Platón (apuntes alumnos)

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Notas sobre la filosofía de Platón

Vida: (428—399 a. C.) De familia aristocrática, de


joven quedó fascinado con la figura de su maestro
Sócrates, que le indujo a dedicarse a la Filosofía.
Escribió numerosos diálogos en el que principal
interlocutor es precisamente Sócrates. Fundó el centro
de estudios de la Academia. Preocupado por reformar la
vida política de su tiempo viajó a Siracusa para poner en
práctica sus ideales políticos. Algunos diálogos:
Apología, Critón, Protágoras, Fedón, Fedro, Banquete,
Gorgias, La República.

Teoría del Conocimiento (Gnoseología, Epistemología):

Platón recibe de su maestro Sócrates la preocupación por una filosofía centrada


en el hombre, en el desarrollo de una vida virtuosa, sabia, justa. Por ello, se suma a
su maestro en su crítica feroz a los Sofistas (Gorgias, Protágoras…) para desarrollar la
propuesta socrática de la posibilidad de un conocimiento auténtico, firme, verdadero
(de realidades inmutables, universales…). También defiende con Sócrates, tal como lo
veremos en el estudio de la ética y la política, la existencia de unos valores morales
absolutos, objetivos, universales… Esta coincidencia entre maestro y discípulo procede
de su preocupación sincera y profunda por la educación de la juventud ateniense y por
el logro de una sociedad justa: ahí se encuentra el objetivo principal de su filosofía.

Ahora bien, para situar adecuadamente la reflexión sobre el conocimiento que


lleva a cabo Platón, debemos recordar brevemente las posiciones filosóficas de los
Sofistas y de Sócrates.

Los Sofistas han pasado a la historia por haber sabido distinguir entre las cosas
que son por naturaleza (Physis-Naturaleza), y por tanto, fijas, objetivas, inmutables (ej.
el movimiento del Sol y la Luna); y las cosas que son obra de los hombres (Nomos-
Ley, Costumbre), que dependen de las circunstancias, de los gustos, opiniones,
costumbres (ejs. cómo tratar a los ancianos, qué hay que hacer con los asesinos, cómo
responder al hecho de la homosexualidad etc…). Ante el Nomos, los sofistas creen que
todo es opinable, que no hay nada preescrito por la naturaleza, que ninguna ley es
sagrada; además cada cultura, cada pueblo, ha desarrollado una forma de vida singular.
En resumen, en cuestiones epistemológicas (referentes al conocimiento) los sofistas
defendieron el Escepticismo y el Relativismo. Escépticos son aquellos que consideran
que no se puede alcanzar un conocimiento definitivo, objetivo, universal; o, dicho de
otra manera, que no puede hablarse de verdad, sólo de opiniones particulares y
subjetivas. Relativistas son aquellos que no rechazan la existencia de la verdad, pero
ésta no es considerada de manera objetiva, universal y necesaria, válida en cualquier
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circunstancia, sino que ésta depende de múltiples contextos (culturales, religiosos,


políticos…). En tal situación, y considerando que los sofistas se presentaban ante la
juventud ateniense como profesores, te preguntarás ¿qué podían enseñar los que
consideran que todo es discutible y opinable? Pues, precisamente, enseñaban el arte de
la oratoria, de la persuasión, de la capacidad de seducir con el lenguaje convirtiendo, si
era necesario, un argumento débil, falaz, en el argumento más poderoso y efectivo. De
tal manera que, dueños de este poder, sus discípulos tuviesen éxito en el movido mundo
de la política ciudadana ateniense, donde la palabra era tan importante. Recuerda su
importancia tanto en la asamblea política como en los tribunales de justicia.
Así pues, para los Sofistas la verdad queda disuelta en un juego de opiniones
múltiples y cambiantes. Sin embargo, sería necesario distinguir entre la primera
generación de sofistas, los cuales fueron grandes innovadores en el pensamiento de su
época (como Gorgias y Protágoras), por cuanto desacralizan la cultura de todo dominio
divino. Y la segunda generación (Trasímaco, Calicles…), quienes utilizan estas ideas
para justificar toda ambición e injusticia, tomando como modelo de hombre feliz y
envidiable al tirano.

Sócrates fue el azote de los Sofistas. Como ellos fue un gran profesor, gustaba
de rodearse de los jóvenes y discutir con ellos acerca de la vida, del propio
conocimiento de uno mismo, de lo que nos puede hacer mejores, de lo que nos puede
proporcionar la felicidad. Sócrates pensaba que los sofistas confundían a los jóvenes,
alejándolos de la búsqueda del conocimiento verdadero, e incitándoles exclusivamente
a una vida falsa, en la que sólo importaba el éxito, el triunfo material y social. La
confusión se iniciaba, a juicio de Sócrates, en el lenguaje, en el análisis de los
conceptos acerca de los valores morales. Desde la postura sofística, términos como
justicia, bien, belleza, amistad, se vaciaban de contenido, podían adquirir el significado
arbitrario, útil, que sirviese al embaucador de turno para salir airoso en una discusión.
Es decir, los sofistas relativizaban el lenguaje, y con él, la posibilidad de conocimiento
y clarificación de las ideas, de los valores, de lo que nos puede conducir a esa vida
virtuosa y feliz. Frente a ellos, Sócrates se empeñó en la búsqueda del conocimiento
verdadero, que sólo podría concretarse en unas definiciones claras, objetivas,
universales, de esos valores morales. La tarea, consideraba Sócrates, sería dura,
laboriosa, larga; podría durar toda la vida, pero nos haría más conscientes, libres,
mejores. A esa tarea deberían dedicarse especialmente los hombres, y hacerla juntos,
en diálogo, en búsqueda común. Recuerda las claves del método socrático (ironía-
mayéutica) en el juego de preguntas y respuestas, frente a la afición de los sofistas por
los bellos y seductores discursos.

