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domingo

Apuntes de madrugada



(...) Hasta que te das cuenta de que tenés un arma: la máquina de escribir. Según cómo la manejás es un abanico o es una pistola (...), pero con cada máquina de escribir y un papel podés mover a la gente en grado incalculable. No tengo la menor duda. (...)

Rodolfo Walsh


Desde el raid de eventos poco usuales que me llevó a la Rosada y a Rosario, entre otros puntos de relevancia me da vuelta la necesidad de escribir sobre eso. Pero no son palabras que narren las que quiero, esas ya han sido evocadas por varios lados. Lo que me da vuelta es algó así como "una teoría bloggera", más bien algunas apostillas o notas de cata que puedan dar cuenta del fenómeno y su potencialidad.

Si hay algo que mueve la historia, si hay una lucha, un motor, una disputa eterna es la de construir la realidad. Se sabe que uno de los actores que hoy se torna imprescindible para comprenderla son los medios de comunicación masiva. Éstos, voceros de los real están emparentados directamente con la noción de panóptico como dignos herederos de la sociedad de vigilancia que han perfeccionado sus dispositivos y su accionar en esta deformación de modernidad. En estas circunstancias actuales que algunos llaman tardo-modernidad, otros post-modernidad y otros simplemente no sé donde estamos parados, los medios se autoconsagran dos funciones esenciales: la de "hacer creer" y "controlar". Esto es, construir la realidad y al mismo tiempo ejercer una vigilancia ciertamente punitiva para garantizar la permanencia de la propia construcción de realidad que crean sin cesar.

Ocurre que para entender la lógica en que actúan hay que pensar un poquito más allá de la imagen ingenua del papel prensa o el noticiero del canal de TV. Los medios producen realidad y para ellos se han constituido como agentes de poder en distintas dimensiones pero fundamentalmente en la dimensión económica. Y así, el canal de recetas de cocina o el de películas XXX son ante todo una empresa. Pero, pero (siempre hay un pero) la gran lucha no es por dinero exclusivamente: la productividad se mide en dólares y también en transformación cultural. Una especie de alquimia en la que las ganancias se vuelven ideológicas.

Y hasta aquí, no he dicho nada nuevo. Lo sé. Esto es sólo un intro para establecer un marco mínimo en el contrato de lectura.

En este sentido, la distribución de poder en nuestro país obligó a intentar permear esta realidad construida a través de algunas herramientas como los blogs. Estas bitácoras personales, cuadernos de notas, casi diarios íntimos de la web son a veces apuestas interesantes aunque caen en la gran frase de Feinmann (guarda, aclaro que desde mi perspectiva personal la frase "cualquier pelotudo tiene un blog" lejos de ser una afrenta puesta en términos negativos es muy por el contrario una definición que denota el crecimiento de un fenómeno que se escapa de las consideraciones).

La apuesta: si los medios crean una realidad monolítica donde no hay espacio para la relación dialogal y uno desde su notebook lee a Rodolfo Walsh, se deja abrazar por la catarsis y la hace pública ¿estamos ante un fenómeno que por tamaño (potencial) está en condiciones de disputar esa realidad? En los tiempos de la no-modernidad (término acuñad ad hoc) en los que lo público se soslaya en lo privado ¿son los blogs las herramientas para escamotear la construcción de realidad dominante?

Desde este lugar, la idea disparatada de Deleuze es la que me atrapa: se trata de (...) "crear interferencias e interrupciones, huecos de incomunicación, como una tentativa de abrir el campo de lo posible desarrollando formas innovadoras de ser y estar en el mundo" (...).

Pero insisto y pregunto porque dudo, consecuencia del pensamiento cartesiano y de estar vivo (mi hobby predilecto).

martes

No post Buenos Aires



-por más que uno lo intente, ese que está debajo de las letras y a oscuras nunca sale, queda allí

-pero qué lindo es buscarlo

-es lindo que lo encuentren.


