Ruina de Cachemira Ep&237logo Extendido - Nicole Fox

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RUINA DE CACHEMIRA:

EPÍLOGO EXTENDIDO
LA BRATVA GROZA

NICOLE FOX
Copyright © 2024 por Nicole Fox

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Velo Rasgado
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Jaula Dorada
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Corona Destruída
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la Bratva Vorobev
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Ángel de Terciopelo

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Inmaculada Decepción
Inmaculada Corrupción
EPÍLOGO EXTENDIDO: MATVEY
DIEZ AÑOS DESPUÉS

—¡Mamáááá! ¡Sasha me robó mis galletas!

—¡Son mías! ¡Papá me las dio!

—¡Mentiroso! Dijo que compartiéramos, pero tú solo…

—¡Niños! —April aplaude una vez para llamar la atención


de todos—. No se peleen en el auto. Esa es la regla.

—¡PERO MAMÁ…! —gritan dos vocecitas al unísono.

—¡Sin peros! —dice firmemente—. Sasha, comparte con tu


hermana. May, no empieces a gritar. Si tienes un
problema… un problema real… acudes a mí o a tu papá.
¿Vale?

—Vale —murmura May en voz baja.

—Bien. Ahora, ¿qué se dicen?

Giro la cabeza hacia atrás desde el asiento del pasajero,


reprimiendo una sonrisa. Los niños se miran con malos
ojos, pero finalmente Sasha cede. —Lo siento. No debí
haber tomado todas las galletas.
—Yo también lo siento —murmura queja May. —No debí
haber gritado.

—¡Listo! —April aplaude de nuevo, esta vez felizmente—.


¿Ven?

Sasha le ofrece a su hermana la caja de galletas. Ella duda


sobre la última con chispas de chocolate, pero en el último
minuto se desvía hacia una simple galleta de mantequilla.
—Puedes tomarla tú —le dice Sasha.

May se muerde el labio, luciendo conflictiva. —Pero es tu


favorito —protesta.

Niego con la cabeza, las comisuras de mis labios se vuelven


imposibles de contener. Es típico de May decir eso. Ni
siquiera se llevan dos años de diferencia, y sigue asumiendo
su papel de hermana mayor.

Igual que su madre.

—¿Qué tal si la dividen? —sugiero.

Los ojos de Sasha se iluminan. —¡Yo lo hago! ¡Yo lo hago!

Una vez que saca la galleta de la caja, frunce el ceño en


señal de concentración. Es como ver a Walton dividir el
átomo. —¡Listo! —declara finalmente.

Las dos mitades no están para nada parejas, pero May


parece feliz. —¡Gracias, Sasha!

—¿Puedo quedarme con la mitad de esa también?

April me mira fijamente por encima del asiento. —Te estás


perdiendo mucha emoción aquí atrás —bromea—. Nuestros
hijos están a punto de reinventar la economía del trueque.
—¿Toma notas para mí?

—Sí, sí, capitán.

Ojalá no tuviera que trabajar en este viaje, pero no es nego-


ciable. O lo hago aquí, en el auto, o tendré que saltarme las
actividades planeadas. Y eso no va a pasar de ninguna
manera.

Hoy es un día de familia.

—¿Te dejo en el lugar de encuentro? —pregunta Grisha


desde el asiento del conductor.

Asiento. —Siéntete libre de tomarte el resto del día libre. No


tenemos que estar de regreso hasta las seis.

—Sí, señor.

Pongo los ojos en blanco. No importa cuánto tiempo nos


conozcamos: cuando él está de servicio, siempre soy señor o
jefe o pakhan. A menos que tenga una broma inteligente que
contar, claro. —Saluda a la señora de mi parte.

—Lo haré, jefe. Aunque ella ya está más en tu casa que en


la mía.

—Esa es la obligación de ser la mejor amiga —señala April


—. No puedes saltarte la obligación de ser la mejor amiga.
June nunca lo haría.

