El saldo más doloroso que dejó la dictadura de mercado no se percibe tan solo en la enorme cantidad de argentinos eliminados por el poder económico. A eso hay que sumarle el deprimente cuadro de liquidación en que quedaron algunos “productores de ideas” que en este nuevo siglo -abrumados por la presión de las grandes marcas- decidieron tirar la toalla… Son los tristes retazos de un pasado que los tenía abriendo las vidrieras populares con su oferta de lucha y gloria. Viven, todavía respiran. Pero como hombres del pensamiento hoy se encuentran en estado vegetativo. Parecen maniquíes. Y lo más penoso es que se dejan poner el respirador artificial por los autores intelectuales del vaciamiento más atroz de nuestra historia.
Miren cómo terminó Alvaro Abós… El escritor y periodista que pensaba en clave nacional, que reflexionaba sobre “El poder carnívoro” (el de las corporaciones del capitalismo salvaje) y “La columna vertebral” (para remarcar la trascendencia del sindicalismo en la Argentina) ahora se dedica a rastrear cómo consiguió Eichmann un pasaporte para entrar a la Argentina. O se distrae compilando historias del género policial. Banalidades propias del espíritu de estos tiempos que, con todo, no serían el punto más cuestionable. Si hay algo más reprochable es que, cada tanto, Abós se predispone con muchísimas ganas para ir al mausoleo de Mitre a dejarse acariciar por los encantadores de serpientes que envenenan el medio ambiente.
Portarse bien con el establishment… Y prestarse a su juego. De eso se trata. Es la segunda vez en poco más de un año que Abós pone su creatividad al servicio de La Nación. En setiembre de 2007, en vísperas de las elecciones, acuñó para el diario una definición muy celebrada por los académicos liberales: “democracia conyugal”. Se refería a la de los Kirchner, por supuesto. Aquella vez fundamentó la teoría de que la Argentina había ingresado en la era de la monarquía, con el Príncipe Néstor y la Princesa Cristina. Ahora, Abós acaba de avanzar un paso más. Según dice en una entrevista que publicó ese diario el 7 de enero, “estamos en presencia de un cesarismo conyugal”. Y hasta amplía el marco de este nuevo sistema, al que ubica en el período del “paleoperonismo”, que vendría a ser un peronismo antiguo.
¡Qué agudo, qué ingenioso este Abós! En qué consiste ese “modelo” lo explica el mismo con estas palabras: “caudillista, clientelista y demonizador del disidente”. ¡A la pucha!, en una sociedad sana, horizontal, generosa y democrática como la nuestra, ese peronismo de las cavernas se la pasa poniendo trabas para arruinarle la existencia a los argentinos de bien. Un mal endémico que explicaría por qué el progresismo queda sepultado bajo la vetusta idea del movimiento nacional.
¿Qué cazzo es el progresismo?
A esta altura del discurso político en boga cabe la pregunta… ¿Qué corno es el progresismo? Por cierto: convóquese de una vez por todas a politólogos, sociólogos e intelectuales en general al gran debate argentino. Sí, hay que dilucidar el gran enigma nacional… A la espera de definiciones nos arriesgamos a aventurar algunas inquietudes… ¿Será ir a los recitales de Mercedes Sosa?, ¿o apoyar los casamientos entre personas del mismo sexo?... ¿Tal vez creer que las asambleas barriales son el nuevo motor de la revolución social?
Por lo pronto, Abós arrima algunas aproximaciones: en esta Argentina todavía en bolas (una adolescente a la que le quieren sacar rédito las madamas imperiales, los cafishos del poder económico y hasta tarjeteros de publics relations), “el progresismo es el voto electrónico, las internas partidarias y la eliminación de la lista sábana…”. ¡Hop, hop…, maravilloso!; como decía el casto Portal hace dos décadas. Los buitres deben matarse de risa cuando leen las preocupaciones de Abós en su diario de cabecera.
Al igual que muchísimos intelectuales que hace cuatro décadas se llenaban el alma y el cuerpo de revolución, Abós es otro de los que se puso el uniforme de dermatólogo… Sí, se encarga de proteger la sensible piel del establishment. El kirchnerismo le provocó muchos sarpullidos, y el escriba -como parte de esa troupe de leones domados- sale a buscar una crema para suavizar el ardor liberal. Por eso se pone furioso con la posibilidad de que el gobierno compre diarios y canales de TV, tal como le manifiesta a la periodista que lo entrevista. ¡No sea tonto, Abós…! Deje al Grupo Clarín y a La Nación que saquen la cara por sus negocios. ¿Desde cuando cree que el “periodismo independiente” tiene interés en defender a la gente de a pie?
Claramente devaluado como pensador disidente del relato oficial de los ’60 y ’70, hoy Abós analiza la política bajo la matriz de la democracia colonial. Y recurre a una axiología que lo emparenta con esos carcamanes que corren a la historia con la Constitución modelo 1853 en la mano. Así, afirma que “la resistencia peronista luchaba por la vigencia del sufragio, para recuperar la democracia”. Con lo que busca limitar el verdadero alcance que tuvo aquella gesta. Si cientos de miles de argentinos desafiaban entonces la proscripción y la persecución era para recuperar a Perón y a su política que, de más esta decirlo, representaban algo mucho más concreto que la boleta electoral.
También es exiguo cuando recorta al peronismo sólo como “motor para la justicia social”. Contradictorio, imperfecto e impuro (vayan estas caracterizaciones para cierto ideologismo que pretende buscar virginidad de conceptos donde no cabe), lo que este movimiento se propuso y de hecho consiguió fue crear un nuevo sistema político, en ese entonces inédito en la Argentina y aun en varias partes del planeta. Si bien la búsqueda de la justicia social fue el leit motiv de su aparición en el mundo de la posguerra, la idea peronista abarcó un espacio mucho más trascendental, como fue el de concebir una nueva manera de servir a la humanidad.
El quijote de la marcha
Para Perón, el paso del hombre por la tierra debía darse sobre el desarrollo armónico entre el ser y el tener (ahora es nada más que tener); en el disfrute de algunas cosas materiales e incluso en su posesión, pero no más que las imprescindibles, las que se necesitan para asegurar un mínimo de bienestar.
Esa idea sencilla de repartir la riqueza y los bienes para asegurarle a la persona lo indispensable, Perón la llevó a la práctica. Y por eso su actitud y búsqueda política quedará grabada en la historia argentina como la era del Justicialismo. Es que nada lo indignaba más que el egoísmo. Porque el no compartir lleva a la injusticia. Y la lucha por superarla, a la falta de armonía. Que casi siempre termina en la violencia y el desorden, que es lo mismo que decir: en el no disfrute de esas mismas cosas materiales que se desean para todos.
En un tiempo en que las tres cuartas partes de los hombres y las mujeres del mundo no podían decidir su destino por sí mismos, ya que a los pueblos les daban a “elegir” entre la medicina capitalista imperial y la comunista, él rompió con esas falsas opciones y optó por crear un modelo de Nación que fuera dueña de sus actos. Por eso pensaba que si nuestro país, como proyecto que un pueblo se da para existir en la historia política, no era capaz de tomar sus propias decisiones y de construir por sí solo su futuro y su destino, la vida no valía la pena ser vivida. Y llevó adelante esa idea. No sólo para hacer valer el derecho a la independencia y la soberanía que nos asiste como pueblo, sino además por el chantaje al que se veían sometidos los países para cuadrarse ante dos modelos, dos formas de ver la vida patéticamente materialistas y deshumanizadoras, que llevaron a que el hombre deje de ser eso para pasar a convertirse en un número, una ficha en el ajedrez del tablero político, un robot, es decir: la nada.
Abós, que supo beber de esa fuente, ahora apaga su sed con algún trago más sofá. Los desafíos de hoy “son terminar con la pobreza (estamos de acuerdo), modernizar el Estado-dinosaurio (¡¡¡este es el discurso de los 90, con Neustadt y Alsogaray de voceros!!!) y hacer de la cultura y la educación instrumentos de convivencia” (?). De modo que poner en caja a los que producen la pobreza no es importante. Y tampoco poner la cultura y la educación (o sea: la formación de nuestras clases dirigentes, la elaboración de un pensamiento propio y no importado) al servicio de un proyecto que le permita a la Argentina ser libre para ser justa con sus 40 millones de hijos.
Como teorizador del “paleoperonismo” no falta en su examen clínico la referencia a los temibles barones del conurbano. Simpática figura esta de los barones. El mediopelo argentino ya la ha incorporado a su diccionario ilustrado como sinónimo de mafia, puteríos, droga y negociados. No hay barones en la Capital Federal. Tampoco en aquellos distritos bonaerenses donde mandan los duques de la transparencia y el progresismo, como el políticamente correcto Martín Sabbatella. Es que para ser barón se requiere de una condición natural: haber nacido en el peronismo.
Tampoco hay barones en el gran empresariado ni en la oligarquía periodística. Y menos que menos en las embajadas o en las logias que operan en contra de la Argentina. Hasta en eso el kirchnerismo no practica el progresismo. En lugar de juntarse con los sectores de avanzada del modernismo, como hicieron Alfonsín, Menem y la “Alianza para el Progreso” de De la Rúa y Chacho Alvarez, el matrimonio elige de socios para la aventura populista a los impresentables barones del PJ y a los burócratas de la CGT.
Para Abós, el otro problema que afronta el país es que “hay demasiadas voces que casi nadie escucha”. Y debe ser así nomás. Sobre todo si se repara que (entre los que “tienen la palabra”, los que proponen “otro tema”, los que invitan “desde el llano” a escuchar “a dos voces” y a practicar “el juego limpio”, los que tienen “código político” y, en fin, “palabras más, palabras menos…”) la gente, al fin y al cabo, termina escuchando los apocalípticos timbres de voz de siempre: los de Carrió, los de Macri, los de Stolbizer, los de Chiche Duhalde, los de De Narváez, los de Solá, los de Morales, los de Binner… ¿No será, entonces, que el hombre común no quiere oír esas voces porque ninguna lo motiva a creer que realmente quieren hacer algo por él y por el país?
