Un minicuento de Andrés Elías Flórez B.
EL OBSEQUIO DE UN BUEN ARGUMENTO
Andrés Elías Flórez B.
Andrés, el señor de la ventana de enfrente, me ha parado en el rellano de la escalera.
Me ha insultado y hasta me ha retado a un duelo.
Me ha dicho, de manera acalorada y a gritos: Que yo por qué soy escritor. Que entre a casa y vuelva a salir con los diplomas que me acreditan como tal. Que yo, un pobre diablo, que hasta sin corbata visto, y al cual él tiene que prestarle plata a diario qué iba a ser nada. (La gente se ha asomado por todos lados). Que qué escritor y qué ocho cuartos.
Sinceramente, yo no encontraba qué responderle. Quise argumentar, en tono reposado, que lo era porque había algunos editores que se encargaban de editar, distribuir y vender mis libros. Y que había lectores que se ocupaban de leerlos y que ellos, a vuelta de correo, podrían certificar que yo era escritor. No encontraba o no me salían las palabras.
Expresó, levantando la mano, un rotundo: ¡Qué va!
Y dijo como hablando solo o con la gente que se reunía, sin dejar de gritar, que se iba a poner en la tarea de escribir su novela cumbre. Y que para superar las páginas que yo había escrito, de un arranque, la primera de sus obras, iba a ser de 880 páginas.
Se entró de un portazo, e inició la tarea.
El argumento de la novela a simple oído parecía fácil: “La historia de un hombre que se alimenta de naftalina”.
Pero, al parecer, Andrés ha avanzado poco. Pues es tan fuerte y penetrante el olor de la naftalina que cada vez que empieza un capítulo, empieza a vomitar y le toca salir, con la bola cristalina entre la garganta y los dedos, a correr por toda la cuadra para que se le pase el vómito.
Andrés, el señor de la ventana de enfrente, me ha parado en el rellano de la escalera.
Me ha insultado y hasta me ha retado a un duelo.
Me ha dicho, de manera acalorada y a gritos: Que yo por qué soy escritor. Que entre a casa y vuelva a salir con los diplomas que me acreditan como tal. Que yo, un pobre diablo, que hasta sin corbata visto, y al cual él tiene que prestarle plata a diario qué iba a ser nada. (La gente se ha asomado por todos lados). Que qué escritor y qué ocho cuartos.
Sinceramente, yo no encontraba qué responderle. Quise argumentar, en tono reposado, que lo era porque había algunos editores que se encargaban de editar, distribuir y vender mis libros. Y que había lectores que se ocupaban de leerlos y que ellos, a vuelta de correo, podrían certificar que yo era escritor. No encontraba o no me salían las palabras.
Expresó, levantando la mano, un rotundo: ¡Qué va!
Y dijo como hablando solo o con la gente que se reunía, sin dejar de gritar, que se iba a poner en la tarea de escribir su novela cumbre. Y que para superar las páginas que yo había escrito, de un arranque, la primera de sus obras, iba a ser de 880 páginas.
Se entró de un portazo, e inició la tarea.
El argumento de la novela a simple oído parecía fácil: “La historia de un hombre que se alimenta de naftalina”.
Pero, al parecer, Andrés ha avanzado poco. Pues es tan fuerte y penetrante el olor de la naftalina que cada vez que empieza un capítulo, empieza a vomitar y le toca salir, con la bola cristalina entre la garganta y los dedos, a correr por toda la cuadra para que se le pase el vómito.
Un paisano,sin corbata,que sigue la ruta de los grandes escritores de latinoamerica.
ResponderEliminarEse es mi primo, siempre escribiendo y escribiendo bien, tanto que me emociona solo el nombrarlo. Todos estamos orgullosos de ti Andres Elias. Un abrazo. Tu primo Gabriel desde Miami.
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