Ella tiene cientos de lunares, pequeños y grandes, marrones y negros.
A él le encanta besar sus lunares, el que tiene en el tobillo, el que está en su vientre, el que tiene en el brazo y aquél que tiene a un lado de los labios.
Cada noche es el mismo ritual, todos y cada uno de ellos es tocado por su boca.
Cada madrugada, mientras él duerme, ella guarda sus lunares en una pequeña cajita dorada y al amanecer se los vuelve poner, pero siempre en diferente lugar.
Se puede pensar que es una lunática, pero la verdad es que siemplemente no quiere que ningún centímetro de su piel deje de experimentar la dulzura de esos bellos labios que se liberan cada noche entre los lunares de ella.