El Abós del siglo XXI, con su denuedo para alcanzar una “democracia plena” (es decir: no kirchnerista), parece un barco viejo y vencido que arroja por la borda, como pesado lastre, la carga nacional que supo llevar hace algunas décadas. En ese sentido, Abós se “alvarizó”; sus ideas se parecen cada vez más a las del otro Alvaro famoso. Y así acaba por pensar como el prócer liberal: la democracia es votar y... esperar, que Dios proveerá. Eso sí que es política representativa y transparente, alternancia en el juego democrático, seguridad jurídica y “Estado serio y responsable”, como sostiene en La Nación.
Nadie asegura, porque la lucha será indudablemente cruel y mucha, que la Argentina algún día deje de estar “conta-minada”: de ideas antinacionales y de las trampas cazabobos que el establishment sembró en el terreno en el que nos movemos. Cuando se pueda empezar a superar ese tramo tal vez llegue el momento de crear otro reglamento que permita la participación de todos los jugadores, no la de los pocos de siempre. Hablamos de otra democracia. Más real, de carne y hueso... Que a Abós y a su clientela puede no gustarles porque es -como había dicho un mes antes de las elecciones de 2007- “conyugal”. Pero que en una de ésas tal vez tenga más encarnadura en la gente si es que se plantea prohijar verdaderos valores de justicia social. Porque la única verdad es que las democracias que supimos parir desde 1983 fueron terriblemente guachas.
reportaje a abós: acá
sábado, 21 de febrero de 2009
jueves, 19 de febrero de 2009
el doble comando de monner sans
BUENOS AIRES, feb 19 (DyN) - Ramiro Monner Sans, uno de los hijos del abogado Ricardo Monner Sans, fue designado "director de investigaciones judiciales" del Ministerio Público de la Ciudad de Buenos Aires, confirmaron hoy a DyN fuentes judiciales.
Monner Sans (h), también abogado, asumió el lunes pasado al frente de ese organismo, definido como una "oficina técnica de apoyo a los fiscales" de la justicia de la Capital Federal. P-3532
DYN 11:57 02-19-09
El abogado Ricardo Monner Sans promovió hoy una investigación judicial sobre la presunta negativa de estamentos oficiales a concederle un avión al vicepresidente Julio Cobos para visitar la ciudad salteña de Tartagal, afectada por un fenómeno climático.
La denuncia, que recayó en el juzgado federal número ocho, a cargo del juez Marcelo Martínez de Giorgi, con intervención del fiscal Oscar Amirante, recuerda que en el momento en que ocurrieron los hechos en Tartagal, la presidenta Cristina Fernández estaba de viaje en España, por lo que Cobos estaba a cargo del Poder Ejecutivo.
"Cobos, en ejercicio de la Presidencia, no puede viajar a Tartagal con motivo del desastre ocurrido, porque las instancias pertinentes -habrá que ver cuáles fueron las materiales y cuáles las ideológicas- le demoran la posibilidad de la imprescindible inmediatez del titular del Poder Ejecutivo Nacional. No ponen a su disposición en tiempo propio un avión presidencial", señala la denuncia.
El escrito alude a publicaciones periodísticas en las que constaría que la presidenta, desde España, habría dado "órdenes respecto de quiénes sí debían viajar. Ella, por cierto, no estaba en condiciones constitucionales de dar órdenes por la recta delegación efectuada al partir".
También menciona la posibilidad de que se hubieran cometido los delitos de "resistencia o desobediencia a un funcionario público en el ejercicio legítimo de sus funciones" y "violación de deberes de funcionario público".
Monner Sans pidió que sean citados a prestar declaración testimonial el titular de la Unidad Vicepresidente, el Jefe de la Casa Militar y el secretario general de la Presidencia de la Nación, Oscar Parrilli.
Fuente: DyN
para comunicarse con el paladín de la justicia:4813-1432
Monner Sans (h), también abogado, asumió el lunes pasado al frente de ese organismo, definido como una "oficina técnica de apoyo a los fiscales" de la justicia de la Capital Federal. P-3532
DYN 11:57 02-19-09
El abogado Ricardo Monner Sans promovió hoy una investigación judicial sobre la presunta negativa de estamentos oficiales a concederle un avión al vicepresidente Julio Cobos para visitar la ciudad salteña de Tartagal, afectada por un fenómeno climático.
La denuncia, que recayó en el juzgado federal número ocho, a cargo del juez Marcelo Martínez de Giorgi, con intervención del fiscal Oscar Amirante, recuerda que en el momento en que ocurrieron los hechos en Tartagal, la presidenta Cristina Fernández estaba de viaje en España, por lo que Cobos estaba a cargo del Poder Ejecutivo.
"Cobos, en ejercicio de la Presidencia, no puede viajar a Tartagal con motivo del desastre ocurrido, porque las instancias pertinentes -habrá que ver cuáles fueron las materiales y cuáles las ideológicas- le demoran la posibilidad de la imprescindible inmediatez del titular del Poder Ejecutivo Nacional. No ponen a su disposición en tiempo propio un avión presidencial", señala la denuncia.
El escrito alude a publicaciones periodísticas en las que constaría que la presidenta, desde España, habría dado "órdenes respecto de quiénes sí debían viajar. Ella, por cierto, no estaba en condiciones constitucionales de dar órdenes por la recta delegación efectuada al partir".
También menciona la posibilidad de que se hubieran cometido los delitos de "resistencia o desobediencia a un funcionario público en el ejercicio legítimo de sus funciones" y "violación de deberes de funcionario público".
Monner Sans pidió que sean citados a prestar declaración testimonial el titular de la Unidad Vicepresidente, el Jefe de la Casa Militar y el secretario general de la Presidencia de la Nación, Oscar Parrilli.
Fuente: DyN
para comunicarse con el paladín de la justicia:4813-1432
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soretes
martes, 17 de febrero de 2009
morales solá, o el arte de la hipocresía vintage
decíamos ayer................
(respuesta de HLE, publicada en el semanario Brecha, Montevideo, y en la sección Cartas de Lectores de la revista Veintitrés, 20 de diciembre de 2002)
Resulta asombroso corroborar en estos días el temor que ha infundido en los grandes medios de comunicación el arresto de la señora de Noble. La ausencia de artículos u opiniones que reflejen el estupor que causa la presunción de que la propietaria del grupo Clarín habría adoptado a dos niños desaparecidos, salvo raras excepciones, es simplemente formidable.
Motivo de escándalo ha sido el suceso de la detención, y no, como debiera ocurrir en un periodismo independiente y objetivo, el hecho de que la distinguida señora, premiada en el extranjero por su defensa de los derechos humanos, hacedora de espectáculos benéficos como Un sol para los chicos, aparezca sospechada de haber cometido tamaño delito. ¿Qué está ocurriendo? ¿Temen, algunos periodistas, perder el empleo?
Con todo, ha sido Joaquín Morales Solá, columnista de La Nación, y fiel escriba del diario Clarín en tiempos de la dictadura, quien ha elevado la hipocresía al grado de arte en un artículo que, bajo el título “Una madre que siempre habló de adopción”, publicó el diario La Nación en su edición del pasado jueves 19 de diciembre.
Tras subrayar las lágrimas que brotaban de los ojos de la señora de Noble cuando, en el invierno de 1976, relató a los empleados de Clarín la adopción de sus hijos Marcela y Felipe, y el injusto dolor que hoy está padeciendo, escribe Morales Solá: “El contexto de 1976 no era el de hoy. Aun las personas que luego formarían la trágica saga de desaparecidos, en aquel año no eran consideradas como tales por ningún argentino que no estuviera en el corazón del poder militar”.
Pues bien, ¿dónde, sino en periódicos como La Nación y Clarín, podía uno hallar las arterias más espesas y palpitantes del corazón del poder militar? Quizá convenga traer a la memoria un hecho que, al parecer, Morales Solá ha olvidado, y que yo he referido en mi primer libro, El enigma del general (Editorial Sudamericana, diciembre de 1991, págs. 191, 192). Cuento allí el pantagruélico asado que, en marzo de 1976, compartieron Leo Gleizer, Renée Salas, Marcos Taire y Morales Solá, entre otros periodistas, con el general genocida Antonio Domingo Bussi. El almuerzo se llevó a cabo en los salones del Regimiento de Infantería 19, en San Miguel de Tucumán, a contados metros de un Centro Clandestino de Detención. Al cabo del ágape, el general obsequió a cada uno de los periodistas presentes un pergamino en el que agradecía “su colaboración en la lucha contra la subversión”. Relato en mi libro: “Sin ocultar el contento, Morales Solá tomó el suyo y acto continuo buscó el abrazo del general. Gleizer y Salas lo imitaron”.
A mediados de 1992, recibí un llamado telefónico de Morales Solá. Estaba dolido, angustiado. Me dijo: “Mirá, eso que contás en el libro fue así, pero se trató de un pecado de juventud. Si hay una redición, ¿no podrías suprimir ese párrafo?”. Además, y de manera casi policíaca, esgrimió argumentos de toda naturaleza para que le revelara mis fuentes.
Añade Morales Solá en su artículo del jueves último: “El caso de los niños desaparecidos tardó más de una década en aparecer como un conflicto de proporciones. Incluso, en el juicio a las juntas militares, en 1985, la Cámara que juzgó a los primeros comandantes de la dictadura no encontró pruebas ni argumentos para resolver sobre esa cuestión”. Todo mueve a pensar que el columnista ha transcurrido largos años apresado en una burbuja. La asociación Abuelas de Plaza de Mayo nació el 22 de octubre de 1977, en tanto Morales Solá andaba inmerso en la escritura de sesudos artículos acerca de las internas del poder militar. Mal no le vendría a Morales Solá pasar la vista por las penosas páginas del Diario del Juicio; allí podrá hallar más de un relato sobre el robo de niños, sobre los atroces partos en los Centros Clandestinos de Detención.
