Memoria histórica y recuerdo personal.
El objetivo de la ley de memoria histórica es el mismo que el de cualquier otra ley: infundir sensación de seguridad en el protegido. La seguridad que da la legalización de las historias personales compuestas de leyendas de perseguidos por la dictadura en la familia. Se induce el recuerdo en el individuo, se eleva a leyenda, se confirma como mito y se instala en la imaginación popular como símbolo. Lo que hasta ahora era terreno de la cultura de izquierda, pasto de hispanistas de guardia, objeto de documentales televisivos, estampas de lorcas asesinados, motivo de inauguraciones artísticas y rédito de intelectuales integrados, se convierte en disposiciones que sueldan la fragilidad de la memoria personal. Y que ordenan esos flecos particulares en un tapiz colectivo que comparte una misma imagen. Es una convalidación pública del recuerdo o del deseo de haber tenido un tío perseguido por la dictadura. Es la transformación del relato familiar en público.
El recuerdo es una de las aleaciones sentimentales más maleables que pueda haber. Si ya la memoria del tío depende de la herencia o del sabor que deja una reunión familiar, su manejo público hacia el puerto seguro del mito de la república y hacia el prestigio de lo perseguido asegura un rápido éxito al promotor de la operación. Lo demuestra la encuesta de El Mundo sobre el recuerdo que distintas generaciones tienen del franquismo. Sólo aquellos que por edad no pueden tener recuerdo lo tienen negativo, criado por la escuela y por los fabricantes de imágenes como precedentes de esta ley. El ciudadano protegido necesita que su leyenda personal sea mítica y pública, que coincida con la ilusión de la mayoría para poder confesarlo en sociedad y ser aceptado por sus círculos más próximos.
El gran acierto de esta ley es su hábil bricolaje del sentimiento personal que urde y arraiga la historia de una familia. Poco importa que choque contra la evidencia de la larga muerte en la cama del oprobioso, contra la evidencia de las legiones de antifranquistas sobrevenidos a su muerte, contra la evidencia de que ésta les pillara conspirando en los chalets. Se fabrica el recuerdo porque el protegido necesita contar con una leyenda personal que lo eleve de lo cotidiano y con el reconocimiento público y oficial de ésta.