viernes, 25 de noviembre de 2011

Aqualung: Edición 40 Aniversario


Recién estrenada la flamante re-edición del disco Aqualung, con re-masterización de rigor y re-mezcla general para deleite de todos los adoradores del “bardo infatigable” y sus inconmensurables Jethro Tull, cabe añadir a la natural celebración de esta maniobra tecnológica que, a falta de la pronta re-edición del álbum Some Girls de los Stones, representa una de las mayores alegrías musicales del 2011.

Pero no quiero extenderme en prolegómenos. Los internautas somos lectores impacientes, y mis amigos me dicen que escribo textos muy largos. Así que iremos al grano. Aqualung es oficialmente el cuarto disco de estudio de esta portentosa banda originaria de Escocia, grabado en 1971 en los estudios Island Records de Londres. (Resulta cuanto menos curioso que sus amigos Led Zeppelin se encontraran también allí, grabando por esos días el que sería su más celebrado disco de estudio, Led Zeppelin IV.) También es el álbum que dio reconocimiento mundial a Jethro Tull, pero lo cierto es que el grupo venía de realizar una imponente tríada de álbumes antecesores, los cuales merecerían por sí solos capítulo aparte --This Was (1968), Stand Up (1969) y Benefit (1970), amén de la compilación de singles publicados en 1972 con el nombre de Living In the Past--. Pese a la calidad de estos trabajos, con Aqualung la banda asume un salto cualitativo que llama poderosamente la atención, comparable a la transformación que sufrieron los Beatles con su Sgt. Pepper, o los Stones del Beggar’s Banquet. En realidad, ese salto cualitativo ya se había prefigurado en Benefit, con el cual pasaron de ser una banda de rock más o menos convencional (dentro de toda su originalidad, pero una banda de rock al fin y al cabo), a convertirse en el singular fenómeno mozartiano de fusión, folk y rock progresivo que les dio fama, y que encontraría su cenit en la creación de otra obra mayúscula: Thick As a Brick (1972).


La empresa acometida por Tull desde Benefit a Minstrel in the Gallery (1975), pasando por Aqualung, Thick As a Brick, A Passion Play (1973) y las “outtakes” editadas en 1993 en el recopilatorio Nightcap, es poco menos que digna de los dioses. De cómo un joven músico autodidacta que estudió Bellas Artes mientras trabajaba como dependiente en unos almacenes y se instruía leyendo gacetas musicales decidió comprarse una guitarra y acabó cambiándola por una flauta travesera (según la leyenda, tras escuchar a Eric Clapton, Ian Anderson decidió que nunca más tocaría la guitarra, en lo que seguramente será una de las decisiones más afortunadas de la historia de la música), de cómo un joven músico autodidacta, decía, se convirtió en el artífice y compositor absoluto de todas estas obras, es algo que aún comporta uno de los misterios más asombrosos de la música contemporánea.

Quiero hacer hincapié en este punto: Anderson reclutó a tres o cuatro individuos, todos ellos músicos talentosos, para formar una banda de blues-rock al uso de la época, con el añadido novedoso de una flauta solista. Hasta ahí todo en orden. Los coqueteos con el jazz y otras formas de fusión empiezan a despuntar en los primeros shows de la banda, el folk-rock convive armoniosamente con el amplio espectro musical de los Tull, y será precisamente ahí donde empiecen a destilar las primeras gotas de cierta lírica barroca, cristalizada paulatinamente en cierto virtuosismo progresivo, que dirigirá al grupo a la culminación de poética musical que encontramos de un modo palmario en Benefit. En este disco Anderson se convierte no sólo en un compositor privilegiado, sino también en un arreglista extraordinario. El innato sentido para la balada lírica, que ya se encontraba en cortes como “We Used To Know”, “Look Into the Sun”, etc, se entremezcla en un tejido por completo novedoso, sabiamente trabado con las atmósferas y guitarras saturadas del siempre elegante Martin Barre. Una de las razones de este cambio se la debemos al progreso tecnológico, que hizo de Tull un grupo mucho más purista en sus producciones a partir de entonces. A partir de Benefit ya no hay rudeza, no hay arrebatos de tumulto sonoro comunes a los primeros años de Tull y demás grupos de la época, en lo que constituye una de sus principales armas de originalidad.

Se diría que a partir de Benefit Jethro Tull busca la claridad, su discurso se convierte en una celebración de racionalidad y belleza en sentido clásico (incluso los cortes manchados de cierta truculencia, como “A Time For Everything” y “Play In Time”, tienen una notoria voluntad de excelencia). Pretensiones que pueden sonar a meras ínfulas en la mayoría de bandas con gusto por lo clásico, pero Jethro Tull logra salir airoso gracias a un discurso que integra sentido del humor y verdad artística a partes iguales. Sus piezas no se limitan al mero virtuoseo o a la emulación vacua de códigos estéticos, sino que transmiten una amplia gama de estados del ánimo y coloraciones, conformando un tapiz sonoro extraordinariamente rico y complejo.