(Toda esta evolución de la filosofía griega en la época clásica podría resumirse


de la siguiente manera: en un principio, la palabra sustituye a la fuerza -la democracia a
la aristocracia hereditaria-, tal es la labor y grandeza de los sofistas; pero Sócrates, y
después Platón, observan el peligro de asentar el conocimiento y la política en una
palabra vacía, hueca, que no queda fijada desde el Logos, desde la Razón que intuye su
auténtico sentido y significado).

Pues bien, desde este contexto filosófico, puedes entender cuáles son las claves
de la Teoría del Conocimiento de nuestro pensador: Platón afirma la existencia de la
verdad, una verdad objetiva y universal, a la que debe encaminarse el conocimiento
humano, ya que esa verdad puede ser conocida por el hombre. Claro, con estas dos
afirmaciones, Platón –al igual que Sócrates- planta cara al relativismo y escepticismo
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de los sofistas. Lo que tendrá que hacer, a continuación, es justificar filosóficamente


su posición, para que no se quede en una simple declaración de buena voluntad.

Así pues, para Platón el conocimiento verdadero, en plena concordancia con esa
verdad anhelada, debe reunir dos condiciones: 1) ser objetivo y universal, o lo que es lo
mismo, ser infalible; 2) tener por objeto lo que “es”, lo “real” (volveremos sobre este
aspecto en la metafísica). Puesto a buscar ese conocimiento verdadero, Platón va a
establecer una clasificación de los diversos grados de conocimiento humano, según se
encuentran más cerca o más lejos de esas dos condiciones. Así, distinguirá entre:

* El conocimiento sensible no satisface ninguna de las dos, de ahí que sólo


puede proporcionarnos un estado de opinión (doxa). Esto es debido, por una parte, a
que las sensaciones son subjetivas y particulares; y, por otra, a que captan
informaciones del mundo material en el que no hay nada estable, dado que los objetos
de la experiencia sensible están sujetos a un permanente fluir por lo que nunca “son”,
pues cambian constantemente (esto lo observaremos con más detenimiento cuando
analicemos la metafísica de Platón). Además, dentro de este ámbito de opinión, se
establecería una división entre los conocimientos de la imaginación (eikasía), que
equivocadamente se conforma con las imágenes de las cosas, con los productos de la
fantasía, y que se permite incluso introducir modificaciones en el conocimiento
adquirido por los sentidos; y la creencia (pistis), que se basa en el conocimiento directo,
propiamente sensible, de las realidades físicas.

* El conocimiento intelectual, que sí nos puede proporcionar un estado de


conocimiento auténtico, objetivo, de ciencia (episteme), ya que su objeto “es”, existe de
forma plena, inmutable. Hablamos del mundo inteligible, donde se encuentran las
realidades inteligibles (inteligible significa pensable, no material ni sensible, no
susceptible de ser percibido por los sentidos, sino por el pensamiento). Allí se
encuentran las esencias, los universales (las Ideas -Eidos- o Formas, que veremos más
adelante en su teoría de la realidad). También podemos distinguir aquí dos grados de
conocimiento intelectual: el que resulta de un primer contacto con realidades abstractas,
como son los entes matemáticos, los cuales son analizados mediante la razón discursiva
(dianoia); y el que nos proporciona el más alto grado de conocimiento, la noesis (razón
abstractiva e intuitiva), un estado mental en el que la razón puede captar las realidades
más puras, universales, objetivas, las esencias de todo lo que existe, las realidades
inteligibles por excelencia, las Ideas o Formas.

Esquema resultante:

Episteme (ciencia): -Noesis (inteligencia)……….. Ideas, Formas, Arquetipos


(conoc. verdadero) -Dianoia (razón discursiva)…. Objetos matemáticos

Doxa (opinión): -Pistis (fe, creencia)………………….objetos sensibles


(no verdad) -Eikasía (imaginación)…………….…imágenes objs. sensibles

(Ejemplo y comentario: La intención de Platón es clara. Por más que pensamos que
conocemos una realidad cuando la percibimos a través de los sentidos (un perro
particular llamado Toby, que es de tal raza, tamaño, características…), verdaderamente
sólo conocemos qué significa ser perro, cuando sabemos ir más allá de los perros
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particulares, y cuando comprendemos qué es lo más esencial en la especie canina; es


decir, cuando recorremos el proceso que nos lleva de lo particular a lo universal, de las
cosas a las Ideas, de lo superficial a lo esencial. Para Platón, si queremos alcanzar el
verdadero conocimiento, es necesario seguir este camino, al cual llama la Dialéctica: el
método que nos permite pasar de la multiplicidad, desorden, cambio… de lo sensible, a
la pureza, unidad, inmutabilidad de lo inteligible. Tal ascensión viene ejemplificada
por el Mito de la Caverna, narrado en La República (ver texto): hay hombres que
permanecen en el engaño toda su vida, sin romper las cadenas que les atan a un mundo
de sombras y oscuridad, un mundo de engaños, de falsas apariencias; mientras otros,
los filósofos, son capaces de salir de la rutina, de indagar el origen de las sombras y,
tras una larga y dura ascensión, se preparan para contemplar la auténtica realidad. Ellos
son los únicos que salen a un mundo de luz y verdad).

