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jueves, enero 14

TELITA IV: Trazos sobre el río, por Esperancina & Agente Smith

Lento pero seguro, y tal vez debido a ciertas amenazas que dejé caer aquí y allá, siguen llegando los aportes al Telita.
En esta oportunidad, participa por primera vez Esperancina, acompañada por el ya conocido telitero Agente Smith. Nos obsequian con un hermoso relato en el que mezclan realidad y ficción, basado sobre idea original del Agente. A modo de "bonus", al final el Agente nos cuenta un poco acerca de la inspiración y el desarrollo para este TELITA IV .


Yo lo disfruté mucho, espero que ustedes también. Aquí va:

Trazos sobre el río





Capítulo I – Tiempo de construir


- Me acuerdo cuando se construyó la capilla la primera vez. Los vecinos donaron las tablas de pino, los clavos, todos ayudaron en la construcción. La inauguramos en el año 1859, justo hace veinte años. Daba gusto pasar en esa época por la calle Olavarría - comentaba  Andretta.-  …Fue la primera parroquia de La Boca, la llamamos “de Juan El Evangelista”.
¡Lo que nadie imaginó fue esta ocupación, este griterío, toda esta gente metida en la iglesia!- se quejaba- ¿A quién se le ocurrió que la iglesia pase a ser el Juzgado de Paz? Es una locura, lo mismo que esta idea de independizarnos, ¿no se dan cuenta que ya no estamos en  Italia?
- ¡Andretta! ¿Se enteró? El mismísimo Roca vino a hablar, parece que se arregló todo y seguimos siendo de acá, de Buenos Aires, dijo el párroco.
- Por fin se van, esto no es una oficina pública. Es más, ahora voy a pedir que reúnan los fondos que faltan para la reconstrucción.
- ¿La que encargaron a Pablo Bessana?, preguntó Andretta
- Si, ya presentó los planos, faltaba empezar, nomás - dijo el párroco.
- Si necesita un constructor, en el barrio hay un muchacho que vino de Francia. Un tal Esteban Bourlot. Parece serio.


Capítulo II – El abandono


-¡Antoniettaaaa!, se escuchó en todos los rincones de la casa de alquiler que ocupaba la familia Massone en La Boca. 


¡Cuánto tiempo había pasado desde el día en que abandonaron Italia hasta que desembarcaron!, pensó mientras cruzaba el patio a paso vivo hasta alcanzar la calle. Casi todas las tardes, Antonietta caminaba hasta el lugar donde decían los vecinos que pronto se construiría una iglesia. Lo había escuchado un día de ese verano cuando las mujeres cocinaban en el patio común del inquilinato. Allí vivía en una pieza igual a la que alquilaban tantas otras familias genovesas como la de ella. Se hablaba de que en el terreno baldío de la otra cuadra, todas las mañanas muy temprano o por las tardes cuando el sol ya no calentaba tanto, un señor tomaba medidas y daba indicaciones como podía a los hombres contratados para la construcción. “¡Madonna mia, qué difícil es esto!”, se le oía decir. Él no hablaba el dialecto y ellos apenas si se hacían entender.


Una de esas tantas veces que dijo esto en voz alta, Antonietta pasaba por el lugar. Se acercó y con el castellano que practicaba con el maestro Roncoroni, le ofreció hacerle de intérprete. 
-“ Signore, dicen que no pueden seguir, que les falta fierro” – traducía la linda tanita mirándolo con seguridad. Él le sonreía con la mirada y ella se sentía importante, linda, grande.
El verano se empezó a hacer sentir en la piel, los hombres sudaban, se ataban pañuelos mojados en la cabeza haciéndoles cuatro nudos en las puntas a modo de ajuste y el “signore” usaba sombrero de color claro que, cada tanto, levantaba para secarse la frente y la nuca. Antonietta había cambiado las camisas que le cosía su madre por batones coloridos, de generitos simples y livianos, sin mangas.
Primero vinieron las caminatas; después las miradas, los roces, el placer de lo prohibido y encontraron excusas para ir juntos a comprar materiales. Se dejó enseñar y aprendió a devolver las caricias con rapidez.