Con Aqualung vendría el paso de gigante. Ya antes de la recién estrenada re-edición, el álbum me parecía una hazaña de la producción sonora, una auténtica obra de artesanía. Desde el riff “heavy metal” que abre el disco, con esa extraña repetición del motivo que resuena hasta dos veces con un silencio intercalado de 2” exactos, se nos sugiere que algo fuera de lo corriente va a suceder a lo largo de los siguientes 42’ con 55”. Volviendo a la nueva re-edición, es un placer escuchar la parte acústica del tema con la voz de Anderson en sordina, y esas guitarras limpias, todo ello más luminoso, aunque el resultado general sea el mismo.

La intro de “Cross-Eyed Mary” es una de las razones por las que amo a Jethro Tull. Desde ese aullido que parece de un fauno, seguido de la flauta pastoril y sección de violines a lo B-Movie de fondo, hasta la aparición de los teclados y timbales remachando el conjunto, los 58 segundos iniciales son de un onirismo proverbial. Amalgama de texturas que va un paso más allá, y nos mete de lleno en un tema de rock soberbio. Es una delicia el riff estribillo del tema, ejecutado a la par con el órgano eléctrico; la aparición de percusión, las melodías de Jeffrey Hammond-Hammond al bajo, pero también los apuntes del que considero uno de los mayores hallazgos del disco: el piano de John Evan. Evan había sido integrante de la primera banda de Anderson durante sus años en Edimburgo, pero dejaría el grupo para dedicarse a sus estudios. Anderson recuperó los servicios del teclista a partir de Benefit, y me atrevería a conjeturar que la llegada de Evan puede haber tenido algo que ver en la mencionada evolución técnica del grupo. Con todo, es en Aqualung más que en ningún otro donde el piano de Evan adquiere mayor protagonismo, la pasmosa versatilidad de este músico y la riqueza de sus aportaciones son una de las claves del álbum.

Una de las anécdotas más conocidas es la de “Cheap Day Return”, según la cual Anderson compuso esta canción a la vuelta de una visita a su padre enfermo. Pero no es una canción, sino un pasaje que nos sirve de trampolín a la siguiente parada: “Mother Goose” (se ha hablado mucho de si Aqualung es un disco conceptual o no lo es, pero eso que lo juzgue cada cual; el líder del grupo siempre ha insistido en que el disco es sólo “un puñado de canciones” [“a bunch of songs”] y funciona perfectamente como tal, pero también es cierto que a Anderson nunca le ha gustado vanagloriarse de sus méritos). Me llevó años comprender la calidad de esta "Mother Goose"; no sé por qué en su día me pasó desapercibida, y ya me quedé con ese vicio. Pero es una maravilla constatar la fluidez de sus dinámicas, cómo oscila arriba y abajo como un soplido de viento, con el pirata John Silver de por medio, y esa inesperada acotación eléctrica. Las aproximaciones a los terrenos folclóricos de Tull no resultan casi nunca anacrónicas, por el contrario, Anderson aporta a sus intervenciones con la guitarra clásica el swing del mejor boogie-woogie. Y ya que hablamos de la presunta conceptualidad del disco, recordar que la cara A va titulada Aqualung, y versa sobre vagabundos, desheredados, perdedores y disfuncionales de la sociedad (una prostituta adolescente en “Cross-Eyed Mary”, un mendigo alcohólico y pederasta en “Aqualung”, etc), mientras que la cara B se titula My God y supuestamente gira en torno a la relación del hombre con dios.

Wond’ring Aloud” es otra canción-pasaje y trata de asuntos más prosaicos, en este caso sobre el hastío de la vida cotidiana. Con sección de violines al completo, constituye en sí una miniatura preciosa, y de nuevo Anderson hace desfilar ante nuestros ojos escenas que parecen sacadas del Dickens de Oliver Twist o de Oxford Street en pleno siglo XIX.

El tema “Up To Me” es una auténtica orgía de texturas y sonoridades. La melodía conductora, ejecutada a piano, flauta y guitarra española resulta notable, pero no lo es menos la inclusión de texturas y atmósferas bucólicas, incluso algo que parece unas ¿castañuelas? aportando un inesperado sabor “flamenco”, y por supuesto los fraseos de guitarra eléctrica de Barre, sanguíneos y calculados, que interviene lo justo para servir de contrapunto con su instrumento insignia. La pieza es una buena muestra de la ecléctica concepción musical de Tull, y de las posibilidades insospechadas de un genio como Anderson haciendo sus pinitos como ingeniero de sonido.


“En el principio, el hombre creó a Dios y le dio poder sobre todas las cosas.” Esta frase tomada del filósofo alemán Ludwig Andreas Feuerbach (1804-1872) puede leerse en la contracubierta de Aqualung, y da paso a la cara B con la colosal composición-suite de “My God”. Por su ataque frontal a la iglesia anglicana (“...The bloody Church of England…”), y por otros asuntos escamosos Aqualung no fue bien acogido en la España franquista, donde no sería editado hasta 1976, y tanto éste como Thick As a Brick y Minstrel In the Gallery serían parcialmente mutilados por la censura. “My God” es una pieza que atraviesa distintos paisajes emocionales, desde la siniestra melancolía de la obertura, a una suerte de ironía épica en el puente-estribillo, hasta momentos de rock pesado como los que estilaban Black Sabbath o los Zeppelin de “Dazed And Confused”; y sobre todo el medley del tema, que le valió a Anderson las ovaciones por su labor como flauta solista. En la línea de canciones nacidas del desgarro entre hombre y religión, probablemente “My God” sea una de las más airadas e inteligentes.