Claro está, los sofistas no admitirían la existencia de esas realidades inteligibles


de que venimos hablando. Pero en el caso de admitirlas podrían preguntar a Platón por
el modo en que podemos conocerlas, ya que, al fin y al cabo, somos seres materiales,
somos cuerpos en un mundo de cosas, de entes materiales. Platón responderá con una
de sus teorías más famosas: la Teoría de la Reminiscencia. La cuestión es ésta, cómo
puedo conocer lo que es inteligible (Ideas, Formas), si mi pensamiento está sometido a
la información que le ofrecen los sentidos, y éstos son de naturaleza absolutamente
distinta a lo inteligible, si éstos me ofrecen ese mundo cambiante, particular, del que no
se puede extraer ningún conocimiento verdadero. Es decir, si mis sentidos sólo
conocen “cosas”, cómo puedo conocer “ideas” que, por otra parte, ya utilizo en diversas
habilidades conceptuales de mi pensamiento (recordemos aquí la influencia pitagórica
en el pensamiento platónico, a saber, el misterio de las matemáticas: he ahí un mundo
inteligible y objetivo descubierto por la inteligencia humana y que difícilmente puede
explicarse en términos sensoriales).
La solución platónica (expuesta especialmente en el Fedón), original y ligada a
su teoría antropológica que veremos más adelante, es contundente: mi pensamiento ya
posee un conocimiento de ese mundo inteligible sin el concurso de los sentidos; sólo así
puede explicarse la posibilidad de pensar, de tratar con conceptos, tal como estoy
acostumbrado. Hubo, en el pasado, un momento en que mi pensamiento (que reside
en el alma, esto lo analizaremos en su antropología) estaba separado del cuerpo, y en
virtud de su naturaleza inmaterial, espiritual, habitó en un ámbito de realidad no
material: el mundo inteligible, el mundo de las Ideas, disfrutando de un conocimiento
pleno. Posteriormente, al unirse al cuerpo, olvidó en cierto modo ese conocimiento, y
sólo con esfuerzo, con disciplina, puede poco a poco ir rememorándolo.

Así pues, el aprendizaje del conocimiento verdadero es un recuerdo. Mediante


el método Dialéctico, ese proceso de ascensión de los objetos particulares y sensibles al
inteligible universal, ese proceso discursivo de la razón, recordaremos lo que ya
sabíamos. Y lo hacemos impulsados por el Eros, el deseo, el amor, el anhelo, de lo
que olvidamos, de lo que perdimos al nacer. Aquí Platón (en uno de sus diálogos más
famosos, El Banquete) introduce un aspecto muy interesante al mostrarnos una razón
que no es simple, fría, calculadora, sino que encuentra en el Eros un apoyo emocional,
la energía necesaria para llevar a cabo su difícil empresa. El Eros se despierta en
contacto con las cosas bellas de este mundo, las cuales sugieren a la mente, le hacen
intuir (recordar), la Belleza en sí. Este Eros podría limitarse a ser un mero deseo
sensual y material, conformándose con la belleza de las cosas y cuerpos materiales (otra
forma de quedarse en la caverna), pero el filósofo comprende que éste no es el ideal al
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que puede aspirar; su impulso le lleva más lejos, es un anhelo de Belleza inmortal, es
un apetito de eternidad. Platón, en homenaje a Sócrates, añadirá a estas reflexiones la
utilidad del método mayéutica en la búsqueda de la verdad. Con éste, el maestro
provocaría, a partir de sus preguntas (diálogo), el alumbramiento de la verdad o
recuerdo. Claro está, todas estas vías de acceso al conocimiento no son excluyentes,
sino que más bien conforman una misma búsqueda en pos de la auténtica vida: la vida
feliz, la vida de la sabiduría, la que nos devuelve el conocimiento perdido, la vida
filosófica.

En conclusión, Platón, con esta teoría del conocimiento, se convertirá en el


modelo a seguir por todos aquellos filósofos posteriores que subrayan la supremacía del
conocimiento racional, intelectual, sobre el que nos ofrecen los sentidos; así como de
todos los defensores de la existencia de verdades universales y necesarias, cuya
objetividad es independiente de las modas, las épocas, los lugares…

Teoría de la Realidad (Metafísica; Ontología). Teoría del Mundo de las Ideas

En un ambiente histórico presidido por la actitud escéptica y relativista de los


sofistas, una postura filosófica de la que se podían derivar consecuencias negativas para
el desarrollo de una sociedad justa, Platón construye su filosofía con una afirmación
contundente: por encima de las meras opiniones existe una verdad objetiva, universal,
verdad que puede ser conocida por todos aquellos que se esfuerzan en la reflexión
filosófica. Ahora bien, para otorgar un fundamento metafísico (real, existente) a ese
conocimiento, a esa verdad, Platón tiene que llevar a cabo toda una serie de propuestas
y reflexiones novedosas y, también aquí, muy diferentes a las que ofrecían los sofistas.
Para los sofistas las cosas son tal y como aparecen; el mundo y la realidad se reducen a
lo que vemos, a lo que podemos percibir, a lo que “aparece” a nuestros sentidos. No
hay, por lo tanto, una realidad distinta, más allá de lo sensible.

Sin embargo, la clave de toda la filosofía (y especialmente la metafísica,


ontología) de Platón estriba en afirmar la existencia real, extramental (no sólo en el
pensamiento), de unas realidades inteligibles en las que basa el verdadero
conocimiento. Así, no sólo existe este mundo que vemos, el que nos rodea, este
mundo de objetos sensibles (árboles, animales, hombres…), sino que hay un más allá,
otro mundo, no material, puramente inteligible, formado por realidades que Platón
llama Ideas o Formas; es decir, esencias inmateriales de todo lo que existe: la Idea
(esencia) de lo humano, la Idea de árbol, etc… Las Ideas son los modelos racionales,
universales y perfectos, independientes del tiempo y del espacio, inmutables y eternos,
que constituyen el ser más auténtico, el fundamento de cualquier forma de realidad.

Ahora podemos entender mejor la relación que se establece entre las diversas
propuestas epistemológicas y metafísicas, tanto de los sofistas como de Platón. En el
mundo sensible que percibimos de forma inmediata todo es múltiple, cambiante, las
cosas son y dejan de ser; es, en definitiva, un mundo presidido por el devenir y la
finitud. Platón y los sofistas estarían de acuerdo en que de él no cabe extraer un
conocimiento objetivo, universal y necesario: de lo que “no es” de una forma inmutable
y definitiva, no se puede saber nada permanente y definitivo. Los sofistas se quedan
aquí y ya no dan ningún paso especulativo más. Para Sócrates, para Platón, no es
suficiente. Ambos subrayan la necesidad de la existencia de una realidad que sea
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inmutable y eterna (más allá de lo meramente sensible), base o fundamento de ese


conocimiento objetivo que Platón quiere alcanzar.

