Kostya - Nicole Fox

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KOSTYA

LA BRATVA ZINON

HEREDEROS DEL IMPERIO BRATVA


LIBRO 1

NICOLE FOX
ÍNDICE

Mi lista de correo
Otras Obras de Nicole Fox
Kostya

1. Kostya
2. Charlotte
3. Kostya
4. Charlotte
5. Charlotte
6. Kostya
7. Charlotte
8. Kostya
9. Charlotte
10. Charlotte
11. Charlotte
12. Kostya
13. Charlotte
14. Kostya
15. Charlotte
16. Kostya
17. Charlotte
18. Kostya
19. Charlotte
20. Kostya
21. Charlotte
22. Kostya
23. Charlotte
Copyright © 2022 por Nicole Fox
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Arrogante Equivocación

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Tirano Imperfecto
Reina Imperfecta

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Altar Destruido
Cuna Destruida

Dúo Rasgado
Velo Rasgado
Encaje Rasgado
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Ángel Depravado
Reina Depravada
Imperio Depravado

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Jaula Dorada
Lágrimas doradas

la Bratva Solovev
Corona Destruída
Trono Destruído

la Bratva Vorobev
Demonio de Terciopelo
Ángel de Terciopelo

la Bratva Romanoff
Inmaculada Decepción
Inmaculada Corrupción
KOSTYA
UN ROMANCE OSCURO DE LA MAFIA (LA BRATVA ZINON)

Puedo comprar la sumisión de mi secretaria o puedo conseguirla por


las malas.

El accidente de auto mortal de mi ex me dejó un trágico obsequio:


Una hija de la que no sabía nada.

Soy un jefe de la mafia, un multimillonario, un coloso.


No soy una niñera.

Necesito un toque femenino para poder criar a mi hija.


Mi secretaria todavía no lo sabe, pero su vida está a punto de cambiar.
Charlotte es preciosa, intempestiva.

¿Y lo mejor de todo?
Está desesperada.

Por eso, a partir de ahora, haremos las cosas a mi manera.


Empezaremos con cinco palabras inocentes:
«Déjame ser tu dueño, preciosa».

KOSTYA es una novela de romance en un solo tomo, sobre un padre soltero


mafioso y multimillonario.
1
KOSTYA

Yeblya vecherinki. Odio las fiestas.


No me molesta lo que hago en mi trabajo: las armas, los chantajes, la
sangre. Tampoco cerrar negocios en salas de juntas abarrotadas, ni dar
palizas furtivas en callejones.
Lo que odio es la gente, los eventos, las recaudaciones de fondos. Estas
malditas galas son interminables y todas son iguales, con sus charlas
triviales, sus cortesías, y todos luciendo sin descanso una sonrisa falsa, con
carillas ultra costosas demasiado blancas. Todo esto me da ganas de golpear
cualquier cosa que esté a mi alcance.
A pesar de todo, vine aquí, a otro salón de baile más, a otra fiesta más
con velas encendidas en todas las mesas, con cubiertos que tintinean contra
platos de porcelana fina y la tenue luz de los candelabros que proyecta
sombras en los rincones, mientras una bombilla titila al ritmo de la música.
Estoy aquí porque esta causa es una de las mías. Una que me llega al
corazón.
Sin embargo… Yeblya vecherinki.
—Kostya —una rubia de las tantas que hay en la sala se acerca a
clavarme sus uñas manicuradas en mi brazo forrado de Armani como si
fueran garras. Lleva un vestido de lentejuelas y diamantes, el pelo recogido
sobre la cabeza y unos zapatos que añaden diez centímetros a su ya
impresionante estatura. Su piel tiene el mismo bronceado falso y barato que
el de todas las mujeres de la sala, pero su seguridad le da un toque de
superioridad que está ausente en la mayoría de las otras mujeres.
No sé cómo se llama. Charlotte lo sabría, si tan solo hubiera pensado en
traerla. Mi pene se agita al pensar en mi voluptuosa y sexy asistente.
Preferiría estar pasando tiempo con su trasero en vez de con estos idiotas
que me rodean…
En lugar de enojarme por mi descuido o concentrarme en el brote de
lujuria en mis genitales, le sonrío a la rubia y espero el obligado beso de
saludo en la mejilla. Las mujeres americanas siempre van a la mejilla
primero.
En cuanto sus labios rozan mi piel, me aparto y le echo una mirada.
Tiene unos cuarenta años, es delgada y aburrida. No obstante, huele a
dinero y, como su chequera es sin duda la razón por la que está en la lista de
invitados, creo que puedo ser complaciente.
—Oí un rumor —me dice en tono conspirativo. Su voz melodiosa fue
moldeada por años de buena educación y acicalamiento en los círculos
sociales de Los Ángeles—. Escuché que vas a remodelar el ala de
neonatología.
En otro tiempo fui un arquitecto, un constructor, un hombre capaz de
convertir un espacio vacío en algo asombroso. Ahora, como jefe de la
Bratva Zinon, hago lo contrario: puedo destruir a mis enemigos.
Claro, esta bruja perfumada no sabe nada de eso. Nadie lo sabe. Para
ella, solo soy Kostya Zinon, un inversor esquivo y promotor inmobiliario
multimillonario. Es mejor para todas las partes que sea así.
—Cariño —sigo sin recordar su nombre—, no deberías hacer caso de
los rumores.
Se inclina hacia mí y su aliento repulsivo huele a vodka con arándanos.
—¿Y si vienes conmigo a mi habitación? Puedes castigarme por
equivocarme —añade la última parte en un susurro cerca de mi cuello,
deslizando su uña por el ángulo de mi mandíbula.
Me río, más por su audacia que por el ofrecimiento. Su marido está al
otro lado de la pista de baile, es un senador que persuade a los invitados
exagerando su papel en la mejoría de las relaciones entre nuestros países
mientras su mujer aprieta mis músculos. Poco le falta para gritar que quiere
tener sexo.
Para ser justos, mi pene está duro y esta mujer está lo bastante cerca de
mí como para notarlo, lo que no sabe es que esta erección no se debe a ella.
Llevo toda la noche luchando con la imagen de Charlotte, agachada a cuatro
patas en el suelo de mi oficina esta tarde, recogiendo una taza de bolígrafos
que tiró torpemente de mi mesa. La piel blanca y cremosa de sus muslos me
hipnotizaba mientras la falda negra se le subía más y más y…
La bruja interpreta un suspiro mío como un gemido complaciente y se
acerca más para musitar pegada a mi oreja.
—Es la habitación 306. Ven a verme dentro de una hora —me hala la
manga, me guiña un ojo despacio y, a continuación taconea hasta donde está
su marido, ajeno a las maquinaciones adúlteras de su mujer.
Americano estúpido. Tiene más dinero que sentido común.
Yo no sufro de tal estupidez. Si me permitiera ser el tipo de hombre que
acepta ofertas así, me la pasaría desnudo. Estaría demasiado ocupado
yéndome a la cama con cada rubia operada y llena de bótox que se me
insinuara inmersa en una nube hedionda de tabaco y Chanel, a pesar de
tener al marido a treinta metros de distancia. Mis negocios fracasarían, el
flujo de dinero se acabaría y el Hospital Sieczkarek tendría que buscar en
otra parte la financiación para la nueva unidad de cuidados intensivos
neonatales que estoy pagando.
Mejor mantener las distancias.
Mis dedos se desvían distraídamente hacia mis gemelos: unos osos
pardos rusos con diamantes incrustados. Es el animal nacional de mi país,
un regalo de Charlotte.
Una vez más, me viene a la mente su silueta inclinada sobre mi
escritorio, acomodando los escasos pertrechos que guardo en mi oficina.
Veo la delicada curva que trazan sus caderas con esa falda larga. La imagen
por sí sola es suficiente para que mi lujuria se vuelva a encender.
Tengo que aclarar mi mente. Tirarme a mi asistente es una fórmula para
el desastre, tanto como ir a la habitación 306 dentro de una hora a jugar con
fuego con la mujer de un senador. No planeo hacer ninguna de las dos y, sin
embargo, mi libido me ruega reconsiderar la primera opción.
Estoy parado en medio de una sala repleta de una élite demasiado
ostentosa, con suficiente dinero y poder a mi alrededor como para excitar a
cualquier trepador social, pero es la imagen mental de la piel tersa y pálida
de mi asistente lo que me distrae de la tarea que tengo entre manos.
Recuerdo cómo tropezó con la alfombra de mi oficina al recular para
limpiar una mota de polvo de mi traje, la que insistió en decir que
necesitaba para darle un poco de vida al lugar. Un simple roce, inocente en
aquel momento, pero ahora que lo recuerdo me parece menos puro, más
tenso. Menos como un cortejo y más como juego previo.
La atajé cuando tropezó conmigo y la sostuve un poco más de lo
necesario, pero es que soltarla no fue fácil. No cuando lo que quería era
halar de su pelo hacia atrás para dejar al descubierto aquel cuello hermoso y
elegante; no cuando quería levantarle la falda por encima de las caderas y
abrirle las piernas más de lo que otro hombre se las había abierto jamás.
Pero claro, tuve que soltarla. Si no lo hubiera hecho, no habría podido
evitar follármela hasta dejarla sin aliento.
Lo que me obligo a recordar es lo siguiente: el impulso de querer
metérsela a Charlotte no es más que eso, un impulso. Sé muy bien lo que
pasa cuando dejo que mis impulsos guíen mis decisiones, incluso algo tan
básico y primitivo como el deseo sexual puede ser peligroso si se
descontrola.
No, es mejor que mis pensamientos se centren en mi deber de esta noche
y se alejen de la joven e inocente Charlotte. Dejo escapar un suspiro hondo
y me termino los tres dedos de whisky de mi vaso.
Cierro los ojos para reorganizar mis ideas. Contrólate, Kostya —me
advierto en silencio—. No pierdas el control. Las curvas de Charlotte se van
desvaneciendo y mis pensamientos fríos y calculadores ocupan su lugar.
Necesito no tener limitaciones y no toleraré que nada me distraiga. Solo
me permitiré tener ánimos para hacer lo necesario.
Mi cavilación silenciosa me impide ver con suficiente velocidad al
hombre que viene hacía mí. Un pie rabioso se enreda con el otro,
haciéndolo caer hacia delante. Su champán salpica la parte delantera de mi
chaqueta y mi camisa, y el bulbo de la copa se hace añicos en mi pecho.
Torpe bastardo.
Se recupera y se incorpora tambaleando, sujetando el tallo de lo que
queda de su copa. Aprieto el puño, siempre dispuesto a sentir el crujido de
una mandíbula bajo mis nudillos. Levanta la vista y suelta un murmullo
condescendiente a través de sus labios gordos y ebrios:
—Ah, grandulón, demasiado lento para quitarte de en medio.
Me da un empujón todo petulante y la cabeza me duele por la necesidad
de destrozarlo.
—¡Muévete! —gruñe.
Haría bien en ser más prudente. Un empujón más y por la mañana estará
en un basurero.
—Disculpe —le respondo. Soy educado porque no necesitamos atraer
una muchedumbre. Una simple advertencia bastará de momento.
Le tiendo una nueva copa de champán de las docenas que hay en la
barra y me resisto cuando intenta quitármela. Lo miro con frialdad.
—Esta será tu última copa y luego te irás.
—¿Qué?
Mantengo la voz baja y tranquila, pero inflexible.
—Te largarás, o tu familia tendrá que buscar los trozos de tu cuerpo en
todas las playas de la costa oeste. ¿Me entendiste o quieres una
demostración más práctica? —mi voz es lo bastante baja como para que
solo la oiga él, pero la ira se desborda en cada sílaba que pronuncio.
Siempre me hace gracia el miedo que inspira mi voz en los americanos.
Supongo que es a causa de ver demasiados rusos malvados en el panorama
cinematográfico estadounidense, pero la verdad es mucho más simple: yo
puedo cumplir justo lo que estoy prometiendo. Lo sé y él sabe. Sus pupilas
se dilatan y se queda sin aliento.
Me teme, muy bien.
Asiente despacio, deja la copa en la barra detrás de mí y se dirige a
trompicones hacia la puerta. No sé quién es, pero desde luego él sí sabe
quién soy yo, y eso es suficiente.
Miro mi reloj, un Volstok Amphibia clásico que me regaló mi ex mujer
el día de nuestra boda. Yelisey Rusnak, mi asesor, ya está en la puerta con el
auricular puesto y sincronizado con el micrófono de mi solapa.
—Trae el auto —le ordeno en voz baja. Ya tuve bastante. Quiero irme
antes de que más engreídos asquerosos intenten pasar sus sucios dedos por
mi traje.
Lo veo a lo lejos y hacemos contacto visual. Asiente una vez y camino
hacia él. Aunque mide un poco menos que yo, Yelisey es tan imponente
como cualquiera de los hombres que conozco. Las mujeres lo encuentran
irresistible y para mí es indispensable, pero solo yo conozco al verdadero
Yelisey, y lo contraté por su ferocidad más que por su habilidad para
quitarles las bragas a las amas de casa.
Sus ojos escanean la habitación, observando rostros y asociándolos a
nombres. Para Yelisey, el peligro acecha en todas partes y se mantiene en
alerta permanente. Es otro de sus rasgos valiosos. Cuando me acerco, se
voltea para ponerse a mi lado y, junto a Geoffrey, el guardaespaldas de esta
noche, me conduce a la camioneta negra que espera junto al valet.
Subo al interior con Yelisey a mi lado, mientras Geoffrey da la vuelta
para colocarse al volante. Hay una ventanilla de cristal entre nosotros y el
habitáculo del conductor. Yelisey pulsa el botón para pasarle el seguro.
Me ofrece un poco de whisky en una copa de cristal mientras
arrancamos.
—Hay novedades que deberías saber.
No me preocupo aunque Yelisey se haya molestado en sacar el tema. Le
pago para que se encargue de esas cosas por mí.
—¿Sí? —aunque lo miro no me devuelve la cortesía. Mierda, no es
buena señal.
—Es Natasha.
Ay, de verdad es una mierda.
Natasha, el único nombre que logra hacerme un nudo en el estómago
con facilidad. La shlyukha que se arropó en la oscuridad de la noche para
abandonarme hace tres años.
—¿Dónde está? —las palabras se me escapan, porque encontrarla y
asfixiarla es en lo único que pensé desde la mañana en que desperté y
encontré su anillo de boda en la cómoda junto a nuestra cama.
—Lo siento, ella está… —su pausa es tan larga que me tiene al borde
del asiento.
—Escúpelo, Yelisey —le ordeno mientras me preparo. Cualquier cosa
que Yelisey tarde tanto en decirme no es algo que quiera oír. No es que la
quiera de vuelta, solo quiero que sepa que puedo encontrarla.
—Tuvo un accidente en su auto, Kostya. Está muerta.
Se murió.
Mi Natasha, la mujer que amé desde niño, con la que me casé y me dejó.
Muerta.
Oigo un crujido y bajo la mirada para descubrir que apreté tan fuerte la
copa de whisky que estalló en pedazos. Me chorrea sangre por los dedos. Es
mi sangre, la puedo ver, pero no siento nada. No siento un carajo.
También siento los ojos de Yelisey sobre mí. Si fuera otro tipo de
hombre, se le habría caído la mandíbula ante el repentino e inesperado
acceso de ira, el tipo de rabia descarnada que rara vez demuestro en
presencia de mis hombres. Sin embargo, no es cualquier hombre: es Yelisey,
el lugarteniente principal de la Bratva Zinon, así que se limita a mirarme y
deja que sus ojos hablen por él.
Los fragmentos de cristal reflejan luz a mis pies. Atrapan la luz de los
edificios que vamos pasando mientras nos adentramos en la noche. Los
miro fijamente y veo cómo la sangre gotea, gotea y gotea por los cortes que
me hizo el cristal en la palma de la mano.
Siento que algo se me revuelve en el estómago, como una vorágine, un
huracán, un maldito tifón de emociones tan enredadas entre la conmoción
que, aunque quisiera, nunca sería capaz de desenredarlas. Tampoco quiero
hacerlo. Solo quiero que desaparezcan.
Así que abro la boca y suelto un grito. Grito entre el silencioso vehículo
y oigo mi propia rabia reverberar en mis oídos. Es un grito tan profundo
como un agujero negro, y sé que Yelisey quiere decir algo, y quizá Geoffrey
también, pero ambos saben que no deben cuestionarme.
Mi Natasha está muerta y lo único que puedo hacer es gritar como si
fuera la maldita Parca mientras las palmas de mis manos chorrean sangre y
los cristales rotos crujen pisoteados y pulverizados por mí.
¿No debería estar triste? ¿Retraído? Estoy gritando como si me hubieran
apuñalado el corazón, pero no parece el grito de un hombre que perdió a su
esposa. Se siente como el grito de un hombre que acaba de sufrir una herida
mortal.
Si no hubiera sido una manipuladora de primera categoría, una maldita
sociópata que me cegó con su afecto y luego me destrozó con sus juegos
psicológicos, podría haber llorado en lugar de enfurecerme. Pero el tiempo
de ser tan vulnerable ya pasó.
Ahora solo queda odio en mi corazón. No amé de verdad a Natasha
durante mucho tiempo. Cuando me dejó, se llevó esa parte de mi alma con
ella.
Que se pudra.
Solo cuando ya no puedo gritar más y el timbre de mi voz lleva un buen
rato calmado, Yelisey vuelve a hablar. Cuando lo hace, habla muy bajo, con
tono apagado, directo. La sangre en mis manos se seca como si fuera un
rastro rojo de lágrimas.
—Una de las sirvientas mencionó algo sobre una llamada de la policía
de Los Ángeles. No quería devolver la llamada sin saber, así que le
pregunté a nuestros contactos en el FBI —se aclara la garganta y se sirve
una bebida—. Vivía aquí bajo un nombre falso, Natasha Volstok. Señala mi
reloj con la cabeza.
Me esfuerzo por esbozar una sonrisa irónica. Me duele la garganta.
Volstok, como la marca del reloj que me obsequió. Otro juego mental
mezquino y cruel a mano de una mujer mezquina y cruel.
Tal vez sea mejor que haya muerto antes de que le pudiera poner las
manos encima. Mejor para ella, por lo menos. Yelisey tiene algo más que
decir, lo sé. Nosotros también nos conocemos desde la infancia, y su
aprehensión es tan palpable que bien podría ser una persona. De todos
modos, no puedo hacer nada para apresurarlo, así que me siento en silencio.
Hablará cuando esté listo.
Pasan unos instantes mientras nos internamos en la noche. Carraspea
antes de retomar la conversación.
—En las actualizaciones que nos envió nuestro contacto se menciona a
una niña. Una niña de tres años.
Siento que se me sale el corazón por la garganta. Esa fue, sin duda, una
buena forma de llamar mi atención.
—¿Una niña?
Asiente.
—Tres años —repito.
—Sí, Kostya. Tres años —Yelisey se termina la bebida de un trago.
Los dos pensamos lo mismo: con tres años, esa niña sería mía, casi con
toda seguridad.
No sé qué carajo decir. Si un grito fue todo lo que pude evocar para
Natasha, entonces desde luego que una niña está más allá de mi capacidad
de respuesta.
No es solo una niña, sino mi hija. Viviendo por ahí, en algún lugar,
preguntándose qué pasó con sus padres. Una niña que es mitad yo y mitad
Natasha. Existe. Ya eso de por sí, es un maldito milagro. Pensar que,
después de todo lo que pasó con mi ex mujer, las mentiras, los juegos, las
grietas que se abrieron en un millón de lugares terribles y ocultos, ¿una niña
salió de todo eso? No sé ni cómo procesar esa información.
Por ahora, es todo lo que tenemos. Solo información. Decido hacer lo
que siempre hago con la información: descubrir cómo puedo utilizarla para
mi beneficio.
—¿Cómo se llama
—Tiana.
Tiana, como mi madre. Otro juego de Natasha.
Yelisey continúa:
—Como a Natasha no le queda familia viva —mi padre se aseguró de
ello—, y la policía llamó buscándote, eso me lleva a pensar que Natasha
dejó algún indicio de que la niña es tuya.
Asiento con la cabeza pues las palabras me eluden. Mi hija. Esas dos
palabras dan vueltas por mi cabeza una y otra vez, como la marea.
Diablos, puedo sentir cómo se me eriza la piel. Esto no presagia nada
bueno, pero mi decisión estuvo tomada desde que Yelisey abrió la boca.
Solo me queda una cosa por hacer.
—Encuéntrenla. La quiero ver.
Yelisey, que nunca cuestiona mis órdenes, alza la vista.
—Señor, podría…
Dado que nunca me había replicado antes, lo perdonaré esta vez.
—Dije que la quiero ver.
No hace falta aclarar más. Hará lo que yo diga, porque treinta años de
amistad no significan nada si me falta el respeto, y él lo sabe.
Luego, añado algo.
—Prepara también una prueba de ADN. Quiero estar seguro.
Lo que en realidad quiero es resucitar a Natasha para poder matarla con
mis propias manos. Me privó de lo único que siempre quise en verdad, algo
que no puedo comprar: una familia propia.
Al parecer, la broma es para mí.
Esta vez Yelisey se limita a asentir, y el único sonido que se oye en el
interior del auto es el zumbido de los neumáticos sobre la carretera. Pienso
en Natasha, en sus ojos marrones oscuros salpicados de ámbar y dorado.
Unos ojos hermosos que alguna vez, hace tanto tiempo, solo contenían el
amor más puro y dulce.
O eso creía yo.
Hasta que todo cambió.
Hasta que empezaron los juegos. Hasta que empezó a manipularme,
rogarme, ocultarme cosas. Quería un perro, luego un auto, después una casa
que fuera tan grande que no tuviera que ver nunca al perro, y un chófer para
no tener que conducir nunca su auto. Esos primeros jueguitos eran
mezquinos. El objetivo era simplemente ver hasta dónde podía
manipularme y, cuando lo supo… entonces, vio que conmigo el cielo era el
límite.
Yo estaba ciego en ese entonces, era un idiota, un tonto que merecía
sofocarse con la venda que tenía sobre los ojos.
Quizá me habría hundido si mi padre, viendo mi debilidad por Natasha,
no hubiera actuado en mi nombre. Cuando la farsa terminó, ella se fue. Se
esfumó en la noche.
Hasta ahora.
Bueno, a la mierda con eso, a la mierda con Natasha. Cuanto más lo
pienso, algo me viene a la mente también: a la mierda esa niña. Si es que es
mía y si acaso existe.
Cambié de opinión. No quiero tener nada que ver con otro de los juegos
de esa perra psicópata.
Le diré a Yelisey que encuentre a la niña y se deshaga de ella. No me
importa cómo: pagando a los servicios sociales, sobornando a una familia
de acogida, llevándola a casa de uno de los nuestros…
Suena mi teléfono.
Atiendo la llamada.
—¿Qué demonios quiere? —exclamo sin ver quien llama.
—Un placer hablar con usted también. Perdón si lo interrumpí —juro
que puedo oír cómo Charlotte se sonroja. Puedo cerrar los ojos y verlo
también. Es tan inocente que todavía se sonroja, y esa piel pálida de sus
mejillas resalta tan bien el rubor. Me imagino lo bien que la piel pálida de
su trasero reflejaría la marca roja de mis manos.
Ahora no es momento para pensamientos como ese, por muy invasivos
que sean. Siento cómo se abre en mi pecho un agujero negro de ira y
tormento. Tirarme a Charlotte, por muy satisfactorio que fuera comerme por
fin a mi asistente, sería como poner una bandita sobre una herida de bala.
—No te pedí que te disculparas —refunfuño—, te pregunté qué quieres.
—Yo… yo solo quería ver si todo había salido bien en la gala, y si
necesitaba algo de la oficina antes de irme a casa —tartamudea.
—Me acaban de informar que tengo una hija de la que no sabía nada y
que murió una ex mujer a la que hubiera preferido matar yo mismo. ¿Le
parece que todo salió bien, Srta. Lowe? espeto antes de poder contenerme.
Silencio. Puedo sentir el corazón en la garganta. También puedo oír su
respiración.
—No me gusta que me hagan esperar —le informo, pues el silencio me
irrita.
—Y a mí no me gusta que me maldigan —responde.
Abro la boca para responderle, pero pronto la vuelvo a cerrar. No
recuerdo la última vez que alguien me contestó así. Debería estar enfadado,
teniendo en cuenta todo lo que pasó en los últimos minutos. No se me
puede culpar por estar un poco tenso y, sin embargo, me asalta la sensación
más inesperada: me dan ganas de reír.
—Eres muy atrevida al decirme eso, Charlotte —susurro al teléfono.
—Le pido disculpas, señor —dice con cierto cariz desafiante aún. Casi
siempre es una presencia discreta en mi oficina, un eficiente colirio para los
ojos que me ayuda a sobrellevar el día, pero me gusta esta faceta suya que
no había visto antes. La saca del segundo plano de mi vida y la convierte en
el centro de atención. Puedo percibir que eso le incomoda.
Eso me alegra. Si vamos a coquetear, será mejor que coqueteemos en
mis términos.
—Puede que no vaya mañana —le digo a Charlotte—. Cancela todas
mis reuniones.
—Sí, señor —dice en voz baja. Me dispongo a colgar, pero antes me
dice algo más—. ¿Señor?
—¿Sí?
—Ya que estoy siendo atrevida… si lo que dijo es cierto y no me estaba
jugando una broma de mal gusto, entonces debería buscar a su hija. Los
niños necesitan a sus padres.
De nuevo, silencio. Me quedo atónito. Vuelvo a mirarme la mano,
observando el camino costroso de la sangre que serpentea desde la palma,
pasando por el nudillo y hasta la punta de los dedos.
—Eso se pasa de la raya por mucho, Charlotte.
Cuelgo antes de que pueda decir algo más.
A mi lado, se nota que Yelisey se muere por preguntar qué demonios fue
todo eso. Si tuviera una respuesta, se la daría con gusto. Tal como están las
cosas, esto me ha dejado tan mudo como a él. ¿Cuántos golpes puede
recibir un hombre en una sola noche? ¿Una ex muerta, un bebé inesperado
y una secretaria con una boca que de repente sirve para algo más que para
felarme? No me gusta que mi mundo se sacuda tanto, y menos de una sola
vez.
Charlotte me sorprendió y, a pesar de mi tendencia a enfadarme, todavía
puedo sentir el esbozo de una sonrisa en mis labios. Responderme con
descaro y luego decirme qué tengo que hacer con mi propia familia es tan
valiente que merece todo mi respeto.
Solo por eso, no la mataré ni la haré desaparecer.
De hecho, puede que incluso siga su consejo.
Mi mundo está tan patas arriba que eso ni siquiera suena tan disparatado
como sonaría normalmente.
Vuelvo a cambiar de opinión: encontraré a mi hija y la acogeré.
Natasha está muerta y todas sus manipulaciones murieron con ella. Esta
es mi oportunidad de recuperar la vida que una vez quise tener, y no dejaré
que el orgullo me lo impida.
—Llevaré a la niña a la casa —la pregunta de Yelisey se disfraza de
afirmación, y yo asiento—. ¿Contrato a alguien para que la cuide? —quizá
debí haberlo pensado, pero que él lo haya hecho es otra de las razones por
las que le pago.
—Sí.
Se queda un minuto hablando de una cosa y otra, mientras observa la
pantalla de su teléfono, pero ya no oigo sus murmullos. En la ventanilla
ennegrecida que nos separa del guardaespaldas que conduce, empiezo a
vislumbrar el reflejo de unos faros que se aproximan por detrás, y no me
gusta cómo se ven.
Pulso el intercomunicador para hablar con Geoffrey.
—Gira a la izquierda en Sepúlveda —bajo la ventanilla para ver que el
semáforo está en rojo y hay tráfico, pero igual le doy un golpe en el hombro
—. Hazlo ya —pasa a toda velocidad por el cruce, esquiva un Mercedes por
muy poco y gira a toda velocidad. El auto que venía atrás nos sigue
acompañando.
—Nos están siguiendo. Piérdelos.
La orden no sería fácil de seguir para un hombre normal, pero yo no
contrato hombres normales. Geoffrey es muy capaz al volante. Puede dar
volantazos, zigzaguear, sortear el tráfico de Los Ángeles, cruzar carriles,
saltarse semáforos, entrar en un callejón y salir del otro lado, incluso con
este auto nos sigue a cada paso.
—¿Señor? —Yelisey, que por fin deja el teléfono, abre un maletín
incrustado en el asiento y me entrega un rifle automático. Hacía tiempo que
no tengo que disparar más que por placer, pero tengo el arma cargada y lista
antes de que Yelisey pueda sacar la suya. Desde el principio ha habido algo
raro en este día, y ahora sé por qué.
—Sácanos de la ciudad.
Ya estamos en las afueras, pero parece que quienes nos persiguen no se
inmutarán tan fácil. La camioneta va a ciento ochenta kilómetros por hora,
pero se siguen manteniendo muy cerca.
—Allí —indico señalando un gran complejo industrial abandonado—.
Entra y da la vuelta.
Geoffrey gira el vehículo y va hacia donde señalé. Atraviesa la valla de
alambre y nos hace virar para quedar frente al auto que viene en dirección
contraria, atraviesa el agujero que hicimos en la valla y se detiene
bruscamente. Sus ocupantes abren las puertas de par en par y salen.
Salto de la camioneta y abro fuego. Responden tres hombres armados
que usan el vehículo para cubrirse. Las balas atraviesan el aire perforando el
metal, o pasan zumbando cerca de nosotros sin darnos.
Los cristales se hacen añicos. El aire se escapa de los neumáticos
pinchados. Geoffrey está agachado, Yelisey está en lo alto y yo estoy
agazapado a un lado, con la adrenalina disipando la inquietud. Nadie vive
para contar que le disparó a Kostya Zinon.
La camioneta recibe un disparo tras otro, pero el tiroteo termina casi tan
pronto como empezó. Solo hace falta un último disparo de mi rifle, que le
da en medio del muslo al último hombre, para poner fin a este
enfrentamiento inesperado. Tengo la oportunidad de meterle una bala entre
ceja y ceja, pero lo necesito vivo.
Al menos, por un rato más.
Mantengo el rifle a mi costado y me dirijo hacia donde yace tendido en
el suelo, con un charco de sangre bajo los pies. Le quito el arma de una
patada y me agacho a su lado. Quiero matarlo, ver cómo la luz escapa de
sus ojos, pero lo necesito vivo.
Maldita sea. Necesito que me dé respuestas.
—¿Quién carajo eres?
Joven y estúpido, su boca está bien sellada. Pero reconozco su tatuaje.
Crecí conociéndolo.
1919, reza en una fina letra tipo serif que se extiende por su cuello. Fue
un año importante para los irlandeses. El año en que Irlanda firmó su
Declaración de Independencia.
Eso significa una cosa: estos bastardos son de la mafia Whelan, los
acérrimos rivales de mi Bratva. Unos hijos de puta desalmados, todos ellos.
—¿Quieres que le dispare? —a Yelisey le sale de nuevo el acento ruso.
Siempre pasa cuando el estrés se apodera de él. Creo que es lo único
entrañable que tiene.
—No, aprésalo. Podríamos encontrarle un propósito a nuestro amiguito
pelirrojo —le hago un gesto con la cabeza a Geoffrey, que rebusca en los
bolsillos de los otros hombres, buscando pistas o pruebas—. Toma sus
identificaciones y córtales las manos. Tenemos que enviar un mensaje —
miro al irlandés—. Luego quémalo todo.
Primero una fiesta, luego una niña. Ahora un intento de asesinato.
Necesito un puto trago.
2
CHARLOTTE

Voy súper tarde.


