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5.5.17

Giacomo Casanova en España

Huyendo de Venecia, Casanova viaja por las cortes de Prusia, Polonia y Rusia, siendo recibido en todas ellas y haciendo buenas relaciones en los más altos niveles, hasta que se establece en París, ciudad de la que desgraciadamente tendrá que salir huyendo también poco después debido a un expulsión dictada por el mismo rey. Es entonces cuando Casanova visita España, con la intención de trasladarse después a Portugal, donde esperaba encontrarse con una de sus amantes. 



En las páginas de sus memorias, Historia de mi vida, realiza un retrato fiel y mesurado del estado en que se encontraba nuestro país en el último tercio del siglo XVIII. Casanova esperaba encontrar un ambiente liberal, pues en aquellos momentos el rey Carlos III y sus ministros ilustrados estaban llevando a cabo numerosos proyectos de modernización del país. Si bien, el veneciano se encuentra una nación inculta, con malas comunicaciones, atenazada por las creencias religiosas, presa de un clericalismo que llevaba siglos controlando la vida pública. No obstante, el juicio del veneciano sobre España es benévolo, tanto en lo que se refiere a sus hombres, como a sus mujeres, y llegó a enamorarse de alguna en los meses que aquí estuvo. Porque ese es el otro punto de interés de Casanova, además de sus viajes, su relación con las muchas mujeres a las que trató y amó. Casanova recoge en sus memorias, Historia de mi vida, referencias a más de ciento veinte mujeres, con las cuales mantuvo relaciones durante un periodo de cuatro décadas, mujeres que o bien fueron amantes ocasionales, grandes amores o simplemente amigas. Son numerosos los pasajes de sus memorias en los que elogia la belleza, la inteligencia o la sensibilidad de sus compañeras, y en muy pocas ocasiones se permite un asomo de odio o animadversión hacia ellas. Casanova era, más que un pornógrafo, un libertino conservador, si es que es posible el término, y su continuo deambular por el mundo le permitió ejercer ese libertinismo sin pagar por ello el precio social o legal que tenían 
en la época tales conductas.

Extracto del libro "Libertinos, pornógrafos e ilustrados" de Ana Morilla y Miguel A. Cáliz 


29.3.17

Pocos escritores han tenido una vida tan prolífica y azarosa como Nicolás Edme Restif de la  Bretonne (Sacy, 1734 - París, 1806), protagonista privilegiado de los momentos finales de la monarquía francesa, activo colaborador tanto de los que la defendían como de los que la atacaban, así como testigo de la Revolución y los terribles acontecimientos posteriores. 



Autor de casi doscientas obras, escribió sobre todo lo que pasó por delante de sus ojos o su imaginación, alternando las novelas con las obras de reflexión. Probablemente se consideraba a sí mismo un reformista, porque buena parte de esa extensa producción está formada por volúmenes que tratan de establecer normas para un mejor desarrollo de las actividades del hombre. Como por ejemplo “Les gynographes”, o “L´andrographe”, en los que establecía como debía ser el comportamiento correcto para hombres y mujeres. También podía asumir la condición de pornógrafo, y de hecho fue él quien recuperó el termino en su famoso texto “Le pornographe” (1769), en el que trató de regular y normalizar la prostitución, que en el París de aquella época era un negocio de proporciones inimaginables. Y gustó también del género utópico, redactando numerosas utopías en las que a veces se adelantaba a su época y a veces disparataba. 
Restif de la Bretonne fue conocido en su día por su conducta licenciosa; deambulaba por el París de los bajos fondos y tenía toda una corte de mantenidas y prostitutas con las que indagaba en los límites de lo erótico. Disfrutó de incontables amantes, así como de una prolija descendencia, (hay quien habla de docenas de hijos) de la que no se ocupó en absoluto. Partidario en principio de los ilustrados, no tuvo reparos en actuar contra ellos cuando le convino, desempeñándose en diversos trabajos con tal de que le proporcionasen alguna compensación económica. Otra de sus obras más famosas fue Noches de París, 1793, en la que realizó una crónica de los acontecimientos revolucionarios con un estilo vibrante y veloz que se asemeja al periodismo. Fue asimismo enemigo acérrimo de Sade, pues consideraba que debía ser el placer y no el dolor, el que dominase la vida erótica. En 1798 publicó su novela, La anti-Justine, como un ataque deliberado a los postulados del Divino Marqués. 