Por consiguiente, existe otro mundo, el mundo de las Ideas y, claro está, la
naturaleza de las Ideas difiere de la naturaleza de las cosas. Pues mientras las primeras
son seres inmutables, eternos y necesarios (recuerda las características que Parménides
otorgaba al “Ser” y que vuelven a aparecer aquí como cualidades esenciales de las
Ideas); de las segundas, dice Platón, que “nunca son” por culpa de su naturaleza
mutable, finita y contingente, siempre naciendo y muriendo, constantemente
generándose y corrompiéndose.

Como ves, por tanto, Platón en su teoría de la realidad (metafísica) es dualista,


ya que divide lo que existe, la realidad, en dos ámbitos, dos mundos. El mundo
sensible-material y el mundo inteligible-Ideas. Pero dice más en plena coherencia con
su postura epistemológica, con su identificación de la verdad y la realidad con lo eterno
y lo inmutable, afirmará que el mundo sensible es una copia, un derivado material e
imperfecto, del mundo inteligible que es el auténtico, la verdadera realidad. El mundo
sensible es un mundo de apariencias, de sombras (aquí podemos volver a observar el
valor simbólico del Mito de la Caverna, en el que quedan separados con claridad
ambos mundos). Y, en su diálogo el Timeo, Platón explicará la constitución del
universo, su ordenamiento, bajo la siguiente propuesta:
En un principio existían tres elementos: la materia desorganizada, el mundo de
las Ideas y el Nous o Inteligencia Ordenadora. Pues bien, ese Nous (algo así como una
especie de Dios-Demiurgo) habría moldeado la realidad material, en un principio
desordenada y caótica, siguiendo precisamente los modelos eidéticos (Ideas). Así este
mundo sensible quedaría configurado a imagen y semejanza del mundo de las Ideas.
Observa que este Demiurgo no es un Dios Creador al estilo cristiano, ya que tanto la
materia como las Ideas son eternas; simplemente se limita a poner orden en la materia
desorganizada. A partir de este dualismo cabe preguntarse cuál es la relación que se
establece entre estos dos mundos. La respuesta platónica afirma que la relación puede
ser de participación de las cosas en las Ideas o de imitación de la Idea por las cosas, en
ambos casos, se trata de una participación o imitación imperfectas.

(Comentario: Los animales que llamamos caballos tienen una serie de


características comunes, una esencia común (naturaleza equina), por cuanto participan
o imitan la Idea de caballo. Esta participación es imperfecta, ya que ningún caballo
particular agota su especie, es sólo una de sus múltiples y posibles concreciones o
particularizaciones (existen diversas razas con sus peculiaridades e individuos dentro de
ellas); es más, muchos de los aspectos de un caballo particular (Rocinante) son
totalmente accidentales, circunstanciales, y para nada afectan al “ser” del caballo, a la
“caballeidad”).

Como hemos visto, la ontología platónica divide la realidad en dos mundos, dos
dimensiones. De ahí la inevitable pregunta acerca del lugar donde se encuentran las
Ideas. Para contestar a esta pregunta habría que señalar que Platón da a entender
claramente que existen en una esfera aparte, la cual el alma contemplaba antes de su
unión con el cuerpo. Por otro lado, Aristóteles afirma que Platón “separó” las Ideas de
las cosas. Y, en último lugar, hemos visto que el Demiurgo configura las cosas de este
mundo ateniéndose a su modelo, implicando esto que las Ideas existen aparte, no sólo
de las cosas, sino también de ese Dios ordenador. Ahora bien, hay que hacer constar
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que este “aparte” sólo significa que las Ideas tienen una realidad independiente de las
cosas sensibles y no que se encuentren “espacialmente” separadas viviendo en una
especie de cielo trascendente. La naturaleza inmaterial de las Ideas impide cualquier
ubicación espacial, dicho en otras palabras, la pregunta por el “dónde” carece de
sentido.

Una cuestión más, ¿cuáles son concretamente las realidades inteligibles? O


dicho de otro modo, ¿de qué tipo son las Ideas que habitan el mundo inteligible? Si
recuerdas lo dicho acerca de los objetivos generales de la filosofía platónica
comprenderás lo siguiente:
1. Las principales Ideas del mundo inteligible son las de naturaleza moral: Bien,
Justicia, Valor, Amistad… Precisamente la idea de Bien será la más importante, la que
da su fuerza y luz a todas las demás. Aquí es donde Platón encuentra un fundamento
filosófico contra el relativismo moral de los sofistas, un fundamento que pueda guiar la
vida buena, virtuosa, y que dé sentido a la existencia. Quizás se halle aquí la
diferencia que le separa de su maestro Sócrates: si bien éste intuyó, en su incansable
búsqueda de las definiciones de los valores morales, la realidad de éstos, nunca llegó a
afirmarla de forma rotunda, tal y como nos lo recuerda Aristóteles.
2. Para dar sentido y fundamento al mundo sensible, Platón señala la existencia
de Ideas que son la esencia de todas los seres existentes: Hombre, Árbol, Caballo… Es
decir, todos los conceptos universales con los que pensamos el mundo, que empleamos
en el lenguaje, tienen su correlato real en el mundo de las Ideas. Este apartado le dará
muchos problemas filosóficos a Platón, y Aristóteles lo criticará especialmente.
3. En una especie de ámbito intermedio entre el mundo sensible y el inteligible,
Platón situará también unos entes ideales que a él le fascinaban, las realidades
matemáticas (Triángulo, Cuadrado, Identidad…), ya que son la antesala de lo
inteligible, universales particulares (tal como hemos estudiado en su epistemología).
El estudio de las matemáticas era importantísimo para Platón, ya que sirve al pensador
de una especie de entrenamiento para ir más allá de lo sensible y descubrir la existencia
de otro mundo objetivo que tiene sus propias leyes. Del estudio de las matemáticas se
puede ir hacia el estudio de las Ideas.

