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Borremos el Racismo del Lenguaje

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viernes, 23 de mayo de 2014

Ya salió Penumbria 19...


He tenido la suerte de colaborar por segunda vez en Penumbria-Revista fantástica para leer en el ocaso.
En esta oportunidad lo hago con mi cuento "De cruces y cuchillos".
Pueden disfrutar de este y otros textos clikeando en la imagen.



http://issuu.com/penumbria/docs/penumbria_____diecinueve#


miércoles, 26 de febrero de 2014

Proyecto Adict@s a la Escritura Febrero 2014: La primera frase


¡Hola a todos!

El proyecto de la comunidad votado para este mes fue La Primera frase. Consiste en tomar como punto de partida la primer frase de un libro para escribir nuestra propia historia. En esta oportunidad copié la del epub que estoy leyendo, una obra de D. H. Lawrence: El amante de Lady Chatterley:


“La nuestra es esencialmente una época trágica, así que nos negamos a tomarla por lo trágico.”

Como muchos ya sabrán, yo no cultivo el género romántico y risueño precisamente. Lo mío es el terror, la ciencia ficción, y lo erótico; aunque es en los dos primeros géneros donde busco perfeccionarme.

Claro que me gustan los retos, por lo que intento escribir de todo, pero si me dan a elegir...

De modo que advierto que no solo me pasé bastante de la extensión, sino que, como sé que hay gente a la que no le gusta el género de terror, en este caso horror sobrenatural, no están obligados a continuar con su lectura.

Igual se agradece la visita. Otra vez será.


Curiosidad Perniciosa

Texto inspirado en La Séptima Narración: La Locura que vino del tiempo (El Necronomicon: La Traducción de Dee- Lin Carter)


Damasco, año 1996 d.C.

La nuestra es esencialmente una época trágica, así que nos negamos a tomarla por lo trágico. Para ello, embotamos nuestros sentidos con drogas que sólo nos consuelan por unos instantes, y nos hacen creer que son el milagro que nos librará de nuestra absurda soledad; o con el consumismo desmedido, que nos lleva a adquirir todas aquellas cosas materiales con que los medios se encargan de atiborrar nuestros ojos.

Yo hace tiempo dejé de buscar ese tipo de satisfacción, y siento una profunda pena por esos pobres incrédulos que pierden el tiempo en llenar sus espacios vacíos, sin saber que ahí afuera hay algo horrendo acechando a cada uno. Yo era como ellos, un negador de todo lo que no podía ver; un iluso que creía ser el centro de muchos centros que existen en el mundo. Pero un día descubrí que no era así.

Un día cambié. Fue el día en que una mala copia de aquél libro llegó hasta mí. Cuando, obnubilado por todas esa maravillas que leía y que pensaba que eran solo una exageración, busqué datos acerca del autor de ese abominable libro. Todos los datos que hallé en internet me decían que se trataba de un personaje ficticio, nacido de la mente del verdadero autor del libro. Sin embargo, esa copia, traducida diez años atrás, corroboraba que el autor era Abdul Alhazred, quien continuaba viviendo en una ciudad de Siria.

Decidido a saber si todo era una broma, me comuniqué primero con la editorial que había impreso esa copia. Allí me dijeron que no sabían nada, que solo mantuvieron correspondencia a través de varias cartas, y que se habían limitado a copiar lo que el autor del libro les había solicitado en sus líneas. Nunca llegaron a tratar con él personalmente. Opté entonces por enviar una carta a la dirección que figuraba en la última hoja del libro, bajo el nombre del supuesto autor de invención; dicho dato estaba en letra muy pequeña, como para que pasara desapercibida al lector descuidado; pero no para mí.

Él demoró en responderme, pensé que nunca lo haría, que era solo una broma de mal gusto por culpa de la que había perdido el tiempo y la morbosa ilusión de encontrar algo nuevo. Incluso llegué a pensar que ya había muerto, o que la correspondencia se había perdido en el largo viaje hacía la tierra lejana donde el hombre vivía. Pero no fue así. Un día me llegó una corta misiva, en un sobre sucio debido a la manipulación a la que estuvo sometido en las distintas aduanas por las que pasó hasta llegar a mí. «Venga, sálveme. Cuidado, si sigue adentrándose en lo innombrable, no miré más allá de los espacios angulados», esas eran sus únicas palabras. Ni una fecha, ni un saludo, ni una nota de despedida. Nada más, aparte de esas enigmáticas palabras.

Alhazred era un hechicero, un hombre que me inspiró miedo desde el primer momento, pero que con su misteriosa forma de proceder me atraía de forma irremediable a la ruina.

En pocos días, movido por mi ambición de explorar en lo desconocido, de indagar sobre lo que no debía, organicé el viaje, provisto de todo lo necesario, sin olvidar la copia que causó todo lo que vendría después. Sin sospechar lo que se avecinaba, llegué a Damasco. Abdul Alhazred me esperaba con una expresión en el rostro que hizo que me arrepintiera de estar allí.

Día 1

Alhazred resultó ser un hombre menudo, de piel muy morena, curtido por el sol, y de barba abundante y gris. Vestía túnica y llevaba un turbante negro en la cabeza. Apenas me dirigió la palabra cuando me presenté, y de inmediato me hizo una seña para que lo siguiera. Por los bártulos y las provisiones que tenía preparadas dentro de la humilde morada, estaba listo para salir de viaje. No tuve tiempo de descansar, de inmediato nos pusimos en camino hacía algún lugar que solo ese hombre conocía.


Día 3

Llevamos tres días cruzando el desierto. Cuando le pregunto a dónde me lleva gesticula con las manos y habla un idioma que no entiendo. Cada vez estoy más convencido de que fue una locura hacer este viaje. De no ser por el mapa que llevo encima, nunca hubiera adivinado que vamos camino al Valle de las Tumbas.


Día 4

Hoy pasamos por una ciudad antigua, enterrada en la arena. Alhazred quiso indagar y me convenció. Logramos encontrar un recoveco por el cual nos colamos y bajamos a unos pasillos subterráneos. El olor allí era pestilente y el aire frío me erizó la piel. El lugar estaba construido enteramente de piedra, la arquitectura revelaba aberturas angostas y de una altura que sobrepasaba a la media de un ser humano normal. Cuando nos introdujimos en una de las cámaras subterráneas, descubrí en el suelo una loza que por sus dimensiones parecía ser una especie de tapa; había una serie de signos y dibujos incomprensibles tallados en la piedra. Estaba estudiándola con curiosidad cuando al hechicero le entró una prisa inexplicable por salir de allí. Me agarró del brazo y me arrastró hacía afuera. Cuando nos habíamos alejado lo suficiente, miré hacía atrás y vi esa misteriosa y extraña ciudad emerger de la arena. Alhazred miraba con temor, diría que con pánico. Sin saber por qué, me estremecí de los pies a la cabeza.


Día 5

Al fin llegamos. El Valle de las Tumbas es un santuario de fosas, excavadas en la misma roca, las que fueron saqueadas hace tiempo. Nos instalamos en una desde la que se puede ver todo el Valle. Mientras yo contemplo el paisaje desolador, Alhazred se ocupa de dejar habitable la nueva morada. El silencio en ese Valle es aterrador, algo que nunca he experimentado. Por momentos, puedo ver que hay tramos donde la luz del sol parece opacarse, como si una nube se colocara delante del astro para impedir que emita su luz; y, sin embargo, cuando miro hacía el cielo, no hay una nube hasta donde llegan mis ojos. En realidad, si enfoco bien la vista, me parece ver una especie de humo negro en esas zonas que se ven más oscuras.

Cuando le comenté al hechicero, y lo vi mirar hacía el Valle, me pareció ver una sombra de terror asomar a sus ojos negros.

Continúo preguntándome qué hago yo aquí, por qué siento que estoy en una época muy anterior a la que pertenezco. Como si hubiera hecho un largo viaje en el tiempo.


Día 6


Está noche, haremos un ritual, Alhazred ha estado todo el día preparando una droga derivada del legendario Loto negro, de misteriosa procedencia. Debo reconocer que escuché muchas veces hablar de esta droga, pero nunca me había atrevido a experimentar con ella; además de que no es fácil conseguirla por ahí. Estoy ansioso, pero al mismo tiempo tengo miedo.

Todavía no tengo claro para qué será la ceremonia.


Día 8


Desperté esta mañana. Estuve un día entero durmiendo. Recuerdo que luego de entrar al círculo de protección que Alhazred dibujó, hice uso de la droga, mientras él me observaba moviendo los labios en una salmodia ininteligible. A partir del momento en que la droga hizo efecto en mí, todos los velos se corrieron. Pude ver el pasado de todas las cosas, las proezas, los personajes; llegué a un punto de mi viaje que ya no pude continuar. La oscuridad y el vacío eran la línea divisoria que no pude cruzar, y a través de la cual vi que miles de ojos fosforescentes me observaban. Presa del terror volví a mi cuerpo y caí vencido por el cansancio.

Supongo que ese viajé duro toda la noche.


