(2023) ENJ - Titulo 2 Capitulo 2

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COMENTARIO A LOS ARTÍCULOS 68 Y 69

Por Domingo Gil

CAPÍTULO II
DE LAS GARANTÍAS A LOS DERECHOS FUNDAMENTALES

Artículo 68.- Garantías de los derechos fundamentales. La Constitu-


ción garantiza la efectividad de los derechos fundamentales, a través de los
mecanismos de tutela y protección que ofrecen a la persona la posibilidad
de obtener la satisfacción de sus derechos frente a los sujetos obligados o
deudores de los mismos. Los derechos fundamentales vinculan a todos los
poderes públicos, los cuales deben garantizar su efectividad en los térmi-
nos establecidos por la presente Constitución y por la ley.

Comentario

A diferencia de cualquier otro texto constitucional dominicano, la re-


forma constitucional de 2010 no solo incluyó un amplio catálogo de dere-
chos fundamentales (artículos 37 a 67), sino que, además, consagró, de
manera expresa, varios artículos relativos a las garantías de esos derechos,
previstas entre los artículos 68 a 741. Estas consisten en principios, reglas
e institutos de naturaleza procesal que operan como mecanismos de pro-
tección para el ejercicio efectivo de los derechos fundamentales. Es claro,
pues, que esas garantías procesales son, por igual, verdaderos derechos
fundamentales.

1 Entre estos artículos está el 73, texto que prescribe la nulidad de los actos que subviertan el orden
constitucional y que, por tanto, no parece estar referido, al menos de manera directa, a las garantías
de los derechos fundamentales que reconoce la carta sustantiva. Nos parece que su ubicación lógica
debió ser el título I de nuestra carta sustantiva, pues, además de consignar lo concerniente a la na-
ción, el Estado y el Gobierno, establece los principios fundamentales en que descansa la Constitución
política de la República, tema más directamente conectado al orden constitucional que a las garantías
de los derechos fundamentales.

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Domingo Gil

El primero de esos textos, como puede apreciarse, es el artículo 682, el


cual, por tanto, es la puerta de entrada a esas garantías fundamentales. Tres
cuestiones básicas, al menos, se plantean a partir del análisis de este texto:

La primera cuestión tiene que ver con la garantía de los derechos fun-
damentales: la propia Constitución se constituye en garante de la efecti-
vidad de esos derechos. Pese a la redacción deficiente del texto3, ha de
entenderse que esa garantía la ofrece la carta sustantiva mediante los me-
canismos de tutela que ella establece, de donde se concluye que, más que
una posibilidad, el constituyente pretende dar seguridad de esa protección.
La segunda cuestión tiene que ver con esos mecanismos de tutela. Aun-
que la Asamblea Revisora de 2010 no lo haya expresado así, es preciso
hacer una distinción entre los distintos mecanismos de tutela: unos son de
tipo sustantivo, la tutela sustantiva, y otros jurisdiccionales, tutela jurisdic-
cional4. La tutela sustantiva está referida a la política puesta en marcha por
el Estado para hacer efectivos los derechos fundamentales, como las me-
didas sobre salud, educación, seguridad social, salarios, medioambiente,
libertades públicas, derechos fundamentales, entre muchas otras, con ex-
clusión de los instrumentos dirigidos a la solución de los conflictos de dere-
chos e intereses que se resuelven por la vía jurisdiccional, que corresponde
a la tutela jurisdiccional. La obligación del Estado de tutelar los derechos
de las personas por la vía jurisdiccional se expresa de la siguiente manera:

1) con la creación de los órganos jurisdiccionales que han de conocer


las acciones relativas a los conflictos que se generan en procura de
la protección y salvaguarda de esos derechos e intereses legítimos.
2 Este artículo 68 no puede ser analizado de manera aislada, sino a la luz de otros textos constitucio-
nales esenciales para la comprensión de los mecanismos de protección o tutela de los derechos fun-
damentales, de manera específica, o los derechos e intereses jurídicos protegidos, de manera general.
Entre estos tienen una importancia capital los artículos 8 y 69 de ley fundamental de la República.
3 Es impropio establecer que la Constitución garantiza la efectividad de los derechos fundamentales
mediante “mecanismos de tutela y protección”, pues tutela es sinónimo de protección o amparo, como
tutelar quiere decir proteger o amparar. Por tanto, en el texto sobra el término protección.
4 La Constitución dominicana de 2010, por influencia de la Constitución española de 1978, emplea en
su artículo 69 el término de tutela judicial efectiva. Sin embargo, ese término e impropio o inadecua-
do, ya que, además de la judicial, hay otras vías jurisdiccionales de protección o tutela de los derechos
fundamentales, como la disciplinaria y la administrativa, entre otras. Es preciso señalar, asimismo,
que, para que la tutela jurisdiccional sea real o verdadera, ha de ser efectiva, razón por la cual el
propósito no puede ser otro que aplicar mecanismos o instrumentos que no sean de esta naturaleza,
pues, de lo contrario, la tutela no sería tal o, al menos, esa efectividad no sería una finalidad. Por
tanto, aquí también sobra el calificativo de tutela judicial efectiva.

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La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

El número creciente de esos órganos (entre los que vale mencio-


nar el Tribunal Constitucional, como guardián de la Constitución
y garante presumido del orden constitucional, junto a los órganos
jurisdiccionales de derecho común) obedece a ese propósito;
2) con el establecimiento de los procedimientos jurisdiccionales ne-
cesarios para encausar esas acciones, sean estos de carácter cons-
titucional (como el habeas corpus, el habeas data, el amparo o los
que en el futuro fueren creados con esa misma naturaleza, es decir,
como garantías constitucionales del proceso) o los de carácter ad-
jetivo, sean especiales u ordinarios; y
3) con el cumplimiento, como etapa final, de las garantías que confor-
man el debido proceso, de observación obligada en cada proceso
de tipo jurisdiccional en que se procure tutelar derechos e intere-
ses legítimos por vía jurisdiccional, como bien concibe el artículo
69 constitucional. Ello implica el respeto de las garantías referi-
das al acceso a la jurisdicción (el derecho a ser oído por un juez
competente, independiente e imparcial y el derecho a la asistencia
letrada), al enjuiciamiento (entre las que es esencial el derecho de
defensa, entre otras) y las relativas a la sentencia (que conllevan
el derecho a la motivación de la sentencia, el derecho al cuestio-
namiento de la decisión dada y el derecho a la ejecución de la
sentencia obtenida).

La tercera cuestión está referida al mandato dirigido a los poderes


públicos, los cuales están vinculados (ello es imperativo) a la obligación
asumida por el Estado de garantizar la efectividad de los derechos fun-
damentales, lo que no puede ser de otro modo, pues el Estado no actúa
sino a través de los órganos y poderes públicos. Esta disposición parecería
descansar en la concepción tradicional sobre el ejercicio de los derechos
fundamentales, basada en la tesis (extremista) de que estas prerrogativas
se dirigen contra el Estado, quien es exclusivamente su garante. Esta te-
sis tradicional –modernamente abandonada– se contrapone a aquella que
considera que los derechos fundamentales son exigibles, también, en el
marco de las controversias entre particulares. Este último es el criterio
aceptado como válido a partir de la sentencia del caso Lüth, dictada por el

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Tribunal Federal alemán el 15 de enero de 1958. En nuestro ordenamiento


jurídico no hay controversia al respecto, no solo por una corriente legisla-
tiva y jurisprudencial ordinaria y constitucional bien definida, sino por los
términos claros del artículo 72 constitucional. De ello se concluye que el
Estado no solo debe garantizar la efectividad de los derechos fundamenta-
les de los particulares (individuos o colectividades) frente a los poderes y
órganos del Estado, sino, por igual, de los particulares entre sí, lo que ha de
entenderse como una función esencial del Estado, de conformidad con los
términos claros del artículo 8 de nuestra carta sustantiva.

Artículo 69.- Tutela judicial efectiva y debido proceso. Toda persona, en


el ejercicio de sus derechos e intereses legítimos, tiene derecho a obtener la
tutela judicial efectiva, con respecto del debido proceso que estará confor-
mado por las garantías mínimas que se establecen a continuación:

1) El derecho a una justicia accesible, oportuna y gratuita.


2) El derecho a ser oída, dentro de un plazo razonable y por una ju-
risdicción competente, independiente e imparcial, establecido con
anterioridad por la ley;
3) El derecho a que se presuma su inocencia y a ser tratada como
tal, mientras no se haya declarado su culpabilidad por sentencia
irrevocable;
4) El derecho a un juicio público, oral y contradictorio, en plena
igualdad y con respecto al derecho de defensa;
5) Ninguna persona puede ser juzgada dos veces por una misma causa;
6) Nadie podrá ser obligado a declarar contra sí mismo;
7) Ninguna persona podrá ser juzgada sino conforme a leyes preexis-
tentes al acto que se le imputa, ante juez o tribunal competente
y con observancia de la plenitud de las formalidades propias de
cada juicio;
8) Es nula toda prueba obtenida en violación a la ley;
9) Toda sentencia puede ser recurrida de conformidad con la ley. El
tribunal superior no podrá agravar la sanción impuesta cuando
solo la persona condenada recurra la sentencia;

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10) Las normas del debido proceso se aplicarán a toda clase de actua-
ciones judiciales y administrativas.

Comentario

Respecto del artículo 69 de la Constitución de la República se presen-


tan, al menos, dos grandes cuestiones de sumo interés para los usuarios y,
de manera especial, para los operadores jurídicos a la hora de su estudio o
uso para procurar la solución de algún conflicto jurídico; a saber: el vínculo
o la conexidad entre la tutela judicial efectiva y el debido proceso, por una
parte, y el tratamiento del contenido del debido proceso, por la otra.
El texto tiene una indiscutida doble influencia: la proveniente del dere-
cho anglosajón, con la inclusión en el mencionado artículo del instituto del
debido proceso, y la incorporación a dicho texto de la tutela judicial efectiva,
institución que viene del derecho español. El interés que ello presenta es
indiscutible, sobre todo si se toma en consideración las grandes diferencias
entre ambos derechos, provenientes de familias jurídicas distintas, lo que,
en apariencia, debería conducir a la creación de instituciones también dis-
tintas, conclusión a la que, en principio, no deberían sustraerse el debido
proceso y la tutela judicial efectiva.

Parte I. El problema conceptual entre tutela judicial efectiva y debido


proceso

El análisis aislado del debido proceso como garantía procesal no debe-


ría presentar más problemas que los propios de la interpretación y aplica-
ción de un instituto jurídico. Desde su origen, en la carta magna de 1215, la
acuñación del término, en la versión de la carta magna de 1354, y su incor-
poración a la Constitución de Estados Unidos, mediante las enmiendas V y
XIV, la doctrina y la jurisprudencia tienen claro que el debido proceso está
referido, en su original carácter adjetivo, a un proceso de garantías mínimas
para los justiciables, y al control de la razonabilidad de las normas, en su
carácter sustantivo, como una derivación de su matiz inicial. No obstante,
los conflictos de interpretación adquieren mayor envergadura cuando se

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hace la conexión entre el debido proceso y la tutela judicial efectiva, tal


como ocurre con el artículo 69 de la Constitución dominicana.
Para algunos, incluso, la tutela judicial efectiva y el debido proceso
son un mismo concepto. Se ha afirmado al respecto, de manera rotunda,
que el derecho a la tutela judicial es el equivalente a la institución que en
el derecho anglosajón se conoce como el due process of law, el derecho al
debido proceso de ley5. Se ha señalado, de manera vehemente, que soste-
ner lo contrario no es más que incurrir en una distinción artificiosa entre
la primera y el segundo, distinción que estaría basada –se afirma– en el
desconocimiento y la confusión del fondo de dichos institutos procesales,
sobre la base, errada, de que la tutela judicial efectiva se refiere al compor-
tamiento externo del órgano jurisdiccional, mientras que el debido proceso
legal concierne al comportamiento del órgano jurisdiccional al interior de
cada proceso judicial, como si se tratase de instituciones distintas, cuando,
en sustancia, son lo mismo6.
Sin embargo, el vínculo entre ambos institutos jurídicos no parece tan
claro y sencillo como pretenden posiciones doctrinales tan radicales como
la anterior. Esto se pone de manifiesto no solo porque hay otro sector de
la doctrina que mantiene una opinión totalmente contraria a la señalada,
al punto de considerar que el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva no
es más que el derecho a exigir al Estado el cumplimiento de la prestación
jurisdiccional que sobre él recae7, sino, además, por la variedad de criterios
existentes al interior de la primera de dichas corrientes doctrinales. En este
sector de la doctrina podemos identificar, al menos, cuatro grupos con posi-
ciones distintas, que van desde los que sostienen que la una y el otro son un
mismo instituto procesal, hasta quienes se empeñan en sostener que entre
estos hay una relación de género a especie, sea porque el debido proceso
esté incluido en la tutela judicial efectiva, sea por exactamente lo contra-
rio, al considerar esta última como parte del primero8. Las contradicciones

5 LÓPEZ GUERRA, Luis, et al. Derecho constitucional, 7.ª ed.: Valencia, Tirant lo Blanch, 2007, vol. I, p.
359.
6 QUIROGA LEÓN, Aníbal. Protección constitucional del debido proceso: Lima, Editora y Librería Jurídica
Grijley, 2009, p. 27.
7 Vid. Luiz Guilherme Marinoni, “La eficacia del derecho fundamental a la tutela efectiva sobre el
legislador, el juez y las partes”, en PRIORI POSADA, Giovanni F. (editor). Proceso y Constitución: Ara
Editores, Lima, 2011, pp. 115-140.
8 Vid. el estudio hecho al respecto por Víctor Roberto Obando Blanco, “El derecho fundamental a la
tutela jurisdiccional efectiva desde la perspectiva del proceso civil: nuevas tendencias”, en Giovanni
F. Priori Posada, ibid., pp. 141-188.

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La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

son, pues, más que evidentes. Jesús González Pérez lo conceptualiza (en
su concepción amplia de tutela jurisdiccional efectiva) como “… el derecho
de toda personal a que se le ‘haga justicia’…”9. Así dicho, se entendería que
este es, en definitiva y de manera sencilla, el derecho de toda persona a la
protección, por la vía jurisdiccional, de sus derechos e intereses cuando no
es posible o está en peligro su ejercicio a causa de las actuaciones de otra u
otras personas físicas o morales; que, además, tiene un carácter instrumen-
tal, por tratarse de la natural herramienta procesal adscrita a los derechos
subjetivos de carácter sustantivo que la ley habilita cuando el ejercicio de
estos derechos es entorpecido por la actuación de otro u otros.
El tratamiento del tema por algunos autores es, incluso, peor cuando
–además de partir de criterios doctrinales que no aceptan, asimilan o, sim-
plemente, no comprenden la diferencia entre tutela judicial efectiva y debi-
do proceso– pretenden analizar (a veces por encargo profesional pagado)
el artículo 69 constitucional a la luz de consideraciones que no toman en
cuenta la conexidad entre ambos institutos, pese a sus orígenes distintos y
a las notables diferencias en torno al tema entre el ordenamiento constitu-
cional dominicano y el de los países de esos autores. Es el caso de Eduardo
Espín Templado, quien incurre en el repetido error de reducir la tutela
judicial efectiva al debido proceso, pues, al amparo de la jurisprudencia del
Tribunal Constitucional de España (órgano que juzga a la luz del artículo
24 de la Constitución de ese país), afirma que la tutela judicial efectiva (y
solo ella) tiene por contenido “el derecho a obtener una resolución fundada
en derecho, motivada, razonable y no arbitraria, que, en principio ha de
resolver el fondo de la controversia suscitada ante el órgano judicial y sin
que se pueda producir indefensión…”10.
Lo señalado no solo tiene que ver con el contenido de la tutela judicial
efectiva como derecho fundamental, sino, además, con la existencia misma
del debido proceso y la conexidad entre uno y otro. A continuación, trataré
de demostrar (aunque de manera muy escueta, a causa de la extensión
impuesta para el comentario del texto constitucional citado) la deficiencia
de los criterios antes expuestos.
9 GONZÁLEZ PÉREZ, Jesús. El derecho a la tutela jurisdiccional, 3.ª ed.: Madrid, Civitas Ediciones,
2001, p. 33.
10 Eduardo Espín Templado, “Las garantías de los derechos y libertades” (cometario a los Capítulos II
y III del Título II), en GONZÁLEZ-TREVIJANO, Pedro y ALCUBILLA, Enrique Arnaldo (directores).
Comentarios a la Constitución de la República Dominicana: Madrid, La Ley, 2012, t. II, pp. 434-435.

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Creemos, en realidad, que en el caso concreto de nuestra ley funda-


mental, el artículo 69 constitucional establece –pese a su deficiente redac-
ción– una clara distinción entre tutela judicial efectiva y debido proceso. Tal
como lo ha pretendido el constituyente dominicano, la tutela jurisdiccional
es el derecho subjetivo de toda persona a acudir ante el órgano jurisdiccio-
nal habitado a procurar la protección de sus derechos e intereses legítimos,
mientras que el debido proceso es uno de los instrumentos procesales para
lograr aquella. Esta es, en realidad, la conexión existente, en lo fundamen-
tal, entre ambos institutos jurídicos. Es por ello que puede sostenerse con
propiedad que la tutela jurisdiccional efectiva “… constituye la manifesta-
ción constitucional de determinadas instituciones de origen eminentemen-
te procesal, cuyo propósito consiste en cautelar el real, libre e irrestricto
acceso de todos los justiciables a la prestación jurisdiccional a cargo de los
órganos competentes del Estado, a través de un debido proceso que revista
los elementos necesarios para hacer posible la eficacia del derecho conte-
nido en las normas jurídicas vigentes o la creación de nuevas situaciones
jurídicas, que culmine con una resolución final ajustada a derecho y con un
contenido mínimo de justicia, susceptible de ser ejecutada coercitivamente
y que permita la consecución de los valores fundamentales sobre los que se
cimienta el orden jurídico en su integridad”11.
El otro gran problema que presenta el artículo 69 de la Constitución
de la República concierne, como ya se ha anunciado, al tratamiento que
la doctrina y la jurisprudencia han dado al contenido del debido proceso,
tornándose complejo al momento de intentar abordar las garantías que lo
integran. Es como regresar al debate anterior, pues considerar que la tutela
judicial efectiva y el debido proceso son institutos similares, parece condu-
cir a iguales contenidos en uno y otro caso; diferente, obviamente, cuando
se considera que ambos son distintos.
Incluso en el sentido apuntado no deja de tener importancia el término
mismo (más allá del concepto) de tutela judicial efectiva, que ya parece
haber sido superado por el mucho más amplio de tutela jurisdiccional efec-
tiva, pues este último está referido a todo tipo de proceso (administrativo,
disciplinario, policial, militar, además del judicial). No obstante, pese a la

11 DE BERNARDIS, Luis Marcelo. La garantía procesal del debido proceso: Lima, Cultura del Cuzco Edi-
tores, 1995, p. 137.

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aparente claridad de lo dicho, este aspecto del asunto tratado parece sus-
citar algún dilema para los autores que, en lugar de esa diferencia entre
una concepción más abarcadora en un caso que en el otro, se empeñan
en pretender establecer una distinción conceptual, refiriendo la primera al
proceso judicial y la otra a los demás procesos, con exclusión, por tanto, del
primero, como si lo jurisdiccional no abarcase también lo judicial. Aquí la
tozudez es mayor que la persistente confusión.
A ello se suma que la doctrina no parece tener una idea total o com-
pleta de las garantías procesales que comprende el debido proceso, no solo
respecto del número o la cantidad de estas, sino, sobre todo, de la organi-
zación y de la secuencia que estas siguen en el proceso. Esto explica que,
con asombrosa frecuencia, muchos autores se limiten a hacer una especie
de catálogo (incompleto, por lo general) de estas garantías, sin clasificarlas
o agruparlas según los criterios que se entienda pertinentes para su mejor
comprensión. Incluso, más allá de lo anterior, la mayor carencia de los es-
tudios realizados en torno a ese contenido tiene que ver con el orden lógico
en que deben presentarse y desarrollarse esas garantías, desconociendo lo
que podría llamarse el procedimiento del debido proceso.
Aunque parezca innecesario indicarlo, pues en esto la claridad del ar-
tículo 69 de la Constitución no parece arrojar duda alguna, este estudio
está referido exclusivamente al debido proceso adjetivo, no al debido proceso
sustantivo, que entre nosotros es equivalente al principio de razonabilidad.

Parte II. Contenido del debido proceso: sus garantías

El debido proceso es un todo armónico y completo de garantías proce-


sales, organizadas sobre la base del orden procedimental de cada discipli-
na jurídica. El artículo 69 establece un catálogo de esas garantías que, de
conformidad con lo dispuesto por el acápite 10 de ese texto, “se aplicarán
a toda clase de actuaciones judiciales y administrativas”12. Ese catálogo
12 Se ha afirmado sobre ese catálogo lo siguiente: “El conjunto de derechos y garantías que se enumeran
en art. 69 presentan [sic] una dicotomía clara. Aunque todo el precepto tiene, como hemos dicho
antes, una connotación penal en cuanto a su redacción, hay garantías que predicarse de todo tipo de
procedimientos mientras que otras son, por su propio contenido, de naturaleza estrictamente penal o,
más en general sancionadora. En algún caso, como el apartado 9), se agrupan garantías de uno y otro
tipo” (vide Eduardo Espín Templado, ob. cit., p. 435). Y sobre esa base dicho autor divide las garantías
consagradas en el artículo 69 constitucional en “garantías generales para todo proceso”, que son las
previstas en los incisos 1, 2, 4, 8, 9 y 10, y “derechos y garantías de naturaleza penal o sancionadora”,

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no es limitativo, ya que a este deben sumarse todas aquellas que sean de


igual naturaleza a las incluidas en ese catálogo, conforme a lo prescrito
por el artículo 74.2 de la Constitución, texto en el que se funda la teoría
de los derechos implícitos y se construye el bloque de constitucionalidad13.
A partir de esta idea y del hecho de que resultaría muy extenso comentar
por separado cada una de esas garantías, y a fin de satisfacer los propósi-
tos aquí perseguidos, he considerado necesario y pertinente agrupar esas
garantías en dos grandes bloques, referidos a dos etapas o momentos del
proceso: las relativas al acceso a la jurisdicción (I) y las concernientes al
enjuiciamiento (II).

I. LAS GARANTÍAS DEL ACCESO A LA JURISDICCIÓN

Estas garantías son, a su vez, dos grandes tipos: el derecho de acceso a


la Justicia (A) y el derecho a la asistencia letrada (B).

A. El derecho de acceso a la Justicia

Esta prerrogativa comprende el derecho a ser oído (y a una justicia accesi-


ble, oportuna y gratuita) y el derecho al juez natural preconstituido.

que son los incluidos en los apartados 3, 5, 6, 7 y 9. Sin embargo, es necesario advertir que este cri-
terio es poco garantista, pues excluye la aplicación del segundo tipo de garantías a los procesos que
no son de naturaleza penal o sancionadora, reduciendo así su alcance. Por suerte la actual práctica
judicial y constitucional dominicana es contraria a este criterio, lo que se pone de manifiesto en casos
de garantías tan relevantes como los principios non bis in idem y non reformatio in peius (previstos por
los acápites 5 y 9, respectivamente, de ese texto), los cuales son de aplicación frecuente en materia
laboral, para solo citar un ejemplo de una disciplina jurídica distinta a la penal.
13 Vide Domingo Gil, “Teoría de los derechos implícitos”, Anuario 2015 del Tribunal Constitucional de la
República Dominicana, Santo Domingo, 2016, págs. 149-170. En una visión reductora del catálogo de
derechos fundamentales (es el caso de una buena parte de la doctrina jurídica española) esta teoría
es de difícil asimilación o comprensión, sobre todo cuando se pretende analizar el artículo 74.1 de la
Constitución dominicana con la misma lupa con que se analiza un ordenamiento constitucional que
carece de una disposición como esa. Este es el caso, para solo citar un ejemplo, de Eduardo Espín
Templado (véase la obra citada, p. 426). Y es evidente que con una visión decimonónica del derecho
constitucional tampoco se entenderá o concebirá como válida la labor de integración que asumieron
los publicistas clásicos del siglo pasado, como Esmein, Hauriou y Jellinek, ni autores más recientes,
Bidart Campos, ni se aceptará como jurídicamente válido el llamado bloque de constitucionalidad (que
los dominicanos hemos derivado del mencionado artículo 74.1 constitucional), como lo demuestran
las opiniones de algunos autores españoles dadas con ocasión del Simposio Franco-Español de Dere-
cho Constitucional organizado por la Universidad de Sevilla, en septiembre de 1990, cuyos trabajos
fueron publicados (vide FAVOREU, Louis y RUBIO LLORENTE, Francisco. El bloque de constitucionali-
dad: Madrid, Universidad de Sevilla, Editorial Civitas, 1991).

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La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

1. Los derechos a ser oído y a una justicia accesible, oportuna y gratuita

El derecho a ser oído consiste en el derecho de audiencia, es decir, el


derecho de acudir ante un juez para que este oiga y conozca la reclamación
o la acusación que presenta un justiciable contra alguien o, en sentido in-
verso, para que oiga los medios de defensa concernientes a esa reclamación
o acusación, sin que en ello esté comprometido un resultado previamente
determinado en favor de una de las partes en litis. Es más que obvio que la
obligación del juez apoderado es la de decir el derecho en el sentido que
así lo considere, conforme a los medios de hecho y de derecho presentados
por las partes en conflicto. En este sentido, el Tribunal Constitucional de
España ha precisado:

… Este derecho al debido proceso, no atribuye, como este Tribunal


ha tenido ocasión de decir ya en gran número de ocasiones, el dere-
cho a obtener la satisfacción de la pretensión sustantiva o de fondo
que en el proceso se deduce, y tampoco comprende un derecho a
que en el proceso se observen todos los trámites (incidentes, recur-
sos, etc.), que el litigante desea, ya que lo que la Constitución garan-
tiza a todos los ciudadanos es el proceso y las garantías procesales
constitucionalizadas14.

Conforme a esto último, el derecho a ser oído “es un derecho prestacio-


nal de configuración legal, cuyo ejercicio está supeditado a la concurrencia
de los presupuestos y requisitos procesales que, en cada caso haya esta-
blecido el legislador, que sin embargo, no puede fijar obstáculos o trabas
arbitrarios o caprichosos”15.
Este derecho ha sido expresamente reconocido por el artículo 69.2
constitucional, el cual dispone que toda persona tiene “el derecho a ser
oído, dentro de un plazo razonable y por una jurisdicción competente, in-
dependiente e imparcial, establecida con anterioridad por la ley”. En ese
mismo sentido, el artículo 14 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos establece:

14 Sentencia STC 22/1982, de 18 de mayo de 1982.


15 Sentencias STC 185/1987, de 18 de noviembre de 1987, y STC 108/2000, de 5 de mayo de 2000.

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Toda personal tendrá derecho a ser oída públicamente y con las


debidas garantías por un tribunal competente, independiente e
imparcial, establecido por la ley, en la substanciación de cualquier
acusación de carácter penal formulada contra ella o para la deter-
minación de sus derechos u obligaciones de carácter civil…

Asimismo, el artículo 8 de la Convención Americana sobre Derechos


Humanos estipula:

Toda persona tiene derecho a ser oída, con las debidas garantías y
dentro de un plazo razonable, por un tribunal competente, inde-
pendiente e imparcial, establecido con anterioridad por la ley, en la
sustanciación de cualquier acusación penal formulada contra ella,
o para la determinación de sus derechos y obligaciones de orden
civil, laboral, fiscal o de cualquier carácter.