Mamá de seguro debe estar empezando a despotricar y hablar con una
gran indignación con cualquier desconocido que haya tenido la mala suerte
de elegir la mesa al lado de la suya. Cuando le dé un buen mordisco a uno
de los paninis de aguacate y pollo de Bianchi y todo ese queso derretido se
desparrame en mi boca, valdrán la pena todas las molestias que me hará
pasar.
Ojalá la cola avanzara un poco más rápido. El olor a hierbas y especias
me hace agua la boca. Mientras el aroma me embelesa, siento que alguien
me toca el hombro, por poco me hace brincar hasta el techo y suelto un
gritito de sorpresa.
—Disculpe, señorita. ¿Ha venido antes por aquí? Estoy intentando
hacerme vegetariano. Me debato entre el panini de vegetales y la ensalada
primavera de hierbas.
Lo que en verdad le aconsejaría es no volverse vegetariano, pero, para
no frustrar su intento por comer sano me aclaro la garganta y le dirijo la
mirada.
Es lindo en la misma forma en que Jim de The Office es guapo. Tiene la
corbata media torcida, igual que la sonrisa.
—Siempre es buena opción el panini —murmuro. Entonces, como la
reina de los idiotas que soy, me aparto de él demasiado rápido y acabo
tropezando con la mujer que tengo delante—. Lo siento.
Me lanza una mirada desdeñosa por detrás de sus lentes de sol, muy al
estilo de El Condado de Orange, y resopla antes de volver a mirar al frente.
El tipo detrás de mí se ríe. Es el mismo que me dio un golpecito en el
hombro.
—Qué gentecita, ¿verdad?
Concordaría, pero es probable que a mí tampoco me hubiera agradado
que me choquen en una fila que parece estancada. En vez de contestar, le
sonrío con las mejillas encendidas.
Una de las mujeres de la fila contigua a la nuestra lo escudriña de arriba
abajo, relamiéndose los labios sin ni siquiera una pizca de decencia.
Exagera un poco, o más bien mucho, pero admito que es un tipo agradable
de ver.
Y Dios sabe bien que yo sí debería echarle el ojo. Tengo treinta y dos
años, estoy soltera, sin prospectos de compromiso y cansada de llegar a una
casa solitaria todas las noches. Culpo de ello a mi falta de sex appeal y a mi
ineptitud social…, y al hecho de que no puedo dejar de comparar a cada
hombre que conozco con mi jefe.
Basta, me regaño repitiendo un ritual que se ha vuelto casi constante y
hace ver el tintineo incesante de las cuentas del rosario de mi abuela como
una ocurrencia aislada. Fantasear con Kostya Zinon a estas alturas es una
estática de fondo en mi mente, sin la cual olvidé que puedo sobrevivir.
Lo cual tiene sentido, por varias razones. Después de todo, Kostya es un
bombón de dos metros con una mirada que me baja las bragas cada vez que
entro en su oficina. Son incontables los segundos que paso delante de su
puerta preparándome para entrar sin quedar como tonta ante él, cosa que
nunca funciona. Tenerlo cerca es como una droga que convierte la acción
más simple en el esfuerzo atlético más complejo que nadie haya intentado
jamás. Me he vuelto medalla de oro olímpica en apilar papeles sin tirarlos,
en entregar tazas de café con sumo cuidado, sin derramar ni una gota sobre
los muebles inmaculados.
Estuve llevando la cuenta de cuántos días seguidos puedo pasar sin
hacer algo súper incómodo. Venía en una racha récord personal con trece
días y contando hasta ayer, cuando volqué de un codazo una taza llena de
bolígrafos en su oficina, con tanta torpeza que creí que me preguntaría en
cualquier momento si acababa de descubrir que tengo codos. Ese es un
momento que me muero por olvidar.
Igual, aunque Kostya sea muy sexy, también es un poco imbécil.
Anoche, cuando tropecé al ayudarlo a ponerse el esmoquin para una gala,
me ayudó y me dedicó la mirada más sensual que un hombre haya dado a
una mujer jamás, lo juro. Me sacudió hasta lo más profundo de mí.
Una mirada así debería ser ilegal. Estoy bien segura de que sobrepasa
por mucho lo que se considera ‘apropiado para el trabajo’, aunque no es que
a un hombre como él le importe mucho el decoro.
Luego, vino todo eso tan raro. Estuve cuestionándome sobre esa llamada
desde el momento en que Kostya me colgó sin aviso. Puede que a veces sea
deferente hasta el hartazgo (culpa de mi crianza), pero se pasó de la raya
insultándome y, antes de que pudiera contenerme, le dije lo que pensaba.
¿Y qué fue todo eso sobre una niña? ¿Una ex muerta? Aún recuerdo sus
palabras exactas:
—Una ex mujer muerta que habría preferido matar yo mismo
Su tono sugería que no bromeaba. En aquel momento, me produjo
escalofríos. Y, cuando recuerdo lo amenazante que sonaba su voz, vuelvo a
tener la misma sensación.
Turbio, muy sospechoso todo.
Aun así, aunque sea un imbécil con un pasado, un presente y un futuro
turbios, eso no cambia la constante de nuestra relación: solo de pensar en él
se me mojan las bragas.
Algo que no es bueno cuando voy a cenar con mi madre.
—Oye, ¿no eres esa chica de la tele? —el tipo que está detrás de mí se
inclina para hablarme al oído. Su voz es grave y sensual.
Ah, vaya. Aquí vamos de nuevo.
Me río de todos modos, porque estamos en California y ambos sabemos
que normalmente habría un cincuenta por ciento de posibilidades de que esa
frase de conquista le funcione. Las aspirantes a actrices buscan que las
reconozcan, y por aquí no puedes voltear a ningún lado sin encontrarte al
menos a media docena de chicas que se mueren por ser la próxima Angelina
Jolie.
Esa no soy yo. Soy secretaria. Una ‘asistente ejecutiva’, de hecho, si nos
atenemos a la descripción de mi puesto de trabajo. Aunque un espectador
inocente podría pensar que soy una sirvienta pasante, si se fijara en lo que
gano. De cualquier modo, es seguro decir que no soy una actriz.
—No. Creo que debes haberme confundido con otra persona.
Me pone la mano en el brazo, y mis sentidos arácnidos empiezan a
hormiguear.
—Estoy segura de que eres tú. Te vi con ese tipo… el mafioso ruso…
Zinon. Zinon, ese mismo. Kostya Zinon —asiente y sonríe mientras me
ruborizo.
Diablos. Sí he escuchado los rumores sobre mi jefe, pero intento
ignorarlos. Es bastante sencillo: nunca vi que en su despacho ocurra nada
claramente incorrecto. Si algo pasara, yo lo sabría. Llevo once meses a
cargo de la oficina de Kostya y conozco a casi todos y todo lo que entra y
sale de las oficinas de Empresas Zinon. ¿Y qué si algunos tipos de aspecto
sospechoso aparecen de repente de vez en cuando? Todo el mundo tiene
amigos de aspecto dudoso. ¿Y qué si a Kostya no le gusta aparecer en la
tele? A mucha gente no le gusta. Puede que yo sea la única treintañera en
California que no sueña en secreto con convertirse en una estrella, así que
puedo entender su deseo de mantenerse alejado del ojo público.
Sin embargo, la reticencia de Kostya a mostrarse ante las cámaras y el
hermetismo con el que maneja sus negocios hacen que los interrogatorios
de este tipo sean escasos.
Todo esto me lleva a creer que este hombre es el único tipo de persona
que se pondría a hacer preguntas así: un periodista. Probablemente, uno
despreciable de un periodicucho sensacionalista, de los que rebuscan en
cubos de basura y vertederos para encontrar una fuente cercana a su interés.
—Ya le dije que está equivocado —mi tono es frío como el hielo, para
señalar que esta incipiente amistad se ha acabado. Le agarro la mano y la
aparto de mi hombro, pero él no se inmuta ni un poco. Cambia de actitud
tan rápido que me hace doler la cabeza, y su actuación de chico bueno
desaparece como si fuera un mal sueño.
—Dígame, señorita Charlotte Lowe… —suelta con voz ácida.
¿Se supone que me tiene que impresionar que sepa mi nombre? Si sabía
dónde encontrarme, que sepa eso no es tan sorprendente.
—¿Cómo es trabajar para alguien que no puede ni asistir a un simple
evento para recaudar fondos sin atraer un tiroteo? ¿Te preocupa tu
seguridad personal? —se acerca más a mí levantando la voz, como si
quisiera montar una escena.
Me acerco a hacer mi pedido y lo ignoro. En cuanto termino, vuelve con
lo mismo.
—Sabes que es el jefe de toda la Bratva Rusa de la Costa Oeste,
¿verdad?
No respondo, porque las chicas lindas, que es lo que soy, no mandan a la
gente a la mierda en público. Simplemente, cierro los ojos y fantaseo con
paninis.
—¿Alguna vez apretaste un gatillo en su nombre? ¿O eres más como un
ornamento para Zinon?
¿Ornamento?
—¿Qué significa eso?
Maldita sea, no quería preguntarlo en voz alta.
—Ah, ya sabes, hacerle el café, contar su efectivo, abrir las piernas
cuando quiere algo caliente y húmedo para divertirse. Las cosas que los
mafiosos rusos quieren que hagan las chicas como tú.
Ah, no, ¿qué se cree este maldito? Este no es mi primera experiencia
lidiando con reporteros desagradables tras la fortuna de Kostya.
Normalmente, soy lo suficientemente amable para rebatirlos con firmeza y
mandarlos a volar.
Pero este fue demasiado lejos. Demasiado.
No me importa una mierda si las acusaciones de este tipo tienen la más
mínima pizca de verdad. Kostya podrá ser un imbécil, pero es mi imbécil, y
yo soy quien tiene que lidiar con él, no este hijo de perra. Además, lo que
dijo sobre abrir mis piernas es una asquerosidad de quinta categoría. Es
hora de ponerlo en su lugar, así que me doy la vuelta para enfrentarlo.
—Kostya es un hombre de negocios y la policía dijo que el tiroteo
después de la gala estaba vinculado a unas bandas y fue casualidad.
¿Quieres ver el informe? Podría enviártelo por correo, en un email, o
metértelo por el culo para que la información te entre mejor.
Cuando termino de decir lo peor que se me ocurrió con una frialdad
digna de admiración, vuelvo a voltearme, aunque solo sea para resistir con
más facilidad la tentación de tomar mi bolso y mutilarlo con él. Lo último
que necesito es que me acusen de un delito grave por agresión con arma
mortal, porque un bolso Hermès sin duda alguna puede ser letal si se
empuña cuando está lleno de parafernalia femenina. Aparte, mi madre está
esperando al otro lado del comedor, y lo penúltimo que necesito es otro
sermón de ella.
El hombre se ríe con crueldad.
—Chica tonta. Mató a tres hombres con ese esmoquin de Ralph Lauren
puesto. ¿Te parece algo que haría un hombre de negocios?
—Era un Armani, imbécil —mis argumentos necesitan pulirse, pero la
furia que corre por mis venas obstaculiza los pensamientos racionales que
deberían estarse maquinando detrás de mis cejas—, y Kostya Zinon es un
mafioso ruso tanto como lo soy yo —le ofrezco mi mirada más gélida y
continúo—. ¿No crees que los policías investigarían un poco más si
creyeran que es el Gran Lobo Malo de la Bratva?
Mientras voy hablando, recuerdo las llamadas de hombres que se
negaban a decirme para quién trabajaban, preguntando por este y aquel
paquete o reunión. Recuerdo la formación que me dio la secretaria saliente
de Kostya: nunca confirmes ni niegues nada por teléfono. En ese momento,
abrumada por los nervios, pensé que a todas las secretarias de
multimillonarios les daban la misma charla al empezar, pero no tardé
mucho en empezar a sospechar.
Sin embargo, no le contaría nada de eso a este imbécil.
—Dios, eres muy ingenua. ¿De verdad crees que un hombre acaudalado
como él no tiene comprados a unos cuantos policías corruptos? Quizá hasta
a un funcionario de la fiscalía —se muerde el labio y me dan ganas de
romperle el bolso en la cabeza. Quizá con el golpe se arrancaría el maldito
labio de un mordisco—. Dime: ¿recibe Kostya muchas visitas de policías
que no están de servicio? ¿Alguna vez lo viste cambiar de manos un
sobrecito lleno de billetes?
—Ten cuidado, imbécil. Si es de la mafia rusa, ¿de verdad crees que es
bueno acosar a una de sus empleadas?
Por un segundo, desearía que Kostya fuera quien este hombre dice que
es, así le rogaría para que hiciera callar al desgraciado. Tan pronto como
aparece ese pensamiento, un sentimiento de culpa me hace un nudo en el
estómago, pues tan solo imaginar que Kostya pudiera formar parte de algo
tan vil se me hace terrible. Es un tipo turbio, claro, y ¿qué multimillonario
no lo es? Pero llamarlo criminal ya es otro nivel que no me gusta para nada.
Gracias a Dios, el empleado me entrega mi pedido con una expresión
comprensiva.
Puede que esté siendo ingenua y que Kostya sea quien este imbécil dice
que es, pero mis dudas sobre él son mías y de nadie más. Tengo derecho a
cuestionarme las cosas en base a lo que he visto y oído desde que trabajo
para él. Este idiota no tiene más que suposiciones erradas y malas
conjeturas. Quizás algún día yo misma le pregunte a Kostya acerca de las
cosas que no me encajan mucho, pero esa será mi decisión, si es que alguna
vez quiero hacerlo. No me dejaré intimidar por un periodista entrometido.
Abre la boca para empezar un nuevo interrogatorio, pero lo aparto de mi
camino y me dirijo al comedor.
Está lleno como siempre, pero veo a mi madre junto a la ventana y, con
todo el exceso de adrenalina, casi troto hacia donde está en vez de caminar.
Está muy sonriente.
—Charlotte, te vi hablando con aquel hombre y te noto sonrojada. ¿Te
invitó a una cita? —prosigue antes de que pueda responder—. Es muy
guapo. Muchas otras mujeres lo estaban mirando, pero él te prefirió a ti.
¡Urra! Me gané una estrellita dorada.
—Te dije que esos sujetadores que levantan el busto eran una maravilla
—continúa. Me mira el pecho y frunce el ceño—. Aunque el que llevas
puesto no parece estar levantándote nada.
No tengo valor para decirle que los diez sujetadores nuevos que me
regaló en mi cumpleaños siguen en mi gaveta sin uso. Me limito a sonreír
porque, de todos modos, ignorará cualquier cosa que le diga.
—¿Cómo estás, mamá?
Mi madre es una fuerza de la naturaleza: un torbellino en un buen día,
un huracán de categoría 5 en uno malo. Solo tiene cincuenta y cinco años y
ni una cana, en parte gracias a sus citas semanales en el salón de belleza de
Alejandro, en Beverly Hills. Tampoco tiene ni una arruga, ni una línea de
expresión. Se ve joven y vibrante, pero también es amargada y me agobia.
Acepto sus cosas buenas y las malas porque la quiero.
—Bueno, para ser sincera, estoy enfadada —se seca
melodramáticamente unas lágrimas que aún no aparecen.
Dios mío, el huracán Gloria está en camino. Que bajen las velas del
barco.
—Mamá —empiezo, sabiendo que estamos a punto de tener la misma
discusión de siempre. Bueno, siempre, si los once meses que llevo
trabajando para Kostya pueden considerarse suficiente para clasificar como
una eternidad. Sin duda siento que llevamos toda una vida en esto.
—Dijiste que le preguntarías —su tono es petulante y acusador, algo que
promete convertir este almuerzo en una reunión muy-placentera. Parece que
es culpa mía, como siempre.
En un momento de debilidad, le dije a mi madre que le pediría ayuda a
Kostya para encontrar a mi hermana Lila, que se subió voluntariamente en
un auto con su nuevo marido que conoció una semana antes, y se fue para
nunca más volver a contactarnos desde hace nueve años.
—Lo sé, mamá, y lo haré —no lo sé y probablemente no lo haré. Lila
estaba en su sano juicio cuando se casó con ese payaso. Quizá no tanto
cuando huyó con él, pero igual tomó su decisión y eligió al payaso antes
que a su familia.
Suplicarle ayuda a mi jefe en una emergencia es una cosa pero, ¿por una
hermana que se fue por cuenta propia? Es otro asunto completamente
diferente que jamás sucederá.
Claro, no voy a compartirle ese pensamiento a mi madre.
—Cariño, sé que piensas que Lila fue una tonta al irse, pero conozco a
mi bebé y, si no estuviera en problemas, ya habría llamado.
¿Su bebé?
¿Acaso su bebé paga las visitas al salón de belleza que cuestan
doscientos dólares a la semana?
¿Su bebé pagó el viaje a Hawái después de que papá murió?
¿La irresponsable de su bebé fue al puto funeral?
Me vuelve a hervir la sangre por segunda vez en dos minutos, pero me
muerdo la lengua y respiro, porque si le dijera algo empezaría a pelear.
Después de la discusión con ese tarado en la fila no estoy de ánimos para
otra pelea, y menos con alguien que sabe exactamente cómo molestarme
para obtener la reacción que desea.
Supongo que es justo. Después de todo, ella creó esas molestias.
—Lo sé. Le preguntaré —como soy obediente, responsable y estoy a
punto de oírla proclamar lo sola que está, es fácil mirarla a los ojos y
mentir.
—Es solo que desde que tu padre murió y ustedes se fueron… —ahíííí
viene—, estoy muy sola, camino sola por esa gran casa vacía.
—Puede ser hora de pensar en vender la casa. Podrías conseguir un
apartamento pequeño, viajar, ver el mundo —y, con suerte, eso la
mantendría lo bastante ocupada como para dejar de preocuparse por mi
egoísta e irresponsable hermana—. Disfruta de este tiempo para conocerte a
ti misma, fuera de ser nuestra mamá o una esposa.
—¿Viajar sola? —dice, horrorizada.
Vaya, creo que metí la pata. Aquí viene, crisis en tres, dos…
Pone los ojos en blanco.
—¿Cómo puedes tú, de entre todo el mundo, sugerirme algo así? —está
a una respiración de estallar—. Especialmente, después de lo que le pasó a
tu jefe anoche. Casi lo matan en un tiroteo con el que no tenía que ver. ¿Y si
Lila vuelve a casa y resulta que me mudé? ¿Cómo sabrá dónde
encontrarme?
No le digo que el tiroteo ocurrió aquí, en Los Ángeles, y que hay lugares
más seguros para visitar. No serviría de nada. El objetivo de este almuerzo
no es vender su casa ni disfrutar de una comida.
Es Lila. Porque el mundo de mi madre gira en torno a Lila. Tristemente
desde siempre.
No puedo culparla. Antes de que muriera papá, yo era la niña de sus
ojos y Lila se inclinaba hacia mamá en las pocas ocasiones en las que se
dignaba a salir de su burbuja narcisista lo suficiente como para prestarle
atención a nuestra madre… o a cualquier otro, de hecho.
Ahora mamá está literalmente haciendo pucheros, con los brazos
cruzados, la mirada abatida, ignorando la comida.
—¿Cómo puedes ser tan fría cuando sabes todo lo que sufro
preocupándome por ella? —es verdad, sí que sufre, y se lo dice a cualquiera
que la escuche. A diario.
Tomo mi sándwich y le doy un mordisco. Podría protestar, pero pasará
un rato antes de que termine de atacarme, así que ir comiendo mientras
aguanto es lo lógico. Todavía tengo que volver al trabajo en algún momento
del día.
—Lo único que te pido es que le pidas al señor Zinon que use su
influencia para ayudar a encontrar a tu hermana. La misma hermana que te
prestó sus pendientes de plata, esos mismos que le compré cuando cumplió
dieciséis años, y luego te perdonó cuando los perdiste.
Asiento. Lila perdió esos pendientes por andar de saltona en el auto de
Robby Wright y me echó la culpa a mí.
—Siempre hacías cosas así —continúa—. ¿Recuerdas la abolladura en
su parachoques delantero?
Por supuesto que lo recuerdo. Ella chocó contra un auto aparcado y le
dijo a mamá que me estaba enseñando a conducir a mí, su hermana de doce
años.
Me acuerdo de las otras cien veces que mintió y yo la cubrí y soporté los
regaños de nuestros padres.
Entonces, recuerdo lo más importante de todo: a mamá no le importará
nada de eso. Cree en su versión y no hay nada que yo pueda hacer para que
cambie de opinión sobre los detalles.
—Tienes toda la razón, mamá. Estoy siendo egoísta. Le preguntaré a
Kostya hoy.
Claro, y me subiré a su regazo mientras bebo champán y como caviar
de sus pectorales.
Mamá sonríe tan genuinamente como siempre y me da unas palmaditas
en la mano.
—Así me gusta. Sabes, creo que cuando encontremos a Lila deberíamos
hacer otro viaje. Solo nosotras.
Quizá podamos hacerlo tan pronto como termine de matarla por
hacerme aguantar a mamá yo sola.
3
KOSTYA

—Está hecho.
Aprieto el puño en mi regazo aún más.
—Voy para allá —cuelgo el teléfono y arranco el automóvil.
El motor ronronea con dulzura mientras sujeto con fuerza el volante. Se
siente firme, reconfortante. Aprecio ese vínculo con la realidad, porque
nada de esto parece real. Lo cierto es que nada parece real desde el
momento en que Yelisey hizo caer todo este maldito desastre sobre mi
cabeza. Me siento como si flotara, viéndome a mí mismo andar en piloto
automático.
Guardé todo en mi interior. Así me criaron, así me enseñaron y así
conseguí todo lo que tengo. Los cristales rotos y los gritos en el auto
después de la gala fueron deslices infrecuentes.
Sin embargo, ahora hay emociones que bullen en mi pecho y amenazan
con traspasar mis barreras. Si las dejo salir, me abrumarán. Pasé toda la vida
conteniendo ese tipo de sensaciones lejos de la superficie
Esa tarea nunca fue tan difícil como ahora.
Me estaciono a las afueras del juzgado. Geoffrey me espera fuera de una
camioneta negra idéntica. Aparco y me bajo, dejando encendido el auto.
—Quédate aquí —le ordeno—. No tardaré.
Asiente secamente sin decir una palabra. Es un buen hombre.
Me doy vuelta y subo los escalones de mármol. Las columnas del
enorme edificio se extienden a mi alrededor sosteniendo el tejado. Una
grieta baja como una telaraña hasta la base del edificio. Me siento
identificado: yo también estoy a punto de derrumbarme bajo el peso del
mundo que recae sobre mis hombros.
Pero no me derrumbaré, no me quebraré, y por Dios que no me rendiré.
Entro a través del detector de metales. Oigo el eco de mis pasos en el
vestíbulo, junto a las voces apagadas de abogados, acusados y jurados
desventurados a mi alrededor. Mis ojos están fijos en mi destino. La corte
número 4, me informó Yelisey en la llamada.
Veo el cartel que busco y avanzo hacia él a grandes zancadas. Agarro el
pomo de la puerta y tiro de ella para abrirla, pero acto seguido me detengo
solo un instante, tan ínfimo que cualquiera que me observara podría no
darse cuenta.
Yo lo noto. Sé lo que significa: vacilación, incertidumbre y miedo, o
algo parecido… lo más parecido al miedo que puede sentir un hombre
como yo. Lo que sea que me espere al otro lado de esta puerta, es algo que
cambiará mi vida irrevocablemente. La última artimaña de Natasha.
Me trago la bilis que tengo en la garganta y paso.

E l consejero y el representante de la corte llevan parloteando ya varios


minutos, pero apenas les presto atención. Yelisey, sentado a mi izquierda, se
gana el pan haciendo estas cosas por mí. Yo me limito a firmar cuando me
piden que firme, pongo las huellas de mis pulgares donde me indican y
luego me pongo de pie. Sentarme de espaldas a la puerta me incomoda,
sobre todo en una sala sin protección. Mis enemigos están en todas partes,
incluso en la corte. Solo un tonto se creería seguro en un lugar como este.
Finalmente, el consejero sale de la sala por una pequeña puerta lateral de
madera. Solo escucho los latidos de mi corazón, que retumba en mis oídos
como un tambor.
La puerta vuelve a abrirse y vuelve a entrar el consejero, seguido de una
niña pequeña.
Es rubia, menuda, con ojos azules brillantes, como los míos. Tiene las
manos entrelazadas tímidamente y una mirada marcada por el miedo. No
obstante, su quijada está levantada orgullosamente, como si no quisiera que
nadie en el lugar supiera que está asustada.
Realmente es hija mía. Al verla, todo lo que he estado conteniendo brota
de golpe.
Me arrodillo para poder verla a los ojos desde su altura. Ella me
devuelve la mirada, tan insegura como yo.
—Hola, Tiana —le digo con voz áspera.
No responde. El consejero la insta a acercarse. Tiana da dos pasos
vacilantes hacia mí, se detiene de nuevo y voltea a ver al hombre.
—Tiana, este es tu padre —susurra—. ¿No quieres saludarlo?
Ella ladea la cabeza como si lo sopesara.
—Hola —dice por fin.
Siento un extraño vuelco en el corazón cuando escucho su voz.
—¿Quieres darle un abrazo? —sugiere el consejero.
Tiana titubea de nuevo, mira al consejero y luego vuelve a mirarme a mí
y pasan unos largos segundos. Apenas veo a nadie más en la sala. Yelisey,
el representante del tribunal, el consejero. Solo veo a mi bebé, mi hija, mi
pequeña.
Sea lo que sea lo que ve en mi cara, debe calmar su miedo, porque da
unos pasos adelante para acortar la distancia entre nosotros. Me coge la
mano con sus deditos y se deja abrazar con ternura.
Sé una cosa desde ahora y para siempre: mientras pueda, protegeré a
esta niña con mi vida.
Mataré a cualquiera que le ponga un dedo encima.

T engo que cuestionar a un sistema que deja a una niña bajo la tutela de un
hombre y le desea la mejor de las suertes sin mayor respaldo formal, pero
aquí está ella, sentada en un asiento de seguridad prestado, en la parte
trasera de mi convertible de lujo mientras voy por la ruta 405 hacia la
oficina.
Una gran camioneta negra avanza por el carril contiguo ante mi mirada
atenta, con neumáticos anchos y un tubo de escape que retumba en el
interior del auto. Desde el tiroteo del fin de semana pasado estoy alerta,
pendiente de cada vehículo que pasa en busca de un asesino de los Whelan.
No tengo ni idea de cómo demonios esto se descontroló tanto, pero los
Whelan han vuelto y están al acecho.
Ahora tengo una hija que proteger.
Este no es el tipo de preocupación a la que estoy acostumbrado. Me
encargo de negocios que salen mal, de mentirosos, tramposos, espías
infiltrados en mi organización. Sé cómo lidiar con eso y cómo manejar los
detalles desagradables relacionados a mi estilo de vida y mi trabajo.
Pero ¿una niña? ¿Qué rayos se supone que tengo que hacer con una
niña?
Probablemente debí haber pensado en esto antes de entrar en la corte
esta mañana. Al menos pude haber buscado a alguien que la cuidara,
alguien que sepa qué demonios está haciendo.
—Tengo que hacer pis —canta una vocecita desde atrás. Estoy cuatro
carriles a la izquierda, enterrado entre veinte autos y a un largo kilómetro de
la próxima salida.
—¿Puedes aguantarte? —es la pregunta que haría un padre, ¿no? Me
siento incómodo y torpe, como un ciervo recién nacido que todavía no sabe
qué hacer con sus patas. Miro por encima del hombro. Tiene los ojos de Nat
y mi pelo; la expresión de Nat y mi barbilla. El gesto que hace me dice que
‘aguantar’ no es una opción.
Después de maniobrar y abrirme paso, desviarme, subir al canal de
servicio y ganarme media docena de enemigos nuevos en el proceso, la
autopista es cosa del pasado y entro en una gasolinera. Después, corro hacia
el baño, donde hago una pequeña pausa cuando llegamos ante las dos
puertas, una marcada para mujeres y otra para hombres. No tengo ni idea de
si la niña puede atender sus propias necesidades o si necesita ayuda y
tampoco sé cómo preguntarle.
En lugar de eso, vuelvo corriendo al recibidor con las piernas de Tiana
balanceándose y mi brazo apretando su cintura, quizás demasiado fuerte.
Aunque se está riendo, así que ignoro la voz preocupada de mi cabeza
mientras pasamos corriendo por delante de los dulces. La mujer detrás del
mostrador es bajita, de pelo canoso y frunce el ceño.
—Necesita ir al baño.
La mujer señala el espacio que acabo de desocupar.
—Ahí detrás.
—Sí, lo sé, pero… —no entiendo nada. No tengo ni idea sobre niños, ni
del protocolo como padre al momento de llevarlos al baño.
Entorna los ojos. Es una ofensa que no suelo tolerar de brazos cruzados,
pero en este momento necesito su ayuda, así que le permitiré el descaro.
—Llévela al baño de hombres.
Asiento con la cabeza.
—Gracias.
Nuevamente, me apresuro a ir a la parte trasera de la tienda. Todavía no
tengo clara la logística del uso del baño con los niños, así que me limito a
darle la espalda y esperar, y esperar, hasta que un rápido vistazo por encima
de mi hombro me informa que Tiana está parada con las piernas cruzadas y
las manos enredadas tratando de desabrocharse los pantalones. Me arrodillo
a su lado sin conseguir mejores resultados. Los jeans de niña no están
hechos para las manos de hombre adulto.
Quiero decir una palabrota, pero me muerdo la lengua. Justo cuando
estoy a punto de rendirme y volver al recibidor por unas tijeras el botón
metálico se suelta, ella se baja los pantalones y se sienta en el inodoro.
Gracias a Dios. Me doy la vuelta de nuevo.
Cuando por fin termina, la acerco al lavabo para que se lave las manos.
Mientras se seca las manos me sonríe y, por un momento, ya no me
importa nada más. Es preciosa y es mi hija.
Mientras salimos de la tienda, entrelaza su mano con la mía.
—Tienes que llevarme de la mano en los estacionamientos. Lo dice
mamá.
Le tiembla la voz al pronunciar la palabra mamá.
—¿Qué más dice mamá? —pregunto con cautela.
—Dice… dice…
Diablos. Percibo un sollozo en su voz, como si fuera el estruendo previo
a un terremoto. Lo reconozco, pero ya es demasiado tarde.
—Tiana, yo… —intento interrumpirla, pero es inútil.
Tiana deja de caminar y se echa a llorar en el asfalto.
—¡Quiero a mi mami! —sus gritos llaman la atención y yo, una vez
más, no tengo idea de qué hacer. Tiene tres años, casi cuatro, y no tengo ni
idea de cómo lograr que se levante y se seque las lágrimas.
No obstante, se trata de una mujer que llora, y tengo mucha experiencia
con eso. Esa experiencia me indica que la abrace, que la tranquilice con mi
voz.
—Está bien, Tiana. Vamos a encontrar una solución —la tomo entre mis
brazos y la acerco a mi pecho mientras solloza como si… bueno, como si
hubiera perdido a su madre.
Es tan pequeña, tan indefensa. Su llanto es desesperado. Lo he oído
antes, he provocado estos mismos sonidos y sentido este mismo dolor.
Le digo amablemente:
—¿Puedes venir conmigo a mi oficina y lo resolvemos? —una gran
promesa viniendo de un tipo que no tiene ni idea de lo que está haciendo.
Contengo la respiración, preguntándome si mi pequeña oferta bastará
para desviar su atención de la pérdida del único progenitor que ha conocido.
Oigo cómo sus sollozos empiezan a detenerse, hasta que pasan unos
cuantos segundos entre uno y otro, y luego un poco más cada vez. Al final
se tranquiliza, aunque de vez en cuando emite gemidos, como si fueran
réplicas.
Tiene la cara manchada de lágrimas, y sus brillantes ojos azules están
enrojecidos. Su labio inferior, que sobresale como en las caricaturas, sigue
temblando. Trago saliva al tiempo que rezo para que lo peor ya haya
pasado.
Tiana me mira expectante y, al ver que no digo nada, puedo ver que la
oscilación de su labio empieza a acelerarse de nuevo. Si no intervengo, otra
crisis es inminente. Necesita… Dios, no sé lo que necesita. ¿Consuelo?
¿Una distracción? ¿Ninguna de las anteriores? ¿Ambas? Necesita algo, así
que empiezo a divagar.
—Tengo una oficina en un edificio alto —le digo—. El más alto de la
ciudad. Tiene grandes ventanales y puedes ver toda la ciudad desde allí.
Puedo enseñártela. También puedes ver las nubes y los pájaros. ¿Quieres ir
a ver? Podemos tomar el ascensor hasta el último piso.
No sé si es que pronuncié las palabras mágicas o simplemente tuve
suerte, pero igual parece haber funcionado. Sus manos dejan de formar un
puño y su labio inferior se retrae.
Pega una mejilla en mi pecho y la abrazo por un momento. Luego, se
separa y vuelve a inclinar la cabeza hacia un lado para mirarme llena de
curiosidad. El sol entra en contacto con la humedad que se esparció por su
rostro, haciéndola resplandecer.
—Hablas muy bonito —dice en voz baja.
Su risa es como música. Una música suave y perfecta.
—Soy de Rusia —le digo.
—¿Dónde queda eso?
—Muy lejos —le digo—. Muy pero muy lejos.
Dios sabe que es la verdad, y que en este momento la siento más lejos
que nunca. Mi tierra natal es un mundo de nieve, de bosques oscuros y
silenciosos, de rostros sombríos. Sentado en este bordillo de cemento, bajo
un sol abrasador y el bullicio ensordecedor de la autopista con una niña
risueña a mi lado, me pregunto en qué demonios me habré metido.
Su sonrisa es más brillante que el sol resplandeciendo en el cielo.
—Quiero hablar como tú —me pone el dedo sobre la nariz y lo empuja,
se vuelve a reír.
La levanto, la subo al auto y suspiro. Sobreviví a mi primera crisis y no
tengo problema en admitir que fue mucho más difícil que cualquier cosa
que puedan hacer los Whelan.
El resto del trayecto hasta la oficina transcurre sin incidentes. Al menos,
no hay más llanto.

