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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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DE PROFESIÓN: DIRECTOR


Menuda semanita llevamos, oiga. Todavía se están imprimiendo artículos sobre Bergman cuando ahora nos llega la noticia de la muerte de Micheleangelo Antonioni, a los 94 años de edad.
Fue llamado el director de la “incomunicación”, ya que sus películas solían tratar los problemas que causa, casi siempre situándolos en ambientes de alta burguesía, y protagonizados por la que fuera su musa, Mónica Vitti.
De esa época pertenecen sus cintas más conocidas: El eclipse, El desierto rojo ,La noche o La aventura. A continuación dio el salto internacional, con Blow up, que mostraba el swinging London de los años 60, Zabriskie point o El reportero. Fue de los primeros en interesarse en el uso de la tecnología digital en el cine, y al igual que otros directores, acabó mostrándose mas interesado en la televisión.
Aunque nos pudiera gustar o no, o sus películas pudieran parecer aburridas, se ha de reconocer que gente como él o Bergman contribuyeron a hacer del cine europeo algo totalmente distinto al hollywoodiense, y tan sólo por eso ya es merecedor de este homenaje.
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PERSONAJE BLANCO SOLTERO BUSCA (AUTORA)


Hecho: me hago mayor. Eufemismo: estoy evolucionando. Eufemismo B: estoy madurando. Este proceso inevitable que podría llevarme a una profundísima, interminable y espesisima disertación de corte blogger-narcisista sobre el paso del tiempo, sus consecuencias y derivaciones, se manifiesta también en varios aspectos de la materia que nos ocupa e interesa. ¿En qué percibo, cinefílicamente hablando, tal hecho? Aparte de lo más obvio, el background que voy adquiriendo, es innegable que me he vuelto mucho más selectivo a la hora de decidirme a ver una película; dicho en pasiva, mi capacidad de experimentación ha disminuido significativamente. Durante buena parte de mi época adulta (más de una ex-novia afirma rotundamente que jamás he tenido época adulta), y una vez descubierta mi pasión por el cine, allá por los primeros noventa (batallita aquí), caí presa de una cinefagia insaciable y contumaz que me hizo tragarme (con perdón) todo lo que me ponían por delante, en especial cine contemporáneo, con la esperanza de descubrir esa joya escondida, esa pequeña obra maestra disimulada entre los grandes nombres en neón. El propietario del cineclub del barrio se forró conmigo... Hace algún tiempo que esa voracidad ha desparecido. Para que me interese “descubrir” una película necesito que mis biorritmos me avisen, una pequeña señal, un chispazo (sea en forma de crítica escondida, actor de culto, sinopsis) que me avise de que quizás, de nuevo, voy a encontrar oro. Si no, no merece la pena. Ya me he comido suficientes truños como para escribir un blog paralelo a este (mmmm...), qué coño. Y hay veces que, incluso, sobrepasado por la pereza, paso olímpicamente (es decir, cada cuatro años) (festival del humor con...) de mis biorritmos. Justo, justo, lo que me pasó con “Más extraño que la ficción”. Dios, qué largas me quedan las introducciones.

En el caso de esta película estrenada hace algunos meses, la señal de aviso me la dio Maggie Gyllenhaal, una actriz de cuya existencia tuve conocimiento por primera vez en la perversa y estimulante “Secretary” y que parecía tener un radar para aparecer en productos de calidad, hasta que apareció en “World Trade Center”, esa hez, y mi “confianza” se resquebrajó. Así que, en el caso de “Más extraño que la ficción”, pesó más el anti-reclamo de Will Ferrell (a pesar de su experiencia alleniana) y le negué tres veces. Por mi culpa-etc. Recientemente disfrutada en DVD, ha resultado ser una de las propuestas más interesantes que he podido ver en algún tiempo desde el repetitivo y funcional cine americano. Marc Foster, director del filme, rompe con su línea más bien artesana y poco autoral de sus películas anteriores (“Monster’s ball”, “Descubriendo Nunca Jamás”) para, socorrido por el guionista primerizo Zach Helm, pergeñar un embriagador juego metalingüístico entre literatura, cine, realidad y ficción que huele a colonia Kauffman pero que resulta ser una fragancia propia. El punto de partida no tiene desperdicio: un inspector de hacienda de vida gris, monótona y rutinaria, Harold Crick (Ferrell, hierático como nunca) descubre, un buen día, que una voz en off femenina está narrando su vida en tiempo real. Y no sólo eso: la narradora planea matarlo. Cuando parece que el relato va a centrarse en la lucha de Harold contra su supuesto destino, he aquí que se nos muestra a la propia escritora, Karen Eiffel (Emma Thompson, pelín afectada), especialista en asesinar a sus personajes, pugnando con su propio bloqueo creativo para darle una muerte digna a su protagonista. A Harold, claro, eso no le parece bien; y trata por todos los medios de cambiar su vida (para salvarla), incluyendo en ese cambio a una alegre y desordenada pastelera (la Gyllenhaal, seductora, magnífica)... Es curioso observar cómo la película, que no pertenece nítidamente a ningún género concreto, transita por los itinerarios convencionales de la narrativa, pero desde otro plano: el de la ficción consciente de serlo. Se han citado referentes literarios como “Niebla” de Unamuno, o “Seis personajes en busca de autor”, de Pirandello; y, desde luego, “Adaptation”, de Spike Jonze, como cita cinéfila. Sin embargo, este film tiene un lenguaje propio al que no es ajena cierta valentía formal (que no llega a la desvergüenza, dicho no necesariamente en el mal sentido, de Jonze o Michel Gondry) de Foster, que no duda en mostrarnos las obsesiones de Harold (cuenta baldosas, escaleras, pasos, todo lo contable, vamos) a través de gráficos tridimensionales en movimiento. El juego metalingüístico llega a cotas extraordinarias en escenas como la encuesta que le hace a Harold el profesor de Teoría Literaria encarnado por Dustin Hoffman (perfecto, como de costumbre) para determinar el género literario al que pertenece la vida del desdichado inspector. ¿Tragedia? ¿Aventura tolkieniana? ¿Comedia?

Cierta caída de ritmo a media película, y un final complaciente y reblandecido lastran un poco la película, aunque no lo suficiente como para no considerarla una propuesta de lo más recomendable. Aunque lo del final quizás habría que replantearlo: puede que forme parte del juego. Al fin y al cabo, Karen, la autora, sabe que el final de su libro (¿del film?) no va a hacer de él una obra maestra: está bien y punto. Pero ella se conforma. Pues yo también.
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ADIOS A UN MAESTRO



Ingmar Bergman, el director de cine sueco más famoso de la historia, ha fallecido hoy a los 89 años de edad.
Su infancia fue bastante parecida a la del protagonista de Fanny y Alexander: un niño de gran imaginación y fascinado por el teatro que tiene que hacer frente a un padrastro sacerdote muy estricto. Se ha hablado mucho del “silencio de Dios” de sus películas (tipo Persona), pero también hay un Bergman más ligero, divertido y a quien le gusta disfrutar del sexo, como el de Sonrisas de una noche de verano, e incluso hizo una película tan aterradora como Los huevos de la serpiente. También ha sido uno de los que mejor ha diseccionado el mundo de la pareja, y su visión de la Edad Media en El séptimo sello o El manantial de la doncella es de las mejores que ha habido: por un lado fanatismo religioso, por otro los instintos mas bajos, suciedad y pobreza. Magnífico director de actores, supo sacar el mejor partido de Max Von Sydow, Liv Ullman o Ingrid Thulin. Dos de los suecos más internacionales, que compartían el apellido, él e Ingrid Bergman, juntaron su talento en Sonata de otoño. Director de cabecera de muchas generaciones de cineastas, aunque también sumo hacedor de bostezos e incomprensión entre buena parte del espectador medio, su nombre es marca de fábrica de una manera de hacer cine, y una bandera de incalculable valor a la hora de defender el prestigio cinéfilo del cine europeo. Desde aquí, en nuestro humilde blog, y aunque nunca hemos sido seguidores del bergmanismo, no podíamos dejar de reseñar su figura en un día como hoy; a fin de cuentas, su autobiografía se llamó como nosotros: “La Linterna Mágica”. Por fin la Muerte ganó la partida de ajedrez. Te acompañamos en el sentimiento, Woody.
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YOU CAN LEAVE YOUR HAT ON


Lo sé, lo sé; si preguntara cual es el mejor strip-tease de la historia del cine probablemente la mayoría diríais el de Kim Basinger a ritmo de Joe Cocker en Nueve semanas y media. ¿Pero y el masculino? ¡Ah, muchachos! Ahí la cosa cambia y casi nadie sabe qué decir... Una feminista convencida como yo no puede menos que intentar reparar esta injusticia, aquí todos moros o todos cristianos. Para mi el mejor de todos es el irresistible numerito musical de Cristopher Walken en Peniques del cielo, mientras canta Let’s misbehave de Cole Porter. Toda una maravilla de escena, con un impagable Walken en plan canalla de tercera fila de cabello engominado, demostrando una vez mas lo bien que se le dan los pasos de baile.

