domingo, 28 de julio de 2013 a las 23:09
Se ganaba la vida cada día para perderla cada noche. Trago a trago, calada a calada, beso a beso. Siempre apuntaba hacia lo más alto para acabar disparando hacia lo más bajo. Éxito o fracaso hacía tiempo que habían perdido su significado.

Marjolein III

jueves, 11 de julio de 2013 a las 13:56
Quería verla con mis propios ojos. Quería saber si el paso de los años había hecho mella en sus cartucheras o si era cierto que las cremas de más de cien euros te mantenían eternamente una cara de veinteañera. Urdí mi plan aquella noche, mirando a oscuras a lo que debería ser el techo, pero imaginando cómo se paseaba Marjolein por delante del despacho de Pat y le lanzaba miraditas. Luego se despedían a la puerta como si nada, pero un campo electromagnético de tensión sexual lanzaba rayos entre un guiño y una despedida rápida con la mano.

Me vestí con la ropa más actual que tenía. Unos vaqueros en color crudo y una blusa en coral. Collar dorado de las rebajas y las únicas sandalias de cuña que tenía. Me pinté los labios y, repeinándome con las manos, salí de casa aferrada a un bolso más grande que mi cafetera Dolce Gusto.

14.30. Aparecí doblando la esquina, justo a tiempo para cazar el momento. Pat y Tobias charlaban con ella a las puertas de la oficina. Los dos apuntaban con todo su cuerpo hacia ella. Bueno, esperaba que no con todo el cuerpo, pero sí con el visible. A ella se la veía visiblemente halagada y su sonrisa blanca de dentista profesional me deslumbraba los ojos. Me paré un instante, dudando de sopetón sobre lo que debía hacer.

Pero era tarde. Pat me vio enseguida. Su semblante cambió: de distraído a sorprendido. Después, enarcó las cejas y sonriendo, me llamó.

- ¡Sara!

Me acerqué, no había vuelta atrás. Pat solo tenía ojos para mí, pero mis ojos se turnaban entre él, Tobias y la mirada indiscreta de Marjolein. Me miraba de arriba abajo y, para mi deleite, su cara dentadura se había apagado en una sonrisa forzada a boca cerrada.

- ¡Hola, cariño!

- ¡Estás preciosa! - dijo. Y deseé con todas mis fuerzas que no preguntara a dónde iba, o por qué me había arreglado tanto. Así que antes de darle tiempo, contesté:

- Gracias. Quería darte una sorpresa... - ¿qué estoy haciendo?, pensé, sin que se me ocurriera una excusa creíble. No era nuestro aniversario, ni había ocurrido nada relevante. Entonces intervino ella.

- ¿Sara? - la miré con la sonrisa enorme, como si fuera un anuncio de su dentista. Congelada. No podía darse cuenta de la tensión que se apoderaba de mi, ella no.

- ¿Marge? ¡Qué fuerte! - seguí a rajatabla la descripción de "cara de sorpresa" que aparecía en mi libro sobre lenguaje corporal y abrí mucho los ojos y moví los brazos. - ¿Qué tal todo? - pregunté.

- ¡Sí! - ella también sonrió sorprendida - Muy bien, estoy visitando a Tobias para un reportaje - miré a Tobias, como si me acabara de enterar de todo - llevamos unos meses saliendo.

- ¡Oh, eso es genial! Me alegro.

- ¿Y tú qué tal? No te había visto nunca por aquí, ¡quién lo diría!

Intenté obviar su comentario de harpía y solo se me ocurrió mirar a Pat y decir:

- Hoy es un día especial...

- ¿En serio? ¡Joder, sí, hoy es nuestro aniversario! - yo lo abracé, entusiasmada. Nos besamos.

Pero mientras lo abrazaba, lo supe: algo estaba ocurriendo. Nuestro aniversario era dentro de cuatro meses.

Marjolein II

martes, 9 de julio de 2013 a las 13:21
Pero, ¿cómo iba a imaginarme que volvería a toparme con ella? No fue deliberado, pero tomé todos los caminos opuestos a los que ella siguió. Mientras ella, con su encanto de portada del Hola y elegancia tediosa a lo Isabel Preysler, había ascendido socialmente ejerciendo de picaflores con los solteros más deseados de la ciudad, yo había mantenido mis ojos y manos fijos en un único hombre.

Patrick había aguantado pacientemente mi lento y pesado ascenso académico. Tardes de sábado en la biblioteca, conversaciones que se asemejaban más a un recital de temario de oposición, notas y flores aplastadas por el cansancio y el estrés. Si mi carrera era una travesía en una barquita a través de un lago, la de Marjolein Waters había sido una excitante carrera en una moto acuática de última generación (abrazada al guapo de turno de suculentos abdominales). Y lo dijo en pasado porque, a pesar de tener menos de 30 años, ella parecía haber vivido las siete vidas de un gato mientras que yo seguía sin acabar de vivir la primera.

- Qué contento vienes hoy a casa, Pat - le dije, con un abrazo rutinario e inquisitivo.

Él le quitó importancia, despojándose de su chaqueta de traje y sus brillantes zapatos.