N o puedo concentrarme ni en una sola palabra. Los chillidos de la niña


reverberan por la oficina, acompañados del ruido sordo de los cojines del
sofá cuando cae sobre ellos y suelta una risita incontenible.
Estoy sentado en mi escritorio, tengo delante los informes de hoy y
estoy desesperado por terminar mi trabajo. Tiana, por su parte, encontró un
segundo aliento y mis muebles se convirtieron en su casa de juegos y su
trampolín. Salta del sofá a la silla y viceversa, riéndose con cada aterrizaje,
bueno o malo. He leído la misma página tres veces, pero no tengo ni idea de
lo que dice.
Necesito un momento de silencio, así que me pongo en pie.
—Tiana.
Me mira mientras rebota delicadamente sobre el sofá.
—Quédate aquí, ¿sí? Y no toques nada del escritorio —me dispongo a
salir, pero antes me volteo—. Por favor —añado—. Me dirijo a la puerta
con un ojo puesto en Tiana, la abro de un tirón…
Y choco de lleno con Charlotte.
Siento la salpicadura de líquido caliente en la frente y escucho su grito.
Venía a traerme el café de la tarde. Perfecto, fantástica sincronización. Era
justo lo que necesitaba.
Refunfuño sin decir palabra, antes de cerrar la puerta tras de mí y que la
voz de Tiana se interrumpa de inmediato: la habitación está insonorizada,
en principio con el fin de proteger secretos comerciales y mantener los
oídos indiscretos alejados de mis asuntos, pero en este caso es eficaz para
evitar que los alegres gritos de mi pequeña me revienten aún más los oídos.
Hasta ahora, la paternidad ha sido pura maldita ganancia.
Miro a Charlotte, que también está salpicada de café por toda la parte
delantera de su blusa blanca. Me fijo en su escote y luego en sus ojos.
—Debes tocar la puerta.
—Estaba a punto de hacerlo antes de que saliera.
Enarco una ceja.
—¿Segura de que no estabas parada delante de la puerta?
Chasquea la lengua irritada y se aleja en sus tacones hacia su escritorio,
llena de enojo. Me quedo donde estoy y veo cómo se inclina sobre el
escritorio para tomar la caja de pañuelos que guarda al otro lado.
Su trasero es toda una tentación. Hoy lleva puesta una falda roja larga,
lo bastante fina como para permitirme distinguir los bordes de sus bragas
acariciando su piel por debajo.
Se gira para mirarme y me pregunto si se dio cuenta de que miraba su
cuerpo, porque se sonroja y no vuelve a dirigirme la vista mientras se
limpia las manchas de café de la blusa.
Empiezo a decir algo más, pero lo pienso mejor y en cambio me dirijo a
un armario en un rincón. Lo abro y saco una de las camisas planchadas a
mano para situaciones como esta.
Volteo de nuevo hacia Charlotte mientras me desanudo la corbata, me la
saco y empiezo a desabrocharme la camisa manchada de café que llevo
puesta. La mirada de Charlotte se queda prendada en mis dedos mientras
desabotonan la prenda.
—Las mujeres dan mucho trabajo —declaro amargamente. La atmósfera
entre nosotros está cargada de tensión.
—Solo si los hombres en su vida no tienen los pantalones para llevar las
riendas —replica. Se muerde el labio después de hablar, como si hubiera
sonado más atrevida de lo que pretendía.
Parece como si estuviéramos atrapados en un intercambio repentino que
ninguno de los dos esperaba. Claro, la dulce Charlotte está mucho más
confundida que yo. Sé lo que está pasando entre nosotros, porque llevo
semanas imaginándomela desnuda cada vez que entra en mi oficina. Quizá
le pasa lo mismo, pero últimamente procuré ser tan duro con ella que sé que
también hay un sentimiento de frustración en su interior.
Eso es bueno. Necesita un poco de ventaja.
—Necesita una distracción nada más, creo yo —digo—. Eso o mano
dura.
Charlotte pone los ojos en blanco, pero me doy cuenta de que se
ruborizó más.
—¿Qué harás con ella? —pregunta. Ya me quité la camiseta estropeada.
Veo a Charlotte aferrándose con fuerza a la esquina de su escritorio, y la
punta de su zapato se agita en el aire con nerviosismo.
—Por ahora, lo que necesito es un momento de paz.
—¿Cómo piensa conseguirlo?
La miro detenidamente y entonces se me ocurre un plan, uno que
aparece ya bien formado, como si hubiera estado esperando a que me topara
con él.
—Gracias a mi encantadora secretaria. ¿De qué otra forma?
Enarca las cejas.
—No, no, no. Cuidar niños no está en mi contrato.
—Entonces, tal vez el contrato deba reescribirse.
—No me pagan lo suficiente para eso.
Me río.
—Bueno, supongo que no, pero ganarás todavía menos si te despido.
Se cruza de brazos y su tacón se mueve sin cesar. La veo sopesar sus
opciones: podría negarse y arriesgarse a que la despidan. Dios sabe que
despedí a otros empleados por menos.
—Como mínimo, pasa a saludarla —añado ablandándome un poco—,
por cortesía profesional. Es una invitada en nuestra oficina, ¿no? Seguro
que eso entra en las funciones de tu puesto.
Charlotte vuelve a voltearme los ojos, mientras yo me encojo de
hombros y termino de abrocharme la camisa limpia.
—Está bien —acepta—. Pero no soy una niñera.
Sonrío sin decir nada.
Entramos en la oficina. Primero Charlotte, aunque solo sea para
permitirme ver cómo sacude el trasero de un lado a otro al caminar delante
mío. Mantiene la cabeza en alto, en una postura desafiante que sé muy bien
que no es genuina, porque su sonrisa refleja pura alegría cuando ve a mi
hija.
Se inclina para tomar unos marcadores de la taza de mi escritorio, y
luego su larga melena castaña se balancea hacia delante mientras busca en
el cajón inferior de mi escritorio una hoja de papel blanco.
Observo cómo lleva los marcadores a la mesita y se sienta en el suelo
junto a ella. Sin hablar con Tiana, destapa uno de los marcadores y empieza
a dibujar. Dejo los papeles que traigo en la mano y contemplo la escena.
Tiana se acerca a Charlotte en lugar de sentarse a su lado o quedarse
parada mirando, callada al principio, mientras ella termina su dibujo del sol
brillando sobre unas flores.
—¿Quieres dibujar? —le da a Tiana un marcador y una hoja de papel y
deja que mi hija se suba a su regazo. Tiana traza la mano de Charlotte con el
marcador y se ríe cuando salta del papel a la piel de Charlotte. Los ojos de
Charlotte se abren de par en par, y su boca adopta la forma de una O como
en las caricaturas.
Está cuidando de la niña. Ahora no es el momento de imaginarme a mi
ayudante encima de mi escritorio, gimiendo mientras le abro las piernas y
ella…
Una carcajada más de Tiana me devuelve al presente. Es un sonido tan
puro.
Le hago un gesto a Charlotte cuando me mira, y la piel se le pone roja
desde el delicado borde de su cuello hasta la frente.
—¿Qué tengo para esta tarde? —le pregunto.
Se quita a Tiana del regazo, se levanta y se acomoda la falda. Intenta dar
un paso hacia mí, pero descubre que Tiana está bien enroscada en su pierna
y no la suelta. Charlotte carraspea y ladea la cabeza mientras arrastra el pie
por la alfombra, con Tiana riéndose a cada paso.
—El señor Rusnak quiere tener diez minutos con usted. Nunca me dice
por qué. Además, tiene agendado un almuerzo con el comisario de policía
en el Toro Dorado, y Melanie de contabilidad llamó para agradecerle las
flores que le envió por su cumpleaños.
—¿Le mandé flores bonitas? —me divierte que se moleste en hacerme
llegar los agradecimientos por actos hechos en mi nombre de los que no
tengo ni idea.
—Solo regala las mejores.
—De acuerdo. Dile a Yelisey que lo veré ahora y cancela el almuerzo.
Charlotte frunce los labios y, por enésima vez desde que entró en la
habitación, me los imagino alrededor de mi miembro.
—Lleva un mes esperando esta reunión.
Tiene razón. Tengo que reafirmar la importancia de la cooperación entre
la policía y mi negocio. En los últimos seis meses, perdimos algunos
canales de comunicación vitales: dos de mis contactos han sido despedidos,
otros tres fueron transferidos, y hasta el tipo que me solucionaba los
problemas con las multas de tráfico se jubiló.
—¿Qué se supone que haga con esta… situación? —señalo a Tiana.
Charlotte inclina la cabeza provocando que la sangre se me vaya al
pene. Si no fuera por la alta calidad de la sastrería europea, mi cremallera
estaría volando por los aires.
—Bueno… podría cuidarla.
Me río.
—¿Qué pasó con todo ese asunto de tu contrato?
—Puede añadirlo a mi bono vacacional. Además, alguien que sea capaz
de ‘llevar las riendas’ debería quedarse aquí.
Lucho por no sonreír. Se ha vuelto mucho más insolente desde aquella
llamada en la noche de la gala, pero me gusta jugar con fuego y nunca había
notado tanto fuego en ella.
—¿Y esa eres tú? —musito.
—Puedo con cualquier cosa.
Esta vez, no puedo reprimir la sonrisa. Seguro que sí, Charlotte,
murmuro en mi mente.
En voz alta, digo:
—Entonces, hagámoslo. Cambia la reunión a la sala de juntas al
mediodía y pide comida del Toro Dorado. Atenderé al comisario aquí.
Charlotte asiente, vuelve a sentar a Tiana en la mesa para que coloree un
poco más y sale a grandes zancadas del despacho para ocuparse de sus
tareas.
Yelisey entra justo detrás de ella y cierra la puerta. Está nervioso y tiene
la piel teñida de rojo, además de una mota de sangre en el cuello y otra en la
manga.
—Yelisey —exclamo a modo de saludo, esperando a que se siente en la
silla frente a mi escritorio. Tiana está distraída dibujando en su mesita—.
¿Alguna confesión de nuestro amigo Whelan?
Yelisey se sienta y niega con la cabeza antes de ponerla entre sus manos.
—He intentado todos los trucos habituales, jefe. Todos los que uso
siempre. —Hoy su acento se oye marcado—. Si sigo así, pronto se va a
morir de un shock por la pérdida de sangre.
Miro de reojo hacia la mesa donde Tiana está coloreando, o estaba. Ya
no está ahí. Miro a mi alrededor y la puerta sigue cerrada. Tiene que estar
aquí, pero no la veo. Me quedo pasmado mientras Yelisey continúa con su
relato trágico. Nunca hubo un rehén que no pueda doblegar, y parece
decidido a que ningún secuaz de los Whelan ponga en peligro su historial
perfecto.
Sin embargo, no puedo oírlo bien, porque me las arreglé para perder a
una niña de tres años en una habitación cerrada.
Me pongo de pie y camino en torno al escritorio. No está debajo de la
mesa, ni de la silla, ni del sofá, y lo sé porque me arrodillé y gateé de un
mueble a otro para comprobarlo. La escucho reírse y le hago un gesto a
Yelisey para que se calle.
—Kostya…
Escucho otra risita y descubro dónde está: escondida detrás de la
cortina. Dejo que se quede allí y tomo asiento, porque ahora tengo la vista
puesta en sus zapatos rosados brillantes, que sobresalen bajo la tela
recogida a un lado de la ventana. Mi corazón se ha calmado y ahora puedo
concentrarme en Yelisey.
Necesita que lo hagan sentir seguro, necesita orientación, una mano
firme, y estoy a punto de hacerlo recobrar la confianza en sí mismo cuando
aquella risita cruza la habitación y salta una y otra vez en el sofá. De nuevo
la risa, más intrépida que antes.
—¿Debería volver, jefe?
Se me presenta un problema único. He lidiado con conspiraciones y
deslealtades, con rivales y enemigos. Soy decidido por naturaleza y actúo
sin la carga del remordimiento, pero esta es una niña, poco más que una
bebé. No puedo encerrarla en la cajuela de un auto y ya.
—Necesito ver resultados de parte del rehén Whelan para esta tarde.
—Frota una lámpara de los deseos —responde.
Levanto una ceja. Nuestra amistad le concede cierta libertad que pocos
tienen, pero incluso cuando estamos viendo un partido o jugando al billar
no suelo sufrir su sarcasmo.
—Yelisey, amigo mío, si tuviera un genio, ¿para qué me servirías?

C uando vuelvo después de mi reunión de negocios, encuentro a Charlotte


jugando a las escondidas con Tiana, que se ha escondido debajo de la mesa.
—¿Charlotte? —le digo.
La distraigo, haciendo que un mechón de pelo corto se suelte del moño
apretado que lleva a la altura de la nuca. Tengo que esforzarme por
mantener los ojos abiertos, porque si los cierro terminaré fantaseando con
sacarle las pinzas del cabello, pasar mis dedos por esos largos rizos cobrizos
y halarlos hacia atrás mientras me la follo por el trasero.
Pero ya está ocupada con Tiana, que ahora está en el suelo a su lado,
cantando una canción sobre un autobús escolar y sus limpiaparabrisas.
Logró sacar a Tiana de debajo de la mesa cantando esa melodía.
—Charlotte, las funciones de tu puesto cambiaron.
Inclina la cabeza y se me queda viendo.
—Esto fue una cosa de una sola vez —dice con cautela—. Algo del
momento, ¿recuerda?
—Esto es más importante que todo eso.
—No recuerdo haber aceptado algo así —reclama con prudencia
entornando los ojos.
—Yo no recuerdo haberte preguntado si estabas de acuerdo.
Tiana interrumpe con una petición.
—¡Juguemos al escondite! Yo me esconderé primero. Preparados, listos,
¡ya! —va y se esconde debajo del sofá. Charlotte le sigue el juego, pero
mantiene la mirada clavada en mí mientras deambula con cuidado por la
oficina.
—¿En qué consistiría el nuevo trabajo, señor Zinon? —el «señor» está
cargado de sarcasmo.
Junto las yemas de los dedos y me reclino en mi asiento
—Te vas a venir a vivir conmigo —le digo. Para mi sorpresa, se ríe.
—Tiene a la chica equivocada para ese trabajo, señor.
—De hecho, creo que tengo justo a la adecuada —me llevo el pulgar a
los labios. De nuevo, la veo ruborizarse. Diablos, es tan inocente.
—Entonces ofrézcamelo —responde.
—¿Cómo dices?
—Ofrézcame el trabajo —ahora le brillan los ojos mientras se acomoda
en el sofá y sigue jugando con mi hija. Tiana se ríe desde atrás de las
cortinas.
Yo sonrío. Al parecer, la dulce Charlotte está llena de una gran chispa
que nunca antes había visto en ella.
—Eres buena con… —maldita sea, he vuelto a notar de nuevo la infinita
sensualidad de sus labios y olvidado todo lo que iba a decir.
—¿Tiana? —mete los labios en la boca, supongo que para ocultar una
sonrisa.
—Sí. Eres muy buena con Tiana.
Hace tiempo aprendí a no mostrar nunca mis emociones durante una
negociación. Cada interacción requiere una máscara propia, pero esta vez
no estoy preparado. No he tomado en cuenta nada más que mi necesidad de
que atiendan a mi hija.
—Quiero que la cuides.
La veo negando con la cabeza. Tiana, por su parte, agarró un marcador y
empezó a garabatear en las ventanas, pero yo no puedo distraerme. Esto es
importante en una forma totalmente nueva para mí.
—Múdate con nosotros. Acondiciona mi casa para que pueda acoger a
una hija. Cuídala.
Quizá me estoy expresando mal. No acostumbro a usar el idioma inglés
de esta manera. Casi hasta le pido «por favor» antes de recordar quién
carajo soy y con quién estoy hablando.
Vuelve a llevar a Tiana a su silla y se sientan juntas.
—¿Qué pasará con mi trabajo aquí? Tengo los planes para la
recaudación de fondos de la semana que viene… la que… —se levanta y
sujeta a Tiana por la cadera, mientras agarra la carpeta que me entregó antes
—. La que hablamos, para distraer a los medios de los rumores sobre la
Bratva —abre la carpeta delante de mí.
Está preocupada por su trabajo, su ingreso. Es justo. Nadie que haya
contratado para este puesto antes tuvo mi agenda tan llena y ordenada ni se
anticipó a mis necesidades con tanta eficiencia.
Entrecruzo los dedos delante de mí.
—Te pagaré el doble de lo que ganas ahora.
Abre los ojos como platos.
—Eso es muy… generoso, pero yo… —su piel se ruboriza aún más —.
También necesitaré algo más.
La observo con la cabeza inclinada hacia un lado a causa de la
curiosidad, mientras ella se inquieta e intenta sonreír.
Deja de agitar los pies, respira hondo y cierra los ojos mientras me dice
lo que quiere.
—Mi hermana desapareció y se lo prometí a mi madre… Necesito que
me ayude a encontrar a Lila —concluye con firmeza y decidida, con un
gesto de satisfacción, una sonrisa y los ojos atentos, esperando en vilo mi
reacción.
Tiana rodea el cuello de Charlotte con ambos brazos y Charlotte la
abraza como si fuera lo más natural del mundo. Pagaría cualquier cantidad
de dinero por mantener eso.
—Está bien.
—Bien —repite ella—, lo pensaré.
Asiento.
—Tienes una semana.
Se siente como una solución hábil y simple. Traer a Charlotte a mi casa
y que cuide a mi hija. Algo brillante y elegante a la vez.
De no ser porque mi deseo de tirármela hasta enloquecer ha crecido a
pasos agigantados, y ahora ella tendrá un papel aún más importante en mi
vida.
Quizá esto no sea tan brillante, después de todo.
4
CHARLOTTE

Una semana después, estoy sentada en la mesa de la cocina, con mis


facturas delante y la cabeza entre las manos.
No puedo dejar de repetir la escena de la semana pasada en mi cabeza,
una y otra vez.
Kostya quitándose la camiseta…
Los pectorales abultados, los abdominales marcados…
Basta. Pero no puedo detenerme.
Esa V que le baja hasta la cadera…
Los tatuajes, la tinta y sus remolinos, trazando líneas a través de su
espalda…
Para yaaa.
La firme curva de su trasero redondo en pantalones de vestir, la
cremallera tan tensa por su…
—¡Ok, no! Eso es demasiado —me digo a mí misma.
—¿Qué dices? —replica la voz de mi madre a través del teléfono.
Mierda, había olvidado que estaba hablando con ella. Mis habilidades
para desconectarme de mi mamá se han perfeccionado demasiado en estos
últimos años.
—Nada, mamá —murmuro—. Solo era la televisión.
—Bueno, de todos modos —continúa—, como estaba diciendo… —
oigo el tintineo de sus pulseras, así que me acerco y bajo el volumen del
altavoz hasta que solo se oye su voz de fondo. De todos modos, a ella no le
interesa lo que yo tenga para decir. Solo quiere saber que tiene un público
que la escuche, por lo que vuelvo a lo que estaba haciendo y le dirijo un aja
de vez en cuando para evitar que haga otro Drama de Gloria (patente
pendiente).
Como era de esperarse, las facturas que estoy revisando me deprimen.
Siempre es así. Lo que le dije a Kostya era en serio: no me paga lo
suficiente. Rendiría si no tuviera que financiar las absurdas compras
compulsivas de mamá, pero no es como si Lila nos mandara dinero para
costear una parte, y sugerirle a mamá que se busque un trabajo sería una
blasfemia a la que ni siquiera yo estoy dispuesta a arriesgarme.
Me acerco al computador e introduzco algunos renglones para gastos
nuevos. El texto en rojo reflejado en la pantalla me notifica que este será
otro mes en el que tendré que gastar lo poco que me queda de mis ahorros
para mantenernos a flote.
Sé que hay una salida, y lo pensé durante siete días seguidos desde que
Kostya me hizo su ridícula y ofensiva oferta.
Te doblaré el sueldo. Lo dijo tan a la ligera que me hizo temblar. Me
pregunto si es el dinero lo que lo convierte a veces en un imbécil, o solo
tiene un don natural y el dinero no es más que un medio para expresar su
estupidez innata. En todo caso, el resultado es el mismo: me ofreció un
montón de dinero como si no fuera nada para él. Para ser justos es verdad,
no es nada para él, pero de todas formas elijo sentirme insultada.
Igual no puedo darme el lujo de ofenderme. Diablos, no puedo darme
ningún lujo. No puedo permitirme enfermarme, o irme de vacaciones, y es
seguro que no puedo permitirme desechar la propuesta de Kostya sin
siquiera considerarla.
Así que lo estoy considerando, pero primero tengo que hacer las paces
con la forma en que me lo pidió. Sobre todo, porque en realidad no me
pidió nada. Me ordenó que lo hiciera, como si Múdate a mi casa y cuida a
mi hija secreta fuera una orden para una secretaria a la par de por favor,
hazme doce copias en blanco y negro.
Quizá para un hombre como Kostya, que está demasiado acostumbrado
a salirse con la suya siempre que quiere esas cosas estén al mismo nivel,
pero para mí no. Ni de lejos.
Lo que este hombre me pide es que me desconecte de mi vida y acampe
en la habitación contigua a la suya. Es una mala idea por mil millones de
razones, y una de las peores es que literalmente me masturbé las últimas
siete noches pensando en la imagen de él sin camisa.
Si dejamos eso de lado, porque no estoy dispuesta a enfrentarme a esa
metida de pata en particular a plena luz del día, es una mala idea porque no
soy una candidata ideal para el puesto. Sí, Tiana y yo nos llevamos bien
hasta ahora siempre que visita la oficina, pero estoy lejos de ser una niñera
cualificada. Simplemente es una niña linda y quiere jugar. No es tan difícil
y es mejor que lidiar con el humorcito de Kostya, que últimamente está
peor que nunca.
—¿Me estás escuchando?
Ay, carajo, ahí va de nuevo.
—Sí, mamá, te escucho.
—Bueno, ¿qué acabo de decir?
—Mamá, ¿podemos no hacer esto? —suspiro—. Tuve una semana larga
en el trabajo y…
—¿Crees que eres la única que lo ha pasado mal últimamente? Yo…
Entonces empieza, lanza una nueva diatriba. Admiro su energía: guardar
los rencores que ella se guarda me agotaría muchísimo. Ya estoy demasiado
agotada cuando vuelvo a casa todos los días.
Desde que me hizo su oferta, Kostya no ha ido mucho a la oficina y me
agobió con trabajo, enviándome un email tras otro con instrucciones vagas
para tareas infinitamente complicadas. A la hora de terminar la jornada, que
últimamente ronda las nueve de la noche, siento como si se me hubiera
caído la mitad del pelo intentando comprender correctamente sus mensajes
crípticos de una sola línea.
Comparado con esta mierda, ser niñera sería como un paseo por el
parque.
Abro el último sobre de la pila que estoy revisando, extraigo su
contenido y pego un grito como si algo me hubiera impactado. Me quedo
boquiabierta.
—Espera, mamá, ¿esto es en serio?
—Charlotte, estoy hablando, ¿no ves que…?
—No —digo interrumpiéndola. Sostengo la factura en la mano,
blandiéndola como un arma a pesar de que no puede verme—. ¿Le pagaste
a otro detective?
—¡No es un detective! —protesta—. Es una agencia de búsqueda y
rescate. Se especializan en recuperar a víctimas de situaciones de peligro,
y…
—¿Búsqueda y rescate? —prácticamente estoy gritando en este punto.
¿En qué momento me levanté? No recuerdo haberlo hecho, pero la silla de
la cocina se cayó, así que debí ponerme en pie de un salto—. ¡Lila no está
cautiva, mamá! Se fue por su cuenta. Decidió irse.
Hay silencio y, luego, sollozos.
Cristo bendito. Pagaré por esto por el resto de mis días en la tierra.
Honestamente está bien, porque estoy cansada de estresarme con las
maquinaciones de mi madre. Esta es, según mis cuentas, la undécima vez
que desembolsa una suma considerable para que un fulano policía retirado
aspirante a James Bond intente cazar a Lila. Son unos sinvergüenzas que se
van al banco a cobrar los cheques de mi madre después de teclear el nombre
de mi hermana en Google, encogerse de hombros, y rendirse cuando no
consiguen su dirección. Pero mi madre cree en cada uno de ellos con fervor
religioso. Estoy segura de que todavía le sigue pagando al tercer sujeto.
El número once, sin embargo, es la gota que colma el vaso, porque
necesito dinero. Necesito controlar mi vida, pero sobre todo necesito
separarme un poco de mi querida mamá.
Aceptaré la estúpida oferta de Kostya. ¿Unos meses que básicamente
son vacaciones pagadas? ¿Nada de ser secretaria, una excusa para esquivar
a mamá y un aumento de sueldo? Acepto. Ya lidiaré con la tensión sexual y
con la cercanía del multimillonario imbécil cuando llegue el momento.
Envío un mensaje al número privado de Kostya.
Quiero el cuádruple de sueldo, no el doble. Su respuesta es inmediata.
Trato hecho.

L a mansión de Kostya se extiende por hectáreas de áreas bien cuidadas.


Cada una presenta mil peligros diferentes para un niño, como una piscina
sin verja, ventanas en el segundo y tercer piso que se abren lo suficiente
como para que la niña salga por ahí y se caiga, armarios sin cerraduras a
prueba de niños, puertas sin alarma. La lista crece mientras me voy
acercando a la casa. Tiana se quedó con su padre mientras yo volvía a mi
apartamento a hacer las maletas. Es patético que todas mis pertenencias
quepan en cuatro cajas y tres maletas. Lo voy a dejar todo en el auto hasta
mañana. No hace falta que Kostya vea qué tan lamentable es mi vida.
Me paro en la puerta. ¿Tocar o no tocar? Esa es la cuestión que necesito
responder ahora. Viviré aquí, aunque no tenga llave, así que llamar a la
puerta tiene sentido, ¿no? Por el momento, hasta instalarme. ¿O no debería
instalarme todavía? No sé, no tengo nada claro en este momento.
Afortunadamente, el ama de llaves abre la pesada puerta de metal y me
hace señas para que entre.
—Señorita Lowe —dice con sencillez. Se presenta como Marianne, una
mujer mayor, creo que de unos sesenta años, aunque parece de cuarenta, se
mueve como una veinteañera y frunce el ceño como si nunca hubiera
sonreído —, necesitará un código para poder entrar.
—Ah, claro.
Me enseña el panel a un lado de la puerta, disfrazado con una fachada de
ladrillo que combina con el exterior de la casa. Se adapta tan bien que
nunca lo habría notado si ella no lo hubiera señalado.
—De momento, puede usar el que damos a los repartidores —introduce
los números en un teclado mientras tomo nota de la combinación de cuatro
dígitos—. Le diré a Dimitri que le consiga un código personal.
Dimitri es el encargado de la seguridad de la casa, que pasa sus horas en
una habitación del sótano vigilando las cámaras en toda la propiedad. Me lo
encontré hace rato, cuando ayudó a Geoffrey y a Marianne a cargar todas
las compras que hice para Tiana.
—Kostya la espera en el pasillo del segundo piso.
—¿El pasillo?
Marianne me lleva escaleras arriba y lo veo apoyado contra la pared,
cruzando los pies y con las manos en los bolsillos.
Pasé la tarde diciéndome a mí misma que no me atrae, que es un imbécil
y un narcisista recalcitrante con complejo de controlador. Por desgracia, yo
misma no soy muy convincente, y este es un papasito muy atractivo.
Carraspeo, provocando que levante la vista y ponga un dedo sobre sus
labios.
—Está durmiendo.
El susurro se oye bajito, grave, dulce, y mi mente decide de inmediato
que es demasiado seductor. Como resultado, mi cuerpo se estremece: mi
corazón se acelera, mis manos sudan y se me mojan las bragas. Diablos,
otra vez. No puedo sentirme atraída por mi jefe mientras vivo en su casa y
soy responsable de su hija. No perderé este trabajo por no poder controlar
mi calentura.
Es hora de recordarme el mantra que venía practicando en el camino:
Es un imbécil.
Está metido en cosas turbias.
Te está utilizando.
Funciona. Logro devolverle la sonrisa. Serena, tranquila, sin ningún
indicio de que hace unos momentos estaba a punto de volverme un
charquito viscoso de calentura femenina.
—¿Por qué está en el pasillo?
Se mete las manos en los bolsillos y se encoge de hombros.
—Esperándote.
Trago saliva y mejor empiezo a actualizarlo.
—Compré monitores y los instalé esta tarde para que pueda verla y oírla
cuando no estén juntos en la misma habitación, o esté usted en el trabajo y
ella conmigo, o esté durmiendo y no quiera esperar en el pasillo hasta la
mañana —le tiendo la mano—. Puedo configurar la aplicación en su
teléfono.
Me pasa su teléfono y, cuando las yemas de nuestros dedos se rozan,
siento algo parecido a una descarga eléctrica entre nosotros. Esto se me está
yendo de las manos. Si no averiguo cómo crear una inmunidad a esta
atracción, literalmente voy a terminar gimiéndole y perdiendo este trabajo
tan cómodo. Nunca encontrarán a mi hermana, mi madre me culpará y no
conseguiré trabajo cuando todos los otros empleadores de Los Ángeles
sepan de la mujer a la que se le caía la baba, la que jadeaba, soñaba con su
jefe y acabó cayendo rendida a sus pies, que hasta donde sé podría tener una
o más mujeres esperándolo para abalanzarse sobre él en algún lugar de esta
mansión enorme de doce dormitorios, quince baños, gimnasio en casa, cine
y casa de invitados.
En cuanto termino de usar su teléfono, tengo cuidado al volver a
ponérselo en la mano sin tocarlo. Mi cordura me exige que evite ponerle un
dedo encima.
—De acuerdo, genial —él puede echarle un ojo a Tiana y yo puedo oler
los vestigios de su colonia. El mundo es un lugar bastante feliz.
—¿Qué tal si te doy un tour?
En su casa se lo ve relajado, sonriente, amable, tan distinto del hombre
que domina todo en la torre este del edificio de las Empresas Zinon.
Cambió su traje por un suéter, sus pantalones por unos jeans, su cabello
perfectamente peinado por un estilo alborotado pero arreglado. Por un
momento, casi olvido que es un imbécil.
—¿Viste la sala de estar y la cocina? —Marianne me enseñó todo
cuando llegué esta tarde. Elegimos la habitación de Tiana, contigua a la mía
de un lado y a la de Kostya del otro, y un lugar para los juguetes que Kostya
me mandó a comprar.
Asiento con la cabeza.
—Bien. Ahora este es tu hogar.
Vuelvo a asentir. Lo hace sonar tan fácil, pero dudo que alguna vez
pueda simplemente quitarme los zapatos al entrar por la puerta principal o
dejar los platos sucios para la mañana porque estoy agotada de estar a su
entera disposición hasta las tantas horas de la noche.
No puedo olvidarlo: esta es mi oficina ahora.
Me lleva de una habitación a otra hablándome de la decoración,
contándome la importancia histórica de algunos cuadros y muebles, pero
parece que estuviera leyendo un guion por la poca emoción que se le ve al
hablar. Tiene obras de arte valiosísimas y una silla que perteneció al último
zar ruso, pero he visto más interés en una cola de la oficina de desempleo.
Nos detenemos ante una puerta cercana al salón, que abre con un
empujón.
—¿Qué te parece esto?
Es el gimnasio de la casa. Tiene máquinas de remo, un juego de pesas,
bicicletas estáticas, una bicicleta elíptica, tres cintas de correr y una pared
de espejos. Es tres o cuatro veces más grande que el dormitorio que elegí
para Tiana.
—Mandaré a vaciarlo para ella. Necesitará juguetes, libros… Quiero
que tenga todo lo que desee.
Claro que quiere eso, pero, a menos que también quiera criar una de esas
niñas mimadas diabólicas, tendrá que refrenar su entusiasmo paternal y
guardar la chequera. Claro, no estoy en condiciones de decírselo. Al menos,
no todavía.
En lugar de decirle algo, camino por la habitación a su lado y salimos
por el otro lado hacia la zona de la piscina.
—Probablemente haya que sellar esa puerta —comenta.
Asiento con la cabeza.
—Probablemente —no es una palabra muy asertiva, pero me alegro de
que perciba el peligro—. Sí, es una buena idea.
—Y necesito una valla para la piscina —se vuelve hacia mí—. Hay
tanto en lo que pensar. En su seguridad, su felicidad. Soy responsable de
todo eso —arruga el ceño y se sienta apesadumbrado en el borde de un
asiento de felpa—. Ser padre es… ¿qué debo hacer?
No es una pregunta fácil. No tengo experiencia como madre, pero
alguna vez fui una niña, así que…
—Solo haz que se sienta amada. Cada minuto. Encuentra la manera de
matar a los monstruos sin convertirte en uno de ellos. Sé duro, pero justo.
Muéstrale amabilidad y disciplina.
Su respiración se entrecorta y, no puedo creer que esté pensando esto,
pero estoy segura de que es verdad… Kostya Zinon tiene miedo.
Se le nota en la mirada, en los hombros encorvados mientras lucha por
contenerse.
—Y no le presentes a nadie que no vaya a estar en su vida más de unos
meses. Su corazón todavía no está preparado para protegerse así que tienes
que protegerla tú —y yo también. Me aseguraré de que nada, como mi
atracción por su padre, ponga en peligro su felicidad.
Aunque ahora creo que lo asusté o hice que se preocupara, o quizá…
tiene los ojos entrecerrados, la boca tensa. Soy yo quien causó esa
expresión en su rostro y quiero que desaparezca.
—Está bien, Kostya.
—¿Bien? No sé nada de niños —escucho dolor en su voz y oigo el
miedo que nunca admitirá verbalmente.
—Sí, todo saldrá bien —asiento mientras lo miro y le tiendo la mano. Es
un hombre que necesita consuelo, y yo puedo dárselo hasta cierto punto—.
Vamos, te conseguiremos un libro.
—¿Un libro? —ahora me mira con sus claros ojos azules esperanzados
—. ¿Hay un libro para esto?
No quiero reírme, pero no puedo evitarlo. Es la definición de pez fuera
del agua y de inseguridad paterna.
—Varios en realidad, y son útiles. Pero vas a estar bien. Estás nervioso
porque es algo nuevo, pero vas a estar bien —sonrío y le acaricio el dorso
de la mano con el pulgar. Nuestras miradas se conectan y veo una pasión
ardiente en sus pupilas.
No puedo tener nada con Kostya. Tengo que recordarlo, pero es tan…
vigoroso y hermoso y… lo tengo tan cerca de mí…
Acerca su mano y me pone la barbilla en la palma de su mano con
delicadeza. Sus ojos destellan mientras acerca sus labios a los míos, cada
vez más cerca…
—¿Charlotte?
Vuelvo a caer en la realidad tan abruptamente que casi puedo sentir el
golpe.
—Ah, hmm, sí —balbuceo. No tengo ni idea de lo que está pasando.
¿Acabo de soñar despierta? ¿Fantaseé con una conversación sobre cómo
criar a su hija? ¿Con él mostrando miedo, incertidumbre, dudas?
¿Besándome?
Ese es un muy mal comienzo para este acuerdo tan sórdido que hicimos.
—¿Me arrepentiré de esto? —refunfuña con un tono de advertencia en
su voz.
—No, no —sigo tan alterada que sé que debo estar quedando como una
idiota de primera. Tierra a Charlotte: ponte las pilas.
—¿No hay problema con la habitación que elegí para Tiana?
Tiene las manos metidas en los bolsillos y el ceño fruncido.
—Está bien. ¿Necesitas algo más, o ya puedo volver a mi vida?
Trago saliva con un nudo en mi garganta.
—Me parece que ya está. Creo que debería irme a la cama por si se
levanta temprano.
Estamos frente a la puerta de mi habitación.
Kostya asiente secamente.
—Se levanta a las seis. No te retrases.
—A las seis, entendido. Bueno, buenas noches.
Voltea sin decir nada.
Lo veo alejarse a grandes zancadas hacia la puerta al final del pasillo: su
habitación. El dormitorio principal. Puede que haya asomado la cabeza
durante mi primer recorrido y haya visto la cama con dosel, el vestidor más
grande que mi apartamento, el baño con sauna y bañera de hidromasaje. Un
vistazo rápido. Lo justo para notar que no hay ropa de mujer en el armario.
Entro en mi habitación, cierro la puerta y me recuesto en ella. Se siente
fría, ajena. El hombre al otro extremo del pasillo siente exactamente lo
mismo.
Me hundo en el suelo y pongo la cabeza entre las manos.
¿En qué me metí?
5
CHARLOTTE