Día 10

Horas de la mañana

No logro dormir, tengo terribles pesadillas. Alhazred insiste en que tenga cuidado con las líneas rectas. Me dice que si salgo del refugio, debo caminar en zigzag, como si estuviera evadiendo algo. Se comunica mediante palabras sueltas y señas, ni él entiende mi idioma ni yo el suyo. Tengo miedo, cada vez que el sueño me vence y cierro los ojos los veo; están detrás de mis párpados, al acecho. Estoy ojeroso, también he perdido el apetito. Creo que me estoy volviendo loco. El hechicero me mostró unos pergaminos viejos, me señaló una de las ilustraciones; me horroricé al ver los espectros que veo cuando cierro los ojos.

Lo único que logro entender es la palabra Tindalos, son espectros parecidos a perros; deduzco que querrá decir Perros de Tindalos.


Horas de la noche


¡Dios! Estoy condenado, ellos están detrás de mí. Los vi hoy cuando me acerqué a uno de los ángulos de una tumba vecina. Un humo negro comenzó a surgir de ese punto y, de repente, las fauces descarnadas de un perro parecieron emerger de la pared. Me aparté de inmediato y, al no poder alcanzarme, se sumergió de nuevo en el cemento.... Ahora entiendo el por qué de las modificaciones que Alhzared hizo dentro del lugar donde moraríamos, el primer día que llegamos...

No quiero dormir, tengo miedo de que vengan mientras duermo, o que me atrapen en mis sueños; donde se cuelan con mucha facilidad... Quiero volver a casa...

Dios, ayúdame...


****

Alhazred observa al extranjero correr enloquecido por el Valle de las Tumbas. Una risa gutural le sale del pecho cuando ve al iluso dirigirse en línea recta, al tiempo que varios focos de humo negro van tras él; y crecen, hasta convertirse en espectros de humo con forma de perros; cuyas fauces y garras le dan alcance y despedazan su cuerpo. Los Perros de Tindalos se disputan los jirones, antes de desaparecer con su botín.

Un brillo de maldad centellea en los ojos del hechicero; él siempre le advirtió. Suspira y comienza a recoger sus pertenencias para regresar. Aún está vivo, y es una gran señal. La entidad a la que le pidió más tiempo aceptó la ofrenda.

Un siglo más, sin saberlo, el pobre iluso extranjero le había regalado un siglo más. Aunque continuaría viviendo en las sombras, pero eso era lo de menos.

En agradecimiento, Alhazred envió sus últimas anotaciones a la misma dirección desde donde el iluso se atrevió a contactarlo.


sábado, 15 de febrero de 2014

Dos nuevas Antologías por San Valentín

Comparto con ustedes las portadas de las últimas dos nuevas Antologías de Relatos por San Valentín, en las que participo.

Antología de Autoras Varias, organizado y editado por el Blog Nozomi Sumi.
Participo con mi relato La Tienda de la Adivinación.


http://es.scribd.com/doc/207213697/Antologia-Be-My-Valentine
Clikear en la imagen para leer on line o descargar free.








Antología de Autoras Varias, editado por El Club de las Escritoras.
Participo con mi relato Reencuentro en San Valentín


http://www.4shared.com/office/hR7kTIOPce/Antologa_FULL_COLOR_WEB__1_.html
Clikear en la imagen para descargar en pdf 
Para comprar en papel, color o blanco y negro,: aquí

martes, 28 de enero de 2014

Proyecto Adict@ a la Escritura mes de Enero 2014-Escritura Sorpresa: Los géneros ocultos


Hola!
Les comparto el resultado de lo que escribí para el proyecto elegido en enero en la comunidad Adict@s a la Escritura. El proyecto surgió de elegir entre varias imágenes tras las cuales habían  distintos géneros literarios oculto que se dieron a conocer días después. Elegí esta imagen con la idea de que seguramente escondiera algún género que no tuviera que ver con lo que acostumbro a escribir pero resultó que escondía el Género de terror. De modo que aquí les dejo lo que surgió. Me disculpo si tiene errores o no está bien planteado, tuve una semana bastante difícil y este texto fue lo que escribí luego de estar varios días sin crear nada.
Espero que lo disfruten. Desde ya, gracias por leerme.





La Pintura

Le gustó esa pintura desde que pisó la galería de arte. Adoraba ese tipo de paisaje misterioso, propio de cuentos de hadas, brujas y gnomos. Observaba embelesado esa obra de arte, hasta que por el rabillo del ojo notó que tenía compañía. Giró y se encontró con que habían otras personas que habían reparado en ella, atraídos por el influjo del paisaje.
El nerviosismo comenzó a atenazarle el estómago; si no se apresuraba podía perderla y tenía que ser suya. Como se trataba de una exhibición cuyas obras sólo se podían adquirir mediante subasta debió esperar a que le llegara el turno, dispuesto a ofrecer lo que fuera con tal de ser su poseedor. Por el gesto de desconfianza que atisbó en el rostro de los otros interesados, supo de antemano que debía pelear el precio.
Estaba exultante cuando la colgó en la pared de la amplia sala, decorada al estilo minimalista. Ya no importaba la fortuna que había costado, al fin era suya.
Se paró en medio de la habitación para observarla de lejos, cruzado de brazos, con una sonrisa de oreja a oreja. Fue acercándose con lentitud, los ojos fijos en el camino como si ya estuviera caminando sobre él, imaginando qué habría detrás de aquellos árboles, especulando a dónde llegaría siguiendo los distintos senderos; percatándose de que la humedad de la niebla parecía estar penetrándole las ropas y la piel, al igual que el silencio que se había apoderado del ambiente, acallando todo indicio de vida. Se calzó los lentes que usaba con regularidad, no quería dejar escapar ninguno de los detalles que aparecía sobre la tela, y continuó acercándose conteniendo la ansiedad, el deseo de estirar el brazo y palpar la textura rugosa provocada por el material utilizado para plasmar tal perfección.
De repente, se sintió invadido por la naturaleza toda que se metía por sus narinas a través de los olores penetrantes de la tierra, de la vegetación dormida del otoño y del aire frío que le dio de lleno en el rostro. Se detuvo, cerró los ojos y aspiró hondo. Cuando volvió a mirar, la pintura continuaba colgada de la pared, dispuesta a ser explorada.
Fue al dar un paso cuando notó que pisaba algo, como diminutos guijarros que de algún modo habían llegado al piso de lujoso apartamento. Bajó la vista para corroborar que estaba equivocado, la empleada había estado allí esa mañana, pero sólo vio sus pies, sus zapatos de piel de cocodrilo, última moda, apoyados sobre una superficie de tierra. Quedó petrificado, sin levantar la cabeza sus ojos se movieron con lentitud a un lado y otro, vio que el camino salpicado de hojas de otoño se extendía más allá del pequeño espacio a donde llegaba su vista.
No tuvo tiempo de inspeccionar nada más. A lo lejos oyó gritos, ladridos de perros salvajes y relinchos de caballos que se acercaban con rapidez. Su cara se desfiguró, eso no podía estar pasando. Sus esfínteres se aflojaron cuando vio aparecer ante él a varias figuras de rostros cadavéricos, ataviadas con armaduras oscuras y montando en corceles tan negros como la noche; asistidos por perros cuyos ojos estaban inyectados en sangre, y provistos de enormes colmillos y babeantes mandíbulas.
Todos se detuvieron sorprendidos cuando lo vieron en medio del sendero. Alguien como él, vestido de esa forma tan extraña los desconcertó por unos segundos; se hizo el silencio hasta que el que iba al mando levantó la lanza, cuya punta estaba adornada con una cabeza humana, y lanzó un rugido al que se sumaron los gritos, los relinchos y los ladridos salvajes. Era su sentencia de muerte.
Pensó que al girarse se encontraría otra vez con la sala de su apartamento, pero sólo logró verla a través de una especie de ventana que flotaba en el aire y que se empequeñecía a cada instante. Corrió en su dirección, en un intento desesperado por traspasarla pero esta se alejaba cada vez más. En tanto sus perseguidores se agigantaban, y las espadas, las mazas de cadena y las hachas se acercaban peligrosamente a su cabeza.

En la sala vacía la pintura se tiñó de sangre; antes de que comenzara a escurrir fuera del marco la tela la absorbió con rapidez. Y allí estaba otra vez: el mismo paisaje que subyugó al último comprador desaparecido en circunstancias misteriosas...igual que los otros.


domingo, 22 de diciembre de 2013

Proyecto Adict@s Diciembre/2013: El Tic...



