El sabor del chupachups, especialmente el de fresa y nata, me
transporta directamente a un domingo por la tarde de mi niñez. Mi
hermano y yo, contaríamos unos diez y ocho años respectivamente,
nos dirigimos a un cine ubicado en la parte vieja de la ciudad.
Proyectaban la película Lawrence de Arabia. Antes de entrar, gastando
meticulosamente hasta el último céntimo de nuestras dominicales pagas,
habíamos hecho provisión de chucherías, entre las que se encontraban
varios chupachups de diferentes sabores. A mi hermano, amparándose en ser mayor, le encantaba ser el encargado de la intendencia de
las golosinas.
Aquella tarde llegamos muy justos de tiempo y nos
sentamos justo cuando se apagaban las luces. Después de dar cuenta de
sendas bolsas de palomitas, le pedí a mi hermano un chupachups de
fresa y nata, mi sabor preferido. Para mi sorpresa, en un momento en
que encendieron las luces por avería en el proyector, pude comprobar
que aquel chupachups no era de fresa y nata sino de café con leche.
Recuerdo que entre paladeo y paladeo de los dulces chupachups no pude evitar enamorarme de los ojos de Peter O'Toole, que con su mirada intensa llenaban de azul las interminables tierras desérticas.
Recuerdo que entre paladeo y paladeo de los dulces chupachups no pude evitar enamorarme de los ojos de Peter O'Toole, que con su mirada intensa llenaban de azul las interminables tierras desérticas.