En conclusión, Platón va a ser el precursor de todas aquellas filosofías que


afirman la existencia de una realidad suprasensible, perfecta, que no se halla sometida
a las imperfecciones y cambios del mundo en el que vivimos. De este modo, veremos
más adelante cómo la filosofía platónica será asimilada fácilmente por los pensadores
cristianos de la Edad Media.

Teoría del hombre (Antropología-Psicología)

Uno de los temas que más preocupaciones ha suscitado entre los filósofos de
todos los tiempos estriba en el análisis de la naturaleza del hombre que encierra, a su
vez, la búsqueda de una respuesta al misterio de la muerte. Que sepamos, fueron los
pitagóricos los primeros pensadores en recalcar la naturaleza dual del ser humano,
constituida ésta por un elemento material-mortal (el cuerpo) y por uno espiritual-
inmortal (el alma). Platón, influido profundamente por las enseñanzas pitagóricas,
desarrollará una concepción semejante del ser humano y relacionará, de forma clara y
coherente, dicha posición con su metafísica dualista. Como sabemos, Platón desdobla
la realidad en dos: una, la auténtica, inteligible, inmutable y perfecta; la otra, la falsa,
sensible, mutable e imperfecta. Igualmente afirma que la realidad inteligible sólo
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puede ser conocida a través del pensamiento sin la participación del cuerpo. Veamos
cómo Platón diseña una teoría acerca del hombre que satisfaga todas estas exigencias.

Para Platón no solamente somos cuerpo, materia, sino que además hay dentro de
nosotros una realidad espiritual distinta y separable del cuerpo, el Alma. Y su
existencia es necesaria, porque gracias a ella se puede explicar el proceso de
conocimiento que supone la Teoría de la Reminiscencia, tal como ya hemos visto. Así
pues, Platón es dualista también en su concepción de la naturaleza humana. El
hombre es un compuesto de alma y cuerpo:
* Alma: la parte inmaterial, espiritual, inmortal, del ser humano, donde residen
sus principales facultades, especialmente el pensamiento capaz de conocer las Ideas.
* Cuerpo: la parte material, mortal, cambiante, corruptible del ser humano,
fuente de todo tipo de sensaciones, placeres y dolores, deseos.

Este compuesto de alma y cuerpo, que es el hombre, resulta ser un compuesto


accidental. Ello es debido a que el cuerpo actúa como un accidente, esto es, algo no
esencial, en su unión con el alma. Dicho de otro modo, el alma no necesita del cuerpo
para ser; de hecho, antes de su unión con él ya existía en el mundo eidético. En este
compuesto está claro cuál es la parte superior para Platón, hasta el punto de señalar que
el alma está encarcelada, enclaustrada, en el cuerpo, en contacto con algo que le es
molesto e inferior (ver texto del Fedón). Por ello se interpreta esta coyuntura en la que
el hombre es un compuesto, un ser dual, como fruto de una caída. El estado natural del
Alma es su existencia separada en el ámbito de lo inteligible, disfrutando de la
contemplación de las Ideas; al fin y al cabo, Alma e Ideas poseen la misma naturaleza
inteligible. Pero, por alguna razón difícil de explicar, las almas cometieron alguna
falta y el castigo consiguiente supone la existencia, cuando menos provisional, en el
mundo material. Será necesario todo un proceso de purificación para volver al estado
inicial.

Todo este juego de tensiones entre alma y cuerpo, lo mostrará Platón en su


teoría de las partes o funciones del Alma. Los griegos, en general, concebían el alma
como el aliento que da vida y actividad al cuerpo y, al mismo tiempo, el principio
inteligente que conoce y ordena la naturaleza. Todo esto se encuentra en nuestro
filósofo cuando explica las tres partes en el Alma:
* Alma racional (espiritual): es la parte principal, superior, del alma. La que
podemos identificar con el pensamiento (la específicamente humana). Su naturaleza es
divina, idéntica a la de las Ideas, por ello es inmortal y, en consecuencia, la parte
separable del cuerpo. Platón se preocupó de dejar bien clara la inmortalidad del alma
con varios argumentos expuestos principalmente en el Fedón, ya que en el mundo
griego esta idea era una novedad. Uno de ellos, obviamente, está ligado a su teoría
epistemológica y consiste en deducir la inmortalidad del alma de la existencia que
experimenta antes de su unión al cuerpo. Existencia en la que no necesitaba del cuerpo
para ser, y en la que habría adquirido el conocimiento de lo inteligible, justamente
aquello que queda en el olvido tras la unión con el cuerpo. Lo que hace Platón al
defender la inmortalidad es asumir la influencia de los pitagóricos y de la religión
órfica, que creían que el alma no muere, reencarnándose en diversos cuerpos
(transmigración), hasta alcanzar una separación final que podría entenderse, en sentido
religioso, como salvación. Veremos, más adelante, la lectura ética que Platón extrae
de esta teoría.
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* Alma irascible: en ella residen los impulsos más nobles, la fuerza y el vigor de
la voluntad que lleva a la acción. Es común a los animales, y por tanto no es separable
del cuerpo, es mortal.
* Alma concupiscible: en ella residen los deseos más materiales, sensuales,
aquellos que pueden engendrar los vicios. También es mortal, no separable del cuerpo.

(Como ves, esa difícil relación del alma con el cuerpo se refleja en las
contradicciones que se pueden derivar de un Alma formada por elementos inmortales,
divinos, cuyo fin está más allá de este mundo material, y los otros elementos surgidos
de su relación con el cuerpo que le llevan a los deseos y a las acciones mundanas).
(Mito del carro alado, narrado en el Fedro).

En conclusión, nuevamente Platón se erige en el filósofo que han tomado como


principal referencia todos aquellos pensadores que desean resaltar la condición
espiritual, inmortal, especial, del ser humano. El hombre habita este mundo material,
sensible, pero sólo de una forma provisional, a la espera del “tránsito” definitivo a su
lugar originario.

