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viernes, 21 de noviembre de 2014

Parece que va en serio - por Santiago O´Donnell







Esta vez parece que van en serio. Después de varios intentos y dos negociaciones fracasadas a lo largo de medio siglo, la guerrilla más antigua  de América latina, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), fundada en 1964, parece por fin dispuesta a deponer las armas. El proceso de paz que se lleva a cabo en la Habana bajo la veeduría de Cuba y Noruega atravesó esta semana su crisis más profunda, a punto tal que el gobierno se retiró de las negociaciones de manera un tanto intempestiva y los representantes de las FARC contestaron finjiendo sorpresa y diciendo que en principio no podían hacer nada para revertir la situación. Pero la misma crisis que puso en jaque al proceso terminó demostrando  que el camino recorrido  era demasiado importante como para echarse atrás y ambas partes, empujadas por los garantes internacionales del diálogo, encontraron el modo de reencauzar la situación.

Todo empezó cuando un general colombiano Rubén Darío Alzate y tres colaboradores, todos ellos vestidos de civil, fueron secuestrados el domingo pasado  por el bloque guerrillero "Iván Ríos" uno de los más autónomos y más ligados al narcotráfico dentro de las FARC, en el departamento de Chocó, cerca de la frontera con Panamá.

El presidente colombiano Juan Manuel Santos reaccionó suspendiendo el proceso de paz por primera vez desde que se inició y dijo que no se reanudaría si los rehenes no eran liberados. Ante el plantón de la delegación oficial, los representantes en La Habana de la guerrilla liderada por Timoleón Jiménez "Timochenko" respondieron señalando no sin razón que el general había sido secuestrado en plena zona de conflicto y que desde el principio de las negociaciones las FARC viene proponiendo un cese de fuego bilateral pero el gobierno se niega. Es más, durante todo ese período varios líderes guerrilleros han sido capturados o muertos en combate sin que las FARC se retire de la negociación. Si bien es cierto que la guerrilla se había comprometido a suspender los secuestros extorsivos de civiles mientras se discute el acuerdo de paz, el compromiso claramente no incluía a militares operando en el campo de batalla.  En un comunicado en respuesta a la suspensión del diálogo las FARC dijeron que respetarían la vida del general y sus derechos como prisionero a recibir un trato digno, lo mismo que los demás rehenes, pero que no podían ordenar su liberación. Santos contestó que esperaba que la guerrilla recapacite y un coro de actores internacionales se sumó a la condena del secuestro y al pedido de liberación.

Santos acababa de llegar de una gira europea para vender el plan de paz, durante la cual la canciller alemana alemana Angela Merkel le había asegurado que la Unión Europea financiaría un millonario programa para reconvertir los cultivos de coca del interior colombiano utilizados en la producción de la cocaína que guerrilleros, paramilitares y narcoestancieros comercializan, a productos legales que permitan a los campesinos una entrada económica digna. Justamente el mes pasado los negociadores de la guerrilla y el gobierno habían cerrado un acuerdo para cambiar la política sobre el narcotráfico para poner el eje en los financistas y comercializadores de la droga en vez de los cultivadores y los consumidores, los eslabones más débiles y vulnerables de la cadena criminal.

El acuerdo sobre el narcotráfico había sido el tercero alcanzado en La Habana sobre seis puntos en disputa. Antes la partes se habían puesto de acuerdo sobre una reforma agraria y la reparación a las víctimas del conflicto (con la participación de las víctimas en la negociación).  Queda pendiente el modo de inserción de las FARC en la vida política colombiana, cómo se pone fin al conflicto (tregua, desarme y desmovilización) y el mecanismo para refrendar el acuerdo, ya sea por consulta popular o ley del Congreso.

 Como se podrá apreciar era mucho lo que faltaba pero también era mucho lo que se había avanzado. Sobre todo después de 50 años de intentar el camino inverso, el de la lucha armada, a un precio de miles de muertos y centenares de miles de desplazados, con violaciones aberrantes a los derechos humanos de los dos lados, con la droga como combustible, con la ausencia del estados en vastas zonas del país donde la guerrilla se ha asentado como poder paralelo, con idas y vueltas en una guerra que lejos está de definir vencedores y vencidos.      

Al bode del abismo, tanto el gobierno de Juan Manuel Santos como el liderazgo de las Farc entendieron que ya están jugados, que no hay vuelta atrás. el miércoles las FARC anunciaron que liberarían al general y sus ayudantes sin condiciones y Santos aseguró que en cuanto eso sucediera se reanudaría el proceso de paz. Por estas horas ultiman los detalles para generar una zona de despeje donde los rehenes serán entregados a la Cruz Roja.

