"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34)
"Pero Jesús dando un fuerte grito, expiró." (Mc 15, 37)
"Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios." (Mc 15, 38)
El Oficio de hoy comienza con la bendición de las palmas. Recordamos la entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por la gente sencilla. Luego todo da un giro y leemos la Pasión según san Marcos. Es la más austera y al parecer el relato más antiguo. Dada su extensión no copio el texto. En el segundo vídeo, de la Hermana Regina Goberna del Monestir de Sant Benet de Montserrat, encontraréis un resumen estupendo.
Yo he escogido tres líneas para meditar hoy. Nos encontramos ante dos gritos de Jesús.
. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
. Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
En esos dos gritos encontramos reunidos todos los gritos del hombre sufriente. Ahí encontramos todas nuestras preguntas ante el mal, el dolor, la injusticia...Estamos ante un Jesús humano. Tan humano, que en Él se encuentran unidos todos los hombres. Los hombres que se sienten desamparados, olvidados, solos...Los hombres que se sienten perseguidos, incomprendidos, engañados...El grito de Jesús es el grito de todos los inocentes. El grito de Jesús es el grito de la Humanidad.
Frente a esta muerte tan humana, un testigo que no era judío, un romano, exclama:
. verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.
Aunque parezca una paradoja, ante una muerte terrible y humillante se descubre la divinidad de Jesús. En el hombre pobre, destrozado, muerto injustamente, es donde encontramos a Dios.
Tras veinte siglos, seguimos sin entender que a Dios lo encontramos en los hombres. Que cada injusticia que cometemos, es a Dios a quien la cometemos. Que cada asesinato, es el asesinato de Dios. Que todo dolor, es el dolor de Dios. Pero, que a la vez, cada persona a la que amamos, es a Dios a quien amamos. Cada beso, cada abrazo, se los damos a Dios.