Tras una noche plagada de sueños húmedos, apasionados e indeseados con


mi jefe, que no me apetece en lo más mínimo analizar a la luz del día, me
despierto antes de que salga el sol.
Con el aliciente de esos sueños, cierro los ojos y revivo cada segundo de
la fantasía de ayer en la piscina de nuevo.
Solo que en esta rememoración no lo dejo irse.
No me voy a mi habitación ni me voy a dormir sola.
En lugar de eso, cierro los ojos e imagino que, en vez de tomarme de la
mano, la pasa por mi pelo mientras nos alejamos de la habitación de Tiana,
me apoya su miembro y junta sus labios con los míos. En lo más parecido a
una fantasía sexual que tengo desde que me enamoré de mi vecino Adam
Newbert en séptimo grado, Kostya me pone contra la pared y me separa las
piernas con la rodilla, mientras interrumpe el beso el tiempo suficiente para
sacarme la camiseta.
Después de eso, se me agita la respiración por el deseo de sentir sus
dedos deslizándose por mi cuello hasta mi pecho, luego por el valle entre
mis senos y, finalmente, tocando uno de mis pezones erectos, un pezón que
pellizcaría entre su pulgar y su índice.
Me hormiguea el cuerpo y se me empapan las bragas al imaginarme su
cuerpo alto, esbelto y esculpido por los mismísimos ángeles tendido a mi
lado en su enorme cama hermosa, mientras usa su boca y sus manos para
para complacer a cada célula de mi cuerpo, haciéndome susurrar su nombre
en el silencio.
Kostya.
Cuando escucho el sonido de mi voz, me doy cuenta de lo que estoy
haciendo: tocándome mientras fantaseo con un hombre al que no puedo
tener. Un hombre que podría ser un mafioso ruso, si le creemos a los
periodistas de mala calaña de los restaurantes.
Un hombre que, aunque no lo sea, es sin duda un imbécil de primera
categoría.
Pensar en las acusaciones criminales que recaen sobre él no me asusta
tanto como debería. Seguramente porque ahora me lo imagino azotándome,
y eso es tan excitante que no sé si podré volver a dirigirle la mirada alguna
vez. La palabra «señor» adquirió una nueva connotación.
Tengo las mejillas y las orejas rojas, y me alegro mucho de que nadie
pueda leerme la mente ahora mismo. Una cosa es tener una fantasía
ocasional con un hombre como Kostya —o bueno, una diaria, está bien—,
pero otra muy distinta es tocarme mientras me imagino a mi jefe
seduciéndome.
Es una atracción que no tengo más remedio que cortar de raíz. No
puedo, bajo ninguna circunstancia, permitirme esta atracción ciega por
Kostya Zinon mientras soy responsable de cuidar a su hija, vivo en su casa
y cobro por hacer un trabajo arduo como niñera.
Me levanto de la cama para dirigirme a la puerta que comunica mi
habitación con la de Tiana. Todavía duerme acurrucada con un oso que traía
en su maleta. Al oso le falta un ojo, tiene puntos de costura en la pata
izquierda y una oreja deforme. Sin duda, es su juguete favorito. La versión
de Tiana de una mantita protectora.
Solo espero que Kostya le permita quedárselo. Sin importar cuánto lo
intente, no puedo imaginármelo satisfaciendo su necesidad de seguridad o,
para ser más precisos, comprendiendo su necesidad de consuelo.
Salgo y cierro la puerta tras de mí caminando de puntillas. El nuevo
hogar y los nuevos adultos en su vida probablemente la dejaron agotada, o
como mínimo la confundieron y necesita dormir. Puedo aprovechar el
tiempo que pase hasta que se despierte para preparar el desayuno y trazar un
plan para el día. Todavía hay mucho que hacer para acondicionar la casa
para una niña.
Bueno, no solo la casa. Tiene tres años. Hay un millón de cosas que una
niña de tres años necesitará, y ahora todo es responsabilidad mía. Creo que
Kostya será el tipo de padre que aspira a tener una hija elocuente, atlética y
educada, del mismo modo que él es un hombre de negocios elocuente,
atlético, educado y poderoso.
Y esperará que yo lo haga realidad.
Si fallo… la gente que le falla a Kostya no vuelve a la oficina, hace
tiempo que me di cuenta. Por lo que sé, no sobreviven lo suficiente para
explicarse.
Basta. Es el reportero jugando con mi mente otra vez.
En ese momento no le di importancia a lo que dijo el tipo y lo dejé así.
Pero, ahora que estoy aquí en la boca del lobo figuradamente, su voz sigue
retumbando en mi mente.
Mafia, acusaciones, tiroteos.
Ahora mi pellejo está en juego.
Carteles de peligro de rojo neón pasan frente a mis ojos y me cortan la
respiración. Puedo ver mil maneras de que todo esto salga mal: Tiana
podría caerse de un caballo, reprobar un examen de historia, empezar a
cantar Baby Shark cuando le toque cantar el himno nacional ruso.
Puedo sentir la diana expandiéndose en mi espalda. Tengo que elaborar
un plan, planificar el resto de su vida para que parezca que tengo alguna
idea de cómo criar a una niña, así Kostya podrá encontrar a mi hermana
antes de que mi madre tenga una crisis psicótica fulminante.
Pero todo eso tendrá que esperar, porque si pienso en todo a la vez me
dará un tic y terminaré con un ataque de pánico. Primero lo primero: ahora
debo preparar la comida para Tiana. En mis compras de ayer, no pensé ni
una sola vez en comida apta para niños y, por lo visto, quien le hace las
compras a Kostya tampoco previó una huésped pequeñita y quisquillosa.
La nevera está llena de frutas y verduras, un surtido de carnes y quesos,
jugos de verduras y dos variedades de agua embotellada.
Agrego la compra de víveres a mi lista mental de tareas y saco un cartón
de huevos, un pimiento verde, un pimiento rojo, jamón y un paquete de
queso. ¿A qué niño no le gustan los huevos? ¿Verdad?
Después de enjuagar las verduras, me dirijo a la sección de carnicería,
saco un cuchillo de picar de la cuchillera y empiezo a cortar los pimientos.
—Buenos días, Charlotte.
Habla con voz aterciopelada, pero me hace girar con el cuchillo en la
mano y casi le rebano el pezón izquierdo. Me aparta la muñeca hacia un
lado y frunce el ceño mientras libera el mango del cuchillo de mi mano con
cuidado.
Podría morir aquí mismo, en este suelo de cerámica.
—Lo siento mucho —le digo—. Me asustó.
El hecho de que pueda hablar, incluso con el corazón en la garganta, es
algo que debería darme puntos extra en el juego de la vida. Sobre todo,
teniendo a Kostya tan cerquita y tan relajado, sin las líneas de expresión
habituales en su cara.
Nunca lo vi tan relajado ni con un atuendo que no combinara bien con
una corbata y mocasines italianos. Ahora lleva puestos unos shorts de
baloncesto y una camiseta que me deja entrever los tatuajes que decoran
esos antebrazos y bíceps marcados.
Deja el cuchillo sobre la encimera, se da vuelta y saca un tarro de fresas
de la nevera. Yo me quedo paralizada en donde estoy mientras él toma una
y le da un mordisco que le deja una gota de jugo en la barbilla tras masticar.
Mi corazón está a punto de sufrir un infarto menos de doce segundos,
porque no puedo pensar en muchas cosas en el mundo que sean más sexys
que Kostya Zinon comiendo fresas frescas. Tan simple pero tan…
embriagador. Creo que estoy mareada.
Para cuidar mi salud mental y mi seguridad laboral, me doy vuelta en
lugar de limpiar su mandíbula afilada con la lengua.
En la desesperada necesidad de una distracción, cualquiera, canalizo a
todos los chefs de televisión que he visto para convertirme en una máquina
de picar, rebanar, cortar en dados y en julianas hasta que vuelve a tocarme
el hombro. Esta vez, me las arreglo para voltear casi sin causar daños.
—Pásame los huevos —me dice. Es una orden, nada nuevo. Kostya no
usa mucho el tradicional signo de interrogación, pero esta vez es más
amable y menos autoritaria que la mayoría de las órdenes que me ha dado
antes.
Este es un mundo nuevo y extraño para mí.
Trago saliva en silencio y le paso el cartón de huevos y un bol. Me
quedo quieta mientras rompe un huevo al estilo Gordon Ramsay con una
sola mano, casual, como si no fuera gran cosa.
Dios mío.
Si también sabe cocinar… lo perderé. El puesto de Brad Pitt como el
hombre de mis fantasías será ocupado por Kostya de inmediato, con
retroactivo de los últimos once meses.
Miro sus manos mientras bate las yemas de huevo con la eficiencia de la
práctica, luego toma el rallador y un bloque de queso para espolvorear un
poco de delicia cremosa en el bol y lo mezcla junto con los huevos.
Bueno, mejor suerte la próxima vez, Brad.
Mientras espera a que se caliente la sartén, me quedo mirando,
demasiado embelesada para mi propio bien. Su cuerpo es ágil, se mueve
con una precisión y una gracia que lo hacen mucho más impresionante.
Podría tomar a una chica en sus brazos, ponerla en la encimera y…
—¿Charlotte?
—¿Qué? —contesto con un tono demasiado agudo y demasiado fuerte.
Mi cara debe estar decorada con cincuenta o sesenta sombras de vergüenza.
Señala la tabla de cortar con la cabeza, espero que sin saber que llevo
unos cuantos minutos imaginándomelo desnudo.
—Verduras.
Le alcanzo la tabla de cortar, vierte la mitad de las verduras en la sartén
y le ralla más queso por encima.
—Por el amor de Dios, contrólate —murmuro.
Ladea la cabeza y frunce el ceño.
—¿Cómo dices?
Ay, diablos, ahora estoy hablado sola en voz alta. Se suponía que eso no
debía pasar.
—Nada. Solo estaba… no es nada —ocupo mis manos porque no confío
en mi capacidad de contener las ganas de acariciar su espalda hasta llegar a
su trasero, o de pasar mis dedos por su pelo, o de despojarme de mi ropa y
ofrecerle mi cuerpo.
¡Esos putos sueños! No puedo concentrarme en nada que no sea Kostya.
Tengo casi dos felices minutos completos de tiempo sin pensar en sexo
para fregar los restos de verduras de la tabla de cortar como si mi vida
dependiera de ello. El agua está caliente, el jabón hace espuma y estoy
literalmente suplicándole a quienquiera que controle mis pensamientos que
apague el canal de Kostya Zinon, que parece estar en un bucle constante.
Detrás de mí se oye el borboteo de los huevos en la sartén y el raspado
constante de la espátula.
Agarro el cuchillo que estaba usando y empiezo a limpiarlo también,
cuando…
—¡Ay!
Me corto la punta del dedo. Adiós a la medalla olímpica de oro a la
destreza manual. Habrá que reiniciar la cuenta de «días desde mi última
estupidez». La sangre gotea en el fregadero.
Acto seguido, siento su presencia antes de verlo.
Kostya está recostado a mi espalda de pies a cabeza, su torso está a ras
del mío, envolviéndome, devorándome entera.
—¿Estás bien? —pregunta.
—Ay, sí, amando mi vida —le respondo entre dientes.
—Déjame ver.
—No, está bien, solo una pequeña…
—Dije que me dejaras ver.
Oh, oh.
Me giro despacio, manteniendo presionada la yema ensangrentada de mi
dedo con la otra mano. Él me extiende la palma de su mano
horizontalmente. El aire parece cargado de golpe. Casi se puede ver la
tensión que nos une, como unas cuerdas de acero vibrando entre nosotros.
Su mirada se cruza con la mía, expectante. Como si estuviera en piloto
automático, suelto mi dedo ensangrentado y pongo mi mano sobre la de él.
Me mira a la cara por un instante más antes de bajar la mirada hacia la
herida. Frunce el ceño y se muerde el labio. Nunca lo había visto hacer eso
antes, Dios bendito, qué sexy.
Apenas puedo respirar. Alcanza un paño de cocina y me envuelve la
mano con él, manteniendo su palma encima para hacer presión.
—Eso fue una tontería —dice en voz baja, casi un susurro. Ronco,
profundo.
—Muy tonta —repito, atontada. Sé que parezco idiota, pero es casi
como si todos los pensamientos conscientes que me mantenían controlada
me hubieran abandonado. Ahora soy prácticamente una espectadora. Lo que
sea que pase, pasa y ya.
Vuelve a mirarme. Su mano se siente caliente a través de la toalla. La
presión es buena, detiene el chorro de sangre, aunque ya ni siquiera siento
el corte. Mi entorno inmediato está demasiado colmado de Kostya. Su olor,
¿cómo no lo noté de inmediato cuando entró en la cocina? Sus ojos, su
cuerpo enorme y musculoso.
—Deberías tener más cuidado.
—No prometo nada —chillo.
Me devuelve una sonrisa. Su cara está muy cerca de la mía. Me pellizco
los dedos de los pies para confirmar que esto está pasando, que no estoy
repitiendo la vergüenza de soñar despierta como ayer.
Parece bastante real y lo tengo tan cerca. De algún modo, su otra mano
encontró mi cadera. Sus ojos brillan y arden con una pasión que no sé
interpretar, y es como la escena en su oficina antes de la gala otra vez,
cuando me atrapó para que no me cayera, me abrazó un segundo y me
desnudó con su mirada. Yo se lo permití porque lo deseo tanto que…
Escucho un gritito amortiguado a través del monitor para bebés que está
en la encimera.
—¡Papi!
Kostya alza la vista.
—Termina esto —no es una petición.
Me doy cuenta de que nunca me pide nada, solo me da órdenes. Debería
ofenderme, pero en este momento hago listas mentales de las docenas de
cosas que quiero que me ordene:
Quítate la ropa.
Tócame.
Bésame.
Tengamos sexo.
Basta, Charlotte.
No puedo hacerlo… desearlo, enamorarme de él, verlo como algo más
que un hombre. Un hombre peligroso y con defectos que podría romper un
corazón como el mío sin siquiera intentarlo. El amor es para niñitas
sentimentales que garabatean apellidos imaginarios de casadas en sus
diarios. Las tontas, como Lila y mi madre, que dejan a las emociones
gobernar sus vidas.
Incluso si de alguna manera me las arreglara para hacer que vuelva a
mirarme y dejáramos que la naturaleza siga su curso, no duraríamos. Soy
una novata, en el mejor de los casos. Es obvio que él lleva tiempo jugando
en las grandes ligas. Ni siquiera sabría qué hacer con un tipo como él.
Aunque por alguna razón se fijara en mí y no viera a una pelirroja con
reflejos desteñidos, mamá y Lila hicieron todo para que el amor no tenga
ningún atractivo para mí. La historia de amor de Lila con su hombre, un
tipo tan mayor que podría ser nuestro padre, y la forma en que la mente de
mamá se separó de la realidad cuando papá murió no hacen más que
reforzar mi idea de que el amor conduce a la psicosis. Son pruebas
infalibles de que el amor es un asco. Jaque mate: el nihilismo gana.

K ostya vuelve a entrar a la cocina unos minutos después cargando a


Tiana en la espalda. Ella le rodea el cuello con los brazos y él sonríe. Hacen
una bonita escena.
Los miro tanto tiempo como puedo, hasta que los huevos están
esponjosos y listos para salir de la estufa. Mientras preparo nuestros platos,
los sigo observando. Kostya la sienta en una silla de la barra, ella le acaricia
la cara con las manos y frota su nariz con la suya. Es la sonrisa más genuina
que le vi jamás. No hay más motivo detrás de esa sonrisa que una sincera
felicidad.
—Ya voy —mi voz tiene un timbre demasiado alegre, brillante y alto.
Kostya agarra su plato y nuestras manos se rozan. Para él seguro no es
nada, pero mi corazón se acelera y por poco suspiro. Y no un suspiro
normal, sino un suspiro de enamoramiento.
—Hoy tengo que ir a la oficina —pone un bocado entre sus labios
perfectos y mastica. Para evitar sentir lujuria por mi jefe, intento no mirarlo.
Pero cada movimiento de su boca es delicioso, tentador y absolutamente
seductor—. A la tarde estará bien.
Tiana le da la mano mientras comen y cada fibra de mi corazón se
estremece.
También los veo juntos después del desayuno, cuando él se sienta en el
sofá a leer unos documentos y ella se sienta a su lado con una carpeta vacía
y menea la cabeza a intervalos aleatorios como su padre, cuando Tania
apoya su cabecita en su brazo y cierra los ojos, cuando Kostya no se mueve
por una hora para no despertarla de su siesta.
Mi plan es esperar a que Kostya se vaya para luego diseñar el cuartito de
Tiana junto a ella. Quiero que sea como le guste y, como nos estamos
conociendo, no puedo decidir por ella y no puedo trabajar mucho con
Kostya aquí haciendo que mis ovarios estén a punto de explotar.
Ahora Tiana recobró su ímpetu y se sube a los muebles, se le monta
encima a su impaciente padre, luego al brazo del sofá y vuelve a empezar.
La alzo en brazos, porque hasta ahora nunca había oído refunfuñar a
Kostya.
—Los muebles son para sentarse, el piso es para caminar —me muestro
severa pero no estoy enfadada. Contundente sin ser amenazante.
La comisura de sus labios se adelgaza, se estrecha y me mira entornando
los ojos.
Le devuelvo el gesto hasta que suaviza su mirada.
—Ven, necesito tu ayuda.
La llevo a lo que antes era el gimnasio, que pronto será la guardería y su
cuarto, intentando no concentrarme en los ojos de Kostya que me
escudriñan mientras caminamos.
La eficiencia del personal de Kostya es aterradora. Alguien ya se
encargó de sacar los equipos, y cuando entro con Tiana nos sentamos en la
alfombra blanca que ya han limpiado. Antes de que podamos hablar de la
decoración, que serían sirenas y narvales o, como los llama Tiana
‘nicornios madinos’, suena el timbre.
Como la habitación tiene una puerta de cristal y ventanas que van de
suelo al techo, puedo ver a Kostya atravesar el salón hasta llegar al
vestíbulo y a la puerta.
Deja pasar a Yelisey Rusnak y se cruza de brazos mientras este habla.
No puedo discernir las palabras, pero la postura de Kostya cambia, se torna
rígida y, aunque no puedo verle la cara, me figuro que frunce la boca y
entorna los ojos mientras Yelisey se explaya.
El hombre retrocede en cuanto Kostya toma la palabra. Habla en voz
baja y no puedo escuchar su conversación, pero la furia de Kostya es
palpable. Acerco a Tiana a mí. Ella no es consciente del humor de su padre,
pero a mí me queda bien claro por las dos.
Se ve poderoso y aterrador porque parece muy concentrado,
determinado. Nunca podría ser el subalterno de nadie. Kostya siempre será
el que manda, el que pone las reglas, el que da las órdenes.
Claro, eso no significa que esté a cargo de la mafia rusa. Eso sería
ridículo, por el amor de Dios. Al menos, eso es lo que siempre me repito a
mí misma. Tampoco significa que no sea quien algunos de los tabloides más
lascivos aseguran que es.
Eso es peligroso para mí y para Tiana. Probablemente hasta para
Yelisey, cuyas noticias han convencido a Kostya de irse sin despedirse de su
hija. Gracias a Dios que está demasiado distraída como para darse cuenta.
Ya que estamos contando nuestras bendiciones, gracias a Dios que por
fin tengo un minuto para recuperar el aliento sin que Kostya me lo quite.
6
KOSTYA

Ya llevo cuatro putos días sin poder dormir sabiendo que la tengo tan cerca.
Esta fue una mala idea. Estoy harto de tener que andar de puntillas en mi
propia casa.
Me simpatiza Charlotte por más que su belleza y su forma de tratar a mi
hija, por más que esa expresión tierna en sus ojos cuando me mira. Es fuerte
e inteligente, y ahí radica el problema.
Es lista. Demasiado, de hecho. Si llegara a descubrir que soy el jefe de
la Bratva más influyente del país… tendría que deshacerme de ella.
Si algo aprendí de Natasha es que no puedo tolerar el chantaje. No lo
toleraré. De todos modos, ese es un problema para más adelante. Primero
debo lidiar con el hombre que tengo enfrente.
El infeliz de Whelan ha sido demasiado testarudo como para doblegarlo.
Yelisey está encolerizado, pero no puedo darle rienda suelta porque su ira
no hará más que aumentar los decesos, y todavía no estoy preparado para
afrontar a los irlandeses en una guerra sin cuartel. Por eso le ordené que se
fuera a casa a calmarse por el resto de la noche. Es mi turno de arremeter
contra nuestro prisionero.
—¿Por qué te empeñas en que te lastimemos? —pregunto sereno,
sentado con las piernas cruzadas frente al sujeto mientras jugueteo con un
cuchillo. Está atado al asiento donde lo molemos a golpes, y tiene los ojos
tan morados que parecen berenjenas magulladas. Es un milagro que todavía
vea.
—Jódete, ruso asqueroso —gruñe.
Suspiro. Esperaba que ya hubiéramos superado este punto. Miro a
Geoffrey, que está parado detrás del irlandés, y asiento. Geoffrey se mete la
mano en el bolsillo trasero y saca la bolsa de plástico, se la pasa por encima
de la cabeza y tira de ella con firmeza, obstruyendo la nariz y la boca del
hombre.
Se oyen gritos apagados, aterrorizados. Los gritos de un moribundo.
Cuento los segundos. Cinco, seis, siete…
—Basta.
Geoffrey suelta la bolsa, se la retira de inmediato antes de retroceder, y
yo aguardo mientras el irlandés aspira bocanadas de aire en jadeos
profundos y ruidosos.
—No me gusta tener que hacerte esto, amigo mío —le digo
amablemente—, pero haré lo que tenga que hacer —me inclino hacia
delante y apoyo los codos en las rodillas—. Te preguntaré una vez más:
¿quién te ordenó dispararme? ¿Qué esperabas ganar con mi muerte?
El tipo no responde.
Suelto otro suspiro. Está poniendo a prueba mi paciencia, pero no dejaré
que mi frustración sea tan transparente aún.
Me pongo de pie.
—Que así sea. Quizá mañana estés más dispuesto a hablar —vuelvo a
hacerle un gesto con la cabeza a Geoffrey.
Él apaga las luces, sumiendo al hombre en la oscuridad antes de que
abandonemos la habitación.

P asada una hora , sigo inquieto en mi auto, estacionado en la entrada a mi


mansión. No puedo acercarme a Charlotte estando tan agitado. Me hace dar
ganas de relajarme y no puedo hacerlo con ella. Es demasiado importante
para Tiana y para mí.
El hecho de que me esté evitando es preocupante, pudiendo significar
que descubrió algún detalle que cree poder usar en mi contra. Alguna
ventaja, un arma.
Pero no, Charlotte no podría esconderme nada. Su expresión es
demasiado franca y su mirada demasiado diáfana, no es capaz de engañar a
nadie. Yo sé de eso. Engañar es parte de mi oficio, y no veo nada de eso en
ella. De todas formas, tengo que vigilarla.
Debo entrar, pero ahora estoy nervioso pensando cosas de Charlotte que
no debería pensar. La imagino esperando a que vuelva a casa con esa piel
nívea, ese tentador trasero curvilíneo. Tan deseosa que su cuerpo tiembla
hasta que la tomo entre mis brazos y…
—No —gruño, esta vez en voz alta. No puedo arriesgarme cuando se
volvió tan importante para mi hija. No debo hacerlo, no lo haré.
Baja del auto, entra, y no le pongas ni un dedo encima a la niñera de tu
hija.
Pero no puedo.
Soy un maldito esclavo de la fantasía de Charlotte desnuda frente a mí.
Noto que mi pene me empuja la cremallera, así que me desabrocho los
pantalones y libero mi miembro erecto. Cierro los ojos y me reclino
mientras lo acaricio.
Lo único que quiero ahora es poner a Charlotte de rodillas, hacer que
abra su boquita para mí y sentir la curva de su trasero bajo mi mano. Lo que
más deseo es follármela, conquistarla y hacerla mía, encontrar mi alivio
dentro de ella y desatar esos gemidos que sé que guarda en su interior.
Quiero que resuenen en el puto techo, quiero que grite mi nombre.
Acabo mientras bramo en el interior de mi auto.
Una vez que termino y se me apacigua la respiración, recobro el sentido
común.
¿Qué carajos fue eso?
En lugar de responder esa pregunta, me limpio con un pañuelo de papel
y me apuro a entrar.
Hago una parada en el lavabo del vestíbulo para lavarme las manos.
Mientras las seco, miro al espejo. Reconozco al hombre que me devuelve la
mirada, con las mismas cejas oscuras de mi padre, la mandíbula idéntica a
la de mi madre, pero ahora hay un brillo danzando en mis ojos que no
recuerdo haber visto nunca antes.
No me gusta para nada.
En cuanto abro la puerta del baño, Tiana se escabulle por la abertura.
Levanta las manos hacia mí y sé lo que quiere. Me reconforta abrazarla y
sentir sus bracitos alrededor de mi cuello mientras me besa la mejilla y me
da la bienvenida a casa.
—¿Qué tal el día, pequeña? —retiene mi cara entre sus manos y me
aprieta las mejillas, de modo que mi voz se distorsiona haciéndola soltar
una risita y luego forcejea para indicar que quiere que la deje en el suelo.
Cuando la bajo, toma mi mano con su manito y tira de ella, guiándome
hasta su habitación.
Charlotte transformó la estancia. La puerta de cristal y la pared están
ahora cubiertas de una tela de gasa transparente, con luces de hadas
colgadas del techo por toda el área de la habitación. De la pared cuelgan
pizarras, letras vistosas cubiertas de purpurina y en un lado hay una casa de
muñecas empotrada desde el suelo hasta la mitad de la pared. La alfombra
es de los colores del arco iris, con montones de cojines para sentarse y dos
mesitas: una con un juego de té y la otra con lápices de colores, rotuladores
y muchas hojas de papel.
—¿Y dónde vas a dormir?
Tiana vuelve a tomarme de la mano para llevarme hacia un panel de la
pared, pulsa un botón con el dibujo de una cama, un segmento de pared se
desliza y una cama se despliega sobre la alfombra. Tiana se mete debajo de
la manta y se tapa.
—Buenas nochecitas —dice entre risas agudas.
Es una copia exacta de su madre. Ignoro una punzada de
arrepentimiento. No lamento haber perdido a Natasha por mí, sino por el
bien de Tiana. Esa es otra razón por la que tengo que poner un límite con
Charlotte. Está claro que a mi hija le gusta y responde bien a ella. Ya Tiana
sufrió suficientes pérdidas en su vida, y no pondré en peligro su relación
con Charlotte por un deseo que puedo controlar.
He construido un imperio gracias a mi habilidad para controlar lo que
vencería a otros hombres. No sucumbiré a la debilidad ahora.
Refuerzo mi determinación. Dura hasta el momento en que Tiana me
agarra de la mano y me lleva al salón. Hay una manta entre dos cojines del
sofá, sujeta a un lado por la mesa de centro y al otro por un taburete de
cocina.
—Este es un fuerte de princesas. Y yo soy la princesa Tiana, tú eres el
rey papá y Charlotte es la reina.
Es tan convincente como insistente, así que acompaño a Tiana al fuerte
de princesas donde Charlotte la espera. En cuanto nos sentamos, Tiana toma
la mano de Charlotte y la pone sobre la mía. Su tersa mano me recuerda a
las sábanas de seda, y no puedo evitar imaginármela desnuda, entregándose
a mí.
Ya llévame, señor.
Pronto me sacudo esos pensamientos. No me enredaré con Charlotte en
absoluto. Lo repito como un mantra hasta que mi cuerpo y mi mente se
ponen de acuerdo sobre la mujer que tiene los dedos entrelazados con los
míos.
—¿Qué tal el día? —le pregunto a Charlotte por encima del hombro de
Tiana.
El de la niña, no el tuyo. Minimiza el apego, mantén la distancia.
Aléjala, aléjala, aléjala.
Charlotte sonríe.
—Todo bien. Tiana aprendió cinco palabras que empiezan por la letra A
y cinco por la letra B —le hace un gesto con la cabeza a mi hija, una señal
para demostrar sus conocimientos.
Tiana repite con cuidado las palabras que aprendió, mientras yo las
traduzco al ruso y la guío con paciencia con las pronunciaciones. Oír mi
lengua materna en la vocecita de Tiana me hace sonreír, y oírlo en la voz
dulce y ronca de Charlotte hace que mi erección vuelva.
En un impulso que no me molesto en refrenar, trato de llevarme su mano
a la boca para darle un beso en los nudillos. Me detengo con su mano a
medio camino de mis labios. Me mira inclinando la cabeza intrigada y con
una tensión en la cara que no me atrevo a analizar.
Ha sido una estupidez impulsiva, una enfermedad de la que sufro ahora,
al parecer. No se lo toleraría a un empleado, y tampoco puedo permitirlo de
mí.
Se acabó el recreo. Lo arruiné.
—Ven, Tiana. Es hora de dormir.
La disciplina no será fácil con ella. Ya se ha hecho un lugar en mi
corazón, así que agradezco que no proteste ni se queje ante la orden y, como
necesito recordarme y reafirmar quién es el jefe en mi relación con
Charlotte, para no difuminar los límites para ninguno de los dos, le dirijo
una mirada.
—Puedes retirarte por esta noche.
Sueno pomposo, arrogante. Como si ella no se hubiera esforzado por
convertir mi casa en un hogar mientras se ocupaba de Tiana. Cuando
mínimo le debo mi gratitud, pero no soy un hombre que vaya a arrodillarse
para darle las gracias por hacer el trabajo para el que la contraté.
Y punto.

A la tarde siguiente , ya guardé cualquier debilidad residual por Charlotte


en una caja negra sellada en mi mente.
Es fácil hacerlo cuando está en casa con Tiana y no tengo que ver su
trasero apareciendo por cada esquina y sus labios deliciosos están fuera de
mi vista.
Tengo cosas importantes de las que encargarme ahora mismo. Cosas de
negocios, cosas con Whelan.
Más concretamente, necesito prepararme para la reunión acordada. Un
mensajero de Whelan me visitó hace dos días, después de recibir los restos
mutilados de los hombres que se atrevieron a atacarme tras la recaudación
de fondos. Solicitó una reunión, dándome una oportunidad para sentarme en
la mesa de negociaciones frente a esa escoria irlandesa y hacer oír
claramente mis demandas.
Existen varias posibilidades. Quizá el ataque no fue autorizado por el
liderazgo irlandés, tal vez fue un teniente renegado o una facción
descontenta. Puede que el ataque fuera una prueba, una incursión a mis
defensas para probar si mis dominios son susceptibles de ser tomados.
Dudo ambas cosas. Lo más probable es que esta reunión no sea más que
la siguiente etapa de un plan más elaborado de Whelan. Uno que pienso
descifrar y aplastar sin piedad.
De todos modos, la cautela es de vital importancia hoy. Lo último que
necesito ahora es una guerra con los Whelan, pero tampoco cederé ante su
agresión. Si no podemos llegar a un acuerdo, haré lo que sea necesario.
No tengo tiempo para pensar en las consecuencias o en cómo nos
retrasaría el no encontrar una manera de coexistir. Jack y Collin Whelan
estarán aquí en breve para negociar por poder. Podría acabar con ellos igual
que ellos podrían acabar conmigo, pero ninguno de nosotros hará esa
jugada. No aquí a plena luz del día, en un edificio con mi nombre en lo alto.
El riesgo sería demasiado alto para nuestros negocios, tanto los legítimos
como los ocultos en la sombra.
La puerta eléctrica se abre un instante después de que una luz indique su
llegada. Pulso el botón bajo mi escritorio para encender la cámara de vídeo
que documentará sus expresiones y sus palabras para poder analizar cada
momento más tarde y decidir qué medidas tomar.
Jack Whelan es el primero en entrar. Alto, imponente, con una melena
pelirroja decolorada por la edad hasta quedar blanca y una mirada que
delata a su sonrisa. No viene a hacer amigos, ni está aquí para encontrar una
solución a nuestra disputa territorial, sino para medir mi fuerza contra la
suya, para demostrarle a su hijo —un pelirrojo más pequeño y más débil—
que no hay nada que temer si se mantiene firme.
Pero Jack Whelan se equivoca: enfrentarse a mí, Kostya Zinon, jefe de
la Bratva rusa, no le traerá más que dolor. Tengo el poder y la influencia
para asegurarme de que nadie relacione su desaparición conmigo. Si es
necesario, le recordaré de lo que soy capaz. Pero primero quiero ver cómo
se comporta, si se someterá o nos empujará a una contienda que ninguno de
los dos quiere.
—Kostya —su acento es del viejo continente, más propio de la costa
atlántica que de aquí. Aprieto su mano firmemente entre las mías—. Te ves
bien.
Le devuelvo la sonrisa porque el respeto es todo. Su hijo, detrás de él,
no domina el arte de la serenidad ni de fingirla cuando es necesario. Su
ceño es profundo y revelador. No quiere estar aquí. Preferiría estar en la
calle haciendo valer su autoridad a los puños o con cuchillos o pistolas. A
pesar de que tenemos edades similares, él es un niño tonto. Todavía no es
un hombre. Igual le doy la mano y asiento como se debe. Cree merecer un
respeto que se niega a brindarle a los demás, y su sonrisa petulante lo
revela. El tiempo le enseñará lo equivocado que está.
—Siéntense, por favor —señalo las sillas frente a mi escritorio. Unas
sillas con respaldos rígidos y sin relleno en los cojines. «No dejes que nadie
se sienta cómodo en tu presencia», lección que aprendí de mi padre.
La postura rígida de Jack indica que sabe lo que hago, que esperaba la
incomodidad. Collin se agita mientras intenta encontrar una posición que se
adapte a su cuerpo huesudo y delgado.
El irlandés mayor me observa, desconfiado. Podría tratarse de una
emboscada, un intento por atraer a estos hombres a mi despacho privado,
donde puedo asegurarme de que desaparezcan y nunca los encuentren.
Sin embargo, solo un tonto creería que me arriesgaría a hacer algo tan
peligroso aquí. Esta reunión es importante para ambos, aunque no tan
importante como para que el mayor de los Whelan me conceda el respeto
apropiado apagando su teléfono. En lugar de eso, lo coloca en el borde de
mi escritorio y lo deja vibrar. Sus asuntos son tan importantes como los
míos, y me deja saber que no se apartará de ellos.
Me mira fijamente y yo espero con paciencia. Siempre soy paciente.
—Kostya, a ambos nos conviene mantener la paz entre nosotros.
—Estoy de acuerdo —ostensiblemente, ese es uno de los propósitos de
esta reunión. Encontrar términos en los que podamos estar de acuerdo. El
otro objetivo es que yo mida la validez y durabilidad de cualquier acuerdo
al que lleguemos, y ese es menos obvio, pero infinitamente más importante.
Un acuerdo solo es tan bueno como la capacidad de cumplirlo. Yo lo sé,
él lo sabe.
—¿Qué esperas conseguir con esta tregua?
Ladea la cabeza, con los ángulos de su cuerpo afilados como cuchillas
igual que siempre, coincidiendo con la inteligencia que refleja su mirada.
—Construir un poder mayor entre nosotros. Un entendimiento, una
camaradería.
Fignya.
Mentira. No le importa alcanzar un entendimiento. Solo le importa el
poder, el respeto que siente que le deben.
—La camaradería no se negocia, Jack.
Su sonrisa se desvanece. Le hice saber que no habrá amistad ni lealtad
entre nosotros. Solo puede existir un acuerdo.
Collin entrecierra los ojos y examina mi despacho. La opulencia del
lugar es apariencia. No necesito nada de esto, pero para mis reuniones es
una herramienta como cualquier otra. Demuestra mi preferencia por la
elegancia y hace que mis enemigos subestimen mi fuerza.
Empecé sin tener nada y no tengo miedo de volver atrás, pero esta
oficina dice lo contrario. Él establece sus términos. Más terreno, más
control, menos interferencia de mis hombres en las calles. Me subestima.
Yo solo asiento, no por conformidad, sino porque estoy incrédulo. Esta
reunión no es una negociación, es una estrategia para evitar que estalle una
guerra hasta que esté preparado para pelear a esa escala.
Una vez que termina de hablar, no lo hago esperar mucho por mi
respuesta.
—No.
Le digo lo que estoy dispuesto a sacrificar —mucho menos de lo que
exige— y le demando algo también. Mi negocio en la zona este se redujo y
sé que se debe a que sus hombres se han infiltrado en el área en la que
opero.
—O retiras a tus hombres de mi territorio o no habrá trato.
Collin resopla, pero su padre asiente.
—¡Papá! —protesta el hijo.
El anciano mira a su hijo.
—Podemos ceder las ventas en la parte baja del este, pero necesitamos
que asegures que nuestros barcos podrán entrar en el puerto sin molestias.
Ah, con que por esa razón vinieron, para asegurarse de que su mercancía
llegue.
—Sin molestias, sí. Por una tarifa.
El Whelan más joven maldice entre dientes y aprieta un puño que con
toda seguridad preferiría clavarme en la cara, aunque con eso conseguiría
que lo mataran. Todos lo sabemos, incluso ese novato tan impetuoso.
Permanece sentado.
El viejo asiente y repite:
—Una tarifa.
Los puertos a lo largo de toda la costa están bajo mi control, me
pertenecen, los manejan mis hombres, son patrullados por miembros que
me obedecen en cuerpo y alma. Se le pagará un tributo a mi Bratva, o si no
sus cargamentos se hundirán antes de poder llegar a divisar tierra, y él lo
sabe. Puedo poner mi precio y eso hago.
Tan pronto como digo la suma, Collin se levanta intempestivamente de
la silla, que se inclina, se tambalea y cae con estrépito en el suelo de
mármol.
—¡Hijo de puta!
Me han dicho cosas peores, pero nunca me las había dicho en mi propio
despacho alguien que necesita que le perdone la vida.
Le dirijo una sonrisa a Jack.
—Tu hijo está enfadado porque cree que tengo una ventaja injusta —
echo la cabeza hacia un lado—. Confío en que, antes de que asuma tu
puesto en la familia, le inculcarás la importancia de las relaciones con la
comunidad.
La amenaza está disimulada con una sonrisa y un tono agradable, pero el
mensaje es claro.
Jack Whelan inspira profundo y asiente una única vez porque no se
humillará más que eso.
—Siéntate, Collin —se vuelve hacia mí—. Volveremos a hablar, Kostya.
Extiende una mano y yo la estrecho porque somos hombres de honor;
hombres que se matarían entre sí si fuera necesario, pero honorables.
El teléfono de Jack vibra y se mueve por mi escritorio y él lo alcanza.
Frunce el ceño al ver la pantalla, se aleja para leer y, mientras lo hace, su
hijo se acerca a mi escritorio.
—Convocaste a mi padre aquí para humillarlo. No olvidaré este desaire.
Necesita demostrar su valía. Se lo permito porque puede que algún día
lo necesite y está claro que lo están preparando para ocupar el puesto de su
padre. Lo que significa que en algún momento seremos adversarios y
enemigos, solo que en igualdad de condiciones.
Jack me fulmina con la mirada mientras se aparta de su teléfono.
—Robaron tres de mis garitos —me mira fijamente, busca respuestas en
mi cara, pero no le doy nada.
No me impresiona su furia y tampoco me sorprende la noticia. Sabía que
sus antros habían sido robados.
Fui yo quien lo ordenó.
—Siento oír eso.
—Hmm —se ríe entre dientes—. No tienes honor, pero eres un maestro
del juego. Recordaré esto y mi hijo también —se voltea hacia la puerta—.
Collin.
En lugar de moverse para salir Collin me mira con desprecio. Luego,
una lenta sonrisa se abre paso por su cara.
—Bien jugado, Sr. Zinon —se inclina sobre mi escritorio—. Mi padre
participa en sus juegos y acata sus condiciones, pero yo soy una nueva
generación y estoy deseoso de resolver este conflicto entre nosotros a mi
manera.
No me ilusiono. El tiempo del padre pasó, y habrá que disciplinar a su
hijo. Tiene que comportarse desde ya, porque la venganza no tardará en
llegar y yo estaré listo cuando suceda.