Llegué más tarde de lo que pensaba y en vez de abrir los diarios preferí las editoriales de un taxista. La mañana no parecía una mañana y el gris de la ciudad contrasta con el amarillo que luce la CABA. Extrañamente se me dió por extrañarme (eso de los antropólogos, vió) en cada paso que hacía entre adoquines rotos y humedad. Aun siento las huellas de la humedad bajo estas letras. Pude ver cómo las metáforas se hacían cuerpo por las calles porteñas y perdí la cuenta de cuántos freaks y groupies me crucé.

El cuaderno de notas esperaba en blanco mientras me ofrecían desayunar con donnuts o cheese cake a falta de medialunas... una de las razones más importantes por las que viajo a Buenos Aires es esa: las medialunas. Café, enésimo cigarrilo que se desvanece y la crónica sigue esperando ser escrita.

Día de agenda agitada: un encuentro, diez llamadas, otro encuentro, celular que no quiero atender. Perdí el momento en que oscureció, se desvaneció en algun punto sin avisar.

Noche en San Telmo: otro encuentro, las horas pasan como las ilusiones de los transeúntes.

Me ha quedado impregnado la violencia de las calles tanto como la humedad: Hay marcas en la ciudad que remiten a la lucha simbólica de la praxis cotidiana y sí, la había leído en unos cuántos post pero eran sólo eso: palabras. Palparlo es otra cosa, la dimensión onírica en la que se zambulle el consumidor ciudadano apelado por los carteles amenazantes y coercitivos de campañas poco felices, son la constante de las interacciones que construyen.

En clave de campaña fue inevitable la comparación con esta desangelada ciudad en la que resido. Pese a la realidad que uno quisiera que fueran sólo letras, el deseo está latente. En la alienación de los rostros ateridos, sus ojos aun se despiertan ante la posibilidad de perder el deseo. El ritmo frenético no es ajeno ni a Eros ni a Tánatos.

Y tampoco me he desprendido del deseo.



miércoles

Esa mañana


Es que me falta cuento

en esta capital,

se amarga hasta el romance

y la anarquía crece más.

Es cuerda que se oxida

en esta vena de pensar.

Es musa mal parida

es que no sé ni qué cantar.



Ya no se trataba de repetir rutinas sino de recuperar la mirada. No sé cuando volví pero sé cómo, quizás por ello he demorado tanto en continuar con esta bitácora.

Desperté una mañana sin que el sol me encandilara, estaba dejando un hotel de Núñez lista para una agenda de "oportunidades". Llegué a Palermo, barrio que nunca me atrajo pero el peso de la mochila hizo que me estancara un buen rato en plaza Serrano (tampoco entiendo por qué le llaman así, si tiene un cartelito que dice Plaza Cortázar).

Primera nota de agenda: "dejar atrás el workshop de ayer, no recordar ni siquiera el aspecto porcino de los Grobo, mucho menos sus palabras y empezar de nuevo".

8:15 del sábado - desayuno en la plaza. El mozo quiere conversar porque no sabe cómo disculparse ante la falta de medialunas. Luego de veinte minutos de disculpas en las que se mezclan el clima y los errores de la gestión PRO, me regala un alfajor de chocolate medio derretido. Obsturo una y otra vez, siempre hacia la izquierda debido a la posición de la luz. Un detalle que lleva a otro. Suena el celular que no quiero atender. Sigo gatillando la cámara enfocando puertas, paredes y graffitis. Me sorprende un pibe que me regala un beso para la eternidad de la fotografía.

Olvido la hora pero sé que el sol está en otra posición y me obliga a girar. Vienen llegando los inmigrantes a vender sus cosas. Es tiempo de dejar la comodidad del bar. Otra vez el celular que no quiero atender. Un marroquí que vende cueros me invita un café del termo de un uruguayo. Está algo tibio y demasiado dulce. Me pregunta mi nombre y comienza a contarme esa historia de amor trágico que recorre el Magreb cuya protagonista se llama igual que yo. Ya conozco esos hilos pero me sorprendo ante los detalles de su tejido discursivo colmado de datos melancólicos propios del que se va, del que deja su tierra. Me he ganado un descuento, dos libros del Islam y mi nombre escrito en árabe para que un tatuador lo deje impreso para siempre en mi piel. Creo que también me he llevado la melancolía.