Continúa el columnista de La Nación: “Se creía entonces -y se creyó durante mucho tiempo- que el secuestro de bebes era un fenómeno aislado, aunque la historia posterior encontró las huellas de un plan sistemático. Pero todo eso era ignorado por todos en 1976”. ¿Ignorado por todos, o, querrá decir Morales Solá, acallado, silenciado por el medio en que trabajaba? Al emplear el término todos, ¿no pretenderá el bueno de Morales Solá sumergirse en la marea de ese brumoso anonimato que comporta el todos, y así sentirse a salvo de las responsabilidades que, como periodista destacado de Clarín, le correspondían en la búsqueda y la posterior divulgación de la verdad?
Yo no era periodista, pero no ignoraba lo que estaba sucediendo. Tampoco lo ignoraban mi madre, mis hermanos, mis amigos. Tampoco lo ignoraban los medios extranjeros, claro, esos diarios y revistas que, al decir de los dictadores, y del propio Morales Solá, no hacían otra cosa que llevar adelante una “campaña antiargentina”.
Dice luego: “El universo tiene muchos matices: ¿por qué dar por supuesto que todos los niños adoptados en 1976 eran hijos de personas desaparecidas? ¿Por qué no creer en la palabra de una madre que relató siempre las características normales de una adopción?”.
Movidas por la necesidad de corroborar que sus hijos no formaban parte del tenebroso e insondable grupo de niños secuestrados o nacidos en cautiverio, buena parte de las madres que adoptaron hijos en los años de la dictadura acudieron a Abuelas de Plaza de Mayo con el propósito de dilucidar el origen de sus hijos.
No resulta sencillo creer de antemano en la palabra de una madre que, ante el juez, apenas se declara inocente y se niega a ahondar en el relato preciso de las adopciones. Pues, si nada tuviese que ocultar, ¿por qué no someterse a una indagatoria abierta y franca y de tal modo acabar de cuajo con sospechas que sólo estropean su presunta intachable trayectoria? Según Estela Carlotto, la señora de Noble nunca jamás reputó digno recibirla para conversar con seriedad sobre el asunto.
Seguidamente, Morales Solá lanza un lamento: “Campañas públicas recientes en revistas y en panfletos callejeros (de las que LA NACIÓN ha sido víctima, insistentemente, en los últimos tiempos) señalan que la sistemática destrucción de las instituciones argentinas podría incluir ahora también el objetivo de herir a la prensa independiente, una de las últimas instituciones que quedan en pie”. Veamos. ¿A qué prensa independiente se refiere Morales Solá? ¿A la que ejercen La Nación y Clarín? Al día siguiente de la detención de la señora de Noble, La Nación y Clarín, en la bajada del título que daba cuenta del arresto, juzgaron sensato recurrir a una explicación vaga y equívoca: todo se debía “a la presunta utilización de documentos falsos en un expediente civil”. El País, de Madrid, en cambio, tituló: “Argentina: detenida la propietaria del grupo Clarín por la presunta adopción de hijos de desaparecidos”.
Por lo demás, sería aconsejable que Morales Solá hiciera a un lado, de una buena vez, su inveterada ambigüedad y tornara públicos los nombres de las personas u organizaciones que, asegura él, están empeñados en una campaña de “destrucción de las instituciones que quedan en pié”. También, por qué no, interesante sería saber qué instituciones, a su juicio, continúan en pié.
De qué prensa independiente puede hablar Clarín cuando años atrás Héctor Magnetto y Eduardo Duhalde tenían el hábito de acordar tapas y uno que otro artículo, movidos por intereses políticos.
Una de las bases del periodismo independiente consiste en aceptar y publicar artículos que en ocasiones ninguna relación guardan con la línea editorial de un periódico. El periodismo independiente presupone debate de ideas, de posturas, de pareces. Por ejemplo, ¿sería capaz La Nación de publicar estas líneas?
Finaliza Morales Solá: “La calumnia sistemática y la desinformación deliberada contra LA NACION y la vejación inadmisible a la señora de Noble han roto fronteras, han destruido límites sutiles de las formas democráticas, que serán tan difíciles como imprescindibles de reconstruir”.
En fin, si algo ha contribuido a destruir los límites sutiles de las formas democráticas, ese algo ha sido la complicidad de medios como La Nación y Clarín con la dictadura, y, posteriormente, ya en democracia, sus alegres romances con el poder político de turno.
Respuesta de Joaquín Morales Solá, publicada en Veintitrés una semana más tarde.
Señor director,
Una semana antes de que se publicara en su revista una carta con datos absolutamente falsos sobre mi persona, le envíe al autor de esas líneas, el periodista Hernán López Echagüe, un mensaje por e-mail desmintiendo categóricamente, y por segunda vez en diez años, lo que allí se afirma. La carta que se publicó en su revista circuló previamente por internet y la distribuyeron quienes están interesados en destruir la honra y el prestigio de los periodistas que ejercemos la profesión con claros principios éticos. Lamento que López Echagüe se haya prestado, voluntaria o involuntariamente, a esa maniobra.
Le ruego que publique el mensaje que le envíe a López Echagüe con fecha 20 de diciembre de 2002.
Atentamente,
Joaquín Morales Solá
----- Original Message -----
From: Joaquín Morales Solá
To: Hernán López Echagüe
Sent: Friday, December 20, 2002 9:42 PM
Subject: nota
Hernán,
Me llegó tu artículo sobre mi nota y sobre mi persona. Desde ya, no tengo nada que objetar sobre las disidencias en materia de posiciones. Tu visión y la mía no coinciden; sucede simplemente eso.
Pero lo que no puedo aceptar es el dato deliberadamente falso. Cuando se publicó tu libro sobre Bussi, te llamé no para hablar de pecados de juventud, sino para desmentir categóricamente que yo haya estado en un asado con Bussi en Tucumán. Te dije más aún: en 1976 yo estaba en Buenos Aires y no en Tucumán. Y nunca hablé con Bussi, bajo ninguna circunstancia, cuando estaba en Tucumán. Te pedí que hicieras esa aclaración en la segunda edición, no que sacaras el párrafo. Me extraña que tu memoria sea tan sesgada para el recuerdo de los hechos.
Te pedí el nombre de la fuente porque ambos, vos y yo, coincidimos en que debió haber un problema personal en el medio. Me distes (sic) el nombre del Negro Taire y su teléfono. Le dejé tres mensajes en un contestador y nunca me contestó ninguno.
Me extraña que ahora reflotes ese suceso que nunca existió y que a mi desmentido lo conviertas en una confirmación, sin siquiera chequear lo que recordabas de la conversación.
Te repito: no estoy objetando tu punto de vista sobre mi artículo. Es tu opinión y tenés el derecho a difundirla. Lo que no podemos hacer es deformar los hechos y atribuir actitudes que no existieron.
Joaquín Morales Solá
Respuesta de HLE, publicada en Veintitrés el 10 de enero de 2003.
Señor Director:
He leído con suma atención la respuesta de Joaquín Morales Solá a mi nota-carta que Veintitrés publicó el jueves 26 de diciembre, en la cual refiero, entre otros hechos, la conferencia de prensa que en marzo de 1976 organizó el general genocida Antonio Domingo Bussi, en San Miguel de Tucumán, y a la que, más allá de Morales Solá, asistieron los periodistas Marcos Taire, Renée Salas y Leo Gleizer. Bussi, en esa oportunidad, entregó a Morales Solá un pergamino en el que agradecía “su colaboración en la lucha contra la subversión”.
La respuesta de Morales Solá, por su vaguedad, mueve al asombro. Cita el periodista de La Nación el mail que, efectivamente, me envió el 20 de diciembre, un mensaje escueto donde, entre otras cosas, dice: “Lo que no puedo aceptar es el dato deliberadamente falso. Cuando se publicó tu libro sobre Bussi, te llamé no para hablar de pecados de juventud, sino para desmentir categóricamente que yo haya estado en un asado con Bussi en Tucumán. Te dije más aún: en 1976 yo estaba en Buenos Aires y no en Tucumán. Y nunca hablé con Bussi, bajo ninguna circunstancia, cuando estaba en Tucumán. Te pedí que hicieras esa aclaración en la segunda edición, no que sacaras el párrafo. Me extraña que tu memoria sea tan sesgada para el recuerdo de los hechos”.
Sesgada, frágil y antojadiza parece la memoria de Morales Solá. Primero, en su llamado telefónico, repito, habló de “pecados de juventud” y me pidió que, en caso de una redición, suprimiera de mi libro el párrafo en que narro el encuentro con Bussi; recuerdo, incluso, haber comentado el episodio a los directores de Editorial Sudamericana. Segundo, el pasado jueves 2 de enero, durante un almuerzo con otros periodistas, Marcos Taire volvió a ratificar la presencia de Morales Solá en dicha conferencia de prensa. Tercero, el propio Morales Solá, en una nota publicada en el diario El País, de Madrid, el 24 de marzo de 2001, escribió: “En la triste y absorta madrugada del 24 de marzo de 1976 me tocó cubrir como periodista el ungimiento del prepotente general Antonio Domingo Bussi como gobernador de Tucumán ...”. Presumo que si cubrió el ungimiento de Bussi no tuvo más remedio que verlo, compartir con él un espacio físico en común, y muy probablemente, pues para eso lo habían enviado, formularle alguna pregunta. No conozco casos de periodistas que realicen coberturas desde una azotea, o metidos en una escafandra. Por lo demás, en tanto el infortunado Morales Solá cubría la asunción de Bussi, decenas de periodistas que habían comprendido que resultaba imposible ejercer su oficio bajo un régimen que tenía como principio amordazar la libertad, eran perseguidos, secuestrados, torturados, asesinados. No recuerdo ningún artículo de Morales Solá denunciando tamaña barbarie.
