La Hermandad de La Noche - Cuent - Zahara C. Ordonez
La Hermandad de La Noche - Cuent - Zahara C. Ordonez
La Hermandad de La Noche - Cuent - Zahara C. Ordonez
Usuario:
Horyzon
Año de extracción: 3354 Después del Sistema Aliado. En adelante D.S.A. (9235
dC en Calendario Terráqueo. En adelante C.T.)
No sabía que este librito no era más que un cuento hasta que
Horyzon me avisó. Blancanieves, al parecer, era un personaje
popular humano que protagonizaba historias infantiles creadas por
un ratón orejudo. No me preguntes acerca de esto; estoy igual que
tú.
Sin embargo, ese nombre… La Hermandad. Es la primera vez
que lo leo en esta investigación y me parece que puede ser
importante. Por lo demás, no hay nada que no supiésemos ya sobre
los draecy o, como los llaman los humanos, vampiros.
La transmisión del vampirismo parece darse de individuo a
individuo y, teniendo en cuenta los sentimientos expresados en el
relato, es posible que el individuo anterior se sienta responsable del
recién transformado… y viceversa. Este dato sí resulta curioso.
Ridículo incluso. No te imagino haciéndote responsable de aquellos
a los que has transformado.
De todos modos, como decía, esto no es más que un cuento
humano. Quizá no podamos sacar nada en claro del mismo.
Archivo: La Sociedad Secreta de Jesús Relinque
Usuario:
Horyzon
Ubicación original de la fuente: Uno de los escondites de la Hermandad en lo
que llamaban el Viejo Continente.
Año de extracción: 3354 D.S.A. (en C.T.: 9235 dC
Usuario:
Horyzon
Ubicación original de la fuente: Ruinas en el centro de una de las islas que
formaban el conjunto conocido como Gran Bretaña.
Año de extracción: 3350 D.S.A. (en C.T. 9231 dC)
II
En las profundidades de los bosques de Hungría…
Hacía más de treinta años que no la veía y, con cada paso que
daba por la espesura del bosque, recordé la primera vez que lo hice.
Caterina era un derroche de frescura, vitalidad, alegría y
sensualidad. Se movía en círculos, con los brazos abiertos y la risa
brotando del mismo modo que una fuente bajo las copas de los
árboles. Había acabado en mitad del bosque perdido tras una
batida, pero allí la había encontrado, con su larga melena negra y su
voz cantarina. Parecía como si se pudiese mimetizar con su
alrededor; como si perteneciese a la madre naturaleza. En ese
momento, supe que jamás podría olvidarme de ella. Si la llegaba a
conocer, me enamoraría día tras día, conocería nuevas cosas y
podría vivir una eternidad a su lado. Y así fue, pero mis deseos no
habían terminado como yo esperaba.
Tras caminar varios metros, llegué hasta la explanada donde
habíamos construido parte de nuestros recuerdos. El carro cíngaro
seguía igual que años atrás. Tan solo se notaba el paso del tiempo
en la madera envejecida y descolorida, pero por lo demás, todo
parecía como si el tiempo se hubiese parado. Por un momento, a
medida que me acercaba a la entrada, soñé que la pequeña puerta
se abría de par en par y por ella surgiría la figura de Cat, con su
sonrisa adornando su rostro, y sus vibrantes y brillantes ojos por la
felicidad. Sin embargo, el peso que sentía en un corazón que había
dejado de latir después de tantos años, me hizo saber que aquello
no ocurriría. La verdad del que había sido su destino me aplastaba.
Había caído enferma hacía cinco años. Incapaz de mover sus
músculos, ya no podía bailar ni sonreír a un nuevo día. Su fin había
sido estar muerta en vida.
Ya en la entrada, el temor me atenazó. Los pies se habían
quedado pegados al suelo haciendo que fuese incapaz dar un paso
más, y mis manos me picaban al no poder tomar el picaporte y abrir
para adentrarme en mi pasado. Pese a ello, tenía que hacerlo
porque ya no había vuelta atrás. Al entrar, contemplé la habitación
decorada con multitud de velas, iluminando de manera tenue a la
figura que se encontraba sentada, frente a la ventana, en una
mecedora de madera. La mujer que allí me encontré contemplaba el
exterior con una paz que me sobrecogió.
Me acerqué a ella y mi corazón dejó de latir cuando vi que sus
ojos, azules como el cielo de verano, se habían vuelto cada vez más
opacos. Se había quedado ciega y, por lo tanto, ya no podía
contemplar la luz de las mañanas que a ella tanto la enamoraba o
las estrellas de las noches que le gustaba contar antes de
acostarse. Podía recordar cada una de las palabras que me había
dicho una noche… «Moriré cuando no pueda disfrutar del mundo
que me rodea». Ahora entendía el porqué de su mirada perdida.
Pese a que en su rostro se podía advertir una leve sonrisa, su
mirada reflejaba la tristeza que había comenzado desde mi marcha
y cuando conoció su enfermedad.
Con cuidado de no asustarla, me arrodillé a su lado.
«¿Se acordaría de mí? Porque yo jamás me olvidé de ella».
Respiré hondo y supe en ese instante que, pese a no verme, se
había percatado de mi presencia.
«¿Rechazaría mi contacto?»
Aquel miedo me recorría el cuerpo dejándome frío. Pero habiendo
llegado hasta allí, y sabiendo el poco tiempo que quedaba, dejé el
terror por el rechazo a un lado y me aventuré a poner una de mis
manos sobre la suya. Vi cómo su pecho se elevaba al respirar
profundamente, y en contra de todo lo imaginado, cómo una lágrima
se deslizaba por su mejilla y su sonrisa se ampliaba.
