Los Clones - Marisela Muñoz

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No todos los demonios provienen del infierno,

algunos fueron creados en cápsulas.


Los
Clones
Marisela Muñoz
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cualquier formato o por cualquier medio (mecánico, fotocopias, grabación u otro
medio), excepto por citas breves en revistas impresas, sin la autorización del
autor. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y sucesos
que aparecen en ella son fruto de la imaginación de la auto
Prólogo
Origen.

Al inicio de los tiempos, cuando no existía más que el polvo


y la oscuridad en mundo envuelto en sombras y humo. Un
grupo de seres supremos llamados “élite” iniciaron un
prototipo llamado “Humanidad”. Un experimento el cual
consistía en crear a un ser que se igualara a ellos
físicamente, para poblar un mundo hostil e inhabitado. Un
planeta dónde solo los más fuertes e inteligentes debían de
sobrevivir. Ese planeta se llamaba tierra.
Para lograr crear al ser que cumpliera con todos los
requisitos y, que pudiera sobrevivir en un ambiente de
peligro, sometieron a varias especies a largos y tortuosos
experimentos. Sin embargo, ninguna especie sobrevivió en
el proceso.
El tiempo y su esperanza para crear un ser que se
igualara a ellos, en tanto fuerza como e inteligencia; se
estaba empezando a terminar. Tanta era la desesperación
de los élite en crear una vida que decidieron borrar todo
documento y comenzar desde cero.
Para conseguir crear un ser vivo que llegara acercarse lo
más posible a su existencia, unieron artificialmente el ADN
de una especie potencialmente similar a la suya, con el
cuerpo de uno de sus lideres supremos.
Tras varios intentos el experimento se pudo lograr y a ese
nuevo ser lo llamaron: “Humano”.
Pero como todo experimento tiene secuelas y efectos
secundarios, los otros prototipos que hicieron con el primer
humano, comenzaron a enfermar a los demás, volviéndose
locos y peligrosos. Después de varios estudios, los élite
llegaron a la conclusión de que existían cuatro tipos de
sangre, las cuáles, tenían ese efecto secundario. Al saber
esto, los élite no perdieron tiempo y tomaron medidas
drásticas. Mandaron a llamar a más de sus mensajeros de la
muerte, que se encargarían de asesinar aquellos que
salieron defectuosos.
En un principio los mensajeros de la muerte capturaron
sin ninguna repercusión a todo defectuoso. Asesinando a
cada uno de ellos sin piedad, por medio del ardiente calor.
Evitando a toda costa que se pudieran reproducir. Sin
embargo, las cosas eran más complejas de lo que parecía.
Los humanos se reprodujeron como una plaga alrededor del
mundo, sin siquiera poder los élite detenerlos. Se les había
salido de control. Los defectuosos empezaron a aumentar,
naciendo con los mismos rasgos y tipo de sangre al azar.
Los mensajeros de la muerte no podían seguir su rastro con
facilidad, ya que, los defectuosos aún eran muy pequeños
como para saber quiénes eran.
El grupo de élite al ver que su creación comenzaba a
decaer y no podían hacer nada para detener la enfermedad,
temían que todo esfuerzo hecho, desapareciera. Se
extinguiera.
Decidieron tomar otras medidas drásticas, e iniciaron un
nuevo proyecto llamado “los clones”. Personas idénticas a
los defectuosos, tomados del mismo ADN, pero con algo
diferente en su sangre. Modificaciones que permiten que
jamás envejezcan. Dejándolos con una apariencia de
veintitrés años.
Crearon clones de cada rasgo del ADN defectuoso y se
clasificaron en cuatro tipos, enumerándolos de la “A” a la
“D”.
Las almas y cuerpos de clones y defectuosos estaban
vinculados por medio de la sangre. Para lograr
diferenciarlos, les pusieron una marca similar a un tatuaje:
tres lunas bajo un dragón (logo de los élite).
Los élite mejoraron las características de los clones,
haciéndolos sobrehumanamente fuertes, rápidos, ágiles e
inteligentes. Crearon armas especiales y un veneno que solo
funcionaba al ser contactado con la sangre de los
defectuosos, para ayudar a lograr a cabo el propósito por el
cual fueron creados los clones.
A los defectuosos los llamaron “los originales”.
Los élite dividieron a los clones, poniéndolos en un grupo
conformado por cada tipo de original y un mensajero de la
muerte. Los élites les dieron sólo un trabajo a cada
mensajero de la muerte y clon: impedir que los clones
desaparezcan a causa de los originales y que más de ellos
se esparzan por todo el mundo. Ya que, si tan sólo llegará a
reproducirse más de lo estrictamente necesario, el mundo
se contaminaría y colapsaría con un terrible final para la
humanidad.
Para este trabajo les habían dado sólo una regla que
tenían que ejercer sin ninguna réplica, si querían asegurar
su vida: “Los originales jamás deben de ver a sus mismos
clones y que por ninguna circunstancia deberían de ser
asesinados por su mismo clon”.
Mientras los clones acababan con todos los originales,
siguiendo su rastro por todo el mundo, con la ayuda del libro
que poseían los mensajeros de la muerte. Un artefacto que
los ayudaba a ubicar por medio de su sangre, el cuál les
indicaba el punto exacto donde se encontraban y el tipo de
sangre de algún original. Los élite investigaban cual era la
mejor manera de que esa paz, por la cual lucharon tanto
tiempo por mantener, duraría por mucho más tiempo. Así
que, para no crear una guerra mundial, además de crear
una norma, aclarando que todo debía mantenerse en
secreto y que ni los originales debían de saber de la
existencia de los clones; los élite crearon una herramienta
para detener la creación de los originales, para facilitar su
muerte. Un suero que se usaría como faro cuando un
original llegará a su edad adulta. Inyectaron a toda la
humanidad incluyendo a los clones, con una sustancia que
estaría dormida para siempre en caso de que fuera un
humano normal, pero para los que nacieron siendo
originales se activaría cuando cumplieran los veintitrés
años, para poder rastrearlos. Y ahí es donde comenzaría el
trabajo de los clones.
Sin embargo, las cosas no serían tan fáciles. Antes del
descenso de los élite, como su última advertencia les
dijeron a los clones que al llegar a los veintitrés años los
originales, se activaría un cronómetro de vida que sólo
duraría diez días, después del cumpleaños número
veintitrés de algún original. Puesto que, los clones y los
originales estaban hechos del mismo ADN, no podían
permanecer dos del mismo tipo, también les explicaron que
la sustancia que fue inyectada provocaría manualmente una
muerte al azar de cualquiera de los dos que estuviera vivo...
Mientras esperaban, los originales podían hacer una vida
normal, enamorarse, sentir dolor, etcétera. Pero los clones
no podían hacer eso, ya que, fueron diseñados para no
tener sentimientos y, si lo hacían, no los reconocerían.
I. La gran oportunidad

El sonido del agua cayendo hacía eco por todo el lugar. El


vapor cubría la mayor parte de la habitación, impidiendo
que alguien pudiera ver a través de los cristales que la
franqueaban, como si el trabajo principal del vapor fuera
proteger a la persona dentro de esas cuatro paredes fáciles
de romper. En este caso a ella.
El agua siguió cayendo monótonamente, eclipsando todo
tipo de ruido que pudiera ponerla en alerta, aunque ¿quién
se atrevería a lastimarla? ¿Un ladrón? Ella estaba más
capacitada que cualquier otra persona en combate. Así que
no habría problema.
Agudizó sus oídos para escuchar la canción que sonaba
en el fondo, muy sutilmente. Casi imposible de presenciar
dentro del cuarto de baño. Abrió un poco la puerta para
escucharla mejor, de lo contrario no podía ducharse bien.
Necesitaba estar relajada y tranquila para lo que iba a hacer
al salir por aquella puerta de madera y, después,
completamente de su edificio. Habían esperado por
bastante tiempo que una oportunidad así se presentara y
hoy era ese día. Por lo que tenía que hacer desaparecer esa
sensación extraña que se fue apoderando de su estómago.
Nadie podía darse cuenta de lo que estaba a punto de
cometer. No podía estropear las cosas. Tenía que hacer todo
a la perfección. No por nada la crearon para la misión. Claro
que cualquiera de sus compañeros podía llevar a cabo esos
trabajos, pero todos estaban conscientes que se preparó
para la ocasión. Simplemente no podía dejar pasar la
oportunidad.
El timbre de su celular, que se encontraba sobre el
tanque del inodoro, hizo que la clon diera un respingo. Se
enjuagó rápido la cara, para ver quien era. Estiró su brazo
fuera de la ducha y tomó rápido su celular. Con los dedos
húmedos desbloqueó la pantalla y rápido pasó a ver el
mensaje.
Ya nos hemos puesto de acuerdo. Van a pasar por
ti. Espero que ya estés lista afuera de tu edificio a las
ocho y media de la noche.
Elena ahogó un grito y golpeó el chorro del agua,
emocionada. Estaba todo listo. Apagó de nuevo la pantalla
del celular. Cerró la regadera. Abrió la puerta del cuarto,
dejando así que la música de la habitación contigua
inundara sus oídos y salió envuelta en una toalla, mientras
daba pequeños movimientos con su cadera, bailando al
compás de la canción.
Caminó hasta al armario abriendo esas pequeñas puertas
de madera, dejando ver varios atuendos de todo tipo y de
todas las épocas. Tomó un vestido negro que se ajustaba
perfectamente a sus curvas y unas botas de cuero, que le
llegaban un poco más arriba de las rodillas. Volvió de nuevo
al baño, con su estuche de maquillaje en una mano. Pasó un
pequeño trapo por el cristal empañado, limpiándolo por
completo. Viéndose al espejo sacó de su estuche unas
diminutas brochas, colocándolas sobre el lavamanos.
Comenzó a ponerse sombra marrón en los párpados,
haciendo un ahumado intenso, se puso labial rojo mate en
sus labios y un poco de iluminador en la parte del lagrimal,
por último, pestañas y un perfecto delineador que resaltaba
sus ojos marrones. Tenía que estar presentable para la
ocasión.
Tomó la secadora y comenzó a ondear levemente su
corto cabello castaño, para terminar, se puso sus
pendientes y una gabardina vintage. Se dirigió hasta un
cuadro de pintura que tenía a un lado de su recámara. Lo
quitó cuidadosamente, colocándolo sobre la cama. Abrió la
caja fuerte que ahí estaba escondida y sacó sus armas,
poniéndose las dagas a cada lado de sus muslos y una
pistola dentro de su bolso. Caminó cerrando la puerta de su
departamento y bajó por el elevador, hasta la recepción, en
la cual se encontraba un hombre apoyando su rostro sobre
su mismo puño. Elena lo miró un segundo antes de volver a
fijar su vista hacia la calle, dónde varios autos pasaban.
Tomó la puerta y la deslizó hacia afuera, dejando así que
ahora estuviera en el exterior. Estaba más que emocionada
porque esa noche los chicos y ella, rastrearían a tres de
ellos en un antro llamado “la selva”. Era la primera vez que
iban a estar todos juntos después de mucho tiempo y que
mejor que cazando a tres originales en un mismo lugar
como en los viejos tiempos. Por lo cual le resultaba
emocionante, ya que amaba las situaciones dónde
camuflajearse y asesinarlos fuera una situación difícil. Pero
no sólo eso le causaba un manojo de nervios en el
estómago, algo diferente tenía el ambiente, inclusive en la
noche. Sabía que algo estaba a punto de cambiar, pero no
podía ahora acobardarse, no fue hecha para sentir temor
nunca y ahora menos.
Respiró hondo y volvió a mirar su reloj, desesperada. Ya
habían pasado quince minutos de la hora establecida.
Comenzaba a apaciguarse el ruido nocturno de la ciudad.
Miró de nuevo su reloj, —pasaron exactamente cinco
minutos desde la última vez que lo vio—, Héctor (El tipo
“D”) aún no llegaba. Sacó su celular y empezó a marcar su
número; lo acercó a su oreja, pero antes de que su
compañero contestara, un Lamborghini de color azul
metálico se acercó a la cera, estacionándose frente a la
castaña.
—Buenas noches, preciosa —dijo un chico de cabello
negro y piel morena (El tipo “A”), bajando el cristal del
asiento del copiloto.
Era Erick, uno de sus compañeros y el que menos quería
ver en ese momento. No tenía nada personal con él, pero
esperaba especialmente a Héctor. Tenía que hablar con él
urgentemente. Aclarar algunas cuestiones que desde hace
días le rondaban por su mente. Bueno, quizás lo haría en
otro momento, igual no eran tan importantes como esa
noche.
—Llegas tarde —le recriminó, mientras subía al auto y
guardaba de nuevo su teléfono—. ¿Por qué no pasó por mí,
Héctor?
—¡Oh, vamos! ¿Qué tan desagradable soy, cómo para
que no me quieras como tu acompañante? —cuestionó,
divertido.
Elena rodó los ojos. Sabía que le estaba ocultando las
cosas, nuevamente.
—Sabes qué no es eso, sólo que se me hace un poco
extraño que te hayas ofrecido a venir por mí.
—¿Y por qué te extraña? —sonrió ampliamente aún con
la vista en el camino.
—Bueno, tal vez porque siempre estás con Cloe.
Erick soltó unas leves carcajadas.
—Lo mismo digo yo, cuando te veo con Héctor —volteó a
verla con una mirada burlona—. Para mí, es algo
sospechoso que ahora quieran pasar tanto tiempo juntos.
Elena bajó la mirada y fingió estar acomodándose el
vestido. No podía dejar que viera realmente su reacción,
puesto que era verdad que había pasado más tiempo de lo
debido con él, pero no de la manera en que Erick se estaba
imaginando.
—No me veas así —dijo—. Apúrate, ya vamos tarde —
rodó los ojos nuevamente, mientras volteaba la mirada
hacia la ventanilla—, ya sabes que odio llegar al último.
—Tranquila, no es tan tarde —contestó en tono neutro—.
Aún nadie ha llegado al antro. Ya le he marcado a Arthur y
Cloe, y me dijeron que ya vienen en camino, así que no te
desesperes.
—Muy bien —suspiró clavando la mirada en el cielo
nocturno, esperando que no continuara la conversación.
La mano de Erick se deslizó del volante hasta el estéreo,
subiendo el volumen de una canción que sonaba mientras
que la velocidad del auto aumentaba, llevándolos con gran
rapidez hasta la ubicación del antro. Pasaron una calle
abajo, entrando a un estacionamiento subterráneo.
Erick pisó el pedal de reversa y con una maniobra casi
intangible del volante, aparcó el auto. Se colocó el saco,
completando el traje rojo que llevaba puesto y se colocó
unos lentes oscuros. Bajó del auto, caminando hacia el otro
lado, abriéndole la puerta a Elena.
—Bueno, salga usted, bella dama —dijo mientras Elena
asentía con la cabeza y bajaba.
Erick bloqueó el auto, el cuál con las luces de los faros le
indicaron que los seguros y alarma estaban puestos. Los
clones caminaron juntos hasta el antro, donde estaba un
cadenero cuidando la entrada.
—¿Identificación? —preguntó el hombre alto y fuerte, con
la vista hacia enfrente.
Elena sacó una pequeña tarjeta de su gabardina vintage,
mostrándosela al hombre de traje, que sólo asintió y abrió la
cadena para que pasaran. Una de las ventajas que podía
alardear si quería, era que con esa tarjeta tenían acceso a
diferentes establecimientos sin necesidad de preguntas de
por medio. Solo la mostraban como hizo en ese instante y
los dejaban entrar.
Esbozó una sonrisa amable al cadenero antes de seguir
por un corto pasillo, el cual estaba poco iluminado. En
algunas ocasiones las luces verdes y rojas serpenteantes,
que colgaban en las paredes en forma de hojas y otras
figuras; les indicaban por donde caminar.
—Hay poca gente —comentó Erick, analizando todo el
lugar—. No creo que sea difícil encontrar a los originales por
nuestra cuenta.
—Deberíamos esperar a los demás —sugirió Elena—.
Después de todo, no sabemos cuántos ni de qué tipo son.
—En eso tienes razón —dijo Erick, con una sonrisa—. Pero
por el momento hay que tratar de localizarlos. Yo iré por
está parte —señaló Erick a la habitación de al lado.
Elena asintió y el clon se perdió de su vista,
entremezclándose con la multitud. Ella por su parte dio
media vuelta y caminó hasta llegar a la barra, le señaló con
la mano al bartender para que le diera un trago.
Cuando la bebida llegó a sus manos, se limitó a relajarse,
aun sobraba tiempo antes de que llegaran los demás.
Recargó sus antebrazos en la barra, dando un gran sorbo de
vodka, mientras observaba a toda la gente que bailaba y de
paso buscando algún original que pudiera ser su víctima.
II. El chico perdido

Un pequeño ruido que zumbaba en sus oídos, subiendo


cada vez más el volumen conforme estaba un poco más
consciente lo sacó del mundo abrumador en donde se
encontraba. Las canciones y los gritos de las personas a su
alrededor eran aún más fuertes y confusas a la vez.
Mientras abría de golpe sus ojos, exaltado y con su
respiración hecha un desastre, una oleada de recuerdos se
le vinieron a la mente, uno tras otro, como si su mente se
quisiera aferrar a cualquiera de ellos. Pero un segundo más
tarde, su mente se puso en blanco. Su memoria quedó
vacía. Lo abandonó, sin dejarle una pista de que algún día
volvería.
El chico se incorporó velozmente, quedando ahora
sentado en un gran sofá de cuero rojo. ¿Dónde se
encontraba? ¿Qué hacía ahí? ¿Acaso su mente le estaba
jugando una mala broma? Miró para todos lados, en busca
de una respuesta. No conocía a nadie de los que estaban
sentados al lado. Ni siquiera parecía que notaran su
presencia. El miedo lo comenzó a invadir. De pronto, se
sentía mareado y desorientado, ¿había bebido de más, a tal
grado de sin siquiera tener el poder de recordar sobre su
existencia o inclusive absolutamente nada de los días
anteriores? Se paró cerca de un barandal que estaba a dos
metros de él. Necesitaba algo real de dónde sostenerse,
antes de volverse a desmayar. Ahora para él todo parecía
mentira, las luces, la música, las personas. Todos tomaban
una forma extraña. Se enfocó en la barandilla, en el frío que
traspasaba sus manos temblorosas a través del metal.
Apoyó sus manos con más firmeza, temía que de alguna
manera la bandarilla se desprendiera y por consiguiente lo
dejara caer al vacío.
Después de unos segundos permaneciendo inmóvil
comprendió que el mundo que giraba a su alrededor solo
era causa de los efectos que provocaba lo que sea que
ingirió, por lo que se ordenó a calmarse, a ver por primera
vez donde se encontraba. Escaneó todo el sitio: las luces
serpenteantes de varios colores y las personas que bebían
desenfrenadamente mientras bailaban o conversaban en
grupitos le dio una pista de dónde se encontraba.
«En un bar, pensó. ¿Por qué estaría en un bar?».
Siguió divisando la zona, analizando el aspecto que tenía.
No, no estaba en un bar o al menos no del todo. Se
encontraba en un antro, ¿pero por qué? ¿Qué fue lo que hizo
para despertar ahí? Observó a todas las personas que se
encontraban en el piso de abajo, cauteloso. ¿Y cómo es que
nadie se dio cuenta del estado en el que se encontraba? Un
chico inconsciente sobre un sillón era sospechoso como
para alterar el ambiente. Aunque quizás era lo más normal
en esa locación y él corrió con la suerte de ser la víctima
esa noche.
De nuevo comenzó a sentir como empezaba a transpirar.
Tenía que salir de ahí lo más rápido posible. Bajó
torpemente las escaleras. Aún sentía sus pies débiles, como
si de verdad hubiera olvidado hasta como caminar. Pasó
junto a una pareja que se besaba cerca de los sanitarios,
igual no les tomó mucha importancia; su vista estaba
enfocada en la salida. En huir lo más rápido de ese lugar.
—Cuidado imbécil —dijo una voz cuando chocó con él.
—Lo sien… —dijo, observando a la chica que estaba
delante de él.
Se quedó pasmado, como si alguien le hubiera clavado
los pies en el suelo o como si le hubieran dado lo que ingirió
y le borraran la razón del porque huía. Estaba tan distraído
en apreciar a la chica de cabello corto color castaño que se
encontraba junto a la barra. Algo de la presencia de esa
chica le daba un poco de luz a su mente revoltosa, algo le
decía que permaneciera con ella y saber porque se le hacía
familiar. Tal vez ella podría ayudarle a entender cómo es
que llegó hasta ahí y si corría con suerte, incluso, podría
explicarle la razón de su amnesia.
—Hola —dijo, mostrando una sonrisa nerviosa, mientras
su corazón estallaba a mil por segundo.
Tomó un vaso que se encontraba en la barra, para ocultar
sus dedos que temblaban.
—¿Hola? ¿Eso dices después de haber chocado conmigo?
—cuestionó la chica, sin apartar la vista de la pista de baile.
—Lo siento… ¿quieres bailar? —preguntó siguiendo la
mirada de la chica.
La chica entrecerró los ojos observando detalladamente a
la multitud. Varias personas bailaban frenéticamente, como
si realmente no les importara seguir el ritmo de la música,
solo hacer movimientos bruscos mientras brincaban y
gritaban.
—Ni loca —respondió luego de haber permanecido unos
segundos en silencio—. Y menos con tipos como tú.
Esfúmate, tengo asuntos más importantes que lidiar con
alguien cómo tú.
Su lengua pareció haber desaparecido junto con sus
recuerdos de como socializar. No sabía que decir, la
respuesta tan contundente que le dijo ella lo dejó sin
palabras. ¿Qué más podía hacer? ¿Marcharse? Miró la salida
y luego de nuevo a ella. Algo dentro de él, —tal vez más
locura que cordura—, le pedía a gritos que permaneciera
con ella, que permaneciera a su lado. Sin embargo, no podía
hacer caso a su razón, no la conocía ni mucho menos tenía
la certeza de que ella formara parte de su vida o de los
recuerdos que ahora se esfumaron a un rincón de su
mente, pero la sensación de claridad y confianza que le
transmitía era tan fuerte que no podía irse sin intentar
averiguar el porqué de ese sentimiento.
—¿Tengo algo en la cara?
—¿Qué?
—¿Qué sí tengo algo en la cara? — repitió la chica con un
deje de molestia en su voz—. No paras de mirarme y eso me
está resultando irritante.
—Lo siento —dijo, desviando la mirada—. Solo quería
preguntarte, si querías tomar algo.
Tan rápido como formuló esa pregunta, el chico ya estaba
arrepentido, ¿con qué dinero iba a pagar ese trago? Ni
siquiera tenía la certeza de que cargara con su billetera. La
billetera… ¡La billetera! ¿Cómo no se le ocurrió? No
necesitaba más que una simple identificación para saber su
identidad, sólo eso bastaba, para ahorrarse la incómoda
situación en la que se encontraba con aquella chica
desconocida. Buscó en las bolsas de su pantalón, nada.
Siguió buscando en las demás bolsas que pudiera tener su
vestimenta. Ningún rastro de aquella billetera. Hasta ahora
ni siquiera se tomó el tiempo para ver cómo iba vestido.
Llevaba un pantalón de poliéster, azul cielo, junto con una
chaqueta que le hacía juego, una camisa blanca y unos
zapatos de charol. Iba vestido muy elegante, como para no
tener una billetera. Algo que le hizo sospechar, aparte de
todo el ambiente en sí, era como si alguien hubiera
planeado todo esto y que se hubiera percatado de que la
única pista que podría tener el chico no estuviera a su lado.
—Lo siento, ya tengo una bebida, pero gracias —
contestó, al mismo tiempo en que mostraba el vaso de
vidrio y le regalaba una sonrisa irónica sin siquiera verle el
rostro al chico.
La chica tomó otro sorbo de vodka, para así acabarse la
bebida de un sólo trago, mirando aún hacia enfrente.
—¿Vienes muy seguido por aquí? —inquirió el chico,
queriendo saber más sobre él sin ser tan obvio, pues cabía
la posibilidad de que fuera ella, quien lo drogó y lo llevó
hasta ahí.
Pero la chica no respondió.
—¿Cómo te llamas? —insistió.
—Qué hombre tan más enfadoso —masculló, volteándolo
a ver con irritación—. ¿Por qué? ¿Eres polici…? —respondió,
cambiando su expresión—. Me llamo Elena.
La indiferencia fue remplazada por un extraño interés. Lo
cual le dio la certeza al chico de que la sensación sobre ella
no solo era parte de su imaginación creada por su
desesperación. Realmente lo conocía. ¿Pero por qué se
comportó tan cruel con él? No, si era su desesperación
hablando. Había captado mal las señales que la chica le dio
y ahora por su insistencia cruzó la línea de lo patético y lo
irritante que podía ser con su hostigamiento.
—Está bien. Me voy. Entiendo que no te intereso —dijo
resignado por fin.
Dejó el vaso en la barra y dio la media vuelta, volviendo
al principio, perdido y desorientado. Sin embargo, antes de
dar dos pasos, la chica lo tomó del brazo, lo jaló hacia ella y
estampó sus labios con los de él. Tomándolo por sorpresa.
Los labios de la chica eran cálidos, suaves, dulces y
adictivos. Familiares.
Él llevó una mano hasta la nuca de Elena para acercarla
más y con la otra la sujetó de la cintura, apretujándola
contra su cuerpo, que por alguna razón se moldeó a la
perfección con el suyo, volviéndose uno solo.
«Sin duda, no te dejaré escapar ahora que te conocí».
III. Problema

Héctor miró confundido a su compañera, ¿qué estaba


haciendo? ¿Por qué estaba besando a ese chico? Ese no era
parte de su trabajo. Pero decidió ignorarlo, tal vez Elena
sabía lo que estaba haciendo, por mucho que no le
agradaran sus métodos. Sin pensarlo mucho, dio la vuelta y
se marchó. Llegó hasta la mesa dónde se encontraban
posicionados Cloe, una mujer alta, delgada, de ojos verdes
como la esmeralda, de cabello rubio que caía en hondas
sobre sus hombros y piel clara; Arthur, un chico de cabello
corto color naranja, casi al ras, alto, fornido, de ojos azules y
piel blanca como la leche. Su tipo se clasificaba en el “C”; y
Estefany su hermana gemela y mayor por tan solo unos
minutos, cuya apariencia compartía con Arthur, aunque ella
era más baja que el promedio de sus compañeros y de
complexión media. Ella se clasificaba en el tipo “B”.
—Elena, ya encontró a mi clon… —comenzó a decir, pero
se detuvo rápidamente al darse cuenta del error que
cometió—. Mi original —trató de corregir lo más rápido
posible, rogando porque sus compañeros no comenzarán a
sospechar de él. Antes de llegar ahí le dieron como
advertencia que esas personas eran sumamente
perspicaces y que, en cualquier mínimo error, su vida
estaría perdida.
—Muy bien —dijo Cloe, poniéndose de pie—. Arthur.
Encárgate del original de Estefany. Y tú Estefany. Encárgate
del original de Erick. Héctor, y yo trataremos otros asuntos
—ordenó, teniendo la vista fija en su libro.
Los hermanos sólo asintieron y fueron en busca de los
originales, dejando solos a Cloe y Héctor.
Héctor se quedó en silencio, incapaz de articular alguna
palabra que lo pudiera evidenciar. Ya que en especial le
advirtieron sobre la mensajera de la muerte, quien ahora lo
escudriñaba con gran detenimiento. Por alguna extraña
razón sabía que era lo que pasaba por la mente de Cloe:
algo le decía que ese que estaba enfrente de ella no era el
Héctor el cuál conoció años atrás, —prácticamente toda su
vida—; y era cierto, no era más que un peón en un tablero
más grande. También podía adivinar cuáles serían los
siguientes pasos qué haría Cloe, gracias a la información
que le otorgaron sobre ella: una mujer que nunca se
quedaba con la duda y que siempre llegaba hasta el fondo
de ese acertijo. No importaba si los torturaba o no, siempre
y cuando le dieran una respuesta. Y ahora Cloe tenía que
estar segura de que el chico que estaba frente a ella era su
compañero y por más difícil que pudiera resultar el falso
Héctor tenía que darle esa certeza.
—¿Qué asuntos trataremos? —preguntó Héctor, ansioso y
un poco nervioso a su vez.
—Ya lo verás —sonrió de lado—. ¿Quieres ir a mi
departamento? ¿Sabes? No queda muy lejos y tal vez ahí
podamos tomar un trago, ¿qué te parece?
Héctor dudó un poco en aceptar, pero al final sólo asintió.
De igual manera no le serviría negarse si ya la mensajera
sospechaba de él.
—Perfecto —dijo Cloe con una sonrisa—. Entonces hay
que irnos. Nos iremos en mi auto.
Con eso último Cloe caminó frente a él, adelantándose
hasta la salida. Héctor aún no estaba seguro del todo en sí
quería acompañar a la mensajera de la muerte a su
departamento, pero tenía que hacerlo. Si quería descubrir si
realmente sospechaba de él, la inseguridad tenía que
guardarla en el bolsillo, no podía mostrar cobardía. No con
ella. En especial con ella.
Miró por encima de su hombro al otro lado de la
habitación. Elena estaba gozando el apasionante beso del
original. Se percató de que tal vez lo estaba disfrutando
más de lo que ella podía reconocer, cosa que le aterró por
segundos y causó que quisiera apartar al chico pálido de su
compañera. No podía dejar que por culpa de ese beso se
estropeara todo. No ahora que todo se puso en marcha. Sin
embargo, prefirió dejar en paz lo que fuera que estuviera
haciendo Elena. Después de todo, sería ella la que rendiría
cuentas al final del día.
El clon caminó a la distancia, acercándose a la salida.
Antes de salir le hizo una seña con el mentón a Elena para
que prosiguiera con su trabajo.
—¿Por qué tardabas tanto? —cuestionó Cloe, recargada
en su auto.
—Tenía que asegurarme de algo —admitió Héctor,
acercándose a ella.
—Bueno, ya que todo está seguro. Andando —ordenó
Cloe, que subía al auto.
El clon prosiguió a imitarla, se subió en él asiento del
copiloto. Apenas se puso el cinturón de seguridad Cloe le
metió velocidad a su automóvil. En minutos llegaron a un
estacionamiento subterráneo. Bajaron del auto. Cloe caminó
hasta el ascensor, junto con Héctor que permaneció en
silencio todo ese tiempo y oprimió el botón del último piso.
—Adelante —dijo Cloe, invitándolo a su piso—, vamos a
mi despacho. Es más cómodo conversar ahí.
Héctor, que, aunque no lo dejaba ver a simple vista,
estaba aterrado. Miraba hacia todos lados, buscando alguna
salida que lo pudiera ayudar, pero todo parecía una trampa.
Se culpó por no haber ido antes al departamento a ser
reconocimiento. Ahora se encontraba atrapado con alguien
inmortal y capaz de asesinar a alguien sin titubear.
—¿Qué quieres? Tengo vodka, vino tinto… —dijo cerrando
la puerta, mientras lo observaba aun detalladamente.
—No lo sé, lo que gustes —se encogió de hombros.
—¿Qué te parece tequila? Es tu favorita, ¿no? —cuestionó
la mensajera de la muerte. Sabía que lo estaba poniendo a
prueba, descartando lo que tenía en mente.
—Claro… —aventuró, con desesperanza. No sabía nada
sobre la persona de quien se estaba haciendo pasar y eso lo
mortificaba aún más.
Cloe caminó hasta un pequeño mueble, tomó la botella y
vertió el líquido en dos vasos, se lo dio viendo
cuidadosamente cada gesto que el chico hacía mientras
empuñaba sigilosamente el arma que tenía en su saco.
—¡Salud! —dijo, alzando su vaso. Sonriente.
Héctor tomó el vaso y sin esperar a que brindaran, se
tomó el tequila de golpe. Sintió como el líquido le quemó la
garganta y el estómago mientras se asentaba.
—¿Quién eres? —inquirió Cloe y apuntó con su pistola
contra la frente del chico, que comenzaba a perlarse de
sudor.
—¿A-a qué te refieres? Deja de bromear Cloe, soy yo,
Héctor —dio un gran trago de saliva, desorbitando los ojos.
Se había dado cuenta que no era el verdadero.
—Si fueras el verdadero Héctor, sabrías que yo no
bromeo —lo miró sin ninguna expresión en su rostro.
—Por favor, Cloe, baja el arma y hablemos —suplicó.
Cloe soltó unas leves risas, para después volver a
ponerse completamente seria.
—No eres muy buen actor, por lo menos si ibas a fingir
ser, Héctor, hubieras estudiado que él odia el tequila.
—Los gustos pueden cambiar… —comenzó a decir, pero
el miedo lo paralizó.
—Piensa muy bien lo que vas a decir, porque quiero la
verdad —dijo, poniendo el cañón del arma entre sus cejas.
—Mátame, de igual manera no te diré nada —la miró
desafiante, con una gran sonrisa a labios cerrados mientras
una pizca de valor se filtraba por sus venas.
—¿Crees que no puedo descubrir el motivo de tu plan y al
que esté detrás? —apoyó más su arma contra su frente,
mientras apretaba los dientes—. Porque sí, sé que tú no
eres el genio de esta brillante idea.
Ya con la valentía extrañamente arraigada en su interior,
decidió que él sería quien acabaría con su vida si fuera
necesario o pelearía hasta la muerte. Después de todo, ya
había cumplido con su prometido.
—Lo dudo mucho —dijo riendo, mientras le arrebataba el
arma de la mano de ella en un sólo movimiento. Jaló del
gatillo. Y el sonido de la bala atravesando el aire penetró las
paredes del despacho.
IV. Sangre y Cadáveres

Erick se tambaleaba de un lado a otro mientras trataba


de llegar al Penthouse de Cloe. Los pasillos se
distorsionaban a cada paso que daba, volviéndose sólo
pequeñas manchas de colores que eran muy difíciles de
distinguir. Realmente se encontraba ebrio y no sabía en qué
momento sucedió eso. Ni siquiera tenía idea de cómo en
ese estado llegó hasta ahí sin ningún rasguño. Sólo estaba
consciente de que se la estaba pasando super bien en el
antro con los dos hermanos después de haber matado a los
originales.
Erick sacó torpemente de su billetera la tarjeta de acceso
que le otorgó Cloe, la pasó por el escáner —o intentó
hacerlo—, pero la puerta no abrió. Con irritación sacudió la
cabeza para tratar de ver con más claridad y volvió a
intentarlo, sin embargo, sólo consiguió que la tarjeta cayera
al suelo. Miró con una sonrisita tonta la tarjeta que aún
permanecía en el suelo. Extrañamente las cosas le daban
risa sin ninguna razón aparente.
Cuando se agachó para levantarla, el sonido de un
disparo que provenía dentro del Penthouse, hizo que se le
congelara la sangre y la sobriedad llegara de golpe a su
sistema. ¿Qué había sucedido? ¿Cloe se encontraba bien?
De pronto, todo parecía más nítido. Con el terror corriendo
por sus venas, tomó la tarjeta del suelo y abrió la puerta. El
desconcierto sustituyó el terror al entrar y observar que
todo permanecía en su lugar. No existían signos de pelea
por ninguna parte.
Ahora con la preocupación instalada en su pecho, salió
corriendo hacia la puerta de la oficina, que se encontraba
cerrada. Forcejeó un rato, tratando de abrirla, pero no lo
lograba. Desesperado por querer descubrir qué pasaba ahí
adentro, se alejó un paso y corrió dando un fuerte golpe con
su brazo en la puerta, que por el golpe se abrió dando un
pequeño portazo.
Erick entró asustado. Sus ojos se movieron como dardos,
analizando todo el lugar y divisando a la rubia arrodillada
frente del cadáver que parecía ser de Héctor. Cloe limpiaba
con un trapo un líquido oscuro y espeso, —casi parecido al
petróleo—, que salía de la mitad de la cara del original y su
cuello. El hombre solo mantenía la mitad de su mandíbula y
cabeza, el resto había desaparecido en el disparo.
—¿Qué pasó aquí? —indagó Erick, confuso por la
situación que espectaba.
—El tarado se suicidó —dijo Cloe, que se ponía de nuevo
en pie, dejando caer el trapo empapado de sangre al suelo.
—¿Héctor? —cuestionó, sorprendido.
—No. Es un original que se hizo pasar por él —admitió,
irritada.
—¿De verdad? ¿Y cómo es qué tu óbito no te ha marcado
en el radar que se trataba de un original?
—No lo sé. No me lo dijo, se suicidó antes de preguntarle
—ironizó, incorporándose—. Además, todo esto es muy raro,
¿ves su sangre?
Erick observó las manos de ella tintadas de negro a
causa de lo que debía de ser sangre y el piso del mismo
color.
—Es negra y espesa —comentó Cloe, sin esperar
respuesta por parte del pelinegro—. No se supone que deba
ser de ese color. Algo le pasó.
—O algo le hicieron —dijo Erick, pensativo—. Es como si
lo hubieran alterado. Tal vez el color de su sangre se deba al
porque tu óbito no lo reconoció como original.
—Tal vez… —dijo Cloe, desprendiendo la glock de la
mano del cadáver del falso Héctor—. Pero lo que me da más
curiosidad es lo que dijo antes de dispararse.
—¿Qué es lo que dijo?
—«Creen que guardan muy bien su secreto, pero ya lo
sabe. Suerte buscando a Héctor».
—¿Héctor, está perdido? —preguntó, desesperado.
No podía creer lo que estaba escuchando. Su sueño se
estaba volviendo realidad. Sin embargo, necesitaba estar
seguro.
—No lo sé. Yo también me cuestioné eso. Aunque cabe la
posibilidad de que el original lo haya dicho para alterarnos
—frunció el ceño, con expresión pensativa—. ¿Qué pasó con
el original que encontró, Elena?
—Está con ella, se quedaron un rato más en el antro,
¿crees que tenga algo que ver?
—Puede ser… —Suspiró—. Mañana nos preocupamos por
él, por ahora ayúdame a deshacerme del cuerpo.
Erick tomó de los brazos del cuerpo sin vida del falso
Héctor, y lo posicionó encima de una bolsa de basura que
ya tenía preparada Cloe, para esconder al cadáver.
Lo llevaron hasta la cajuela del auto de Cloe y condujeron
por un par de horas hasta las afueras de la ciudad. Hasta un
páramo ubicado al norte, cerca de la frontera del estado.
Se bajaron del auto, abrieron la cajuela. Un olor a
putrefacción los azotó. Erick tuvo que contener las ganas de
vomitar mientras Cloe se tapaba la nariz con su antebrazo.
—Esto no es normal —dijo Cloe, que se retiraba varios
metros de la bolsa donde tenían al cadáver—. Se ha
deteriorado diez veces más rápido de lo usual.
—Eso parece —respondió Erick, conteniendo la
respiración.
Erick lo tomó de los pies y lo levantó. Pasándolo por
encima de su hombro. No podía esperar a enterrarlo. Ha
desaparecer un rastro de su amigo.
Cloe se quitó su chaqueta y la usó para cubrirse la nariz,
luego tomó las palas y siguió a Erick hasta un tramo donde
estuviera la mayor parte despejado.
Al terminar de cavar un hoyo, sostuvieron el cuerpo y lo
lanzaron, enterrándolo de nuevo.
Al llegar de nuevo al Penthouse de Cloe se dispusieron a
limpiar el piso que estaba lleno de sangre, terminando
agotados. Se encaminaron a la ducha para limpiarse el
espeso líquido que los cubría.
—¿Crees que alguien lo sepa de verdad y eso explicaría
el mal estado del original? —preguntó Cloe, mientras
rodeaba su cuello con sus brazos.
—Tal vez... No lo creo, no hay nadie más que nosotros
dos que lo sabe. No te preocupes, amor. Creo que el original
solo nos quería alterar —le dio un pequeño beso tronado en
la frente, para después deslizarse hasta sus labios, haciendo
que se olvidara del tema.
Después de todo, el hecho de que Héctor no estuviera
ahí ya era una buena señal. Parte de su trabajo ya estaba
completado. Aunque aún existía la razón del porque un
original se hizo pasar por él. Daba igual. Las cosas estaban
saliendo como lo planeó y lo menos que quería era que su
novia indagara más al respecto.
V. Un asesinato

La noche avanzaba y el antro se empezaba a vaciar,


dejando a solo ebrios y dos castaños junto a la barra. Elena
creyó que ya era momento de proseguir con su trabajo. Era
momento de asesinar al original, que aún permanecía
nervioso por el intenso beso de hace unas horas.
Después de que lo besara, no había sucedido nada. Sólo
ellos dos en silencio, disimulando la incomodidad con el
baile y algunos tragos que Elena le invitó al chico.
Se sentía un poco agobiada por el impulso que tomó.
Acababa de empeorar la situación con ese acto apasionado,
así que, ya no podía dejar que se fuera y no porque sus
obligaciones la orillaran a hacerlo, sino, más bien porque
algo dentro de ella quería que se quedara aún más tiempo a
su lado. Pero desgraciadamente tenía que acabar con su
existencia a como diera lugar, pero no sería ahí, dónde
mucho público podía mirar. Por lo que planeó, —desde un
principio—, retenerlo el tiempo suficiente hasta que el antro
quedará casi vacío. Así no existiría testigo que pudiera decir
que ella fue la última en estar con él.
—¿Te parece si continuamos la fiesta en otro lugar? —
preguntó Elena, cerca de su oíd. Iniciando su plan.
—Eso suena interesante —respondió el chico, con una
sonrisa.
—¿Tienes un auto? —le preguntó, dándole una mirada
coqueta.
—Yo pensé que tú no tenías interés —dijo el chico, que
fruncía el ceño mientras la miraba con picardía.
—¿Lo tienes o no? —cuestionó Elena, apoyando sus
manos en su cintura.
—No, lo siento —admitió, apenado.
Elena negó con la cabeza, restándole importancia. Le
daba igual si tenía vehículo o no. Mejor dicho, le daba igual
todo de él, aunque debía de admitir que le gusto divertirse
con él. Sentir sus labios. Lo tomó de la mano para dirigirlo a
la salida. Un hormigueo le recorrió las yemas de los dedos
donde lo tenía sujeto. En el fondo algo le decía que debía
disfrutar el momento por una vez en su vida. Aunque, no
tenía idea de que eso fuera cierto, ¿cuántas veces dijo lo
mismo, dejándose llevar por el momento? No tenía una
respuesta para esa pregunta. Pero en el fondo, en el rincón
de su mente, le decía que lo hiciera. Que se arriesgara. Que
se divirtiera un poco más con él antes de terminar su
trabajo.
—Bien, no importa. Tomaremos un Uber —respondió
Elena, observando ambos lados de la calle.
Sacó su teléfono y comenzó a teclear en la aplicación del
Uber. Su casa sería el lugar indicado para continuar lo que
comenzó. Ahí no había testigos y aunque los hubiera, fácil
podía comprarlos. Miró de soslayo al original. Estaba tan
embelesado con ella que ya ni lo disimulaba. Era evidente
que quería más que un beso y ¿quién era ella para
negárselo? ¿Para llevarlo directo a su trampa?
—Suba por favor, mi bella dama —dijo el chico, que abrió
la puerta del auto, dándole pasó para que tomará asiento
en la parte de atrás.
Enseguida subió él, cerrando la puerta. El chofer
encendió el motor y se dispusieron a salir de ahí.
—¿A dónde quieres ir? —cuestionó, curioso.
—¿Qué tal…, a mi departamento? —lo miró coqueta.
El chico pálido sólo sonrió y ella le devolvió la sonrisa.
Otra sensación extraña le oprimió el pecho. Por alguna
extraña razón sentía pena de que lo fuera aniquilar.
Observándolo bien, no estaba para nada mal, al contrario,
era de su tipo: chicos con cara de ángeles, pero que en el
fondo se notaba que era lo único que tenían; mandíbula
cuadrada y nariz respingada. Lástima que su diversión
duraría hasta que llegaran a su departamento.
Luego de unos minutos ya estaban en la puerta de su
departamento. El original la seguía mirando con curiosidad.
A juzgar por el furor en sus ojos, podía intuir que quería
seguir probando sus labios, por lo que se dejó que se
tomara la libertad de sujetarla por la cintura, rodeándola
con sus brazos y apoyarla contra el metal de ésta. Grave
error.
De repente sintió como un calor comenzó a subir por
todo su cuerpo a medida que los besos descendían por su
cuello. No podía permitirse caer ante sus bajos impulsos, así
que se giró dando un pequeño suplido, quedando ahora
pegada su espalda contra su pecho y sus glúteos contra su
pene erecto, algo que no le ayudó mucho. Puso el código en
la puerta y después la llave para así abrir la cerradura y
poder entrar. Necesitaba terminar el trabajo antes de que…
El chico pálido la volvió a girar, dejándola de nuevo
frente a él. Pegó sus labios con los de Elena, envolviéndose
en un beso apasionado mientras entraban al interior del
departamento. Llevó sus manos a su cintura y con el pie
abrió por completo la puerta.
Elena se alejó de él y dio unos pasos hacia atrás,
sonriéndole ampliamente, al mismo tiempo en que él
cerraba la puerta y caminaba decidido a ir por ella.
Elena caminó hasta la barra de la cocina, recargándose
mientras lo miraba traviesa. Él la tomó por la cintura y la
llevó hasta la superficie de la barra. Se acercó con una
mirada candente a besarla de nuevo.
La cercanía y el contacto que ahora tenía con el original
la hacía estremecer a tal grado de cuestionarse en si debía
o no romper toda regla estricta que sus superiores le dieron,
sólo por besarlo. Olvidar lo que pensó en el antro acerca de
matarlo. Pero no podía dejar que el original se saliera con la
suya, tenía que ser más inteligente. No podía caer en la
vehemencia que el ese chico le provocaba. Por lo que, dejó
de pensar en lo que quería y comenzó a concentrarse en lo
que de verdad importaba: hacer desaparecer al original.
—¿Quieres un trago? —preguntó apartándose de él,
bajando de la barra, enfriando el ambiente que ya
comenzaba a calentarse.
—Si, claro —dijo, respirando profundamente.
—Muy bien, si gustas esperarme en la terraza, está en la
parte de arriba a la izquierda —señaló, coqueta.
El original asintió dando una pequeña palmada en la
barra y se alejó. Elena sacó unas copas de las gavetas.
Caminó hacía el refrigerador y sacó una botella de vino.
Apoyó sus manos sobre el lavavajillas, respirando hondo. No
podía creer que por un momento dejó de importarle la
existencia de su compañero y prefirió que no estuviera.
Respiró aliviada, pues al igual que ese pensamiento, ese
problema desaparecerían con la muerte del original y ya no
volvería a tener esas sensaciones, seguiría con su vida,
como antes la conocía.
Abrió un cajón y sacó el sacacorchos. Lo clavó sobre el
corcho de madera, dando pequeños giros. Destapó la
botella y vertió el líquido rojo en las copas, mientras vigilaba
que no bajara el original. Sacó un pequeño pomo de su
gabardina y vertió el polvo plateado en una de las copas.
Caminó hasta la terraza y le ofreció la copa que contenía el
veneno.
—Oye, tienes una vista increíble —dijo el chico, tomando
un pequeño sorbo de vino.
Elena sólo asintió con la copa en sus labios mientras
miraba divertida como el chico pálido sostenía la copa de
vino en sus manos. Había caído en su trampa. Sólo estaba a
la espera de que se acabara todo el líquido, pero el original
dejó la copa en el balcón, cambiando todo pronóstico de ser
envenenado.
—¿En qué estábamos? —levantó una ceja y caminó de
nuevo hacia ella, apartando la copa y poniéndola también
en el balcón.
Comenzó a acercarse lentamente, tocó sus labios
suavemente con los de ella, apoyándola de nuevo contra la
pared, mientras que ella solo hacía movimientos instintivos
con sus labios, pensando que ahora tendría que apuñalarlo
o algo parecido con su daga. Se imaginó en lo difícil que
sería si se complicaran más las cosas si el original se resistía
y peleaba, o al momento en que ella sacará su arma él
huyera de ahí. Analizaba en todas las posibilidades que
tendría que hacer, en todos los escenarios posibles en que
pudiera fallar.
La tomó de la mano y se dirigió hasta una habitación con
una mirada seductora. Era la oportunidad perfecta para
matarlo de una vez por todas, en cuánto estuvieran en la
cama, pum le volaría los sesos. Pero antes de que la clon
pudiera hacer algo, en cuestión de segundos el original cayó
al suelo.
Elena lo miró con un poco de aburrimiento, quizás en el
fondo esperaba otra cosa. Pasó por encima de él abriendo la
puerta de su habitación, dirigiéndose hasta su cama.
Después de todo, sólo un tragó bastó para no arruinarle sus
impecables uñas. ¿Pero realmente sería así? Se arrojó al
colchón con una gran sonrisa y el sueño la invadió.
VI. Enigma

Elena se despertó aún soñolienta, notando que no estaba


el original, cosa que no le sorprendía, después de todo, el
funcionamiento que tenía el veneno era más que evidente,
por lo que preocuparse en si amanecía tirado frente a su
puerta o no, le daba igual. El original se tomó el veneno, no
como a ella le hubiera gustado, pero lo hizo y observó como
caía muerto. Según su teoría: o hallaría el cuerpo tirado en
algún rincón del departamento, o simplemente nada. Ya se
preocuparía más tarde en deshacerse de él.
Se levantó de la cama aún con los ojos cerrados, dando
un gran estirón, relajándose completamente mientras se
sentaba en el borde de su cama. La cabeza le estallaba de
tanto alcohol que consumió la noche anterior y no era de
exagerar. En parte el original tenía la culpa. No hubiera
bebido de esa forma si las cosas no terminaron al final
incómodas después del beso, o, mejor dicho, si no le
hubiera dado el beso. Ya estaba. Ya no tenía de qué
preocuparse, a la larga solo sería un simple recuerdo
revuelto entre tantos más. Un simple original sumado a su
lista de desaparecidos.
—¿Por qué haces siempre eso? Si sabes muy bien que al
día siguiente mueres —se recriminó mientras caminaba al
closet para tomar un pantalón de mezclilla y una blusa
holgada gris y comenzaba a vestirse.
Después caminó al baño para tomar una aspirina.
Necesitaba urgentemente que le calmara el dolor. No sabía
en cuánto tiempo su cuerpo se recuperaría por sí solo y
eliminaría la resaca, ya que no era una clon común. Odiaba
eso. Odiaba el hecho de que cada cosa le recordara que no
era como los demás, que su cuerpo y habilidades no
actuaban como el resto.
Abrió el espejo y sacó el pomo de las píldoras. Tomó una,
lo volvió a cerrar y se miró en el espejo.
«Pero qué desastre». Pensó viendo como tenía los ojos
irritados de tanto dormir.
Se limpió el rímel que tenía esparcido por toda la zona
inferior de los ojos, pasó sus manos por su cabellera
alisando pequeños cabellos que se dejaban ver, tratando de
acomodarlo. Abrió la llave del lavamanos y esparció agua en
su rostro mañanero, dando un gran suspiro.
Salió del baño, cabizbaja. Observó como sus pies se
arrastraban sobre la alfombra, caminando hacía la planta
baja para hacer algo de desayunar y prepararse una buena
taza de café, sin embargo, dudaba mucho que llegara hasta
la cocina. Cada paso parecía una orden para que el dolor le
martillara en el cráneo, bajo sus párpados, en toda la
cabeza.
Cuando estuvo a punto de cruzar el arco de la puerta su
frente se topó con unos pectorales desnudos, haciendo que
otra punzada resonara en su mente.
—Hola, despertaste. ¿Quieres un poco de café? —dijo el
chico, mientras extendía su mano con la taza humeante de
café hacia Elena.
Esa voz gruesa y varonil que no tuvo la oportunidad de
escucharlo con tanta claridad, como hasta ahora, hizo que
despertara completamente. La resaca se le borró casi al
instante en que exorbitaba los ojos por la sorpresa y
levantaba la mirada hacia la cara sonriente del original.
No podía entenderlo. Estaba confundida. Claramente vio
como cayó muerto. ¿Qué hacía él aquí? ¿Por qué no
desapareció? ¿Cómo es que el veneno no funcionó? Su
mente trabajaba a mil por hora para encontrar una razón
cuestionable del porqué el original seguía vivo. Estaba
segura de que anoche vio cómo se bebía el veneno en el
vino que ella misma se encargó de darle. ¿Un solo trago
tuvo que bastar para que el original muriera? Ahora mismo,
el dolor de cabeza no le dejaba pensar con claridad. Gran
parte de su recuerdos eran borrosos y no le ayudaban en
absoluto, ¿el original bebió el veneno, o lo hizo ella? No.
Estaba segura de que le dio la copa correcta, pero tal vez un
trago no era lo suficientemente fuerte, como para asesinar
a un hombre de su tamaño.
Sus ojos se movieron en todas direcciones, como
pequeñas flechas que trataban de recordar lo que ocurrió en
la noche anterior, repasando cada detalle que hizo, desde
que salió del edificio para dirigirse al antro hasta que llegó
de nuevo a su departamento acompañada del original. Pero
nada, ¿algún detalle se le estaba escapando? Sus recuerdos
estaban borrosos y más de uno creía que lo había
inventado.
—No sé con cuánta azúcar te gusta tomarlo, pero espero
que no me haya pasado con lo dulce —prosiguió el chico
pálido, con una sonrisa.
Elena lo miró fijamente y luego a la taza humeante que
tenía a pocos centímetros. Eso no le ayudaba en nada. No la
ayudaba a concentrarse. Ahora lo menos que quería era
café. Tenía que encontrar una razón de su presencia, antes
de que alguno de sus compañeros se diera cuenta que no
completó bien su trabajo. Sin embargo, la jaqueca no
ayudaba y mucho menos la intensa mirada del original, que
la escudriñaba queriendo saber si le aceptaba un café o no.
Por lo que, se giró, dándole la espalda. Poniendo la mirada
en la ventana, ya que no lo quería mirar, le parecía patético
e insoportable.
Las gotas que caían lentamente por la ventana no
lograban que su confusión se acabara. Al contrario, se
encontraba más ansiosa que lo que recordaba nunca. Debía
de tranquilizarse, quizá todo era parte de una alucinación o
algún efecto secundario por la resaca. Tal vez si ahora se
diera la media vuelta no lo encontraría.
Elena suspiró fastidiada. Giró lentamente sobre sus
talones, esperando no encontrar a nadie detrás de ella. Pero
ahí estaba con una expresión de lo más tranquilo. Estaba a
punto de correrlo, de matarlo, pero el teléfono sonó. Miró de
quien se trataba y casi sintió como la sangre se le bajaba
hasta los talones, ¿por qué de pronto sus manos
comenzaron a sudar y su corazón a tener un ritmo
descontrolado? Experimentaba una sensación rara en su
estómago, ¿náuseas? ¿Por qué? Nunca experimentó una
sensación así. Ni siquiera recordaba si alguna vez
experimentó alguna emoción.
—¿Bueno? —cuestionó Elena, al descolgar. Trató de no
sonar nerviosa, aunque le era difícil. Si no arreglaba esa
situación antes de que los demás supieran que el original
estuviera vivo no sabía qué consecuencias repercutirían
sobre ella.
—¿Estás en tu departamento? —inquirió Erick. Como si ya
supiera lo que sucedía en ese momento.
—¿Sí, por qué? —preguntó, confusa.
—Y está contigo el original, ¿no es así? —aseguró Erick.
Elena sintió que su corazón se paró por un breve
momento. No pudo evitar revisar toda la habitación en
busca de cámaras. Se sentía vigilada y, sobre todo, perdida.
—¡Contesta! —exigió Erick, molesto—. Está contigo el
original, ¿sí o no? —repitió. Ahora con un tono más alto.
Elena le echó un último vistazo al chico, antes de salir de
la habitación y encerrarse en el baño de visita que tenía en
el pasillo. Necesitaba privacidad, no sabía qué era lo que iba
a decir Erick, por lo tanto, no podría quedarse de brazos
cruzados y arriesgar que una información valiosa se filtrará
y llegará a los oídos del original. Su vida ya estaba en riesgo
ahora que seguía con vida el original, como para arriesgarse
más en que los escuchará.
—Sí, aún sigue aquí —se mordió el labio inferior, tratando
que con ese gesto pudiera liberar la presión que sentía—.
¿Por qué? ¿Qué pasa? —cuestionó, dubitativa.
—Ha surgido una emergencia, y necesito que vengas con
el original, al departamento de Cloe, para encontrar una
solución. Ven rápido ya todos estamos aquí.
Antes de que Elena pudiera hacer otra pregunta, Erick
colgó dejándola sola en la línea. Al saber que tenía que
soportar un minuto más al original, suspiró con molestia,
guardando el móvil en el bolsillo trasero de su pantalón.
Salió del baño y se dirigió nuevamente hasta su habitación,
dónde seguía el original, observando divertido una
fotografía de los clones.
—¿Qué acaso no tienes nada que hacer hoy? —cuestionó,
molesta, arrebatando la fotografía de sus manos.
—Emm... sí… —respondió, confundido.
—¡Cancélalo, vienes conmigo! —dijo Elena, sin esperar
un no por respuesta.
—¿Por qué? —respondió, con un tono de voz más agudo
de lo normal.
Elena suspiró nuevamente, también quería saber esa
respuesta. ¿Qué urgencia surgió y que tenía que ver él con
todo? Además del hecho de que siguiera vivo.
—Sólo hazlo. Hay algo urgente y te involucra a ti, así que
muévete…
Él asintió, disimulando una sonrisa. ¿Era enserio? ¿Podía
sonreír aún en esas circunstancias? Jamás en su vida, ni
estando rodeada de pacientes conoció a alguien tan loco
como él. Cualquiera se cuestionaría un poco las cosas o por
qué una desconocida quería llevarlo a un lugar luego de
unas horas de haberse conocido. A menos que fuera él el
peligroso. No, claro que no. Eso era absurdo.
Caminaron bajando las escaleras a la primera planta,
cerrando la puerta del departamento. Se dirigieron al
elevador hasta el estacionamiento del edificio y se subieron
al Ferrari oscuro de la clon, yéndose a toda velocidad,
mientras cruzaban calles y avenidas directo al Penthouse de
Cloe.
—Oye, ¿eres millonaria? —dijo el original, que observaba
con detalle el auto—. Dime, ¿qué significa el tatuaje que
tienes en tu cuello? ¿Trabajas en una secta o algo parecido?
¿A dónde nos dirigimos?
Elena respiró profundo para no perder la paciencia.
Limitándose a ignorarlo. Sus preguntas eran filosas y si
respondía alguna, rompería sus dos únicas reglas que
ejercía.
VII. La solución

—Dinos, Cloe, ¿por qué nos has reunido tan temprano en


tu departamento? —cuestionó Arthur, sentándose en el sofá
que estaba en la sala de estar.
—Bueno, Héctor, ha desaparecido y no sabemos dónde
se encuentra…
Estefany estalló en carcajadas mientras se tomaba con
sus manos el abdomen.
—No es nada raro en él. Sabemos qué si no está aquí,
está en el ejército, haciendo alguna misión. O entre las
piernas de alguna rubia petulante, que esté dispuesta a
abrirle las piernas porque según ella nadie la satisface —
habló Estefany, aun riendo—. Así que, tranquila querida
Cloe, volverá a rendirte cuentas tarde o temprano. Además,
ayer lo vimos, ¿no?
La mensajera de la muerte la observó con una mirada
demandante, causando que la blanca chica dejará de reír y
pusiera los ojos en blanco. Ahora no se encontraba de buen
humor para bromas mordaces como las que solía decirle.
Era un asunto serio que le robó el sueño.
—Esta vez sí ha desaparecido realmente. Y encima de
todo esto, no es nuestro único problema. El original que se
llevó Elena, ayer por la noche, aún sigue con vida. De
hecho, vienen en camino, para descubrir por qué aún no ha
muerto. Así que, les pido a todos que no traten de matarlo,
en cuanto lo vean. ¿Quedó claro? —sentenció Cloe.
Los tres clones se vieron a los ojos y asintieron en
silencio, mientras los dos hermanos esperaban de mala
manera en el sofá.
Cloe se giró, dándoles la espalda, para dirigirse a su
oficina. Detrás de ella Erick, que en cuánto llegó al
despacho tomó asiento en la silla giratoria en silencio,
observando todos los movimientos de su novia.
El pitido del artefacto que sostenía en las manos la
mensajera de la muerte la sacaba de quicio. A veces quería
destruirlo, pero para su desgracia era indestructible. Se
detuvo cerca del mueble dónde guardaba sus licores. Sacó
la botella de tequila y dos vasos, llenándolos hasta el borde.
Tomó uno y con un sólo trago se lo acabó por completo.
Después siguió con el otro, haciendo lo mismo. Observó el
libro que estaba abierto sobre el mueble. Siguió con la vista
una pequeña luz roja parpadeante, que comenzaba a
moverse desde un punto de la ciudad, —específicamente
desde el edificio donde vivía Elena—. El libro lo marcaba
como el original de Héctor. Cloe pasó su mano por su
cabello, pensativa, tratando de descubrir el misterio que se
surgió con la desaparición del clon. La luz que seguía
parpadeando le dio la idea de que el original que se quedó
con Elena la noche anterior no estaba muerto. Por lo que
estaba ligado también a la misteriosa desaparición.
—¿Qué pasa? ¿Ya vienen en camino? —inquirió Erick,
sentándose en el borde del escritorio.
—El libro me marca que ya están a punto de llegar. —
Recordó l hombre que se suicidó en su oficina hace unas
horas y el cómo fingió hasta ese momento que era Héctor—.
¿Crees que ya ha comenzado? ¿Crees que ya ha llegado el
momento después de todos estos años? —cuestionó,
intrigada.
—No lo sé... Tal vez ... Definitivamente el original es el
detonador —dijo, caminando hasta ella. Tomándola por la
cintura.
Esa respuesta no le ayudaba en nada. Necesitaba algo en
concreto, algo por el cuál iniciar. Una pista que la llevará al
inicio de todo el misterio. Una declaración como la de Elena
que le diera los suficientes fundamentos para eliminar las
sospechas de que no todo estaba entrelazado con lo que
temía. Con lo que había esperado tanto tiempo.
—¿Qué sugieres hacer? —añadió Erick, dándole un
pequeño beso en la mejilla.
—¡Ya están aquí! —exclamó Cloe, apartándose de él para
abrir la puerta de su Penthouse.
Caminó hasta la puerta para abrirla de golpe. Pasó por
detrás de los hermanos que miraban la televisión frente a
ellos. Tomó el pomo de metal y abrió la puerta que daba al
corredor del edificio.
—¡Al fin! —exclamó Cloe, dirigiendo toda su atención al
alto chico—. Adelante. Bienvenido —dijo con una sonrisa
sutil al original.
La mensajera de la muerte se hizo a un lado, para que los
chicos entraran. Cerró la puerta detrás suyo.
—Elena. Erick —llamó Cloe, dirigiéndose de nuevo a su
despacho.
Tomó lugar en el escritorio y le dio una señal a Erick para
que pasaran. Quería ver cada gesto y acción que hiciera
Elena. Ver si algo la delataba o que pudiera asegurarle que
la decisión de no matar al original no estuviera ligada con la
desaparecida de Héctor o con ella misma.
Erick indicó con una mano que entrara primero Elena.
Elena entró con cautela. Vista de esa forma: tratando de
encontrar una buena explicación que pudiera darle sobre la
presencia del original le resultaba risible. Observaba a su
alrededor como si las paredes pudieran darle la respuesta
que pudiera salvarla de su responsabilidad, aunque eso era
imposible, todo la incriminaba a ella. Aunque debía de darle
el beneficio de la duda, ¿no? Sin embargo, casi nunca
fallaba con lo que sospechaba.
—Explícame Elena, ¿por qué el original sigue vivo? —dijo
Cloe, cruzándose de brazos y con una mirada que dejaría
helado al mismo infierno.
Elena dio un gran trago de saliva y se limpió el sudor de
sus manos sobre sus jeans.
—No lo sé, hice todo de acuerdo con lo de siempre. Vertí
veneno en su copa y vi cómo caía al suelo —dijo—. Y en la
mañana siguiente, me topé con la sorpresa de que estaba
vivo y seguía ahí en mi departamento.
Cloe sólo dio un gran suspiro.
—Ya veo —la miró muy seria, mientras que Elena daba
golpecitos con sus dedos al costado de sus piernas—.
Bueno, te he mandado hablar porque, ¡hay un problema y
es muy grave!... ¡Héctor ha desaparecido!
—¿¡Qué!? ¿¿Cómo es eso posible!? —preguntó Elena,
exaltada.
Cloe la fulminó con la mirada, dándole la orden de que
guardara silencio. Se llevó su mano sobre su pequeña
cintura, dando un gran suspiro, para después sentarse en su
enorme silla que tenía frente a su escritorio, cruzando las
piernas y encendiendo un cigarrillo.
—¿Hay alguna solución para que vuelva Héctor? —
cuestionó la clon acercándose a la mensajera, apoyando las
palmas de sus manos sobre el escritorio.
—No lo sé... Tal vez… —respondió soltando el espeso
humo que salía de su boca.
Cloe dio otra calada al cigarrillo, tratando de hacer
tiempo suficiente para pensar una mentira que la clon
pudiera creer y no hiciera tantas preguntas.
—Tienes que permanecer un mes con el original, si no
ocurre nada al terminar el mes, desaparecerá y Héctor
volverá —prosiguió muy certera y segura.
—Pero eso es sólo una teoría, no prueba que Héctor
vuelva.
—No pierdes nada con intentarlo.
—¿Y por qué yo? ¡No! Me rehúso. —Elena movió su
cabeza en modo de desaprobación, mientras se giraba
sobre sus talones y se cruzaba de brazos—. Cualquiera de
los otros lo puede cuidar —volteó a mirar a Erick que estaba
recargado en un estante de libros.
—Porque tú fuiste la que lo encontró y, además, ese chico
ya te conoce por culpa del atrevimiento que hiciste al darle
un beso.
En la forma tan rápida que volvió para verla supo que no
se esperaba eso. No esperaba que de alguna manera se
enterara del beso entre el original y ella, aunque no fue tan
difícil descubrir algo que nunca fue un secreto. Ni siquiera
se molestó en ocultarlo o ser discreta. Básicamente todo el
mundo miró como succionaba a ese chico en el bar.
Se puso de pie y caminó hasta Elena, quedando frente a
ella.
—Así que toma la responsabilidad de tus actos y quiero
que me cuentes todo lo que haga o deje de hacer. ¿Quedó?
—¿Y si no regresa en un mes? —miró por encima de su
hombro.
—Entonces el tiempo que tarde, pero pase lo que pase
tienes que permanecer con él, si quieres que esto se
solucione.
Elena asintió en silencio para luego salir molesta de la
oficina, dando un gran portazo.
Cloe volteó a ver a Erick triunfal y preocupada a la vez.
La postura que adoptó Elena le confirmaba que lo que temía
ya había iniciado, siendo una noticia un poco favorable. Lo
estuvo esperando por mucho tiempo. Sin embargo, el hecho
de que en este preciso momento también estuviera
relacionado la desaparición de Héctor no le gustaba tanto.
Era una señal de que más problemas se avecinaban
conforme Elena descubriera las emociones.
VIII. Beso