T rabajo hasta altas horas de la noche porque mis hombres necesitan estar
preparados y mi negocio protegido de cualquier complot que Collin y Jack
Whelan decidan emprender. Los envíos se desvían, los detalles sobre
seguridad se reorganizan. Es un trabajo tedioso, el tipo de trabajo
administrativo pesado para el que hay que apretarse el cinturón que hace
tiempo dejé en el pasado, pero tengo una corazonada inquietante sobre esta
amenaza. Quiero asegurarme de que los preparativos se hagan bien.
Cuando esté seguro de que estamos bien protegidos, me iré a casa. Mi
noche será tan larga como lo fue el día, pero quiero ver a mi hija antes de
que Charlotte la lleve a dormir.
Sonrío al pensar en Tiana. Es bonita e inteligente, un angelito que haría
que cualquier hombre se sintiera orgulloso.
Y es mi hija.
Lo único bueno que me dio Natasha.

C uando subo las escaleras , me encuentro a Charlotte saliendo de la


habitación de Tiana.
—Está durmiendo —pone un dedo sobre sus labios.
—¿Cómo estuvo hoy?
Charlotte sonríe.
— Bien —su sonrisa se desvanece—. Me parece curioso lo bien que
está, teniendo en cuenta todo por lo que pasó. No debe ser fácil perder a su
madre y adaptarse a un nuevo hogar y a un entorno nuevo, pero lo está
manejando genial.
Suelto un suspiro, porque hablar de las tristes verdades sobre los
orígenes de Tiana da crédito al hecho de que la defraudé, aunque no supiera
de su existencia.
—Sospecho que pasaba más tiempo con extraños que con su madre.
Natasha no era… maternal —alguien tan egoísta nunca podría haber sido la
clase de madre que Tiana merecía—. Natasha adoraba el concepto de una
familia más de lo que deseaba construir una.
Sé más detalles que no quiero compartir, y aun así comparto más de lo
que pretendía. Sé lo de las niñeras que llamaban a servicios familiares cada
vez que Nat se olvidaba de recoger a nuestra hija. El informe de Yelisey fue
exhaustivo y desgarrador.
Charlotte me pone una mano en el hombro.
—Pregunta por ti —en la fina curva de sus labios se percibe una ínfima
desaprobación.
Tengo que estar más en casa, eso lo sé. Pero no veo muchas
posibilidades de que eso pase con lo volátiles que son los Whelan y la
venganza que pondrán en marcha.
—Hablaré con ella por la mañana.
Debería irme a mi habitación, marcharme, pero no puedo dejar de
admirar los labios de Charlotte.
Mis pensamientos son indeseados. Sacudo la cabeza como si pudiera
alejarlos del plano físico.
—Bueno, deberíamos despedirnos ya —apenas son las ocho de la
noche, pero está decidida a marcharse, y es entonces cuando descubro la
sangre en su brazo.
La acerco a mí.
—¿Qué? —pregunta con los ojos muy abiertos.
—Hay… —le alzo la manga y miro. No es sangre, quizá sea tinta—,
una mancha en tu brazo.
Su sonrisa es como la luz del sol y me atrapa su brillo.
—Tiana quería hacerme un tatuaje. No alcancé a borrármelo, pero se
quitará.
—Ven —la conduzco al baño del final del pasillo junto a las escaleras.
Cuando estamos los dos dentro me cautiva su olor, y trato de contener la
respiración porque inhalarlo más me haría desear cosas que no puedo
obtener de ella.
Mientras humedezco un paño, ella me mira mordiéndose el labio
inferior. Mantiene los ojos abiertos, llenos de curiosidad y confianza. Siento
su piel tersa cuando le tomo el brazo con la mano libre e imagino que se lo
llevo a la espalda y pongo su cuerpecito contra la pared para penetrarla
mientras gime mi nombre y se aferra a mí clavando sus uñas en mis piernas.
La deseo: quiero sentir sus dedos delicados agarrando mi pene, saborear
su piel, ver cómo se le dilatan las pupilas cuando le quite las bragas y sienta
con mis dedos lo mojada que está.
Me acerco a ella para que el calor de su cuerpo me abrigue y el deseo
que su temblor me revela me hace sonreír de satisfacción.
Miro hacia abajo en el mismo momento en que ella levanta la vista para
mirarme. Sus pestañas se agitan y mi pulso se acelera. Tenerla sería mi
perdición, lo sé.
Sin embargo, la tengo tan cerca, la tengo justo aquí para hacerla mía,
solo tendría que…
—Tengo que irme —digo de repente.
Dejo caer el paño en el lavabo y me marcho.
Por mi cordura, por mi hija, por Charlotte.
Por ahora.
7
CHARLOTTE

No es que me moleste que Kostya esté aquí en su propia casa, ni que cuide
a Tiana, su hija, pero no sé qué hacer con mi tiempo libre ahora que decidió
tomarse la mañana para pasarla con ella. La casa tiene una biblioteca llena
de primeras ediciones y clásicos firmados, memorias, biografías, poesía,
sonetos y un ejemplar de la trilogía de Cincuenta Sombras. ¿A quién no le
gusta perderse en un buen libro? Sin embargo, no le pedí permiso para leer
y él no me dijo si puedo pasear libremente por la casa, así que ni sé si se me
permite estar en esta habitación.
No sé nada, en realidad. No sé si mi jefe es un líder de la mafia rusa o
no, si debería tenerle miedo o sentirme atraída por él. Ni siquiera entiendo
si tengo permitido sentirme atraída, y si somos realistas sí me siento atraída.
La biblioteca está repleta de estanterías de caoba con libros en perfecto
estado, extendiéndose detrás de sillones de cuero con respaldo, un
humidificador antiguo y un piano de media cola. Las ventanas van del suelo
al techo y dan al patio trasero. Hay un jardín de flores a la izquierda, la
piscina y la casa de invitados a la derecha. Todo lo que veo está bien
cuidado, inmaculado.
Mientras estoy de pie en la puerta, boquiabierta ante el despliegue
ostentoso de riqueza que no deja de sorprenderme, Kostya y Tiana cruzan el
patio hacia la parte menos honda de la piscina.
Tiana lleva un par de flotadores en los brazos y un chaleco salvavidas
cubriéndole el torso. La enorme mano del padre opaca la de ella mientras se
encaminan hacia los escalones. La niña sonríe y da salto a su lado hasta que
él se detiene para quitarse la camiseta.
Cristo bendito.
Es extraordinario. Tiene el vientre plano y musculoso, tal como
recordaba haberlo visto en la oficina, con el pecho amplio, lampiño y
tatuado con líneas delgadas. Sus tatuajes son deliciosos y dejan muy pocos
centímetros desnudos. Veo los remolinos de texto cirílico, supongo que es
algo en ruso, aunque la comprensión lectora no es una prioridad en este
momento. Me preocupa más cómo me pica el dedo por las ganas de seguir
cada una de las líneas de tinta.
Mi cuerpo se agita con un deseo que debo contener. Lo voy a contener.
En un minuto o quizá dos.
Su expresión es tan severa como siempre pero un poco más relajada de
lo normal, y cuando mira a la pequeña casi puedo ver cómo se pone en
marcha su mente. Tiana es probablemente la primera persona en su vida que
puede salirse con la suya haciéndole una rabieta sin tener que enfrentarse a
su ira. Aunque hasta ahora, no ha tenido motivos para portarse mal, pues su
padre es más indulgente de lo que debería.
Me atrae… me atraen, como si fueran un imán. Camino por la
biblioteca, pasando por las puertas dobles del fondo para salir a la zona de
la piscina. El sonido de la risa de Tiana y el rumor de la cascada que
alimenta la piscina llenan el aire. Cuando me siento en la silla para vigilar a
Tiana —ese es mi trabajo; esa es mi historia y es lo que haré—, la niña
suelta una risita y agarra a Kostya para apoyarse mientras sale del agua.
No lo miro a propósito, pero es una visión preciosa con la luz del sol
reflejándose en el agua y en las pequeñas gotas que le caen por el pecho y
los brazos.
Me mira fijamente y esboza una sonrisa. En ese momento, me doy
cuenta de que nunca lo he escuchado reír, ni siquiera le había visto una
sonrisa genuina. En realidad, no es que sea sombrío, es más bien lo que yo
llamaría terminalmente serio. Verlo tan despreocupado es como ver a una
persona completamente diferente.
—¡Charlotte, nada con nosotros! —oigo el repiqueteo de unos
piececitos en la acera y giro la cabeza para ver a Tiana correteando hacia
mí.
—No corras, cariño —le advierto—. Podrías caerte.
Me ignora y me toma de la mano para levantarme. Es fuerte para ser tan
pequeña, aunque podría facilitarle el trabajo de llevarme hacia su papi.
Si bien me encantaría nadar con ella y Kostya, no puedo: hace años que
no me compro un bañador. Puede que viva en California, donde los
kilómetros de océano y playa por poco superan en número a los residentes,
pero los bañadores nunca han estado entre mis prioridades.
—Tú nada, yo te miraré —ella insiste y me hala de nuevo para hacerme
tropezar en el borde de la piscina. Lucho contra la inercia que me lleva
hacia delante y me logro estabilizar justo a tiempo con un movimiento
circular de mis brazos que, si la gravedad fuera apenas un poco más ligera
hoy, podría haberme hecho salir volando.
Tiana se ríe, porque a sus tres años y medio toda su vida es un juego, y
ahora descubrió una actividad nueva. Me tambaleo y a mi lado ella imita
mis payasadas. Me contoneo y me agito, y sus risitas se convierten en
carcajadas y palmadas.
Entonces, oigo el sonido más intenso, delicioso y resonante en toda la
historia: la risa de Kostya Zinon.
Un cosquilleo empieza en mi estómago y va subiendo a medida que se
me pone la piel de gallina. Luego, se convierte en una risita nerviosa que
brota en mi garganta.
Kostya me calienta a más no poder. Cada minuto que paso aquí esta
piscina y el hombre dentro me parecen más y más mejores.
—¡Nada, Charlotte! —los ojos grandotes de Tiana me vuelven a
pestañear, mientras Kostya flota en el lado hondo con los brazos abiertos.
—Por favorcito, ven a nadar —me dice.
Parece más un reto que una invitación, o al menos así lo interpreta mi
imaginación, y no soy de las que se echan atrás ante un reto.
Respiro hondo.
—De acuerdo.
Acto seguido, me zambullo.
Porque, ¿qué me lo impide? Quiero nadar con ellos, quiero volver a oír
su risa y formar parte de este día, no ser una espectadora. Si tengo que pasar
el resto del día apartándome la camiseta del torso cien veces para que mis
pezones no se asomen y me den algo más para avergonzarme, entonces
pagaré ese precio con gusto.
La mirada de Kostya está turbia, su lengua se desliza por el borde
interno de su labio inferior y me planteo deshacerme por completo de la
camiseta. Si llevara algo remotamente sexy debajo de esta camiseta de Bon
Jovi le mostraría todo a Kostya, pero la última vez que Victoria me contó un
Secreto a mí yo estaba en el último año de la secundaria, no pagaba un auto
ni el alquiler y mi madre me daba dinero para comprar ropa. Hoy en día, mi
lencería viene de las rebajas de los grandes almacenes, y un hombre como
Kostya se merece algo mejor que una lencería barata cuyo encaje nada más
esté cosido a la copa.
—¡Atrápame, papi! —Tiana se dispone a saltar juntando las manos
sobre su cabeza como si fueran una aleta, con las rodillas dobladas y los
dedos de los pies en punta. Yo aguardo, aunque percibo mil peligros de los
que me gustaría protegerla tomándola entre mis brazos. También sé que
necesita probar cosas nuevas, poner a prueba su valor, y Kostya está aquí
para socorrerla si es necesario, aunque a ella no le importa nada de eso. Va a
saltar a la de tres.
—Uno. Dos. ¡Tres! —sale disparada a los brazos de su padre,
agitándose, riendo, como la estrella de un anuncio sobre una niña perfecta
pasando un perfecto día de verano.
El sol se refleja en su pelo color miel, y no puedo procesar lo adorable
que es. Me pregunto si, cuando Kostya la mira, ve a su madre. Veo rasgos
de Kostya en sus ojos y en la sonrisa, pero me intriga la mujer que la dio a
luz. Me intriga más de lo que creo saludable, y mucho más de lo que jamás
admitiré ante nadie.
Kostya sonríe mientras juegan, con una felicidad genuina que me
gustaría verle más seguido. Es demasiado joven (treinta y algo) para estar
siempre tan serio, y no me gusta pensar en la razón, porque probablemente
no me guste la respuesta.
La saca de la piscina y ella corre de nuevo para ponerse delante de mí.
—¡Ahora me atrapas tú, Charlotte!
Podría hacerlo sin problemas, pero Kostya se pone detrás de mí con su
aliento calentándome la oreja.
—Retrocede un poco —me pasa el brazo por la cintura y me acerca a su
torso.
Antes de que pueda acomodarme, Tiana salta y él la atrapa por delante
de mí.
—¡Otra vez!
Asiento y esta vez ella nada hasta el borde de la piscina y sale. Kostya
nos acerca al desnivel, donde el agua pasa de la altura de la cintura a casi
cubrirme la cabeza.
Nuestras piernas se enredan mientras pataleo y aguardo a Tiana, que
nada de un extremo a otro de la piscina. Kostya sigue pegado a mi espalda,
con los brazos apretándome la cintura mientras nos movemos por el agua.
Se me revuelve el estómago y el corazón se me sale del pecho. Desde que
empecé a trabajar para él, no hay muchas noches en las que no sueñe con
algo así, pero la realidad supera con creces mi fantasía.
Su barbilla me acaricia el cuello . Inclino la cabeza. Esto está mal, lo sé,
pero… se siente tan bien. Su barba me raspa la piel y me vuelve loca. Lo sé,
él lo sabe. Hasta Tiana debe saberlo.
No puedo ver nada que no sea él, y lo deseo tanto que ni siquiera puedo
mirarlo por miedo a que se dé cuenta.
—Tengo que trabajar esta tarde —su voz es grave, profunda, como si
pudiera ver dentro de mi cabeza y estuviera excusándose.
En vista de que soy incapaz de hablar, asiento con la cabeza. No puedo
hablar con todo el deseo, la pasión y la decepción que bullen en mi vientre.
Si lo intento, probablemente acabaré balbuceando que quiero que me lleve a
la cama. Es mejor quedarme callada y ese es mi plan, estar cien por ciento
callada, hasta que Tiana sale corriendo gritando algo sobre el baño.
Dejándome a solas con Kostya.
—Eres muy buena con mi hija —afloja el brazo que me rodea y me
voltea para quedar frente a frente. Puedo ver cada trazo gris y azul oscuro
en sus ojos. Su pecho está a ras del mío, y sus manos se aferran a la parte
baja de mi espalda. Sé que rodearle la cintura con las piernas está prohibido
pero, Dios, qué no le haría…
—Es una gran chica —digo con voz carrasposa, como una fumadora de
dos paquetes de cigarros al día que no puede respirar bien, y aunque nunca
he tocado un Marlboro en mi vida, en realidad sí me está costando
recuperar el aliento. Está demasiado cerca y esto es demasiado real. Tenerlo
encima no es bueno para mí.
Me sonríe y juro que sus pupilas se agitan como si quisiera besarme
tanto como yo.
Por un momento, estoy segura de que está a punto de hacerlo. Pero,
cuando vuelvo a abrir los ojos, por supuesto, Tiana volvió y Kostya se
aparta para nadar hacia el borde de la piscina. Lo miro mientras sale.
Cualquier mujer cuerda, que pueda ver y a la que le gusten los hombres lo
miraría, así que no me avergüenzo por apreciarlo. Sin embargo, el gemido
que se escapa de mis labios cuando detallo cómo se ve su trasero en esos
shorts quizá sea un poco exagerado.
Ya está fuera de la piscina y se encamina hacia la casa para cuando me
recupero lo suficiente como para preguntarme qué demonios acaba de pasar,
y, ¿por qué se fue? ¿Por qué no me besó? Hay mil cosas más que deberían
preocuparme, pero dejo de pensar en ellas cuando Tiana vuelve a saltar a la
piscina.
Por millonésima vez en los últimos quince minutos, me recuerdo lo más
importante: haz tu trabajo.

N os quedamos un rato en el agua y salimos cuando Irlene, una de las amas


de llaves, saca un plato con aperitivos. Hay dados de diferentes quesos,
lonjas de carne, cuatro tipos de galletas, rodajas de manzana, trozos de
plátano y piña, bastones de apio y zanahoria y vasos de jugo.
—Quiero leche —Tiana mira el jugo y lo aparta. Con todo gusto le
traería leche si no me estuviera mirando mal—. Dije… que quiero leche —
entorna los ojos e inclina el vaso para que el jugo salpique la mesa.
Abro la boca para reprenderla, pero alguien se me adelanta.
—¡Jovencita! —su voz retumba detrás de mí haciendo que hasta yo me
enderece. Aparece por la puerta de estilo francés por la que lo vi pasar hace
momentos—. No nos dirigimos así a Charlotte ni a nadie. Si quieres leche,
di por favor. ¿Entiendes?
Su tono es más severo de lo que nunca había sido con ella y está
hablando alto. Oh, por Dios, es sensual. Muy sexy. Lo dejaría ser severo
conmigo.
Tan pronto como el calor que me produce ese pensamiento sube por mi
cuello hasta llegar a mis mejillas lo alejo, porque no es apropiado que una
empleada vea así a su jefe. Sobre todo cuando la hija del jefe está sentada
frente a la empleada.
Me enfoco en la niña que tengo delante, que lloriquea pero asiente.
Luego, corre hacia él y se lanza a sus piernas, rodeándolas con sus bracitos
y apretándolas. Él frunce el ceño y, aunque no creo que vaya a lastimarla,
creo que ella ya ha tenido suficiente de su inesperada severidad por un rato.
Acercándome, la levanto en brazos.
—Está cansada —digo sin atreverme a darle la cara.
Asiente y se da la vuelta para desaparecer por la puerta por la que llegó.
Se me ocurre que quizá haya hecho que mi jefe me viera siendo incapaz de
ocuparme de la niña que me encargó.
La paro frente a mí y le tomo las manos.
—Escucha, señorita, necesito este trabajo y tú tienes que comportarte.
Se pone a dormir sin mucho más alboroto, pero mi mente se acelera. Sé
que Kostya piensa que soy inteligente. No me habría recibido en su
despacho si no lo creyera así, y Dios sabe que le ha dicho a muchos idiotas
lo que piensa de ellos en su cara. Sin embargo, no me gusta para nada que
piense que soy incompetente.
Tengo que hacer mi tarea.
Paso la hora de la siesta de Tiana pensando, investigando los mejores
artículos que Google puede ofrecer. Lo único que acabo sabiendo con
certeza es que los niños son todos diferentes y que ningún método funciona
con todos los niños.
Vaya, muchas gracias, Googlecito.

C uando se despierta de su siesta, pasa todo el rato jugando toboganes y


escaleras y la serie de los Bubble Guppies, pero está contenta y no vuelve a
ocurrir ningún incidente. En lugar de eso, nos sentamos en el fuerte de
princesas que construimos en su cuarto y vemos la tele que está en la pared,
que parece un portarretratos gigante.
Después de cenar nuggets de pollo y macarrones con queso, Tania mira
la puerta cada poco tiempo, como si esperara ver a Kostya. Cuando esto se
repite por enésima, voy al gabinete de la pared que parece la ventana
enrejada de un castillo para sacar un paquete de marcadores y papel blanco.
—Quiero dibujar.
Pronto está recostada con su bloc de dibujo en el puff rosa brillante, con
un tobillo sobre la otra rodilla. Está dibujando… algo… circular. Podría ser
una persona o podría ser una galleta, no la juzgo.
Me tumbo a su lado con un bloc para mí y me concentro en recrear cada
contorno y cada línea del perfil de Kostya, incluyendo la curva de sus
labios, la forma en que su pelo se extiende como abanico justo debajo de la
oreja y las pestañas dignas de un actor.
Cuando ella termina y mira su dibujo fijamente, la miro de reojo.
—Tiana, es precioso —claramente es una persona, yo diría que un
hombre con el pelo castaño y verde y ojos azules con las pupilas rojas. Le
dibujó un corazón gigante alrededor de la cabeza.
—Es papá.
Puedo reconocer a Kostya en el dibujo: su fuerte barbilla, las
ondulaciones de su pelo, el cuello largo y elegante. Sin duda captó la
esencia de su padre con detalles coloridos para darle vida al dibujo. Puedo
verla en una escuela de arte en el futuro.
—Se parece a él —echo un vistazo rápido al reloj y luego vuelvo a
mirarlo bien. Estuvimos tan enfrascadas en nuestro arte que de algún modo
dejé que se quedara despierta casi una hora después de su hora de dormir.
Vaya niñera. Menos mal que Kostya aún no llegó—, pero ya se nos hace
tarde hoy.
—¿Puedo enseñárselo? —su vocecita está tan llena de ilusión, y todavía
no encuentro la forma de decirle que no será posible.
La veo.
—Bueno, quizá si te portas bien y nos damos prisa en bañarte para que
vayas a dormir, se lo enseñaré a papá de tu parte y mañana en el desayuno
podrá decirte lo mucho que le gusta.
Frunce los labios. Tarda un segundo en asentir, pero lo hace y subimos
las escaleras corriendo, apresurándonos a cumplir una rutina improvisada
para acostarnos a dormir. Cuando la arropo, me empieza a mirar.
—No te olvides de enseñarle a papá mi dibujo.
Asiento con la cabeza.
—No se me olvidará —aunque tenga que esperar ante la puerta de su
habitación hasta que llegue a casa, verá el dibujo y luego lo colgaré en su
despacho en un marco adornado precioso. Se adaptó tan rápido a nuestros
roles en su vida, y no quiero que nada le impida comprender lo importante
que es ella en la nuestra.
—Ahora, señorita, ten dulces sueños. Te veré a primera hora de la
mañana —enciendo el monitor, me llevo la tablet que uso para monitorearla
y luego le beso la mejilla.
—Buenas noches, Charlotte.
—Buenas noches, Ti —le guiño un ojo y dejo la puerta entreabierta para
que un rayo de luz se derrame hasta el suelo.
Por poco se duerme antes de que yo llegue hasta el despacho de Kostya.
Solo planeo asomarme, pero… esta habitación es él, tiene toda su esencia.
Huele a él. Los muebles son de buena calidad y, si tuvieran una
personalidad, yo diría que son poderosos. De madera oscura, acentuada con
acero y piedra que le confieren un aire medieval.
Sin duda es su espacio, y me estoy entrometiendo.
Cuando estoy a punto de irme, una luz del patio llama mi atención, y no
es como que no haya un montón de luces en el terreno, pero esta se ve más
lejana.
Viene de la casa de huéspedes. ¿Que se inundó, creí escuchar? No
recuerdo qué me dijo exactamente, pero, cuando me enseñó el lugar me dio
a entender que era peligroso entrar, por algo sobre la integridad estructural,
etcétera, etcétera. Sonó real y Kostya fue arquitecto alguna vez, así que
imaginé que era algo de lo que sabría mucho.
Pero ahora siento curiosidad y, como no hay nadie cerca para detenerme,
atravieso el patio de puntillas, escondiéndome entre las sombras como si de
repente me hubiera convertido en el agente 007. Me siento traviesa y
decadente, y hay algo en ello que me gusta.
Me agacho bajo una ventana y asomo la cabeza para mirar dentro, pero
no consigo ver nada, porque la cortina no es lo suficientemente traslucida.
No me queda más remedio que subir al porche y probar el pomo. Si suena
una alarma… solo diré que vi una luz encendida y vine a revisar la
propiedad. Da igual que Kostya tenga guardias rondando por el terreno; no
los vi desde que vine a trabajar a la casa. Solo sé que están aquí porque yo
solía extender los cheques con los que pagaban a la empresa encargada.
Al no escuchar ninguna alarma, me convenzo a mí misma de entrar. Si
Kostya tuviera un invitado en casa, lo habría mencionado, ¿no? Al menos,
eso creo. Entonces, eso significa que no hay ninguna razón lógica para que
la luz esté encendida y estoy poniendo mi granito de arena para ayudar en la
casa al asegurarme de que no haya vagabundos instalándose en la
propiedad.
Quizá este sea el centro de operaciones del equipo de seguridad, y
obviamente debería saber cómo trabajan para que todos podamos cooperar
para proteger a Tiana.
Sí, eso suena plausible, ¿verdad? Todas estas excusas suenan
maravillosas.
Entro parándome sobre una alfombra tejida en el suelo de madera. La
casa es bonita y no veo los daños causados por agua que estoy noventa y
nueve por ciento segura de que mencionó cuando recorrimos el terreno el
día que me mudé.
El salón a mi izquierda tiene cortinas y sillas azules de cuadros que
resaltan un sofá de color azul más intenso, mesas y lámparas encaladas,
además de una alfombra blanca de felpa. Es acogedor y bonito, no como la
mansión.
Un golpe en el techo me asusta.
Hay alguien en la casa, lo sabía.
—¿Hola? —voy por el tercer escalón cuando me doy cuenta de que
puede que no sea bienvenida, independientemente de quién esté arriba. No
tengo armas, soy la intrusa y si muero aquí esta noche será culpa mía.
—¿Kostya?
—…¡Whelan lo planeó! —escucho antes del crujido característico de un
puño sobre piel y hueso que me hace ahogar un grito y subir corriendo lo
que me queda de escaleras. Hay problemas.
Nunca sabré por qué mi primer instinto es correr hacia allá a ciegas,
pero, antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo, estoy en lo alto del
rellano.
Al llegar al final de las escaleras, me detengo a escuchar. Necesito saber
a dónde dirigirme.
—¡Dime lo que sabes!
Reconocería esa voz en cualquier parte, incluso con ese acento, más
marcado de lo usual.
También reconozco el sonido de otro puñetazo… y a alguien gimiendo
de dolor.
Me cuesta mucho, pero empujo las puertas dobles y miro dentro. No hay
muebles, solo unas cuantas paredes de madera y apliques de latón. Kostya
se cierne encima de un hombre hecho un ovillo en el suelo.
Da patadas. Una, dos veces. Ahogo otro grito.
No debería estar aquí. Ahora la oigo, oigo su rabia. Veo lo peligroso que
es, ese mismo peligro que antes dudaba en reconocer, y me devuelvo al
pasillo chocando mi cadera con el borde de una mesa. Un jarrón se
tambalea antes de estrellarse contra el suelo de madera.
Solo queda una cosa por hacer: correr como si mi vida dependiera de
ello, porque puede que sea así.
Casi estoy en la escalera cuando una figura me empuja y me arrastra a
otra habitación vacía. Me rodea la garganta con el brazo y aprieta hasta que
me obliga a forcejear. No puedo respirar y el mundo se reduce a un único
punto luminoso.
En ese punto veo a Kostya acechando por la puerta, sujetándome por el
hombro con sus manos toscas para hacerme dar vuelta y alejarme de mi
captor para acto seguido estamparme en la pared de enfrente. Me agacho y
veo a Kostya clavarle un puñetazo en el estómago al tipo, al que luego
estrangula de la misma forma en que me estranguló a mí. Cuando Kostya lo
hace, el hombre acaba por perder el conocimiento, desplomándose a sus
pies.
Kostya lo deja tirado en el suelo, me toma del brazo y me lleva escaleras
abajo mientras Yelisey se asoma desde una habitación contigua. Kostya no
se molesta en ir más despacio mientras me arrastra hacia la puerta principal.
—Está arriba, asegúrate de que se quede allí —por encima del hombro
grita—: Que nadie baje hasta que yo vuelva.
Gira a la izquierda y me mete en un cuarto de baño con bañera con patas
de inspiración animal y una ducha de cabina. Cierra la puerta de golpe,
encerrándome ahí dentro y sellando mi destino. Dios mío, ¿qué fue lo que
hice?
En lo que respecta a baños, el lugar luce bien.
En cuanto a un lugar para estirar la pata, no tanto.
—¿Quién era ese hombre? —mi voz es débil y desearía no haber visto
nada. Ojalá pudiera volver a la bendita ignorancia en la que estaba sumida
cuando esbocé su perfil hace un rato, feliz de no saber eso de lo que ahora
casi tengo la certeza. Puede que Kostya no sea de la mafia rusa —bueno,
seguro que es ruso, pero de que sea mafioso no estoy segura—, y sin
embargo el aura de peligro que lo rodea es muy real.
—Un conocido, un asunto de negocios. Nada que deba preocuparte —su
voz es serena mientras se lava las manos, casi tranquilizadora. Un acto tan
mundano para un hombre que, literalmente hace segundos, estaba usando
esos puños para herir a alguien.
Para mi sorpresa, más que nada, eso me irrita. La irritación, combinada
con el asombro y quizá algo de estrés postraumático por estar cerca de
morir asfixiada a manos de un bárbaro, me quitó toda inhibición. En este
momento, me importa una mierda quién es Kostya. Puede ser de la mafia
rusa o cualquier cosa más peligrosa que eso en el mundo, y me da igual.
Quiero respuestas y no me iré sin ellas.
—¿Un asunto de negocios que requiere que le patees el cráneo con tu
bota? —bajo la mirada hacia sus pies y me cruzo de brazos. La sangre no
miente.
Ya no me siento en peligro. El destino seguirá su curso y, si muero esta
noche, habré muerto sabiendo la verdad. Al menos, las verdades que esté
dispuesto a revelar.
—Tampoco es de tu incumbencia.
—Tiana es de mi incumbencia. Tu hija —él entrecierra los ojos. Puede
que me haya pasado de la raya pero ya no puedo retractarme, así que sigo
—. ¿Y si Tiana hubiera presenciado tu asunto de negocios? —se seca las
manos en una toalla, se saca la corbata del cuello de la camisa y se empieza
a desabrochar el primer botón, luego el siguiente—. ¿Y si…? —cuando se
desabrocha el cuarto botón se me dificulta respirar—. ¿Y si ese tipo la
hubiera agarrado a ella?
Me mira fijamente y no puedo pensar ni puedo entender lo que está
pasando.
Su voz es aterciopelada, bajita y sexy. Demasiado sexy para un hombre
enfadado y demasiado baja como para suponer una amenaza.
—Entonces, después de matarlo tendría que castigarte por permitirle
entrar en un lugar donde no debía estar —se quita la camisa de un tirón, la
echa a un lado, y de repente el baño se hace más pequeño. Es estrecho, y
estoy tan cerca de su torso, tan cerca suyo. Me pasa los dedos por el pelo y
tira de él para echarme la cabeza hacia atrás—. ¿Quieres que te castigue,
Charlotte?
Por supuesto que sí. Quiero que me castigue toda la noche.
—¿Quieres castigarme, Kostya? —le digo.
Sus ojos se enturbian y sus dedos se enroscan más en mi pelo mientras
acerca nuestras caderas con la otra mano. Noto su pene erecto y largo
tocándome el vientre. Dejo que mi mano se abra paso por su pecho y se
deslice por la abertura de su cremallera.
—¿Será que quiero castigarte? —repite como si se lo estuviera
planteando.
Su sonrisa se desvanece cuando agacha la cabeza para morderme el
cuello. El dolor fugaz es sustituido por un placer que no puedo describir con
palabras. Gimo antes de que vuelva a morderme mientras sus dedos me
masajean la cadera.
—Dime qué es lo que deseas, Charlotte.
—Te deseo a ti.
Esa respuesta es sencilla. Estoy mojadísima y lista para lo que quiero. Él
está bien duro y tan caliente que me quema con sus caricias. Tener sexo es
el próximo paso y ya no me importa el hombre que está arriba con Yelisey,
solo me importa que Kostya está encima de mí, con sus manos acariciando
mis senos y subiéndome la camisa para quitármela. Ni siquiera me importa
que mi sujetador sea más adecuado para alguien tres veces mayor que yo, y
tampoco importaría si eso me avergonzara porque de todos modos él ya me
lo quitó y está usando su lengua para hacer que mi pezón se erecte.
Nunca había sentido un deseo tan intenso, tan profundo.
Desplaza su boca por mi pecho hasta el seno opuesto mientras yo
forcejeo con su cinturón. La hebilla es difícil de abrir y estoy demasiado
desesperada como para descubrir cómo hacerlo.
—Quítate esto —tiro del bolsillo de sus pantalones y arqueo la espalda
mientras él me besa profundamente al tiempo que saca la hebilla del camino
y espero a que haga lo mismo con el botón y la cremallera del pantalón.
Luego, sus manos vuelen a ocuparse con mi cuerpo, pero yo me aparto.
Quiero estar yo al mando para demostrarle que no tengo miedo.
—Te dije que te los quitaras.
Enarca una ceja y por poco me rindo, pero entonces se empieza a bajar
los pantalones y doy un vistazo. Su pene está duro, precioso, reluciente y
quiero probarlo. Quiero cabalgarlo, follármelo toda la noche.
Deslizo la mano por su pene, haciéndolo gemir.
—¿Te gusta? —susurro. No le doy tiempo a responder, porque pronto lo
pongo contra la puerta de cristal de la ducha y me arrodillo. Es muy sexy
como extiende una mano sobre el cristal y con la otra me acaricia el pelo.
Suelto un gemido y él me embiste al tiempo que se aferra a mi cabeza,
exigiéndome que me lo meta todo a la boca.
Le aprieto suavemente las bolas hasta que se tensan y sus rodillas
empiezan a temblar.
—Ay, Charlotte.
Se aparta de golpe, me levanta y me hace dar vuelta para quedar frente
al lavabo. Me pone la mano en la espalda, empujándome para que me
agache de espaldas frente a él.
—No te muevas —siento su susurro caluroso en mi oído mientras me
baja los shorts y las bragas, desgarrándolos en medio de su desesperación.
Es tan excitante que podría venirme ahora mismo sin necesidad de que me
toque.
A continuación se aparta, abre un cajón y saca un paquete de aluminio.
Espero mientras se pone el preservativo que extrae de allí y luego le
presento mi trasero.
Antes de empezar a darme lo que realmente quiero, pasa la mano entre
mis piernas para rozarme el clítoris con un dedo. Mis caderas se sacuden,
provocando que meta el dedo muy dentro de mí y después acaricie mi
clítoris una y otra vez hasta hacerme gritar, tras lo cual llevo una mano
hacia atrás y agarro su grueso pene.
—Suplícame, Charlotte. Ruégame que te lo meta —lo veo en el espejo
mientras lo masturbo, acercando su pene a mi vagina, pero él se contiene
para inclinarse y poder susurrarme al oído—. Te ordené que me rogaras.
Haré lo que él quiera, cuando quiera y como él quiera.
—Por favor, Kostya. Por favor, tómame.
Por suerte, no es el tipo de hombre al que hay que decirle las cosas dos
veces, porque no habría podido pronunciar ni una palabra más, ni esperar
un segundo más.
Me agarra por las caderas y me echa hacia atrás mientras me lo mete.
No tengo mucha experiencia, casi ninguna, pero hasta yo sé cuándo el sexo
es bueno y esto es… extraordinario, fabuloso. Mi cuerpo vibra uniéndose al
suyo. Su dominio sobre mí se intensifica y sus gemidos y mis gemidos y
quejidos responden a cada embestida de su pelvis contra mis caderas.
—¿Confías en mí, Charlotte?
Cierro los ojos y me concentro en su voz, en hacer que las palabras
tengan sentido.
—No.
Se ríe.
—Bien.
Sus dedos estrujan mi trasero y se van adentrando hasta que su pulgar
pasa por la línea entre mis nalgas, presionando pero sin penetrar. Pierdo el
control, junto nuestras caderas, grito su nombre y tengo un orgasmo que me
impide respirar y mantenerme en pie.
Dios mío. Sus gemidos, acompañados de una profunda embestida,
vienen acompañados de un escalofrío que me estremece todo el cuerpo.
Aunque quizás esa sea yo.
Cuando termina con mi trasero, quiero que vuelva a hacerlo de
inmediato, desesperadamente.
—Kostya…
En lugar de responder, me levanta en brazos, junta nuestras bocas, me
lleva a un dormitorio y cierra la puerta de una patada. De repente, ya no me
importa nada más que este hombre y lo que planea hacer conmigo por el
resto de la velada.
8
KOSTYA