Extracto del libro "Libertinos, pornógrafos e ilustrados" Ediciones Traspiés, 2017


19.3.17

Los libertinos y pornógrafos españoles

Unos pocos ilustrados españoles se permitieron, ya en el último tercio del siglo XVIII escribir obras eróticas. Así Nicolás Fernández de Moratín (Madrid, 1737-1780), Félix María de Samaniego (Laguardia, Álava, 1745-1801), o Tomás de Iriarte (Puerto de la Cruz, Tenerife, 1750- Madrid, 1791), entre otros, expresaron los más íntimos placeres e hicieron apología de los goces prohibidos.
Aunque la mayor parte de sus textos libidinosos circuló de forma manuscrita y secreta, en los salones y en las tertulias, como un divertimento de las clases privilegiadas de las que formaban parte. Las principales creaciones eróticas españolas del setecientos muestran fantasías sexuales, el cuerpo sin decoro ni pudor, anécdotas y situaciones
picantes de hombres (muchos de ellos ancianos, impotentes o cornudos) y mujeres (hembras lúbricas e insatisfechas por lo general), no sin dosis de anticlericalismo (curas y obispos con barraganas y monjas libidinosas), que en general desacralizaban la moral sexual ortodoxa de su época, como venía sucediendo en la literatura francesa
e inglesa, que tan bien se conocía entre los ilustrados. Aunque este estilo español no era algo nuevo, pues ya estaba en la literatura popular grotesca desde la Edad Media y aun más lejos, en el mundo grecorromano. Sirvan como ejemplo unos versos de Félix María
Samaniego:

Esta es la capital de Siempre-meta,
país de afloja y aprieta,
donde de balde goza y se mantiene
todo el que a sus costumbres se conviene.
¡He aquí mi tierra!, dijo el viandante
luego que esto leyó, y en el instante
buscó y halló la puerta
de par en par abierta.
Por ella se coló precipitado
y viose rodeado,
no de salvajes fieros,
sino de muchos jóvenes en cueros,
con los aquellos tiesos y fornidos,
armados de unos chuzos bien lucidos,
los cuales le agarraron
y a su gobernador le presentaron.
Estaba el tal con un semblante adusto,
como ellos, en pelota; era robusto
y en la erección continua que mostraba
a todos los demás sobrepujaba.


6.3.17

Ilustración para "Juliette o las prosperidades del vicio"

Pero la figura que lleva el libertinismo a su grado más alto, el autor que logra una mayor compenetración entre pensamiento, vida y obra, hasta el punto de que su simple nombre ya es sinónimo de perversión, es el marqués de Sade, Donatien Alphonse François (París, 1740 - Charenton, 1814), que pasó buena parte de su existencia en cárceles y prisiones; una vida durante la cual escribió decenas de obras, la mayoría de ellas destruidas o desaparecidas. Y sin embargo, ese puñado de obras que se salvaron de las llamas, unido a su vocación, a su absoluto convencimiento de que lo pregonaba en ellas era un mensaje irrenunciable, lograron que su influencia en la literatura y el pensamiento posterior fuese capital. Aunque de un modo desordenado y en ocasiones contradictorio, Sade defiende una nueva moral, la moral del placer en su máxima expresión podríamos decir, y lo hace sin reservas ni remilgos. El placer, su búsqueda por los medios que estén a nuestro alcance es su norte, y de ahí se deducen las demás normas de comportamiento. Ateo, provocador, descarnado, sincero, arbitrario, inmoral, sus obras y su misma existencia cayeron como una bomba en la sociedad francesa de antes de la Revolución, que pese a haber leído ya numerosas obras libertinas, tardó años en digerir el pensamiento del Divino Marqués.

Fragmento del libro "Libertinos, pornógrafos e ilustrados", de Ana Morilla y Miguel Á. Cáliz