La obra avanzaba. Antonietta ya no iba todas las tardes, se sentía cansada, distinta; los batones no le cerraban bien. Su madre descubrió antes que ella misma lo que le pasaba. Su padre le pidió explicaciones a los gritos, a ella y a la Madonna Santa. Ella le pidió perdón, lloró, hizo promesas…Ya no quería escucharla ni verla, le dijo él sin piedad. 


Al día siguiente nomás, la recibieron las monjas.

El momento del parto se anunció con dolor, susto, palabras a medias…Escuchó el llanto de una criatura….Se quedó dormida, sola, muy sola.


Volvió al barrio con el bebé envuelto en una mantita. Su padre no la recibió y su madre bajó los ojos. No había lugar para el perdón ni para ella. Los vecinos la vieron caminar hacia la iglesia ya terminada, que llevaba el nombre de San Juan El Evangelista. Iba a buscar a “un tal Esteban”… -“¡Se fue hace mucho!”- le dijeron. Antonietta apoyó a su bebé en un rinconcito…Caminó despacio, sola, lejos, quién sabe adónde…


Capítulo III – Vientos del Sur


La sudestada soplaba fuerte, alzando espuma hasta la calle. Las manos de Manuel llevaban con firmeza las riendas mientras el carro se tambaleaba sobre las piedras.
Llovía de a ratos. Mientras el italiano conducía el carro hacia la Casa de Expósitos, su mujer Justina pensaba cuánto le costó convencerlo para hacer esa visita.
- Perdemos la mañana de reparto en la carbonería, ¡qué van a decir los clientes! dijo Manuel Chinchela.
- A nadie le gusta que le lleven el carbón mojado, mejor repartir mañana, contestó la mujer.


Al llegar los recibió la encargada, ilusionada por la posibilidad de acomodar a alguno de los huérfanos. Y esta pareja parecía decidida. Acercó al patio a los de dos y tres años, que todavía tenían alguna posibilidad si se veían sanos. Los más chicos estaban adentro, cerca del calor de la cocina. Eran los preferidos para los que venían a elegir. Los mayores… casi imposible, quedaban hasta los doce a la espera de un traslado a otro instituto, ya sin esperanza de que un día los llevaran.


Los Chinchela entraron, Manuel se sacó el sombrero y vieron el grupo que sonreía como les enseñaron, todos menos uno en la ventana, dedicado a mirar el río con ojos tristes.
- Ese, ¿cómo se llama? preguntó Justina.
- Benito, contestó sorprendida la encargada.
El chico había cumplido los seis el pasado 1 de marzo. Aunque la fecha era aproximada, porque lo dejaron en la puerta el 26 de marzo de 1890 y le calcularon la edad en más o menos tres semanas.


Lo recordaba como si fuera ayer, envuelto en ropas finas, con una nota que decía “este niño fue bautizado, se llama Benito Juan Martín”. Llevaba además un pañuelo con una flor bordada, cortado en diagonal. Pensaron que tal vez alguien vendría a buscarlo, que algún pariente aparecería con la otra mitad del pañuelo. Pero los años pasaron y Benito ya estaba “inventariado”, no se iba más.


- Me gusta el de la ventana, dijo la mujer.
- Pero ya es grande.. dijo Manuel. Y está muy flaco.
- No importa, te va a ayudar pronto en la carbonería.
El genovés iba a protestar pero la mirada de la mujer lo terminó de convencer. Los ojos de la entrerriana no dejaban lugar a dudas, se iría de ahí con ese chico.
- Tráiganme los papeles, dijo Manuel Chinchela, y con una cruz temblorosa rubricó el acta.


Justina se sentó al lado del chico, su piel morena contrastaba con la palidez de Benito. Las rodillas flaquitas asomaban abajo del gabán. Las pocas pertenencias y el pañuelo con la flor estaban listos en un atadito.
- Vamos a casa, dijo Justina Molina.
- Vamos, dijo Benito, como en un sueño.