Hacía mucho tiempo que no me despertaba con una mujer a mi lado, y


hacía más tiempo desde que no me dejaba llevar por la lujuria hasta el
punto de perder el control mientras lo hacíamos. Sabía que Charlotte sería
una mujer exquisita, apasionada y receptiva, eso era obvio, pero ahora estoy
a su lado recorriendo con la yema de los dedos su espalda y deseando que
despierte, a pesar de que necesito que siga dormida para meditar si hay
alguna forma de que pueda seguir con vida sin importar lo que presenció.
Está acostada boca abajo, e incluso en la penumbra puedo ver la huella
de mi mano en su trasero y mi pene palpita.
Que Dios me ayude, ya la estoy deseando de nuevo.
Hace menos de dos horas, la tenía sentada encima de mí, cabalgando mi
miembro erecto. Después de tres movimientos lentos y provocativos de su
pelvis, se levantó y me dijo que le debía un azote, un castigo. Se agachó tan
sensualmente sobre la cama y gimió tan rico cuando le di una nalgada en su
delicioso trasero redondo.
Más fuerte, Kostya. La segunda nalgada, que fue motivada por un ruego
más intenso e insistente, la hizo saltar y logró que mi pene se pusiera como
cemento.
Acto seguido, me miró por encima de su hombro.
Azótame hasta que grite y luego fóllame hasta que deje de gritar.
Mis dedos se retuercen recordando el escozor en la palma de la mano, su
gemido cuando se dio la vuelta y abrió las piernas, ofreciéndose para mí
mientras la penetraba con una urgencia que no había sido capaz de saciar
desde que estuvimos juntos por primera vez en el cuarto de baño.
Reúno toda mi voluntad y toda mi fuerza para obligarme a no volver a
tocarla.
Diablos, el ruido sordo de arriba se mantiene. El hombre de los Whelan
es más terco y leal que cualquier hombre que haya conocido. No nos ha
dado ninguna información que podamos utilizar, nada que nos indique lo
que necesitamos saber sobre las operaciones de los irlandeses en Los
Ángeles. No reveló planes ni información de inteligencia. Además, con su
obstinación ha firmado su propia sentencia de muerte.
Yelisey me aseguró que nuestro prisionero tiene un alto rango en las
filas de los Whelan, pero empiezo a dudarlo. Si sabe algo, está dispuesto a
sacrificarse con tal de mantenerlo en secreto, y eso es raro de ver si es que
es cierto. Lo más probable es que Yelisey se equivocara y este hombre no
signifique nada para los altos mandos irlandeses como Jack, Collin y todas
los de su calaña.
Me alejo de Charlotte y me levanto. Ya ignoré mis asuntos por
suficiente tiempo a causa de ella. Pero entonces, murmura mi nombre
dormida y me quedo hipnotizado, observando por un minuto cómo la luz de
la luna se cuela por la rendija de las cortinas y resplandece sobre su piel.
Me tiene cautivado y enfadado. Enfadado porque me siguió hasta aquí,
por haber perdido el autocontrol, porque el irlandés tuviera la oportunidad
de tocarla.
Quizá debí haberla matado, aunque solo fuera por su fisgoneo
irreverente, pues lo más seguro es que más adelante tenga que terminar así
y entonces será más duro para Tiana.
Pero no pude. La miré a los ojos, vi su inocencia, luego el deseo y fui
débil.
Estoy avergonzado y enfadado por esa debilidad. Dejé que mi virilidad
tomara una decisión que no tenía por qué tomar, y si quiero seguir en el
poder no puedo permitir que eso vuelva a ocurrir.
Mientras me estoy volviendo a poner los pantalones y la camisa, ella se
mueve hacia un lado. Por un momento, vuelvo a mirarla, recordando su piel
tan suave y tersa, el sabor de sus besos, cómo su cuerpo reacciona al mío.
La manta se desliza y vislumbro su pezón cubierto por la luz. Lo que daría
por probarlo una última vez…
Su sonrisa tenue y el aleteo de sus pestañas hacen que me duela el
estómago de las ganas que tengo de despertarla y enterrar mi pene en su
interior.
En lugar de eso, me obligo a apartar la mirada. Es hora de resolver mis
asuntos. La sala de interrogatorios, donde antes guardaba una mesa de billar
antigua y una máquina de pinball que eran mis cosas favoritas cuando era
joven, está vacía con la excepción de mi prisionero y los hombres que lo
custodian. No me molesta el ruido, ni me importa si Charlotte oye. Lidiaré
con lo que tenga que lidiar, porque yo soy Kostya Zinon y puedo
encargarme de lo que sea. Si hay que matarla, entonces daré la orden. Hasta
entonces, tengo a los Whelan exigiendo mi atención y estoy muy feliz de
proporcionarla.
Yelisey está sentado en la mesa del comedor.
—Kostya, este hombre es un confidente de Jack Whelan. Es amigo
íntimo de la Familia desde hace más de una década —asiento con la cabeza
porque está bien tener la información, pero no servirá sino para confirmar
que no le sacaremos nada y que vale más para mí muerto.
Abro las puertas dobles de un golpe y entro en la habitación como si aún
no hubiera decidido matarlo, como si solo estuviera aquí para seguir el
interrogatorio, pero mis hombres ya lo saben. ¿Cómo podrían no saberlo?
Han pasado días y no se quebrará. ¿Qué gana con su lealtad a una familia
que ni siquiera intentó rescatarlo? Nadie está arrasando mis negocios para
liberarlo.
Pasar por todo esto, tanto dolor… y ahora morirá.
Su cabeza sangra a través de un corte en donde inicia su cuero cabelludo
en la parte delantera y un tajo en la coronilla en la parte trasera. Su cara está
hinchada y desfigurada y, aunque no deseo reclamar su sangre, no puedo
dejárselo todo a mis hombres. Algunas cosas un rey debe hacerlas por su
propia mano.
—Levántenlo.
Dimitri y Vlad toman cada uno un brazo y retienen al esbirro de los
Whelan mientras le estampo el puño en la cara. Los huesos ya están rotos y
ni siquiera crujen. La diversión que encontraba en golpear a este hombre ha
desaparecido para mí.
—Mátenlo y borren cualquier vestigio de su vida —necesito que
restauren esta habitación, destruyan las pruebas y se lleven al prisionero —,
pero envíale a Jack Whelan su cabeza.
Si se inicia una guerra, y no tengo razones para creer que no es lo que
está pasando, daré un golpe que Jack Whelan no olvidará tan fácil. Enviaré
a su casa a la primera baja.
Ahora que di la orden, no tengo ninguna razón para quedarme en la casa
de huéspedes y torturarme con el olor de Charlotte que impregna mi cuerpo
y mi lengua. Ya sacié mi sed de ella, y tengo cosas más importantes que
hacer que quedarme en esta casa a suspirar por una mujer.
No importa lo exquisita que sea.
Vuelvo a la casa principal e inhalo profundamente el aire nocturno, sin
poder dejar de percibir aún el dulce aroma de Charlotte, sintiendo aún su
caricia en mi piel. Aunque probablemente solo sea el jardín de flores
golpeado por un suave viento del sur.
Esta mujer es una distracción que no puedo permitirme, especialmente
ahora. Los próximos días pueden implicar decisiones difíciles, bien sean las
que yo tome o las que se tomen por mí. Tiana y mis negocios tienen que ser
mis únicas preocupaciones.
Ya en mi oficina, tengo la mente más despejada y la atención más
centrada. Primero compruebo en los monitores que la propiedad está en paz
y que el trabajo que ordené ya se cumplió. El hombre de los Whelan está
muerto y tres de mis hombres limpian la sala de billar, dejándola como debe
estar mientras Dimitri y Vlad se ocupan del cadáver.
Ahora puedo centrarme en los negocios. Debo seguir preparándome
para las batallas que se avecinan con los Whelan. No habrá tregua entre
nosotros. Solo aceptaré su rendición con la devolución completa y
permanente de su patrimonio comercial a lo largo de la Costa Oeste.
Para que eso ocurra voy a necesitar informantes en las calles a través de
la alianza con las bandas que operan para nosotros, a quienes veo como mi
equipo de distribución. Son matones de poca monta cuyas lealtades compro
con un buen suministro de artillería y sustancias.
Yo los suministraré, exigiré pago. Así les dejo ganar dinero a costa de
mi organización, y ellos pueden vivir y librar sus escaramuzas entre sí.
Mientras no se cuestionen quién es el jefe, todos coexistimos bien.
Pero, de alguna manera, se ha desarrollado un eslabón débil en mi
organización. Una brecha que dejó a los Whelan entrar y establecer sus
propias actividades, y esa es una competencia que no puedo tolerar. Eso
significa que, quieran o no, estamos en guerra con los Whelan. Por fortuna,
estoy preparado.
Aunque ahora hay alguien más a quien tener en cuenta. Pulso un botón
del teclado y aparece en pantalla la imagen en vivo de la habitación de mi
hija.
Moya doch. Mi hija.
Me quedo mirando un minuto, porque es hermosa y perfecta y me
recuerda tanto a su madre que no puedo apartar la mirada.
Natasha fue muy alegre alguna vez. Veo fragmentos de ella en Tiana. La
misma risa, la misma nariz respingona, los mismos ojos. Tiene tanto de
Natasha que me acongoja recordar lo perdido, aunque solo me diera
felicidad al ignorar la verdad.
Hasta en la forma de dormir, con las manos a un lado de la mejilla y la
barbilla pegada al pecho, Tiana se parece a su madre. Hay cosas que un
hombre nunca olvida, sobre todo si tiene un recordatorio que vive y respira.
Otra distracción imperdonable. Me alejo de la tranquila escena en la
habitación de Tiana y vuelvo a la casa de huéspedes. El cuarto de billar ya
vuelve a estar listo para jugar, literalmente. Los tacos cuelgan de la pared,
en la esquina opuesta las luces de la máquina de pinball parpadean y
repiquetean y, en el centro de la habitación, la mesa de billar está
inmaculada y balanceada. No quedan pruebas de que hace una hora el
soldado de los Whelan yacía en un charco de su propia sangre mientras
Dimitri practicaba sus habilidades de bateo con la cabeza del bastardo.
En lugar de elogiarlos por hacer el trabajo por el que les pago, abro una
carpeta que tenía pendiente revisar. Quizá algunas tareas aburridas de mis
negocios legales me despejen la cabeza.
Es una pregunta a la que me enfrenté con frecuencia en mi ascenso hasta
convertirme en el principal financiador y promotor de inmuebles de lujo de
la ciudad: ¿comprar o no comprar? No es muy Shakespeariano, pero sería
una tragedia para la empresa en cuestión si decido no invertir los tres
millones de dólares que necesita. Para mí, tres millones de dólares no son
más que una miseria, y esta es una empresa que podría salvarse y llegar a
ser rentable.
Construí este negocio a base de empresas legítimas gestionadas a mi
nombre, siendo todas fachadas y operaciones por las que puedo pasar
algunos dólares sucios y hacerlos brillar de limpios. Mi padre me mandó a
la universidad para aprender cómo hacer del negocio una empresa rentable
para todos nosotros, cómo aumentar la riqueza y el poder, hasta que llegó el
momento de que yo tomara el relevo.
Ahora sonrío. Aquellos días cuando era joven, antes de conocer el
precio que conllevaba el poder. Aquellos primeros años con mi padre,
sentado en su regazo cuando dirigía las actividades cotidianas,
escuchándolo hablar tan orgulloso y autoritario, viendo a sus hombres que
ahora trabajan para mí obedecerlo en todos los ámbitos, tanto lo empresarial
como lo personal.
Soy el hijo de mi padre y seguiré elevándonos a la grandeza. Dejaré
todos los tesoros que he reunido a Moya Doch. Será una princesa, una
duquesa de la mayor Bratva y del mayor imperio empresarial del oeste de
Estados Unidos.
Aunque si fuera tan fácil, mi estómago no estaría rugiendo, ni el nudo en
mi garganta se estaría retorciendo.
Tratándose de los Whelan, hay pocas posibilidades de que se infiltren en
mi recinto y todavía menos de que lleguen hasta mí, pero cualquier
posibilidad es un peligro que no debo ignorar. ¿Y si un día no vuelvo a
casa? En mi interior arde la necesidad de asegurarme de que Tiana tenga
quien la cuide, de que sepa que todo esto le pertenece por derecho de
nacimiento. Más que eso, necesito asegurarme de que sepa que su padre la
quiere mucho.
Saco papel y bolígrafo. Una carta como esta no debería ser tecleada ni
emerger de la bandeja de una impresora. Estas son mis palabras, mis
sentimientos y mis peticiones para mi hija. Ella debe leerlas de mi puño y
letra, directo desde mis pensamientos y mi corazón.
Mi querida Tiana…
La imagino con veinte años, leyendo mis palabras sentada en mi silla,
con Charlotte a su lado como una guía.
Me detengo y alzo la vista. A pesar de mis esfuerzos ha vuelto a
inmiscuirse en mis cavilaciones, y no es bienvenida.
No hace ni una hora que resolví acabar con Charlotte si era necesario, y
ahora la imagino guiando a mi hija por la vida en mi ausencia. Sonreiría
ante tan absurda idea, pero ese absurdo podría acabar poniendo en peligro
todo por lo que he trabajado, todo por lo que sangré y me sacrifiqué para
proteger. No puedo permitir que mi interés se convierta en obsesión ni mi
atracción en una fijación…
Vuelvo a la carta y termino de escribir. Cuando concluyo, meto mi
misiva para Tiana en un sobre y la sello a la antigua usanza, con cera
caliente y un sello con la misma impronta del anillo que llevo en el
meñique, adornado con la Z de la familia y una K más pequeña en la parte
superior. Espero que antes de que tenga edad para leer la carta Tiana tenga
tiempo de asumir sus responsabilidades bien y comprender que las viejas
costumbres tienen sentido y no deben despreciarse. Es una lección que yo
mismo le enseñaré en el tiempo que me quede.
Aunque los Whelan no me asustan, simplemente creo que hay que estar
preparado para cualquier circunstancia.
Por el rabillo del ojo veo un movimiento en el monitor. Charlotte está en
la sala de billar. Tiene la cara compungida cuando sale al pasillo, mira a los
lados antes de volver a entrar, se da golpecitos en la barbilla con el dedo y
entorna los ojos.
Ojalá pudiera decirle que todo lo que vio y todo lo que pasó entre
nosotros fue un sueño. Todos estos problemas desaparecerían si pudiera
convencerla de que se imaginó a aquel hombre sangrando en el suelo, se
imaginó nuestro beso, mi mano en su trasero, mi pene dentro de ella… pero
no es tonta.
Ante la cámara, pasa el dedo por la barandilla, a lo largo de la mesa de
billar y luego se arrodilla con el trasero levantado —y mi pene enseguida se
levanta por ella— para echar un vistazo debajo de la mesa. Al cabo de un
momento, se sienta de espaldas a la cámara.
No puedo verle la cara, pero tiene los hombros caídos y la cabeza
agachada. Está recordando lo que vio, tratando de relacionarlo con la
habitación que tiene delante: sin una gota de sangre derramada, ningún
resto de la silla que Dimitri le rompió en la espalda al irlandés.
Esta fue alguna vez una sala de tortura, pero ahora es tan inofensiva
como puede ser posible. Su cerebro lucha por asimilar las dos cosas.
Aunque sé que no creerá mi mentira, quizá sea lo suficientemente
inteligente como para dejarlo pasar. Sobre todo si, en lugar de decirle quién
soy en realidad y darle el poder de destruirme, menciono la vulnerabilidad
de su familia: la madre que tanto quiere y la hermana que prometí
encontrar.
Hablando de la hermana, le mando un correo electrónico a Vlad para
que empiece la búsqueda con los detalles que tenemos sobre Lila mientras
Charlotte sigue sentada en el suelo de la sala de billar, mirando por la
ventana.
Desde mi oficina no puedo ver la ventana por la que se asoma, pero en
la pantalla que tengo delante me doy cuenta de que solloza… o se ríe. En
cualquier caso, está encorvada, sus hombros tiemblan y se rodea el cuerpo
con los brazos.
Cuando se enjuga los ojos, me da un vuelco el corazón. Ya veo que no
se reía, y con eso ya tengo suficiente por una noche. Basta de mirarla sin
poder tocarla, basta de tocarla y querer más. Es hora de dormir.
Mientras apago la computadora, guardo los archivos en su gaveta para
ocuparme de ellos más tarde y me sirvo una copa rápidamente, oigo pasos
cautelosos y se me corta la respiración.
Deseo al mismo tiempo que pase y que se aleje, porque no podré
resistirme a tocarla y no debo hacerlo hasta que pueda tocarla sin ansiarla,
sin tener la necesidad de sentir su piel y sin morir un poco cuando tenga que
dejarla ir.
Antes de que llegue a mi puerta, los pasos se detienen y, aunque el
ventilador de mi computadora silba muy bajito y el monitor zumba mientras
está apagado, puedo oír su respiración, escucho los latidos de su corazón y
siento su miedo.
Mis pies me impulsan hacia la puerta, aunque mi mente me grita que me
detenga, pero entonces Charlotte suspira y se aleja.
Spokoynoy nochi, Sharlotka.
Buenas noches, Charlotte.
Ella es mi enigma, mi tira y afloja, mi ying y yang. El deseo y el deber
están en guerra dentro de mí, ambos atados a esta mujer, ambos decididos a
tenerla y mantenerla muy cerca, y la parte de mí que atiende a la razón sabe
que no es el tipo de mujer que sería feliz con una sola noche en mi cama.
No si es que puede haber una promesa de más.
Mi única opción es asegurarme de que entienda que no hay esperanza de
nada más que lo que compartimos en la casa de huéspedes. Es la única
forma de salvarnos a las dos, la única forma de proteger a mi hija de más
dolor del que ya ha sufrido.
Fui egoísta una vez y no lo volveré a ser. Debo dejarla ir y rogar que
nunca vuelva.
Para llorar esta pérdida, y porque esta noche no dormiré, me sirvo otros
dos dedos de whisky. Si estaré yo solo con mis pensamientos y Charlotte
sola en su habitación, entonces bien puedo estar bebiendo.
9
CHARLOTTE

Dios santo, ¿cómo es que no logro encontrar el dichoso conejito de


peluche? Ni en el armario, ni debajo de la cama, ni escondido detrás de
ningún mueble.
El llanto de Tiana se convierte en un alarido cuando le doy un unicornio,
luego un osito de peluche, un león, una jirafa y un mono. Nada la calma,
nada la hace feliz.
—¡Conejito! —insiste.
—Estoy buscando —ya llevo una hora buscando como si mi vida
dependiera de ello. Dios sabe que mi cordura sí depende de esto.
Le pregunté a todo el personal excepto a la lavandera de Tiana, que
acaba de llegar. Es Katryn, una estudiante de último año de secundaria que,
desesperada por redondear sus ingresos, viene a la casa tres veces por
semana. Su cabellera pelirroja está teñida de un rubio con rosado y sus
pantalones están a la moda, desgastados. En mi opinión es demasiado
sociable, pero mientras la ropa de Tiana esté fresca como la primavera,
supongo que no importa con quién hable Katryn.
—¡Hola, Charlotte! —pasa a mi lado dando saltos y se acerca a Tiana,
que sigue descontenta, y luego se inclina y le presiona la nariz con el dedo.
Para una niña de tres años, las garras de cinco centímetros en el extremo de
los dedos de Katryn deben parecer garras, por lo que llora más fuerte
aunque eso parecía imposible.
—¿Has visto a Foo Foo? —grito un poco para hacerme oír. A Katryn se
le abren los ojos como platos y su boca se contrae en una sonrisita.
—¿El conejito feo de peluche? —Katryn asiente—. Sí, era asqueroso.
Lo metí ayer en la lavadora antes de irme.
Bien, admito que Foo Foo no ganaría ningún premio al juguete más
bonito, ese pequeñín sin duda ha visto mejores tiempos. Le faltan parches
de pelaje gris, tiene un ojo dos centímetros más abajo que el otro y una pata
blanca y esponjosa tiene puntos negros de costura. Sin embargo, que el
juguete esté tan reparado habla de la importancia que tiene para Tiana,
aunque no espero que una adolescente lo entienda, pero por favor.
—Bueno, hoy lo quiere —a la hora de la siesta, de hecho, que fue hace
una hora.
No hay forma de que Foo Foo sobreviviera a la secadora. No sin perder
un ojo, una oreja y una extremidad. Foo Foo no reaparecerá antes de
mañana, y no sin una cirugía milagrosa.
Cargo a Tiana y empiezo una carrera de mentira hacia la cocina, con
ruidos de auto, haciendo como si los frenos chirriaran y el motor se
acelerara. Quizá una distracción funcione. Tengo que intentar algo, porque
casi todos mis nervios han quedado fritos por su llanto.
La dejo en su silla y voy a la despensa. Hay latas de verduras, cajas de
cereales, nueve tipos de café aromatizado, pero nada de lo que pedí para
Tiana. Ni una papilla de fruta en toda la puta despensa.
Tiana sigue chillando desde afuera del cuarto que sirve como despensa.
Tomo una bolsa de malvaviscos de un estante y la abro. Luego, como no me
quedan más opciones ni ideas brillantes en la cabeza, me meto un puñado
de malvaviscos en la boca hasta que se me abultan las mejillas y me
empieza a salir por los labios un caramelo blanco y pegajoso.
Lista o no, Boca de malvavisco está en camino para salvar el día. Salgo
de la despensa y salto delante de ella. Hay un límite entre comportarse
como una tonta y como loca, uno que quizá esté cruzando, pero la niña deja
de llorar y se me queda mirando. Me pone un dedo sobre la mejilla y yo
escupo un malvavisco, que salta por encima de su cabeza y cae en el
fregadero.
—¿Se divierte, Srta. Lowe?
Ay, rayos. Kostya está de pie en la puerta. Lleva una corbata torcida en
su cuerpo de un metro ochenta y el botón de arriba de la camisa
desabrochado.
Ya pasó una semana desde que… y no me ha dicho… ni siquiera me
habla más que para preguntarme por Tiana de vez en cuando. No es como si
le pudiera responder ahora, con la boca llena de malvaviscos que se niegan
a ser masticados y tragados con facilidad.
Sonrío mientras mastico y mastico y, por fin, logro tragarme una bola
azucarada que seguramente provocará un inminente coma diabético.
Cuando estoy a punto de responder su rostro, se torna severo.
—Debería estar durmiendo la siesta.
Claro que debería. Pero un conejito desaparecido, una adolescente y una
bolsa de malvaviscos se unieron para hacerme parecer incompetente una
vez más.
—Sí, por supuesto —enseguida, señor—. Estábamos… —hago un gesto
por encima del hombro hacia la puerta, mientras él recoge la bolsa de
malvaviscos.
Levanto a Tiana y la llevo fuera de la habitación, porque está a punto de
explotarme la piel de vergüenza.
O quizá de deseo.
Al meterla a la cama sentada a su lado, cantándole una apacible canción
de cuna hasta que sus ojos se cierran y su respiración se tranquiliza, no dejo
de pensar en Kostya. Tengo que hablar con él sobre Lila. No falta mucho
para que mamá vuelva a llamarme, y quiero tener algo que decirle. Si no
hay avances, que me dé al menos una actualización.
Esa es la única razón por la que voy a su oficina. No porque quiera
verlo. No porque… bueno, sí es por eso, pero también necesito preguntarle
por Lila.
Aunque no llamo a la puerta de su oficina y hasta contengo la
respiración cuando me acerco, siento su voz resonando en mi interior.
—Ven.
Ya me dio esa orden antes. Ven ahora, Charlotte. Su voz era profunda,
rasposa, sexy. Me estremezco de solo recordarla.
—Kostya —no puedo decir más porque ahora la corbata le cuelga sobre
los hombros y está de pie junto a la ventana con la camisa desabrochada.
Dios mío. Este hombre es delicioso y tengo la boca demasiado seca y la
vagina demasiado mojada como para lograr hilar otro pensamiento
coherente.
—Charlotte —se apoya en el alféizar, con una mano a cada lado del
mármol y la espalda contra el cristal—. Cierra la puerta.
No hay ningún chirrido delator, ningún rumor de la madera sobre la
alfombra. Me concentro en las ausencias, porque la idea de estar a solas con
Kostya a puertas cerradas me embriaga la mente hasta dejarme pensando
solo en sílabas sin sentido. Hmm. Guau. Blá.
Me doy vuelta y veo que está en su mesa con la bolsa de malvaviscos en
la mano. Ya siento la piel caliente, ardiendo, incluso antes de que empiece a
hablar.
—Nunca pensé que un malvavisco sea un objeto particularmente sexy
—sus ojos me recorren de la cabeza a los pies y luego emprenden el camino
de vuelta más despacio, tan despacio que siento su mirada como una caricia
—. Parece que tengo mucho que aprender.
Vaya, lo dudo. Pero no me detengo en eso al verlo rodear su escritorio,
dejar la bolsa sobre el papel absorbente y acercarme a su cuerpo. Su mano
acaricia mi muslo, coge la parte posterior de mi rodilla y alza mi pierna. Su
grueso pene duro entra en contacto directo con mis bragas húmedas
mientras me come la boca. A continuación, me pega a la pared, enrosca mis
piernas en su cuerpo, me sujeta con sus piernas hasta que me resbalo y me
lleva hacia el sofá de su oficina.
Es de felpa y gamuza. Se siente terso bajo mi espalda cuando me quita
la camisa y me deja caer sobre el cojín.
Hay un momento de extrañeza cuando lo miro y recuerdo el día en que
lo conocí. Hermoso, poderoso, un hombre al que temer y respetar. Me sacó
del infierno de los empleos temporales como secretaria, y ahora chupa mi
pezón y hace que mi espalda se arquee y mis muslos se tensen.
También hay un minuto en el que pienso «¿qué demonios estoy
haciendo?». Tengo pruebas irrefutables que apuntan a que este tipo es un
jefe de la mafia que mata gente por placer. No importa cuántas formas
creativas encontré esta última semana para suprimir esos recuerdos, la
realidad se niega a ser ignorada.
Vi la sangre, oí los gritos. Sé que me mintió, pero por ahora puedo
ignorar esos pensamientos un rato más. El miedo se desvanece y me pierdo
en sus caricias, en sus besos, en las sensaciones de esos besos a lo largo de
mi piel. Me retuerzo bajo sus labios, bajo sus manos.
Me desabotona los pantalones y mete sus dedos dentro de mis bragas.
Me derretiría pero quiero más, lo quiero todo y, cuando intento quitarle el
cinturón, sonríe.
—Chica glotona —me aparta las manos y, cuando vuelvo a intentarlo,
me sujeta las muñecas con la mano libre y las levanta por encima de mi
cabeza—. No te muevas.
Baja por mi cuerpo y la fricción es tan deliciosa como sus besos. Cada
respiración cálida sobre mi piel, cada roce de su mano y de la curva de sus
labios provoca un nuevo latido desbocado de mi corazón. Es hermoso,
magistral, jodidamente increíble. Hago todo lo posible por quedarme quieta,
pero él está atareado bajando mis pantalones, arrastrando los dedos por la
tela y agachando la cabeza para besarme.
Enredo los dedos en su pelo, acercándolo a mí hasta que me obliga a
bajar las manos.
—La dulce Charlotte no hace caso.
Esta vez, me tira de las muñecas por encima de la cabeza y me las
sujeta, apretándomelas un poco. Es tan excitante como sus besos. Cuando
se aparta, me dice:
—No vuelvas a moverte.
Me besa lánguidamente todo el cuerpo, acariciándome la vulva con la
lengua y los dedos. Gimo e inclino las caderas hacia él, pero mantengo mis
manos donde me ordenó.
—Kostya —su nombre está en mi aliento, mi cuerpo es su juguete. Se
está controlando, conteniéndose, y yo deseo todo de él. Lo quiero ver tan
consumido como estoy yo.
—Por favor, déjame tocarte.
Su sonrisa al pasar su dedo por entre mis pechos y por mi vientre es la
única respuesta que obtengo. Su boca sigue el mismo camino y me quedo
sin aliento cuando me voltea para quedar sentada con el trasero en el borde
del sofá.
Su mirada se ve salvaje cuando pone mis rodillas sobre sus hombros y
me mete los dedos en la vagina pasando la lengua por el clítoris. Entonces,
las sensaciones que su lengua me produce se apoderan de mí, haciendo que
apriete las piernas alrededor de su cuello, gimiendo con cada movimiento
de su lengua y de sus dedos.
Solo existe Kostya. Solo sus manos, su boca, el gruñido que emerge de
su pecho cuando me derrito y él sujeta mis caderas inquietas para que me
deje llevar por la pasión, hasta que siento que estoy flotando libre en un
sueño. Luego, lo descubro de pie sobre mí, desnudo, sonriente, mientras me
vuele a voltear para que apoye la nuca en el brazo del sofá y pueda
acomodarse entre mis piernas.
La primera embestida es suave, casi cuidadosa, pero yo quiero que sea
bestial. Quiero que me dé su pasión más salvaje y descontrolada.
Me retuerzo y me agito mientras Kostya gime y sus dedos se aferran a
mi cadera. Este frenesí no tiene límite. Ha logrado que mi mundo se
reduzca a él.
Arrastro mis dedos a lo largo de su espalda y sus rugidos se tornan más
graves. En este punto, ya me tiene temblando, gimiendo, y jadeando porque
mi respiración entrecortada está directamente relacionada con los
movimientos de nuestras caderas. Mi pasión se dispara y empiezo a gritar,
envolviendo su cuerpo con el mío, aguantando hasta que las oleadas de
placer se calman, la niebla se disipa y volvemos a ser solo Kostya y yo, con
nuestros cuerpos vibrando al unísono hasta que él se tensa, se queda rígido
encima de mí, y luego se desploma.
—Kostya.
Su nombre es todo lo que puedo decir, todo lo que realmente necesito,
porque ya se alejó y se dirige al baño anexo de su oficina. Vuelve vestido
mientras yo meto los brazos en las mangas de mi blusa. En lugar de pasar
de largo, se detiene frente a mí y pasa las manos por mis hombros.
—¿Qué haré contigo?
No sé él, pero, desde nuestra última vez juntos, yo empecé a hacer una
lista.
—Pues ¿qué quieres hacer conmigo?
Ladea la cabeza.
—Demasiadas respuestas y muy poco tiempo.
Sin embargo, su mirada es hermética, hasta distante. No es una buena
señal.
—Bueno, debería… —hago un gesto con la cabeza hacia la puerta—.
Tiana.
Da un paso atrás y cruza los brazos sobre ese pecho robusto y sensual.
—Tengo que salir un rato y llegaré tarde.
Sin más, este encuentro se termina.