Ética

Con el estudio de la ética platónica llegamos a uno de los apartados, junto a la


política, más importantes de su filosofía por cuanto aquí se definen y aclaran los
objetivos principales de su pensamiento. Toda la polémica con los sofistas, así como
toda la herencia socrática, es fruto de un debate acerca de la existencia y naturaleza de
los valores morales. Por consiguiente, la teoría del conocimiento, la metafísica, la
teoría del hombre… en Platón vienen inspiradas por su voluntad de ofrecer argumentos
de todo tipo que justifiquen la existencia de unos valores morales absolutos, los cuales
determinarán la conducta personal y social de los hombres, así como la educación de
las nuevas generaciones.

La ética platónica es eudaimonista, es decir, está enfocada al logro del supremo


bien para el hombre, de la felicidad (eudaimonía) verdadera. Ese supremo bien se
entiende como la realización de su personalidad racional y moral. Frente al relativismo
moral sofista, que sitúa la felicidad en el logro del éxito social al margen de la práctica
de las virtudes (justicia, bondad…), tanto Sócrates como Platón establecen una relación
estrecha e inseparable: sólo el hombre justo puede ser feliz (de ahí que, en diversos
diálogos -Gorgias, La República-, se plantee la polémica discusión acerca de si un
tirano, un ser malvado, puede ser feliz).

No es necesario repetir que el fundamento filosófico de esta posición se


encuentra en la Teoría de las Ideas, especialmente, en su naturaleza moral: existen unos
valores morales objetivos y universales, independientes del hombre, que pueden ser
conocidos; frente a Protágoras, aquí el hombre no es “la medida de todas las cosas”.
Por tanto, todavía se podría establecer una ecuación inicial más amplia: sólo el hombre
sabio (que conoce los valores-Ideas morales), puede ser justo, y por tanto, feliz. Aquí
aparece el reflejo del intelectualismo moral socrático: saber = virtud = felicidad.

A la hora de concretar el camino a seguir para alcanzar esa existencia buena y


feliz, Platón se decanta por una vida “mixta” (tal y como queda señalado en el Filebo),
tanto intelectual como material, en la que tendrían cabida los placeres que no procedan
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“de la locura y la maldad”, aunque siempre gozados con moderación. En su


explicación, Platón afirma que la vida buena y feliz es la vida virtuosa, entendiendo
como tal una vida en la que adquieren sentido y plenitud algunos de los rasgos
principales de su filosofía.

Por un lado, la virtud es sabiduría, la recuperación de los conocimientos


olvidados; por otro lado, la virtud es purificación, la paulatina liberación de la
esclavitud del cuerpo; finalmente, la virtud es justicia, la armonía adecuada de las
diversas partes del alma humana. La propuesta platónica para poder practicar estas tres
dimensiones de la virtud se fundamenta en la comprensión de la naturaleza tripartita del
alma (expuesta en La República) y de las funciones que ésta puede desempeñar.

Así, cada parte del alma tendrá que fomentar su virtud correspondiente:
* El Alma racional deberá desarrollar, precisamente, la virtud de la sabiduría
(prudencia), es decir, del conocimiento de las realidades inteligibles, verdaderas, que le
darán la suficiente conciencia y claridad acerca del camino adecuado para dirigir y
dominar al resto del cuerpo. Ya que la parte racional, como superior, debe gobernar y
conducir a las demás.
* El Alma irascible deberá desarrollar la virtud de la fortaleza, del tesón, de la
constancia, del vigor para enfrentarse a todas las situaciones comprometidas, a las
enfermedades, al dolor; lo contrario sería la debilidad de quien se hunde ante cualquier
dificultad. Claro está, de nada sirve la fuerza sin más, sin dirección, sin la guía de la
razón.
* El Alma concupiscible deberá desarrollar la virtud de la templanza, es decir,
de la contención en los deseos, de la moderación, para no caer en los vicios
irracionales, en el exceso a que conduce la búsqueda desbocada del placer.

Cuando un ser humano ejercita estas tres virtudes, esto es, su razón es sabia y
gobierna al resto de la persona, y además cultiva las virtudes de la fortaleza y la
templanza, podemos decir que reina la armonía en su alma y que, por tanto, ha
desarrollado la virtud general de la Justicia (recordemos, una vez más, la imagen del
carro dirigido por el auriga que gobierna con sabiduría y habilidad el ímpetu, la
fogosidad, de los dos caballos). Así se habrán cumplido los requisitos para expiar la
culpa de la unión con el cuerpo, para la purificación del alma y, por consiguiente, para
su retorno al mundo inteligible que le corresponde, donde habrá alcanzado la perfección
y la felicidad.

En suma, Platón vuelve a establecer en su filosofía moral las bases de una


reflexión ética que inspirará a buena parte de la historia del pensamiento especialmente
a aquellas propuestas que, como la cristiana, parten de la existencia de un Bien absoluto
que es principio y fin de todo lo que existe, y que determina las normas y valores
morales que, de manera universal y necesaria, deben presidir la conducta del ser
humano.

Política:

No es casualidad que algunas de las principales teorías platónicas (Ideas, Mito


de la Caverna…) se encuentren expuestas de forma clara en su obra más ambiciosa La
República. Y esto es así porque en el fondo Platón quiso ser un reformador social y
político, dado que no aceptaba las consecuencias morales que se derivaban de los
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sistemas de gobierno que conoció en su tiempo, ni de la actitud de los sofistas que


corrompían no sólo la vida política ateniense, sino también la educación de la juventud.
Ya Sócrates había denunciado los males que aquejaban a la sociedad ateniense y, al
mismo tiempo, había actuado como maestro de virtud entre la juventud. Sócrates
murió precisamente por el malestar que su censura constante provocaba y por la
fidelidad absoluta a sus propios ideales. Una vez muerto su maestro, Platón recogió el
testigo y no sólo quiso continuar su labor pedagógica y política, sino que fue
elaborando todo un sistema filosófico que sirviera de soporte teórico a dicho empeño.
De ahí que encontramos en sus reflexiones políticas la piedra angular de su
pensamiento, el ámbito en el que más claramente podemos conocer los objetivos de su
filosofía:
- La reforma de la vida social y política de los habitantes de la polis (el
desarrollo de un Estado justo, feliz…)
- La elaboración de las bases teóricas para una educación que transmita los
conocimientos y valores verdaderos.