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PISOS A TRES MIL PESETAS



Spanish trilogy, episodio I: Planes de boda

Vamos a por una de esas trilogías patilleras que se me ocurren de tanto en cuanto en arrebatados golpes de iluminación, después de arduos y sesudos procesos de concatenación de corrientes y cinematografías. Esta, en concreto, viene de echarle un vistazo a mi lista de películas y temas para el blog (esta lista es la vida), y observar que, no sólo había varias películas españolas en ella, sino que ninguna pertenecía a los autores canónicos de esta nuestra hispanidad cinéfila. Ni Almodóvar, ni Buñuel, ni Berlanga, ni Amenábar, ni Erice... En algunos mal llamados foros de opinión leo determinadas apreciaciones al respecto del cine español (hay blogs que se dedican exclusivamente a destrozar las películas españolas que se estrenan, una detrás de otra), extraordinariamente simplonas y reduccionistas, y aquí su satánica majestad marcbranchesiana se hace cruces a pesar de su devoto ateísmo. Así que valgan estas tres películas, pertenecientes a diferentes décadas, para demostrar que la historia del cine español no carece de calidad y de obras maestras; en todo caso, lo que ha faltado ha sido una personalidad propia, un sello distintivo. Esta vez iré intercalando los episodios de la trilogía con otros posts, para evitar que tanta españolidad arrejuntá le produzca a Fede Jiménez Losantos tal arreón orgásmico que acabe por proponernos una colaboración fija en su página humorística, o en la radio del Apocalipsis. Y por ahí sí que no paso...

He dicho que ninguno de los filmes de la trilogía pertenecía a ninguno de nuestros autores canónicos. Mentira podrida (empezamos bien...). “El pisito”, la obra maestra del italiano Marco Ferreri, pertenece, en buena parte, a su guionista, el simpar Rafael Azcona. “El pisito” es una adaptación, de hecho, de su novela del mismo nombre, porque Azcona era, en un primer momento, novelista. Pero, miratupordónde, le gustó esta cosa del cine (“Escribo guiones porque me resulta más fácil que escribir novelas”) y hasta ahora... El asunto va de un señor de Madrid (Rodolfo, un José Luis López Vázquez pre-landismo, excelente) pusilánime y algo calzonazos que, como todo hijo de vecino en aquellas (y estas) fechas, tiene un sueldo paupérrimo que apenas le permite llegar a fin de mes, con lo cual su pequeño sueño burgués de comprarse un buen pisito en el centro de la ciudad, en el que vivir con su marimandona novia de toda la vida (Petrita, Mary Carrillo, un curioso aire con Carmen Machi), resulta quimérico; sin embargo, se le abre una posibilidad en el piso en el que vive realquilado: casarse con la anciana propietaria y esperar a que la palme. Pero la mujer tarda más de lo inicialmente previsto... Obsérvese la moralidad relajada de la propuesta, por así decirlo. El guión marcha en esa línea: Azcona mantiene una prudencial distancia con sus personajes, sin encariñarse demasiado de ellos, y sin molestarse en justificarles éticamente. Prefiere focalizar sus esfuerzos en mostrarnos esa España que el blanco y negro tan bien define: esforzada, anticuada, pícara (“el comercio, cuando se es honrado sin exagerar, te deja sus buenos dineros”, dice el jefe de Rodolfo) superviviente, panderetera, pintoresca, desprendiendo un ligero sabor a agrio, a caducado. Esta negrura desencantada de Azcona mezcla a la perfección con el costumbrismo detallista de Ferreri, dando como resultado una comedia-tizón con aromas surrealistas que exhalan fragancia de Valle-Inclán y de 13, Rúe del Percebe. Marco Ferreri (quien, después de su siguiente obra maestra, "El cochecito", no pudo seguir rodando en España porque le caducó el permiso de trabajo. País) llena la escena de detalles en segundo plano, de conversaciones y situaciones; el plano nunca suena a hueco, jamás se siente vacío. Por detrás del diálogo del primer plano siempre hay unos niños molestando, una pareja discutiendo, o un tarado haciendo música con una botella. Tan sólo hay una escena en la que Ferreri deja solos a los dos protagonistas durante un buen rato: un amargo baile en el que la cámara se queda con el rostro desencantado de Petrita, desolada y superada por la espera, que acaba arrancando unas lágrimas de sus ojos mientras danza lánguidamente con su eterno novio y remacha con la única línea de diálogo de la escena: “debimos casarnos antes”. La mala uva de Azcona, pero también su conocimiento de la fauna humana hispánica de la época, se encuentra presente en todas y cada una de las escenas y situaciones, en todos y cada uno de los diálogos. El ansia de una vida “normal”, el lujo de comer pollo, el semihacinamiento de la clase media en pequeñas habitaciones, el auge de la figura del “realquilado”, el asombro ante el progreso que viene de fuera (la máquina de palomitas): nada es casual, nada es porque sí. Incluyendo ese final tan anticlimático, tan poco cinematográfico, en el que no hay ningún giro de guión abrequijadas; ocurre lo que tiene que ocurrir. La vida sigue, los muertos, muertos están, y para eso los enterramos: para poder caminar por encima sin acordarnos de ellos. La teoría de la evolución según Azcona.
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APUESTA GANADORA



El thriller parece que ha vuelto con fuerza, el mismo año coincidieron en el estreno Plan oculto, 16 bloques y El caso Slevin, muestras de cine de género, en el que lo que mas destaca es el guión y un final sorpresa.
¡Cómo me gustan las historias que empiezan con dos desconocidos que se encuentran por casualidad y el uno le cuenta al otro una historia increible, que probablemente cambie su vida! Así empieza El caso Slevin, con Bruce Willis explicándole una historia a un chico en un aeropuerto, aunque aclarando que “Charlie Chaplin una vez entró en un concurso de imitadores de Chaplin y quedó el tercero. Eso es una anécdota. Esto es una historia”. La película no puede empezar mejor, ya que esa escena es de las que te dejan enganchados en la butaca... y sin embargo...
Casi lo tenía todo para ser un bombazo, pero le falta (o le sobra) algo. Los efectismos visuales no tienen gracia, y abusan un tanto de ello, sin que aporten nada a la historia. Se nota demasiado que se quiere imitar a Tarantino o Ritchie, pero con menos talento.
Morgan Freeman y Ben Kingsley son dos jefes de la mafia que están enfrentados como dos reyes en un tablero de ajedrez. Viven encerrados en interior de dos rascacielos que están frente a frente, y no salen nunca de ellos. El primero se llama El Jefe (normal, ya que Freeman fue Dios) y el segundo es El Judio (“¿Y porqué le llaman El Judio?” “Porque es judio”, ¡ay, quien te ha visto y quien te ve, Gandhi, con lo bueno que eras !).
Bruce Willis interpreta una vez mas al pistolero solitario e inexpresivo, que al final resulta ser el más sentimental de todos y tiene ocasión para lucir unas cuantas pelucas.
Josh Hartnett se pasa la mayor parte de la película con una toalla y/o la nariz rota -cada uno puede elegir el aliciente que prefiera-, convertido en inesperado peón manejado por los reyes. Y la verdad es que no lo hace mal, pues sería muy fácil quedar eclipsado por el resto del reparto. Se ha de reconocer que el chico quiere dejar de ser un ídolo de adolescentes.
Una Lucy Liu mucho mas expresiva y simpática que lo habitual, y los siempre eficaces Stanley Tucci o Danny Aiello terminan de completar el reparto.
Lo mejor de la película es el guión, con sus giros, sorpresas, buenos diálogos (“En resumidas cuentas, apuesto que fue esa boca la que se ganó esa nariz”), ingeniosos y con referencias cinéfilas para que disfrutemos. Los papeles pintados de las habitaciones parecen de una película de Almodóvar.
Total, una película muy entretenida, que gustará a los amantes del género, y para que no os quejéis os pongo unas escenas eliminadas para que podáis decidir mejor si os gusta o no, ya que no hay nada mejor que conocer todas las posibles jugadas antes de hacer una apuesta.
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BATMAN MARCA ACME



¿A que esta no os la esperábais?