«¿Había recuperado la felicidad, aunque fuese por un instante?
¿Habrá sido por mí?».
—Leo…
La voz de Caterina era un mero susurro que apenas llegaba hasta
mis oídos. Sin embargo, el timbre de su voz aún me recordaba
cuando había dicho mi nombre en otros momentos, y la dulzura que
aún destilaba envolvió mi cuerpo y calentó mi corazón maltrecho.
—¿Cómo…?
—Jamás podría olvidarme de tu olor, del tacto de tu piel, incluso
de tu manera de respirar o de cómo te ponías nervioso cuando
estabas junto a mí. Has estado presente cada día durante estos
años y me negaba a olvidarte.
—Cat… No sé qué decir. Desde que partí de tu lado, siento en mi
corazón miles de dagas clavadas. Quería volver, pero no me sentí
con valor para hacerlo.
—Nunca te disculpes. Intuyo lo que pasó y entiendo por qué lo
hiciste. Notaba que no envejecías y pude atar los cabos al final. No
tenías más remedio que irte y no te culpo por ello. Solo deseaba que
no tuvieses que partir tan lejos de mí ni tan pronto.
Tan lista como siempre y tan amable al igual que el primer día que
la había conocido. En su frágil cuerpo no había cabida para el
enfado.
—¿Puedo hacer algo por ti? —La presión del pecho me estaba
dejando casi sin aire para hablar.
—Me hubiese encantado poder disfrutar de mis últimos días
juntos, pero ya que no es posible volver a atrás, me gustaría poder
ver el amanecer una vez más antes de partir.
A causa del vértigo que estaba sufriendo por el encuentro, no fui
consciente de los primeros rayos del sol que se asomaban con
timidez por el horizonte. La claridad provocaba que mis ojos
comenzasen a lagrimear, pero no era tanto por el dolor por el sol
como por la pena al saber que mi mundo desaparecería en poco
tiempo. Tendría que estar asustado o corriendo para no hacerlo. No
obstante, la claridad de mi mente al tomar esa decisión me hizo
saber que hacía lo correcto. Tras aquella visita, sería incapaz de
volver a mi vida. Una vida que me había forjado, pero que no me
hacía sentir pleno, sino más vacío de lo que me encontraba cuando
partí hacía años.
—Vamos, te acompañaré.
El cuerpo de Cat, ahora más ligero que tiempo atrás, seguía
encajando a mi lado como un rompecabezas que al unir las piezas
formaban la imagen más preciosa; imagen que me había
acompañado en mis noches solitarias, calmando la ansiedad por lo
desconocido y la culpabilidad por lo ocurrido. El arrepentimiento me
sobrevino cuando pensé que debía haber pasado todos esos años
viendo de cerca cómo su cuerpo comenzaba a atrofiarse. Debía
haber estado para ser su apoyo cuando sus piernas fallaban y darle
una mano para no caer. Para prestar mi hombro cuando la tristeza
por la pérdida de algún amigo o familiar la embargase. Para que no
tuviese que estar sola en ningún momento. No obstante, ya no
volvería a estar sola nunca más. Y menos en ese momento.
Agarrándola con fuerza entre mis brazos, como debería haber
hecho desde el principio, fuimos caminando hasta el centro de la
pequeña explanada que había justo delante del carromato. Con
cuidado, nos sentamos sobre unas mantas extendidas en aquel
lugar, acompañadas por unos almohadones.
—Cuéntame, Leo. Háblame sobre los sitios que has conocido,
sobre las personas interesantes que has visto. Llévame hasta esos
lugares, hazme sentir como si hubiese estado cogida de tu mano.
Su cabeza se recostó en mi hombro tras dejar escapar un suspiro
de cansancio pero también de ensoñación por cada uno de los
relatos que le conté de mi vida. Allí parados, sentí mi cuerpo arder
con cada rayo de luz que incidía en mí; pese a ello, logré aguantar
mi tormento. Más había sufrido por tener que apartarme de su lado y
no atreverme a explicarle qué había sucedido. Más había sufrido
ella viendo su vida escapar de su cuerpo siendo consciente de ello;
sin tenerme a su lado. No le conté por qué había viajado a esos
lugares. En ese momento, aquel recuerdo no tenía cabida.
—Perdóname. —Lo dije tan bajo por culpa del nudo que tenía en
mi garganta que no supe si ella lo había escuchado.
—No tienes por qué pedirme perdón. Sentí que estabas siempre
muy cerca de mí y eso alivió, aunque fuese un poco, mi tristeza.
Solo me arrepiento de no haber podido ver tu rostro una vez más;
poder ver al que es el amor de mi vida.
—¿Fuiste feliz, Cat?
Mi visión comenzaba a nublarse. No quería derramar ninguna
lágrima en ese momento de paz. Al menos, quería que ella no
hubiese sufrido. Si hubiese sido por mí, su sufrimiento lo hubiese
cargado por los dos, con tal de no verla triste.
—Durante un tiempo lo fui, cuando estuve contigo. El resto del
tiempo me mantenía viva. Solo el ver un nuevo amanecer me daba
motivos para seguir adelante. No quería convertirme en una persona
de la que no te enamoraste si llegabas a volver, pero el tiempo pasó
y yo… —Un pesado suspiro llegó hasta mis oídos, como si
estuviese aguantando las lágrimas por la tristeza—. Fui feliz con
cada uno de los recuerdos de los momentos que vivimos.
—No volverás a estar sola nunca más. Te lo prometo.