Comenzó a respirar pesadamente. Sentía tantas ganas


de golpear todo, de gritar y sacar esa energía negativa que
ahora habitaba dentro de ella. No podía hacer nada. Las
cosas se encontraban en una situación crítica solo por su
culpa. Solo por hacer esa estupidez del beso. Caminó hacia
la cocina ignorando a sus compañeros y original que
estaban en la sala. Era injusta la decisión que tomó su jefa
sin consultarle nada. ¿Por qué hacer que pasara tiempo con
él? ¿Con un original? Estaba segura de que hacerlo no
solucionaría nada. Héctor no regresaría a sus vidas por arte
de magia.
Abrió el gabinete que tenía enfrente y sacó la botella de
whisky que ahí guardaba Cloe. Buscó un vaso limpio y se
sirvió el líquido café. El whisky le ardió un poco cuando pasó
por su garganta. Era muy temprano para beber y más
cuando no le dio tiempo de ingerir nada antes. Todo por ese
estúpido original. Su día hubiera ido bien si el veneno
hubiera hecho su trabajo. Si ella ahora pudiera recordar
quién realmente bebió la copa envenenada. Soltó el vaso
sobre la barra y miró a los chicos.
—Oye, personita —escuchó que dijo Estefany,
refiriéndose al original—. ¿Qué tanto le ves a mi amiga? ¡Ay
y no me digas que no! Por qué he notado como la volteas a
ver a cada momento desde que salió de la oficina como si
fuera una atracción de circo. Eso para nada es raro —una
sonrisa de medio lado se dibujó en la blanca clon.
Y esa sensación que la embargaba parecía crecer más
con todo lo que tuviera que ver con el original.
—¡Ay, Estefany! ¿Cómo se te ocurre preguntarle? —le
respondió Arthur con el ceño fruncido—, es obvio que le
gusta, ¿no ves cómo está de embobado desde que conoció
a Elena?
Elena rodó los ojos. Hasta ahora no quería verlo y saber
qué reacción tenía con lo que dijeron sus compañeros.
Apostaba a que la estaba mirando, ¿por qué? ¿Que tenía en
la cara como para que alguien no dejará de verla? Resultaba
tan molesto.
Desvió la vista hacia el chico pálido que estaba sentado
en el sofá, en medio de los dos hermanos. Como lo supuso,
la estaba mirando. Tan predecible. Hasta parecía que ni los
escuchaba. Cosa que a ella no le vendría mal un poco de
silencio. Un poco de paz para menguar lo que sentía. Pero
no podía irse de ahí sin llevarse a un original en el bolsillo.
—Si me disculpan —dijo el chico, parándose del sofá y
acercándose a ella.
«Ay no», pensó cuando llegó hasta ella. Tomó el vaso de
whisky y le dio otro trago, esperando a ver ahora con qué
cosa salía.
Sin embargo, no le dijo nada, solo la tomó del brazo,
jalándola hasta la salida con una cara de tranquilidad.
Definitivamente convivir con él sería una verdadera tortura.
Nunca iba a comprender las reacciones de los originales a
diferentes circunstancias.
Al llegar a la puerta y ver que se cerró, el original se
acercó y la abrazó, tomándola por sorpresa, causando que
soltara el vaso que traía al suelo. Eso no se lo esperaba para
nada. Y menos lo que hizo ese abrazo. Que por alguna razón
no comprendía el efecto que tenía sobre ella. Los brazos del
original de alguna manera eran reconfortantes.
—¿Estás molesta? —le preguntó al oído.
¿Molesta? Nunca le paso por la mente estar molesta. No
era algo que eligió encender o permitir que ahora se
adueñara de su cuerpo.
—Si —respondió, dejando que sus brazos acabaran con la
sensación.
Pero no duró mucho tiempo. Una nueva sensación la
albergó, haciendo que su lógica volviera y se diera cuenta
cómo estaba reaccionado. Lo cual no era normal. Lo
empujó, alejándolo de ella.
El chico cayó de espaldas contra el suelo, así causando
que se cortara la mano con los pedazos del vaso roto.
Elena estaba a punto de irse, pero no lo hizo, ya que las
palabras de Cloe la detuvieron. «Pase lo que pase tienes
que permanecer con él, si quieres que esto se solucione».
Respiró molesta. Por más que no le gustara y le asustara el
efecto que estaba causando el original, tenía que
permanecer con él. Si de verdad le importaba su amigo,
tenía que por lo menos intentar ver si volvía luego de un
mes conviviendo con el original. Se dio la media vuelta,
girando sobre sus talones y le hizo una señal con la mano
para que se levantara.
Él la miró extrañado, aunque un poco feliz y rápidamente
se levantó. Siguiéndola hasta dónde dejó aparcado el auto.
Durante el trayecto el original sólo se limitó a contemplar
las calles y suburbios. Lo cual agradeció. Esperaba que
concluyera que no quería hablar. Necesitaba pensar bien las
cosas. ¿Como haría para hacer lo que Cloe le pidiera sin
pasar tanto tiempo juntos?
—¡Hemos llegado! —indicó Elena.
Cuando puso el freno de mano, no pudo evitar mirar la
mano del original, que mantenía presión para cortar el flujo
de sangre. Ahora mismo sentía lástima por él. Un escalofrío
recorrió todo su cuerpo, jamás se existió un momento donde
se hubiera preocupado tanto por alguien, y hoy no iba a
comenzar. Pero lo menos que podía hacer era curarle la
herida, después de todo, ella tuvo gran parte de culpa por
provocar que el original estuviera sangrando.
Se bajó del auto tranquilamente, sin esperar a que el
original la siguiera. En el fondo así lo deseaba. Caminaron
hasta el ascensor que se encontraba en el fondo del
estacionamiento. El silencio fue paz mental para Elena
durante el trayecto del ascensor hasta su departamento. El
incesante bombardeo de preguntas del chico sobre su
existencia en su auto mientras iba con Cloe, le provocó una
leve jaqueca. Hasta ese preciado momento supo valorar el
silencio gracias a que lo conoció.
—¡Siéntate! —indicó Elena, cerrando la puerta.
El original miró el sofá-cama que estaba a sus espaldas,
en la esquina del pasillo. Con gran seguridad se sentó. Miró
atentamente a Elena, como un niño a la espera de un
obsequio.
—Iré por algo para sanar esa herida —añadió,
dirigiéndose a la planta alta.
No tenía la menor idea de donde encontrar un botiquín
de primeros auxilios dentro del departamento, ni siquiera
recordaba que le dijeran cuando llegó ahí que existía uno.
En toda su estadía viviendo en ese piso hasta el día de hoy
no tuvo la necesidad de buscarlo, puesto que gracias a sus
genes las heridas sanaban eventualmente, claro
dependiendo la herida era la rapidez con lo que la hacía. Por
lo tanto, se encontraba perdida en ese ámbito.
Observó a la puerta, pensando. Ahora la única opción que
se le ocurría era buscar en departamento de al lado. No en
el de Héctor, porque seguro se iba a encontrar en las
mismas, sino que, en el de su vecino Adolfo. Seguro que él
si tenía algo para sanar una herida de menor grado. Bajó
nuevamente y se dirigió a su puerta.
Luego de unos minutos, estand ya los dos de frente, la
clon tomando con su mano a la del original, comenzando a
cura la herida como podía. Él la miró fijamente, con su
sonrisa habitual.
—¡Auch! —se quejó, mientras reía disimuladamente.
—¡Quédate quieto! —ordenó, irritada.
—¡Ay! —dijo, molestándola.
—¡Ya! Parece que nunca te has cortado —comentó,
fastidiada.
—Pues es que eres pésima curando heridas. Ni siquiera
desinfectaste el área —replicó.
—¿Así? Pues hazlo tú mismo. Se ve que tienes mejores
conocimientos que yo—dijo Elena, que lo soltó
bruscamente. Rodó os ojos y bufó de manera exasperada.
—No, ya me quedo quieto —dijo—. Después de todo la
que me hirió me tiene curar. Me lo debe.
—¿Te lo debo? —cuestionó, incrédula. Lo señaló con el
isótopo—. ¿Sabes qué? Haz lo que quiera —replicó.
—¿Lo que yo quiera? —arqueo una ceja y sonrió de lado,
mirándola con picardía.
—¿Por qué me ves así? —frunció el ceño.
La seguridad que se veía en los ojos del original hizo que
Elena quisiera retroceder. Escapar. El original la tomó del
brazo y la jaló hacia él. Puso su mano en su mejilla,
mientras que su pulgar recorría los labios rosados de la clon.
La miró a los ojos y a la vez a la boca.
Elena lo miró fijamente a los ojos. De pronto, su ritmo
cardíaco se descontroló y su respiración comenzó a
desaparecer. Tomó un gran trago de saliva. Cerró los ojos,
preguntándose qué era lo que le estaba pasando. Quería,
no, deseaba con todas sus fuerzas que la besara. Empinó la
boca, esperando a que el original hiciera lo mismo y se
decidiera a besarla. Sintió que se acercó lentamente hacía
ella, obedeciendo la orden indirecta que le dio. Sus labios
tocaron los suyos, comenzando con un beso lento, que poco
a poco fue aumentando la velocidad, su lengua traspasó por
sus labios, tocando a la de la clon, danzando juntos.
Un pequeño gemido que se escuchó salir de su boca hizo
que detuviera el beso, separándose un poco de él.
Avergonzada y sonrojada lo empujó, tratando de ocultar el
manojo de nervios que se acumulaban en su estómago y se
asentaban, pareciendo vivir ahí el resto de su vida. Salió de
la habitación y se dirigió hacia la terraza, quería tomar aire
y tranquilizarse, ¿cómo es que un hombre la hacía sentir de
esa manera? Sobre todo, un original. Temblaba por el calor
que se hacía notorio en sus mejillas. Apoyó sus manos en el
concreto del balcón, sentía como las piernas comenzaban a
perder fuerza, ¿qué le sucedía?
Tomó una gran bocanada de aire. Necesitaba
tranquilizarse, necesitaba hallar el control, no lo podía
perder, no ahora que todo estaba en juego, sobre todo, la
vida de su mejor amigo. Pero a pesar de las órdenes que
Cloe le asignó y de que, si seguía así, probablemente nunca
regresaría Héctor, no le importó. El egoísmo se adueñó por
un instante de ella, no quería que regresara, en el fondo
deseaba que nunca lo hiciera, prefería estar con el original.
Apoyó más sus manos sobre el frío concreto, como si eso
le devolviera a la cordura. ¿En qué estaba pensando?
¿Cómo podía poner sus intereses sobre las órdenes de Cloe
y el bienestar de su amigo?
La brisa fría golpeó en sus mejillas, que ardían más que
nunca. Miró a las diminutas personas, que desde esa altura
se podían apreciar. Contempló toda la ciudad en sí. El ruido
de autos y demás que se escuchaban a lo lejos la
tranquilizaron un poco, como si le dieran la certeza de que
nada le afectaría su paz. Aunque, en el fondo sabía que eso
ya no era posible. Había estado sólo unas horas con el
original y ya estaba perdiendo el control. Ya estaba
sintiendo cosas que solo les pasaban a los originales.
—¿Estás roja? —preguntó, con un tono burlesco. Se
recargó en la pared.
—Clar... Clar... ¡Claro que no! —afirmó.
Elena volteó a mirarlo por un segundo, para desviar de
nuevo la mirada a la ciudad, eso era mejor que enfrentar
una verdad que ahora no podría procesar.
—¿Entonces por qué tus mejillas están de ese color? —
cuestionó, sonriendo.
—No lo están. ¡Tú que no miras bien! —rodó los ojos.
—Tienes razón, me acercaré más —dio un pequeño paso.
—¡No! Quédate ahí —exigió, creando la distancia más
posible entre él y ella.
No podía estar de nuevo tan cerca de él, era peligroso
para la clon sentir de nuevo su piel o ese aroma que la
aturdía. No hasta que resolviera lo que le sucedía, era algo
nuevo para ella sentir todas esas emociones estando cerca
del original. Supuso que se debía a que nunca se cuestionó
qué efectos causaba un original cerca de un clon. Pero ella
no quería ser la candidata a ese experimento, sólo un día
bastó para que se diera cuenta que no funcionaría.
—Por cierto, no me has dicho tu nombre —comentó el
original, completamente serio.
—Y no te lo diré… —afirmó.
—Entonces no me iré de aquí hasta que me lo digas —
una sonrisa de lado que dibujó un pequeño hoyuelo en su
mejilla hizo que por un momento hipnotizara a la castaña,
pero al instante sacudió su cabeza, no podía perder la
cordura y llenarse de vehemencia—. ¡Ah! Y por cierto me
llamó Arón —agregó, guiñándole un ojo.
¿Arón? Su nombre le parecía extrañamente familiar.
Como si realmente supiera que así se llamaba. O como si
conociera a alguien que se llamara igual. Daba lo mismo. No
tenía tiempo para descifrar si recordaba a alguien así o no.
—Mi llimi Irin. Eso ya lo sé —dijo en voz baja, casi más
para ella que para él.
—¿Qué?
—Nada, vete de aquí —ordenó, molesta.
—Está bien, no te enfades —dijo mientras se dirigía hasta
el sofá, con una gran sonrisa, contemplando todo lo que
hacía.
La clon rodó los ojos y se dirigió hacía su habitación.
Cerró la puerta. Puso las manos sobre la madera y recargó
la cabeza sobre ella. Suspiró con tal fuerza que de
inmediato se le vino a la mente ese momento en el que la
besó, volviendo el calor en sus mejillas y ese hormigueo en
el estómago. Aún sentía sus labios sobre los suyos, tanto
fue el sentimiento de aquello, que dibujó una sonrisa en el
rostro de la clon. Provocando a la vez una furia hacia ella
misma, porque sabía que permitió ese acto y sabía que si se
dejaba llevar sería su fin, para ella y para Héctor. Así que, se
juró a sí misma poner una barrera entre él y ella, hasta que
se acabara el plazo que le dio Cloe como garantía, aunque
en el fondo sabía que eso sería difícil, ya que si le hacía
sentir así apenas lo conoció, que le esperaba más adelante.
Más tarde recostada en la cama, dando vueltas de un
lado hacia otro, sin poder dormir. Elena se paró de la cama
de un salto. Tenía que conciliar el sueño a como fuera lugar.
Pero los sucesos acontecidos recientemente: el beso, las
sensaciones raras que le hacía sentir el original, la confusión
por no saber si realmente bebió el veneno ella o no; le
robaban la paz que necesitaba para descansar. Por lo que
bajó hacia la cocina por un vaso de leche. Al menos ese
liquido siempre hacía que tarde o temprano conciliara el
sueño. Era como siempre su última alternativa.
Cuando iba de regreso hacia su habitación notó que la
televisión estaba encendida. Mostraba un canal de noticias.
—Ha habido muchos reportes de personas desaparecidas
en este último mes. Los agentes ya están investigando
sobre el asunto y mientras encuentran a los responsables,
las autoridades les piden a las personas que permanezcan
en sus hogares después de medianoche. Ya que temen por
su seguridad —hablaba una reportera de un noticiero—.
Además, de que hay varias investigaciones alrededor del
mundo confirmando que también hay muchas personas
desaparecidas, no sólo en la ciudad, sino, en pueblos
también. Los gobiernos y la ONU están tomando cartas en el
asunto, se dice que…
Elena apagó la televisión y dio media vuelta para dirigirse
a su habitación nuevamente, pero se detuvo al encontrar a
Arón dormido en el sofá-cama. Dejó el vaso en la mesita de
centro, se dirigió hacia la habitación de huéspedes, tomó
una cobija y se la puso. Al darle la espalda, la mano de Arón
tomó de su muñeca.
—Quédate —balbuceo, tirando con fuerza hacia él,
dejando que cayera junto con él en el sofá
La rodeó con sus brazos desnudos. La clon estaba ahora
frente a él. La respiración cálida del original que chocaba en
su cuello, la hacía estremecer, poniendo su piel de gallina,
no podía estar ahí, algo le hacía, tal vez tenía un virus y la
estaba enfermando.
Levantó cuidadosamente sus brazos, pero él la abrazó
aún más fuerte, girándola contra el soporte del sofá,
siéndole imposible salir de ahí, su calor y su aroma,
comenzaron a tranquilizarla hasta caer dormida.
IX. La mujer misteriosa

El ruido de los tacones de aquella mujer era lo único que


se escuchaban en la silenciosa noche, además de las brasas
ardiendo en un contenedor y las risas de los vagabundos
que se oían de vez en cuando. La apariencia del barrio le
parecía deplorable, ¿cómo existía gente que podía vivir en
esas circunstancias? Si bien, el barrio en particular no tenía
fama de que fuera el mejor lugar de la ciudad para
establecer una residencia. Las únicas personas que se
animaban a vivir ahí eran las que necesitaban esconderse
de la ley o las que no tuvieran los recursos necesarios para
buscar un mejor lugar.
—¡Ey, preciosa! ¿Por qué vas tan sola? —exclamó un
hombre negro, sentado en la banqueta.
—¡Si gustas te puedo acompañar a dónde tú quieras! —
vociferó otro de cabello rubio y sucio.
Los dos hombres comenzaron a reírse, como si estuvieran
de acuerdo en que eso era halagador. Sé pusieron de pie en
cuanto la mujer pasó cerca de ellos y comenzaron a
seguirla. Por su parte, la mujer prefirió ignorar sus
comentarios, por la apariencia que destacaba en ellos,
estaban completamente ebrios y hasta drogados. Era lo
menos que quería enfrentar ahora, tenía demasiada prisa
como para detenerse a discutir con unos hombres que
claramente no entenderían, a no ser mediante golpes.
—¡Perra! —exclamó el hombre negro—. ¿Te crees mucho
por llevar esos horribles tacones? ¡Sólo eres una prostituta
que ha tenido suerte! ¿Crees que no sé de dónde saliste,
perra? —comentó, haciendo énfasis en la última palabra.
La mujer iba a dejar por alto todos sus comentarios e
insultos, sin embargo, ese hombre había cometido un grave
error al tocarle el trasero. La mujer sacó un revólver de su
pequeña bolsa y se volteó para apuntarle.
—¿Qué dijiste? —preguntó la mujer, molesta. Le metió el
cañón de su revólver a la boca del hombre—. Repítelo, que
no logré escucharte —desafió, sonriente mientras bajaba el
martillo y la uña para recargar—. ¡Ah, eso creí! Ahora no
eres tan valiente con una pistola en tu boca, ¿o sí?
—¡Vamos chica, sólo estábamos bromeando! —intervino
el rubio, nervioso—. ¿Verdad que sí, Alfredo?
El hombre asintió aún con la pistola dentro de su boca.
Estaba temblando. Por loque veía, podía deducir que jamás
lo amenazaron con un arma, quizás nunca pasaba más de
que la mujer se indignara y se marchara de ahí lo más
pronto posible. Sin duda, aquellos dos hombres no volverían
a insultar a nadie, sobre todo el hombre negro que se hizo
en los pantalones.
—¡Argh! Bien —suspiró sonoramente—. ¡Largo! —exigió
la mujer, irritada. Alejando el arma del hombre.
Lo menos que quería era llamar la atención, aunque, ya
era demasiado tarde, su pequeño espectáculo no pasaría
desapercibido en la boca de los vagabundos. Por lo que no
podía dejar que más gente comenzara un rumor sobre una
mujer que llegó ahí e hizo un escándalo con un par de
borrachos y drogadictos. Su trabajo principal era llegar con
cautela y sigilo a cualquier lugar. En cuanto el revólver se
alejó unos centímetros del rostro pálido de Alfredo, los dos
vagabundos comenzaron a correr lejos de ahí. La mujer
siguió su camino hasta detenerse frente a un local, que
tenía como presentación unas bailarinas mecánicas,
semidesnudas, moviéndose de un lado a otro. Sin prestarles
mucha atención se adentró en el local.
Las luces violetas y verde neón, junto con el olor a
alcohol y a tabaco fue lo primero que recibió a la mujer de
cabellera rosa. No era una buena impresión para una mujer
como ella, —que ante los demás—, sólo pisaba
establecimientos de gente dentro de la ley. Aunque, muchas
veces hacía excepciones y llegaba a entrar a lugares como
esos. Su trabajo era recaudar información y si esa
información se encontraba en un prostíbulo, entonces, lo
visitaría.
Caminó por varias telas transparentes, siguiendo la
música. Atravesó por el pasillo repletas de habitaciones,
supuso que ahí era dónde los hombres casados cometían su
acto de adulterio, con chicas mucho más jóvenes que ellos.
Hizo una mueca de asco al escuchar, los que parecían para
ella gritos actuados, en la habitación más cercana. Decidió
ignorarlos y apresurarse hasta una puerta blanca, —con
mejor mantenimiento que todo lo demás—, tenía una placa
dorada sobrepuesta, grabada con el nombre "jefe" en ella.
La pelirosa la abrió sin importarle en absoluto si tenía o
no autorización de abrirla. Iba decidida a obtener lo que
quería, por lo que, no se iba a detener en preguntar si
podría o no entrar, a menos de que fuera con una pistola en
la sien de alguien. Lo primero que observó fue una
impecable oficina de paredes empapeladas de color marrón,
tres archiveros perfectamente acomodados a su derecha y
un sofá de cuero negro, con una mesita de cristal enfrente,
todo lo contrario a la estética del establecimiento que la
había recibido.
Los ojos enmelados de la pelirosa se dirigieron a un
hombre gordo, que llevaba una gran cadena de oro en el
cuello. Absorbía una línea blanca, que tenía sobre la mesa;
por la nariz.
—Veo que al menos mantienes este lugar un poco más
decente, que tu porquería de establecimiento, Mario —
comentó la mujer, posicionándose frente a él.
Mario apenas notó su presencia, dejó lo que estaba
haciendo y se puso de pie.
—¡Oh, vamos! ¿Qué tenemos aquí? ¡La chica dulce y
tierna vino a visitarme! —exclamó con tono mordaz,
mientras miraba con una sonrisa a la chica, que se sentó en
la silla del escritorio.
—¿Por qué te sorprende verme aquí? También puedo ser
muy ruda si la situación lo requiere —respondió la mujer de
cabello largo y rosa.
—De eso no me cabe duda, ya he visto hasta dónde has
llegado —guiñó un ojo, divertido—. Dime, cariño, ¿a qué se
debe el honor de tu visita? —hizo una reverencia.
—Quiero que me des los expedientes de todas las
personas que han salido con genes raros o defectuosos.
—¿Y por qué haría eso? —cuestionó, divertido.
—Porque si no lo haces, te mataré —advirtió.
Una gran sonrisa que se formaba por la comisura de los
labios pintados de rojo sangre se dejó ver en aquella mujer.
—¡Oh, vamos! Tampoco es para que te pongas así.
Primero vamos a ver el precio que darás —comentó,
acercándose a ella.
La mujer miró como la sonrisa de Mario se volvía más
perversa conforme avanzaba a ella. Odiaba a esa clase de
tipos, simplemente le causaba repulsión imaginar que ese
hombre le llegara a tocar siquiera un cabello. Para su
desgracia se tuvo muchas situaciones donde ese tipo de
hombres abundaban en lugares parecidos como en el que
se encontraba, lo que fue una gran ventaja para saber cómo
tratar a hombres de su tipo.
—¿Qué te parece esto? Si tú me das de buena manera los
documentos que yo necesito, mi revólver no tendrá la
necesidad de volarte los testículos —sugirió, mostrando una
parte de su arma.
Mario soltó una risotada.
—O tienes mucha confianza para entrar aquí y
amenazarme, o eres una estúpida por hacerlo —comentó,
ignorando por completo su amenaza.
Los dientes de oro, junto con la saliva que soltó el
hombre al momento de reírse provocó unas náuseas en la
mujer. Quería acabar de una vez por todas con ese trabajo,
así se aseguraría de no volver nunca a pisar ese lugar de
mala muerte. Mario se posicionó al otro lado del escritorio,
ahora su rostro se volvió oscuro y lúgubre.
—¿Qué te hace pensar que saldrás con vida, tan siquiera
te atrevas a disparar? —amenazó, contrayendo la
mandíbula.
La mujer quiso reírse con todas sus fuerzas frente a la
cara del chico, su pregunta le causaba tanta burla. El hecho
de que la tensión y situación en sí, le parecían una simple
broma, le recordó que no siempre fue una mujer normal.
Otra persona en su lugar se hubiera muerto de pánico y
miedo. Ella no, no fue desde pequeña entrenada y
preparada para huir cuando las cosas se complicaran.
Siempre conseguía y cumplía sus objetivos, y está no sería
la primera vez que anotaría en su repisa de logros, el
fracaso.
La mujer se limitó sólo a soltar unas risitas irónicas, antes
de volver a regresar a su expresión inicial: fría y sin emoción
alguna.
—No me hagas ir hasta ahí —señaló los archiveros—, y
buscar yo misma los documentos —advirtió. Su límite de
paciencia estaba a punto de llegar a su fin.
—Quiero ver eso —replicó, con tono desafiante—. ¡Ya es
hora de que muevas ese maldito culo de perrita que tienes!
La pelirosa le dedicó una sonrisa de medio lado, cargada
de odio y enojo. La última palabra que gesticuló Mario fue la
gota que derramó el vaso de su paciencia, sólo dejando el
coraje y el mal carácter dentro de ella. Se incorporó
rápidamente. Con sus manos sostuvo el borde del escritorio
y con poco esfuerzo lo volteó. Dejando por un breve
momento deslumbrado a Mario, él cual jamás puso a prueba
la gran fuerza de la mujer.
Tan rápido su cerebro reaccionó y comenzó a mandar
señales de alerta, Mario corrió hasta la caja fuerte, que se
encontraba al otro lado de la oficina. Sin embargo, no
alcanzó a dar más que dos simples pasos, antes de que la
mujer le disparara en el trapecio izquierdo y por
consiguiente un disparo en la espina dorsal y la nuca. Mario
se tambaleó unos segundos antes de desplomarse hacia el
suelo de madera, finalmente muerto. Originando la caída un
sonido resquebrajante y ensordecedor. La sangre se
esparció rápidamente por todo el suelo llegando a tocar la
punta de los tacones violeta de la mujer, que se quedó
inmóvil en su lugar.
Ahora que estaba muerto Mario, tenía que darse prisa, le
quedaban aproximadamente sólo cinco minutos para buscar
los documentos de los defectuosos, antes de que alguien
fuera a indagar la causa de los tres disparos. En tres
zancadas la mujer llegó hasta los archiveros. Los abrió y
comenzó a pasar las carpetas hasta las que necesitaba. Sin
tiempo de verificar, si eran o no lo correctos, los tomó y
colocó en una vieja caja vacía que estaba al lado de un bote
de basura. Esperando que no se equivocara y después
tuviera que regresar de nuevo, salió de la oficina, agilizando
sus pasos. Recorrió el pasillo por dónde entró, aunque ahora
en viceversa.
El aire fresco de la noche golpeó su cara al instante en
que salía completamente del prostíbulo. No se detuvo al
escuchar los gritos detrás de ella, los cuáles le dieron la
respuesta de que habían encontrado el cuerpo sin vida de
Mario. Sabía que no tenía que preocuparse por la policía. Ya
que lo menos que querían los hombres para los que
trabajaba Mario: era armar un escándalo, sin embargo, no
se quedarían de manos cruzadas sabiendo que el asesino, o
en este caso, la asesina y ladrona estaba libre. Por lo que
tenía que darse prisa en huir de ahí.
Una cuadra más adelante soltó el aire que no supo que
mantuvo dentro de sus pulmones en todo ese tiempo. Sacó
una carpeta que tenía como registro “Expedientes de
defectuosos” “Grupo B” con más de doscientas páginas, de
la caja y lo abrió con la esperanza de que fueran los
correctos. La carpeta se abrió en una hoja al azar. Era el
expediente de una mujer.
Luego de verificar que, si eran los expedientes correctos,
la mujer guardó los archivos en su bolsa. Se quitó la peluca,
dejando ver realmente el color oscuro de su cabello y la tiró
en el contenedor más cercano. Después de todo, ya no le
sería de utilidad, ya había conseguido la información que
necesitaba.
X. El original

El ruido de pasos y movimientos en la planta baja


despertó el sentido auditivo de Elena, poniéndola en alerta.
Deslizó su mano por debajo de la almohada y empuñó una
pequeña y afilada daga. Con sigilo se puso las pantuflas,
amarró los cordones de la bata alrededor de su cintura y se
dirigió hacia el pasillo. Se detuvo justo detrás de un pilar,
dónde sólo podía tener una limitada visión de lo que ocurría
en el primer piso. Se agachó, posicionándose en cuclillas.
Respiró hondo y sostuvo con más fuerza la daga. Podía
sentir como su corazón quería salirse de su pecho. Agudizó
más sus oídos para percibir a su enemigo. Los pasos
seguían moviéndose por toda la cocina y la mitad de la sala.
Aún, con el riesgo de que fueran a mirarla, asomó unos
centímetros de su rostro sobre el pilar. De pronto, el olor a
especias y aceite friendo invadió sus fosas nasales,
provocando que su estómago comenzará a protestar y su
apetito despertará. Hasta ese momento se percató de que
tenía hambre.
Con los nervios ya controlados y su corazón más
tranquilo, dejó la daga en una mesita que estaba junto al
sofá-cama. Caminó hasta el barandal de las escaleras, para
observar mejor cuál era la causa de todo ese ruido, que
desde un principio la despertó.
Arón movía levemente el mango del sartén, tratando de
que los pequeños cubos de cebolla, que se estaban dorando
en el fuego lento de la estufa, no se quemaran. Rompió dos
blanquillos y los comenzó a agitar en un recipiente con la
batidora, después los vertió en la sartén, junto con algunos
cubos de pimientos y sal al gusto. Caminó al refrigerador,
sacó la leche, fresas, plátanos y los colocó dentro de la
licuadora, apretó un botón para que comenzara a licuar los
ingredientes.
Casi se sintió ridícula al pensar que unos banquillos y un
licuado podían ser una amenaza para ella, hasta tal grado
de sacar el arma que siempre guardaba bajo su almohada,
en caso de que algún día corriera un peligro inminente.
Casi.
Decidida a enfrentar al original y presentar una queja
ante él, sobre lo insoportable que era, que alguien
desconocido irrumpiera en su hogar y peor aún, que la
despertar; bajó a paso firme por las escaleras hasta la
cocina.
—¡Oye! —exclamó, molesta
En cuánto escuchó el gritó proveniente detrás suyo, Arón
apagó la estufa y detuvo la licuadora para girarse a la chica
furiosa que estaba a sus espaldas.
—¿Acaso no sabes que, cuando uno está en un
departamento que no es suyo, debe de guardar silencio
cuando el dueño duerme? —cuestionó, fulminándolo con la
mirada.
—Disculpa, no sabía que cocinar era un delito —ironizó,
con una sonrisa en sus labios.
En otra ocasión, si alguien hubiera tratado de hacerse el
listo con ella, ya estuviera directo hacia el hospital. Sin
embargo, en esta ocasión era diferente, no podía estar
enfadada con él, sí le sonreía de esa manera. Era como si su
corazón, que en ningún momento sintió algo, ahora quisiera
derretirse sólo por una sonrisa. ¿Eso era lo que provocaba al
estar en contacto con un original en un tiempo más
prolongado? ¿Realmente los originales eran contagiosos,
cómo para que los élite desde un principio los mandaran a
exterminar? Tenía que encontrar lo más pronto posible esas
respuestas, si quería llegar hasta el final del mes intacta y
lúcida. Porque, aunque no lo quisiera, Cloe no le iba a
permitir renunciar a su obligación de quedarse a vigilar al
original hasta que encontrarán o regresará el verdadero
Héctor.
—Para la próxima…
—¿Habrá una próxima? —cuestionó, divertido.
—Olvídalo —puso los ojos en blanco.
—Humm, entiendo —dijo Arón, acercándose a Elena.
—¡Quédate dónde estás! —ordenó, retrocediendo.
El corazón de Elena comenzó a latir con más fuerza y no
era por miedo. Sino, más bien, por el hecho de pensar que
cada vez más Arón se estaba acercando. Y sí la causa de
sus síntomas era la cercanía del original, tenía que crear la
mayor distancia que pudiera.
Dio dos pasos hacia atrás, tropezando por accidente con
un bolso, que dejó por su descuido y flojera, noches atrás en
el suelo. Cuando estaba a punto de caer, el chico pálido la
sostuvo fuertemente tomando su espalda y ella rodeó con
sus brazos su cuello, impidiendo que cayera.
—Deberías tener más cuidado. No siempre caerás en los
brazos de un apuesto hombre —comentó Arón, sonriendo.
Elena lo miró perpleja. De pronto, todo su rostro y
sonrisa, le parecían extrañamente sexi, lo cual le gustó más
de lo que quisiera admitir. Así se quedaron por unos
segundos, contemplándose uno al otro, hasta que, Elena
comenzó a sentir de nuevo esos síntomas extraños que la
angustiaba.
—¡Suéltame! —exigió, con las mejillas rojas.
—Cómo quieras —la dejó caer—. Vamos, hay que
desayunar. La comida se enfría —añadió, dando media
vuelta.
Enfurecida se levantó, lo miró con desprecio, respiró
hondo y tomó asiento en el comedor. Mientras que Arón
tomaba la sartén, que estaba en la estufa y comenzaba a
servir el desayuno. La clon soltó una carcajada rompiendo el
silencio incómodo que se creó entre él y ella. Lo miraba
discretamente, al mismo tiempo en que se burlaba de lo
tierno que se veía con mandil.
Él la miró de forma exigente, soltó el tenedor en el plato.
Se puso de pie. Aventó la silla bruscamente y caminó hacia
Elena. Giró su silla a su derecha quedando frente a frente.
Puso sus manos de cada lado del soporte de la silla,
quedando a unos cuantos centímetros del cuello de Elena.
Se inclinó hacia ella, quedando casi rozando sus labios con
los suyos. Elena entreabrió los labios, soltando un leve
jadeo. —De nuevo esos síntomas, se hacían presentes—. Lo
tomó de los hombros tratando de alejarlo, pero fue inútil, su
cuerpo era muy fuerte, o tal vez sus manos eran demasiado
débiles en esas circunstancias. Se quedaron nuevamente
mirándose fijamente, parecía que los ojos marrones de Arón
hipnotizaban a Elena. Los minutos parecían eternos, la
tensión se podía cortar con un cuchillo. Su corazón parecía
querer salirse y sus mejillas de nuevo estaban rojas. Alguien
tenía que hacer algo para romper esa tensión, pero no sería
ella. Ni siquiera sabía si podía pronunciar alguna palabra,
estaba segura de que su voz en estos momentos huyo de su
garganta.
Su tortura acabó hasta que los labios de Arón se
entreabrieron.
—¿Cuál es tu problema? —dijo, arqueando una ceja.
—¿El mío? Tú eres quien se mudó a mí departamento sin
permiso —replicó, girando su cuello en otra dirección.
—Tú fuiste la que me trajo en primer lugar —susurró en
su oído, provocando pequeños cosquilleos en la parte baja
de la chica.
—Y… ¿Por eso pien…? —carraspeó—. ¿Piensas quedarte?
—Si es una petición, sí —sonrió de lado.
—¡Ah! Yo… nunca dije eso… ¡Agh! —sacudió su cabeza,
tratando de controlarse.
—Hmm lo tomaré como un sí —soltó unas leves risas,
mientras miraba como Elena, que se sonrojaba aún más.
Parecía que el corazón de la clon la iba a abandonar,
estaba empezando a ponerse nerviosa, ¿por qué razón?
¿Qué hacía ese chico para causar tales sensaciones en ella?
Para disimular, bajó la mirada, cosa que no le funcionó, ya
que el chico pálido ya lo había notado. Trató de zafarse,
pero sus manos no respondían. Parecía que se hubieran
adherido con un especie de pegamento al torso del original.
Podía percibir a través de su manos como el corazón de
Arón también latía al mismo ritmo que el de ella. Sus labios
se acercaron al cuello de él y su nariz rozó sutilmente la piel
pálida del chico. Su aroma era irresistible. Olía a café y
menta. Una extraña combinación que le gustaba en
demasía, más de lo que quisiera admitir. Alzó la mirada,
encontrándose con el mismo deseo palpado en los ojos de
Arón. Ambos querían continuar con el beso que dejaron. Se
acercó ligeramente, eliminando a su paso centímetros de
distancia de sus labios. Su aliento chocó con el de ella. No
podía resistirlo más. Necesitaba acabar con esa sensación y
si la única manera de que fuera posible era besarlo,
entonces lo haría. Pero algo falló.
Arón soltó la silla y salió hacia a la terraza, mientras le
daba la espalda, resignado. Pasó sus manos por su cabello,
de manera tranquilizadora.
—Me quedaré el tiempo que sea necesario hasta que me
digas tu nombre, si no te gusta mi presencia es mejor que lo
digas —murmuró, mientras miraba por encima de su
hombro a la morena chica.
Elena observó cómo le daba la espalda y salía hacia el
exterior. No entendía que fue lo que paso. Qué cosa lo hizo
cambiar de opinión o a ella, puesto que si no mal recordaba
juró mantener una barrera en contra de él. Sin embargo, la
barrera no era tan fuerte como se lo imaginó. Un simple
acercamiento bastó para desmoronarla. Dejarla a la merced
de sus impulsos.
Dio un gran suspiro y se paró con los pies flojos, sentía
como en ese momento caería y se desmayaría. Su cuerpo
ya no le reaccionaba adecuadamente. Algo le pasaba
cuando estaba cerca de él. La volvía loca. No pensaba con
claridad.
Un mensaje de Cloe la hizo volver a la realidad. A darse
cuenta quién era realmente: una clon y nada más que eso.
Hemos encontrado el rastro de un original. Se
encuentra a las afueras de la ciudad, por la carretera
noventa. Un kilómetro antes, dónde queda la
intercepción con la carretera ochenta.
Elena subió a su habitación, dejando sólo al original e
ignorando lo que le dijo, tenía la excusa perfecta para
alejarse y poder pensar con claridad. Se cambió rápido,
poniéndose un top negro, un pantalón de mezclilla, una
chaqueta de cuero y unas botas militares. Tomó las llaves de
su vehículo y se dirigió a la planta baja. Tomó un lápiz y un
papel. Dejó una nota escrita explicándole sobre su salida al
original, encima de la barra de la cocina. Salió al
estacionamiento del edificio, tomó su motocicleta custom y
se dirigió hacia allá.
En más de una hora, llegó a una carretera solitaria y
montañosa junto con sus compañeros. El original estaba
acampando ahí, trataba de huir de su fatídico final que le
esperaba ese día. Era el primero en muchos años que sabía
lo que hacían los clones. Habían pasado décadas desde la
última vez, que los chicos encontraron a uno con esa
situación. Ellos tenían la teoría de que era un clon, pero por
alguna razón se hizo original, para esos casos era necesario
usar las armas, pues normalmente usaban un veneno que
solo dañaba al original, era un polvo que hacía efecto con su
ADN.
Los clones bajaron de sus motocicletas alrededor de la
casa de acampar, acorralando al original, mientras que
Arthur se metía adentró y sacaba un hombre delgado,
pelinegro y moreno, tomándolo por los brazos.
—Dime, ¿por qué huyes? —cuestionó Cloe, acercándose a
él.
—¿Creen que no lo sabemos? Se concentran tanto en
ocultar su secreto que no se han dado cuenta que ya lo han
revelado —dijo el hombre, riéndose frenéticamente.
—¿A qué te refieres imbécil? —inquirió Erick. Lo tomó por
el cuello.
—Ella lo sabe —masculló el hombre, una y otra vez.
La frenética risa del original se detuvo al instante en que,
una línea de sangre negra salía por su boca, provocando
que cayera en cuestión de segundos a la arena. Dejando
perplejos a los chicos, sin tiempo de reaccionar. Aquel
hombre estaba muerto.
—¡Hijo de perra! —exclamó Cloe.
Todos la miraron con perplejidad. En su toda convivencia
ni una vez llegaron a ver a su líder tan enfadada.
—Termina el trabajo, Estefany —ordenó Erick.
Estefany sacó un lanzallamas de su mochila, pasándolo
por todo el cuerpo de aquel hombre, el original de Arthur,
haciendo que en cuestión de segundos se volviera cenizas e
irreconocible.
Elena volteó a ver a sus jefes. Algo le estaban ocultando,
además de todo lo demás. Lo podía deducir por la reacción
que adoptó.
—¡Maldito bastardo! —leyó en los labios de la jefa,
mientras daba una fuerte patada en la llanta de su Naked.
—Tranquilízate. No podías saber que ese bastardo se
envenenaría antes de que nosotros lo encontráramos —
comentó Erick. Tomó de los hombros a la mensajera—. Por
lo menos sabemos que se trata de una mujer a la cuál
buscamos y al parecer es la misma que ha estado jugando a
la ciencia con ellos.
¿Así que era una mujer la que había hecho desaparecer a
Héctor? ¿La que provocó que ahora tuviera que lidiar con un
original? En el fondo tenía la sospecha de quién era la
responsable. La única persona que hizo que estuviera hoy
ahí con ellos.
Elena desvió la mirada hacia el cuerpo que ardía cuando
Erick los volteó a ver. De soslayo miró al pelinegro dándole
un pequeño beso en los labios a Cloe. Era evidente de que
si le ocultaban las cosas y quizás su orden de vigilar al
original era solo para ganar tiempo y descubrir quién era el
que estaba detrás de todo. Por un momento la imagen de
Héctor se le vino a la mente. No podía negar que siempre
fue un chico misterioso, que incluso, ahora su desaparición
también lo era.
—Volvamos —les dijo a los pelirrojos.
Estefany y Arthur dieron un gran suspiro de frustración.
Hubieran querido saber más, torturar al hombre para sacar
información.
Todos se montaron en su motocicleta y se dirigieron hacía
la ciudad a toda velocidad, puesto que, aún quedaba mucho
camino por recorrer. Mientras avanzaban en la solitaria
carretera sin decir ninguna palabra sobre lo sucedido. Podía
deducir que los hermanos habían supuesto que estaba el
hombre delirando por el veneno que consumió y por ello lo
dejaron pasar. Pero ella y sus líderes sabían en el fondo que
no. Sabía que todo estaba relacionado.
Ya varios kilómetros recorridos se cruzó el tema del
original de Héctor. Erick fue el primero en indagar.
—¿Cómo es vivir con un original? —inquirió Erick, que
miraba por encima de su hombro.
—Lo normal. Es un simple humano. No hay nada raro en
eso —contestó Elena.
Evitando a toda costa dar más detalles de lo necesario.
Sobre todo, evitando a toda costa decir lo que le hacía
sentir Arón. Cloe y Erick ya estaban enfadados con ella por
no haberse cerciorado de que el original se hubiera tomado
todo el veneno, como para aumentar su ira al decir que
comenzaba a tener sensaciones raras. O lo peor, lo que más
le aterraba admitir y que no dejaba de molestarla en su
mente. Lo que vio alguna vez en las películas románticas y
los humanos describiron como emociones, sentimientos. O
el hecho de que sospechaba de ellos.
—Tienes suerte de que parezca decente. ¿Ya te has
sobrepasado con él? —bromeó Estefany.
—¡Claro que no! —respondió al instante—. ¿De qué
hablas? Recuerda que no lo he corrido porque Cloe me pidió
que permaneciera con él hasta que se acabara el mes,
después de eso, se largará y no lo volveré a ver —dijo con
seguridad.
Aunque, en el fondo no la tenía. Observó a todos,
tratando de mostrar confianza, para que se les olvidara, o ni
siquiera se les pasara la idea de preguntar qué era lo que
provocaba un original al estar tan cerca.
Cloe la miró con escrutinio. No le creyó del todo. No sonó
convincente para ella. Y puede que así fuera, después de
todo Cloe no era la primera que ocultaba más cosas de las
que aparentaba. Y cuando alguien era igual de mentirosa
podía percibir las mentiras a lo lejos.
Le dedicó una sonrisa, esperando que eso la confundiera
un poco.
—Andando chicos —ordenó la mensajera de la muerte—.
Que aún queda mucho camino por recorrer.
XI. El Maletín

Los pensamientos filosos y abrumadores no dejaban de


revolotear por toda su mente, como un martillo golpeando
un clavo una y otra vez. La ausencia del sonido en ese
inmenso departamento, solo le recordaba una cosa: su
mente estaba igual de silenciosa que ese espacioso lugar,
dónde hace unas horas atrás Elena lo dejó.
La luz del atardecer iluminaba su rostro. Todo este tiempo
permaneció en la terraza desde que escuchó a Elena salir
por la puerta. No podía moverse, o más bien, no quería
hacerlo. Por más que le gustará creer que Elena lo ayudará
involuntariamente a recuperar su memoria, era más que
evidente que era una mentira, que solo se repetía para no
aceptar una verdad que siempre estuvo frente a sus ojos.
Era un desconocido y no solo para él, sino, también para
ella. No necesitaba tener una memoria, para saber que el
querer quedarse ahí no era lo correcto. No podía quedarse
más tiempo. Tenía que despertar del sueño que se creó.
Tenía que volver a la realidad.
Arón sintió como un nudo en su garganta se creaba y una
opresión en su pecho no lo dejaba respirar, ¿por qué se
sentía triste? Si tan solo llevaba conociendo a Elena unas
cuantas horas. Nada que pudiera crear un lazo tan fuerte.
Entonces ¿por qué sentía como si al marcharse de ahí fuera
una despedida? Probablemente solo era el drama que
produjo en su cabeza, para compensar los espacios vacíos
que dejaron los recuerdos.
Caminó hasta la planta baja del departamento, resignado
a marcharse. Ya no podía poner más pretextos para
posponer su estadía ahí. Tal vez era mejor así. Tal vez el
destino le otorgó una segunda oportunidad, al perder su
memoria. Caminó hacia la puerta, con la mirada baja,
estaba a punto de salir, cuando una nota voló ante sus pies.
“Oye tú. Saldré un rato así que te pido que tomes tus
cosas y te largues de ahí, ¡ah! y por favor cierra la puerta
antes de irte... Gracias ... Att: Elena”.
«—¡Vamos, ya no te puedes quedar ahí! —sonrió la chica
tomándolo del brazo—. Tenemos que hacer las cosas rápido,
si no será demasiado tarde».
—Es ella… —susurró en un hilo de voz. Sosteniendo el
arco de la puerta, mientras abría los ojos y una lágrima
rodaba por su mejilla.
El nombre de “Elena” hizo que un recuerdo lo golpeará
sin previo aviso. Como si el nombre de esa chica fuera el
interruptor de sus recuerdos. Casi se desploma en el suelo,
salvo por el hecho de que sostenía la puerta. Se encontraba
aturdido. No sabía cómo reaccionar a lo que acababa de ver.
Solo una cosa sabía con certeza ahora. Elena lo conocía,
el recuerdo se lo confirmaba. ¿Pero por qué actuaba como si
no le conociera? ¿Por qué fingió no haberlo visto jamás en
su vida?
«Tal vez no quiere reconocerlo, pensó, por qué a simple
vista se ve que no desconfía de mí, sino, no me dejaría estar
cerca de ella».
Era la única razón lógica que encontraba para esas
preguntas y ese recuerdo. El cual poco a poco iba
desapareciendo.
Ya que no podía estar más tiempo ahí, tenía que
encontrar una excusa creíble que le permitiera quedarse
más tiempo, solo lo suficiente para descubrir la razón de su
amnesia y que tenía que ver Elena con él. Tenía que hacerlo
rápido sin parecer un loco. No quería que la clon pensara
que la estaba acosando, era lo menos que deseaba en esos
momentos, que ella pensará mal de él. ¿Pero ahora cómo
haría para estar más cerca de ella, sin parecer un loco
acosador?, no tenía dinero y ni recordaba tener una familia
a la cual acudir. Frustrado ante el silencio de esa pregunta,
caminó hasta la recepción, dispuesto a desaparecer en
cuanto cruzara las puertas de vidrio de la entrada del
edificio.
—Buenas tardes, señor Héctor —saludo un hombre, de
apariencia de sesenta y cinco años. Detrás del mostrador de
la recepción.
El saludo del hombre lo tomó por sorpresa, existía
alguien más, aparte de los amigos de Elena y ella, que lo
conocía. Pero no fue eso lo que más le sorprendió, sino, el
hecho de que lo llamara, lo que para él parecía su
verdadero nombre. Aunque, en el fondo se sentía más
familiarizado con el nombre que el mismo se puso. Era
como si su mente le dijera que era el correcto y no con el
que le llamó aquel señor.
—¿Se le volvieron a quedar las llaves adentro? —repuso
el hombre.
Una luz de esperanza iluminó de nuevo el camino de
Arón. Esa pregunta le daba una nueva oportunidad para
empezar de nuevo con su vida y también le daba una
oportunidad de estar más cerca de esa chica, dueña de su
pasado.
—¿De qué departamento habla? —inquirió Arón,
sorprendido.
El anciano frunció el ceño, confuso.
—¡Oh, sí! —dijo, actuando como si ya lo recordara.
—¿Volvió a tomar verdad? —cuestionó, preocupado.
—¿Tan obvio soy? —admitió Arón.
—Un poco. Cada vez que se pone borracho olvida las
llaves adentro de su departamento y siempre que las olvida
viene a mí.
—Ya veo, ¿y no las tiene de casualidad?
El señor sonrió con suficiencia.
—Siempre tengo las llaves de respaldo a la mano por si
se le olvidan de nuevo. Aunque esta vez, no será necesario
dárselas, ayer por la mañana usted mismo me dio su llave y
me pidió que la guardara y se la entregara cuando lo viera
de nuevo —soltó unas risotadas—. Al parecer hasta usted
mismo sospechaba que se le iban a olvidar de nuevo.
Arón vio como unas pequeñas arrugas se le dibujaban en
los ojos al hombre. Le daba pesar tener que mentirle,
aunque, en el fondo cabía la probabilidad de que si fuera
quién dijo el anciano. Observó con una sonrisa también,
como el hombre se levantó de su pequeña silla y caminó
hasta un gabinete que tenía en una esquina. Lo abrió y sacó
de él, una pequeña llave.
—Aquí tiene —agregó con una sonrisa con los labios
cerrados.
Ahora sentía pena y lástima por no recordar ni siquiera el
nombre del anciano. Ante sus ojos parecía ser un buen
hombre, que le ayudaba de buena manera. El
remordimiento comenzó a rondar por su mente, no le
gustaba aprovecharse de la bondad que le brindaba el
anciano, pero tenía que hacer desaparecer ese sentimiento
negativo. Ahora lo más importante era recuperar su
memoria.
—Muchas gracias, no sabe el trabajo que acaba de
ahorrarme —dijo, regalándole una sonrisa antes de volver
hacia el elevador.
Mientras regresaba por el pasillo, hacia lo que era su
nuevo departamento, se topó con Elena que ya había
regresado. Parecía fatigada.
—¿Qué haces aquí? ¿Por qué aún no te largas? —le
reclamó en tono molesto, abriendo la puerta de su
departamento.
Arón no le contestó, solo estaba ahí parado frente a ella,
mostrando una llave en su mano derecha, mientras que
sonreía ampliamente.
—¿Explícame por qué me muestras una llave como si te
hubieras ganado el premio del año? Y también quiero saber,
¿por qué aún no te has ido de aquí? ¿Qué no tienes casa? —
cuestionó, irritada.
Elena se dirigió hacia él, tratando de arrebatarle la llave
que tenía.
Arón la miró divertido y levantó su mano, mientras que
Elena daba pequeños brincos para alcanzar la llave, que
desde la altura de Arón, le hacía imposible alcanzar. La
sostuvo del brazo jalándola contra su pecho, pasó su mano
rodeando su cintura, quedando así, tan cerca que podrían
sentir la respiración uno del otro.
—Me quedaré aquí, por siempre —confesó susurrándole
al oído, mientras le plantaba un pequeño beso en la mejilla
—. Esta es mi casa.
La soltó y caminó entrando a su nuevo departamento, no
antes de guiñar un ojo y cerrar la puerta. El silencio del
lugar le dio la bienvenida. Para su sorpresa el departamento
se encontraba limpió y ordenado. Miró de nuevo la llave.
Quizás se equivocó. No parecía haber sido habitado por
alguien, menos por un chico de veintitrés años, sólo y
soltero. Aunque no sabía si realmente estaba sólo y soltero.
Colgó la llave y se dirigió a su nueva cocina, el
refrigerador estaba lleno. Después pasó por la sala de estar,
salió a la terraza y observó desde el cristal del
departamento de al lado, como la clon respiraba algo
agitada y subía a su cuarto. Volvió a sonreír y se dirigió a la
puerta de su nueva habitación, caminó adentro,
aproximándose a la cama, que estaba tendida con un gran
edredón blanco, sobre ella estaba un maletín negro y un
pequeño sobre del mismo color. Lo cual llamaba mucho la
atención. No tenía remitente que pudiera decir quién se lo
dejó, salvo por el sello de un dragón encima de tres lunas.
La misma figura que hace unos días se descubrió que tenía
en tobillo como tatuaje. El mismo que observó en todos los
amigos de Elena y ella, excepto la rubia.
Tomó el sobre y lo abrió.
“Felicidades por tu nuevo departamento, esperó que lo que hay en el maletín
te sirva para instalarte correctamente en la que ahora será tu nueva casa....
Con amor, Héctor...”.

