(Español) Carta de Adviento 2024

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Vincentian Family Office ● Bureau de la Famillie Vincentienne ● Oficina de la Familia Vicenciana

WWW: famvin.org

Roma, 1 de diciembre de 2024


Primer domingo de Adviento
[email protected]

CARTA DE ADVIENTO

¡JESUS VIVE EN NOSOTROS! ¡JESUS ORA EN NOSOTROS! ¡JESUS ORA CON


NOSOTROS!
+1 (215) 715-3984

A todos los miembros de la Familia vicenciana

Queridos hermanos y hermanas en san Vicente,


500 East Chelten Avenue, Philadelphia, PA 19144, USA

¡La gracia y la paz de Jesús estén siempre con nosotros!

Aunque el tema de la oración se discute y estudia a menudo, cuando descubrí un libro


que probablemente muchos de ustedes ya conocen, Relatos de un peregrino ruso, la descripción
de su manera de orar me conmovió profundamente. Intentaré compartirla con ustedes en esta
carta.

Escrito en Rusia en el siglo XIX por un autor anónimo, es la historia real de un hombre
que lo había perdido todo: su esposa y todos sus bienes. Un día, en un sermón, oyó las palabras
de san Pablo: “Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5-17). Se sintió profundamente conmovido.
Estas palabras no le dejaban en paz.

Empezó a preguntarse y a reflexionar sobre el modo y la posibilidad de “rezar sin


cesar”. Se dijo a sí mismo: si es verdad que Dios no pide lo imposible a una persona, y que
Dios mismo sí lo pide, entonces tengo que encontrar la manera de rezar sin cesar

El hombre se embarcó en una peregrinación de más de 20 años para aprender a


responder a esta llamada que le inquietaba tan profundamente. Nada llegó a ser más importante
en su vida que tratar de encontrar la respuesta, porque estaba convencido de que, al hallarla, se

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resolverían todas las preguntas, retos, dificultades y luchas de la vida. Además, se haría realidad
el camino hacia la paz interior, la alegría, la conversión y, finalmente, la resurrección personal.

Empezó leyendo la Biblia una y otra vez, escuchando numerosos sermones, viajando
de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, en busca de consejos de sabios. Finalmente, tras
años de peregrinación por las vastas estepas de Siberia, conoció a un viejo Padre espiritual que,
paso a paso, a través de largos periodos de escucha, preguntas, reflexión y meditación, empezó
a abrir los ojos del corazón del peregrino. He aquí los frutos de su encuentro:

- Recuerda, dice el Padre espiritual, que no son las buenas obras las que nos hacen capaces
de orar, sino que es la oración la que nos lleva a las buenas obras. Por tanto, el trabajo de la
oración es lo primero.

- El peregrino descubre que la verdadera peregrinación no es ir de un lugar a otro, sino del


exterior hacia el interior, de las cosas al corazón: la peregrinación interior. La peregrinación
del corazón es la más importante.

- La oración del corazón es capaz de apagar todas las pasiones que nos llevan al pecado. De
hecho, no hay tentación o pasión que no se pueda vencer. La oración es un escudo, una
armadura protectora, aunque no nos demos cuenta.

- A nuestros enemigos espirituales hay que combatirlos con las armas adecuadas, y la más
poderosa de ellas es la oración continua: con ella, usamos el nombre de Jesús como un
martillo que aplasta las pasiones y éstas se desintegran. Hay que probarlo para creerlo. La
oración transfigura a la persona.

- Jesús nos dijo que rezáramos sin cesar porque, aunque podemos influir en la cantidad,
tenemos muy poco control sobre la calidad de nuestra oración, porque ¿quién de nosotros
puede decir que “reza bien”?

Es el Espíritu de Jesús el que ora en nosotros, es la gracia de Dios la que hace eficaz la
oración que ofrecemos. Sólo podemos decidirnos a rezar y poner en ello nuestra cantidad: será
entonces el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, quien dará calor, fuerza y eficacia a nuestra
oración. Jesús nunca dijo que rezáramos poco y con productos de buena calidad. La experiencia
de la oración continua nos enseña que, si ponemos nuestro corazón en la oración perseverante,
podremos rezar más, el Espíritu de Jesús tomará posesión de nuestra propia oración y la
transformará en un torrente de agua viva que cambiará toda nuestra existencia. Entonces ya no
rezaremos, sino que nos convertiremos en una oración viva. Todo el mundo quiere los frutos
de la oración. El secreto se revela aquí de un modo maravilloso. Tenemos que decidirnos a
intentarlo, entonces la oración no se detendrá.