Un jadeo cansado, aunque tranquilo, se escapó de su débil
cuerpo. Mirándola de reojo pude advertir que sus labios se curvaban
antes de articular las palabras que hizo que el nudo de mi estómago
se desvaneciese y todos mis malos pensamientos se esfumasen por
completo. En cada una de ellas no había ni una pizca de dolor, de
tristeza ni de acusación… solo agradecimiento.
—Gracias por aparecer en mi vida. Por permanecer en ella,
aunque fuese durante lo que me pareció unos instantes, y por estar
conmigo hasta el último soplo de ella.
—Eres tú quien ha hecho que mi vida valga la pena, Caterina.
Nunca te he dejado de amar. Ni ahora ni en la otra vida.
Sentí el momento exacto en que su respiración se desvaneció por
completo y su cuerpo comenzó a relajarse tras esfumarse todo
rastro de vida, de ilusión, de felicidad y de amor de su interior. Su
alma, viva y salvaje, se había ido y yo no tardaría mucho en ir tras
ella.
Con delicadeza, la deposité sobre la manta. Había muerto
plácidamente y con una sonrisa en su rostro. Después de todo, al
final, había recuperado la felicidad en los últimos segundos de su
vida. La brisa de la mañana agitaba con delicadeza sus mechones
oscuros, y no pude evitar atrapar uno de ellos, olerlo y volver a
situarlo tras su oreja, como si el cosquilleo de aquellas hebras de
ébano y marfil fuesen a perturbar su dulce sueño eterno. Aquel
gesto me recordó a cuando lo hacía cuando estábamos juntos y el
hecho de que no fuese a hacerlo nunca más me quebraba el
corazón.
Con el puño de mi camisa borré todo rastro de lágrimas. En ese
instante, me percaté de que la tela estaba coloreada por grandes
manchas de un rojo intenso producto de las heridas que se me
estaban formando por el sol. Ya no solo sangraba mi corazón, sino
también mi cuerpo. Con un profundo suspiro que me ayudó a
recomponerme por un breve instante, me tumbé tras ella,
envolviéndola en mis brazos con fuerza. Allí recostados quería
fundirme con su cuerpo; del mismo modo que la noche en la que
ella me mostró la verdad sobre la eternidad de una persona. Ahora,
ambos lo seríamos. Me llevaría conmigo los recuerdos de mis
momentos con la mujer que amaba.
Las llamas ardientes brotaron en mí. Pequeñas chispas en un
principio hasta convertirse en intensas lenguas anaranjadas cuando
se extendieron hacia ella, besando nuestros cuerpos y cubriéndonos
con su calor. En ese momento no sentía el dolor provocado por
ellas. Ya había sufrido uno más intenso durante todos estos años
atrás. Estas nos consumían, convirtiéndonos en ceniza y humo,
disipándonos juntos en el aire para permanecer en el lugar donde
habíamos encontrado el amor; donde habíamos sido felices. Allí, en
mitad del bosque, y envueltos por la brisa y el olor a naturaleza, se
forjaron nuestros recuerdos. Allí seríamos eternos.
usuario:
Urs
Usuario:
Horyzon
Usuario:
Horyzon
Año 2020
Usuario:
Horyzon
Ubicación original de la fuente: Dispositivo de plástico y cristal parecido a un ladrillo
plano.
Año de extracción: 3353 D.S.A. (en C.T. 9235 dC)
Usuario:
Horyzon
Ubicación original de la fuente: Escritos sobre tablillas de piedra enterrados en una fosa
en una pequeña grieta del centro del gran continente de la Tierra.
Año de extracción: 3357 D.S.A. (en Calendario Terráqueo 9239 dC)
Usuario:
Horyzon
Ubicación original de la fuente: Legajos en una cueva de Enor, planeta del Sistema
Tsun.
Año de extracción: 3357 D.S.A. (en Calendario Terráqueo 9239 dC)
Usuario:
Horyzon
Usuario:
Horyzon
—Tengo hambre.
Estaba muy entrada la madrugada cuando un hombre cabizbajo,
alto y corpulento, se detuvo en su solitario caminar y se dio la vuelta
en busca del origen de aquella grácil vocecilla. La niña del vestido
blanco estaba sentada dentro de una cabina telefónica, con la
puerta de cristal abierta. Estaba muy pálida. Tenía ojeras, y unos
largos tirabuzones rubios caían sin vida sobre sus estrechos
hombros.
—¿Estás bien, pequeña? —Se acercó unos cuantos pasos. Las
hojas secas crujían bajo sus botas—. ¿Dónde están tus padres?
«¿Dónde estaban sus padres?» Hacía mucho tiempo que esa
pregunta no importaba. La condesa se lo había repetido una y otra
vez antes de golpearla con su látigo. No importaba, porque ahora
solo la tenía a ella. Fingía ser su madre, pero no lo era. No lo era
porque mamá siempre evocó la pureza de un cisne, mientras que la
condesa se parecía más a un buitre. Un buitre decrépito de colmillos
afilados.
El hombre, curioso, dio otro paso y un suave efluvio azotó las
fosas nasales de la pequeña. Un retortijón en el estómago la
estremeció y no pudo contener el débil gemido que escapó de entre
sus agrietados labios.
—¿Hola? ¿Me oyes? ¿Estás...?
Había inclinado el torso superior hacia el interior de la cabina y se
agachó un poco para quedar a su altura. La niña no quería hacerlo.
Pero tenía mucha hambre. La expresión curiosa del hombre se
alteró en una milésima de segundo a la de un terror absoluto. Sin
embargo, ya era demasiado tarde. Su fuerza no se igualaba a la que
ella ejercía sobre él, tirando de su cuerpo hacia sí. La puerta se
cerró a su espalda con un ligero y silencioso chasquido.