De todas las formas en que pensé que caerían las fichas, que
Grisha se casara con la ex compañera de cuarto de April no
estaba en mi tarjeta de bingo. Esto demuestra que cualquier
cosa puede pasar. Y ahora que June está en camino de
convertirse en una chef de cinco estrellas, todos los restau-
rantes de la costa este quieren un pedazo de ella. Así fue
como terminó pasando una semana en Washington, D.C.,
poniendo en forma a nuevos chefs.

Naturalmente, ha invitado a su esposo a almorzar.

—¡Tío Grisha! —grita Sasha desde el asiento trasero, como


si leyera mi mente—. ¡Cuéntanos otra vez el chiste de las
galletas!

—¿Por qué la galleta fue al médico?

—¡Porque se estaba desmoronando!

Grisha se ríe entre dientes. —Quieres robarme el trabajo,


¿no?

—Pero no puedo conducir —hace pucheros—. Y no tengo


traje.

—Mamá puede hacerte uno —sugiere May—. ¿Verdad,


Mamá?

—Claro —sonríe April—. Pero te costará. Media galleta


debería bastar.

—¡Mamáááá!

A pesar de la pequeña fiesta que se desarrolla en el asiento


trasero, logro terminar de revisar los informes del vory justo
cuando estamos a punto de detenernos. Durante unos años
después de que perdimos a Iván, nuestras finanzas siguieron
teniendo problemas. Ya no estábamos en nuestros días de
gloria y todos lo sabíamos. Lo peor de todo es que lo mere-
cíamos… yo lo merecía.

Por suerte, en nuestro quinto año, la línea de moda de April


despegó. No hace falta decir que no hemos tenido un mal
trimestre desde entonces.
—¡Hasta luego, tío Grisha! —dice May despidiéndose con la
mano.

—¡Hasta luego, cocodrilo!

—Así no es como va la cosa —Sasha frunce el ceño.

—Es viejo —responde May amablemente—. Quizá se le


olvidó.

April sacude la cabeza y se ríe. —No dejes que te oiga decir


eso. ¿Todos listos? —los agarra a ambos de la mano, uno de
cada lado.

—¿Y yo? —bromeo.

—¡Aquí! —corre May a mi alrededor—. Te tomaré la mano,


Papi.

—Vaya, gracias, malyshka.

Con mi mano libre, encuentro la de April. —Manipulador


—me susurra.

—No sé a qué te refieres —respondo con cara seria—. No


veo nada malo en guiar a mi hija por los caminos de una
ciudad desconocida.

—¿Ella lo sabe? Porque creo que tu hija cree que ella te está
guiando a ti.

—Tal vez lo esté haciendo. Podría perderme.

April me roza el pómulo con la punta de la nariz. —Ay,


Dios. ¿Qué haremos?

—¡Qué asco! —dice Sasha—. ¡Se están besando!

—Vaya. No sabía que había dado a luz a la policía de los


besos.
Estamos tan ocupados bromeando con nuestros hijos que
casi no notamos nuestro destino. —¡Oigan! —grita Sasha—.
¡Miren, es Santa!

Definitivamente, no es Santa. —Ese es George Washington


—dice May con aire de suficiencia—. Aprendimos todo
sobre él en la escuela.

Está más cerca, pero todavía no es él.

—¿Quieres echar un vistazo? —sugiere April—. Tal vez


haya una placa que nos diga quién es.

Justo así, los niños comienzan a empujarnos hacia el monu-


mento. Aunque “empujar” es una subestimación… son
como dos perros esquimales con un trineo. —¡Apuesto a
que es Washington! ¡Porque estamos en Washington, D.C.!

—¡Apuesto a que es Santa Claus porque tiene barba!

—¿Deberíamos decírselo? —le susurro al oído a April.

—No lo hagamos.

Nos abrimos paso entre una pequeña multitud de turistas


hasta que finalmente estamos frente a la estatua. Sasha
frunce el ceño al ver la placa que está detrás. Luego
comienza a leerla… en voz muy alta. —“En este maple…”

—Templo —corrige May.