Por su estructura de tema rock convencional, “Hymn 43” es otro de los hits del disco. Se diría que vuelven a las andadas y recuperan para este corte los viejos placeres mundanales, los que giraban en torno a temas de blues-rock machacón con los que se abrieron paso por los locales de la City londinense. Pero nada es del todo convencional en Jethro Tull. Se las ingenian para convertir este corte clásico en un himno de magnitudes épicas, sin duda uno de los temas más energéticos de la historia de Tull, pura celebración de poder de una banda en lo mejor de su etapa dorada.

El tercer y último tema-pasaje del disco, “Slipstream”, es un breve apunte de aroma folky-dieciochesco jalonado con violines, para acabar difuminándose en una misteriosa atmósfera de disolución de las formas.

Y así llegamos a otra de las gemas del disco: “Locomotive Breath.” La intro es una muestra más del talento de John Evan al piano, pero no menos deslumbrante es el diálogo que improvisadamente tiene lugar con la guitarra de Barre, que parece emerger desde el fondo. A una señal de Evan, quiebran la rítmica para lanzarse a una animosa cadencia, un allegro “tuya-mía” a dos voces que, personalmente, me gustaría que no acabara nunca. El minuto 1:21 da lugar al grueso del tema que ya es un clásico del imaginario popular. Parece que Tull-Anderson se propusieran emular el avance de una máquina locomotora con la rítmica que da nombre a la canción. “Locomotive Breath” es una de las más líricas y trascendentes que se hayan escrito nunca, por añadidura, con un estribillo lleno de luminosidad. La memorable narración vocal es un poema donde los haya: “…Old Charlie stole the handle/And the train won’t stop going/No way to slow down…”, son algunas de las perlas que tanto esta canción como el resto del disco nos dejan para el recuerdo. De recuerdo, precisamente, parece estar hecha buena parte de la música de Jethro Tull. De recuerdo, memoria, y de otras partes del alma que hablan de nosotros dondequiera se encuentre su causa.

Tras “Locomotive Breath” uno casi diría que no se puede pedir más; nos sentimos agotados, en este punto hemos alcanzado un alto “síndrome de Stendhal”, y es posible, me digo, que el disco funcionara igual si terminase aquí. Como si fuera consciente de esto, el corte "Wind-Up" nos prepara con una última introducción, una introducción que tiene todo el sabor de una despedida: nos sosiega, nos trae de nuevo a tierra, tras volar por los confines imaginarios de la locomotora imparable... Y de repente, vuelta al tajo: un ligero crescendo nos avisa de la que se avecina, y todos a una se arrancan con uno de los pasajes más alegres del disco. Así como la música de Led Zeppelin es en muchos sentidos un monumento a la guitarra Gibson LesPaul, ocurre lo propio con Aqualung, disco que no podría ser el mismo si se hubiera grabado, por ejemplo, con una Fender Stratocaster. Martin Barre brilla una y otra vez con apuntes y solos concisos, y en este último tramo nos deja una rítmica rockera de antología. Luego el tema vuelve a relajarse, delicados acordes de aire triunfal al piano, y la narración llena de matices de Anderson, en una de esas líricas propias de Tull y que parecen sacadas de los hígados mismos de la pérfida Albión. El tema se despide una, dos veces, antes de poner el punto final a la manera típica de Anderson, es decir con una coda vocal que retoma el motivo central.

La re-edición de Aqualung (2011) trae un disco 2 compuesto de bonus-tracks que ya habíamos visto en otras ocasiones, los habituales spots publicitarios, tomas descartadas de Aqualung y demás (lo más destacado, seguramente, la versión de 7 minutos de "Wond'ring Aloud"). Pero ciertamente no le hace ninguna falta la inclusión de absolutamente nada. Como dije arriba, las re-ediciones y re-mezclas de discos clásicos, tan en boga en los últimos tiempos, son una práctica que satisface a determinadas parcelas del entendimiento y el goce musical, pero no ha de buscarse en ellas una “mejora” o modificación del contenido original. Cabría extenderse mucho más sobre Aqualung o cualquiera de sus inmediatos precursores/sucesores dentro de la discografía de este grupo único en su especie, pero, como había prometido, no voy a hacerlo más de lo estrictamente necesario. De hecho, cada palabra sobre Tull es estrictamente necesaria. Vayan y disfruten de este disco que es una maravilla de la creación musical, que permite adentrarse en él desde diversos ángulos, que contiene infinidad de matices que se van redescubriendo a cada nueva escucha, como ocurre con las buenas obras maestras. Vayan y escuchen Jethro Tull, y no acepten imitaciones.