 El pueblo colombiano emerge como el gran protagonista de esta consolidación de un proceso que por primera vez ilusiona con un paz posible y duradera. Por un lado apostó por la paz cuando reeligió a Santos en junio pasado contra un candidato mano dura que se oponía al acuerdo y prometía el aniquilamiento del enemigo, algo que difícilmente podría concretar. Por otro lado apostó por la paz al deslegitimar la lucha armada como una opción política viable para alcanzar el poder, al menos hoy y en un país medianamente desarrollado (y pertrechado) como Colombia. Una y otra vez, las encuestas han mostrado que actualmente al menos el 95 por ciento de los colombianos repudia las acciones de una guerrilla anacrónica y pasada de moda que se proclama marxista-leninista y sobrevive gracias a la extorsión, el tráfico de drogas y el reclutamiento voluntario o forzado de menores en las zonas más pobres del país, con secuestrados civiles y uniformados que llegaron a pasar años enteros deambulando engrillados en selvas, montañas y pantanos, mientras su captores escapan las balas del ejército.

Por todo eso, la paz que parecía poco menos que imposible dos años atrás, hoy,  superada esta crisis, emerge casi inevitable. Esta vez parece que va en serio. Ojalá

jueves, 13 de noviembre de 2014

Tambalea México - Por Santiago O´Donnell







Tambalea el gobierno del presidente mexicano Enrique Peña Nieto por el horrible crimen de un grupo de estudiantes en el estado de Guerrero. En realidad el problema no es ése sino lo que subyace debajo de los asesinatos y las desapariciones, esto es, los 55 mil muertos y más de tres mil desaparecidos desde el 2006, cuando el predecesor de Peña Nieto, Felipe Calderón, militarizó la guerra contra el narcotráfico. Lo de Calderón había sido un intento desesperado por frenar la escalada de violencia que se venía acentuando desde la década del 90, cuando los cárteles mexicanos desplazaron a los colombianos del control del negocio del tráfico de estupefacientes hacia los Estados Unidos, primer consumidor mundial. Para entonces gran parte de las estructuras policiales, judiciales, municipales y estaduales habían sido cooptadas por los narcos y Calderón decidió echar mano a la siempre peligrosa opción de usar las fuerzas armadas para intervenir en un conflicto interno.

Lejos de solucionar el problema, la militarización dio lugar a una nueva camada de narcotraficante, cuya máxima expresión fue el grupo de ex fuerzas especiales entrenadas en Estados Unidos denominado Los Zetas,  que llevó la narcoviolencia a nuevos niveles. Mientras los cárteles tradicionales solían matarse entre ellos intentando mantener un bajo perfil para no llamar la atención de las autoridades, coimeando a policías, alcaldes y jueces para que hagan la vista gorda, los nuevos narcos utilizan tácticas de control social a través del terror aprendidas de las dictaduras latinoamericanas para tomar  por asalto al Estado mexicano en grandes franjas del terrotirio nacional, sobre todo en zonas costeras y fronterizas pero también en ciudades importantes como Guadalajara, Acapulco o Ciudad Juárez. En estos territorios tomados los narcos no se limitan al tráfico sino que se han diversificado hacia el secuestro de empresarios y políticos, la extorsión de comerciantes al estilo de la mafia italiana, el tráfico de personas  y  la extracción de prebendas  de entidades públicas y privadas al estilo de los barrasbravas argentinos. Los mecanismos de control social a través del terror incluyen la periódica exhibición pública de diversas formas de crueldad, incluyendo múltiples descuartizaciones y decapitamientos, que últimamente se han volcado también a las redes sociales. Por su parte los militares incurrieron en todo tipo de violaciones a los derechos humanos de la población civil atrapada en la pelea, tal como se encargaron de denunciar diversos organismos especializados.

Peña Nieto asumió en diciembre del 2012 con la idea de bajarle el perfil a la guerra y volver a cierta convivencia tranquila con los narcos, haciendo honor a la tradición de acomodos y arreglos informales que caracterizó a su  partido, el PRI, desde que asumió el poder 1929 hasta perderlo por primera vez en el 2000, cuando asumió Vicente Fox del PAN, el partido de Calderón, que lo sucedió seis años más tarde. Peña Nieto logró algunos éxitos resonantes en la lucha contra la mafia de la droga  como la captura del legendario Joaquín "El Chapo" Guzmán, jefe del poderoso cártel de Sinaloa, el narco más buscado de todo el país. Pero más allá de los golpes de efecto, más que avanzar en la guerra con los narcos, replegó al ejército y le bajó el perfil público al enfrentamiento, relegándolo entre sus prioridades, como si alcanzara con el deseo de que el problema desaparezca para dar paso a una imagen más atractiva para inversores extranjeros, empresarios locales y la población en general.