Al fin Navidad

El año había transcurrido a mucha velocidad y para Ernesto eso era muy bueno. Él pensaba que los únicos días dignos de ser vividos eran las fiestas tradicionales y la licencia anual, que coincidía justamente con aquellas. Los 24 de diciembre, pasado el medio día, respiraba aliviado, se aflojaba el nudo de la corbata y conducía a hacer sus diligencias canturreando algún villancico. Esa fecha y sobre esa hora del día, luego del obligado brindis que el jefe acostumbraba a hacer con sus empleados, y al que asistían todos con fingido entusiasmo, marcaba el fin de su año laboral y el inicio de sus tan ansiadas vacaciones. Ernesto tenía cuarenta y nueve años y era soltero, no tenía familia pero cada año adornaba su casa como si vivieran niños en ella. Adoraba estas fiestas, especialmente la Navidad, fecha en la que se permitía ser él mismo y cumplía su fantasía más oculta. Para ello era que, esa fecha, siempre iba a la misma tienda, donde ya lo conocían y lo recibían con solícita atención; lo acompañaban durante su estadía en el local, recomendándole lo último y lo mejor para comprar. Le gustaba tomarse su tiempo, al fin y al cabo era su día especial del año.
Hacia la media tarde llegaba a su hogar. Lo primero que hacía era prender todas las luces de colores, las de dentro y las de fuera de la casa, sin importar que aún hubiera luz natural; luego, se quitaba el fastidioso uniforme, dejándolo en el canasto de la ropa sucia, y tiraba los zapatos en cualquier sitio. Cuando al fin quedaba con los boxers¹ floreados y las medias azules, se servía un güisqui con hielo y se sentaba en su sillón favorito, poniendo los pies sobre un cómodo cojín y degustando el líquido con placer.
Hacía las diez de la noche, como todos los años, llegaba el delivery2 que le traía su cena navideña: pollo a la naranja con papas y boniatos bien dorados, además de una ensalada de lechuga y tomates; su cena preferida. Luego de despedir al muchacho, no sin antes entregarle una propina sustanciosa, se centraba en preparar la mesa donde disfrutaría de semejantes manjares, exactamente hacía la medianoche, ni un minuto más ni uno menos. Cuando la mesa quedaba lista, Ernesto se dedicaba a husmear con ansiedad y deleite en las bolsas de las compras de esa tarde; tomaba con delicadeza cada artículo y lo admiraba con ojos brillantes y una gran sonrisa en el rostro. Empleaba el tiempo que faltaba para la entrada de la Nochebuena en pasearse de un lado a otro del dormitorio ocupado en distintas actividades.
Al fin cuando sonaban las campanadas él estaba listo, como cada año, frente al espejo de cuerpo entero que tenía tras la puerta de su dormitorio; contemplándose, con las manos en la cintura, volteándose a un lado y al otro, mordiéndose con ansiedad el labio inferior. Cuando estaba satisfecho de lo bien que lucía con esa combinación rojo fuego, las ligas y las medias de red, y los zapatos de tacones altos, se hacía un guiño, haciendo aletear las pestañas postizas que resaltaban el verde de sus ojos, y le tiraba un beso a su reflejo, con los gruesos labios delineados en rojo, al tiempo que se arreglaba con coquetería los largos bucles de la peluca rubia. Y así, vestido de la manera que añoraba todo el año, se sentaba con elegancia frente a la mesa que había preparado con esmero y disfrutaba, con gestos delicados y satisfechos, de esa cena especial de Navidad.

Diciembre 2013

1-Calzoncillo, tipo de ropa interior masculina.Wikipedia.

2-Reparto o entrega es una actividad parte de la función logística que tiene por finalidad colocar bienes, servicios e información directo en el lugar de consumo (Al cliente final). Wikipedia.
3-Españolizado del inglés whisky RAE


 ¡Muy Felices Fiestas para todos!

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Proyecto Adictos a la Escritura, Noviembre 2013: YO



El siguiente proyecto fue el más votado por la comunidad de Adictos a la Escritura para este mes. Se denomina YO y consiste en escribir un texto en primera persona y se debe intercambiar sexo con el protagonista, es decir: si uno es hombre el protagonista debe ser una mujer y viceversa. De modo que aquí va mi relato escrito en primera persona bajo la piel de un hombre muy especial.



Lazos Peligrosos


«Que no está muerto lo que yace eternamente, y con los eones extraños incluso la muerte puede morir».
Necronomicón
H. P. Lovecraft

Era una casa muy antigua. Sus pisos de madera eran tan viejos que crujían ante mis pasos vacilantes. El crac crac de la madera y el aroma que impregnaba el aire, mezcla de cera para muebles y clavo de olor añejo, que no por ello se volvía desagradable, me hacían sentir como en casa.
Me encontraba en lo que parecía ser un estudio, pero su morador no se encontraba allí.
A través de los pesados cortinados de encaje que cubrían el ventanal se filtraban los rayos del sol de medio día, que cruzaban la estancia y permitían ver partículas de polvo flotando entre la luz.
Todo estaba limpio. El tapizado color chocolate de la otomana resistió imbatible el paso del tiempo, al igual que el empapelado con motivo de hojas verdes que cubrían las paredes. Sobre el escritorio, que parecía en perfecto orden, se apreciaban algunos elementos con claras muestras de haber sido utilizados recientemente; como la máquina de escribir, una antigua Olivetti, que aún tenía una hoja incrustada, con varios renglones ya tipeados; un sello que se veía mojado, sobre una almohadilla empapada en tinta azul; y dos o tres plumas esparcidas como al descuido, junto a un par de tinteros cerrados y varias carpetas.
Una gran biblioteca ocupaba toda la pared tras el escritorio. Los lomos rojos y dorados exhibían títulos y autores de todas las épocas y lugares; muchos que no conocía como Mario Benedetti, García Márquez, John Green, Machado de Asís, Isaac Asimov, George Orwell, Haruki Murakami, Ferdinard De Saussure, Noam Chomsky; y otros que provocaron que me emocionara al punto de las lágrimas, como Robert Bloch, Clark Ashton Smith, Robert E. Howard, August Derleth, Donald Wandrei o Edgar A. Poe.
Qué bien me sentía allí, me sentía como en casa...mi casa. Allí donde pasé los mejores momentos de mi vida.
Acaricié la madera lustrosa del escritorio y vi mis dedos largos y blancos, manos de hombre, bien cuidadas. Me resultó extraño, miré mis manos sorprendido, en el dedo anular de la izquierda llevaba un alianza gruesa, de oro; mis ojos se detuvieron en mis zapatos de cuero marrón, se veían de calidad, posiblemente fueran caros; continué, observando y tocando el traje azul que llevaba puesto, hecho a medida, buena tela, excelente calidad. Toqué mi rostro, al que aun no había visto, al tiempo que buscaba por allí alguna fotografía mía. De pronto reparé en una plaqueta de bronce que descansaba junto a las carpetas; «William Greene Lovecraft», se podía leer sobre la brillante superficie. Entrecerré los ojos, los recuerdos comenzaron a arremolinarse en mi cabeza, había muchos, pero ninguno correspondía a esas últimas horas.

¿Qué está sucediendo? ¿Quién es ese William? Con Sonia no llegamos a tener hijos, al menos que yo estuviera enterado, es imposible que tengamos descendientes ahora.

Abatido, me senté en el sillón de cuero, tras el escritorio. Los recuerdos eran confusos, siempre pensé que lo que sucedió aquella noche en casa de Sonia, cuando celebramos el divorcio con una botella de vino, había sido sólo un sueño; nuestra última noche juntos...
En medio del desconcierto mis ojos se toparon con una fotografía en blanco y negro en la que posabamos juntos, en el inicio de nuestra relación. Cuando iba a respirar aliviado, la fotografía a colores que se hallaba junto a esta, en marco dorado, me descolocó; un joven muy parecido a mí, con una gran sonrisa en el rostro, posaba con dos chicas, y una pareja mayor. Mi curiosidad me llevó a estirar el brazo para tomarla pero con el movimiento arrastré las carpetas que cayeron al piso, dejando al descubierto un libro voluminoso de color marrón, de tapas duras, desgastadas, con una especie de cintillo de cuero que envolvía al libro y se prendía a una hebilla de bronce opaco, para mantener sus peligrosos secretos a salvo de ojos curiosos.
Un libro que conocía muy bien y que me aterraba. Me retiré hacía atrás con rapidez, como si me quemara, mi respiración se aceleró y la angustia se apoderó de mí. Ya no me sentía a salvo allí, algo había sucedido y no entendía qué era.
Salí apresurado de esa estancia, en busca de alguien que me diera una explicación. El resto de la casa destilaba el mismo aire antiguo, pulcro, acogedor. Sin embargo, yo ya no me sentía bien en ese lugar. Comencé a abrir puertas, para ver si me topaba con algún ser vivo, pero no hallé a nadie. En mi desesperación abrí una puerta que me llevó al toillette. Iba a irme desilusionado, pero recordé que quería ver mi imagen y me acerqué al espejo.
Cuál no sería mi estupor cuando me vi frente a alguien que acababa de conocer en una fotografía a color. Miré el entorno, me sentí pequeño ante el lujo que ostentaba ese toillette, una modernidad que no había en mi tiempo, que yo no tuve en mi vida, ni antes ni después de morir mis tías. Corrí hacía la pequeña ventana y miré al exterior. Mi horror aumentó al ver esos vehículo estacionados a lo largo de la cuadra, modelos de automóviles que nunca antes había visto, ni siquiera en mis sueños más siniestros.
En ese momento todo el entendimiento del mundo llegó a mí,

¡No puede ser! Este estúpido, quien quiera que sea, ha estado jugando con El Necronomicón y me ha traído a la vida en su cuerpo...

Salí de la sala de aseo tambaleándome, a punto de caer en la vorágine de mi desesperación, cuando oí que la puerta de calle se abría. Intenté escapar, volver a la habitación en la que había despertado, creyendo recuperar mi vida, pero una mujer joven me vio y caminó hacia mí entre risas.

─¡William! ─exclamó feliz, y me tomó del brazo─. ¿Pudiste dormir esa siesta que tanto necesitabas? ¿ O sólo me mentiste para no ir de compras conmigo? ─preguntó, al tiempo que se ponía de puntillas y me daba un beso fugaz en los labios.

─Lo siento, yo...─logré articular, sorprendido del tono varonil que ahora tenía mi voz.