En su carta a Veintitrés, dice Morales Solá: “La carta que se publicó en su revista circuló previamente por internet y la distribuyeron quienes están interesados en destruir la honra y el prestigio de los periodistas que ejercemos la profesión con claros principios éticos. Lamento que López Echagüe se haya prestado, voluntaria o involuntariamente, a esa maniobra”.
Un párrafo, en fin, que exhala estrambótica paranoia. En principio, no se trata de una carta, sino de un artículo que tardíamente publicó el semanario Brecha, de Montevideo. Luego, ¿a qué maniobra se refiere Morales Solá? ¿No cabe en su cráneo la posibilidad de que alguien, ajeno por completo a intereses políticos o económicos, desprovisto del sostén que siempre otorga la pertenencia a un medio de comunicación, redacte un artículo teniendo por todo apoyo sus ideas, informaciones y convicciones? ¿Cada una de las palabras que formula una persona responde, invariablemente, a una campaña, a una maniobra? Apostaba un poco más a su capacidad de discernimiento. La existencia de una maniobra o campaña presupone la existencia de alguien que la dirija, que la haya elucubrado. A mí no me dirige nadie; cada uno de los libros y artículos que he escrito a lo largo de me vida responde a una serie de convicciones, ideales y principios humanos y éticos que nunca jamás hice a un lado, conducta, en suma, que me ha llevado a perder el empleo en más de una oportunidad. Conducta, digamos, que a Morales Solá, habituado a trabajar alegremente ora bajo una dictadura, ora en un sistema democrático, debe de resultarle extravagante. Tuve la buena fortuna de comenzar a dar mis primeros pasos en el periodismo de la mano de Tomás Eloy Martínez, escritor y periodista que respeto y admiro. Solía decirme él: “Lo que escribo es lo que soy, y si no soy fiel a mí mismo no puedo ser fiel a quienes me lean”. Mis lectores, pues, saben muy bien quién soy.
Hagamos a un lado, por un momento, el término prestigio, pues en este país, sabemos, el prestigio de buena parte de los periodistas prestigiosos se ha construido a partir no ya del talento y del compromiso con la verdad, sino merced al sutil encadenamiento de influencias, provechosos silencios y, a menudo, relaciones inconfesables. No se puede ser periodista ocho, diez horas al día, y, luego, contertulio del poder.
¿De qué periodismo independiente puede hablar Morales Solá, hombre que, en los inicios de los ochenta, solía tener como informante a Guillermo Cherasny, entonces oficial de Inteligencia de la Marina? Si acaso no lo recuerda, sus encuentros en el Florida Garden, Paraguay y Florida, eran habituales. ¿Con qué autoridad puede hablar sobre ética periodística un hombre que ofició de escriba de los militares genocidas en los diarios La Gaceta y Clarín, periódicos que, cabe recordar, recibieron de brazos abiertos a Bussi, Videla, Agosti, Massera y sus feroces grupos de tareas?
Si ejercer el oficio de columnista político durante la dictadura, sometiéndose sin rodeo alguno a censuras, engañando, ocultando información, ya comporta una conducta digna de reproche, más llamativo resulta que el crecimiento de Morales Solá como periodista hubiera ocurrido, precisamente, al amparo de los dictadores.
En fin, el melancólico propósito de Morales Solá de presentarse hoy como paradigma del periodismo independiente y albacea de los principios éticos, suena a insulto, a burda ocurrencia. Equivale, por ejemplo, a considerar a Carlos Menem como el hacedor de un país digno, justo y soberano.
La cuestión, estimado Morales Solá, es muy sencilla. El que quiere honra, ha escrito García Lorca, que se porte bien. Y el ocultamiento de la verdad, la sumisión a los dictados de militares genocidas y las amables tertulias con políticos corruptos, en particular cuando de periodismo y periodistas estamos hablando, no son, creo, los caminos más adecuados para alcanzar la honradez. El prestigio, hoy, es más fácil ganarlo. Basta hacer a un lado la independencia periodística y convertirse en fiel empleado de un medio de comunicación afecto al vaivén, al romance con el poder de turno, o, como ocurrió en las semanas previas al golpe de marzo de 1976, al más desfachatado de los golpismos. Por último, la honradez y la ética no se enuncian, se practican. La honradez es una virtud que solamente adquiere vuelo e identidad con el correr del tiempo, y nunca jamás a partir de su mera enunciación. El hombre que desde el llano solemnemente se declara honrado, incurre en un atrevimiento, pues su honradez no puede ni debe ser declarada, sí, en cambio, advertida, admirada y celebrada, pero no por él sino por el otro, por el vecino, y, en el caso que nos compete, por los lectores. Todo es cuestión de tiempo. Morales Solá necesitó un buen puñado de años para caer en la cuenta de que la madrugada del 24 de marzo de 1976 fue triste; lapso similar precisó para cobrar coraje y anteponer el amable adjetivo prepotente al infausto apellido Bussi. Los periodistas, me atrevo a colegir, no somos historiadores; debemos llamar a las cosas por su nombre, no años después, sino en el momento en que los acontecimientos ocurren. Si un régimen nos lo prohíbe, o si nos asalta el miedo, entonces más sensato, y, por sobre todas las cosas, más digno y plausible, es procurar fortuna en otro oficio.
No me anima el propósito de entablar una polémica exclusiva y personal con Morales Solá. Todo lo contrario. Sería en extremo útil e interesante que este diálogo epistolar cobrara la forma de debate abierto y franco acerca del papel que ha tenido el periodismo, los periodistas, en los últimos 25 años. Sus relaciones con el poder, sea este dictatorial o democrático; sus responsabilidades, sus omisiones; los principios éticos, la independencia, la libertad de expresión y la libertad de empresa; los monopolios, etc.etc. Mucho se ha discutido sobre las responsabilidades de la Iglesia, de las Fuerzas Armadas, de la dirigencia política y sindical en el lamentable estado de cosas que padece el país. Y el periodismo, ¿qué? Morales Solá ha puesto el dedo en la llaga.
Atentamente,
Hernán López Echagüe
Respuesta de Marcos Taire a Morales Solá, publicada, también, en la edición del 10 de enero de 2003 en Veintitrés.
A quien le interese:
El 22 de marzo de 1976 asistí a una siniestra conferencia de prensa convocada por el Comando de la Quinta Brigada de Infantería, en el Regimiento 19, en San Miguel de Tucumán. Lo hice en mi calidad de redactor del diario Noticias, de esa ciudad. En esa oportunidad, el general Bussi presentó a una supuesta guerrillera capturada y arrepentida, que respondió a preguntas previamente confeccionadas por oficiales de inteligencia y acción psicológica, encabezados por el teniente coronel Zimerman. La nota tuvo amplia difusión, ya que asistieron periodistas de Buenos Aires, que fueron llevados en un vuelo charter. Entre los que estaba Renée Salas, quien en un reportaje posterior, tuvo un altercado con Bussi. Morales Solá estuvo en su condición de redactor de La Gaceta de Tucumán y corresponsal de Clarín en mi provincia.
Es verdad lo que dice López Echagüe con respecto a que luego los militares ofrecieron un almuerzo y entregaron un pergamino a cada uno de los periodistas presentes. Tan presente tengo ese episodio, que recuerdo haber comentado con Morales Solá un jueguito que hacía Zimerman con un llavero que sacaba e introducía en el bolsillo que, a la altura de la rodilla, tiene el uniforme de combate del Ejército. Las llaves estaban contenidas por una enorme esvástica. Zimerman fue después jefe de Policía de Tucumán.
Lo de los abrazos a Bussi por parte de algunos de los periodistas, se lo habrá contado otra fuente a López Echagüe. Yo no vi eso. Quiero decir también que Morales Solá miente cuando dice en su carta que dejó grabados tres mensajes que no contesté.
Nunca usé el servicio de contestador telefónico automático. Recién en estos días, a raíz de una mudanza, acabo de activarlo.
Probablemente le falle la memoria también cuando para desmentir a López Echagüe dice que en 1976 estaba en Buenos Aires y no en Tucumán. Cualquiera que consulte La Gaceta del 23 de abril de ese año podrá ver que una nota de tapa, con su firma, saluda la designación del general Bussi como gobernador porque “el general conoce el ámbito local y no ignora las necesidades y las urgencias de la provincia', y tras reseñar 'el pensamiento” del genocida, termina diciendo que “tales palabras y posiciones reflejan sin duda la perspectiva de un clima indispensable para aplicar una acción política eficaz”. Hacía más de un año que los tucumanos eran secuestrados, torturados y asesinados en los campos de concentración, primero por Acdel Vilas y después por Bussi. Y los crímenes cometidos al amparo del Operativo Independencia los conocíamos todos los tucumanos. El que diga lo contrario miente o se hace el zonzo.
Respecto de la “eficacia” de Bussi, corre por cuenta de Morales Solá, y mejor ni hablar.
Otro sí: sólo me gusta y acepto que me digan Negro los amigos que quiero y me quieren (Horacio Finoli, Ariel Delgado, Oscar Serrat, Mario Monteverde, Stella Calloni, Norberto Villar y muchos otros) porque sé que los otros, como Morales Solá, lo dicen por prejuicio y discriminación.
Marcos Taire
(respuesta de HLE, publicada en el semanario Brecha, Montevideo, y en la sección Cartas de Lectores de la revista Veintitrés, 20 de diciembre de 2002)
Resulta asombroso corroborar en estos días el temor que ha infundido en los grandes medios de comunicación el arresto de la señora de Noble. La ausencia de artículos u opiniones que reflejen el estupor que causa la presunción de que la propietaria del grupo Clarín habría adoptado a dos niños desaparecidos, salvo raras excepciones, es simplemente formidable.