Arón levantó ambas cejas, sorprendido. Esa carta en vez


de darle una respuesta al enigma de la pérdida de su
memoria, lo dejo con más preguntas. ¿Por qué él mismo se
dejó una carta? ¿Acaso sabría que iba a despertar en un
antro sin recordar nada? Dudas que tal vez nunca
respondería. Intrigado abrió el maletín y con lo que se
encontró lo dejo boquiabierto. Eran montones de billetes de
todos los valores, puestos en grandes grupos, acomodados
en el maletín.
Se apartó de golpe, dejando caer el sobre. Eso era más
que sospechoso, ya que todo era tan conveniente: Elena, el
hombre que casualmente le dio la llave de su
“departamento” y ahora esto. Sin duda la falta de memoria
ya no era un accidente. Estaba confirmado que fue a
propósito. ¿Pero quién quería tenerlo sin memoria? ¿Y por
qué?
XII. Una extraña sensación

El sonido fuerte de una canción de rock, que sonaba a


todo volumen en el departamento vecino, hizo que la clon
despertara asustada y de mal humor. El estruendoso ruido
que resonaba por las paredes de su dormitorio, le daba la
sensación de que las paredes se fueran a caer encima de
ella, en cualquier momento. Con un gran suspiro de
molestia, se bajó de la cama, caminando de prisa hasta el
otro departamento. Comenzó a tocar con gran furia la
puerta. Quería romperla. Destruirla, si tenía que hacerlo,
para acabar con su tortura auditiva. Si ya tenía suficientes
razones para no querer a un original a su lado, la música se
agregó a su lista de las cosas que cambiaron con la llegada
de Arón, —su paz era una de ellas—.
Siguió dando fuertes golpes, esperando a que saliera.
Tenía pensado expresar todas sus molestias y sin duda se
las iba a decir. Si corría con la suerte que siempre la
acompañó, el original entendería que no era bienvenido a
su vida y se marcharía de ella sin ningún apuro. Lo cual le
facilitaría las cosas ante su líder, porque al final no sería ella
quien lo corriera, sino él, quién se marcharía por su propia
voluntad.
Desesperada y harta por seguir escuchando la horrible
canción, decidió volver a entrar a su departamento. Su ira
aumentaba al mismo tiempo que los decibeles de la canción
se elevaban. Subió por las escaleras de dos en dos y se
dirigió a la terraza, abriendo el cristal que tenía como puerta
el departamento de al lado. Para su fortuna los dos
departamentos compartían la misma terraza. Elena nunca
tuvo una queja al compartirla con su antiguo compañero y
amigo Héctor, aunque, ahora tampoco era un impedimento
para irrumpir en un hogar que no era el suyo.
Caminó por una gran sala de estar que estaba frente a la
terraza. Varios muebles de roble blanco y un televisor de
diez pulgadas la recibieron a primera vista. Para ser la
primera vez que visitaba el departamento de Héctor, su
impresión fue más allá de una sorpresa. No se imaginaba
que el departamento proveniente de un chico sarcástico,
vulgar y que, sobre todo, se marchaba por largos periodos
sin decir ninguna palabra, estuviera así de impecable. Tal
vez, el mérito se lo llevaba el original, por tratar de
mantener el lugar limpio, sin embargo, la idea de que
realmente nunca conoció a su compañero quedó clavada
como una espina en su mente. Nunca se cuestionó a donde
viajaba su amigo y mucho menos se cuestionó porque hasta
ahora no conoció el interior de su departamento. La
sensación de saber que no lo entendía, o que no eran tan
cercanos como ella pensaba, se quedó vagando por varios
segundos en su pecho, olvidando por un momento cuál era
la razón del porqué entró en primer lugar. Sin duda, no era
el típico chico que contaba las cosas que iba a hacer a la
gente, tenía sus secretos al igual que todos, pero a ella le
hubiera encantado que por lo menos le hubiera dicho adiós
si tenía pensado marcharse. No eran los clásicos amigos
que se estimaban, pero le guardaba una inmensa gratitud,
por haberla ayudado en el momento en que su mente se
sentía desorientada y perdida. Por haberle explicado como
funcionaban su mundo. Las cosas que tenía que hacer de
manera clara y directa.
Una lágrima que rodó por su mejilla, la sacó de la burbuja
de pensamientos que comenzaban a rodearla. Sacudió su
cabeza para esfumar la tristeza. Respiró hondo al mismo
tiempo en que volvía a centrar su objetivo. Subió por unas
escaleras que se encontraban a la derecha y caminó hasta
una puerta que estaba entreabierta, de ahí provenía el
ruido. Elena se asomó por la pequeña abertura, espiando y
analizando el terreno para ver si no se encontraba al odioso
original. Sin embargo, ahí estaba. Desnudo frente a la
regadera. Se estaba tomando una ducha. De pronto, toda la
furia y molestias que tenía por el ruido, se esfumaron.
Estaba estupefacta. Observó con gran dedicación cada
facción de su cara.
La luz que entraba por la pequeña ventana del baño
iluminaba muy bien su piel y también cada músculo de su
cuerpo bien definido. Cerró los ojos y se mordió el labio
inferior. No tenía la menor idea del porqué quería probar su
piel, sentir sus músculos contra ella. Su mente comenzó a
divagar. A llevarla a un escenario donde las cosas podían
ser posibles. Sin restricciones como ser una clon y un
original. Simplemente dos extraños que se conocieron y que
ahora querían avivar sus deseos carnales. El calor se hizo de
nuevo evidente en sus mejillas.
—¿Qué haces aquí? ¿Acaso me estás acosando? —
cuestionó indignado, sacándola de la fantasía que apenas
estaba inventando.
—Claro que no… no seas tonto. Solo quería decirte que
bajaras el volumen, no me dejas dormir.
Ella se puso de pie, ahora quedando justo frente a él.
—¿Y por eso me espías mientras me tomo una ducha? —
la arrinconó contra la pared, mirándola con picardía
mientras las manos de ella tocaban su suave y húmedo
pecho—. ¿Por lo menos disfrutaste el espectáculo? —sonrió
de lado.
El corazón de Elena comenzó a acelerarse.
—¡Claro que no! Ya te dije que sólo vine a decirte que
bajes el volumen de tu música —replicó.
—¿Y por eso te mordías el labio? Porque no podías
soportar el volumen, ¿verdad? —arqueó una ceja y soltó
unas leves carcajadas.
Elena se encontraba arrinconada. En sus pocos años de
vida no recordaba haber sentido tanto miedo como ahora
estando cerca del original, ni siquiera el día en que despertó
sin memoria. Aunque aquella vez era diferente, la mayor
parte de su vida la tenía en los recuerdos que no la
decidieron abandonarla aquella vez y Héctor para completar
la información que le faltaba. Sin duda, en esta ocasión la
ausencia de esa seguridad y firmeza hacía que fuera
distinto el miedo.
—¡Piensa lo que quieras! No tengo porque darte
explicaciones —dijo, intentando mostrar seguridad ante sus
palabras.
Elena pasó por debajo de su brazo, dirigiéndose a la
salida.
—¿A dónde vas? —inquirió, dándose la vuelta y
sosteniendo por la muñeca a la clon.
—Ya es tarde y tengo hambre. Voy por comida a la
cafetería.
—Te acompaño, aguarda aquí en lo que voy a cambiarme
rápido.
—No tengo tiem… —la interrumpió.
Arón cerró la puerta de la habitación de al lado, dejándola
sola ahí en el pasillo, esperándolo. Tan fácil era irse de ahí y
dejarlo, pero por alguna razón que aún no entendía, se
quedó. Cuando estuvo en completo silencio, soltó el aire
que no sabía qué había retenido. Era como si hubiera vuelto
a la vida. A la normalidad. A un ser que pensaba con la
cabeza y no con el músculo que tenía como corazón y que
cada vez se desbocaba cuando estaba cerca de él. Desde
que lo conoció parecía que su mundo y ella se estaban
transformando. Si no le fallaba la memoria, con ningún
chico le pasó lo mismo. Solo él. Tal vez se debía a que era
un original.
—¡Listo! Ya estoy para mi cita —dijo, saliendo de la
habitación con un pants de algodón y una playera.
—No te hagas ilusiones, solo es comida.
—Bueno, si es así, vamos rápido, sino, se nos enfriará esa
“comida” —guiñó un ojo.
—¿Te irás así? —señaló con el dedo su vestimenta.
—¿Qué tiene de malo? —se encogió de hombros—. Tú vas
en pijama.
Arón la tomó de la mano con rapidez, sin darle tiempo a
Elena de reaccionar. Se dirigieron hacia una cafetería, que
estaba a tres cuadras de su edificio. El camino se le hizo
eterno. Podía asegurar que su corazón iba a estallar, latía
con demasiada fuerza como para darle un paro cardíaco en
cualquier momento. Su estómago daba cientos de vuelcos,
como si en ese momento tuviera una fiesta de pirotecnia
dentro de ella. Sus mejillas estaban ardiendo. Y la mano
cálida del original, provocaba choques eléctricos que iban
desde la mano en que la sostenía hasta su otro extremo,
recorriendo todo su cuerpo con pequeñas corrientes que
activaban todos sus sentidos. Era como si su cerebro la
hubiera drogado con alguna sustancia. ¿Cuál era esa
sensación extraña que la hacía sentir tan feliz? Eso no le
gustaba para nada. No le gustaba sentirse vulnerable.
Mucho menos le agradaba la idea de que lo acaba de ver
desnudo y que lo deseaba. ¿Deseo? Era algo nuevo para
ella.
Su sufrimiento acabó cuando cruzaron las puertas del
pequeño establecimiento. Se soltó tan rápido como pudo y
tomó lugar en una mesa del rincón del pintoresco lugar.
Arón la imitó, sentándose frente a ella.
—¿Qué es lo que van a pedir? —dijo un chico,
entregándoles la carta del menú.
—Yo quiero una malteada de fresa y una sopa de
zanahorias —dijo sin tener la necesidad de revisar el menú.
El chico apuntó la orden y observó a Arón, que miraba la
carta.
—Lo mismo que ella —respondió, entregándole las
cartas.
El chico asintió y se marchó, dejando a su paso un
silencio abrumador y la tensión entre ambos.
La cabeza la estaba matando de tantas preguntas que
hacía. La situación estaba por encima de su límite. Sus
conocimientos no le ayudaban a exterminar los
sentimientos y emociones nuevas que comenzaba a
experimentar. Era como si estuviera en un planeta
desconocido, donde no sabía a qué peligros se enfrentaba y
cuando por fin descubría a sus enemigos, estos no se
podían controlar. Era una tortura. Una que no sabía a ciencia
cierta cómo lidiar.
Aunque, su agonía no duró por mucho. Al menos durante
la espera de su desayuno. Había llegado su pedido, así que,
en lo único que debería de pensar era en la comida, pero
no, estaba pensando en que no debía de decirle a los chicos
lo que sentía cuando estaba cerca de Arón. Tenía que
permanecer en secreto hasta que supiera lo que le estaba
pasando.
—¿Por qué no comes? —cuestionó Arón, que miraba a la
clon con una expresión de preocupación en su rostro.
—Ah…, s-sí… —fue lo único que pudo pronunciar. Como si
los sentimientos también se hubieran robado su voz.
Elena trató de tranquilizar su corazón, pero era inevitable
cuando estaba cerca de él.
—Gracias y vuelvan pronto. Nos gusta ver parejas así de
felices por aquí —exclamó una camarera desde la caja. Una
mujer de treinta y cinco años, blanca, con las mejillas de un
color rosa chillón y cabello oscuro; que observaba a los dos
castaños con orgullo, como si se viera a través de ellos.
—¡No somos pareja! —vociferó Elena, levantándose de la
silla bruscamente.
—¡Claro que sí! Pero lo que pasa es que ella no lo admite
por su orgullo —respondió Arón, ofendido.
Movió la cabeza en modo de desaprobación y le dio el
dinero del almuerzo a la camarera que sólo reía levemente.
—¡Ya, vámonos! —exigió la clon tomándolo del brazo…

Horas más tarde, la clon que estaba recostada en su


cama, con la mirada fija en el techo, se imaginaba la escena
del chico desnudo. No lo podía evitar, su subconsciente la
traicionaba. Quería saber hasta dónde llegaría su límite,
quería descubrir esa nueva sensación que nacía dentro de
su corazón. Un cambio muy repentino proviniendo de ella,
aunque no tomado a la ligera. Lo estuvo analizando,
meditando durante toda la tarde. Quería arriesgarse. En lo
más profundo de su ser algo le exigía que lo hiciera que no
perdiera la oportunidad ahora que el original aún estaba allí.
Por lo cual se levantó de la cama y se dirigió hasta la
regadera para tomarse una ducha. Salió del baño, caminó
hasta uno de los cajones de su armario y sacó un conjunto
de ropa interior negra con encaje, estaba decidida a ir por
todo o por nada, pero no se quedaría de brazos cruzados sin
probar el riesgo.
Tomó un vestido color rosa pálido y se lo puso, lo
acompañó con un collar delgado y unos pequeños
pendientes. Bajó por las escaleras hasta la barra de la
cocina, empuñó un cuchillo y comenzó a rebanar jamón.
Encendió la llama de la estufa, puso un sartén, vertió
mantequilla y esta comenzó a fundirse, aventó el jamón que
hace unos momentos acababa de rebanar y lo cocinó.
Cuando la cena estuvo lista, Elena no perdió más tiempo
y caminó saliendo de su departamento. Tocó el timbre del
departamento de al lado. Un poco nerviosa sujetó
levemente la falda de su vestido, secando las gotas de
sudor de sus manos. Un apuesto vecino alto de cabello
castaño, ojos marrones y piel pálida abrió la puerta con una
sonrisa que resaltaba el pequeño y sensual hoyuelo de su
mejilla. Arón puso su antebrazo en el umbral de la puerta,
recargándose sobre ella y mirando a la chica con un brillo
en sus ojos. Elena lo miró de arriba abajo imaginándoselo
junto a ella. Se lamió inconscientemente el labio inferior,
para después morderlo. Tan rápido se dio cuenta de que el
original la observaba detenidamente, se aclaró la garganta
y pasó un mechón de cabello detrás de su oreja.
—¿Quieres ver una película co-conmigo? —dio un
pequeño trago de saliva—. Si no quieres no ¡eh! No me
importa —rodó los ojos, dándose la vuelta.
El original la tomó de la mano y la jaló hacía él,
mostrándole una gran sonrisa.
—Contigo hasta el fin del mundo —dijo, dándole un
pequeño beso en su mejilla, dejando de nuevo sin aliento a
la clon—. Te ves hermosa con ese vestido —confesó,
susurrándole al oído, soltándola y caminando hasta el
departamento de la castaña.
Elena dio una gran bocanada de aire mientras se tomaba
el abdomen. Mariposas revoloteaban dentro de ella. Caminó
detrás del original, cerrando la puerta de metal…
En el transcurso de la película, Elena observó a través de
su vista periférica como él la miraba, creyendo que no se
daría cuenta. Lo cual dejó pasar desapercibido. Incluso,
aprovechó la situación para irse acomodando lentamente
sobre su regazo. Esa descarga que sentía cuando tocaba sus
labios o la química que se formaba cuando los dos se
miraban, las volvió a sentir. Hasta le parecía que el silencio
no era incómodo en ese momento. Podía pasar el resto de
su vida así y no fue hasta que él la rodeó con su brazo, que
se dio cuenta de cuanta falta le hacía experimentar todo lo
que estaba experimentando.
Aunque esa opresión en su pecho que no se iba. Una
inquietud que no la dejaba disfrutar el momento
completamente.
Al terminar la película, Elena desvió su mirada hasta
Arón, pasó su vista por sus labios delgados. Estiró su brazo
con el control de la televisión en la mano y la apagó. Había
apenas notado que estaba demasiado cerca de él, que
alejarse de él, sería incómodo. Por lo que, esta vez decidió
olvidarse de lo que aprendió en todos sus años de vida
sobre los originales. Bajó la barrera que puso desde un
principio, haciendo que esos sentimientos hablaran por ella.
Quería descifrar cuáles eran esas emociones que él le
provocaba, esa era la razón principal por la cual lo invitó a
ver una película con él. Así que, se dejó llevar. Sus manos
llegaron hasta el cuello del original, su boca hasta su boca,
sus labios dijeron lo que las palabras no podían explicar y el
beso cerró la noche…
XIII. Identidad

En el medio del caos de su mente, logró por fin acabar


con su tortura. Obligándose así despertar, salir del horrible
sueño que lo envolvía cada noche. Con el corazón acelerado
y su garganta seca, observó minuciosamente cada detalle
de la habitación dónde despertó. Sin embargo, era difícil ver
lo que lo rodeaba a causa de la oscuridad que ahí habitaba.
Permaneció varios minutos inmóvil, parpadeando una y otra
vez, para así hacer que sus ojos se pudieran acostumbrar a
la oscuridad. Necesitaba desviar su atención a cualquier
parte de la habitación, concentrarse en algo que no fuera
esas imágenes que lo atormentaban en los sueños. Le
detestaba creer que esas imágenes pudieran ser
fragmentos de algún recuerdo. ¿Por qué tenía que ser así?
¿Por qué simplemente no llegaba su memoria, en vez de
que su mente se aferrara unos recuerdos convirtiéndolos en
pesadillas para que no los olvidara?
Una punzada fuerte en su cabeza le recordó que no era la
primera vez que esa pesadilla lo despertaba con la
respiración agitada y bañado en sudor. Las madrugadas
silenciosas y la negrura de la noche se convirtieron a la
larga en sus amigas, desde que se hospedó en ese
departamento. Comenzó a creer que tal vez, fue una mala
idea haber tomado algo que no le pertenecía.
Su vista viajó a un pequeño mueble que tenía junto a la
ventana. Luego a un escritorio a su derecha. Nada de lo que
viera podía hacer que olvidara esas imágenes.
Él dentro de un quirófano, sujeto a una cama con
cinturones de fuerza, observando con el terror en sus ojos,
como unas personas con el rostro cubierto con una máscara
de gas, comenzaban a inyectar agujas por todo su cuerpo.
Gritaba que lo dejaran, pero nadie lo tomaba en cuenta. Las
personas que vestían con una capucha y guantes blancos
seguían haciendo sus experimentos. Después la escena
mutaba. Se encontraba en un callejón. Escondido. No sabía
por qué razón, pero sentía pánico, tenía la certeza de que
alguien lo seguía. Podía sentir como hacía el esfuerzo para
agudizar sus oídos y así poder saber que ocurría a sus
espaldas. Los minutos de silencio lo torturaban lentamente.
La tensión por no saber qué estaba pasando, lo asfixiaba.
De pronto unas voces se escucharon.
—Vamos, se nos están escapando —dijo la voz de una
mujer.
—No te preocupes, ya los tenemos —contestó un
hombre, que se paraba a unos cuantos metros de distancia
de Arón, tenía la apariencia de Erick, aunque era algo
confuso, su imagen era borrosa y distorsionada.
El hombre lo observaba con una gran sonrisa mientras
lanzaba una daga en dirección al original, clavándose en su
cuello. Dejando oscuridad en el ambiente. Y otra vez
mutaba la escena. Ahora estaba en un cuarto oscuro, donde
apenas despertaba de lo que parecía un sueño, que lo dejó
exhausto y adolorido. Se encontraba recostado en un
pequeño sofá blanco, frente a él estaba un espejo, el cual se
podía apreciar en su reflejo como varias mangueras
pequeñas estaban conectadas a su cuerpo y como un
hombre se hallaba sentado junto a él, con su brazo
extendido, donando algo de sangre a su cuerpo débil.
—Todo estará bien —repetía una y otra vez el hombre a
su lado.
—En poco tiempo estarás de nuevo en pie y con más
fuerza de la que ya tienes —la voz de una mujer se escuchó
a su costado—. Eres una de las piezas clave, para el plan
que nos ayudará a cumplir nuestro objetivo.
—¡El clon ya está listo! —la voz del hombre a su costado
hizo que se girara bruscamente hacia el espejo. Era él
mismo detrás suyo.
—Estoy listo, vamos por cada uno de ellos —admitió
débilmente. Fue lo último que dijo antes de que el sueño lo
obligara a despertar.
Se levantó de la cama, frotándose la cara con sus manos
a modo de cansancio. Caminó hasta el baño. Abrió la llave
del lavamanos y extendió sus manos para tomar un poco de
agua. La frialdad del agua acariciando su rostro, que estaba
bañado en sudor; refrescó su piel acalorada. Posó su mirada
en el espejo. Un sentimiento de odio y frustración llegó a su
mente. La imagen que miraban sus ojos, solo le recordaba
que el que estaba en el espejo era un completo
desconocido, que ni siquiera viéndose al espejo podía
reconocerse. Un rostro el cuál era de un extraño. Un hombre
que ni siquiera sabía si era una buena persona. No le cabía
la menor duda de que hizo cosas malas, sino, el destino no
le hubiera cobrado llevándose sus recuerdos. Desde que
despertó en ese antro la única pregunta que se hacía era:
¿cómo habría sido en su pasado?
Respiró hondo mientras su vista se clavaba detrás de él.
Justo en el lugar donde guardó el maletín. Caminó dándose
la vuelta, tomando algo de efectivo antes de que el montón
de billetes que le habían dejado en el maletín, quedaran de
nuevo guardados en una bolsa en el compartimiento del
inodoro. Arón tomó las llaves de su nuevo departamento y
se dirigió a recorrer las calles de la gran ciudad. Necesitaba
urgentemente una respuesta, unir las piezas que ahora en
su cabeza estaban revueltas, aunque, en esos momentos no
tenía muchas que pudieran completar el rompecabezas de
su vida pasada.
Salió a las grandes calles de la ciudad, las cuales estaban
repletas de anuncios gigantescos de varias empresas de
publicidad, unos hasta se movían en 3D. “Un nuevo futuro”
leyó en el anuncio que proyectaba una de las mayores
aspiraciones del laboratorio Eco-Fin, se miraba en el edificio
más alto de la ciudad. Miró el anunció que se movía de un
lado hacía otro con detenimiento, sin poder evitar soltar
unas leves risas de decepción al pensar que su pesadilla
podría referirse a ese laboratorio, puesto que la posibilidad
de que fuera ahí era nula, por lo que, le causó risa pensar
un segundo que el misterio de su amnesia ya estaba
resuelto.
Cruzó una avenida, hasta llegar al antro dónde todo
comenzó. Si quería encontrar las respuestas a sus
preguntas, tenía que empezar por el inicio. El único sitio
donde lo dejaron varado y sin memoria. Creía con fuerza,
que existía una buena explicación del porqué lo habían
dejado ahí. Caminó por el pequeño pasillo iluminado de
luces rojas y verdes, atravesando la multitud de personas
que se encontraban bailando. Llegó a la barra. El recuerdo
de haber visto a Elena por primera vez ahí invadió su
mente. Un rayo de esperanza lo iluminó, después de todo,
su mente no estaba dañada. Los recuerdos recientes
comenzaron a surgir, pero tenía que escarbar más profundo
si quería encontrar los que de verdad tenían una respuesta.
Subió por las escaleras que estaban a la derecha, hasta la
parte de arriba, precisamente a la mesa dónde noches
antes despertó completamente drogado y sin memoria.
Creía que, si llegaba ahí y observaba la mesa, o incluso,
tocaba el sillón de cuero rojo, un recuerdo mágicamente se
le aparecería, pero nada. No había nada. Su mente estaba
en blanco. Las cuatro chicas que estaban sentadas ahí
comenzaban a mirarlo raro. El original solo estaba plantado
como de pronto hubiera echado raíces en ese lugar, con la
vista perdida, frustrado por no recordar nada. Se dio la
vuelta, un mesero que venía en su dirección chocó con él,
provocando que accidentalmente las bebidas se derramaran
y una copa de cristal cayera al suelo rompiéndose.
—Lo siento mucho —se disculpó el mesero. Arón no lo
escuchó. El ruido del cristal haciéndose mil pedazos lo
transportó a un recuerdo.
Estaba sentado en la mesa dónde despertó, a juzgar por
el lugar eran horas antes de que despertara mareado y
perdido. Una chica le ofrecía unas bebida con mucha
insistencia, queriendo que las tomara, sin embargo, él
dudaba en tomarla.
—¿Funcionará? —miró dubitativo a la chica.
—¿Por qué eres tan indeciso? Sabes que se tiene que ver
auténtico. Así que tómatelo de una vez y no me hagas
perder más tiempo —apresuró, esperando a que el castaño
tomara el valor suficiente para hacerlo.
—Muy bien, dámelo —le arrebató una pequeña botella de
un líquido azul y se la bebió de un solo trago.
—Perfecto, que tengas buena suerte. Y recuerda, tiene
que verse auténtico tu acercamiento con ella, de lo
contrario sabrán de tu identidad.
Lo último de ese recuerdo, fue que cuando bebió esa
pequeña botella supo que algo andaba mal. Comenzaba a
sentirse mareado y con un poco de náuseas. De pronto el
mundo giraba a su alrededor. Trató de sujetarse del brazo
de la chica, quién lo miraba divertida y le preguntaba en
tono burlesco si se encontraba bien. Después de eso, todo
fue oscuridad.
—¿Qué haces aquí, personita? —cuestionó Estefany,
sacándolo del recuerdo en el que se encontraba—. ¿Y Elena?
¿Dónde está?
Arón sonrió al escuchar su voz. Ahora entendía por qué
se le hacía tan familiar.
—Me llamo: Arón. No, personita —exclamó con
arrogancia—. Además, ya no es necesario que finjas más.
Dio la media vuelta para enfrentarla.
—¿Disculpa? ¿Me hablas de fingir a mí? Cuando tú eres el
primer impostor aquí. Crees que no me doy cuenta de cómo
te acercas tanto a Elena con otras intenciones —expresó
petulante.
—Yo no ocultó intenciones, en cambio tú. Ahora sé que tú
fuiste la que me drogó e hizo que despertara aquí sin
memoria.
—Creo que te confundes de persona. ¡Estás loco! —dijo
soltando algunas risas descaradamente.
—Fuiste la última a la que vi en mi recuerdo. Eres tú —
insistió.
Estefany soltó un suspiro cargado de frustración.
—¿Cómo voy a ser yo a la que viste? Hace cinco
segundos ni siquiera sabía cómo te llamabas —refutó,
molesta—. No te creas tan importante, el mundo no gira
sobre ti.
—Puedes fingir que no lo sabes todo lo que quieras, pero
a mí no me engañas. —La observó de arriba a abajo—. Sé
que ocultas algo y sabré el porqué finges que no lo
entiendes.
—¿Yo? —preguntó, estupefacta—. Yo no necesito fingir
algo de lo que no soy —respondió, frívolamente—. Aquí el
que finge ser otra persona eres tú. Mira, no estaré aquí
perdiendo mi tiempo con acusaciones que no me dan
ningún sentido. ¡Me voy!
Arón no podía dejarla. No antes de que le diera una
respuesta concreta. Una buena explicación del porqué lo
había drogado. La apresó por la muñeca.
Estefany observó con un deje de molestia como sostenía
con fuerza su muñeca.
—Suéltame —advirtió, lanzándole una mirada llena de
furia—. Si no quieres que te mate, es mejor que me sueltes
—dijo en tono firmé mientras lo amenazaba con la mirada.
—¿Eso haces? ¿Matas a la gente cuando te empieza a
estorbar?
—¿Yo? Mira quién habla —soltó unas carcajadas irónicas.
—¿Dime por qué me drogaste? —inquirió ya enfadado.
Sentía como la sangre le hervía de coraje.
—¿Quieres saberlo? ¡Perfecto! Lo hice porque eres parte
de un plan. Un peón en el tablero —una comisura se dejó
ver en sus labios rojos—. Si ya resolví tus estúpidas dudas,
me voy. Tengo asuntos urgentes a los cuáles tengo que
atender, ¡ya! —dijo soltándose de él, con un solo
movimiento—. No me molestes y tampoco te molestes en
buscar más respuestas, o de lo contrario podrías morir. ¿Te
quedó claro?
Estefany caminó hacia la salida, dejando al original con
más preguntas que respuestas. La idea de que tal vez nunca
podría saber su verdad hizo que comprara una botella de
ron y se marchara de ahí, siguiéndola por los callejones,
dispuesto hacer todo lo posible para obtener esas
respuestas.
XIV. Traición

Desde la oscuridad de un callejón y detrás de un


contenedor de basura, Arón observaba los pasos de
Estefany, que iban desde una calle delante de él, hasta otro
callejón, en medio de una farmacéutica y una pequeña
tienda de víveres. No sabía por cuánto tiempo exacto la
siguió, pero deducía que llevaba más de media hora
caminando alrededor de la ciudad. Sus pies ya comenzaban
a dolerle y sus piernas les suplicaban a gritos que tomara
un descanso. Había estado todo ese tiempo caminando y
posicionándose en cuclillas detrás de contenedores de
basura, o cualquier cosa que le permitía esconderse de la
clon.
Arón ya no pudo seguirla más allá de detrás de unas
bolsas de basura, así que, solo le quedaba escuchar sus
pasos. No podía arriesgarse a que la Estefany lo atrapara
espiándola, bastante ya tenía con la acalorada discusión en
el antro, como para querer volver a enfrentarla. Por sus
sutiles amenazas de muerte, le quedó bastante claro que no
era mujer de la cual se tenía que confiar, era de bastantes
armas a tomar, por lo que observó en todo el trayecto. Tenía
que ser cauteloso si quería llegar al fin de todo ese misterio.
Escuchó los tacones negros que resonaron por el
pavimento hasta detenerse y quedarse completamente en
silencio. El pensar que Estefany por fin llegó a su destino y
que si no actuaba rápido se le perdería de vista, no era
opción para él. Era ahora o nunca. No sabía cómo capturar a
alguien y torturarlo hasta hablar, pero por las palabras que
le confesó Estefany, sin duda, no era la primera vez que lo
hacía. Si era cierto, que era un peón en un tablero, el cual
desconocía a su rey, Arón no estaría conforme solo con ser
una pieza más en el ajedrez.
Empuñó con fuerza la botella vacía de ron, que llevaba
con él, desde que salió del antro. Ahora se encontraba
completamente ebrio, como para pensar con claridad si
quería o no asesinar a Estefany. No le importó ninguna
alerta de su cerebro que le advertía que no era buena idea.
Lo iba hacer, aunque terminara en la cárcel, o peor aún,
muerto. En un acto de valentía, estrelló la botella contra la
pared más cercana. Tomó la botella y se incorporó.
—El tatuaje. Muéstralo —exigió un hombre de capucha
roja.
Arón se detuvo justo en su lugar, observando al hombre y
a Estefany, que estaban completamente ajenos a su
presencia.
—¿No puedes hacer una excepción? Te conozco de toda
la vida —comentó Estefany,, frunciendo el ceño.
—Es solo precaución —se encogió de hombros.
—Veo que han aumentado su seguridad —comentó
Estefany, sonriendo.
—Sabes que ahora no podemos fiarnos de nadie.
—¿Por lo que sucedió en el prostíbulo? Esa es la noticia
número uno. Todos los clones hablan sobre ello, que ya
hasta me tienen aburrida —se quitó sus lentes de sol.
—El jefe está muy molesto, casi decapita a todo el
personal solo por el estúpido de Mario. Lo siento, pero son
las reglas, si valoro mi vida, no tengo que hacer ninguna
excepción.
—Muy bien.
Estefany se acercó al hombre que estaba cruzado de
manos. Le mostró su muñeca, donde tenía su tatuaje que
representaba ser una clon. El hombre asintió en cuanto vio
el tatuaje y dio un pequeño golpe en la puerta para que la
dejaran pasar. Arón aprovechó que Estefany desapareció,
para salir de su escondite. Tenía que averiguar más de ella.
Por suerte había descubierto que él también poseía el
mismo tatuaje. Caminó hacia la dirección donde se
encontraba el hombre, éste lo miró un poco confuso. Arón le
enseñó su tatuaje en su tobillo, el hombre asintió y lo dejó
entrar, o eso es lo que pensó que haría.
—No puedes pasar —dijo el hombre cruzándose de
brazos, impidiéndole el paso, ni siquiera dejando que Arón
pudiera hacer un movimiento, no antes de que lo empujara
—. Lárgate, no tienes acceso aquí.
Arón insistió acercándose a él, tratando de mostrarle el
tatuaje, pero el hombre lo volvió a empujar.
—¿¡Estás sordo o qué!? —cuestionó el hombre, ya más
molesto—. Ya te dije que te largues, si no quieres terminar
tirado aquí con una abierta en tu abdomen.
Arón mostró las manos en forma de conciliación y se
marchó de ahí furioso por su intento fallido. Sabía que
Estefany tenía que ver con algo más fuerte que su falta de
memoria. Así que la iba a esperar, aunque fuera lejos de
ahí…
Estefany se adentró por un pasillo. Bajó por unas
escaleras hasta el sótano, encontrándose con un hombre
negro, alto y de barba cerrada, que estaba abrazado de dos
chicas sobre un gran sofá mientras que éstas, le daban
besos en su cuello.
—¿Tienes fuego? —preguntó con una expresión impasible
en su rostro mientras sacaba un cigarro de su saco negro y
se lo ponía en sus labios rojos.
El hombre se levantó rápidamente dejando a las dos
chicas en el sofá, sacando un encendedor de su bolsillo y
acercando la llama de éste al cigarrillo.
—No pensé que tu llegada sería tan pronto, Estefany.
Estefany se sacó el cigarrillo de la boca y soltó un
pequeño hilo de humo sobre la cara del hombre.
—¿Los tienes? —preguntó ignorando su comentario.
—Sí, ya están listos. De hecho, están sobre el
escritorio —señaló un pequeño maletín, sobre el escritorio.
—Perfecto. Gracias.
Tomó el maletín vino y le hizo una seña al hombre,
despidiéndose.
Pero antes de que cruzara la puerta, el hombre se
interpuso en su camino, impidiendo su salida.
—¿Puedo preguntar para que los necesitas?
—¿Qué clase de pregunta es esa, Tobías? —replicó,
frunciendo el ceño.
El hombre la miró fijamente esperando una respuesta
correcta por parte de de ella. Quien ahora sentía pánico y su
respiración se agitaba. La mente de Estefany trabajaba
rápidamente para inventar una respuesta que convenciera
al hombre, que parecía sospechar.
—Sabes muy bien para que los necesitamos. Son parte
fundamental para acabar con los originales —agregó
rápidamente, con una sonrisa nerviosa.
Tobías le regresó la sonrisa y se alejó de ella, volviendo al
sitio donde lo había encontrado.
—Puedes irte —dijo mientras una de las chicas volvía a la
acción y bajaba por su cadera hasta la cremallera del
pantalón—. Y dile a Cloe que respete las fechas de entrega.
Es la última vez que hago una entrega antes de lo previsto.
Los demás mensajeros también necesitan sus provisiones.
Ella asintió y se marchó de la oficina tan rápido como
llegó. Cuando estuvo fuera del peligro, que ella pensó que
tenía y de la vista de Tobías, se apoyó en una pared,
tranquilizándose antes de salir, no podían verla en ese
estado. Ese oficio no era para ella, por más beneficios que
traería.
—Nos vemos luego, Max —se despidió refiriéndose al
chico de la capucha roja que cuidaba la puerta.
—Oye, Estefany. ¿Quién era el tipo raro que vino contigo?
—¿Qué tipo? —cuestionó desconcertada mirando por
encima de su hombro.
—Un asiático, pálido y castaño. Insistía en entrar, hasta
dijo que tenía el mismo tatuaje que tú.
—¿Y lo dejaste entrar? —inquirió, asustada.
—No, para nada. Después de unos cuantos empujones se
marchó —comentó, suspirando tranquilamente. Como si
fuera de lo más normal que desconocidos llegaran a la
entrada.
—Ya veo, muchas gracias por informarme, Max, te veo
luego.
La declaración del chico hizo que Estefany recordará lo
que le dijo el original, sobre que la había visto, sin embargo,
no recordaba nada de su vida pasada. Un punto más a su
favor, mientras fuera el único que sospechara, no sería
problema. ¿Pues quién le creería a un original sin memoria,
con un pasado turbio? La chica sacó su móvil, llamándole a
alguien desconocido, tenía que advertir sobre cualquier
cosa que sucediera, para ello fue reclutada en primer lugar.
—El clon comienza a recordar —dijo en cuanto
respondieron la llamada.
—¿Le has dado pistas cómo te lo pedí?
—Así es, de hecho, acabo de hablar con él y al parecer ya
sabe quién lo drogó.
—Muy bien, ahora toca despistarlos hasta que vuelva su
memoria por completo.
—¿Y cómo lo despisto?
—Tranquila, alguien más se ocupará de ello. Solo
enfócate en llegar a salvo con el maletín —dijo la voz en la
otra línea, antes de colgar. Estefany guardó su teléfono en
su abrigo y salió del callejón.
El sonido de los pocos autos que conducían a la mitad de
la noche desaparecía al transcurrir las horas. Las calles
quedaban solas y desoladas, sólo quedaban las luces de las
lámparas que alumbraban las penumbras de los edificios
enormes de la ciudad.
Estefany caminó por el largo callejón que estaba a la
mitad de una calle. Sostuvo con fuerza el maletín que
llevaba en su mano izquierda, mientras que con la otra se
sacaba el cigarrillo de la boca y soltaba el humo que
retenía. Caminó despreocupada cruzando calles y
atravesando callejones. Su líder le dio la garantía sobre su
seguridad y su palabra de que nada malo le sucedería, por
lo que no tomó ninguna precaución. Siguió su camino
serenamente, hasta que la sombra de alguien que la
perseguía la hizo apresurar el paso. No podía ver con
claridad de quien se trataba, solo podía escuchar cómo se
acercaba cada vez más a ella. Dejó de caminar para
comenzar a correr, no faltaba mucho para que llegará a su
destino, sólo faltaba una calle por cruzar. Su pulso aumentó
cuando se escondió detrás de una pared. El sonido de su
corazón le taladraba las sienes. Pum. Pum. Trató de
tranquilizar su respiración que estaba algo agitada. Se
asomó brevemente para ver si la persona que la perseguía
se había ido por otro lado, temblorosa y por primera vez
sintiendo miedo, puso la mirada hacia la calle de dónde
provino, aliviada por no ver nada. El aire que creyó que
tenía comenzaba a regresar a sus pulmones, dando un
pequeño respiró hondo. Se dio la vuelta para dirigirse a su
destino, que estaba a unos cuantos metros de ella, al girar
se cruzó con la silueta de una persona que estaba al fondo
del callejón.
—¡Ay! Me asustaste —comentó dando un pequeño brinco
—. ¿Qué haces aquí?
—Necesito lo que traes en las manos —respondió la
mujer que salía de la oscuridad, dejando ver su cabellera
rosa mientras se acercaba a Estegany..
—No puedo dártelo. Tengo órdenes de entregárselo en
sus propias manos —dijo, escondiendo el maletín detrás
suyo.
—La líder ha cambiado de opinión. Así que dámelo —
exigió, acercándose a ella—. No te lo volveré a repetir.
—¿Para qué los quieres? —retrocedió un paso siendo
acorralada en la pared.
—Que te importa —contestó la mujer arrebatándole el
maletín.
—¡Noo…!
Un corte fino se formó en su cuello, degollándola con una
daga especial, la misma que usaban en casos de
emergencia para asesinar a los originales o en este caso
clones. Estefany abrió los ojos tanto que se podían salir de
sus órbitas mientras daba un pequeño grito ahogado y
llevaba sus manos hasta su cuello, tratando de que la
sangre no brotara. Cayó al suelo causando un crudo ruido
cuando su cráneo tocó el pavimento. Daba pequeñas
inhalaciones con la boca, ahogándose con su propia sangre.
Estiró la mano tratando de que la chica pelirosa la
rescatara, pero sólo pudo ver antes de morir como un par
de botas militares y unos tacones se alejaban, dejándola dar
su último aliento en la fría noche.
XV. Malas noticias

La vida y la muerte eran dos significados vacíos para


Cloe. En toda su vida y con las muertes de cientos de
personas que había presenciado, esas dos palabras dejaron
de tener sentido para ella. Hasta esa noche. La llamada de
su excolega el detective Víctor Díaz, la despertó de su
encantador sueño. Maldiciendo abiertamente mientras
descolgaba, se sentó en el borde de su cama.
—¿¡Qué quieres!? ¡Maldita sea, estoy durmiendo! —
contestó, enfadada.
—La razón de mi llamada es urgente. Cabe recalcar que
no es para saber cómo estás, Cloe —espetó.
—¡Entonces habla de una buena vez, Víctor! Estas no
son horas para decir avisos...
—Encontramos el cuerpo de Estefany Montesinos, sin
vida —interrumpió. Soltando la noticia sin ningún filtro—.
Fue hallada esta madrugada en un callejón por la avenida
Juárez —añadió. Sin darle tiempo de asimilar la noticia, que
le fue informada con anterioridad.
—¿Qué? —preguntó, estupefacta.
—Los peritos forenses informan que fue degollada y
también que murió desangrada —repuso.
—¿Han encontrado a un culpable?
Cloe comenzó a dar vueltas por toda la habitación, con
una mano en su frente.
—Aún no. Sin embargo, los criminalistas han dicho que
ha sido un asalto.
—¿Un asalto? —soltó unas risas irónicamente—. ¡Por
favor, Víctor! Los dos sabemos que Estefany, no es la clase
de chica que se deja asaltar —contestó, incrédula.
El detective soltó un suspiro al otro lado de la línea.
—Si quieres ver por tus propios ojos que no miento,
ahora se encuentra en la morgue —dijo, antes de colgar.
Cloe alejó su teléfono de su oreja y lo dejó caer a la
alfombra, que estaba debajo de sus pies. Sus ojos se
humedecieron tan rápido, que no le dio tiempo de retener
las lágrimas que brotaron rodando sobre sus mejillas. Se
llevó una mano a su pecho, apretando fuertemente la tela
de su camisón, como si tal acto pudiera despojarla de la
opresión en su pecho, que no la dejaba respirar. Y con su
otra mano tapó su boca, ahogando todo sonido que pudiera
despertar al acompañante que dormía plácidamente en su
cama. Lo observó por encima de su hombro, con los ojos
llenos de lágrimas. Jamás creyó que algún día envidiaría a
Erick, por dormir. Por no sentir. A diferencia de los clones,
ella sí conocía lo que era el dolor. Sin embargo, nunca pensó
que el día que lo sintiera por carne propia, llegaría tan
rápido.
—¿Amor? —preguntó Erick, bostezando.
—¿Sí? —la agudeza de su voz, cargada de melancolía, la
tomó por sorpresa.
—¿Qué haces ahí de pie? —extendió su mano hacia ella.
Invitándole a ir a la cama junto a él.
Cloe se dio la media vuelta quedando frente a él. El nudo
en su garganta y la tristeza no la dejaban moverse. Erick
miró como el labio de Cloe comenzaba a temblar
ligeramente y varias lágrimas rodaban por su pálida piel. No
necesito más palabras para saber que algo andaba mal. Se
paró de inmediato de la cama y corrió hasta ella, para
abrazarla. En cuanto sus brazos la rodearon, Cloe se
devastó. Estalló en llanto. Sin saber el por qué su corazón se
estrujaba cada vez que una lágrima rodaba por las mejillas
de su mensajera de la muerte, comenzó a darle pequeños
mimos. Quería con todas sus fuerzas verla sonreír y ser la
mujer fuerte que conoció siempre...
Después de varios minutos de estar tranquilizándose, por
fin habló.
—Estefany... —pronunció entre sollozos. Aún con su cara
hundida en el pecho de él—... Ha muerto.
Un silencio que parecía interminable inundó toda la
habitación. Cloe levantó la vista hacia el clon, que tenía una
expresión seria en su rostro.
—Está en la morgue en estos momentos —habló ya más
tranquila.
Él la miró.
—¿Quieres ir ahora?
—Sí.
—Está bien. Voy por mis llaves.
Mientras Erick desaparecía ante sus ojos, Cloe caminó
hasta su armario para tomar una camisa de botones, una
falda y unos tacones. Miró con repudio su guardarropa, no
era el momento para vestirse diplomáticamente, pero por
su trabajo solo eso tenía, además de unas botas viejas y
unos pantalones desgarrados que utilizaba para su segundo
trabajo: el de cazar originales. Caminó hasta un pequeño
tocador y agarró una liga para atarse el cabello.
—¿Estás lista? —cuestionó Erick, acercándose a ella.
—Sí, estoy lista.
Cloe tomó su libro de la mesita de noche y lo guardó en
una pequeña bolsa, junto con su teléfono, llaves y dinero.
Salieron del Penthouse hasta el estacionamiento
subterráneo del mismo, dónde aguardaba un Mustang
amarillo canario, —uno de los tantos autos de la mensajera
de la muerte—. Cloe y Erick subieron al auto.
—¿Ya has llamado a Arthur? —inquirió Erick, encendiendo
el motor.
—En eso estoy.
Cloe sacó su teléfono de la bolsa y lo estrujó, como si eso
fuera a retrasar las malas noticias que tenía que dar. Odiaba
ser la persona que trajera malas noticias a su grupo, o a la
gente. Siempre lo hacía sin ningún problema, por algo se
decía ser la mensajera de la muerte. Su trabajo era llevar
las malas noticias y calamidades. Aunque, ahora detestaba
la idea de ser la portadora de esa noticia, pero tenía que
hacerlo, fue la primera en ser notificada. Tecleó el número
de Arthur. Cada vez que sonaba el timbre, su corazón se
detenía. ¿Por qué se le dificultaba dar la mala noticia, si
siempre lo había hecho?
—¿Cloe? —Arthur fue el primero en hablar.
Las palabras se le quedaron atravesadas en su garganta.
Pensaba que Arthur era más fácil, pero le costó para decirle.
—¿Cloe? —volvió a preguntar Arthur.
—Sí, aquí estoy... —hizo una pausa—. Tengo malas
noticias.
Apoyó su cabeza en la ventanilla.
—¿Qué sucede? —inquirió, confuso.
—Estefany ha muerto —dijo de golpe, dejando salir el
aire que retenía.
Unas risitas se escucharon del otro lado de la línea.
—Eso no es verdad —respondió, escéptico.
—Lo es... —afirmó—. Ahora mismo voy en camino hacia
la morgue, Erick, viene conmigo.
Cloe observó a Erick, quien le dedicó una sonrisa de
consuelo y luego volvió su vista hacia el camino. Giraron a
la derecha por una intersección. Cloe permaneció varios
segundos en silencio, esperando una respuesta de Arthur.
Pero él simplemente colgó.
—Uno menos —masculló Cloe.
—¿Cómo lo tomó? —cuestionó Erick, al observar cómo
Cloe guardaba nuevamente su teléfono.
—Bastante bien, creo. —Suspiró—. Me ha colgado.
—Pues espero que la reacción de Elena sea un poco
mejor —respondió, poniendo las intermitentes para girar a
la derecha, por una calle particularmente estrecha.
—No creo que ella sea la mejor asimilando las malas
noticias —soltó un soplido—. Y menos si la noticia se trata
de Estefany.
Cloe hizo una mueca. Conocía bastante bien a Elena, si el
hermano se le había complicado, Elena sería mucho peor.
Sabía cuan tan unidas eran. Inseparables desde su creación.
Sin duda era la que más sufriría.
—Pues sea lo que sea. Sabes que tienes mi apoyo,
¿verdad? —dijo, aparcando el auto frente a un gran edificio
de ladrillo, que tenía como letrero en su entrada: “la
morgue”.
Ella asintió.
Los dos se quedaron en silencio, observando la calle
solitaria. Ninguno de los dos quería afrontar la verdad que
les deparaba dentro de la morgue.
—Iré primero al lugar de los hechos —dijo Cloe,
rompiendo el silencio—. Quédate aquí a esperar a Arthur —
ordenó con voz firme—, hablaré con Elena, en el trayecto.
—¿Estás segura?
Cloe se desabrochó el cinturón de seguridad, indicando
que no existía duda en ella.
—Bien —agregó, bajando del auto.
Cloe se pasó al lugar del piloto. Encendió el motor. Erick
se asomó por la ventanilla dándole un beso como
despedida.
Con eso último Cloe pisó el pedal, rechinando los
neumáticos y se marchó de ahí. Dejando solo en la acera a
Erick.
—¡Contesta, maldita sea! —gruñó.
Cloe ya había llamado diez veces desde que nuevamente
la operadora la mandó a buzón. No encontraba una buena
razón para que Elena no contestara su teléfono. Hoy en día,
resultaba difícil que alguien se alejara por un momento de
su móvil. Ni siquiera ella se apartaba un segundo del
aparato electrónico. Era fundamental para su trabajo como
agente de FBI mantenerse siempre al alcance, si sus
requeridos conocimientos como detective fueran pedidos. O
para su segundo y verdadero trabajo.
Optó por dejar un momento las llamadas, para enviarle
mensajes. Algo patético viniendo de ella, cuando vio que las
llamadas ni siquiera se molestaba en responder. Aminoró la
marcha al detenerse en un semáforo. Aprovechó ese
prolongado tiempo para volver a llamar a Elena. El timbre
sonó dos veces antes de que respondiera.
—¿Bueno? —dijo, adormilada.
—¿Dónde diablos has estado?
Cloe aceleró, girando a la izquierda. Sin esperar a que el
semáforo se pusiera en verde.
—Dormida. ¿Por qué? ¿Qué pasa? —cuestionó, extrañada
por las repentinas llamadas de todos sus compañeros—. Por
lo que veo es algo serio. Tengo como diez llamadas, otras de
Erick y cientos de mensajes de Arthur. ¿Han encontrado un
original que no pueden acabar sin mí? —bromeó.
Cloe frenó de golpe, quedando a la mitad de un bulevar.
Esta vez no había sido por un semáforo en rojo. Se le estrujo
el corazón al notar la voz de Elena tan relajada.
—¿Sigues ahí? —la voz de Elena ahora se sentía más
preocupada.
—Estefany... —sollozó, apoyando su cabeza en el volante
—. Estefany, ha muerto, la han encontrado en un callejón
sin vida. La policía dijo...
—¿En dónde está? —interrumpió.
Cloe levantó la cabeza y aceleró de nuevo.
—Está en la morgue de la estación de policía. La han
trasladado para tomar declaración y analizar detenidamente
la causa de su muerte —comentó, girando a la derecha.
—Estaré ahí en quince minutos —respondió, seria.
—¿Elena? —preguntó Cloe.
—Adiós. Tengo que irme —colgó.
Cloe volvió a sentir como la tristeza brotaba de sus ojos.
Se quitó las lágrimas con rabia y detuvo su auto a unos
metros de una unidad policiaca. Observó el aparcamiento
por la ventanilla polarizada de su auto. A pesar de ir a
escenas del crimen cientos de veces, era la primera vez que
iba como familiar de la víctima. Los flashes de varios
reporteros de diferentes televisoras, que estaban detrás de
una cinta amarilla, comenzaban a invadir el lugar. Varios de
ellos hablaban sobre una chica que tuvo un horrible final,
por culpa de haber caminado sola a medianoche. Otros
tantos, se simpatizaban con ella diciendo que el caminar
sola no era justificación de violencia, cosa que los puso en
controversia. Y otros tantos hablan de la maravillosa carrera
que había hecho Estefany como cantante de pop y de lo
buena que fue en vida.
«Unos hipócritas, pensó Cloe, mientras seguía
observando el alboroto. Todos ellos son unos hipócritas».
Los criminalistas tomaban fotografías de la escena del
crimen. Los peritos forenses sacaban muestras de ADN con
isótopos y los colocaban dentro de una bolsa de plástico.
Varios técnicos enumeraban con señales amarillas,
cualquier cosa que fuera prueba de una pista. Sacó un polvo
compacto de su bolsa y retocó su maquillaje antes de salir
del auto. Los agentes que estaban en el lugar de los hechos,
no la podían ver así. Varios eran compañeros antiguos y a
más de uno no le agradaba mucho. Había conseguido varios
enemigos durante su estancia en un altercado con el capo
más buscado: Tobías. Su actitud por no aceptar sobornos
fue una de las mayores causas que hoy en día, sus
excompañeros no la quisieran ver feliz. Para algunos habría
sido la oportunidad de sus vidas, al recibir una cantidad tan
grande como soborno, pero para ella solo eran números
insignificantes, comparados con la fortuna que hizo durante
siglos.
Caminó hasta un grupo de personas, pasando por encima
de la cinta amarilla, ubicando al único compañero que le
interesaba ver. Carraspeó, llamando la atención de algunos
peritos y de Víctor.
—¿Cloe? —dijo Víctor, sorprendido—. Pensé que estarías
en la morgue.
—Preferí venir aquí primero. —Caminaron alejándose de
las personas—. Quiero saber los detalles. Iniciando por
quién dio el aviso a la policía.
—Sabes que no puedo darte esa información por
seguridad hacia la persona y también porque ahora no
vienes como detective, sino, como familiar. Son las reglas,
Cloe. —Sorbió un poco de su café.
—¿Desde cuándo respetas esas reglas, Víctor? —sonrió—.
¡Oh, vamos! Te conozco desde hace bastante tiempo y sé
que no eres el tipo de hombre que hace lo correcto —dijo
con petulancia.
Víctor dudó un momento, pensando si era buena idea
decirle o no lo que sabía. Después de varios segundos de
analizar, al final decidió que era su derecho de saber.
—Lo haré por los años de amistad. Solo por eso —
accedió, llamando a uno de sus subordinados para que le
trajera una pequeña carpeta.
—Claro —respondió triunfante. Al fin salió algo bueno,
sentía que había ganado un pequeño premio en toda esa
triste situación.
—Las investigaciones del forense indican que ella murió a
manos de alguien conocido, ya que no encontraron signos
de pelea —comentó el detective.
—¿Ya sabes de quién se puede tratar? ¿Algún sospechoso
que pudiera estar cerca de la zona? —cuestionó Cloe
cruzada de brazos mientras escudriñaba al detective.
—Pudo ser cualquiera, pero me voy más por alguien
cercano a ella. —Víctor torció su boca, tratando de pensar—.
La expresión que tenía en su rostro cuando la encontramos
no era de miedo y enojo, sino, más bien de decepción y
tristeza. Como si alguien la hubiera traicionado —sostuvo
una pequeña carpeta donde estaba toda la información de
Estefany y se la mostró a Cloe.
La mensajera le echó una ojeada. No había muchos
detalles sobre Estefany. Solo la edad, tipo de sangre, color
de piel, su sexo y una fotografía adjunta.
—¿Eso es todo lo que hay? —cuestionó cerrando la
carpeta.
—Lastimosamente sí. Es todo. Sabes que lo demás no se
puede poner en un expediente.
A Cloe no le parecía convencerle esa respuesta. Llevaba
muchos años trabajando en ese ámbito, como para intuir
rápidamente cuando alguien le ocultaba información. ¿Pero
por qué un detective a punto de retirarse ocultaría
información? Por ahora no podría hacer nada, más que,
seguir con su juego. Las cosas ahora estaban muy
acaloradas, si investigaba por su cuenta, el detective
sospecharía y probablemente guardaría bien las pruebas y
pistas en un lugar que le resultaría más difícil de encontrar.
—Entiendo oficial, le pido de favor que no comente nada
de esto a mis demás hermanos. Sería muy fuerte para ellos
y no sé cómo lo tomarían —comentó mientras el oficial
asentía y se iba para proseguir con su investigación.
La mensajera caminó hasta su Mustang para irse a la
morgue nuevamente. Sí el detective estaba en lo cierto,
sobre que Estefany había muerto en manos de alguien
conocido, eso le indicaba a Cloe que todos podían ser
sospechosos y que no podría confiar ni siquiera en su
sombra.
XVI. Entierro

La morgue parecía un gélido y lúgubre lugar, desde su


exterior. Elena creía que tenía una apariencia tétrica, como
si hubiera salido de una película de terror. El único lugar
que jamás pensó cruzar. Sin duda algo irónico al provenir
de una mujer que asesinaba cada tanto a gente común. Los
responsables del mayor índice de asesinatos sin resolver en
la ciudad, país, incluso, en todo el mundo, eran los clones.
Elena y Arón llegaron a la estación de policía dirigiéndose
especialmente a la morgue. Pasaron por un pasillo largo y
estrecho, donde lo único que había en el fondo era una
pequeña mesa con una lámpara de escritorio, papeles, que
Elena dedujo que eran trámites de cadáveres, una laptop y
un estuche lleno de clics. Frente a ella, se encontraba una
puerta de metal, que daba a lo que creían los castaños: el
sótano. El lugar más favorable para albergar los cadáveres y
mantenerlos frescos hasta que llegara la hora de su
autopsia.
Elena cruzó la puerta con los nervios hechos puño y
detrás de ella Arón. Luchaba por contener las nuevas
emociones que se apoderaban de ella, sobre todo, sofocar
la melancolía y tristeza que surgían cada vez que un
recuerdo de Estefany se le venía a la mente. Recordó su
sonrisa traviesa. La manía de molestarse cada vez que la
interrumpían cuando estaba haciendo algo importante para
ella, o el hecho de que los ignoraba y nadie le decía que
hacer. Recordó cómo las conversaciones al estar con ella, se
volvían toda una explosión. La obsesión por las armas.
Ahora extrañamente se le venía todo eso a la mente, algo
que si hubiera sido en otro ocasión lo pasaría desapercibido.
Bajaron por unas escaleras de metal, que hacían un
sonido hueco al ser pisadas, como la sensación que tenía en
su estómago. Un gigantesco agujero que crecía cada vez
más.
Mientras llegaban a lo que parecía una habitación blanca,
Elena notó que la temperatura bajaba cada vez que se
acercaban a ésta. La luz enceguecedora fue lo primero que
recibió a los dos castaños.
Elena escaneó todo el lugar, todo le parecía de acuerdo
con como lo había visto en reportajes policiales. Tenía
depósitos de cadáveres en toda una pared completa y dos
filas de mesas metálicas, con cuerpos cubiertos con
sábanas blancas, encima de ellas.
Erick y Cloe permanecían cerca de la puerta. Arthur se
encontraba en un rincón, absorto en sus pensamientos,
teniendo su propia lucha interna. Muchas veces Erick trató
de apartarlo del cuerpo de su hermana, pero él sólo gritaba
y empujaba, para después volver a abrazar a la pequeña
pelirroja, que estaba postrada sobre una fría mesa de metal,
cubierta de una sábana blanca y una etiqueta con su
nombre en el dedo gordo del pie.
—¿Dónde está? —preguntó Elena, mirando a sus dos
jefes.
Erick le hizo una seña con el mentón sobre donde se
ubicaba. Elena dejó a Arón en la otra esquina de la
habitación y se acercó a la pequeña clon que estaba con sus
ojos cerrados permanentemente y una fea herida que ya no
sangraba en su cuello.
Arthur levantó la mirada. Sus ojos emitían un vacío
inexplicable, como si alguien le hubiera arrebato una parte
de su cuerpo o su alma. No tenían brillo ni vida. Los tenía
irritados e hinchados de tanto llorar.
Elena tomó los largos rizos rojos de la blanca chica y
observó cada detalle de sus facciones: su cara redonda, su
nariz respingada y sus pecas. El personal de la funeraria
había hecho un buen trabajo al preparar el cadáver de la
clon. Colocaron lápiz labial en su boca pálida y un poco de
rubor en sus mejillas, cubriendo casi por completo sus
pecas. Así tenía la apariencia de que Estefany solo dormía,
salvo por el hecho de la herida en su cuello, que les
recordaba a los clones que murieron hace apenas unas
horas.
—Ella odiaba los rizos, decía que le hacía ver como una
bruja —comentó, hincándose sobre sus rodillas en el suelo
mientras sostenía fuertemente una pata de la mesa.
Arthur se limpió una lágrima de su rostro, caminó hasta
Elena y se inclinó para tomarla. Los dos se voltearon a ver
con esa tristeza en la mirada, Elena junto las dos cejas, su
labio inferior comenzó a temblar y haciendo sólo una
pequeña línea en sus labios, abrazó fuertemente al pelirrojo
y el clon la sujetó fuerte, comenzando los dos a romper en
llanto.
Arón, Cloe y Erick miraban en silencio.
El original no pudo evitar sentir un poco de culpa. Había
estado ahí y no hizo nada para impedir su muerte. En ese
momento la embriaguez y la chispa de furia que crecía en
él, le hicieron creer que se lo merecía. Después de todo,
Estefany no fue una buena persona, eso se lo demostró al
confirmarle que aparte de ella, alguien más estaba de
acuerdo en que su memoria fuera borrada. Pero no solo la
culpa era por dejarla morir, también era porque la única
persona que hasta ahora tenía la respuesta que necesitaba,
ya hacía tirada en una mesa metálica.
—¿Por qué está él aquí? —preguntó Cloe a Erick,
refiriéndose al original.
—Vino con Elena, está haciendo bien lo que le pediste.
—Si... —le echó una mirada a Arón—. Quiero que lo lleves
afuera y luego lo dejas para que hablemos —ordenó,
saliendo a las oscuras y frías calles de la ciudad.
La elegante mensajera de la muerte no iba a descansar
hasta desquitar su furia con alguien. No se le hacía una
simple casualidad que después de la llegada de ese original,
Héctor desapareciera y Estefany fuera hallada muerta en un
callejón. Era su principal sospechoso hasta ese momento.
Necesitaba interrogarlo y descartar la idea de que fuera el
asesino de su amiga.
—Eres Cloe, ¿verdad? La amiga de Elena, la que un día
nos invitó a su departamento, ¿no? —habló Arón, sacando
de sus pensamientos a la mensajera.
—¿Quién eres? —cuestionó, impasible.
—¿Disculpa? No entiendo tu pregunta.
El original miró hacia los lados sin entender nada.
—Es muy fácil de entender, ¿qué parte de ello no
entiendes?
—No lo sé... No sé quién soy —se llevó la mano a la nuca.
—No mientas —apretó los dientes mientras amenazaba al
clon con su arma.
—Lo juró —dijo, enseñando sus dos manos de forma
conciliadora y se hincaba—. No miento, hace unos días
desperté sin memoria en un lugar completamente
desconocido para mí. Vi a Elena ese día. Se me hizo
conocida, por lo que supuse que ella sabría sobre mi pérdida
de memoria.
—Mientes —repitió, acercando la pistola contra su sien.
—De verdad que no. Hasta tenemos el mismo tatuaje —
bajó lentamente su mano, para descubrir el tatuaje que
tenía en su tobillo: un dragón con tres lunas.
—El logo de los élite —murmuró Cloe, alejando el arma
del original y volviendo a guardarla, para después darle la
espalda a Arón.
—Este tatuaje, lo reconoces, ¿no es así? —inquirió el
chico, poniéndose de pie.
—El día que despertaste sin memoria fue el día en el que
estabas en el antro, ¿cierto?
—Sí. ¿Por qué? ¿Sabes algo? —se acercó a ella.
—No con certeza, pero puedo ayudarte mientras sigas
con Elena —aseguró.
Ese tatuaje era solamente exclusivo de los clones, por lo
que tal vez el que estaba frente a ella era Héctor. Sólo era
una teoría, pero no estaba tan lejos de la verdad. Si
replanteaba todo lo acontecido, la pérdida de memoria
cuadraba perfectamente con la misteriosa desaparición del
clon. Aunque, algo no cuadraba en sus hechos. Tenía la
sensación de que el original no le estaba contando toda la
verdad, ocultando todavía secretos. Sin lugar a duda, él
seguiría como su principal sospechoso en su lista, sin
descuidar a los demás. Por el momento se guardaría toda la
información que recaudó, incluso, también sobre la
posibilidad de que Arón podría ser Héctor. Tenía que estar
verdaderamente segura para poder decirles a los chicos.
Sólo le quedaba una cosa por descubrir sobre el original.
¿Quién y por qué le habían borrado la memoria?
—Muy bien. —Sonrió—. Gracias por querer ayudarme y
por no matarme —agregó, queriendo bromear para mejorar
el ambiente.
—Lo siento, la muerte de mi amiga me afecta —confesó
apretando los dientes y cristalizando los ojos, para después
levantar la mirada al cielo y sostener las lágrimas que se
hacían evidentes en su mirada de color verde.
—Entiendo no te preocupes....
Fue lo único que dijo el original mientras veía como Cloe
se limpiaba las lágrimas y se tragaba el nudo que se le
había formado en la garganta, para después volver a esa
expresión fría. Cloe caminó de nuevo hacia la morgue, junto
con Arón a su lado [...]

