Dicen que sientes con más intensidad cuando eres joven. Cuando el corazón aún bombea con fuerza y los ojos brillan. Antes, le he enseñado el poema entero. "Ésta es tu parte". La primera, siempre la primera. Se la ganó. ¿Y el resto? "El resto es simple poesía", le he dicho. Simple poesía. Unos versos cortos, de tres meses, jóvenes y vigorosos, que me duelen como una dulce fragancia de alcohol, primaveral, pero de alcohol, sobre una herida en carne viva. Pero, al fin y al cabo, ¿qué serán tres meses en una vida de ochenta años? Quizás entonces sea un corte imperceptible, que no deja cicatriz; sin embargo, hoy es devastadora lluvia de lágrimas sobre la piel. La noche es larga y la adicción fuerte, pero peor lo pasará él cuando supere las suyas. Mis neuronas intactas, las suyas maltrechas. Mi corazón maltrecho, el suyo intacto. Complementos imperfectos de un pasado perfecto, que se expresa en una palabra, y no en dos. Las dos palabras han perdido su significado, su tonalidad. Antes eran una habitación luminosa, diáfana, la luz del sol sobre las sábanas, la vida color de rosa. Hoy son ocho letras escritas en una pantalla, pronunciadas inconscientemente entre el frenesí o las lágrimas. Inhabitable.
¿Dónde está mi hogar? ¿Dónde está? A veces me encuentro, desorientada, a los pies del solar donde solíamos vivir todos. Hoy solo hay ruinas. Lo construí sobre arena. Lo sembré con minas. No tengo donde dormir. Nadie que me abrace y acompase su respiración con la mía. Que se despierte antes que yo y me mire, y haga del amanecer una sonrisa. O un suspiro. Suave brisa.
Sigo mirando fotos antiguas, recortes de una vida. Ya llegará el sueño.