—“…como en las canciones…”.

—¡Corazones! —suelta April—. Eso es “corazones”, cariño.

—“…del pueblo por gusano…”.

—¿Por qué no lo leo yo? —sugiero.


—¡Yo puedo hacerlo! —él protesta.

—Sé que puedes. Tu papá solo quiere ver si recuerda cómo


leer.

—¡¿No sabes leer?!

—Solía hacerlo, pero hace mucho que no voy a la escuela.

—¿También me olvidaré de leer? —May tira de la manga de


April con miedo—. ¿Cuando sea vieja como Papi?

—¡Vale! —April aplaude—. Creo que es hora de helado.


¿Alguien quiere helado?

—¡OHH, YO YO YO!

Sacudimos la cabeza y dejamos atrás al presidente Lincoln.


—Les enviaré un mensaje de texto para que nos encuentren
en el quiosco —murmura April.

—¿A quiénes, nosotros y estos dos patriotas?

—Ja, ja. Muy gracioso.

Pero, antes de que pueda sacar su teléfono, una voz familiar


trina—: ¡Tío Matvey!

Nos damos vuelta. No muy lejos, entre dos figuras que reco-
nocería en cualquier lugar, un niño pequeño salta arriba y
abajo, agitando el brazo en el aire. —¡Vitya! —sonrío—.
¿Quién es esa vieja bruja a tu lado?

—Qué gracioso —dice Petra con expresión seria.

Viktor se nos viene encima como una bala. Lo agarro en mis


brazos y lo levanto en el aire. —¡Uf! ¡Qué pesado!

—¡No lo soy! —chilla, pero se está riendo.


—¡No es justo, Papá! ¡Yo también quiero jugar con Viktor!

—¡Yo, también!

—¿Sí? —lo siento sobre mi hombro—. Bueno, voy a pedirle


un rescate. ¿Qué tienes para ofrecer?

May frunce los labios por un momento. —Helado —decide


—. Pero solo un bocado.

—¡Dos bocados! —interrumpe Sasha.

—¿Oigo tres?

—¡Dos y medio, pero eso es todo!

Mi hermano se acerca con una sonrisa divertida mientras


observa el proceso de subasta. —Quito mis ojos de ti por un
segundo, ¿y estás subastando a tu sobrino?

Mi sonrisa se ensancha. —Así es. Llevamos dos bocados y


medio de helado. ¿Te importaría hacer una oferta?

Yuri sonríe. —¿Qué tal si invito a todos los niños a tomar un


helado?

El rugido unificado es ensordecedor.

Con una risa, dejo a Viktor y él se va de nuevo, esta vez con


Sasha y May a cuestas. Los adultos los siguen detrás.

—¿Cómo es que aún no has parido? —pregunto mirando la


barriga de Petra.

Ella pone los ojos en blanco. —Pregunta el tío cuya esposa


tiene embarazos que duran como los de una jirafa.

—¡Oye! —protesta April.


—Sin ofender, pero es verdad.

—Olvidé lo mala que puedes ser —pero ella también sigue


mi mirada—. Pero Matvey tiene razón. ¿Cómo estás tan
grande después de seis meses?

Petra se quita sus gafas de sol de diseñador con un movi-


miento calculado del cabello, como si hubiera ensayado
esto, o algo así. —Porque estoy comiendo por tres.

Los ojos de April se abren de par en par. —¡Ay, Dios mío! —


chilla—. ¡¿Gemelas?!

—Dos niñas —confirma Petra, toda presumida—. Mi padre


se hubiera horrorizado.

—¡Ahh, felicitaciones! —April la abraza—. ¡Ay, estoy tan


feliz por ti!

Petra me parpadea como si pudiera salvarla de esto de


alguna manera. Después de diez años, debería haberse dado
cuenta de que las muestras de afecto de April son una parte
no negociable de su amistad. —Gracias —dice diplomática-
mente—. Debería, eh… ver cómo está Yuri. Ver si no se ha
amotinado.

