En algún lao he leído que Sta. Orosia, además de ser la patrona de montañeses y endemoniados, lleva camino de convertirse en la patrona de los beteteros y algo de razón tendrán porque, los descensos por las sendas desde allá arriba son la hostia. Mira que mi familia es de Isún, mira que habré subido y bajao miles de veces pa ese monte, por todos los caminos y en todas las épocas, pero nunca había bajado en bici por el mismo camino que mi abuelo subía y bajaba con las ovejas, con mulas cargadas de centeno y patatas cultivadas a más de 1600 m. de altitud en lo alto de la montaña sagrada. Si levantara la cabeza y me viera... Después de muchos días pensando en hacerlo, ayer fue el día. Dejé el coche en la puerta de casa de Isún y cojo la pista que lleva a San Román. En apenas cinco minutos me planto en este otro pueblo. El día ha salido despejado pero las previsiones no son nada halagüeñas. Flota en el ambiente esa sensación de que, tarde o temprano, lloverá y se joderá el día. De San Román, parte una senda, señalizada como GR que baja hasta el barranco Gabardué y a una zona de antiguos huertos. Hasta allí se puede bajar montado aunque es entretenido y a ratos, difícil. Una vez cruzado el barranco, toca cargarte la bici en la chepa e iniciar una subida, corta pero empinada, que no mola nada. Ayer, además, estaba todo lleno de barro que resbala y se pega por todas partes. Se llega a un gran campo, conocido como A corona, y allí ya te puedes montar otra vez. La bajad
a, corta pero muy maja, discurre por una zona de margas acarcavadas (terreros de salagón para los del país) que te lleva a cruzar el barranco de Sta. Orosia y a la pista por la que vamos a subir. A partir de aquí son 11 km. Las rampas son muy asequibles pero se hace muy largo. A base de paciencia voy subiendo. A ratos se me deja ver el quebrantahuesos. Una de las veces pasa muy cerca, tanto que el perro, que va corriendo delante, se espanta de ver pasar la sombra, tan grande y tan cerca. Al llegar a la vista de las cuevas, la pista ya casi no sube pero, a cambio, está llena de un barro pegajoso que dificulta enormemente el pedalear. De hecho, me he tenido que desmontar más de una vez porque llevaba las ruedas completamente frenadas. Ha sido, con diferencia, lo peor del día. Al final llego a la ermita. Se está nublando por todas partes. Se ven caer mantas de agua hacia Jaca, hacia Canzías y hacia Biescas. Aún así paro a almorzar en la fuente. El perro enseguida se hace amigo de una pareja que había allí. Charramos un rato, me ofrecen vino, le dan medio bocata al perro...me dicen que han subido por Yebra y que van a bajar por Satué. Les explico cómo tienen que volver, de este pueblo, a donde tienen el coche y me piro hacia las antenas. El trozo de pista entre la ermita y las antenas está impracticable. Hay muchísimo barro, muchos charcos y algunas manchas de nieve. Las sort
eo como puedo, metiéndome por la hierba, y observo que muchos coches se han metido también por la hierba para evitar el barro. Luego, estos mismos desgraciaos que ruedan con el puto todoterreno por todas partes, se echarán las manos a la cabeza y echarán la culpa a los ecologistasdelosgüebos de que les cierren las pistas y no les dejen circular por los montes que ellos mismos destrozan, ensucian e incendian. Desde las antenas se baja un rato, muy rápido, por tasca y enseguida se coge la senda que baja directa a Isún.
La bajada es, simplemente, perfecta. El primer tramo es bastante complicado. La senda es estrecha, hay much
os escalones y piedra suelta y a la derecha tienes un abismo que acojona. Eso si, al poco de pasar la fuente O patiello, aquello mejora de forma espectacular y se convierte en una sucesión de cientos de curvas entre bosque que te permiten bajar muy rápido. Tengo que parar un par de veces a que se me descansen los brazos. Los tengo completamente engarrotaos de la tensión. Aprovecho para hacer fotos a las hepáticas. Hay montones florecidas. Lo cierto es que, cuando te quieres dar cuenta, ya estás abajo. Más de 600 m. de desnivel que te los pules en poco más de media hora. Eso sí, media hora acojonante, de lo mejor que he hecho últimamente (deportivamente hablando, claro). Justo cuando entro en el pueblo empiezan a caer las primeras gotas. Me cuesta apenas cinco minutos llegar al coche y meter la bici dentro cuando empieza a llover como si no lo hubiera hecho nunca. Ni queriendo me sale la mañana más redonda.
Hala pues...