Como se aprecia, estos textos consagran, como garantía fundamental


del proceso, el derecho de audiencia, que consiste en el derecho, particular
y concreto, que tiene todo justiciable a ser oído por el órgano jurisdiccional
competente para la defensa de sus derechos e intereses legítimos, en cual-
quier materia de carácter jurisdiccional.
De los textos señalados se concluye que el derecho a ser oído compren-
de una doble prerrogativa: por una aparte, el derecho a estar en justicia, es
decir, el derecho a comparecer ante un juez y poder postular ante él, y, en
segundo lugar, el derecho de audiencia, lo que se traduce en el derecho a
que el juez competente conozca de la acusación o de la defensa, según el
caso, sea para la acusación o la demanda, sea para la defensa, según el rol
que corresponda al justiciable en el proceso.
No basta que se garantice el desarrollo de un juicio de garantías si no
hay posibilidad de acceder, de manera real y efectiva, al órgano competen-
te donde ha de hacerse la reclamación de lugar, puesto que no se lograría
nada con proteger las garantías procesales por sí solas si el acceso a un
tribunal no es posible16.

16 Cfr. Tribunal Europeo de Derechos Humanos, caso Golder vs. Reino Unido, de 21 de febrero de 1975.

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La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

El acceso a la justicia bajo estas condiciones tiene tanta importancia


como el proceso mismo. En este sentido, la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos sostiene:

El derecho a un proceso judicial independiente e imparcial implica


no solo el derecho a tener ciertas garantías observadas en un proce-
dimiento ya instituido; también incluye el derecho a tener acceso a
los tribunales, que puede ser decisivo para determinar los derechos
de un individuo, o en el caso de un proceso penal en el cual se le
niega a la parte lesionada la oportunidad de acusar…17.

Este es, pues, un derecho procesal fundamental y, en tanto que tal, un


derecho tutelable, como ha sido juzgado por la Corte Constitucional de
Colombia18.
Debe entenderse como un atentado contra este derecho todo obstáculo
que impida o dificulte su ejercicio. Es el caso, por ejemplo, de los impuestos
o tasas judiciales cuando van mucho más allá de lo razonable para cubrir
los costos de la administración de la justicia y la remuneración del trabajo
profesional que se realiza con ocasión de esta. Ello implica dejar al poder
discrecional del juzgado la determinación del carácter razonable de las ta-
sas judiciales. Los impuestos, tasas judiciales y costos solo se justifican –a la
luz del acceso a la justicia, como garantía del debido proceso– para el man-
tenimiento de los órganos jurisdiccionales ante los cuales ha de ser ejercido
el derecho que se pretende proteger y el pago equitativo de los honorarios
profesionales. Por consiguiente, los impuestos, tasas y costos generales que
no cumplan con esta finalidad son contrarios al derecho al debido proceso.
Sin embargo, muy temprano en su quehacer, el Tribunal Constitucional
dominicano siguió el rumbo trazado por la Suprema Corte de Justicia al
considerar que “la gratuidad de la justicia no significa en modo alguno que
el legislador, dentro de su poder de configuración legislativa de los procedi-
mientos jurisdiccionales, no establezca costas, tasas o impuestos judiciales
así como un sistema de garantías económicas orientado a resguardar el
cumplimiento de determinadas actuaciones procesales […]; garantías que
17 Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), Informe no. 10/95, caso 10.580, Informe
Anual de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, 1995.
18 Sentencia T-257/94, de 15 de julio de 1994, caso Alejandrina Guerrero Ortega.

791
Domingo Gil

no tienen por finalidad la remuneración a los jueces por la prestación de


servicios judiciales, sino el aseguramiento del cumplimiento de ciertos ac-
tos y actuaciones de carácter procedimental, por lo que el establecimiento
de fianzas judiciales no constituye una violación al principio de gratuidad
de la justicia…”19, aunque hay que decir que también reconoció la inconsti-
tucionalidad de los artículos 13 y 41 de la ley 2334 por requerir el pago de
una suma de dinero desproporcional al servicio que se presta con relación
a la ejecución de una sentencia20.
Finalmente, respecto del derecho de acceso a la justicia es importante
destacar que la Corte Interamericana de Derecho Humanos considera que
“… el artículo 8.1 de la Convención debe interpretarse de manera amplia
de modo que dicha interpretación se apoye tanto en el texto literal de esa
norma como en su espíritu, y debe ser apreciado de acuerdo al artículo 29,
inciso c) de la Convención, según la cual ninguna disposición de la misma
puede interpretarse con exclusión de otros derechos y garantías inherentes
al ser humano o que se deriven de la forma democrática representativa”21.

2. El juez del debido proceso

El artículo 69.2 reconoce el derecho a ser oído por una jurisdicción


competente, independiente e imparcial, establecida con anterioridad por la
ley. En doctrina y jurisprudencia se habla del derecho al juez natural pre-
constituido, con todo lo que ello implica.
En primer lugar, para la Corte Interamericana de Derechos Humanos
debe entenderse por juez natural –de acuerdo con el artículo 8.1 de la Con-
vención– aquel propio de la justicia ordinaria, competente, independiente
e imparcial que, además, actúa “… con arreglo a procedimientos legalmen-
te establecidos…”22. Por eso las garantías deben ser judiciales, lo que impli-
ca, de manera obvia, la existencia del órgano judicial apto para conocer el
caso de que se trate, lo cual excluye los tribunales de excepción (como los
militares, por ser dependientes de las fuerzas armadas, órganos inmersos

19 Tribunal Constitucional dominicano, sentencia TC/0050/12, de 16 de octubre de 2012.


20 Tribunal Constitucional dominicano, sentencia TC/0339/14, de 22 de diciembre de 2014.
21 Corte Interamericana de Derechos Humanos (COIDH), caso Blake vs. Guatemala, de 24 de enero de
1998, Serie C, no. 36.
22 Ibid, párrafos 129 a 131.

792
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

en el propio combate de la actuación de los justiciables, pues serían juez y


parte a la vez) o los jueces “sin rostro”, ya que, si son tales, el justiciable no
podría conocer su identidad y, por ende, valorar su competencia23.
En segundo lugar, el referido texto constitucional prescribe que el juez
del debido proceso debe ser el juez competente, lo que significa que este ha
de ser el predeterminado por la ley. Pero este criterio general no es suficien-
te. En efecto, debido a muchos casos de “arbitrariedad legal” es necesario
que sea completado con criterios de competencia determinados por la ma-
teria, el territorio y, a veces, por la condición o la calidad de las personas en
litis. A ello debe agregarse el criterio clásico del juez ordinario, entendido
como el juez de “derecho común”, es decir, aquel a quien corresponde el
conocimiento de todos los casos que no son atribuidos de manera especial
a otro juez. Es por ello que la Corte Interamericana de Derechos Humanos
ha negado la condición de juez del debido proceso a los llamados tribunales
transitorios creados para responder a hechos ya ocurridos24; a los tribu-
nales militares y policiales, ya que esta jurisdicción no es la natural para
juzgar asuntos de la justicia ordinaria25, además de que “… en un Estado
democrático de derecho la jurisdicción penal militar ha de tener un alcance
restrictivo y excepcional y estar encaminada a la protección de intereses
jurídicos especiales, vinculados con las funciones que la ley asigna a las
fuerzas militares”26; y a los jueces sin rostro, los cuales afectan la garantía
del tribunal, pues el procesado no puede conocer la identidad del juzgador
y, por tanto, no puede valorar su competencia y, con ello, la posibilidad
de recusación, lo que atenta contra el derecho de defensa27, además de la
posibilidad de determinar si este reúne las condiciones legales para desem-
peñar esa función.
El juez del debido proceso ha de ser, por igual, independiente e impar-
cial. A estos fines ha de tomarse en consideración la forma de designación
de los miembros del órgano, la duración de su mandato, la existencia o no

23 Ibid., párrafos 130 a 133.


24 Caso Ivcher, de 6 de febrero de 2001, párrafos 114-115.
25 Casos Castillo Petruzzi y otros vs. Perú, 30 de mayo de 1999, párrafo 128; Cantoral Benavides vs.
Perú, 18 de agosto de 2000, párrafo. 112; Masacre de la Rochela vs. Colombia, 11 de mayo de 2007,
párrafo 200.
26 Casos Durand y Ugarte vs. Perú, 16 de agosto de 2000, párrafo 117; y Cantoral Benavides vs. Perú,
prec., pár. 113.
27 Casos Castillo Petruzzi y otros vs. Perú, prec., párrafo 113; y Cantoral Benavides vs. Perú, prec., pá-
rrafo 127.

793
Domingo Gil

de presiones externas y la mera apariencia de independencia o no del órga-


no judicial de que se trate28. En este sentido es pertinente señalar, a modo
de ejemplo, que la condición de los jueces que integran una corte de segu-
ridad del Estado les quita independencia frente al Poder Ejecutivo29, al que,
por lo general, están constitucional y legalmente sometidos. En cuanto a la
imparcialidad, debe entenderse como juez o tribunal imparcial el que juzga
de manera libre o en ausencia de prejuicio y favoritismo30. Es obvio, pues,
que prejuicio e imparcialidad son incompatibles para el debido proceso. En
razón de ello, ha de considerarse como prejuiciado y, por tanto, carente de
imparcialidad, al juez que conoce un caso que ya había conocido en otra
instancia o en otro procedimiento o en otro caso cuya solución influya, de
manera decisiva, en el presente31.

B. El derecho a la asistencia letrada

Los derechos anteriores han de ser completados con el derecho a tener


consejero profesional calificado (abogado, en principio)32, pues solo de esta
manera puede entenderse como un ejercicio real y efectivo del derecho
de acceso a la justicia, debido a los beneficios ordinarios que conlleva una
asistencia letrada. A este respecto, la Corte Interamericana de Derechos
Humanos ha entendido que este derecho no ha sido suficientemente garan-
tizado cuando a un justiciable no se le proporciona asistencia letrada. En su
opinión consultiva 10/89 la Corte afirmó: “…los literales d y e del artículo
8.2 expresan que el inculpado tiene derecho de defenderse personalmente
o de ser asistido por un defensor de su elección y que si no lo hiciere tiene
el derecho irrenunciable de ser asistido por un defensor proporcionado por
el Estado, remunerado o no según la legislación interna”33. Por su parte, la
Comisión también sostiene que se viola esta prerrogativa cuando el dere-

28 TEDH, sentencia de 28 de junio de 1984, caso Campbell y Fell vs. Reino Unido, serie A, No. 80.
29 TEDH, caso Incal vs. Turquía, de 9 de junio de 1998, Recueil des arrêts et décisions 1998-IV, y caso
Öcalan vs. Turquía, no. 46221/99, 2005-IV.
30 TEDH, caso Piersack vs. Bélgica, de 1o de octubre de 1982, serie A, no. 53.
31 En el caso Palamara Iribarne la Corte Interamericana juzgó que el juez imparcial es aquel que no tiene
interés directo, una posición tomada, una preferencia por alguna de las partes y que no se encuentra
involucrado en la controversia (sentencia de 22 de noviembre de 2005, Serie C, párrafo 135).
32 Es pertinente aclarar que el derecho a tener consejero profesional (o asistencia letrada) es también
–ello parece obvio– un derecho a ser invocado con ocasión del desarrollo del proceso, razón por la
cual algunas consideraciones que aquí se hacen son válidas para el proceso en su desarrollo.
33 En nuestro país este derecho ha sido constitucionalmente reconocido en materia penal mediante los
artículos 176 y 177 de la Carta Sustantiva.

794
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

cho interno no dispone de asistencia letrada para las acciones constitucio-


nales al amparo del artículo 25 de la Convención, en correspondencia con
el artículo 25.f de su reglamento34. También se viola este derecho cuando
el procesado no puede contar con asistencia legal desde la fecha de su de-
tención, se le nombra un abogado de oficio contra su voluntad de escoger,
no se le nombra de manera oportuna (dentro o fuera del proceso) o su
abogado encuentra obstáculos para realizar su labor35.
Para que la asistencia letrada sea válida, debe ser efectiva, es decir,
capaz de producir el resultado para el que ha sido concebida. Deja de ser-
lo cuando el abogado apoderado incurre en errores de tal magnitud que
podría considerarse que el justiciable que lo ha apoderado está siendo pri-
vado de un juicio justo36. También ha de ser independiente, lo que signi-
fica que “… las actuaciones de los abogados estén encaminadas, única y
exclusivamente, a defender los intereses de su representado”37. Por tanto,
un abogado no puede representar a partes distintas con intereses contra-
rios en un mismo proceso. A ello se suma el derecho del justiciable a que
el letrado que lo asista cuente con el tiempo y los medios necesarios para
preparar la defensa, además a que el letrado que lo representa se exprese
libremente en juicio, siempre que su defensa no exceda los límites de lo
razonable, lo que plantea la cuestión de qué debe entenderse como tal38.
En este sentido, lo razonable debe estar determinado por la utilización de
todos los medios instrumentales útiles para el ejercicio del derecho a la de-
fensa (en los aspectos positivo, es decir, de ataque, como en el negativo, o
sea, en la defensa y el contraataque). Ello implica, asimismo, que el letrado
pueda comunicarse libremente con su patrocinado. Para ello es necesario
que cuente con un intérprete para comunicase con él, en caso de que am-
bos hablen lenguas distintas.

34 Informe 56/02, caso 12.158, Jacob Benedict vs. Grenada.


35 Caso Castillo Petruzzi y otros vs. Perú, prec., párrafos 146-148.
36 COIDH, 29 de julio de 1988, caso Velásquez Rodríguez vs. Honduras, párr. 66
37 GOZAÍNI, Osvaldo Alfredo. Derecho procesal constitucional. El debido proceso: Buenos Aires, Rubin-
zal-Culzoni Editores, 2004, p. 64.
38 Es importante destacar que el Tribunal Constitucional de España ha reconocido que el letrado goza de
una libertad de expresión reforzada y amparada “… cuando en el marco de la misma efectúa afirma-
ciones y juicios instrumentales ordenados a la argumentación necesaria para impetrar a los órganos
judiciales la debida tutela de los ciudadanos en el ejercicio de sus derechos e intereses legítimos,
tanto más cuanto se trata de la reparación de un derecho fundamental que se entiende conculcado”
(sentencia STC 117/2003, de 16 de junio de 2003, fundamento jurídico 2). Aunque ese derecho está
limitado: de esa libertad de expresión deben excluirse el insulto y la descalificación (ibid.).

795
Domingo Gil

II. LAS GARANTÍAS DEL JUICIO

Estas garantías comprenden el derecho de defensa; el derecho a un


juicio público, oral y contradictorio; el derecho al plazo razonable; el prin-
cipio non bis in idem, el derecho a no declarar contra sí, el principio de
legalidad, el derecho a la motivación de la sentencia, el derecho al recurso
y el derecho a la ejecución de la sentencia.

A. El derecho de defensa

El derecho de defensa es la prerrogativa general, de carácter funda-


mental, que tiene todo litigante para disponer de todos los medios de he-
cho y de derecho permitidos por la norma jurídica para la defensa de sus
pretensiones con ocasión de un litigio en que estén en juego derechos e
intereses jurídicamente protegidos. Por consiguiente, habrá violación de
este derecho y, por tanto, sus titulares se encontrarán en estado de indefen-
sión, siempre que se vean imposibilitados de ejercer, de manera efectiva los
medios legales suficientes para la defensa39. Como el derecho de defensa
está integrado por otros derechos -como se verá más adelante-, esta im-
posibilidad podrá ser total o parcial, es decir, podrá estar referida a uno,
varios o todos los “atributos” (la garantías) que integran el derecho general
de defensa.
Pero el derecho de defensa no se ejerce libremente, sino de la manera
en que ha sido regulado por la norma sustantiva y por la ley adjetiva. En
ello se ha apoyado el Tribunal Constitucional de España para sostener que
el derecho de defensa no es un derecho de libertad, sino un derecho de
prestación y, por ende, no es de libre ejercicio, sino de ejercicio regulado
por la ley40. Ello no quiere decir que el legislador tenga el poder de regular-

39 STC 38/1981, de 23 de noviembre de 1981, FJ 8.


40 El Tribunal Constitucional español sostiene que el derecho de defensa “… sólo puede ejercerse por los
cauces que el legislador establece…” (STC 99/1985, de 30 de septiembre de 1985, FJ 4; 206/1987,
de 21 de diciembre de 1987, FJ 5). Estas afirmaciones se sustentan en el criterio de que el derecho
mismo a la tutela judicial efectiva no es un derecho de libertad, sino de prestación. Al respecto ha
afirmado el Tribunal Constitucional de España: “… siendo el derecho a la tutela judicial efectiva un
derecho de libertad, ejercitable sin más y directamente a partir de la Constitución, sino un derecho de
prestación, sólo puede ejercerse por los cauces que el legislador establece o, dicho de otro modo, es
un derecho de configuración legal, pero ni el legislador podría poner cualquier obstáculo a tal dere-
cho fundamental, pues ha de respetar siempre su contenido esencial (art. 53.1 de la C. E.), ni nadie
que sea el legislador puede crear impedimento o limitaciones al derecho a la tutela judicial, cuyo
ejercicio ‘sólo por ley’ puede regular” (STC 99/1985 y STC 206/1997, prec.). Es necesario apuntar

796
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

lo a niveles que desfiguren el derecho mismo y, por tanto, faciliten el estado


de indefensión de los justiciables.
Es importante advertir que, por argumento a contrario, no podría ale-
garse violación del derecho de defensa cuando, por negligencia, impericia,
desconocimiento o cualquier falta similar, no se haga uso de los medios de
ley en el tiempo y en la forma dispuestos por esta. ¿Qué quiero ello decir?
Que, en definitiva, ejercer el derecho de defensa se traduce en el uso de los
medios (cauces, vías) establecidos por la ley para su ejercicio. Estos medios
deben respetar, como también ha sido apuntado, el contenido esencial del
derecho41 y el principio de razonabilidad42, a la luz de lo prescrito por el ar-
tículo 74.2 de la norma fundamental, texto que establece las reglas para la
regulación de los derechos fundamentales, las que, por tanto, se imponen
al legislador.
Al derecho de defensa sirve de sustento un derecho procesal de carác-
ter general, el derecho de igualdad procesal43, el cual opera como una espe-
que ello no quiere decir que la tutela judicial, en el caso español, no sea, como recipiente del derecho
de defensa, un derecho fundamental, sino que su ejercicio debe ser regulado por la ley adjetiva (una
ley llamada orgánica), la cual, en todo caso, debe respetar el contenido esencial del derecho.
41 El concepto de contenido esencial a que se refiere el artículo 74.2 de la Constitución de la República ha
sido tomado del artículo 53 de la Constitución española, la cual, a su vez, lo tomó del artículo 19.2
de la Ley Fundamental de Alemania. El Tribunal Constitucional de España ha tomado dos posibles
caminos para definir el contenido esencial de los derechos fundamentales subjetivos. Un primer camino
está referido a “… aquellas facultades o posibilidades de actuación necesaria para que el derecho sea
recognoscible [sic] como perteneciente al tipo descrito y sin las cuales deja de pertenecer a ese tipo y
tiene que pasar a quedar comprendido en otro desnaturalizándose, por así decirlo. Todo referido al
momento histórico de que en cada caso se trata y a las condiciones inherentes en las sociedades demo-
cráticas, cuando se trate de derechos constitucionales”. Un segundo camino está referido a los intereses
jurídicamente protegidos como núcleo y médula de los derechos subjetivos. En este sentido, el conte-
nido esencial puede definirse como “… aquella parte del contenido del derecho que es absolutamente
necesaria para que los intereses jurídicamente protegibles, que vida al derecho, resulten real, concreta
y efectivamente protegidos. De este modo, se rebasa o se desconoce el contenido esencial cuando el de-
recho queda sometido a limitaciones que lo hacen impracticable, lo dificultan más allá de lo razonable
o lo despojan de la necesaria protección” (STC 11/1981, de fecha 8 de abril de 1981, FJ 8.
42 En el caso dominicano el principio de razonabilidad se expresa en el mandato constitucional que pres-
cribe que la ley “… sólo puede ordenar lo que es justo y útil para la comunidad y no puede prohibir
más que lo que le perjudica” (art. 40.15). A fin de determinar ese carácter “útil y justo” de la ley para
la comunidad, sirve de herramienta el test de razonabilidad, el cual da origen al principio de propor-
cionalidad, sustentado, según la doctrina y la jurisprudencia españolas, en tres “subprincipios” que
actúan como condiciones o controles a la limitación de los derechos fundamentales: el de idoneidad,
conforme al cual la limitación de un derecho debe sustentarse en un fin constitucionalmente legítimo;
el de necesidad, el cual exige que la limitación de un derecho ha de ser la menos lesiva para el ejerci-
cio de ese derecho, y el de proporcionalidad en sentido estricto, el cual postula que las ventajas que
conllevan la limitación de un derecho sean superiores al sacrificio que para los beneficiarios implica
la limitación. Vid. DE ASÍS ROIG, Rafael. El juez y la motivación en el derecho: Madrid, Instituto de
Derechos Humanos Bartolomé De las Casas de la Universidad Carlos III, Editorial Dykinson, 2005, pp.
110 a 113; STC 14/2003, de 28 de enero de 2003, FJ 9.
43 En verdad, este derecho es la expresión, en el plano procesal, del principio general de igualdad con-
sagrado por el artículo 39 de la Constitución y, sobre todo, reconocido como derecho inherente a la
dignidad humana por el artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos cuando pres-
cribe: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos…”. La igualdad, más

797
Domingo Gil

cie de velo que cubre todo el proceso a manera de garantía general funda-
mental establecida por el artículo 14.1 del Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos. En este convenio se declara: “Todas las personas son
iguales ante los tribunales y cortes de justicia…”. En razón de ello, pues, el
derecho de defensa y, con él, el principio de igualdad procesal, estarán pre-
sentes en todas las etapas del debido proceso para que este sea considerado
como tal. En consecuencia, la igualdad procesal ha de ser reclamada como
una prorrogativa fundamental tanto respecto de los derechos de acceso a la
justicia, como de los derechos relativos al enjuiciamiento. Un tratamiento
desigual en estos dos momentos constituiría colocar en estado de indefen-
sión a la persona tratada de manera desigual, con lo cual se produce una
violación a su derecho al debido proceso44.
Otros principios y reglas van aparejados al derecho de defensa, tales
como el principio de legalidad, el principio non bis in idem45 (o, en su lugar
o además, la regla res judicata), el principio de razonabilidad de la ley, el
principio de la personalidad de la persecución y de la personalidad de la
pena y el principio de la presunción de inocencia.
Con relación al derecho de defensa nacen otros que no son más que
la materialización de su ejercicio. En este sentido, el derecho de defensa
funciona como un vehículo o instrumento para invocar, alegar y defender
los derechos y las situaciones jurídicas que justifican la presencia del justi-
ciable en el proceso.

que distinta de la dignidad, es fruto de esta última, es decir, es un atributo de la dignidad humana.
En consecuencia, ella es intrínseca e inalienable de todo ser humano, quien la lleva aparejada por su
sola condición, y, como tal, basta con ser declarada, no atribuida. Por ello la Constitución dominicana
declara así: “La dignidad del ser humano es sagrada, innata e inviolable…” (art. 38).
44 Cfr. STC 13/1981, de 22 de abril de 1981, FJ 1.
45 Respecto de este principio es preciso señalar la diferencia existente entre el artículo 14.7 del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos, que prohíbe juzgar y sancionar una segunda vez a una
persona por “el mismo delito”, y el artículo 8.4 de la Convención Americana sobre Derechos Huma-
nos, que prohíbe juzgar una segunda vez a una persona por “los mismos hechos”, mucho más amplio
(en términos de garantía) que el anterior, en beneficio del justiciable. Esta diferencia la puso de mani-
fiesto la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso Loayza Tamayo vs. Perú. Refiriéndose
al principio non bis in idem, consideró la Corte: “Este principio busca proteger los derechos de los
individuos que han sido procesados por determinados hechos para que no vuelvan a ser enjuiciados
por los mismos hechos. A diferencia de la fórmula utilizada por otros instrumentos internacionales
de protección de los derechos humanos (por ejemplo, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos de las Naciones Unidas, art. 14.7, que se refiere al mismo ‘delito’), la Convención americana
utiliza la expresión ‘los mimos hechos`, que es un término más amplio en beneficio de la víctima”
(COIDH, caso María Elena Loayza Tamayo vs. Perú, sentencia de 17 de septiembre de 1997, párrafo
66, serie A, No. 34).

798
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

Entre los derechos relativos al derecho de defensa tenemos:

1. El derecho de contradicción, entendido como el derecho a debatir o


rebatir y contradecir los medios de hecho y de derecho de la parte ad-
versa en igualdad de condiciones. De este derecho se deriva el derecho
a la bilateralidad de la audiencia46, que, en realidad, más que un dere-
cho distinto, debe ser entendido como una característica o un elemento
intrínseco del derecho de defensa47.
2. El derecho a la asistencia letrada, como garantía, ya dentro del pro-
ceso, ante la posible (casi segura) carencia, por parte de los justicia-
bles, de los conocimientos técnicos necesarios para una defensa eficaz.
3. El derecho a ser informado (como es debido y en tiempo razonable)
de los hechos y del derecho relativos al caso.
4. El derecho a la no alteración de los hechos, la causa o el objeto
del proceso. Este derecho trae consigo el principio de la inmutabilidad
del proceso como un elemento esencial del derecho de defensa, pues
la alteración de los hechos, la causa y el objeto en que el demandante
sustentó inicialmente su reclamación desarticularía indebidamente el
andamiaje defensivo que su adversario construyó para responderle. Lo
que se procura con ello, además del derecho a ser informado, es que
cualquiera de las partes caiga en estado de indefensión. Al respecto el
Tribunal Constitucional de España ha afirmado:

Al proscribirse la indefensión, lo que se está haciendo es excluir


toda posibilidad de reforma de la situación jurídica definida en la
primera instancia que no sea consecuencia de una pretensión fren-
te a la cual, aquel en cuyo daño se produce tal reforma, no haya
tenido ocasión de defenderse, salvo claro está, el daño que even-
tualmente resulte como consecuencia de la aplicación de normas
de orden público, cuya recta aplicación es siempre deber del juez,
con independencia de que sea o no pedido por las partes48.

46 HOYOS, Arturo. El debido proceso: Bogotá, Editorial Themis, 2004, p. 32.


47 Cfr. STC 4/1982, de 8 de febrero de 1982, fundamento jurídico 5.
48 Sentencia STC 222/1990, de 24 de junio de 1990, fundamento jurídico 4.