Motivo de escándalo ha sido el suceso de la detención, y no, como debiera ocurrir en un periodismo independiente y objetivo, el hecho de que la distinguida señora, premiada en el extranjero por su defensa de los derechos humanos, hacedora de espectáculos benéficos como Un sol para los chicos, aparezca sospechada de haber cometido tamaño delito. ¿Qué está ocurriendo? ¿Temen, algunos periodistas, perder el empleo?
Con todo, ha sido Joaquín Morales Solá, columnista de La Nación, y fiel escriba del diario Clarín en tiempos de la dictadura, quien ha elevado la hipocresía al grado de arte en un artículo que, bajo el título “Una madre que siempre habló de adopción”, publicó el diario La Nación en su edición del pasado jueves 19 de diciembre.
Tras subrayar las lágrimas que brotaban de los ojos de la señora de Noble cuando, en el invierno de 1976, relató a los empleados de Clarín la adopción de sus hijos Marcela y Felipe, y el injusto dolor que hoy está padeciendo, escribe Morales Solá: “El contexto de 1976 no era el de hoy. Aun las personas que luego formarían la trágica saga de desaparecidos, en aquel año no eran consideradas como tales por ningún argentino que no estuviera en el corazón del poder militar”.
Pues bien, ¿dónde, sino en periódicos como La Nación y Clarín, podía uno hallar las arterias más espesas y palpitantes del corazón del poder militar? Quizá convenga traer a la memoria un hecho que, al parecer, Morales Solá ha olvidado, y que yo he referido en mi primer libro, El enigma del general (Editorial Sudamericana, diciembre de 1991, págs. 191, 192). Cuento allí el pantagruélico asado que, en marzo de 1976, compartieron Leo Gleizer, Renée Salas, Marcos Taire y Morales Solá, entre otros periodistas, con el general genocida Antonio Domingo Bussi. El almuerzo se llevó a cabo en los salones del Regimiento de Infantería 19, en San Miguel de Tucumán, a contados metros de un Centro Clandestino de Detención. Al cabo del ágape, el general obsequió a cada uno de los periodistas presentes un pergamino en el que agradecía “su colaboración en la lucha contra la subversión”. Relato en mi libro: “Sin ocultar el contento, Morales Solá tomó el suyo y acto continuo buscó el abrazo del general. Gleizer y Salas lo imitaron”.
A mediados de 1992, recibí un llamado telefónico de Morales Solá. Estaba dolido, angustiado. Me dijo: “Mirá, eso que contás en el libro fue así, pero se trató de un pecado de juventud. Si hay una redición, ¿no podrías suprimir ese párrafo?”. Además, y de manera casi policíaca, esgrimió argumentos de toda naturaleza para que le revelara mis fuentes.
Añade Morales Solá en su artículo del jueves último: “El caso de los niños desaparecidos tardó más de una década en aparecer como un conflicto de proporciones. Incluso, en el juicio a las juntas militares, en 1985, la Cámara que juzgó a los primeros comandantes de la dictadura no encontró pruebas ni argumentos para resolver sobre esa cuestión”. Todo mueve a pensar que el columnista ha transcurrido largos años apresado en una burbuja. La asociación Abuelas de Plaza de Mayo nació el 22 de octubre de 1977, en tanto Morales Solá andaba inmerso en la escritura de sesudos artículos acerca de las internas del poder militar. Mal no le vendría a Morales Solá pasar la vista por las penosas páginas del Diario del Juicio; allí podrá hallar más de un relato sobre el robo de niños, sobre los atroces partos en los Centros Clandestinos de Detención.
Continúa el columnista de La Nación: “Se creía entonces -y se creyó durante mucho tiempo- que el secuestro de bebes era un fenómeno aislado, aunque la historia posterior encontró las huellas de un plan sistemático. Pero todo eso era ignorado por todos en 1976”. ¿Ignorado por todos, o, querrá decir Morales Solá, acallado, silenciado por el medio en que trabajaba? Al emplear el término todos, ¿no pretenderá el bueno de Morales Solá sumergirse en la marea de ese brumoso anonimato que comporta el todos, y así sentirse a salvo de las responsabilidades que, como periodista destacado de Clarín, le correspondían en la búsqueda y la posterior divulgación de la verdad?
Yo no era periodista, pero no ignoraba lo que estaba sucediendo. Tampoco lo ignoraban mi madre, mis hermanos, mis amigos. Tampoco lo ignoraban los medios extranjeros, claro, esos diarios y revistas que, al decir de los dictadores, y del propio Morales Solá, no hacían otra cosa que llevar adelante una “campaña antiargentina”.
Dice luego: “El universo tiene muchos matices: ¿por qué dar por supuesto que todos los niños adoptados en 1976 eran hijos de personas desaparecidas? ¿Por qué no creer en la palabra de una madre que relató siempre las características normales de una adopción?”.
Movidas por la necesidad de corroborar que sus hijos no formaban parte del tenebroso e insondable grupo de niños secuestrados o nacidos en cautiverio, buena parte de las madres que adoptaron hijos en los años de la dictadura acudieron a Abuelas de Plaza de Mayo con el propósito de dilucidar el origen de sus hijos.
No resulta sencillo creer de antemano en la palabra de una madre que, ante el juez, apenas se declara inocente y se niega a ahondar en el relato preciso de las adopciones. Pues, si nada tuviese que ocultar, ¿por qué no someterse a una indagatoria abierta y franca y de tal modo acabar de cuajo con sospechas que sólo estropean su presunta intachable trayectoria? Según Estela Carlotto, la señora de Noble nunca jamás reputó digno recibirla para conversar con seriedad sobre el asunto.
Seguidamente, Morales Solá lanza un lamento: “Campañas públicas recientes en revistas y en panfletos callejeros (de las que LA NACIÓN ha sido víctima, insistentemente, en los últimos tiempos) señalan que la sistemática destrucción de las instituciones argentinas podría incluir ahora también el objetivo de herir a la prensa independiente, una de las últimas instituciones que quedan en pie”. Veamos. ¿A qué prensa independiente se refiere Morales Solá? ¿A la que ejercen La Nación y Clarín? Al día siguiente de la detención de la señora de Noble, La Nación y Clarín, en la bajada del título que daba cuenta del arresto, juzgaron sensato recurrir a una explicación vaga y equívoca: todo se debía “a la presunta utilización de documentos falsos en un expediente civil”. El País, de Madrid, en cambio, tituló: “Argentina: detenida la propietaria del grupo Clarín por la presunta adopción de hijos de desaparecidos”.
Por lo demás, sería aconsejable que Morales Solá hiciera a un lado, de una buena vez, su inveterada ambigüedad y tornara públicos los nombres de las personas u organizaciones que, asegura él, están empeñados en una campaña de “destrucción de las instituciones que quedan en pié”. También, por qué no, interesante sería saber qué instituciones, a su juicio, continúan en pié.
De qué prensa independiente puede hablar Clarín cuando años atrás Héctor Magnetto y Eduardo Duhalde tenían el hábito de acordar tapas y uno que otro artículo, movidos por intereses políticos.
Una de las bases del periodismo independiente consiste en aceptar y publicar artículos que en ocasiones ninguna relación guardan con la línea editorial de un periódico. El periodismo independiente presupone debate de ideas, de posturas, de pareces. Por ejemplo, ¿sería capaz La Nación de publicar estas líneas?
Finaliza Morales Solá: “La calumnia sistemática y la desinformación deliberada contra LA NACION y la vejación inadmisible a la señora de Noble han roto fronteras, han destruido límites sutiles de las formas democráticas, que serán tan difíciles como imprescindibles de reconstruir”.
En fin, si algo ha contribuido a destruir los límites sutiles de las formas democráticas, ese algo ha sido la complicidad de medios como La Nación y Clarín con la dictadura, y, posteriormente, ya en democracia, sus alegres romances con el poder político de turno.
Respuesta de Joaquín Morales Solá, publicada en Veintitrés una semana más tarde.
Señor director,
Una semana antes de que se publicara en su revista una carta con datos absolutamente falsos sobre mi persona, le envíe al autor de esas líneas, el periodista Hernán López Echagüe, un mensaje por e-mail desmintiendo categóricamente, y por segunda vez en diez años, lo que allí se afirma. La carta que se publicó en su revista circuló previamente por internet y la distribuyeron quienes están interesados en destruir la honra y el prestigio de los periodistas que ejercemos la profesión con claros principios éticos. Lamento que López Echagüe se haya prestado, voluntaria o involuntariamente, a esa maniobra.
Le ruego que publique el mensaje que le envíe a López Echagüe con fecha 20 de diciembre de 2002.
Atentamente,
Joaquín Morales Solá
----- Original Message -----
From: Joaquín Morales Solá
To: Hernán López Echagüe
Sent: Friday, December 20, 2002 9:42 PM
Subject: nota
Hernán,
Me llegó tu artículo sobre mi nota y sobre mi persona. Desde ya, no tengo nada que objetar sobre las disidencias en materia de posiciones. Tu visión y la mía no coinciden; sucede simplemente eso.
Pero lo que no puedo aceptar es el dato deliberadamente falso. Cuando se publicó tu libro sobre Bussi, te llamé no para hablar de pecados de juventud, sino para desmentir categóricamente que yo haya estado en un asado con Bussi en Tucumán. Te dije más aún: en 1976 yo estaba en Buenos Aires y no en Tucumán. Y nunca hablé con Bussi, bajo ninguna circunstancia, cuando estaba en Tucumán. Te pedí que hicieras esa aclaración en la segunda edición, no que sacaras el párrafo. Me extraña que tu memoria sea tan sesgada para el recuerdo de los hechos.
Te pedí el nombre de la fuente porque ambos, vos y yo, coincidimos en que debió haber un problema personal en el medio. Me distes (sic) el nombre del Negro Taire y su teléfono. Le dejé tres mensajes en un contestador y nunca me contestó ninguno.
Me extraña que ahora reflotes ese suceso que nunca existió y que a mi desmentido lo conviertas en una confirmación, sin siquiera chequear lo que recordabas de la conversación.