La propia biografía de Platón nos aclara cualquier duda que podamos tener
sobre sus intenciones. Por un lado, el grado de corrupción política que pudo observar
en el gobierno de los Treinta Tiranos y en la democracia posterior restaurada por
Trasíbulo. Por otro lado, en la disposición con la que emprendió diversos viajes a
Siracusa para actuar como consejero del tirano Dionisio y de su hijo. Con esas
acciones quería llevar a la práctica su convicción de que si los filósofos no pueden ser
gobernantes, serán éstos los que deben ser transformados en filósofos, que no es sino
una clara apuesta porque la Razón, el Logos, el diálogo racional (que es la mejor
expresión de la Filosofía) presida el gobierno de la Ciudad.

La primera idea clave de la filosofía política de Platón estriba, como en otros


pensadores de la antigüedad, en su afirmación de que el ser humano es un ser social por
naturaleza; su vida no se entiende al margen de la ciudad (Polis-Estado). Esto es así
porque el Estado existe para servir a las necesidades de los hombres; éstos no son
independientes unos de otros, sino que necesitan de la ayuda y cooperación de los
demás en la producción de todo lo que hace falta para la vida. De ahí que se reúnan y
asocien en un mismo lugar, “y dan a esta morada común el nombre de ciudad”. El fin
originario de la ciudad es, pues, un fin económico, y de él se sigue el principio de la
división y especialización del trabajo.

A la hora de juzgar el Estado bajo la perspectiva de sus principios filosóficos y


determinar cuándo éste es justo o injusto, Platón establece una íntima conexión entre
sus reflexiones éticas y políticas. Así, la virtud del Estado perfecto depende de la
virtud del alma individual de sus ciudadanos, y la virtud del alma individual depende de
la virtud del Estado perfecto. En consecuencia, para averiguar cómo debe configurarse
un Estado perfecto, justo, que proporcione felicidad a sus ciudadanos, debemos aplicar
al Estado las conclusiones que se derivaban de la ética individual.

Del mismo modo que veíamos tres partes del Alma, observaremos tres clases
sociales o estamentos en el Estado: gobernantes (dirigentes), guardianes (encargados de
la defensa) y productores (los que llevan a cabo las actividades económicas y satisfacen
las necesidades de la ciudad). Platón no contempla estas clases sociales como
compartimentos rígidos en los que los ciudadanos quedan enclavados por su
nacimiento, sino que constituyen un modelo estructural dentro del que los ciudadanos
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se mueven según sus virtudes y merecimientos. Prosiguiendo con la analogía Alma-


Ciudad, cada uno de estos estamentos deberá desarrollar su virtud correspondiente y
cumplir el papel que le corresponde:
* Gobernantes: deben practicar la virtud de la sabiduría, de ellos depende la
buena dirección, el buen gobierno del Estado. De este modo, los gobernantes serán
escogidos entre los más sabios, aquellos capaces de mostrar un conocimiento más
profundo del mundo de las Ideas, de los valores morales absolutos y, en función de
ellos, regirse a sí mismos y a la comunidad. Aquí se entiende la famosa afirmación de
Platón de que en su Estado ideal deben gobernar los filósofos, los que más frecuentan
las realidades inteligibles. Es la doctrina del filósofo-rey, que atribuye el poder no al
ejercicio de la fuerza, astucia, riqueza, o del conjunto de la sociedad, sino a la posesión
de la sabiduría y práctica de la virtud. Aquí alcanza pleno significado el Mito de la
Caverna (el filósofo, que ha conseguido liberarse de la ignorancia, se convierte en guía
del resto de la sociedad).
* Guardianes: deben ejercitar la virtud de la fortaleza, y defender el Estado
frente a los enemigos. Su dedicación tiene que ser muy especial, siempre al servicio de
los intereses comunes. Es curioso cómo Platón no permite la propiedad privada ni el
establecimiento de la institución familiar en los estamentos de los gobernantes y de los
guardianes, ya que ambos podrían confundir sus intereses particulares con los intereses
generales, con las negativas consecuencias que esto tendría para la marcha del Estado.
* Productores: deben desarrollar la virtud de la templanza, la moderación, la
contención de los deseos. Aunque sí se les permite atender a sus intereses particulares,
propiedad privada y familia, a diferencia de las clases anteriores.

Así debe ser el Estado ideal, el Estado que alcanza una armonía entre sus
diversas partes, el Estado que desarrolla en su conjunto la virtud de la Justicia: los
sabios como gobernantes, los fuertes como defensores y el resto al servicio de la
producción económica. No olvidemos que Platón señala, al final de La República, que
es consciente de que su reflexión política se sitúa en el plano utópico y que difícilmente
podría llevarse a la práctica; no obstante, supone una crítica feroz a cualquier forma de
gobierno ajena a la auténtica Justicia; es decir, la antigua y despótica tiranía, la
democracia que no tiene en cuenta a los más sabios y virtuosos…

