioses, como dice Samuel, hasta ahora todo
nos favorece. 

Hace frío y nuestra imagen es parecida al muñeco de Michelín: camiseta corta,
más, camiseta larga, jersey de lana, anorak, pantalones de pijama, pantalones
gruesos y como aderezos, calcetines varios, guantes y gorro de lana…de cómic.
Para calentarnos, nos sentamos junto al fuego donde se hace la comida, a la
hora de dormir nos encontramos una habitación congelada, la única estufa son
los sacos de dormir y nuestro propio cuerpo.
No estoy habituada a compartir el saco de dormir y tener a Samuel tan pegado
a mí, hace que me sienta inquieta y me cueste conciliar el sueño. Mi cuerpo
me traiciona, no consigo detener el temblor que me produce su acercamiento,
el frota mi cuerpo diciendo: no te asustes, intentaré que entres en calor.

Después de pasar toda la noche en vela a base de rituales, por fin amanece
y el sol se deja ver por entre las rendijas de la madera que sirve de pared.
El motivo de los rituales es que la familia con la que nos encontramos, la
mujer y los niños se van por tres meses a Kathmandu, ya que aquí el frío
es insoportable, por ello se pasan la noche cantando y tocando una especie
de tambor mientras el padre y los hijos bailan alrededor del fuego como
hacían los apaches en las películas del oeste.
Tardo una hora en salir del saco de dormir, cuando al fin salgo, es para
ponerme a bailar del frío que hace. Hoy no pudimos ni lavarnos la cara,
menos mal que tenemos leche limpiadora que nos sirve tanto para la cara
como para el cuello, orejas y manos, el resto del cuerpo lleva una semana
sin probar agua y mis pies no parecen pies, aparte de que los calcetines se
han descolorido dejándolos cual arco iris.

Hoy no solo hemos andado sobre la nieve, la primera etapa fue la más dura
del día, subir la montaña hasta llegar a 3460m. de altitud, (a sido nuestro
récord hasta ahora) desde donde descubrimos un nuevo valle en el que se
encuentra Hongdae el cual posee aeropuerto. El resto del camino ha sido
largo, pero llano, donde las vistas de nuevo son maravillosas y el frío es
mayor, acompañado de un viento helado, que nos deja la nariz y los
labios… lo único visible, rojos y resecos.

Por fin en Manang, a 3500m. el lugar es más o menos acogedor, a pesar
del frío, en el que, “aleluya” tenemos agua caliente.
Con nosotros hay seis personas más que también están haciendo el
Trekking y entre los cuales, solo una mujer. Samuel, para variar, no cesa
de hacer tonterías y me hace reír delante de todos, como mi risa no es
nada discreta, me preguntan que me pasa a lo que Samuel les contesta que
es por causa de la altura, me toman por loca o de porros a tope. Lo de fumar
queda descartado, pero lo de estar loca, empiezo a pensar que es muy
probable, por no decir ¡seguro!
La verdad es que al lado de Samuel, los duros momentos pasan más suaves
y aunque cada uno tenemos nuestros defectos y rarezas, lo pasamos bien
juntos, creo que se está convirtiendo en adictivo.

Lo que nos pasó ayer, tiene su historia.
Estando a 3500m. decidimos subir hasta 4000m. para aclimatarnos,
decidimos salir tranquilamente un poco más tarde de lo habitual, para hacer
sólo tres horas de marcha y llegar a Yak Kharka, pero allí no había un alma
y el único sitio para comer y dormir estaba cerrado, decidimos subir un
poco más, hasta llegar a Letdar, algo peligroso para nosotros, pues se
encuentra a 4200m. pero no podíamos hacer otra cosa, o volvernos atrás
y eso no entraba en nuestros planes. Lo malo fue que en Letdar tampoco
había nadie y ya era tarde para volver a Manang, pues habíamos andado
durante seis horas, estábamos agotados y la noche se nos venía encima.
Solo nos quedaban dos horas de marcha para llegar a Thorong Phedi, pero
hubiese sido poner nuestras vidas en peligro, ya que la altura es de
4400m. mil más del lugar donde dormimos y al día no se debe subir más
de seiscientos metros. 