Hace una escapada rápida hacia el quiosco.

—¿Quieres compartir nuestra gran noticia también? —


susurro.

—Todavía no —April niega con la cabeza—. No quiero


robarles el protagonismo. Además, todavía es un poco…

—No hay problema —la tranquilizo—. Cuando estés lista.

La mano de April se va a su vientre. La cubro con el mío.


Después de Sasha, estuvimos tan ocupados… felizmente
ocupados… con los niños que ya teníamos, además de todo
lo demás, que decidimos tomarnos un descanso de eso por
un tiempo. No fue la decisión más fácil de tomar: ambos
queríamos más y lo sabíamos. Pero al final, nos dijimos que
no había necesidad de apresurarnos. Después de todo,
teníamos toda la vida por delante. Y, a medida que avan-
zaba, pensé que no podría ser más feliz.

Y luego, el mes pasado…

El mes pasado, ella me demostró que estaba totalmente


equivocado.

—Gracias —sonríe April. Me da un beso rápido en los


labios, aprovechando que no estamos rodeados por un ejér-
cito de pequeños juzgadores por una vez—. ¿Almorzamos?

Veo a Yuri y Petra regresar con el resto de la manada,


dejando un rastro de helado derretido mientras los niños
devoran sus conos felices.

—Almorzamos —concuerdo—. Es una cita.

Nuestro restaurante favorito en D.C. es un bistró al aire libre


con un amplio patio y un área de juegos anexa. Por esa
razón, y por la excelente cocina, somos clientes habituales
de Paul Petta’s desde hace años. Es el lugar perfecto para
dejar que los niños jueguen mientras los adultos hablan de
negocios.

Además, es cocina italiana. Un recordatorio apropiado de la


batalla que una vez peleamos por este territorio.
Peleamos y ganamos.

—Papá, ¿podemos ir a jugar? —me ruega May con los ojos


muy abiertos.

—¿Por favor? —se suma Sasha.

—Por favor, ¿tío Matvey?

Petra arquea una ceja hacia Viktor. —¿Por qué no me


preguntas a mí?

—¡Pero si yo siempre te pregunto!

Ella resopla una pequeña risa. —Vale, vale. Puedes ser el


pequeño komuk de tu tío por un día.

—¡Yay!

—¿Espaguetis con albóndigas para todos? —April los llama


antes de que salgan disparados.

—¡CON SALSA EXTRA!

—A mi padre le daría un ataque al corazón —comento.


Aunque este lugar tiene muchas buenas cualidades, la
autenticidad no es una de ellas.

Ella sonríe. —Bien. Tal vez yo pida lo mismo entonces.

—Pide pollo a la parmesana —sugiero—. Volverá loco a su


fantasma.

Veo a Yuri resoplando con el rabillo del ojo. Considerándolo


todo, él pasó más tiempo de calidad con Carmine que yo
jamás lo hice. Y al hombre le encantaba el monólogo. —
Carbonara de crema agria para mí, entonces.

—Hoy estás eligiendo la violencia, hermano.


—No tienes idea. ¿Recuerdas esos restos de Bonaccorsi con
los que tuvimos que lidiar en nuestro primer año aquí? —
dice con un brillo perverso en sus ojos—. Nada los hizo
hablar tanto como la comida para llevar de este lugar.

—Eran principalmente insultos —añade Petra—. Pero


aun así.

Diez años. No puedo creer que haya pasado tanto tiempo.


Parece que fue ayer cuando estábamos en esta ciudad,
luchando para salir de un escondite, heridos y sangrando en
más lugares de los que se podían ver. La mayoría de nues-
tras cicatrices de entonces no son visibles a simple vista.

Pero se han curado. De lo contrario, no estaríamos aquí


ahora.

—¿Así es como construiste tu reinado de terror? —le


pregunta April—. ¿Torturando a los italianos con comida
fusión?