Te repito: no estoy objetando tu punto de vista sobre mi artículo. Es tu opinión y tenés el derecho a difundirla. Lo que no podemos hacer es deformar los hechos y atribuir actitudes que no existieron.
Joaquín Morales Solá
Respuesta de HLE, publicada en Veintitrés el 10 de enero de 2003.
Señor Director:
He leído con suma atención la respuesta de Joaquín Morales Solá a mi nota-carta que Veintitrés publicó el jueves 26 de diciembre, en la cual refiero, entre otros hechos, la conferencia de prensa que en marzo de 1976 organizó el general genocida Antonio Domingo Bussi, en San Miguel de Tucumán, y a la que, más allá de Morales Solá, asistieron los periodistas Marcos Taire, Renée Salas y Leo Gleizer. Bussi, en esa oportunidad, entregó a Morales Solá un pergamino en el que agradecía “su colaboración en la lucha contra la subversión”.
La respuesta de Morales Solá, por su vaguedad, mueve al asombro. Cita el periodista de La Nación el mail que, efectivamente, me envió el 20 de diciembre, un mensaje escueto donde, entre otras cosas, dice: “Lo que no puedo aceptar es el dato deliberadamente falso. Cuando se publicó tu libro sobre Bussi, te llamé no para hablar de pecados de juventud, sino para desmentir categóricamente que yo haya estado en un asado con Bussi en Tucumán. Te dije más aún: en 1976 yo estaba en Buenos Aires y no en Tucumán. Y nunca hablé con Bussi, bajo ninguna circunstancia, cuando estaba en Tucumán. Te pedí que hicieras esa aclaración en la segunda edición, no que sacaras el párrafo. Me extraña que tu memoria sea tan sesgada para el recuerdo de los hechos”.
Sesgada, frágil y antojadiza parece la memoria de Morales Solá. Primero, en su llamado telefónico, repito, habló de “pecados de juventud” y me pidió que, en caso de una redición, suprimiera de mi libro el párrafo en que narro el encuentro con Bussi; recuerdo, incluso, haber comentado el episodio a los directores de Editorial Sudamericana. Segundo, el pasado jueves 2 de enero, durante un almuerzo con otros periodistas, Marcos Taire volvió a ratificar la presencia de Morales Solá en dicha conferencia de prensa. Tercero, el propio Morales Solá, en una nota publicada en el diario El País, de Madrid, el 24 de marzo de 2001, escribió: “En la triste y absorta madrugada del 24 de marzo de 1976 me tocó cubrir como periodista el ungimiento del prepotente general Antonio Domingo Bussi como gobernador de Tucumán ...”. Presumo que si cubrió el ungimiento de Bussi no tuvo más remedio que verlo, compartir con él un espacio físico en común, y muy probablemente, pues para eso lo habían enviado, formularle alguna pregunta. No conozco casos de periodistas que realicen coberturas desde una azotea, o metidos en una escafandra. Por lo demás, en tanto el infortunado Morales Solá cubría la asunción de Bussi, decenas de periodistas que habían comprendido que resultaba imposible ejercer su oficio bajo un régimen que tenía como principio amordazar la libertad, eran perseguidos, secuestrados, torturados, asesinados. No recuerdo ningún artículo de Morales Solá denunciando tamaña barbarie.
En su carta a Veintitrés, dice Morales Solá: “La carta que se publicó en su revista circuló previamente por internet y la distribuyeron quienes están interesados en destruir la honra y el prestigio de los periodistas que ejercemos la profesión con claros principios éticos. Lamento que López Echagüe se haya prestado, voluntaria o involuntariamente, a esa maniobra”.
Un párrafo, en fin, que exhala estrambótica paranoia. En principio, no se trata de una carta, sino de un artículo que tardíamente publicó el semanario Brecha, de Montevideo. Luego, ¿a qué maniobra se refiere Morales Solá? ¿No cabe en su cráneo la posibilidad de que alguien, ajeno por completo a intereses políticos o económicos, desprovisto del sostén que siempre otorga la pertenencia a un medio de comunicación, redacte un artículo teniendo por todo apoyo sus ideas, informaciones y convicciones? ¿Cada una de las palabras que formula una persona responde, invariablemente, a una campaña, a una maniobra? Apostaba un poco más a su capacidad de discernimiento. La existencia de una maniobra o campaña presupone la existencia de alguien que la dirija, que la haya elucubrado. A mí no me dirige nadie; cada uno de los libros y artículos que he escrito a lo largo de me vida responde a una serie de convicciones, ideales y principios humanos y éticos que nunca jamás hice a un lado, conducta, en suma, que me ha llevado a perder el empleo en más de una oportunidad. Conducta, digamos, que a Morales Solá, habituado a trabajar alegremente ora bajo una dictadura, ora en un sistema democrático, debe de resultarle extravagante. Tuve la buena fortuna de comenzar a dar mis primeros pasos en el periodismo de la mano de Tomás Eloy Martínez, escritor y periodista que respeto y admiro. Solía decirme él: “Lo que escribo es lo que soy, y si no soy fiel a mí mismo no puedo ser fiel a quienes me lean”. Mis lectores, pues, saben muy bien quién soy.
Hagamos a un lado, por un momento, el término prestigio, pues en este país, sabemos, el prestigio de buena parte de los periodistas prestigiosos se ha construido a partir no ya del talento y del compromiso con la verdad, sino merced al sutil encadenamiento de influencias, provechosos silencios y, a menudo, relaciones inconfesables. No se puede ser periodista ocho, diez horas al día, y, luego, contertulio del poder.
¿De qué periodismo independiente puede hablar Morales Solá, hombre que, en los inicios de los ochenta, solía tener como informante a Guillermo Cherasny, entonces oficial de Inteligencia de la Marina? Si acaso no lo recuerda, sus encuentros en el Florida Garden, Paraguay y Florida, eran habituales. ¿Con qué autoridad puede hablar sobre ética periodística un hombre que ofició de escriba de los militares genocidas en los diarios La Gaceta y Clarín, periódicos que, cabe recordar, recibieron de brazos abiertos a Bussi, Videla, Agosti, Massera y sus feroces grupos de tareas?
Si ejercer el oficio de columnista político durante la dictadura, sometiéndose sin rodeo alguno a censuras, engañando, ocultando información, ya comporta una conducta digna de reproche, más llamativo resulta que el crecimiento de Morales Solá como periodista hubiera ocurrido, precisamente, al amparo de los dictadores.
En fin, el melancólico propósito de Morales Solá de presentarse hoy como paradigma del periodismo independiente y albacea de los principios éticos, suena a insulto, a burda ocurrencia. Equivale, por ejemplo, a considerar a Carlos Menem como el hacedor de un país digno, justo y soberano.
La cuestión, estimado Morales Solá, es muy sencilla. El que quiere honra, ha escrito García Lorca, que se porte bien. Y el ocultamiento de la verdad, la sumisión a los dictados de militares genocidas y las amables tertulias con políticos corruptos, en particular cuando de periodismo y periodistas estamos hablando, no son, creo, los caminos más adecuados para alcanzar la honradez. El prestigio, hoy, es más fácil ganarlo. Basta hacer a un lado la independencia periodística y convertirse en fiel empleado de un medio de comunicación afecto al vaivén, al romance con el poder de turno, o, como ocurrió en las semanas previas al golpe de marzo de 1976, al más desfachatado de los golpismos. Por último, la honradez y la ética no se enuncian, se practican. La honradez es una virtud que solamente adquiere vuelo e identidad con el correr del tiempo, y nunca jamás a partir de su mera enunciación. El hombre que desde el llano solemnemente se declara honrado, incurre en un atrevimiento, pues su honradez no puede ni debe ser declarada, sí, en cambio, advertida, admirada y celebrada, pero no por él sino por el otro, por el vecino, y, en el caso que nos compete, por los lectores. Todo es cuestión de tiempo. Morales Solá necesitó un buen puñado de años para caer en la cuenta de que la madrugada del 24 de marzo de 1976 fue triste; lapso similar precisó para cobrar coraje y anteponer el amable adjetivo prepotente al infausto apellido Bussi. Los periodistas, me atrevo a colegir, no somos historiadores; debemos llamar a las cosas por su nombre, no años después, sino en el momento en que los acontecimientos ocurren. Si un régimen nos lo prohíbe, o si nos asalta el miedo, entonces más sensato, y, por sobre todas las cosas, más digno y plausible, es procurar fortuna en otro oficio.
No me anima el propósito de entablar una polémica exclusiva y personal con Morales Solá. Todo lo contrario. Sería en extremo útil e interesante que este diálogo epistolar cobrara la forma de debate abierto y franco acerca del papel que ha tenido el periodismo, los periodistas, en los últimos 25 años. Sus relaciones con el poder, sea este dictatorial o democrático; sus responsabilidades, sus omisiones; los principios éticos, la independencia, la libertad de expresión y la libertad de empresa; los monopolios, etc.etc. Mucho se ha discutido sobre las responsabilidades de la Iglesia, de las Fuerzas Armadas, de la dirigencia política y sindical en el lamentable estado de cosas que padece el país. Y el periodismo, ¿qué? Morales Solá ha puesto el dedo en la llaga.
Atentamente,
Hernán López Echagüe
Respuesta de Marcos Taire a Morales Solá, publicada, también, en la edición del 10 de enero de 2003 en Veintitrés.
A quien le interese:
El 22 de marzo de 1976 asistí a una siniestra conferencia de prensa convocada por el Comando de la Quinta Brigada de Infantería, en el Regimiento 19, en San Miguel de Tucumán. Lo hice en mi calidad de redactor del diario Noticias, de esa ciudad. En esa oportunidad, el general Bussi presentó a una supuesta guerrillera capturada y arrepentida, que respondió a preguntas previamente confeccionadas por oficiales de inteligencia y acción psicológica, encabezados por el teniente coronel Zimerman. La nota tuvo amplia difusión, ya que asistieron periodistas de Buenos Aires, que fueron llevados en un vuelo charter. Entre los que estaba Renée Salas, quien en un reportaje posterior, tuvo un altercado con Bussi. Morales Solá estuvo en su condición de redactor de La Gaceta de Tucumán y corresponsal de Clarín en mi provincia.