Jóvenes padawanes, aprovechando que estamos en verano y hay que relajar el tono, que bajan las visitas y que Alice la Directrice está menos vigilante debido a las horas que pasa en la playa a la búsqueda desesperada de melanina, aprovecho para inaugurar una nueva etiqueta en La Linterna Mágica denominada “Ed Wood”, en la que, de uvas a peras, iremos compilando desastres cinematográficos realizados expresamente para que marcbranches descargue su adrenalina sobre ellos (que a veces, apetece, oyes, entre tanta obra maestra y tanta cinéfila lisonjería... que a veces parecemos José Luis Moreno presentando a sus artistas...). Para inaugurarla, y dado que soy un batmanófilo irredento, me he traído conmigo nada más y nada menos que a “Batman & Robin”, la cuarta de la saga, un delirante esperpento perpetrado por Joel Schumacher (y el infumable guionista Akiva Goldsman) que, después de su fracaso, se cargó momentáneamente la franquicia del murciélago (hasta que llegó Nolan para salvarnos). Desde el punto de vista del comic-adicto, la película resulta irritante por numerosísimos motivos: ese Batman tiernecico y sonriente de George Clooney, ese Robin (Chris O'Donnell, en su carnet dice que es actor) disfrazado de Nightwing, ese Bane (villano relevante en la historia de Batsy) reducido a un retrasado con botón de arranque, esa Batgirl metida con calzador (y nunca mejor dicho: a duras penas entraba en el traje) y con un origen reinventado, ese homoerotismo recauchutado... Vamos, que al friki de toda la vida le entran ganas de arrancarse la campanilla con un fórceps después de verla. Desde el punto de vista cinematográfico, que es el que nos ocupa, el gran problema del film (aparte de que es HORROROSO, claro) es que carece de encanto kitsch, lo que impide disfrutarla siquiera desde la distancia irónica, como sí ocurre con muchas otras (un día de estos hablaremos de “Superman IV: en busca de la paz”: esta sí que es divertida). No hay por donde coger esta hez hedionda y maloliente: son tantos los defectos, que lo mejor es hacer un resumen de las mejores jugadas, al estilo “Estudio Estadio”. Ahí van los highlights de este soberano truño llamado “Batman & Robin”:

- El inicio. Culito con culito, paquete con paquete, y venga primeros planos del “armamento” de los trajes... ojo al primer diálogo de la peli, que deja claro su carácter introspectivo y trascendental: Robin -“Quiero un coche. Los coches enrollan a las nenas”; Batman -“Por esto Superman trabaja solo”. Por esto será...
- La primera escena de acción. ¿Qué haces cuando has robado un diamante de chorrocientos kilates? Lo que haría cualquiera: jugar al hockey con él. ¿Para qué te lo vas a llevar a tu guarida secreta (un discreto palacete de hielo, por cierto: jamás lo encontrarán)? Ya que te has traído el stick... Luego, eso sí, la cosa mejora, y B&R, en una característica escena costumbrista, se ponen a surfear en el aire sobre unas puertas multiusos que casualmente se han encontrado. Puro Tarkovski.
- El descacharrante ingenio de Mr. Frío (llámame Chuache): “Permitidme romper el hielo”, “Previsión meteorológica: se acercan nevadas”, “Esta noche, el infierno se congelará”... Groucho palidecería de envidia...
- ¿Se pueden fumar puros en un palacio de hielo? Chuache SÍ puede. Por algo es gobernador. Y punto.
- Colores preferidos de Joel Schumacher: purpurina lisérgico, verde fluorescente, azul luminol y rojo puticlub.
- Villanos marca ACME (subgénero Goldsman). Como los de “Batman forever”, tienen tendencia al soliloquio apocalíptico (versión “voy-a-conquistar-el-mundo-porque-el-mundo-me-ha-hecho-así”), a la carcajada villánica y a repetir una y otra vez “¡sí!”
- Citas cinéfilas: la persecución del gran diamante “homenajea” a “Indiana Jones y el Templo Maldito”; en la lisérgica carrera de motos aparecen unos tipos vestidos de “drugos” de “La naranja mecánica”. Si Stanley levantara la cabeza... se volvería a la tumba directo.
- “Nunca salgo sin mi bat-tarjeta de crédito”. Sin comentarios. Por cierto, Bats quiere usarla para pagarle a Poison Ivy (Uma, ¿con qué objeto contundente te dieron en la cabeza para hacer esto?) una tardecita loca. Eso, ¿en qué convierte a Ivy? En mi pueblo las llamamos “señoras que fuman”...
- Supongo que Elle McPherson decidió probar suerte en el cine para que dejaran de considerarla una mujer florero. Gracias a esta película, sale en todos los diccionarios de cine. Exactamente, en la definición de “mujer florero”.
- Mejor línea de diálogo de Robin: “¡Cowabunga!”. Mejor línea de diálogo de Bane: “¡¡Bane!!”
- Akiva y sus recursos como guionista. En una escena en la guarida de Frío, Poison Ivy utiliza ¡cinco! veces los polvitos feromónicos contra B&R (tres polvos a Robin y dos a Batman) (con perdón). De hecho, los utiliza no menos de quince veces durante el filme. Lo cual confirma que Goldsman escribió el guión en el lavabo durante un ataque de estreñimiento agudo.
- Por desgracia, el gran momento de la película ha pasado bastante desapercibido. De hecho, yo sólo me di cuenta cuando la vi en DVD. Durante la batalla final de B&R con Poison Ivy, Robin está atrapado debajo del agua, mientras Batman y Fatgirl (Alicia Silverstone, de “Crazy” a esto) pelean con la susodicha malosa; durante esa pelea, se nos muestra un intento de Robin de salir del agua, pero inmediatamente ¡LA IMAGEN VA HACIA ATRÁS!, como si Joel le diese a la manivela del Cinexin al revés, dejando al petirrojo en plena lucha. Cuando Fatgirl tumba a Ivy, Schumacher vuelve a cascarnos LA MISMA ESCENA de Robin, esta vez sí saliendo del agua. Esto es mucho mejor que el pulpo de goma de Ed Wood en "Bride of the monster"...

Sí, vale, el post me ha quedado largo, pero ¡Diosssss! necesitaba desahogarme... Por cierto. Recomiendo encarecidamente el DVD de esta película. Sólo por esa casi media hora de featurette que se pega Joel Schumacher (hay que reconocerle la valentía de dar la cara) tratando de justificar una aberración tras otra, para al final PEDIR DISCULPAS por la película, vale la pena.
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¡HAPPY BIRTHDAY TO US!


Por una vez, y sin que sirva de precedente, vamos a hablar de nosotros, porque creo que la ocasión se lo merece. Cada día se crean miles y miles de blogs, pero la gran mayoría no llegan a los dos meses; pues bien, esta linterna ya hace un año que está iluminando la blogosfera, y parece que fue ayer...
Lo que empezó para mí como un trabajo más de la universidad, se ha convertido en algo mucho más importante. Ni a mi compañero ni a mí nos han movido ni las ganas de hacernos famosos o ganar dinero, sino sencillamente hemos encontrado un medio en el que podemos dedicarnos a dos de nuestras mayores aficiones: el cine y escribir, jamás nos imaginamos que llegaríamos hasta donde estamos ahora (si es que estamos en alguna parte).
Desde que empezamos hasta ahora hemos añadido algunos pequeños cambios y mejoras, más técnicos que de otra cosa, que espero que no sean los últimos, y hemos aprendido muchas cosas. Muchas gracias a todos los que nos habéis ido leyendo, pues nos dais ánimo para seguir adelante.
Y como no puede haber cumpleaños sin regalo, he elegido algo muy especial para todos vosotros, que espero que os guste. Se trata de Vincent, un corto de Tim Burton con su estética inconfundible, homenajeando a dos de sus mas grandes amores: Vincent Price y Edgar Allan Poe (casi ná). La he puesto con subtítulos para que podáis disfrutar de la maravillosa voz de Vincent Price.
Así que ya toca tan sólo apagar la vela y...