Nos encontramos en Letdar, lo que significa que habíamos subido unos
trescientos metros más de lo debido y para colmo, nadie en el lugar y la
única chabola cerrada, ¿qué hacer?
No podíamos ni avanzar, ni volvernos atrás, así que lo más justo era
quedarnos. Tuvimos que saltar por el patio para entrar en la casa y poder
abrir desde dentro, por suerte las habitaciones estaban abiertas.
Rápidamente, antes de que empezara a hacer más frío, nos metimos en
los sacos. No teníamos ni comida, ni bebida y habíamos caminado durante
seis horas sin comer tampoco y para más inri subimos más de lo
recomendado, pero había que guardar calma y esperar al día siguiente.

Yo tenía todos los síntomas del mal de altura: dolor de cabeza, tos continua,
insomnio y sobre todo un dolor de huesos que no me deja descansar.
A Samuel solo le dolía la cabeza y aunque no habíamos comido nada,
también habíamos perdido el apetito, otro síntoma del mal de montaña.
Por fin amanece después de una larga noche en la que yo no dormí nada
a causa del dolor de cabeza y huesos.

Samuel descansa como un bendito…siempre lo hace, es increíble.
Decidimos volver a bajar hasta Manang y quedarnos un día para aclimatarnos,
pero va a ser duro, pues seguimos sin comer, las piernas empiezan a fallar
y los mareos son continuos, pero no hay otra solución y subir es demasiado
peligroso… no se si dios nos vio en apuros y quiso ayudarnos, pero en el
camino de vuelta, descubrimos una especie de tienda de campaña, de donde
salió una anciana, que nos ofreció té y nos hizo pan, fue la salvación para
continuar nuestro camino y después de hacernos una simpática foto con ella
nos pusimos en marcha. Si ayer tuvimos mala suerte, hoy, la suerte estuvo
con nosotros, pues el sitio que ayer estaba cerrado, lo encontramos abierto,
paramos para recargar energías, sin tener que bajar hasta Manang. 

Aquí la aclimatación será perfecta, con esto, he podido descubrir, que nosotros
buscamos las montañas, pero una vez en ellas, caemos en sus manos para
dejarnos llevar por ellas, quien se porta mal con la naturaleza, termina
pagando las consecuencias tarde o temprano. 

Es increíble lo que llegan a hacer aquí arriba, sin nada y sirviéndose únicamente
de un animal, el Yak, una especie de vaca, de los que hacen ropa de con sus
pieles, también beben la leche del Yak. Con los excrementos, cuando están
secos, les sirven de troncos para el fuego y cuando están frescos, lo utilizan
para construir casas. Con sus cuernos hacen productos afrodisíacos e incluso
se sirven de este animal para la artesanía.



Ultima etapa antes de pasar el Thorong Pass 5415m. lo más alto que vamos a pasar.
Hoy hemos dejado por fin Yak Kharka, dirección Thorung Phedi, ultimo lugar
habitable donde solo existe un hotel, para mi a sido el día más duro en cuanto
a respiración, la falta de oxígeno me impide avanzar, aunque es normal, le pasa
a todos, hasta Samuel lo a notado, a pesar de ello, llegó mucho antes arriba y
volvió a bajar por mi mochila, yo no podía dar un paso más. Aquí arriba nos
hemos juntado grupos de varias nacionalidades, unos bajan y otros suben.

Nos encontramos a 4400m. donde el sol nos deja muy pronto y el frío viene
a ocupar su lugar. El momento risas llego cuando Samuel se cambia de ropa
dando saltos por toda la habitación gritando del frío que hace.
Nuestro aspecto es impresentable, las ropas están totalmente negras y nuestros
cuerpos desprende un olor insoportable.

Samuel tiene una barba, que junto a su pelo largo y lo sucio que va, parece un
mendigo. Mi pelo es puro estropajo y mi cara parece morena del sol, pero es
el negro incrustado de no haber probado agua en once días ya.
Ha sido duro, demasiado duro para volver a repetirlo algún día. Nos despertamos
a las cuatro y media de la mañana, sabemos que nos espera un día largo y duro,
debemos levantarnos, hay que salir justo al amanecer, hace frío, así que nos
equipamos bien con toda la ropa que hemos traído, más gorro, guantes y anorak.
Desayunamos a la fuerza, a estas horas no tenemos mucha hambre, pero sabemos
que no probaremos bocado hasta que logremos pasar la cima y encontremos el
primer pueblo.