─Tú y esa manía de rendirle tributo a ese pariente medio loco que vivió siglos atrás ─dijo, y se encaminó hacia uno de las habitaciones mientras se quitaba los zapatos de taco─. Espero que hayas adelantado esa lectura que era tan importante, no olvides que esta noche cenamos en lo de mi hermana.

La mujer no dejaba de hablar, ni de quitarse la ropa ante mí, que no sabía para dónde mirar. Sin embargo a ella parecía no importarle; cuando quedó desnuda se acercó a mí, arrastrándome hacía el baño, quitándome la ropa y besándome, sin darme la posibilidad de explicarme.

Vamos, abuelito Howard, déjate de niñerías. Al menos tienes la oportunidad de conocer a una verdadera mujer...Deberías agradecérmelo...

Escuchar esa voz en mi cabeza me horrorizó, pero no tanto como los gusanos que aparecían y desaparecían reptando por la bella espalda de la mujer...

miércoles, 30 de octubre de 2013

Proyecto Adictos a la Escritura Octubre 2013: Especial Terrorífico


Buenas, después de tanto tiempo regreso a Adictos y Adictos regresa al ruedo. Aquí el primer proyecto de la nueva temporada.
Espero que lo disfruten...

Parecía un Querubín...

Siempre tuve cierta animadversión a los lugares cerrados, en especial a los Shoppings; lugares frecuentado por gente que no tiene otra cosa más interesante que hacer que encerrarse entre cuatro paredes a hartarse de comida chatarra y a practicar el consumismo. Pero en fin, ese no es el tema central de lo que les voy a contar ahora. Les decía que nunca me gustaron los lugares cerrados pero esa tarde pensé que sería una buena idea hacer algo diferente.

Me crucé con él en el local de licuados y luego pareció que todo era pura coincidencia. Me invitó a tomar algo y acepté; ¿qué podía perder? Conversamos de todo un poco, intentamos cambiar el mundo aunque fuera sólo un día pero ya saben que eso es imposible. Me terminó pareciendo un chico simpático, no le faltaba atractivo y su conversación además de inteligente era picante, podía llegar a provocar un orgasmo a la persona más erudita; pero bueno, yo no buscaba experimentar ese tipo de emoción tan intensa en un sitio tan concurrido. Luego de deambular por el centro me llevó a su apartamento, nos fumamos un porro y luego nos desnudamos. Debo reconocer que fue excitante, al menos sí fue el tipo de locura que andaba necesitando.

Cuando le dije que tenía hambre él se ofreció a hacerme un sandwich. Antes de aceptar me asomé a ver el estado de higiene en el que se encontraba la cocina y me pareció adecuado. El cristal de la ventana, que daba a una primorosa terraza, parecía no existir de tan limpio que estaba. La mesada blanca, brillante y despejada. El refrigerador, la cocina y el microondas ostentaban un blanco inmaculado. El piso encerado, perfumado y resbaloso. Chasquee la lengua y me giré hacía él, que aguardaba con indiferencia a que le diera mi visto bueno. Claro, de no ser así, me hubiera rehusado a comer cualquier cosa que quisiera prepararme. Ante todo la higiene.

Mientras se afanaba en la cocina me fijé si tenía biblioteca. He tenido la suerte de que nunca falta una en la casa de los tipos con los que me voy a la cama. Una vez uno de ellos me hizo tener un orgasmo lorquiano: durante todo el acto me susurró uno de sus poemas al oído. Lorca puede llegar a ser realmente estimulante. Y ahora que lo pienso, el sólo mencionarlo ya me excita; me hubiera gustado mucho hacerlo sobre esa mesada tan limpia…En fin, prosigamos; ojeaba sus libros cuando encontré ese cuaderno; era común y corriente, como los que usa cualquier niño para llevar a la escuela. Lo tuve en mis manos, con indiferencia pasé varias hojas y ví que tenía algunos apuntes pero no alcancé a leer nada ya que pronto volvió con el sándwich.

Luego de una tarde maratónica caímos rendidos. Tengo la particularidad de que puedo dormir una hora de un tirón y recuperar mis energías al máximo, de modo que a la hora desperté y empecé a aburrirme. Quité con suavidad la mano que había dejado entre mis piernas y me levanté despacio para no despertarlo. Me dieron ganas de orinar y al ver el baño tan bonito y limpio, con unos azulejos verde agua tan primorosos, decidí darme una ducha. Luego de secarme, obvie vestirme porque realmente me sentía muy bien así, volví a la biblioteca a buscar ese cuaderno que por ser tan simple llamó poderosamente mi atención.

Es increíble cómo una simple partícula en el aire puede atraer al científico que vive dentro de cada una de nosotros…

Pero como les decía: el cuaderno contenía notas que me parecieron extrañas al principio, desconcertantes después. Me reí, me pareció gracioso imaginar a ese chico escribiendo y sobre todo haciendo lo que describía allí.

Me recosté en el marco de la puerta del dormitorio para verlo dormido, sin dejar de revisar los apuntes. Era un chico lindo, parecía un querubín rubio, con buen físico y diestro en las artes amatorias. ¿Qué edad podría tener? Seguramente fuera menor que yo, era irresistible la atracción que estos tipos me provocaban; y a este tipo de hombres también le gustaban las mujeres mayores, y yo aun estaba en edad de merecer.

Sonreí, me mordí el labio inferior y cierta ansiedad acompañada de duda comenzó a cosquillearme en el cuerpo. Presté más atención. El apartamento brillaba, pensé que era algo poco usual en un chico tan joven. Era obvio que tenía a alguien que le limpiaba el lugar, ¿su madre, quizá?; y si no era así, entonces, ¿por qué poner tanto empeño en la limpieza? Cerré el cuaderno, le di varias vueltas entre los dedos y lo volví a su lugar, casi oculto, en la biblioteca.

Volví a sentir hambre así que decidí prepararme algo yo misma. Pero la cabeza humana que había sobre una bandeja, dentro del refrigerador, me hizo desistir. Les puedo asegurar que abandoné el apartamento a medio vestir, en el camino vomité el sándwich que él me había preparado horas antes y que yo había devorado con ganas. Tuve suerte de que tuviera el sueño profundo; ese detalle me permitió escapar, llevando conmigo ese cuaderno.

Cuando la policía fue por él ya había desaparecido, el apartamento se encontraba en desorden, como si alguien hubiera tenido prisa en marcharse. A pesar de la prueba que les facilité dudaron de mi cordura y estuve a punto de ser internada en un manicomio. Sin embargo, eso no hubiera sido lo peor teniendo en cuenta que estuve a punto de convertirme en una de las tantas mujeres descuartizadas de las que hablaba en sus notas…

Al menos la foto mía que encontré entre sus páginas así lo corroboraba...

jueves, 27 de diciembre de 2012

Proyecto Adict@s Diciembre 2012 - TÍTULO CLAVE


Una vez más vengo a dejar el que será el último proyecto del grupo Adict@s a la Escritura del año 2012. El proyecto de diciembre, llamado TÍTULO CLAVE, resultó ser muy interesante. Se trata de hacer un relato a partir de un título propuesto por el participante con quien le tocara hacer pareja. Previamente cada uno de los integrantes de adictos propuso un título, luego se asignaron parejas, y cada integrante tenía que hacer un relato para el título que propuso la pareja que le tocó y viceversa. En esta oportunidad mi compañera de ejercicio es Kroana, de modo que a mí me corresponde hacer un relato para su título: SENTIMIENTOS CONTRADICTORIOS, y ella, por su parte, deberá inspirarse en el título que yo propuse: DETRÁS DEL ESPEJO.
Entonces, aquí les dejo el relato que me inspiró, espero que lo disfruten; quizá contenga algún que otro "uruguayismo" pero estoy segura que el texto en sí es super claro.



SENTIMIENTOS CONTRADICTORIOS

Llegó al viejo restaurante con los primeros rayos de sol. Entró con paso lento, le hizo una inclinación de cabeza al encargado que se encontraba tras la barra y siguió hacía el fondo. Caminó hasta la mesa de la que ya era habitué, colocada junto a un gran ventanal con vidrios polarizados para evitar el sol abrasador, dejó el sombrero sobre el acrílico blanco y se sentó, cruzó las piernas con elegancia, no sin antes arreglarse el nudo de la corbata, como era su costumbre. Con la vista perdida en algún punto indefinido sacó sin apuro el paquete de tabaco y las hojillas, en silencio se armó un cigarro y lo dejó sobre la mesa. Miró hacía el cristal polarizado, en el cual podía ver su rostro y acicalarse si era necesario, pero todo estaba en perfecto orden: el bigote negro recortado con prolijidad, la piel morena, algo arrugada pero limpia, y los ojos negros surcados por venitas rojas pero libres de cataratas. Miró hacía la barra y cuando uno de los empleados lo miró le hizo una seña con la mano, luego consultó la hora en su viejo rolex y prendió el cigarro, dando pitadas profundas. A los pocos minutos se acercó el empleado, que parecía un panadero con el uniforme blanco, y le dejó un pocillo de café y cuatro sobrecitos de azúcar; el hombre sólo usó dos, revolvió el líquido con parsimonia y lo dejó enfriar. En el interior del restaurante poco a poco el silencio se iba llenando de las conversaciones de gente que llegaba a ocupar sus mesas, del ruido de cubiertos al preparar los desayunos, los gritos de los mozos pidiendo las órdenes, una melodía que provenía de la radio que el encargado de barra mantenía encendida con el volumen bajo. Nada de lo que sucedía en el lugar alteraba la tranquilidad con la que el hombre, delgado, de mejillas chupadas y traje a rayas gris, pasado de moda, fumaba su cigarro casero y bebía el café endulzado con dos sobrecitos de azúcar. A media mañana un nuevo cliente se asomó a la puerta del local, el sol alargaba su sombra hasta el mostrador; llevaba una boina apretada entre las manos y sus ojos miraban con insistencia a su alrededor, parecía buscar a alguien, intentando no llamar demasiado la atención. Dio unos pasos y se adentró del todo en el local, estiró el cuello y miró a los costados, hacía el lugar donde el hombre del bigote parecía esconderse. Lo vio, miró desconfiado hacía todos lados y caminó hacía allí. Se paró indeciso junto a la mesa, estrujando aun más la boina, sin decir palabra. El hombre del bigote le dio un sorbo a su café y luego lo miró de arriba a abajo, escudriñando sus ropas humildes de obrero, de inmigrante sin demasiados recursos, y con una seña le indicó que se sentara. Este dudó pero al final se sentó frente a él y lo miró con ojos esperanzados.