N o es que lleve un registro, pero durante la semana siguiente pasa más


tiempo fuera que en casa. Sus trasnoches se vuelven más tardíos y más
frecuentes.
No es asunto mío, lo sé. Pero también hay… interludios. Más veces en
las que me roza en el pasillo, más me devora con la mirada, menos en la
realidad. Y por menos quiero decir nada.
Ni un solo encuentro clandestino a puertas cerradas. Ni siquiera una
reunión fuera del horario de trabajo en la lavandería, que es una fantasía
recurrente que no falta en mis sueños ni una sola noche.
No lo vi en toda la mañana, pero lo escucho arriba mientras Tiana y yo
jugamos en el salón. Cuando suena el timbre y me levanto a abrir Tiana se
me pega —otra recurrencia de la última semana—, y la levanto para ir
juntas hasta la puerta.
—Srta. Lowe.
—Sr. Rusnak —la expresión sombría de Yelisey significa que se oyerán
gritos desde el piso de arriba, y probablemente serán en ruso. Normalmente,
eso sería una caja negra y no habría manera de que pudiera descifrar sus
secretos.
Pero hoy tengo un plan: voy a grabar lo que escuche y a traducirlo con
Google.
Me repetí mi razonamiento una y otra vez. Puede que solo esté
intentando convencerme a mí misma, o puede que esté practicando por si
me atrapan y acabo siendo interrogada.
Esto es lo que pensé hasta ahora: por el bien de Tiana, necesito saber si
su padre es miembro de la mafia rusa. Tengo que ser capaz de protegerla y,
si eso significa que tengo que subir las escaleras a hurtadillas después de
que el Sr. Rusnak entre a la oficina de Kostya, pues me pondré de puntillas
y lo haré sin ningún remordimiento.
Cada vez que practico ese discurso en el espejo estos últimos días, me
suena bien.
No obstante, ahora que se acerca el momento de la verdad, los nervios
me hacen sudar un montón y me tiemblan las manos. Desde luego que para
poder andar merodeando por ahí, siendo la espía más incompetente del
mundo, tendré que pensar en algo para la señorita dependiente. Ese es el
nuevo apodo de Tiana pues, por desgracia para mis planes de esta noche, se
ha apegado a mí en exceso: llora cuando salgo de la habitación y grita
cuando tengo que dejarla en manos de otra persona, incluido su padre.
Lo único más poderoso que su cariño por mí es su amor por el queso a
la plancha, y ya casi es hora de comer.
Gracias a Dios.
La siento en su silla, me apresuro a prepararle el bocadillo, lo echo en
un plato y se lo pongo delante.
—Ahora vuelvo —la dejo con Marianne, el ama de llaves, y corro hacia
la escalera.
Quién sabe lo que me habré perdido. Me quito los zapatos y camino
descalza por el pasillo hasta la puerta de la oficina de Kostya.
Saco el teléfono y activo la aplicación de grabación, justo a tiempo para
descifrar una retahíla de susurros apresurados en ruso. Creo que está
hablando Yelisey, pero Kostya le responde en español apenas termina de
hablar.
—Eso sería todo —dice, seguido por el crujir de las vestimentas y el
rechinar de las sillas cuando ambos se levantan.
Maldita sea, mi intento quedó frustrado por el queso gratinado. Tan solo
espero que el fragmento que llegué a grabar pueda revelar algo, al menos.
Me escabullo a la planta baja, porque si me descubren antes de que la
Operación 007 tome forma eso me convertiría en el ser humano más
patético de la historia. Tiana no me extrañó, pero se las arregló para llenarse
el pelo de queso, una habilidad nueva que requiere una segunda visita a la
bañera el día de hoy.
Para cuando vuelve a oler a champú de chicle y jabón de arándanos, ya
tiene los párpados caídos y está lista para acurrucarse mientras le leo para
que se duerma. Al llegar a la última página, está roncando entre mis brazos.
Despacio y con cuidado, saco el teléfono y transfiero el fragmento de
sonido que pude grabar a una aplicación de transcripción. Ya teniendo una
línea de texto, la introduzco en Google Translate y, abracadabra, las
respuestas aparecen ante mí.
La reunión está programada para mañana a las 9 p.m. en su suite
habitual en el Baltzley.
Ahora la pregunta del millón: ¿de qué demonios podría tratarse?
El Hotel Baltzley está en el centro, y nunca entendí por qué Kostya lo
usa teniendo esta impresionante propiedad para recibir a sus invitados de
fuera. Seguro es porque es más seguro que no sepan dónde vive, ahora
entiendo. Aparte, en el hotel puede controlar la reunión, porque una
habitación de hotel solo tiene una puerta parar entrar y salir. Teniendo en
cuenta la discreción que requiere un mafioso ruso, el Baltzley
probablemente le cobrará más, y no dudo que Kostya esté dispuesto a pagar.
Mi radar de ¿es un jefe de la mafia? empieza a sonar dentro de mi
cabeza. No es un hallazgo que pruebe nada, pero puedo conseguir evidencia
fácilmente. Simplemente… lo seguiré. Por supuesto que no podré llevar a
Tiana conmigo, y no puedo confiar en que el personal de la casa la cuide,
pero no tuve un día libre desde que me mudé y él no pensará que voy a
renunciar a mi… ah, demonios. No puedo justificar espiarlo, pero tengo
derecho a un poco de tiempo personal y cómo elija aprovecharlo es mi
decisión. Es mi versión y me atendré a ella.
Escucho algo y alzo la vista para ver que Kostya está parado justo afuera
de la puerta. Cierro todas las aplicaciones de mi teléfono y lo pongo a un
lado lo más rápido posible sin que él parezca notar nada sospechoso.
De hecho, llega en el momento perfecto, así puedo hablar con él acerca
de mi noche libre.
Me levanto de la cama y salgo de la habitación de Tiana cerrando la
puerta tras de mí. Él está apoyado en la pared de enfrente, con las manos en
los bolsillos y los pies cruzados.
—Me gusta oír cómo le lees.
¿Cómo podría ser mafioso un tipo al que le gusta el libro “¿Siempre te
querré?”? Imposible, jamás. Esto hace que todas mis ideas ridículas sobre él
parezcan aún más absurdas.
—Gracias. Le encanta ese libro.
Parece tan diferente al hombre que hablaba con Yelisey. Ahora se ve
mucho más tranquilo, hasta sonriente. Es como si dentro de Kostya hubiera
dos hombres distintos, y como ahora solo puedo confiar en uno de ellos,
tengo que indagar más sobre el otro. No tengo otra opción.
—Necesito la noche de mañana libre. ¿Es eso… factible?
En este momento, me parece bastante factible. Me encanta su sonrisa y
su mirada y el mechón de pelo que le cuelga sobre la frente y que hace que
me pique la mano por las ganas de acomodárselo.
Se pasa la lengua por los dientes y sacude un poco la cabeza.
—Tengo que salir mañana por la noche, no puedo cuidarla. ¿Puedes salir
otra noche?
Mierda, debí haberlo planeado mejor. Es un hombre al que le gustan los
detalles y, por desgracia no tengo ninguno pensado.
—Mi madre dijo que… —me aclaro la garganta. Invento mentiras
mientras hablo—. Mi madre la puede cuidar.
—¿Tu madre?
Los nervios me hacen reír entre dientes. También me río por ser tan
mentirosa.
—Sí. Me crió y salí bien, ¿no? —suelto otra risita, aunque esta vez lo
miro fijamente y pestañeo como si me hubieran sacado de una revista de
moda y no estuviera en este pasillo con medio sándwich de queso fundido
embarrado en el suéter y el pelo encrespado a causa de las salpicaduras de
Tiana en la bañera. Me imagino a mí misma como una mejor mujer, alguien
a quien él desearía. Ese tipo de pensamiento me ayuda a seguir adelante,
pero también la humildad—. Quiero decir, no en este momento, viéndome
como…
—Te ves muy bien, Charlotte. Mejor que bien —extiende la mano para
tomar la mía, pero parece reconsiderarlo y se detiene.
—Puede que necesite gafas, Sr. Zinon —me encanta cómo me habla,
como si no existiera nadie más. Bueno, quizá se porta así con todas las
mujeres, no lo sé. Me gustaría poder decir que me da igual, pero sí me
importa. Me importa si es así con otras mujeres, con cualquier mujer.
Me aclaro la garganta. Tengo un objetivo y debo dejar de estar
embobada babeando por él hasta saber con certeza por quién babeo y me
embobo—. ¿Qué hay de mañana?
Se pasa la lengua por el labio inferior. Es un tic que tiene cuando piensa.
—Está bien.
No me pregunta los detalles, lo que significa que confía en mí. Debe
significar que se siente cómodo dejándome tomar decisiones que involucran
a Tiana.
Quizá debería suspender todo el asunto y dejar que tenga su reunioncita
en el Baltzley mientras yo me quedo en la casa viendo películas de dibujos
animados con su hija. Si echo a perder este trabajo, podría terminar peor
que desempleada: podría terminar muerta, y si ese no es suficiente incentivo
para poner los pies en la tierra nada lo será. Me limito a sonreírle.
—Gracias.
Volteo para alejarme rápidamente. Mi corazón late a toda velocidad y
tengo la piel húmeda de tanto sudar. Nunca inventé una mentira tan grande
y mi cuerpo protesta por ello. No puedo dejar de temblar, ni siquiera cuando
Kostya me detiene poniéndome una mano en el hombro.
—Tengo que salir unas horas, volveré a la hora de la cena.
No es que me pida permiso ni que lo necesite. No soy más que una
empleada que de vez en cuando acaba gimiendo su nombre.
—Está bien —balbuceo.
—Y después de la cena, podemos hablar.
Puede que esta noche me atreva a preguntarle qué es lo que hace con
Yelisey, Dimitri y Vladimir exactamente. ¿Por qué esos hombres de aspecto
aterrador vienen a la casa? ¿Por qué encontré en la tintorería lo que podría
ser sangre?
Así que espero despierta, enciendo unas velas y descorcho un vino. Me
perfumo las muñecas y detrás de las orejas, pero Kostya no aparece, no
vuelve a casa. Ni siquiera llama.
Por suerte, no soy tan patética como para seguir esperándolo después de
pasada la una de la madrugada. Apago las velas, tapo lo que queda de vino,
apago las luces y me voy a la cama, más decidida que nunca a indagar sobre
Kostya Zinon y lo que lo mantiene fuera de casa a estas altas horas de la
noche.

P ara la mañana , ya me inventé miles de escenarios que terminan


conmigo suplicando por mi vida ante un escuadrón de fusilamiento ruso.
Por supuesto, un par de esas extrañas situaciones oníricas incluyen música
de orquesta y a Kostya, que llega montado en un caballo blanco para
rescatarme de su malvado hermano gemelo, pero eso es lo normal en estos
días.
Ni siquiera el café es lo bastante fuerte para curar mi aflicción. Me duele
la cabeza, me palpita como si no hubiera dormido. Y así fue. Me duele el
cuerpo como si hubiera dado vueltas en la cama toda la noche. Eso también
es lo que pasó. No estoy de humor para llamar a mi madre, cosa que
necesito hacer si me queda alguna esperanza de poder seguir a mi jefe a su
reunión súpersecreta en el Hotel Baltzley.
Aunque estoy disponible durante todo el día para la ‘charla’ que
prometió la noche anterior, no me encuentro con Kostya y ni siquiera huelo
su colonia. Está ausente, total y completamente ausente.
Hasta que…
—Charlotte.
Me volteo porque ha dicho mi nombre con gran gentileza.
Apenas lo veo se me escapa un suspiro por lo hermoso que es, escultural
como pocos hombres lo son. Su traje negro sobre la camisa negra está
hecho a la medida para su cuerpo y las tres piezas acentúan sus mejores
cualidades: las piernas gruesas, hombros anchos, cintura estrecha. Su pelo,
que a veces lleva desaliñado con estilo encantador, está peinado de forma
elegante y pulcra.
—Kostya —casi jadeo, mi respiración es muy superficial. Puede que no
haya suficiente oxígeno en la habitación o que él haya descubierto cómo
quitarme el aliento con solo pararse ahí.
Ni siquiera me molesto en disimular mi prolongada contemplación de su
cuerpo. Ya lo vi sin ropa. Fingir que no me lo estoy imaginando desnudo
teniéndolo en frente sería ridículo, por no decir que está muy por encima de
mis capacidades.
Veo su sonrisa petulante al tiempo que carraspeo y, cuando levanto la
vista, su lengua recorre su labio inferior como si fuera una especie de faro
para seducir a Charlotte. Me alejo rápidamente de él. Sinceramente, aunque
es un trabajo, en mi defensa debo decir que acabo de echarle una mirada
lasciva a mi jefe y me lo he imaginado desnudo, porque tengo ese tipo de
memoria que se dispara automáticamente.
Tampoco es algo en lo que quiera estar pensando cuando llegue mi
madre, porque, si es así, mi cara se lo dirá todo sin que yo abra la boca. Para
mañana, ya habrá alquilado una iglesia e impreso las invitaciones de boda.
Reduce la distancia entre nosotros empujándome hacia la pared con sus
caderas. Su olor inunda mis fosas nasales, tan masculino y sombrío. Su
mano se detiene en mi brazo descubierto. Solo tengo ojos para él, solo lo
veo a él, como si no hubiera nada más en el mundo que el bello rostro
simétrico de Kostya Zinon que parece sacado de una revista, y por un
momento esa idea es totalmente cierta.
Después, se inclina hacia delante para rozarme la oreja con los labios y
susurrarme algo que me hiela la sangre.
—Sé lo que planeas, Charlotte.
Grito e intento correr, pero es demasiado tarde. Siento un dolor punzante
cuando me clava una cuchilla entre las costillas. Me desplomo en el suelo
mientras me desangro y, cuando levanto la vista en mis últimos momentos,
solo lo veo a él mirándome fijamente.
De repente, vuelvo a la realidad sobresaltada, como si acabara de
estrellarme en un auto. Es, con diferencia, la fantasía más salvaje y vívida
que tuve en mi vida. Extiendo la mano y me palpo las costillas para
asegurarme de que sigo entera.
Santo cielo, si estoy así de mal psicológicamente antes de salir a mi
operación encubierta, puede que no sobreviva a esta noche. Pero no puedo
echarme atrás ahora. No puedo dejar que estas dudas persistan, no puedo
dejar que una niña siga en las garras de un monstruo si eso es lo que Kostya
es en realidad.
Necesito saber la verdad.
Así que despejo mi mente, meditando por un minuto antes de abrir los
ojos y dirigirme al armario. Una chica Bond se pondría algo brillante y
ajustado para una reunión en el Baltzley, pero yo no soy una invitada sino
una espía: Lowe, Charlotte Lowe. Esta noche es mi noche, y lo que me
ponga importa tanto como lo que haga.
Incluso si lo que estoy haciendo es cometer un error muy, muy grande.

E l hotel es ostentoso y glamoroso a una escala tan colosal que me cuesta


comprenderlo. He venido antes, pero este nivel de opulencia es tan
desmesurado que asimilarlo todo requeriría más visitas de las que tengo
tiempo de hacer. Los siete candelabros de cristal que hay en el vestíbulo
cuelgan de lo que creo que son cadenas de oro auténticas, arrojando prismas
de luz y colores que danzan por un techo de altura kilométrica. Los asientos
de cuero, el servicio gratuito de aperitivos y bebidas y el conserje con
esmoquin hacen saber que una estancia aquí supera con creces mi salario,
pero mantengo la cabeza en alto y me dirijo con cautela hacia los
ascensores.
Traigo en mi bolso una copia de la tarjeta de acceso de Kostya y, como
recién son las siete y él todavía no había salido para cuando yo me fui, sé
que no está aquí. Mi plan es escabullirme en la habitación, encontrar un
escondite discreto para mi grabadora de voz recién comprada, esperar a que
se vayan, recuperarla y dejar que Google Translate haga su magia. De este
modo, no estaré en la habitación cuando lleguen, no estaré en la habitación
mientras hablan y no estaré en la habitación cuando se vayan, pero tendré
toda la información que necesito.
Quien diseñó el ascensor —un ascensor inteligente que no requiere que
el usuario toque ni un botón— llevó la forma y la función a nuevas
fronteras. Las paredes son espejos grabados que hacen alarde del logotipo
del hotel, con bancos de terciopelo que forman una L a la derecha y el
botones con copas de espumoso champán a la izquierda. Los botones y el
personal deben tener su propio grupo de ascensores, porque aquí seguro no
cabe uno de esos grandes carritos rodantes.
Subo a la última planta y deslizo mi tarjeta en la puerta. No tengo
tiempo de detenerme a admirar las delicias de la suite de Kostya como se
merecen. Tengo que entrar, salir y desaparecer antes de que llegue alguien.
A pesar de todo, no puedo dejar de ver cómo se siente un colchón que
cuesta tres mil dólares la noche. Es como una nube. Una nube celestial bajo
mi trasero. Vaya, si tuviera una cama como esta, me iría a dormir a las siete
todas las noches.
—Por el amor de Dios, Charlotte, reacciona —tengo un objetivo, un
propósito, y no tiene nada que ver con esta maldita cama. La habitación
principal no tiene demasiados lugares donde pueda esconder la grabadora y
odio optar por el más obvio, que es debajo del sofá, pero es el más lógico.
Estoy de rodillas delante del sofá cuando se abre la puerta y oigo a Kostya y
Yelisey.
Ay, mierda.
Esto es muy malo. Me pongo en cuclillas, me arrastro hasta el otro
extremo del sofá y espero antes de salir corriendo hacia el dormitorio para
esconderme detrás de la puerta.
No los escucho hablar y no los entendería aunque pudiera, pero me doy
cuenta del momento en que Kostya se acerca a mi sencillo escondite. Podría
haberme metido en el armario, que probablemente es más grande que mi
habitación en casa de mamá. Incluso podría haberme metido debajo de la
cama, o quizá desaparecido en el balcón hasta que todos se fueran, pero, en
lugar de eso, como la genio que soy, me escondí detrás de una puerta que
pueden cerrar en cualquier momento y descubrirme.
Espero a que entre en el baño para salir, pues la idea del armario me
gusta cada vez más después de descartar el balcón por la lluvia. Cuando
abro la puerta del armario, él abre la del baño y nos encontramos cara a
cara, a escasos centímetros el uno del otro.
Lo único que se me ocurre decir es:
—Mierda.
10
CHARLOTTE

No sabría decir si está enfadado. Está rígido y con la respiración


entrecortada, pero coge mi brazo con delicadeza. Si estuviera enfadado, me
estaría dejando moretones en la piel. Al menos, eso es lo que me digo a mí
misma al ver un semblante de furia aterrador en su mirada.
—¿Qué haces aquí? —increpa con tono cortante. Mide cada palabra y
su acento.
Pésima espía sería yo. Ni siquiera se me ocurre una buena respuesta.
Literalmente tengo la mente en blanco. Es que no tengo ninguna razón para
estar en esta habitación, en este hotel ni en esta parte de la ciudad.
—Vi en su agenda que estaría aquí hoy y quería darle una sorpresa —
desde que empecé a cuidar a Tiana no me fijé en ninguna agenda, ni sería
capaz de seguir una.
—Mi agenda —frunce los labios y entiendo que me descubrió, lo sé. Lo
único que queda por hacer ahora es esperar a que me imponga el castigo
que considere oportuno. Con suerte, solo me despedirá y no ordenará que
me pongan zapatos de concreto ni nada parecido. Su tono es mordaz—.
¿Quién eres, Charlotte Lowe?
No sé si lo pregunta en sentido literal o si quiere una respuesta más
abstracta.
—No le…
—¿Eres una espía de los Whelan? —pregunta con dureza.
—No —ni siquiera sé quiénes son los Whelan, solo reconozco el
nombre como una palabra vociferada durante el interrogatorio de Kostya. E
n cuanto a ser una espía, pues ni cerca.
—Pero si lo fueras, no lo admitirías.
—No, pero no lo soy —ahora sus dedos aprietan la suave carne de la
parte superior de mi brazo—. Me haces daño.
—Y tú me mientes —me aparta como si no pudiera soportar tocarme.
Sí estoy mintiendo y no hay una forma elegante de negarlo. ¿A quién
quiero engañar?
—Kostya.
Cierra la puerta de golpe y me empuja hacia él sin ningún tipo de
ternura, sin delicadeza en los dedos que se me clavan en los brazos, sin
nada de ternura en su expresión cuando me fulmina con la mirada. Su beso
se siente áspero, exigente, castigador. De golpe se aparta.
—¿Por qué tú, Charlotte? De todas las personas, ¿por qué tenías que ser
tú?
¿Por qué tenía que ser yo? ¿Ser qué?
—No sé de qué me está hablando.
Sus ojos relampaguean iracundos mientras sus dedos me aprietan el
brazo y lucho por quitármelo de encima. No me está dando buenas vibras, y
se me hace un nudo en el estómago al pensar en todo lo que vi y escuché.
No tengo muchas pruebas, pero este momento sin duda cumple los
requisitos para parecer cosa de la mafia.
—¿Cómo superaste la verificación de antecedentes de Yelisey? —antes
de poder responderle, o mejor dicho, exigirle ver la verificación, apoya su
frente sobre la mía y repite —. ¿Por qué tienes que ser tú?
Es desesperante que un ruso corpulento que me acusa de espiarlo para
sus enemigos me manosee, y no en el buen sentido. Me imagino a mi
madre, sola, sin saber nunca lo que me pasó después de la noche en que le
pedí que cuidara a Tiana. Ah, pobre Tiana. Primero su madre, luego yo.
—No soy yo, Kostya. No soy espía de nadie —mi voz vacila, sueno
débil y asustada. Y aunque sí me siento así, odio que lo sepa. En este
momento odio a este hombre, y me odio a mí misma por ser tan estúpida.
Me empuja de nuevo y tropiezo hacia atrás. No puedo creer que este sea
el mismo hombre que me desea dulces sueños todas las noches, o al menos
las noches que está en casa; el que se sentó a ver la misma película de
princesas cuatro veces para que Tiana se durmiera; el mismo hombre que ha
amado mi cuerpo tan a fondo, con tanta pasión.
Se da vuelta pasándose las manos por el pelo, se afloja la corbata y
desabrocha el botón superior de su camisa.
—Te lo preguntaré una vez más: ¿qué haces aquí? —su voz es profunda
y peligrosa.
No sé qué respuesta hará desaparecer la ira, permitirá que quiera
comunicarse y hará que deje de mirarme como si quisiera matarme o, más
bien, como si estuviera triste por tener ordenar que me maten.
—Estoy aquí porque… —quiero decirle la verdad, pero no quiero
renunciar a averiguar quién es en realidad, y de ninguna manera admitirá
que es un rey de la Bratva rusa—. Porque me estoy enamorando de usted.
Dios mío. De todas las mentiras que podría haberme sacado de la
manga, ¿decidí decirle que me enamoré?
—¿Enamorándote?
Creo que logré desconcertarlo, porque deja que me acerque, le recorra el
pecho con los dedos hasta llegar al cuello de su camisa, le rodee el cuello y
acaricie su pelo. Ya estoy tan loca que no puedo discernir si solo intento
salvar mi pellejo o si hay algo de verdad en lo que dije.
Cuando sus brazos me envuelven la cintura, ya no importa. Sea jefe de
la mafia o no, quiero que me abrace. Eso me hace recordar que Yelisey está
en la habitación de al lado junto a mi grabadora, y no puedo hacer nada al
respecto porque Kostya me está comiendo el lóbulo de la oreja con la boca,
haciendo que mi vientre se estremezca y se me mojen las bragas.
Quiero tocarlo, sentir el calor de su piel, las contracciones y relajaciones
de cada músculo. Es un hombre extraordinario y mi pequeña mentira me
brindó otra oportunidad para explorar su cuerpo, además de salvarme la
vida. Porque, sin duda alguna, si Kostya no me mata, se lo ordenará a
Yelisey. Aunque Kostya no parece de los que rehúyen de cumplir con su
trabajo sucio.
Suelta un gruñido de frustración mientras me levanta el vestido con una
mano y me baja las bragas con la otra. Sigo queriendo tocarlo, pero me
voltea, me empuja sobre el lavabo y, antes de que pueda prepararme, me
penetra hasta que nuestras caderas se encuentran y gime con cada
embestida.
No me queda nada de gracia ni elegancia. Me vuelvo lasciva y salvaje,
me aferro a él por donde puedo, tomándole las muñecas y aguantando
mientras la pasión va en aumento en mi interior. Sus dedos se hunden en mi
carne, haciéndome gritar por lo cerca que estoy de acabar, porque quiero
venirme, porque mi piel está demasiado erizada como para contenerme.
Gruñe, arremete con otra embestida y su cuerpo se estremece mientras
el mío se derrite. No puedo respirar ni pensar, no tengo ni idea de lo que
acaba de pasar ni de lo que significará esta vez, pero tampoco me importa.
Cuando me levanto, apoya la frente en mi hombro.
—No debiste venir hasta aquí, Charlotte.
Sonrío porque todavía estoy disfrutando del éxtasis.
Voltearía a mirarlo, pero me sujeta con demasiada fuerza y no puedo
moverme. Tardo diez segundos en dejar que el pánico se apodere de mí.
—Suéltame —me callo porque las lágrimas me impiden respirar lo
suficiente como para formar palabras y él me abraza más fuerte.
—Kostya, por favor —intento zafarme de sus brazos pero es muy fuerte.
Demasiado, de hecho—. Kostya.
—¿Por qué tuviste que ser tú? —esta vez, no cabe duda de la angustia
en su voz. Y, aunque no lo sé todo, comprendo que cree que soy una especie
de espía.
Esta vez, mi tono es delicado porque necesito que me crea. No hace falta
ser un genio para saber que el sexo no fue suficiente para salvarme la vida.
—Kostya, lo que sea que creas que soy —de ninguna manera diré la
palabra espía—, no lo soy. Solo soy Charlotte. Solo yo.
No puedo verle la cara, pero sus brazos me van soltando y oigo el crujir
de su ropa mientras se sube los pantalones y se mete la camisa por dentro.
—Eres una mentirosa.
Antes de que pueda darme la vuelta, sale por la puerta y escucho cómo
arrastra unos muebles delante de ella. Me está encerrando.
Quizás debí haberle advertido a mamá que preparara una maleta por si
acaso, porque no creo que vuelva pronto a casa.
Corro a golpear la puerta de madera.
—¡Déjame salir! Kostya —cada manotazo es más fuerte, más frenético
y más desesperado—. ¡Kostya!
No responde.
Me dejo caer en las baldosas del baño y me quedo mirando por la
ventana, deseando que se me hubiera ocurrido meter un paracaídas en el
bolso. Tuve muchas ideas estúpidas en la vida: escabullirme en décimo
grado para ir con Robby Wilgeiler a mi primera fiesta con chicos, mi
desacertado viaje a Sturgis con un disque motociclista llamado Jay Porter
después de la universidad, o cualquiera de las aventura que tuve con Lila
después de séptimo grado… pero infiltrarme en este habitación para tratar
de espiar a un hombre que seguramente conoce a agentes dobles, espías
reales, y que podría tener a más de uno de ellos en su nómina,
probablemente tenga una puntuación de once sobre diez en la escala de la
estupidez.
Este minúsculo baño parece hacerse cada vez más pequeño. Me acerco a
la ventana e intento abrirla por si acaso no está bien cerrada, pero no hay
caso.
Quitándome un tacón, lo agarro con fuerza por la suela, reúno fuerzas y
golpeo con todo lo que tengo. Bingo. Hago una pequeña hendidura, lo que
es un estímulo más que suficiente para intentar de nuevo.
Ding, ding, ding. Golpeo hasta que me duele la mano y respiro con
dificultad.
Entonces, por fin, se produce un gran avance cuando el entramado de la
ventana se resquebraja y estalla hacia el exterior. ¡Houston, hemos
despegado!
Con el tacón, derribo los fragmentos que quedan e intento levantarme.
Me toma unos cuantos saltos y tropezones poder empezar a meter el cuerpo
por la improvisada vía de escape.
Veo una escalera de incendios a un piso por debajo de mí. Puede que me
duela, pero dudo que me haga un daño importante dejarme caer en ella.
Cuando estoy a punto de armarme de valor para dar el salto, recuerdo que
necesito mi grabadora. Aparte de que me costó más de cien dólares, puede
que contenga algo importante. Pruebas o como queramos llamarles.
Pero, cuando voy a medio camino, la puerta del baño se abre.
—Srta. Lowe.
—Sr. Rusnak.
Vuelvo a caer dentro del baño y me echo para atrás hasta que mi espalda
choca con la pared de azulejos. Desconfío. De cerca, Yelisey es simpático, y
luce menos peligroso que Kostya. Su mirada no es tan turbia, no es tan
fornido, su expresión no es tan seria, pero sigue siendo la imagen de alguien
a quien evitas un callejón oscuro.
—¿Qué pensabas hacer con esto? —me enseña el diminuto aparato
plateado en el que depositaba todas mis esperanzas. Como no le contesto, lo
lanza contra la pared para que se rompa en varias docenas de pedazos
imposibles de reparar.
—¿Jugabas béisbol? Porque… vaya, qué buen brazo —me paralizo,
porque en este momento mi vida pasa frente a mis ojos y acababa de
ponerse buena apenas hace unas semanas. No quiero morir así.
—Charlotte.
Cuando dije que Kostya parecía más peligroso, quizá no le di suficiente
crédito a Yelisey.
—Necesito saber, Sr. Rusnak. Por mi bien, por el de su hija. Necesito
poder protegerla —agachando la mirada con vergüenza añado—: Y a mí
misma.
Me ayuda a levantarme y se fija en mis pies desnudos.
—¿Sin zapatos?
No es un punto que pueda refutar.
—No esperaba tener que hacer nada de eso hoy. Solo quería
escabullirme en la habitación, averiguar qué trama Kostya y decidir luego
qué hacer. No hoy —me encojo de hombros, esperando que la verdad sea
suficiente para zafarme de esto.
—Está enfadado —me hace dar media vuelta—. Le dije que me
encargaría… —esa pausa larga me dice todo lo que necesito saber sobre
Yelisey. Su encanto y buena apariencia son una fachada. Es más que
peligroso, pues también es ambicioso y la combinación resulta letal—. De
hacer que todo esto desaparezca.
Su sonrisa hace que las palabras sean todavía más ominosas.
—¿Que desaparezca? —ya no me apetece bromear.
—Tienes suerte de agradarle a su hija —antes de que pueda terminar de
decirme mi destino, la puerta se abre de nuevo. Esta vez, entra Kostya.
Su cuerpo se ve tenso y su boca describe una línea severa.
—Nos están esperando —veo cómo voltea el sofá y saca un rifle
escondido debajo mientras Yelisey abre el compartimento de la mesita
auxiliar y saca de su interior un gran saco negro. De él extrae un rifle, luego
otro y un tercero, junto con cuatro pistolas y varios cartuchos.
—¿Qué hacemos con ella? —pregunta Yelisey.
Kostya ni siquiera me mira, como si ya no quisiera tener nada que ver
conmigo, y eso es como un puñetazo en el pecho.
—Todavía no termino de interrogarla. Vendrá con nosotros.
—Será un peso muerto, Kostya. Puede que no salgamos vivos de esta si
la llevamos.
—Entonces, dale un arma.
Yelisey no quiere, puedo verlo. No he respirado nada en toda esta
negociación. Sé que mi vida pende de un hilo aquí de alguna manera, aún
sin comprender todo. Solo me queda confiar en que gane el hombre
adecuado. Cuál de los dos es ese, no tengo ni idea.
—¿Confías en ella para darle un arma? —termina diciendo Yelisey.
Kostya se gira y me mira a los ojos por primera vez desde que me
encerró en el baño.
—Si intenta usarla indebidamente, mátala.
Me quedo blanca como un papel.
Yelisey asiente. Mira a Kostya una vez más, luego a mí, y levanta una
Glock.
—¿Sabes cómo usar esto?
Trago saliva a pesar del nudo que se me hizo en la garganta, tiro la
corredera hacia atrás, agarro un cartucho y lo encajo en su sitio. Tiro de
nuevo de la corredera y compruebo la mira. Yelisey y Kostya me miran,
curiosos.
—Solía ir al campo de tiro con mi padre —digo a modo de explicación.
—Hay Whelan en todos los pisos y en las salidas —Kostya parece
tranquilo mientras saca más armas de detrás del armario de la televisión.
—Ublyudki.
Conozco la palabra de tanto oírla en la oficina de Kostya. Significa
bastardos. Mi corazón retumba tan fuerte que no puedo oír nada más que
mis palpitaciones mientras trazan un plan.
—¿Por qué no podemos esperar aquí hasta que lleguen más de tus
hombres? —pregunto con el corazón en la garganta. No sé mucho, pero sé
que al otro lado de la puerta de la habitación nos espera el peligro. Ya no me
pregunto si Kostya es de la Bratva, de la mafia o simplemente un tipo que
colecciona armamento pesado. Ya no me importa. Al menos, no ahora. Solo
quiero seguir viva para llevar a Tiana al océano y volver a ver a mi madre y
cualquier otra cosa que pueda hacer si supero esta noche.
Kostya me mira fríamente.
—Ellos no esperarán —sonríe, aunque no hay ni un ápice de calidez en
su gesto, que me asusta—. Hoy no es tu día para morir.
11
CHARLOTTE