Nos esperan cinco eternas y dolorosas horas de subida, salimos los últimos, pero
justo detrás de un grupo de ocho personas, lo cual nos da seguridad. Yo lo paso
fatal subiendo, me falta oxigeno, voy demasiado despacio y me paro a menudo,
derrumbándome en el suelo con lágrimas en los ojos. Samuel intenta animarme
poniéndose a cantar y bailar en lo alto de la montaña, pero para él también es
duro, le falta el aire como a mí. Hay veces en que me digo que no lo voy a
conseguir y como tampoco tengo fuerzas para volver atrás, pienso: me rindo, me
quedo aquí y cuando me muera helada, ya vendrán a recogerme, pero seguidamente
pienso en los míos, mi familia, mis amigos, todos ellos me dan fuerzas para seguir
los quiero demasiado para dejarlos así, sin avisar y por unos instantes pienso
también en Samuel y en que me gustaría conocerlo fuera de aquí. Así que me
levanto de nuevo y sigo con todas mis fuerzas hablándome continuamente para
darme fuerzas y no perder la esperanza. Es lo más fuerte que he vivido a
mis…….años, no te puedes permitir el lujo de abandonar, aunque parezca duro
decirlo, elijes entre pasar y seguir vivo o quedarse y morir.
 
También te arriesgas a saber si puedes soportar la altitud de 5415m.
Ahora que he pasado, puedo decir que hay gente que se ha quedado allá arriba,
sabemos que todos los años muere gente a causa de un edema pulmonar o cerebral.
Lo bueno es que nosotros no hemos tenido el mal de montaña, aparte de un día
que subimos demasiado deprisa sin haber echo antes la aclimatación…pero no
fue culpa nuestra y por fin a las once de la mañana llegamos a la cima, después
de cinco horribles horas, los últimos veinte minutos, Samuel, tuvo que coger mi
mochila, no podía más, me sostenían los dos bastones de madera.
¡Lo hemos conseguido!

Llegar a la cima, fue para mí algo incapaz de explicar, porque lo que sentí aunque
fuese por unos minutos, cambió algo mi vida, ya no era la Estrella que salió aquella
mañana dejando el destino en manos de las montañas, aquella muchacha de ojos
tristes y sonrisa amplia, no volvería a ser la misma, en su interior se produjo algo
que llevará toda su vida y que seguro le servirá de mucho para futuras experiencias
y sensaciones.

El grupo de ocho ya hacía rato que se encontraba allí, sonrientes y contentos por
haberlo logrado, haciendo fotos por todos los lados con una sonrisa de victoria
en sus bocas.
Después de haberme recuperado un poco, también comencé hacer fotos, cuando
me di cuenta de lo que me rodeaba, me olvide de todo lo sufrido anteriormente.
Me costaba convencerme a mi misma que después de once días por el Himalaya,
me encontraba en el techo del mundo. estaba allí, con Samuel, que más que un
montañista parecía Papa Noel con sus gafas, su sombrero, sus guantes, su barba
y el enorme anorak que le hacía parecer un gigante con botas y en ese instante,
me sentí la chica más feliz del mundo.

La bajada que nos esperaba, no era un dulce precisamente, cinco horas que se
nos hicieron eternas, bajadas rápidas después de una agotadora subida, aunque
cueste creerlo, no era nada fácil por el cansancio acumulado, lo subido, ahora
había que bajarlo.
En esta ocasión yo encabezaba el grupo de diez personas y es que me sentía tan
feliz de volverme a sentir bien, que no sentía cansancio, solo pensaba en bajar
lo antes posible, el camino era largo, pero rápido, eso no impedía resbalar sobre
el hielo y darme de bruces con el, dejándome helada, nunca mejor dicho.

A lo lejos se distinguía el pueblo de Muktinath, pero aún así, todavía quedaban
cuatro horas de camino.
Tuvimos un día perfecto, no hizo nada de frío, el sol tostaba mi piel y el viento
frío y violento que todo el mundo encuentra al bajar, para nosotros ni siquiera
apareció. Eso fue una gran ayuda y por fin en el hotel degustando unas excelentes
y deliciosas patatas fritas con huevos, después de pasar diez horas sin comer
y haciendo un esfuerzo sobrenatural.