799
Domingo Gil

5. La no alteración de las formalidades procesales. La parte in fine del


artículo 69.7 impone que toda persona ha de ser juzgada “con obser-
vancia de la plenitud de las formalidades propias de cada juicio”. La
Suprema Corte de Justicia ha juzgado que las formalidades sustancia-
les son parte del derecho de defensa49, criterio cercano al sustentado
por el Tribunal Constitucional dominicano, para quien “… el forma-
lismo ha constituido un aspecto de gran relevancia y es una garantía
indispensable de cualquier procedimiento, puesto que presupone las
reglas de juego impuestas al juez, a los sujetos procesales y a los terce-
ros, delimitando el camino y el discurrir del proceso, en miras de que
sus fines sean concretados por una vía ordenada”50.
6. El derecho de prueba, que incluye el derecho a producir los medios de
prueba admisibles, la igualdad de armas, la discusión o contestación de
los elementos de prueba del contrario y la valoración por el juzgador
de los elementos de prueba producidos, así como a la irrenunciabilidad
del derecho a la prueba. No solo se trata del derecho a probar (cons-
tituyendo, por ejemplo, una violación a este derecho el hecho de no
poder aportar determinado medio de prueba válido, o tener escasas
o limitadas vías para hacerlo), sino, además, a tener la oportunidad
de acceder a todos los medios de prueba permitidos (como hacer oír
testigos) y, sobre todo, a la legalidad de la prueba51, lo que implica la
inadmisibilidad de todo medio de prueba irregular, ya sea porque ha
sido producido de manera ilegítima (en cuanto a la forma o al tiem-
po) o porque esté afectada de algún vicio, como la prueba obtenida
mediante la manipulación de la voluntad del deponente (ocurre, por
ejemplo, cuando el propio juez conmina al justiciable a decir la verdad
bajo amenaza de pena u otra consecuencia jurídica adversa52). Sobre
la prueba ilícita la tendencia constitucional moderna es la inclusión de
disposiciones expresas o implícitas rechazando la prueba obtenida de
manera contraria a la ley o, de manera más amplia, a las reglas y prin-
cipios del debido proceso. Es el caso de la carta sustantiva dominicana,
la cual dispone en su artículo 69.8: “Es nula toda prueba obtenida en

49 Tercera Sala de la SCJ, sentencia 615, de 2 de octubre de 2013.


50 Sentencia TC/0202/18, de 19 de julio de 2018, párrafo 9.11.
51 El artículo 69.8 de la CDR dispone: “Es nula toda prueba obtenida en violación de la ley”.
52 COIDH, caso Castillo Petruzzi y otro vs. Perú, prec., párrafo 167.

800
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

violación de la ley”. Ocurre también con la Constitución de Colombia,


que establece en su artículo 29: “Es nula, de pleno derecho, la prueba
obtenida con violación del debido proceso”. En muchos otros casos, la
jurisprudencia local ha creado reglas para excluir las pruebas obteni-
das de manera ilegal o ilícita. En Alemania, por ejemplo, la jurispru-
dencia excluye la prueba obtenida por medios ilícitos para preservar
“la pureza del proceso judicial”, aunque también aplica lo que denomi-
na “el principio de proporcionalidad, según el cual debe sopesarse el
derecho a la intimidad de las personas en cada caso en relación con la
importancia de la prueba obtenida y la gravedad de la violación de la
ley que se imputa a la persona”53, dando paso así a la posibilidad de la
violación del derecho a la intimidad de las personas, situación que, en
realidad, constituye la vulneración de este derecho fundamental con la
sola finalidad de la obtención de una prueba.
7. El derecho a no declarar contra sí mismo. Este derecho, que tiene su
sustento primario en la máxima latina nemo tenetur se detegere (“nadie
está obligado a autoincriminarse”), ha sido consagrado por el artículo
69.6 constitucional, que dispone: “Nadie podrá ser obligado a declarar
contra sí mismo”. Es necesario señalar que esta garantía procesal es
propia de toda materia. Ello es obvio al amparo de lo prescrito por el
artículo 69.10. Ahora bien, esta especie de fuero de inimputabilidad no
quiere decir que esté prohibido que alguien pueda declarar contra sí
mismo y, por tanto, autoincriminarse, siempre que lo haga de manera
voluntaria y sin coacción externa.

B. El derecho a un juicio público, oral y contradictorio

Consiste en el derecho a la publicidad del juicio. Se viola este de-


recho (enunciado por el artículo 69.4 de la CDR) cuando las diligencias
del proceso (el desarrollo general de este) se realizan en circunstancias
de secreto y aislamiento54. Sin embargo, circunstancias singulares podrían
imponer que el juicio se celebre a puertas cerradas, como los casos de inti-
midad (divorcios, asuntos empresariales o sindicales), de preservación de

53 A. Hoyos, ob. cit., p. 29.


54 CIDH, caso Castillo Petruzzi y otros vs. Perú, prec., párrafo 172.

801
Domingo Gil

determinados intereses (como el de los menores de edad), la preservación


del orden público, entre otros.

C. El derecho al plazo razonable

Es a partir del reconocimiento de este derecho (artículo 69.2 de la


Constitución), como parte de las garantías procesales fundamentales, que
la doctrina y la jurisprudencia han acudido a la teoría de una duración
razonable para todo proceso que pretenda respetar esa prerrogativa pro-
cesal. Nadie, sin embargo, puede precisar cuál es el plazo razonable para
la duración de un proceso, puesto que es imposible hacerlo matemática-
mente. En este sentido, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos juzgó
(con relación a un proceso penal) que para determinar si la duración de un
proceso ha sido o no razonable es necesario tener en cuenta la complejidad
del caso, el comportamiento del actor y la manera en que el asunto fue
llevado ante las autoridades55. Posteriormente dicho órgano puntualizó que
los criterios tomados en consideración para el proceso penal son también
aplicables en los procesos civiles.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos asumió estos mismos
criterios:

Si la conducta procesal del propio interesado en obtener justicia ha


contribuido en algún grado a prolongar indebidamente la duración
del proceso, difícilmente se configura en cabeza del Estado una vio-
lación de la norma sobre plazo razonable. En todo caso, teniendo en
cuenta la complejidad del asunto y el desinterés, entre otros facto-
res, la duración global del proceso litigioso no revestiría la importan-
cia necesaria para declarar la violación de los artículos que protegen
el derecho al acceso a la justicia y a las garantías judiciales…56.

55 Caso König vs. Alemania, 26 de junio de 1978, serie A, No. 27. La Corte Constitucional de Colombia
(sentencia T-230, de 18 de marzo de 2013) y el Tribunal Constitucional de la República Dominicana
(sentencia TC/0303/20, de 21 de diciembre de 2020) también han adoptado este criterio.
56 Caso Cantos, 28 de noviembre de 2002. En doctrina se ha criticado que la Corte haya empleado el
término “otros factores” en esta sentencia, sin aclarar cuáles son esos “otros factores”, “para enturbiar
más la cuestión” que se produce por la indefinición de la duración del “plazo razonable” (cfr. P. A.
Ciocchini, ob. cit., p. 190).

802
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

Como puede apreciarse en estas dos decisiones, con relación al tiempo


a considerar para determinar si el caso de que se trata ha sido conocido
en un plazo razonable, se toma en consideración las actuaciones dilatorias
imputables a las partes (no solo a las autoridades judiciales), entre las que
se ha mencionado las siguientes: las solicitudes de prórrogas o plazos injus-
tificados, frecuentes cambios de abogados, la multiplicidad de incidentes
procesales, la no comparecencia al tribunal a pesar de haber recibido la
debida notificación y el no ejercicio de manera diligente de los derechos
procesales, entre otros factores.
A estos fines, además, debe tomarse en consideración todo el tiempo
de duración del proceso, desde el inicio de la primera instancia hasta que
intervenga sentencia firme (con la autoridad de la cosa irrevocablemen-
te juzgada), incluyendo el tiempo que, durante el conocimiento del caso,
haya consumido el tribunal supremo57.
El conocimiento de todo caso judicial en un plazo razonable es con-
sustancial a la existencia del proceso sencillo y rápido establecido por el
artículo 25 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos. Este
proceso, conforme al criterio sostenido por la Corte Interamericana de De-
rechos Humanos, debe estar previsto en la ley y, por igual, ser capaz de
demostrar, en la realidad práctica, que es idóneo para establecer si se ha
incurrido en una violación de los derechos humanos, además de prever lo
necesario para remediar esa violación58.

D. La presunción de inocencia

El mismo artículo 69.3 de la Constitución, que consagra este principio,


establece lo esencial respecto de su alcance: esta presunción ha de mante-
nerse hasta que no sea declarada la culpabilidad mediante sentencia con el
carácter de la cosa irrevocablemente juzgada. Ello significa, en principio,
que el inculpado tenga “… el derecho a conservar su libertad durante el
proceso, puesto que su privación implica, prima facie, un juicio anticipado

57 En el caso Abdoella, 25 de noviembre de 1992, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos juzgó que
“El período a considerar ha comenzado el 18 de enero de 1983, con el arresto del recurrente, para
concluir el 19 de mayo de 1987, con el rechazo del segundo recurso de casación…”, es decir, el pe-
ríodo a considerar es el comprendido entre el apresamiento (inicio del proceso) y el pronunciamiento
de una decisión firme, es decir, definitiva, que ponga término al proceso.
58 Caso Castillo Petruzzi y otros vs. Perú, prec., párrafo 185.

803
Domingo Gil

de culpabilidad que entraña un tratamiento incompatible con el indicado


mandato de ser tratado como inocente…”59.
La consecuencia lógica de la observancia del artículo 69.3 es, en prin-
cipio, que contra el inculpado pueda tomarse cualquier medida que contra-
diga su mandato, lo que constituye, en este sentido, un límite a la potestad
legislativa60. Es por ello que, aunque se trate de una presunción juris tan-
tum, cualquier medida de coerción que pueda ser dictada en contra de un
imputado ha de tener, absolutamente, un carácter excepcional, como lo
establecen de manera expresa la propia Constitución, en su artículo 40.961,
y el Código Procesal Penal, en su artículo 222, texto que debe ser entendido
como una aplicación adjetiva del primero. Con base en este criterio, deben
ser censuradas las medidas adoptadas por muchos jueces penales en senti-
do contrario, desconociendo el mandato constitucional al establecer como
principio lo que es excepcional.
En cuanto a otro aspecto de la aplicación práctica de este principio, el
Tribunal Constitucional ha sostenido que “… el principio de presunción de
inocencia es una presunción iuris tantus [sic], lo que equivale a decir que es
una presunción que admite prueba en contrario; por vía de consecuencia,
se infringe la presunción de inocencia cuando se condena a un imputado
sin existir prueba de cargo. La presunción de inocencia es un postulado del
ordenamiento jurídico que impone como obligación la práctica del debido
proceso constitucional y de los procedimientos constitucionales para des-
virtuar su alcance”62.

E. El principio non bis in idem

Este principio (también denominado ne bis in idem), que consiste en el


derecho a no ser juzgado ni sancionado dos o más veces por un mismo he-
cho, está consagrado como una garantía del debido proceso por el artículo

59 RODRÍGUEZ GÓMEZ, Cristóbal. “El derecho fundamental a un juicio en libertad”, Diario Libre, Santo
Domingo, edición de 4 de agosto de 2021, p. 14.
60 PICÓ i JUNOY, Joan. Las garantías constitucionales del proceso: Barcelona, José María Bosch Editor,
1997, p. 155.
61 El artículo 40.9 de la Constitución prescribe: “Las medidas de coerción, restrictivas de la libertad
personal, tienen carácter excepcional y su aplicación debe ser proporcional al peligro que tratan de
resguardar”.
62 TC/0296/14, de 19 de diciembre de 2014.

804
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

69.5 de la Constitución63, cuya redacción es deficiente, ya que el texto pro-


híbe el derecho a no ser juzgado dos veces por un mismo hecho, cuando en
realidad lo que se prohíbe es el hecho de ser juzgado dos o más veces por la
misma causa. De ahí la necesidad de precisar el alcance de esta prerrogativa
procesal. Al respecto el Tribunal Constitucional dominicano ha establecido
que en este derecho “…se reconocen dos perspectivas o fórmulas diferentes:
una sustantiva (o material) y otra de índole procesal. En sentido material
el principio prohíbe la doble –o múltiple– imposición de consecuencias jurí-
dicas sobre una misma infracción o delito. Desde una perspectiva procesal
el principio prohíbe reiterar un nuevo proceso y enjuiciamiento con base
en los hechos respecto de los cuales ha recaído sentencia firme”64. También
precisó que este principio “… veda la imposición de doble sanción en los ca-
sos en que se aprecie identidad de sujetos, hechos y fundamentos jurídicos.
Con respecto al tercer elemento constitutivo de este principio es necesario
precisar que el mismo no suele reconducirse a la naturaleza de la sanción
sino a la semejanza de los bienes jurídicos protegidos…”65.
Sin embargo, la situación es diferente cuando hay pluralidad de lesio-
nes de bienes jurídicos, como, por ejemplo, cuando un funcionario comete
una infracción que conlleva sanción disciplinaria: 1) en lo penal, porque la
pena atiende a la sanción del interés general; 2) en lo disciplinario la san-
ción disciplinaria procura sancionar el ataque a la relación de confianza y
servicio que media entre el Estado y el funcionario (o entre el trabajador y
su empleador), confianza que ha defraudado el funcionario; y 3) en lo civil,
cuando el mismo hecho es generador de responsabilidad civil por causar
un daño a un tercero.
Como puede apreciarse, el asunto es mucho más complejo de lo que
parece66.

63 También está contenido como una garantía procesal en los artículos 8.4 de la Convención Americana
sobre Derechos Humanos y 14.7 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
64 TC/0381/14, de 30 de diciembre de 2014.
65 TC/183/14, de 14 de agosto de 2014.
66 Como ejemplos de esta complejidad, vide la sentencia de la COIDH en el caso María Elena Loayza
Tamayo vs. Perú, de 17 de septiembre de 1997, y la sentencia del Tribunal Constitucional de España
STC 177/1999, de 11 de octubre de 1999, y el voto disidente de ambas decisiones.

805
Domingo Gil

F. El principio de legalidad

Este principio descansa en el artículo 69.7, según el cual “ninguna per-


sona podrá ser juzgada sino conforme a leyes preexistentes al acto que se
le imputa”. Este texto tiene, al menos, dos dimensiones de una importancia
capital, sobre todo en derecho penal: (i) obliga al juez a juzgar conforme
al derecho ya existente; ello impide que los actos puedan ser juzgados por
normas posteriores a su comisión (aplicación del principio de irretroactivi-
dad de la ley67, que en derecho penal se expresa en el aforismo latino nullum
crimen, nulla poena sine praevia lege) y que se valore en su justa dimensión
el principio de taxatividad, que conduce a la necesidad de precisión del
contenido de las normas; y (ii) somete al juzgado al derecho preexistente
y a no pretender ser legislador. Lo dicho plantea, sin embargo, el problema
“existencial” del derecho: ¿qué es el derecho?68 Para los operadores jurídi-
cos la cuestión sería ¿cuál es el derecho válido o, más precisamente, cuál
es o cuáles son las normas que dan solución al asunto jurídico planteado?

G. El derecho a la motivación de la sentencia

Las constituciones francesas de 1793 (art. 93) y 1795 (art. 208) consa-
graron el derecho a la motivación de la sentencia como una garantía proce-
sal con rango constitucional, como una probable secuela de la desconfianza
de los revolucionarios de 1789 hacia los jueces del ancien régime. Quizás
el mejor ejemplo moderno lo constituye la Constitución española de 1978,
cuyo artículo 120.3 prescribe: “Las sentencias serán siempre motivadas y
se pronunciarán en audiencia pública”. En ese país, pues, la no motivación
de las sentencias constituye una violación del derecho a la tutela judicial
efectiva, como lo ha expresado el Tribunal Constitucional español69. Ade-
más, una sentencia suficientemente motivada pone de manifiesto “… el
67 Previsto por el artículo 110 de la Constitución.
68 Resulta obvio que la respuesta a esta pregunta desborda los límites de este trabajo.
69 STC 41/1984, de 21 de marzo de 1984, FJ 4. En esa ocasión apuntó el Tribunal Constitucional de
España: “La motivación puede ser expresa, mediante la exposición y valoración de los elementos de
hecho que conducen a la conformación de la decisión judicial, en el correspondiente considerando de
la Sentencia, o desprenderse racionalmente de la lectura de la Sentencia de forma que las partes o,
en el supuesto en que cupiera recurso, el órgano superior puedan conocer las razones que han con-
ducido a su imposición [...]. Tal falta de motivación, en las muy específicas y concretas circunstancias
en que las sanciones se produjeron, conduce a estimarlas como vulneradoras del derecho a la tutela
obligando al otorgamiento del amparo”.

806
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

sometimiento del juez al imperio de la Ley…, con lo que, al tiempo que se


fortalece la confianza de los ciudadanos en los órganos judiciales, se hace
patente que la resolución del conflicto no es un mero acto de voluntad sino,
muy al contrario, ejercicio de la razón…”70.
Por ello, en la motivación no solo descansa el fundamento de la sen-
tencia, sino, además, su validez. Es lo que la explica y la justifica. Pero esa
validez debe estar sustentada en el carácter razonable y equitativo de la
sentencia, privando así de discrecionalidad y arbitrariedad la decisión del
tribunal, como se ha indicado. En este sentido se sostiene que “la moti-
vación garantiza que se ha actuado racionalmente porque da las razones
capaces de sostener y justificar en cada caso las decisiones de quienes de-
tentan algún poder sobre los ciudadanos…”71.
El peligro de la arbitrariedad y del abuso de poder, que privan de vali-
dez las decisiones de los órganos judiciales y administrativos, han llevado
a la doctrina y a la jurisprudencia a proponer herramientas para la mo-
tivación, fundamentación o argumentación de las resoluciones judiciales
o administrativas que pretenden sujetarse al debido proceso. En primer
término, la decisión debe estar fundamentada en derecho72, razón por la
cual no puede estar sustentada en valores éticos o morales del juzgador.
Por ello, en segundo término, se ha indicado lo siguiente:

La motivación puede ser expresa, mediante la exposición y valora-


ción de los elementos de hecho que conducen a la conformación de
la decisión judicial, en el correspondiente considerando de la Sen-
tencia, o desprenderse racionalmente de la lectura de la sentencia
de forma que las partes o, en el supuesto en que cupiera recurso,
el órgano superior puedan conocer las razones que han conducido
a su imposición…73.

Esas herramientas de control de la motivación de la sentencia no son


únicas: unas tienen que ver con la estructuración material de la decisión;
otras, con su contenido lógico y racional. El Tribunal Constitucional do-
minicano acude al llamado test de la debida motivación como ejercicio de
70 STC 75/1998, de 31 de marzo de 1998, FJ 4.
71 RUIZ LANCINA, M. J. La motivación de las sentencias en la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil española,
citada por GOZAÍNI, ob. cit., p. 436.
72 Vid. STC 13/1981, de 22 de abril de 1981, fundamento jurídico 1.
73 STC 41/1984, prec.

807
Domingo Gil

control de las decisiones jurisdiccionales que le llegan en virtud del recurso


de revisión. Mediante la sentencia TC/0009/13, del 11 de febrero de 2013,
este órgano estableció los criterios que sustentan el precedente en la mate-
ria. En esta afirmó:

… el cabal cumplimiento del deber de motivación de las senten-


cias que incumbe a los tribunales del orden judicial requiere: a.
Desarrollar de forma sistemática los medios en que fundamentan
sus decisiones; b. Exponer de forma concreta y precisa cómo se
producen la valoración de los hechos, las pruebas y el derecho que
corresponde aplicar; c. Manifestarlas consideraciones pertinentes
que permitan determinar los razonamientos en que se fundamenta
la decisión adoptada; d. Evitar la mera enunciación genérica de
principios o la indicación de las disposiciones legales que hayan
sido violadas o que establezcan alguna limitante en el ejercicio
de una acción; y e. Asegurar, finalmente, que la fundamentación
de los fallos cumpla la función de legitimar las actuaciones de los
tribunales frente a la sociedad a la que va dirigida la actividad
jurisdiccional.

Sin embargo, el test de la debida motivación no parece ser suficiente


para evitar la arbitrariedad y la discrecionalidad del juzgador. De ahí que
la doctrina y la jurisprudencia hayan procurado crear otros instrumentos
para ejercer mayores niveles de control de la actividad jurisdiccional, sin
que ello constituya, en modo alguno, una transgresión a la independencia
del juez. Unos instrumentos están referidos a los planos y a las partes de
la sentencia y a las condiciones y mecanismos de fundamentación de la
decisión jurisdiccional, a fin de verificar el carácter objetivo e imparcial de
la decisión (en cuanto a los hechos y al derecho), así como para comprobar
si esta es congruente y razonable74, lo que obliga al juzgador a seguir un
camino lógico y razonable para motivar debidamente su decisión, el iter
lógico de la motivación. Otro instrumento es el precedente, al que está su-

74 Además de la citada sentencia TC/009/13, del 11 de febrero de 2013, véase la TC/0045/13, de la


misma fecha, y la sentencia del Tribunal Constitucional español STC 142/1999, del 22 de julio de
1999. Sobre esa obligación se ha construido el principio de razón suficiente, conforme al cual el juzga-
dor está conminado a fundamentar, explicar o dar las razones suficientes de su decisión.

808
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

jeto el juzgador por razones de seguridad jurídica de los justiciables. Este


obliga al juzgador a justificar, en buen derecho, los cambios relativos a su
jurisprudencia de principio.

H. El derecho al recurso

El derecho a recurrir funciona como una garantía procesal contra la


decisión jurisdiccional viciada por haber vulnerado un derecho sustantivo
o procesal en el curso de una litis. Esta es la nueva visión garantista del
derecho al recurso. Esta corriente ha sido adoptada por el constituyente
dominicano luego de la reforma constitucional de 2010. Con esta reforma
se incluyó el derecho a recurrir dentro de las garantías que conforman el
debido proceso, según lo previsto por el artículo 69.9 constitucional.
Debe resaltarse, en primer lugar, que, en términos generales, el ejerci-
cio del derecho a recurrir –como ha juzgado la Corte Interamericana de De-
rechos Humanos en el caso Herrera Ulloa vs. Costa Rica, de fecha 2 de julio
de 2004– “es una garantía primordial que se debe respetar en el marco del
debido proceso legal, en aras de permitir que una sentencia adversa pueda
ser revisada por un juez o tribunal distinto y de superior jerarquía orgánica.
El derecho de interponer un recurso contra el fallo debe ser garantizado
antes de que la sentencia adquiera la calidad de cosa juzgada. Se busca
proteger el derecho de defensa otorgando durante el proceso la posibilidad
de interponer un recurso para evitar que quede firme una decisión que fue
adoptada con vicios y que contiene errores que ocasionarán un perjuicio
indudablemente a los intereses de una persona”.
En este punto de la cuestión se vuelve a los planteamientos que justi-
fican el derecho al recurso desde la perspectiva de la tutela jurisdiccional
efectiva. Al respecto se afirma en doctrina: “Se ha dicho que los jueces son
los principales encargados de proteger los derechos fundamentales. Ahora
bien, cuando son ellos mismos quienes los vulneran en el seno de un proce-
so, su actuación debe ser susceptible de recurso ante otro juez o tribunal”75.
Asignar al derecho a recurrir esa naturaleza fundamental tiene como
resultado el cuestionamiento y la contestación de toda figura, instituto o
75 CARMONA CUENCA, Encarna. La crisis del recurso de amparo. La protección de los derechos funda-
mentales entre el Poder Judicial y el Tribunal Constitucional: Alcalá de Henares, Universidad de Alcalá,
2005, p. 109.

809
Domingo Gil

instrumento jurídico que obstaculice o pretenda obstaculizar su ejercicio,


como la fianza judicatum solvi76 y la regla del solve et repete77.
Sin embargo, el derecho al recurso es de configuración legal, es decir,
su ejercicio está regulado por la ley. Se señala, en este sentido: “con una
precisión inexistente hasta entonces en el texto constitucional, el artículo
69.9 establece, entre las garantías mínimas relativas al debido proceso, el
derecho a que toda sentencia pueda ser recurrida ‘de conformidad con la
ley’, lo cual significa, en una rotundidad que parece liquidar de manera de-
finitiva la discusión doctrinal, que el derecho al recurso se ejercerá confor-
me a lo que disponga la ley adjetiva, la cual, como resultado de ese poder
constitucional reconocido, podrá imponer límites al ejercicio del derecho
al recurso”78. Como bien ha dicho el Tribunal Constitucional dominicano:
“… nuestra Carta Magna ha dejado al legislador la posibilidad de regular,
limitar e, incluso, restringir el derecho a un recurso mediante una disposi-
ción de tipo adjetivo”79.
En apoyo de esta última posición es preciso indicar que el referido
artículo 69.9 constitucional no puede interpretarse al margen de las dispo-
siciones relativas al derecho al recurso. Así, constituye un grave error de
interpretación analizar dicho texto sin tomar en consideración lo previsto,
de forma amplia, pero más concisa en cuanto a este derecho, por el párrafo
III del artículo 149 de la Constitución. Esta es la conclusión a la que debe
llegarse si se analiza la fórmula general (válida, por tanto, para todo tipo
de recurso y de materia) de este texto. En efecto, este artículo prescribe,
de manera precisa, que el ejercicio del derecho al recurso está sujeto a las
condiciones y excepciones que establezcan las leyes. Con ello se otorga al
legislador, de manera clara y palmaria, la facultad de regular el derecho a
recurrir, disponiendo las condiciones o requisitos pertinentes para su ejerci-
cio. Esta conclusión parece fortalecida por el hecho de que todos los demás
artículos (69.9, 154.2 y 159.1) disponen, de manera expresa, que cada
recurso se ejercerá de conformidad con la ley, dejando, por consiguiente,
a la discrecionalidad (racional) del legislador establecer las condiciones,
requisitos y restricciones que considere pertinentes para el ejercicio de este
76 Cfr. Tercera Sala SCJ, 17 de septiembre de 1997.
77 Cfr. Pleno SCJ, 23 de noviembre de 2005.
78 GIL, Domingo. El proceso laboral a la luz del debido proceso: Santiago, Impresos Cro, 2010, p. 131.
79 Sentencia TC/007/12, de 22 de marzo de 2012. Véase, también, como ejemplo, las sentencias
TC/0059/12, TC/0150/13, TC/0155/13, TC/0001/14 y TC/0141/14.