—¿Trajo lo que le pedí?—preguntó con voz ronca, propia de los fumadores.

El hombre sacó algo del bolsillo de la camisa desgastada y se lo estiró despacio por sobre la mesa, era una fotografía. El del bigote la tomó y la observó, asintiendo con la cabeza. Levantó los ojos, fríos y atemorizantes, y lo clavó en la mirada asustada de su interlocutor.

—¿El dinero?

El otro extrajo un sobre amarillo y arrugado, bastante abultado, de la boina que traía arrugada en la mano; se lo extendió igual que la foto y aguardó.

—Me costó mucho conseguirlo—dijo, y al instante se arrepintió al ver que el otro no acusó recibo y sólo se limitó a ojear el sobre, sin abrirlo demasiado. Pareció satisfecho, chasqueó la lengua y de un sorbo terminó el café.

—El problema se soluciona esta noche, despreocúpese; pero ya sabe: de esto ni una palabra o de lo contrario será mi palabra contra la suya—le advirtió, sosteniéndole la mirada. Luego se levantó sin prisa, guardó lo que el hombre le había dado en el bolsillo interno del traje y se colocó el sombrero con elegancia. Antes de salir saludó al hombre tocándose el borde del sombrero, el mismo gesto que le hizo al encargado tras la barra, quien le correspondió con un leve movimiento de cabeza. A los pocos minutos el otro salió, con paso rápido, para el lado contrario, la mirada en el piso y los labios apretados; cada tanto se limpiaba las lágrimas a manotazos, intentando contener los sollozos que lo ahogaban.

El del bigote se alejó caminando con lentitud, disfrutando de la mañana. Antes de llegar a la esquina se metió en una iglesia humilde que había a mitad de cuadra. Se persignó antes de entrar y en uno de los bancos próximos al púlpito de sacerdote, que a esa hora estaba vacío, se arrodilló, se hizo la señal de la cruz y comenzó a rezar.

Esa noche, una mujer iba con prisa por la vereda por la que ya transitaba poca gente; en dirección contraria se acercaba un hombre bien trajeado, cuyo sombrero ladeado apenas permitía ver un prolijo bigote. Cuando ambos se cruzaron una hoja plateada destelló en el aire y, en un rápido y confuso movimiento, la mujer pegó un grito y cayó al suelo, sangrando copiosamente. El hombre miró en torno, no había nadie en la calle, sacó un pañuelo y limpió el mango del cuchillo, luego lo tiró detrás de un árbol; se arregló el nudo de la corbata, se acomodó el sombrero y comenzó a alejarse con las manos en los bolsillos, silbando un tango de moda. Ya había llegado a la esquina cuando comenzó a oír los primeros gritos y el sonido de sirenas a lo lejos. . .


viernes, 21 de diciembre de 2012

RETO 3 DE "UNA NAVIDAD EN COMPAÑÍA": CUENTO NAVIDEÑO



 

Bueno, como habrán visto en la barra lateral, en el gadget Desafíos, comencé a participar del Reto "Una Navidad en Compañía" propuesto por el Blog Acompáñame. La Plantilla Navideña que estoy utilizando forma parte del reto, aun están a tiempo de anotarse, solo den click en el banner y podrán informarse.
Dejo aquí mi aporte para el Reto 3, el cual consiste en escribir un relato, sin importar la extensión, que tenga algo que ver con la navidad y que contenga la palabra Acompáñame.
El siguiente relato fue escrito para el proyecto Navideño de Adict@s a la Escritura del año pasado, lo he editado para mejorarlo y para agregarle la palabra especificada en el reto.
Espero que lo disfruten.



ALMA CON ALAS


La tarde noche lo encontró haciendo dedo al borde de la autopista. Hacía tiempo que quería lanzarse a esa aventura pero siempre lo postergó ante las súplicas de su madre. La última discusión con el imbécil de su padrastro lo empujó a decidir; le dolió marcharse cuando ella lloraba pero no dio marcha atrás. Ni siquiera teniendo en cuenta que faltaban apenas horas para la navidad.
Amaba a su madre, lo había criado sola desde que su padre murió siendo él muy pequeño, le debía todo lo que era, pero él ya estaba por cumplir veintitrés años y quería empezar a vivir su vida. Cuidó bien de no llevar el celular, de esa forma evitaría que lo llamara sin cesar para rogarle que volviera. Estos pensamientos bullían en su mente cuando al fin un piadoso conductor paró a recogerlo.
—Muchas gracias —dijo, en cuanto se acomodó en el asiento del acompañante—. Hace horas que estoy aquí, han pasado varios vehículos pero ninguno quiso detenerse —explicó, a la conductora, con una sonrisa.
—Lamento mucho que ocurriera eso. Las rutas en el último tiempo no han sido muy seguras —respondió la mujer de pelo cano, mirada serena y voz segura y confiable, que iba tras el volante—. Tú pareces buen chico ―continuó, luego de un breve silencio, con mirada afable―, ¿qué haces tan lejos de casa, faltando tan pocas horas para la llegada de la navidad? —preguntó, mirando a la carretera y, a veces, a él.
―Buscando libertad —respondió el chico en un susurro, sin apartar la vista del paisaje borroso tras la ventanilla.
―¿Crees que necesitas ir tan lejos y apartarte de todo para encontrarla? ―. Él se encogió de hombros y no respondió, contemplaba las luces de los autos que los encandilaban.
―¿Sabe de algún lugar agreste y tranquilo que quede de camino?
―Oh, sí. Conozco un pequeño bosque en lo alto de la montaña que queda camino a casa. Es fácil de subir y dicen que la vista desde allí es muy bella —respondió, y apartó unos segundos la atención de la ruta para mirarlo con detenimiento—. Perdona que sea entrometida pero, ¿crees que es buena idea pasar solo una noche como esta? Si quieres puedes quedarte en casa, mi hija y yo pasaremos juntas y estaríamos contentas de tener un invitado.
—Se lo agradezco, pero necesito privacidad y, además, no quiero molestar —fue su breve respuesta, había seguridad y determinación en sus ojos.
—Muy bien, veo que no lograré convencerte. Si no te molesta haremos una parada en casa para dejar las compras y luego te alcanzo hasta el pie de la montaña, ¿te parece? Por cierto, mi nombre es Lidia, mucho gusto —le dijo, sonriendo.
—No hay problema, se lo agradezco. Me llamo Mathias —. Esbozó una sonrisa, mirándola apenas.
La casa de la señora era pequeña y humilde, su exterior estaba adornado con luces y motivos navideños. Ella bajó las provisiones que llevaba en el baúl del auto y cuando abrió el portón fue recibida por un pequeño cachorro que saltaba alegre a su alrededor. El muchacho observó la escena con curiosidad. Desde el coche vio la chimenea encendida y, próxima a esta, la silueta de alguien que disfrutaba del calor. Cuando la buena mujer volvió traía una bolsa de papel entre los brazos.
―Mira, si no te ofendes aquí te traje un pedazo de pastel de pollo recién horneado y una botella de sidra —. Se lo entregó y ocupó su lugar detrás del volante.
El muchacho no quiso ser descortés, no tenía apetito pero aceptó el regalo con fingido entusiasmo. Al fin llegaron al lugar, él tomo su mochila y el paquete que minutos antes le había dado.
―Feliz Navidad. Espero que encuentres lo que estás buscando ―susurró ella, antes de despedirse, y le dio un abrazo. Este gesto lo conmovió, ya se estaba arrepintiendo de estar tan lejos de casa.
―Gracias ―respondió con una sonrisa forzada, y desvió la mirada para que no viera sus ojos húmedos.
Comenzó a ascender sin volver la vista atrás, estaba seguro que Lidia aún estaba allí, observándolo. Pensó en su madre y se le hizo un nudo en la garganta.
Ayudado por una linterna llegó en pocos minutos a la cima de la montaña, ya que no era muy empinada. Contemplo las luces titilantes de la ciudad y de más allá, la señora no había mentido. Sin prisa comenzó a armar la tienda, miró su reloj y constató que faltaba muy poco para la medianoche. Encendió una pequeña fogata para calentarse, estaba abrigado pero aun así sentía frío. Comió un trozo del pastel de pollo y lo acompañó con un sorbo de sidra, tenía que reconocer que estaba todo tan apetitoso que terminó por abrirle el apetito. Pronto se oyeron los primeros fuegos artificiales, era medianoche. Nuevamente pensó en su madre, se arrepintió de marcharse de la forma en que lo hizo.
—Hola —oyó a su espalda y se sobresaltó.
Cuando se giró vio a una chica que tendría su edad y que venía hacía él sonriendo.
—Feliz Navidad —dijo ella, mientras se acercaba—. Veo que viniste preparado, ¿me vas a convidar? Tenemos que celebrar, ¿no? —. El la observó anonadado, nunca imaginó que había alguien por allí—. Quizá quieras saludar a alguien esta noche —continuó y le ofreció un pequeño celular—. Si dejas tu orgullo de lado no sólo harás feliz a alguien hoy, también tú lo serás —agregó, para aplacar sus dudas.
Finalmente aceptó, llamó a su madre y esta se emocionó mucho; no le reclamó, estaba preocupada por él pero ahora que lo oía sabía que ya era lo bastante maduro como para tomar las riendas de su vida. También ella había madurado al aceptar que él ya era un hombre, aunque lo siguiera viendo como a su niño. Cuando terminó la conversación, sonreía feliz. La chica continuaba allí, esperándolo para comer ese rico pastel y hacer el brindis de la navidad. Pasaron casi toda la noche riendo, entre bromas, ella era muy alegre y bonita; en ningún momento el chico se cuestionó de dónde había salido o cómo había llegado allí, eso pareció no importar.
Al otro día, cuando despertó, la joven ya no estaba, lamentó no haberle preguntado siquiera su nombre luego de lo que había hecho por él; recogió sus cosas para seguir camino e hizo un alto en la casa de Lidia para despedirse. Ella se puso muy contenta de verlo, lo hizo pasar y le presentó a su hija Luana. El muchacho se asombró, era la misma muchacha alegre con la que había celebrado la navidad. Estaba a punto de comentarlo cuando se enteró que la chica nació con una grave enfermedad degenerativa que poco a poco la fue dejando postrada en esa silla de ruedas, sin posibilidades de hablar o de moverse pero sí de escuchar y comprender.
—Sin embargo, te puedo asegurar que ella es el ser más libre que hay sobre esta tierra —le explicó Lidia, con emoción en la voz, sin dejar de mirarlo. Mathias quedó mudo, con los ojos fijos en los de la muchacha, risueños y llenos de vida. Estaba agradecido con ambas mujeres por lo todo lo que habían hecho por él esa noche de navidad, cada una a su manera.
Acompáñame”, le pareció oír la voz de la chica de la noche anterior; miró a Luana y vislumbró una sonrisa cómplice en su mirada...