***

Pequeñas gotas caían desde el cielo, humedeciendo la


ropa negra de los chicos. Las nubes negras ocultaban al sol,
impidiendo que saliera, convirtiendo aún más depresivo el
día.
—¿Quieren decir unas últimas palabras antes de cerrar la
caja? —sugirió el sepulturero.
—No. Acaben de una vez por todas con esto. Ya hemos
tenido suficiente dolor —respondió Erick.
Arthur se acercó a la hermosa clon, que estaba arreglada
con un vestido verde de malla, mangas farol y bordado
floral. Para él parecía una princesa sacada de un cuento de
hadas o ante sus ojos eso era lo que quería ver. Le dio un
pequeño beso en la mejilla y luego un sonrisa fugaz se
mostró en sus comisuras.
—Fue un placer haber sido tu hermano —susurró en su
oído.
Los clones y la mensajera de la muerte vieron como dos
hombres comenzaron a echar tierra con sus palas, sobre la
caja blanca que ya hacía dentro de la profundidad de un
hoyo. Lágrimas rodaron por las mejillas de los chicos.
Ninguno de ellos, excepto Cloe, comprendían por qué
sentían como algo les arrancaba el corazón. El alma.
Dejándoles un vacío. Algo les quemaba y les ardía
consumiendo todo de ellos, haciendo que el día se volviera
amargo y fúnebre. Querían quitarse esa horrible sensación
que la muerte de la chica les provocaba, pero no podían y
era frustrante sólo ver cómo la larga vida y la sonrisa de la
chica se iban enterrando junto a los innumerables
recuerdos, que había compartido con cada uno de los clones
y la mensajera, durante sus milenios y los secretos que
jamás confesó. Uno de ellos, la amnesia de Arón.
XVII. La Biblioteca

Cloe abrió la puerta de su habitación, agotada, mientras


caminaba hasta su cama con gran lentitud. Comenzó a
quitarse las zapatillas de plataforma. Se quitó la liga que
sostenía su larga cabellera rubia en una coleta, dejando
caer sobre sus hombros algunos mechones. Pasó su mano
por el cierre de su vestido negro y lo bajó, para así después
quitárselo y dejarlo en el suelo. Llegó hasta el borde de la
cama y se dejó caer poniendo sus antebrazos sobre su
abdomen, mientras miraba hacia el techo. Estaba
procesando todo lo ocurrido con anterioridad. Jamás se
imaginó que un día como ese llegaría, dónde uno de sus
compañeros faltaría en el grupo. Se sentía derrotada, ya
que de cierta forma su trabajo también era proteger a los
clones y había fallado, porque hace unas horas enterró a su
amiga.
Sentimientos encontrados se incrustaron en su pecho.
Por un lado, estaba triste por el fallecimiento de Estefany,
pero por el otro sentía alegría por haber descubierto, que
existía la posibilidad de que el original fuera Héctor. Sin
embargo, si ese fuera el caso, no tenía ni idea de cómo es
que el clon pudo haber perdido su memoria. Tenía que
averiguarlo de alguna manera, tarde o temprano. Antes de
que se desencadenaran más calamidades, tan graves como
la muerte de su compañera. Nadie le quitaba de la cabeza
que esos dos misterios, aparte de estar ligados, eran el
origen de un problema mucho mayor. Uno que temía que
llegara y que sabía que no podría retrasar más, puesto que
ya estaba a la vuelta de la esquina. Los primeros síntomas
ya los había presenciado a través de sus compañeros.
La muerte de Estefany estaba en el puesto número uno
de su lista de prioridades, solo por el hecho de que la
muerte de su amiga era sospechosa, ya que, jamás creyó
en la teoría de que fue un asaltó y sin duda no descansaría
hasta encontrar el culpable. Pero por el momento no haría
nada, sería muy arriesgado volver a la escena del crimen,
puesto que los ojos y la atención de todos estaba en la chica
de cabellera roja, que fue asesinada en un callejón. Con esa
prioridad descartada por el momento, tenía que
concentrarme en una cosa a la vez, sí quería resolver ambos
casos, antes de que fuera tarde, para lo que se avecinaba.
Así qué, por ahora se centraría en el misterio de Arón y la
cuestión del por qué lo ligaba al clon. Sabía de un solo lugar
que obtendría todas las respuestas que necesitaba y esa
era la biblioteca Sangren. Un edificio antiguo. El primer sitio
que crearon los élite para guardar sus secretos y
conocimientos a lo largo de los años, sin que sus escritos
fueran dañados o encontrados, ya que estaban ocultos a la
simple vista del ser humano. Situado a las afueras del gran
monopolio, en las grandes letras que representaban el
nombre de la ciudad: Adfectus. Los únicos que poseían la
llave para abrirla eran los mensajeros de la muerte y los
élite, aunque estos estaban...
Al pensar todo eso, no perdió más tiempo. Respiró hondo
y se levantó de la cama, dirigiéndose al cuarto de baño para
tomar una ducha rápida. Después de salir, se dirigió a su
armario, tomó unos jeans de mezclilla, una blusa de seda
color negra de manga larga, con un pequeño listón en la
parte del cuello, unas botas militares y una chaqueta color
marrón.
Tomó su libro y lo guardó en su chaqueta. Dio un último
vistazo a su Penthouse, para verificar que todo estuviera
bien. Algo le daba la sensación de que la observaban todo el
tiempo. Cerró pasando su tarjeta por la cerradura. Bajó
hasta el estacionamiento de su edificio. Encendió su Naked
y se dirigió hacia las montañas, dónde se encontraba la
entrada de la biblioteca.
Aparcó su moto cerca de una valla que se encontraba al
inició de la montaña, dio un pequeño salto para sostenerse
de la cerca. Pasó sus pies y luego dio otro brinco, cayendo al
suelo. Caminó por un viejo sendero de rocas poco
transitado. En la cima, el clima era un poco brusco, el cielo
estaba tomando un color gris rata. Ahí el clima siempre era
frío y húmedo, cosa que ni los científicos, ni los
meteorólogos pudieron jamás explicar, además de los élite
que construyeron esa edificación, utilizando tecnología que
no lograron compartirles a los humanos antes de su
descenso.
Lo fresco de la noche rozaba sus mejillas, que se habían
tornado un poco rojas por el frío. Caminó por delante de las
enormes letras, hasta una roca gigantesca, que tenía un
dragón como sello. Se pinchó su dedo índice, dejando caer
una gota de sangre en la roca, ya que la cerradura de la
primera entrada de la biblioteca, sólo se podía abrir con la
sangre de los mensajeros de la muerte o los élite.
La pequeña gota del líquido rojo brillante cayó sobre el
dragón que comenzó a brillar al instante. Por arte de magia,
o por algo más científico; la roca se desvaneció, dejando ver
un túnel con unas escaleras en forma de caracol, que se
dirigían hasta el fondo de la ciudad. Se veían muy apenas
por la negrura que allí había y la falta de iluminación.
Caminó por un pequeño pasillo oscuro hasta un
gigantesco portón de madera color marrón. Al estar parada
frente a él, Cloe empezó a mascullar un conjuro, usando
palabras de un lenguaje más antiguo que el latín o el
hebreo. El sonido de la puerta abriéndose retumbó todo el
lugar, haciendo que polvo cayera sobre su cabeza.
Antorchas se encendieron al momento en que las puertas se
abrieron, dejando ver el lugar, que a pesar de tener millones
de años y estar la mayor parte de ese tiempo cerrada, no
estaba deteriorada o dañada. Ninguna grieta se le podía ver
en las paredes de mármol bruñido.
Era una habitación redonda. En el centro de esta se
encontraba una estatua de piedra. Un hombre con la cabeza
baja que tiene una capucha. Mantenía sus manos
extendidas y sobre ellas un libro enorme. Alrededor de él,
varios estantes de libros y una mesa con unas velas encima.
Detrás de la estatua, había un solo pasillo. El cuál se podía
leer en latín desde la parte de arriba del arco de la entrada:
"Qué el conocimiento te haga libre".
Se tomó un largo tiempo, hasta encontrar el libro que
hablaba sobre la historia y origen de la sociedad, al igual
que el de los clones y originales. Una gran enciclopedia y el
único ejemplar que existía. Por alguna razón que nunca
encontró fue que luego de la caída de los élite varios
pergaminos de papiro, códices y enciclopedias, que
hablaban específicamente sobre el resurgimiento de la
sociedad y su origen desaparecieron sin nunca encontrar su
rastro.
Lo tomó bajándolo del estante donde se encontraba, se
dirigió hasta la mesa que había afuera. Abrió las grandes y
gruesas pastas soltando pequeñas partículas de polvo y
comenzó a leer en su mente.
Al inicio de los tiempos cuando no había casi nada, sólo
polvo y oscuridad, un grupo de seres supremos llamados
“élite” crearon un prototipo llamado "Humanidad"…
—Si, si, si, eso no me interesa —dijo hojeando las hojas
ya viejas, hasta el capítulo dónde le interesaba—. ¿Qué pasa
si un clon pierde la memoria?, muy bien eso sí me interesa...
—pronunció.
Pueden perder la memoria si éstos ingieren el veneno de
los originales...
—¿Y cómo por qué razón beberían el veneno? —se
cuestionó. Esperando una respuesta razonable, como si el
libro se la fuera a dar—. En fin —respondió.
Si pasa eso, la pérdida de memoria será temporal, sin
embargo, cabe otra posibilidad: si el clon mata a su propio
original o viceversa, perderá la memoria definitivamente, no
obstante, los recuerdos del que murió se transferirán al que
quedó vivo, por lo qué, sentirá que son sus verdaderos
recuerdos y se puede confundir.
Ahora entendía el porqué el original que fue incinerado
en la carretera sabía sobre la existencia de ellos. El
fragmento que acababa de leer despejaba muchas de sus
dudas. Pero aún le quedaba la cuestión de si Arón bebió el
veneno, o por alguna razón que no entendía cómo era
posible había sido más fuerte e inteligente que Héctor,
como para acabar con su vida. Tenía que averiguarlo de
inmediato.
Antes de volver a cerrar el libro, le dio vuelta a la página,
al siguiente capítulo, titulado: "La anatomía de los clones", y
comenzó a leerlo, esperando encontrar algo más.
Los clones están diseñados para asesinar a los originales,
personas idénticas a ellos, sin embargo, estos se pueden
diferenciar por el tatuaje que sólo es exclusivo de los clones,
nadie más puede poseerlo y en caso de que así fuera, sólo
existe una explicación. Estás en presencia de un clon, pero
si el libro de los mensajeros los marca como originales, es
por qué el proyecto X se ha activado, si sucede eso deben
de...
—¿Qué? ¿Qué debemos de hacer? —se preguntó,
hojeando la hoja, la cual había sido arrancada justo en esa
parte, como si eso la hiciera aparecer. Ya que le era extraño
encontrar información a medias dentro de la biblioteca.
Frustrada llevó el libro nuevamente por el pasillo hasta su
lugar en el estante. Escapó a toda prisa antes de que las
grandes puestas se volvieran a cerrar, puesto que sólo se
tenía permitido estar ahí sólo un determinado tiempo.
Se aventuró de nuevo a la intemperie, viendo las luces
de la ciudad, que iluminaban casi por completo el cielo,
impidiendo que las estrellas pudieran verse. Sacó su móvil
de su chaqueta y le marcó al original.
—¿Sí? —contestó Arón en un susurro.
—Creo que tú y yo tenemos una charla pendiente, Arón.
Te veo en mi Penthouse —habló con voz neutra.
—Claro, pero ahora estoy con Elena...
Cloe se subió a su moto.
—No es una petición. Quiero que estés ahí en media
hora. ¿Me escuchaste? —sentenció Cloe, que colgó
inmediatamente, dejando sólo en la línea al original sin
poder siquiera decirle que no.
XVIII. Confusión

Arón suspiró de forma exasperada. Guardó el teléfono


mientras giraba sobre sus talones para ver a Elena, que ya
hacía dormía abrazada a una almohada. Le había costado
trabajo a Arón para que la clon pudiera dejar de culparse
sobre la muerte de su amiga y cayera dormida. Y ahora
mismo la dejaría sola. Lo único que no quería hacer desde
que la conoció.
A pesar de que todo ese tiempo quería saber la verdad,
—una que claramente Cloe tenía—, le causaba un poco de
miedo escuchar lo que tenía que decir la mensajera. Por los
pocos recuerdos que tenía y con la incesante pesadilla que
no le dejaba dormir, le aseguraba que su pasado no había
sido nada bueno y que las personas que se hacían llamar
amigos de Elena no eran del todo correctas y mucho menos
personas confiables. Incluso, se rehusaba a creer que Elena,
que ahora dormía abrazada a una almohada, como una niña
pequeña tras tener una pesadilla, fuera también un
monstruo. Uno de la clase que podía meterse en líos y
perder su vida tan solo por el contenido de un maletín. ¿Qué
tan valioso contenido era, como para que una mujer fuera
degollada en medio de un callejón a la mitad de la noche?
¿Y qué tan estúpido era él, para ir a un llamado de una
chica que sin duda podría ser una asesina y él sin duda su
siguiente víctima? Ahora no tenía tiempo para dar marcha
atrás y huir. Debía entrar a la boca del lobo, si quería
realmente buscar respuestas.
Los minutos avanzaban sin detenerse y la ansiedad
comenzaba a invadir a Arón. Ya no podía permitirse perder
más tiempo. Tenía que enfrentar su verdad, aunque no
quisiera escucharla.
Miró por última vez a Elena. Se acercó a ella, mientras
pasaba sus dedos por su oscura cabellera con sutileza,
esperando no despertarla. Le dio un pequeño y suave beso
en la mejilla antes de marcharse. Algo le hacía sentir como
si esa fuera la última vez que la vería.
Caminó de nuevo a su departamento. Cogió las llaves del
mueble que tenía junto a la puerta. Quitó su abrigo del
perchero y bajó hasta el estacionamiento. Montó su primer
auto, —después de su amnesia—, que compró. Un Tesla
Model S platino.
Mientras conducía, saliendo hacia el asfalto, no pudo
notar desde el retrovisor que desde que salió del
estacionamiento, alguien lo seguía. No le tomó mucha
importancia, pensaba que tal vez por estar nervioso ante la
inminente conversación que tendría con Cloe, comenzaba a
tener paranoia. Así que decidió acelerar por el bulevar y dar
un giro por la calle que estaba a la derecha.
Cloe había llegado a su Penthouse tan rápido como pudo.
Abrió la puerta pasando su tarjeta de acceso mientras
despertaba su audición para escuchar el clic que afirmaba
que la cerradura se cerró por completo. Dejó su libro en la
mesita de centro de la sala. Caminó hasta la cocina para
tomar un vaso y servirse un poco de whisky. Se dirigió hasta
la ventana gigante de cristal que adornaba su sala,
observaba la gran vista de la ciudad que tenía desde esa
altura. Sin duda, fue la mejor opción que tomó desde que se
mudó ahí. Tenía el alcance para ver la mayor parte de las
cosas ahí, aunque estás se vieran diminutas.
Su rostro se reflejó en el cristal que tenía gotas
esparcidas por la tenue lluvia, que estaba cayendo.
Estaba algo pensativa. No había dormido desde que
recibió la llamada del detective Díaz. Volteó a ver el reloj
que tenía en un rincón, marcaba la una de la mañana.
Ahogó un bostezo y se dio un pequeño estirón. Realmente
estaba cansada, ahora mismo, el pensamiento de que tal
vez fue una mala idea citar al original, le reprochaba.
Llevó el vaso de nuevo a la boca, mientras el líquido
pasaba humectando sus labios. El timbre sonó. Giró sobre
sus talones, dio un gran suspiró y caminó hacía la puerta.
Antes de abrir el picaporte, observó a través de la mirilla de
quien se podía tratar. Ahí estaba él, parado en frente de la
puerta, esperando a que la mensajera abriera.
—Llegas tarde —reprochó Cloe mientras le daba pasó al
original—. ¿Quieres algo de beber?
—No, muchas gracias. Estoy bien —contestó, tomando
asiento en el sofá—. Acabemos con esto.
—Dime, ¿cuánto es lo que recuerdas?
Cloe se sentó en un sillón, frente a él.
—No mucho —se rascó la nuca y después de un
momento de silencio prosiguió—. Solo recuerdos vagos y
una pesadilla que no me deja dormir.
—¿Qué clase de recuerdos? —insistió, escudriñándolo con
la mirada.
—Vagos, sin coherencia alguna —frunció el ceño,
tratando de pensar en las palabras correctas para decir—.
Solo uno en específico —admitió, un poco dudoso, ya que el
recuerdo que tenía información con más certeza involucraba
a la pelirroja y por lo que ahora había sucedido, no podía
decirle que él fue el último que la vio antes de morir. Por lo
poco que conocía a la mensajera, se daba cuenta que era
alguien de la cual no se podía fiar en su totalidad con la
reacción que pudiera llegar a tener—. Estoy en el antro, en
la mesa dónde desperté aquella noche, mareado y sin
memoria. Horas antes una chica que tenía la apariencia de
Estefany me ofreció una bebida de un líquido azul metálico
muy brillante. Me decía que tenía que tomármelo, así que lo
hice y, después de ahí me desmayé y desperté en ese lugar
sin saber quién era.
—Entiendo —dijo Cloe, al mismo tiempo en que se ponía
de pie y le daba la espalda al original. Se acercó de nuevo al
cristal, para ver las luces de la gran ciudad.
Sin duda, el recuerdo que había tenido Arón hizo que
descartara por completo las dudas que tenía, ahora con
certeza podría decir que ese era Héctor. Pero aún existía
algo más de información, que le fue brindada por el original
y era sobre lo que más temía. El protocolo para destruir el
proyecto X comenzó y no tardaría mucho en que los demás
se dieran cuenta de ello.
—¿Qué es un original? —preguntó, sacando de sus
pensamientos a Cloe.
—¿Qué?
Ella se giró bruscamente.
—Los he escuchado llamarme así un par de veces. Y
también quiero saber que significa el tatuaje que tengo.
Ahora que sabía con certeza que Héctor no desapareció
de cierta forma, sino que, estaba delante de ella, no dudó
en contarle toda la verdad, o al menos, lo que creía que era
conveniente. Ahora más que nunca necesitaba a su aliado.
—Bueno, todo esto conlleva a una sola respuesta. Una
muy difícil de entender a la primera. Por lo que te pido que
mantengas tu mente abierta a todas las posibilidades.
—Claro, te escucho. Nadie más que yo busco una
respuesta.
Cloe volvió a tomar lugar en el sillón.
—Los hacen llamar clones. Son un grupo de personas que
al inicio de los tiempos fueron creados para asesinar a los
“originales”, personas que tienen un ADN masivo para la
humanidad. Son idénticas a ustedes, aunque, se diferencian
de ellos por medio de un tatuaje, el cuál tienes en el tobillo
—señaló Cloe mientras Arón asentía—. Ustedes aparentan la
misma edad que ellos, sin embargo, tienen más edad de las
que tus manos pueden contar. Incluyéndome.
—¿Y tú qué eres exactamente? Por lo que escucho, no te
consideras una clon.
—No. Soy una mensajera de la muerte.
—¿De verdad? —la miró, escéptico, procesando la
información que Cloe le brindaba.
Después de una pausa por haber bebido un trago de
whisky, ella repuso, como si de una presentación se tratara.
—Los originales llevan una vida normal y corriente,
podemos decir que hasta son humanos, pero cuando llegan
a una edad determinada, en este caso a los veintitrés años.
Es ahí donde empieza la cacería. Mi trabajo, cómo el tuyo y
el de los demás, es impedir que los originales permanezcan
con vida. Para este trabajo hay sólo una regla que hay que
ejercer y la principal: que los originales jamás deben de ver
a sus clones y que ninguno de ellos se mate entre sí.
—¿Por qué? ¿Qué sucede si yo mato a un original mío? —
cuestionó, mientras le comenzaba a doler la cabeza por
estar tratando de entender lo que le decía la mensajera de
la muerte.
—Si eso pasa. Se vuelven locos —mintió, aunque no
estaba muy lejos de la verdad.
—¿Y esto qué tiene que ver conmigo? —soltó unas leves
risas irónicas—. Creí que me ayudarías a saber quién soy,
no a inventar una historia disparatada sobre clones y
originales. ¡Esto está muy loco! ¡No voy a estar perdiendo
mi tiempo escuchando esto!
Él se puso de pie, dirigiéndose a la salida.
—¡Es verdad! —lo sostuvo del brazo, impidiendo que
diera un paso más—. Te llamas Héctor y eres un clon que
tiene más de un millón de años en esta tierra. Has matado
demasiados originales y tu pesadilla es un recuerdo sobre tu
creación. Las personas que tienen máscara son los élite.
—¿Cómo es qué sabes de la pesadilla? Jamás se la he
contado a nadie —aseguró desconfiado. Buscó rápidamente
la salida.
Las señales en su cerebro le afirmaban que era peligroso
seguir ahí. La alerta de supervivencia que relampagueaba
una y otra vez en su mente, le gritaba que huyera lo más
rápido posible. Sin embargo, decidió permanecer en el lugar
que podría ser donde los oficiales lo encontraran muerto.
Debía de demostrar un poco de valentía. Seguridad. Al
menos, si actuaba como si creyera el cuento loco que Cloe
le decía, ganaría tiempo, hasta que encontrara como
escapar de ella. Su agarre en el brazo, le estaba
comenzando a doler. Tal vez tenía algo de cierto en lo que
decía. No era humana, lo comprobó por la fuerza en que
tomaba su brazo. Tendría que fingir que estaba de su lado.
Su falta de memoria no le impedía saber que gente como
ella, asesinaba a sus allegados cuando sabían demasiado. Si
quería permanecer con vida, solo hasta que volviera su
memoria, ocultaría lo que sabe, lo que vio y lo que hizo.
—No es necesario que me la cuentes. Esa pesadilla la
tienen todos los clones —repuso—. ¿Cómo lo sé? —se
cuestionó, leyendo la pregunta en su rostro—. Yo estaba ahí.
Vi cómo implantaron los élite ese primer recuerdo en su
cerebro, para que jamás olviden su origen —contestó con
una voz neutra, mirando de forma demandante al original—.
Con el tiempo, la pesadilla deja de ser tan recurrente.
—Bien, entonces hagamos como que te creo. ¿Me estás
diciendo que hay gente que es igual a otras y las mata? —
inquirió, incrédulo—. ¡Esto está fuera de mi comprensión! —
soltó unas risas nerviosas—. ¿Entonces, supongo que eres
como la muerte?
—No —respondió tangente. El miedo crecía en Arón al ver
la mirada de fuego de Cloe—. La muerte es una figura
retórica, que los humanos han inventado para poder dar
una explicación a lo que sucede cuando uno muere. Yo soy
una mensajera de la muerte. Soy lo que llaman los
humanos: una fuerte hechicera o una bruja, dependiendo de
qué cultura hablamos. Pero en realidad soy como un
soldado élite, proveniente de una raza superior a la tuya
capacitada para asesinar a cualquiera sin pestañear,
modificada como una arma para acabar con una guerra que
la historia ha olvidado, sin embargo, eso fue sólo al
principio, ya que ustedes son, ¿cómo lo digo? La siguiente
generación de soldados, aunque un poco más deficientes y
vulnerables. Ahora me encargo de ubicar, rastrear y
sentenciar a los originales. Uso la sangre de los clones para
saber dónde se encuentran mediante una tecnología que va
más allá de tu comprensión.
Ella se relajó, soltando al original. Él tragó saliva.
La seguridad con que Cloe le confesaba los secretos
sobre su identidad y la de ella, le causaba escalofrío. Terror
y pánico.
—¡Patrañas! Son puras mentiras, nada de esto es verdad.
Te hubiera creído si me hubieras dicho que pertenecemos a
la mafia, o incluso a una secta. ¿Pero esto? ¡Es ilógico!
—Técnicamente si somos una secta —comentó,
acercándose de nuevo hacia la sala, para tomar el libro que
estaba sobre la mesita de centro—. Nada en esta vida tiene
una lógica. Así como la verdad siempre está delante de
nuestros ojos y no la vemos por el miedo al cambio que
conlleva —pinchó el dedo de Arón y tomó su sangre para el
libro—. A veces tienes que creer en lo que se presenta justo
frente a ti.
—Pero hay veces en las que necesitas pruebas para
refutar lo que dices —replicó de manera triunfal mientras se
sentaba en el sofá.
—¿Quieres pruebas? —cuestionó, observando su libro—.
Aquí las tienes —lanzó el artefacto abierto sobre las piernas
de él—, verás lo que es tener acción de verdad.
Arón bajó la mirada hacía el óbito, dónde éste marcaba
cinco puntos rojos en una hoja completamente en blanco y
que muy apenas la dirección se comenzaba a dibujar.
XIX. Fantasmas

Su día comenzó con el olor a tabaco inundado sus fosas


nasales. El humo se esparció por todo su rostro, al mismo
tiempo en que abría los ojos de golpe. A pesar de ser un
aroma fuerte que a cualquiera le causaría repudio, para
Arón no le era tan indiferente, al contrario, le gustaba más
de lo que quisiera estar orgulloso.
—¡Despierta! Ya vamos tarde —dijo Cloe, sentada frente
a él con un cigarrillo en su mano.
Se sorprendió verla en mejor estado que él. Desde su
perspectiva ella tenía la apariencia de estar fresca y
despierta, de no tener indicio de causarle estragos el
desvelo. Al contrario de él, que sentía que los párpados le
pesaban al parpadear y que se quedaría dormido en
cualquier momento si bajaba la guardia. La oscuridad de la
piel bajo sus ojos se lo confirmaba. Madrugar no era su
fuerte y mucho menos lo era el dormir tan solo dos horas
durante toda la noche. Eso lo sabía sin necesidad de una
memoria. Era como si esos hábitos nunca formarán parte de
sus recuerdos, sino, de sí mismo.
—¿Tarde para qué? —preguntó reincorporándose del sofá
donde había dormido y estirándose para así enfrentar el día
que aún no comenzaba.
Cloe lo miró por un momento confusa. Se paró del
pequeño sillón, dejó la colilla de cigarrillo en el cenicero y
caminó hasta la cocina.
—Al parecer tu amnesia sigue afectando tu memoria a
corto plazo —comentó, sacando varios frascos de un líquido
azul y verde vibrante del refrigerador, para después
meterlos en una pequeña maleta que estaba a un lado de
sus pies.
La apariencia de esos líquidos le recordó al original sobre
la bebida que hace unos días había ingerido y que fue la
causante de su pérdida de memoria.
—¿Para qué son esos frascos? —caminó hasta la barra de
la cocina y apoyó sus manos sobre el frío cristal.
—¿Te refieres a éstos? —los mostró.
Él asintió.
—Son venenos para matar a los originales —comenzó a
explicar—. Aunque, yo prefiero las armas, son más
efectivas, en especial ésta —sacó su Glock 17 de su funda y
le apuntó directo al corazón—. Un disparo y no tienes que
esperar para ver si muere o no. Los resultados son
instantáneos —cerró un ojo y fingió dispararle.
Arón sintió como la sangre se le helaba y bajaba por todo
su cuerpo hasta sus pies.
—¿Por qué? ¿Te resultan familiares? —repuso, sonriendo
mientras terminaba de guardar los últimos frascos y armas
en la maleta.
—Un poco…, algo así —afirmó, dubitativo—. ¿Y sí es más
efectiva el arma, por qué requieren de los venenos?
—¡Ya es hora! —tomó la maleta entre sus manos,
revisando la hora en su reloj de muñeca—. ¡Hay que partir!
—ordenó, ignorando por completo su pregunta.
Arón se quedó un momento parado, pensando cuál
hubiera sido esa respuesta y si tendría algo que ver con su
amnesia. Sacudió la cabeza, no era momento para que tales
pensamientos se adueñaran y nublaran su juicio. A juzgar
por la cantidad de armas que vio meter la mensajera a la
maleta, le hizo creer que tal vez se enfrentaría a una guerra
y si era así, necesitaría estar centrado. Apresuró el paso
para alcanzar a Cloe que ya estaba llegando al ascensor.
—¿Cómo lo haces? —preguntó Arón, oprimiendo el botón
que llevaba al estacionamiento.
—¿Cómo hago qué? —cuestionó, sacando su celular de la
chaqueta.
—Para tener tanta energía y no desplomarte en cualquier
momento. Parece que ni siquiera dormiste en toda la
noche.
Ella despegó la mirada de la pantalla y lo miró con una
sonrisita de superioridad.
—¿Quién dijo que no dormí? —espetó.
—Estoy seguro de que no dormiste en toda la noche —
afirmó—. Tal vez sea un efecto secundario que causa el
cigarrillo. Los he visto a todos ustedes fumar en varias
ocasiones —murmuró casi para sí mismo.
—¿Ahora eres doctor? —ironizó.
Cloe envió el mensaje que estaba escribiendo y guardó
su móvil nuevamente en la chaqueta.
«Doctor» esa palabra le causó una chispa en su corazón
y, sobre todo, una claridad en su mente vacía. Su intuición
le decía que tal vez su inmunidad a sentir lástima por ver a
una persona moribunda, o a no causarle asco al ver sangre
brotando por los cuellos de ciertas personas, se debía a que
probablemente antes de perder la memoria se dedicaba a
eso. Por ello las incesantes ganas de querer ayudar. Reparar
lo que parecía imposible para el mundo.
Las puertas del ascensor se abrieron.
—¡Vamos! el tiempo es oro —agregó Cloe, caminando
hacia su auto.
Arón caminó a su lado. No entendía bien la razón, pero
algo le decía que no le gustaba caminar nunca detrás de
nadie. A excepción de Elena.
—¿No esperaremos a los demás? —cuestionó,
sentándose en el lado del copiloto.
—Nos alcanzarán en cierto punto por el camino.
Encendió el motor y arrancó con un movimiento en la
palanca de velocidades.
Arón se abrochó el cinturón de seguridad. Lo menos que
quería hacer, aparte de matar a personas idénticas a él, era
morir. El pensamiento de su muerte se le vino a la mente.
Vio el encabezado del periódico donde saldría la noticia.
Adivinó el título: “Chico estúpido que murió por querer
descubrir su pasado”. Se imaginó su funeral y en todas
esas imágenes ficticias que pasaban por su mente, en
ninguna había rastro de personas. El sentimiento de soledad
hizo presencia en su pecho.
No iba a permitir en ningún momento que tuviera un
vergonzoso final. Ni siquiera ahora que su vida, al igual que
su futuro, dependía con tanta facilidad en las manos de la
mensajera.
Los edificios se disipaban cada vez que avanzaban por la
carretera, alejándose de la ciudad. Su instinto de
supervivencia le decía que era momento de saltar si quería
ser libre, pero el miedo le advirtió que el auto viajaba a
ciento cincuenta kilómetros por hora. No dejaba de ver las
armas que se asomaban de la pequeña maleta, que se
encontraba en medio de ambos, cerca de la palanca de
cambios. Su mente trabaja maquinando las posibilidades de
salir victorioso si tomaba un arma y la usaba en contra de la
mensajera. Observó su complexión: piernas largas, cintura
delgada, brazos trabajados. Sin duda su apariencia de él
mostraba que era mucho más fuerte que ella. Pero aún
cabía la posibilidad de que fuera más ágil y rápida al
momento de usar el arma.
—Anoche, dijiste que la que te dio el veneno tenía la
apariencia de Estefany, ¿no es así? —dijo Cloe, sacándolo de
su pensamiento suicida.
—Sí —comenzó a sentir como los nervios carcomían sus
entrañas.
—Y supongo que antes de que te enterarás de todo lo
que te conté, la idea de enfrentarla y confrontarla se te
pasó por la mente.
Ahora, aventarse del auto que iba en movimiento era
mejor idea que tratar de luchar con ella, inclusive el silencio
incómodo no le resultaba tan desagradable en esta
situación. La inteligencia y habilidades de deducción de Cloe
eran mucho mejor de lo que creyó. Se daría cuenta de que
querría matarla apenas hiciera un movimiento. Además, si
era cierto lo que había dicho sobre ella, que era una soldado
entrenada para matar, no le cabía la menor duda de que lo
rompería como a un palillo.
Dio un gran trago de saliva, que pasó con dificultad por
su garganta. A pesar de que en el exterior seguía oscuro y
hacía frío, la frente de Arón estaba surcado por varias gotas
de sudor. Miró sutilmente hacia todos lados, evitando
enfrentar la mirada fija de Cloe. Seguía escudriñándolo.
Buscó con desesperación una buena excusa que pudiera
desviar el tema de conversación.
Una camioneta todo terreno, negra, con los vidrios
blindados y polarizados, se acercó a gran velocidad hacia
ellos, lo cual lo salvó de confesar lo que pondría en riesgo su
vida y que corriera con el mismo destino que Estefany.
—¿Esa camioneta...? —comenzó a decir.
Cloe miró por el retrovisor.
—Son los chicos —respondió sin prestarle mucha
atención—. Al parecer nos alcanzaron mucho antes de lo
previsto.
Arón asintió en silencio y clavó su mirada al exterior,
antes de que la mensajera siguiera con el peligroso
interrogatorio.
Cloe giró a la izquierda, tomando el camino de terracería
que su libro le indicaba, llegando hasta un pueblo pequeño,
cerca de la ciudad vecina.
El alba cubrió los ventanales rotos y paredes a punto de
derrumbar de cada edificio que se alcanzaba a presenciar.
Ningún sonido era emitido en ese lugar. Salvo por el roce
del viento en las hojas de los árboles más cercanos. Parecía
que llevaba años abandonado, estaba muy descuidado.
Tenía la apariencia de un pueblo fantasma post apocalíptico.
Cosa que en su mayoría parecía real.
Los dos autos se estacionaron al inicio del pueblo. Cloe
aparcó cerca de una pared derrumbada y Erick aparcó su
camioneta del otro lado, en medio de la calle polvorienta y
solitaria. Bajaron todos al mismo tiempo en que los motores
se apagaron.
—¿Estás segura de que es aquí? —cuestionó Erick,
analizando todo el lugar.
—No lo sé —respondió Cloe, dejando su maleta un
momento en la tierra, para revisar nuevamente su libro—.
Hace unos segundos el libro marcaba este lugar, pero ahora
me marca otra dirección.
—¿Creen que sea un error del libro? —preguntó Arthur,
rascándose la nuca.
—No, Arthur, mi libro nunca falla. ¿Qué clase de pregunta
es esa?, claramente no lo...
El ruido de unos arbustos moviéndose y la sombra de una
persona, hizo que los clones se quedarán un instante en
silencio. El silbido de una flecha atravesando el aire en su
dirección y las balas detrás de ella, fue lo que los puso en
alerta. Los chicos cayeron pecho tierra, cubriéndose del
ataque que paró de inmediato. Ninguno de ellos entendía
por qué sus enemigos se detuvieron tan solo con una flecha
y un par de balas que fracasaron.
Nuevamente el silencio volvió a reinar en ese lugar. La
respiración de cada uno de ellos se podía escuchar, si tan
solo prestaran su atención a ello. Sin embargo, ahora su
interés, al igual que todos sus sentidos, se enfocaba en
cualquier sonido que pudiera darles la ubicación de lo que
fuera que estuviera detrás de ellos.
Elena fue la primera en ponerse de pie, tomando una de
las balas que ya habían sido tiradas.
—Sin duda las armas son para matar originales. —Se las
enseñó a los chicos—. ¿Pero por qué nos están atacando, si
se supone que no saben sobre nosotros?
Erick y Cloe se miraron a los ojos con complicidad.
—No hay tiempo para preguntarles. Sin duda es una
trampa —habló Arón, desde el fondo.
El miedo que permaneció durante todo el trayecto, de
pronto se esfumó. Una ráfaga de adrenalina recorrió todo su
cuerpo. La situación ya no le parecía poco creíble, o
imposible de lograr, al contrario, toda partícula de él le
decía que ya sabía lo que tenía que hacer. Como si su
cuerpo le confirmara que lo había hecho ciento de veces.
Todos lo voltearon a ver extrañados, hasta ese momento
no se dieron cuenta de su presencia. El primero en reclamar
fue Erick.
—: ¿Qué hace él aquí, Cloe?
No le dio tiempo de responderle, cuando otra flecha cayó
cerca de la cabeza de Elena, cortando un pequeño mechón
de su cabello.
—¿Listos? —preguntó Cloe, cargando su arma.
Los chicos se pusieron en guardia, cada uno sacó su
arma, formando un círculo, menos Arón, que estaba en el
centro del círculo por qué Cloe lo puso ahí para protegerlo.
Quería que viera de lo que le habló la noche anterior sin
ponerlo en riesgo, o peor, que hiciera algo estúpido que los
pusiera a ellos en riesgo. Aún le era útil para descubrir
quién fue el asesino de Estefany y para descubrir si tenía
que ver con el proyecto X.
Una especie de barrera de polvo se formó alrededor de
ellos, impidiendo poder mirar a sus oponentes. Estaban
vulnerables ante la situación. ¡Zas! El sonido de una navaja
cortando la pantorrilla de Arthur, fue el primer ataque de
quienes fueran sus contrincantes, quien cayó de rodillas. La
sangre comenzó a emanar del tendón de Aquiles.
—¡Carajo! —exclamó Elena, comenzando a disparar en
todas direcciones.
El ensordecedor sonido de las balas azules y verdes
luminiscentes perforando paredes de ladrillo, árboles y
rocas era lo único que se escuchaba.
—¡Detente! —vociferó Erick, zarandeándola—. No, nos
podemos dar el lujo de desperdiciar balas en oponentes que
no podemos ver.
Elena cedió.
Arón no podía quedarse de brazos cruzados, observando
como lo que fuera que estuviera atacándolos, tuviera
ventaja de asesinarlos. Sintió el impulso de luchar, aunque
claramente tenía la certeza de que podía morir. Pero no le
importó, no moriría como un cobarde sin memoria. Aún no.
Arón tomó una daga que estaba en la maleta. Ésta se
encendió de un azul vibrante. Salió del círculo y con
determinación camino hacia donde había provenido el
ataque.
Una ráfaga de viento se llevó la barrera de polvo,
aclarando el campo de visión de los chicos. Lo que vio lo
dejó estupefacto, no hubiera creído posible que de verdad
era un clon, sino estuviera frente a él mismo, o lo que le
habían contado, su original. Su corazón zumbaba en sus
oídos. La sangre fluía dentro de él, llevando la valentía y la
adrenalina a cada parte de su cuerpo. Levantó la daga. Las
ganas de ver como el cráneo de su igual era atravesado por
su daga, le resultaron temerarias y caóticas, pero sobre
todo eufóricas, cosa que hizo que vacilara.
—¿Eres idiota o qué? —Cloe lo detuvo, interponiéndose
en su camino—. ¿Qué mierda crees que estás haciendo?
Vuelve ahora mismo dentro del círculo.
Él le sostuvo la mirada, desafiándola. Quería que
entendiera que no era un cobarde que se ocultaría detrás
de ellos, que era capaz de asesinar
—Si tanto quieres morir, con gusto puedo matarte
cuando regresemos —añadió—. Pero ahora vuelve a tu
posición dentro del círculo. No lo repetiré una vez más —
ordenó, apretando la mandíbula.
Arón aceptó de mala manera y regresó al círculo.
Los cinco originales que los rodeaban con ballestas,
escopetas y dagas, eran: dos Arthur, una Estefany, un Erick
y un Héctor.
—¿Puedes pelear? —inquirió Erick, refiriéndose a Arthur.
—Sin duda no me perdería una gran oportunidad para
vengarme por lo que me hicieron esos bastardos —contestó,
reincorporándose con gran esfuerzo.
Arón observó cómo originales y clones se abalanzaron.
Notó que ninguno de ellos peleaba con su igual. Los gritos
desgarradores de algunos originales casi le revientan los
tímpanos. La sangre gorgoreaba de algunos cráneos y
cuellos de los originales.
Después de que Elena asesinó al último, Cloe caminó
hacia la camioneta sacó el lanzallamas que siempre
guardaba Erick en la cajuela y se lo otorgó a Arón.
—Por lo menos haz algo de provecho, sin poner en riesgo
a nadie —le dijo mientras se lo daba, caminando con todos
los demás, que se acercaban a los autos.
Arón por alguna extraña razón, que no lograba entender
del todo, tomó el lanzallamas sin inmutarse. Se suponía que
al ver toda la escena de acción de hace algunos minutos
debía de lograr que huyera de ahí despavorido. Huyendo
por su vida. Sin embargo, sólo la miró por un breve instante
para después desviar la vista fría y sin algún rastro de
temor hacía los cuerpos sin vida de los originales, que
comenzó a quemar. Quizás estaba en shock y aún no lo
procesaba.
Mientras los cuerpos comenzaban a ser envueltos por los
lengüetazos de las llamas, se cuestionó el hecho de qué
cómo podía una agente del FBI, un político, una psicóloga y
un empresario los cómplices de la muerte de estas
personas. Simplemente no podía creer que la mensajera le
contó la verdad sin tapujos, dándole a caer en cuenta que
realmente existían más cosas ocultas en el mundo de lo que
cualquiera se podía imaginar. Pero lo que menos podía creer
era como ahora no sentía nada de temor, como si ya
estuviera acostumbrado a todo eso, la sangre. El caos. La
muerte. Después de todo lo que vio, no se sorprendería que,
si se trataba de un clon, escogiera ser un doctor. Un oficio
donde siempre estaría cerca de lo que más lo representaba.
No le cabía la menor duda de que si el mundo era
gobernado por ellos, estarían en los puestos más altos para
controlar a las personas y su ignorancia.
—Esta vez no pasó a mayores. Supusimos que solo fue
un ataque de ordinarios originales —comentó Erick,
tomando el control de la situación.
—Pero eso es una completa mentira. Nadie normal podía
atacar con esa destreza. En todos mis siglos de vida jamás
había combatido con unos rivales tan fuertes —agregó
Arthur, mientras encendía el motor de la camioneta.
—Eso me causa un poco de preocupación —habló Elena,
que estaba en el asiento del copiloto—. Y pensar que por
poco seríamos comida para originales —bromeó mientras
veía como Arón volvía con ellos.
—Te volviste la maníaca de las balas —dijo Arthur, riendo.
—No chicos. No más apodos.
Los chicos se voltearon a ver y soltaron unas
estruendosas carcajadas, menos Cloe que permanecía
callada analizando la situación.
—¿Qué pasa? ¿En qué piensas? —susurró Erick,
recargando su cabeza sobre el hombro de Cloe.
—¿Crees que esto se trata sobre lo que siempre hemos
temido? —murmuró, observando a los chicos que seguían
haciendo bromas y a Arón, que se les unía.
—No lo creo. Además, la tenemos muy bien protegida, no
te angusties, hay que relajarnos —le dio un pequeño beso
en la mejilla mientras Cloe asentía en silencio.
Cloe caminó a su auto acompañada de Erick, dejando
que los demás se fueran en la camioneta.
La intención de Erick de tratar de tranquilizarla era
buena, pero cuando una idea se le metía a Cloe, era difícil
hacerla cambiar de opinión y más cuando su vida y la de
sus compañeros tarde o temprano iba a cambiar.
XX. Secreto

Los olores a especias y café recién hecho se escaparon


cuando la puerta corrediza fue abierta por los chicos. El
tintineo de la campana que colgaba del umbral aviso a los
empleados de la cafetería, que clientes hambrientos habían
llegado por un buen desayuno, —los primeros del día—. La
batalla que llevaron a cabo despertó su apetito. Estaban
dispuestos a devorar todo rastro de comida que pudieran
encontrar en la pequeña cafetería.
La misma cafetería que visitaban cuando se encontraban
hambrientos, después de una cruenta masacre de gente
con sangre defectuosa. No les importaba si quedaba al otro
lado del camino, siempre hallaban la manera de llegar ahí
para desayunar. Una tradición que, — hasta el día de hoy
seguía en pie—, se creó al mismo tiempo que sus llamativas
paredes de ladrillo y sus extravagantes colores de interior,
las cuales captaron la atención de los chicos en un día
exhaustivo y demandante.
—¡Buenos días, Laura! —saludó Cloe, que se acercaba al
mostrador donde hacían sus pedidos.
—¡Buenos días! —saludó la otra—. Al parecer hoy
madrugaron —comentó observando a los demás que
tomaban lugar en una mesa del rincón—. ¿Lo mismo de
siempre? —preguntó, refiriéndose a Arón, que estaba a un
lado de Cloe.
—Ya sabes lo que nos gusta —repuso Cloe, que sonreía
de medio lado. Dio una palmada en el pequeño mostrador
de madera y se dio la vuelta para dirigirse con los demás.
—¿Que acaso no dijiste que su regla era: que los
humanos no deben de enterarse de ustedes? Si los conocen
tarde o temprano se darán cuenta que no envejecen —
recalcó.
—Tranquilo. Lo tenemos todo bajo control —espetó,
viendo por encima de su hombro.
—¿Pero…? —comenzó a decir.
—Chicos, Arón tiene algunas dudas, así que, sean buenos
y resuélvanlas lo más claro posible —lo interrumpió Cloe,
que tomó asiento junto a Erick.
Todos lo miraron con curiosidad, esperando que los
bombardeara con sus preguntas. Arón respiró hondo. Tomó
valor para esperar cualquier rechazo. Se sentó junto a
Arthur.
—¿Qué es lo que quieres saber? —repuso Elena.
—Son clones, ¿no es así? —comenzó a decir.
—Que gran descubrimiento Stein —interrumpió Erick,
petulante.
Arthur soltó una pequeña risa y Elena los fulminó con la
mirada.
—Al menos dejen que termine —sugirió Elena—. No es
fácil procesar una verdad que te hace cambiar la manera de
ver tu realidad y de que Cloe se lo haya dicho sin ningún
filtro.
—Bien —soltó un bufido.
—Ya estamos enterados de que sabes que somos clones
y que asesinamos a originales como tú. ¿Cuáles son tus
dudas? —preguntó Arthur.
—Yo no soy…
—¡Agh! Quiere saber porque las personas que trabajan
aquí nos conocen y porque no sospechan que nunca
envejezcamos —repuso Cloe.
—Laura es una clon —admitió Elena.
—¿Enserio? —cuestionó, perplejo.
—No todos eligen un puesto alto en la jerarquía. Algunos
prefieren tener un perfil mucho más bajo. Mas ahora que se
sabe que traicionó a su grupo —Arón frunció el ceño—. Pero
que no te confundan sus apariencias. Te pueden destrozar
en cuestión de segundos —confesó Arthur.
—Y sobre que no sospechen por no envejecer —prosiguió
Elena—, hay varios clones que se dedican al arte del
maquillaje y teñir cabellos sin preguntas de por medio.
Arón iba a replicar, pero decidió mejor no hacerlo. Se
quedó con la palabra en la boca. No tenía más preguntas
por hacer. Sus dudas por el momento habían sido resueltas.
—Perfecto —suspiró Erick—. Si ya has terminado con tu
tonto interrogatorio, vamos a la parte más divertida. ¡Hora
de desayunar! —exclamó, feliz. Observó a Laura que se
acercaba con una bandeja repleta de todos sus alimentos y
se llevó una mano al abdomen, como si eso fuera a calmar
su estómago, que rugía con insistencia.
Sus pedidos consistían en: Malteadas, rosquillas, un plato
de espagueti, hamburguesas y una humeante taza de café.
A diferencia de todos, Cloe no podía comenzar su día
laboral, sin una buena carga de cafeína en sus venas.
—Aquí tienen, chicos —dijo Laura, que ponía los
alimentos cuidadosamente; sin derramar ninguno de ellos,
en la pequeña mesa recién limpiada.
Mientras todos consumían sus alimentos y Cloe hojeaba y
leía cada detalle que las páginas de su libro poseían, sin
siquiera ponerle atención a su plato, o probar un bocado,
Arón no dejaba de pensar que era una idiota por no poder
saber nada sobre él y por no haberle creído a Cloe desde un
principio. Ahora mismo su historia no parecía tan
disparatada después de todo. Toda su vida se trataba de un
agente secreto cuyo trabajo era mantener el bienestar de la
humanidad, aunque, no le gustaban los métodos por los
cuáles se justificaban para hacer el bien, o si quería o no
hacerlo. Si el universo, o alguna deidad que pudiera
conceder algún tipo de milagro, le estuviera dando una
segunda oportunidad y la falta de memoria fuera su boleto
para ello y la única condición era el hecho de que se
olvidara de todo lo que sabía y de cada uno de ellos, lo
haría sin replantearse dos veces la oferta. Sin embargo, a
pesar de que la gran oportunidad estuviera frente a sus
ojos, algo en su interior lo atenazaba al destino de los chicos
que se encontraban frente a él.
—Dinos, Arón, ¿no te hiciste en los pantalones, cuando
los originales nos atacaron? —cuestionó Erick, llevándose la
hamburguesa a la boca mientras Arón regresaba de los
recónditos lugares de su mente.
—Si necesitas una buena terapeuta para ayudarte con el
trauma, conozco a alguien que podría ayudarte —sugirió
Arthur, viendo a Elena que estaba sentada a su lado.
—Cómo se te ocurre decir semejante cosa —replicó
Elena, dándole un codazo en las costillas a Arthur, que hizo
que casi se ahogara con la malteada que apenas había
comenzado a beber.
—No me parece mala idea. Tal vez después le pida una
sesión en privado —agregó Arón, que veía a la clon con
picardía, mientras que ella se escudaba con el hombro de
Arthur.
—Cómo hablan puras idioteces cuando estamos juntos —
dijo Cloe a modo de regaño, dejando su libro sobre la mesa.
—Vamos amor, diviértete —dijo Erick, que le dio un beso
en la mejilla.
—Si amor, vamos —contestaron Arthur y Elena al
unísono, tratando de imitar la voz de Erick y también
soltando unas carcajadas.
Cloe se cruzó de brazos y los miró de forma
amenazadora, todos los presentes de inmediato cesaron las
risas, dando grandes tragos de saliva. Después de estar
varios minutos en silencio, Cloe se soltó a reír, mientras que
los clones se quedaban perplejos.
—Como los tengo —exclamó aventando un pedazo de
papá frita hacia Elena.
—¡Ey! —dijo Elena, que respondía el ataque con otra
papa frita, comenzando una guerra de comida.
En poco rato, los chicos fueron sacados del restaurante a
empujones mientras aún seguían aventando comida y se
reían. A Arón le causaba fascinación. Le agradaba la
sensación cuando estaba con ellos. Simplemente era
admirable para él conocer a un grupo de personas que, —
dejando todas las atrocidades que cometieron cuando nadie
los miraba—, se conocieran bastante bien y se amaban con
una familia de verdad. Algo que por dentro le causaba
felicidad, ya que sentía que ahora formaría parte de esa
selecta familia.
—¿Y ahora a dónde quieren ir? —cuestionó Arthur, que se
subía a la camioneta y comenzaba a encender el motor.
—¿Qué tal…, a mi casa? —sugirió Erick—. Podemos hacer
una acampada en el bosque como en los viejos tiempos.
¿Les parece?
Todos aceptaron y se dirigieron a sus respectivos
vehículos.

Los grandes portones de acero inoxidable con tecnología


de punta, se abrieron automáticamente dándole pasó a la
camioneta que dejó aparcada Arthur, cerca de la fuente de
piedra que estaba ubicada en el centro del patio delantero
de la gran mansión rústica y al auto de Cloe que se
estacionó justo detrás. Dos hombres trajeados y con un
arma en el bolsillo, se movieron de la Torre donde vigilaban,
para encargarse de llevar los vehículos hasta la cochera de
la gran residencia. Al mismo tiempo en que los chicos se
bajan y caminan por la grava del patio, adentrándose por la
enorme estancia, dónde una gran escalera blanca de
barandales dorados, adornada con una alfombra negra
sobre los escalones, los recibía a primera vista.
Pasaron de largó, caminando hacía la habitación que
estaba a la derecha de la escalera, en la cuál se encontraba
el gran comedor de cristal negro y de veinte sillas. Siguieron
su trayecto hasta la pequeña puerta que estaba en el fondo,
directo a la cocina.
—Bueno, Arthur y Erick se encargarán de buscar leña
para la fogata —ordenó Cloe, administrando todo—. Arón, tú
puedes ir a buscar las cosas que necesitamos al cuarto que
está junto del baño, bajo las escaleras —agregó, mientras
Arón volvía a la estancia, directo al cuarto que le indicaron.
—¿Y las casas de acampar? ¿Quién se encargará de
armarlas? —cuestionó Elena, viendo a todos.
—El que llegue al último, les toca armarlas —gritó Erick,
mirando de forma desafiante a Arthur.
Mientras Arón, abría la puerta de madera y empezaba a
buscar las cosas que necesitaba en varias repisas de los
estantes que ahí había, tomando varias sillas, lámparas,
sacos de dormir, insecticidas y las colocaba en la parte
trasera de un carrito de golf, que estaba aparcado en la
entrada de la mansión y volvía hacía la cocina, los dos
chicos se voltearon a ver mientras salían disparados por la
puerta de cristal, que llevaba al jardín trasero, adentrándose
en el bosque, corriendo pegados hombro a hombro mientras
se empujaban levemente.
—¿Y los chicos? —preguntó Arón, observando como sólo
quedaban las dos chicas en la cocina.
—Corrieron al bosque por qué no quieren armas las casas
de acampar, pero lo que no saben es que ya han perdido
mucho antes de salir de aquí —respondió Elena, también
saliendo de la cocina.
Erick empujó al pelirrojo haciendo que este se desviara
del caminó corriendo por un sendero cuesta abajo. Sonrió al
ver que tenía el camino despejado. Sin embargo, Arthur,
que ya lo esperaba más adelante, se abalanzó hacia él,
haciendo que los dos rodarán por la tierra hasta un gran
tronco que estaba tirado ahí, comenzando a pelear. Arthur
se puso de pie antes que Erick. Pero éste lo tomó por el
tobillo, provocando que de nuevo cayera al suelo. Con una
gran carcajada el pelinegro se puso de pie, tomando de
nuevo la delantera. Pero así pasó un largo rato, los dos
saboteándose para que no llegaran.
Cuando por fin llegaron agitados al lugar dónde siempre
acampaban, en el centro del bosque, cerca de un lago.
Elena ya hacía sentada en un tronco esperando a los chicos.
—Perdieron —dijo Elena mientras les sonreía de manera
triunfal—, les toca armar las casas de acampar.
—¿Qué? —replicó Erick, que trataba de tomar aire—. No
recuerdo que tú estuvieras compitiendo.
—Claro que sí, tú dijiste y citó: «El último en llegar, arma
las casas de acampar». —imitó la voz de Erick—, y bueno,
perdieron porqué incluso Cloe y Arón, llegaron antes que
ustedes —agregó señalando a los chicos, que ponían una
mesa cerca de un tronco, mientras se ponía de pie y
caminaba lejos de ahí.
Los chicos resoplaron derrotados y se fueron a armar las
casas de acampar. Cloe y Arón, que preparaban unos
aperitivos para la tarde, vieron divertidos a los dos chicos
que comenzaban a hacerse bolas con las casas.
—Esto nos llevará toda la tarde —comentó Cloe,
refiriéndose a los dos chicos que se encontraban a unos
cuantos metros de ella. Sin embargo, el original no le
prestaba mucha atención, observaba a la castaña que se
dirigía al lago—. Te gusta, ¿verdad? —inquirió Cloe,
desviando la vista hacia dónde Arón la tenía puesta.
—¿Qué? —respondió el chico, que apartaba la vista de
Elena y la clavaba en los sándwiches de queso.
—Elena —repuso Cloe, con una sonrisa de lado—. He
visto como la observas desde el día del antro.
Arón comenzó a sentir como sus mejillas se volvían de un
rosa pálido a uno chillante. No quería tener esa
conversación con nadie. Mucho menos con ella. La idea de
hablar sobre sus sentimientos le resultaba más
espeluznante que pensar sobre su propia muerte a manos
de cualquiera de ellos.
—Oye, esto está muy loco. Aún me cuesta procesar el
saber que no estabas mintiendo —soltó unas leves risas
mientras trataba de desviar la conversación.
—No espero que lo entiendas ahora, pero sólo una cosa
te pido y es que no te alejes de ella —dijo Cloe, que veía a
Elena, la cual estaba sentada en una roca.
—¿Por qué? —pregunto, curioso.
—Porque su vida depende de ello.
—No creo poder hacerlo Cloe, no estoy preparado para
esto —replicó.
Cloe volvió a verlo.
—Claro que sí.
Él deslizó su mano por su cabello. Ocultando el
nerviosismo que crecía ante la petición que se le sugería.
Apenas llevaba pocas horas que se había enterado que era
un super humano con muchos años de vida y aun así, le
resultaba difícil creerlo, o incluso, procesarlo y por mucho
que le gustara pensar que era verdad, o que el valor
corriera por sus venas. Lo cierto era que no se creía capaz
de ni siquiera salvar su propia vida, como para proteger a
Elena.
—No es verdad, he visto cómo actúan ustedes y no creo
que yo tenga sus habilidades —replicó.
—Aun que no lo creas, los tienes Arón. La adrenalina y la
sensación de acabar con los originales corre dentro de ti. Lo
he comprobado esta mañana.
—¿Y si no es así y por culpa de mi amnesia ya no
recuerdo cómo pelear?
—No puedes rendirte tan fácil, peligros más grandes
vendrán y cuando llegue el momento tendrás que
protegerla con tu propia vida, por qué ella depende de ti,
eres su protector —concluyó, dejando los sándwiches sobre
la mesa.
—Trataré de protegerla hasta con mi vida si es necesario
—aceptó, ignorando todas las fatalidades que podrían
surgir, si no hacía bien su trabajo.
—Sólo una cosa más, Arón —advirtió, dando unos pasos
hacia adelante—. No te encariñes con ella.
—¿Por qué?
—Lo sabrás en su momento.
Y con eso último se marchó hasta el carrito de golf,
dejando solo al original con las palabras flotando sobre el
aire.
No entendía el por qué no debía de encariñarse, tal vez
se debía a que Cloe quería asegurarse de que sus
sentimientos no afectaran el plan de proteger a Elena,
aunque, ya era demasiado tarde para ello, Arón, más allá de
encariñarse, sentía algo más profundo y especial por la
castaña.
XXI. Una figura misteriosa

Elena contemplaba las nubes, sentada en una roca


gigante que se ubicaba en el centro del bosque, junto a la
orilla del lago. Los rayos del sol iluminaban las hojas de los
árboles y el reflejo del cielo azul se veía en el agua quieta y
cristalina. Aunque no lo pareciera y disimulara muy bien
frente a sus compañeros, Elena estaba algo inquieta. No
podía dejar de pensar sobre el ataque. Por más de que
tratara de darle vueltas al asunto, siempre llegaba a la
misma conclusión: los originales iban sólo para atacarla a
ella. La flecha que recibió cerca de su cabeza no era una
coincidencia, ellos le tiraron a matar, sin embargo, habían
fallado por no haber hecho bien los cálculos del aire. Si no
hubiera sido por ese error, probablemente ya estuviera
muerta.
La sospecha también le rondaba por la mente, incesante
por diluir toda lealtad y confianza que pudiera existir. El
hecho de que no creyera las palabras de Erick, al decir que
eran simples y ordinarios originales, antes de subir a la
camioneta, no era porque ella estaba segura de que notó en
uno de los cadáveres el tatuaje de los clones, sino, que ya
antes en varias ocasiones, los chicos quisieron ocultar la
verdad y disfrazarla con algo poco creíble. Pero lo que más
le intrigaba, era la cuestión del por qué Cloe mintió para
ocultar una verdad que era muy notoria y por qué todos los
demás actuaban de manera indiferente. Restándole
importancia al asunto, inclusive Arón, que desde su
perspectiva sabía más de lo que aparentaba. El
pensamiento punzante que cada día que pasaba, le
recordaba que no podía confiar en nadie y que estaba en
esto sola, volvió a surgir con más fuerza.
Era obvio que todos ocultaban la verdad, una que hace
mucho ya se había enterado Elena, al explorar sin permiso
la biblioteca sangren, que por curiosidad y una sospecha
que crecía en ella, la misma que ahora se arraigó en su
mente hizo que fuera hasta ahí para darse cuenta de que
toda su vida sólo era un maldito engaño. Un engaño que
creó los primeros sentimientos negativos: la ira, el rencor y
la venganza. Los cuales la obligaron a reclutar aliados a su
alrededor. Esperando que el día que se necesitara las
alianzas que fue formando estuvieran dispuestos a cuidar su
espalda.
Miró por encima de su hombro, observando cómo los
chicos seguían con sus tareas. Respiró hondo, poniéndose
de pie mientras giraba sobre sus talones y caminaba de
nuevo hacia dónde estaban los clones, para después pasar
su vista en cada uno de ellos, los cuáles lucían tan
tranquilos, felices y despreocupados.
Lo que le recordó a meses atrás, cuando su única
preocupación era encontrar a más como a ella y tratar de
no desaparecer, incluso, cuando las esperanzas de
encontrar a un original como su persona, se iban diluyendo.
Pero a pesar de los callejones sin salida a los que los llevaba
su investigación, era feliz, tenía todo lo que podía desear,
pero no era gracias a los chicos con los que hoy estaba.
Gran parte de su felicidad se la debía a una mujer que la
legitimó y lo demás era producto de ella misma.
Ver a los chicos así de alegres le llenaba de furor,
siempre la habían tratado como un extra en el equipo,
siempre le hicieron creer que era un peón en esta historia.
Una chica sin carácter que sólo recibía órdenes sin
cuestionarse.
—¿A dónde vas? —inquirió Arón, acercándose a ella con
una gran sonrisa.
—Iba de caminó a buscar algo de leña para la fogata —
respondió, pasando por detrás de los chicos que armaban
las casas de acampar—. A este paso, se hará noche y nunca
tendremos una fogata que nos ilumine en la oscuridad —
añadió señalando con el mentón a Erick y a Arthur.
—Entonces te acompaño, sirve que aprovecho para
caminar y hacer ejercicio —flexionó una rodilla, disimulando
que estaba calentando para hacer ejercicio.
Ella volvió a verlo.
—No necesito compañía, quiero estar sola —respondió
Elena, tangente.
El sonido del bosque añadido con el de sus pensamientos
era lo único que quería escuchar. Necesitaba replantearse
varias cosas: su vida, su plan, y, sobre todo, su lealtad.
—¿Estás segura? No parece que quieras estar sola —
insistió, preocupado.
—Sí. Quiero estar sola —dio la media vuelta y comenzó a
caminar.
—Muy bien, si esa es tú petición, estaré con los chicos
ayudándolos con las casas.
Arón sonrió sutilmente, dejando ver su sensual hoyuelo,
para después volver junto a los chicos que estaban a unos
metros de distancia al pequeño campamento que habían
instalado.
Elena caminó por varios minutos sin rumbo fijo, solo
confiando en que sus pies sabrían qué dirección correcta
tomar. Sin prestarle la más mínima atención al camino por
el cual llegó. Al adentrarse más en el bosque, el ruido de
todo era menor, eso hacía que su estadía ahí fuera más
pacífica, pero a su vez, más alarmante para su mente. El
sonido de algunas aves aletear por encima de ella, hizo que
elevará su vista hacía el cielo, atenta a cualquier peligro
que se le pudiera cruzar. Desenfundó su Beretta M9A3.
Sus nervios ahora estaban incontrolables. Paranoica y no
solo por la penumbra del bosque y sus sonidos que se
podían confundir con cualquier persona que estuviera al
acecho, esperando al mejor momento para atacar. Sino, que
además de sentir que la vigilaban, también su mente le
traicionaba al ponerle en su pensamiento la palabra
traición. Los pájaros que se perdían de su rango de visión y
las enormes copas de los árboles que la cubrían, fue lo
único que hizo que volviera a guardar su arma y serenar su
corazón. Pasó con gran fuerza su mano por sus ojos,
apretándolos tanto que casi creía que en ese mismo
instante se quedaría ciega.
«Tranquilízate, pensó. Necesitas tranquilizarte. Aquí no
hay peligro».
Después de algunos segundos volvió a bajar la mirada
notando como un hombre vestido completamente de negro,
ya hacía del otro lado del acantilado. La observaba sin
apartarle la vista, con una sonrisa ladina que muy apenas se
podía apreciar a causa de la distancia. El hombre levantó su
mano y comenzó a agitarla lentamente en forma de saludo,
para después girarse y perderse entre el follaje espeso del
bosque.
La presencia de aquel misterioso hombre, sólo significaba
una cosa para ella, una advertencia que le avisaba que para
la siguiente vez no fallarían y que tarde o temprano
volverían atacar.
—¡Aquí estás! —exclamó Arthur, resollando.
Arthur colocó su mano en el hombro de Elena, haciendo
que se tensara por un segundo y le hiciera una llave que lo
llevaría hasta el suelo como autodefensa.
—¿¡Qué te sucede!? —cuestionó Elena con el ceño
fruncido. Se llevó una mano al pecho, tratando de apaciguar
su desbocado corazón—. No debiste de aparecer así. Me has
dado un susto de muerte —extendió la otra mano para que
Arthur se levantará.
Él se la sujetó y se puso de pie de un salto.
—Más bien es al revés —replicó Arthur—. Soy yo el que
está sorprendido —dijo, sacudiendo con la palma de sus
manos la tierra de sus vaqueros—, llevo rato gritándote,
pero al parecer no me escuchas. Parece como si estuvieras
en otro mundo. ¿Estás bien?
«¿Estás bien?», era una pregunta que ahora mismo
quería evitar. Parecía como si todos se hubieran puesto de
acuerdo para repentinamente preocuparse por ella, cosa
que aparte de serle sospecho, ya que nunca mostraron
tanto interés por ella, también le parecía molesto y más si
venía de ellos.
—Claro. ¿Por qué no lo estaría? —espetó Elena, que
intentaba volver a ver hacia la dirección dónde había visto a
la figura misteriosa, pero sin parecer tan obvia.
Arthur era demasiado inteligente que sólo un gesto
bastaba para que el clon comenzará a indagar y a
bombardear con demasiadas preguntas, y lo menos que
quería hacer ahora era llamar su atención para que metiera
sus narices donde no le incumbiera, sobre todo, en sus
asuntos.
—Te pregunto, por qué desde que llegamos aquí has
estado muy rara —repuso Arthur, con expresión seria.
—Dime, ¿por qué me buscabas? —preguntó cambiando
intencionalmente el tema, no quería darle a nadie razones
sobre su comportamiento.
—Cloe, estaba muy preocupada por ti.
—¿Y cómo por qué? Sé cuidarme sola, no necesito a un
guardaespaldas que esté siempre detrás de mí.
—Sabes que no es eso —comenzó a decir con expresión
dolida—. Su trabajo es protegernos y se preocupa por todos.
Ahora más por lo que sucedió esta mañana y lo que le pasó
a Estefany. Todos estamos muy alarmados. Nos preocupa la
seguridad de cada uno.
El trabajo como psicóloga le había ayudado todo este
tiempo para detectar cuando alguien mentía o tenía
intenciones ocultas en sus palabras. Y la expresión de
Arthur, que más allá de la preocupación se podía ver todo lo
contrario, como si de miedo se tratará, como si no quisiera
que la clon se enterara de algo que lleva años ocultando.
—Tienes razón, lo siento. No debí reaccionar así.
Asumió que era mejor ya no darle vueltas al asunto y
disfrutar el resto del día por una vez en su vida y más a
parte no desviarse de su objetivo.
—No te preocupes, a todos nos pasa. Vamos los chicos
nos esperan para comer —le regaló una sonrisa mientras
que Elena asentía y caminaba por delante con los leños que
había recogido.

***

Mientras esperaban a que cayera la noche, Arthur


reprodujo música en unas bocinas con la ayuda de su móvil
y sus datos ilimitados. Arthur siempre le gustaba estar
actualizado, por ende, siempre traía la mejor música de la
época y, sobre todo, la que en esos momentos estaban en
tendencia. Eran tan movidas, que ninguno de los que estaba
ahí se pudieron resistir a bailar, excepto Arthur, que en esos
momentos no traía consigo a su pareja de baile, pero a él no
le importaba, se conformaba con ser el que se encargara de
la música, aunque, en algunas canciones las chicas lo
sacaban a bailar, dejando de lado a los dos apuestos y
atractivos chicos, para bailar con el sensual pelirrojo, siendo
los otros dos invadidos por los celos, aunque Erick, lo
tomaba más con humor y sacó a bailar a Arón., pero él lo
rechazó.
La canción comenzó a sonar en un ritmo más lento y casi
romántico. Ahora era inevitable que las chicas se rehusaran
a bailar con sus respectivas parejas. Erick, que siempre
había tenido dos pies izquierdos, no dudó en invitar a la
pista invisible a su espectacular y hermosa novia. Elena iba
por Arthur, pero antes de que pudiera decir algo o incluso
llegar a estar enfrente del clon, Arón ya la tenía tomada de
la mano, jalándola hacia él, enrollando con sus brazos la
cintura de Elena.
Al momento en que la canción avanzaba, los dos
castaños comenzaron a tener cierta cercanía. Elena apoyó
su cabeza sobre el pecho de Arón, escuchando como sus
latidos comenzaron a elevarse poco a poco al igual que los
suyos.
Los bellos colores del atardecer y la luna que apenas
comenzaba a surgir detrás de una montaña hicieron que el
ambiente mejorara. Elena alzó su mirada hacia Arón, que la
apreciaba con un brillo inigualable en sus ojos. El
responsable del rubor de Elena. La tomó de la mano y la
hizo girar un par de veces en su lugar, para después
acercarla más hacia él. La miraba como si fuera de la
manera más única que había visto a alguien, sabía qué
tenía muy poco de conocerla, pero su aura, su ser, todo de
ella le hacía sentirse en casa, lo hacía sentir como si llevará
varias vidas conociéndola. Era tan irresistible para él, como
una abeja atraída por la miel, la cual necesitaba para su
supervivencia.
Los dos se fueron acercando tanto que eran poco los
centímetros para que sus labios se unieran en uno solo. La
canción hizo lo que ellos esperaban que ocurriera hace
mucho tiempo: mantenerse juntos. Algo que en esos
momentos provocó que sólo importarán los dos y los demás
desaparecieran de la escena.
XXII. Complicidad

Y por un instante nadie más existía.