La sangre manó de su cuello a borbotones y la niña apretó su
enclenque cuerpo contra el de su víctima para evitar así que en una
convulsión se escapara. Le agradaba la forma en que piel y músculo
se rajaban bajo sus colmillos. Era placentero alimentarse y, sin
embargo, tenía miedo. ¿Qué podía asustarla en un momento de
frenesí? Lo que sucedía a continuación.
Con cada gota de sangre que consumía su hambre se propagaba,
apartando sus órganos mortecinos a un lado. Era como una esponja
que se hundía en un contenedor de agua: absorbía y absorbía,
hasta que no quedaba nada.
Entonces se sucedían las explosiones. Para la condesa siempre
fueron motivo de diversión. Fue quizás, por eso, que quiso quedarse
con ella en lugar de destruirla como el código de la Hermandad
dictaba. Una noche, uno de los guardias confesó con recelosa voz a
la niña que era una abominación, un engendro antinatural, y que no
había más como ella porque estaba prohibido.
Prohibido.
No entendía qué significaba eso. Un día, le preguntó a la condesa
si podría traerle un amigo, pues se sentía muy sola.
—¿Acaso estás demente, querida? —contestó ella, y se echó a
reír. Unas carcajadas que le dejaron el corazón aún más frío—. Los
niños como tú no existen porque están prohibidos.
De nuevo aquella palabra que no entendía. Y empezó a asociarla
con las explosiones. Lo Prohibido.
Lo Prohibido escapaba a su control. No sabía por qué sucedía,
solo que sucedía cuando pasaba demasiado tiempo sin alimentarse.
Ese primer mordisco lo desataba, por mucho que ella tratara de
contenerlo. Intentaba beber despacio, pero, en cuanto la primera
gota manchaba sus labios, El Hambre desencadenaba Lo Prohibido.
Su extraña condición era, no obstante, selectiva. A veces actuaba
sobre objetos. Otras, las que más divertían a la condesa, sobre
personas: las reventaba cual piñata y los trozos se precipitaban en
una lluvia siniestra a su alrededor. Una tormenta de sangre y
muerte.
Aquella noche no fue diferente.
Un taxi pasaba a toda velocidad por la calle mal iluminada.
Aleksei Genai cantaba a pleno pulmón una canción cuya letra
apenas conocía más allá del estribillo. Aquella era su gran noche; en
cuanto acabara su turno volvería a su apartamento, ubicado en el
centro de la ciudad, y le pediría a su novia que se casara con él. Lo
tenía todo planeado: desde las velas con las que pensaba dibujar un
camino que empezaría en la entrada y acabaría en la habitación,
hasta los pétalos de rosas que depositaría sobre la cama, donde
dejaría la cajita que contenía la nota en cuestión. Su novia se
quedaría tan petrificada que él entonaría la pregunta de rodillas, con
el anillo en la mano y...
Una mujer vio el coche perder el control antes de estamparse
contra una farola. Pero no fue esa la razón tras el grito que profirió,
sino las manchas de sesos y sangre que salpicaron los cristales del
taxi. Las sirenas de las ambulancias y las patrullas de la policía local
búlgara no fueron capaces de silenciar un segundo grito poco antes
del amanecer.
Un viandante encontró el cadáver de un hombre corpulento dentro
de una cabina. De la niña del vestido blanco no quedó rastro alguno.
2
( despierta )
Nadia notaba la boca pastosa. A sus oídos llegaban sonidos
inconexos; conocidos, pero difíciles de identificar. Debajo de su
cabeza había algo mullido. ¿Por qué le dolía todo?
( no me dejes sola )
No quería dejarla sola. Sin embargo, ella se marchó de su lado
cuando más la necesitaba. Y ahora estaba condenada a vivir sin e...
( despierta )
Sus ojos se abrieron en el momento en que un cuerpo salía
despedido y se estrellaba contra un armario que, irremediablemente,
se hizo trizas.
La adrenalina de Nadia se disparó, empujando la sutil pero
persistente migraña a un lado para poder defenderse del hombre de
tez muy pálida y ojos rojos que se abalanzaba sobre ella. Lo repelió
con una certera y enérgica patada para, acto seguido, girarse en el
suelo con una envidiable acrobacia y ponerse en pie. Miró en
derredor. La nafen rompía el cuello de un vampiro y enseñaba los
afilados colmillos a un segundo que hizo lo mismo. Luego, se fijó en
el que se recuperaba entre los escombros del armario y, para
acabar, en el que la enfrentaba a ella con una sonrisa de suficiencia.
Cuatro vampiros.
Determinó dos cosas: no habían sido enviados por la Hermandad.
Como buenos arrogantes que eran, siempre lucían el broche dorado
de un murciélago en sus elegantes trajes. Aquellos vampiros
parecían más lacayos sin importancia de algún o alguna líder
rebelde. Fueran quienes fueran, una cazadora sabía muy bien que
no debía subestimar a un adversario. Tanteó en su cinto, pero no dio
con su cuchillo de plata. ¿Dónde…?
Gruñó y avanzó en zancadas hacia el vampiro. Saltó con las
piernas por delante. Las suelas de sus botas negras impactaron en
el pecho del chupasangre y ella cayó con gracia, con una rodilla en
el suelo y la pierna izquierda extendida hacia atrás.
—¡Niña! —gritó—. Necesito mi cuchillo. Es eso, o irte con ellos.
La nafen, que suficientes problemas tenía en ese momento, dudó.
