Cinco Poemas de Palabras Transeúntes
Cinco Poemas de Palabras Transeúntes
Cinco Poemas de Palabras Transeúntes
gnesis
Dicen que la abuela naci de una flor gigante en el jardn del abuelo, porque nadie podra soportar al abuelo, tras conocer el mundo.
Horrible era el abuelo (y qu hermosa era la abuela), lo consignan su carcter masturbante y su vida muy cristiana. Era bblico ese hombre... todo un Apocalipsis.
Dicen que era estpida la abuela. Una flor, eso es cierto, pero sin savia dulce. Sin races cerebrales. Una fbrica de frutos.
Slo a la madre engendraron los abuelos y las plantas de raz las arrancaron mientras lloraban ambos.
La madre, dicen, haba nacido genio y alrgica a las flores. No crey nunca en El Libro. No pis nunca un jardn.
La madre, dicen, le dio muchos balazos al abuelo. La abuela se sec sobre su tumba.
Despus, el da del juicio hubo llegado. Y la guerra. De las ruinas nacimos millones. y la madre muri en el parto.
Sin El Libro, sin flores, sin locuras crecimos. No sabemos hablar ni pensar. No sabemos sentir.
Dicen: Los abuelos fueron demasiado bellos, demasiado horrorosos para ser humanos. Dicen que la madre pens demasiado.
Desarraigo
arraigados.
los que mataron a sus ancestros y huyeron al desierto inventando plagas mortferas como sol de medio da.
Los solitarios, que no tienen ventanas desde donde mirar la vida que se pasa,
que tienen que vivirla y nunca estn seguros de s mismos ni del mundo.
Los que viajan de edificio en edificio buscando lucirnagas para poner en los bolsillos o exhibir en mostradores. Lucirnagas metlicas redondas o de papel, de banco. Lucirnagas con una luz efmera y dbil.
Los nmadas que cazan, beben, pierden la vida en el caudal de un ro etiquetado, donde los peces humanoides se retuercen de dolor, pero abren ms an las agallas y respiran y respiran desesperadamente,
adictos.
Ayer desinventamos los cultivos, pisamos los hogares inservibles. Ayer comenzamos el camino. No se sabe hacia donde y se olvido de donde.
Pintura
Vino a morir el tiempo en este instante, muy cansado. Se petrifica el rbol que acaricia implorante la ventana. El aire se detiene empujando, expandiendo la vida, como un globo que estallara. En la calle, las grietas, los baches (comedores de almas) ya ni siquiera se erosionan. A medio grito un nio se atraganta, petrifica su canto como se petrifican las balas que viajaban hacia el rostro de alguien, suspendidas a centimetros de lo inevitable. Afuera ni el dinero tiene movimiento. Un perro, en un salto, se come su ladrido. Un carro atropellado por su fuerza se queda a punto de ahogar la ropa de una seora que camina hacia el mercado, al provocar una ola en un charco pantanoso,
que recuerda la olla podrida de Cervantes. El ao se queda detenido. Parece que el reloj mat sus bateras. Todo sugiere, todo aparenta como una pintura dinmicamente, a pesar de la muerte del tiempo; incluso mi oreja que la muerte acaricia.
Salmo
Ten, oh dios nuestro, misericordia de nosotros, porque nuestros bolsillos se quedarn vacos.
Te prometemos seguir acudiendo a tu templo a gastar oblaciones. Seguiremos pisando sus escalones elctricos para subir a los cielos fingidos y entrar con la ofrenda en la mano a los altares de maniques.
Perdona que te lo diga, seor, pero ers demasiado exigente; nos matars de deseo,
Brindanos, oh, por favor un poco de ese man intercambiable. Y que sea suficiente.
Danos ruedas y parabrisas. Deja pagar una cuenta de cable. Igualmente una renta o una hipoteca.
10
Ante el oleaje
El mar emprende el vuelo apresuradamente: ave multicolor de salado carcter: alas de espuma que sangran cuando las atraviesa, con furia tranquila, la mirada del sol poniente aletargado: ojo divino que presagia la ruptura de este instante.
El mar se despide y no se atreve a marcharse. Es parecido a los recuerdos de infancia, que se alejan y regresan como unidos a un sosegado suspirar interminable. El mar se despide, mas la vida se va y no el agua.
11