Solo sus miradas, las cuales deseaban con todo su ser
saborear los labios uno del otro. Deseando hacer
desaparecer los escasos centímetros que los separaba.
Respirando con dificultad por el calor que se creaba al estar
ahí parados, que incluso olvidaron sus pies seguir bailando.
Sin embargo, la situación se estropeó cuando la canción
terminó y se cambió a otra más rítmica. Cambiando
ligeramente o por completo el ambiente.
Elena se apartó fríamente del original, caminando hacia
una de las sillas que estaban en un rincón. Respiró hondo,
cobrando por completo sus cinco sentidos. Moría de pena al
ver que sus compañeros los observaban perplejos ante la
situación. Mientras que Arón soltaba el aire que se había
comprimido en sus pulmones. Cada vez se preguntaba si
era raro que dos personas se sintieran tan atraídas
mutuamente tan rápido, en tan poco tiempo. No era experto
en el amor como todos los que estaban ahí presentes, pero
sí sabía que para el amor no existía explicación.
Los castaños se sentaron apenados y sonrojados por la
situación, junto a los demás en las sillas que estaban
alrededor de la fogata.
Erick se acercó a los trozos de madera y los encendió con
un encendedor, para después sentarse en medio de las dos
chicas.
La noche se les cayó encima, la fogata alumbró todo el
cielo dejando ver las pequeñas constelaciones que se veían
desde ahí, decorando a la enorme luna de color rosa.
Comieron algunos malvaviscos asados por el ardiente
fuego, mientras contaban algunas anécdotas de su pasado.
Reían divertidos al recordar dichos recuerdos, desde los más
interesantes hasta los más vergonzosos.
Entre risas, Erick volteó a ver por encima de su hombro el
lago, que de inmediato vio como una señal para la idea que
se le acababa de ocurrir.
—¿Quién se ánima a darse un chapuzón en el lago? —
retó Erick, que se quitaba la camisa y su pantalón, solo
quedando en calzoncillos.
Arthur que siempre había sido el mejor amigo de Erick,
aparte de Héctor, nunca se oponía a las ideas disparatadas
del pelinegro. No existía ocasión en que no le siguiera en
sus travesuras y en sus bromas, o inclusive, en cualquier
cosa que consistiera en mantener a todos unidos, y está no
sería la excepción. En pocos minutos también estaba en
calzoncillos junto con Erick, corriendo al mismo tiempo al
agua.
—Yo pasó —dijo Cloe muy severa desde la orilla del lago.
—¿Y tú Elena, tampoco vienes? —cuestionó de forma
burlona Arthur—. El agua no está tan mal —agregó mientras
se sumergía.
—Creo que no. No es buena idea chicos —gritó estando
de pie en la fogata.
—Será divertido —dijo Arón, que tomaba por detrás a
Elena, cargándola entre sus brazos hasta una pequeña roca.
Arón aspiró hondo. Tomó un pequeño impulso y se
abalanzó con Elena aferrada a su cuello, hacia el vacío. El
agua helada del lago salpicó por encima de las cabezas de
Arthur y Erick, cuando Elena y Arón se sumergieron, siendo
devorados al instante por el lago.
—¿¡Estás loco!? Me dará hipotermia por tu culpa —
reprochó Elena, atropelladamente, que daba una gran
bocanada de aire y se limpiaba el agua que escurría por su
rostro.
—Loco por ti —admitió Arón, viéndola con una sonrisita
traviesa.
Mientras que Arón tomó a Elena por la cintura y tenían
una guerra al mismo tiempo en que se sumergían varios
segundos debajo del agua, Erick, Arthur y Cloe, se voltearon
a ver con complicidad. Su plan marchaba por el buen
camino que ellos habían elegido. La acampada no fue una
idea repentina después de todo, era el plan que Cloe pensó
esa mañana, para que los chicos se acercaran y así, iniciar
con los preparativos que prepararon durante años.
Cloe les regaló una sonrisa triunfal mientras alzó su copa
de champagne en sinónimo de saludo hacía los dos chicos,
que estaban con el agua hasta sus estrechas caderas y
movían levemente sus brazos para no hundirse.
Después de darse el chapuzón al lago y salir del agua
que estaba tan helada, corrieron de nuevo hacia la fogata.
Cloe los miró desde la orilla y comenzó a burlarse
discretamente de los chicos que temblaban por el frío y
peleaban por un lugar cerca del fuego. Caminó de vuelta
hacia ellos. Tomó varias mantas que tenían dentro de las
casas de acampar y se las arrojó a los chicos para que se
arroparan con ellas, todos las tomaron y comenzaron a
secarse
Después de estar completamente secos y calentitos, los
chicos se dispusieron a ir a dormir. Cloe y Erick caminaron al
otro extremo del lugar adueñándose de una casa, mientras
que Arthur corría a otra que estaba algo distanciada de
cada casa, ya que, preferían la privacidad ante todo y más
por qué ahí ya había una pareja.
Arthur no tenía planeado compartir su casa, por lo que en
cuanto se despistó Elena, corrió lo más rápido para
ganársela a los dos castaños. Antes de cerrarla Arthur le
hizo algunas señas a Elena, dándole a entender que él no
dormiría con el original y con una gran sonrisa, deseándole
buena suerte, cerró la casa de acampar.
—Creo que nos toca dormir juntos al parecer —comentó
Arón, que veía la soledad del bosque a su alrededor.
Elena suspiró cansada.
—Si, eso es lo que parece —añadió, resignada. Se
adentró a la casa de acampar, que estaba del otro extremo
del campamento.
—Si te parece incómodo, para mí no hay problema en
dormir afuera.
—No seas tonto. No quieras parecer valiente, hay muchos
peligros allá afuera y sería súper incómodo dormir a la
intemperie.
—No, de verdad que no sería problema.
—No seas terco y entra —ordenó—. Es mejor dormir
juntos, después de que cada casa está super lejos de la otra
—aclaró adentrándose a la casa de acampar.
—Sí señora —dijo con una gran sonrisa mientras abría
campo en la casa de acampar y se recostaba de lado,
viendo a la clon que la, para después también recostarse
frente al original.
El corazón de Elena se desbocó por completo cuando
sintió el aliento cálido de Arón sobre su nuca. Ya no se
sentía segura estando en esa casa tan diminuta de
acampar. Para ella era un peligro dormir en el bosque y no
porque existían animales salvajes merodeando, personas al
acecho que le advertían meticulosamente que tarde o
temprano iba a morir, o porque odiaba que le picaran los
mosquitos y hacía mucho frío, sino, más bien, porque se
encontraba sola con él. Ya se había decidido a no estar
cerca, ni convivir más de lo estrictamente necesario con
Arón. No podía permitir que el ambiente de la situación la
obligará a abrir su corazón y se aventurará a encontrar algo
que le podría gustar.
Sin embargo, eso era lo que pasaba esa noche con los
dos, mientras se miraban de nuevo a los ojos, un brillo
despampanante se dejaba ver en ellos, parecía que el
silencio no era nada incómodo, más bien, se sentía
agradable. Les encantaba estar en compañía el uno del otro.
Algo que no podían explicar el por qué.
El ruido de algunos insectos y aves se podían escuchar
estando en completa oscuridad, sólo con un tenue rayo de
luz de la luna, que atravesaba la delgada tela de la casa de
acampar. Los dos comenzaron a pasar sus manos por el
cuerpo de cada uno, que se quedaban inmutados al poder
saber lo que les hacía sentir el calor de cada uno
recorriendo su piel. Mientras se acercaban lentamente y
empezaban a moldear sus cuerpos a través de la ropa. Sus
labios chocaron creando un cosmos, arrasando con todo.
Arón deslizó su mano por la pierna de ella y tiró de ella para
acercarla más a él. La boca de Elena se internó más en la
del original, creando un beso dulce y apasionado. Cuando
Arón se saboreó los dulces labios de la morena, no pudo
evitar recordar que ese beso más allá de nuevo se sentía
antiguo, como si quisiera que reviviera un momento que
hace años él había enterrado por temas profesionales.
La castaña enterró el miedo en lo más profundo de su ser
y comenzó a quitar toda prenda del pálido chico, que en sus
manos estorbaran, al igual que el original desnudaba a la
clon. Arón pasó sus manos por sus senos dándole pequeñas
caricias y dejándole besos húmedos por todo su cuello y
pecho. Mientras que ella seguía desprendiendo la ropa del
original, hasta llegar a su parte baja. Lo miró un poco
dudosa de lo que comenzaba a hacer, iba a romper toda
regla estricta que se le impuso. Pero la duda sólo duró un
segundo, puesto que, en el otro segundo ya lo tenía
completamente desnudo frente a ella. Jamás había deseado
tanto a alguien y más si ese fruto era prohibido para ella.
Cuando estaban apuntó de llegar a otro nivel, Arón, se
apartó dejándola libre. La voz de un recuerdo le llegó
rescatándolo del momento de lujuria que acabaría por
cometer.
«—Prométeme qué sí llegará a pasar, no la tocaras».
La voz de aquella mujer seguía resonando en los oídos de
Arón, haciéndolo incapaz de retomar lo que comenzó. Su
alejamiento y su repentina frialdad desconcertó a Elena, lo
veía en su rostro por lo cual no quería ser cruel. Tal vez
parecía tonto, pero ese recuerdo le hizo saber que tenía una
promesa por cumplir. Una promesa que había hecho en su
pasado a la voz desconocida para él, pero que tanto se
asemejaba a la castaña. Ese pequeño fragmento de
recuerdo le impedía que tocara a Elena, o incluso a alguna
otra mujer. Tal vez esa voz se debía a un viejo amor que
dejó atrás cuando conscientemente bebió el veneno que le
dio a ingerir Estefany. Era su penitencia por lo que sea que
hizo. Una promesa que le impediría tocar a Elena, pero no
sentir algo por ella.
—Me encantaría hacerte el amor —admitió Arón un poco
sonrojado, que apoyaba suavemente su frente con la de
ella.
No quería ser también alguien abrumador para la clon, ya
que era algo nuevo para ambos. Tan solo tenía algunas
semanas conviviendo desde que entró a su vida. No quería
hacerla sentir como si fuera un intruso en su intimidad, por
qué notaba que la chica temía dejarse llevar, tal vez tenía
miedo a enamorarse, por lo mismo que le daría su tiempo,
no quería cometer el error de qué pensará que sólo la
quería para eso.
—Pero...
—No digas nada —prosiguió Elena con una sutil sonrisa,
mientras comenzaba a vestirse—, no es el momento.
La clon estaba de acuerdo, por más que quisiera tenerlo,
poseerlo y dejarse llevar por lo que sentía por él, primero
era su trabajo, su objetivo. No podía desviarse por los
sentimientos. Debía tener la mente fría si de verdad quería
lograr su meta, aplazar más el tiempo para que todo el
enigma se resolviera. ¿Pero entonces porque se sentía
triste?
XXIII. Atracción

Una tenue luz que se extendía desde la ventana a toda la


habitación en sí encandiló el rostro de Elena. Abrió los ojos
lentamente. Los rayos de sol, que traspasaba las cortinas
blancas, le lastimaron su visión. Se sentía cansada, a pesar
de haber dormido durante doce horas seguidas. Según ella,
se lo merecía después de haber pasado una noche fuera de
su cómoda cama y haberla reemplazado por el duro suelo
de tierra. Los músculos de su espalda le recriminaban por
ello. Algo por lo cual juro que nunca volvería a dormir en un
bosque.
Se restregó los ojos con sus puños, exterminando todo el
sueño que quedaba, eliminando la pesadez que tenían sus
párpados por haber dormido tanto tiempo.
La imagen de Arón desnudo frente a ella la noche
anterior, llegó repentinamente a su mente, recordándole lo
que estaba a punto de hacerle. De pronto sus mejillas y
todo de ella comenzó a arder, como si de una fiebre se
tratase. ¿Acaso Arón si era una enfermedad por la cual ya
no tenía cura? Si bien, no recordaba del todo al original o si
fueron más que unas imágenes borrosas en su mente, pero
de lo que sí sabía con certeza, era que ambos compartían
un pasado juntos, el cual ahora volvió a juntarlos de una
manera mucho más distinta, que los pocos recuerdos que
permanecían con ella antes de llegar a ese lugar sujetada
del brazo de Héctor.
Sacudió su cabeza, queriendo borrar todo rastro de
aquella insensatez, sin embargo, el rostro y todo de él ya se
habían adueñado, —sin pedir consentimiento—, de su
mente y corazón.
El timbre de una notificación fue lo que de nuevo hizo
que volviera de las fantasías que comenzaba a crearse.
Llevó su mano hasta la mesita de noche. Antes de tomar su
móvil, entrecerró los ojos para mirar el reloj que ya hacía
junto a él, aún le dificultaba acostumbrarse a la claridad.
Marcaba las seis de la mañana. Era demasiado temprano
para que un mensaje la molestara, a no ser porque se
tratara de una emergencia. Tomó su celular con intriga y
cierta preocupación. Deslizó su dedo por la pantalla táctil,
desbloqueando y descubriendo la notificación. Era un
mensaje de un número desconocido.
¿Alguna novedad? ¿Arón aún no recuerda nada?
Esperamos que los dos sigan su parte del plan.
Como si de un adivino se tratara, en cuanto leyó el
mensaje, una llamada del mismo usuario apareció en su
pantalla. No le sorprendía ni un poco, sabía que la
mantenían vigilada.
La pantalla volvió a parpadear. La imagen de una mujer
de su misma edad, con la cabellera teñida de rosa apareció
en la pantalla táctil.
—¿Qué es lo que quieres? —dijo, tan pronto descolgó.
—Hola a ti también, Sasha —replicó la voz de la mujer, al
otro lado de la línea—. ¿Cómo vas con la suplantación de
identidad? —bromeó.
Sasha rodó los ojos.
—Sabes que no debemos contactarnos, a menos que sea
realmente necesario, ¿no? —replicó Sasha, que se sentaba
en el borde de la cama.
—Bueno, ella quiere saber si todo va bien con tu
recuperación de memoria y la de Arón.
—¿Ella o tú? —preguntó con desdén—. Ya me he
encargado de mandarle yo personalmente los datos de la
situación —prosiguió Sasha, sin darle tiempo de que la
mujer pudiera replicar—. No es necesario que te molestes
en llamar, Angela.
Angela se rio al otro lado de la línea.
—Está bien, Sasha —contestó con tono desenfadado—.
Solo que no te vayas a desviar de lo que de verdad importa,
ahora que recuerdas todo.
Sasha permaneció un momento en silencio, tratando de
contener su desagrado, sin embargo, a pesar de todos sus
esfuerzos no pudo contenerse. Angela siempre le había
caído mal, desde que llegó por primera vez con ellos, tenía
una actitud de arrogancia y aire de superioridad, siempre le
quiso dar órdenes y ahora que obtuvo la oportunidad no la
desaprovecho, cosa que a Sasha no le gusto y tampoco a
sus superiores.
—No es necesario que me lo repitas, lo tengo presente
desde que bebí ese maldito veneno. —Apretó tanto los
dientes, que pudo sentir como se pulverizaron.
Angela suspiró.
—Qué bueno que lo tengas presente —hizo una pausa—.
No lo olvides nunca y ahora más que Arón, está contigo,
porque si tan solo cometes un error, bueno, creo que esta
demás saber cuáles son las consecuencias —amenazó
Angela, antes de colgar.
Sasha lanzó su móvil con rabia sobre el colchón, éste
rebotó varios centímetros lejos de ella, quedando estancado
en el edredón blanco. Pasó sus manos por su rostro con
desespero, como si eso fuera a hacerla desaparecer. Aspiró
hondo por la nariz. Se sentía angustiada. No sólo la
situación de sus emociones hacia el original se convirtió en
un problema en los dos bandos donde trabajaba. Dos armas
de doble filo que podrían franquearla y acorralarla si se
enteraban de que dudaba en si seguir o desistir y mandar
todo por un caño, sino que, también le resultaba cada vez
más difícil mantener una identidad que no era suya, una
que tomó sin cuestionarse cuál sería el precio de ello. No
sabía por cuánto tiempo más podría seguir suplantando una
identidad de una mujer que había vivido por más de un siglo
y que era demasiado valiosa para sus amigos, antes de que
se dieran cuenta que no era la verdadera y comenzarán las
preguntas sobre su paradero.
Estaba consciente sobre las consecuencias que le
pasarían si revelaba la causa de la desaparición de la
verdadera Elena. No saldría con vida, sufriría el mismo
destino que su compañero que se hizo pasar por Héctor.
«No, yo soy diferente, se repitió por enésima vez durante
ese mes. Yo si estoy haciendo bien mi papel, no cometeré el
mismo error que él».
Pero a pesar de que tenía razones suficientes para
elaborar un plan de huida con el original y abandonar
aquellos dos barcos que solo la utilizaban con el mismo fin,
la razón de su estadía superaba por mucho sobre todas las
circunstancias por las que pudiera encontrarse. No solo lo
nuevo y antiguo que comenzaba a experimentar la retenía,
sino que, un viejo recuerdo, que su líder decidió que
permaneciera con ella, apresándola en dos jaulas a la vez,
la obligaba a esperar a que se cumpliera aquella promesa
que albergaba.
Se levantó de la cama en un sólo movimiento. Caminó
hasta la ducha y abrió la regadera. Se quitó el pijama y
comenzó a enjabonarse. Necesitaba relajarse,
tranquilizarse, pensar en cuáles eran sus posibilidades y
mientras pensaba en una manera de salir ilesa, trataría de
seguir su rol como lo habían planeado desde un principio.
Por ahora solo le quedaba fingir ser una ciudadana más de
la masa, como lo tenía haciendo todo ese tiempo.
Salió del baño llenó de vapor, cerrando la puerta detrás
suyo, dirigiéndose hasta el closet, —tomó un pantalón de
cuero negro, una blusa verde metálica de tirantes y se puso
unos tenis—, desenredó su pelo y dejó que se secara sólo.
Caminó hasta la cocina, abrió el refrigerador, sacó unos
recipientes dónde guardó sopa después de llegar de la
acampada. Los colocó dentro de su bolso, tomó la cafetera y
vertió café en su termo, para después guardarlo. Tomó su
bolso, papeles y algunos libros sobre psicología. Una parte
de su actuación era fingir que realmente trabajaba. Caminó
hacía la puerta, cerrándola despacio.
Salió muy sigilosa de su departamento. Lo menos que
quería ahora era cruzarse con el original y causar más
problemas de los que ya tenía. El trabajo de evitarlo durante
los siguientes días no había obtenido resultado, pero ahora
se sentía determinada a esquivarlo el mayor tiempo posible
hasta que encontrara como resolver su situación, aunque su
trabajo era hacer todo lo contrario.
«¡Uff! Creo que aún no ha salido a correr, pensó aliviada.
Al menos el resto del día puede salir bien».
Escuchó unas risas disimuladas por detrás suyo. Con la
pena se miró por encima de su hombro para verificar de
quien se trataba. Era Arón, que tenía una gran sonrisa
dibujada en su rostro mañanero. Apoyó su antebrazo en el
arco de su puerta mientras que con la otra sostenía una
taza de café.
—¿A dónde vas con tanta cautela, gatita? —cuestionó,
sorbiendo un poco del humeante líquido.
—¿Acaso me estas espiando? —reprochó Sasha, que se
giraba por completo hacia él.
—No es eso —dijo, dando un paso hacia ella—. No es más
que una simple coincidencia. Yo estaba a punto de salir a
correr y tú saliste al mismo tiempo.
—¡Claro! Y yo soy Caperucita roja —replicó.
Él se rió.
—Solo quería saber a dónde te diriges con tanto silencio.
—Para luego seguirme supongo —recalcó.
—Claro que no. Solo busco una manera de entablar una
conversación contigo. —Sasha bufó—. ¿Trabajas? —señaló el
libro de psicología que llevaba en su mano.
—No es de tu incumbencia —espetó Sasha, que daba
media vuelta.
Arón avanzó otros dos pasos, quedando frente a ella.
Bloqueando su camino.
—Creí que la gente como nosotros no trabajaba.
—¿Qué parte de mantener oculta nuestra identidad no
entendiste? —preguntó con soberbia—. Debemos de
aparentar una vida como la de cualquier otro individuo.
—¿Por qué estás tan molesta, gatita? —cuestionó,
indignado.
—¿Que aún no lo entiendes? Todo de ti me molesta —dijo
acercándose lo suficiente como para oler su aliento a café y
menta.
Lo observó primero a los ojos, luego a su boca, después a
su nariz, boca y por último a los ojos nuevamente. Resopló y
dio media vuelta reprimiendo la necesidad de volver a sentir
sus labios cálidos sobre los suyos. Era necesario mantener
la distancia, sobre todo para que no interviniera más en sus
asuntos. No antes de que buscara una manera fiable para
salir ambos de todo el lío que se crearía.
—No estoy de acuerdo contigo —protestó, tomándola del
brazo.
Ella lo miró perpleja. Admiraba la determinación del
original y su capacidad insistente de querer permanecer con
ella. En el fondo quería poder hacer lo mismo.
—Eso no dijiste la noche anterior —prosiguió—. Cuando
querías arrancarme la ropa tan desesperadamente, con el
mismo deseo que veo ahora en tus ojos —sonrió con
suficiencia.
Sasha sintió nuevamente un calor en sus mejillas y el
manojo de nervios que se formaba en su estómago.
Arón dio el último paso para así quedar definitivamente a
tan solo centímetros de ella y se agachó para quedar a su
misma altura.
—¡No te atrevas a hacer nada! ¡O si no…! —advirtió.
—¿O si no qué, gatita? —aventuró Arón, que sonreía
divertido—. ¿Fingirás que no sentiste nada cuando nuestros
labios chocaron y nuestros cuerpos casi se consumen?
—¿Y tú? —preguntó con voz trémula—. ¿Volverás a
apartarte sin ninguna explicación de por medio?
Arón no dijo nada, desvió por unos instantes la mirada.
Sasha lo miró como en esas escenas de duelos, en donde
los pistoleros estaban a punto de disparar, pero en vez de
eso era la taza de café del original contra sus libros de
psicología. Sasha hizo unos movimientos tan rápidos que se
los aventó y corrió hacia el elevador, pensando que eso lo
detendría, pero ni siquiera pudo correr dos pasos, no antes
de que la alzará, apoyando el cuerpo de la chica sobre su
hombro. Ahora estaba de cabeza, viendo esos enormes y
redondos glúteos que se cargaba el original.
«No, Sasha, concéntrate. Se obligó a decirse. Ahora más
que nunca tienes que ser firme».
La llevó hasta dentro de su departamento y cerró con
llave.
—¡Bájame! —exigió la chica, aún viéndole los glúteos,
quería morderlos como a una manzana, pero no era el
momento.
La bajó, dejando que volviera a pisar el suelo. Tan rápido
como sus pies tocaron la alfombra, Sasha corrió hasta la
puerta tratando de abrirla, pero le era imposible, habían
quedado encerrados. Ya veía con claridad cuál era su plan
malévolo.
—¿Las llaves? ¿Dónde están?
—En mi cuello, ¡mira! —señaló su cuello con una sonrisa
traviesa.
—¡Dámelas! O habrá muchos problemas —dijo Sasha,
que lo fulminaba con la mirada.
—¡Adelanté! Quisiera saber cuáles serán sus
consecuencias —la retó con una sonrisa a labios cerrados.
Le estaba desafiando y eso no lo toleraba, si quería
guerra, ¡guerra tendría! Sí quería que le quitará la llave, no
le importaba arrancarle el cuello. No le importaba si no se
presentaba en el trabajo. Pero esta vez no la iba a tomar por
sorpresa, venía preparada. ¿De qué? No lo sabía. Pero no se
iba a dejar derrotar, tenía que ser más inteligente que él.
Cerró sus manos, se mostró firme, se paró erguida, dio un
paso hacia atrás, solo para impulsarse, y se lanzó sobre él.
Cayó al suelo sobre él, trató de sujetarlo, usando todas
sus fuerzas, apoyando sus manos sobre el suelo, mientras
que él la seguía viendo divertido, le era imposible tomar la
llave y sostener sus brazos a la vez y él lo sabía bien,
rápidamente se logró zafar, logrando ahora que él estuviera
sobre ella inmovilizándola con una sola mano, mientras que
con la otra sacaba algo lentamente de su bolsillo.
—¿Qué haces? —cuestionó divertido.
—¿Qué no ves? Trato de salir de aquí —dijo algo agitada,
mientras forcejeaba—. ¡Dame las llaves, Arón!
—Con una condición, gatita —posó su mirada de malicia
en los labios rosas de Sasha por unos segundos, para volver
a verla de nuevo a los ojos.
—¡No estoy jugando! —advirtió en un hilo de voz
mientras se sentía intimidada por esa mirada profunda color
marrón que tenía el chico.
—Creo que no estás en circunstancias para dar órdenes
—soltó unas leves carcajadas.
—¿Qué? ¿Por qué? —frunció el ceño.
—Yo gané, así que dime, ¿por qué te muestras tan
indiferente? —arqueó una ceja.
—Y-yo no... se me está haciendo tarde.
—Esa es mi condición.
Sasha lo miró confusa.
—¿Eh?
—Hoy no irás al trabajo, permanecerás todo el día
conmigo, me lo debes —susurró acercándose a su oído.
—¿Por qué haría eso? —cuestionó tratando de no perder
la cordura y dejarse llevar por su ronca voz.
La miró travieso, pasó su mano lentamente por el brazo
de Sasha, distrayéndola de todo. Un clic se escuchó desde
su muñeca. El astuto chico los había esposado. Ella lo miró
aterrorizada, mientras él se le alejaba de ella, ya no era una
opción escapar, por lo tanto, quedarse todo el día con él era
obligatorio. Aunque la clon no se quedaría así por qué si, el
chico también recibiría su merecido.
—¿Qué haces? —preguntó confuso.
Sasha se puso de pie.
—No me quedaré aquí, iremos a mi trabajo. ¿No te
molesta verdad? —ironizó.
—¡Claro que no! —la observó con una mirada triunfal.
—¿Pero tu trabajo? —preguntó en tono mordaz.
—Aún no sé a qué me dedicaré, así que, no es tan
obligatorio como el tuyo —una sonrisa se dejó ver en la
comisura de sus labios.
La verdad que no le era importante su trabajo, pero tenía
que hacerlo, haría que se arrepintiera de haberlos esposado.
XXIV. El caso cerrado

Los neumáticos de un Mercedes Benz rechinaron cuando


este fue aparcado en el asfalto, cerca de la décima avenida.
Cloe bajó de su auto y comenzó a caminar por los mismos
lugares que caminó Estefany el día que fue encontrada
muerta. Quería esperar, o más bien, era hubiera sido la
mejor decisión que tomara, pero esperar a encontrar
respuestas nunca había sido un fuerte en ella. Un par de
días ya fueron suficientes para que el asesino hubiera
borrado sus rastros o que los policías hubieran estropeado
las pruebas que la llevarían hasta la cabeza de quien le
arrebató a su compañera. Cuarenta y ocho horas fue su
único plazo, antes de que los reporteros se marcharan de
ahí y de que le ordenara al departamento de crímenes y
asesinatos violentos que cerrara el caso. Prefería que las
personas olvidaran el suceso, aunque eso le resultaba difícil.
Estefany había sido una gran cantante de pop, tan afamada
como odiada por sus seguidores.
Esquivó a dos reporteros que tomaban un café en el local
a diez metros de ella. Supuso que eran de los tipos que
buscarían hasta por debajo de las piedras para así
engancharse de la popularidad que obtuvo el fallecimiento
de Estefany, el mayor tiempo posible, absorbiendo toda
fama y números que la noticia les pudiera proporcionar.
Caminó cabizbaja por un lado de ellos. La reportera que
se levantaba en ese mismo instante de su silla; una chica de
no más de treinta años, con el cabello negro y piel olivácea,
chocó con Cloe, derramando su café sobre la blusa de
poliéster.
—¡Oye! —dijo la mujer—. ¿Qué acaso no sabes por donde
mirar? ¿Sabes cuánto cuesta esta blusa? —vociferó,
petulante.
Cloe apretó los puños, tratando de calmar la ferocidad
que crecía en ella. Quería golpearla y hacerle varios puntos
de sutura en su rostro de porcelana, y no por el hecho de
que se haya topado con ella, sino, porque le repudiaba la
gente como ella: que se aprovechaba de lo que fuera sin
importarle a quien perjudicaba, tan solo para ganar unos
números más en sus cuentas bancarias. No necesitaba
sentarse a conversar con ella para saber que no se
equivocaba en su juicio. Los años que le brindó su servicio
al estado como agente especial de investigación le había
enseñado lo suficiente, como para saber diferenciar a las
personas que ejercían su trabajo de buena voluntad y de los
que no les importaba con qué medios lo hacían, tan solo
para sacar provecho. Y la chica que ahora estaba justo
frente a ella con una sonrisa de prepotencia era la clase de
personas que solo sacaban provecho.
—Vamos —repuso el otro reportero. Un hombre de
cuarenta años. Tenía el pelo castaño, salpicado de algunas
canas y vestía como si fuera ir de pesca—. No vale la pena
malgastar nuestro tiempo con gente maleducada.
Cloe levantó su rostro con superioridad. Sonrió
maliciosamente.
—¿Yo, maleducada? —mordió su lengua con fuerza para
contener las palabras que proseguían después de su
pregunta, que hizo que un sabor metálico disgustara sus
pupilas gustativas. Su plan no era llamar la atención, quería
investigar sin ser vista y ahora su plan no había cambiado
en absoluto—. Disculpen... —dijo, saliendo de sus radares.
Escuchó las risas a sus espaldas mientras se alejaba.
Estaba a punto de regresar y plantarle un gran puñetazo en
sus narices, pero se contuvo. Apoyó su espalda en una
pared cercana. Cerró los ojos para contenerse,
tranquilizando la inyección de furia y adrenalina que se
dispersaba por sus venas. Jamás había sido humillada de tal
manera. En su larga vida nunca bajó la cabeza ante nadie,
pero para su mal disgusto hoy tenía que ser la primera vez.
Analizó las escenas que pasarían si regresaba. Ella
golpeando o incluso capturando a uno de ellos, —la mujer—,
para torturarla hasta saciar la furia que desbocó su ego
partido, ella siendo trasladada a una correccional después
de que un testigo la hubiera visto llevarse al reportero por
su estúpida imprudencia y ceguera de coraje, aunque claro
no iba a durar mucho detrás de las rejas, pero como fuera
ahora no era la solución. Respiró hondo, soltando un largo
suspiro, todas las escenas no iban a terminar bien para ella
y aún peor, no lograría descifrar a la persona que iba detrás
de ellos.
Caminó por las avenidas y callejones que creyó que su
amiga había seguido. Los rayos mañaneros que abrían paso
por los estrechos callejones golpearon implacablemente
sobre la piel blanca de Cloe. A pesar de que ya no era
temporada de calor, aun así, el sol quemaba con gran
fuerza. Odiaba la transición de otoño a invierno, parecía
como si el sol y sus rayos quisieran dar un último golpe
antes de que la nieve y el frío cubriera por completo la
ciudad.
Llegó hasta donde fue hallado el cuerpo inerte de
Estefany. Una figura dibujada con tiza ya hacía sobre el frío
y pegajoso suelo de concreto. Observó la esquina del
edificio que estaba cerca. Aún permanecía un charco de
sangre seco ahí. Supuso que ahí fue donde se dio el
impacto. Donde fue rebanado el cuello de la clon. Dio unos
pasos hacia atrás, tratando de no pisar la figura de tiza.
Elevó su vista, analizando los edificios y locales que se
interconectaban por ese callejón, en busca de cámaras que
los agentes policiales habían pasado por alto.
Sus sospechas de que no solo fue un asalto se
confirmaron cuando observó que no existía ningún rastro de
cámaras de vigilancia. Había contado desde el punto donde
aparcó hasta una cuadra atrás, veinte cámaras, instaladas
en cada lámpara y poste de luz eléctrica que pudiera dar
acceso a una vista más panorámica de las calles. Sin
embargo, solo ese lugar se mantenía desprotegido, algo
más que fomentó su idea de que fue algo planeado. La
persona que caviló paga asesinar a su compañera sabía con
certeza y de antelación que era el único lugar donde podía
atisbar a la clon sin ser vista. El asesino que buscaba era
mucho más astuto de lo que se imaginaba.
Escaneó todo el lugar, contenedores y bolsas de basura,
con algunas coladeras, —que irradiaban olores que hacían
que debes en cuando Cloe aguantara la respiración—, era lo
único que veía en el callejón. Tal vez el asesino si sabía bien
lo que hacía, no había dejado ningún rastro de huellas.
Su vista se detuvo en un cigarrillo sin terminar que
estaba tirado justo cerca de un contenedor, muy lejos del
lugar de los hechos como para tomarlo en cuenta. Lo tomó.
El cigarrillo estaba fresco, por su deducción tenía el mismo
tiempo que el cadáver de Estefany. Su primera pista.
El cigarrillo tenía marcado un lápiz labial rojo, algo que le
hizo dudar si se trataba de una verdadera pista o de un
cigarrillo que arrojó Estefany antes de morir. Observó la
distancia que había de la figura de tiza hasta donde
encontró el cigarrillo, eran siete metros de distancia. Miró
hacia enfrente, siguiendo el camino que posiblemente
hubiera tomado antes de dar su último aliento. Su
departamento se encontraba a tan solo cruzar la calle.
«Entonces, ¿si estaba tan cerca de su casa, por qué no
decidió correr?».
Recordó lo que dijo el detective. La razón de porque no lo
hizo, era porque se había cruzado con alguien que ella
conocía, deteniéndola lo suficiente como para degollarla,
¿pero por qué? Decidió volver por el camino, analizando de
nuevo su trayectoria por si se le escapaba algo. Una bota
militar fue su segunda pista. Se puso en cuclillas
observando detenidamente la medida de la huella. Sus
medidas eran grandes como para ser de una mujer, lo que
hizo que descartara que fuera de la misma persona, dueña
del cigarrillo. Notó que la huella se hundía más de la parte
delantera, lo que le dio como respuesta que la persona
estaba ebria.
Imágenes sobre los posibles eventos que se pudieron dar,
llegaron como flashes en la mente de la mensajera de la
muerte. Vio a Estefany caminando a paso apresurado, para
luego decidir correr, escapando del hombre ebrio que la
perseguía para posiblemente abusar de ella o sacar algún
provecho. Se imaginó a Estefany aterrada escondida en esa
parte del callejón, después vio a una mujer acercarse, ella
bajó la guardia, tranquilizándose. Algo que la desconcertó
por un momento. Conocía lo suficientemente bien a
Estefany como para saber que, si veía tan solo un
movimiento de amenaza, sin duda daría pelea y no se
quedaría a morir ahí sola. También sabía que en todos sus
siglos la clon nunca había demostrado signos de temor. Algo
en sus piezas no cuadraba. Algo que le faltaba encajar en su
rompecabezas. Una pregunta que podía llevarla hasta el
asesino. ¿Por qué razón mataron a Estefany?
La corazonada y su intuición le decía que su libro podía
tener la respuesta. Sacó su libro. Un trazo comenzó a
dibujarse en el lienzo blanco de papel...
—¿Qué es lo que hace aquí? —cuestionó el detective
desde las espaldas de la mensajera.
—Lo mismo le pregunto, detective —cerró su libro,
deteniendo el trazo que comenzaba a formar—. Por lo que
sé, ya han cerrado el caso —se giró en la dirección del
detective.
—¿Y está planeando hacer justicia por su propia cuenta?
—dedujo.
El furor comenzó a destellar en las pupilas verdes de la
mensajera de la muerte.
—Tal vez... —lo escrutó de arriba a abajo—. ¿Por qué?
¿Tiene algún problema?
Victor sonrió, desplazándose en círculo.
—No, ninguno. —Se detuvo, airado, frente a ella—. Sólo
que se me hizo raro verla por aquí, señorita Montesinos —
levantó los hombros relajadamente.
Cloe torció el gesto.
—¿Y por qué sería raro detective Díaz? —le echó una
mirada llena de intensidad—. Después de todo, fue mi
hermana la que murió.
El rostro de Victor se ensombreció.
—Bueno, en primer lugar, últimamente han desaparecido
un sin fin de personas alrededor de la ciudad y es algo
sospechoso encontrarla aquí —dijo en tono seguro y mordaz
—. Cómo ha de saber, le dije que su hermana murió a
manos de alguien conocido y los asesinos siempre regresan
al lugar de los hechos.
—¿Insinúa que soy yo la que mató a mi hermana?
El detective levantó sus manos en rendición. Tomó un
aspecto burlón.
—Yo no insinuó nada, señorita Montesinos, usted misma
lo dijo.
Cloe le echó una mirada tan llena de furia, que se podía
sentir como una daga clavándose en el corazón del
detective. La poca relación de amistad que aún quedaba
entre ellos se desvaneció por completo. Algo en el interior
de Cloe le avisaba que él ya no era de confiar y que mucho
menos estaba ahí para ayudarla.
—Bueno, detective Díaz, pues le informo que usted
también está aquí. Y por si no lo recuerda usted tuvo un
romance con mi hermana y las estadísticas dicen que la
mayor parte de mujeres mueren a manos de sus amantes.
—Sonrió con suficiencia—. Así que, en vez de estar
acusando a personas sin pruebas, haga bien su puto
trabajo, para que me deje hacer el mío. ¿Entendió?
El detective la fulminó con la mirada para después
marcharse del lugar. O hacer el ademán de irse de ahí. Se
escondió detrás de un contenedor de basura, mientras
vigilaba a la mensajera de la muerte que volvía a la figura
de tiza.
Cloe caminó de nuevo hacia la huella. Sacó una pequeña
lámpara de luz ultravioleta. Escaneó nuevamente el lugar
en busca de más huellas. Otra pisada a un metro de
distancia de la otra se reflejó con la luz negra, se
encontraba en la dirección opuesta que la otra. Lo que le
aseguro que el ebrio también presenció cuando fue
asesinada su amiga, o también, que estuviera implicado con
la mujer del cigarrillo. Siguió el rastro de las huellas. Por la
sabiduría que tenía sobre la investigación, dedujo qué las
botas se inclinaron para alcanzar a la mujer y de pronto la
clon cayó al suelo con el cuello cortado.
El detective que aún seguía vigilándola, temiendo por
qué está pudiera dar con algo que realmente diera con el
origen de la identidad de la que estaba detrás de ella,
estaba a punto de detenerla, antes de que siguiera con la
proyección y se le ocurriera a la mensajera seguir los pasos
hasta dónde terminarán, pero una llamada lo detuvo.
—Habla el detective días. ¿Cuál es la emergencia? —
contestó casi en un susurro.
—Señor ya hemos encontrado las pruebas necesarias
para reabrir el caso de la señorita Estefany Montesinos.
—Perfecto, por ahora mantenlas en secreto, hasta que yo
te diga que salgan a la luz.
—Sí señor.
Víctor colgó y se recargó en un pilar de hormigón.
Escondiéndose lo suficiente para que Cloe no lo viera.
Cloe siguió el par de zapatos que se habían alejado de la
mujer desangrándose en el callejón y que suplicaba por su
vida, interconectándote con otros que parecían unas
zapatillas. Dedujo la medida, lo suficiente pequeños para
saber que la chica era de baja estatura.
Siguió los dos rastros de zapatos, hasta que
desaparecieron al final de la calle, como si por arte de
magia alguien los hubiera borrado, o lo más razonable, que
alguien con un auto los estuviera esperando ahí.
—¡Mierda! —masculló Cloe al sólo tener esas pruebas.
Mucho trabajo tendría por delante.
El detective sintió alivio al saber que su excompañera no
consiguió mucha información para seguir con su
investigación, así que decidió marcharse e ir lo antes
posible con su jefa para informarle. Sin embargo, lo que él
descartó era que sólo esa pista bastaba para que fuera el
detonador de todo lo que seguiría después. Dándole a Cloe
el género de quién pudiera ser el asesino que se encontraba
detrás de la muerte de su compañera, o al menos una idea
de quién de sus allegados se pudiera tratar.
La mensajera de la muerte terminó con su investigación,
ya había tenido suficiente por hoy. Ahora solo quería
descansar para recuperar las fuerzas que necesitaría para lo
que se le presentaría y también quería tener tiempo para
pensar en cómo les comentaría a los chicos la información
que obtuvo. Una información muy valiosa para un político y
un empresario, que eran expertos en torturar y hacer pagar
a los que se metían con ellos o con su equipo.
XXV. Cautela

La humedad de la mañana aún no se disipaba del todo, a


pesar de que el sol ya había salido dos horas atrás. Los tres
grandes edificios que conformaban el hospital no daban
paso a que los rayos de luz llegarán hasta ahí, haciendo que
por un breve instante a Sasha se le erizará la piel. El vapor
que salía de su nariz le confirmaba que no era idea suya al
tener frío. No sabía sí era por los grandes jardines detrás
suyo, o de los edificios que obstaculizaban todo rayo que
quisiera emitir calor.
Sasha se paró frente a las puertas de cristal y a su lado
Arón, quien parecía estar más satisfecho que nadie, porque
su plan estaba funcionando a la perfección. Observó a
través del cristal los pasillos blancos y solitarios. Sabía que
había llegado unos minutos antes del cambio de turno, justo
a tiempo para entrar y escabullirse hasta su oficina sin ser
vista. Aunque ni siquiera tenía idea del porque quería ir en
primer lugar al lugar de su trabajo, si no quería ser vista por
nadie y mucho menos ser la razón de preguntas y rumores
que se crearían al momento que alguien la viera esposada
del original.
Sus manos infligieron una leve presión sobre el cristal de
una de las puertas, para desplazarla hacia adentro y así dar
paso hacia el interior del hospital. La mezcla de antibióticos
y a encierro impregnó las fosas nasales de Sasha. Vio la
recepción solitaria que se encontraba en una esquina de la
enorme sala. La soledad que había en ese lugar hizo que se
relajara, sin aún saber el porqué se sentía tan nerviosa.
Antes de que diera un paso más, las puertas de los
elevadores y la entrada del edificio fueron abiertas, dejando
entrar y salir a su vez, médicos y enfermeros, que llegaban
para tomar su turno en el hospital.
De pronto el silencio de los pasillos fue eclipsado por los
pasos y murmullos de las personas que pasaban a tomar su
turno a toda prisa.
Sasha sintió como todas las miradas recaían en su mano
esposada y la de Arón. Se habían convertido en el blanco de
las miradas de toda aquella persona que pasaba cerca de
ellos.
Sasha respiró hondo, aguantando la respiración hasta
que su pecho y pulmones comenzaron a arder, obligándola
a volver a respirar. Sintió el frío metal que rodeaba su
muñeca y la ataba con la de él. El calor que transmitía la
mano de Arón hizo que un escalofrío recorriera toda su
espina dorsal. La temperatura comenzó a elevarse a medida
que sentía como el roce de sus dedos causaban vuelcos en
su corazón. Miró por el rabillo del ojo la serenidad y
tranquilidad que tenía Arón, todo lo contrario a ella.
«¿Cómo puede estar tan tranquilo cuando nuestras
manos se rozan?», dijo su mente con incredulidad.
Cómo si Arón percatara la batalla interna que tenía, la
tomó de la mano.
—Vamos, por lo visto nunca entraremos —dijo, dando la
media vuelta.
—¿Qué haces? No —respondió Sasha tangente, que se
detuvo, obligando al original a hacer lo mismo—. Vamos a ir
a mi oficina, así que camina.
Arón enarcó una ceja.
—¿Estás segura de pasar todo el día encerrada a solas
conmigo? —dijo con reticencia, luego sonrió con picardía.
Sasha de pronto se sonrojó.
—Por mucho que me guste la idea, no creo que sea el
momento de ya sabes —agregó con un guiño de ojo.
La clon quedó paralizada como si de repente sus pies se
hubieran clavado al pavimento, su corazón de pronto volvía
a desestabilizarse, latiendo cada vez más fuerte, queriendo
salir de su pecho al pensar en todas las posibles escenas
que podrían pasar. No le temía a él por lo que pudiera o no
hacerle, si no más bien, se temía a ella misma por lo que
pudiera hacerle a él. Si las circunstancias la orillaban a
dejarse llevar por sus bajos impulsos más primarios, ya no
habría vuelta atrás, perdería totalmente el control que muy
forzosamente había tratado de tener cuando estaba cerca
del original.
—Así que vamos, hay un nuevo parque de diversiones a
unas cuantas cuadras de aquí y me encantaría conocerlo
contigo —prosiguió, caminando hacia el exterior,
dirigiéndose directamente al parque de diversiones.
Sasha vio los largos pasillos repletos de puestos y los
juegos mecánicos que se extendían en los horizontes.
El parque se encontraba desolado, salvo por algunos
niños que iban de excursión escolar. Más allá de los
estudiantes infantiles, que corrían de un lado a otro con sus
caras llenas de asombro, el parque estaba solo.
Sasha se encontraba inmovilizada en su lugar, los
colores, comidas y atracciones la deslumbraban, no sabía a
que ir primero. Caminó lentamente por los largos caminos,
escrutando todo lo que llamara su atención.
—¿A dónde quieres ir primero? —Sasha se encogió de
hombros—. ¿Te parece si vamos ahí primero? —señaló Arón
los juegos mecánicos.
Ella asintió.
Sasha era nueva en esto, en sus cinco años que tenía de
vida jamás se había subido a un juego mecánico, o incluso,
visitado un parque de diversiones, y mucho menos se
imaginó que ahora iría con un original esposado a su
muñeca. Siempre le pareció una pérdida de tiempo, de esas
que los humanos hacían sólo para pasar el rato, cuando no
encontraban nada productivo por hacer.
Le invadía un pavor, que no permitía que sus pies se
movieran, había quedado paralizada, tenía una sensación
en el pecho, «¿Miedo?, ¿Qué mierda es esa?», se cuestionó
sin pensarlo. No podía explicar la razón del porque sus pies
comenzaron a flaquear, ignorando sus órdenes de seguir
caminando. La tensión estaba aumentando. Su ritmo
cardíaco bajo y eso que aún no subía a la montaña rusa,
aún seguía formada para subir, pero con tan solo pensarlo,
la sangre se le bajaba hasta los pies, estaba helada.
Quiso retroceder, pero el pecho de Arón, que estaba
detrás de ella, se lo impidió.
—¿Miedo, gatita? —susurró en su oído a modo de burla.
La clon sólo lo volteó a ver poniendo los ojos en blanco,
cosa que al original le encantaba, le fascinaba verla repelar,
lo que no sabía Sasha, era que cuando se enojaba dejaba
ver unas pequeñas arrugas en la frente que la hacían tierna
ante los ojos de Arón.
Hubo un momento en el que Sasha, ya no sentía nada,
era como si sus emociones desaparecieran y comenzará a
sentir una sensación de paz y tranquilidad. Tenía tomada su
mano.
Al estar ya arriba, en la cima, viendo todo el parque
desde esa altura y sentir la brisa por sus mejillas, su visión
cambió, esa adrenalina que recorría por sus venas cuando
de pronto los carritos comenzaron a bajar a toda velocidad,
era fascinante a tal grado en el que si le disparaban no
podría sentir la bala traspasando sus entrañas. Esa
sensación de alegría invadiendo su cuerpo hizo que diera un
pequeño gritó y levantará las manos. Arón sólo podía ver
como aquella mujer que lo acompañaba de pronto se volvía
una niña pequeña divirtiéndose y emocionándose, esa
faceta tierna de ella hizo que de pronto sintiera gozo en su
corazón, quería seguirla viendo así, sonriente y con un brillo
en sus ojos. No entendía el por qué sentía amor por ella, si
tal vez fuera por qué su imagen era de alguien ya conocido
en el pasado, al igual que sus sentimientos y eso causará
que la atracción que sintiera por ella fuera creciendo
descomunalmente o por qué era con la persona que
convivía más. Al menos quería seguir viendo esa imagen de
ella sonriendo como el poco recuerdo que llegó a su mente.
—Vamos —dijo, levantándose del carrito.
—¿A dónde? —preguntó, curiosa.
—Aún queda mucho por recorrer.
Se decidieron a recorrer todo el parque.
Mientras caminaban por las pequeñas calles, Sasha, pudo
evitar olvidarse por completo quién era, por primera vez, se
sentía realmente como una humana y no como un simple
experimento, el cuál sus superiores no dejaban de
recordarle.
En ese momento amaba hacer esas cosas que para los
demás clones era una pérdida de tiempo. Se sentía normal y
no como un ser cuyo propósito era asesinar originales para
salvar a una humanidad que poco a poco se iba
consumiendo.
Después de haberse subido a todos los juegos mecánicos
y probado la mayoría de sabores de helado, pensaron en ir a
comer una rica pizza que se encontraba en el centro de la
ciudad, pero las cosas no salieron como querían.
—¿Por qué no admites que estamos perdidos?
—Confía en mí, estamos cerca —dijo Arón, que miraba
hacia todas direcciones.
—Llevas diciendo lo mismo, ya hace más de dos horas —
soltó un gran suspiró.
—Mira, está allá —señaló— ¿A dónde vas? Queda en la
otra dirección.
Arón la miró con el ceño fruncido.
—Me voy de aquí, hemos dado como diez mil vueltas a la
manzana —exageró—. Mis pies y mi apetito están muertos
—dio la media vuelta y caminó de nuevo hacia donde había
dejado el auto.
El original sólo hizo una mueca de tristeza y resignado
caminó.

Al llegar a casa, Sasha, se tiró en el sofá, quitándose los


tenis, dejando descansar sus pies. Le llamó al repartidor
para que les trajera una pizza.
—Ya eres libre —dijo Arón, quitándole las esposas de las
muñecas.
Sasha se sobó la muñeca donde había estado la esposa.
—¿Sabes? Yo hubiera aceptado quedarme todo el día
contigo sin la necesidad de las esposas.
—Y yo, te hubiera dejado ir está mañana, si de verdad lo
hubieras querido, Elena —se acercó frente a ella con una
gran sonrisa.
La sonrisa de Sasha se le borró de repente, el falso
nombre que ahora llevaba la hizo volver a su realidad. Estar
en el parque de diversiones con Arón hizo que se le olvidará
que no era más que una farsante. Sentirse como ella misma
y no alguien que difícilmente ocupaba un lugar que no era
suyo.
Miró la sonrisa que aún no se esfumaba del rostro de
Arón. La sensación de que le mentía sobre quién era en
realidad la abatió. Desde que comenzó con su falsa
identidad jamás le había gustado usar ese nombre. No le
pertenecía y nunca lo haría, por más que fingiera bien su
papel.
—Iré a tomarme una ducha, en lo que el repartidor llega.
—Caminó hasta las escaleras y se detuvo—. Así que ni
pienses en tratar de espiarme —agregó un poco tímida.
—¿Por quién me tomas? —dijo mientras la veía divertido
—. Yo no espío a la gente mientras se ducha —insinuó.
Sasha se sonrojó y agachó la cabeza para ocultarlo.
Arón soltó una carcajada y se recargó en la barandilla
metálica.
Mientras la clon iba de caminó hasta su baño no dejaba
de imaginarse lo que le diría si lo descubriera espiando. ¿Se
animaría a invitarlo a que la acompañe hasta la bañera? ¿O
gritaría y fingiría que ese nunca fue su plan desde el
principio? Arón se quedó parado en frente de la escalera,
viendo como la falsa Elena se perdía de vista, esperó unos
minutos y subió. Caminó atravesando media habitación
hasta toparse con la puerta entreabierta, tomó el pomo de
está y aunque de verdad quería atravesarla y llegar hasta
ella, la duda de que tal vez era el único que interpretó sus
palabras en doble sentido y no era lo que de verdad quería
Elena, y sobre todo las palabras de aquella mujer
desconocida que le hizo prometer que no la tocaría, fue lo
que provocó que diera un gran suspiró y retrocediera,
volviendo hasta el sofá.
Sasha esperó ansiosa y un poco nerviosa la llegada de él,
deseando que la tomará como suya. Sin embargo, el chico
nunca apareció. No pudo sentir algo de tristeza y decepción
por qué su expectativa no se cumplió, por lo que, por ahora
sólo se tenía que conformar con una simple ducha caliente.
Algo que no debía de sorprenderle, su jefa no permitiría que
incumpliera las reglas de no estar con sus compañeros.
Salió de la ducha dando un gran suspiró, se puso una
sudadera holgada y un pants.
—¿Ya llegó la pizza? —preguntó Sasha, bajando por las
escaleras.
—Si, aquí están en la barra.
Sasha caminó hasta la barra y tomó una rebanada de
pizza, al momento en que la iba a morder, Arón tomó de su
muñeca y dirigió la rebanada hasta su boca, dándole una
pequeña mordida. La clon veía como los dulces labios del
original tocaban suavemente la masa de la pizza. Se mordió
ligeramente su labio inferior mientras daba un trago de
saliva.
—Está muy buena —sonrió viéndole a los ojos con
picardía. Arón no se refería a la pizza cuando lo dijo—. Que
tengas una bonita noche, gatita —ronroneó y le dio un
pequeño beso en la mejilla. Después se dirigió hasta la
puerta.
Sasha no podía creer como ese chico tan fácilmente la
hacía sonrojar y sobre todo, como ese apodo de algún modo
la hacía estremecer.
—¿Por qué gatita? —cuestionó acercándose a él, que se
giraba a ella.
Esa pregunta lo tomó por sorpresa. Jamás se cuestionó el
porqué de ese apodo hasta ahora, lo cuál le había dado
como respuesta el que era un apodo muy familiar para él,
que se lo decía a alguien cada vez que visitaba y esa
persona lo recibía abriendo la puerta de su departamento.
—Bueno, porque eres adorable, tierna, pero a la vez eres
traviesa y demandante, como una gatita —dijo sonriendo
mientras cerraba la puerta y dejaba a la clon más roja de lo
que nunca estuvo en toda su vida y sobre todo, con el pulso
acelerado ya que de cierta manera la explicación de su
apodo hizo que un recuerdo antiguo surgiera. Ese apodo ya
lo había escuchado en los labios de Arón, antes de
conocerlo por segunda vez.
XXVI. Engaño

Observó las manchas de sangre seca salpicadas por


todas sus manos, mientras estrujaba el volante. La rabia
que crecía dentro de ella hizo que se odiara a sí misma.
¿Cómo volvería a fingir que nada de eso le afectaba? ¿Cómo
se enfrentaría a la nueva versión que construyó con la
sangre que derramó? Ya no se creía capaz de asesinar y
actuar como si fuera una mujer de sangre fría, o de alguien
que no temía de nada.
Por más que se repitiera una y otra y otra vez de que lo
que hacía estaba bien. Que era para que el mundo retomara
otro rumbo, donde la humanidad se beneficiaría, ya no
podría seguir mintiendo para justificar sus acciones y las de
sus superiores.
Inspiró una gran bocanada de aire y se armó de valor
para por fin salir del auto. No sabía cuánto tiempo
permaneció inmóvil en el estacionamiento después de
haber llegado ahí, había perdido toda noción desde que
salió a toda velocidad. Conduciendo sin un destino, hasta
que inconscientemente llegó al laboratorio. Al parecer era el
único lugar al que su mente lo asociaba como un lugar
seguro. Aunque en este momento parecía ser todo lo
contrario.
Caminó por la lateral del edificio ovalado hasta la puerta
de emergencia, dirigiéndose directamente al baño que se
encontraba cerca de unas escaleras que conducían al
sótano. Tenía que limpiarse antes de que alguien más
pudiera verla. La mayor parte de los empleados, —sobre
todo, los de bajo rango—, desconocían la labor de Angela,
sólo conocían su trabajo como laboratorista. El trabajo de
ser una narcotraficante de personas, —o como les gustaba
más llamarlo: reclutadores de originales—, era algo que solo
sabían cuatro personas a parte de Angela y su jefa.
No fue consciente de la magnitud de la pelea que tuvo,
hasta que se vio reflejada en el espejo. Su cabello estaba
hecho una maraña, tenía pequeños mechones rosas
pegados alrededor de su frente por la sangre seca y el
sudor, una línea de sangre dividía su rostro y la ropa que
había sido en un principio de color marfil, ahora estaba
mayormente teñida de rojo.
Las imágenes de lo que hizo horas atrás emergieron de la
oscuridad de su mente, dónde guardaba todo lo que pudiera
hacerla retroceder en su trabajo. Los asesinatos que había
hecho antes no se comparaban con este último.
Observó sus ojos llenos de furor. La mujer que ahora veía
en el espejo era completamente distinta a ella. Se
desconocía. Jamás se imaginó hacer las cosas que hizo.
Convertirse en una asesina nunca formó parte de su plan
cuando llegó al laboratorio, tal vez su arrogancia y su
actitud de superioridad fueron las causantes de que la
castigaran otorgándole el trabajo de recaudar información
alrededor del mundo sobre los originales. En un principio no
entendió por qué esa labor era un castigo, no había sido su
trabajo de ensueño, pero tampoco era algo por el cual le
causara conflicto, no hasta que las cosas se complicaron y
la orillaron a tomar otras medidas si la información o el
reclutamiento de originales se veía obstaculizado. «O
mueren ellos o mueres tú. Decide». Eran las palabras que le
decía su jefa cada vez que Angela se rehusaba a seguir
trabajando.
Caminó al pequeño cuarto contiguo que tenía los baños,
las baldosas blancas le recordaron a una sala de hospital. Se
dirigió tambaleante a la ducha de emergencia que se
encontraba al fondo. Sintió como si su cuerpo hubiera sido
anestesiado por algún tipo de drogas, un zumbido comenzó
a sonar en sus oídos con un ruido estridente eclipsando todo
sonido que pudiera ser escuchado por el eco de la
habitación.
Caminó a tientas por la habitación hasta que sus dedos
tocaron el frío metal de la llave de la ducha. Ni siquiera se
molestó en encender la luz en esa parte del baño, era
mejor, así no tendría la necesidad de ver la monstruosidad
en la que se convirtió.
Se desvistió dejando caer la blusa abotonada y el
pantalón blanco que llevaba puesto, bajo sus pies. Los alejó
con un puntapié, arrojándolos hasta las hileras de casilleros
metálicos que estaban a su derecha.
El agua comenzó a deslavar la sangre seca de su cabello
y manos, como una cascada roja que la cubría por
completo. Se frotó con tanta fuerza las manos, que sintió
como la piel le comenzaba a arder y tornarse roja.
Borraría todo rastro de pruebas que le recordarán lo que
hizo. Pero nada de lo que hiciera funcionaba, aunque ahora
sus manos y piel se encontraban limpios, seguía sintiendo la
sangre caliente salpicando su rostro y gorgoreando de los
cuellos cercenados que tuvo que cortar.
El mensaje que sonó en su celular la sacó de su
ensimismamiento. Era un mensaje de una de sus
compañeras:
Los prototipos ya están terminados.
Cerró la ducha y se dirigió a los casilleros. Siempre
guardaba un cambio de ropa por si un día los llegaba a
necesitar, pero no creyó que fuera en uno de esos casos.
Cuando abrió la puerta del pequeño casillero, lo primero que
observó fue el pequeño frasco de píldoras que consumía
cada vez que iba a asesinar a alguien o hacer el trabajo
sucio de alguien más. Lo tomó por unos segundos, rozando
con las yemas de sus dedos la tapa. La tentación de querer
apagar lo que sea que ahora le estaba susurrando la
culpabilidad que recaía sobre ella, era fuerte. Le sobraban
razones para destapar el frasco y tomar varias píldoras en
ese instante, queriendo que surgieran efecto y apagaran la
moral de su conciencia. Sin embargo, tenía que ser fuerte
sin tener que usar ninguna droga que dañara su sistema
límbico.
Soltó un suspiro trémulo y volvió a dejar el frasco en el
mismo sitio donde lo había tomado. Tomó la ropa y se vistió,
—con unos jeans y una jersey de lana negra—. Se colocó
una bata blanca y salió de ahí, directo a las oficinas.
Mientras caminaba por los pasillos blancos, le pareció
sentir como se aproximaba más a una jaula de la cual no
podría salir nunca. «Jamás serás libre, Angela». Ese
pensamiento se clavó como una estaca en su mente,
dejando pequeñas astillas esparcidas a su alrededor,
causándole el dolor de la desesperanza.
Si tan solo se atrevía a contradecir una orden o, a no
llevarla a cabo, con una sola llamada de su jefa, el resto de
su vida en el mejor de los casos la pasaría tras las rejas. La
mujer que estaba detrás de todo ese juego retorcido en el
cual, algunos de sus ayudantes, —incluida Angela—, eran
obligados a seguir sus órdenes, poseía toda clase de prueba
y poder que podía perjudicar a todo aquel que se le
opusiera.
«No. Una vocecilla gritó en su mente. Siempre hay una
manera de salir».
Si de verdad existía una salida donde por fin pudiera salir
libre sin ser privada de su libertad o arrebata su vida, la
encontraría.
Se aproximó hasta una habitación de cristal, dónde
dentro de ella había cientos de cápsulas con humanos
durmiendo, ignorantes de lo que se estaba convirtiendo el
mundo. Por un momento quiso cambiar de lugar con uno de
ellos, así estaría a salvo de la verdad por algún tiempo,
hasta que despertara. Al menos tendría opciones.
Angela soltó una bocanada trémula. Se limpió el sudor
que comenzaba a surcar las palmas de sus manos en sus
jeans. Se acercó lo suficiente para que las puertas de la
habitación se abrieran automáticamente al notar su
presencia. La habitación era pequeña, tanto que ni siquiera
podría llamarse así, conectaba con una más grande, donde
ubico una pantalla gigante y unos extraños monitores, una
pila de documentos.
Una mujer de mediana edad se encontraba hablando por
vía conferencia con su jefa. La reconoció al instante. Se
trataba de Flor, una bióloga reconocida por haber ganado
hace mucho tiempo un premio.
Sintió lástima por ella, por ambas, por estar en un lugar
dónde su trabajo era infravalorado y, sobre todo, por estar
en aquel laboratorio ayudando en una investigación que
probablemente causaría la muerte de muchos.
Observó las manchas negras que magullaba la piel bajo
sus ojos, las mismas que ella tenía por no dormir
adecuadamente. Sabía con gran certeza desde que tomó un
arma por primera vez y la apuntó hacia alguien, que la
sangre en sus manos sería la causante de su insomnio.
—Los prototipos ya casi están listos, mi señora —
comentó Flor con total sumisión.
La mujer no apartó la vista del libro que sostenía en sus
manos. Angela entrecerró los ojos para poder leer su título:
"Proyecto clon". Esas dos palabras le dieron a Angela una
idea de los planes de su jefa y la razón de porqué había sido
tan importante que obtuviera todos esos originales a como
fuera lugar.
—¿En cuánto tiempo crees que es posible que estén
terminados? —cuestionó la mujer de cabellera oscura, que
apuntaba en un pequeño cuaderno las notas importantes
del libro.
La laboratorista frunció los labios, titubeante. Angela
pudo percibir el mismo miedo que sentía ella cuando se
encontraba cerca de aquella mujer. La mujer era de piel
dorada, ojos marrón claro, avellana, y de una cabellera larga
y rizada.
Recordó la primera impresión que tuvo cuando la vio: una
mujer poderosa, dominante e inteligente. Alguien que
utilizaría a las personas para no mancharse ella misma las
manos de sangre.
—Como vamos, tal vez en unas dos semanas más tardar
—respondió la otra.
La mujer levantó su vista, dándole una mirada
amenazadora a la laboratorista.
—Quiero que estén terminados en una semana, ya no
podemos perder más tiempo —instó la mujer antes de
dirigir la mirada a Angela, que estaba detrás de un vidrio de
precaución.
La mujer alzó la mano y la meneó levemente, indicando a
Angela para que entrará.
Angela se adentro a la habitación y se posicionó cerca de
la laboratorista.
—¿Qué haces aquí? ¿No deberías de estar en otro lugar?
—inquirió la mujer.
—Vine a informar sobre mi situación —respondió Angela,
con tal serenidad que se sorprendió de ello.
Aún no sabía de donde surgía el valor y la fuerza para
encarar a su jefa sin flaquear. O de hacer lo que hacía sin
siquiera derramar una lágrima.
La mujer tenía una expresión casi indescifrable. Volvió su
vista a la laboratorista que seguía esperando una orden de
la mujer.
—Bien, terminamos por hoy, Flor —despidió—. Mantenme
avisada sobre los informes y los avances de los prototipos.
Flor asintió y salió de ahí lo más rápido que se le podía
permitir.
La mujer se quedó en silencio, esperando que Angela
hablara.
—Ya me he encargado de los funcionarios —dijo Angela,
que tomaba asiento frente a la pantalla—. Todos han
aceptado cooperar, incluso el presidente, a excepción de los
que trabajaban para Erick, de los cuales ya me he
encargado.
La mujer entrelazo sus manos sobre el escritorio,
inclinándose más a la pantalla. Esperando oír la información
por la cual había esperado todo el día.
—También me han informado que los prototipos están
listos, mi señora —se apresuró a decir.
La mujer relajó su postura, recargándose en su silla.
—Perfecto. —Una fugaz sonrisa se dibujó en los labios de
la mujer—. Si eso es todo, ahora marcharte.
—Hay algo más… —vaciló—. Usted dijo que éste era el
último trabajo que hacía, antes de renunciar a mi puesto y...
—Así es, eso dije —replicó la mujer—. Pero hay un
problema, Angela. Sabes que para la siguiente fase del plan
necesitamos obtener un valioso artefacto y la única que
puede conseguirlo eres tú. Eres astuta, inteligente,
cautelosa y, sobre todo, conoces muy bien a la persona que
lo fabrica.
—Pero usted lo dijo, éste sería el último trabajo —repuso
Angela.
La mujer se quedó en silencio, pensativa. Por un
momento Angela tuvo la esperanza de que su jefa
recapacitara su orden y se arrepintiera de darle tal trabajo.
—Tengo en cuenta lo que dije, Angela —repuso la mujer,
que repiqueteaba sus dedos en el metal inoxidable de su
escritorio—, y lo respetaré cuando me entregues lo que
necesito. Después de éste trabajo te irás y además todos
tus cargos serán eliminados.
La mujer terminó la videollamada, sin darle tiempo a
Angela de que pudiera decir algo más.
Angela se levantó bruscamente, haciendo que la silla se
volcará. Suspiró con fastidio y salió dando grandes zancadas
por los pasillos hasta su auto, atravesando las grandes
puertas de cristal del edificio, topándose con la inmensa
oscuridad de la noche.
XXVII. Prisión