Una duda que le valió un puñetazo que nadie esperaría que fuera a
devolver. Pero lo hizo. Acto seguido, tanteó bajo la almohada, tomó
el cuchillo por el mango y lo lanzó al aire para que la cazadora lo
atrapara al vuelo. Nada más hacerlo, Nadia lo hundió en el corazón
del vampiro que retomaba la ofensiva. Lo arrancó de un tirón, e hizo
caer de espaldas a su adversario tras un cabezazo.
¿Podría con todos ella sola? Seguramente sí…
( siempre has sido la narcisista de las dos)
Pero prefería no tentar a la suerte. Se palpó los bolsillos hasta dar
con una pequeña bola de plata, del tamaño de una canica, y, tras
atestarle una patada giratoria a uno de los vampiros, lanzó una
mirada severa hacia la nafen.
—Por la ventana. ¡Ahora!
Nadia la vio dudar una vez más. Sin embargo, su instinto de
supervivencia pudo más y abandonó la habitación por la ventana
abierta valiéndose de un ágil salto. Entonces, Nadia dejó caer la
canica al suelo al mismo tiempo que cerraba los ojos. El nitrato de
plata explotó en una lluvia que se derramó en todas direcciones. No
los vio retorcerse, no los vio arder; pero sí oyó los gritos
desgarradores.
Solo abrió los ojos cuando el frío de la noche erizó el vello de su
piel. Buscó, y sus pies la llevaron hasta la nafen, quien se escondía
detrás de un gran Jeep rojo carmín.
—¿Por qué me has ayudado?
( es una buena pregunta )
—Cuatro contra una no es una pelea justa —masculló a la niña
entre dientes—. Aunque no es que vosotros sepáis mucho de
justicia…
—¿Quién es «vosotros»?
Nadia, que guardaba el cuchillo en el cinto, se detuvo.
—Los vampiros.
—A mí no me gusta ser un vampiro.
—Porque no lo eres —respondió ella, con desdén—. Eres algo
mucho peor. Algo…
—Prohibido. Lo sé.
Nadia no entendía muy bien lo que estaba sucediendo. La niña de
vestido blanco…
( nafen )
…se veía mucho más frágil e inocente con la ropa rasgada. Sus
ojos añiles, demasiado bonitos para alguien que suponía un peligro
tan grande, miraban al suelo. Sintió la tentación de abrazarla, de
consolarla, porque el mundo no le había permitido elegir la persona
que quería ser. Y, sobre todo, deseaba decirle que no era culpa suya
que otro vampiro la hubiera convertido, arrebatándole así no solo su
vida, sino también su infancia. Sus sueños.
¿Qué le estaba pasando?
5
Usuario:
Horyzon
Ubicación original de la fuente: Una de las plantas que los humanos construían bajo
tierra y que servía para guardar cosas que deberían tirar a la basura, pero prefieren
guardar, como sus vehículos.
Año de extracción: 3348 D.S.A. (en Calendario Terráqueo 9242 dC)
Dio una vuelta al papel esperando encontrar algo más, pero eso
era todo. Se asustó un poco al no reconocer esa letra y se dijo que
quizás escribía mejor borracho que sobrio. O había quedado con
alguna chica al día siguiente. Sí, seguro.
Se calzó las zapatillas y metió la nota en el bolsillo de los
pantalones. Fuese lo que fuese, no pensaba acudir a la cita. Las
promesas de los borrachos no son dignas de confianza, mejor
ignorarla y seguir con su anodina vida. Sus pies tropezaron con algo
en el suelo y se sorprendió al ver una mochila de asas de color
verde. Arqueó una ceja y pensó en lo mucho que se parecía a la
que llevaba Edu en el sueño.
—De modo que de aquí saqué la idea —murmuró.
No recordaba tener esa mochila por casa, pero a veces uno se
podía encontrar las cosas más raras por su propio hogar sin siquiera
buscarlas. Bajó la cremallera y dio un respingo que le hizo
tropezarse con el borde de la cama.En el interior de la bolsa había
una estaca de madera y un martillo.
—Joder, ¿qué coño pasa aquí?
El teléfono del comedor sonó en ese mismo instante y Carlos
sintió que el corazón se le iba a salir del pecho. Tiró la mochila al
suelo sin mirar de nuevo su siniestro contenido y se levantó para
responder la llamada.El teléfono era inalámbrico, de color negro, lo
único que Noelia había dejado cuando se marchó. Pulsó el botón
verde de contestar y acercó el auricular a su oído.
—¿Dígame?
—Recuerda tu promesa, Carlos —dijo la voz infantil de Edu en su
oído.
La nuez del hombre se movió como si tuviese vida propia, pero no
soltó el teléfono. Lo tenía agarrado con tanta fuerza que sus nudillos
se volvieron blancos. Retrocedió un paso, sin saber qué hacer. ¿No
había sido un sueño?
—Sé que estás ahí, te oigo respirar.
—¿Qué quieres? —preguntó Carlos con voz temblorosa.
—Quiero que cumplas tu promesa, como buenos amigos que
somos.
—Pe… pero ¿cómo voy a matar a un vampiro? Son mucho más
fuertes que los humanos y yo no lo he hecho nunca…
—No gimotees como un bebé —le cortó Edu con voz de fastidio
—. Por el día los vampiros somos más débiles, lo único que tienes
que hacer es ir a la dirección que te he dado a la hora convenida.
Debajo del felpudo encontrarás la llave de la casa. Una vez dentro,
buscas una habitación que está cerrada al fondo del pasillo.
Carlos se pasó la mano por el cabello. ¿Cómo podía estar
pasando esto? No era real. Pulsó el botón de colgar y dejó el
teléfono sobre su apósito. Se apartó del aparato como si éste fuese
una víbora y volvió a la cama. El teléfono volvió a sonar. Lo ignoró.
