"Muy resuelta, nos ha salido ésta, por no decir otra cosa..."
Ni que decir tiene que no estaba alabando mi determinación ni mi capacidad resolutiva. Lo que había ocurrido había sido lo siguiente:
Solía haber una rampa muy empinada donde mi padre aparcaba el coche, ahí en plan terraplén de arenilla detrás de los pisos. Día tras día, yo veía a los niños más mayores que yo correr rampa abajo -rampa hecha de hormigón de éste granulado, para más señas-, tomando velocidad hasta que, triunfantes, llegaban al final sin matarse. Y así es como, sin darme cuenta, una idea había empezado a germinar en mi cabecilla.
Yo tenía cinco o seis años entonces, creo. Quizá siete. Y por desgracia ya me había visto yo a mí misma rampa abajo. Recuerdo quedarme observando muy atenta a los niños que conseguían bajar la rampa sin romperse la cabeza ni nada (viva el aprendizaje vicario :D) y también tomando nota de qué NO hacer gracias a unos cuantos melones que sí se partían cosas, por imprudentes.
Mi madre, siendo mi madre, se había dado cuenta de mis miradas analíticas y mis ojillos brillantes. "Ni se te ocurra. Es peligroso y estúpido hacer eso", me advirtió la pobre, seriamente. Pero ya era tarde. Yo ya estaba bajo el hechizo de aquella estúpida y peligrosa rampa, que en realidad me daba pánico, y por lo tanto me atraía de manera brutal.
Así que pasado el período oportuno de observación, un día decidí que finalmente estaba lista para intentarlo, cuando no estaba bajo supervisión parental. El primer intento fue un fracaso; perdí todo el fuelle, el valor y la dignidad nada más acercarme al borde de la rampa, así que me paralicé por completo. Además, no podía dejar de mirar hacia la ventana de mi salón, que daba a ese lado, por si mi madre me pillaba in fraganti. Derrotada, me fui a mi casa, pero incapaz de dejar de darle vueltas.
Las siguientes veces intentaba distintas cosas. Me acercaba cuando nadie me veía, pero no lo hacía. Otras veces hacía como la que iba a tirarse, y daba unos cuantos pasos más, pero siempre hasta donde podía volverme, y siempre me volvía. Hasta que un día, un glorioso día, me cogí por sorpresa, reuní valor, y seguí adelante.
Ni que decir tiene que fue un completo desastre y acabé rodando rampa abajo cual croqueta muy torpe. Resulta que era mucho más difícil de lo que yo había calculado -la variable de mi falta de equilibrio había sido ignorada, por ejemplo. Y bueno, hubo consecuencias peores que la sangre y el desollamiento general, porque resulta que mis padres eran muy estrictos con cualquier actividad que pudiera acabar en nuestros fallecimientos prematuros.
Pero ah, la sensación....Sangre, consecuencias y vergüenza total al margen, la cuestión es que lo había conseguido. Casi me mato, vale, pero aun hoy recuerdo claramente la sensación de haberlo conseguido. Había superado mi miedo y había bajado por la rampa. La perfeción en la ejecución no era mi prioridad todavía.
Después de esa primera, vinieron muchas rampas, claro. Porque, hasta la fecha, el proceso no ha cambiado mucho por desgracia, y cuando los susurros de una idea se instalan en la parte trasera de mi coco, tengo que ir hasta el final para callarlos.
Las rampas sí que han ido cambiando a lo largo de los años.
