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domingo, 11 de octubre de 2009

La casa





Estas paredes
que atesoran las costumbres de la convivencia:
la comida en el fuego,
música en la radio y la tele hablando sola todo el día;
una "pila" en la silla, esperando a ser planchada;
las macetas en el patio
y más ropa en la soga,
y dos perras y tres gatos al sol del mediodía;
tu voz en el teléfono,
mis intentos de poesía,
papeles en desorden,
el mate compartido a tu llegada;
sobre la mesa de luz... el libro de turno,
tu lugar en nuestra cama,
y, después del amor, las sábanas revueltas...

Estas paredes
que junto a nosotros
se hacen el espacio para que crezcan nuestros hijos,
que atesoran los instantes como un álbum:
las bromas y las risas,
un regalo de nieve en Buenos Aires,
momentos con los que queremos y quisimos…
-buenos recuerdos,
y también de los otros ...de lágrimas y adioses-,
estas paredes blancas
-en las que van pasando el tiempo y la memoria-
son los ladrillos que forman nuestra casa.
Pero MI HOGAR, amor,
es el MUNDO.
Estará en cualquier lugar,
siempre CON VOS,
adonde vayas...


-Palabras propias-

Safe Creative #0910124673427

-Imagen: Collage propio


Safe Creative #0910124673434

jueves, 13 de noviembre de 2008

Presagios de la lluvia

(El amor también puede pintarse de amarillo)





"Tú crees en el ron del café, en los presagios,
... yo sólo creo en tus ojos".
(Fragmento -mínimo-del poema "Tú crees en el ron del café, en los presagios" de Paul Verlaine)



(Llovía. En la tarde perfecta, era el momento exacto de los presagios).


Ella se puso sus botas amarillas y salió a bailar bajo la lluvia. Un gato amarillo cruzó asustado por delante de sus pies, y al costado del cordón de la vereda un barco de papel amarillo pasó navegando rumbo a algún mar desconocido.

Y entonces lo vio llegar. Silvaba una canción y sus pasos marcaban el compás chapoteando en cada charco. Del bolsillo de la camisa a cuadros le asomaban dos margaritas amarillas. Se acercó a ella y sonriendo le puso las margaritas en el pelo. Después, la invitó a compartir el vals de lluvia.

Ella lo invitó a quedarse y sirvió café con canela y vainilla para dos. Él apenas lo probó, prefirió sumergirse en el "café humeante" de sus ojos. Le gustó beberlo despacio, saboreándolo hasta la última gota, endulzado con las palabras amarillas que fueron poblando las horas de la tarde.

Desde entonces ella cree en los presagios de la lluvia. Y en los días de sol, se quita la flor que lleva en la cabeza (la otra la deja en el florero de la mesa puesta para dos) y la deshoja lentamente mientras le hace dos preguntas: "¿me quiere?", "¿me ama?". Él, que desde aquella tarde sólo cree en el "café humeante de sus ojos", se acerca a ella sonriendo y saborea despacio hasta la última gota mientras le pone margaritas amarillas en el pelo.




Palabras y dibujo: propios