Entonces escuchó la melodía familiar de su móvil. El hombre abrió
aterrorizado el primer cajón de su mesita y vio en la pantalla que le
llamaba un número desconocido.
—Mierda —maldijo.
Sus labios temblaban y sentía que estaba a punto de empezar a
llorar de puro terror. Nada de eso era real. Era solo su mente la que
estaba jugando con él. Agarró el teléfono móvil y lo apagó. En ese
instante, el fijo volvió a sonar. De nuevo, esperó a que se cansaran
de llamar y colgaran.
Sonó diez veces más durante toda la mañana y Carlos lo ignoró
las diez veces. Finalmente, le dieron tregua durante el resto del día,
pero estaba tan asustado que no salió de casa. De hecho, se quedó
en la cama, tapado hasta el cuello, agarrando la estaca de madera
con una mano y el martillo con la otra.
III
Usuario:
Horyzon
Usuario:
Horyzon
Tuve un presentimiento.
Estaba segura de que si buscaba en los rincones más escondidos
de la Red Terráquea podría llegar a encontrar algún documento
sobre vampiros. Y estaba en lo cierto. Ya sé que saldrán muchos
listillos expertos en la Red cuando lean esto. Los humanos siempre
se hacen los interesantes aunque luego queden como idiotas. A
todos esos: si digo que la red terráquea sigue activa en el futuro, es
porque sigue activa. Solo debes saber dónde mirar y, por suerte, yo
soy la mejor buscando.
Usuario:
Horyzon
Al lado había un trozo del mismo tejido, más grande. Lo único que
se conservaba del mismo era una firma. Según la Red, pertenecía a
la pintora Paula Soto, que vivió entre el 1415 y el 1470 s.C.H. La
artista estuvo bajo el mecenazgo de la casa de Silva, que
pertenecían a los primera sangre de la Hermandad. Paula, he de
suponer, que estaba a sus servicios.
Ayer fue un día duro. Todos los avances que creía haber realizado
se vieron borrados con la simple aparición de una nueva fuente. Lo
que parecía tener tan claro como que la nieve es blanca, se ha
difuminado hasta el punto de que ya no soy capaz de discernir lo
real.
Ahora, una nueva fuente apunta a que la bacteria era selectiva en
cuanto a la portadora que podía transmitirla. Eso es absurdo en
muchos sentidos que no pienso detenerme a explicar. Y, sin
embargo, ¿cómo puedo decir que no es real? No puedo.
Hay tantas cosas imposibles respecto a este microorganismo, que
no puedo desmentir nada.
La cuestión reside en ¿cuál es la verdad? Tendré que seguir
investigando, pero estoy tan cansado como la familia de este relato,
que hartos de crear monstruos deciden realizar un rito extraño.
Tan cansado....
Eso sí, Horyzon me ha indicado que esta familia pertenecía a la
Hermandad y que eran de los primeros nacidos. Algo de luz entre
tanta oscuridad.
Archivo: La promesa de Jesús ramírez
Usuario:
Horyzon
Usuario:
Horyzon
1
Hubo una época en que no le preocupaba el paso del tiempo,
diría más: le gustaba. Cuando era niña, crecer significaba acercarse
a ser adulta, poderosa, a tener derecho a la propiedad privada, fuere
de joyas o esclavos, y a la autoridad. Erzsébet dominaba el latín y
sabía que crescere significa aumentar de tamaño, que maturare
tenía alguna relación con convertirse en madre y que veclus, para
los antiguos, no indicaba una degeneración sino una experiencia
adquirida.
Aun así, todo el mundo sabe que un niño crece como las semillas,
que un joven madura como los melocotones, hasta alcanzar su
punto de mayor sabor y frescura, y que los adultos no crecen,
simplemente envejecen hasta ser trastos inservibles, arrugados y
malolientes. En húngaro, su idioma natal, ocurría igual. Felnőni y
megöregedni no eran lo mismo.
Mi mente andaba en esos pensamientos mientras mi cuerpo
cabalgaba arrastrando un carruaje, todavía vacío, en busca de la
última petición que la condesa había requerido. Cuando llegué a la
aldea, no recuerdo su nombre, pues tantas fueron las que recorrí,
las ventanas se cerraban y oía ruidos de puertas atrancándose.
Estaba claro que no era bienvenido. El mayordomo principal me
había indicado el lugar donde podría encontrar las doncellas más
hermosas. Tenía tres candidatas, cualquiera de ellas serviría.
Revisando las indicaciones que tenía por escrito, resultó que las tres
eran hermanas y las podría encontrar en la misma vivienda.
Fui directo hacia la puerta, acompañado de dos guardias. No eran
necesarios pues, pese al odio que despertaba el cochero de la
muerte, como sé que se referían a mí, nunca había sufrido un
ataque. Sabían que yo no era simplemente una persona que estaba
allí; que yo no era más que un tentáculo de un imperio —irónica
palabra— que los rodea. Si bien mi defensa es humilde, soy
reemplazable. Tan inútil sería clavarme un puñal como intentar
cercenar la úvula del jabalí que ya te ha tragado.
En cualquier caso, un cochero no es alguien que deba decidir
sobre el destino de una criatura, y las instrucciones no incluían que
invirtiera tiempo en evaluar a las candidatas, casi siempre hembras,
sino proporcionar cualquiera de las presas. Sin embargo, si tenía la
ocasión, intentaba dilucidar cómo sería el futuro si la ofrenda
consistiere en una u otra muchacha. El futuro de ella misma, el
futuro de la condesa, el mío propio y el del reino.
Como era habitual, el cabeza de familia me recibió amenazante.
