
Territorio de aventureros y navegantes, la Patagonia sigue siendo tierra imponente e indómita con sus montañas, mesetas y el mar. Se merece un post inmenso por ser la profundidad remota del fin del mundo, salvaje, con la naturaleza inalterada por la huella débil de los humanos, a pesar de los intentos de expolio y
saqueo. La transnacional española Endesa está detrás de un
proyecto de construcción de cinco centrales hidráulicas, frente a la última protesta de los indios
tehuelches. Al inmenso territorio no le falta riqueza, con sus yacimientos exuberantes de carbón, gas y
petróleo. Las luchas obreras, a causa de las
injusticias laborales a principios del siglo XX han quedado reflejadas en la
película
'La Patagonia Rebelde'. Una
leyenda silenciosa envuelve en el tiempo la llegada de
galeses, a finales del siglo XVIII, y revive ahora con el hallazgo de restos del barco que trajo en 1850 a uno de los primeros contingentes de pobladores extranjeros al
territorio vacío
del sur americano. La Patagonia tiene infinidad de recorridos para aventureros, a través de la mágica
Ruta 40, navegando plácidamente en
cruceros, o en bicicleta, como lo hace el asturiano Xuan de Isla y lo cuenta en su
web. El navegante Fernando de Magallanes, dicen, se inspiró en el gigante
Patagón, personaje de la novela de caballería Primaleón, para nombrar a los pobladores que encontró a su llegada a las lejanas costas australes. El autor asturiano, Reguera Bernaldo, narra- en su libro 'Leyendas', el relato 'Onas y fuegos' - que los indios onas guiaron las naves de Magallanes con antorchas, en el año 1520, hacia el lugar que fue bautizado como
Tierra del Fuego, la ciudad más austral del mundo, cuya capital es
Ushuaia. La inquieta pluma del autor transcribe esta historia analizando el mestizaje como elemento enriquecedor en el terreno no sólo de los usos y costumbres, sino también si se quiere, en el ámbito del pensamiento. Pero el fin del mundo está en el
Cabo de Hornos, y los piratas que lo superaban lucían orgullosos
el tradicional pendiente en forma de aro en la oreja.
Durante el apogeo de las grandes aventuras por mar, en los siglos XVIII y XIX, los navegantes, animados por el comercio con los países exóticos y remotos, alcanzaron casi todos los lugares del mundo en sus embarcaciones de vela. Muchos de estos viajes entrañaban serias dificultades, en especial las rutas que pasaban por el Cabo de Hornos, conocido en aquella época como el cabo de las Tormentas, que está situado en el extremo meridional de América del Sur, en la isla de Hornos.
Drake, en 1 578, fue el primero en doblarlo. Escollos, bajíos, vientos huracanados, lluvias y nieve durante casi todo el año, y una espesa bruma cuando las tempestades calmaban, convertían a aquel cabo en un lugar impracticable, incluso para los más experimentados navegantes. Los naufragios estaban a la orden del día. Por ello, se convirtió en
signo de suerte y pericia
entre la marinería haber logrado cruzar con vida aquel infierno. Orgullosos de ello, y para que la hazaña quedara reflejada de por vida, los marineros, comerciantes, piratas y corsarios se colgaban en una de las orejas un pendiente en forma de aro. A este distintivo se podían unir otros dos, que simbolizaban el paso por el Cabo de Buena Esperanza, al sur de Africa, y el de York, en Oceanía. La costumbre, que se extendió con rapidez como símbolo de valor y temeridad, fue también adoptada por los piratas que asolaron las costas del Caribe durante el siglo pasado. Es la magia interminable y salvaje de la Patagonia.