810
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

recurso, pudiendo cerrar la doble instancia en los casos que entendiere de


lugar, lo que no es posible, sin embargo, en materia penal, al amparo de la
visión garantista que en esta disciplina sentó la sentencia de la Corte Inte-
ramericana de derechos Humanos en el caso Herrera Ulloa vs. Costa Rica.
Como puede verse, si bien el derecho al recurso ha sido constitucio-
nalmente reconocido en la República Dominicana, el propio constituyente
ha otorgado al legislador la facultad de regular su ejercicio. En consecuen-
cia, al legislador corresponde establecer las reglas generales en ese sentido
(tipos de recursos, personas habilitadas para su ejercicio, formas y plazos
procesales, etc.), así como las condiciones, restricciones, limitaciones o ex-
cepciones racionalmente necesarias, lo que comprende, obviamente, las
excepciones (incluidas las nulidades) e inadmisibilidades de ley. Conse-
cuentemente, la imposibilidad de excluir la doble instancia mediante leyes
adjetivas solo es posible en materia penal.
Siempre habrá, no obstante, la posibilidad de la excepcional acción de
revisión ante el Tribunal Constitucional contra las dediciones que hayan
adquirido la autoridad de la cosa irrevocablemente juzgada dentro de la
jurisdicción ordinaria. Esta acción extraordinaria, prevista por el artículo
277 de la Constitución de la República y regulada por el artículo 53 de la
Ley Orgánica del Tribunal Constitucional y de los Procedimientos Constitu-
cionales, la núm. 137-11, del 13 de junio de 2011, no debe ser entendida
como una tercera o cuarta instancia contra las sentencias viciadas de los
órganos judiciales (no es, por tanto, un recurso más), sino como un me-
canismo de control de las decisiones de dichos órganos para someterlos al
control constitucional ejercido por el Tribunal Constitucional como guar-
dián supremo de la carta sustantiva.
Es preciso recalcar que esta acción no es un recurso propiamente dicho,
sino una vía excepcional y extraordinaria de control constitucional de las
decisiones de los tribunales judiciales que han adquirido la autoridad de la
cosa irrevocablemente juzgada. Por consiguiente, tomando como válidas las
consideraciones generales hechas a propósito del debido proceso sustantivo
respecto del ejercicio del derecho a recurrir, los únicos límites que se impo-
nen al legislador en este sentido son los concernientes al carácter razonable
de la regulación. Ello significa, como ya se ha indicado, que al momento
de someter a juicio la regulación legislativa del derecho al recurso habrá

811
Domingo Gil

que determinar si la regulación enjuiciada constitucionalmente es justa y


necesaria, tomando en consideración los perjuicios y los beneficios que ella
ocasiona a los justiciables y la comunidad en su conjunto. Esta exigencia fue
incluso planteada por la jurisprudencia bajo el amparo de la Constitución
de 1966, cuando, mediante sentencia de 15 de junio de 1973, la Suprema
Corte de Justicia juzgó que “conforme a la Constitución de la República en
su reforma de 1966, toda ley debe ser justa y útil, lo que confiere a los tri-
bunales la facultad de exigir la condición de razonabilidad en la aplicación
de toda ley por los funcionarios públicos, condición que debe alcanzar sobre
todo, a aquellos que impongan cargos y sanciones de toda índole”.
Siendo así, procede analizar los grandes trazos de la regulación del
derecho al recurso por el derecho adjetivo dominicano a la luz del debido
proceso sustantivo. Se procurará, por tanto, determinar, únicamente, el ca-
rácter razonable de los fundamentos generales de dicha regulación.
El análisis de la legislación adjetiva dominicana concerniente a la re-
gulación del derecho al recurso revela, en cuanto a esos fundamentos ge-
nerales, lo siguiente:
En primer lugar, la ley reconoce una cantidad limitada de recursos con-
tra las sentencias presumiblemente afectadas de vicios. Unos son ordina-
rios (la apelación, la oposición y el contredit); otros son extraordinarios
(la tercería, la revisión civil ordinaria, la revisión por causa de fraude, la
oposición por causa de error material y la casación).
En segundo lugar, la ley somete el ejercicio de los recursos a racionales
condiciones o requisitos generales de fondo y de forma, concernientes a la
calidad para recurrir, la necesidad de tener un interés jurídico referido a la
sentencia impugnada, la forma procesal y el tiempo hábil para incoar el re-
curso, así como la cuantía envuelta en la demanda introductiva de instancia
o en el recurso. A esas condiciones generales se agregan otras particulares,
relativas, obviamente, a la naturaleza y características particulares de cada
recurso. El no cumplimiento de esas condiciones, tanto las generales como
las particulares, conlleva, como sanción, la inadmisibilidad del recurso, lo
cual es muy lógico sobre la base de necesarias reglas de economía procesal,
que tienen singular importancia en todo proceso y, de manera evidente, en
el proceso civil, por ser esta la más farragosa y lenta, donde los recursos
son, con frecuencia, una vía desleal para retardar el proceso y, por tanto,
una sentencia condenatoria.

812
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

Es preciso advertir, sin embargo, que la prohibición de la vía recursiva


por la inadmisibilidad del recurso no siempre cierra la puerta de impug-
nación de la sentencia viciada. Debe recordarse que mediante sentencia
del 10 de septiembre de 199780 la Suprema Corte de Justicia abrió una
vía razonable para atacar válidamente sentencias legalmente no recurri-
bles cuando la decisión impugnada estuviese afectada de nulidad eviden-
te, cuando el juez que la pronunció haya incurrido en exceso de poder o
cometido un error grosero o manifiesto o se haya verificado una violación
al derecho de defensa. Estos criterios han sido tomados como parámetro
general para dar continuidad a una jurisprudencia que ha tomado como
norte la posibilidad de impugnación de toda sentencia que afecte dere-
chos fundamentales, esencialmente el derecho de defensa. Este celebrado
criterio de la Suprema Corte de Justicia se consolidó con el paso del tiem-
po81. En esta situación se considera que la decisión judicial está afectada
de inconstitucionalidad, pues viola derechos fundamentales, lo que debe
ser tomado como criterio para permitir su impugnación, aun cuando la ley
adjetiva prescriba lo contrario.
Resulta más que obvio que la violación al principio de razonabilidad
puede sumarse a los anteriores criterios como causa de impugnación de
una decisión viciada, sobre todo a partir de lo que sobre este principio
dispone el artículo 74.2 de la Constitución de la República, que prescribe:
“Sólo por ley, en los casos permitidos por esta Constitución, podrá regular-
se el ejercicio de los derechos y garantías fundamentales, respetando su
contenido esencial y el principio de razonabilidad”.
En tercer lugar, la lógica existencia de reglas procesales propias de la
materia recursiva. Unas son generales; otras, particulares. Entre estas re-
glas es pertinente destacar las relativas a:

a) la prohibición de establecer demandas nuevas en grado de apela-


ción, contenida en el artículo 464 del Código de Procedimiento Civil;
b) la posibilidad de resolver el fondo (en determinadas condiciones)
en caso de apelación contra una sentencia interlocutoria, conteni-
da en el artículo 473 del Código de Procedimiento Civil;

80 SCJ, 1.ª Cámara, 10 de septiembre de 1997, núm. 1, BJ 1042, pp. 39.


81 Vide, solo a modo de ejemplo, las siguientes sentencias de la Suprema Corte de Justicia: Primera Cá-
mara, 29 de enero de 2003, núm. 10, BJ 1106, p. 82; Segunda Cámara, 12 de marzo de 2003, núm.
21, BJ 1108, p. 387; y Tercera Cámara, 30 de diciembre de 1998, núm. 82, BJ 1057, p. 755.

813
Domingo Gil

c) la regla res devolvitur ad iudicem superiorem, concerniente al carác-


ter devolutivo del recurso de apelación, conforme al cual la cosa
juzgada pasa íntegramente a ser conocida por el tribunal superior.
Esta regla tiene, no obstante, como límite de excepción, la regla
tantum devolutum quantum appellatum, según la cual el órgano de
la apelación solo puede decidir respecto de lo que ha sido devuel-
to, es decir, de lo que ha sido objeto de recurso, y le está vedado
decidir sobre lo no recurrido;
d) el trascendental principio de la prohibición de la reformatio in
peius, aplicable en los casos de un único recurrente. Este principio
tiene rango constitucional, ya que lo establece, de manera expresa,
la segunda parte del artículo 69.9 de la Constitución de la Repúbli-
ca, que dispone: “El tribunal superior no podrá agravar la sanción
impuesta cuando solo la persona condenada recurra la sentencia”.
Es pertinente aclarar que este texto no solo es aplicable a la ma-
teria penal, sino también a todas las demás, lo que significa que
el término “sanción” está referido a la propia de otras disciplinas
jurídicas, como, por ejemplo, las condenaciones resultantes de una
demanda en cobro de pesos o en reparación de daños y perjui-
cios, propias de la materia procesal civil. Respecto de este la Corte
Constitucional de Colombia afirmó: “… este principio se encuentra
íntimamente ligado a las reglas generales del recurso, pues aquel
supone que se recurra únicamente lo perjudicial, y es precisamen-
te, ese agravio, el que determina el interés para recurrir”82.

I. El derecho a la ejecución de la sentencia

La ejecución de las sentencias (con la autoridad de la cosa irrevocable-


mente juzgada) completa el catálogo de las garantías del debido proceso
como mecanismo o instrumento de la tutela jurisdiccional. Esta garantía se
cumple normalmente por medio de la actuación del Poder Judicial. Es ob-
vio, pues, que el incumplimiento de esa obligación por parte de los poderes
públicos y, de manera precisa, de los tribunales, constituya un grave aten-
tado a esa garantía fundamental. Y es que “… el derecho a la protección
82 Sentencia T-291/06, de 6 de abril de 2006, párrafo 5.

814
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

judicial sería ilusorio si el ordenamiento jurídico interno del Estado Parte


permite que una decisión judicial final y obligatoria permanezca ineficaz
en detrimento de las partes”83. Por ello, la ejecución de la sentencia es par-
te del contenido esencial del debido proceso y, por ende, del derecho a la
tutela judicial efectiva84.
En la República Dominicana, teniendo como fundamento, de manera
general, las anteriores consideraciones, existe, en lo concerniente a las re-
laciones entre particulares, un andamiaje completo sobre la normativa ad-
jetiva en materia de ejecución, a partir, de manera principal, del artículo
545 del Código de Procedimiento Civil, como derecho común, aunque no
general. Sin embargo, la Constitución de la República no contiene ningu-
na disposición que establezca un derecho fundamental a la ejecución de
las decisiones jurisdiccionales. Ha correspondido al Tribunal Constitucional
asignar al derecho a la ejecución de la sentencia la naturaleza de garantía
del debido proceso. En efecto, en su sentencia TC/0148/14, del 14 de julio
de 2014, este órgano constitucional afirmó que “… el debido proceso y la
tutela judicial efectiva previstos en el artículo 69 de la Constitución no se
agotan ni se concretiza su finalidad con lo obtención de la sentencia, sino
con la ejecución de la misma en un plazo razonable”. También señaló que
“… la ejecución de la sentencia constituye una garantía del debido proceso
a favor de quien ha obtenido ganancia de causa por sentencia definitiva e
irrevocable, derecho que debe ser resguardado. De ahí que la solicitud de
suspensión de la ejecución de una tal decisión solo puede sr acogida en
casos excepcionales…”85, lo que explica que el Tribunal Constitucional do-
minicano rechace, casi de manera sistemática, las solicitudes que, en virtud
del artículo 54 de la ley 137-11, se presentan ante ese órgano86 y solo las
acoja de manera excepcional87, como en los casos de las sentencias viciadas.

83 COIDH, sentencia del caso Acevedo Jaramillo y otros vs. Perú, de 7 de febrero de 2006, párrafo 219.
84 Cfr. la sentencia del Tribunal Constitucional de España STC 67/1984, de 7 de junio de 1984. En ese
mismo sentido se ha pronunciado el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, para el cual la ejecu-
ción de la sentencia debe ser considerada parte integrante de las garantías del proceso equitativo
(equivalente nuestro del debido proceso) a que se refiere el artículo 6 del Convenio Europeo de Dere-
chos Humanos. Vide al respecto las sentencias sobre los casos Cocchiarella vs. Italia, de 29 de marzo
de 2006, párrafo 89, y Gagliones vs. Italia, de 21 de diciembre de 2010, párrafo 34.
85 TC/0583/19, de 17 de diciembre de 2019.
86 Vide, solo como ejemplo, las sentencia TC/0216/13, TC/0255/13, TC/0032/14, de 24 de febrero de
2014; TC/0040, de 3 de marzo de 2014; y TC/0503, de 29 de diciembre de 2020.
87 Vide TC/0449/20, de 29 de diciembre de 2020.

815
Domingo Gil

El derecho a la ejecución de la sentencia descansa, en cuanto a su


alcance, en el principio de eficacia de la cosa juzgada, el cual trae consigo:

1. El derecho a la intangibilidad de las resoluciones judiciales firmes. Éste


consiste en el derecho a la ejecución de la sentencia en sus propios
términos, el cual los jueces y tribunales están conminados a proteger
para hacer valer los derechos reconocidos por la decisión dada. En
caso contrario, las decisiones judiciales y los derechos que en ellas se
reconocen o declaran no serían otra cosa que meras declaraciones de
intenciones sin alcance práctico ni efectividad alguna88.
2. El derecho a que las resoluciones judiciales sean ejecutadas incluso contra
la voluntad de la parte condenada. Este derecho no solo significa que la
ejecución de una sentencia contra la parte condenada en un proceso no
deba entenderse como una violación o vulneración de derechos, pues
ella resulta de las facultades constitucionalmente reconocidas al juez
para decir el derecho (la jurisdictio) y hacer ejecutar lo decidido (el im-
perium)89, sino que, además, la ejecución debe estar liberada de obstácu-
los que impidan u obstaculicen su ejecución, como el establecimiento de
costos desproporcionados, como ha juzgado el Tribunal Constitucional90.
3. El derecho a la ejecución de la sentencia en un plazo razonable91. En el
caso Hornsby vs. Grecia el Tribunal Europeo de Derechos Humanos
afirmó respecto de esta garantía: “Un retraso en la ejecución de una
decisión puede ser justificado en circunstancias particulares. Sin em-
bargo, en ningún caso este retraso podrá comprometer la esencia del
derecho protegido por el artículo 6”92.

Finalmente, es pertinente indicar que el Tribunal Constitucional domi-


nicano ha empleado, respecto de este derecho, los términos “pronta ejecu-
ción”93 y “ejecución oportuna”94.

88 Vide la sentencia STC 167/1987, de 28 de octubre de 1987, del Tribunal Constitucional de España.
89 Véase al respecto el párrafo I del artículo 149 de la Constitución.
90 Vide la sentencia TC/0339/14, de 22 de diciembre de 2014, ya citada.
91 Al respecto véase la sentencia TC/0148/14, de 14 de junio de 2014.
92 Sentencia de 19 de marzo de 1997.
93 TC/0105/14, de 10-6-14
94 TC/0148/14, precitada.

816
COMENTARIO A LOS ARTÍCULOS 70 Y 71

Por Miguelina Ureña Núñez

Artículo 70.- Hábeas data. Toda persona tiene derecho a una acción judi-
cial para conocer de la existencia y acceder a los datos que de ella consten
en registros o bancos de datos públicos o privados y, en caso de falsedad o
discriminación, exigir la suspensión, rectificación, actualización y confiden-
cialidad de aquéllos, conforme a la ley. No podrá afectarse el secreto de las
fuentes de información periodística.

Comentario

En la actualidad el manejo de la información personal se ha convertido


en una fuente de comercialización. Los datos personales se intercambian
en las redes informáticas, muy especialmente en las relaciones interbanca-
rias con las sociedades de información crediticia. Una información negativa
puede impedir el progreso económico y afectar la solvencia moral de una
persona con solo un clic en una base de dato digital. Son medios por los
que fácilmente se puede vulnerar la intimidad, el honor y reputación de
una persona y, también, afectar el desarrollo de su personalidad, los cuales
son derechos fundamentales personalísimos. Entre sus objetivos, el habeas
data ofrece una herramienta procesal constitucional para impedir que los
registros de datos puedan ser utilizados sin derecho o bien se divulguen
datos incorrectos con los que se pudieran afectar los derechos de intimidad
y el honor personal1. El citado artículo 70 reconoce el derecho que se tiene
de acceder a la información personal que se encuentre en registros oficiales

1 Artículo 44. 2 de la Constitución: “Toda persona tiene el derecho a acceder a la información y a los
datos que sobre ella o sus bienes reposen en los registros oficiales o privados, así como conocer el
destino y el uso que se haga de los mismos, con las limitaciones fijadas por la ley. El tratamiento de
los datos e informaciones personales o sus bienes deberá hacerse respetando los principios de calidad,
licitud, lealtad, seguridad y finalidad. Podrá solicitar ante la autoridad judicial competente la actua-
lización, oposición al tratamiento, rectificación o destrucción de aquellas informaciones que afecten
ilegítimamente sus derechos”.

817
Miguelina Ureña Núñez

o privados e, igualmente, el derecho a la actualización, rectificación o eli-


minación de datos inexactos.
La acción de habeas data tiene su esencia en la autodeterminación in-
formativa, la cual, a decir del Tribunal Constitucional, extrae su fuente en el
derecho a la intimidad, mismo que trasciende al derecho de estar informado
sobre el procesamiento de los datos; por tanto, implica el derecho de acceso,
actualización, rectificación o eliminación de datos, en caso de que a la per-
sona se le ocasione un perjuicio ilegítimo2. El Tribunal Constitucional nacio-
nal cita una jurisprudencia de Perú, que, en cuanto a la autodeterminación
informativa, hace la precisión de que está ligada al control de la información
como parte de la intimidad, en que se busca proteger al titular de la infor-
mación de los posibles abusos derivados de sus datos3. El desarrollo de la
tecnología facilita los perfiles de las personas; se le hace una radiografía que
no siempre ha sido consentida, en la que el uso de la informática sirve de
medio para el abuso de la intimidad y al derecho de imagen.
La doctrina extranjera explica que el habeas data tiene cinco objeti-
vos principales: garantizar el derecho de acceso a la información sobre
los datos, actualizar los datos, rectificar los datos inexactos, asegurar la
confidencialidad de ciertas informaciones frente a terceros y eliminar la
llamada ‘información sensible’, relativa a la vida íntima, las ideas políticas
y religiosas y otros4; de lo antes enunciado se extrae la denominación de
habeas data informativo, habeas data aditivo para agregar datos, habeas
data rectificador de datos falsos, habeas data cancelatorio con el propósito
de que se elimine información y el habeas data reservador para asegurar la
confidencialidad5. Estos son, precisamente, cada uno de los objetivos que
consagra el texto constitucional nacional del habeas data.
Toda persona tiene el derecho a acceder a la información sobre sus
datos y saber el destino y uso que le pueda dar cualquier entidad pública o
privada, a las que se le impone la obligación de darle un lícito destino, en
estricto apego a los principios de calidad, exactitud, seguridad y finalidad,
conforme al uso para el que se han obtenido6, los que constituyen princi-

2 TC/0240/17.
3 Tribunal Constitucional de Perú, en la STC 04739-2007-PHD/TC, del 15 de octubre del 20.
4 BASTERRA, Marcela I. (coord. Pablo Luis Manili). “El habeas data”. En Derecho Procesal Constitucio-
nal: Buenos Aires, Editorial Universidad, 2005. ISBN 950-679-361-1, pp. 145.
5 Ibidem, pp 147.
6 Lo establecen el citado artículo 44.2 de la Constitución y también, el artículo 1 y 4 de la Ley 172-13

818
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

pios de orden público tendentes a proteger la intimidad, el honor y buena


imagen de la persona. Para optimizar su protección, la Ley núm. 172-13 de
fecha 15 de diciembre de 2013 organiza y regula el acceso a la información
y dispone que los datos deben ser almacenados de modo que permitan el
acceso de su titular; cuando no sean exactos, veraces o estén incompletos,
deben ser suprimidos, modificados o eliminados. El derecho fundamental
al habeas data también otorga la facultad de limitar la divulgación o cesión
de los datos7.
El habeas data es una garantía constitucional con igual alcance para
las personas jurídicas, las que, desde su matriculación o registro oficial, go-
zan de personería propia y, por tanto, con información y datos particulares
por los cuales proyectan una imagen y credibilidad ante la sociedad, por
lo que, igualmente, tienen interés en el acceso a sus datos y el derecho a
la actualización, rectificación o eliminación. El Tribunal Constitucional ha
reconocido el derecho al habeas data a las personas jurídicas8 como la vía
correcta para determinar la veracidad y legitimidad de la información que
se pretende rectificar.
Esta acción constitucional tiene su propia autonomía procesal, aunque
es conexa a otros derechos igualmente fundamentales. El derecho prote-
gido por el habeas data es fácilmente confundido con el derecho al libre
acceso a la información consagrado en la Ley núm. 200-04 de fecha 28 de
julio de 2004, a pesar de que representan derechos y asuntos distintos en el
alcance de su protección. El derecho al libre acceso a la información públi-
ca refiere a datos públicos, y no personales, relativos a recibir información
de cualquier órgano del Estado y de las sociedades con participación esta-
tal, contenidas en actas y expedientes de la Administración pública, con las
limitaciones establecidas por la ley9. Su finalidad es el control de los servi-
cios públicos10 en un ejercicio de transparencia institucional estatal. La vía
judicial para requerir la información de datos públicos es la acción de am-
paro ordinario que tiene por finalidad restablecer, garantizar o hacer cesar

que tiene por objeto la protección integral de los datos personales asentados en archivos, registros
públicos, bancos de datos u otros medios técnicos de tratamiento de datos destinados a dar informes,
sean estos públicos o privados.
7 Sentencia C-748/11, 6 de octubre, 2011.
8 TC/0404/16.
9 Artículos 1 y 2 de la Ley núm. 200-04, General de Libre Acceso a la Información Pública.
10 TC/0042/12.

819
Miguelina Ureña Núñez

la violación o amenaza arbitraria de un derecho fundamental11, o bien un


amparo de cumplimiento12. En cambio, el habeas data es la garantía consti-
tucional especializada para requerir, rectificar o eliminar datos personales
ante la resistencia de la autoridad a la que se le requiere, por lo que es una
acción estrictamente directa del titular de la información, sea una persona
física o jurídica. El habeas data es la vía para requerir la subsanación de un
dato erróneo o falso que resulte perjudicial al titular de la información13.
Cuando el archivo de datos sea de una persona fallecida, podrán requerir-
los los familiares justificando la necesidad de la información14.
Como lo ha expresado el Tribunal Constitucional, el habeas data ha
sido previsto para garantizar la obtención de informaciones propias, y no
de terceros15. Ha sido categórico en que por esta acción no se puede impug-
nar o pretender rectificar los documentos públicos y oficiales del Estado16,
lo que debe hacerse por las vías judiciales ordinarias, y que el derecho al
libre acceso a la información pública procede siempre que la información
solicitada no tenga por objeto la revelación de datos personales. En ese
sentido, ha aclarado:

… el objeto de la protección de este derecho no se reduce sólo a los


datos íntimos de la persona, sino, además, a cualquier tipo de da-
tos personales, íntimos o no, cuyo conocimiento o empleo por ter-
ceros pueda afectar derechos subjetivos, sean o no fundamentales,
porque su objeto no es sólo la intimidad individual, sino los datos
de carácter personal. (…) no está diseñado para proveer documen-
tos particulares ni pruebas tendentes a un determinado proceso, el
tribunal a quo incurrió en una violación a los citados precedentes,
así como al derecho a la autodeterminación informativa, ya que la
acción de habeas data constituye, en su esencia, el mecanismo de
garantía judicial, de carácter fundamental, para tutelar este dere-
cho de manera efectiva y, como consecuencia de ello, para procu-
rar la entrega de informaciones personales, así como para la recti-

11 Artículo 72 de la Constitución y 65 de la Ley núm. 137-11, LOTCPC.


12 Artículo 104.
13 TC/0027/13.
14 Artículo 4 de la Ley núm. 172-13.
15 TC/0478/15.
16 TC/0276/18.

820
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

ficación y eliminación de datos asentados en registros o bancos de


datos, públicos o privados, que afecten a las personas17.

Por mandato del artículo 17 del Pacto Internacional de Derechos Civi-


les y Políticos, “nadie será objeto de injerencias arbitrarias o ilegales en su
vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques
ilegales a su honra y reputación”; este es parte del bloque de constitu-
cionalidad de la República Dominicana18 y, por tanto, esos derechos son
de aplicación directa a través de las garantías constitucionales. Ante un
caso de una persona con una ficha policial por antecedentes penales sin
haber sido sometido a la justicia, sino que fue un registro por error y en
violación a la honra y dignidad de esa persona, el Tribunal Constitucional
fijó el criterio de que ninguna persona “aun tratándose de un condenado a
penas privativas de libertad, puede ser mantenido soportando de por vida
el fardo de antecedentes penales destacados en registros de acceso públi-
co, lo que constituye un serio obstáculo para el ejercicio de importantes
prerrogativas ciudadanas, en especial el derecho a no ser discriminado pu-
diendo, en determinados casos, generar daños irreparables” y debía bastar
la subsanación con la sola solicitud, sin ningún otro procedimiento para su
eliminación del sistema de información pública19, lo que hace pensar en la
fundación del derecho al olvido.
Los derechos fundamentales envueltos en estos procesos de habeas data
y los datos objeto de revisión no dejan de ser asuntos sensibles porque afec-
tan derechos personalísimos, como lo son la honra y el buen nombre de
la persona; por supuesto, bajo la idea de que se trata de datos negativos
o inexactos, es decir, una información que afecta el honor de la persona y
que no es correcta, lo que constituye un riesgo y un grave perjuicio en la
forma de su utilización. No hay dudas de que la vía más expedita y garan-
tista es el habeas data, dada su naturaleza constitucional que se rige por
principios rectores proteccionistas de derechos fundamentales, pues goza
del beneficio de la ejecución provisional y es un procedimiento no sujeto a
formalidades excesivas que debe resolverse sin dilación, aunque limitada a
17 TC/0175/20.
18 Ar. 74.3 de la Constitución dominicana reconoce que los pactos y convenciones relativos a los dere-
chos humanos, suscritos y ratificados por el Estado tienen jerarquía constitucional y son de aplicación
directa e inmediata por los tribunales y demás órganos del Estado.
19 TC/0027/13.

821
Miguelina Ureña Núñez

la eliminación o rectificación del dato que se arguye arbitrario e ilegítimo, o


bien a la entrega de la información personal. No es la acción para procurar
resarcir los daños y perjuicios que se derivan de su mal uso, lo cual deberá
perseguirse ante el juez civil de derecho común o, excepcionalmente, ante
el Tribunal Superior Administrativo en caso de responsabilidad patrimonial
del Estado. A propósito, es útil subrayar que la Suprema Corte de Justicia lo
ha reconocido como un daño presumido con derecho a una compensación
moral, y ha indicado que la sola publicación de informaciones erróneas y de
connotación negativa en dichos registros “es constitutiva en sí misma de una
afectación a la reputación, honor e imagen del afectado, no requiriéndose
entonces ninguna prueba adicional a la evidencia de su inexactitud”20.
Cabe destacar que para la acción de habeas data no se requiere nin-
guna justificación y, más importante aún, que cuando se trate de rectificar
o eliminar datos inexactos, el juez goza de amplios poderes para disponer
medidas de instrucción y recabar por sí mismo los datos, informaciones
o documentos que sirvan de prueba21. Naturalmente, cuando se trate de
modificar una información, como es el caso de una deuda pagada, la parte
accionante debe aportar la prueba que acredite el pago22. En tal virtud, ha
establecido el Tribunal Constitucional que “para eliminar, corregir, actuali-
zar, aclarar o rectificar los datos negativos que consten sobre una persona
en algún registro –ya sea público o privado–, el juez de hábeas data debe
asegurarse de que tal información, al momento en que fue establecida o en
que se hayan ratificado los motivos por los que fue implantada, provenga
de una fuente ilegitima o carente de verosimilitud, para así, ipso facto,
comprobar que su mantenimiento se traduce en una violación al derecho
fundamental de autodeterminación informativa”23. En este mismo sentido,
ha explicado que la ilegitimidad se materializa cuando exista falsedad, dis-
criminación, error o inexactitud; también cuando se inobservan los princi-
pios de calidad, licitud, lealtad, seguridad y finalidad de su tratamiento24.
Debido a que la acción constitucional de habeas data no deja de ser
una subespecie del amparo, puede confundirse el accionante y acudir en
amparo en vez de habeas data, y viceversa. Cabe mencionar que el procedi-
20 SCJ, 1.ª Sala, 22 de junio de 2016, núm. 530, B. J. 1267; 29 de marzo de 2017, núm. 667.
21 Artículo 87 de la Ley núm. 137-11.
22 TC/0411/17.
23 TC/0404/16.
24 TC/0690/18.