Estar nuevamente frente a la puerta de Arthur implicaba


haber perdido todo rastro de libertad que le quedaba, —si
es que se podía decir así—.
Angela llamó con sutileza a la puerta.
Las luces; tanto del exterior como del interior, se
encontraban apagadas. Había pasado tanto tiempo desde la
última vez que lo vio, que Angela ahora no sabía si seguía
viviendo ahí o no.
Volvió a llamar a la puerta, esta vez con más fuerza y
nerviosismo.
Mientras esperaba a que alguien llegara abrir, Angela
pensó en la excusa que tendría que darle al pelirrojo por su
inesperada aparición, si es que era él el que abría la puerta
y no alguien completamente desconocido.
—¿Qué haces aquí?
La voz de Arthur detrás suyo, la tomó por sorpresa. Un
escalofrío le recorrió la espina dorsal hasta la base de su
cráneo, no sabía si era por escucharlo de nuevo, o lo que
implicaba eso.
Angela giró sobre sus talones, tan lento como para evitar
más tiempo de lo necesario a lo que desde un principio la
había llevado a estar justo en el porche de la casa, que
nunca se imaginó visitar nuevamente. Observó al blanco
chico que llevaba unos pantalones caquis, una camisa que
dejaba ver los músculos trabajados durante mucho tiempo
de sus brazos y una gorra que cubría la mayor parte de su
cabeza, a excepción de la nuca, dónde dejaba ver lo corto
de su cabello rojo. Arthur tenía una de sus manos metidas
en el bolsillo de sus pantaloncillos y con la otra sostenía una
bolsa, lo cual supuso Angela, que llevaba víveres. Mostraba
una postura relajada y despreocupada, contraria a la de
Angela, que sentía como sus músculos se tensaban cada
vez que Arthur subía un peldaño para acercarse a dónde se
encontraba.
—¿Qué es lo que estás haciendo aquí, Angela? —repitió,
esta vez con una mirada inquisitiva.
Angela sopeso la mirada de furia y frialdad que se
reflejaba en los ojos azules de Arthur.
Dudó un momento en si decirle la verdadera razón del
porque apareció después de haberse marchado sin darle
una respuesta de ello, o de mentirle con una buena excusa
para que el clon se la creyera. Sin embargo, tanto para él
como para ella, era mejor que las cosas siguieran
sumergidas y sin dar indicios de querer salir a la luz.
Optó por el silencio. Después de todo lo que había
aprendido sobre organismos y particularmente humanos, el
silencio era la mejor opción cuando no tenía una respuesta
que dar, —o más bien, una que no quería dar—. Hizo una
mueca y se encogió de hombros, dando a entender que
tuvo un mal día.
Él dio un gran y lento suspiró, terminando de subir los
dos últimos escalones. Se paró junto a Angela y sacó una
pequeña llave del bolsillo dónde tenía su mano. La giró tan
lento que Angela se pudo imaginar cómo giraba
rápidamente y la estampada contra la pared.
Angela sacudió con fuerza su cabeza, eliminando ese
horrible pensamiento y de paso los nervios que comenzaban
a apoderarse de su estómago.
—¿Quieres una taza de café? —dijo Arthur, que
observaba sobre su hombro a Angela.
—Si, por favor —cerró la puerta detrás suyo, sin
molestarse en asegurarla.
Si las cosas salían mal y tenía que salir huyendo, iba a
estar segura de no perder tiempo en quitar el seguro de la
puerta.
Arthur dejó la bolsa en el sofá y caminó hasta la cocina,
con tanta tranquilidad, pero sin apartarle la vista a Angela.
—Un mal día, supongo —gritó el clon desde la cocina.
—Ya sabes, lo mismo de siempre —tomó asiento en el
sillón reclinable, apoyando sus manos sobre sus rodillas—.
Que mi jefa no quiere dejarme en paz.
—¿Y porque no simplemente renuncias? —preguntó
saliendo de la cocina y ofreciéndole el café.
Angela tomó la pequeña taza de porcelana y por un
instante quiso creer que esa posibilidad pudiera ser real.
Jamás tuvo la oportunidad de elegir su caminó, ni siquiera
cuando tuvo que elegir su carrera. Esas decisiones siempre
las tomaba alguien por ella, incluso cuando no escogió ser
lo que era.
—No debes de tolerar todo de esa mujer, sólo porque es
tu jefa —dijo, tomando asiento en el sofá más cercano a ella
—. No es tu dueña, así que puedes irte cuando tú quieras.
Nadie puede retenerte.
Arthur tomó un sorbo sonoro de su café y Angela se
mordió el labio inferior para borrar una sonrisa ante tal
estupidez. Si no fuera porque ahora los nervios eran los que
la controlaban, las risas hubieran inundado la habitación,
tan irónicas como el comentario de Arthur.
—No puedo, ahora mismo estamos trabajando en un
proyecto muy importante —dijo Angela sin emoción.
—¿Qué es más importante que tu propia libertad? —
preguntó Arthur, con el ceño fruncido.
Angela entornó los ojos, rozando con su dedo el borde de
la taza humeante de café, que se enfriaba rápidamente.
También quería saber esa respuesta y sobre todo, entender
la lógica de su jefa al retenerla para hacer lo que le pidió.
—Supongo que nada es más importante que eso —dijo al
fin—. Pero realmente no puedo dejar las cosas a medias.
Estamos a punto de completar algo que hemos estado
esperando por mucho tiempo. Si renuncio ahora, el trabajo
de muchas personas, incluyendo la mía, será en vano.
«Y la muerte de todos aquellos que asesiné no pueden
ser en vano».
Arthur ahogó un suspiró y dio un gran trago para
terminar el café.
Angela hizo lo mismo, luego se paró del sillón, dejó la
taza de café en la mesita de centro y se acercó a él.
—Dejemos de hablar de mi trabajo y mejor
enfoquémonos en nosotros —dijo, sentándose en sus
piernas.
—¿Qué haces? —preguntó Arthur, deteniendo las manos
de Angela antes de que tocarán su pecho—. ¿A qué has
venido realmente, Angela?
Las manos de Angela comenzaron a temblar y las
lágrimas calientes recorrieron sus mejillas. Arthur la miró
con desconcierto, pero no dijo nada. La soltó de las
muñecas y pasó su brazo por encima de sus hombros para
acercarla a él en un abrazo. Ella lo rodeó por la cintura,
apretándolo con fuerza, hundiendo su rostro en su pecho.
Siempre quiso ser valiente, ser como la gente con la que
paso la mayor parte de su vida. Ser alguien que podía
asesinar sin tener ningún resentimiento alguno sobre ello.
Pero Angela nunca fue así, ni cuando pasó la mitad de su
vida esforzándose en ser como ellos. Ahora se comportaba
como una cobarde, como aquella vez por la cual eligió
trabajar por su cuenta, hasta que su jefa le pintó un mundo
de colores y promesas que jamás vería cumplidas. Por una
vez quería ser valiente y no derrumbarse frente al chico que
sería la solución de su problema.
Angela se apartó ligeramente de Arthur, avergonzada. Se
limpió los restos de lágrimas torpemente y formó una
sonrisa ligera. Había estropeado la situación con su llanto y
ahora tenía que recomponerla lo más rápido posible, antes
de que la oportunidad se esfumara.
—Te extrañe —confesó Angela, que estampó sus labios
con los de Arthur.
Él se quedó un momento inmóvil ante la acción repentina
de ella. Sintió sus labios cálidos rozando los suyos, luchando
por llevar el control de la situación. Angela llevó una mano
hasta el cuello de Arthur, acercándolo más, volviendo sus
besos ávidos y él cedió ante el beso, rodeándola por la
cintura.
Estaba logrando su objetivo. El clon había caído en el
truco más antiguo utilizado por la mujer: la seducción.
Ahora no se estaba comportando como una cobarde, estaba
llevando el control. Nadie ahora le indicaba qué hacer. Todo
era producto de ella y nadie más que ella. No dejaría que las
cosas se le escaparan de las manos, no más. Su jefa le
mostró una a salida, pero sería ella quien tomaría la llave y
buscaría una por su propia cuenta.
Su mente se esclareció, como un rayo de luz que entra
por la mañana, iluminando todo a su paso. Ya no sería ella
quién tomaría las órdenes y las ejecutaría. Sí su jefa quería
con tanto deseo el artefacto que Arthur estaba
construyendo, quién era ella para oponerse a que no lo
obtuviera, sin embargo, sería bajo sus propios términos.
Después de todo, no era una cobarde, como siempre
había creído.
—Angela... —dijo Arthur, jadeando.
Ella no cesó en el ataque hacia los labios de él, ahora lo
tomó con más fuerza, pero sin llegar a lastimarlo, lo atrajo
más a ella, pegando su cuerpo con el de él. Un gemido se
escuchó de la boca del clon y eso hizo que extrañamente
Angela se sintiera bien. Le gustaba ese poder, el poder que
ahora tenía sobre el pelirrojo y con todo lo que conllevaba a
ello.
—Angela... —repitió con dificultad, mientras tomaba aire.
Lo calló nuevamente. Llevó sus manos hasta los botones
de su camisa y comenzó a desabotonarlos.
—Angela —está vez la detuvo con más firmeza, tomando
sus muñecas—. Ahora comprendo que es lo que has estado
haciendo todo este tiempo —se apartó de ella, pasando su
mano por su cabello mientras se alejaba del sofá.
—Te extraño... Te he extrañado todo este tiempo —
confesó Angela, que daba un paso hacia Arthur.
Él levantó una mano indicando que se detuviera.
—Eso no es lo que uno dice cuando desapareces de la
vida de alguien sin ninguna explicación durante dos años y
después vuelve como si nada, esperando a que la otra
persona simplemente lo perdone con un beso y un "te
extraño". No, Angela. Así no funcionan las cosas, al menos
no en esta vida y mucho menos en éste mundo.
Angela abrió la boca y volvió a cerrarla, incapaz de decir
algo. Pero tenía que hacerlo, antes de que al clon se le
ocurriera sacarla de su casa. ¿Qué tan dispuesta estaba en
doblegarse sólo por una pizca de esperanza? ¿Valdría la
pena perder lo que la caracteriza, sólo por una libertad
prometida?
—Lo sé —reconoció, con un nudo en la garganta, que le
dificultó pronunciar las palabras—. Sé que no merezco estar
aquí, así como pedirte una segunda oportunidad.
—Entonces, ¿por qué estás aquí? —la interrumpió.
Angela dio un paso hacia él, con cautela.
—Quiero recordar los viejos tiempos... Al menos sólo por
esta noche —ladeó la cabeza.
—Sabes que eso es abrir viejas heridas, ¿no? —frunció el
ceño.
Eso lo sabía muy bien, pero ahora no necesitaba de la
moral ni la ética. Por qué la moral no sería quién la
rescataría y hasta ahora no le había servido de nada la
ética. Fueron esas dos conductas las culpables de que ahora
estuviera con una soga en su cuello que en cualquier
momento la asfixiaría, sino trataba de convencer a Arthur
para que pasará la noche ahí.
—A veces es necesario abrir esas viejas heridas para
cerrar ciclos —acunó sus manos en las mejillas de Arthur y
notó cómo tensaba el cuello y los hombros—. Y los dos
necesitamos cerrar al fin este ciclo. Y creo que esta noche
es la mejor oportunidad.
Arthur la escudriño, pensativo. Sus ojos azules
destellaban desconfianza y cierta sospecha en la conducta
de Angela, pero luego de un momento suspiró y asintió.
—Está bien —dijo al fin, relajándose.
Angela no creyó que de verdad hubiera sido tan fácil
haber convencido al clon. Pero lo era.
—¿Qué es lo que tienes en mente? —aventuró Arthur,
que la volvía a rodear en sus brazos.
Angela mostró una fugaz sonrisa, que rápidamente captó
el pelirrojo.
XXVIII. Sospecha

Por primera vez en su vida, todo estaba tranquilo en ella.


Ya no había nada que la asustara, ni siquiera esas pesadillas
recurrentes que la persiguieron durante tantos años y que a
veces hacían que fuera a acurrucarse bajo las mantas, hasta
que encontró una manera indirecta de lidiar con los
monstruos que las provocaban.
Sin embargo, ahora se encontraba en la posición de
enfrentar a dos de esos monstruos cara a cara. Por un lado,
se encontraba su jefa: quién controlaba toda su vida y por el
otro el chico que dormía junto a ella con el rostro hundido
en su almohada y con la sábana cubriendo la mitad de un
león plateado que tenía tatuado en el oblicuo externo
izquierdo.
Angela decidió arriesgarse y hacer lo que mejor sabía
hacer: evitar a cualquiera de los dos y tomar la oportunidad
que se le brindaba. Se había esforzado demasiado para
llegar hasta ahí y lograr hacer que Arthur cayera en un
sueño profundo antes que ella. Y aunque eso parecía lo más
difícil de lograr, lo que seguía en la siguiente fase del plan;
sería lo realmente difícil y no dudaría en llegar hasta el final.
Levantó lentamente el brazo de Arthur con el que la
rodeaba y se deslizó hasta el borde de la cama. Agradeció
que la alfombra aterciopelada amortiguara sus pasos hasta
llegar a la pila de ropa, que se encontraba al lado de un
gran espejo, él cuál reflejaba su silueta en una sombra
negra. Una imagen que creía que ahora iba más apegada a
su alma, si es que tenía una. Angela no era muy apegada a
la religión, a pesar de vivir la mayor parte de su niñez en un
lugar dónde lo único que importaba era la fe hacia una
entidad invisible. Y aunque toda su vida se rehusó a creer
que sus acciones serían las que sentenciaran su destino
para vivir de acuerdo a su karma, en este momento
necesitaba algo de lo cual sostenerse, algo que le brindará
una pizca de confianza y la seguridad de saber que después
de todo lo que hizo, podría redimirse y dejar atrás su
pasado.
Comenzó a vestirse lo más rápido y silenciosamente
posible, revisando de vez en cuando que Arthur siguiera en
la misma posición en la que había caído dormido.
Su corazón se detuvo por un instante cuando la puerta
hizo un rechinido al abrirse. Cerró los ojos y se quedó
inmóvil, esperando a que Arthur no la hubiera escuchado, o
peor aún, que se hubiera despertado. Después de un minuto
de silencio, salió por completo de la habitación, cerrándola
cuidadosamente. Angela soltó un soplido trémulo, liberando
así la tensión que se formaba en los músculos de su
espalda.
El juego de buscar el objeto oculto comenzó e iba en
contra reloj, lo que suponía una gran desventaja para
Angela, ya que ni siquiera contaba con una imagen de
referencia. Solamente contaba con lo que le había dicho su
jefa:
«Mis informantes han confirmado que en la casa de
Arthur existe una habitación oculta, dónde el clon pasa el
mayor de su tiempo haciendo sus experimentos y trabajo. Y
aunque la mayor parte de esos experimentos desconozco
sus propósitos, sólo sé con seguridad que ahora mismo está
trabajando en el artefacto que necesito».
Las penumbras del pasillo mezcladas con la luz tenue de
dos pequeñas lámparas que colgaban del techo le dieron
una apariencia tétrica a la casa, muy distinto cuando era de
día. La casa de Arthur era tan amplia como antigua,
contenía varias habitaciones lujosas al estilo victoriana, las
cuáles nunca estuvo y en ninguna le parecía que tuviera
una habitación secreta, por lo menos no en el segundo piso.
Bajó por las escaleras hasta la estancia. Divisó la cocina
y la sala de estar, buscando cualquier cosa que le pudiera
dar un indicio de una habitación secreta.
«Una casa tan vieja debe de tener un sótano». Pensó,
caminando hasta la sala.
Desde la vista de Angela, nada parecía sobresalir o
llamar la atención. Pero tenía que ver algo que lo dejó pasar
por alto. Tal vez una puerta detrás de un gran mueble, o una
pequeña escotilla debajo de la alfombra.
Con la ayuda de la linterna de su teléfono revisó el suelo,
cerca de los muebles que fueran lo suficientemente grandes
y largos para ocultar una puerta. Sin embargo, no había
indicios de que ninguno fuera movido durante mucho
tiempo. El suelo no estaba desgastado como ella supuso.
Con un movimiento rápido de su mano, la linterna
alumbró brevemente algunos rayones que tenía el piso
cerca del refrigerador.
Angela sonrió con incredulidad al darse cuenta de que la
entrada al sótano se encontraba en un lugar a la vista de
todos y que nadie se imaginaría que estaría ahí.
Recorrió con un poco de dificultad el electrodoméstico.
Percatándose siempre de no hacer el más mínimo ruido,
pero eso era imposible.
Para la sorpresa de Angela, no había una puerta, sólo un
enorme marcó oscuro que no sabía a dónde conduciría, —o,
mejor dicho, no sabía que tan distanciado estaba ese
sótano, o lo que se podría encontrar ahí—. Iluminó el
pequeño pasillo hasta el inicio de unas escaleras.
Al encender el foco de la habitación, éste parpadeó un
par de veces antes de encenderse por completo. Angela se
quedó anonadada por la dimensión del lugar y los diferentes
tipos de instrumentos que albergaba. Era una habitación de
aproximadamente treinta y cinco metros cuadrados, con
azulejos blancos y negros en forma de una tabla de ajedrez
que les daba un contraste a las paredes empapeladas de
color marrón.
Pero no solo eran los instrumentos químicos que Angela
reconoció gracias a su trabajo o la apariencia de un
laboratorio clandestino que le daba el lugar, fue lo que la
dejó abrumada. Una mesa metálica de dos metros de largo,
con cinturones en cada esquina, reforzados con cadenas, se
encontraba arrumbada en un rincón, junto con varios
instrumentos de tortura y frascos vacíos de sedantes.
«¿Por qué Arthur tendría una mesa de tortura? Pensó,
acercándose a la mesa. No, Angela, es mejor no saberlo.
Sólo haz lo que viniste hacer. ¡Busca ese maldito
artefacto!».
Escaneó todo el lugar en busca de algo que le dijera que
ese era el artefacto. Sus ojos viajaron hasta una caja
metálica en el fondo de la habitación.
La abrió. Varias hojas arrugadas y viejas abundaban
dentro de la caja, algunas tenían escritas bitácoras sobre un
experimento. Comenzó a leerlas rápidamente, buscando
una pista o algo que le dijera dónde podría estar ese
artefacto, que hasta ahora parecía que nunca existió.

Día dos.
Me he despertado de una larga pesadilla. La primera en
muchos años. Es un tanto extraña, ya que en ella sentía que
no era yo...

Día diez.
Los fuertes dolores de cabeza no han cesado. He
intentado de todo y al parecer nada funciona. No sé cómo
parar estos pensamientos malignos, que me hacen querer
hacer cosas que van en contra de lo que creo...

Día noventa y seis.


Cada día que pasa una parte de mi se pierde... Por las
noches me he despertado confuso, agitado, en lugares que
jamás había visitado y lo peor es que siempre parezco tener
sangre en mis manos. No debería de sorprenderme,
después de todo soy un clon, pero aún así lo hago, porque
no sé a quién le pertenece la sangre...

Día ciento cuarenta y siete.


Mis sospechas han sido comprobadas al ver los videos de
grabación de las cámaras de seguridad que he instalado en
esta habitación...

Mientras más leía Angela, más sentía que se le congelaba


la sangre. La tranquilidad por la cuál se había esforzado
obtener, desapareció. Pero a pesar de sentir que el simple
hecho de estar ahí ya era algo raro y malo para ella, decidió
seguir leyendo. Ya era demasiado tarde para volver atrás.

Día ciento sesenta y ocho.


Ya no noto cuál es la realidad o cual es producto de la voz
en mi cabeza, que se apodera de mí. Ya no solo lo hace
durante la noche, he notado que también lo hace durante el
día.

Día doscientos seis.


Los élite han mentido durante todo este tiempo. Nada de
los archivos que han dejado cuentan la verdad. No sé por
qué creí que encontraría algo ahí y tampoco sé cuánto
tiempo me queda antes de perder completamente la
cordura.

Día doscientos veinte.


Creo que... Me pierdo. Ya no me deja pensar por mi
mismo. Salvo por algunas ocasiones, cuando quiere que yo
actúe...
Temo olvidar… olvidar quién soy realmente. Guardo esta
fotografía para recordármelo...

Lo más escalofriante no era el hecho de que Angela


hubiera encontrado esas bitácoras y las hubiera leído, lo
que estaba mal en todo ello, era la fotografía que venía con
la última bitácora.
Petrificada la tomó y la observó mejor. Era una fotografía
antigua, en blanco y negro. En ella se encontraba Arthur,
vestido con una ropa muy distinta a la época actual. Junto a
él había dos personas que no reconocía y los demás eran
sus compañeros y su jefa, vestidos similarmente. Se
mostraban sonrientes y con una pose relajada, una actitud
muy diferente a como los conoce hoy.
—No, no, no, no... ¡No!... —masculló Angela, devolviendo
las carpetas y bitácoras torpemente en la caja.
Asegurándose de ponerlas en el mismo lugar donde los
había encontrado.
Había caído en una trampa. Arthur conocía a su jefa y por
lo que juzgó en la fotografía: trabajaban juntos. Todo este
tiempo su jefa había querido deshacerse de ella y lo había
conseguido.
Angela necesitaba... Tenía que salir de ahí antes que
Arthur se diera cuenta que no estaba en la cama y peor
aún, que se diera cuenta que había estado en el sótano.
—¿Qué es lo que estás haciendo aquí, Angela? —
preguntó Arthur, que apoyaba sus brazos en la barandilla de
la escalera.
Había caído en una trampa, ahora lo comprendía todo. Su
jefa no quería que fuera en busca de ese artefacto, nunca
estuvo ahí.
—Te lo puedo explicar... —comenzó a decir Angela, que
soltaba la fotografía y a su vez marcaba silenciosamente el
número de alguien al azar.
Alguien que se dignara a contestar a las altas horas de la
noche y que se diera cuenta que esa llamada era un grito
de auxilio.
—Arthur... —dijo, nerviosa—. Yo...
—¿A esto le llamas cerrar ciclos? —dijo Arthur, con un
tono relajado que a Angela se le erizo la piel.
Nunca supo qué esperar de Arthur. Jamás lo vio exaltado
o fuera de sus casillas, excepto por el día en que falleció su
hermana y aún así no estaba segura si de verdad le dolía la
pérdida o estaba actuando. Pero ahora con lo que leyó le
quedaba claro que todo este tiempo había actuado
descaradamente.
Incluso ahora sabía con certeza que Arthur trabajó con su
jefa y ella no lo notó, o al menos no vio la pista que se
encontraba frente a sus ojos. Estefany estuvo desde un
principio, mucho antes de que se creara los dos bandos, ¿y
por qué no también su hermano?
—¿Quererme manipular para adentrarte a mi casa y
buscar que, precisamente? —prosiguió acercándose a ella
lentamente.
Ella dio la media vuelta y retrocedió hasta que su espalda
quedó pegada a la pared. Su cuerpo comenzó a temblar,
¿ahora cómo saldría de todo eso? Su vista
inconscientemente viajó hacia la caja donde encontró las
bitácoras.
—¡Oh, ya veo! Ya sé lo que buscas —desvió su mirada de
Angela hacia la caja aún abierta—. Me temo que ya no
podrás salir de aquí con vida, no después de lo que
descubriste —cerró la caja de golpe.
Angela maldijo para sus adentros su curiosidad y su
insensatez.
—Te juro, Arthur, que yo no sé de lo que me estas
hablando.
Arthur soltó unas carcajadas.
La estampó contra la pared, mientras la mano de Arthur
estrujaba su cuello. Angela dejó caer el teléfono.
«Este es tu fin y siempre lo has sabido. Susurró una
vocecilla en la mente revoltosa de Angela. Jamás serías
libre».
Jamás volvería a la vida que una vez tuvo. Había sido una
ilusa por creer que las personas que la obligaban a matar
tendrían piedad por ella y le otorgarían aquello que pondría
en riesgo todo su trabajo.
—Conozco a mujeres como tú. Tan lindas y perfectas
como tan mentirosas y manipuladoras —continuó Arthur.
Por un intento desesperado para que sus pulmones
obtuvieron el aire necesario, Angela comenzó a tirar
arañazos hacia el rostro de él, pero nada de eso lo detenía,
era mucho más fuerte que ella. Eso debía de saberlo antes
de aceptar el trabajo, ¿pero acaso tenía alternativa?
Arthur seguía arrebatando la vida de sus pulmones y
Angela comenzaba a ver el mundo borroso.
—¿Sabes lo que le pasa a esa clase de mujeres impuras?
—añadió Arthur, que tenía una sonrisa retorcida—. Mueren,
porque no merecen estar vivas, contaminando con su
pecado al mundo.
El pecho de Angela le comenzaba a arder. Entornó los
ojos y miró fijamente a Arthur, en busca de una pizca de
compasión, pero no encontró nada más que un fulgor en sus
ojos que jamás había visto en él. Las motas doradas
esparcidas en el iris azul de Arthur centelleaban con una
furia.
La persona que ahora estaba asfixiándola con toda esa
ira y satisfacción en sus ojos, mientras veía como se le
agotaba la vida; no era la misma persona que le extendió su
mano en su momento más vulnerable. O aquel compañero
que siempre estuvo para escucharla, aun sabiendo que la
mayor parte de sus problemas derivados de sus
sentimientos no los entendía.
La imagen de su alrededor se distorsionaba cada vez
más. Un zumbido en sus oídos se intensificaba. Era su hora.
Era su fin.
«Jamás serás libre, Angela. Repitió su mente una última
vez. Jamás lo serás».
Arthur la tomó con fuerza del cuello levantado algunos
centímetros sus pies sobre el suelo y estampó su cabeza
contra la pared. La oscuridad la invadió, como una manta
cálida, cubriéndola de la fría realidad. Del mundo que le dio
la espalda.
Su mente viajó a un lugar en el que ya no sentía dolor.
XXIX. Trampa

Arón contemplaba la luna que se escondía detrás de unas


nubes ennegrecidas, mientras regresaba de vuelta a su
departamento.
Se le había hecho tarde, —¿ó temprano? de ello ya no
estaba tan seguro—. Había perdido la noción del tiempo
luego de salir del departamento de Elena y dirigirse al
parque que estaba a unas cuadras del edificio. No era
mucho de salir a exteriores, pero cuando lo hacía buscaba
los espacios abiertos y verdes, no entendía completamente
la lógica de ello, pero tal vez el olor a rosas y a tierra
mojada siempre le había tranquilizado.
Desde que se había mudado al departamento —y
probablemente cometió un delito al allanar una morada,
¿pero podría llamarse delito si las personas le habían dicho
que él era el dueño? —y vio por primera vez el parque,
algunos recuerdos ya desbloqueados de su mente, se
acentuaron cuando lo piso, cuando se sentó a observar a
algunas palomas que volaban cerca de donde estaba. Era
un instinto que le decía que era la forma de despejarse, por
ello siempre que había una oportunidad para poder salir a
correr por las mañanas al parque, o simplemente a sentarse
en una banca solitaria en medio de la noche, a observar
como el lugar se vaciaba hasta quedar completamente en
silencio, solo junto con sus pensamientos, lo hacía.
Pero ahora no necesitaba estar con sus pensamientos.
Buscaba todo lo contrario: el silencio. Aunque en la mayoría
de las ocasiones que compartió con la falsa Elena desde que
la conoció, los recuerdos que se habían desbloqueado eran
pocos, el estar esposado a ella durante todo el día y la
mitad de la tarde, hizo que varios recuerdos se
desbloquearan, como un detonador que daba el previo aviso
de que su mente estaría de vuelta muy pronto.
Las calles estaban solitarias y el clima de la noche se
hacía más denso. Su nariz y manos comenzaban a enfriarse.
La tormenta se acercaba cada vez más y el invierno a la
vuelta de la esquina no ayudaba mucho para que Arón
siguiera caminando despacio. Frotó sus manos para
mantenerlas en calor mientras avanzaba con rapidez.
El edificio ya no se encontraba tan lejos, solo a unos
cuantos metros de distancia. Las luces de los
departamentos ya se encontraban apagadas, salvo por
algunos que probablemente les gustaba desvelarse en lo
que fuera que hicieran, sin embargo, la mayoría de los
inquilinos ya se encontraban dormidos, incluida la falsa
Elena, —o eso quería pensar él—.
Aunque ya era lo suficientemente tarde para que las
puertas del edificio se encontrarán abiertas, Arón se
sorprendió al ver que no era así. Se dirigió hasta la puerta
del ascensor, sin tomarle mucha importancia. Los pasillos se
encontraban en penumbras, iluminados tenuemente por las
luces de emergencia, las mismas que utilizaban cuando
había un apagón masivo en el edificio.
Tras unos minutos de reflexión, se dirigió a su
departamento. Cuando estaba a punto de sacar las llaves
para abrir la puerta, notó que está ya estaba abierta.
Al entrar lo primero que percato fue la televisión en
estática y un hombre sentado de espaldas a él en el sofá,
sostenía una navaja que la hacía girar cada cinco segundos
entre sus dedos enguantados. Arón tomó un bate que tenía
junto a la puerta y se dirigió con sigilo hacia el hombre,
aprovechando que se encontraba distraído con lo que fuera
que le pareciera interesante en ver una imagen en blanco
en la pantalla de su televisor.
—Llegas tarde —dijo el hombre, deteniendo la navaja con
el filo en sus dedos—. Es una falta de respeto hacer esperar
a tus invitados, sobre todo, cuando te han esperado
pacientemente todo el maldito día.
—¿¡Quién carajos eres tú!? —preguntó Arón, que
levantaba el bate para asestarle un golpe.
El hombre levantó las manos en señal de paz, luego
señaló hacia un lado de Arón.
—Creo que mi amigo puede responder a esa pregunta.
El hombre soltó una risotada.
Un hombre, alto y robusto de cabellera azul, le asestó
una patada en el pómulo izquierdo, tomando a Arón
desprevenido, haciéndolo caer al suelo. Le asestó otro
golpe, esta vez directo a las costillas, luego otro y otro hasta
que un crujido se escuchó. Tal vez era una de sus costillas
rotas o algo más en su interior rompiéndose.
—¡Vamos, Boris! Déjalo que se defienda, sino sería una
pelea injusta —dijo el hombre con un tono mordaz, mientras
se ponía de pie y caminaba hacia el Arón—. Recuérdale a
este desertor que pasa cuando traicionas a tu familia.
«¿Familia?, pensó Arón, desconcertado. ¿Desertor?».
El hombre asintió y dejó que Arón se pusiera de pie. Él
apoyó sus manos en la corteza de la madera de su suelo,
resollando mientras tomaba aire y se levantaba para
enfrentarlo. No sabía cómo debía de hacerlo, pero si sus
instintos de batalla, que mostró cuando estuvo en la ciudad
fantasma se hacían presentes, la pelea no estaría tan
desnivelada. Miró con tono desafiante al hombre de piel
blanca, que desde su punto de vista tenía mucho parecido a
Arthur, y volvió a tomar el bate entre sus manos. No sería
un cobarde y eso lo iba a demostrar.
Corrió hacia el hombre y lo golpeó en la cabeza,
fracturando en dos el bate. Luego siguió embistiendo con
puñetazos en el rostro. El hombre se cubrió el rostro con los
antebrazos y Arón continuó descargando su furia.
El hombre de la navaja le dio una patada en el oblicuo
externo derecho, haciéndolo caer. Arón trató de levantarse,
pero el dolor era aún más fuerte, sólo pudo apretar la
mandíbula para aguantar el dolor. El hombre de la navaja se
fue acercando hacia él, lo tomó de la barbilla y le clavó la
punta de la hoja levemente sobre su cuello, mientras lo
miraba sonriendo y se quitaba el pasamontañas que tenía,
dejando ver su rostro, ¿era su clon u original?, solo sabía
que era idéntico a él.
«—No espero que lo entiendas ahora, pero sólo una cosa
te pido y es que no te alejes de ella.
»—No creo poder hacerlo Cloe, no estoy preparado.
»—No puedes rendirte tan fácil, peligros más grandes
vendrán y cuando llegue el momento tendrás que
protegerla con tu propia vida, por qué ella depende de ti,
eres su protector».
Un recuerdo de la conversación con Cloe se le vino a la
mente del original, ahora todo tenía sentido para él, aunque
una sola cosa no tenía clara y era el por qué tendría que
proteger a Elena, aunque no era el momento de pedir
explicaciones, un hombre estaba a punto de asesinarlo sin
ninguna razón aparente, o eso es lo que creía él, ahora
mismo ya no estaba tan seguro de nada.
Arón abrió los ojos, le hizo una llave, llevando sus piernas
al cuello del hombre, impulsando su cuerpo hacia arriba
mientras que el otro besaba el suelo.
Sorprendido por las habilidades que no sabía que tenía,
se dirigió hacia el otro hombre que era un poco más alto,
terminando con lo que había empezado. Le asestó un golpe
entre el pómulo izquierdo y la sien. Éste cayó como un saco
de rocas, retumbando sobre el piso de madera, el otro se
dirigió corriendo hacia Arón con la daga en la mano, la
esquivó haciendo que el hombre se fuera de paso. El otro
hombre que cayó por el fuerte golpe que le dieron en el
rostro, se estaba reponiendo.
Al ver que no era ningún asesino profesional como sus
compañeros y que ni siquiera podría matarlos con un lápiz o
con una metralleta si es que se la ponían enfrente, decidió
correr a la planta de arriba para esconderse.
Instintivamente se dirigió a una habitación, se asomó
debajo de la cama y levantó un pedazo de madera, ahí
estaba un teléfono y un arma que tal vez los usaban en caso
de una emergencia.
La adrenalina no le dejaba ahora pensar sobre su
amnesia y si todo esto tenía que ver con él, cargó
perfectamente el arma. Tal vez si era un asesino profesional.
Mientras escuchaba detenidamente algún ruido de los dos
hombres que había dejado en la planta baja. Le marcó a
Cloe para ver si ella podía explicarle lo que estaba
sucediendo, pero antes de que pudiera contestar, dos
fuertes sonidos de bala se escucharon en la parte de abajo.
Se asomó por los barandales de la escalera aún con el
arma en la mano. En cuestión de segundos ya tenía dos
hombres muertos en su sala y una chica de cabello corto
soplando la boca de fuego de su arma, no podía creer lo que
acababa de ver, después de todo, tal vez la falsa Elena si
pertenecía a una mafia o secta.
—Vamos, ya no es seguro estar aquí —dijo Sasha,
guardando su arma.
—¿Cómo es que lograste matarlos? —cuestionó el
original bajando por las escaleras.
—Bueno, cariño, es parte de mi encantó.
—¿Trabajas en la mafia o algo parecido?
—Puede ser. —Lo miró con una sonrisa triunfal—. Vamos,
no hay tiempo que perder.
Arón y Sasha salieron hacia el corredor. Docenas de
hombres con pasamontañas cubriendo su rostro, se
encontraban de cada lado del pasillo.
—¡Demonios! En diez minutos los departamentos
estallarán en llamas —dijo Sasha, volviendo a sacar su
pistola y viendo el reloj en su mano que tenía marcado los
minutos restantes antes de que el gas de la estufa llegará a
la llama de la vela que había dejado en la planta de arriba.
—¿¡Qué!?
—Sólo nos queda escapar o pelear hasta morir —dijo
Sasha, que recargaba su arma.
Sasha tomó la delantera y comenzó a correr mientras
disparaba. Arón por un momento se quedó en shock. Luego
de unos segundos sujetó su arma con fuerza, comenzando a
disparar en la otra dirección.
Estaban en contra reloj, el gas no se iba a detener por
nadie, y para su mala suerte cada vez que mataban a los
enmascarados, diez más llegaban.
—Se me están acabando las balas —vociferó Sasha, que
juntaba su espalda con la de Arón, para así quedar
acorralados en el cristal de un gran ventanal que se
encontraba al final del pasillo.
—Bueno. Creo que el de pelear hasta morir ya no es una
opción, sólo nos queda escapar —comentó Arón, tirando la
glock sin balas al suelo.
—Entonces, sujétate —advirtió la falsa Elena, tomando a
Arón por el brazo. Lo jaló hacia ella, lo abrazó mientras le
disparaba al cristal y saltaban al vacío.
La clon sacó otra pistola, jaló del gatillo y una cuerda con
un gancho salió de ella, quedando clavada en la pared de
concreto del edificio.
Mientras Arón y Sasha volaban por el aire y la cuerda los
contraía hacia ella, una fuerte explosión se escuchó desde
arriba provocando que se golpearan contra la pared.
La parte de arriba del edificio estaba en llamas, las
alarmas contra incendios sonaron de inmediato, alertando a
los inquilinos para que evacuaran. La gente que caminaba
cerca de ahí comenzaba a llamar a las autoridades. Tenían
poco tiempo para salir de ahí ilesos, antes de que el edificio
se desplomará por completo.
Arón golpeó con fuerza el cristal de la ventana del
departamento de abajo, que ahora estaba sólo, para así
entrar. Se dirigieron con gran rapidez hacia la puerta,
bajando por las escaleras de emergencia hasta el
estacionamiento, donde el auto de Elena los esperaba.
XXX. Tortura

Una ola de agua fría cayó por todo su cuerpo, bañándola


por completo. Angela despertó bruscamente mientras daba
bocanadas de aire. No sabía qué era lo que ocurría o en
donde se encontraba. Una gran lámpara sobre ella la
cegaba, impidiendo que pudiera ver más allá de los grandes
contenedores que se alzaban alrededor de ella y la
flanqueaban.
El graznido de las gaviotas que sus oídos podían
presenciar y la humedad que abundaba en toda la bodega,
hizo que Angela dedujera que se encontraba cerca de un
muelle, ¿pero entonces cómo llegó hasta ahí? ¿Qué había
pasado desde la casa de Arthur hasta ese momento? Los
sucesos recientes emergieron de su mente, acompañados
con una fuerte punzada en su cabeza, recordando que fue
golpeada antes de desmayarse.
—¡Vaya, al fin despiertas! —dijo una voz femenina desde
la oscuridad.
Angela entre cerró los ojos para descifrar la silueta
distorsionada que se iba acercando hacia ella.
Una mujer alta, que vestía un conjunto de blazer verde
agua se posicionó frente a ella, lo suficientemente lejos de
la luz para que su rostro fuera ocultado por las penumbras,
pero lo suficientemente cerca para que Angela pudiera
observar como la melena rubia de la mujer caía en forma de
cascada sobre sus hombros y que su piel estaba demasiado
cuidada como para saber que no estaba desesperada por
pedir dinero como tantos captores hacían.
—¿Quién eres tú? —inquirió Angela, temerosa de esperar
lo peor.
—Eso no importa —contestó la mujer con tono
despreocupado, desplazándose en círculo en dirección a
ella.
Angela quiso seguirla con la mirada, pero otra punzada
de dolor se hizo notoria en su cabeza, como si su cráneo se
partiera en dos cada vez que trataba de moverla. Quiso
llevar sus manos hasta el origen del dolor, pero sus manos
se encontraban atadas por unos enormes grilletes que la
esposaban a una silla metálica; así como por igual sus pies
descalzos que estaban sumergidos en un recipiente con
agua y dos cables de diferente polaridad conectados a él.
—¡Ayuda! ¡Alguien, por favor, que me escuche! —gritó
Angela con todas sus fuerzas hasta sentir como sus cuerdas
vocales se desgarraban en el intento—. ¡Ayuda…!
Su cuerpo comenzó a temblar, estaba llorando. Pese a
todo, no era por la tristeza o la impotencia de estar sujeta a
una silla, más bien, era por la rabia y la furia de encontrarse
en esas circunstancias.
—Es inútil gritar —recalcó—. Como verás —señaló con
sus manos extendidas el lugar—, nos encontramos en una
bodega vacía y a juzgar por su aspecto, se nota que nadie
ha venido en mucho tiempo, así que haznos un favor a las
dos y cállate.
Angela no podía rendirse. Otro grito salió de su boca y
otro más, uno más fuerte que el anterior, mientras que se
removía en su lugar, luchando por liberarse de los grilletes
que aprisionaban sus muñecas y tobillos.
—Admiro tu coraje —dijo la mujer desde sus espaldas—.
Aun sabiendo que lo que estás haciendo es inútil. Me
gustaría seguir viendo como luchas con esas cadenas hasta
que tus muñecas se desgarren, pero me temo que no
cuento con el suficiente tiempo.
—¿Me matarás, cierto? —aventuró Angela, sin emoción
alguna en su voz.
—Así es. Pero tranquila, vivirás un poco más, hasta que
me digas lo que quiero escuchar.
Sabía lo que eso significaba: la torturarían hasta que ya
no pudiera resistir más y hablará, y también sabía muy bien
que todo eso que la llevó hasta ese lugar fue la trampa que
su misma jefa le había implantado. Ahora mismo la odiaba
por todo lo que le estaba haciendo, pero se odiaba aún más,
por confiar en ella, por tener una pizca de esperanza de que
la salvara, aun teniendo la certeza de que eso no pasaría.
—Bien, vamos directo al grano, Angela. ¿Qué hacías en la
casa de Arthur? ¿Qué buscabas exactamente? —preguntó la
mujer, sin nada de preámbulos.
La imagen de Arthur se proyectó en su mente y el miedo
comenzó a adueñarse de ella. ¿De verdad que tenía tan
mala suerte? ¿O es que el destino disfrutaba verla sufrir? Se
removió en su lugar hasta que sus muñecas comenzaron a
sangrar. Tenía que escapar de ahí lo antes posible. Tenía que
pensar en cómo escapar o si había alguna alternativa para
ello. Sin embargo, estar atada y el fuerte dolor de cabeza no
la ayudaban mucho.
—Yo no hice nada. Lo juro —dijo al fin, entre sollozos.
La mujer la escudriñó de arriba a abajo, con una
expresión de fastidio.
—¡No me digas! —cuestionó la mujer dejando ver su
rostro por primera vez—. Es mejor que pienses bien tu
mentira, antes de hablar.
Angela hizo una mueca de dolor. La punzada en su
cabeza se hizo más fuerte al tratar de recordar en donde
había visto a la mujer, se le hacía particularmente conocida.
—¡Ay! ¿Quieres una aspirina? —dijo la rubia, con ironía—.
Al parecer no recuerdas nada. Bueno, te refrescare la
memoria. —La tomó de la mandíbula, estrujándola con
fuerza—. Husmeaste en la casa de Arthur. Él te encontró y
bueno, aquí estamos. ¿Ya recordaste?
Angela negó con la cabeza. No le daría ningún tipo de
información.
Ahora lo recordaba, se trataba de una de las que estaba
en la fotografía junto a Arthur y que no había reconocido,
salvo por el nombre que tenía en la vestimenta que
utilizaba. Cloe Salvatierra. Una de las que trabajaba junto a
su jefa, o para su jefa, ya todo daba igual si era el caso o no.
—Ya veo. Al parecer necesitas una estimulación —la soltó
y se posicionó detrás suyo, sujetando sus hombros con
tanta fuerza, que Angela sintió como sus huesos se
fracturaban en ese instante.
Angela mordió su lengua hasta que un sabor metálico le
dijo que parara.
—Dime, Angela, ¿te gusta la electricidad? —repuso Cloe
con un destello de emoción en su voz.
—Me fascina, es mi juego favorito —respondió Angela,
que sonrió falsamente mientras ponía los ojos en blanco.
—Me alegra que así sea, porque nos vamos a divertir
mucho.
Cloe la soltó y caminó hasta una palanca de electricidad,
que se encontraba en la pared de concreto frente a ella.
—Si crees que con todo esto me van a hacer hablar,
están equivocados. —Sonrió—. Ya he pasado por esto
muchas veces y los que me torturaron no viven para
contarlo.
—¿Y quién dijo que te vamos a torturar? A diferencia de
tus otros torturadores, nosotros nos divertimos de otra
manera. —Ladeó la cabeza—. No buscamos sacarte
información, tú misma no la darás.
—¿Crees que me voy a tragar toda esta mierda? —
vociferó—. Es mejor que me dejes libre, antes de que te
arrepientas.
Sí su jefa se daba cuenta que una de sus secuaces o
trabajadora, la estaba torturando solo por incumplir su
orden sin su consentimiento, le iría muy mal. ¿Pero acaso su
jefa no sabía de esa tortura? ¿O es que ella misma mando la
orden?
Cloe se tomó el puente de la nariz, luego soltó un suspiro
de exasperación.
—Crees que estás en posición de amenazarme.
Entiéndelo, has perdido —se cruzó de manos—. Has
actuado muy imprudente al intentar meter tus narices en
asuntos que no te conciernen.
—Ella estará enfadada contigo, cuando descubra que me
tienes aquí.
—¡Pero claro! Sabía que la idea de buscar en el sótano de
Arthur no era tuya. —Cloe se palmeó la frente mientras
soltaba una risotada, luego volvió a poner su expresión
sombría—. ¿Qué querían encontrar ahí?
Angela dejó de sonreír. Había cometido un error, Cloe no
trabajaba junto a su jefa. Ahora le quedaba claro, tenía que
guardar silencio.
—Muy bien, sí así lo quieres, entonces me divertiré
mucho causándote dolor cómo estás acostumbrada: con
tortura —comentó Cloe, bajando la palanca que encendía la
electricidad de los cables.
La pobre mujer de pelo rosa apretaba sus manos contra
la silla y tensó su mandíbula. Podía sentir como los dientes
se le quebrarían en un instante, al tratar de evitar el dolor
que la corriente eléctrica; que iba desde sus pies mojados
hasta su columna vertebral, le causaba.
Cloe volvió a subir la palanca, dejando así que Angela
descansará un poco antes de volver a subirla en otro nivel
de voltaje.
Angela se preguntó si así sufrían todas aquellas personas
a las que ella misma torturó o capturó. Sin embargo, dudaba
de que los originales hubieran sufrido de la misma manera
que ella, porque a pesar de todo, siempre trató de ser sutil
con cada uno de ellos.
—¿Sabes, Angela, que es lo que pasa cuando un cuerpo
pasa mucho tiempo con una corriente eléctrica? Dicen que
lo primero es que tus órganos dejan de funcionar, tus
nervios se contraen, tu cerebro se apaga y por último tu
corazón deja de latir, no estoy tan segura, pero lo
averiguaremos.
Cloe volvió a bajar la palanca. Esta vez en un nivel más
alto que el anterior.
La corriente eléctrica volvió a recorrer su sistema
nervioso. Desde la punta de sus pies hasta su cuero
cabelludo. Podía sentir como todos sus órganos y sangre
que corría por sus venas, comenzaban a hervir.
Angela no se merecía todo lo que vivió. Ella siempre trató
de ser buena, siempre le había hecho caso a su madre,
incluso cuando la carrera que su madre eligió no era de su
agrado, pero aun así sacó buenas calificaciones y se graduó
con honores. Comenzó a trabajar en un prestigioso
laboratorio, que, a pesar de no ser muy conocido, tenía un
buen futuro. En ese momento pudo ser parcialmente feliz.
Pero las cosas no iban a ser así, ¿cierto?
Tal vez el error de Angela fue seguir órdenes sin
cuestionar lo que de verdad amaba, o en creer que un dios
tan poderoso se preocupaba por ella, cuando tenía mejores
cosas que lidiar.
Cloe bajó la palanca después de veinte segundos de ver
como Angela se retorcía de dolor.
—¿Ya hablaras o seguimos con la función?
Angela soltó un escupitajo de sangre coagulada.
—¡El artefacto! —dijo, deteniendo a la mensajera de
volver a subir la palanca.
Ya no iba a guardar silencio, ni mucho menos lealtad
hacia su jefa, no después de darse cuenta de que ya no iba
a sufrir más dolor por su causa. Después de todo, nunca
había formado parte de su grupo, ¿para qué seguir
guardando su información? Ya no iba a hacer sus trabajos
sucios, ahora sería ella quien se encargaría de su propia
mierda.
—¿Qué dijiste?
Cloe la miró con el ceño fruncido.
—El artefacto —repitió, resollando—. Ella me pidió…, que
lo buscara en la casa de Arthur.
—¿Para qué?
—Eso no lo… sé.
—¡Claro que lo sabes!
Cloe subió la palanca y una nueva oleada de voltaje
recorrió el cuerpo de Angela. Ahora mismo deseaba estar
muerta. Si tan solo no se hubiera roto esa cuerda, si tan solo
su jefa no la hubiera encontrado en plena crisis de adicción,
nada de eso hubiera sucedido. Las cosas hubieran seguido
su curso y Angela en este momento estaría descansando en
paz. ¿Pero qué diferencia hay, en esas ocasiones o esta? Si
de igual manera termina con el mismo trágico final. Solo
que esta vez no es ella quien decide si quiere morir o no.
La cruz de metal, que una vez su madre le regaló como
su primer y último regalo, le comenzó a quemar la piel. La
ropa que llevaba comenzaba a mezclarse con su piel en una
misma.
Angela siguió apretando sus manos contra el caliente
metal de la silla, hasta que la corriente cesó nuevamente.
Su mente ya no soportaba el dolor.
—Eso no lo sé... —respondió con dificultad—. Ella solo nos
da la orden... Y nosotros lo hacemos sin cuestionamientos.
Angela comenzó a temblar por el dolor. Su cuerpo ya
soltaba un hedor a humo y a carne quemada.
—¿También su orden fue matar a Estefany? —inquirió
Cloe, mirando fijamente a Angela.
—Yo no quería... —confesó. Su mente se marchaba de
apoco.
—¡Desgraciada! —exclamó Cloe, dándole una fuerte
bofetada.
Volvió a escupir sangre, esta ver de un color negro,
dejando ver la dentadura que ahora estaba entre roja y
ennegrecida.
—¡Esa perra desgraciada! Nos obliga —comenzó a decir
—. "O mueren ellos o mueres tú. Decide" —dijo en un
intento de imitar la voz de su jefa—. Nunca seré libre...
Nunca me dejará ser libre... —balbuceo.
—¿Quién es ella? —inquirió Cloe, que amenazaba con
subir de nuevo la palanca.
—Ella es...
Las palabras se ahogaron en su garganta. Angela miró su
pecho con incredulidad, un líquido oscuro y espeso salió de
la herida de bala. La sangre se esparcía rápidamente,
manchando a su paso toda su blusa.
Cloe se giró bruscamente hacia el origen del disparo.
Arthur sostenía una pistola que apuntaba directo al corazón
de Angela. Había terminado con su miseria.
—¿¡Qué carajo hiciste, Arthur!? ¿¡Por qué la mataste!? —
gritó Cloe, con desesperación.
El brillo en los ojos de Angela se iba apagando,
convirtiéndose en cenizas, al igual que sus pensamientos y
recuerdos que la ataban a estar con vida. Por mucho tiempo
espero a que llegara ese momento y al fin había llegado.
—Ella no iba a decir nada. Solo nos estaba haciendo
perder el tiempo —respondió Arthur, que guardaba su glock
nuevamente en su funda.
—¿Cómo estás tan seguro de ello? —cuestionó Cloe,
fulminándolo con la mirada.
—Solo basta con echarle un vistazo: es una maldita
original. Además, allá afuera se puede observar cómo varias
luces que provienen de la carretera se dirigen hacia
nosotros. Creo que matarla no es el problema más grave
que tenemos ahora.
Cloe no estaba tan segura de ello. La actitud de Arthur se
le hacía muy sospechosa. Pero si era cierto lo que decía, no
era momento para cuestionar su comportamiento. Había
muchas cosas extrañas que ocurrían.
—¿Cloe?, tu óbito marca que hay varios clones que están
cerca de esta área —gritó Erick, entrando a la bodega con el
libro que tomó de la motocicleta de ella.
Cloe alcanzó a Erick y tomó el libro. El artefacto estaba
loco, las luces comenzaban a cambiar de color rápidamente
de amarillas a rojas, para después volver a ser amarillas y
otra vez a rojas, hasta que el artefacto dejó de pitar para
sólo marcar una sola luz roja en la dirección dónde estaba el
cuerpo sin vida de Angela. Arthur tuvo razón al decir que
era una original, sin embargo, el artefacto la marcó como
una clon hasta el último momento, pero ¿cómo?
No entendía lo que pasaba. Y varias cosas no lograba
comprender o encontrar una explicación lógica, jamás había
visto algo igual. Jamás había visto que alguien pudiera
modificar a los originales para que se convirtieran en
clones, además de los élite. Aunque de una manera menos
eficaz, ya que su sangre no era del mismo color que el de
un ser humano y que el tiempo de la necrosis era mucho
más rápido. Eso comprobó con el original que decidió
suicidarse en su penthouse el día que comenzó toda esa
serie de eventos raros y extraños.
—¿Cloe?, ¿Cloe? —dijo Erick, chasqueando los dedos
frente a su rostro. Sacándola de su enfrascamiento—. ¿Qué
pasa?
—Tenemos varios problemas. Es hora de irnos —repuso
Cloe, dirigiéndose hacia la puerta.
—¿Qué sucederá con el cuerpo de ella? —preguntó Erick,
señalando a Angela.
—Que ellos se encarguen de enterrarla —espetó Cloe.
Teniendo la sospecha de quien fuera que estuviera
experimentando con los originales para convertirlos en
clones, volvería por ella—. Ahora, andando. Tenemos que
irnos antes de que nos alcancen.
Cloe y Erick salieron por la puerta.
Arthur dejó que sus compañeros se adelantaran y caminó
hasta donde estaba Angela.
—¿Sabes?, en otro tiempo me hubiera dolido tu perdida.
Pero ahora solo eras un estorbo para mí, uno que sabía
demasiado, ¿pero que tenía que hacer? ¡Te lo juro, no tenía
opción! ¡Me obligo! Es lo mejor. Soy el único que pudo
purificarte. Ya no volverás a contaminar el mundo con tus
mentiras —le susurró al oído antes de irse—. Nunca más
volverás a mentir.

***

Angela se sentía en paz. Aquel lugar a donde viajaba no


existía la oscuridad o la maldad, solo una luz brillante y
resplandeciente. Un lugar lleno de rosas y flores silvestres.
Su abuela se encontraba en ese lugar.
Los ojos de Angela se cristalizaron cuando la miró con
esa sonrisa gentil, que la calmaba cuando su madre se
convertía en un monstruo.
—¡Mi niña! —Su abuela extendió sus manos y Angela
corrió para abrazarla.
Convirtiéndose en esa niña feliz que era antes de que su
abuela la dejara. Pero ahora no volvería a abandonarla. Se
volvieron a reencontrar y de ahora en adelante no volverían
a separarse.
Angela comenzó a llorar y su abuela le acarició su pelo
cobrizo hasta que el llanto se convirtió en pequeños
sollozos.
—¿Abuela? —preguntó con algo de temor en su voz.
—¿Hum?
—¿Estoy muerta? —musitó con un nudo en su garganta.
—Eres libre, mi niña.
XXXI. Una nueva evidencia

Sasha sostuvo con su mano en el aire las llaves de su


auto, apretando un pequeño botón para que se
desbloqueara y quedará abierto.
—¿A dónde vas con tanta prisa, Elena? —gritó la voz de
una mujer, saliendo detrás de un auto quedando frente a
ellos—. Esto aún no termina, hasta que estés muerta —dijo
mientras cargaba su escopeta y les comenzaba a apuntar.
A Sasha no le sorprendía que ahora todos la llamaran así;
pese a que, a veces se sentía como una impostora al usar
ese nombre y que las personas que usualmente la llamaban
así, eran las que mantenían una relación cercana a Elena,
no le sorprendía en lo más mínimo que ahora todos la
reconocían de esa manera. Llevaba tanto tiempo usando su
identidad que en ciertas ocasiones temía olvidarse de quién
es realmente.
—¿Estefany? ¿Cómo es que estás viva? Te vi y hasta te
lloré —dijo Sasha, sarcásticamente mientras se limpiaba
una lágrima falsa de su mejilla.
—No soy Estefany, estúpida. Soy Tatiana —contestó la
clon, irritada
—¿Así que fueron ustedes los que nos atacaron en mi
piso? —preguntó Arón, que la miró intrigado y sorprendido
por la similitud que tenía con Estefany, salvo por la piel y el
color de ojos.
Tatiana era un tanto más oscura, al igual que sus ojos
negros. Pero fuera de eso, sus rasgos con los demás clones
de su tipo eran idénticos.
—¿Así que tú debes de ser Héctor? —Tatiana lo escudriñó
con una sonrisa burlona y llena de fascinación mientras se
acercaba más—. He oído hablar mucho de ti.
—¿Qué haces aquí? Sabes que está prohibido estar en un
territorio que no es el tuyo —repuso Sasha. Reivindicando
de nuevo la atención hacia ella.
Tatiana volvió de nuevo la mirada hacia Sasha.
—¡Mira quien lo dice! La hipócrita que ha estado viajando
alrededor del mundo sin importarle los acuerdos —
respondió con desdén.
Arón volteó a mirar a Sasha con confusión, a lo que ella
solo se encogió de hombros, sin tampoco entender a lo que
se refería. ¿Acaso Elena había estado haciendo cosas a sus
espaldas? Y sí era así, ¿qué era lo que estaba tramando?
Tatiana jaló del gatillo y dos balas salieron disparadas de
la escopeta en dirección a la falsa Elena y luego otras a la
dirección de Arón.
Sasha se tiró hacia un lado, cubriéndose entre dos autos,
mientras que Arón se cubrió detrás de un Pilar.
Tatiana siguió disparando sobre los cristales del auto,
haciendo que varias esquirlas cayeran sobre el cabello
castaño de Sasha y alrededor de ella. Sasha se arrastró por
debajo del auto que estaba aún intacto, quedando al otro
lado, manteniéndose aún con su pecho pegado al frío
concreto.
Arón se asomó un poco, dejando al descubierto la mitad
de su rostro fuera del pilar. Observó como la pelirroja
sacaba del bolsillo de sus jeans más balas de escopeta y se
detenía cerca del auto donde se encontraba la falsa Elena,
para recargar. Aprovechó que Tatiana se encontraba
distraída y la embistió, tratando de quitarle el arma.
La escopeta cayó a algunos metros de distancia, al
mismo tiempo en que ellos caían y rodaban por el suelo, lo
suficientemente lejos para darle una oportunidad a Sasha
de escapar. Sin embargo, ella también buscaba llegar hasta
la escopeta. Era su única opción si querían salir antes de
que el alboroto hiciera que más clones llegaran hasta ellos.
Mientras Arón y Tatiana luchaban por quien llegaba y
tomaba primero el arma, Sasha caminó a hurtadillas por
detrás de los autos, manteniéndose alejada de la vista de
Tatiana y de Arón, tratando de llegar hasta su auto, dónde
podía tomar un arma de la cajuela.
Arón se subió encima de la pelirroja, sosteniendo sus
muñecas para inmovilizarla, pero Tatiana era más ágil y le
dio una patada al clon llevándolo a unos metros de distancia
en el suelo.
—«Conoces realmente a tu oponente en un combate» —
dijo Tatiana, que se ponía de pie y tomaba de nuevo el arma
—. Esas eran las palabras que me decías, ¿no es así, Arón?
—¿Qué?
Arón se sorprendió por el comentario de la clon. Era la
primera vez que lo llamaban por el nombre que él mismo se
puso y no por el que creían que le pertenecía.
—Por un momento de verdad creí que eras otra persona.
—Sonrió cínicamente. Arón había mordido su anzuelo—. Ni
siquiera te voy a preguntar cómo es que sigues vivo.
Arón apoyó sus manos en el suelo, tomando impulso para
ponerse de pie. Pero el dolor en su costado era aterrador,
era la tercera vez que lo golpeaban en el mismo lugar en
una noche.
Sasha se detuvo en un auto antes de llegar al suyo, al
escuchar la escopeta cargándose. Sin duda eso le dijo que
Arón perdió contra Tatiana y que ahora no tenía el tiempo
suficiente para correr hasta su auto, tomar un arma y
nuevamente correr y salvar a Arón. Necesitaba actuar
rápido si quería que ambos salieran con vida.
—Es obvio que he fallado. Pero no te preocupes, esta vez
lo haré sin errores —Tatiana apretó el gatillo.
Sasha corrió cubriendo a Arón con su cuerpo, recibiendo
las balas en su costado. Cayó al suelo en una fracción de
segundo.
—¡Carajo, eso duele! —masculló Sasha.
Con la descarga de adrenalina que recorrió todo su
cuerpo, Arón reaccionó rápido y antes de que Tatiana
pudiera volver a cargar su arma, tomó a la falsa Elena entre
sus brazos, y corrió llevándola hasta el auto.
—¡No, Elena! ¡Resiste!
—No pienso hacer otra cosa —dijo resollando.
Hizo una mueca de dolor antes de maldecir todo lo que
se le cruzará mientras presionaba con fuerza su costado,
retrasando el sangrado. Arón con gran rapidez encendió el
motor y movió la palanca para comenzar a arrancar,
dejando a la clon ahí.
—¡Espero que se oculten bien, porque los vamos a
encontrar! —gritó Tatiana, que seguía disparando mientras
veía como el auto se perdía de su vista—. Por qué como
disfrutare acabar con ustedes dos.
Tatiana apretó los dientes furiosa por haber permitido
que se fueran, pero eso no la decepcionó del todo. Las balas
que disparó también eran rastreadores, por lo que sabía
dónde se encontrarían en cada momento. Así que no perdió
del todo. Sólo habían ganado un poco de tiempo para que la
caza fuera más divertida para ella.
Se giró sobre sus talones con una gran sonrisa, un tanto
perturbadora y tétrica. Caminó de nuevo hacía su auto,
abriendo la puerta y sentándose en el asiento del
conductor, al mismo tiempo en que sacaba su teléfono y
revisaba el GPS para saber hacia dónde se dirigía Elena y
poder seguirla. Sacó sus llaves de su bolso, pero antes de
que su mano llegará al contacto, una mano le tocó el
hombro. Posó su vista en el retrovisor, observando como
una silueta de un hombre; que no se le veía el rostro, estaba
sentado en los asientos de los pasajeros.
Tragó saliva. De un momento a otro su sangre dejó de
bombear. Miró por encima de su hombro, percatándose de
que la boca de fuego de la pistola apuntaba sobre sus
sienes. Se giró lentamente, su mente en esos momentos
funcionaba con gran rapidez, analizando los desenlaces
dónde saldría victoriosa. Podía intentar arrebatarle el arma y
quitársela mientras que le disparaba con su propia arma.
Mientras la pistola no se movía sobre sus sienes, deslizó
su mano lentamente hasta el compartimiento debajo del
asiento dónde tenía un arma oculta.
—Ni lo intentes muñeca —dijo el hombre clavando otra
arma en su costado.
Tatiana soltó de inmediato el arma y dejó de hacer lo que
tenía planeado.
—¿Tú? —cuestionó al girar su rostro y ver de quien se
trataba—. ¿Sabías que alguien está usurpando tu lugar, no?
Sin duda es una amenaza, si no la exterminas a tiempo.
—¿Sugieres que termine el trabajo que no pudo hacer el
incompetente de Erick y tú?
El hombre sonrió divertido.
—¿Cómo es que…?
—¿Lo sé? —terminó por ella—. ¿Quién crees que fue el
que lo encontró? Un consejito muñeca, antes de irte de la
escena de un crimen, asegúrate de que en realidad este
muerto tu objetivo. Puede que se levante y comience a
caminar.
Tatiana apretó los dientes con tanta fuerza que sintió
como su mandíbula y parte de su cuello comenzaban a
doler. Recordó ese día. Había confabulado con su mensajero
de la muerte Dimitri, para derrocar a Arón como líder y
sustituirlo.
Arón se encontraba en un momento de debilidad y lo
sabía muy bien. Estaba tan distraído en ese momento que
no se dio cuenta de que Tatiana ya sabía que viajaba cada
mes al país dónde se encontraba Elena. Por ello contactó a
Erick, se pusieron de acuerdo para asesinarlo. No preguntó
las razones del clon que la ayudó, no lo necesitaba y mucho
menos le importaban, sí al final iba lograr su objetivo.
—Ese traidor debe morir —dijo con rabia.
—¿Solo por enamorarse? En mi opinión, alguien que
usurpa el lugar de su líder tiene más merecido morir.
—Tenía que hacerlo. Ha roto las reglas de los élite y…
—Shhh… No estoy aquí para escuchar absurdas
explicaciones.
—¿Entonces por qué carajo estás aquí? ¿Buscas vengarte
por ello?
—No buscó venganza. Estoy aquí para dar una
advertencia.
—¿Advertencia? —sonrió descaradamente—. Eres más
patético que Arón, por lo menos él si tiene agallas de hacer
las cosas.
—Lo que tú digas. Sin embargo, la advertencia no es para
ti, sino para los demás —comentó mientras un clic se
escuchaba. La bala había perforado la sien de Tatiana,
volándole los sesos en cuestión de segundos—. Les
demostrarás a todos que es lo que sucede si intentan dañar
a mi Elena.
Cuando se trataba de proteger a Elena, la fiereza que
guardaba dentro brotaba. No ponía un límite de lo que era el
bien o si debía de tener un bajo perfil. Había tenido un
acuerdo hace ya mucho tiempo con Cloe, de que sería su
protector hasta que ya no necesitará más ser su escudo,
pero no la protegía por qué Cloe se pidió, sino más bien por
qué le tenía un inmenso cariño a Elena. Un cariño que se
fue acumulando en su pecho hasta que ya no pudo oprimirlo
más. Hasta que ese cariño se convirtió en otra cosa. En otro
fin. En un sentimiento fuerte que lo impulsó a tomar otra
propuesta. Una dónde no lastimaría a Elena y saldrían
ambos beneficiados.
Por esa misma razón no hizo ningún ruido mientras
estaba en el acecho, observando desde la oscuridad como
alguien más ocupaba su lugar. Esperando el momento
correcto para salir y hacer una entrada despampanante.
Dándole el lujo a sus enemigos de observar cómo desde un
principio estaban equivocados y que jamás fueron más
listos al pensar que el que se había ido con la clon, era él.
Tomó un garrafón de gasolina y comenzó a verter el
líquido amarillo vibrante por los asientos, empapado a la
mujer que aún no se enfriaba por completo, luego tomó el
móvil de la mano de la chica y salió del auto, dejando un
rastro de gasolina hasta una distancia prudente donde
podría encender el líquido flamante sin salir perjudicado.
Revisó el GPS y la ubicación hacia donde se dirigía Sasha
y Arón, para después arrojarlo al suelo y aplastarlo con sus
botas militares. Sacó un encendedor color plata del bolsillo
de su chaqueta, lo encendió y lo arrojó al rastro de gasolina.
La llama se extendió en un azul vibrante, propagándose
hasta el auto, que en pocos minutos estalló en llamas. El
ardiente fuego se reflejó en el rostro del pelinegro, quien
expresaba gusto y fascinación por la destrucción y el caos.
El clon caminó saliendo del estacionamiento hasta la
entrada enorme de cristal del edificio, habían llegado los del
periódico, televisoras, entre otros medios. El clon se adentró
al vestíbulo cabizbajo, cubriendo su rostro con los bordes de
su capucha, mientras esquivaba a los reporteros y
bomberos que salían de ahí. El pelinegro escuchó murmurar
a unos de los bomberos diciéndole a otro que el incendio
aparentemente fue provocado y que eso necesitaba saberlo
las autoridades. Ya que él o la que provocó el incendio
quería ocultar una escena de un crimen.
Héctor subió por las escaleras, escabulléndose a lo que
era su antiguo departamento, entró por la puerta como si
nada. Entre escombros y cenizas logró llegar a un closet que
estaba cerca de su habitación, en donde dormía Arón. Quitó
varias tablas del pequeño cuarto, dejando ver una puerta de
acero con tecnología de punta. Pasó su ojo por un escáner
de iris y de inmediato la puerta se abrió. Era un cuarto
repleto de investigaciones y fotografías sobre los clones,
sobre cada grupo que existía alrededor del mundo, ubicadas
en una pared con algunos hilos que las unían en una
especie de mapa. Algunas de ellas que estaban sobre un
escritorio, eran exclusivamente de Cloe y los chicos. Había
tantos datos sobre los clones, fechas, lugares recurrentes,
intereses amorosos, toda una investigación exhaustiva y
profunda sobre cada clon de la región y del mundo entero,
pero, sobre todo, de sus compañeros. Héctor hizo esa
investigación mucho antes de que la usurpación de
identidades comenzará. ¿Acaso sería él el de la mente
maestra que estuvo involucrada en aquella emboscada? ¿O
todo lo que detonó desde su desaparición?
El clon sacó una pequeña caja de herramientas de un
compartimiento de la habitación, se colocó unos guantes de
látex y cubriendo sus botas con un plástico, comenzó a
borrar toda evidencia que los llevará a su farsante. Borró
huellas y signos de pelea. Cuando acabó con el
departamento de Arón, se dirigió al departamento de Elena,
para hacer lo mismo. Borró todo rastro de Sasha y lo que
quedaba de Elena. Aún no le convenía que el público se
diera cuenta de la existencia de los clones y mucho menos
que Elena no era la que habitó el departamento todo ese
tiempo. Se encargó de que el lugar en realidad pareciera un
accidente.
Al terminar salió por la puerta dirigiéndose al elevador,
en el cuál se cruzó con los forenses y el detective Díaz.
Antes de que las puertas se cerrarán y el clon oprimiera el
botón a la planta baja, le hizo una señal sutil al detective,
dándole a entender que ya todo estaba listo.
Bajó de nuevo hasta el vestíbulo, salió por la puerta
caminando a unas cuantas cuadras lejos de ahí, subiendo
de nuevo a su auto dónde lo había dejado aparcado.
Término frente a la fachada de la casa de Arthur. Con
algunos instrumentos logró abrir la cerradura de la puerta,
se adentró a pasó firme hasta la cocina.
—Cómo extrañaba volver de nuevo al ruedo —dijo Héctor
con una sonrisa ladina mientras empujaba el refrigerador.
Bajó por las escaleras y caminó hasta dónde Angela soltó
el teléfono ocultó. Lo tomó junto con la fotografía de los
clones y salió de ahí, dejando intacto todo, como si ni
siquiera hubiera estado ahí.
Antes de subir al auto, mandó un último mensaje desde
el teléfono de Angela:
Listo, he borrado toda evidencia, sólo hay que
esperar a que todo siga su curso.
XXXII. Memoria