—Más o menos, sí.

—¿Confío en que esté yendo bien? —comento—. ¿Tu


“reinado de terror”?

Ella pone su mano sobre la de Yuri. Es una muestra de


afecto poco frecuente, lo suficientemente discreta como
para que no se note. —No puedo quejarme exactamente.

—Hemos tenido nuestro trimestre más fuerte hasta ahora


—me informa Yuri—. Y la Bratva Solovyov se ha estado
expandiendo de manera constante. Nuestras filas no dejan
de crecer.

Cuando eliminamos a Carmine, un vacío de poder se


extendió por D.C., rápido como la plaga. Tuvimos que elegir:
dejar que alguien más entrara en acción o tomar el control
nosotros mismos. Y, como Yuri estaba fuera de la Bratva
Groza, y mi divorcio con Petra significaba que ella y las
tropas Solovyov necesitaban un nuevo hogar…

Bueno, fue una decisión obvia.

Pakhan Petra sonaba bien.

—¿Cómo está nuestra organización hermana? —pregunta


Petra—. Espero que Stanislav no siga siendo tan duro.

—Lo es, pero para eso le pagamos.

—Basta de charlas de trabajo —declara April—. ¡Estamos


aquí para celebrar!

—Venga, venga —dice Yuri—. Feliz décimo aniversario,


chicos.

—Feliz décimo aniversario para ustedes también —ella


sonríe.

Entre los cuatro, no hay forma de que olvidemos jamás


esta fecha. El día en que comenzaron nuestras nuevas
vidas.

Juntos.

—Y feliz quinto aniversario para la línea de moda April


Flowers —añado.

—Trajes blindados y vestidos de novia para tu amigable


boda de la mafia del vecindario —se ríe Petra.

—¡Chicos! —se sonroja April—. Hoy no se trata de mí.

—No —reconozco—. Pero se trata de nosotros. Todos


nosotros.
Miro a los niños, jugando sin una preocupación en el
mundo. A la gente alrededor de esta mesa, la mejor maldita
familia que podría haber pedido.

A mi esposa.

Luego levanto mi copa. —Por diez años más.

Después del almuerzo, Yuri me tienta con un cigarro. —


Mírate —silbo—. Todo crecido.

—¿Porque ya no uso Marlboro?

—No. Porque tú estás pagando.

Se ríe. —No estoy pagando por nada. Robé estos del escon-
dite de Carmine. Pensé que los sacaría en una ocasión espe-
cial —su sonrisa se vuelve tranquila, serena—. Esto se
siente como una ocasión especial.

—Que me condenen. Realmente has crecido.

—Tal vez —se encoge de hombros y luego me tiende el


encendedor—. Pero no estaría aquí sin ti.

Podría decir lo mismo. Todos esos años huyendo, en la nieve


y en las calles, no soporto pensar cómo habría sido pasar
por eso solo.

Pero nunca tuve que hacerlo.

—Lo mismo digo, hermano.

Miramos por el balcón, sin perder de vista a los niños que


juegan en el patio justo debajo. —Todo ese drama sobre los
herederos… —Yuri sacude la cabeza—. ¿Recuerdas?
—¿Cómo podría olvidarlo?

—Y ahora tenemos tantos. Pronto tres cada uno —se da


cuenta de mi sorpresa—. ¿A menos que ustedes también
estén esperando gemelas…?

—Sabes, a veces casi me asustas.

Se ríe de mi confirmación. —Solo estoy familiarizado con


las señales. Además, April nunca dejaría pasar el vino de
este lugar si no tuviera una muy buena razón.

Eso no lo puedo negar. Desde que descubrió la buena


cocina, April se ha convertido en una auténtica gourmet.
Aunque todavía insiste en las noches de macarrones con
queso. —¿Crees que Petra se dio cuenta?

—Ah, sí. Probablemente la esté interrogando mientras


hablamos.