822
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

miento constitucional es el mismo. La acción de habeas data se rige por el


régimen procesal común del amparo25. Al respecto, el Tribunal Constitucio-
nal ha instituido que el juez de amparo está en la obligación de recalificar
la acción y darle su verdadera fisonomía cuando sea evidente la violación
a derechos fundamentales26; esto, por supuesto, en aplicación del principio
iura novit curia y del principio de oficiosidad que impone al juez de los
procesos constitucionales optar por las medidas que sean necesarias para
el pleno goce de los derechos fundamentales, aunque hayan sido utiliza-
dos erróneamente. El Tribunal Constitucional cambió su precedente en un
caso de información y de documentos sobre un procedimiento disciplinario
en sede militar; inicialmente había establecido que se caracterizaba una
acción de habeas data, y posteriormente rectificó en que era una acción
de amparo en acceso a la información, y señaló que “en función de las
informaciones solicitadas por la accionante, aun se refieran a su persona,
sus pretensiones no se enmarcan o vinculan con el derecho a la autode-
terminación informativa […], sino más bien al derecho a la libertad de
información contenido en el artículo 49.1 de la Constitución dominicana y
al ámbito de aplicación de la Ley núm. 200-04, General de Libre Acceso a
la Información Pública”27.
El Tribunal Constitucional destaca que el habeas data es una garan-
tía constitucional a disposición de las personas para acceder “a cualquier
banco de información, registro de datos y referencias sobre sí mismo, sin
necesidad de explicar razones”28, es decir, que basta con ser el titular de la
información, pues, cabe repetir, esta es una acción intuito personae. El acce-
so a la información, a la seguridad de la exactitud y veracidad de los datos
personales son derechos vinculados al desarrollo y autonomía de la per-
sonalidad. Son aspectos de la autodeterminación del individuo de forma
que goce de una protección constitucional para las decisiones que estime
importantes en su propia vida29.
En cada oportunidad, el Tribunal Constitucional ha señalado que se
trata de una garantía constitucional con dos caracteres importantes: una
manifestación sustancial, consistente en el derecho de la información, y un
25 Artículo 64 de la Ley núm. 137-11, LOTCPC
26 TC/0388/18; TC/0057/16 y TC/0050/14.
27 TC/0240/17.
28 TC/0204/13; TC/0475/18 y TC/0175/20.
29 Sentencia Colombia T-542/92 25/9/92.

823
Miguelina Ureña Núñez

carácter instrumental, para que “a través de su ejercicio, proteja otros dere-


chos relacionados a la información, tales como el derecho a la intimidad, a
la defensa de la privacidad, a la dignidad humana, la información personal,
el honor, la propia imagen, la identidad, la autodeterminación informativa,
entre otros. Desde esta óptica, opera como un verdadero mecanismo de
protección de los derechos fundamentales”30. En estos aspectos ha mante-
nido inmutable su línea jurisprudencial.
Con la consagración constitucional del artículo 70 sobre habeas data
también se protege el secreto de las fuentes de información periodística, en
su parte in fine. Se cuestiona si la intención e interpretación debe ser en el
sentido del secreto de la fuente o si la interpretación debe ser restringida a
la fuente periodística. No hay dudas de que existe un mandato de protección
al periodismo, debido a sus funciones y la necesidad de proteger la prensa
en el acceso a la información para evitar la censura previa y en el sano in-
terés social y democrático de un Estado de derecho, en el cual el periodista
tiene un rol social incuestionable. El secreto de la fuente no puede tener
aplicación cuando se trata de las informaciones crediticias, especialmente
en las que provienen de las instituciones financieras, ni en los casos en que
se vulneren registros oficiales que lesionen derechos fundamentales perso-
nalísimos sobre el honor de las personas. En todo caso, cuando no se trate
de la fuente de información periodística, la interpretación debe ser en el
sentido más favorable para el accionante en habeas data, por el que se per-
sigue presentar los datos que vulneren los principios de exactitud y certeza.
En suma, el habeas data es el procedimiento constitucional para hacer
prevalecer el derecho a la verdad sobre la información y en garantía a la
exactitud y calidad de los datos personales, que es una protección concreta
a los derechos fundamentales de la intimidad, el honor y la buena imagen,
o, lo que es lo mismo, a la dignidad humana.

30 TC/0024/12; TC/0204/13, TC/0402/15, TC/0523/15, 240/16, TC/0411/17 y TC/0175/20.

824
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

Artículo 71.- Acción de hábeas corpus. Toda persona privada de su liber-


tad o amenazada de serlo, de manera ilegal, arbitraria o irrazonable, tiene
derecho a una acción de hábeas corpus ante un juez o tribunal competente,
por sí misma o por quien actúe en su nombre, de conformidad con la ley,
para que conozca y decida, de forma sencilla, efectiva, rápida y sumaria, la
legalidad de la privación o amenaza de su libertad.

Comentario

Los derechos fundamentales se quedan en el papel si no se tutelan


de forma realmente efectiva mediante los remedios procesales que se han
establecido como método de protección contra las actuaciones arbitrarias
de las autoridades y de los particulares; por ello, el acceso a las garantías
constitucionales tiene un valor significativo para la consolidación de un Es-
tado social de derecho, cuya misión esencial es la protección de la dignidad
humana, con especial atención al derecho a la vida, la integridad física y la
libertad. Con los procesos constitucionales, se ha arraigado paulatinamente
que los particulares procuren la protección efectiva de los derechos funda-
mentales y se pueda obtener una segura prestación de justicia:

El concepto de derechos y libertades y, por ende, el de sus garantías,


es también inseparable del sistema de valores y principios que lo
inspira. En una sociedad democrática los derechos y libertades inhe-
rentes a la persona, sus garantías y el Estado de Derecho constituyen
una tríada, cada uno de cuyos componentes se define, completa y
adquiere sentido en función de los otros31.

La Constitución instituye el derecho a la tutela judicial en provecho de


la persona que actúa en el ejercicio de sus derechos e intereses legítimos,
lo que se determina por la calidad de la víctima de la lesión32. Entre las
garantías jurisdiccionales, la Constitución prevé la vía del habeas corpus
31 Corte Interamericana de Derechos Humanos. Opinión Consultiva Oc-8/87, del 30 de enero de 1987.
El Hábeas Corpus Bajo Suspensión de Garantías (arts. 27.2, 25.1 y 7.6 Convención Americana Sobre
Derechos Humanos). Microsoft Word - seriea_08_esp.doc (corteidh.or.cr) Consulta en línea.
32 MORENILLA ALLARD, Pablo. Los derechos fundamentales y su protección jurisdiccional: Madrid, Leyes,
2007, pp. 657, in fine.

825
Miguelina Ureña Núñez

cuando se trate de la protección efectiva del derecho fundamental de la


libertad personal, menoscabada en ocasión de una detención ilegítima y
abuso de poder de las autoridades. La libertad es un derecho subjetivo
de extraordinaria trascendencia para la dignidad de la persona y para el
desarrollo de su personalidad; también es un derecho objetivo para la con-
solidación de un Estado social, democrático y de derecho, visto como un
presupuesto indispensable para la seguridad del ejercicio de otros derechos
fundamentales de los que se desprenden derechos conexos33; por ejemplo,
una persona podría ser privada de libertad para impedírsele el derecho
de huelga, la libertad de expresión, entre otros, por tanto, se requiere de
un procedimiento idóneo para remediar la conculcación a este derecho de
libertad individual34.
La tutela del habeas corpus es una garantía contra la autoridad que usa
la fuerza y se excede en el ejercicio de sus atribuciones legales o en la inob-
servancia de los plazos y cuando, sin razón alguna, mantenga la privación
de libertad35. La finalidad de la acción es evitar que se violente el derecho a
la libertad de la persona o restituírsela rectificando el abuso, pero también
ante la prolongación ilegal de la condena cumplida, de modo que es un
proceso reivindicatorio y también preventivo de la libertad de la persona
seriamente amenazada. Por libertad personal se entiende la libertad física;
la privación de libertad se refiere a la reclusión, detención, prisión o encie-
rro, incluso por la comisión de un delito. La Comisión Interamericana de
Derechos Humanos ha indicado que se incluye no solo lo relacionado con
un delito, sino también lo relativo al encierro por enfermedades mentales,
vagancia, toxicomanías, control de migración, es decir, toda forma en que
la persona esté impedida de salir libremente36.
El habeas corpus ha sido la primera acción con el propósito de proteger
efectivamente un derecho fundamental. Se remonta a la carta magna del
26 de mayo de 1679, en la que se dicta la Habeas Corpus Amendment Act
inglesa. Su antecedente más antiguo de tutela se encuentra en el interdicto
de homine libero exhibendo, que no era más que una “acción popular” para
reclamar la libertad. “Esta concepción ha sido catalogada como la percep-
33 Sentencia del Tribunal Constitucional de Perú. STC 00019-2005-PI/TC. 00019-2005-AI.pdf (tc.gob.pe).
34 BREWER-CARÍAS, Allan R. Derecho de amparo y acción de amparo constitucional: Caracas, Academia de
Ciencias Políticas y Sociales, Editorial Jurídica venezolana, 2021, ISBN:978-1-63625-519-4, pp. 118.
35 Ibidem, pp. 686.
36 Observación General número 8 del Comité de Derechos Humanos.

826
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

ción clásica de este instituto y como el instrumento nom plus ultra de tutela
de la libertad individual, pues, como ya se ha señalado, servía para tutelar
el atributo que los romanos llamaron ius movendi et ambulandi o lo que los
anglosajones denominaron power of locomotion”37. Es tanta su importancia
y transcendencia en la vida de las personas, que ha sido un tema capital en
el ámbito del derecho convencional38, parte del bloque de constitucionali-
dad con aplicación directa e inmediata por los tribunales y demás órganos
del Estado39.
No es extraño que el habeas corpus haya sido una de las primeras y más
significativas garantías al respeto de la libertad, de la dignidad humana y al
libre desarrollo de la persona, puesto que la libertad ha sido el derecho del
que más se ha abusado en todos los tiempos y sistemas políticos. Consiste
en el derecho a presentar el cuerpo ante el juez para que determine si la
privación de libertad es contraria al ordenamiento jurídico. La historiogra-
fía reseña que viene desde el Digesto romano40. El respeto a la dignidad hu-
mana conlleva garantizar la libertad como un derecho fundamental perso-
nalísimo de especial transcendencia individual y social. Si tuviéramos que
dar supremacía a un derecho fundamental sobre otro, es muy natural que
se seleccione el derecho de libertad como un bien jurídico prioritario, pues
de este depende la realización de otros derechos. El Tribunal Constitucio-
nal ha señalado que, en la época moderna, la libertad individual involucra
tres niveles: la libertad de pensamiento y de opinión, la libertad política y
de asociación, y la libertad de trabajo e iniciativa económica41; pero esas
libertades quedan limitadas o impedidas sin la libertad física.
El habeas corpus es una vía jurisdiccional para tutelar el sagrado de-
recho de libertad y procede contra toda autoridad. El detenido debe ser
presentado ante el juez para que verifique la condición en que se encuentra
en relación con su integridad física y sobre la legalidad de la detención
o amenaza. Es una acción por la que se procura la protección y defensa
de la libertad contra actos u omisiones ilícitas; no es una defensa contra

37 STC N° 3509-2009-PHC/TC, f. j. 2.
38 Artículo 9 numeral 1 del Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos. Artículo 7, numerales
1, 3 y 4 de la Convención Americana de Derechos Humanos.
39 Artículo 74 de la Constitución dominicana.
40 ETO CRUZ, Gerardo. “Procedencia del hábeas corpus contra irregularidades cometidas por el Minise-
rio Público en la Investigación preliminar”. Revista Actualidad Procesal Constitucional, pp.198.
41 TC/0391/18.

827
Miguelina Ureña Núñez

una norma, sino contra una actuación manifiestamente ilegítima42; es una


situación de hecho, de modo que lo que se cuestiona es la acción ejercida
y no las reglas procesales43. No tiene por objeto proteger en abstracto el
derecho al debido proceso, sino hacer cesar los efectos lesivos en la libertad
individual44, sin que se produzca indefensión.
Para la garantía de este derecho fundamental de libertad, el citado
texto constitucional sobre el habeas corpus ha establecido una tutela di-
ferenciada, en la cual es aconsejable cierta autonomía45. Esta limita al le-
gislador para que en lo procesal no pueda fijar obstáculos o trabas46 que
restrinjan la efectividad de la garantía que se procura. De una parte, el
mandato constitucional permite que otra persona pueda actuar en nombre
de aquel del que se procura la libertad; con esa autorización se avala que
la misma detención no sea lo que le impida acudir al juez y, también, se
flexibiliza el principio de que nadie puede actuar en procuración por otro.
Por otra parte, se impone al legislador instituir un procedimiento exento de
formalismos ordinarios y excesivos, debido a que el procedimiento debe ser
sumario, sencillo y, sobre todo, rápido, sin demora innecesaria, que son los
principios procesales para las acciones constitucionales. Cabe aclarar que el
habeas corpus no deja de ser una forma de amparo, conocido como “ampa-
ro de libertad”, solo que se ha limitado al derecho fundamental de libertad
y la Constitución quiso mantener su individualidad con relación al amparo
general de todos los demás derechos fundamentales, con excepción, tam-
bién, del habeas data. En el mismo texto del artículo 72 sobre el amparo se
especifica que es la vía de protección a derechos fundamentales no prote-
gidos por el habeas corpus. Al mantener individualizadas las garantías del
habeas corpus y el habeas data respecto del amparo general se destaca la
importancia de los derechos que se procura proteger y la particularidad de
su naturaleza jurídica, lo cual no es para menos, puesto que se trata del
derecho plus ultra el hecho de ser un ente libre.

42 ETO CRUZ, Gerardo. Constitución y procesos constitucionales, t. I: Perú, Adrus D&L Editores, 2013,
p. 643.
43 ETO CRUZ, Gerardo. “El hábeas corpus como mecanismo excepcional para cuestionar procesos ordi-
narios y constitucionales”. Revista Análisis Constitucional y Procesal Constitucional. Gaceta Constitucio-
nal núm. 52, pp. 17.
44 STC Exp. Nº 05211-2006-HC/TC, fundamento 2.
45 Gozaíni, Osvaldo Alfredo. Introducción al derecho procesal constitucional: Buenos Aires,
Editorial Rubinzal-Culzoni, 2006, ISBN 978-950-727-716-0, p.159.
46 Sentencia 228/2006 de fecha 17 de julio de 2006. Consulta en línea http://hj.tribunalconstitucional.es.

828
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

En este sentido se ha referido el Tribunal Constitucional cuando ex-


pone que “el constituyente como el legislador ha instituido un mecanismo
propio para la protección de la libertad individual y no pueden confundirse
con las características de una y otra entidades jurídicas al momento de
administrar justicia, pues, en caso contrario, se estaría incurriendo en una
inobservancia a un mandato de orden constitucional”47. Aclara que, cuando
se trata de tutelar el derecho de libertad, el amparo deviene en inadmisible
por notoriamente improcedente, debido a que el habeas corpus es una ac-
ción especializada y particularizada. Ahora bien, si el juez de amparo es a
su vez el competente para el habeas corpus, puede corregir la calificación,
para garantizar la protección efectiva del derecho a la libertad personal48.
A pesar de que son figuras constitucionales individualizadas, comparten la
aplicación de los principios rectores del proceso constitucional indicados
en el artículo 7 de la Ley núm. 137-11 de fecha 15 de junio de 2011, Orgá-
nica del Tribunal Constitucional y de los Procedimientos Constitucionales,
como principios de optimización.
Esta acción procesal constitucional tiene por objeto que se expida un
mandamiento de habeas corpus, es decir, mandar a liberar el cuerpo, de-
jarlo en libertad, si se verifica que la detención ha sido verdaderamente
arbitraria e ilegítima. Su finalidad primordial es el bienestar y la dignidad
de la persona como se espera en un Estado social y democrático de dere-
cho, en el que la función esencial del Estado es la protección efectiva de
los derechos de la persona dentro de un marco de libertad individual y de
justicia social49, lo que exige que la Administración pública actúe conforme
a los principios de legalidad e igualdad50. Se entiende que arbitrariedad
e ilegalidad no es lo mismo; la primera es más amplia, puesto que puede
incluir injusticia en aparente legalidad.
Siguiendo la letra del texto constitucional, la acción de habeas corpus
está restringida a la amenaza inminente de la detención o a la privación
arbitraria e ilegal de la persona, es decir, es una vía reparadora y preven-
tiva. El Tribunal Constitucional ha establecido que se viola la seguridad
personal y el valor de la dignidad humana cuando se traslada a un interno

47 TC/0310/15.
48 TC/0015/14.
49 Artículo 8 de la Constitución dominicana.
50 TC/0203/13.

829
Miguelina Ureña Núñez

sin una orden motivada y escrita que justifique el traslado51; pero aclaró
que el traslado de un interno sin que lo ordenara una autoridad competen-
te viola el derecho a la seguridad personal, pero no vulnera el derecho de
libertad, puesto que se trata de un ciudadano que está sometido al control
del Estado, por haber dispuesto su encarcelamiento un tribunal competen-
te52. Con ese precedente cierra la acción de habeas corpus ante dificultades
cancelarias porque existen otras vías efectivas. En cambio, en legislaciones
foráneas se ha extendido la tipología como correctivo por actuaciones ile-
gales y arbitrarias respecto de las condiciones en que una persona cumple
una pena privativa de libertad; se le reconoce como la vía para ubicar a una
persona desaparecida y un habeas corpus innovativo por el cual se toman
medidas tendentes a evitar que se produzca la amenaza de la privación de
libertad futura y por derechos conexos53, como la vida, la integridad física,
protección contra la tortura o penas crueles54. Igualmente, es la vía para
asegurar condiciones carcelarias justas y apropiadas, o para resolver cual-
quier situación relacionada con las personas privadas de libertad55; es decir
que amplía la protección aun se trate de una privación legal.
En palabras de Gozaíni:

La orden de respetar el ‘derecho a la libertad’ corporal se dirige a


la autoridad pública y a los particulares; mientras que el ‘derecho
de libertad’, es la forma técnica como se desplaza el garantismo,
de manera que constituye, asimismo, un derecho a la seguridad, a
la vida y a la integridad corporal56.

Es bueno aclarar que el hecho de que la acción de habeas corpus se limi-


te a la privación de libertad ilegal, arbitraria o irrazonable, no significa que
las conculcaciones a derechos fundamentales no encuentren una garantía
igualmente constitucional, puesto que, en este caso, se cuenta con la acción
de amparo ordinario, aunque lo ideal hubiera sido la concentración por el
habeas corpus.

51 TC/0086/16.
52 TC/0233/13.
53 STC Exp. Nº 02663-2003-HC/TC. Marzo No. 256. Tribunal Constitucional de Perú.
54 RTC 3200-2009-PHC/TC, f. j. 2.
55 GOZAÍNI, Osvaldo Alfredo. ob. cit.. p.160.
56 Ibidem, p.162

830
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

Con relación a las vías de recursos, el Tribunal Constitucional se ha


declarado incompetente para conocer el recurso de revisión constitucional
contra sentencias de habeas corpus que rechazan la petición de libertad.
Este determinó que debe ser recurrida en apelación, como lo estipula el ar-
tículo 386 del Código Procesal Penal, modificado por la Ley núm. 10-15 de
fecha 10 de febrero de 2015, en atención a que su competencia se encuen-
tra limitada a los casos establecidos en la mencionada Ley núm. 137-11,
como son los recursos de revisión de sentencias irrevocables y las dictadas
en materia de amparo57. En otro aspecto, aclara que las decisiones que se
dictan en materia de habeas corpus no adquieren la autoridad irrevocable
de cosa juzgada, de manera que a la persona que se le rechaza la acción
puede incoarla de nuevo58.
Naturalmente, se reconoce que los derechos fundamentales, aun per-
sonalísimos, no son absolutos. La libertad individual encuentra su límite en
la facultad punitiva en protección y seguridad de todos los ciudadanos59,
como ocurre ante la declaratoria en estado de excepción; pero, cabe resal-
tar que aun en estado de emergencia puede accionarse en habeas corpus. Si
bien en tiempo de excepción se limitan algunos derechos, no puede llegar-
se al extremo de la indefensión ni de la detención absolutamente arbitraria,
por lo que se impone que debe haber proporcionalidad y legalidad60 entre
el medio empleado y la finalidad.
La Constitución claramente dispone los estados de excepción que vul-
neren derechos protegidos que afecten irrazonablemente derechos sus-
pendidos están sujetos a la acción de amparo61; no obstante, presenta la
posibilidad de suspender el habeas corpus cuando se haya decretado la de-
claratoria de estados de conmoción interior y de emergencia62, que proce-
den en casos de grave perturbación del orden público atentatorios de la es-
tabilidad y seguridad del Estado o la convivencia ciudadana o bien, cuando
se perturbe el orden económico y social, el medioambiental o se enfrente
una calamidad pública, lo cual es respaldado por la Convención Americana
sobre Derechos Humanos en su artículo 27. Sin embargo, en la opinión

57 TC/0427/18.
58 TC/0707/16.
59 TC/0075/16.
60 ETO CRUZ, Gerardo. Derecho constitucional, ob. cit., pp. 264.
61 Párrafo del artículo 72 de la Constitución.
62 Artículo 266 numeral 6 letra f.

831
Miguelina Ureña Núñez

consultiva de enero de 1987, dada con la finalidad de determinar si el ha-


beas corpus puede suspenderse en caso de peligro público y emergencia, la
Corte Interamericana de Derechos Humanos destacó que la interpretación
de la norma que permite la suspensión debe hacerse de buena fe, sin dar
lugar a abusos, y subraya que, “dentro de los principios que conforman el
sistema interamericano, la suspensión de garantías no puede desvincularse
del ‘ejercicio efectivo de la democracia representativa’. La suspensión de
garantías carece de toda legitimidad cuando se utiliza para atentar contra
el sistema democrático, que dispone límites infranqueables en cuanto a la
vigencia constante de ciertos derechos esenciales de la persona”. La Corte
fija el criterio de que “todos los derechos deben ser respetados y garantiza-
dos a menos que circunstancias muy especiales justifiquen la suspensión de
algunos, en tanto que otros nunca pueden ser suspendidos por grave que
sea la emergencia” y concluye que los procedimientos de amparo y habeas
corpus no pueden suspenderse “porque constituyen garantías judiciales in-
dispensables para proteger derechos y libertadas”63.
No es lo mismo suspender los derechos que suspender las garantías.
Parece razonable que en atención al estado de excepción se puedan limitar
o suspender algunos derechos, pero no deberían nunca suspenderse las ga-
rantías, pues es con esta acción con la que se puede comprobar si la causa
de la detención entra en la esfera de la necesidad del estado de emergencia
y calamidad, así como determinar si es razonable o es arbitraria e injustifi-
cada; es que, sin el acceso a los tribunales, la persona queda en un estado
de indefensión. Al respecto, el principio de inderogabilidad dispone que los
procesos constitucionales no se suspenden durante los estados de excep-
ción y los derechos fundamentales están sujetos al control jurisdiccional64.
La protección efectiva para tutelar el derecho de libertad exige del juez
un rol activo y guiado por los principios rectores de accesibilidad, oficio-
sidad, celeridad, favorabilidad y efectividad65, de forma que se asegure de
conocer las circunstancias en que la persona ha sido arrestada o encerra-

63 Corte Interamericana de Derechos Humanos. Opinión Consultiva OC-8/87 del 30 de enero de 1987.
El Hábeas Corpus bajo suspensión de garantías (arts. 27.2, 25.1 y 7.6 de la Convención Americana
sobre Derechos Humanos. pp.7-9 y 9-13. Consultada en línea. Microsoft Word - seriea_08_esp.doc
(corteidh.or.cr).
64 Artículo 7 numeral 8 de la Ley 137-11, Orgánica del Tribunal Constitucional y de los Procesos Cons-
titucionales.
65 Definidos en el artículo 7 de la Ley 137-11.

832
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

da y determine si ha habido ilegalidad y arbitrariedad y, de comprobarlo,


disponga la libertad inmediata, confirmando su cumplimiento y con ella
garantizando el respeto a la dignidad humana y el bien jurídico más apre-
ciado, que es la libertad.

833
COMENTARIO AL ARTÍCULO 72

Por Manuel A. Ramírez Suzaña

Artículo 72.- Acción de amparo. Toda persona tiene derecho a una acción
de amparo para reclamar ante los tribunales, por sí o por quien actúe en
su nombre, la protección inmediata de sus derechos fundamentales, no
protegidos por el hábeas corpus, cuando resulten vulnerados o amenaza-
dos por la acción o la omisión de toda autoridad pública o de particulares,
para hacer efectivo el cumplimiento de una ley o acto administrativo, para
garantizar los derechos e intereses colectivos y difusos. De conformidad
con la ley, el procedimiento es preferente, sumario, oral, público, gratuito
y no sujeto a formalidades.

Párrafo.- Los actos adoptados durante los Estados de Excepción que vulne-
ren derechos protegidos que afecten irrazonablemente derechos suspendi-
dos están sujetos a la acción de amparo.

Comentario

La tutela de los derechos fundamentales de las personas constituye un


compromiso ineludible de los poderes públicos, cuyo objetivo es afianzar
los derechos mediante las garantías de protecciones oportunas ordinarias y
especiales, como el debido proceso, principal garantía ordinaria. La acción
de amparo se enmarca en las garantías especiales contempladas en el artí-
culo 72 de la Constitución de la República Dominicana, el cual se considera
el mecanismo de control de derechos fundamentales más importante para
salvaguardar los derechos de las personas; por consiguiente, este contribu-
ye al fortalecimiento del Estado social y democrático de derecho.