- El Padre espiritual animó al peregrino a comenzar a practicar la oración continua repitiendo


una expresión ya presente en el Evangelio, la del publicano que, en el templo, pide a Dios
que tenga misericordia de él.

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Es la gota de agua que erosiona la piedra y, al caer sobre un corazón de piedra (porque
en realidad la piedra es nuestro corazón endurecido), acaba por hacerlo añicos, y el efecto es
un cambio radical: la oración desencadena un mundo misterioso que no tiene fronteras. El
problema no es tanto saber cuándo rezar, sino cuándo dejar de rezar.

El peregrino descubre con sorpresa que la oración ya está presente en su corazón, que
no hay nada que inventar, que basta con ponerse a la escucha de la oración ya presente y dejarla
fluir. Así, es el Espíritu de Jesús en nosotros quien grita, reza, se expresa (“habéis recibido un
Espíritu que os hace hijos; y en él gritamos “Abba”, es decir: ¡Padre!” (Romanos 8, 15)).
Basta ponerse a la escucha de la palabra del Espíritu presente en lo más profundo de nuestro
corazón y dar una voz humana a la voz divina.

- Los verdaderos orantes tienen el corazón abierto: están totalmente poseídos por el Señor,
que es misericordia infinita. Quieren abrazar al mundo, rezan por la salvación de todos,
llevan a todos en su corazón ante Jesús e, incesantemente, imploran misericordia para todos
los pecadores. No porque se crean buenos, sino porque se identifican con toda la humanidad:
se hacen toda la humanidad pecadora, sintiendo dolorosamente el peso del pecado e
intercediendo sin cesar para que el pecado sea perdonado.

- En un momento dado, el peregrino se hizo la siguiente pregunta: “¿De verdad necesita Dios
que la gente interceda por los demás?” “¿No podría hacerlo todo él mismo?” No, respondió
el Padre espiritual, porque todos estamos unidos, como un solo cuerpo: el bien de uno es el
bien de todos, el mal de uno es el mal de todos. Necesitamos hermanos y hermanas que
intercedan por nosotros.

El mundo subsiste gracias a estas oraciones. Por eso las almas orantes son las más útiles
y las más necesarias para el mundo, aunque esto se escape a los ojos del mundo.

- En un momento crucial y decisivo de la búsqueda del peregrino, el Padre espiritual le reveló


el secreto que anhelaba encontrar: la invocación constante e ininterrumpida del Nombre
divino de Jesús: “¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!” contiene la herramienta para orar
sin cesar.

- El esfuerzo y la lucha de la peregrinación al corazón y la oración constante son sólo el


principio, porque la piedra que hay que romper es dura, pero una vez que se produce la
explosión, todo cambia.

Las dos realidades que me han conmovido profundamente son:

a) que “Jesús ora constantemente en nosotros” y

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b) que “orar sin cesar” significa armonizar nuestra oración con la de Jesús, que ora
continuamente por nosotros y con nosotros, intercediendo por nosotros ante su Padre
y nuestro Padre, todo ello en lo más profundo de nuestro ser: el corazón.

En esta aventura del amor, debemos recordar constantemente que “el Espíritu acude en
ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu
mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Romanos 8, 26). También necesitamos
escuchar la intercesión constante de Jesús, su oración por nosotros y con nosotros. Debemos
seguir repitiendo en silencio o en voz alta, en la cámara más profunda de nuestro ser, las
palabras: “¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!”. Así, el corazón de Jesús y nuestro corazón se
unen de tal modo, el uno con el otro, que nos convertimos en “oración”.

San Vicente de Paúl, místico de la Caridad, hizo él mismo esta peregrinación al corazón,
para lograr una conversión personal, repitiendo, en voz alta o en silencio, la oración del
publicano en el templo, literalmente o con otras palabras, pero con el mismo sentido, de modo
que el corazón de Jesús y el suyo se compenetraron tan bien que Vicente mismo se convirtió
en “oración”. Insistió en que sus discípulos hicieran lo mismo, diciendo a las primeras Hijas de
la Caridad: “Así pues, mis queridas hermanas, es preciso que vosotras y yo tomemos la
resolución de no dejar de hacer oración todos los días. Digo todos los días, hijas mías; pero,
si pudiera ser, diría más: no la dejemos nunca y no dejemos pasar un minuto de tiempo sin
estar en oración, esto es, sin tener nuestro espíritu elevado a Dios” Coste IX-1, 385).

Que el tiempo de Adviento nos ayude a comprender cada vez mejor las riquezas
inexpresables e inestimables que llevamos en el corazón, y a esforzarnos por ser nosotros
mismos “oración”.

Su hermano en san Vicente,

Tomaž Mavrič, CM

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