Hasta ahí llegó nuestro gran anuncio. —Bueno, tus niñas


llegan primero, de todos modos.

—Así es. La fecha de parto es en Halloween.

—No esperaba menos de Petra.

Se ríe. —No dejes que te oiga decir eso.

—¿Alguna idea de nombres?

—Sí. Julia y Lena.

—Es una puta broma.

—Joder, te aseguro que no.

—¿Dónde están, de todos modos? —miro a mi alrededor—.


No puedo imaginar que se pierdan la oportunidad de jugar
con todo el ejército. O unirse a nosotros para el postre.
—Se quedaron para ver la camada de Summer y Nymeria.
Los cachorros aún son jóvenes, así que es bueno tener un
par de ojos de repuesto allí.

—Sabes, a veces, olvido que crías lobos de verdad.

—Perros lobo —corrige—. Y son excelentes guardias.


Mejores que todos los humanos juntos.

Como Petra es la líder real de la Bratva Solovyov, Yuri está


más que feliz de manejar sus deberes de pakhan de la misma
manera que April maneja sus deberes de pakhansha: criar a
los jóvenes y apoyar el negocio familiar a través de pasa-
tiempos increíblemente hiper específicos. En su caso, son
los perros.

—¿Cuál será? —pregunta, señalando a los niños—. ¿May o


Sasha?

No necesito que me explique de qué está hablando. —No


estoy seguro. Ambos están demostrando ser prometedores
de diferentes maneras.

Es verdad: May es inteligente, responsable, más sensata que


la mayoría de los niños de su edad. Y Sasha… bueno, él es
mi pequeña sombra. Es demasiado joven para saber de qué
se trata realmente este negocio… los dos lo son… pero sigue
haciendo preguntas. Dice que quiere ser como yo algún día.

No los obligaré a llevar este tipo de vida. Pero April está de


acuerdo: si deciden que quieren hacerlo, tampoco los
detendremos.

—Tal vez podrían gobernar juntos —sugiere Yuri—. Como


solíamos hacerlo.
No puedo evitar sonreír. Fueron tiempos difíciles, pero
fueron nuestros tiempos. Si eso es lo que mis hijos terminan
queriendo, mi Bratva estará en excelentes manos.

—Tal vez. Veremos qué tiene que decir el pequeño.

—Es verdad. Si sugiriera que se debe nombrar a Viktor


heredero, Petra me cortaría la cabeza. Ella querrá que sus
hermanas tengan la opción que ella nunca tuvo. Hablando
de eso… —se vuelve hacia mí—. ¿Recuerdas a los desertores
Bonaccorsi? ¿Los que huyeron a Filadelfia? Bueno, parece
que la Ciudad del Amor Fraternal no los trató muy bien.
Tuvieron una guerra territorial con los griegos locales y
prácticamente se diezmaron entre sí en el proceso.

Una bombilla se enciende en mi cabeza. —Así que la


ciudad está lista para ser conquistada.

—Bingo. Petra estaba pensando en expandirse. Sé que tu


Bratva también ha estado creciendo. Tal vez sea hora de
darles a ambos un nuevo hogar.

Un territorio a medio camino entre nuestras ciudades.


Mitad nuestra, mitad suya. —¿Quieres tomarlo juntos?

—¿Por qué no? —se encoge de hombros—. Todo esto


comenzó con un trato entre tú y Petra. ¿Qué es uno más?

Un trato más. Conquistar nuevas tierras, establecer nuevas


bases. Fortalecer nuestro poder en la costa este para que
nadie se atreva a venir a por nosotros nunca más.

Miro a mis hijos. A April, que está alimentando una nueva


vida en su interior. Se lo merecen todo. Se merecen el
mundo.
Y eso es exactamente lo que les daré. —Solo dime una cosa,
hermano…

Me mira, nervioso, como siempre que digo esa palabra. Lo


hago sudar un segundo antes de dejar que la sonrisa se
extienda por mi rostro.

—¿Cuándo empezamos?

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