Arón presionó con fuerza el acelerador mientras


avanzaban con gran rapidez por la autopista noventa y seis.
Movía bruscamente el volante esquivando a varios autos
que se le cruzaban en la autopista. El pánico comenzaba
adentrarse en él y eso se mostraba en la forma que
rechinaban sus dientes y en la rapidez que tomaba la
palanca para cambiar de velocidades.
En cuestión de segundos se encontraban fuera de la
ciudad. Arón salió de la autopista y tomó como alternativa
una carretera que estaba cerca del océano. Si los estaban
siguiendo, se encargaría de que no siguieran su pista con
facilidad.
La angustia comenzaba a invadirlo, el pasajero que
llevaba en el copiloto se desangraba con velocidad y para
causarle más presión era la chica de la cuál comenzaba a
enamorarse.
—¡Maldita sea!... Arruinaré los asientos de mi Ferrari —
balbuceó la falsa Elena en un hilo de voz. Tenía la frente
perlada de gotas de sudor. Comenzó a temblar, a pesar de
que el auto contaba con calefacción.
—¿Eso es lo que te preocupa ahora? ¡Unos malditos
asientos! —cuestionó Arón, tratando de no perder el control.
Ella lo volvió a mirar de soslayo, sopesando la mirada
cargada de frustración que tenía el clon.
—¡Claro!... Me costó mucho como… para que se arruinara
en una semana.
Pequeñas gotas caían por el parabrisas, el frío que
empezaba hacer afuera del auto empañaron los vidrios
dejando incapaz de ver a Arón.
Arón presionó con fuerza el freno, quemando los
neumáticos traseros mientras el auto paraba en seco.
Aparcó cerca de la orilla del océano. La brisa del mar y las
fuertes olas que luchaban para abrirse paso por la arena, no
le fueron de gran ayuda para acentuar el manojo de nervios
que tenía su estómago.
—Necesitas ir a un hospital, pero no puedo con este
clima —golpeó con fuerza el volante, pasando con
frustración la mano por su cabello.
—Al hospital no… —dijo Sasha, que daba un gran trago
de saliva y luchaba por no dormirse, a pesar de que le
estaba dando demasiado sueño— ...Hay una cabaña cerca
de aquí... Como a unos dos kilómetros… ahí estaré bien.
Arón respiró hondo, cerró los ojos un momento para
tranquilizarse. Si quería ayudar a Sasha, la mejor manera de
hacerlo era manteniéndose relajado, aunque los nervios no
querían desaparecer. Luego de un momento volvió a
encender el auto. Presionó el pedal del acelerador hasta el
fondo, sin dejar escapar un segundo más.
La tormenta comenzaba a ser más fuerte y el clima
estaba empeorando.
Arón aparcó el auto lo más cerca posible de la entrada de
la cabaña, que se encontraba en medio del bosque. Abrió la
puerta del copiloto, tomó entre sus brazos a Sasha, y la
llevó hacia la puerta. Las gotas traqueteaban su espalda,
heladas.
—¡Maldita sea! ¡Está cerrada!
Los nervios de Arón estaban a tope.
—No te preocupes… —dijo Sasha, resollando—, pasa tu
ojo… por el escáner que… aparecerá frente a tus ojos.
Arón hizo lo que le pidió la clon y se acercó, suplicando
que la puerta se abriera. Sasha estaba pálida, sus labios
estaban descoloridos. A pesar de ser una clon modificada
genéticamente para soportar el dolor o una herida en un
mayor tiempo que el de un humano normal. Le quedaba
poco tiempo para que su cuerpo entrará en estado de
regeneración y quedará inconsciente hasta que se curará
sólo por completo.
Instintivamente al notar una presencia, una voz robótica
se escuchó.
—Identifíquese —habló la computadora de la cerradura,
pasando el escáner de iris por el ojo de Arón—. Afirmativo.
Sea bienvenido señor Arón —anunció la computadora,
abriendo la puerta de la cabaña.
—Déjame aquí en el sofá —pidió en un hilo de voz—. En
el piso de arriba, en el baño está… un botiquín de primeros
auxilios… Necesito que… Me lo traigas para sacarme estas
malditas balas.
Arón la dejó suavemente en el sofá mientras corría al
piso de arriba en busca del botiquín.
Sasha, que apenas podía respirar con gran dificultad,
rompió la tela de su blusa como pudo y expuso su abdomen.
Si no hubiera sido lo suficientemente rápida, el disparo de
aquella escopeta le hubiera destrozado por completo sus
órganos, por fortuna sólo era un pequeño rasguño, nada
que no se pudiera reparar con algo de alcohol y sutura,
¿verdad?
Gracias a sus genes de una clon modificada, su cuerpo
podía regenerarse y curarse casi al instante, por lo que no le
preocupaba morir. Era raro que un clon muriera con tanta
facilidad, ya que no era un simple humano. Para ello tenían
que estar demasiado vulnerables, someterlos a alguna
especie de procedimiento extremo o en algunos casos
dispararles y sin fallar en algún lugar vital. No obstante, lo
que le preocupaba realmente era entrar en estado de
regeneración, porque eso implicaba estar vulnerable y
ahora mismo lo que menos necesitaba era eso. Necesitaba
estar despierta para protegerlo, porque no le serviría de
nada dejar a un clon sin memoria y desarmado. Eso solo
significaba muerte segura.
Arón tardó un momento en encontrar el cuarto del baño.
Divisó todo el lugar en busca de lo que para él era un
botiquín, por lógica buscó en el pequeño mueble de cajones
que estaba cerca del estante de las toallas.
Antes de poder tomar el estuche cuadrado de color
blanco con una Cruz roja en el centro. Los recuerdos
emergieron de su mente. Bombardeando con toda clase de
recuerdos. Uno tras otro. Ya no eran fragmentos a medias y
fuera de contexto, o recuerdos borrosos, sino todo lo
contrario. Eran bastantes claros, vividos, como para poner
toda la vida de Arón cuesta arriba.
Se tiró al suelo apoyando sus rodillas en la alfombra
aterciopelada de color gris, mientras acunaba la cabeza en
sus manos. Las palpitaciones de su corazón le retumbaban
en las sienes. Sentimientos encontrados se incrustaron en
su pecho. Todo tipo de emociones lo acorralaban, como una
especie de daga que daba constantes vueltas en su
corazón. Su boca se comenzó a secar, no sabía cómo
actuar, sólo se quedó ahí en silencio con la mirada fija en la
alfombra, los recuerdos acribillaron de golpe, retumbando
su mente. Desde los más viejos hasta los más recientes.
Cerró los ojos tratando de unir las piezas y poner en orden
todo.
Después de varios minutos, las memorias cesaron. Era
algo nuevo. Esta vez no se marcharon, sino que llegaron
para quedarse y llenar esos huecos que tenía su mente.
Se levantó de nuevo, algo agitado, se limpió las lágrimas
que abrieron camino por sus mejillas. Tomó de nuevo el
botiquín y se dispuso a salir de ahí lo más rápido posible,
había perdido tiempo estando ahí, tratando de controlarse.
Un tiempo que tal vez era vital para Sasha.
Mientras caminaba por el pasillo hasta las escaleras,
respiró aliviado, relajando su rostro y parte de sus músculos.
Por primera vez en largo tiempo ya no tenía la necesidad de
saber sobre él, puesto que ahora recordaba todo,
comprendía y entendía a la perfección la razón por la cual
se encontraba ahora en esa cabaña. Ya no tenía necesidad
de cuestionarse nada. Ya no más.
Cuando estaba apuntó de bajar el último peldaño, miró
en dirección a la sala de estar, dónde se encontraba Sasha,
recostada. Ahora recordaba quién era realmente.
Su rostro se tornó serio, necesitaba estar firme y
controlado, ahora mismo la situación ameritaba que los dos
tuvieran la mente fría.
De caminó a ella, decidió seguir con el papel que su
secuaz le había otorgado: el de un original con amnesia. No
revelaría su identidad, su verdadera identidad a Sasha. No
hasta que tuviera la certeza de que realmente era el
momento. Mientras tanto seguiría fingiendo y engañando a
los chicos, aunque no sería por mucho.
La bomba está a punto de explotar.
XXXIII. Recuerdo

—Aquí está el botiquín —dijo Arón, que llegaba hasta


Sasha.
Puso el pequeño estuche sobre la mesita de centro.
Apartando un pequeño jarrón con algunas flores artificiales
que ahí estaban como adorno, tratando de abrir espacio.
La sangre seguía brotando del costado de la clon, como si
de una llave abierta se tratará.
—¿Por qué has tardado tanto? —inquirió con algunas
muecas de dolor reflejadas en su rostro color miel.
Aron fijó su mirada en un punto indefinido por encima de
la cabeza de Sasha, pensativo. Incapaz de responder la
verdadera razón de su retraso, pero, sobre todo, incapaz de
sostenerle la mirada a Sasha. Si tan solo lo miraba, rápido
descubriría que ya ha recuperado la memoria. Y ahora
quería seguir manteniendo la farsa un poco más de tiempo.
—Hay que desinfectar los instrumentos que necesito para
curarme la herida —continuó Sasha, deslizándose
suavemente por el sofá hasta quedar casi por completo
acostada.
Arón se acercó a la estufa. Encendió uno de los
quemadores y en una olla colocó los instrumentos que
necesitarían. Tenían primero que desinfectarse para
después proceder hacer la extracción de las balas. Caminó
hasta el lavamanos del baño de visitas y se lavó las manos
hasta los codos, siguiendo el procedimiento que haría un
cirujano en esas circunstancias.
Después de que los instrumentos habían hervido, Arón
los llevó hasta Sasha, que trataba de no moverse, ya que
cualquier pequeño movimiento le causaba un dolor
indescriptible.
Pequeñas gotas de sudor le adornaban la frente.
Tomó un bisturí, que difícilmente pudo sostener, le
temblaba frenéticamente la mano.
—Ya lo hago yo —dijo Arón, tomando una botella de
alcohol.
Ahora que ya recordaba todo, sabía con gran certeza que
su profesión alterna era la de un gran médico cirujano, por
lo cual podía hacer esto fácilmente.
El frío líquido transparente tocó la piel cálida de la
castaña, deslizándose por su abdomen, deslavando un poco
de sangre de la herida. Sasha apretó los dientes mientras
maldecía y decía algunas profanidades para sus adentros.
—¡Demonios! —masculló la clon que clavaba las uñas en
sus manos. El dolor la sobrepasaba.
Tenía tantas ganas de golpear al clon en ese momento,
no era el culpable de lo que le pasaba, pero quería hacerlo
por no haber vertido el alcohol cuidadosa o sutilmente.
Dio varios soplidos antes de volver a tomar fuerza. Una
fuerza que no sabía que tenía y que ahora mismo se
apoderaba de todo de ella. Tenía que estar preparada a lo
que se venía, la extracción de las balas sabía que era un
dolor aún más intenso, tan sólo por el hecho de que no
poseían anestesia para adormilar la zona, así que todo sería
a flor de piel.
Arón miró un momento a Sasha, antes de pasar el bisturí
por su piel morena, rasgándola lentamente. La clon tenía los
ojos cerrados. Respiraba entrecortado, tratando de
tranquilizar sus nervios
Arón tomó unas tenazas ya desinfectadas con
anterioridad y abrió lentamente su piel en dos extremos.
Tomó otras pinzas y la articulación de su muñeca inició
lentamente la rotación de su mano. Sacó cinco pequeñas
bolas de plomo de su costado y las dejó en una pequeña
bandeja de metal con agua. Lo que había sido una sala de
estar, ahora se convirtió en un quirófano improvisado.
Tomó algunas gasas del botiquín, para parar el sangrado,
agarró una aguja, le quemó la punta con el encendedor que
tenía guardado en uno de sus bolsillos, no sabía en qué
momento lo recuperó o si siempre lo había tenido, pero en
esos momentos era de gran importancia que lo llevará
consigo. Insertó el hilo y comenzó a suturar una pequeña
línea de puntadas, tan perfectas que podría estar seguro de
que en algunos meses ni siquiera quedaría rastro de una
cicatriz.
Con una venda envolvió lentamente y con mucho
cuidado el abdomen de Sasha y dio por terminada la
operación, no antes de administrarle algunos antisépticos
sobre la piel y algunos antibióticos orales.
—No creí que poseyeras esas habilidades —admitió
Sasha con la voz estrangulada, que estaba asombrada por
el gran trabajo que logró su compañero.
—Y eso que aún no te muestro de lo que soy capaz —le
guiño un ojo al mismo tiempo en que la tomaba entre sus
brazos y la llevaba por las escaleras hasta la recámara
principal.
Sasha trago duró al imaginarse algunas cosas un poco
indiscretas, nada fuera de este mundo, pero sí que la
llevarían a tocar el cielo. Sentía como sus mejillas ardían,
apoyó su cabeza en el pecho de Arón, tratando de ocultar
sus nervios.
—Me sorprende que ahora mismo no te cuestiones nada.
Sé que Cloe te explico a detalle todo, pero en tu rostro no
veo ni siquiera una pizca de sorpresa o curiosidad —
comentó Sasha mientras rodeaba con más fuerza el cuello
del clon con sus brazos—. Lo digo por qué ahora que todo se
está complicado, me doy cuenta de que las cosas no son lo
que parecen, todo está ligado a mis orígenes; eso es
evidente, no soy una estúpida. —Soltó una risa triste para
después ver fijamente a los ojos del clon, que la miraban
con cierto asombro—. Toda mi vida está llena de secretos
que ni yo misma me he dado cuenta de que existen. Es uno
de esos momentos de tu vida, donde te cuestionas todo y
dejas de creer en varias cosas. Te preguntas si todo lo que
te han enseñado o todo lo que tú creías que está bien,
ahora es un pedazo de mierda en el cosmos.
Arón no pudo evitar sonreír al escuchar lo último,
dibujando una sonrisa sexi en sus labios.
—¿Quién dijo que no me cuestionó las cosas? Lo hago,
aunque algunas veces es mejor creer lo que estás viendo
delante de tus ojos.
—¿A qué te refieres? —preguntó fingiendo inocencia.
Sabía la respuesta, era muy lista para leer entre líneas. Y
aún más, su profesión como psicóloga le ayudaba a ver esos
detalles ocultos.
En un momento como ese, cualquiera pensaría en sólo
descansar, ya era tarde, estaba a punto de amanecer. Pero
ellos no eran cualquiera, se podía sentir la tensión cada vez
que los dos se encontraban cerca, el ambiente apretaba el
aire haciéndolo un poco más caluroso.
—No, nada olvídalo —respondió dejándola suavemente
en el colchón—. Es mejor que descanses —sugirió mientras
se acercaba al marco de la puerta y salía de la habitación.
Arón quería comérsela a besos. Recorrer sus labios por
cada centímetro cúbico de su piel, descubrir de nuevo esos
rincones de su piel que sus ojos ya habían olvidado cómo
lucían. Pero sabía que aún seguía siendo un momento
inoportuno. Si Sasha hacía cualquier movimiento brusco,
cabía la posibilidad de que se rompieran las puntadas que le
hizo y que volviera a tener sangrado o peor aún, un
sangrado interno. Como médico tenía que ser estricto y
guardar el control. Ella tenía que permanecer en reposo.
Aunque eso no le quitaba el poder de recordar cómo fue
la última vez que pasaron la noche juntos. Ella debajo de él,
envolviéndolo con sus piernas alrededor de sus estrechas
caderas que se movían continuamente de atrás para
adelante, al mismo tiempo en que los besos húmedos de
ella quedaban como un tatuaje impreso por todo su cuello,
pecho y torso.
También recordaba cómo era sentir el placer de estar
vivo cuando estaba dentro de ella, o como cuando gemía su
nombre en su oído y la hacía que levemente sonriera, para
luego posar sus labios con los de ella formando un beso
apasionado. Interminable. Insaciable. Terminando entre
jadeos encima uno del otro, aún Arón, posando sus labios
sobre la piel cálida de ella, dejando leves besos en su cuello
y pecho. Para después terminar viéndose profundamente,
mientras que él apartaba el pelo de ella y lo ponía detrás de
su oreja, y ella lo miraba con una gran sonrisa de
satisfacción.
Eso lo hacía estremecer, lo hacía convertirse en un lobo
feroz que quería de nuevo a su presa, aunque para nada
Sasha era una presa. Todo lo contrario. Era una experta en
ser una depredadora de alto rango, que cautivaba a
cualquiera con su mirada, como hizo con él hace meses
atrás. —Diecinueve meses atrás para ser precisos—.
Era una fiesta, —supuestamente—, de beneficencia,
camuflada así para no levantar sospechas del por qué varios
funcionarios del gobierno de todo el mundo y personajes
muy importantes se encontraban todos en un mismo lugar y
sobre todo para dar una explicación razonable del por qué
todos ellos tenían un rostro igual.
La había visto ahí en una mesa, con un vestido entallado
de color dorado con destellos de color rojo, tenía una copa
de vino en su mano que lucía unas impecables uñas color
negro. Tan sólo verla por un segundo ya estaba cautivado,
no solo por su belleza inigualable, sino, por la curiosidad
que crecía en él. Jamás vió en su vida y tan rápido la vio
supo que no era una clon, por lo cuál no tardó mucho en
darse cuenta de que tenía ante sus ojos al proyecto X o eso
es lo que él pensaba. Se acercó a ella primeramente con la
intención de acabar con todo rastro de su existencia, antes
de que arruinara lo que hoy conocía su realidad. Sabía que
era más especial de lo que los libros de los élite contaban,
pero en cuanto cruzó palabra con ella, se estropeó todo plan
que tenía, haciendo que se enamorara perdidamente.
¿Amor a primera vista? Tal vez.
La comenzó a tratar y un día quedó completamente
babeando por Sasha, incluso viajando a kilómetros de
distancia a escondidas para verla o rompiendo el acuerdo
que los clones tenían. El cuál consistía en que jamás ningún
clon de otro tipo podía estar en el mismo lugar que no fuera
en el que estaba su grupo, cada uno tenía un territorio, un
país marcado, por lo cual jamás debían de viajar a menos
que fueran en las fiestas que se celebraban cada diez años
o por si el proyecto X lo requería.
Sin darse cuenta el clon que era frío y despiadado sentía
amor por una mujer que específicamente era una clon de
otro grupo. Hizo que su corazón se ablandara y sintiera
compasión, trato de exterminar todo rastro de esos
sentimientos puros y verdaderos que le hacía sentir Sasha,
pero fracasó, el recuerdo de ella. Su voz. Su piel. Su esencia
invadió cada parte de él. Por ello una noche que viajó para
verla, después de haber hecho el amor y de que ella le
dijera que era toda suya, quiso contarle la verdad sobre sus
orígenes, una verdad que en ese momento ¿la destrozó? ¿La
enfadó? Todo lo contrario, ella ya lo sabía. Resultó que esa
noche el que se quedó sorprendido fue él al escuchar su
verdad. Desde ese día sus vidas dieron un giró, uno que no
tenían previsto. Sus amigos la habían engañado para
beneficiarse con su muerte, que algún día, más temprano
que tarde, llegaría.
Arón llegó hasta la puerta de la cabaña, salió a tomar el
aire fresco que el bosque le brindaba. Tomó el pomo de la
puerta, le dio un giró y al abrirla una brisa chocó en sus
mejillas, que ardían al ser contacto con el aire, se sentía un
poco de frío a comparación de estar dentro de la cabaña.
Sacó un cigarrillo de su chaqueta. Acunó sus manos para
encender el cigarro con el encendedor que guardó con
anterioridad en su bolsillo. Lo giró y en el brillante metal de
éste, tenía grabado en letra cursiva “Con cariño, E”. Esas
palabras lo transportaron al momento en que se lo habían
regalado. Unos meses atrás de haber perdido la memoria y
haber despertado desorientado en su bar. Era su
cumpleaños número, —la verdad que ya es innecesaria la
cuenta—, sólo algunos amigos cercanos celebraban junto a
él. Cuando recibió el regalo no pudo evitar sonreír. Era un
regalo irónico, ya que en sí no le pertenecía a él. Pero debía
tener una réplica al momento de hacerse pasar por Héctor.
Un pequeño hilo de humo se podía ver desde el cigarrillo.
—¿Por qué no sales? Sé que has estado aquí hace un
buen rato —dijo Arón soltando el espeso humo que contenía
dentro de su boca.
Una silueta que fue reflejada por la luz de la luna se dejó
ver, era Héctor que salía desde la oscuridad.
—Veo que ya recuerdas todo, ¿no es así?
—Así es, apenas hace algunas horas —admitió Arón,
ofreciéndole el cigarrillo al pelinegro—. ¿Qué te trae por
aquí? —inquirió metiendo sus manos a los bolsillos de su
chaqueta para después recargarse en la pared de ladrillos.
—Bueno —hizo una pequeña pausa, dándole una calada
al cigarrillo que estaba apuntó de terminarse. Lo dejó caer y
lo pisó con su bota, apagándolo—. Digamos que quiero
saber cómo se encuentra.
—Nada que no pueda superar, es bastante fuerte y sabes
que, con nuestras habilidades, para mañana ya no tendrá
ningún rasguño.
—Perfecto, todo va conforme a lo planeado —una sonrisa
a labios cerrados se dibujó en el rostro de Héctor—. Bueno,
también he venido para informarte que ya está todo listo.
—¿Cómo es que supiste que ya había recuperado mi
memoria?
—Fácil. Desde que perdiste tu memoria no te detuviste ni
un segundo para fumar y ahora que recuerdas todo, rápido
buscaste un cigarrillo. —Héctor lo miró con una sonrisa de
lado llena de suficiencia—. Además, por favor, estás en
presencia del mejor espía de todos.
—¿Los demás sospechan de algo? —repuso Arón,
cambiando el tema. Odiaba que tuviera razón y fuera
bastante bueno con los detalles, por ello su jefa le otorgó el
papel de mover los hilos desde detrás del telón.
—Para nada. Están demasiado ocupados despistando a
los otros clones. Me he encargado de que sea así, lleve a los
clones hasta ellos, así que por un buen rato estarán
ocupados y nos dejarán hacer nuestro trabajo.
—¿Ha llegado el momento?
—Así es. Ha llegado el momento de intercambiar los
papeles.
XXXIV. Despiste

—¿Dónde está, Elena? —cuestionó Cloe, mientras se


acercaba a su moto Naked y analizaba el extenso campo
lleno de prados y la negrura de las nubes que se acercaban
a paso veloz.
—No lo sé. Pero creo que esto te puede dar una
respuesta —contestó Arthur, quien estaba recargado en su
harley comiéndose una bolsa de frituras. Estiró su brazo
hacia Cloe y le entregó su teléfono, el cual tenía en su
pantalla una noticia que había salido hace apenas media
hora.
La chica delgada le arrebató el teléfono con rudeza y algo
de confusión en su rostro. No podía creer que a pesar de
que en estos momentos cientos de personas iban tras ellos
y de que también tenían dentro de una bodega a la asesina
de su hermana, Arthur estaba tan despreocupado.
La nota periodística decía lo siguiente:
"Dos departamentos del décimo piso del gran edificio
Rouse estallaron en llamas hace apenas unos minutos. Los
bomberos reportan que el incendio fue provocado y tiene
origen en el departamento de la señorita Elena García.
Hasta ahora sólo se han reportado diez civiles muertos
en el corredor de ese departamento y el de al lado, que
lamentablemente corrieron con el trágico y desafortunado
momento de que cuando pasaban por ahí, la bomba detonó.
Aún no se encuentran rastros de los dueños,
responsables de los departamentos, algunos confirman que
observaron cómo una mujer y un hombre se fugaban
cuando pasó el accidente y aseguran que posiblemente
sean los dueños. Otros afirman que son uno de los diez
civiles irreconocibles a causa de las llamas, hallados sin vida
en la escena.
Ahora sólo queda esperar a que las autoridades
policiacas investiguen el lugar y den su declaración, al igual
que se investiguen los restos de los civiles y los forenses
nos den una nota."
—¡Mierda! —exclamó Cloe, frotando su cabellera a modo
de frustración mientras le regresaba su teléfono a Arthur.
—¿Qué ocurre? —preguntó Erick, que apenas cerraba la
puerta metálica de la bodega con una gruesa cadena y un
gigantesco candado.
—Qué ahora todo se complicó —comentó Arthur,
llevándose una papa frita a la boca.
—¿A qué te refieres? —preguntó Erick, con el ceño
fruncido.
—A que no sólo ahora mismo vienen tras nosotros. Ya
fueron detrás de Elena. Ya la encontraron y no descansarán
hasta obtenerla. Y para colmó, Elena, no fue nada sutil. Hizo
explotar su departamento —repuso Cloe, encendiendo el
motor de su Naked.
—¡De verdad! Jamás me imaginé que Elena, sería capaz
de hacer semejante cosa. ¡Explotar su departamento para
huir ya es otro nivel! —confesó Erick, con las dos cejas
levantadas.
—No hay tiempo para celebrar, ahora tenemos que
distraer a los clones que se dirigen hacia acá —señaló
Arthur, a las luces que cada vez se acercaban más a ellos.
Arthur encendió su Harley haciendo un estruendoso ruido
al comenzar a acelerar. Erick quemó la llanta al acelerar en
su moto Suzuki. Todos condujeron por el caminó de tierra,
tomando la otra dirección que tenían planeada. Sabían que
el primer lugar a donde se dirigían después de encontrar el
cadáver de Angela, en la bodega, sería a los respectivos
lugares de vivienda de cada uno.
El sonido de los motores hacía eco por la carretera
solitaria que llevaba hasta la ciudad. Las motos de los
chicos se movían a gran velocidad en dirección a los
grandes edificios de cristales que resaltaba en esos cientos
de luces que alumbraban en la oscuridad.
La negrura de la noche se apodera del tiempo. De la
situación. Las nubes que tapaban la luna le daban un toque
de misterio y terror al momento.
El viento soplaba en la cabellera de Cloe haciéndolo
elevar algunos centímetros sobre sus hombros. Ni siquiera
el frío hacía que el calor que sentía en sus mejillas
disminuyera, estaba tan enfada de todo y de todos, pero
más con la torpe de la clon llamada Elena.
No sabía el por qué se sentía presionada, pero lo sentía.
Una opresión en su pecho hacía que respirara cada vez más
lento.
«Maldita sea, Elena. ¿Dónde carajos te metiste?».
Sólo podía pensar en eso en estos momentos, mientras
que su mano apretaba más el acelerador de su Naked. Por
culpa del incendio de los departamentos y la imprudencia
de Elena, se habían cambiado sus planes. El pensar en
pasar desapercibida ya no era una opción.
A tan sólo unos días de que la tumba de los élite pudiera
abrirse, todo se desmoronó, en pequeñas migajas de pan,
acertijos que aún faltaba por resolver.
«Maldita sea, Elena», volvió a decir para sus adentros,
realmente estaba furiosa, ahora todos, si no sabían de su
ubicación, lo sabrían con el gran espectáculo que la prensa
se encargó de hacer.
Una tormenta fuerte se dejó caer encima de los chicos
comenzándolos a empapar. Rayos y truenos acompañaban a
las grandes nubes grisáceas cargadas de agua. De pronto el
frío colapsó, dejando ver una neblina densa, difícil de ver
atrás vez de ella.
No sólo se complicaron las cosas desde que una
misteriosa persona iba detrás de ellos, con una intención
que aún no descubría, sino que ahora todos los clones
alrededor del mundo junto con sus mensajeros de la muerte
habían formado alianzas para ir por ellos, sobre todo por
Elena. Parecía que la vida y el destino en ese momento
estaban en su contra. Jugándoles sucio.
Ahora mismo el clima tampoco los ayudaba a escapar. Un
movimiento en falso y se podían resbalar por el asfalto
cubierto de agua, estrellándose contra un árbol que se
encontrara cerca.
Sin embargo, el riesgo de que los clones se acercaran a
ellos cada vez más, le inquietaba. No le importaba
estrellarse si eso hacía que pudieran librarse ahora de la
situación. De igual manera iban a morir en los dos casos,
pero no iba a permitir en darles el gusto a esos escuálidos
seres, que se creían dioses por el simple hecho de ser
inhumanamente ágiles, inteligentes y tenaces. Era un riesgo
que no se permitían correr, no sólo estaba en juego sus
vidas, si no el de toda la humanidad.
—¡Por ahí! —señaló Arthur en dirección a un puente viejo
y pequeño que se miraba a lo lejos, sobre un camino de
tierra que parecía conducir a un pueblo—. ¡Rápido! —
vociferó, acelerando hacía el puente, cruzando algunos
surcos de tierra que se habían formado con el tiempo. Un
poco difíciles de pasar por la lluvia.
Cloe y Erick, se vieron mutuamente, asintiendo.
Siguiendo a Arthur, que batallaba un poco por el mar de
lodo que pasaba bajo sus pies. Cloe fue un poco más
inteligente y se bajó de su moto, dejando caer sus botas de
suela gruesa sobre un charco, llenándose de lodo. Tomó el
acelerador y con la fuerza de sus manos y pies comenzó a
avanzar entre el lodo y el pasto.
Los chicos hicieron lo mismo, en pocos minutos ya
estaban debajo del puente. Un puente que se utilizó desde
el principio como un pase por arriba de un gran arrolló. Que
ahora mismo el agua casi por completo lo consumía. La
fuerte lluvia no cesaba, era difícil quedarse ahí. Así que sólo
dejaron las motos tiradas en el suelo, mientras que ellos se
escondían detrás de unos arbustos, pecho-tierra. En
silencio.
La incertidumbre de lo que podría pasar esa noche era
abrumadora.
Unas camionetas cerradas de seis cilindros, todo terreno,
se aparcaron cerca de ahí, a la mitad de la carretera.
Un hombre rubio y de ojos azules, que tenía acento ruso
se bajó de una de las camionetas, observando un artefacto
que tenía en sus manos. Era el libro de los mensajeros de la
muerte.
—¡Diablos! —masculló Cloe, al ver que se trataba de
Dimitri, el segundo mensajero más fuerte de su raza.
La pregunta de si también le estaba fallando su libro para
que ahora no pudieran encontrarlos, llegó a su mente,
deseando que la respuesta fuera un sí.
«Eres patética. Le dijo una vocecilla en su mente. ¡Mira
en lo que te has convertido!».
Si en unos meses atrás le hubieran dicho que ahora
estaría en el suelo recostada sobre su pecho, escondiéndose
de los clones, porque ahora ellos en los que serían cazados.
Se hubiera reído a grandes carcajadas, descaradamente
enfrente del que le dijera semejante barbaridad. Ni siquiera
se prestaría un momento para pensar que eso sería posible.
Ella, la mensajera de la muerte, la más fuerte de su raza. La
cuál le otorgaron el trabajo más difícil de todos. Y también
la única en que confiaron los élite para otorgarles a la única
clon de la cuál no hay registros, no a simple vista.
Viéndose en una situación así ahora era deplorable para
su dignidad y orgullo.
—¿Dimitri? —llamó uno de los clones.
—¿Sí? —Contestó el hombre alto y delgado, sin apartar
su vista del libro, mirando minuciosamente cada detalle que
le plantaba el artefacto.
—Ha surgido otro problema.
Los chicos agudizaron más sus oídos. Tratando de poder
escuchar a través de la lluvia, la conversación.
—¿Y es? —inquirió Dimitri, que levantó su mirada
despacio hacía el clon, con su cara sin ninguna emoción, fría
e indescifrable.
—Han encontrado a Tatiana muerta en el
estacionamiento de un edificio y algunos clones con balas
atravesadas por todo su cuerpo —el mensajero no respondió
nada, sólo volvió a bajar su mirada al libro, para después
cerrarlo y volver a elevar su vista al clon que estaba justo
frente a él. El clon trago grueso y prosiguió—. Ya nos hemos
encargado de desaparecer los cuerpos, para no levantar
sospechas.
—¿Y ese es el problema?
—No, señor —el chico volvió a tragar saliva, realmente le
intimidaba—. Hemos perdido el rastro de la clon y su
acompañante.
Al oír las palabras salir de la boca del clon, Cloe no pudo
evitar sentir un poco de alivio, después de todo había
subestimado a Elena, como para pensar que no se libraría
de ellos.
—¿Y se supone que tengo que hacer todo el trabajo?
¿Qué esperas? ¡Vayan tras ellos!
—¿Usted se va a quedar aquí, señor?
Dimitri exhalo exasperado.
—¿Tengo que darte explicaciones?
Dimitri odiaba que le cuestionaran sobre sus decisiones y
sobre todo si esos cuestionamientos venían de un clon que
no pertenecía a su grupo. Porque si así fuera, ya los abría
colgado desde un puente. Todos sus compañeros sabían
cómo actuaba el mensajero, que ni siquiera necesitaban
explicaciones. Pero como no eran sus compañeros, tenía
que darle una explicación, no provocaría una guerra con el
vínculo tan frágil que había creado con los demás clones, no
después de haber asesinado a los demás mensajeros de la
muerte, convirtiéndose en su líder supremo, después de los
élite. No ahora que aún no conseguía lo que quería. Sus
planes eran fáciles, conseguir abrir la tumba de los élite,
con la ayuda obligatoria de Elena, y ya después se
encargaría de los demás clones.
Dimitri le brindó una falsa sonrisa y prosiguió:
—Bueno, ya que lo preguntas, sí, me tengo que quedar
aquí. La muerte de aquella chica que encontramos en esa
bodega vieja, nos indica que aún no están tan lejos. Su
cuerpo aún está fresco por lo cuál puedo deducir que no
lleva más de media hora muerta. El clima y el radar que me
muestra mi libro, me dicen que aún no hemos perdido del
todo su rastro. —Miró por encima del hombro del clon,
observando a lo lejos un pequeño puente de piedra—. Si por
tu falta de confianza y tu titubeo los perdemos, pagarás los
platos rotos.
—¡Carajo! No recordaba que Dimitri era bueno siguiendo
pistas —volvió a mascullar Cloe, viendo a través de las
pequeñas hojas verdes del arbusto.
Dimitri era uno de los mejores agentes de la Interpol. Se
especializaba en varios ámbitos: patología forense,
criminología, espionaje, entre otras más.
—Bien, señor. Me voy.
El clon obedeció la orden y señaló con su mano hacia una
de las camionetas para que comenzará a moverse, al
mismo tiempo en que él caminaba y se montaba a otra,
dejando sólo al mensajero.
Dimitri volvió a mirar hacia el puente en cuanto las
camionetas dieron marcha.
La lluvia aún seguía cayendo con fuerza, impidiendo ver
más allá del puente. La oscuridad tampoco le ayudaba a sus
ojos del color del mar. Esos ojos que te dejan frío con tan
sólo verlos. Dimitri no era reconocido por su gran sutileza o
carisma.
Metió sus manos en los bolsillos de su pantalón,
analizando cuidadosamente todo el extenso lugar. Agudizó
aún más su sentido del oído, quería escuchar cualquier cosa
que se moviera, inclusive si era el de un corazón palpitando
con tanta fuerza. Caminó con determinación hacia el
puente.
Arthur y Erick estaban muy tranquilos recostados sobre
sus pechos, entreteniéndose por la situación, disfrutando la
sensación de incertidumbre y adrenalina que recorría por
cada parte de su torrente sanguíneo. Menos Cloe, que
sentía como su corazón quería salirse por su pecho.
Comenzó a sentir como la boca se le secaba en cuanto vio
que el mensajero se acercaba a pasó ligero a ellos, dando
grandes zancadas.
Para nada disfrutaba la sensación de sentirse tan
vulnerable, por primera vez pudo comprender lo que
sentían los originales cuando estaban en sus manos. Trago
grueso, parecía que cada pisada de las suelas finas que
daba el mensajero retumbaba como un tambor en su pecho,
un gran sonido. Tum... Tum... Tum.
Y no estaba demás sentirse así, sabía de qué era capaz el
mensajero, no le agradaba la idea de saber que lo conocía
muy bien, pero lo hacía y bastante bien. Había visto con sus
propios ojos, al inicio de los tiempos, como aquel hombre
rubio, alto y bien parecido, que se ocultaba tras una
impecable apariencia y un buen rostro, lo que hacía cuando
nadie le miraba. No se tentaba ni una vez su corazón, si se
trataba del beneficio propio, por ello lo dejó, abandonado
cuando tuvo la primera oportunidad y no porque en ese
momento le tuviera miedo, nunca lo tuvo, ni siquiera ahora.
El miedo que sentía no era por ella, ese sentimiento era
ajeno, no permitiría que la utilizará para obtener lo que
quería.
Pero desde un principio sabía que tarde o temprano
llegaría una situación similar en cuanto los élite le contaron
su verdadera razón de su ausencia. Una de las tantas
razones por las cuáles se alejó de él también, fue el temerle
a lo que ella hacía cada vez que estaban cerca uno del otro.
El mundo ardía alrededor de ellos, no eran la típica pareja,
eran explosivos y asesinos.
Eran monstruos disfrazados de ángeles.
Por ello se había alejado de él en cuanto tuvo la
oportunidad, en cuanto los élite dieron la orden de que
tenían que esparcirse por el mundo a cargo de cuatro
clones.
Por ello se fue sin hacer ninguna réplica, sin ninguna
objeción. Sin saber que ahí sería donde conoció al hombre
que le haría creer que era su alma gemela. Ya que la hacía
centrarse en su verdadero trabajo, apoyándola siempre,
siendo su compañero y cómplice. Sin embargo, las cosas no
son siempre como te las hacen creer.
Un Crunch se escuchó al romperse una pequeña rama. El
corazón de Cloe ya no estaba en su garganta, había
desaparecido por completo. Sus pupilas se contrajeron
cuando vio la gran silueta del mensajero a pocos metros de
distancia de ellos.
«¿Y ahora como carajos saldremos de está?».
XXXV. Sorpresa

Cloe trago grueso al ver la cercanía de Dimitri. Tenso su


mandíbula, contrajo los músculos y agudizó todos sus
sentidos, preparándose para la masacre que estaba a punto
de suceder.
Un paso más y Dimitri se daría cuenta de las motos que
ya hacían tiradas en el suelo, junto a la orilla del arroyo, que
a su vez no tardaría en llegar a ellos. Sólo había pocos
arbustos dónde esconderse. Así que resultaría muy fácil
encontrarlos.
Cloe tomó su arma que tenía escondida en su espalda,
empuñándola mientras le quitaba el seguro lentamente.
Aunque la verdad ni siquiera tenía idea de cómo ese
artefacto tan simple y mundano iba a poder con uno de los
mensajeros más fuertes y poderosos de su raza. Los
mensajeros de la muerte no pueden ser heridos por balas o
heridas profundas causadas por armas creadas por
humanos, en sí, ni siquiera son humanos, son seres que
usan sus rostros para camuflarse entre ellos, pero no lo son.
Cloe esperaba lo peor: luchar con él. Incluso a desatar el
mismo infierno ahí si era necesario. Sabía que no sería fácil
y que no saldría del todo ilesa, pero si esta era la
oportunidad de acabar lo que un día empezaron, entonces
estaría preparada. Respiró despacio y cerró los ojos para
prepararse mentalmente, tenía que ser lo suficientemente
rápida para atacar y si corría con suerte, ganar algo de
tiempo para que sus compañeros lograran salir de ahí.
Los chicos también estaban preparados para luchar,
desenfundaron sus Glock que tenían a un costado de sus
caderas para comenzar a apuntar. Las gotas que caían
desde arriba de sus cabezas siguieron empapando los
cuerpos de los chicos. La tensión. El peligro. La adrenalina
que emanaba ahí ni siquiera hacía que los clones sintieran
como sus cuerpos comenzaban a enfriarse por exponerse a
los cambios de temperatura tan extremos. Trataban de que
el calor que salía de sus respiraciones no fuera tan notorio,
por lo cual decidieron aguantar la respiración el mayor
tiempo posible y cuando necesitaban volver a respirar, lo
hacían lentamente y sin agarrar mucho aire, pero sí el
suficiente para que sus pulmones se mantuvieran
funcionando.
Un rayo que cayó sobre ellos volvió a alumbrar la silueta
del mensajero, que estaba ya peligrosamente cerca de los
chicos. Mostraba una pequeña sonrisa que muy apenas se
podía notar en su rostro frío y calculador.
Los nervios de los chicos ya estaban al borde, la mente
de Cloe trabajaba a mil por hora estudiando cada
movimiento que daba el mensajero. ¿Realmente el destino
ahora no estaba a su favor?
Un tintineo hizo que Cloe soltara su arma y no la sacará
del todo de la funda que tenía. Para su fortuna, o para la
mala suerte del mensajero, el libro del rubio también estaba
fallando, comenzó a parpadear dos focos en otra dirección,
opuesta a dónde se encontraban, desapareciendo los
rastros de algún clon en las cercanías.
Dimitri paró en seco y ni siquiera se detuvo a mirar su
libro para asesorarse de lo que el artefacto le marcaba.
Sacó su celular. Miró por unos segundos la pantalla, para
después apagarlo, guárdalo en su bolsillo de su saco y
retirar algunos mechones de cabello mojado que caían
rebeldemente sobre su rostro blanco y lechoso.
Tan rápido como llegó ahí, subió a su camioneta,
marchándose del desolado lugar. No se había ido por qué su
libro le hubiera indicado que probablemente los clones no
estuvieran ahí. O por qué no hubiera notado las motos que
se encontraban debajo del puente. O por qué ni siquiera
notó la cabellera larga y rubia de su ex asomándose por un
arbusto. Nada de eso. Lo hizo porque sabía que no era el
momento de enfrentarla. A él le gustaba que sus presas
tuvieran una ventaja similar a la de él. Y por lo que él creía,
ahora Cloe, no tenía mucha ventaja.
Cloe pudo soltar el aire que no sabía que retenía y trató
de que su corazón volviera a su lugar de origen.
—Vamos. Ahora es momento de largarnos de aquí. No
tardarán mucho tiempo en volver —dijo Cloe a Erick, que
sólo asentía y volvía a tomar su moto, saliendo de aquel
lugar.
—Hay que volver por donde mismo —sugirió Arthur, que
veía la pantalla de su celular—. Es menos probable que
piensen que nos regresamos, si no que seguimos derecho.
—Muy bien pensado —admitió Erick, chocando los puños
con él.
Cloe resopló con molestia.
—Ya que estás al teléfono Arthur, ¿hay alguna noticia de
los otros dos estúpidos? —inquirió Cloe, encendiendo el
motor de Naked. La cual hizo un ruido un poco amortiguado
por el agua que corría con fuerza en el arroyo y la lluvia que
aún no se detenía.
—Si.
Cloe levantó ambas cejas a modo de asombro, no
esperaba realmente esa respuesta.
—Ya he estado mensajeando con el original y me ha
dicho que están a salvo en una cabaña cerca del bosque
que está junto a la playa —prosiguió Arthur, tranquilamente
—. Aunque, Elena, recibió una herida de bala cuando iban
de camino hacia allá.
A Cloe no le sorprendía que Elena no hubiera salido sin
ningún rasguño después de aquel espectáculo el cuál se
esforzó por no pasar desapercibido.
Arthur siguió hablando al ver que ninguno de sus
compañeros iba a decir nada.
—Por suerte está bien. Para mañana ya estará mejor.
Arón, me informó que hizo lo que le pediste Cloe. Elena, no
correrá peligro mientras él esté cerca.
—¿A qué se refiere con lo que le pediste, Cloe? ¿Has
hecho planes a nuestras espaldas? —cuestionó Erick, con
los brazos cruzados sobre su pecho, delante de ella.
—Nada que no sepan —aclaró ella, dándoles una mirada
cargada de honestidad—. Le he pedido que la proteja hasta
que llegue la hora. Y la respuesta es no. Por si se lo
preguntan no le he dado ningún detalle sobre nuestros
planes, no soy estúpida.
A Erick no le pareció haberle convencido del todo las
palabras que dijo, aunque las hubiera dicho con esa
seguridad que la caracteriza. No le creyó en parte. Sobre
todo, porque, aunque sus palabras se escucharán honestas
o porque su expresión de seriedad le dijeran que no le
mentía. Lo había hecho más de una vez.
Cuando la encaró aquella primera vez, preguntándole si
jamás le fue infiel, aunque ya sabía la respuesta. Una que le
tocó ver dolorosamente. Héctor encima de la mensajera
haciéndola suya una y otra vez, mientras ella gritaba y
gemía el nombre de él, cosa que nunca hizo cuando Erick le
hacía el amor. Desde esa vez se preguntaba si cuando ella
se retorcía de placer lo hacía por qué lo quería o por qué
pensaba en Héctor.
Cuando se lo preguntó con el corazón en la mano aquella
última vez. Ella sólo se indignó y hasta se molestó con él
por haber desconfiado de ella. Sus palabras que hasta ahora
le retumban una y otra vez en su mente: «¿Por qué dudas
de mí, Erick? Eres el único al que amo y lo sabes
perfectamente. Ni siquiera deberías sospechar en qué te
soy infiel. Jamás».
Una gran mentira que en ese momento le devastó y lo
llevó hasta las piernas de la pelirroja. Tal vez, también
estaba siendo un hipócrita al sentirse engañado cuando en
realidad él también la había engañado cada vez que podía,
no sólo acostándose con una clon por despecho, sino que
con otras más. Pero los celos son venenosos y oscuros.
Cuando Erick supo que Héctor seguía visitando el Penthouse
de Cloe con más frecuencia; el cuál solo compartía con el
ser que él creía que amaba, se llenó de rabia, no iba a
permitir que su mejor amigo, no, ex mejor amigo siguiera
pisoteando su dignidad y orgullo.
Se alió con Tatiana y lo fue a matar. Pero un error lo
cometen todos, ¿no?
En realidad, al que mandó a matar fue a Arón y no a
Héctor. Jamás se detuvo a pensar por qué Tatiana, una clon
de otro grupo se interesaría en matar a Héctor. Tal vez
supuso que era una de las tantas mujeres con las cuál
pasaba la noche Héctor. Una de ellas su novia. La mensajera
de la muerte. No se sorprendería si Héctor hubiera roto el
acuerdo de no relacionarse con otros clones que no fuera el
de su círculo. Si pudo romper el código de la amistad
metiéndose entre las sábanas con la novia de uno de sus
mejores amigos, no dudaba ni por un segundo que rompiera
esa regla y se hubiera metido con Tatiana. Sabía que el clon
no podía mantener su miembro en su lugar.
Después de que Tatiana le había confirmado su muerte
se sintió culpablemente feliz. Decidió dejar atrás todo, sus
engaños y los de ella, queriendo reforzar la relación y sobre
todo hundiendo el supuesto "error" cometió solo por celos.
Pero ese "error" solo le duró unas cuantas semanas
cuando un falso Héctor llegó a sus vidas nuevamente. Una
cólera le invadió cuando Cloe le contó muy entusiasmada
que estaba segura de que no volvería a desaparecer por
meses como lo hizo antes y que esta vez se iba a quedar
para siempre. Algunas noches no pegaba el ojo por el solo
hecho de imaginarse que se repitiera las visitas del clon con
ella. Pero un rayo de luz tocó su puerta cuando se enteró
que el falso Héctor se suicidó y que el original que tenía
más probabilidades de ser el verdadero, sufría de amnesia.
Pues en cierta forma le ayudaba que Arón no recordará
nada y que se comenzará a interesar por Elena. Una alegría
para él y una puñalada para Cloe.
—Bien —dijo Erick al fin, dirigiéndose a Arthur, que
parecía el único que no tenía ningún secreto oculto en su
vida.
Él siempre había sido así, el más inteligente y
despreocupado de todos. Jamás le interesó el drama y nada
que le complicará su vida, si era así, no dudaba en
desaparecerla de su vista.
Por eso mismo cuando supo que Angela, su exnovia era
una traicionera y asesina de su hermana, ni siquiera vaciló
un poco en llevarla hasta Cloe para que la torturara.
Después de todo se lo merecía, ¿no?
Erick montó su moto.
—¿Y sabes su dirección? —repuso Erick.
—Así es...
—Vamos allá entonces —dijo Cloe, comenzando a
conducir por la carretera llena de agua.
Todos siguieron el camino por dónde llegaron. Pasaron la
bodega dónde habían dejado a Angela hace ya una hora
atrás. Ahora estaba en llamas. Las láminas gruesas que la
conformaban se estaban debilitando por el ardiente fuego
que incluso con la fuerte lluvia no podía extinguirse.
Las llamas se reflejaban en los ojos esmeralda de Cloe
por un breve instante mientras pasaban por ahí. ¿Cómo
pudo ser tan descuidada? Por la presión que tenía hace unas
horas, el coraje que emanaba en ella al saber la identidad
del asesino de su amiga, el saber que la perseguían y el
tener que escapar y escabullirse entre el lodo, la hizo
olvidar por completo que tenía que borrar su evidencia,
dejando ahí en cuatro paredes una prueba contundente
sobre ellos para poder ser rastreados.
La ventaja de todo ello era que los clones se tomaban
muy en serio su trabajo de mantener su identidad bajo
llave. Un completo secreto para la humanidad. No iban a
permitir que la policía o la prensa metiera sus narices en
investigaciones que no les incumbía, descubriendo lo que
por décadas. Siglos. Milenios, habían guardado. No ahora,
que estaban tan cerca de algo muy importante. Un evento
cósmico si se puede llamar así.
Los demás clones hicieron el trabajo sucio de cubrir las
huellas que abandonó Cloe, Erick y Arthur, en la bodega,
aunque no era muy buena manera de encubrirla. Un
incendio llamaba mucho la atención, aunque fuera a cientos
de kilómetros. Pero era mucho mejor dejar un cuerpo
calcinado de una mujer ahí, a una mujer completamente
reconocible y fácil de descubrir su historia. Si la policía
descubría el cadáver, en menos de lo que cantaba un gallo,
abrirían una larga y extenuante investigación que sólo
llevaría a un resultado: los clones.
A los clones les importaba mucho seguir cubriendo sus
rastros, si afectaba a uno, afectaba a todos.
«¿Cómo pude ser tan descuidada?». Se preguntó Cloe,
apretando aún más el acelerador. Sabía la respuesta, no era
necesario quebrarse la cabeza para encontrarla.
El hecho de que ahora todo estaba boca arriba, era una
buena razón para perder la cordura y los estribos. Se sentía
presionada, no porque estuviera distraída ahora con los
clones que iban tras ellos, eso era obvio. Más bien el hecho
de que fuera tan descuidada en estos momentos iba más
allá de esta noche. Viene desde la llegada de Arón a sus
vidas. La presencia de Arón no sólo volvió todo más difícil,
por qué con él llegaron misterios que aún no resolvía, sino
el por qué desde que llegó, ella ya no era la misma. Había
cometido muchos errores que en su sano juicio no haría
nunca.
Las olas del mar se escuchaban tocar la arena. Ya no
estaban tan lejos de la cabaña. Entre más avanzaban la
lluvia comenzaba a disiparse a sus espaldas. Los árboles de
troncos gruesos comenzaban a aparecer a la vista de los
chicos, haciéndoles saber que en unos metros más estarían
parados frente a la cabaña.
Una cabaña que ninguno de los chicos sabía su
existencia, sólo Elena y Arón y algunos más.
En estos momentos ninguno de ellos se paró a cuestionar
en porqué Elena y Arón, tenían una cabaña oculta en medio
de la nada o porqué ninguno de ellos a pesar ser sus amigos
más cercanos no sabían de su ubicación. Ahora mismo sus
mentes estaban enfocadas en llegar, quitarse la ropa
húmeda y arroparse con algo calientito.
—¡Bienvenidos! —Arón los recibió en la entrada con una
gran sonrisa, siguiendo aún en su papel de un original sin
memoria. Actuando como si nunca se cuestionara nada—.
¿Por qué están empapados?
—Una larga noche —se limitó a decir Arthur, dándole una
palmada en su hombro mientras se adentraba a la cálida
sala de estar.
Arón volteó a ver a Erick y Cloe, que aún seguían parados
frente a sus motos, esperando a que también entrarán, pero
solo Cloe le hizo una señal con el mentón para que los
dejará ahí afuera solos. El clon asintió y cerró la puerta
detrás de él.
—¿Qué sucede? —preguntó Erick, dándose cuenta de la
señal que le había dado Cloe a Arón—. ¿Por qué no
entramos? Está haciendo frío y tenemos la ropa toda
empapada.
Cloe no dijo nada, sólo miró por unos segundos hacia
enfrente, sin ninguna expresión. Aunque en sus ojos se le
podía ver que estaba analizando muy bien lo que iba a
decir.
—Esto ya se nos está yendo de las manos —dijo al fin
Cloe, que volvía su vista hacia Erick.
Erick la miró intrigado.
—¿A qué te refieres?
—A que es momento de contarle la verdad a Elena.
—¿Estás segura? ¿Realmente segura?
—Si no lo estuviera, en estos momentos estaría allá
adentro. —Señaló la ventana que se podía ver atrás vez de
ella a los dos chicos sentados en un sofá conversando—. Y
no aquí, teniendo está conversación. Ya no hay tiempo que
perder, nos están pisando los talones y ella necesita saber
por qué la persiguen.
XXXVI. Los Anatómicos

Sasha abrió lentamente los ojos en la oscuridad de la


habitación en la que se encontraba. Los bullicios que se
escuchaban en la planta baja no eran un buen sonido para
que alguien logrará conciliar el sueño del todo o poder
dormir completamente.
Los rayos de la luna se colaban por la ventana que
estaba aún lado de la recámara, por las pequeñas aberturas
que dejaban entrar las cortinas al estar semi-cerradas.
Sasha tardó un momento para que sus pupilas se
acostumbraran a la oscuridad, ahora todo parecía más
claro. Pudo observar mejor la habitación, lo cuál no había
hecho antes, ya que hace unas horas atrás sólo entró con la
vista fija en Arón, que la sostenía en brazos. Una vista muy
apetitosa para ella.
Sasha se acercó hasta el pequeño escritorio que estaba
pegado a la pared y pasó sus yemas por la madera
polvorienta. Recordó porque puso en primer lugar ese
escritorio ahí y las mil maneras en que le sacó provecho. En
su momento pensó que era el mejor sitio para el trabajo que
tenía que hacer durante el tiempo que compartía con su
compañero y amante.
Sasha encendió la pequeña lámpara y pudo observar
algunos papeles en blanco y otros más con apuntes
antiguos. Los tomó, estrujándolos en sus manos. También
recordó por qué le fue inquirida la propiedad en primer
lugar. No solo para avivar su romance prohibido, sino para
registrar datos de todo original que era reclutado, en papel.
Al igual que los avances de cada original que ya estaba
modificado y convertido a clon. Un trabajo muy tedioso,
teniendo en cuenta el gran avance de la tecnología. Sin
embargo, su líder así lo prefería mejor. Ya que, según ella,
todo dato de búsqueda quedaba registrado. Un solo clic y
todo el mundo podría saber lo que buscaste o guardaste en
la nube. Lo mejor era el papel, si ya no lo necesitabas, era
cuestión de encenderle fuego y listo, tus problemas se
reducirían a cenizas. Y vaya que tenía razón.
Luego de encender los papeles y dejar que sus registros
se convirtieran en cenizas, en un contenedor metálico,
Sasha caminó hasta la puerta. Un dolor punzante sobre su
costado hizo que cayera sobre la alfombra. Dio un gran
soplido para ahogar el dolor y volvió a hacer el esfuerzo
para levantarse. Necesitaba bajar para saber que eran
todas esas voces en la sala de estar y el por qué a estas
alturas de la noche hacían alboroto.
Un pensamiento se le cruzó por su mente «¿Habrá
llegado la hora de que todo explote?».
Antes de bajar por las escaleras, Sasha volteó a mirar su
herida, la cuál aún no cerraba por completo. No le
sorprendía que no lo hiciera. No era una clon real, eso lo
sabía muy bien, era el claro ejemplo de ser una copia mal
hecha que sus líderes no dudaron en reconocer. Lo sabía
perfectamente. Siempre lo supo. Desde su creación hasta
ahora. No se le olvidaba cuál era su propósito de estar ahí:
sólo ser el reflejo, la copia barata de la verdadera clon que
ha estado siempre detrás de todo.
Bajó despacio por las escaleras hasta encontrarse con
Arón y Arthur sentados en el sofá platicando pacíficamente.
Cloe y Erick salían recién de la habitación de invitados
completamente cambiados con ropa seca, cruzándose con
la presencia de Elena, la cual aún no esperaban. Creían que
tenían algo de tiempo antes de contarle la verdad, pero el
tiempo se les acabó cuando todos posaron sus ojos en la
clon que caminaba hacia Arthur y Arón, con el rostro serio.
Sasha se sentó en el sofá individual frente a los dos
clones.
—¿Qué sucede? ¿A qué se debe que todos estemos
reunidos aquí? —Sasha trató de fingir indiferencia a la
razón del por qué todos estaban ahí. Sabía que sus
compañeros ya no podían seguir ocultando más su historia.
Ya no más. Ya no tenían tiempo para retrasarlo, su líder se
había encargado de que ya no tuvieran esa opción—. ¿Se
debe a los departamentos? ¿Ustedes saben por qué carajos
otros clones nos perseguían?
Ambos líderes se voltearon a ver, como si pudieran leer
sus mentes. No decían ni una palabra. ¿Es tan difícil contar
la verdad?
—Ya no estamos seguros aquí —dijo Cloe al fin—. Tengo
que decirte algo muy importante, pero antes de eso, todos
tomen asiento.
Cloe comenzó a caminar de un lado a otro, como un león
enjaulado.
Todos se miraron unos hacía otros de forma extrañada,
pero no se cuestionaron nada. Hicieron lo que les pidió.
Tomaron asiento en el sofá, mirando sin apartarle la vista a
la mensajera.
—¿Qué está pasando Cloe? ¿Por qué tanto misterio? —
cuestionó Arón, mientras se giraba hacía ella.
—Primero que nada, no me interrumpan. Les contaré una
verdad muy difícil de entender.
—Y, ¿cuál es? Ya al grano Cloe, por favor —exclamó Erick,
mientras dejaba su arma sobre la mesita que estaba en el
centro de la sala.
—Bueno, los clones nos están buscando para matarnos —
respondió Cloe al observar a su novio con una mirada de
pocos amigos, ya que, en vez de ayudarle, le estaba
presionando.
—¿Por qué nos quieren matar? —inquirió Sasha, poniendo
su mano sobre su barbilla, fingiendo pensar en la razón—.
No somos los originales, somos igual que ellos.
—Lo sé. Pero ahora somos un faro para todos y por eso
debemos de permanecer muy atentos ante todo y sobre
todo no confiar en nadie más que en nosotros.
—¿A qué te refieres? —preguntó Arthur, con la ceja
enarcada.
—Les explicó —dijo Cloe, pensativa—. Todo lo que nos ha
pasado hasta ahora nos lleva aquella noche en el antro,
cuando fuimos a cazar varios originales que estaban ahí,
incluyendo al de Héctor, que está aquí presente, bueno,
Arón.
—¿Qué? ¿Cómo? Haber explícate —dijo Sasha con el ceño
fruncido.
Cloe se alejó de la sala de estar y fue hasta la cocina en
busca de una botella que contuviera cualquier alcohol que
pudiera calmar sus nervios. Jamás se imaginó que decirle la
verdad, o al menos la mitad de ella fuera tan difícil. Nunca
creyó que llegara el momento. No tan pronto.
—Sí, así es —afirmó Erick, continuando con lo último que
dijo Cloe—. Héctor, aparentemente, nunca desapareció —
una pequeña sensación de rabia nació en su estómago.
Apretó sus manos para disimularlo—. Es un poco
complicado, varios días atrás no sé cómo, pero un original le
robó los recuerdos a Héctor, haciéndolo que perdiera la
memoria. El original se hizo pasar por él, así que creímos
que Héctor, había desaparecido y el original no. Por eso no
funcionó el veneno que le diste…
—¡Me envenenaste! —exclamó Arón, sorprendido.
Sasha se encogió de hombros. Restándole importancia.
—Yo ya había notado que Héctor, actuaba raro —repuso
Cloe un poco más tranquila, tomando asiento junto a Arthur.
Dejó la botella de Ron en la mesita de centro y tomó su libro
de óbito. (El artefacto)—. Esa noche tenía que comprobar
mis sospechas. Así que armé un plan. Donde consistió en
ofrecerle una copa que también tenía veneno al original de
Héctor. Esa es la razón por la cual desapareció el supuesto
Héctor y Arón no. Al comprobar mis sospechas empecé a
indagar lo que no me cuadraba. Jamás vi que un original
robara los recuerdos. Así que empecé a investigar. Por eso
Elena, quería que te quedarás con Arón, para que lo
vigilaras.
—¿Y descubriste algo sobre si es posible que un original
pueda robar recuerdos? —inquirió Arthur, susurrándole a
Cloe.
Ella negó con la cabeza, sutilmente.
—Después de investigar y no dar con ninguna respuesta
que pudiera darnos una razón en concreto, empezaron a
desaparecer los rastros de los originales en el libro. Todo se
volvió más complicado para seguir investigando sobre la
amnesia de Arón —prosiguió Erick—. Y no sólo es eso,
también está la asesina de Estefany, al parecer es alguien
que no está vinculada con los clones, pero que sí nos
conocía bastante bien.
—¿Pero aún queda la incógnita del por qué nos atacan?
—repuso Sasha.
—¿Nunca te has preguntado por qué no hay ningún
original de ti? ¿O por qué no has desaparecido? —dijo
Arthur, que se servía un trago.
Sasha sólo pudo abrir la boca y volverla a cerrar. Sin
encontrar una explicación razonable, antes de que Cloe
continuara hablando.
—Eres una clon que no fue creada de los originales.
Fuiste hecha para acabar con el mundo si es necesario. Los
élite te crearon como alternativa. Tienes ADN de los
mensajeros de la muerte y de los propios élite. Eres un arma
muy valiosa y peligrosa a la vez.
Sasha se levantó bruscamente del sofá mientras
mostraba conmoción. Trató de no parecer como si ya lo
sabía todo. Fingió sorpresa, lo mejor que pudo. Debía de
convencer a todos que está noticia le había hecho estallar la
cabeza.
—No entiendo, ¿por qué ocultarlo? ¿Por qué hasta ahora?
¿Por qué lo hicieron?
—Eres la única que puede hacer que los clones se
vuelvan simples humanos, comunes y corrientes. En tus
genes hay un arma que puede destruirlos —prosiguió Cloe,
levantándose del sofá para caminar hasta la falsa Elena. La
tomó de los hombros para calmarla.
—¿Y cómo carajos mis genes pueden hacer eso? No he
hecho nada para atacarlos y aun así… ¿nos persiguen?
—Tus genes sólo se pueden despertar si tienes un
sentimiento tan fuerte como el odio o el amor y por lo que
deduzco ya te has enamorado.
Cloe volvió a mirar a Arón.
Sasha sintió una pequeña ráfaga de emociones dentro de
ella. El calor comenzaba a subir por sus mejillas. ¿Tan obvio
era?
—La noche en el antro tu besaste a Arón —repuso Cloe,
al no tener respuesta de Elena—. Al besarlo rompiste las
reglas, rompiste una línea entre los clones y originales. Las
consecuencias son muy graves. Ahora no son ni clones, ni
originales, mucho menos humanos. Son algo más fuerte,
pero también peligroso. Una raza nueva y diferente, por eso
ahora somos un faro. Los élites al crear los clones y
perfeccionarlos, no todo salió a la primera, te crearon a ti.
En tu ADN hay algo que te hace diferente a todos, algo aún
más masivo que los originales. Al ver lo que habían creado,
te durmieron algunas habilidades y otras cualidades y nos
otorgaron la orden de protegerte y cuidarte. Pero los élites
no se podían quedar de brazos cruzados, así que le dieron
una sola orden a los mensajeros de la muerte: ir detrás de
nosotros si el proyecto X, en este caso tú, Elena, despertaba
sus genes. Los elite los llamaron “los anatómicos”. ¿Ahora
entiendes el por qué empezaron a sentir emociones sobre
cosas y personas? por qué cruzaste esa línea. Saben que los
clones fueron creados para no tener sentimientos, mucho
menos emociones, y ahora que rompieron esas reglas, todos
los clones y mensajeros de la muerte irán detrás de
nosotros.
XXXVII. Pista