Capítulo IV – Río y carbón


La barcaza avanzaba lentamente entre la niebla. El patrón movió la rueda del timón, un poco a babor, después al centro. La Vuelta al lado de  lo de Alberto Rocha no podía estar lejos, “Ancora pochi minuti e siamo alla Bocca”, dijo.


Con oído atento escuchó las voces en la orilla, ya estaban cerca del puerto. Como fantasmas, las figuras comenzaron a aparecer y a dibujarse en el muelle. Un genovés robusto esperaba mientras el barco se acercaba llevado por la inercia hacia los pilotes del puerto.
-¡Chinche! Te paso la amarra!
- Mi chiamo Chinchela, masculló el italiano. Con sus fuertes brazos tensó el cabo y lo anudó a la bita. - ¿Hace falta gente para descargar?
- A diez centavos la hora.
Un par de hombres se acercaron a la planchada y subieron con el italiano para empezar a bajar el carbón. Uno de ellos, viejo y visiblemente enfermo, trató de levantar una bolsa y comenzó a trastabillar.
-Ese hombre no puede con la carga, que se baje, dijo el patrón.
- Sí que puede, dijo Chinchela, que ya llevaba una bolsa de 70 kilos en el hombro derecho. Tomó la bolsa del enfermo y se la puso en el otro hombro.
-Grazie Chinche… dijo el hombre.
- ¡Mi chiamo Chinchela, Don Andretta! sonrió el genovés. Sus zapatones reclavados hacían sonar las tablas de la planchada, curvada por el peso de la carga.


Desde el carro el chico pálido miraba a su padrastro y a los hombres enfilados mientras el sol empezaba a reflejarse en el Riachuelo. Tomó un pedazo de carbón. Con trazos livianos, simples, comenzó a dibujar en el piso del carro las figuras de los estibadores, del barco, del agua tranquila.


El genovés volvió al carro contando las monedas. Ya era hora de empezar el reparto. Se acercó al chico que lo esperaba
- ¿Tenés frío?
- No, casi nada, papa.
- ¿Y eso? ¿Qué hiciste en la madera?
- Un dibujo. Son vos, Gino y Don Andretta bajando las bolsas.
- Está bien, mostráselo a tu “mamma” cuando lleguemos.
Con su mano tosca y dura intentó en el rostro delicado una caricia que dibujó varios dedos de carbón en la mejilla sonriente del chico.
Una vecina se acercó a saludar.
-¿Este es el chico que trajo del orfanato, Don Chinchela?
- Ë nuestro figlio ahora, sí.
- Qué lindo ragazzino, ¿cómo te llamás?
- Benito Martín. No, Benito Quinquela, dijo el chico, mientras dibujaba el día que aclaraba, con el carbón.


Por Silvia "Esperancina" y Daniel "Agente Smith", Enero 2010




Nos cuenta el Agente:
"Bueno, hace muchos años conocí a un señor en Bahía Blanca que tenía  enmarcado un tornillo con una cinta de colores y decía "Miembro de la  Orden del Tornillo", firmado por Benito Quinquela Martín. Ahí me enteré  que era de los últimos que quedaba de un grupo de artistas amigos de  Quinquela, "los locos a los que les falta un tornillo". Y me contaba  historias sobre este pintor que tuvo un comienzo tan difícil y  misterioso y se transformó en un artista tan destacado. Y con el Taller Literario de MaríaCe apareció la idea de imaginar este  pasado. Trabajamos juntos, con Silvia, el tema, pensando en un cuento con  trasfondo histórico, aunque con algunas licencias y seguramente alguna  fecha que no coincidirá. Pero para escribir el pasado imaginario me faltaba la visión romántica,  por suerte este TELITA IV es en equipo y Silvia puso la figura de  Antonietta, con la pasión y el romance. Silvia dejó entrever el drama y  los prejuicios de la sociedad en esa época, con la ilusión de la chica  inmigrante y el castigo familiar. 
Esperamos que sea del agrado de todos y que nos voten profusa y  exuberantemente. Gracias a la dueña de casa por invitarnos a participar."