Incluso antes de que yo abriera la boca, la esposa lloraba
desconsolada, y las tres hijas murmuraban escondidas tras una
pesada cortina que, imagino, daba paso a los aposentos privados.
Antes de terminar de desenrollar el pergamino con el mandamiento,
una de ellas salió de su parapeto e intentó agredirme con una vara
de álamo. Otra huyó por una ventana. La que restaba permaneció
inmóvil. Si en sus ojos hubiera visto el miedo de un cordero, habría
azuzado a mis hombres a que apresaran a la que me había
golpeado, torpemente, todo sea dicho, con la improvisada arma de
madera; pero el brillo en sus pupilas correspondía a un jabalí salvaje
que espera el momento adecuado de atacar.
—Cogedla —dije, señalando a la doncella más joven.
Sin duda, sería la que más posibilidades tendría de sobrevivir.
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¿FIN?
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Ubicación original de la fuente: Una baliza en uno de los satélites de Júpiter (Vete a
saber qué hacía allí)
Año de extracción: 3345 D.S.A (en C.T. 9239 dC)
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Ubicación original de la fuente: En los restos de una cruz de oro bastante ennegrecida
en los grandes pastos del Continente.
Año de extracción: 3351 D.S.A. (en C.T. 9245 dC)
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Ubicación original de la fuente: Un diario a los pies de una escultura en muy mal
estado, en mitad de la nada.
Año de extracción: 3357 D.S.A. (en C.T. 9251 dC)
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Al parecer este tipo raro con una hoz gigante se llamaba David
Bejarano y estaba condenado a estar allí toda la eternidad para
decepcionar a las almas. Me recordó un poco a Draec, aunque ella
era más independiente. Me contó que se aburría porque no tenía
mucho que hacer. Le reactive el acceso a la Red, cosa que me
agradeció muchísimo y me dijo no sé qué de hacer un Podcast de
comecerebros. Dijo no saber nada de una Hermandad, aunque mis
sensores notaron un aumento de la tensión en su cuerpo. Creo que
mentía, pero no podría decir en cuanto que no hay ningún dato
sobre el segador o sus visitantes en la Red.
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Horyzon
¡Al fin! Me encuentro tan excitado por este hallazgo que he dejado
de lado el análisis de los restantes. Ya los retomaré luego porque
aquí… Aquí he hallado lo que llevo tanto tiempo buscando.
Por fin he conseguido ubicar el origen de la expansión de la
enfermedad hacia nuestra galaxia. Todos los relatos anteriores me
han llevado a concluir que, más allá de la fantasía o el misticismo, el
vampirismo no es más que producto del contagio de un patógeno
que altera la condición original del sujeto, prestándole ciertas
modificaciones genéticas que suelen asemejarse en demasiados
casos como para ser una mera coincidencia.
Este relato demuestra que el patógeno se expandió a lo largo del
universo desde la Tierra hasta nuestra galaxia. Obviamente, faltan
datos como para aseverar que esta epidemia en concreto es la
misma que la que ha afectado la alianza de Sistemas y, por ende, a
ti en primer lugar. Pero ese no es el punto. ¡Espero que veas lo que
esto significa porque es maravilloso!
A raíz de este suceso podemos afirmar que el patógeno debe
haber crecido en alguna parte y haberse extendido. Puede que lo
haya hecho en más de un lugar del Sistema Solar, incluso de otros
sistemas. Eso no importa. El hecho es que es cierto lo que te
contaron. No eres la causante. Solo eres una víctima más.
Espero poder profundizar en esta vía de la investigación en los
restos que quedan. Ahora mismo me voy a tomar un descanso.
Estoy demasiado emocionado para seguir.
Archivo: La insuperable rentavilidad de la Fleckvieh-Simmental de David Mancera
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Ubicación original de la fuente: Cartas guardadas en un cilindro metálico bajo las aguas
de un lago.
Año de extracción: 3360 D.S.A. (en C.T.9253 dC)
Recuerdo cuando leí este documento por primera vez. Fue rápido,
imbuido por un deseo nada sano por conocer la verdad. Cuando
terminé, estaba exaltado. Tanto que no pude evitar contarle a
Horyzon mis descubrimientos sobre la tal Hermandad. ¡Al fin había
encontrado una prueba escrita de que existían! Y no se trataba de
una simple mención. No, se hablaba directamente de uno de ellos,
que reconocía serlo. Dicté mis notas al mismo tiempo que le
contaba mis pesquisas a Horyzon, enloquecido por la euforia. Ya
conoces a nuestra amiga. No tardó ni dos segundos en encontrar un
resultado respecto al nombre de la mujer del relato. Tardó mucho
menos en evaporar todo atisbo de alegría, tan rápido como quien
aplasta un murciélago. Y esto es algo que sé que puede ser
realmente rápido si te lo propones. Lo he vivido de primera mano.
En fin... Que, como podrás adivinar, es la segunda vez que procedo
a escribir esta nota.
Bien. El relato en sí aporta cierto dato de interés en cuanto a la
rapidez en que la enfermedad se contagia y en que depende de
algún tipo de sustancia segregada por el individuo portador. Esto no
se menciona, cierto, pero es inevitable llegar a esa conclusión
cuando se analiza a conciencia el hecho de que hay diferentes
niveles de contagio. Por no hablar de la capacidad de resistencia
variable en virtud del salvajismo del individuo. Sin embargo, como
Horyzon se encargó de probar y con una contundencia propia de un
buen colisionador, esto no es más que ficción. Stoker parece ser el
nombre de un famoso personaje imaginario de la cultura humana,
muy relacionado con los vampiros. No creo en las coincidencias,
como bien sabes. Ahora bien, la palabra Hermandad usada en este
relato y la forma en que se habla de ella, como si de verdad se
tuviera información de la misma, que además concuerda con todos
esos detalles de los documentos anteriores y posteriores respecto a
una especie de grupo encargado de velar por los vampiros, me hace
dudar.