jueves, 8 de noviembre de 2012

INICIA UNA HISTORIA 8: ELECCIONES DESAFORTUNADAS



Maga DeLin nos volvió a retar con su desafío comienza una historia. En esta oportunidad la actividad constó de dos partes. En primer lugar cada uno de los participantes tenía que aportar una frase y en segundo lugar había que crear un texto en el que tenían que aparecer cada una de las frases. Aquí les dejo el relato que surgió, en el mismo las frases están en otro color.





ELECCIONES DESAFORTUNADAS

Llevaba media hora esperando en un bar de mala muerte, no le gustaba el lugar pero ella lo había elegido. Sus dedos tamborileaban incesantes sobre el acrílico blanco de la mesa, su pie subía y bajaba como marcando un ritmo, como demostración de lo mucho que su ira iba aumentando. Se había tomado un café y veía acercarse por tercera vez a la desaliñada moza. No le gustó la chica, tenía los dedos anaranjados por la nicotina y su aroma era el propio de los fumadores, la gente que fumaba tabaco le daba asco. Le dieron ganas de mandarla a paseo, se imaginó diciéndole: «Señorita, no me traiga la cuenta porque no tengo dinero para pagarla; en todo caso, si lo desea, puede usted avisar a la policía». Tal pensamiento le dibujó una media sonrisa en la cara, se preguntaba cuál sería la reacción de la fémina si realmente eso sucediera. Ella, por su parte, creyó que él quería proponerle algo indecoroso y sonrió a su vez observándolo sin disimulo y segura de aceptar tal propuesta, ya que no estaba nada mal. Pronto se dio cuenta de que se equivocaba, al ver entrar a una chica rubia que pasó a su lado como una exhalación, casi sin aliento, y se sentó frente a él.

—¿Qué van a tomar? —preguntó con aspereza, molesta por verse ignorada de esa manera y ver frustrada su ilusión de pasar un buen momento.

—Dos cafés, por favor —dijo el hombre, sin apartar los ojos de la chica a la que había estado esperando.

Luego de que la moza desapareciera, dejando un tenue olor a cigarro rancio, el silencio se hizo dueño de la situación. Él estaba muy molesto y ella intentaba recuperarse de la reciente corrida. Adriana lo observó y enseguida se dio cuenta de que estaba molesto. «Dios, que guapo se pone cuando se enfada», pensó, mordiéndose el labio inferior. No podía apartar la mirada de su cabello oscuro y lacio, que le caía sobre los hombros; tampoco le hubiera resultado fácil escapar al influjo de sus ojos almendrados de no ser que estos estaban vueltos hacía la ventana que daba a la calle. De todas formas podía contemplar su perfil, su nariz recta y afilada, su mentón altivo y sus labios apretados en una fina línea. Contener la pasión que la embargaba no era difícil, pero sabía que en cuanto se quedaran a solas se abalanzaría sobre él, y él la imitaría, una vez que el enojo se esfumara. Le parecía increíble la manera en que se había vinculado con él, luego de conocerse apenas cuatro meses atrás. Sentía que no podría vivir mucho tiempo sin verlo, sin dejarse arrastrar por la locura de su pasión y el sadismo de esos juegos prohibidos que ella nunca había experimentado antes.

—Oh, vamos, Leni. No puedes estar tan enojado. Se me hizo algo tarde, a cualquiera le puede pasar —intentó subsanar la situación. Al ver que no lograba ablandarlo comenzó a acariciarle la mano con deliberada provocación, luego de unos instantes logró que la mirara. Al mismo tiempo, la molesta empleada regresó con el pedido y desapareció de inmediato.

Si bien quitarle el mal humor a su novio le resultó más difícil de lo que imaginaba, eso no impidió que atravesaran la puerta del departamento quitándose la ropa a tirones y rebotando contra las paredes de lugar hasta caer en la amplia cama.

—Sabes complacer todos mis deseos ―dijo Adriana, mientras se subía lentamente las bragas, y el la observaba tendido sobre las sábanas revueltas, con la piel húmeda por el sudor —. Lástima que tenga que volver a la oficina, una colega me está cubriendo y ya no puedo retrasarme más.

Adriana era una abogada penalista prestigiosa y Leni era su reciente conquista. Un hombre misterioso que llegó a su vida por casualidad. Lo conoció en una fiesta y a partir de allí su vida se transformó en un cúmulo de nuevas experiencias sexuales que le mostraron el excitante mundo de la sumisión y el sadomasoquismo. Él supo nublarle la razón al punto de no cuestionarlo a fondo sobre su vida, relaciones y costumbres. Si en algún momento ella pretendió ahondar en su pasado, pronto lo olvidó ante la intensidad de sus besos y el ardor de sus caricias. Pero, ¿quién era realmente Leni Fox?



Antes de volver en sí soñaba con alas de papel, con aquello que le permitiera volar hacia el cielo y poder sentir el viento de la libertad en su rostro. De repente, abrió los ojos y se vio rodeada de oscuridad, en ese momento sólo pudo concentrarse en el intenso dolor de cabeza que la aquejaba. Trató de llevarse una mano a la frente pero notó que estaba inmovilizada, le resultaba difícil respirar el aire viciado. Sentía su corazón golpearle con fuerza contra el pecho, a duras penas podía contener el sollozo que le estrangulaba la garganta y que sólo alcanzó a salir como un quejido ronco cuando el recuerdo de las horas previas comenzó a emerger. Se vio en aquella habitación donde el humo del cigarro formaba una espesa niebla. Fue el lugar elegido por Leni para dar rienda suelta a sus excesos, incluso recordó haber consumido algún tipo de droga. Sus encuentros siempre habían sido privados, sólo ellos, en el departamento de alguno de los dos. A pesar de que en un principio no estuvo de acuerdo se dejó llevar por la adrenalina del peligro. Pero todo se salió de control y, de un momento a otro, estuvo rodeada de otras mujeres con las que también mantuvo sexo mientras Leni las observaba con cara de satisfacción. Una punzada le taladró las sienes y las imágenes continuaron fluyendo: tenía el cuchillo en la mano, y al mirarse al espejo contempló una imagen que le agradaba, nunca pensó que podía llegar a sentirse así. Abrió los ojos como platos e intentó incorporarse, recordó que estaba atada y encerrada en un lugar estrecho. Trató de calmarse y poner sus pensamientos en orden hasta que al fin encontró la última idea en la que se centró su mente antes de desvanecerse: «Es extraño ―pensó, mientras se miraban ambas semidesnudas en la penumbra de la habitación de aquél hotelucho―, hubiera jurado hasta hoy que yo era ciento por ciento heterosexual».

