Decir que Vox es bueno
suena raro, provocador y maniqueo. Vox evidentemente no es algo maravilloso. Su
discurso habla de la apoptosis de una democracia cuestionada. De un sálvese
quien pueda y de que el neoliberalismo no sabe quien eres y además no le
importa. Vox es agua revuelta, es
ganancia de pescadores, es una brújula en tiempos de imanes, Trump y el
corredor de la seda. Es quizás también una burbuja en el tiempo, un cualquier
tiempo pasado fue lo mismo o que no hay rival pequeño y que todo se decide a la
salida de un córner. Pero hay algo bonito en Vox. Insisto, me duelen los dedos
taquigrafiando esto. Es la historia de un síntoma, de un dolor reprimido, de un
imposible lógico que atora a las Españas desde hace ya 40+40 años. Podemos
surgió como la luz al final del túnel (todavía no era Vigo), nació como la
queja de los que ya no se creen el invento. Fueron y son un alto en el camino,
una apuesta decidida por investigar cuentas, cunetas, faralaes y braguetas. No
reculan a la hora de remover depósitos de mierda acumulada o ecualizar la
distancia entre los credos y la nada. Podemos fue en definitiva un golpe
definitivo al edificio de lo permitido. Pero claro toda acción conlleva una
reacción y toda ecuación tiene su señor Smith para balancearla. Ahí esta Vox,
una vez abierta la box la derecha se fue arrinconando en sus cuarteles de
invierno, empezó a hablar de “esos son cosas del abuelo”, de matices en las
declaraciones, de Venezuela y de que Sudamérica fue conquistada con capital
privado. A los resentidos del otro lado se les activó el detector de gilipolleces
(Lehendakaris muertos dixit) y vieron caldo de cultivo para asegurarse un buen
retiro. Así como en el 36 la república, el analfabetismo y el hambre copaban la
lista de éxitos hoy los ninis, la precariedad y la ignorancia triunfan entre
los hijos de las democracias neoliberales del sur de Europa. Pero hay una cosa
buena. Ya no hay máscaras, los fachas hablan, los rojos hablan y ya ninguno es
lo que era. Los rojos abandonaron la
dictadura del proletariado, donde estuvo Marx ahora está Laclau y donde estaba
el proletariado ahora está un tuitero encarcelado. Los otros, por más que
quieran, sufren del mismo tinglado; donde estaba una grande y libre ahora está
Cataluña y los gays grandes y libres. Las segundas nupcias son su marca de
identidad, primero en su fundador y segundo cuando hablan de inmigración porque
se casan con unos y con otros dependiendo de la delgada línea entre el sí y el
no. Aún así es bueno. Hoy, día de la Constitución, volvemos al punto que la
carta magna reprimió. Podemos ahora si que puede ofrecer una solución porque
por fin nos asomamos todos al balcón. Esperemos que no sea para ser otra vez
síntoma-repetición sino para que el sujeto de las Españas que quedó varado en
la transición pueda volver a discutir esta vez sin trampa ni cartón.
Walter MIchigan 6 de
diciembre de 2018
Herbello.
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