Aparte de estar un poco más sucios cada día, el sol nos ha puesto súper morenos,
parecemos negritos.
Entre el dolor de huesos y el dolor de pies, apenas nos sostenemos en pie hoy,
hemos decidido levantarnos a la hora que queramos, sin prisas y sin decisiones
en nuestro programa.
Cuando nos despertamos bajamos a desayunar y resulto ser las ocho de la mañana,
esta claro que estamos habituados a madrugar.
Este pueblo es tan tranquilo, que se podría escuchar hasta el vuelo de una mosca,
que por suerte no hay. Samuel me propuso pasar un día aquí, en la terraza de este
hotel para descansar y de paso tomar el sol, leyendo tranquilamente, me sentí
agradecida. Estamos rotos, esperamos recuperarnos pronto para empezar a bajar
lo más rápido posible. Nos cuesta salir de este maravilloso lugar.

Hoy hace un día esplendido y quizá por eso tengo que arrancar a Samuel de la
cama, no pasó buena noche, estuvo todo el día comiendo y le tocó aguantar una
pesada digestión y es que es un glotón de cuidado.
Por fin aparece el sol, es hora de irse. Tenemos el cuerpo molido, pero una vez
en marcha los músculos vuelven a calentarse y nos sentimos en plena forma.
 
El camino de Muktinath a Jomsom es de lo más espectacular que hemos visto
junto con Manang.
Es un paisaje desértico, totalmente diferente al otro lado, donde el viento sopla
tan fuerte que llega a empujarte hasta hacerte caer.
Samuel se enfada consigo mismo, no puede hacer más fotos y el paisaje es
maravilloso, inexplicable, autentico, algo que solo quedará grabado en
nuestras retinas.
Al ser el trayecto de bajada y el final llano, no nos dimos cuenta de las seis
horas de caminata que llevábamos, este chico es incansable, me lleva todo el
camino cantando. ¡Es único!

Hemos llegado a Jomsom, muy turístico, por cierto y donde por suerte
estamos solos.
La diferencia de vida es abismal, aquí tienen electricidad, escuelas, agua caliente,
televisión y muchas cosas que hacen la vida más fácil y que nosotros apreciamos
enormemente, sobre todo, porque después de catorce días sin lavarme, por fin,
hoy me he metido bajo la ducha con agua caliente y puedo decir que es la ducha
que más he apreciado en mi vida, aunque parezca exagerado, nunca olvidaré esa
agradable sensación de sentir correr el agua sobre mi piel, dejando en ella un
olor a limpio y a bienestar que ya tenía olvidada. Por desgracia cuando Samuel
se ducho después, apenas le quedaba agua caliente y tuvo que terminar con el
agua fría, le escuché entre murmullos ¡mujeres! aun así, le supo a gloria.
Esta noche intentare dormir sin pensar en el día de mañana.

Ya es Nochebuena en Europa, pero aquí todo sigue igual. Me levante un poco
triste, porque para mí, este día es especial y estoy lejos de todos aquellos a los
que quiero.
Durante el día deje de lado la nostalgia, el camino es tan bello que sería delito
dejar de admirarlo. Después de dos horas de camino con fuerte viento y un sol
radiante llegamos a Marpha, un pueblo bonito y original, me recordaba a
Andalucía, con sus calles estrechas y sus casas blancas. Nos quedamos aquí
a comer y hemos encontrado al grupo de ocho que pasó el Thorung Pass con
nosotros y no nos han reconocido del gran cambio que hemos dado al estar
limpios. Hemos seguido andando por un camino de típica postal Navideña.

Los abetos de un lado recubriendo las montañas y la nieve del otro dando un
colorido mágico de invierno, hasta llegar a Tukuche, donde hemos encontrado
un magnifico hotel, nuestra habitación está situada en la primera planta con
una terraza preciosa, que nos da una panorámica de las montañas espectacular
y sentada a la mesa con un brasero bajo que nos calienta los pies, vamos a
celebrar Samuel y yo la Nochebuena con una súper cena que hemos pedido
y que no tardará en aparecer.

No hay tiempo para la nostalgia, me encuentro en Nepal con Samuel, que
últimamente consigue emocionarme más de la cuenta y asoma con un
minúsculo regalo, pero de incalculable valor. Una noche memorable que
sólo podremos recordar, él, las montañas y yo.