La burbuja  explotó con la brutal represión del 26 de septiembre contra los estudiantes de un liceo rural con una larga tradición contestataria en la localidad de Ayotzinapa, municipio de Iguala, estado de Guerrero.  Los estudiantes habían secuestrado varios autobuses con el fin de trasladarse a México D.F. para conmemorar la masacre de Tlateloco de 1968. Esa noche, en una calle del pueblo,  la policía abrió fuego contra tres de esos autobuses, que viajaban llenos de estudiantes. Horas más tarde, cuando lo alumnos daban una conferencia de prensa para denunciar ese ataque, la policía irrumpió en el liceo y atacó a los presentes. Entre los dos episodios seis estudiantes murieron, 27 sufrieron heridas y otros 43 desaparecieron. Esa misma noche la esposa del alcalde de Iguala, llamada María de los Angeles Pineda, celebraba una fiesta en la que planeaba lanzar su candidatura al a la alcaldía para suceder a su marido, José Luis Abarca. Pineda era el nexo entre el gobierno municipal y los narcos locales, los verdadero patrones del lugar, llamados Guerreros Unidos. Incluso un hermano de Pineda formaba parte de la banda. Como los estudiantes le arruinaron la fiesta, Pineda y su marido ordenaron la represión,  represión que arrancó con la policía y terminó con los Guerreros Unidos. Al día siguiente Pineda y Abarca se dieron a la fuga mientras cientos de estudiantes llevaban la protesta por lo ocurrido al Zócalo de la capital mexicana.,  Allí, la sede de gobierno fue blanco de piedras y bombas Molotov.

Era demasiado. Aún para un país arrasado por la violencia, matar a seis adolescentes y chuparse a otros 43 en una sola noche era más de lo que la sociedad mexicana demostró estar dispuesta a aceptar. El gobierno nacional intervino el municipio de Iguala. Junto a las tropas federales y los expertos en derechos humanos llegó el Equipo Argentino de Antropología Forense para dar una mano. Pero Peña Nieto, de gira por China, brilló por su ausencia. Mucho más cuando se supo por el testimonio de tres Guerreros Unidos  que los estudiantes desaparecidos habían sido entregados por la policía municipal a los narcos, quienes procedieron a ejecutarlos y quemarlos durante catorce horas en un basurero municipal valiéndose de leña, neumáticos, nafta y kerosene, antes de juntar los restos de polvo y hueso en bolsas de basura y tirarlas en un arroyo que pasa por ahí.

En la noche del miércoles pasado miles de personas en decenas de ciudades y pueblos, el país entero salió a protestar con velas en la mano que simbolizan el repudio a la impunidad y la connivencia entre políticos y criminales que han transformado a gran parte de México en un narcoestado que ni siquiera los grandes medios se animan a denunciar por la larga lista de periodistas que han sido asesinados en los últimos años, al menos 30 desde 1992, según la organización no gubernamental internacional Comité para la Protección de Periodistas (CPJ, según sus siglas en ingles).

Pero a pesar de la protesta nacional e internacional sin precedentes, nadie en México parece saber bien qué hacer y por eso tiemblan los políticos y tambalea el presidente. El intendente de Iguala y su esposa están presos y el gobernador de Guerrero pidió licencia pero esos desplazamientos lejos están de satisfacer la demanda de justicia. A diferencia de lo que sucedió en casi todos los países sudamericanos, México lleva más de 80 años sin sufrir interrupciones del mandato presidencial. Con la masacre de Ayotzinapa y la impotencia del Estado para brindar respuestas, la penetración narco ya no sólo corroe la vida diaria de millones de personas sino que ahora amenaza con dinamitar la estabilidad del sistema político, último bastión de la devaluada democracia formal mexicana.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Ganaron los Republicanos - Por Santiago O´Donnell