Updeit marcbranchesiano: eyeyeyeyeeeeey... paren rotativas un momento... alto ahí. ¿Un guateque de cumpleaños y yo sin saber nada? ¿Acaso mi invitación se había traspapelado entre las cartas de amor a Kenneth Branagh de Alice la Directrice? Cagüenlospeluquinesdenicolaskeich... Bueno, pues me cuelo en la fiesta como transformer en cacharrería para felicitar a la fundadora del blog por el primer año de existencia de La linterna, y por haber tenido el exquisito criterio de elegirme como intercalador de posts (me niego a denominarme a mí mismo bloggero, y mucho menos escritor o crítico). Puedo prometer y prometo seguir dando la brasa con mis entradas kilométricas y mis ideas de secciones absurdas. Siempre, eso sí, jineteando una cinefilia galopante que no descansa y que sólo se alimenta de celuloide. Dure lo que dure, la aventura vale la pena. AHORA sí que se puede apagar la vela...
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MEMORIAS DE UN BEST SELLER



¿Quien no ha caído en la tentación de leer alguna vez un best seller? Esos libros que la gente devora ávidamente mientras van en el metro o autobús, que suelen ser bastante gruesos y a veces sin saber porqué se han convertido en éxitos de ventas. ¿Buena promoción? ¿Idea original? ¿Momento adecuado? A veces de todo un poco, y a la que se empiezan a vender como rosquillas eso hace que automáticamente la gente los compre más. Curioso, ¿no? Tal vez su calidad literaria en algunos casos no sea demasiado buena, pero el simple hecho de haber despertado el interés suficiente como para que la gente los lea en estos tiempos de la era de la imagen ya es todo un éxito.
El cine siempre se ha mostrado interesado por los best sellers, sería interminable la lista de películas basadas en libros famosos, que en la mayoría de las ocasiones ha permitido que digamos con un tono de enteradillos “¡Bah, era mejor la novela!
Se han conseguido magníficas películas basadas en libros mediocres, (prueba número 1: El padrino), hay otras que están muy por debajo de su origen literario (prueba número 2: La hoguera de las vanidades), y en unos poquitos casos la adaptación es un perfecto reflejo de lo que quiere decir el libro (prueba número 3: El gatopardo).
¿Qué ingredientes tenía Memorias de una geisha para convertirse en un best-seller? Hablar de un tema muy poco conocido por los occidentales, que es exótico y fascinante: el mundo de esas muñequitas de porcelana llamadas geishas. Pero no nos engañemos, está escrito por un americano, Arthur Golden, que habrá leído unos cuantos artículos sobre el tema en el Reader’s Digest y ya se cree un experto.
¿Qué nos cuenta? La historia de Chiyo, (Zhang Ziyi), una niña que es vendida a una okiya para convertirla en una geisha. Su infancia es tan desgraciada como la de cualquier niño de Dickens, hasta que conoce a un presidente (Ken Watanabe) (aunque nunca sabemos de qué ¿de una comunidad de vecinos?) y desde entonces su único deseo será convertirse en una buena geisha capaz de interesar a ese hombre.
Hay fallos en la película, la historia de un amor imposible que dura toda una vida ya la hemos visto en otras ocasiones y mucho mejor (Carta de una desconocida, por ejemplo) y para mí el principal fallo es que mucho hablar de geishas pero la protagonista tan sólo tiene dos clientes y deja de ejercer por la guerra, así que no debería dárselas de gran entendida. Además, se usa la voz en off, para recordar el origen literario de la película y resulta totalmente innecesaria.
Una cosa que no sabría calificar como virtud o defecto, aunque casi me inclino por lo primero, son las licencias que se toman con el aspecto físico de las geishas: su maquillaje es menos espeso, los escotes de la espalda del kimono son mas bajos y –especialmente- el pelo salvaje de Hatsumomo (Gong Li) creo que le va perfectamente con el personaje.
Para lo último me he dejado lo que sí vale la pena: la fotografía, ambientación y música son sensacionales. A pesar del revuelo que hubo por haber elegido a dos estrellas chinas como Zhang Ziyi y Gong Li para las principales protagonistas, las dos están muy bien y bellísimas, la rivalidad entre ambas es de lo mejorcito de la película (porque mira que podemos llegar a ser malas). Resumiendo, a pesar de sus defectos, se ve con mucho agrado, y comparada con El código Da Vinci es una auténtica obra maestra.
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FERIA DE CHARLATANES



Es curioso. Durante el concienzudo proceso de documentación que he llevado a cabo para la realización de este post aquí presente (unos dos minutos, incluso más), me he encontrado con que “Glengarry Glen Ross”, la excepcional película de James Foley basada en una obra teatral de David Mamet, ha sido objeto de análisis y de base para diversos estudios y cursos de negociación y motivación para ejecutivos, comerciales y similares. En particular, la mítica escena en la que aparece, por única vez, Alec Baldwin, de la que ya hablaremos luego. No sé qué pensarán Foley y Mamet de que el supuesto “enemigo” (añadid todas las comillas que queráis) criticado en la obra, el feroz y deshumanizado capitalismo, vuelva las tornas del revés y se aproveche de las armas con las que se le apuntan... Al revisar esta película hace unas semanas en un canal de televisión local, me vino a la mente un dato que ya había olvidado: ñoras, ñores, yo también fui vendedor. Con 19 tiernos añitos (hace nada), y durante tres largos y extraños días, fui lo que se llama un agente comercial. Ojo batallita-abuelo Cebolleta: era en una editorial de cuyo nombre no quiero acordarme, y teníamos que contactar, puerta a puerta, con medios y altos cargos de pequeñas y medianas empresas con el cuento de que vendíamos enciclopedias para costear ¡un viaje de fin de curso! Me asignaron un compañero que era incluso más vago que yo, así que los dos primeros días los pasamos en diversos billares de mala muerte; con lo cual mi experiencia de agresivo (y mentiroso) comercial se limitó a un día, más que suficiente para determinar que mi carencia de talento y mi exceso de escrúpulos me impedía dedicarme al mundo de la venta. Cierro batallita. Esto... ¿De qué estábamos hablando?

Eso, de “Glengarry Glen Ross”. Sinopsis de bolsillo. Los agentes de una oficina inmobiliaria ven multiplicada la presión de las comisiones por un “concurso definitivo” que les imponen desde la dirección, en el que hay tres premios: el primero es un Cadillac (mola mazo), el segundo un juego de cuchillos de cocina (bueno, es mejor que una corbata o un flotador de los Transformers), el tercero es el despido (glups); entre los vendedores se desatan deslealtades y debilidades, más cuando durante la madrugada la oficina es asaltada en busca de un pequeño tesoro (cierra la boca, Gollum, pesao)... Basada en una obra de David Mamet estrenada en Yuesei en 1984 con considerable éxito, la película de James Foley es una sutil pero impactante mirada crítica al descarnado mundo de los negocios, tan desprovisto de valores morales como adscrito al “todo vale”. El film no reniega de su aspecto teatral (sólo dos localizaciones, la oficina y un restaurante), sino que lo refuerza, dedicándose con mimo a los primeros planos y a la interacción de los actores. No es de extrañar, con el pedazo de reparto-megapeich que tuvo a su disposición el amigo Foley: Al Pacino, Jack Lemmon, Ed Harris, Kevin Spacey, Alec Baldwin, Alan Arkin y Jonathan Pryce. Si yo soy Foley, el primer día o me gasto una libreta entera en autógrafos o salgo corriendo hacia Sebastopol. Los diálogos son sublimes, acerados, punzantes cual tabla de faquir, ásperos como lija del dieciséis; la palabra “fuck” se repite hasta 138 veces, de tal manera que los actores se referían al film como “Death of a fucking salesman” (“Muerte de un jodido viajante”, para los que hacíais campana en inglés). El retrato de los personajes es admirable: el bocazas y conspirador Dave Moss (Harris); el pusilánime George Aaronow (Arkin); la rata de oficina, y nunca mejor dicho, John Williamson (Spacey), el director de la agencia; el caduco y desesperado Shelley “La Máquina” Levine (Lemmon); y el encantador de serpientes, el triunfador Ricky Roma (Pacino). Aparte del incauto, apocado y calzonazos James Lingk (Pryce), al que Roma engatusa mientras se desarrolla la primera parte de la película, en una excelente idea narrativa. Todos están excelentes (vale, alguna vez a Pacino le patina el embrague y mete la quinta), pero es necesario destacar que Jack Lemmon está increíble, deslumbrante. Qué recital de matices, qué interpretación de manual, qué manera de ofrecer humanidad y patetismo a un personaje de escasa moral y que él mismo reconoció que le parecía detestable. Grande, una vez más, el maestro.