La referida disposición constitucional viabiliza el acceso como garantía


de la protección inmediata de los derechos fundamentales de las personas

835
Manuel A. Ramírez Suzaña

a través de la acción de amparo y deja abierta la posibilidad de que pueda


actuar otra persona en nombre del afectado, lo que demuestra una real
tutela de derecho. En nuestro caso, la Constitución prevé en su artículo 68
la salvaguarda de los derechos por parte de los poderes públicos, y en ese
tenor el rol del Poder Judicial es garantizar la integridad de esta acción
constitucional, tomando en cuenta que dicha acción no pueda resolverse
por otra vía, como es el caso del habeas corpus.
Es importante destacar la naturaleza del procedimiento, el cual por tra-
tarse de derechos fundamentales, está investido de la garantía de la justicia
oportuna consagrada en el artículo 69.1 de la Constitución, destacándose
su naturaleza sumaria y oral, público, gratuito y no sujeto a formalidades,
lo cual entendemos es un punto a mejorar (la última parte).
La no sujeción a las formalidades está estrechamente relacionada con
el artículo 69.1 de la Constitución, que consagra la tutela judicial efectiva,
plasmada en el acceso, la justicia oportuna y la gratuidad; así las cosas,
cuando los derechos fundamentales de una persona resulten vulnerados
o amenazados por la acción u omisión de la autoridad pública —se aplica
también en casos de transgresión de particulares con la obligación o facul-
tad de accionar—, la acción de amparo es un medio para acceder a los tri-
bunales con el objetivo de protegerlos, haciendo efectivo el cumplimiento
de una ley o acto administrativo, procedimiento que debe estar investido
de celeridad y sencillez, en consonancia con el artículo 25.1 de la Conven-
ción Americana de los Derechos Humanos1.
Es importante destacar que los tribunales deben garantizar los dere-
chos fundamentales a través de los recursos y acciones ordinarios estable-
cidos en el marco normativo que regula lo civil, comercial, laboral, penal
y administrativo. El juez de la acción de amparo tiene la responsabilidad
de controlar las arbitrariedades de los demás poderes del Estado, y de las
derivadas de las actuaciones de los demás individuos, ofreciendo así a los
ciudadanos una protección jurisdiccional denominada amparo judicial.
Existe un conjunto de garantías que sirven de vía para proteger y ga-
rantizar efectivamente los derechos del justiciable, no importa su naturale-
za. La protección jurisdiccional del debido proceso es un acto de continen-
cia. El Tribunal Constitucional, como órgano extrapoder debe garantizar

1 Artículo 25 de la Convención Americana de los Derechos Humanos.

836
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

la supremacía de la Constitución, la defensa constitucional y la protección


de los derechos fundamentales, de conformidad con el artículo 184 de la
Constitución. Es en ese orden de ideas que el Tribunal Constitucional debe
tutelar el cumplimiento de la acción y garantizar que esos derechos fun-
damentales sean protegidos de forma efectiva y oportuna. Cabe destacar
que las decisiones del Tribunal Constitucional son definitivas e irrevocable
y constituyen un precedente vinculante para los poderes públicos, lo cual
afianza la seguridad jurídica.
La sustentación de la acción constitucional de amparo está consagra-
da en la Convención Americana sobre Derechos Humanos; al igual que
la garantía del debido proceso, no solo es un conjunto de garantías, sino
también un mecanismo de protección de los derechos fundamentales. En
ese sentido, cabe resaltar que cuando este derecho es conculcado se abre
la vía del amparo constitucional para el justiciable, el cual constituye la vía
más expedita y sencilla, de acuerdo al artículo 25.1 de la Convención Ame-
ricana sobre Derechos Humanos, para proteger efectivamente los derechos.
La acción de amparo le da validez al derecho como garantía funda-
mental. Así las cosas, el proceso es instrumento del derecho y no vicever-
sa; como no hay derecho sin acción ni acción sin derecho, cada vez que
la Constitución consagra un derecho hay que presuponer, si no se quiere
adscribir a una concepción descriptiva de la Constitución, que existe una
garantía procesal de ese derecho.
En referencia a los derechos fundamentales, Landa indica lo siguiente:

En efecto, los derechos fundamentales son valiosos en la medida


que cuentan con garantías procesales, que permiten accionarlos
no sólo ante los tribunales, sino también ante la administración e
incluso entre los particulares y las cámaras parlamentarias2.

En este contexto la acción de amparo desempeña un papel fundamen-


tal, ya que se extiende al control de la autoridad administrativa.
En ese sentido, se requiere de una estructura organizada, fundamenta-
da en el debido proceso y las garantías constitucionales, que favorezca las

2 LANDA, César. “Derecho fundamental al debido proceso y a la tutela jurisdiccional” en Pensamiento


Constitucional. Año VIII, núm. 8, p. 2.

837
Manuel A. Ramírez Suzaña

condiciones para que sean efectivos los instrumentos dirigidos a tutelar los
derechos de aquellos que los reclaman.
La Ley núm. 137-11, orgánica del Tribunal Constitucional y de los
Procedimientos Constitucionales —la cual tiene como objetivo asegurar
el efectivo respeto y salvaguarda de los derechos fundamentales estable-
ciendo mecanismos jurisdiccionales que garanticen la coherencia de las
acciones de protección de derecho— regula la acción de amparo para ha-
cerla compatible con el ordenamiento constitucional y, por consiguiente,
más efectiva. En su capítulo 6.º, sección uno, prescribe la admisibilidad y
legitimación para la interposición de la acción de amparo y señala en el ar-
tículo 65 los actos impugnable para que dicha acción sea admisible contra
todo acto u omisión de autoridad pública o de cualquier particular que en
forma actual o inminente y con arbitrariedad o ilegalidad manifiesta, le-
sione restrinja, altere o amenace los derechos fundamentales consagrados
en la Constitución, con excepción de los derechos protegidos con el habeas
corpus y el habeas data, esto último para dar mayor garantía a la persona
accionante en cumplimiento del principio de especialidad.
Un aspecto importante que debemos destacar es la gratuidad de la
acción consagrada en el artículo 66 de la mencionada ley, además de que
el proceso es libre de costas, así como de toda carga de impuestos, con-
tribución o taza, y no habrá lugar a prestación de fianza del extranjero
transeúnte. Con esto se garantiza un real y efectivo acceso a dicha acción
por parte de las personas accionantes. También es un elemento a destacar
la apertura que contempla la ley en su artículo 67 para la interposición
de la acción de amparo, que confiere de calidades a toda persona física o
moral, sin distinción de ninguna especie para reclamar la protección de sus
derechos fundamentales.
Cuando se trata de la salvaguarda de los derechos de las personas y
los intereses colectivos y difusos, el artículo 68 le da calidad al defensor
del pueblo para accionar en acción de amparo, al igual que a todas las
personas físicas o morales, de acuerdo al artículo 69, siempre y cuando se
afecten estos derechos. Cabe destacar la tutela de los derechos e intereses
colectivos y difusos que se visibiliza en dicho artículo, lo cual es relevante
para protección de derechos medioambientales y otros derechos que re-
quieren una protección efectiva por parte del Estado.

838
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

En relación al artículo 70 de la Ley 131-11, este regula las circunstan-


cias en que puede producirse la inadmisibilidad por estar de una u otra
forma limitado el accionar del juez de amparo. Esto es así porque la garan-
tía del acceso debe ser general, y sobre todo cuando existe un plazo —en
este caso de 60 días— o cuando resulte notoriamente improcedente, esta
última condición cae en el ámbito de la subjetividad, lo que resulta incon-
cebible para el ejercicio de una acción que debe ser rápida y sencilla. En
ese sentido, la inadmisibilidad de la acción de amparo se convierte en un
obstáculo para la garantía constitucional del acceso a la justicia oportuna,
cuestión esta que debe replantearse a partir del contenido del artículo 72
de la Constitución y propiciar la acción de amparo como una vía asequible
a todas las personas de forma independiente; existiría así una verdadera
garantía de los derechos de las personas.
Es oportuno resaltar que el artículo 70 de la Ley núm. 137-11 esta-
blece en sus numerales 1, 2 y 3 la inadmisibilidad de esta acción en los
siguientes casos:

A) Cuando existan otras vías judiciales que permitan de manera


efectiva obtener protección del derecho fundamental invocado; B)
Cuando la reclamación no hubiese sido presentada dentro de los
sesenta días que siguen a la fecha en que el agraviado ha tenido
conocimiento del acto u omisión que le ha conculcado un derecho
fundamental; C) Cuando la petición de acción de amparo resul-
te notoriamente improcedente. La rigurosidad de esta disposición
resulta ser una limitante para la acción de amparo, si tomamos
en cuenta que ha de priorizarse el acceso como garantía de los
derechos de las personas, priorizando la justicia oportuna, razones
por las cuales cuando se hace resaltar estas condiciones de inad-
misibilidad y plazos se burocratiza dicha acción y se constriñe el
acceso lo cual ha sido una constante en nuestra doctrina, que debe
subsanarse para no desnaturalizar la esencia de dicha acción que
esta transversalisada por la ausencia de formalismo, a fin de forta-
lecerlo como mecanismo especial de tutela.

839
Manuel A. Ramírez Suzaña

El Tribunal Constitucional, en apego al principio de legalidad, en su


sentencia TC/0634/19, emitió una decisión referente a la inadmisibilidad
de la acción de amparo conforme al contenido del artículo 70.1 de la Ley
núm. 131-11:

Lo anterior se traduciría en un desconocimiento del artículo 69 de


la Constitución, en el cual se consagran las garantías del debido
proceso. En aras de remediar esta situación se impone que el pre-
cedente desarrollado en la Sentencia TC/0358/17 sea modificado,
en lo que concierne, de manera específica, a su aplicación tempo-
ral. En este orden, la interrupción civil operará en todos los casos
que la acción de amparo haya sido declarada inadmisible porque
existe otra vía efectiva, independientemente de la fecha en que la
acción de amparo haya sido incoada;

El TC entendió que existía otra vía judicial abierta para reclamar el


derecho, lo que, como hemos dicho, a nuestro entender atenta contra la
justicia oportuna y, por lo tanto, contra la protección especial efectiva de
los derechos fundamentales.
Otra decisión relevante del Tribunal Constitucional en cuanto al ven-
cimiento del plazo de 60 días o inadmisibilidad por extemporaneidad lo es
la decisión TC/0090/20, en la que declara inadmisible la acción de amparo
interpuesta por haber sido incoada fuera del referido plazo conforme al
artículo 70.2 de la Ley núm. 131-11:

La indicada cronología procesal revela, en consecuencia, que el so-


metimiento de la acción de amparo del referido excabo tuvo lugar
con posterioridad al vencimiento del mencionado plazo de sesenta
(60) días que exige el aludido artículo 70.2 de la Ley núm. 137-
11, sin que [...] el accionante haya reclamado o producido alguna
comunicación que evidenciara alguna diligencia orientada a recla-
mar la solución de la situación que se generó en su perjuicio, que
la misma produjera la interrupción de cualquier tipo de prescrip-
ción[...] (TC/0036/16). Por tanto, en virtud de la argumentación
expuesta, este colegiado procederá a admitir, en cuanto a la forma,

840
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

el recurso de revisión que nos ocupa, al tiempo de revocar la sen-


tencia recurrida y declarar la inadmisión de la acción de amparo
de la especie por extemporánea, con base en lo dispuesto en el
artículo70.2 de la Ley núm. 137-11.

La imposición de un plazo restringe la tutela de los derechos funda-


mentales y por lo tanto limita el acceso a la justicia de aquellas personas
a las que se les han lacerado sus esos derechos, lo que en cierta forma
desnaturaliza la misión esencial de la acción de amparo, que es garantizar
su eficacia.
Enmarcado dentro de lo estipulado en al artículo 70.3 de la misma
Ley sobre notoria improcedencia, el TC establece mediante sentencia TC
0699/16:

Al analizar el proceder de la recurrente desde el momento de la


interposición del amparo hasta la fecha que fue decidido por el
tribunal apoderado, partiendo de que tanto la solicitud de no an-
tecedentes judiciales como la constancia emitida por la Fiscalía
fueron realizadas el veintitrés (23) de septiembre de dos mil ca-
torce (2014), comenzando a correr en esa misma fecha el plazo
de cinco (5) días para dar respuesta a la indicada solicitud, plazo
que concluyó el treinta (30) de septiembre del mismo año, fecha
esta última en que también fue decidida la acción por medio al
auto recurrido, este tribunal ha podido comprobar que la constan-
cia emitida por el Ministerio Público no constituyó una respuesta
negativa de la información solicitada, sino que dicha respuesta es-
tuvo condicionada a un plazo, dentro del cual la recurrente erró-
neamente accionó en amparo sin haberse generado la vulneración
ni amenaza a sus derechos fundamentales, por lo que el carácter
actual o inminente de la alegada vulneración tampoco existió al
momento de interponer la acción sobre lo que es notoriamente
improcedente el TC estableció que al subsanarse la vulneración del
derecho por parte del ministerio público dicha revisión de acción
de amparo carecía de objeto.

841
Manuel A. Ramírez Suzaña

En el caso ocurrente se sigue una línea de interpretación exegética que


más bien no debería de estar enmarcada dentro de la inadmisibilidad, sino
en el rechazo de la acción, lo que indiscutiblemente conllevaría una modi-
ficación de la legislación existente.
En lo concerniente a la competencia para conocer la acción de ampa-
ro, el artículo 72 de la Ley 137-11 lo limita al juez de primera instancia
del lugar donde se haya manifestado el acto u omisión cuestionados, sin
tomar en cuenta a los jueces de paz, lo cual restringe el acceso a dicha
acción, ya que el espíritu de la ley es que el juez que va a tutelar el dere-
cho tenga afinidad. Hay muchos casos en los que la especialidad es propia
del juez de paz. En relación a la recusación del juez apoderado para el
conocimiento de la acción de amparo, consagrada en el artículo 73 a fin
de la celeridad de dicha acción, este debería ser irrecusable, ya que el
plazo de tres días para el conocimiento de esta es contrario a la garantía
de justicia oportuna.
Un aspecto importante es la acción de amparo contra actos y omisiones
administrativas consagrada en el artículo 75, cuya competencia correspon-
de a la jurisdicción contenciosa y administrativa porque marca una aplica-
ción concretizada del derecho administrativo y sobre todo del control de la
Administración por parte de los administrados. Se parte de que el derecho
administrativo como derecho constitucional concretizado es el derecho del
siglo XXI. El procedimiento de la acción de amparo estipulado en el artículo
76, como hemos señalado, no facilita el acceso y contraviene del espíritu
de la Convención Americana de Derechos Humanos de que debe ser una
acción rápida y sencilla, sin burocracia procesal, por lo que la indicación
del órgano jurisdiccional, los datos del accionante, su abogado constituido,
su cita de los actos u omisiones, la indicación clara y precisa del derecho
fundamental, la fecha de la redacción de la instancia, la firma del solicitan-
te de protección o de su mandatario son, afines al principio de escrituración
y contrarias al principio de oralidad, que es el que garantiza de forma con-
creta los derechos fundamentales.
El doctrinario dominicano Eduardo Jorge Prats señala de manera aser-
tiva, en relación a la eficacia de la ejecución de las decisiones de acción de
amparo, un punto a mejorar en nuestro ordenamiento jurídico:

842
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

A un derecho corresponde siempre un proceso y un proceso supo-


ne siempre un derecho. Toda persona tiene derecho a acceder a un
proceso con la finalidad de que el órgano competente se pronuncie
sobre su pretensión y le brinde amparo judicial efectivo. Este am-
paro judicial incluye la posibilidad de dictar medidas necesarias
para garantizar la eficacia o ejecución de las decisiones que se dic-
ten y lograr que estas sean atacadas. En todo caso, debe tratarse
de un amparo adecuado para solucionar o prevenir la vulneración
de derechos. El derecho al proceso, sin embargo, no es el derecho
a cualquier proceso sino el derecho a un debido proceso, a un pro-
ceso justo, con todas las debidas garantías3.

La figura del amparo la estableció por primera vez en nuestro entorno


la honorable Suprema Corte de Justicia, que dio competencia de forma
pretoriana a los juzgados de primera instancia de la jurisdicción civil, lo
que limitaba la garantía del amparo.
El amparo, como mecanismo de garantía, debe dejar atrás los meca-
nismos de burocratización que aún le atan. Esto solo será posible con la
proactividad del juez, que debe ser de atención permanente, para proteger
de forma proactiva y eficaz los derechos de las personas, lo que no ha ocu-
rrido hasta ahora en nuestro entorno; solo así el amparo será una garantía
rápida y sencilla.
Es necesario acotar que, en su artículo 25, numeral 1, la Convención
Americana sobre Derechos Humanos aborda el derecho de las personas
a recurrir ante jueces y tribunales competentes por medio del amparo
contra actos que vulneran sus derechos fundamentales reconocidos por
la Constitución; como hemos señalado anteriormente, dicha acción está
regulada por la Ley 137-11, la cual contempla la garantía de recurrir en
el marco del debido proceso; en nuestro caso, esa prerrogativa se le da al
Tribunal Constitucional.
El amparo es un mecanismo de protección jurisdiccional tanto de de-
rechos fundamentales como para hacer efectiva la judiciabilidad de los
derechos sociales, lo cual se aplica a los casos en que el Estado viola obli-

3 JORGE PRATS, Eduardo. Derecho constitucional: Santo Domingo, Editora Judicial, 2005, vol. II,
pp. 281-282.

843
Manuel A. Ramírez Suzaña

gaciones negativas vinculadas a esos derechos, como son las de daños y


perjuicios. Sobre esto, la doctrina indica lo siguiente:

La actividad positiva del Estado que resulta violatoria de los límites


negativos impuestos por un determinado derecho económico, so-
cial o cultural resulta cuestionable judicialmente y, verificada dicha
vulneración, el juez decidirá privar de valor jurídico a la manifes-
tación viciada de voluntad del Estado, obligándolo a corregirla de
manera de respetar el derecho afectado4.

La acción de amparo garantiza los derechos constitucionales con ex-


cepción de la libertad física y se da no solo contra el Estado, sino también
contra los particulares.
Cuando de forma ilegal o arbitraria una autoridad pública o un parti-
cular accionan vulnerando derechos, aquella persona a quien le son trans-
gredidos puede iniciar una acción de amparo, siempre que no exista otra
vía para hacerlos valer. En ese orden, procede igualmente la acción de
amparo ante la existencia de un derecho reconocido por la Constitución
que esté siendo amenazado o se le impida ejercer, o haya sido alterado en
forma inminente por un acto o una omisión de una autoridad pública o
hasta de un particular. Es importante resaltar que la defensa libertad física
o ambulatoria no está incluida en el amparo, ya que esta es protegida por
el habeas corpus. Además, como se ha señalado anteriormente, para iniciar
la acción de amparo no debe existir otra vía que regule la defensa de los
derechos que se pretende salvaguardar.
Häberle, sobre la finalidad de la acción de amparo de tutelar los de-
rechos fundamentales, expresa lo siguiente: “Los derechos fundamentales
se presentan con su ‘doble carácter’: como derechos subjetivos y como ele-
mentos de un ordenamiento objetivo”5. Esto implica la concepción del ob-
jeto de protección desde diferentes ángulos en virtud de que se vislumbra
el sistema como un todo, incluyente de las normativas que abarcan los

4 ABRAMOVICH, Víctor; COURTIS, Cristian. Los derechos sociales como derechos exigibles: Madrid, Edi-
torial Trotta, 2002, p. 42.
5 HÄBERLE, Peter. “El recurso de Amparo en el sistema germano-federal de jurisdicción constitucio-
nal”, en Domingo García Belaunde y Francisco Fernández Segado (coords.): La jurisdicción constitu-
cional en Iberoamérica: Madrid, Dykinson, 1997, p. 256.

844
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

derechos fundamentales además de los constitucionales, desde una pers-


pectiva internacional.
En el amparo, el juez tiene la facultad de pronunciar astreintes, con lo
que promueve los efectos de un proceso rápido, breve y expedito; por demás,
es un procedimiento libre de costas y no requiere de fianza para su ejecución.
En ese orden de ideas, la aplicación correcta de la acción de amparo
contribuye de manera decisiva a redimensionar el derecho constitucional,
como expresa el doctrinario español Javier Pérez Royo, “sea el derecho de
los derechos”, por lo que no podría hablarse de un real y efectivo derecho
si no existen las garantías para proteger los derechos de las personas. El
amparo es un mecanismo para darle validez y concretizar la aspiración de
las personas accionantes, sobre todo cuando se trata de vulneración de sus
derechos por parte del Estado; esto conlleva que exista una mayor legitimi-
dad de los órganos del Estado porque afianza la democracia participativa.
La legitimidad de los órganos democráticos está sustentada en los me-
canismos de protección de los derechos fundamentales, los cuales se deben
extrapolar de la teoría a la práctica, en lo que incide la proactividad de
los actores del sistema de administración de justicia. Es obvio que el am-
paro, como acción constitucional cimera de protección especial de estos
derechos, desempeña un rol esencial para la tutela de los derechos de las
personas. Esto debe hacerse de una forma expedita, a fin de que prime la
eficacia de la garantía oportuna, para lo cual debe estar presente la volun-
tad de quienes tienen la facultad de su aplicación; solo así se puede hablar
de la justicia como un bien común.

845
COMENTARIO A LOS ARTÍCULOS 73 Y 74

Por Alba Luisa Beard Marcos

Artículo 73.- Nulidad de los actos que subviertan el orden constitucio-


nal. Son nulos de pleno derecho los actos emanados de autoridad usur-
pada, las acciones o decisiones de los poderes públicos, instituciones o
personas que alteren o subviertan el orden constitucional y toda decisión
acordada por requisición de fuerza armada.

Artículo 74.- Principios de reglamentación e interpretación. La interpre-


tación y reglamentación de los derechos y garantías fundamentales, reco-
nocidos en la presente Constitución, se rigen por los principios siguientes:

1) No tienen carácter limitativo y, por consiguiente, no excluyen otros


derechos y garantías de igual naturaleza;
2) Sólo por ley, en los casos permitidos por esta Constitución, podrá regu-
larse el ejercicio de los derechos y garantías fundamentales, respetan-
do su contenido esencial y el principio de razonabilidad;
3) Los tratados, pactos y convenciones relativos a derechos humanos, sus-
critos y ratificados por el Estado dominicano, tienen jerarquía consti-
tucional y son de aplicación directa e inmediata por los tribunales y
demás órganos del Estado;
4) Los poderes públicos interpretan y aplican las normas relativas a los
derechos fundamentales y sus garantías, en el sentido más favorable a
la persona titular de los mismos y, en caso de conflicto entre derechos
fundamentales, procurarán armonizar los bienes e intereses protegidos
por esta Constitución.

847
Alba Luisa Beard Marcos

Comentario

Índice: Introducción. I. Aspectos preliminares: a) orden constitucio-


nal; b) fuerza normativa de la Constitución. II. Nulidad de los actos que
subviertan el orden constitucional. III. De los principios de aplicación e
interpretación de los derechos y garantías fundamentales: a) principio de
interpretación extensiva de los derechos fundamentales; b) principio de
razonabilidad y armonización de derechos humanos; c) reconocimiento del
derecho internacional y del bloque de constitucionalidad; y d) principio in
dubio pro-homine. IV. Reflexiones finales.

Introducción

La Constitución dominicana, como norma fundamental, irradia y dicta


directrices a todo el ordenamiento jurídico; es la fuente común de validez
de todas las normas inferiores a ella, y crea, bajo la construcción kelse-
niana, un único orden. Se encuentra compuesta por un amplio catálogo
de derechos, garantías, libertades y principios fundamentales que, por su
naturaleza, no refieren a una concepción unívoca, sino que requieren de
un análisis diferenciado, pero a la vez integrado que permita valorar su
contenido, sus límites y su apreciación al caso concreto.
En la presente exposición a propósito de los principios y derechos
fundamentales, realizaremos breves comentarios a los artículos 73 y 74
de nuestra carta magna, que abordan la nulidad de los actos que sub-
viertan el orden constitucional, entendiendo la Constitución como norma
fundamental que se impone en jerarquía y fuerza normativa a cualquier
disposición de menor rango dentro del ordenamiento jurídico, y, por otro
lado, tocaremos los principios de reglamentación e interpretación de los
derechos y garantías fundamentales, entendiendo que la regulación y
aplicación adoptada por los poderes públicos en materia de derechos y
garantías fundamentales podrá incidir en su materialización y efectividad
en la realidad social.
En ese sentido, antes de analizar la subversión al orden constitucional
iniciaremos con pinceladas relativas a qué constituye un orden constitucio-
nal, y por qué la Constitución como norma de rango superior determina la

848
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

validez de las normas inferiores a esta, siendo el cometido de la interpreta-


ción hallar el resultado constitucionalmente [correcto]1.

I. ASPECTOS PRELIMINARES

a. Concepto orden constitucional

El concepto de orden constitucional se ha erigido sobre la expresión de


equilibrio que alienta los cambios e inhibe las rupturas, en tanto que solo
hay orden constitucional cuando existen libertades públicas, equidad social,
responsabilidad en el desempeño de las funciones públicas y garantías para
la defensa eficaz de los derechos subjetivos2. Busca que el ordenamiento no
solo sea formal, sino que se encuentre dotado de eficacia material.
Para ello, este orden debe corresponderse a un sistema de normas fun-
damentadas en objetivos comunes que permitan la adherencia y coheren-
cia entre ellas, de suerte que las cuestiones puedan ser resueltas mediante
la aplicación de una disposición jurídica, y no así que su criterio sea de tal
heterogeneidad, que su aplicación resulte materialmente imposible.
Señala Valadés3 que un sistema normativo debe contar con una base
identificable, razonable, inteligible, válida y positiva, a la que se le suele
llamar norma fundamental (en nuestro caso, Constitución); reconocida
por su jerarquía, emanada de la voluntad popular y referente común de
los procedimientos, y cuyas disposiciones sean de imperativa observancia
y cumplimiento.
Por ende, la Constitución no puede ser concebida como un catálogo,
sino que debe responder a la fuerza relativa de cada negociación, dimen-
sionando sus efectos en el sistema y permitiendo que sea previsiva y aplica-
ble a las cuestiones puestas en relieve.
De allí que, una vez votada una Constitución —salvo por el proceso de
reforma que ella misma contempla—, esta reviste un carácter “indestructi-
ble” que asegura su supremacía y la protección horizontal de los derechos
fundamentales.

1 HESSE, Konrad. Escritos de derecho constitucional: Madrid, Fundación Coloquio Jurídico Europeo,
2012, capítulo 2, vol. 1, p. 58.
2 VALADÉS, Diego. El orden constitucional: Reformas y rupturas. Obra parte del acervo de la Biblioteca
Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. p. 522. Disponible en https://
archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/6/2734/33.pdf.
3 Ibid., p. 523.