Así, cualquier otra combinación que estropee esa jerarquía de clases alterando
sus funciones, que sitúe en el gobierno bien a los soldados o a los productores, tiene sus
consecuencias negativas para el bien común. En un momento dado, Platón analiza las
formas de gobierno de su época y su evolución:
* Aristocracia: el gobierno de los mejores, de los que destacan por sus
cualidades, por sus virtudes, por el carisma que les eleva por encima de la mayoría. A
juicio de Platón es un buen sistema político, especialmente cuando esa aristocracia
coincide con el gobierno de los más sabios.
* Timocracia: es la perversión de la aristocracia, cuando los más sabios son
sustituidos por los más fuertes. Éste es el gobierno de los militares, los guardianes, que
han dejado de realizar su cometido específico y se convierten en los gobernantes. Se
trata de una forma de gobierno muy perjudicial, puesto que impera un orden estricto y
una vocación belicosa que pone en peligro la estabilidad y seguridad de la sociedad.
* Oligarquía: surge cuando los gobernantes se dejan llevar por el afán de la
riqueza, es el gobierno de los ricos que empobrece tremendamente a la sociedad. Aquí
se observa claramente cómo el Estado se gobierna siguiendo los intereses de una
minoría codiciosa y corrupta.
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* Democracia: es el gobierno del pueblo, que se subleva harto de la pobreza a la


que le somete la oligarquía; sin embargo, el pueblo no es buen gobernante, porque es
ignorante y es fácilmente embaucado por los demagogos. El recuerdo de los años de
la democracia ateniense, posterior al gobierno de los Treinta Tiranos, en la que fue
juzgado y muerto Sócrates, estará siempre presente en Platón como ejemplo de una
sociedad injusta y al servicio del oportunismo demagógico.
* Tiranía: es el gobierno de uno solo, del tirano, que aprovecha la situación de
desorden, de libertinaje, en la que degenera la democracia. A juicio de Platón es el
peor de los sistemas de gobierno posibles, puesto que toda una sociedad se encuentra al
servicio, y bajo el dominio, de una sola persona que sucumbe fácilmente a la esclavitud
de su ambición y de sus pasiones.

La filosofía política de Platón tendrá tantos adeptos como detractores. Los


primeros encuentran en él un modelo de sociedad conservadora, fiel a unos principios
inamovibles, que no otorga el poder al conjunto de los ciudadanos. Los segundos,
especialmente a partir de la edad moderna, consideran que la soberanía popular es
irrenunciable y proclaman una sociedad abierta a la pluralidad y al cambio.

Selección de Textos

Objetivo político: el gobernante debe ser filósofo


“Me vi obligado a reconocer, en alabanza de la verdadera filosofía, que de ella
depende el obtener una visión perfecta y total de lo que es justo, tanto en el terreno
político como en el privado, y que no cesará en sus males el género humano hasta que
los que son recta y verdaderamente filósofos ocupen los cargos públicos, o bien los que
ejercen el poder en los Estados lleguen, por especial favor divino, a ser filósofos en el
auténtico sentido de la palabra” (Platón, Carta VII).

El mito de la Caverna
“Imagina hombres en una morada
subterránea en forma de caverna, que tiene la
entrada abierta en toda su extensión. En ella
están, desde niños, hombres con las piernas y el
cuello encadenados, de modo que deben
permanecer allí y mirar sólo delante de ellos,
porque las cadenas les impiden girar en
derredor la cabeza.
Más arriba y más lejos se halla la luz de
un fuego que brilla detrás de ellos; y entre el
fuego y los prisioneros hay un camino más alto,
junto al cual imagínate un tabique construido
de lado a lado, como el biombo que los
titiriteros levantan delante del público para
mostrar, por encima del biombo, los muñecos.
- Me lo imagino.
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-Imagínate ahora que, del otro lado del tabique, pasan sombras que llevan toda clase
de utensilios y figurillas de hombres y otros animales, hechos en piedras y madera de
diversas clases; y entre los que pasan, unos hablan y otros callan.
- Extraña comparación haces, y extraños son esos prisioneros.
- Pero son como nosotros. Pues, en primer lugar, ¿crees que han visto de sí mismos, o
unos de los otros, otra cosa que las sombras proyectadas por el fuego en la parte de la
caverna que tienen frente a sí?
- Claro que no, si toda su vida están forzados a no mover las cabezas.
- ¿Y no sucede lo mismo con los objetos que llevan los que pasan del otro lado del
tabique?
- Indudablemente.
- Pues entonces, si dialogaran entre sí, ¿no te parece que entenderían estar nombrando
a los objetos que pasan y que ellos ven?
- Necesariamente.
- Y si la prisión contara con un eco desde la pared que tienen frente a sí, y alguno de
los que pasan del otro lado del tabique hablara, ¿no piensas que creerían que lo que
oyen proviene de la sombra que pasa delante de ellos?
- ¡Por Zeus que sí!
- ¿Y que si los prisioneros no tendrían por real otra cosas que las sombras de los
objetos artificiales transportados?
- Es de toda necesidad”. (Platón, La República Libro VII).

El alma y el conocimiento de las Ideas


“-Si es así, nuestra alma se asemejará más que el cuerpo a lo invisible, y éste a lo
visible.
-Necesariamente.
-¿No dijimos antes que cuando el alma se sirve del cuerpo para considerar cualquier
objeto, sea por la vista, por el oído o por cualquier otro sentido, puesto que la única
función del cuerpo es considerar los objetos por medio de los sentidos, se siente
atraída por el cuerpo hacia cosas que nunca son las mismas, y que se extravían, se
turba, vacila y tiene vértigos como si se hubiera embriagado por ponerse en relación
con ellas?
-Sí.
-En cambio, cuando examina las cosas por sí misma sin recurrir al cuerpo, hacia lo
que es puro, eterno, inmortal e inmutable, y como es de esta misma naturaleza, se une
a ello, si es para sí misma y puede. Entonces cesan sus extravíos y sigue siendo
siempre la misma, porque se ha unido a lo que jamás varía y de cuya naturaleza
participa; este estado del alma es al que se llama sabiduría.
-Perfectamente, es una gran verdad.
-¿A cuál de las dos especies de seres te parece que el alma se asemejará más después
de lo dicho antes y ahora?
-Me parece, Sócrates, que todos y hasta el más estúpido tendrá que decir después de
escuchada tu explicación, que el alma se parecerá y será más afín a lo que siempre es
lo mismo que a lo que continuamente cambia.
-¿Y el cuerpo?
-Se parece más a lo que cambia” (Platón, Fedón)

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