Sasha miraba con incredulidad a Cloe por todas las


mentiras que había dicho. Era demasiado buena para
ocultar la verdad detrás de unas hermosas palabras. De eso
no tenía duda, siempre le asombraba la capacidad que tenía
en ocultar la verdad detrás de un telón. Que inclusive ahora
mismo podría ponerse de pie y aplaudirle por su gran
habilidad de mentir todos estos años. Sin embargo y por
mucho que no le gustara, sabía que esas palabras, o más
bien mentiras, no eran dirigidas para ella, sino para la
verdadera Elena.
Sasha se mordió el interior de la mejilla, tratando de
borrar el rastro de aquella sensación que tuvo cuando se
enteró de su verdad. A pesar de que la gran parte de la
confesión de Cloe hablaba sobre el origen de la verdadera
Elena, una parte de esa historia la unía a ella.
Una verdad que hizo que viera el mundo de distinta
manera. Ya que, sí, en realidad también era un arma letal
para los originales y humanos. Y sí, también que los clones
la crearon como una alternativa. Pero no para la
destrucción. No. Más bien para abrir la tumba de los élite.
Una tumba que en su interior posee el arma más poderosa
de todas. El poder de controlar el tiempo. Y la única que
puede abrirla, claramente es ella.
Un poder así tan grande cualquiera lo querría. Por esa
razón todos estaban detrás de ella, inclusive a los que
llamaba "sus amigos". Por eso mismo ahora mismo ya nada
le sorprendía o hacía que se inmutara. Aunque parecía que
era una chica sin carácter, que sólo sigue órdenes. Sasha se
daba cuenta de todo. Hasta en cómo Estefany se alió con su
líder por qué nunca había querido a Cloe, no la soportaba y
sabía perfectamente el porqué: estaba enamorada de él. Por
ello, cuando vio que meterse con Erick era una alternativa
para joderle la vida a ella, aunque eso implicara ser la otra,
no le importó en absoluto. O en cómo Héctor sólo jugaba en
la cama con Cloe, por información que le pidió Elena. O en
cómo Cloe los manipulaba a todos para sólo quedarse con
todo, utilizándolos, como todos en esta sala.
Si no fuera porque todos estaban en alerta y se conocían
bastante bien, ya se hubieran apuñalado hace bastante
tiempo.
¿Quién es la víctima aquí? ¿Quién es el villano de esta
historia?
—¿Y qué sugieres que hagamos? ¿Huir? —dijo Sasha,
tratando de no reírse ante la situación, para los demás era
algo serio, pero para ella se trataba de un simple juego. Un
juego que no pensaba perder.
—Precisamente —respondió Erick, con los brazos
cruzados sobre su pecho.
—¿En serio? —Sasha soltó una risa descarada—.
Disculpen, pero no somos de los que le temen a los demás.
Más bien, los demás nos temen a nosotros —frunció el ceño
y le dijo a Cloe—. Si soy un arma tan poderosa como dices,
¿por qué no afrontarlos?
Cloe no podía permitirse el placer de enfrentar a los
clones y mensajeros. No ahora que no sólo la vida de Elena
estaba en riesgo, sino la de todos ahí presentes. La actitud
que ahora tomaba Elena, —o más bien Sasha—, realmente
no se la esperaba. Le parecía un poco raro que Elena; que
toda su vida había sido la más "cobarde", no tuviera miedo
en estos momentos. Tal vez no era tan alarmante como para
comenzar a sospechar. Pero inclusive ella, que era la
mensajera de la muerte más poderosa de su raza, ahora
tenía pánico y no solo por qué los estaban cazando sus
compañeros, sino porque odiaba tener la sensación de no
saber la identidad de alguien. Por qué faltaba el enigma de
aquella mujer misteriosa que también iba detrás de ellos. La
única que hasta ahora ha matado a uno de los suyos, sin
ninguna razón aparente y ha hecho que otro suplantara la
identidad de su amigo.
Cloe se limitó a contestar la pregunta que le hizo la falsa
Elena y optó por hacer lo que mejor le salía: dar órdenes.
—Quiero que tú y Arón, se queden aquí en lo que
nosotros buscamos nuestras cosas. —Dio una pequeña
pausa para observar en como los primeros rayos de sol
entraban por las cortinas tras lucidas de color blanco, que
adornaban a las pequeñas ventanas de mármol—. En unas
horas volveremos, mientras tanto, no salgan. ¿Les quedó
claro? —dijo, dándoles una mirada fría, al mismo instante en
que Arón y Elena, asentían no muy conformes con su sutil
petición. Para después señalarle a Erick y a Arthur que la
siguieran por la puerta.
Arthur se levantó del sofá para caminar hasta el
pelinegro, le dio una pequeña palmada en la espalda de
nuevo con la vista en su teléfono y se marcharon de ahí.
—Demasiada información para asumir, ¿no crees? —dijo
Arón, volviendo a ver a Sasha, que observaba cómo sus
compañeros subían en sus motos y comenzaban a conducir
fuera de su vista.
—¿Desde cuándo volvió tu memoria? —inquirió Sasha,
que se giró hacia él.
—Desde que llegamos a esta cabaña, los recuerdos
volvieron a mí, como una bomba. ¡Pum! —sonrió de lado
mientras se levantaba del sofá—. ¿Cómo supiste que mi
memoria había vuelto?
—Bueno. Desde ayer te has comportado diferente
conmigo.
—Supuse que no era necesario seguir fingiendo que los
dos estábamos enamorados.
Esa declaración fue como una puñalada en el corazón de
Sasha. ¿Fingir? Ella no lo hacía. Tal vez habían recibió la
orden de fingir amor ante los ojos de los demás clones,
hasta que Arón recuperará su memoria, pero lo que sentía
ella era real. Lamentablemente era real.
—¿Y por qué has esperado hasta ahora para decírmelo?
—trató de mostrar indiferencia ante el comentario hiriente.
—Bueno, como tú seguías en tu papel, no vi de malo
seguir con el mío. Preferí seguir actuando hasta que me
dieran la orden y poder decirte la verdad.
—Perfecto. Ahora que ya sé que recuerdas todo, creo que
veo irrelevante seguir fingiendo —espetó Sasha.
Su teléfono vibró. Le había llegado un mensaje de sus
compañeros de laboratorio.
Los clónicos ya están listos.
—¿Crees que ya es momento de revelar su identidad? —
preguntó Sasha, guardando su teléfono.
—¡Oh, claro que sí! Pero antes de todo esto, alguien les
ha dejado una pequeña pista para que por fin aten los cabos
sueltos —respondió Arón, levantándose del sofá para
marcharse de ahí.
—¿Crees que descubran lo de Estefany?
—Al final lo harán.
XXXVIII. La nota

Cloe entró a su Penthouse junto con los chicos, que iban


a dos pasos atrás de ella. El caminó no era largo de la
cabaña hasta su edificio, pero con todo lo que paso, se le
hizo eterno. Ahora mismo quería dormir, descansar unas
cuantas horas antes de volver al ruedo, pero no podía
hacerlo. Las horas a partir de ahora eran cruciales para su
supervivencia.
Miró en silencio cada parte de su departamento,
analizando minuciosamente cada detalle sobre cada cosa
que se encontraba en el lugar. Se le hacía sospechoso que
su departamento estuviera intacto. Sin ninguna señal de
que alguien estuviera ahí, sabiendo que los clones los
estaban persiguiendo. Había jurado que lo primero que
harían sería visitar los lugares de cada uno de ellos. Tal vez
se equivocó al pensar en eso.
Tiró sus cosas en el sofá, se quitó las botas lodosas y las
dejó junto a la puerta. Caminó floja a su habitación directo a
la ducha, si no podía dormir, por lo menos podía relajarse
con agua tibia cayendo sobre su piel desnuda.
Luchaba con todas sus fuerzas para que sus párpados no
se cerrarán, no recordaba haberse sentido tan cansada en
toda su vida, ni siquiera después del funeral de Estefany,
que había permanecido de igual manera toda la noche
despierta junto a Arón. Aunque para su infortunio no fue de
la manera en que a ella le hubiera gustado.
Llegó hasta adentro de su habitación, cerró la puerta
detrás suyo y se deslizó sobre la madera hasta el suelo. No
creía que toda esa noche le absorbió tanta energía, que ni
siquiera podía durar mucho tiempo de pie. Podía sentir que
en cuestión de segundos se desplomaría y caería dormida.
Dio un gran suspiró y volvió a ponerse de pie. Tenía que
hacer el esfuerzo para llegar al cuarto de baño. Debía de
estar despierta a como fuera lugar.
Antes de entrar a la ducha, una pequeña nota que estaba
escrita en un pedazo de cartón de reluciente blanco ya
hacía adornando sobre su cama, lista para captar su
atención.
Como por instinto se detuvo y se giró completamente
hacía esa dirección. Llegó hasta la cama, alarmada. ¿Cómo
era posible que no hubiera signos de alguien que hubiera
entrado, pero sí que hubiera una nota sobre su colchón?
La tomó entre sus manos y comenzó a leerla:
"Si te preguntas quien es la asesina de tu
compañera y por qué razones lo hizo, revisa todos los
cuadros que te regaló Elena. Esa es la primera pista
que te regalo :)
Att: H".
No necesitó nada más para salir de su habitación con la
nota entre sus manos. Azotó la puerta detrás suyo. Caminó
con determinación hasta la sala y descolgó el cuadro que le
había obsequiado Elena, de la pared. Lo revisó de un lado a
otro. —Nada—. Lo lanzó al suelo provocando que el fino
cristal, que cubría la pintura, se rompiera en mil pedazos.
Los chicos que la esperaban sentados en el sofá se
levantaron inmediatamente después de escuchar el sonido
del cristal estrellándose contra la madera del Penthouse.
Sus ojos se abrieron por la sorpresa de ver como el pecho
de Cloe subía y bajaba tan rápido. Sus vistas viajaron hasta
una cámara con un micrófono que relucía en todos los
cristales. Tan diminuta que se necesitaba estar tan cerca de
ella para saber que estaba oculta ahí.
A los chicos no les dio tiempo de preguntar qué sucedía,
cuando Cloe volvió a caminar por todo su departamento y
con ella los chicos detrás suyo. Se dirigieron a todos los
cuadros que Elena le había obsequiado a la mensajera,
justificándose, diciendo que era para adornar su
departamento. Vaya mentira.
Uno tras otro se fue estrellando, en la pared o el suelo.
Más cámaras espías y micrófonos salieron a la vista. En la
cocina. Su despacho. El baño. La sala.
El sueño y cansancio que tenía se habían desvanecido
casi por completo por la furia que ahora tenía hacia Elena.
Se habían convertido en sus conejillos de indias. Todo este
tiempo Elena los había espiado y escuchado.
Se sentó de golpe en el sofá, con sus codos sobre sus
rodillas y sus manos que aún contenían la nota sobre su
rostro.
—¡Mierda! —masculló Cloe—. ¡Mierda!
Su cabeza comenzó a dar vueltas, quería descubrir por
qué razón Elena los había espiado. Las tácticas que
aprendió como detective del FBI comenzaron a surtir efecto.
Recapitulo todo lo que aconteció en los últimos meses. La
reunión de los clones y cómo a partir de ahí Elena comenzó
a comportarse diferente. Ya no era la chica ruda y orgullosa,
sino que de manera repentina se volvió callada y cobarde.
Quizás en ese momento debió de sospechar las cosas. La
desaparición de Héctor y la llegada de Arón. El clon que se
envenenó en medio del desierto. La noche del campamento.
Hasta ahora no lo había tomado en cuenta, pero pudo
recordar cómo Sasha los veía con coraje y actuaba muy raro
ese día.
Se masajeó la cara y respiró hondo. De pronto un dolor
de cabeza se hizo notable. No sabía si era por la falta de
sueño o por el descubrimiento que hizo. Miró la nota
arrugada que tenía en su mano y la volvió a leer. Alguna
pista para este enigma tenía que habérsele ido
De pronto algo cobró sentido. La investigación que hizo
en el lugar dónde murió Estefany, dónde había encontrado
la colilla de cigarro con la marca de un lápiz labial, le dio
como respuesta que estaba equivocada al pensar que se
trataba de Angela.
Todo este tiempo Elena los traía dando vueltas.
Analizándolo mejor y recordando cada detalle, sin duda ella
fue quien apuñaló a Estefany. En su investigación descubrió
que la mujer que mató a su amiga iba acompañada de otra
persona. Y claro que ahí estaba la respuesta. Sí Elena era
realmente la que había estado todo el tiempo detrás del
juego, probablemente no trabajaría sola. Posiblemente
Héctor fue el que la ayudó.
«¿Pero por qué mataría a su mejor amiga, para después
actuar como si nada?». Se preguntó.
Volvió a leer una y otra vez la nota, para ver si
encontraba otra pista. Hasta darse cuenta de que reconocía
bastante bien la letra. Llevaba bastante tiempo viendo esa
escritura para saber que él que la escribió era Héctor.
Un hormigueo en su estómago se hizo notable, al saber
que le escribió la nota. Pero no era momento para sentarse
y regodearse de romanticismo, era una situación que
requería de su total seriedad.
Cloe meneo la cabeza para concentrarse.
—Entonces si Arón, no es en realidad el clon que conozco
bastante bien. ¿Entonces quién es? —se dijo para sí misma.
Más preguntas surgían sin ninguna respuesta inmediata.
Erick caminó hasta Cloe, se sentó en cuclillas frente a ella
y le apartó las manos del rostro.
—Nos quieres decir de una buena vez, ¿qué es lo que
sucede? —cuestionó Erick mientras que en su expresión se
podía observar enfado puro—. ¿O nos vas a seguir
ocultando las cosas?
Cloe elevó su vista a los ojos de Erick, incrédula por las
preguntas que le había hecho su novio. Sabía que sus
cuestionamientos se referían a cuando le mintió
descaradamente en el rostro, al decirle que jamás le fue
infiel. Cuando perfectamente vio aquella noche parado en el
arco de la puerta, observando con los puños apretados de
cada lado de sus costados y los ojos rojos por retener las
lágrimas que amenazaban por salir. ¿Pero acaso era su
culpa? Ella no sabía que él estaría observando cada detalle
de cómo Héctor se la follaba en la cama.
Cloe apretó sus labios para ocultar una sonrisa que se
formaba en sus comisuras. Le encantaba que se sintiera
vulnerable como ella muchas veces se sintió, cuando
descubrió que Erick tomaba los cuerpos de otras chicas con
el deseo que jamás a ella le mostró.
La mensajera le entregó la nota a Erick, quién la tomó
confuso. La miró. Esa letra la reconoció al instante. Un
fuerte dolor en el pecho y un nudo en su garganta se
hicieron presentes. Ahora mismo quería romperla en
pedazos, maldecir miles de profanidades. Pero tenía que
fingir indiferencia. Había dejado sus celos en el olvido, ¿no?
Debía actuar como si las palabras de esa nota no ardieran
en su corazón. Apretó sus dientes y después de un breve
momento habló.
—: ¿A qué viene todo esto?
—A que Elena, se ha estado divirtiendo con nosotros —
Cloe soltó una risa áspera—. Nos ha estado espiando todo
este tiempo.
—¿Y con qué fin? —inquirió Erick, sobándose su barbilla.
—No lo sé. —Rodó los ojos—. Si lo supiera, no estaría aquí
buscando una respuesta. Sólo sé que es la causante de la
muerte de Estefany.
—Estefany, no está muerta —aseguró Arthur, parado
frente a ellos.
XXXIX. La clon

La clon observaba desde la comodidad de su silla, en el


enorme laboratorio Eco-Fin. La gran pantalla que estaba
delante de sus ojos mostraba con gran calidad la imagen de
las cámaras que tenía instaladas en todo lugar que a ella le
pareciera prudente. Le resultaba más fácil y mejor
espectáculo observar a los clones que estaban en el
Penthouse de Cloe, en su oficina reluciente.
Supuestamente Cloe desechó de todas las cámaras y
micrófonos. Destrozándolos. Ahogándolos en agua. Sin dejar
rastro de las artimañas que plantó alrededor del
departamento. Excepto una. La que personalmente la élite
escondió en una planta, a escondidas de todo mundo.
—Es hora del espectáculo —dijo, al ver cómo Cloe y Erick
volvieron a mirar escépticos a Arthur, quien hasta ahora
había permanecido en silencio y detrás de los chicos.
La clon se acercó más a su monitor, tecleó algo en su
escritorio táctil y amplió la imagen. No quería perderse las
expresiones de cada uno de ellos.
—¿Qué? —preguntó Erick, con el ceño fruncido—. No
estamos para tus juegos. Ahora los adultos estamos
pensando.
—Ahora entiendo por qué Elena, busca deshacerse de
ustedes —murmuró Arthur mientras ponía los ojos en blanco
y daba un gran suspiró de frustración.
—¿Qué dijiste, zanahoria?
Erick se levantó y caminó hasta Arthur, inflando su pecho
y posicionándose frente a él, retándolo.
—Dije. Que estoy harto de su relación enfermiza y la
estupidez que tienes. No entiendo porque eres uno de los
líderes de este grupo.
—Y supongo que tú eres el indicado, ¿no? —ironizó Erick
—. Arthur, el más inteligente de todos. El que se cree
superior, pero no es más que un charlatán. Un llorón al que
no le gusta derramar sangre por su mano, porque es
demasiado para el princeso.
Arthur esbozó una sonrisa retorcida.
—¡Oh! Como me gustaría derramar tu sangre.
Erick lo tomó por el cuello, mientras alzaba su puño.
—¿Pues qué esperas?
—¡Basta! —dijo Cloe, separándolos y recibiendo de su
parte una mirada amenazadora—. Si lo que quieren es
matarse entre ustedes, yo misma les hago el favor —
vociferó, poniendo sus manos en la cintura—. Ahora,
siéntense —señaló el sillón.
—Sí, señora —respondieron al unísono, siguiendo su
orden.
—Bien —Cloe se tomó el puente de la nariz—, dijiste que
Estefany, no estaba muerta. ¿A qué te refieres? —repuso
poniéndose frente a ellos con los brazos cruzados sobre su
pecho.
—A lo que es. No está muerta. Fingió su muerte.
—¿Y cómo estás tan seguro? —inquirió Cloe.
Arthur señaló su antebrazo.
—El tatuaje. Aquella mujer que estaba en la morgue y la
cuál le lloramos a moco tendido, no tenía el tatuaje de los
clones.
—¿Y por qué no nos lo dijiste? —cuestionó Erick, furioso.
—No lo sé Erick, no se me pasó por la mente que querías
saberlo —contestó sarcásticamente—. Será por qué apenas
recordé ese detalle.
Cloe los volvió a mirar. Dejándoles en claro con su mirada
que no estaba en circunstancias de aguantar sus jueguitos
infantiles. Lo cuál entendieron a la perfección, ya que
guardaron silencio.
Ahora Cloe entendía por qué en su investigación le
parecía notar a una Estefany muerta de miedo. Que corría
por su vida. En el fondo siempre supo que la que había visto
en la morgue con una cicatriz atravesando su cuello, nunca
se trató de la pelirroja. No le cabía ni la menor duda de que
Estefany era una perra sin escrúpulos, que le encantaba
joderle la vida a cualquiera que conociera y ella no era la
excepción. La quería, pero a veces, —y odiaba admitir—
sentía alivio el pensar que ya no estaba más. Lo cuál creía
así, por el simple hecho de liarse con el que se le pegara la
gana. No le rendía cuentas a nadie sobre su vida sexual o
sus acciones. Por esa misma razón en el fondo no creía que
su amiga huyera en vez de afrontar a su atacante.
—¿Por qué Elena, se tomaría tantas molestias para
encubrir la muerte fingida de Estefany? —inquirió Cloe,
rompiendo el abrumador silencio que crecía en las cuatro
paredes empapeladas de la sala de estar.
Arthur no podía creer que los dos chicos que estaban
delante de él se hicieran en un lío por la razón más obvia
que existía. No necesitaba ser inteligente para comprender
que lo que buscaba Elena era venganza. Se dio cuenta de
que la utilizaron para obtener el poder del tiempo. Un
beneficio que no se le otorgaría a ella. Listo y simple.
Eso era lo que hacía tan especial a Arthur. No necesitaba
desarmar y volver a armar un rompecabezas para
comprender lo que estaba frente a sus narices.
—Porque busca vengarse de nosotros —aseguró Arthur.
La clon tomó su taza blanca de café y antes de que
sorbiera el líquido caliente, una sonrisa torcida se dibujó en
las comisuras de sus labios.
—¿Venganza? Tal vez estés en lo cierto mi queridísimo,
Arthur. Pero mi furia va más allá de una simple venganza.
Los destrozaré a cada uno de ustedes —dijo la clon,
acariciando la imagen de los chicos que se mostraba en la
pantalla, luego bebió un trago del humeante líquido marrón.
—¿Y por qué se vengaría de nosotros? —preguntó Erick,
parándose del sofá para comenzar a caminar de un lado a
otro.
De pronto Arthur comenzó a subestimar la inteligencia de
sus amigos.
—Simple y sencillo —dijo Arthur, que hizo una pausa para
aumentar el silencio que se formaba. Le gustaba jugar con
la incertidumbre de sus compañeros—. Se ha dado cuenta
que es un vínculo para obtener el control absoluto. Y por
obvias razones. A nadie le gusta sentirse usado, ¿o sí?
—¿Así que busca vengarse, ah? —preguntó Cloe, llevando
su mano a su barbilla—. Entonces le daremos una venganza
digna de ella.
La clon soltó una carcajada. Ahora estaba impaciente.
Sus amigos estaban cayendo en su juego, como desde un
principio lo tenía planeado.
—Perfecto. Ya ansío por qué llegue ese día, Cloe —dijo la
clon, apagando la pantalla, deslizando su mano por el
teclado, sin tocarlo.
Se levantó de su silla, dejó la taza vacía en su escritorio y
se dirigió a la puerta de cristal deslizante. Se adentro por el
pasillo blanco, en el cuál varias ventanillas de cristal dónde
se encontraban algunos laboratoristas ejerciendo su trabajo
como investigadores de bioquímica, adornaban como
paredes.
Caminó unos cuántos metros más y se adentró en el
ascensor. Apretó el botón que llevaba hasta la última planta,
—El sótano—.
Salió del ascensor. Se dirigió hasta un pequeño armario y
tomó una bata blanca, guantes de látex y se los colocó.
Los pasillos de ahí eran menos iluminados a causa de los
clones que dormían en cápsulas. Se encontraban acabando
sus últimos retoques antes de la gran presentación que
tendría el laboratorio en un par de horas a nivel
internacional. No querían levantar sospechas al no estar
presentes en la gala, a causa de una formación del ejército
que necesitaría la clon para su gran plan.
—Es un honor tenerla de nuevo aquí, señora —dijo Flor,
llegando hasta la clon, que tomaba un expediente en sus
manos y comenzaba a hojear los datos que le presentaban
la información de los clones.
Sus clones.
—¿Cómo van? No quiero escuchar que aún no están
terminados —dijo la clon, elevando su vista a la mujer de
mediana edad, que apretaba las orillas de su bata en
sinónimo de nerviosismo.
—Ya están listos señora, como me lo pidió. Sólo faltan
algunos retoques en su ADN. Nada que no se pueda finalizar
para hoy.
—Avísales a los demás que se quedarán horas extras, los
necesito para mañana. ¿Quedó claro? —ordenó, cerrando el
expediente.
—Sí señora, ahora mismo les comentó.
—Perfecto —dijo la clon, que caminaba de largo, dejando
a la mujer parada frente a una cápsula, en la cuál
inmediatamente comenzó a monitorear.
La castaña se dirigió a una cápsula que se encontraba al
final y en un rincón de la área, color verde neón, que
caracterizaba esa zona del laboratorio más prestigioso de la
ciudad. La cuál permanecía bajo clasificación, ya que no se
tenía permitido la entrada de ningún humano que no fuera
el personal autorizado, que la clon escogió específicamente
para la creación de su ejército. O de su conocimiento,
puesto que el laboratorio se había hecho con fines de ser
una distracción humana, ocultando el verdadero trabajo que
hacían ahí. La clon tecleo algunos números en la pantalla
holográfica que aparecía sobre la cápsula blanca en forma
de huevo. Está soltó un poco de humo blancuzco al
momento en que se abrió, dejando ver el rostro del
prototipo de Héctor, en versión mujer.
Una clon. O como la llamaba la creadora de ellos: los
clónicos. Una clónica que tenía el pelo oscuro, corto y
ondulado, de piel blanca y ojos color azul, cerca del gris.
Dormía pacíficamente. Se encontraba en coma inducido
hasta el momento en que se requerirían de sus habilidades.
—En unas horas más, serás de gran utilidad, Vanessa —
dijo, acariciando su cabello.
La clon volvió a cerrar la cápsula después de medir su
ritmo cardíaco y su actividad cerebral. Estaba en perfectas
condiciones, lista para entrar en batalla.
Tomó su teléfono y le marcó a Héctor.
—Dime, princesa —respondió al primer tono—. ¿Ya has
llegado al laboratorio? ¿Qué tal tu viaje de regreso?
—Si, cariño, ya he llegado. Y sobre el viaje, bueno,
digamos que ansiaba volver —rió por lo bajo.
—Me alegra que así sea, princesa. Pero deduzco que no
me has llamado para contarme sobre tu viaje hasta aquí, ¿o
sí?
—Por supuesto que sí, pero no te he visto en estas
últimas semanas. ¿Dónde estás? —inquirió, volviendo al
ascensor para estar de vuelta a la superficie.
—Estoy en el recinto, preparando el armamento que
necesitamos para después del evento. —La clon permaneció
en silencio, recordando las cosas que faltaban para el plan
—. ¿Sólo me llamaste para preguntar dónde estoy? ¿Acaso
no piensas venir? —cuestionó Héctor en tono de burla,
rompiendo el silencio.
—Creo que es momento de enviarles una invitación como
se merecen a nuestros queridos amigos —sugirió Elena,
ignorando sus preguntas.
—Cuenta con ello, princesa.
XL. La invitación

Un chico alto y delgado que llevaba un casco, que


ocultaba su rostro, caminaba por los largos pasillos de un
edificio de gran estatus.
Daba grandes pasos y algunos que otros saltos de vez en
cuando. Las suelas gruesas de sus botines se reflejaban en
el suelo de los pasillos al momento de pisar firme.
Su mano se estiró para oprimir el botón del ascensor, el
cual se abrió antes de que su dedo índice enguantado
llegará siquiera a tocar el botón metálico. Una mujer
pelinegra con las puntas teñidas de rubio, que llevaba una
pequeña niña con el mismo color de cabello sujeta a su
mano, salieron del ascensor.
La mujer hizo su agarre más fuerte al escanear al hombre
del casco que atravesaba las puertas metálicas y giraba su
cabeza hacia la dirección de la niña, la cual le regalaba una
sonrisa inocente y él la saludaba diciéndole adiós antes de
que su madre se la llevará lo más rápido fuera de allí.
Volvió a estirar su mano para oprimir el botón que lo
llevaría hasta el último piso del edificio. —Específicamente a
un Penthouse en particular—.
Antes de que las puertas metálicas se cerrarán por
completo, una mano la atravesó evitando que estás se
cerrarán. El ascensor se volvió a abrir, permitiendo darle
pasó a un hombre alto de cabello rizado y oscuro, ojos
grandes y de tez negra (El tipo C).
Sus ojos marrones viajaron desde la parte de arriba del
hombre del casco, hasta detenerse en los Glocks que
aguardaban en los costados de este.
Al parecer el clon que pertenecía en el grupo de los
clones europeos, apenas se dirigía a por Cloe, o al menos
por sus cosas más valiosas de las cuáles le darían una pista
de dónde se encontraba.
El clon velozmente sacó una mini pistola semiautomática
que llevaba guardada en su sudadera. Se percató de que el
hombre que estaba frente a él con un casco de moto kov
stealth negro mate, no era nada más ni nada menos que
uno de los clones a los que buscaba.
El clon pelinegro le apuntó con el arma como a su vez el
hombre del casco tomaba con su mano la boca de fuego y
con la otra agarraba la muñeca del clon, arrebatándosela de
un sólo movimiento. Con la misma mano que tomó la
muñeca del clon, lo jaló hacia él, pasando su mano hasta
quedar con el antebrazo del clon sobre su mismo cuello. Y
con la otra mano que sostenía el arma, le apuntó en la sien
del pelinegro, pero antes de que el hombre del casco
apretara el gatillo y una bala le atravesará la cabeza. El clon
se inclinó un poco hacia adelante y con la mano que tenía
libre derribó al hombre. El clon se abalanzó sobre el hombre,
pero éste utilizó sus pies para golpearle el estómago y
estamparlo contra la pared del ascensor, haciendo que un
crudo ruido se escuchará en el pequeño espacio.
El hombre del casco se levantó y antes de que el clon
pudiera reaccionar, una bala atravesó su cráneo, dejando
que su cuerpo cayera como costal de papas sobre el frío
metal del ascensor. El cuál justo a tiempo se abría.
El hombre se sentó en cuclillas y se le quedó viendo al
clon que agonizaba y se resistía a morir. Sus manos
enguantadas trasculcaron la ropa del clon. Pasó por los
bolsillos, sacando su celular. Revisó los mensajes y llamadas
que el clon había recibido recientemente. La mayoría eran
de los clones, pero, sobre todo, el que mayor destacaba
entre todos los mensajes, era el de Dimitri, el mensajero de
la muerte. Lo guardó en su chaqueta. Lo utilizaría después.
El hombre se levantó y con la misma arma del clon, le dio
un último tiro de gracia. Para después soltar el arma y pasar
por encima de él.
—Moriste como una cucaracha —dijo el hombre del casco
riéndose mientras se dirigía a la puerta del Penthouse de
Cloe.
De su chaqueta sacó tres tarjetas de invitación para la
gala que tendría el laboratorio, al día siguiente, y las colocó
en el suelo delicadamente.
Hecho su trabajo, caminó de nuevo hacía la salida, la
cuál le resultó más rápida. Bajó por el ascensor, tomó el
cuerpo del clon y lo llevó hasta un callejón. Se quitó el casco
dejando ver su cabellera oscura caer rebeldemente por los
lados de su rostro. Tomó el celular que el clon de buena
manera le había dado y le marcó a Cloe.
—¿Quién habla? —cuestionó intrigada.
—¿Apoco ya no te acuerdas de mí, muñeca? —soltó unas
leves risas.
—¿Héctor? —preguntó sorprendida, más de lo que
pudiera admitir.
—Él mismo y en persona.
Héctor alejó un poco de su oreja el teléfono, al escuchar
gritos en la otra línea.
—¿Qué quieres? —inquirió Erick, al haberle arrebatado el
teléfono a Cloe en cuanto escuchó el nombre de Héctor.
—¡Aww! Ese es un asunto entre tu novia y yo.
—¡Desgraciado! —exclamó Erick, apretando los dientes
—. ¡Ya verás cuando te encuentre! ¡Te romperé esa cara
bonita que tanto presumes que tienes!
—¡Ay! ¿Así recibes a un viejo amigo, el cuál no has visto
en mucho tiempo?
—¿Qué dices? —soltó unas risas ásperas—. Acabo de
verte hace un par de horas —afirmó Erick, en tono neutral.
—¡Oh! ¿Te refieres a Arón? Ese no soy yo imbécil. Ese es
el líder de los clones asiáticos. Tch tch tch, ¿cómo es que te
confundiste de esa manera? Se supone que somos amigos
—dijo Héctor de forma dramática mientras metía al hombre
en un contenedor de basura.
—Tú y yo no somos amigos —espetó—. Al contrario,
desde que te metiste con mi chica te has vuelto mi principal
enemigo.
—Si, si, si. —Se llevó la mano a la boca para ocultar un
bostezo—. Ahórrate tus celos enfermizos y pásame a la
única persona que tiene bien puestos los pantalones en ese
Penthouse, que necesito hablar con ella —dijo en tono
autoritario.
Se escucharon forcejeos al otro lado de la línea.
—¿Dónde carajos has estado todo este tiempo? —inquirió
Cloe, al volver a tener el teléfono en su poder.
—¡Oh ya sabes! Por ahí —contestó, divertido—. Basta de
hablar de mí —se puso serio—. Sólo te hable, para dejarte
un pequeño regalo afuera de tu puerta. ¡Ah! Y también. Casi
lo olvidaba. Para decirte que tienes un viejo amigo aquí en
el contenedor de basura, que está en el callejón de tu
edificio. Por si quieres eliminarlo antes de que alguien más
lo vea.
La mensajera iba a replicar, pero sólo pudo abrir la boca
y volverla a cerrarla después de escuchar que la llamada
concluyó. Volvió a regresar la llamada, una y otra vez, sin
embargo, ya era demasiado tarde. Héctor había hecho
añicos el celular con su bota. Era demasiado astuto como
para dejar que alguien lo pudiera rastrear.
XLI. El plan

Cloe dejó sobre la mesita de centro su teléfono y se


encaminó hacía la puerta. Erick Y Arthur, sólo la siguieron
con la mirada hasta la entrada del departamento, dónde
Cloe abrió la puerta esperando encontrar a alguien de
cabello oscuro parado frente a ella. Sin embargo, para su
decepción sólo eran tres sobres negros con adornos dorados
sobre las orillas de los mismos, colocados en el suelo.
La mensajera las tomó de mala gana. Las volteó para ver
su remitente, el cuál no existía, sólo el nombre en cursiva
de cada uno de ellos escrito. Volteó a mirar los pasillos fuera
de su departamento, antes de cerrar nuevamente su puerta.
Se encaminó hasta los chicos y les entregó su sobre
correspondiente.
"Queridos y estimados amigos, anfitriones,
funcionarios del gobierno e inversionistas, que han
apoyado a nuestro proyecto «Conoce tus orígenes».
Nos hace el honor de invitarlos a la gala que se
llevará a cabo en el plantel del laboratorio Eco-Fin,
mañana en la noche. Nos haría el placer de contar
con su presencia".
Los tres chicos compartieron una mirada de sospecha.
Sabían que la invitación que habían recibido sólo significaba
una cosa: —Trampa—. La trampa en la cuál Elena se
vengaría o eso es lo que ella quería que ellos creyeran.
—¿Por qué un laboratorio nos invitaría a su gala? —
cuestionó Erick, arrugando su invitación mientras se
levantaba del sofá y la llevaba hasta la basura.
—Bueno, por qué Elena, es la dueña de ese laboratorio —
respondió Arthur, que guardó su invitación en la chaqueta.
—¿Elena? Es una simple psicóloga. Ahora empiezo a
dudar de si de verdad es la que ha estado detrás de todo
esto —comentó Cloe, que caminaba hacia la nevera para
tomar el whisky y servirse un trago.
—Con mayor razón, nadie sospecharía de ella. Hasta tú,
sigues subestimándola después de todo lo que ha hecho
contra nosotros —replicó Arthur.
—Sigue siendo difícil de creer que ella lograría todo eso.
Tal vez, esté alguien más detrás que lo controle todo —
respondió Cloe, con desdén.
Cloe se sirvió un poco del helado líquido marrón.
—¿Cómo Héctor? —preguntó Erick en tono mordaz,
tensando su mandíbula. Tan sólo pensar en el clon le hervía
la sangre.
—¿Quieres empezar? ¿De verdad? Porque eres el menos
indicado para este juego —argumentó Cloe, dejando el vaso
sobre el lavavajillas mientras le regalaba una mirada
asesina—. ¿O ya se te olvido como me estuviste engañando
por sabe cuánto tiempo?
—Al menos yo fui honesto contigo.
—¿Honesto? —preguntó Cloe, incrédula—. ¿Le llamas ser
honesto a inventar excusas para justificar tus salidas a
prostíbulos?
—¡Al menos no lo hice en nuestra cama! —vociferó Erick,
acercándose a la Cloe.
—¿Eso es lo que te molesta? ¿Que lo haya hecho en
“nuestra” cama? —soltó unas risotadas— ¡Pues déjame
decirte algo, Erick! ¡Lo disfrute todas esas veces como no
tienes idea!
Erick tomó a Cloe por la cintura y estampo sus labios con
los suyos. Cloe le correspondió el beso, volviéndolo más
ávido. La temperatura subió a sus cuerpos, obligándolos a
desprenderse de la ropa.
—¡Serás mía! —musito Erick.
Arthur carraspeó tan fuerte como para que los otros dos
se dieran cuenta de su presencia. Ya estaba harto de todos,
pero, sobre todo, de ellos dos y sus peleas y
reconciliaciones.
—Angela, me dijo que ella trabajaba en un proyecto muy
importante junto a su jefa, en el cuál no podía dejar atrás —
repuso Arthur, tratando de terminar la tensión que se había
formado entre los otros dos—. Y ahora que sabemos que
Angela, no sólo trabajaba para Elena, como laboratorista,
sino, como su asesina y ladrona. Deduzco que sí, ella estaba
detrás de todo.
—¿En qué proyecto estaban trabajando? —inquirió Erick,
tratando de poner su total atención en el asunto de Elena y
no en el deseo que ahora tenía por Cloe.
—No lo sé, nunca me lo dijo. Pero por cómo la encontré
trasculcando mis documentos sobre los venenos y armas de
los clones. Podría decir que es para hacer armas.
—¿Y para qué querría tantas armas? —cuestionó Cloe,
dándose aire. El Penthouse estaba muy caliente.
—Para un ejército —dijo Arthur con obviedad, llevándose
tranquilamente sus manos detrás de su nuca, mientras se
recargaba en el respaldo del sofá.
—¿Así que piensan deshacerse de nosotros? —preguntó
Erick, sorprendido al imaginarse una futura guerra entre
clones.
—No —replicó Cloe—. No les daremos el placer de vernos
derrotados, no antes de luchar —expresó con maldad en sus
ojos verdes esmeralda.
—¿Y qué sugieres que hagamos? —cuestionó el Arthur
con la adrenalina corriendo por su torrente sanguíneo.
Cloe miró de nuevo la invitación.
—Elena, piensa que no hemos descubierto su plan —
sonrió—. Así que iremos a la gala, sin levantar sospechas y
nos llevaremos a ese par de artimañas para encarcelados
hasta que la tumba de los élites sea abierta.
XLII. Asalto

Los clones se preparaban para la gala, la cual se llevaría


a cabo en unas cuantas horas.
Cloe se vistió con un vestido pegado hasta la parte de
debajo de sus glúteos, en forma de sirena y con una
abertura en la pierna izquierda. La cuál le permitiría tener
acceso más fácil a las armas que escondería ahí. Su vestido
era de color rojo que hacía juego con sus labios que eran del
mismo color. Llevaba el cabello recogido en un elegante
moño alto, que resaltaba su rostro. Mientras que Erick y
Arthur, vestían de unos impecables esmoquin negro y
moño, zapatos de vestir y su cabello peinado ligeramente
hacia atrás.
Los dos clones y la mensajera de la muerte colocaron
dagas, pistolas y bombas escondidas alrededor de su ropa y
accesorios, al igual que varios del arsenal que el FBI le
otorgaba a Cloe para sus altercados, —y que nunca devolvió
—. Llevaba suficiente armamento como para un ejército,
guardado en la cajuela del auto en el que se iban a ir.
La gala estaba a punto de comenzar, como a su vez el
inicio de una guerra entre clones y anatómicos. Debían de
estar preparados para todo lo que se les presentará. Ahora
ya no iba a ser como antes, dónde los tomaban
desprevenidos por no saber en qué juego jugaban. No. Esta
vez serían ellos los que dictaban las reglas de la partida.
Serían los titiriteros que mueven las cuerdas detrás del
telón, a diferencia de que ellos mirarían el espectáculo
desde adentro y lo jugarían a su antojo.
Los chicos abordaron el Lamborghini azul metálico de
Erick. Era hora de llegar al lugar dónde fueron llamados.
Erick encendió el motor, el cuál soltó un rugido al hacer
presión en el acelerador del Lamborghini aún aparcado en el
asfalto. Puso primera, luego segunda y se dispusieron a
marcharse del Penthouse a la velocidad de la luz,
esquivando autos y pasando ilegalmente semáforos en rojo.
No le importaba que por ello hubiera roto varias reglas y
cometido delitos. Al fin y al cabo, era próxima su
postulación a gobernador y todo se arreglaría con unos
cuantos billetes a los oficiales.
La noche comenzaba a caer, como a su par el frío del
invierno que recién llegaba a la ciudad, cubriendo con copos
de nieve, edificios y calles.
En pocos minutos. —Rompiendo su propio récord que
tenía Erick al manejar a grandes escalas de velocidad—.
Llegaron al estacionamiento del laboratorio de grandes
ventanales y en forma de espiral.
El salón dónde era la gala, era muy amplio. Varias mesas
redondas con manteles de color negro; que ya hacían
ocupadas por personajes importantes tanto como el
gobierno, la prensa y unos tantos desconocidos; se
encontraban esparcidas por todo el lugar, también había un
pódium de madera que se encontraba en el centro de todas
las mesas.
Los chicos se dispusieron a posicionarse en un rincón del
salón, cuyo lugar les daría la gran ventaja de observar todo
sin ser vistos.
—¿Desde cuándo le creció el pelo? —comentó Erick,
observando a Elena, que vestía de un vestido suelto de
color morado brillante y llevaba una coleta alta como
peinado.
—Son extensiones —aseguró Cloe, tomando una copa de
vino de la bandeja que llevaba uno de los meseros que
pasaban por ahí—. Ya era hora de que cambiara su ridículo
corte por el que tenía antes.
—Debo de admitir que no se ve nada mal —agregó Erick,
que volvía a ver a Cloe.
Ella le dio una mirada de soslayo cargada de furia.
—Pero nadie se compara contigo amor —dijo Erick,
dándole un beso en la mejilla.
—¡Chicos, que increíble verlos aquí! —dijo Elena,
acercándose junto con Héctor hasta los dos clones y
mensajera.
—¡Lo mismo digo! Creí haberles dicho que nos esperaran
en la cabaña. Pero míranos aquí. Al parecer hemos recibido
la misma invitación —dijo Cloe, esbozando una sonrisa
falsa.
—Es una gran coincidencia, ¿no crees? —respondió Elena,
que tomaba una copa de una bandeja cercana—. El que
estemos aquí todos juntos.
—No, no es así —replicó Erick mientras fulminaba a
Héctor—. Aún falta alguien.
Héctor sonrió maliciosamente.
—¿Hablas de tus amantes? Ellas no fueron invitadas —
comentó Héctor en tono mordaz.
Erick se tornó rojo de furia. Le dio una mirada penetrante,
que si fuera una daga ya hubiera perforado la yugular de
Héctor más de una vez.
—Me alegra que su relación sea mejor que la nuestra,
Elena —comentó Cloe con ironía—. Aunque no se si después
de que te enteres que yo y Héctor tuvimos algo que ver, su
relación sea de la misma manera. —Elena se llevó la copa a
la boca, disimulando una sonrisa que estaba a punto de salir
—. Pero no te vayas a sentir mal, eso fue hace bastante
tiempo ya. Que ya ni siquiera lo recuerdo.
Héctor rodeo con sus brazos a Elena.
—Tranquila, muñeca. Nada podrá romper la relación que
tenemos.
—¿Señora? —un hombre se acercó a Elena, rompiendo
toda la tensión que se instalaba en cada uno de ellos—. Es
momento de que de algunas palabras.
—Me gustaría seguir conversando, pero ya saben. Las
obligaciones no esperan, aunque podemos seguir con la
conversación más tarde.
Elena esbozó una ligera sonrisa, que rápidamente fue
borrada por una expresión lúgubre y se marchó de ahí junto
con Héctor. Caminó hasta el podium.
—Su atención, por favor —dijo la castaña hablando a
través del micrófono, acaparando la atención de todos y a
su vez creando el silencio necesario para que siguiera
hablando—. Primeramente, quiero agradecerles a todos por
estar aquí y apoyarnos en este gran recorrido, que a más de
uno les va a impactar —agregó observando a los chicos con
una sonrisa de lado—. En fin —suspiró—. No soy buena con
los discursos así que no me extenderé mucho… —Alzó su
copa, como a su vez todos los presentes.
—¡Mierda! —murmuró Arthur.
—¿Qué sucede? —cuestionó Cloe.
Arthur le hizo una señal con el mentón para que se girará
y observará a Dimitri junto con los demás clones que
llegaban.
Una metralleta; que sostenía un clon de cabello teñido de
morado (el tipo A), acabó con el discurso de la castaña.
Disparó hacia el techo, advirtiendo y dando la oportunidad a
todos los invitados, que entraron en pánico, huyeran.
Mientras las personas corrían de un lado a otro y salían
despavoridos del laboratorio, Dimitri junto con los clones
caminaban hacia Elena dispuestos a atraparla o inclusive a
matarla.
Elena bajó del podio y se encaminó hasta donde se
encontraba Héctor. El clon la posicionó detrás suyo,
protegiéndola con su cuerpo mientras apuntaba sus glocks
hacia los clones.
—No podemos permitirnos que la atrapen antes que
nosotros —ordenó Cloe, sacando sus dagas y comenzando a
tirar hacia los clones—, tenemos que sacarla a como dé
lugar de aquí. La estúpida no podrá con el mensajero de la
muerte, así que ustedes llévensela hasta el auto. Yo los
destruiré —dijo, interponiéndose entre Elena y los clones
que rodeaban para proteger a el mensajero de la muerte.
—¡Vamos! —ordenó Erick, dirigiéndose a Elena, que se
veía algo confundida—. Necesitamos salir de aquí, antes de
que nos maten.
—Pero, Cloe —dijo Arthur, deteniéndose.
—Ella estará bien —espetó Elena—. Al fin y al cabo, es
una mensajera de la muerte.
Arthur y Erick tomaron a Elena y a Héctor y se los
llevaron de ahí, no antes de que los castaños les disparasen
a unos cuantos clones, acabando con ellos de un solo
disparo.
—Me sorprende verte aquí y no escondida detrás de un
arbusto, Cloe —bromeó Dimitri con las manos en los
bolsillos de su pantalón—. Es una pena el que te hayas
enamorado de un ser más débil que nuestra raza y te deje
aquí sin mucha ventaja de sobrevivir.
—Aún no has cambiado en nada, Dimitri. ¿Sigues siendo
pésimo en la cama? —cuestionó Cloe en tono mordaz
mientras que los clones se reían.
Dimitri esbozó una sonrisa cínica.
—Di lo que quieras. Morirás de cualquier modo —
comentó, dándoles la orden a los clones de que la atacaran
mientras le daba la espalda y se marchaba de ahí junto con
los clones más fuertes, que eran su mano derecha—.
Vámonos. Aquí ya no hay nada que nos interese.
—¡Sigues siendo el cobarde que conozco! —gritó Cloe
antes de verlo partir.
Los clones comenzaron a abalanzarse hacia ella y a
dispararle. Cloe los miró y con los ojos llenos de furia,
esquivaba las balas, sin siquiera rozarle. Rompía cuellos,
clavaba sus dagas en varios pechos y ombligos y perforaba
cráneos y órganos vitales con sus balas.
La granada que detonó en el salón acabó con los clones
restantes. Cloe terminó en medio de los cuerpos muertos de
los clones, agitada y algo cansada. Se colocó un mechón
rubio que se escapó de su peinado, a causa de los
movimientos bruscos que hizo, detrás de su oreja. Tomó su
vestido en una mano y se encaminó hasta la salida de
emergencia del laboratorio, dónde Erick la esperaba.
Subió al auto, en el asiento del copiloto dónde Erick ya
estaba al volante.
—¿Y los demás? —inquirió Cloe, abrochándose el cinturón
de seguridad.
—Se fueron en el auto de Elena.
—¿Por qué? —cuestionó desesperada, al pensar que su
plan se arruinaría. No había peleado con todos esos clones
para que la castaña no cayera en su trampa.
—Tranquila. Arthur, se asegurará de que lleguen al
Penthouse y ya no tengan a dónde huir.
—Eso espero.
XLIII. Declaración de guerra

Todos llegaron al Penthouse de Cloe. Para suerte de ella


los castaños no se habían desviado. Todo iba casi conforme
al plan, lo que hacía que sospechara sobre si realmente su
plan estaba funcionando. Ya que por los años que tenía
como experiencia, le corroboraron que los planes nunca
funcionaban o salían como uno quería. Pero al menos ese si
estaba funcionando, la cuestión aquí es: ¿De qué parte?
Todos se sentaron en el sofá o cerca de él en la sala de
estar, a excepción de Cloe, que se dirigió a la cocina por
una botella de vino, unas copas y el veneno de los
originales.
Sabía el efecto que causaba el veneno de los originales
en los clones. Un gran conocimiento que le serviría como el
arma secreta para su plan. Él cuál consistía en envenenar a
Elena para borrar su memoria como había hecho hace ya
bastante tiempo. —Específicamente al inicio de los tiempos
—. Pero la diferencia de aquella vez a está, era que la
pérdida de memoria sólo sería temporal. Algo que no le
incomodaba. Si corría con la misma suerte de tiempos
ambiguos, le daría el tiempo necesario hasta que la tumba
fuera abierta.
Tomó el sacacorchos y destapó la botella de vino, vertió
el poco veneno que le quedaba y la volvió a cerrar,
disimulando que nunca fue abierta. Antes de sentarse junto
a los demás en el sofá, le hizo una señal a Erick y Arthur de
que ya estaba envenenado el vino.
—¿De qué hablan? —preguntó Cloe, abriendo la botella
delante de todos y comenzando a servir en las copas.
—De la sorpresa que nos dio la visita inesperada de los
demás clones en la gala —comentó Héctor, que tomaba la
copa entre sus manos.
—Apuesto a que sí —dijo Cloe, observando a Elena, que
tomaba un sorbo del líquido rojo con mucha naturalidad,
como si no supiera ya de lo que sus compañeros tenían
planeado para ellos—. Pero ¿saben que es lo que más me ha
sorprendido? —comentó Cloe, tocando el tema de la
revelación que había hecho sobre la castaña. Necesitaba
saber cuáles fueron sus razones antes de que el veneno
surgiera efecto.
—¿Qué cosa? —inquirió Elena, saboreando el vino en su
paladar.
—Que eres una puta mentirosa, que nos ha estado
viendo la cara todo este tiempo, engañándonos con la
muerte de Estefany —soltó de golpe mientras reía
cínicamente.
—Por supuesto —admitió Elena, levantando su mentón
un poco a modo de reto—, inclusive me divertí mucho
viendo cómo me acusaban por su muerte. Cuando el que la
mató fue Héctor.
—¡Bastardo, hijo de puta! —exclamó Erick, que se
levantaba del sofá, apuntándole con el arma a Héctor.
—¿Todo este tiempo lo has estado ocultando? —cuestionó
Cloe, paseándose frente a ella mientras le apuntaba con su
pistola frente a la cara a Héctor.
—¡Déjalo! —advirtió Elena, que se ponía también de pie y
le apuntaba con su arma sobre la nuca de Cloe—. Porque si
tan solo le llegas a tocar, aunque sea un cabello, juró que
haré que el mundo arda junto contigo. Y que las llamas no
sean el peor castigo que tendrás —expresó con rabia.
Arthur también de inmediato se puso de pie mientras
sacaba sus armas y comenzaban a apuntarle a la castaña.
Elena y Héctor se voltearon a ver y no trataron de ocultar
la sonrisa que se les formaba, al observar la situación
inminente que se creaba.
—Sé que tienes muchas ganas de darle un tiro a Héctor
—habló Elena, que giraba su cabeza para mirar de una
manera triunfal a Erick—. Pero no entiendo la razón, si tú
tienes un fetiche con las pelirrojas, ¿no es así?
—¿De qué hablas? —cuestionó Erick, actuando estar
desentendido de la situación.
—¿Recuerdas aquella vez en que te uniste con Tatiana, y
a cambio de sexo decidieron asesinar a mis dos chicos? Sin
embargo, son tan incompetentes que fallaron ambos en su
objetivo. Por qué míralos, siguen con vida. —Le dio una
sonrisa de suficiencia, luego dirigió su atención a la rubia
que comenzó a apuntarle con el arma.
Erick no podía creer cómo sabía esa información. Un
temor le recorrió por todo el cuerpo, no sólo Elena cambió,
sino que ahora se volvió más poderosa y con grande
alcance de información, lo que le daba miedo. Por qué eso
significaba que ya no podrían controlarla más.
—¡Morirás! —dijo Cloe certera, acercando su dedo índice
al gatillo. El cuál titubeo, ya que sintió como su mano
temblaba un poco. No quería matarla, no quería hacerlo,
pero ahora estaba llena de rabia por el comentario le dijo.
La confesión de Elena le sorprendió tanto como para
querer admitir frente a ella que esa verdad le dolía más que
una daga clavada sobre su pecho. No sabía si era porque
Erick había querido matar a Héctor, o por qué se metió con
una clon que no pertenecía a su grupo. Podía soportar que
lo hiciera con su amiga, o con prostitutas de la ciudad, pero
jamás pensó que con Tatiana. Otra llaga más en su corazón.
Otra cicatriz la cual curar.
—Porque no creo que salgan con vida —aseguró la
mensajera con una expresión triunfal.
—¡Oh, chicos! —exclamó Elena, haciendo el ademán de
desmayarse a causa del veneno, para luego soltar unas
risas descaradamente—. Me ofende que me subestimen
tanto. ¿De verdad creyeron que no predeciría este
movimiento de su parte? Los he estado observando todo
este maldito tiempo, incluso después de que hayan roto
todas las cámaras, que puse con mucho cariño alrededor de
este departamento y que por cierto no son nada baratas. Sé
que es lo que han estado haciendo y planeando a mis
espaldas. Por lo que no me pueden ocultar nada.
—Lástima que ahora se acaba tu suerte —repuso Erick,
contrayendo su mandíbula mientras acercaba su dedo
índice al gatillo.
—¿Estás seguro de que eso pasará? —preguntó la
castaña con una expresión altanera en su rostro.
De pronto Erick y Arthur exorbitaron sus ojos por la
sorpresa. Estefany y Arón; que habían permanecido todo
este tiempo ocultos en el Penthouse, les estaban apuntando
sus armas en la nuca de cada uno de ellos.
Erick sostuvo aún más fuerte su arma contra Héctor. La
furia se le podía ver en sus ojos.
—Miren, vamos a hacer esto de la manera correcta —
sugirió Elena, bajando el arma de Cloe con su mano—. Nos
darán el artefacto por el cuál Arthur, ha trabajado tanto
tiempo y nos iremos en paz.
—¿Qué te hace pensar que te daremos la llave tan fácil?
—inquirió Arthur—. Y si así fuera el caso, ¿crees que saldrás
con vida de aquí?
—Si se les ocurre hacernos algo, mis amigos los mataran
—agregó la castaña mientras que cientos de láser
apuntaban en las frentes de Cloe, Erick y Arthur.
Los chicos de inmediato bajaron sus armas. Arón las
tomó y les dio la señal de que se hincarán, mientras Héctor
y Estefany seguían apuntándoles en la nuca.
Elena fue hacia la oficina de Cloe. Abrió su escritorio que
estaba bajo llave, con un balazo en la cerradura. Tomó el
maletín que estaba ahí. Sacó una esfera de cristal, que en el
centro de ella albergaban rayos en movimiento.
—Gracias chicos, sin su ayuda no estaría tan cerca de mi
objetivo —comentó Elena, saliendo de la oficina y
dirigiéndose hacía la puerta del departamento.
—Tal vez tengas ahora la llave, pero aun te falta
encontrar la ubicación de la tumba y a menos que me
mates, jamas la encontraras —espetó Cloe, con un furor en
sus ojos.
Elena se detuvo a medio camino.
—¿Qué crees que he estado haciendo todo este tiempo?
¿Jugar a los enamorados como mi clon te hizo creer?
Mientras tú tratabas de ocultar la verdad, yo he estado
jugando con tu mente. Llevándote al límite. Haciendo que
cometas los errores correctos para que me llevaras hasta la
llave. Debo de atribuirte los créditos, Cloe.
Elena le hizo una reverencia y con una gran sonrisa se
marchó de ahí.
—Si no somos nosotros los que te matemos, entonces
serán los demás clones —gritó Cloe, con la cólera
adueñándose de su torrente sanguíneo.
—No te preocupes querida amiga, para ellos ya tengo un
ejercicio de clónicos esperándolos —dijo Estefany. Le guiño
un ojo antes de salir de ahí y detrás suyo sus cómplices.
—¿Y ahora qué sigue? —cuestionó Estefany, tomando en
su poder el maletín.
—Hundirlos —dijo la castaña, con una sonrisa de lado
mientras se subía a su auto y mandaba un último mensaje a
Víctor.
Epílogo

La noche comenzaba a estar en su mayor esplendor. Los


copos de nieve cubrían toda la silenciosa ciudad. Parecía
como si todo el mundo se hubiera puesto de acuerdo para
no emitir ningún ruido. Alrededor de las grandes calles y
avenidas, no había más que un vacío, todos los habitantes
dormían tranquilamente.
Dimitri aguardaba desde la comodidad de su auto, oculto
entre las sombras de un callejón, observando con la vista
fija en la única luz encendida que estaba en aquel edificio
hecho de cristal. Esperando alguna señal de lo que le diera
indicio de esa pequeña semilla de sospecha que crecía en
su cabeza.
—¿Señor? ¿Por qué no vamos por ellos ahora mismo? —
cuestionó el hombre que estaba frente al volante, mientras
veía al mensajero por el retrovisor—. Apuesto que están
distraídos en este momento. Está es nuestra oportunidad
para tener en nuestro control a todos esos bastardos. Sobre
todo, a esa arpía llamada Elena.
—Paciencia Sébastien, aún hay cosas por resolver antes
de capturarlos —dijo Dimitri, llevando su vista hasta la
pantalla de su celular.
Un mensaje corto —pero conciso—, se reflejaba en la
brillante pantalla. La pista suficiente para que la sospecha
creciera dentro del mensajero.
—¿Qué cosas, señor? —preguntó el conductor, con el
ceño fruncido.
El mensajero estaba a punto de responder, cuando su
atención se desvió a la chica de cabellera castaña, que salía
acompañada de sus amigos de aquel edificio y se separaba
de ellos, tomando un camino diferente.
—¿Señor? —pronunció el conductor con desespero—. Es
nuestra oportunidad para atraparla.
—Aún no es tiempo, Sébastien —contestó Dimitri de lo
más tranquilo.
—¿Pero, señor…?
—Sabes, Sébastien, ¿por qué los clones como tú, no
llegan a aspirar más allá que detrás de un volante? —refuto
el mensajero, al mismo tiempo en que le daba una mirada
fría—. Porque no tienen paciencia. Todo lo quieren hacer tan
rápido, que eso es lo que no funciona.
—¿Entonces qué quiere que hagamos? —preguntó
Sébastien, perdiendo toda esperanza de que ahora pudieran
alcanzar a la clon.
—Quiero que le pidas a Tobías, que rastree de quien
proviene esté conmovedor mensaje —dijo el mensajero,
dándole el celular al conductor—. Quiero saber quién es
nuestro querido aliado, que tiene las suficientes agallas
para traicionar a sus compañeros y se arriesgaría para
ayudarnos.

30. 12. 0067—10:59 pm.


La oportunidad de sus vidas está puesta en bandeja de
plata. Si quieres tener la llave de la tumba de los élite, ve a
la gran fiesta que se llevará a cabo en el laboratorio Eco-Fin.
Está noche.
Fin del primer libro.
Agradecimientos

Primeramente, nunca creí llegar a esta parte y


sinceramente es la más difícil, ya que hay tantas personas a
las cuales agradecer y no quiero dejar pasar a nadie. En
primer lugar, está mi madre, por estar ahí escuchando mis
locas ideas durante horas, aunque la mayoría no tenían
sentido. A mi mejor amiga Estefania, quien fue la inspiración
de uno de mis personajes y la primera en apoyarme. A
Vanessa, por ser la primera en leer mi libro de principio a fin
y darme a cada reacción que tenía. Gracias.
Pero sobre todo gracias a cada uno de ustedes, por
tomarse un poco de su tiempo para leer esta historia. Por
apoyarme en esta gran travesía. Muchas gracias.

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