Dejo para el final la escena de marras (añadida, por cierto, para la película, no existe en la obra de teatro), ese speech apabullante, arrasador, esa avalancha oral alrededor del ABC (Always Be Closing) del buen comercial que escupe un tal Blake (Baldwin, quizás el gran momento de su carrera). Como digo, ha encabezado montones de cursos de liderazgo y motivación, no tanto como ejemplo (sólo faltaría) sino como pistoletazo para el debate. Aparte de sus cualidades “didácticas”, la escena es brutal, apoteósica; Blake despedaza a los agentes sin compasión y sin límites de moralidad o compasión: “¿Cuál es mi nombre? Jódete, ese es mi nombre. Tú has conducido un Hyundai para llegar hasta aquí, yo he llegado en un BMW de 800.000 dólares. Ese es mi nombre”. Comparado con esto, el método Grönholm parece el Juego de la Oca...
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TE ESTOY HABLANDO A TI, BOBBY



Si, no me mires así. Te estoy hablando a ti, Robert Mario De Niro Jr., así que no cuelgues el teléfono.
Aunque tienes mas sangre irlandesa que italiana, te has especializado en interpretar a mafiosi. De hecho, curiosamente, han servido para que te concedieran la ciudadanía de honor italiana, aunque no es que hayas dado muy buena imagen de ellos, precisamente. Tal vez sea cierto eso de que “es mejor que hablen mal de uno a que no hablen.
Si te hiciera falta presentar un currículum al hacer una película sería impresionante: Toro salvaje, Taxi driver, El cazador, El padrino II, Erase una vez en América, Novecento,Uno de los nuestros... Con tantas películas tan buenas en tan poco tiempo, te convertiste de inmediato en una especie de mito viviente: eras el ídolo de cualquier actor, la referencia obligada de cualquier interpretación.
Obsesivo y perfeccionista hasta el límite (el método hasta el infinito y más allá), has adelgazado o engordado como si fueras de goma, te has tatuado, has aprendido a tocar el saxofón, te sacaste licencia de taxista. Con tu actuación como Vito Corleone en El padrino II se lo pusiste a los críticos en bandeja de plata: eras el sucesor de Marlon Brando. The score os reunió y significó un nuevo relevo de poder: Brando- De Niro- Norton.
Encontraste un director con el que te entendías a la perfección, Marty, aunque él fuera de Little Italy y tú de la Cocina del Infierno, entre vosotros se produjo esa magia especial que aparece muy pocas veces en el cine entre director y actor. Ahí va la lista: Malas calles, Taxi driver, Toro salvaje, Uno de los nuestros, El cabo del miedo, Casino, New York, New York y El rey de la comedia. Tela marinera.
Pero de pronto dejaste de elegir proyectos ambiciosos, decidiste reírte de tus propios papeles de gangster en Una (y otra) terapia peligrosa o hasta incluso de ti mismo, te embarcaste en proyectos comerciales. De acuerdo que tú mismo confesaste que necesitabas dinero para Tribeca, y por otro lado comprendo que ya no necesitas demostrar nada por la sencilla razón que ya lo has hecho todo y que actuar ya no supone ningún desafío para ti. Ahora parece que te interesa mucho más la dirección y después de haber mostrado que habías aprendido muy bien las lecciones de Scorsese en Una historia del Bronx, con El buen pastor has querido ir mas allá. Por nosotros perfecto. Pero no nos abandones, vuelve a demostrar porqué se te ha considerado uno de los actores mas grandes de todos los tiempos, porque te echamos de menos. Porque tú... tú... eres bueno. ¿Bobby? ¿BOBBY?...
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SÍRVAME LO MISMO QUE A ELLA





La escena más caliente que jamás se ha visto y se verá de la más bien mojigata Meg Ryan (sí, no me olvido de “In the cut”, esa boñiga lerdoerótica que resultó ser la prueba definitiva de que Jane Campion es una farsa), en esa excelente comedia romántica llamada “Cuando Harry encontró a Sally”, la cual, viendo el estado catatónico en el que se encuentra el género, sigue ganando puntos a medida que pasa el tiempo. El speech de arranque de Billy Cristal es muy reconociblemente masculino (“yo LO NOTO”), y decir que la réplica de Meg es contundente es quedarse muy corto. El careto de Harry durante el fingido abrazo al orgasmatrón de Sally es todo un poema (asonante). El remate al fondo de la red, la última línea de diálogo de la asombrada (y esperanzada...) comensal de al lado, es apoteósico, y fue idea del propio Billy Cristal. Apenas dos minutos que le obligan a uno a reflexionar sobre toda una vida sexual. Glups.
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TOMA EL DINERO Y CORRE



Hacía bastante tiempo que no nos paseábamos por la obra de Stanley Kubrick, uno de los preferidos de La Linterna Mágica. Stan the Man es un director de esos al que uno se acerca con enorme respeto, lo más sigilosamente posible, con la convicción de nuestra propia insignificancia, dando pasos muy cortos y cuidadosos, con el temor de despertar a la bestia muy presente. Kubrick se empeñó en hacer de cada film una revolución, de cada propuesta la definitiva. Quiso desmontar, reinventar y finiquitar todos y cada uno de los géneros que abrazó, siempre obsesionado con decir la última palabra, con trascender más allá del cine. Sus armas para defender todo esto fueron la puntillosidad, un carácter de mil demonios y un talento desmesurado, hasta tal punto que esa abrumadora grandilocuencia, en algunos casos, resulta un lastre (menor, en cualquier caso) para algunas de sus películas, y para la mirada del espectador poco exigente. No ocurre esto, sin embargo, con sus primeras películas. “El beso del asesino”, cine-negro-con-boxeador apuntaba pero no disparaba, y fracasó en taquilla. Esto convenció a Stanley de que los caminos del Señor no le habían llevado por la senda de la escritura original, y descubrió que adaptar un buen libro pudiera ser una buena solución (once de cada diez guionistas del Hollywood actual opinan lo mismo, intercalando “libro” con “cómic”, “serie de TV” o “videojuego”). “La jungla de asfalto”, de John Huston, había retocado los parámetros clásicos del cine negro (Godard aún no se ha repuesto del cabreo), y a Kubrick eso de rehacer géneros empezó a hacerle gracia. Pero era joven, y su ego aún no se había situado a la altura de un dios griego, así que su adaptación de la novela “Clean break”, de Lionel White, albergaba las intenciones de una vuelta de tuerca narrativa a golpe de deconstrucción temporal que, muchas años después, se ha convertido en referente de cineastas supuestamente innovadores que, en realidad, se han dedicado a homenajearle. Ejemplo: la escena del centro comercial de “Jackie Brown”, de un tal Quentin nosecuántos...

Atraco perfecto” tiene el aspecto de serie B al que obliga tanto el género negro como su referente literario, y Kubrick aún no es lo suficientemente pretencioso como para saltarse a la torera dicha premisa. Explicada en modo Tradicional “on”, este relato de un atraco frustrado (sí, el título español era para despistar: lástima que la sorpresa se vaya al carajo nada más comenzar el film) (lo que refuerza mi teoría que los que retitulan los films extranjeros ni se los miran) aguantaría envites críticos con mucha compañeras de género, pero posiblemente no pasaría de ahí. Una banda de respetables ciudadanos reunida por Johnny Clay (Sterling Hayden) que planean y llevan a cabo el atraco a la caja de un hipódromo, y cuyo plan se complica de manera trágica debido a la aparición de ciertos factores externos. Factor externo alfa: la esposa de uno de los atracadores, Sherry (Marie Windsor), un verdadero zorrón desorejado. O sea, las mujeres adoptando el papel habitual del cine negro. En este caso, un análisis algo malévolo (o no tanto, conociendo a Stan) nos llevaría a una misoginia evidente en “Atraco perfecto”: aparte de la esposa que lo estropea todo, las otras dos mujeres que aparecen en el filme son meros floreros; la mujer/novia/amante de Johnny, sumisa y obediente como ella sola, y la esposa de Mike O’Reilly (Joe Sawyer), cuya enfermedad le obliga a participar en el atraco. De hecho, la presentación de Sherry no es sino la actuación de una metralleta de frases sarcásticas y despectivas hacia su marido George (Elisha Cook), sin duda obra del gurú de la novela negra Jim Thompson, dialoguista de la película, que llega a resultar excesiva; de hecho, se puede afirmar que Kubrick no se molesta en ser demasiado sutil en el dibujo de los personajes. Formalmente, la película alberga esos juegos de luces y sombras que sólo el blanco y negro nos puede ofrecer, y ciertos apuntes de la minuciosidad marca Kubrick en travellings y encuadres.

Por supuesto, todo esto queda algo relegado al hablar de la narrativa propiamente dicha, alejada de la linealidad standard para mostrarnos el relato desde los diferentes puntos de vista, permitiendo que las motivaciones de unos y las debilidades de otros resulten dramáticamente más acusadas. Para facilitar la comprensión de la historia, Kubrick se ayuda de la voz en off, que va situando al espectador en cada momento temporal, cual señalero de un avión (más a la derecha, un poquito a la izquierda). Una opción arriesgadísima en aquella época, pero que le otorgó a Stanley el prestigio suficiente como para que Kirk Douglas se fijase en él y... bueno, eso ya es otra historia. Es inútil remarcar que “Atraco perfecto” bebe directamente de las fuentes de “La jungla de asfalto”, aunque para muchos la supera (no para mí), incluido el gran Sterling Hayden. El cine negro fue, pues, el primer género dinamitado por Kubrick, su primer paso, tímido, respetuoso aún, hacia la Historia del cine.