Menú de Nochebuena

Rostí suizo con huevo
Rollito de primavera de huevo
Pan tibetano con miel
Cerveza estrella
Gratín de patata
Pan de maíz con queso
Zumo de manzana.

Nos despertamos con el día, después de una calentita y fabulosa noche en la
que para mi sorpresa hubo hasta baile, muy solemnemente Samuel me invito
a bailar una pieza compuesta por él y como instrumentos…sus labios.
He bajado a desayunar y al momento han aparecido de nuevo el grupo de
ocho que se han sentado conmigo a desayunar deseándonos feliz Navidad.
Es normal estar sola en el desayuno, Samuel es así, no me abandona, el
que se abandona es el, pero en la cama.

Salimos pronto de Tukuche, está nublado, pero el mal tiempo va en
sentido contrario a nuestro camino. Nos encontramos con algunos turistas
que siempre nos dicen “Merry Christmas” a lo que nosotros
contestamos “Feliz Navidad”.

Llegamos a Kalopani donde nos paramos a comer y de donde nos cuesta
enormemente salir, el paisaje nos deslumbra con sus maravillas y el sol
nos invita a una agradable siesta. Nos sobresaltaron los gritos de medio
pueblo anunciando que un leopardo se acaba de comer una gallina y salen
a la caza con escopetas. Eso nos despierta un poco y seguimos hasta Ghasa,
donde más turistas celebran la Navidad con una botella de whisky.
Hoy ha sido un largo día, estoy agotada, Samuel ya duerme y yo voy
hacer lo mismo.
Ya nos acercamos a la meta.

Hoy nos hemos paseado con la Annapurna South 7219m. durante cuatro
horas y media, de Ghasa a Tatopani, pasando por un sinfín de pueblecitos.
Hemos pasado por los “Waterfall” unas cascadas preciosas rodeadas de
una vegetación impresionante. Disfruto cada segundo de este paseo por el
Himalaya, soy consciente que no se volverá a repetir.
En un momento del día perdí a Samuel, me pare a preguntar a todo el mundo,
esto parece una maratón, de tanta gente que nos vamos agrupando en la bajada,
pero nadie lo vio. Al final todos buscaban al famoso “Samuel perdido” y se
había parado un momento con las gentes del pueblo y yo pase de largo sin
darme cuenta. Por suerte me alcanzó, cuando ya empezaba a pensar que con
alguna de sus tonterías había rodado montaña abajo.
A veces lo estrangularía por infantil.

Por fin llegamos a Tatopani, donde hay lo que se llaman “Hot Spring” una
especie de piscina natural de agua caliente, donde la gente se baña
tomándose algún refresco.
¡Es genial! A pesar de ser un pueblo demasiado turístico, donde la gente
se apelotona en un mismo hotel, Samuel y yo, nos encontramos solos
y en paz en este hotelito en donde acabamos de cenar, parecemos una
pareja de enamorados, lo pienso y le miro y al encontrarse nuestras
miradas, es como si él, también hubiese pensado lo mismo, hay algo
en mi, que no me deja sostenerle la mirada.
Cuando esto acabe, la separación será dura.

Hoy hemos tenido un día perezoso, salimos de Tatopani caminando
despacio, como si de un paseo se tratara, parece que quisiéramos
alargar el final de la aventura, parándonos a tomar té, como si nos
sobrara el tiempo.
Por fin retomamos nuestra marcha por un camino que no ha cesado
de subir hasta el final y una vez más nos encontramos en altitud.
Ghaba 2400m. y como siempre un paisaje de ensueño.
Lo mejor de todo es que no hay un solo turista y algo que me
encanta es que no hay electricidad. Todavía nos quedan tres
días más.
Es un privilegio poder vivir la autenticidad de esta tierra.

De nuevo en ruta. Durante las cuatro horas y media que hemos
andado hoy, no hemos parado de subir, parecía que no tenía fin.
Por el camino nos hemos encontrado a tanta gente como vacas
y burros. Esta parte me ha decepcionado un poco, ya casi en las
últimas, por fin hemos llegado a Ghorepani, donde de nuevo he
vuelto a perder a Samuel. Al preguntar me dicen que lo vieron
pasar, pero, ¿en qué dirección? Tenemos un código para llamarnos
en caso de perdida o peligro, me he puesto en acción, pero en vano.
No hay respuesta a mis llamadas. Decido seguir hasta el otro pueblo
y al llegar tampoco lo encuentro. Media vuelta y de nuevo para arriba,
otra dura subida, maldiciéndolo por no haberme esperado.
A veces me desquicia.