849
Alba Luisa Beard Marcos

Mas aun, la mayoría de las constituciones consagran el principio de


inviolabilidad, cuya fuerza normativa consiste en que nadie tiene derecho
de revocar la Constitución ni desconocer o modificar el orden jurídico y
político que regula, sino con los procedimientos y formalidades que ella
misma permite4.
De acuerdo con Guastini, la constitucionalización de los ordenamien-
tos jurídicos consiste en “un proceso de transformación de un ordenamien-
to al término del cual el ordenamiento en cuestión resulta totalmente ‘im-
pregnado’ por las normas constitucionales”5.
Por esto, la fuerza normativa de dichas normas o dispositivos constitu-
cionales se despliega en la vida social, albergando el conjunto de valores y
principios que logran equilibrar los intereses de diversos sectores sociales.
Desde esta perspectiva, el Estado constitucional se presenta como una su-
peración del Estado de derecho, pues conserva muchos de los elementos
de este, pero, además, involucra nuevos matices que lo hacen más omni-
comprensivo, dado que su derecho constitucional ha pasado a ser más un
derecho de principios que de reglas6.
Este efecto omnicomprensivo viene dado precisamente de que la po-
sición jerárquica superior del texto constitucional conmina, disciplina y
enmarca el lineamiento a seguir para la formación de normas infraconsti-
tucionales, encontrándose su contenido e interpretación condicionado a la
disposición constitucional. Es decir que existe una relación de adecuación y
subordinación entre la Constitución y las normas inferiores que se encuen-
tren en el ordenamiento.
El Estado constitucional se inscribe, entonces, también en el ideal ra-
cionalista del ejercicio limitado del poder y la protección de las personas,
porque sus acciones sobre las propias personas, las relaciones entre ellas y
aquellas que se producen entre los órganos del Estado deberán orientarse
por la interpretación y aplicación de las normas constitucionales, y no por
la arbitrariedad7.
4 MADERO ESTRADA, José Miguel. Inviolabilidad y reformas de las constituciones estatales. Nayarit y su
Constitución. Obra parte del acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones
Jurídicas de la UNAM, 2001, p. 247. Disponible en https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/
libros/1/8/21.pdf.
5 GUASTINI, Riccardo. “La ‘constitucionalización’ del ordenamiento jurídico: el caso italiano”. En M.
Carbonell (coord.). Neoconstitucionalismo(s): Madrid, Trotta, 2009, p. 49.
6 CABO de, C. Contra el consenso. Estudios sobre el Estado constitucional y el constitucionalismo del Esta-
do social: México, UNAM, 1997, p. 304.
7 ALVITES, Elena. “La constitucionalización del ordenamiento jurídico peruano: avances y obstáculos
del proceso”. Derecho no. 80 Lima jun./nov. 2018. Versión en línea, ISSN 2305-2546. Disponible en:

850
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

b. Fuerza normativa de la Constitución

La Constitución, a tales efectos, como norma suprema, tiene vocación


de mantenerse incompleta e inacabada, en virtud de que su función esen-
cial solo puede ser lograda si mantiene un marco abierto de interpretación
que permita su adecuación a la realidad latente, dotándola a su vez de
permanencia.
Dicha permanencia o estabilidad permitirá su eficacia, claridad y cer-
teza, pero indudablemente causará tensiones a medida que se presenten
transformaciones sociales y políticas en el marco del Estado, de donde se
deberá diferenciar la debida interpretación de la producción forzosa del
significado de sus normas por la conjetura inminente. Para esto deberá en-
tenderse que el significado que se le otorgue a cualquier disposición cons-
titucional directamente radiará en las disposiciones de las normas jurídicas
de menor rango.
La Constitución tiene una fuerza activa que hace que todas las demás
leyes e instituciones sean lo que son8. Esta fuerza activa, o normatividad,
se nutre de la evolución y actualización del Estado, y muta para mantener
el equilibrio necesario entre derecho y realidad constitucional; cuando no
es posible dicha mutación, entonces, se habla de la necesidad de reforma
constitucional.
Para ello la normatividad no implica regular todos los supuestos posi-
bles, sino más bien los de mayor relevancia, dejando marcos abiertos para
la aplicación conforme a los lineamientos que la misma Constitución esta-
blece. Al respecto señala Huerta9 que una regulación excesiva de derechos
fundamentales los limita, por lo que se precisa más bien una amplia gama
de significaciones aplicadas a los casos en concreto.
La fuerza normativa se sustenta en la pretensión de vigencia de la
Constitución, que la capacita para adaptarse a las circunstancias y, a la vez,
para regular su propia modificación. Igualmente, la normatividad implica
sujeción, esfera competencial delimitada, proscripción de la arbitrariedad
y una requerida debida motivación de las decisiones.

http://www.scielo.org.pe/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0251-34202018000100010.
8 LASALLE, Ferdinand. ¿Qué es una Constitución?: México, Ediciones Coyoacán, 2009, p. 45.
9 HUERTA, Carla. La fuerza normativa de la Constitución. Tensión entre aplicación y reforma consti-
tucional. Obra parte del acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones
Jurídicas de la UNAM. 2001, p. 44. Disponible en https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/
libros/8/3845/5.pdf.

851
Alba Luisa Beard Marcos

En esa misma línea de ideas, la Sala de lo Constitucional de la Corte


Suprema de Justicia de El Salvador, sobre la fuerza imperante de la Consti-
tución ha establecido lo siguiente:

La fuerza normativa tiene dos manifestaciones muy acentuadas en


la Constitución: por un lado, su fuerza jurídica activa, que significa
la capacidad de las disposiciones constitucionales para intervenir
en el ordenamiento jurídico creando Derecho o modificando el ya
existente; y, por el otro, la fuerza jurídica pasiva, que implica la
capacidad de resistirse a las modificaciones pretendidas por nor-
mas infra constitucionales. De este modo, cualquier expresión de
los órganos constituidos que contradiga el contenido de la Cons-
titución puede ser invalidada, independientemente de su natura-
leza –concreta o abstracta– y de su origen normativo –interno o
externo–, cuando se oponga a los parámetros básicos establecidos
por la comunidad para alcanzar el ideal de convivencia trazado en
la norma fundamental (sentencia de 14-XI-2016, Inc. 67-2014)10.

Así las cosas, la Constitución como norma de normas disciplina las


fuentes del derecho y las subordina en los sentidos siguientes:

… uno formal y otro material o de contenido. El primero consiste


en que la producción de una fuente se haga por los órganos compe-
tentes y por medio del procedimiento que la Constitución determi-
na. El segundo alude a que la Ley Suprema prefigura el contenido
de las normas jurídicas. Entonces, la Constitución prevé una doble
limitante para los órganos encargados de la producción normativa:
éstos sólo pueden producir Derecho de acuerdo con los procedi-
mientos constitucionales establecidos para tal efecto y, además, las
únicas normas que pueden formar parte del ordenamiento jurídi-
co son las que sean compatibles con las normas constitucionales
(sentencia de 30-VI-1999, Inc. 8-96, Sala de lo Constitucional de la
Corte Suprema de Justicia de El Salvador).

10 Sentencia 67-2014 Inconstitucionalidad. Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia,


San Salvador. Disponible en: https://www.jurisprudencia.gob.sv/DocumentosBoveda/D/1/2010-
2019/2016/11/BD3C2.PDF.

852
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

Por consiguiente, la afirmación de la fuerza normativa de la Constitu-


ción se asocia a la idea de la Constitución como fuente de derecho directa-
mente aplicable, que quiere decir que, incluso en aquellos casos en que se
precisa de la actividad legislativa, la Constitución puede ser aplicada como
fuente para determinar la correspondiente omisión y activar los mecanis-
mos de control asociados11.
De manera que todo acto contrario a la Constitución es pasible de ser
anulable o nulo de pleno derecho.

II. NULIDAD DE LOS ACTOS QUE SUBVIERTAN EL ORDEN


CONSTITUCIONAL

La subversión al orden constitucional implica una subordinación, un


deber de observancia a la norma superior, so pena del efecto anulador que
atañe a cualquier disposición que le contravenga.
Sirve de complemento al principio de supremacía de la Constitución, el
cual coloca al pacto fundamental en la cúspide del ordenamiento jurídico,
en una relación jerárquica en la que cada regla guarda un orden de pre-
lación, siguiéndole en orden aquellas normas jurídicas que, según el valor
que se les haya otorgado, poseen un rango gradualmente menor12.
Este principio de supremacía consagrado en el artículo 6 de nuestra
carta magna dispone:

Todas las personas y los órganos que ejercen potestades públicas


están sujetos a la Constitución, norma suprema y fundamento del
ordenamiento jurídico del Estado. Son nulos de pleno derecho
toda ley, decreto, resolución, reglamento o acto contrarios a esta
Constitución.

Esta disposición ordena a los poderes públicos a observar lo precep-


tuado por la Constitución, y limita el ejercicio de su poder y condiciona la
validez de sus actuaciones a su conformidad o no con la Constitución.

11 ALDUNATE LIZANA, Eduardo. “La fuerza normativa de la constitución y el sistema de fuen-


tes del derecho”. Revista de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
XXXII (Valparaíso, Chile, 1er. semestre de 2009) [pp. 443 - 484]. Versión en línea ISSN 0718-6851.
Disponible en https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?pid=S0718-68512009000100013&script=sci_ar-
ttext.
12 GUASTINI, Riccardo. Distinguiendo: Barcelona, Gedisa, 1999, p. 376.

853
Alba Luisa Beard Marcos

Así las cosas, el artículo 73 de la Constitución refuerza dicho mandato


y asienta de manera expresa la subversión al orden constitucional cuando
manifiesta que son “nulos de pleno derecho los actos emanados de auto-
ridad usurpada, las acciones o decisiones de los poderes públicos, institu-
ciones o personas que alteren o subviertan el orden constitucional y toda
decisión acordada por requisición de fuerza armada”.
Esto significa que de la “norma fundamente emana la validez de todo
acto jurídico y, por consecuencia, existe una adecuación connatural —for-
malmente hablando— de dichos actos hacia ella, ya que estos se encuentran
vigentes como consecuencia de los principios de validez […], de lo contra-
rio, cualquier norma jurídica que no cumpla con las formalidades previstas
a nivel constitucional para su creación será considerada como inválida”13.
Por ende, la constitucionalidad de cualquier acto debe ser evaluada
tanto en el sentido material como formal, formal en cuanto al procedimien-
to de elaboración que incluye la competencia del órgano emisor a tal fin,
y el aspecto material, que va ligado a su contenido, valorando principios,
garantías y derechos.
La subversión, por igual, se encuentra asentada por la Ley 137-11, Or-
gánica del Tribunal Constitucional y de los Procedimientos Constituciona-
les, en su artículo 7 numeral 7, que dispone el principio de inconvalibili-
dad, en el sentido de que “la infracción de los valores, principios y reglas
constitucionales está sancionada con la nulidad y se prohíbe su subsana-
ción o convalidación”.
De esta forma, la nulidad de los actos contrarios a la Constitución o
subversión al orden constitucional, parte de esta idea14:

Si se acepta que hay lugar para la existencia de normas que no pro-


cedan de los parámetros establecidos constitucionalmente para la
validez de las normas jurídicas, conceptualizar jerárquicamente a
la Constitución como fuente “suprema” única, es un tanto incierto,
pues debilita de forma directa su eficacia.
Al permitir la coexistencia de normas que no proceden integral-
mente de la norma suprema se rompe la idea del sistema jerárquico

13 DEL ROSARIO-RODRÍGUEZ, Marcos Francisco. La supremacía constitucional: naturaleza y alcances.


Díkaion, ISSN 0120-8942, Año 25 - vol. 20, núm. 1 - 97-117 - Chía, Colombia - junio 2011, p. 104.
14 Ibid.

854
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

superior, pues el solo hecho de que existan normas que se apliquen


dentro del sistema jurídico sin haber surgido del proceso formal de
creación, demuestra que la Constitución no se erige como fuente
absoluta y única de validez, sino que la unidad y coherencia del
sistema se integra a partir de las normas externas que son recono-
cidas como válidas al ser aplicadas por las autoridades15.

La efectiva garantía de la supremacía de la Constitución es que los


actos que colidan con la Constitución son, en efecto, nulos, y como tales
tienen que ser considerados por los tribunales, los cuales son, precisamen-
te, los órganos estatales llamados a aplicar las leyes16.
La declaración como nulo de un acto estatal significa considerar que
jurídicamente no existe, porque es irregular, en el sentido de que no se co-
rresponde con las condiciones establecidas para su emisión por una norma
de rango superior. Esto fue lo que Hans Kelsen denominó la “garantía obje-
tiva de la Constitución”17, que sugiere que un acto nulo no produce efectos,
salvo en los casos en que se trate de aspectos corregibles, para los cuales
entonces se habla de anulabilidad.
De allí se pudiera entender que, al considerar la Constitución suprema, y
todo acto contrario nulo de pleno derecho, cualquier autoridad o particular
podrían declarar de facto la nulidad de la disposición. No obstante, el cons-
tituyente y el legislador han desarrollado mecanismos propios para ello, de
forma que la nulidad de la norma sea guiada por el debido proceso, y no por
un acto meramente apreciativo de la autoridad o el particular en concreto.
Consecuentemente, retener los supuestos de nulidad o verificar infrac-
ciones en casos concretos, además de un procedimiento o una vía recursiva
preestablecida, requiere de un estudio minucioso de los derechos y garan-
tías invocados, toda vez que de su alcance, delimitación o interpretación
se deriva 1) la solución al conflicto dado; 2) la producción de un cambio
normativo; o 3) se mantiene el statu quo, comprobada la conformidad con
la Constitución.
15 PRIETO SANCHÍS, Luis. Apuntes de teoría del derecho, 2.ª ed.: Madrid, Editorial Trotta, 2007, p. 119.
16 BREWER CARIAS, Allan R. Tratado de derecho constitucional, tomo XII: Justicia constitucional: Fun-
dación de Derecho Público. Editorial Jurídica Venezolana, 2017, p. 411. Disponible en https://
allanbrewercarias.com/wp-content/uploads/2017/01/BREWER-TRATADO-DE-DC-TOMO-XII-
9789803652975-txt.pdf.
17 KELSEN, Hans. “La garantie juridictionnelle de la Constitution (La Justice constitutionnelle)”, Revue
du Droit Public et de la Science Politique en France et á l’étranger, Paris, vol. XLV, 1928, p. 214, citado
por BREWER CARIAS, ob. cit., p. 412.

855
Alba Luisa Beard Marcos

A estos fines, la misma Constitución contempla una serie reglas para la


regulación e interpretación de los derechos fundamentales, que estaremos
abordando en nuestro segundo eje.

III. DE LOS PRINCIPIOS DE APLICACIÓN E INTERPRETACIÓN DE LOS


DERECHOS Y GARANTÍAS FUNDAMENTALES

Como habíamos mencionado anteriormente, la protección y garantía


de los derechos fundamentales constituye uno de los pilares del Estado
social democrático y de derecho, en tanto que la Constitución es portadora
del sustrato de valores y principios fundantes de una comunidad política18.
Estos principios y valores no pueden ser aplicados en forma efectiva
ni representar garantía alguna si son analizados desde la taxatividad, es
decir, de la lectura literal del texto que, en muchos casos, no se basta por
sí mismo y que no puede prever todas las situaciones de facto que pueda
suscitar un mismo hecho.
En virtud de ello, la tendencia moderna gira en torno al estudio del
derecho desde su materialización, labor que principalmente es realizada
desde la actividad pretoriana, donde el juez en la administración de jus-
ticia interpreta los valores que se encuentran reconocidos en el sistema
constitucional.
Señala Aguilar Cavallo, profesor de derecho del Centro de Estudios
Constitucionales de Chile, que desde la perspectiva de los derechos de las
personas se han ido desarrollando varios principios de interpretación pro-
pios de los derechos fundamentales, y estos se aplicarían con independen-
cia de si se encuentran reconocidos en un texto legal, en un texto cons-
titucional o en uno convencional19. De allí que se conciba la regla de la
autonomía de los principios de interpretación de derechos.
Dicha regla de autonomía deriva de la trascendencia adquirida por los
diferentes criterios de interpretación existentes de los derechos fundamen-
tales, que los sitúan en una categoría superior dentro del ordenamiento ju-

18 ARIAS RUELAS, Salvador Felipe. “La reforma constitucional de derechos humanos y la transversaliza-
ción de los derechos”, Revista IUS, año V, núm. 28, julio-diciembre de 2011, pp. 68-84, especialmente,
p. 70.
19 AGUILAR CAVALLO, Gonzalo. “Principios de interpretación de los derechos fundamentales a la luz
de la jurisprudencia chilena e internacional”. Bol. Mex. Der. Comp. vol.49 no.146 Ciudad de Méxi-
co may./ago. 2016. Versión en línea, ISSN 2448-4873; versión impresa, ISSN 0041-8633. Disponible en
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0041-86332016000200013#fn10.

856
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

rídico; son normas básicas materiales y transversales a cualquier accionar,


por constituirse en disposiciones abiertas, abstractas, generales y de alto
contenido valorativo.
Peces Barba, citado por Carpio Marcos, indica al respecto que los dere-
chos fundamentales aparecen normalmente enumerados en las constitucio-
nes sin que se especifique cuál es su significado concreto20, de manera que,
para dotar de significado a dichas figuras, la interpretación, es sin duda,
la clave21. Aclara que la interpretación debe ser cautelosa, porque de ella
podrían sobrevenir otros problemas jurídicos derivados de los alcances y
límites a los cuales se quiere someter los derechos esenciales.
Puede decirse que la interpretación jurídica de los derechos fundamen-
tales es, principalmente, la “interpretación judicial de los derechos funda-
mentales”22, que no es más que:

… una actividad basada en valores, cuyo objetivo es presentar el


objeto interpretado bajo su mejor ángulo; es decir, desarrollar al
máximo los valores propios de su género. La actividad interpre-
tativa implica llevar a cabo un proceso reconstructivo de los ma-
teriales jurídicos en el cual se establezcan los valores y objetivos
perseguidos por ese Derecho y se determine qué interpretación los
desarrolla en mayor medida (…)23.

O lo que es igual, en un sentido metodológico, “interpretar las normas


jurídicas significa desentrañar su verdadero sentido y alcance. La interpre-
tación constituye una tarea técnica que tiende a investigar la inteligencia
que debe darse en una norma, determinando su campo de aplicación24”.
Para la interpretación el Tribunal Constitucional tendrá posición hege-
mónica y privilegiada como órgano jurisdiccional supremo, máximo intér-
prete de la Constitución y guardián último de los derechos fundamentales.

20 CARPIOS MARCOS, Edgar. “La interpretación de los derechos fundamentales”. Pontificia Universidad
Católica del Perú. Derecho PUCP, núm. 56 (2003), p. 466. Disponible en http://revistas.pucp.edu.pe/
index.php/derechopucp/article/view/10587.
21 RUBIO LLORENTE, Francisco. La forma del poder: Madrid, CEPC, 1997, p. 466.
22 Ibid., p. 455.
23 LIFANTE VIDAL, Isabel. “La interpretación jurídica y el paradigma constitucionalista”, Anuario de
Filosofía del Derecho, núm. 25, 2008-2009, p. 277.
24 MOUCHET, Carlos y ZORRAQUIN BECU, RICARDO, Introducción al derecho: 12.ª ed.: Buenos Aires,
Abeledo Perrot, 1987, p. 250.

857
Alba Luisa Beard Marcos

Así las cosas, el Tribunal Constitucional o cualquier juez que pretenda


proteger los derechos fundamentales deberán proceder “en su actuación
interpretadora a una definición de su contenido, resolviendo los conflictos
que su observancia pueda implicar en cada caso concreto”25.
Para el caso particular, Peces-Barba indica que los derechos fundamen-
tales son de particular interpretación, ya que poseen rasgos distintivos que
hacen que su interpretación se realice de forma diferente a cualquier otra
norma jurídica. Se tiene por una parte el lenguaje utilizado al constitucio-
nalizarlos, y por otra, una fuerte carga emotiva que condiciona e influye su
interpretación.
El artículo 74 de la Constitución dominicana establece los principios de
reglamentación e interpretación de los derechos y garantías fundamentales
según los supuestos siguientes:

La interpretación y reglamentación de los derechos y garantías fun-


damentales, reconocidos en la presente Constitución, se rigen por los
principios siguientes:
1) No tienen carácter limitativo y, por consiguiente, no excluyen otros
derechos y garantías de igual naturaleza;
2) Sólo por ley, en los casos permitidos por esta Constitución, podrá
regularse el ejercicio de los derechos y garantías fundamentales,
respetando su contenido esencial y el principio de razonabilidad;
3) Los tratados, pactos y convenciones relativos a derechos humanos,
suscritos y ratificados por el Estado dominicano, tienen jerarquía
constitucional y son de aplicación directa e inmediata por los tri-
bunales y demás órganos del Estado;
4) Los poderes públicos interpretan y aplican las normas relativas a
los derechos fundamentales y sus garantías, en el sentido más fa-
vorable a la persona titular de los mismos y, en caso de conflicto
entre derechos fundamentales, procurarán armonizar los bienes e
intereses protegidos por esta Constitución.

En virtud de lo anterior, podemos colegir la presencia de cuatro prin-


cipios básicos de interpretación en nuestra norma suprema, a saber: 1)

25 SOLAZÁBAL ECHAVARRÍA, Juan José. “Los derechos fundamentales en la Constitución española”,


Revista de Estudios Políticos, núm. 105, Madrid, 1999, p. 27.

858
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

principio de interpretación expansiva de los derechos fundamentales


(art.74.1); 2) principio de razonabilidad y armonización de los derechos
humanos (ponderación de derechos) (art.74.2); 3) reconocimiento del de-
recho internacional-bloque constitucionalidad (art.74.3); y 4) principio in
dubio pro-homine (art.74.4), los cuales desarrollaremos en lo adelante.

a) Principio de interpretación expansiva de los derechos fundamen-


tales (art. 74.1 CD):

1) No tienen carácter limitativo y, por consiguiente, no excluyen otros


derechos y garantías de igual naturaleza;

El principio de fuerza o interpretación expansiva de los derechos fun-


damentales supone que todas aquellas normas que constituyan un límite a
tales derechos deben ser interpretadas de forma restrictiva en cuanto a los
derechos que se encuentran reconocidos o enumerados.
Por igual, la fuerza expansiva busca desarrollar un catálogo de dere-
chos insertos en derechos reconocidos, pero que por la fluctuación o cam-
bios de los tiempos no eran taxativos pero por igual requieren de valor y
protección. A esta categoría se le llama derechos no enumerados o dere-
chos implícitos.
El numeral 1 antes citado es claro cuando establece que “no tienen ca-
rácter limitativo y, por consiguiente, no excluyen otros derechos y garantías
de igual naturaleza”, desprendiéndose de esta disposición dos particulari-
dades principales: 1) la visualización de los derechos fundamentales desde
un sentido amplio y proteccionista, donde se plantean reglas mínimas de
observancia no negociable para su contenido, siendo una obligación para
el operador constitucional velar porque las restricciones o limitaciones al
derecho sean lo más reducidas posibles, es decir, “una tendencia no reduc-
cionista”, que deriva en 2) la presencia de una serie de derechos que aún
no se encuentren enumerados en la Constitución pero que merecen igual
reconocimiento y protección.
El artículo 5.º del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Socia-
les y Culturales en su apartado 2, en ese sentido, establece:

859
Alba Luisa Beard Marcos

No podrá admitirse restricción o menoscabo de ninguno de los


derechos humanos fundamentales reconocidos o vigentes en un
país en virtud de leyes, convenciones, reglamentos o costumbres,
a pretexto de que el presente Pacto no los reconoce o los reconoce
en menor grado.

De forma que estos derechos, denominados implícitos o no enumerados


serán “aquellos derechos no expresados clara y determinantemente en una
norma jurídica positiva, sino que se incluyen en ella sin que ésta lo manifieste”.
También se les define como “aquellos atributos fundamentales de la
persona que, al margen de que no se encuentren objetivamente incorpo-
rados en el contenido de la Constitución, su existencia se desprende de
aquellos principios esenciales que el ordenamiento constitucional reconoce
como cláusulas abiertas26”.
Se parte de la idea de que todo derecho comprenderá un bien humano,
y el bien humano una realidad concreta o una necesidad/exigencia inmi-
nente, que podrá variar en el tiempo y que igual requieren de protección,
ya sea por la aparición de nuevos bienes humanos, por la presencia de
nuevas circunstancias sobre necesidades existentes o por la necesidad de
redimensionar bienes humanos ya reconocidos.
En aplicación a este principio, el Tribunal Constitucional dominicano
ha tutelado derechos, garantías y principios fundamentales que no se en-
cuentran de forma expresa en la norma, pero cuyo uso en el caso en con-
creto permite efectivizar otros derechos que sí se encuentran contempla-
dos. Un ejemplo de esto podemos verlo en el precedente TC/0204/13, que
dictamina lo siguiente:

t) Los principios de economía procesal, aunque no se encuentran


señalados expresamente en la Constitución de la República, se en-
cuentran señalados indirectamente en esta, cuando en su artícu-
lo 68, establece: La Constitución garantiza la efectividad de los
derechos fundamentales, a través de los mecanismos de tutela y
protección, que ofrecen a la persona la posibilidad de obtener la

26 SAENZ DÁVALOS, Luis. “La cláusula de los derechos no enumerados y su aplicación en la jurispru-
dencia del Tribunal Constitucional”, Revista Peruana de Jurisprudencia, núm. 13, 2002, p. XXV.

860
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

satisfacción de sus derechos, frente a los sujetos obligados o deu-


dores de los mismos. Los derechos fundamentales vinculan a todos
los poderes públicos, los cuales deben garantizar su efectividad en
los términos establecidos por la presente Constitución y por la Ley
y en el artículo 69.1 de la Carta Magna, cuando establece: Toda
persona, en el ejercicio de sus derechos e intereses legítimos, tiene
derecho a obtener la tutela judicial efectiva, con respeto del debido
proceso que estará conformado por las garantías mínimas que se
establecen a continuación: 1) El derecho a una justicia accesible,
oportuna y gratuita, por lo que, por las razones indicadas el juez de
hábeas data debe conocer la acción de la cual se encuentra apode-
rado sin observar el agotamiento de los recursos administrativos.

De esto se desprende que un derecho implícito se encuentra dotado de


la misma protección y garantías que un derecho expresamente reconocido,
en tanto que procederá su tutela tanto por vía principal como su reconoci-
miento al encontrarse vinculado a otro derecho.
Sumado al principio de interpretación extensiva, este apartado (74.1)
se encuentra ligado al principio de progresividad, en cuanto a que los dere-
chos no pueden disminuir, sino que progresan gradualmente, en tanto que
las interpretaciones dadas a un derecho deben tomar como referencias las
dadas anteriormente, a fin de no ser injustificadamente más restrictivas.
El principio de progresividad sirve como complemento de la interpre-
tación jurídica porque establece un estándar de interpretación y al mismo
tiempo es un límite competencial del intérprete27.
Es decir que, por un lado, establece un estándar mínimo de protección,
y, por el otro lado, y una vez determinado el alcance, manda a una amplia-
ción del contenido mínimo. Entonces la ampliación de los derechos consti-
tucionales por vía jurisprudencial o por normativas infraconstitucionales no
puede ser disminuida por actos posteriores en aplicación de este principio.
Esta combinación de principios, en consecuencia, justifica la tutela de
derechos que no estén taxativamente reconocidos.

27 MANCILLA CASTRO, Roberto Gustavo. “El principio de progresividad en el ordenamiento constitu-


cional mexicano”. Cuest. Const.  núm. 33 Ciudad de México jul./dic. 2015. Fecha de dictamen: 20 de
marzo de 2015. Versión en línea disponible en http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_art-
text&pid=S1405-91932015000200004.

861
Alba Luisa Beard Marcos

b) Principio de razonabilidad y armonización de los derechos huma-


nos (ponderación de derechos) (art.74.2):

2) Sólo por ley, en los casos permitidos por esta Constitución, podrá
regularse el ejercicio de los derechos y garantías fundamentales,
respetando su contenido esencial y el principio de razonabilidad;

Continúa la glosa del artículo 74, con las disposiciones de su numeral


2, que hacen reconocimiento al denominado principio de razonabilidad.
El principio de razonabilidad haya su origen en el derecho anglosajón y se
vincula con el denominado due process of law, o debido proceso de ley, que
refiere principalmente a que, para que sean considerados válidos los actos
de los poderes públicos, deben observarse ciertas reglas y procedimientos.
Alude el Tribunal Constitucional de Bolivia mediante precedente SC
1846/2004-R lo siguiente:

FJ. III.7.1. Ahora bien, respecto al principio de razonabilidad, debe


entenderse el mismo, como la facultad de los órganos jurisdiccio-
nales, de limitar el ejercicio del poder del Estado frente a los admi-
nistrados, esto es, que, cuando exista una norma que únicamente
mande o prohíba de acuerdo su reglas y mecanismos instituidos
por ella misma, en aplicación del principio de razonabilidad, de-
berá cuidarse que dicha norma sea constitucional; es decir, que
respete el valor justicia, reconocido, entre otros, en el art. 8.II de
la CPE, lo cual permite que dicho principio se constituya en la base
del proceso sustantivo; en ese sentido, cuando el principio de ra-
zonabilidad es vulnerado, se entiende la existencia de lesión al
debido proceso (…); pues como, se expuso precedentemente, la
razonabilidad, emana de la norma y se constituye en el límite de la
actuación de los poderes públicos, cuando éstos con sus decisiones
y/o acciones, afectan directa o indirectamente derechos y garan-
tías constitucionales contenidas y reconocidas por la Constitución
Política del Estado.