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WORKING CLASS HEROES


Hay una especie de género que está muy arraigado en Gran Bretaña: el que trata de la clase obrera, que tuvo su mejor caldo de cultivo durante el mandato de Margaret Thatcher (¿porqué será?). Gente como Jim Sheridan, Stephen Frears o Neil Jordan se dedicaron a él, pero el que parece mas apegado a él es Ken Loach.
Riff Raff es una de sus primeras películas y con la que empezó a ser conocido. Trata de un grupo de obreros de la construcción, que a pesar de ser ingleses están mucho mas cerca de Pepe Gotera y Otilio que lo que nos pensábamos. No puede hablarse de una historia concreta o un guión, todo vienen a ser escenas aisladas que nos muestran la vida cotidiana de todos ellos, la manera en que dejan de trabajar cuando los jefes no están delante, los trapicheos para poder seguir cobrando el paro, los constantes robos de material de la obra, los recortes de medidas de seguridad por parte de los patronos para ahorrar dinero... Todo nos resulta familiar y cercano, y para que la identificación sea mayor, lo mejor es usar a actores desconocidos que no parezca que interpreten, sino que podrían ser perfectamente una de las personas con las que te encuentras en el metro cada día. Está bien que el cine de vez en cuando se acuerde de los olvidados, de los que nunca pintamos nada e intentamos sobrevivir cada día, los que no somos ni guapos ni feos, ni demasiado ingeniosos o aburridos, gente del montón.
Robert Carlyle es Steve, un escocés que acaba de llegar a la ciudad y se mete de okupa en un piso, aunque tiene sus sueños, ya que cree que lo de trabajar en las obras será algo temporal: quiere abrir una tienda de calzoncillos. Además, conoce a una chica, Susan (Emer McCourt), aficionada a los horóscopos y que es una desastrosa cantante. Escenas tan divertidas como la del baño de uno de los obreros en el piso de muestra de la obra o la de un entierro en el mas puro estilo el Nota se combinan con otras mas dramáticas, como las del diálogo entre Steve y Susan sobre las drogas o el accidente de uno de los compañeros.
Carlyle todavía no era conocido, pero era perfecto para interpretar a un obrero, no desprovisto de encanto, como en Full Monty
Unas ratas que pululan entre la obra abren y cierran la película, y mira por donde aquí es donde coinciden dos cineastas tan distintos como Loach y Scorsese. Mardito roeore.
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ASESINATO DE ESTADO







Sister I won’t ask for forgiveness/ My sins are all I have

Un ripio del tema de tito Bruce (el OTRO tito Bruce) que resulta muy definitorio de la personalidad de Matthew Poncelet, el chulesco y condenado amago de James Dean al que interpreta Sean Penn en la película “Pena de muerte”, de Tim Robbins (título español más evidente y menos contundente que el original “Dead man walking”), un extraordinario ejercicio de reflexión objetiva del sr. Sarandon sobre un tema tan espinoso como la pena capital. Tim Robbins, todo un icono de la cultu-izquierda americana (uséase, universal) del cual poco podía hubiera esperado uno en sus inicios si se atenía a la expresión bovina de su personaje en “Los búfalos de Durham”, había dado arranque a su carrera como director con el falso documental político “Ciudadano Bob Roberts” (reseña linterniana aquí), toda una demostración de nervio formal e ideológico que debería formar parte del índice del temario de cualquier escuela de cine que se precie; Robbins se posicionó políticamente desde una mirada propia en un espejo cóncavo, sin ahorrar munición en su afán ametrallador, del que no se libraron los (supuestamente) más afines a sus ideas. Con “Pena de muerte”, un film muy diferente, en todos los sentidos, a su antecesor, Robbins reafirma su voluntad de alejarse de maniqueísmos, sin que eso determine una falta de posicionamiento o una confusa y calculada ambigüedad; una cosa es tomar postura y otra muy diferente ser maniqueo: abajo el prejuicio, viva el postjuicio. En “Pena de muerte”, Tim Robbins trata de tomar partido desde el mismísimo entresijo del conflicto, y nunca antes de entrevistarse con todos los agentes del mismo para hacerse con el mayor número de piezas del puzzle posibles, y a partir de ahí edificar el teorema que, en cualquier caso, nunca será enunciado explícitamente, puesto que su intención es que el espectador saque sus propias conclusiones. Aunque con trampa, eso sí... Voy a por unos Cheetos y una Mirinda limón.

Marcbranches returns. Hablemos de cine: “Pena de muerte” es una extraordinaria película. No hay mucho que explicar sobre el argumento, supongo: reo conoce a monja, reo es condenado a muerte, monja conoce a padres asesinados por reo, madre de reo... vale, está bien, es un poco más complicado que eso. Pero no mucho más. Basada en la experiencia personal de Helen Prejean, nos muestra como dicha monja (la sra. Robbins, merecidísimo Oscar, qué mirada) se enfrenta a los demonios personales del condenado a muerte Matthew Poncelet (soberbio Sean Penn), a los fríos recovecos legales de la pena capital, y a los padres de las dos víctimas de Poncelet (aunque él niega la mayor: de hecho, la duda sobre si fue el verdadero autor de los crímenes es el mcguffin de la cinta), plenos de rabia, dolor e incomprensión. Helen Prejean se ve envuelta sin pretenderlo (“me siento atrapada, más que impulsada” contesta a su madre cuando le requiere, preocupada, por la causa de sus desvelos por Poncelet) en una vorágine de sinsentido inopinadamente surrealista (los toques de humor con los que Robbins salpica la primera mitad del film dan buena cuenta de ello) a la que la buena mujer opone su mirada limpia e inocente de católica convencida. Entre los múltiples obstáculos que se encuentra (política, la propia postura de la iglesia), el mayor es el propio Poncelet, un arrogante y paleto chulito de pueblo que acude a ella en busca de redención gratuita-pasepernocta, sin darse cuenta de que esa redención sólo la puede obtener desde la asunción de sus pecados (Prejean dixit) (a mí no me miren, que soy ateo). Robbins se preocupa en mostrarnos las caras del dolor de las víctimas, una más radical encarnada en los Percy, y otra que intenta sobrepasar la rabia irracional de la pérdida, representada por el sr. Delacroix. “Pena de muerte” se empeña en mostrarnos hasta los más nimios detalles del gélido proceso administrativo de la ejecución de estado, para que compartamos el espanto de Helen Prejean ante la frialdad del procedimiento, hasta llegar al clímax final, en el que Robbins no se ahorra ningún detalle de la ejecución (y eso que eligió, con toda la intención, la inyección letal, la más “humana”...) sin valerse de efectismos: así, consigue que nuestro espanto sea auténtico, y no prefabricado. Aunque...

Antes hablé de una pequeña trampa de tito Tim. Aviso que destripo el final: no quiero reclamaciones ni querellas, que los abogados están por las nubes. La trampa es el arrepentimiento final de Poncelet, que reconoce su culpabilidad y suplica perdón, en su último discurso (ya atado y en postura de crucifixión, nada menos); con este golpe, el actor-director americano facilita nuestra identificación final con el condenado a muerte. Un pecadillo venial, como mucho, que no perjudica la valentía de la propuesta. Como detalles a destacar, no puedo pasar por alto ni la gran banda sonora (el Boss, Peter Gabriel, Nusrat Fateh Ali Khan, Eddie Veder...) ni la nueva aparición de un jovencísimo y deshinchadísimo Jack Black, el actor fetiche de Robbins, aunque parezca mentira: ha estado en sus tres películas como director. El único que ha repetido en las tres, junto a... cómo se llama esa actriz... bueno, ya me saldrá.