Mi corazón pugnaba por salir de su caparazón, no se si por el esfuerzo
de la subida o por la angustia y la impotencia de esta adicción que
termino por aceptar en mi.
Después de cuatro largas horas, sola, sin parar, diviso a lo lejos una
silueta que resulto ser él.
A cada palabra horrible que le decía, su sonrisa burlona se ampliaba
y con su voz de pastel me dijo:
-He tenido que ir a reservar habitación porque hay muchísima gente aquí.
¿Me echaste de menos?
No pude seguir con mi enfado ante su cara de ángel… lo hubiese besado.

Ya en el hotel la vista es fabulosa, estamos algo incómodos por tanta gente,
seremos más de cien personas, pero ya hemos visto lo mejor y pasado
lo peor. Una satisfacción que nos llena alma y corazón.
El atardecer nos regala un manto de nubes que se han vuelto de color de
rosa y las montañas de un color pastel que nos llena de calma.
Por un momento nos miramos con algo de nostalgia.
Nos gusta tanto este sitio, que no logramos despegar hasta las once de la
mañana, todo el mundo se queda un día más aquí, nosotros preferimos
alejarnos de la multitud.

Si ayer todo fue subida, hoy todo lo contrario y durante seis horas no
cesamos de bajar y bajar, terminando con las rodillas rotas.
Hoy más que nunca, estoy convencida que la profesión de Samuel es la
de payaso. Estamos en Birethanti, la última etapa de nuestro Trekking que
habrá durado exactamente veintiún días. Y desde su comienzo, solo
paramos un día por causas ajenas a nosotros.

Por fin vamos a llegar a Pokhara, donde nos espera un precioso hotel con
jardín y sobre todo una buena ducha caliente. Ya no soporto mi olor, el
pelo me pica horrores.
Salimos de Birethanti sin saber la dura y última subida que nos espera.
El paisaje a dejado de ser encantador y el magnifico sol que iluminaba
las montañas, se a convertido en lluvia.
Llegamos a Dumle de donde cogemos un jeep para ir a Pokhara y aunque
parezca una locura, cuando nos ponemos a contar los que vamos dentro,
nos damos cuenta que somos veintidós personas. Como llegamos los
últimos y ya están todos acomodados, no nos queda otra que subirnos en
el techo con el equipaje, igual que al inicio de nuestro viaje, solo que hoy
llueve y nos hemos calado hasta los huesos durante las dos horas que a
durado el paseíto.

Pero aquí no se acaba la historia, a mitad de camino nos encontramos con
la carretera cortada ya que estamos a punto de pisar territorio chino y como
es tierra prohibida, hemos tenido que bajar todos del jeep para que pudiera
bajar hasta el río y una vez allí, volver a subir al techo con el equipaje.
Así hemos seguido dentro del río hasta poder incorporarnos de nuevo a un
camino más o menos decente.

Llegamos a Pokhara contentísimos de nuestra victoria, hemos vuelto
a encontrar nuestra habitación y nuestras camas, pero, el destino nos
guardaba un día más de abstinencia para probar la ducha, la casualidad
ha querido que justamente hoy, no hubiese electricidad y con ello
tampoco agua caliente.
Pero aquí estamos, sanos y salvos de nuestra loca aventura, cansados
y sucios también, pero orgullosos de haber vivido esta magnifica experiencia
enriquecedora.

El ambiente entre nosotros se volvió comedido y silencioso.
A la mañana siguiente y sin poder dormir, pudimos disfrutar de una ducha
espectacular, me sentí renacer, salí envuelta en la toalla y cual fue mi sorpresa
al encontrar a Samuel esperándome para desayunar (pidió que nos lo subieran),
sorprendida y halagada desayunamos mirándonos de soslayo, como los espías
y en un descuido de mis ojos, lo sentí besándome.
¡No quiero dejarte marchar, nena!
Y me dejé tatuar el sello de sus caricias.

Copyright Fini López Santos
a dúo con Alejandra Sitges Girandier
Fotos: autoría de Joan Barcelona
Derechos reservados