Porque, aunque sufre ligeras variaciones —en algunos casos más
importantes que en otros—, siempre está ahí, de una forma u de
otra. La Hermandad.
¿Y si los vampiros terrestres, guiados por aquellos primeros
nacidos de los que no he encontrado nada más, organizaron a los
suyos de alguna manera? ¿Crearon una sociedad con normas para
evitar ser descubiertos? Normas que les ayudaron a no perder del
todo su humanidad y así evitar que se repitiera la esclavitud a la que
se vieron sometidos por los humanos. Quizá inventaron historias
como esta misma, o en las que una niña de la realeza es
transformada y su crueldad se intensifica. Incluso pudieron crear
cuentos más fantasiosos, en las que los vampiros tenían alas y
estrechaban lazos con humanos, hasta el punto de querer
protegerlos a toda costa. Si esta hermandad existió no me
extrañaría que intentarán romantizar su propia figura, de forma que
los humanos los vieran con mayor entusiasmo. Siguiendo este
objetivo no sería raro que esta hermandad hubiese creado locales
donde saciar la sed de sangre y que los mismos fueran controlados
por individuos poderosos e influyentes, que mantuviesen a raya a
los ojos ajenos.
¿Podría esta hermandad haber provocado que los vampiros
salieran a la luz, haciendo ver a los humanos los beneficios de la
conversión y creando escuelas de integración en la sociedad para
recién conversos?
Por supuesto, siempre existirían casos de miembros de la especie
que fueran reticentes a esta unión, que fueran por su cuenta y
siguieran aprovechándose de lugares cerrados y aislados para
masacrar a los humanos y alimentarse de ellos. Estoy seguro de
que justificar a esos descarriados fue el motivo por el que esta
Hermandad se dedicaría a crear una religión para los vampiros, con
su propio dios y su propio mesías, traicionados por su propia estirpe
en un modo un tanto burdo de justificar aquella vertiente que se deja
influenciar por su lado más oscuro. Es algo lógico pensar que lo
hicieran, pues la religión parece muy importante en las sociedades
humanas. ¿Qué mejor modo de afianzar el poder?
La gente de la Tierra debió de dejar de temer a los vampiros, al
menos durante un tiempo, integrándolos en sus fábulas más
fantasiosas, junto a dragones y seres pequeños, feos y verdes —no
recuerdo sus nombres ahora—. Sin embargo, esta humanización
de los vampiros debió llegar a su fin en algún punto que no he
conseguido concretar con exactitud. De lo que no hay duda es de
que los vampiros volvieron a las sombras. Tampoco las hay de que
se siga haciendo mención de un grupo en las tinieblas que intentaba
seguir manejando la situación. Su influencia y su poder sobre el
resto se había reducido bastante. Y muestra de ello son las historias
de miembros externos al grupo de originarios que intentaban acabar
con alguno de ellos y ocupar su puesto en esa especie de Concilio.
Me pregunto si alguno lo consiguió o todos acabaron siendo
abrazados por… bueno, por ti. La muerte es algo que nos debe
llegar en algún momento, por muy eternos que seamos.
Por lo que he podido sacar de mi estudio, La Hermandad siguió
trabajando por mejorar la condición vampira en la Tierra. Me imagino
que lucharía contra esa sociedad creada para cazarlos y
exterminarlos. Aunque lo más duro, sin duda, debió de ser la lucha
por erradicar las creencias locales sobre mancillar el cuerpo de los
muertos para intentar curar algo para lo que no existe remedio
alguno. Y, por último, cuando la Tierra se quedó pequeña, cuando el
Sol dañaba demasiado, cuando el viaje a nuevos mundos fue
posible, la Hermandad se aseguró que los vampiros fueran los
primeros en partir.
O quizás todo esto sean elucubraciones de una mente fatigada
por el estudio que no discierne la realidad de la ficción. Eso lo dejo a
juicio de tu despejada mente.
Sin más, me despido. Hasta la próxima comida, que espero que
sea a tu lado.
Urs.
Archivo: La sonrisa de Darío M. Urdiales
usuario:
Urs
Sobre ASCOL:
[4]Es un tipo de sombrero tradicional del Japón y está hecho con paja de arroz.
[6]Un kaiken es una daga de 20-25cm de largo, de uno o dos filos, sin accesorios
ornamentales alojada en una montura simple.
[7]Forma tradicional de doblar las piernas sobre el piso y sentarse sobre las rodillas,
recargando los glúteos sobre los talones.
[10]El área central del castillo era la sección más importante en el aspecto defensivo, y
se denominaba hon maru. En él se localizaban el tenshu kaku y otros edificios
residenciales para el uso del daimyō.
[11]La naginata es un arma de asta larga ampliamente utilizada por la clase samurái,
caracterizada por tener un filo que se curva en el extremo.
[12]Tipo de puerta tradicional en la arquitectura japonesa. Funciona como divisor de
habitaciones y consiste en papel japonés traslúcido con un marco de madera.
[16]Mi amor.
[17]Te odio.
[19]. Aunque voy por aceite, no voy por aceite. Muertas las echasteis, vivas las sacáis.
Con Satanás, Caifas, con el chico y con el grande, con el mayor, con el menor. Muerte
cierta, hora incierta. Muerto en tierra, vivo en tierra. E sy me lo traxeres, yo te ben diré, e sy
no me lo traxeres, yo te mal diré.