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IMITACIÓN AL MELODRAMA



Ver esta película es como entrar en el túnel del tiempo. Todo en ella recuerda a los melodramas de Douglas Sirk: el uso del color, la música... hasta los títulos de crédito parecen de esa época. De hecho, además tiene en común con Sólo el cielo lo sabe la relación mal vista por todos de un jardinero y la mujer para la que trabaja, por no hablar de la coincidencia con los títulos originales.
Lejos del cielo explica la historia de un matrimonio, los Whitaker, formado por Cathy (Julianne Moore) y Frank (Dennis Quaid). Todo es perfecto: la casa, los niños, el pueblo. No es de extrañar que la mujer perfecta salga en una revista perfecta al mas puro estilo Life... Pero algo podrido huele en Hartford.
El marido se siente desgraciado sin saber porqué y bebe para olvidarlo, hasta que encuentra la causa, aunque sabe que no es la que gustaría a todo el mundo.
El racismo también hace de las suyas en ese precioso pueblecito, la única relación que se permite entre dos personas de raza diferente es la de amo-criado, cualquier otra es vista como una amenaza, por cualquiera de los dos lados.
Breves pero precisas pinceladas nos muestran la intolerancia de la gente del pueblo. Cualquier cosa que se salga de lo establecido es apartada y criticada, ya sea la homosexualidad, el arte moderno, razas o clases distintas. No se puede romper la armonía del cuadro, los colores han de combinar y todo ha de estar en su sitio. Lo demás no importa.
Sorprende un poco que el director haya sido Todd Haynes, ya que su anterior película fue la irresistiblemente glam Velvet Goldmine, pero las dos reflejan dos tipos de sociedad muy determinadas y cómo influye ésta en la vida de los personajes.
Uno de los detalles que pueden chocar mas ahora es la forma en que se quiere asumir que la homosexualidad es una enfermedad: «Estoy seguro de que esto es una enfermedad, porque me hace sentir despreciable», dice el muy respetable Sr. Whitaker, pero por supuesto el tratamiento médico resultará un fracaso.
El hecho que esté situada en una época muy concreta no hace que nos sintamos menos identificados con los protagonistas: ¿en realidad hemos cambiado tanto? ¿Seguro que todavía no existen buena parte de los prejuicios que muestra ? Vale, se han conseguido algunos...
Julianne Moore está estupenda en su papel, seguida por el generalmente desaprovechado Dennis Quaid y Patricia Clarkson. La única pega que encuentro es que Dennis Haybert recuerda físicamente a Denzel Washington pero carece de su sex appeal, y eso habría añadido tensión erótica a la historia (el mismo defecto que le encontré a Por encima de todo, también protagonizada por él, con la que tiene algún punto de contacto). Aunque eso es una apreciación muy personal mia, por supuesto.
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LA MALDICIÓN DE LA PANTERA ROSA



Camaleón:
1) m. reptil escamoso de unos 30 cm. de longitud, cola prensil y ojos de movimiento independiente. Animal mimético, su piel cambia de color para adaptarse al de los objetos que le rodean.
2) col. Peter Sellers.

Aunque no podría asegurarlo, puesto que no he vivido épocas pasadas (no soy ni H. G. Wells ni Rip Hunter), estoy absolutamente convencido de que la primera vez que se asoció el término “camaleón” a un actor fue gracias a él. Y si no fue así, lo habría merecido. Peter Sellers difícilmente formará parte de una lista de mejores actores, poca gente lo incluirá entre sus actores favoritos; pero aquí su seguro servidor no tiene ninguna duda de que el actor-showman-genio británico ha sido uno de los talentos más indiscutibles que ha parido madre en la historia del cine. O quizás habría que especificar que ha sido uno de los mayores talentos ARTÍSTICOS, y que se plasmó en la cinematografía como podía haber sido en cualquier otro ámbito. Por desgracia, el cine no supo exprimir todo el jugo que Sellers llevaba dentro, y su carrera se hubiera quedado a la altura de un Martin Lawrence cualquiera si no hubiese sido por Blake Edwards (quien le dio la celebridad) y, en particular, Stanley Kubrick (quien le regaló prestigio a borbotones, luego mal aprovechado). Su filmografía está trufada de filmes fallidos, de fracasos en taquilla y de frustraciones, aunque su popularidad se mantuvo muy cerca de las nubes durante los cincuenta y sesenta, tanto en la Pérfida Albión como en los Yuesei. Era un personaje a la búsqueda permanente de sí mismo, una personalidad difuminada entre imitaciones, impostaciones, parodias e interpretaciones; una entrega tan absoluta a la investigación de las debilidades y los tics ajenos que se olvidó de los suyos, hasta tal punto que llegó a olvidar quién y qué era Peter Sellers.

Richard Henry Sellers comenzó a hacerse famoso en Gran Bretaña a raíz de un programa de radio llamado “The Goon Show” en la BBC, junto a unos coleguitas comediantes, que acabó siendo trasladado a la TV (¿alguien ha dicho “Monty Python”?). De aquí al cine tan sólo había un paso, y Sellers, ávido de éxito y reconocimiento, no dudó en darlo. Sus comienzos en la comedia británica son irregulares artísticamente (aunque hay buenas películas como “El quinteto de la muerte”), pero su fama crece imparablemente, hasta llegar a compartir cartel con la divissima Sofia Loren en la mediocre “La millonaria” (interpretando a un psicólogo hindú: su carrera está plena de orientales...). Y entonces llega cierto director barnizado de grandilocuencia hasta en la barba, un tal Kubrick, que está preparando una bomba de relojería llamada “Lolita”, y se le ocurre que Sellers podría dar vida al esquivo y perverso Clare Quilty. Stan, que de tonto no tenía ni un pelo, le dio plena libertad a Peter, hasta tal punto que permitió que su personaje creciera en importancia y presencia. Peter Sellers borda un Clare Quilty elegante, snob, retorcido y decadente, en un trabajo para la historia. Así que Kubrick le recluta para su primera comedia oficial, “Dr. Strangelove”, y le ofrece, en un primer momento, cuatro papeles, que finalmente se convierten en tres, siendo el más recordado el propio Dr. Strangelove, ese científico germanoide de brazo saltarín y gafitas marca Auschwitz. Kubrick y Sellers no volverían a repetir juntos (dos personalidades demasiado difíciles para permitir una convivencia artística duradera), pero ya habían hecho historia. Entre medias, un director, Blake Edwards, que decide quedarse a mitad de camino entre el hieratismo británico y el slapstick, pergeñando lo que sería el ying y el yang de la carrera de Sellers: “La pantera rosa”. Aunque más bien habría que personificar en el disparatado, torpe, absurdo y mezquino inspector Closeau, un secundario de lujo en esta primera entrega, y que fagocitaría la secuela, “El nuevo caso del inspector Closeau”, apenas un año después. Mientras “Casino Royale” o “What’s new, pussycat?” acrecientan su cuenta corriente, de la mano de Blake Edwards, de nuevo, llega su gran momento protagonista, la que se podría considerar película definitiva del rey de la comedia Sellers: “El guateque”. Edwards y Sellers, sin más apoyo que unas pocas páginas de guión, y embriagados de todo el poder de improvisación que les han entregado los dioses, bordan un slapstick disparatado rebosante de las situaciones más esperpénticas a un ritmo insólitamente pausado. Los setenta no son buena época para Sellers, ni en lo personal ni en lo artístico, como prueba el hecho de que acepte a regañadientes volver al personaje que le instaló en la leyenda, a pesar de sus diferencias con mr. Edwards. Y por triplicado: tres “panteras” en poco más de tres años... Sin embargo, aún habría tiempo de un último gran papel, el jardinero discapacitado de “Bienvenido, Mr. Chance”, interpretado con enorme delicadeza y recato por Sellers, quien perdió su última oportunidad de ganar un Oscar a manos del Dustin Hoffman de ese telefilme con ínfulas llamado “Kramer contra Kramer”. Peter Sellers nos dejó a los 54 años, presa de su casquivano ritmo de vida (vida que mereció un curioso biopic hace poco, “Life and death of Peter Sellers”), dejando un aura de incomprensión e irritable genialidad, y una carrera en dientes de sierra pero salpicada de retazos de historia cinéfila.

Siempre nos quedará Hrundi V. Bakshi...
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PAÍS DE LOS COEN


Los hermanos Joel y Ethan tienen un estilo muy peculiar, reinterpretando los géneros a su manera (comedias a lo Capra, a lo Hawks, pesadillas de Lynch...) pero donde parecen estar mas a gusto es en el cine negro, que es al que han recurrido en mas ocasiones, y la verdad es que con muy buenos resultados. Esperemos que los Coen hayan superado el bajón por el que habían pasado últimamente, y con esta No country for old men nos vuelvan a entusiasmar tanto como lo consiguieron por ejemplo con Muerte entre las flores o Fargo. Al menos las críticas de Cannes fueron muy positivas, y nuestro Javier Bardem estuvo bastante cerca de llevarse un premio. Con un reparto completado con gente como Tommy Lee Jones o Woody Harrelson parece que esta vez no nos van a decepcionar.
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PERO SIGO SIENDO EL REY




