3.1 Ejemplos Fontanería Filosófica

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“La filosofía es muchas cosas y no hay una fórmula que las

satisfaga a todas, pero si se me pidiera que expresara en


una sola palabra su característica más esencial, diría sin
titubeos: la visión. En el fondo de toda filosofía digna de
este nombre hay una visión y es de ahí de donde surge y
toma su forma visible. Lo característico de la filosofía es
atravesar esa costra muerta de la tradición y lo
convencional, romper las cadenas que nos unen a
preconcepciones heredadas, para lograr un modo nuevo y
más amplio de ver las cosas”. (Waismann)
Otros casos de conceptos que han presentado
problemas y que han requerido de
fontanería filosófica
1) El concepto de “Ilustración”:

“La ilustración es la salida del hombre de su condición de


menor de edad de la cual él mismo es culpable. La minoría
de edad es la incapacidad de servirse de su propio
entendimiento sin la dirección de otro. Uno mismo es el
culpable de esta minoría de edad, cuando la causa de ella
no radica en la falta de entendimiento, sino de la decisión y
el valor para servirse de él con independencia, sin la
conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de
tu propio entendimiento! es pues la divisa de la ilustración.
La pereza y la cobardía son las causas de que la mayoría de
los hombres, después que la naturaleza los ha librado desde
tiempo atrás de conducción ajena (naturaliter majorennes),
permanecen con gusto como menores de edad a lo largo de
su vida, por lo cual le es muy fácil a otros el erigirse en
tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un
libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi
conciencia, […], y así sucesivamente, no necesitaré
esforzarme. Si solo puedo pagar, no tengo necesidad de
pensar: otro asumirá por mí tan fastidiosa tarea”.

Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la ilustración?


Berlinische Monatsschrift, Dezember 1784.
Inmanuel Kant
2) El concepto de “trabajo”:

“¿En qué consiste, entonces, la enajenación del trabajo?


Primeramente, en que el trabajo es externo al trabajador, es
decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo, el
trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente
feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física
y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su
espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del
trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando
no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo
no es, así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso
no es la satisfacción de una necesidad, sino solamente un
medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo.
Su carácter extraño se evidencia claramente en el hecho de
que tan pronto como no existe una coacción física o de
cualquier otro tipo se huye del trabajo como de una peste.
El trabajo externo, el trabajo en que el hombre se enajena,
es un trabajo de autosacrificio, de ascetismo. En último
término, para el trabajador se muestra la exterioridad del
trabajo en que éste no es suyo, sino de otro, que no le
pertenece; en que cuando está en él no se pertenece a sí
mismo, sino a otro. Así como en la religión la actividad
propia de la fantasía humana, de la mente y del corazón
humano, actúa sobre el individuo independientemente de
él, es decir, como una actividad extraña, divina o diabólica,
así también la actividad del trabajador no es su propia
actividad. Pertenece a otro, es la pérdida de sí mismo.
De esto resulta que el hombre (el trabajador) sólo se siente
libre en sus funciones animales, en el comer, beber,
engendrar, y todo lo más en aquello que toca a la habitación
y al atavío, y en cambio en sus funciones humanas se siente
como animal. Lo animal se convierte en lo humano y lo
humano en lo animal.
Comer, beber y engendrar, etc., son realmente también
auténticas funciones humanas. Pero en la abstracción que
las separa del ámbito restante de la actividad humana y las
convierte en fin único y último son animales”.
El trabajo enajenado (XXII)
Manuscritos: economía y filosofía
Karl Marx
3) El concepto de “conocimiento”:

“En algún apartado rincón del universo centelleante,


desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una
vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el
conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la
<<Historia Universal>>: pero, a fin de cuentas, solo un
minuto. Tras breves respiraciones de la naturaleza, el astro
se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer.
Alguien podría inventar una fábula semejante pero, con
todo, no habría ilustrado suficientemente cuán lastimoso,
cuán sombrío y caduco, cuán estéril y arbitrario es el estado
en el que se presenta el intelecto humano dentro de la
naturaleza.
Hubo eternidades en las que no existía; cuando de nuevo se acabe
todo para él, no habrá sucedido nada, puesto que para ese
intelecto no ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la
vida humana. No es sino humano, y solamente su poseedor y
creador lo toma tan patéticamente como si en él girasen los
goznes del mundo pero, si pudiéramos comunicarnos con la
mosca, llegaríamos a saber que también ella navega por el aire
por el mismo pathos, y se siente el centro volante de este
mundo. Nada hay en la naturaleza, por despreciable e
insignificante que sea, que, al más pequeño soplo de aquel poder
de conocimiento, no se infle inmediatamente como un odre; y del
mismo modo que cualquier mozo de cuerda puede tener su
admirador, el más soberbio de los hombres, el filósofo, está
completamente convencido de que, desde todas partes, los ojos
del universo tienen telescópicamente puesta su mirada en sus
obras y pensamientos”.
Sobre verdad y mentira en sentido extramoral
Friedrich Nietzsche
4) El concepto de “emoción”:

“Todas las sociedades están llenas de emociones. Las


democracias liberales no son ninguna excepción. El relato
de cualquier jornada o de cualquier semana en la vida de
una democracia (incluso las relativamente estables) estaría
salpicado de un buen ramillete de emociones: ira, miedo,
simpatía, asco, envidia, culpa, aflicción y múltiples formas
de amor. Algunos de esos episodios emocionales poco
tienen que ver con los principios políticos o con la cultura
pública. Pero otros son distintos: tienen como objeto a la
nación, los objetivos de la nación, las instituciones y los
dirigentes de esta, su geografía, y la percepción de los
conciudadanos como habitantes con los que se comparte un
espacio público común […]
Todas esas emociones públicas, a menudo intensas, tienen
consecuencias a gran escala para el progreso de la nación
en la consecución de sus objetivos. Pueden imprimir a la
lucha por alcanzar esos objetivos un vigor y una hondura
nuevos, pero también pueden hacer descarrilar esa lucha,
introduciendo o reforzando divisiones, jerarquías y formas
diversas de desatención o cerrilidad.
A veces, suponemos que sólo las sociedades fascistas o
agresivas son intensamente emocionales y que son las
únicas que tienen que esforzarse en cultivar las emociones
para perdurar como tales. Esas suposiciones son tan
erróneas como peligrosas. Son un error porque toda
sociedad necesita reflexionar sobre la estabilidad de su
cultura política a lo largo del tiempo y sobre la seguridad de
los valores más apreciado por ella en épocas de tensión.
Todas las sociedades, pues, tienen que pensar en
sentimientos como la compasión ante la pérdida, la
indignación ante la injusticia, o la limitación de la envidia y
el asco en aras de una simpatía inclusiva[…] Todos los
principios políticos, tanto los buenos como los malos,
precisan para su materialización y su supervivencia de un
apoyo emocional que les procure estabilidad a lo largo del
tiempo, y todas las sociedades decentes tienen que
protegerse frente a la división y la jerarquización cultivando
sentimientos apropiados de simpatía y amor”.
Emociones políticas
Martha C. Nussbaum

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