Es verdad lo que dice López Echagüe con respecto a que luego los militares ofrecieron un almuerzo y entregaron un pergamino a cada uno de los periodistas presentes. Tan presente tengo ese episodio, que recuerdo haber comentado con Morales Solá un jueguito que hacía Zimerman con un llavero que sacaba e introducía en el bolsillo que, a la altura de la rodilla, tiene el uniforme de combate del Ejército. Las llaves estaban contenidas por una enorme esvástica. Zimerman fue después jefe de Policía de Tucumán.
Lo de los abrazos a Bussi por parte de algunos de los periodistas, se lo habrá contado otra fuente a López Echagüe. Yo no vi eso. Quiero decir también que Morales Solá miente cuando dice en su carta que dejó grabados tres mensajes que no contesté.
Nunca usé el servicio de contestador telefónico automático. Recién en estos días, a raíz de una mudanza, acabo de activarlo.
Probablemente le falle la memoria también cuando para desmentir a López Echagüe dice que en 1976 estaba en Buenos Aires y no en Tucumán. Cualquiera que consulte La Gaceta del 23 de abril de ese año podrá ver que una nota de tapa, con su firma, saluda la designación del general Bussi como gobernador porque “el general conoce el ámbito local y no ignora las necesidades y las urgencias de la provincia', y tras reseñar 'el pensamiento” del genocida, termina diciendo que “tales palabras y posiciones reflejan sin duda la perspectiva de un clima indispensable para aplicar una acción política eficaz”. Hacía más de un año que los tucumanos eran secuestrados, torturados y asesinados en los campos de concentración, primero por Acdel Vilas y después por Bussi. Y los crímenes cometidos al amparo del Operativo Independencia los conocíamos todos los tucumanos. El que diga lo contrario miente o se hace el zonzo.
Respecto de la “eficacia” de Bussi, corre por cuenta de Morales Solá, y mejor ni hablar.
Otro sí: sólo me gusta y acepto que me digan Negro los amigos que quiero y me quieren (Horacio Finoli, Ariel Delgado, Oscar Serrat, Mario Monteverde, Stella Calloni, Norberto Villar y muchos otros) porque sé que los otros, como Morales Solá, lo dicen por prejuicio y discriminación.
Marcos Taire
lunes, 16 de febrero de 2009
dos señoras gordas hablan del país,por Claudio Díaz
“¡Lo que le hicieron a Nelson Castro es gravísimo. No lo puedo tolerar…! Quiero que hablemos de este tema porque no es posible que vuelvan a ocurrir estas cosas”.
Por Claudio Díaz
Una Norma Aleandro indignadísima, casi al borde de la histeria, llama por teléfono a Magdalena Ruiz Guiñazú para expresarle su angustia por la situación del conductor radial que se ganó el afecto de un sector de la tilinguería informada con su particular estilo: el de una vecina de barrio que en la cola del almacén se queja de que todo lo que pasa a su alrededor (el aumento del tomate, la escasez de monedas, la sequía) es culpa del gobierno.
Ese contacto de la actriz, narrado por la propia Magdalena, derivará en una charla entre ambas en la casona que aquella tiene en Belgrano. Y saldrá publicada en la edición de Perfil del 8 de febrero. Es una conversación deliciosa, llena de complacencias y guiños afectuosos (como corresponde a dos buenas amigas), que nosotros sólo nos animaremos a interrumpir cuando consideremos que se impone meter un bocadillo.
“Todo esto me parece muy grave –explica Norma- porque tenemos una experiencia de vida que nos lleva a reaccionar. Me refiero a los que estamos por la República y la democracia (…). Lo de Nelson Castro colmó mi resistencia. Por eso te llamé: porque quería enterarme bien de cómo habían ocurrido las cosas. Yo no conozco a Nelson Castro. Es una persona a quien respeto, como respeto a otros periodistas que no son partidistas sino que tratan de mostrarnos la realidad”.
Como Magdalena permanece callada, uno aprovecha para meterse en el medio de la charla y preguntarse (aunque no vaya a obtener respuesta) cuándo estas dos mujeres estuvieron por la democracia. La actriz se fue a España hacia 1975 tras denunciar que había sido amenazada por la Triple A. Volvió a la Argentina a mediados de 1976 y trabajó en cine y teatro sin que nadie la persiguiera. La periodista, en tanto, hizo de sus giras mundiales con el programa Videoshow su gran aporte al conocimiento de lo que pasaba en nuestro país en aquellos años. Y en 1980 participó junto a otras colegas de la recordada entrevista al ministro del Interior, Albano Harguindeguy, a quien protegió con un candor de virgen.
Gracias a los archivos podemos recordar un pasaje de aquella jornada memorable. Magdalena decía entonces que en los noticieros de la televisión argentina había autocensura y que mucho de lo que salía al aire estaba controlado. ¡Epa! Miren a la Ruiz Guiñazú… ¡Qué “ovarios”, señores…! Aunque no quieran creerlo así denunciaba lo que pasaba: “Le voy a dar un ejemplo, señor Ministro: el año pasado hice una nota especial en el Congreso de Ginecología, donde se debatió la importancia de la píldora. ¡Y no me lo dejaron pasar…!”. Ah, era eso… Bueno, algo es algo. Así y todo, el general se enojó un poco por lo que le dijo la jugadísima periodista. Pero Magdalena lo calmó con esta caricia: “No queremos que usted crea, señor ministro, que estas son acusaciones en contra suyo. Son simplemente comentarios que le hacemos para que sepa qué es lo que a veces se dice y piensa…” (ver Para Ti, 14 de agosto de 1980).
Pero sigamos presenciando el “te-canasta” de estas dos señoras gordas en Belgrano “R”. Continúa hablando Norma… “Te repito: hay muchas cosas que me parecen muy graves. Esta última de Castro es, definitivamente, taparle la boca a alguien que no está de acuerdo con algunas acciones del gobierno. Por eso ayer tomé el teléfono y te llamé, porque sé que me ibas a contar la verdad del asunto. Cuando hablé con vos me intranquilicé todavía más, porque me dí cuenta de que los hechos no eran solamente una sensación mía, personal, porque no había mediado ninguna pelea con los dueños de Radio del Plata sino que, con un contrato todavía vigente, habían dejado afuera a este señor, que es un periodista respetable”.
-Pensé que realmente estabas muy preocupada…
-Por supuesto. Y creo que estas cosas merecen que todos nos preocupemos.
El foco de la charla sigue haciendo centro en asuntos que las dos amigas no dudan en vincular a actos de censura y persecución del gobierno contra los adalides del periodismo independiente. Lástima que en ningún momento, ni la actriz ni la conductora radial traen a colación la denuncia del periodista Chavo Fucks, de la misma Radio del Plata, quien no tuvo problemas en contar que Nelson Castro se hace víctima de una supuesta censura cuando en realidad lo que buscó es que le aumentaran de forma desmedida el ya de por sí desmedido sueldo que percibió durante 2008. ¿Quieren saber de cuánto hablamos? Hasta diciembre pasado, Castro cobraba 110 mil pesos por mes. A partir de enero de este año pretendía 225 mil…
Dice Aleandro: “Nunca hemos tenido en estos años de democracia cosas tan graves. Tergiversar y manipular la realidad… Considerar enemigo al que no piensa como uno…”. Se ve que no recuerda la persecución del Grupo Clarín a Liliana López Foresi, echada sin miramientos y hasta amenazada por no callarse la boca cuando en los ’90, desde el noticiero nocturno de Canal 13, trataba de desentrañar la traición del menemismo. Y eso por no hablar de las otras tergiversaciones y manipulaciones que los medios privados producen a diario.
Mientras tanto, Magdalena, que para demonizar a los gobiernos peronistas es una santa, contribuye a ensombrecer esta atmósfera de “listas negras” del kirchnerismo al apoyar las palabras de aquella con un… “Vos, particularmente, has vivido en carne propia lo que significan la censura y el exilio”. Con lo que ya podemos imaginar el próximo escenario de nuestra prensa independiente. Nelson Castro, que sufre tanto la censura que tiene su programa semanal de TN y escribe para Perfil, podría viajar todas las mañanas hasta Montevideo (o a Colonia, que es más pintoresca) para realizar su programa de radio, y así tener un espacio desde el cual denunciar lo que no le dejan de este lado del Plata. Sí, una suerte de medio exilio en Uruguay, igualito que en la época de Rosas o de Perón, cuando nuestras clases ilustradas eran perseguidas por los tiranos depuestos.
Continúa la conversación. “A mí me parece que lo que está pasando, como distorsionar la verdad o prohibir a gente en su trabajo por desacuerdos políticos, son cosas gravísimas, pero que también preanuncian algo peor. Entonces creo que hay que estar alertas, hacer lo que se pueda para revertir la situación o, al menos, para que nos escuchen. No nos podemos quedar quietos en casa sin hacer nada”.
-Es como para preguntarnos: Norma, ¿qué nos pasa a los argentinos que cíclicamente caemos en la tentación autoritaria?
El llamado de la actriz a cerrar filas contra el “demonio” que nos gobierna, como asimismo el respaldo de la anfitriona a lo que sin duda es una descabellada visión sobre la realidad argentina, suenan preocupantes. ¿De qué están hablando estas mujeres? ¿Es que acaso estamos en presencia de una dictadura?