Hubo una rampa no mucho después de aquella primera con la forma de una bici sin ruedines. Montón de horas y frustraciones y desollones después, una mañana descubrí que me había enseñado a mí misma a montar en bici. Mordor 0 - MiniYo 2
Luego estuvo esta otra rampa con la forma de un columpio de neumático. La idea era dar la voltereta hacia atrás agarrada firmemente a las cadenas, acabando en un aterrizaje perfecto mirando al suelo y con los pies juntos. Una tarde por fin lo conseguí. También, con mucha dignidad, recogí un par de trozos de diente del suelo e informé a mis amigos, escupiendo, que me iba un momento a mi casa, que ahora bajaba. Obviamente, no bajé, ni esa tarde ni en unas cuantas más, pero en fin. Mordor - 0 MiniYo 3
Otra rampa cogió la forma de una piscina donde no hacía pie en ninguna parte. me costó dos veranos y mucha vergüenza, porque ya no era tan niña, pero la idea ya estaba ahí.Por lo tanto, Mordor 0 - MiniYo 4
Y así muchísimas más que podría contar hasta que, finalmente el año pasado, me tiré por la rampa que acababa en un país extranjero, casi sin pelas, sin conocer a nadie, yo solita. Pero tenía que hacerlo. El martilleo se había vuelto insostenible. Mordor 0 - MiniYo MUCHO.
Por mucho que yo piense todo lo contrario, puede que mi madre tuviera una mijilla de razón aquel día. Quizá soy demasiado resuelta para tonterías, o al menos la parte obsesiva de mi cabeza lo es. O quizá cuando dijo eso de 'por no decir otra cosa', a lo que se refería era a que soy más que nada imbécil y cabezona, empujándome a mí misma hacia rampas por las que no necesito rodar en realidad en lugar de conformarme con la seguridad de lo conocido y lo fácil. Vete tú a saber.
La cosa es que así es como funciona, y en el momento en que algo (o alguien, como bien aprendí cuando fui creciendo y empecé a mezclarme con hombres...) me interesa, me parece complicado o imposible de conseguir, comienza la batalla entre el pánico total y el deseo absoluto. No importa el miedo que me dé, los susurros no se van hasta que lo intento de alguna manera. Y normalmente por una razón.
La cosa, que tiene guasa, es que ni siquiera se trata de tener éxito al final, al menos no en su idea tradicional. De hecho, la mayor parte del tiempo acabo de nuevo rodando cual croqueta torpe y desollada. Pero en verdad merece la pena. Primero, porque para mí el éxito es tirarme por la rampa. Y los resultados reales pues oye, un bonus. Y segundo y casi más importante, porque los remordimientos y los susurros desde Mordor, tal y como yo los conozco, son mil veces peores que cualquier brecha que jamás me he hecho tirándome por cualquier rampa por la que jamás me he tirado.
La última rampa la llevaba observando durante un tiempo, como algunos ya saben. Una rampa a la que a día de hoy no le veo yo el final muy claramente. Resulta que he vuelto a London, después de mucho perder pelo, peso y sueño. Y cordura, obviamente.
Y ya no soy aupair, ni pertenezco al limbo algodonado en el que viven. Ahora ya me he hecho mayor, y empiezo a trabajar en una Guadería/escuela infantil este lunes 24, amiguitos, y estoy, por decirlo así más elegantemente, una mijita aterrada. De repente me doy cuenta de que no tengo ni idea de qué estoy haciendo ni qué tengo que hacer (vale, lo normal cuando se es nuevo blababla), pero no sólo por el trabajo. A este ritmo de perder pelo, peso y cordura, calculo que en un par de semanas me habré convertido en un chihuahua. En fin.
Tengo muchas ganas de salir pitando, o de quedarme debajo del edredón, como hice esta mañana hasta que me dio vergüenza por mis compañeros de piso, que soy nueva y tampoco es cuestión de ganar fama innecesariamente pronto. Pero ya he llegado a un punto de la rampa en que he pasado el Punto de No Retorno, ya no puedo volver patrás, y estoy ahí cogiendo velocidad. Y aunque seguramente acabaré con las manos, las rodillas y la cara echada abajo, igual tenía que hacerlo.
Y oye, sobreviví mi primera rampa de hormigón a los seis años. Igual mi madre estaba sobre la pista de algo, ese día.
Seguiremos informando. En serio esta vez!
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