Le dieron ganas de vomitar, nunca había estado en una situación así, no podía creer lo bajo que había caído por ese hombre. Comenzó a patear contra la superficie en la que se apoyaban sus pies, al tiempo que trataba de liberar sus manos. Las lágrimas corrían sin control por su cara, no sabía cuánto tiempo llevaba allí y si alguien la estaría buscando. De repente quedó inmóvil, aguzando el oído para captar algún sonido que pudiera decirle dónde estaba. Dejó caer la cabeza contra la superficie enmoquetada, luego de llegar a la concusión de que se encontraba encerrada en la cajuela de un auto. Se sentía impotente ante los hechos ya consumados, ni siquiera recordaba si había llegado a matar a alguien. A duras penas rememoró que había escapado a los trompicones de allí y una vez en su departamento, a donde Leni la había seguido, comenzaron a volar los objetos y a romperse los cristales. Un puño se estrelló sobre su cara, luego la nada y terminó donde estaba. Cayó en la cuenta de que la ventana cerrada, la puerta de vidrio rota y los libros perdidos en el fango del jardín no eran evidencia suficiente como para provocar sospechas acerca de si le había sucedido algo.

La siguiente vez que despertó ya no se encontraba en la cajuela, ahora estaba estirada sobre una cama, amarrada de pies y manos a esta; tenía una mordaza y podía ver cierta claridad entrando por las persianas cerradas. Alguien entró, no le pudo ver el rostro pero supuso que era Leni que había llegado para liberarla, pero no se trataba de él. Vio a la figura parada junto a la cama, observándola, oía su respiración fuerte, lo vio bajarse con lentitud la cremallera del pantalón y tirarse cuan largo era sobre ella para penetrarla con fuerza, pese a que se resistió y recibió por ello una cachetada en la mejilla. El tipo terminó desmadejado sobre ella y, luego de unos instantes, se levantó y salió abrochándose los pantalones. Ella quedó sollozando, preguntándose qué había sucedido, por qué había cambiado su vida de un momento a otro. Ese hombre no era Leni, ni siquiera sabía quién era y qué sería de ella de ahora en más.

Las horas pasaron, igual que los días. Algunas veces sólo podía pensar en la manera de borrar sus besos, y es que sollozar después de estar entre sus brazos, se había vuelto algo habitual. Ni siquiera conocía la voz de ese tipo, sólo su respiración, los sonidos que delataban que había llegado al clímax y que la dejaría sola otra vez, hasta que le volvieran las ganas de abusar de ella.



Que hermosa era esa mujer, tuvo suerte de hallarla luego de que aquel coche que venía a toda velocidad derrapara en la carretera desierta por la que él conducía en sentido contrario. Su suerte se completó al comprobar que el tipo que venía con ella estaba muerto y milagrosamente ella no se había hecho ni un rasguño. Bonitas piernas, pensó cuando la tomó entre sus brazos y la colocó en el baúl del auto. Por las dudas la ató, por si despertaba y se ponía a chillar. «Su cuerpo caliente envuelve el mío que, frágil y helado, acepta su calidez y se envuelve en ella», pensó la primer noche que la penetró.

Fue difícil despistar a la policía que comenzó a llegar al lugar del accidente, el sitio se llenó de gente con rapidez y él había sido tan estúpido de dejar el auto bastante lejos. Se le ocurrió la idea de llevarla abrazada, como si estuviera ebria, mientras le hablaba como un viejo amigo. «No era necesario hacer eso ya que nadie parecía reparar en nosotros. Aun así volví a sentir la fuerte tensión en mi espalda. Alguien me vigilaba", volvió a rememorar para sí mismo. Nunca había sido tan audaz como esa noche, jamás se le hubiera ocurrido tomar a una mujer por la fuerza pero no pudo evitar que sus instintos se aguzaran al verla tan indefensa y sensual.

El tiempo pasaba, ella pareció ir aceptando lo que había sucedido, y él gozaba con más intensidad cada vez que la hacía suya. Él mismo la bañaba, la vestía y le daba de comer, a veces hasta lograba arrancarle una triste sonrisa. Adriana permanecía con la mirada perdida, incluso había ocasiones en los que deseaba que él volviera a ella para no estar tan sola. Cuando ya había pasado casi un año, la oyó jadear por primera vez mientras estaba entre sus piernas.

«Algunas veces oigo voces en mi cabeza, sonidos que provienen de ningún lado; sombras de un corazón oscurecido, transformado ahora en piedra», podía leerse en la pared, sobre la cabecera de la cama. Ella lo escribió un día en que él había salido, era lo único que podía hacer con las manos atadas. A veces, cerraba los ojos y se ausentaba a su mundo de antes, a su vida de profesional orgullosa y reconocida. Era cierto, esa tarde había jadeado, no lo pudo evitar, su cuerpo lo aceptaba y había empezado a desearlo. Coincidió con la época en que él se volvió descuidado, o confiado, y dejó la puerta del cuarto —en el que la tenía prisionera— sin llaves. Ese descuido le había servido para iniciar sus incursiones a la cocina, era una lástima que le estuviera tomando cariño cuando ya casi tenía su colección completa. Oyó la puerta de entrada, él había regresado. Adriana parpadeó varias veces, al tiempo que respiraba hondo y repasaba nuevamente el plan; no podía fallar, de lo contrario, si iba a ponerse sentimental, mejor sería que se apartase de los cuchillos...

jueves, 1 de noviembre de 2012

Proyecto Adict@s Octubre 2012: LOS DOS MUNDOS



Con este relato participo en el proyecto de la comunidad de Adictos a la Escritura del mes de octubre. Teniendo en cuenta que el día de hoy se celebraba en varias partes del mundo la fiesta de Halloween, se decidió por votación que el proyecto trataría sobre la misma bajo el nombre LOS DOS MUNDOS. Según los celtas, en esas fechas la línea entre este mundo y el otro es tan delgada que hace posible que los espíritus puedan cruzarla.







 
UN HALLOWEEN MÁS…


Desde el silencio, a través de la oscuridad que albergaba lo que quedaba de él, llegó un leve murmullo que en un primer momento le recordó a las aguas de un arroyo. Se revolvió en el espacio vacío que contenía lo que ahora era. ¿Recuerdos?, ¿cómo podría tenerlos, si se había vaciado de ellos antes de llegar a donde estaba?

Intentó una sonrisa burlona que nunca llegó a tal y se dejó sumir otra vez en la nada. Pero el murmullo fue creciendo hasta volverse un eco que resonó en sus tímpanos como un alarido. Ya no pudo continuar con su letargo y, sin quererlo ni buscarlo, su espíritu eterno se vio inmerso en una cárcel. Abrió los ojos y sólo se topó con negrura y vacío, estiró los brazos y el vértigo se apoderó de él al no hallar nada a lo que asirse, se sintió flotar. De antemano supo que conservaba su cuerpo, esa era la prisión física a la que había vuelto, con extrema lentitud llevó los dedos a lo que debería ser su rostro. Se percató de que llevaba las uñas largas cuando tocó con brusquedad la blanda y fría piel de su cara. Palpó, constató que aún tenía boca, nariz y ojos. Una vez más los gritos se hicieron oír, tenían una cadencia rítmica, monótona, y lo atraían muy a su pesar. El desconcierto dio paso a la indignación y poco a poco fue convirtiéndose en cólera. Esas emociones turbulentas lo hicieron tomar conciencia de quién era y dónde se hallaba. Ahora caía en la cuenta de lo que sucedía, los ridículos juegos de niños de esa gente se habían convertido en algo más que peligrosos. Aún dudaban de su existencia, pero todos los años era invocado de la misma forma descuidada, precipitada, dando paso a la ira que año a año se volvía más ingobernable.

«Estúpidos ilusos. Ellos mismos me provocan y le dan vida a una leyenda que sólo debería ser eso. Esto es un círculo vicioso de nunca acabar. Los mismos excesos que me atribuyen desde época inmemorial alimentan mi existencia a través del tiempo y eso los lleva a querer saber si es verdad».

Abandonó la tumba que su cuerpo mortal habitó desde siempre y avanzó con paso tambaleante hacía las voces que se hacían más nítidas, al igual que las formas que lo aguardaban ansiosas allá afuera, al igual que la luz naranja del fuego que lastimaba sus retinas atrofiadas. De la nada eterna había sido despertado, de ese descanso que al fin creía merecer y disfrutar la última vez que se durmió. Los observó desde las sombras, fingían ser sacerdotes de otras épocas, aunque no lo engañaban debía reconocer que le gustaba sentir otra vez el frío de la noche sobre su piel amarillenta. En sus ojos, parecidos a huecos sin fondo, destelló una chispa que sólo duró segundos. Su boca de labios purulentos y negros ensayó una mueca hasta convertirse en una espeluznante sonrisa, dejando entrever los pútridos dientes, demasiado grandes para ser humanos. La idea revoloteó en el cerebro muerto de Jack O'Lantern; libertad, comenzó a susurrar, y terminó con una carcajada que le pondría los pelos de punta a cualquiera. Después de todo, ese despertar era una escapada más de esa otra prisión en la que el Demonio se había empecinado en mantenerlo. Seguramente el maldito estaba disfrutando de la situación, alentando a esos ilusos para que osaran despertarlo. Con una molesta nitidez asomó a su memoria el recuerdo de otros momentos como este: cuando lo invocan él acude, y por ser quién es hace de las suyas sembrando el terror por unos días hasta que el maligno vuelve a atraparlo a antojo para dejarlo inactivo por un año más… 


Octubre 2012

Para quienes no saben quién es Jack O´Lantern, pueden averiguar aquí

lunes, 17 de septiembre de 2012

MI RELATO PARA EL JUEGO DE VERANO ORGANIZADO POR PATY C. MARIN

Ya está listo mi relato para el Juego de Verano, organizado en el blog Cuentos Íntimos de Paty C. Marín. El mismo es para mayores de 18 años y puede ser leído en el blog erótico que llevamos adelante junto con Maga Delin y Rivela Guzmán.


