La historia sin historia

La vida de un ser humano puede ser sólo un instante, pero si logra superarlo, entonces, la vida se convierte en una cadena de instantes. Es elemental, más no siempre evidente para todos. Cuando la persona hace conciencia de ese sucederse en la cadena, podría decirse que ha adquirido el sentido de lo histórico. Engarzar el pasado con el presente y el futuro en la cadena de instantes de la humanidad, con toda su complejidad y sin perder el orden perentorio que implican espacio y tiempo en las acciones –en la realidad que nos ha tocado vivir a los humanos de la Tierra-, es lo histórico. Y, repito, si se tiene conciencia de ese inevitable transcurrir, se tendrá, a su vez, el sentido de lo histórico. Lo cual, pareciera ser, resulta muy importante para el desarrollo de una sociedad culta que aspire a un futuro cierto y digno para sus ciudadanos.
Sin embargo, entre nosotros vienen ocurriendo -las razones podrían encontrarse en las fracturas sociales producidas por la larga violencia política padecida en Colombia- un fenómeno extraño: a nadie le importa la historia. Y menos el sentido histórico de la vida. Alguna vez en el Taller de Escritores, un muchacho me advirtió con severidad que la historia no existía para lo que él quería hacer. Y hace poco le pregunté a otro por el nombre completo de su abuela paterna y me dijo que no lo sabía, ni le interesaba saberlo. Cero historia, señores. Pero el Estado, también, desde su Ministerio de Educación –con otras intenciones, por supuesto-, hace unos lustros, convirtió la historia en “ciencias sociales”. Hubo dos razones: una, los críticos de la historia entendida como suma de nombres de guerras y batallas, de héroes y presidentes buenos, presionaron para que pasáramos de las historias oficiales y excluyentes a otra integral y de revelación de los procesos sociales; dos, como forma pedagógica y didáctica, para hacerla más atractiva, la historia entró a hacer parte de un coctel dulzón, que se agrió, llamado “ciencias sociales”, junto con la economía, la sociología, la antropología, el derecho, la geopolítica y la geografía, donde la historia naufragó o se evaporó. Algo así como los suplementos literarios que para hacerse más “viables” se integraron al “entretenimiento” y la “cultura” y jamás volvieron a publicar literatura. También con la filosofía podría suceder lo mismo. Si la convertimos –para hacerla más sumisa- en “ciencias humanas” y le revolvemos un poquito de todo, podremos terminar creyendo que filosofía son las conferencias de los promeseros de autoayudas.

Caímos en los extremos, sencillamente. El remedio resultó peor que la enfermedad. Por eso, la historia se quedó sin historia.

(Publicado en Diario del Huila, Neiva, 14 de septiembre de 2013).

Comentarios

  1. En general, en América Latina se privilegia lo teórico sobre lo factual. Lo que queremos obtener al escribir nuestra historia es una imagen de lo quisiéramos haber sido que difumine o disfrace lo que en realidad fuimos. De ahí que, aun cuando haya una enseñanza de la Historia cada maestro enseña su propia versión. Así los clericales privilegian ciertos personajes llevandolos de la mano al panteón sacrosanto de los héroes inmarcesibles. Lo mismo sucede con los liberales y los marxistas. De allí que sólo hay versiones divergentes que reflejan ese espejo roto que es nuestra realidad.

    ResponderEliminar
  2. La pèrdida de la memoria està ligada a la agnosia, apraxia, anomia, dicen que es la enfermedad de las pesonas mayores de 50 años.
    Segùn su artìculo màs la sufren los menores quelos de avanzada edad.
    Es cierto.

    ResponderEliminar
  3. Y seguimos condenados a repetirla...Si miramos hacia atrás, no hacemos sino caer en los mismos errores.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Un minicuento de George Loring Frost (JLBorges)

Pitalito-Isnos-Popayán

II Concurso Nacional de Cuento RCN-MEN