Para colmo, ya casi en el final del encuentro, ambas se quejan de que a los argentinos les falta “cultura democrática”. Norma Aleandro repite esos trillados conceptos de manual de escuela primaria. Se lamenta de que “¡nos escamotearon a Sarmiento! Yo iba al Normal Nº 9. Cantábamos el Himno a Sarmiento al llegar y a la salida, pero de Sarmiento, de sus libros y de sus ideas en las que explicaba cómo podría evolucionar el país, poco y nada. Nos quitaron cosas que podrían habernos dado una educación democrática”.
Avísenle que el fondo de época de los prohombres de nuestro liberal-cipayismo era el que marcó a fuego el gran maestro con su lengua hecha látigo y su pluma de plomo. Verdadero apologista del terror que escribió cosas como aquella de:
“Costumbres de este género (se refería a la forma de vida de los gauchos y su manera de interpretar el país) requieren de medios vigorosos de represión, y para reprimir desalmados se necesitan jueces más desalmados aún (...).
Y eso por no recordar esta otra muestra de civilización y democracia. “¿Lograremos exterminar a los indios? Por lo salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar (...). Esa canalla no es más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se les debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado” (En El Progreso del 19 de mayo de 1857).
El te ya está frío. Y la conversación, que todavía tiene algunos pasajes más, ya no se aguanta. Es suficiente. Así hablan dos señoras gordas de la ilustrada y reputada Buenos Aires. No, claro que no tienen el grueso perfil de una Carrió o de una Stolbizer. Pero en el fondo, Aleandro y Ruiz Guiñazú son como ellas. Dos señoras gordas de billetes, de filosofía liberal, de vanidad racial, de ignorancia.
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Por Claudio Díaz
Una Norma Aleandro indignadísima, casi al borde de la histeria, llama por teléfono a Magdalena Ruiz Guiñazú para expresarle su angustia por la situación del conductor radial que se ganó el afecto de un sector de la tilinguería informada con su particular estilo: el de una vecina de barrio que en la cola del almacén se queja de que todo lo que pasa a su alrededor (el aumento del tomate, la escasez de monedas, la sequía) es culpa del gobierno.
Ese contacto de la actriz, narrado por la propia Magdalena, derivará en una charla entre ambas en la casona que aquella tiene en Belgrano. Y saldrá publicada en la edición de Perfil del 8 de febrero. Es una conversación deliciosa, llena de complacencias y guiños afectuosos (como corresponde a dos buenas amigas), que nosotros sólo nos animaremos a interrumpir cuando consideremos que se impone meter un bocadillo.
“Todo esto me parece muy grave –explica Norma- porque tenemos una experiencia de vida que nos lleva a reaccionar. Me refiero a los que estamos por la República y la democracia (…). Lo de Nelson Castro colmó mi resistencia. Por eso te llamé: porque quería enterarme bien de cómo habían ocurrido las cosas. Yo no conozco a Nelson Castro. Es una persona a quien respeto, como respeto a otros periodistas que no son partidistas sino que tratan de mostrarnos la realidad”.
Como Magdalena permanece callada, uno aprovecha para meterse en el medio de la charla y preguntarse (aunque no vaya a obtener respuesta) cuándo estas dos mujeres estuvieron por la democracia. La actriz se fue a España hacia 1975 tras denunciar que había sido amenazada por la Triple A. Volvió a la Argentina a mediados de 1976 y trabajó en cine y teatro sin que nadie la persiguiera. La periodista, en tanto, hizo de sus giras mundiales con el programa Videoshow su gran aporte al conocimiento de lo que pasaba en nuestro país en aquellos años. Y en 1980 participó junto a otras colegas de la recordada entrevista al ministro del Interior, Albano Harguindeguy, a quien protegió con un candor de virgen.
Gracias a los archivos podemos recordar un pasaje de aquella jornada memorable. Magdalena decía entonces que en los noticieros de la televisión argentina había autocensura y que mucho de lo que salía al aire estaba controlado. ¡Epa! Miren a la Ruiz Guiñazú… ¡Qué “ovarios”, señores…! Aunque no quieran creerlo así denunciaba lo que pasaba: “Le voy a dar un ejemplo, señor Ministro: el año pasado hice una nota especial en el Congreso de Ginecología, donde se debatió la importancia de la píldora. ¡Y no me lo dejaron pasar…!”. Ah, era eso… Bueno, algo es algo. Así y todo, el general se enojó un poco por lo que le dijo la jugadísima periodista. Pero Magdalena lo calmó con esta caricia: “No queremos que usted crea, señor ministro, que estas son acusaciones en contra suyo. Son simplemente comentarios que le hacemos para que sepa qué es lo que a veces se dice y piensa…” (ver Para Ti, 14 de agosto de 1980).
Pero sigamos presenciando el “te-canasta” de estas dos señoras gordas en Belgrano “R”. Continúa hablando Norma… “Te repito: hay muchas cosas que me parecen muy graves. Esta última de Castro es, definitivamente, taparle la boca a alguien que no está de acuerdo con algunas acciones del gobierno. Por eso ayer tomé el teléfono y te llamé, porque sé que me ibas a contar la verdad del asunto. Cuando hablé con vos me intranquilicé todavía más, porque me dí cuenta de que los hechos no eran solamente una sensación mía, personal, porque no había mediado ninguna pelea con los dueños de Radio del Plata sino que, con un contrato todavía vigente, habían dejado afuera a este señor, que es un periodista respetable”.
-Pensé que realmente estabas muy preocupada…
-Por supuesto. Y creo que estas cosas merecen que todos nos preocupemos.
El foco de la charla sigue haciendo centro en asuntos que las dos amigas no dudan en vincular a actos de censura y persecución del gobierno contra los adalides del periodismo independiente. Lástima que en ningún momento, ni la actriz ni la conductora radial traen a colación la denuncia del periodista Chavo Fucks, de la misma Radio del Plata, quien no tuvo problemas en contar que Nelson Castro se hace víctima de una supuesta censura cuando en realidad lo que buscó es que le aumentaran de forma desmedida el ya de por sí desmedido sueldo que percibió durante 2008. ¿Quieren saber de cuánto hablamos? Hasta diciembre pasado, Castro cobraba 110 mil pesos por mes. A partir de enero de este año pretendía 225 mil…
Dice Aleandro: “Nunca hemos tenido en estos años de democracia cosas tan graves. Tergiversar y manipular la realidad… Considerar enemigo al que no piensa como uno…”. Se ve que no recuerda la persecución del Grupo Clarín a Liliana López Foresi, echada sin miramientos y hasta amenazada por no callarse la boca cuando en los ’90, desde el noticiero nocturno de Canal 13, trataba de desentrañar la traición del menemismo. Y eso por no hablar de las otras tergiversaciones y manipulaciones que los medios privados producen a diario.
Mientras tanto, Magdalena, que para demonizar a los gobiernos peronistas es una santa, contribuye a ensombrecer esta atmósfera de “listas negras” del kirchnerismo al apoyar las palabras de aquella con un… “Vos, particularmente, has vivido en carne propia lo que significan la censura y el exilio”. Con lo que ya podemos imaginar el próximo escenario de nuestra prensa independiente. Nelson Castro, que sufre tanto la censura que tiene su programa semanal de TN y escribe para Perfil, podría viajar todas las mañanas hasta Montevideo (o a Colonia, que es más pintoresca) para realizar su programa de radio, y así tener un espacio desde el cual denunciar lo que no le dejan de este lado del Plata. Sí, una suerte de medio exilio en Uruguay, igualito que en la época de Rosas o de Perón, cuando nuestras clases ilustradas eran perseguidas por los tiranos depuestos.
Continúa la conversación. “A mí me parece que lo que está pasando, como distorsionar la verdad o prohibir a gente en su trabajo por desacuerdos políticos, son cosas gravísimas, pero que también preanuncian algo peor. Entonces creo que hay que estar alertas, hacer lo que se pueda para revertir la situación o, al menos, para que nos escuchen. No nos podemos quedar quietos en casa sin hacer nada”.
-Es como para preguntarnos: Norma, ¿qué nos pasa a los argentinos que cíclicamente caemos en la tentación autoritaria?
El llamado de la actriz a cerrar filas contra el “demonio” que nos gobierna, como asimismo el respaldo de la anfitriona a lo que sin duda es una descabellada visión sobre la realidad argentina, suenan preocupantes. ¿De qué están hablando estas mujeres? ¿Es que acaso estamos en presencia de una dictadura?
Para colmo, ya casi en el final del encuentro, ambas se quejan de que a los argentinos les falta “cultura democrática”. Norma Aleandro repite esos trillados conceptos de manual de escuela primaria. Se lamenta de que “¡nos escamotearon a Sarmiento! Yo iba al Normal Nº 9. Cantábamos el Himno a Sarmiento al llegar y a la salida, pero de Sarmiento, de sus libros y de sus ideas en las que explicaba cómo podría evolucionar el país, poco y nada. Nos quitaron cosas que podrían habernos dado una educación democrática”.
Avísenle que el fondo de época de los prohombres de nuestro liberal-cipayismo era el que marcó a fuego el gran maestro con su lengua hecha látigo y su pluma de plomo. Verdadero apologista del terror que escribió cosas como aquella de:
“Costumbres de este género (se refería a la forma de vida de los gauchos y su manera de interpretar el país) requieren de medios vigorosos de represión, y para reprimir desalmados se necesitan jueces más desalmados aún (...).
Y eso por no recordar esta otra muestra de civilización y democracia. “¿Lograremos exterminar a los indios? Por lo salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar (...). Esa canalla no es más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se les debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado” (En El Progreso del 19 de mayo de 1857).
El te ya está frío. Y la conversación, que todavía tiene algunos pasajes más, ya no se aguanta. Es suficiente. Así hablan dos señoras gordas de la ilustrada y reputada Buenos Aires. No, claro que no tienen el grueso perfil de una Carrió o de una Stolbizer. Pero en el fondo, Aleandro y Ruiz Guiñazú son como ellas. Dos señoras gordas de billetes, de filosofía liberal, de vanidad racial, de ignorancia.
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