Ganaron los republicanos en Estados Unidos pero no surge un liderazgo nítido ni un programa alternativo en esa fuerza conservadora, que sigue sumida en un debate interno entre el extremismo insurgente de los Tea Party y la derecha tradicional que maneja el partido desde los tiempos de Abraham Lincoln. Esta derecha a la vez se dividió entre los conservadores morales que priorizan el evangelismo, el creacionismo y la prohibición de abortar, y los conservadores fiscales que priorizan el recorte de impuestos, el aislacionismo, la desregulación estatal de las relaciones económicas y (acá es donde chocan con los conservadores morales) la privatización de las cuestiones sociales, morales y religiosas.
En otras palabras, ganaron los republicanos el martes pasado en las legislativas de medio término, un triunfo contundente: las dos cámaras del Congreso, récord de Representantes, gobernaciones en estados azules como Massachussetts e Illinois. Pero el triunfo los agarra con el río revuelto y no queda nada claro cómo lo pueden capitalizar. Aunque se pusieran de acuerdo en el Capitolio, aunque tuvieran programa propio, siguen a tiro de veto.  Y a año y pico de las primarias, ningún triunfador del martes tiene suficiente tiempo como para anotarse en la carrera a la Casa Blanca y competir con los nombres que ya están establecidos.

Termina siendo más que nada un voto castigo para Obama, no tanto por lo lo que hizo o dejó de hacer, sino por lo mucho que prometió pero no terminó de cumplir. Así las cosas, registrado ese malestar social, asumido por Obama, el resultado del martes es un golpe de aire fresco para las aspiraciones opositoras, qué duda cabe, pero más allá de la coyuntura, más allá de que "fue un buen día para los republicanos", como reconoció ayer el propio presidente derrotado, el tablero político no cambia demasiado.

Obamá tendrá que seguir gobernando por decreto como lo viene haciendo desde el 2012 cuando perdió su mayoría en el Senado, ya que nunca logro consensuar nada con los republicanos en el Congreso, ni siquiera temas que en principio interesan a la oposición como la demorada reforma migraria para legalizar a más de diez millones de indocumentados, en su gran mayoría de origen latinoamericano, que fracasó el año pasado, o la menos ambiciosa reforma impositiva que intentó mover Obama un par de meses atrás.

Mientras tanto, la oposición seguirá perdiendo tiempo y energías con inútiles embates en contra la reforma de salud que el presidente logró sin un sólo voto republicano en el 2011. Aunque los principales referentes de la bancada conservadora prometieron insistir con el tema en sus discursos victoriosos el martes pasado, será inútil que lo hagan porque están lejos de la mayoría calificada en ambas cámaras y porque Obama ya demostró más de una vez que no le tiembla el pulso para vetar leyes en contra de su reforma emblemática. Será inútil sobre todo porque la reforma rápidamente va ganando aceptación a medida que millones de estadounidenses se anotan en los planes federales y descubren que reciben más por menos en servicios de salud, sin perder libertad ni calidad, como venían asustando sus oponentes. Más allá, por supuesto, de un comienzo informáticamente torpe y complicado, que influyó en el resultado de la elecciones, la batalla cultural en favor de la reforma sanitaria parece ganada.

Como la economía se muestra en franca recuperación y sobre todo porque la tasa de desempleo finalmente empieza a caer después de años de rescates y tasas pinchadas por el Fed para alentar el gasto y la producción, es muy probable que Obama llegue al final de su mandato mejor de lo que llegó a esta eleección, lo cual haría que los candidatos demócratas no tengan que escaparle en el 2016 como en el 2014, lo cual lleva a otro dato ineludible: Hillary Clinton, demóctrata como Obama, sigue siendo la principal favorita para sucederlo.

Hillary está en campaña desde hace cuatro años y lleva millones recaudados con la ayuda de sus amigos de la izquierda champán de Hollywood. Representa tanto el cambio como la continuidad porque fue Primera Dama, senadora y canciller, pero también sería la primera mujer en llegar a la presidencia. Así como entusiasma a los feministas, su postura de intransigencia con Rusia y su apoyo irrestricto a Israel durante su gestión al frente del Departamento de Estado la convierten en una persona confiable para complejo militar-industrial. La intachable conducta fiscal de su marido durante su presidencia la acercan a los sectores financieros y su trabajo con organizaciones sociales y ONGs locales e internacionales, incluyendo por caso a las Abuelas de Plaza de Mayo, .la convierten en una opción digerible para las minorías étnicas y los sectores progresistas del partido Demócrata. 

Además, del otro lado no aparece mucho. El furor del Tea Party pasó y, como otros movimientos inorgánicos de esta época, no logró generar liderazgos competitivos. Quedan figuras gastadas como Mitt Romney y Rand Paul y otras con poco rodaje a nivel nacional como Marco Rubio o Chris Christie. Demasiado poco como para soñar con una restauración conservadora.