En los años 30, en plena Depresión y en tiempos de guerra, ¿qué mejor que sentir terror de algo totalmente irreal para olvidar la realidad del momento?. Se estrenó una pequeña película que sin saberlo acabó convirtiéndose en un mito, al que se ha homenajeado en infinidad de ocasiones, desafiando el paso del tiempo. Años después, un niño neozelandés, bajito y gordito, quedó fascinado por esa película. El niño creció, se convirtió en director de cine, pero la película seguía obsesionándole. Y vete aquí que dirigió una trilogía sobre no-se-que-de-los-anillos que desbordó todos los éxitos de taquilla, y le puso en condiciones de hacer lo que quisiera. ¿Cual iba a ser su siguiente proyecto tras el exitazo? Muy fácil, su propia versión de King Kong. Reconozco que le envidio, muy pocas personas han podido ver sus sueños hechos realidad.
Contando con un presupuesto superior al de todas las películas que se rodaron en el año del original, unos medios que nunca habrían soñado en esos tiempos y con una duración de casi el doble de la primera, no podemos decir que haya copiado plano a plano como han hecho otros que me callo. Jakson ha contado el King Kong que le habría gustado ver de niño.
El principio se centra en la presentación de los personajes y en la Depresión; mas a menos a todos les afecta, por eso, cuando un director de cine bajito y gordito (fíjate que cosas), que interpreta Jack Black, enreda a un equipo para rodar en una isla misteriosa, acaban cediendo.
Pero desde que llegamos a la isla todo es otra historia. Criaturas extrañas, acción sin descanso (que agotador debía de ser vivir en la prehistoria, intentando sobrevivir a cada momento), que hace que nos hagamos la pregunta del millón: ¿a quien queremos mas , a mamá o a papa? ¿quien es mejor el Spielberg de Parque jurásico o el Peter Jackson de King Kong? ; y -por supuesto- está Kong...
Nuestro grandullón favorito consigue aquí una expresividad y humanidad increíbles, aunque sin dejar de ser un animal, y hasta muestra su sentido de humor, pero sus ojos normalmente son muy tristes. El rey está triste ¿qué tendrá el rey? Dichosas rubias.
La principal obsesión es la del personaje del director, Carl Derham, a quien no le importa poner en peligro la vida de las personas que haga falta con tal de rodar su película; siempre tiene a mano la excusa de que lo hará en recuerdo de los fallecidos y les dedicará la recaudación;. mas que director parece un político. Jack Black está mucho mas contenido de lo que nos esperábamos, y eso es de agradecer.
La chica, Ann Darrow, (Naomi Watts) es la bella que hará sucumbir a la bestia. Le gustan los intelectuales de ojos tristes como Jack Driscoll (Adrien Brody). Los tiempos han cambiado, Kong es la estrella y ya se puede sugerir una atracción mútua.
La frase final es la misma en las dos películas: “No, no fueron los aviones. La belleza mató a la bestia.”, pero las dos son distintas, la primera era magia y la segunda es espectáculo; al fin y al cabo ¿qué tiene que ver la velocidad con el tocino?.
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MUMFORD, COMO LA CIUDAD



Hoy toca película potita-potita de verdá. Alice la Directrice, en su lúcida e inabordable sabiduría (regada por años y años de experiencia) (y años y años), suele apelar a cierto lado sensiblón que, por lo visto, dejo traslucir de tanto en cuanto. Aprovecho, pues, este post para desmentir dicha afirmación por completo en presencia de cualquier juez que esté leyendo esto: en mi condición de ser plenamente masculino, puedo proclamar y proclamo que no bajo la tapa del lavabo, que mi faringe tiene una hormonal tendencia al eructo destemplado y traicionero, que no puedo acostarme sin realizar ocho perfectas burillas con cualquier elemento de la tabla periódica que me encuentre entre los dedos de los pies, que padezco de priapismo mental crónico y que, por supuesto, estoy firmemente convencido de que ninguna camiseta es lo suficientemente vieja como para tener que tirarla. No sólo eso, si no que además soy universalmente conocido por mi cinismo, mi mordaz sarcasmo ante cualquier conato de ñoñería, la sonrisilla vorazmente desdeñosa que preside mi gesto ante cualquier atisbo de optimismo desmesurado o de canto pasado de merengue al amó-arcoiris-disisagüonderfulaif. Yo soy un TIPO DURO: me hice un hombre en los noventa, y mis profesores de la vida fueron HOMBRES DE VERDAD como John McLane, Joe Hallenbeck o Sarah Connor. Así que ni una sola tontería, y pasarme otro Ducados, que ya me enciendo yo la cerilla con el jeto...

Lo que pasa es que claro, luego viene Lawrence Kasdan, un tipo al que ya sólo por el guión de “El imperio contraataca” uno sería capaz de ofrecerle hasta su colección de cómics de Batman como ofrenda, y me trae una cosa como “Mumford”. ¿Qué es “Mumford”? Pues muchas cosas. En primer lugar, es quizás la película menos conocida de Kasdan, que venía de darse un par de buenas galletas en su prestigio cinéfilo con “Wyatt Earp” y “French Kiss”, y decidió levantar cabeza con un film aparentemente menor y sin estrellas. Por otro lado, es la demostración de que se puede hacer un cine optimista, amable y capriano en el siglo XXI sin morir en el intento. Y, last but not least, es la demostración preclara y definitiva de que Kasdan es un extraño hacedor de atmósferas propias (recuérdese esa pequeña maravilla llamada “El turista accidental”) a contracorriente, y de personajes-perro verde algo lunáticos. “Mumford” es una película no apta para “modernos”, en la que la dirección se torna casi invisible, dando paso preferencial al guión, que por supuesto es de textura férrea (no se dejen llevar por la ligereza de la historia, señores), y a las interpretaciones, que en este caso podemos determinar como extraordinarias. La narrativa es pausada, se toma su tiempo para llegar al centro neurálgico de la cuestión, y a algunos les puede descolocar la placidez de la primera parte del relato, en el que Kasdan nos muestra a un psicólogo llamado Mickey Mumford (Loren Dean, siempre competente), que trata a sus diversos pacientes en el pueblo llamado, vayapordios, Mumford, al que ha llegado hace unos cuatro meses. El tipo ha encajado perfectamente en este luminoso y acogedor pueblo, y se comporta de igual manera (esto es, de manera luminosa y acogedora...). Sus pacientes confían en él y tiene el cariño de (casi todos) los habitantes, incluido el multimillonario local, Skip Skipperton (el inmenso Jason Lee), un paleto bonachón a pesar de nadar en billetes verdes (impagable la expresión medio resignada medio bobalicona de Lee al decir “tengo tres mil millones de dólares”) con el que entabla una extraña relación de “amistad profesional” que, a mitad de la película, hará que Mickey Mumford confiese a Skip y al espectador quién es en realidad... y quién no es. Una de sus pacientes, además, Sofie Crisp (Hope Davis; como la mayoría del reparto de este film, una tan extraordinaria como poco conocida actriz), aquejada de un inexplicable cansancio físico y mental, se convertirá en el detonante sentimental del relato. “Mumford” es una película optimista, agradable, soleada, que nos transporta por un camino desprovisto de la rocosidad del habitual melodrama moderno, pero también de la simplicidad y de la estulticia del 99% de la comedia parida por yanquilandia. Kasdan se revela, una vez más, un enorme humanista, un retratista de fobias, filias y sensibilidades (convierte el reparto de periódicos en una de las actividades más románticas que uno haya tenido la ocasión de ver en un cine. Y sin un sólo morreo); el dicharachero fotógrafo de las almas de unos seres humanos que, como todos nosotros, lo único que necesitan es que, de vez en cuando, les escuchen. Larry Kasdan convierte al doctor Mumford en una especie de mesías del pueblo llamado Mumford, un contumaz salvador de almas perdidas a través del diálogo inductivo, en la desesperada búsqueda de, precisamente, su propia liberación (¿redención? ¿calvinismo? ¿Schrader? Hmmmm... Marty, espera, tengo que hacerte unas preguntas...). Un reparto secundario excepcional (Alfre Woodard, Mary McDonnell, Pruitt Taylor Vince, David Paymer, Ted Danson o la gran Jane Adams) y un final quizás demasiado reblandecido cierran esta excelente película de Lawrence Kasdan, considerada menor en su filmografía, pero que muchos otros darían su brazo porque fuese su obra maestra. Venga, todos a verla en cuanto podáis, y luego preguntaros qué hubiese hecho Woody con esta película...
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EL CLIENTE SIEMPRE TIENE RAZÓN


Y seguimos con nuestro apartado de "Cocina con fundamento". Si antes tuvimos a Paul Newman que nos enseñó a comer unos huevos duros, ahora le toca el turno a Chow Fun Fat, que nos muestra como tomar un arroz tres delicias made in Hong Kong en Un mañana mejor 2. Chow ha sido el actor fetiche de John Woo, y la verdad es que cuando trabajaban juntos conseguían los mejores resultados. Ojo a la irrupción de unos jovencitos que quieren imitar a su personaje en Un mañana mejor I ante la indiferencia de Yun Fat, que sigue siendo tan cool como siempre, porque él es el original, no la copia... Así que ya podeis coger los palillos y cuidadito con que se caiga un sólo grano de arroz.

 
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