862
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

Señala el doctrinario argentino Miguel M. Padilla28, en su obra Leccio-


nes sobre derechos humanos y garantías, que los derechos se limitan como
única manera de poder vivir en sociedad y las restricciones que dispongan
en cuanto a su goce no deben exceder de lo indispensable para ese fin, esto
es, hacer compatible la libertad de cada uno con la de los demás.
La norma debe ser justa en su aspecto material y formal; debe desarro-
llarse sobre la base de un fin social sin destruir ningún derecho amparado
en la Constitución y las leyes, y el medio utilizado para lograr tal fin debe
corresponderse con el resultado menos gravoso. Los medios deben tener
una razonable adecuación con ellos.
La razonabilidad, según Juan Francisco Linares29, es la adecuación de
sentido en que se deben encontrar todos los elementos de la acción para
crear derecho: los motivos (circunstancias del caso), los fines, el sentido
común jurídico (el plexo de valores que lo integran) y los medios (aptos
para conseguir los fines propuestos).
En el derecho alemán este principio es conocido como faires verfahren
o derecho a un procedimiento honesto y justo, el cual exige que los pro-
cesos jurisdiccionales se encuentren erigidos en la justicia y la equidad,
presuponiendo la existencia de la garantía del juez natural, derecho al con-
tradictorio, publicidad, presunción de inocencia, entre otros.
Dicha doctrina analiza la razonabilidad en atención a criterios como
estos: 1) adecuación: conformidad entre medios y fines; 2) necesidad: el
medio debe alcanzar el objetivo buscado con la menor restricción posible;
3) proporcionalidad en sentido estricto: los fines de la norma deben ser le-
gítimos y tener correspondencia entre lo restringido y lo que se busca lograr.
Lo arbitrario es inconstitucional. Por esto, una de las figuras principales
en que se ve reflejada la aplicación directa de este principio es en la acción
de amparo, puesto que es a través de esta vía que quien sea vulnerado o
esté en peligro de conculcación podrá acudir en justicia de forma expedita,
para precisamente lograr la tutela contra los actos arbitrarios o ilegales de
las autoridades.
Diversos tratados lo contemplan, pero, en resumidas cuentas, haremos
acopio de algunas de las disposiciones principales sobre este aspecto. En

28 PADILLA, Miguel. Lecciones sobre derechos humanos y garantías: Buenos Aires, Abeledo Perrot, vol. II,
1996.
29 LINARES, Juan Francisco. Razonabilidad de las leyes, 2.ª ed.: Buenos Aires, Astrea, 2002.

863
Alba Luisa Beard Marcos

la Declaración Universal de Derechos Humanos, artículo 9, se refleja que


“nadie podrá ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado”, y en su
artículo 15.2 “a nadie se privará arbitrariamente de su nacionalidad ni del
derecho a cambiar de nacionalidad”.
Por su parte, en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos,
artículo 9.1 expresa que “todo individuo tiene derecho a la libertad y a la
seguridad personal. Nadie podrá ser sometido a detención o prisión arbi-
trarias. Nadie podrá ser privado de su libertad, salvo por las causas fijadas
por ley y con arreglo al procedimiento establecido en ésta”.
Así como disposiciones que se replican en innumerables artículos de
nuestro pacto fundamental:

Artículo 40.- Derecho a la libertad y seguridad personal. Toda per-


sona tiene derecho a la libertad y seguridad personal. Por lo tanto:
1) Nadie podrá ser reducido a prisión o cohibido de su libertad
sin orden motivada y escrita de juez competente, salvo el caso de
flagrante delito […].
Artículo 71.- Acción de hábeas corpus. Toda persona privada de
su libertad o amenazada de serlo, de manera ilegal, arbitraria o
irrazonable, tiene derecho a una acción de hábeas corpus ante un
juez o tribunal competente, por sí misma o por quien actúe en su
nombre, de conformidad con la ley, para que conozca y decida, de
forma sencilla, efectiva, rápida y sumaria, la legalidad de la priva-
ción o amenaza de su libertad.
Artículo 72. […] Párrafo: Los actos adoptados durante los Esta-
dos de Excepción que vulneren derechos protegidos que afecten
irrazonablemente derechos suspendidos están sujetos a la acción
de amparo.

Con relación al principio de razonabilidad, el Tribunal Constitucional


dominicano, en semejantes términos que la doctrina estadounidense y ale-
mana estableció criterios para evaluar si una norma es considerada razo-
nable o no, a partir del denominado “test de razonabilidad”, el cual supone
el análisis del fin buscado, el análisis del medio empleado y, finalmente, el
análisis de la relación entre el medio y el fin30.
30 Véase sentencia TC/0044/12, del 21 de septiembre de 2012.

864
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

Por consiguiente, el fin no justifica los medios, sino que los medios de-
ben ser proporcionales al fin —o más bien ajustados al objetivo—, de forma
que el derecho fundamental limitado no se vea afectado desde el punto de
vista de su contenido esencial.
A su vez, la proporcionalidad es un principio consustancial de la razo-
nabilidad, ya que exige un juicio de valoración o ponderación de la necesi-
dad e idoneidad de la medida tomada, según la consideración de que esta
—la medida— sea lo menos restrictiva posible.
El Tribunal Constitucional Federal alemán (TCF) inicia el abordaje de
los criterios de la proporcionalidad de la norma en la conocida sentencia
del caso Apothekenurteil31 (del 11 de junio de 1958), criterios estos que
han sido asumidos por la jurisprudencia constitucional a nivel internacio-
nal, que son los siguientes32:

· Debe perseguir una finalidad legítima.

· Debe ser adecuada o idónea para la promoción (no necesariamente


la realización) de dicho objetivo legítimo (geeignetheit o
adecuación).

· Debe ser necesaria, y entre varias alternativas de intervención debe


preferirse la que afecte menos los derechos involucrados (mínimo
de intervención).

31 Sentencia Apothekenurteil (11 de junio de 1958) del Tribunal Constitucional Federal Alemán. En este
caso un farmacéutico interpuso un recurso de queja contra una decisión del gobierno de Alta Baviera,
Alemania, la cual negaba la apertura de nuevas farmacias, en atención al art. 3.1 de una ley de 1952
sobre regulación de farmacias, que establecía para la apertura de nuevas farmacias, exigencias de
calificación del solicitante en cuanto a condiciones económicas, y competencia comercial con otros
establecimientos. El accionante alegaba violación a la libertad de empresa y libertad profesional. El
gobierno estimaba que el interés público no requería de otra farmacia. El Tribunal Constitucional, al
respecto, declaró la norma inconstitucional por no ser proporcional, y estableció que cuanto mayor
sea la afectación individual mayor debería ser el interés público que lo justifique.
32 Sentencia Apothekenurteil (11 de junio de 1958) del Tribunal Constitucional Federal Alemán, co-
mentada por Rainer Arnold, José Ignacio Martínez Estay y Francisco Zúñiga Urbina. “El principio de
proporcionalidad en la jurisprudencia del Tribunal Constitucional”. Estudios Constitucionales, año 10,
núm. 1, 2012, pp. 65-116. ISSN 0718-0195, Centro de Estudios Constitucionales de Chile, Univer-
sidad de Talca. Versión en línea, ISSN 0718-5200. Disponible en https://www.scielo.cl/scielo.php?s-
cript=sci_arttext&pid=S0718-52002012000100003#n2.

865
Alba Luisa Beard Marcos

· Debe ser proporcional en sentido estricto, es decir, la gravedad


de la intervención ha de ser la adecuada al objetivo de la
intervención. Por tanto, los instrumentos y los medios aplicados
deben justificarse en su grado de gravedad: la gravedad de las
intervenciones debe ser proporcional a la urgencia o necesidad de
los objetivos. Si estos no son urgentes o no son muy necesarios,
los instrumentos utilizados deben ser de menor intensidad
(relación zweck-mittel). Este último requisito parece ser el más
importante para la protección de la libertad individual. Conlleva
una ponderación entre el interés del individuo, manifestado en su
derecho fundamental, y el interés público. Esta ponderación debe
tener en cuenta la situación particular del individuo y, desde luego,
no puede suponer la anulación o negación del derecho.

Ahora bien, este examen de proporcionalidad puede acarrear la co-


lisión de derechos, que nos lleva a una segunda necesidad: determinar
cuál derecho habrá de prevalecer en caso de confrontaciones en cada caso
concreto. A dicho proceso se le denomina “ponderación”, que encuentra su
base en que, si bien para toda medida que afecte derechos fundamentales
existirá un principio que lo justifica, en contraste a ello, habrá otro princi-
pio que resulte afectado con dicha medida.
Ponderar supone que “uno de los dos principios tiene que ceder ante el
otro”; analizando su contenido y límites aplicados al caso concreto, “esos
conflictos [...] no se resolverán de ordinario con la afirmación de la preva-
lencia incondicionada o absoluta de alguno sobre los demás; sino del modo
que de mejor forma resulten ambos optimizados”33.
De allí que la ponderación parte de la premisa de que “cuanto mayor
es el grado de la no satisfacción o de afectación de uno de los principios,
tanto mayor debe ser la importancia de la satisfacción del otro”, por cuanto
se mide en abstracto el peso de la disposición al caso conceto y la carga de
argumentación aplicable.

33 RODRÍGUEZ DE SANTIAGO, José María. La ponderación de bienes e intereses en el derecho administra-


tivo: España, Editorial Marcial Pons, 2000, p. 29.

866
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

c) Reconocimiento del derecho internacional-bloque constitucionali-


dad (art. 74.3):

3) Los tratados, pactos y convenciones relativos a derechos humanos,


suscritos y ratificados por el Estado dominicano, tienen jerarquía
constitucional y son de aplicación directa e inmediata por los tri-
bunales y demás órganos del Estado.

Este apartado señala un deber de observancia del derecho internacio-


nal, cuando de derechos humanos se trata; puesto que un tratado o con-
venio internacional tendrá igual jerarquía que la disposición constitucional
interna. Esto es así para garantizar qué aspectos no configurados en la ley
interna pueden ser optimizados en atención a las mejores prácticas a nivel
internacional.
Este principio consagrado en el artículo 26 de nuestra carta magna
cuando dispone que la República Dominicana es un Estado miembro de la
comunidad internacional abierto a la cooperación y apegado a las normas
del derecho internacional.
Así se contempla en los numerales 1, 2, 3 y 4 del antes referido artículo 26:

1. Reconoce y aplica las normas del derecho internacional, general


y americano, en la medida en que sus poderes públicos las hayan
adoptado; 2. Las normas vigentes de convenios internacionales
ratificados regirán en el ámbito interno, una vez publicados de
manera oficial; 3. Las relaciones internacionales de la República
Dominicana se fundamentan y rigen por la afirmación y promoción
de sus valores e intereses nacionales, el respeto a los derechos hu-
manos y al derecho internacional; 4. En igualdad de condiciones
con otros Estados, la República Dominicana acepta un ordenamien-
to jurídico internacional que garantice el respeto de los derechos
fundamentales, la paz, la justicia, y el desarrollo político, social,
económico y cultural de las naciones. Se compromete a actuar en
el plano internacional, regional y nacional de modo compatible
con los intereses nacionales, la convivencia pacífica entre los pue-
blos y los deberes de solidaridad con todas las naciones […].

867
Alba Luisa Beard Marcos

Los tratados sobre derechos humanos, debidamente ratificados por el


Congreso Nacional, adquieren jerarquía constitucional, lo que los dota de un
posicionamiento privilegiado en el ordenamiento jurídico en lo relativo a la
ley, y respecto de la Constitución una posición igual o inmediatamente infe-
rior; este último punto es causa de amplia divergencia dentro de la doctrina.

Por tanto, las disposiciones contenidas en la Constitución, al igual


que las normas que integran el bloque de constitucionalidad —re-
firiéndose a los tratados, pactos y convenios sobre derechos fun-
damentales— constituyen el parámetro de constitucionalidad de
todas las normas, actos y actuaciones producidos y realizados por
todas las personas, instituciones privadas y órganos de los poderes
públicos (TC/0150/13 del 12 de septiembre de 2013).

Sin embargo, y a pesar de que los tratados forman parte del derecho in-
terno y el Estado no podrá invocar la legislación interna como causa de su in-
cumplimiento (sentencia TC/0099/12), un tratado o convenio internacional
que sea contrario a la Constitución debe ser declarado nulo (TC/0230/13):

La defensa de la Constitución supone que las leyes deben ser cón-


sonas con el contenido de la Carta Magna, de tal manera que una
ley, decreto, resolución, tratado o convenio internacional que sea
contraria no debe aplicarse, debiendo ser declarada la nulidad, o
la no aplicación de aquellas que vulneren el texto constitucional,
y declaradas conforme aquellas que no lo contradigan. Es bien sa-
bido que la Constitución es la norma suprema y fundamento del
ordenamiento jurídico del Estado. En ese tenor, se proclama como
principio fundamental del Estado en nuestra Carta Magna, la su-
premacía de la Constitución.

En los términos de nuestro Tribunal Constitucional, la Constitución es


suprema y los tratados o convenios internacionales contrarios a esta de-
berán ser declarados nulos, en la medida en que sus disposiciones sean
contrarias a derechos y garantías reconocidas por ella. Los tratados serán
inaplicables cuando lo dispuesto en ellos sea menos favorable que la legis-

868
La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

lación interna sobre la materia. Ello significa, de manera positiva, que en la


medida en que efectivicen derechos y garantías fundamentales su reconoci-
miento es tal que gozan de rango constitucional (por ser conforme a esta).
Es por ello que se habla de bloque de constitucionalidad, el cual integra
“aquellas normas y principios que, sin aparecer formalmente en el articulado
del texto constitucional, son utilizados como parámetros del control de cons-
titucionalidad de las leyes, por cuanto han sido normativamente integrados a
la Constitución, por diversas vías y por mandato de la propia Constitución34”.
Con la salvedad de que no todos los tratados y convenios internacio-
nales forman parte del bloque de constitucionalidad, solo lo constituirán
aquellos que reconocen derechos humanos y que prohíben su limitación en
estados de excepción. Esto se aplica en especial a los tratados de derecho
internacional humanitario, que son reconocidos como normas ius cogens,
que son aquellas que se caracterizan por ser de obligatorio cumplimiento
sin admitir acuerdos en contrario por parte de los Estados.

d) Principio in dubio pro homine (art. 74.4):

4) Los poderes públicos interpretan y aplican las normas relativas a


los derechos fundamentales y sus garantías, en el sentido más fa-
vorable a la persona titular de los mismos y, en caso de conflicto
entre derechos fundamentales, procurarán armonizar los bienes e
intereses protegidos por esta Constitución.

El principio pro personae o in dubio pro homine, en palabras del juez de


la Corte Interamericana de Derechos Humanos Rodolfo E. Piza Escalante,
es “un criterio fundamental (que) (…) impone la naturaleza misma de los
derechos humanos, la cual obliga a interpretar extensivamente las normas
que los consagran o amplían y restrictivamente las que los limitan o restrin-
gen. (De esta forma, el principio pro-persona) (…) conduce a la conclusión
de que (la) exigibilidad inmediata e incondicional (de los derechos huma-
nos) es la regla y su condicionamiento la excepción”35.
34 Sentencia C-225-95 MP: Alejandro Martínez Caballero. Posición reiterada en sentencia C-578-95 MP:
Eduardo Cifuentes Muñoz, sentencia C-358-97 MP: Eduardo Cifuentes Muñoz y en sentencia C-191-
98 MP: Eduardo Cifuentes Muñoz.
35 Opinión separada del juez Rodolfo E. Piza Escalante en CteIDH, “Exigibilidad del Derecho de Recti-
ficación o Respuesta (arts. 14.1, 1.1 y 2 Convención Americana sobre Derechos Humanos)”, opinión
consultiva OC-7/86 del 29 de agosto de 1986, Serie A, nro. 7, párr. 36.

869
Alba Luisa Beard Marcos

Este principio ha sido asimilado como una guía interpretativa preva-


lente para la aplicación de los derechos humanos, se encuentre escrita o no,
por tratarse de una regla primaria inherente al derecho internacional de los
derechos humanos, que es un polo catalizador del orden público.
Por esto es una “regla que está en la cúspide del complejo corpus iuris
de los derechos humanos que prioriza a la persona humana frente a otros
sujetos internacionales, punto de apoyo de la formación de un ius commu-
ne36 transnacional, regla amalgamadora del derecho interno e internacio-
nal de los derechos humanos, base de un nuevo ius gentium”37.
Al interpretarse normas que consagran o reconocen derechos funda-
mentales se ha considerado que es válido, aceptado y necesario “tener en
cuenta una regla que esté orientada a privilegiar, preferir, seleccionar, favo-
recer, tutelar y por lo tanto a adoptar la aplicación de la norma que mejor
proteja los derechos fundamentales del ser humano”38.
Lo anterior ha sido reconocido en diferentes instrumentos internacio-
nales en materia de derechos humanos, a fin de que se interpreten los
derechos fundamentales de forma extensiva. Dentro de estas normativas
convencionales, sin ser limitativos, encontramos las siguientes:

1. Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos:

Artículo 5:
1. Ninguna disposición del presente Pacto podrá ser interpretada
en el sentido de conceder derecho alguno a un Estado, grupo o
individuo para emprender actividades o realizar actos encamina-
dos a la destrucción de cualquiera de los derechos y libertades
reconocidos en el Pacto o a su limitación en mayor medida que la
prevista en él.
2. No podrá admitirse restricción o menoscabo de ninguno de los
derechos humanos fundamentales reconocidos o vigentes en un
Estado Parte en virtud de leyes, convenciones, reglamentos o cos-
36 Término que hace referencia a un tipo de derecho que se puede aplicar en todos los casos, contrario
al derecho particular o especial —derecho común—.
37 PINTO, Mónica. “International Institutions and the Rule of Law”, Panel 5 Supranational institutions
and the rule of law, vol. 137 (consulta de 25/1/2014 obtenible en www.law.yale.edu/documents/
pdf/Pinto_International_ Institutions_and_the_rule_of_law.pdf).
38 HENDERSON, Humberto. “Los tratados internacionales de derechos humanos en el orden interno:
la importancia del principio pro homine”, Revista del Instituto Interamericano de Derechos Humanos,
núm. 39, San José Costa Rica, 2005, p. 87.   

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La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

tumbres, so pretexto de que el presente Pacto no los reconoce o los


reconoce en menor grado.

2. Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José)

Artículo 29. Normas de Interpretación


Ninguna disposición de la presente Convención puede ser interpre-
tada en el sentido de:
a) permitir a alguno de los Estados Partes, grupo o persona, su-
primir el goce y ejercicio de los derechos y libertades recono-
cidos en la Convención o limitarlos en mayor medida que la
prevista en ella;
b) limitar el goce y ejercicio de cualquier derecho o libertad que
pueda estar reconocido de acuerdo con las leyes de cualquiera
de los Estados Partes o de acuerdo con otra convención en que
sea parte uno de dichos Estados;
c) excluir otros derechos y garantías que son inherentes al ser hu-
mano o que se derivan de la forma democrática representativa
de gobierno, y
d) excluir o limitar el efecto que puedan producir la Declaración
Americana de Derechos y Deberes del Hombre y otros actos
internacionales de la misma naturaleza.

Además cabe mencionar otros como la Convención contra la Tortura


y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes (art. 1.1) y la
Convención de los Derechos del Niño.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos, al explicar el alcance
del principio pro homine en relación con las restricciones de los derechos
humanos, ha expresado que “entre varias opciones para alcanzar ese obje-
tivo debe escogerse aquella que restrinja en menor escala el derecho prote-
gido. Es decir, la restricción debe ser proporcional al interés que la justifica
y ajustarse estrechamente al logro legítimo del objetivo”39.

39 Corte IDH, opinión consultiva OC-5/85, “La colegiación obligatoria de periodistas” (artículos 13 y 29
de la Convención Americana sobre Derechos Humanos), del 13 de noviembre de 1985, serie A, núm.
5, pfo. 46.

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Alba Luisa Beard Marcos

Este principio se caracteriza por su naturaleza sui generis, aplicable a


cualquier materia que pretenda afectar o colidir con derechos humanos, y
es connatural a la existencia misma de la protección o tutela de un derecho.
Radia de forma integral el ordenamiento jurídico nacional e internacional,
actuando en forma autonómica, a pesar de su aplicación con otros principios.
Su aplicabilidad es exigible e incondicional, de forma que no admite
excepciones y es irreversible, en tanto que rige todas las técnicas o criterios
de ponderación de derechos fundamentales, deviniendo a su vez en atem-
poral por no interesar una norma anterior o posterior.
Señala la profesora Zlata Drnas de Clément, en “La complejidad del prin-
cipio pro homine”40, que el rol de este principio varía según su aplicación:

1) principio de interpretación de normas;


2) principio de determinación de la norma aplicable (se aplica la nor-
ma más favorable);
3) principio rector entre derecho nacional e internacional (no aplica-
ble a las normas de jerarquía). Establece que en caso de enfrentar-
se una disposición de una ley con una disposición de un tratado
o aún frente a una norma de la Constitución, si la ley tuviese un
contenido de mayor protección o menos restrictivo para el goce y
ejercicio de los derechos fundamentales, el artículo de la ley sería
el que se utilizaría en aplicación del principio pro persona41.
4) principio articulador del sistema normativo.

La manifestación del principio pro persona puede darse en otros sub-


principios que optimizan el ejercicio de los derechos humanos, como lo son:

1) In dubio pro reo: en caso de duda, se favorecerá al imputado o


acusado.
2) Favor libertatis: busca asegurar que el mayor número de supuestos
sea ponderado a fin de que prevalezca la libertad de la persona
ante cualquier tipo de detención.

40 ZLATA DRNAS de Clément. “La complejidad del principio pro homine”. Marzo 25 de 2015 - JA 2015-
I, fascículo núm. 12. Buenos Aires, pp. 98-111. Disponible en https://www.corteidh.or.cr/tablas/
r33496.pdf.
41 CASTILLO, Karlos. “El principio pro persona en la administración de justicia”. Cuest. Const.  núm.
20 Ciudad de México ene./jun. 2009. Disponible en http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=s-
ci_arttext&pid=S1405-91932009000100002.

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La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

3) Favor rei: en favor del reo; en materia de recursos, el tribunal de


alzada puede dictar una sentencia más favorable o una absolu-
ción favor rei, aunque aquel hubiera consentido la condena.
4) Favor debilis: en favor de las víctimas, a favor del más débil.
5) In dubio pro operario: refiere a aplicar la norma más favorable al
trabajador.
6) In dubio pro libertate: en caso de duda, prevalece la disposición a
favor de la libertad.
7) In dubio pro actione: en aplicación de este, se busca suprimir cual-
quier condición o limitación al acceso a recurso o a la justicia.

Dichos principio (pro homine) y subprincipios han sido ampliamente


aplicados por nuestro Tribunal Constitucional dominicano en diversos pre-
cedentes, como lo son las sentencias TC/0199/13, TC/369/15, TC/261/16,
TC/178/17, y TC/0247/18, entre otros.
Al respecto, en la sentencia TC/247/18 estableció:

Ciertamente, el principio pro actione o favor actionis—concreción


procesal del principio in dubio pro homine estatuido en el artículo
74.4 de la Constitución— supone que, ante dudas fundadas sobre
la observancia por parte del recurrente de un requisito objetivo de
admisibilidad en particular, el Tribunal Constitucional debe presu-
mir la sujeción del recurrente a dicho requisito para garantizar la
efectividad de sus derechos fundamentales.

Asimismo, la Corte Constitucional de Colombia, en su sentencia


C-978, del 1.º de diciembre de 2010, asentó el criterio que se transcribe a
continuación:

[...] también ha resultado, con base en el principio de pro actione


que el examen de los requisitos adjetivos de la demanda de cons-
titucionalidad no debe ser sometido a un escrutinio excesivamente
riguroso y que debe preferirse una decisión de fondo antes que
una inhibitoria, de manera que se privilegie la efectividad de los
derechos de participación ciudadana y de acceso al recurso judicial

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Alba Luisa Beard Marcos

efectivo ante la Corte. [...] el rigor en el juicio que aplica la Corte al


examinar la demanda no puede convertirse en un método de apre-
ciación tan estricto que haga nugatorio el derecho reconocido al
actor y que la duda habrá de interpretarse a favor del demandante,
es decir, admitiendo la demanda y fallando el fondo.

De lo anterior se puede inferir que en materia de derechos humanos la


regla general es la no admisión de restricciones a derechos fundamentales,
salvo que estas se encuentren debidamente fundamentadas. No obstante,
siempre se deberá adoptar la posición más favorable al interesado.

IV. REFLEXIONES FINALES

La constitucionalización del ordenamiento jurídico nos enmarca en un


proceso de indeterminación de la norma constitucional, derivada del carác-
ter abstracto de los principios, valores, derechos y garantías que la forman;
labor del operador jurídico a los efectos es determinar, o más bien aproxi-
mar, el valor de estos preceptos a su contenido esencial.
Apoyándonos en la tesis de Herbert L. A. Hart, uno de los filósofos
del derecho más importantes del siglo XX, podemos afirmar que la labor
interpretativa se aleja de la posición hermética del derecho; parte de una
textura abierta a los conceptos jurídicos indeterminados, que permiten al
operador jurídico —generalmente el juez— aplicar el derecho al caso en
concreto sobre la base de diferentes soluciones posibles y en el marco de
criterios o reglas básicas preestablecidas. Bajo esta posición asentamos
nuestra línea de pensamiento hacia un constitucionalismo de principios.
Tales principios, como hemos venido desarrollando a lo largo de nues-
tra exposición, surgen de la necesidad de dotar al operador jurídico de
herramientas que le permitan concretar las normas, es decir, dotarlas de un
significado correcto al caso que se estudia. Esta vaguedad42 es fuente de la
indeterminación jurídica.
Tal indeterminación se hace necesaria, pues la existencia de normas con
extrema precisión las hace inoperantes o inefectivas, toda vez que resulta

42 La vaguedad es explicada por Timothy A. O. Endicott en su libro La vaguedad en el derecho (2007),


donde explica cómo el contenido no lineal del derecho, o la indeterminación de ciertos conceptos, es
lo que permite que los jueces puedan aplicar una misma ley a diferentes casos, o, en sentido contra-
rio, que en casos similares no puedan aplicar la ley de igual manera.

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La Constitución de la República Dominicana comentada por jueces y juezas del Poder Judicial

imposible, dentro de un sistema jurídico, poder regular en su totalidad la


cambiante actividad humana. Es por ello que los métodos de interpretación
deben ser cada vez más dinámicos, abiertos e inacabados, cercenando la
posibilidad de que un poder constituido pueda disponer de los derechos y
garantías individuales por encima de lo dispuesto por la Constitución.
La Constitución, y por consiguiente los derechos fundamentales, han
de ser interpretados de manera sistemática, a fin de lograr una correcta ar-
monización, considerando que ningún derecho se superpone sobre el otro
—no se anulan entre sí, sino que se potencian— y que cualquier restricción
o limitación aplicada de forma aislada puede devenir en irracional o podría
ocasionar que un derecho no sea ejercible, pues su contenido esencial ha-
bría sido vulnerado.
En materia de derechos fundamentales la Constitución se erige como
un marco auxiliar, de ahí que el significado correcto de la interpretación
estará más ligado al contenido mismo del derecho que al texto que lo con-
tenga. He ahí donde yace la importancia de una verdadera actividad preto-
riana, que es donde el derecho se encuentra vivo.

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