- Nada, es que ha venido al trabajo la novia de Tobias hoy. Tenías que haberla visto.
- ¿Por qué? ¿Cómo era?
- Una de esas rubias tontas. De todas las novias que le he visto, creo que esta era la que mejor encajaba en su prototipo.
- Uh, esto promete. Cuenta, cuenta.
- Pues al parecer, la chica trabaja en una revista de moda. Ha venido a la oficina porque, ojo, está escribiendo un reportaje sobre los hombres más deseados de la ciudad y no se le ha ocurrido otra cosa que incluir a su novio.
- Menuda cabeza hueca, pero bueno, en ese caso es una rubia tonta y altruista. Va a regalarle su novio a cualquier lectora hambrienta y con posibilidades.
- El caso es que se ha pasado la mañana paseándose por la oficina, preguntándonos las cosas más simples, porque Tobias estaba en la reunión de la nueva campaña para Lotus. Un estrés.

Aquella primera conversación no me dejó intuir el perfume caro de Marjolein. Pero día tras día, sin apenas darme cuenta, su recuerdo se fue colando en casa con cada sonrisa de Patrick. Su recuerdo, fresco y dulce como un perfume floral para él pero pesado y dulzón para mí, como los que utilizan esas mujeres extravagantes para hacer que los hombres se giren a su paso.

Todo encajó una tarde de miércoles. Un miércoles cualquiera. Patrick pronunció su nombre, y sentí como Marjolein se colaba sigilosamente en el espacio que había entre él y yo.Aquel miércoles. Un mero espacio entre lunes y viernes, pero que amenazaba con dejar vacío mi fin de semana, mi lunes, mis noches...

Notas

lunes, 8 de julio de 2013 a las 22:34
6.10.2012
I feel love, I love feelings.

08.01.2013
La vieja gloria de un imperio, ahora cubierto de polvo y hollín. Los copos de nieve se arremolinaban en los pliegues de su chaqueta.

11.03.2013
A life less ordinary.

24.03.2013
I'm sick she's talking to my stomach and twisting it round run run overreact. Cheers, Hamburg.

14.03.2013
El paisaje era totalmente de secano y, aunque espolvoreado de nieve, el sol me creó la ilusión de un verano mediterráneo. El chico de delante mío jugaba a sus veintipico a pokémon. De repente, vi un ave rara y grande en un árbol pelado. Quise creer que era articuno, pero solo era la mascota de Harry Potter. Todas mis divagaciones se disiparon cuando leí Aarhus en una señal verde. Iban a ser los 100 km más lentos de las 12 horas que llevaba ya sentada en el bus. La bandera roja con una cruz blanca ondeaba coqueta aquí y allá. Me recordaba al envoltorio de un caramelo. Ay, y qué caramelo me iba a llevar a la boca...

24.03.2013
Cartel how close we are en la carretera. Wtf?

05.04.2013
Berlín, la ciudad fábrica. Ella Fitzferald - Coffee.

10.05.2013
Carteles en todas partes

24.06.2013
Goldfish - hold tight.

27.06.2013
La pija lánguida.

Marjolein

lunes, 1 de julio de 2013 a las 18:43
Marjolein era una pija lánguida. Era una de esas chicas de portada de revista que decidían vestir como su madre. Perlas en las orejas, camisa y falda de señora. Maquillaje impoluto y pelo digno de lideresa del Tea Party. Marjolein era todo eso y, además, cuando se sentaba en el metro, evitaba mirar a la gente. Como si solo posar su mirada en ellos fuera a contaminar sus inmaculados pensamientos, como si nadie fuera digno merecedor de su atención. Se sentaba, miraba al suelo -e, inexplicablemente, aún así mantenía el mentón alto de superioridad- y después tecleaba en su móvil, enviándole a alguna de sus amigas de la jet-set el icono de la mierda con ojos en whatsapp.

Marjolein era todo lo contrario a mí, y lo supe desde el segundo día en que convivimos. El primero pareció estar poseída por algún demonio interior que le empujó a relacionarse, reír e incluso sentarse en el suelo con una copa de vino -sujeta, por supuesto, por el cuello para no calentar el caldo con sus esbeltos dedos-. Después de aquella noche, como un oasis en un desierto, se convirtió en una presencia árida y afilada en el pasillo. Rasgaba el aire al pasar, cerraba la puerta con un ruido sordo, como quien intenta disimular a sabiendas de que lo verán.

Lo único que compartíamos Marjolein y yo era la ducha -en la que, por cierto, se atascaban sus finos cabellos rubios- y la pasión por la moda. Pero esto segundo ella no lo sabía: mientras ella lo clamaba a los cuatro vientos, yo me limitaba a navegar por el espacio cibernético en busca de colores y colecciones. Mientras ella se atrevía, yo cosechaba una obsesión secreta. Quién sabe, quizás Marjolein y yo nos encontraríamos en el futuro y nos veríamos forzadas a compartir mesas contiguas en Vogue.

Pero aquel día, pensé, estaba muy lejos. Más para mí que para ella.

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