Leer en *Eros Textual*



LA PUERTA ENTREABIERTA (+18)







Pueden participar hasta el 25 de Setiembre
Pinchar en la imagen


martes, 21 de agosto de 2012

ULTIMAS ENTRADAS EN EROS TEXTUAL (+18)









 21 de agosto de 2012

Eros Íntimos-Profesionales


[...] Su sexo da tirones de placer, hasta el dolor mismo, cada vez que su mirada se posa en la curva de su cintura, donde dejaría deslizar sus manos una y mil veces hasta llegar a ese monte de Venus que ya conocen sus lienzos y en donde él ha rogado cada noche por hundir su rostro y humedecerlo con su lengua hasta la saciedad [...]


Profesionales, por Patricia O.

Léelo completo aquí: http://eros-textual.blogspot.com/2012/08/eros-intimos-profesionales.html



17 de agosto de 2012

Un Rápido Reconocimiento


[...] Allí, sumida entre las sombras de la calle, parecía más tentadora y apetecible que antes, y Sebastian no quería demorarse en preámbulos. Se acercó a ella con intención de besarla pero lo detuvo con gesto firme y mirándolo a los ojos. Sebastian la miró con extrañeza, pero entonces sintió que ella lo tomaba de las solapas de su campera y cambiaba de sitio con él. Ahora era quien estaba apoyado contra el muro, mientras ella se ubicaba entre sus piernas entreabiertas y lo obligaba a bajar la cabeza lo suficiente como para besarlo. Él no protestó, pero devolvió el beso con la misma ansia con que ella lo besaba. Labios, lenguas y dientes se debatían por degustar y dar placer [...]

Un rápido reconocimiento, por Maga DeLin.

Léelo completo aquí: http://eros-textual.blogspot.com/2012/08/eros-intimos-un-rapido-reconocimiento.html


 6 de agosto de 2012

Encuentro Casual

[...]No pudo controlar su curiosidad y lo recorrió de los pies a la cabeza de forma muy disimulada. Se ruborizó, sintió fuego en la cara, era muy evidente que él estaba excitado, por más que intentara disimularlo guardando las manos en los bolsillos del pantalón; además, la observaba con intensidad, y ya la había atrapado mirando su sexo [...]

Encuentro casual, por Patricia O.

Léelo completo aquí: http://eros-textual.blogspot.com/2012/08/encuentro-casual.html?zx=b099e14dce3a71df



3 de agosto de 2012

Noches de Enero

[...] ─Quédate quieto, Charles ─continuó diciendo, intentando que en su voz no se notara su propia frustración─. Mírame a los ojos ─ordenó, y Charles la obedeció de inmediato. Estuvieron inmóviles durante algunos segundos hasta que ella volvió a hablar, observándolo pasar saliva con dificultad─: Quédate quieto y espera tu momento ─. Y sin más, Carolaine volvió a mover las caderas, elevándose hasta que sólo la punta del pene tocaba la entrada a su vagina, y descendiendo hasta que lo sentía por completo dentro de ella [...]

Noches de enero, por Maga DeLin.

Léelo completo aquí: http://eros-textual.blogspot.com/2012/08/noches-de-enero.html



28 de julio de 2012

Eros Íntimos- Cercano Ocaso

[...] Jeremy se acercó, observando a esa Eva que con voluptuosidad le ofrecía la manzana del pecado, la misma a la que él deseaba darle un buen mordisco. Se detuvo ante ella, temblando al encontrar su cabeza a la altura de su pelvis, donde ya podía notarse el bulto que formaba su excitación bajo la ropa.

Ella levantó la mirada, acercándosele como al descuido. Sus miradas se encontraron, y entonces ella frotó su mejilla sobre su erección, obligándolo a soltar un gemido gutural como nunca antes había pronunciado. Apoyó una mano sobre sus cabellos y la retuvo junto a sí, mientras ella se movía como si no pudiera evitarlo, frotándose sobre su cada vez más inflamado sexo [...]


"Cercano Ocaso", por Maga DeLin.

Léelo completo aquí: http://eros-textual.blogspot.com/2012/07/eros-intimos-cercano-ocaso.html



24 de julio 2012

Confesiones-Pecado

Las lágrimas caían sin control de los ojos de Eleonor, como si una represa hubiera sido abierta por alguien que luego olvidó cerrarla. Las sensaciones de Cameron se mezclaron, el deseo físico disminuyó para confundirse con la ternura y la necesidad imperiosa de protegerla.[...]


Confesiones-Pecado por Patricia O.

Leelo completo aquí:  http://eros-textual.blogspot.com/2012/07/confesiones-pecado.html

sábado, 28 de julio de 2012

EL INGREDIENTE

 

Toda su vida se había dedicado a ser carpintero. Sus creaciones se vendían bien, salvo esos juguetes que tenía acumulados en el taller. 
Lo que más le gustaba desde que comenzó con su oficio, hacía ya unos cincuenta años, era fabricar juguetes de madera. Aún hoy, a los setenta años, seguía creándolos, sabiendo de antemano que sería muy raro vender por lo menos uno. 
Siempre se preguntaba cuál era la razón por la que la gente mayor, y más aún los niños, rechazaban de plano esos juguetes que para él eran perfectos. Y lo eran, eran juguetes perfectos, los miraran por donde los miraran; pero había algo que faltaba y que él nunca había logrado descubrir hasta ahora. 
El carpintero tenía una imaginación prodigiosa y unas manos mágicas para crearlos, pero no tuvo hijos a los cuales regalárselos, ni con los que jugar, pues nunca se casó.

Una tarde, mientras estaba sentado en su taller, mirando como hipnotizado a sus queridísimos juguetes, llegó un niño pequeño. Este se quedó parado en la entrada, sin atreverse a entrar; mirándolo con sus pequeños ojos inteligentes y resueltos. Ambos se sostuvieron la mirada, el viejo con curiosidad y el niño con decisión. Al fin, el pequeño entro con paso lento y se fue acercando a la larga mesa de trabajo, donde descansaban muchos juguetes a medio hacer, ante la mirada atenta del anciano, que no pronunció palabra y lo dejó curiosear.

El niño caminó a lo largo de la mesa, observando todos los juguetes que había allí arriba, hasta que tomó un trencito que ya estaba pronto para ser pintado. Lo miró por arriba y por abajo, y sonrió. Luego, se sentó con las piernas cruzadas en el piso y comenzó a pasearlo en el aire de un lado a otro, imitando el ruido de una locomotora y el pitido del tren llegando a la estación. El carpintero mantuvo sus ojos en él, en los ademanes y los movimientos que hacía con la mano donde tenía el trencito de madera. Estuvo horas observándolo, hasta que el chico se levantó y, con una sonrisa en la cara, se acercó a él para entregárselo. Quedó tan sombrado por lo que acababa de ver que cuando quiso llamar al niño para regalarle el juguete, aquél ya había desaparecido.

Por la noche, mientras cenaba en soledad, el anciano repasó mentalmente lo acontecido durante la tarde. Por unos momentos, sus ojos brillaron como si una idea hubiera cruzado por su mente y una sonrisa serena se dibujó en sus labios; sus sueños fueron más placenteros y tranquilos que nunca.

A partir de ese día, el taller del carpintero era visitado con asiduidad por adultos y niños que nunca se iban sin comprar un juguete. Al fin había descubierto cuál era el ingrediente que hacía falta incluir en la realización de sus creaciones. Cada vez que sus manos daban vida a un nuevo juguete, y antes de darle el toque final con brillantes colores, él mismo se convertía en ese niño que un día entró a su taller para jugar. Al igual que él, se sentaba en el piso lo más cómodo que podía y comenzaba a jugar con sus figuras a medio hacer, emitiendo ruidos con la boca y riendo feliz. Luego, solo quedaba pintarlos con cariño y alegría y el trabajo estaba terminado, listo para ser adquirido para el niño interior de quien lo necesitara.

Julio 2012 Safe Creative #1207292039285


El siguiente relato surgió como respuesta al ejercicio propuesto por Cuento Colectivo, en homenaje a Aldous Huxley. El ejercicio consiste en crear una narración completa cuya moraleja sea el aforismo de Huxley: 

“El secreto de la genialidad es el de conservar el espíritu del niño hasta la vejez”.


*Aldous Huxley, escritor, poeta y filósofo inglés que emigró a Estados Unidos; autor de obras como “Las puertas de la percepción. Cielo e infierno”, “La isla” y “El Genio y la Diosa”, entre muchas otras.

"La vida se ríe de las previsiones y pone palabras donde imaginábamos silencios y súbitos regresos cuando pensábamos que no volveríamos a encontrarnos."


José Saramago
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