Kostya parece un pez en el agua aquí de algún modo, portando sus armas
aseguradas, cargadas y apuntando el rifle como si este fuera el escenario al
que pertenece.
Siempre pensé que parece el rey de todas las salas de juntas en las que
entra, pero eso no es nada comparado con esto.
Hay una llama en sus ojos que nunca vi antes y casi puedo sentir la
pasión que se desprende de su cuerpo como si fueran auténticas ondas de
calor. Ya se quitó el saco del traje, se aflojó la corbata, y el arma le da un
toque poderoso a un hombre que no necesita ayuda para parecer fuerte.
Kostya y Yelisey se comunican en ruso, dejándome descalza, con pistola
en mano y el miedo invadiendo cada célula de mi cuerpo. Pienso en Tiana y
en todo lo que ya perdió. Como ninguno me presta atención, tomo una
segunda pistola del saco negro que sacó Yelisey.
Acto seguido, me la pongo en la cintura y vuelvo al baño por mis
zapatos, porque no pienso morir descalza.
Cuando vuelvo al salón principal, Kostya se dirige a mí sin mirarme a
los ojos. Nunca me sentí tan insignificante, como si midiera apenas un
centímetro. Mírame, estoy a punto de suplicarle. Por favor, aunque sea
mírame a los ojos, así sea solo por un segundo. No me mira.
Sus manos siguen examinando la pistola que sujetan: activa y desactiva
el seguro, comprueba la corredera, vacía la recámara y vuelve a cargarla.
Miro fijamente sus dedos, petrificada mientras me habla.
—Quédate detrás de mí y agacha la cabeza —saldremos por el ala de
servicio. Empieza a contarme el resto del plan, cosa que no me aclara casi
nada más allá de decirme «deprisa, corre, dispara». —Las cosas ocurrirán
rápidamente —baja mucho la voz—. Y lo que le dije a Yelisey iba en serio:
si intentas huir, te mataré.
Abro la boca para decir algo. No tengo ni idea de lo que diré, pero creo
que es importante que hable. Sin embargo, antes de que pueda, Yelisey le
entrega un teléfono a Kostya y se aleja.
Debe estar esperando la llamada, porque ni siquiera mira la pantalla
antes de hablar.
—Envía a cinco hombres para proteger a mi hija —hay una pausa—.
Bien, no la muevan de lugar a menos que sea necesario, pero no pierdas
tiempo si tienen que salir de ahí —Kostya toma aire y asiente—. Dimitri, lo
que le pase a mi hija, te pasará a ti.
Tira el teléfono desechable en el sofá y le hace un gesto afirmativo a
Yelisey.
—De acuerdo. Nos separaremos en el salón de baile —vuelven a hablar
en ruso y yo espero, captando un par de palabras: «Explosión», «Whelan».
Kostya asiente una última vez y me mira.
—¿Estás lista?
Estamos en un hotel lujoso en pleno centro de Los Ángeles y están
lanzando palabras como explosivos. Por supuesto que no estoy lista. De
todos modos, tengo buena puntería. Espero que alcance para mantenerme
con vida el tiempo suficiente para lograr salir de este lugar intacta.
Sin daño físico al menos, porque psicológicamente puede que nunca me
recupere.
Sigo a Kostya hasta el pasillo y bajamos las escaleras. Yelisey va detrás
de mí, y no me preocupo por él hasta que estamos en el último rellano antes
del último tramo de escaleras, cuando se me acerca.
—Si le disparan por la espalda, te dispararé en la cara.
Luego vuelve a subir por la escalera. Una puerta rechina al abrirse,
luego se cierra de golpe y ahora solo quedamos Kostya y yo. Antes de
cruzar la puerta, se detiene y se voltea de nuevo hacia mí. Hay una dulzura
en su rostro que hacía días que no veía.
—Ojalá no fueras tú —dice, casi en un susurro.
—Kostya, yo no…
—Cállate —ordena, y hago silencio como si me hubiera hechizado.
Nunca me sentí tan indefensa. Necesito que confíe en que no soy una espía
de los Whelan. Solo soy… estúpida, supongo. Testaruda y estúpida y muy
cabeza dura. Puedo ver con solo mirarlo que no me creería ni una palabra.
Así que asiento y agacho la mirada.
—Si nos separamos, te encontraré —me dice. Podría ser bonito si no
sonara como una amenaza—. Si te capturan, no les digas nada.
—¿Cómo podría decirles algo? No sé nada —replico.
—Eso es bueno —luego, sus ojos se tornan negros y cualquier consuelo
que pudiera haber encontrado en ellos hace un segundo desaparece. Ahora
está enfocado en su trabajo, como un macho alfa, un asesino experto.
Yo por mi parte estoy parada al pie de la escalera, preguntándome cómo
mis peores pesadillas se hicieron realidad de repente.
Abre la puerta un poco para asomarse. Lo sigo a través de esta puerta y
de otra a la izquierda del pequeño pasillo. El salón de baile está vacío, con
unas mesas amontonadas a un lado y nada más que el amplio espacio
abierto donde estamos.
—¿Dónde están los empleados?
Es una pregunta razonable aunque no sea el momento adecuado para
formularla. Sin embargo no responde, solo avanza por la sala. El hombre es
sigiloso como un jaguar, una bestia salvaje con colmillos que gotean sangre,
y yo soy caperucita roja con una pistola bajo la capa y enamorada del lobo
feroz.
El primer disparo viene de nuestra derecha, pasa zumbando desde atrás
de la montaña de mesas y atraviesa un pequeño punto de la pared. Estallan
unas columnas de yeso y me zumban los oídos, mientras Kostya rueda por
el piso, disparando con una mano y poniéndome detrás de él con la otra.
Suena otro disparo detrás de nosotros, y Kostya vuelve a voltearse
mientras yo apunto hacia donde creo que vino el disparo. Disparo dos veces
sin saber si le atiné a alguien.
Sinceramente, me sorprende haber decidido disparar el arma que tengo
en la mano. Esto es algo totalmente distinto a todo lo que experimenté en
mi vida, salvo en una sala de cine o un videojuego. Somos personas de
verdad, disparándonos unos a otros con intenciones de matarnos.
No tengo mucho tiempo para reflexionar sobre este hito que acabo de
alcanzar, pues Kostya abre fuego justo delante de nosotros al tiempo que me
arrastra hasta la puerta. Vuelvo a disparar hacia atrás de nosotros y oigo un
gemido.
Le di. Ahora quiero vomitar.
—Vamos —Kostya me hace ir por delante de él y me empuja hacia una
salida. Al atravesarla, me encuentro una furgoneta negra con la puerta
abierta, esperando en la calle.
—Vete, Charlotte.
—¿Y tú? No me sentía tan viva desde la última vez que usé un arma,
hace años.
Sus dedos me rodean los brazos, clavándose en la piel tersa por encima
de mi codo.
—Te dije que te fueras, Charlotte —me arrastra hasta la furgoneta—. Te
encontraré pronto. Vete ya.
Hay un hombre armado con un arma automática dentro de la furgoneta,
y otro tipo al volante.
—Kostya.
—¡Charlotte! —su tono es severo—. No es una discusión, maldita sea.
Entra en la puta furgoneta, ya —Le hace un gesto con la cabeza al
conductor—. Llévala a piso franco y quédate con ella. No la pierdas de
vista.
El hombre armado que me ayuda a entrar en la furgoneta me decomisa
mis armas y cierra la puerta con un ruido metálico que suena extrañamente
siniestro.
—Siéntate y disfruta del viaje —su acento es muy marcado, y yo ya no
puedo seguir negándolo. No se trata solo de un grupo de ladrones
corporativos, esto es peligro puro envuelto en Armani y traído directamente
desde la Madre Patria Rusa.
—¿Cómo te llamas? —aunque se lo pregunto, sé que no responderá—.
Yo soy Charlotte.
—Te mantendrré a salvo, perro no hablar —se queda mirando por la
ventana y mantiene su arma apuntando al techo mientras la mía descansa
sobre su regazo. La adrenalina me quema las venas y estalla en mi pie, que
se agita ansiosamente.
No tengo ni idea de a dónde voy, pero sé que la furgoneta no se dirige a
la mansión. Estamos saliendo de Los Ángeles por la ruta 10.
P asan casi dos horas hasta que la furgoneta se detiene frente a una de esas
villas de Palm Springs completamente blancas y con iluminación de lujo.
Hay hombres armados resguardando la puerta por el lado de la piscina. Las
ventanas van del suelo al techo, y todo el lugar parece inmaculado. Hasta
huele a cloro.
—¿Qué es este lugar?
Ninguno de los hombres que me trajeron ni los que hacen guardia
responde. Bien podría estar hablando con la pared. Cuando me dispongo a
caminar por el pasillo, uno de los gorilas me bloquea el paso sin decir nada.
—Bien —no tiene sentido luchar, son más grandes y tienen armas. Las
armas de Kostya. Los hombres de Kostya están usando sus armas, lo que
significa que ya no puedo negarlo: Kostya es… todo lo que creí que era. El
bueno, el malo y la mafia rusa.
Esta conclusión estúpida y obvia que llevo negando demasiado tiempo
me embiste como un tren desbocado. Sé que soy una tonta por ignorarlo,
por elegir no creerlo, y por negarlo ante el periodista en la tienda de paninis
y a mí misma. También por mil millones de razones más. ¿Por qué acepté
este trabajo? No por Lila, que me dejó lidiando con la tiranía de nuestra
madre. Que se joda, no lo hice por ella ni por mi madre. No realmente.
Lo hice porque estaba enamorada de un hombre sexy.
Qué estúpida soy. ¿Qué tan tonta hay que ser para dejar que algo tan
banal como una calentura te conduzca a un nido de asesinos cruzando
disparos e interrogatorios que involucran objetos contundentes entre sí? Tan
tonta como yo, al parecer, porque me metí en la vida personal de Kostya
como si se tratara de un alegre paseíto por el parque. Como si no me diera
cuenta solo con mirar al infame Kostya Zinon del peligro que acecha detrás
de esos ojos preciosos.
Lo sabía, lo sabía con toda certeza, pero preferí no enfrentarme a la
verdad. Ahora estoy aquí.
En la boca del lobo, rodeada de guardias armados, y el único hombre al
que podría importarle una mierda debe estar tan lleno de agujeros de bala
que podría pasar por un queso suizo, o bien tiene litros de sangre enemiga
en sus manos y venir a derramar un poco de la mía.
Incluso si alguna vez le interesé a Kostya para algo más que solo tener
sexo cuando lo deseara, estoy segura de que aplasté todo eso por andar
fisgoneando, entrometiéndome y tratando de poner micrófonos en su puta
habitación. Tiene todo el derecho a estar furioso conmigo. ¿En qué estaba
pensando? Debería estar en casa con Tiana, acurrucada y viendo una
película. Nada de esto debería estar pasando, pero está ocurriendo, y todo es
mi culpa.
Me tumbo en el sofá y trato de descifrar qué implicará todo esto, tanto
para mí como para la niña que me robó el corazón antes de que pudiera
darme cuenta. ¿Cómo podrá alguien proteger a Tiana? Dios, esta noche
estábamos en un hotel ruso y eso no impidió que los Whelan encontraran a
Kostya y dejaran el lugar hecho un colador.
Estoy segura de que no puedo proteger a Tiana de eso, y no es como si
Kostya vaya a dejar que me vaya con ella. De todos modos, no tengo a
donde llevármela. Además, hay que tener en cuenta a mi madre y a Lila,
aunque ahora mismo no sea una prioridad en mi lista. De ningún modo
buscará a Lila si me escapo con su hija, aunque sea por su seguridad.
Me recuesto y cubro mis ojos con el brazo. No me preocupa el
‘personal’ patrullando esta villa impoluta, con sus rifles tan grandes como
el sofá en el que estoy posada. Si quisieran lastimarme, ya tuvieron muchas
oportunidades. Además, el efecto de la de adrenalina se terminó.
Estoy agotada. Me duelen los músculos, los pies y los ojos, como si
estuviera hastiada de ver el mundo. Quiero chasquear los dedos y que venga
alguna enfermera y me dé morfina hasta hacerme dormir unos cuantos días.
Tanto tiempo como haga falta para poder volver a tener una vida normal
cuando despierte.
A pesar de la fatiga, mi cerebro se niega a descansar. Lo único que
escucho son las palabras de Kostya: ¿por qué tuviste que ser tú? No sé qué
significa, pero no hace falta ser un experto en descifrar códigos de la CIA
para saber que no puede ser nada bueno. Seguro que es algo lo bastante
malo como para que me despida y quede en malos términos con la mafia
rusa. Puede que hasta termine muerta, si estropeé demasiado las cosas.
Si Kostya es quien creo que es, claro, y ¿cómo podría no serlo? Hay
cinco tipos armados hasta los dientes con chalecos antibalas en las entradas
de esta casa y no sé a dónde se fueron los tipos que me trajeron aquí, pero
supongo que estarán vigilando los exteriores. Eso es un montón de artillería
y municiones para un simple promotor inmobiliario.
Tiene que ser de la Bratva, no hay otra forma de explicarlo.
Pero, ¿y qué si lo es? Dona millones de dólares a organizaciones
benéficas y hospitales infantiles. Su forma de ser con Tiana es… adorable.
No puede ser que el hombre que le lee antes de dormir y se sienta en el
suelo a colorear con ella sea responsable también de todas las cosas ilegales
que he leído que se le atribuyen a la misteriosa mafia rusa de la Costa
Oeste, algunas de las cuales no puedo ni imaginarme.
Mi mente da vueltas y vueltas toda la noche como un carrusel. Para
cuando por fin siento que mis párpados empiezan a caer por el cansancio,
ya consideré todas las profesiones que se me ocurren y sigo sin poder
justificar ese tiroteo al final de la gala del hospital, el fuego cruzado en el
Baltzley, la cantidad de hombres armados que siempre rondan a Kostya.
Nada tiene ninguna explicación aparte de la obvia: Kostya es quien dicen.
Un asesino, un jefe de mafia, un animal.
Por otro lado, no puedo llegar a reconciliar al hombre que besaba como
un amante con un hombre que ordena asesinatos, porque simplemente no
tiene sentido. Dos más dos es igual a cinco, y no importa cuántas veces
vuelva a sacar las cuentas, sigue resultando lo mismo.
No hay paz en mi cabeza, a pesar de lo mucho que la busco. Las horas
van y vienen como las olas en la playa, mientras me debato entre las
mismas preguntas y la misma montaña de pruebas que gritan Culpable.
Cuando por fin logro dormir en algún momento de la madrugada, mi
sueño es intranquilo y pesado. Tengo sueños febriles y confusos en los que
aparecen siluetas oscuras que vienen por mí, persiguiéndome por pasillos
interminables. Mientras corro, la escena se ve interrumpida por las palabras
de Kostya, una y otra vez.
¿Por qué tenías que ser tú?
¿Por qué tenías que ser tú?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

—C harlotte —me incorporo y veo que está aquí, a salvo. Desaliñado, con
la corbata sin anudar, la camisa desabrochada, el pelo alborotado, pero aun
así se ve guapísimo, poderoso. Se dirige al hombre a su izquierda, que porta
un AR15—. Márchate.
El tipo agrupa a sus compañeros y no se pronuncia una palabra más
mientras se marchan.
—Me alegro de que esté bien —suelto. El pensamiento se me escapa
antes de que pueda detenerlo. Sé que no es lo correcto, pero no puedo
evitarlo.
Esboza una sonrisa que no concuerda con la expresión de su mirada.
—Deberíamos hablar.
Estoy de acuerdo, aunque no me agrada la ira que se oculta detrás de
esos ojos azul metálico. No me muevo y él no se acerca, pero siento una
atracción. Una parte de mí quiere lanzarse sobre él y otra parte quiere
arrojarle un florero.
—De acuerdo —trago saliva.
—Charlotte, los hombres que nos dispararon recibieron información
desde dentro de la… empresa.
Así que es verdad, cree que soy estúpida.
—¿La empresa? ¿Así es como la llamaremos? —¿qué carajo?—. ¿En
serio? ¿La empresa?
De pronto, me hierve la sangre. Quizá porque le disparé a alguien y aún
tengo que lidiar con eso, o quizá porque me dispararon a mí. Quizá incluso
sea porque sigue tratándome como si fuera demasiado estúpida como para
saber la verdad sobre él y su negocio.
—¿Por qué no somos sinceros y llamamos a su 'empresa' —uso comillas
aéreas— ,por lo que es? ¿Una puta organización criminal? Es un criminal,
Kostya. Debería estar preso.
—Ten cuidado, Charlotte. Por algo estoy en la posición que estoy.
Ya no me importa. Llevo toda la noche encerrada en esta casa con
matones enmudecidos que me trataron como a una prisionera, tengo mucha
rabia contenida que quiere descargarse sobre Kostya. Amenazas o no,
asesino o no, estoy en un punto en el que eso no me preocupa. Antes ni
siquiera sabía que estaba enfadada y, sin embargo, a la luz del amanecer,
estoy más que enfadada: estoy iracunda.
—Porque mata gente —ahora todo parece tan claro—. Por eso tiene esa
posición, porque es un asesino a sangre fría.
Kostya se me acerca con semblante feroz y amenazante.
—Cuidado. En la vida no todo es blanco y negro, Charlotte —está tan
cerca que puedo oler los residuos de colonia en su ropa, ver las motas de
azul más oscuro y profundo en sus ojos, oír el tumulto de un rugido que
emerge en su garganta—. Soy quien estuve destinado a ser desde que nací.
No tuve elección al respecto. Era mi destino, y lo acepto porque sé lo que
soy.
—Un asesino —me da asco que la palabra salga de mi boca, pero me
siento mejor en cuanto desaparece, como si fuera una arcada. La realidad
me revuelve el estómago.
Kostya Zinon es un asesino.
Se acerca a mí.
—Hoy te salvé la vida.
Me río por lo absurdo de su afirmación.
—Hoy es un nuevo día y salió el sol, Kostya. Y, para que quede claro yo
salvé mi propia vida, usted me mandó de paseo —no sé si estoy siendo
valiente o estúpida y no me importa, solo necesito calmar la llama en mi
interior y liberar esta ira parece la única forma de hacerlo.
—Te lo advierto una última vez, Charlotte. No voy a repetirlo.
Me acerco más y le rodeo el cuello con mis manos. Debe parecer
ridículo: el hombre me lleva al menos medio metro de altura, por Dios. Sin
embargo, tengo la necesidad imperiosa de ponerle las manos encima.
Quiero hacerle saber que yo también puedo ser peligrosa. Para mi sorpresa,
no me detiene. Ni siquiera se mueve.
—Dice muchas cosas que no acaban significando nada. ¿Qué más da
decirlas una o mil veces? —aprieto las manos, clavándole las uñas—. Hay
hombres intentando matarlo.
Solo puedo pensar en qué pasará con Tiana. ¿Cómo piensa evitar que
sea víctima de la violencia?
—Ahora tiene una hija.
Sacude la cabeza.
—Los Whelan no irán tras Tiana. Quería darles un mensaje.
No sé qué quiere decir con eso, de seguro es algo peligroso en jerga de
mafiosos, pero en mi idioma no significa nada.
—¿Darles un mensaje? —resoplo en son de burla. Luego empiezo a
reírme —¿Quién es ud. para que un mensaje suyo signifique algo para estos
tales Whelan? —una pregunta que estoy segura que ellos también se hacen.
Ya que estamos en esto…—, y ¿quiénes son los Whelan?
Kostya me aparta la mano de su garganta y acerca su cara a la mía, pero
no me inmuto porque la adrenalina me vuelve intrépida. Puede que la
Charlotte intrépida sea la misma Charlotte estúpida con otro nombre, pero
si moriré porque él de verdad es este asesino que afirma orgullosamente ser
y no le hice caso a sus advertencias, al menos moriré sabiendo la verdad.
—No estás preparada para las respuestas a las preguntas que haces —
sus ojos se ven inmensos tan cerca de mi cara. Son todo lo que puedo ver.
Le respondo con un siseo.
—Por si lo ha olvidado, me disparaban igual que a ud. Creo que me
debe respuestas.
Me mira a la cara un momento y debe de haber encontrado lo que
buscaba, porque se encoge de hombros, se para derecho y se aparta para
arreglarse el puño de la camisa. Me quedo quieta en silencio, esperando.
—Los Whelan son la mafia irlandesa —dice por fin—. Trabajan sobre
todo en operaciones de importación y exportación, con un robusto comercio
de armas que abarca la zona este de la ciudad. Ya son responsables de
catorce asesinatos este año, y de sesenta y siete en la última década. El
método de tortura que prefieren emplear son las cuchillas de afeitar bajo las
uñas, y les gusta liquidar a sus cautivos infligiéndoles traumatismos por
objetos contundentes —vuelve a dirigirme una mirada tan fría como el hielo
—. ¿Esa es suficiente verdad para ti, Charlotte?
Sé que quiere asustarme y debería funcionar. Después de todo, las cosas
que acaba de mencionar son francamente aterradoras. Sin embargo, sigo
esperando una excusa, algún tipo de vía de escape que me aleje de toda esta
locura y de todas las horripilantes suposiciones que estoy a punto de aceptar
como realidades.
Así que hago la única pregunta que lo consolidará todo. Esta es la última
oportunidad de Kostya para dar marcha atrás. Si responde bien a esta
pregunta, podrá convencerme de que todas mis locas teorías que lo ponen
como jefe de la mafia no son más que humo y yo podré volver a mi vida
normal, que consiste en mirarlo de reojo y jugar al sube y baja con su
preciosa hijita. Podría ser solo un promotor inmobiliario, un millonario sexy
con un trasero para morirse, y yo su secretaria. Todavía podemos volver a
eso. Todo lo que necesita es decir las palabras correctas cuando me aclare la
garganta y haga mi pregunta.
—¿Por qué lo atacaría a ud. la mafia irlandesa?
Tan pronto como las palabras salen de mi boca, espero en vilo. Kostya
suspira y me mira, con una pregunta centelleando en su mirada, como
preguntando si de verdad quiero saber.
Asiento tenuemente. Estoy segura de querer saber. Dime la verdad por
una vez en tu vida. Puedo soportarlo.
—Pertenezco a la Bratva rusa. ¿Sabes lo que es eso?
—Sé lo suficiente. Creo que más de lo que crees —tanto como pude
averiguar en Google.
—Charlotte … —suena decepcionado. Tiene los ojos cerrados y no
alcanzo a discernir si se trata de una emoción real o solo es otro de los
juegos de Kostya, otro de sus engaños—. Entonces sabes que no dejo que
nada se interponga en mi camino. Ni siquiera mis sentimientos.
Estoy pegando alaridos antes de poder darme cuenta.
—¿Qué se supone que significa eso? ¿Que sientes algo por mí? ¿Qué
clase de sentimientos? ¿Desprecio? ¿O solo un poco de lujuria ocasional?
Ah, pero si tienes que matarme, lo harás. Claro que sí. ¿Sabes qué, Kostya?
púdrete.
Puede que sea un asesino ruso, pero no es diferente a todos los hombres
que he conocido: un analfabeta emocional.
No tengo por qué quedarme aquí a que me haga sentir peor de lo que me
siento ahora y, para ser honesta, ya no me importa un comino lo que diga.
No es el hombre que yo creía que era.
Quiero castigarlo por defraudarme. Siento mi cuerpo demasiado tenso,
mi cabeza demasiado pesada, y mi rabia es demasiado grande como para
que quepamos todos en esta habitación: Kostya, mi rabia y yo.
—Me largo —si el auto está ahí fuera, me lo robaré. Si no, caminaré.
Pero no puedo quedarme con él.
—Charlotte —coge mi brazo, suave pero firme, al tiempo que se mueve
de modo que su cuerpo se interpone entre la puerta y yo mientras me retiene
contra una mesa—, no hay ningún auto, no tienes cómo volver hasta que yo
dé la señal —no está siendo petulante, no es el matón que esperaba que
fuera.
Es solo Kostya aferrándose a mí, con la cabeza agachada, acariciando
mi mejilla con su dedo.
Pero ya estoy harta de que me manipule, de estar cegada por mi propia
lujuria y de que él la use contra mí.
—Jódete, Kostya —sentencio. Trago saliva para contener el miedo que
aflora en mi pecho—. Vete a la mierda.
12
KOSTYA

El mundo se siente pesado ahora. Llevo días sin dormir, mi cuerpo está
dolorido y agotado tras la adrenalina del tiroteo. Los enemigos acechan en
los confines de mi imperio, buscando quitarme lo que me he ganado y me
ha costado construir.
Ahora esto. Tengo a Charlotte en frente con las pupilas dilatadas por la
rabia y, aunque es pequeña, su pecho está bien agitado y tiene los puños
cerrados como si estuviera dispuesta a luchar si fuera necesario. En estos
momentos no me quedan ganas de pelear, pues con la adrenalina
agotándose quedé tan exhausto que no sé cuánto tiempo más podré seguir
de pie. Hace rato estaba furioso con ella, convencido de que debía ser una
espía de los Whelan enviada aquí para derribar mis defensas personales de
la forma más cruel posible.
Sin embargo, incluso cuando se han invertido los papeles y es ella la que
está furiosa conmigo, sigo viendo a la misma Charlotte de siempre.
Charlotte no esconde sus sentimientos. El rubor intenso de sus mejillas
me revela que no solo está enfadada conmigo por acusarla de ser una espía,
sino que también tiene miedo. Me prepararon para esta vida, me enseñaron
a reprimir mi odio y a usarlo para hacer lo que debía hacerse. Charlotte
creció en la soleada California, con días de playa y una madre y hermana
que la quieren. Mi vida nunca tendrá sentido para ella. La metí a mi mundo
sin aviso, como cuando te echan al agua en tu primera clase de natación.
Una mujer enviada aquí a espiarme no estaría tan aterrorizada, ni estaría
temblando de esta manera. A no ser que fuera una actriz estupenda, claro.
Sacudo la cabeza mentalmente. No, no mi Charlotte. Puede que esté
siendo ingenuo, quizás mi convicción de que Charlotte sigue siendo la
misma mujer de siempre es demasiado optimista.
No es una espía y no fue enviada aquí para distraerme. Es una
distracción, claro, pero eso es solo culpa mía.
Porque me estoy enamorando de usted.
¿Lo habrá dicho en serio? No fue solo mi pene el que reaccionó a esa
afirmación. Si yo decidía que sabía demasiado y teníamos que liquidarla,
¿habrían bastado esas siete palabras para salvarla?
—Volveré con Tiana. Tú puedes irte al infierno.
Me da un manotazo en el pecho, haciendo que levante las manos y
retroceda. No porque la fuerza de su agresión me haya movido, sino porque
necesita espacio y tengo que dárselo pues no quiero hacerle daño.
—Tengo a mis hombres vigilándola, protegiéndola.
Bufa mientras se voltea para mirarme y sus ojos destellan.
—¿Igual que los hombres que tenías en el hotel?
Es un argumento válido, pero no me gusta que lo diga. Mi cólera
empieza a aflorar un poco, no me gusta cómo me habla. Estamos en un
momento en el que quizá no podamos dar marcha atrás, un punto sin
retorno.
Me empuja y avanza hasta la puerta.
—¡Charlotte! —la llamo porque sé la clase de dolor que está sufriendo.
Lo único que oye es el sonido de su corazón, y lo único que siente es un
escozor en el vientre.
Se gira para encararme.
—¿Qué podrías decirme? —me reta—. ¿Qué palabras podrían llegar a
solucionar esto?
No tengo nada que decir que pueda arreglar esta situación, nada de lo
que haga borrará esa mirada de sus ojos, pero la deseo y me necesita. No
hay otra razón para darle un beso tan apasionado, para unir nuestros labios
como lo hago, para estrechar su cuerpo en un abrazo mientras mi lengua le
come la boca.
—¡No! —grita mientras la beso—. Suéltame, suéltame ya —termino el
beso en cuanto vuelve a empujarme. Vuelvo a dejar que lo haga.
Parece un animal salvaje ahí parada en plena puerta con el pelo revuelto
y la mirada en llamas.
—No soy tu puto juguete —grita.
—No, es verdad —le doy la razón.
—No quiero que me toques.
Arqueo una ceja.
—Eso sí que no me lo creo.
—Será mejor que lo empieces a creer.
Doy un paso en su dirección, pero me detengo cuando la veo crisparse.
Parece feroz, dispuesta a arrancarme la tráquea si me aproximo demasiado.
Levanto las manos para mostrarle que no quiero lastimarla.
—Dímelo otra vez, Charlotte.
Vacila un poco. Solo una mínima fracción de duda, pero la veo, veo toda
la lucha dentro suyo. La misma guerra se libra en mí, parece como si
fuésemos parte de un sueño febril.
—Dime que no quieres que te toque.
—Yo…
Me acerco más. Ella no se mueve.
—Dime que no quieres que te roce el cuello con mis labios, que no
quieres que deslice las yemas de mis dedos por tu muslo y llegue a tu
vagina. Si me puedes decir eso y creerlo, entonces no te tocaré ni te besaré.
Tampoco te arrinconaré contra la pared para follarte sin piedad hasta que
perdamos la razón.
—Yo… yo no… —la lucha en su interior se convierte en otra cosa, o
quizá solo ha dado paso a algo que ya hervía en su interior. Me desea
mucho, lo puedo ver muy claro. Ella también lo sabe, y sabe que yo lo sé.
Todo esto es un juego, una danza compleja en la que un movimiento en
falso volverá añicos el momento. Ando caminando en la cuerda floja, pero
no voy a resbalar.
Me acerco un paso más, hasta que estamos a un metro de distancia. Su
espalda está apoyada en el marco de la puerta y sus ojos en un trance con
los míos.
—No puedes decírmelo, Charlotte, porque no es verdad. Quieres que te
toque, quieres que te meta los dedos, que te hale el pelo y te abra bien la
boca para que mi lengua la reclame. Quieres ser desnudada y poseída por
mí, dilo. Dilo ahora, dime lo que deseas.
La luz de sus ojos pasa de expresar furia a mostrar sensualidad. Es
víctima de la misma necesidad que me invade a mí. Mi miembro está tan
duro como una barra de acero empujando mi cremallera. La necesito como
nunca necesité nada en toda mi puta vida.
—Yo no… quiero decir, quiero…
Hace minutos que no logra decir una frase completa, pero aun así la
entiendo sin problemas. Salvo la distancia que nos separa y le rodeo el
cuello con una mano. Me pone unos dedos en la muñeca sin apartarme la
mano. Con la otra, levanto el dobladillo de su vestido y recorro su sexo por
encima de la tela de sus bragas.
—Kostya… —murmura entre jadeos.
Junto nuestras frentes al tiempo que susurro en voz baja y carrasposa.
Mientras lo hago, retiro sus bragas del camino y le meto dos dedos. La
cálida humedad los engulle, envolviéndolos con avidez.
—Querías que te tocara desde el primer momento en que entraste a mi
oficina, mi dulce Charlotte —gimo—. Te confesaré algo: yo también lo
deseaba. Quería ponerte encima de mi escritorio y rasgarte la blusa. Quería
zambullirme dentro de ti cada vez que entrabas, y cada vez que te ibas me
quedaba contemplando tu trasero y me imaginaba haciéndolo mío,
dejándole las crudas huellas rojas de mis manos.
Empieza a gemir mientras le acaricio el clítoris con el pulgar y le meto
dos dedos hasta el fondo. Ninguno de los dos ha parpadeado en Dios sabe
cuánto tiempo. Es como si no pudiéramos apartar la mirada, porque si no el
hechizo se rompería.
—Y, cuando por fin tuve la oportunidad de tomar lo que quería, no la
desperdicié. Te hice gemir y te hice mía. Charlotte, quiero confesarte algo
más: lo deseé una y otra y otra vez —cada palabra involucra otro ágil
movimiento de mi pulgar en su clítoris. Se acerca a su clímax. Su rostro se
sonroja y sus labios se entreabren un poco. Puedo sentir los suaves
borbotones de su aliento en mi boca, que está a escasos centímetros de la
suya.
—Así que ahora te daré una última oportunidad de decirme que no
quieres que te toque y no volveré a ponerte un dedo encima, pero no
mientas, mi dulce Charlotte. No te atrevas a mentir. Puedo ver todo lo que
tienes en tu interior ahora mismo. Así que adelante, dime la verdad, dime si
quieres esto.
—Yo… yo… quiero esto.
Sonrío.
—Entonces, acaba.
Como si hubiera dicho las palabras mágicas, su placer brota en mi
mano. Le suelto el cuello y su cabeza se hunde en mi pecho mientras su
cuerpo se estremece por los espasmos de su orgasmo. Apoyo la palma de mi
mano sobre su vagina y permito que se deje llevar por las oleadas de placer
al verla retorcerse una y otra vez.
Esta mujer es una debilidad con la que tendré que lidiar en algún
momento, una pasión que no puedo dejar que me domine o será el fin de
todos nosotros. Pero, en este momento, soy demasiado débil como para
luchar contra la necesidad que galopa dentro de mí, ese deseo incontrolable.
Finalmente, tras un largo minuto, el orgasmo termina, aunque nuestro
momento está lejos de acabarse.
Me mira con una pasión renovada brillando en sus ojos, me agarra el
cabello con sus dedos y hala muy fuerte.
Empieza a arrancarme la camisa haciendo que se desparramen los
botones por el suelo, para luego arañarme el pecho con las uñas provocando
que gima. Esta mujer es pura lujuria, tiene la clase de deseo que me
embriaga. Me baja lo que queda de la camisa a la altura de los brazos y tira
de ella para acercarnos y que sus nuestras caderas se encuentren.
—Vamos…
—¿Qué pasó esa boca sucia, Charlotte? —me burlo.
Como respuesta, me la estampa en el cuello para morderme. Esta vez
con ganas, enojada.
Le bajo las bragas hasta los tobillos, castigándola, haciéndole moretones
y marcas que no olvidará. Luego la penetro contra la pared mientras gime,
se agita y grita. Esta vez no hay lloriqueos, los sonidos que salen de ella son
indómitos, salvajes, tan sensuales que apenas puedo soportarlos. Acto
seguido, vuelve a clavarme las uñas en la garganta, en el pecho. Su
venganza es embriagadora y su ira tentadora.
Me gusta el dolor, me hace sentir vivo.
Con sus piernas rodeando mis caderas, agarro sus nalgas con ambas
manos y la embisto repetidamente hasta que se aferra a mis hombros,
gimiendo y gritando, besándome hasta que ninguno de los dos puede
respirar, cabalgándome hasta que me tiene a punto de desplomarme.
Cuando empieza a temblar y me agarra la cara con ambas manos,
arrastrándome hacia abajo para besarme una vez más, estoy demasiado
cerca de acabar como para contenerme y la estoy penetrando demasiado
profundo como para preocuparme, así que me dejo llevar. Me dejo llevar
por su beso, aunque sé que no podemos seguir así. Charlotte me hace sentir
mariposas en el estómago y debo lidiar con eso en otro momento, en otro
lugar, sin tener a esos ojitos de venado viéndome fijamente.
Baja las piernas hasta que sus pies tocan el suelo. Todavía jadeando,
mirándome con los ojos llenos de desprecio y amándome con su vagina,
sigue siendo peligrosa para mí.
La sangre me retumba en los oídos. Mi pene está listo para el segundo
round, así que la alzo en brazos y la llevo al dormitorio. Por esta noche,
resolveremos con nuestros cuerpos lo que no podemos con palabras, lo que
no sabemos explicar. En la mañana, todo se arreglará por su cuenta.

E xcepto que no sucede así .


Me despierto a solas y el pánico se apodera de mí. La lógica fría a la luz
del día me conduce a una sola conclusión, como las pistas de aterrizaje de
los aviones: soy un puto idiota.
En este punto, Charlotte sabe demasiado. Debí hacer más para
asegurarme de que no hablará, en vez de follármela hasta que nos
cansáramos y confiar en que eso la contentaría lo suficiente como para no
verse tentada a acudir con la policía.
En lugar de eso, permití que mi pene tomara las decisiones una vez más,
y ahora ella se fue a quién carajo sabe dónde. ¿Con los Whelan? ¿Con la
policía? No estoy seguro de qué sería peor.
Tengo que encontrarla y matarla ya mismo.
Me levanto de un salto y me subo los pantalones antes de salir corriendo
por el pasillo.
Entonces, suelto un suspiro de alivio y me paso una mano por la frente.
La encuentro de pie frente a la ventana, con el pelo alborotado. Lleva puesta
mi camisa con la corbata atada a la cintura para mantenerla cerrada, pues
anoche destrozó los botones.
Me recuesto contra la pared para observarla. La vista del exterior, con el
sol resplandeciendo en la piscina, no es tan bonita como la mujer que la
aprecia.
No ha volteado a mirarme, pero sabe que estoy aquí.
—Cuéntamelo todo —murmura.
Prefiero no hacerlo. Mientras más sepa, más peligro correrá a manos de
los Whelan, de todos mis enemigos, y quizá también mías. No puedo
confiar en nadie. Sea justo o no, Natasha lo demostró.
—No.
Voltea para encararme. Yo me preparo para agacharme y cubrirme,
porque la taza que tiene en la mano es pesada. Sin embargo, da un sorbo en
silencio y vuelve a darse vuelta.
Suspiro. Que pase lo que tenga que pasar. Igual ya sabe tanto que de por
sí es peligrosa, mejor le cuento el resto para que esté preparada.
—Soy prestupnik —empiezo. No pregunta qué significa—. Me
enseñaron esta forma de vida. Mi padre era una flecha, ahora yo lo soy —
mi acento ha vuelto en toda su plenitud e intento ignorar esa debilidad, esa
pérdida de control, pero ahora no quiere mirarme. Necesito verle la cara.
Un largo suspiro suyo interrumpe mi hilo de pensamiento.
—No sé qué significa eso de prestuni o flecha, pero estoy bien segura de
que por eso saltaste de la cama como si tuvieras diarrea y todos los inodoros
del mundo te estuvieran esperando aquí afuera —así, de repente, parece
sabia de una forma que no le había notado antes.
—Prestupnik significa algo así como 'criminal' —le explico—. Flecha es
líder.
Ella asiente.
—Rey de los criminales. Quizá podría haberlo adivinado por mi cuenta
—suelta otro suspiro y vuelve a tomar.
—Es más complicado que eso.
—¿Qué es lo complicado, Kostya? No tocas las drogas ni a las mujeres,
no sostienes la cámara que filma el porno y, mientras el dinero esté sucio,
nunca pasa por tus manos —sigue sin mirarme, pero sus palabras dan en el
blanco.
—Estuviste buscando por internet.
—Esta mañana vi un programa sobre la mafia —deja la taza en el suelo
y cruza la puerta corrediza de cristal que da a un patio.
Tengo tantas ganas de tocarla, sentir su calor y dejar que mitigue el frío
en todos los rincones de mi cuerpo. Pero está distante, indiferente.
—Puedo darte lo que quieras. Comprarte diamantes, pieles, comprarte tu
propia isla si quieres, pero no puedo dejarte salir de aquí si no puedo confiar
en ti, Charlotte.
Esa es la pura verdad.
—¿Qué significa eso, Kostya? —su voz vuelve a sonar enfadada—.
Dime qué diablos quieres decir exactamente. ¿Es una amenaza? —resopla
al tiempo que sacude la cabeza de lado a lado—. No, el gran Kostya Zinon
no amenaza a nadie, ¿verdad? —resuella por la nariz—. No lloro porque
esté triste o asustada, lloro porque estoy muy enfadada.
—Charlotte, quiero confiar en ti, quiero contártelo todo —y lo haré,
porque para mantenernos a salvo debo decírselo, pero será más adelante,
cuando sepa cómo hacerlo.
—Pero no confías en mí —su voz es dulce y, si no me equivoco, triste
—. Está bien, si quieres que te diga la verdad, yo tampoco confío en mí. Las
mujeres de mi familia se enamoran de todos los hombres equivocados.
Podrías poner a diez hombres buenos y solo un chico malo delante de
cualquier mujer de la familia Lowe, y siempre acabaríamos eligiendo al
único hombre que con toda seguridad nos arruinaría la vida. En mi caso, ese
eres tú —niega con la cabeza—. Mi hermana se enamoró de un viejo y se
escapó con él. Por eso la estás buscando, porque no puedo encontrarla. Y
mamá… mi madre es como es, no me hagas empezar con ella.
Quiero poder absorber su miseria y cambiarla por otra cosa.
—No te lastimaré, Charlotte —nada más pronunciar esas palabras ya sé
que estoy mintiendo. Si tengo que elegir entre Charlotte y mi negocio, ella
jamás ganará. Ella no puede ganar, porque así no funcionan las cosas en mi
mundo.
Pero los sentimientos que me revuelven el estómago no se apaciguan y
nada tiene sentido. Nunca siento apego por las mujeres con las que estoy, no
las necesito como necesito a Charlotte.
—Ven aquí —espero un segundo a que se dé la vuelta—. Ven aquí —
repito. No añado nada, ni cambio el tono, ni el volumen. Quiero que venga
porque quiere, no porque la haya atemorizado. Como no lo hace, suspiro y
le digo—: ¿Ayuda si te digo que estoy a punto de encontrar a tu hermana?
—en realidad, sé exactamente dónde está Lila, pero aún no quiero
contárselo todo a Charlotte. No hasta que haya asegurado a Lila y no exista
riesgo de decepcionarla.
Cuando se vuelve hacia mí, sus ojos están muy abiertos.
—¿En serio?
Asiento y doy un paso, ella da un paso, y entonces nos tocamos y nos
besamos como amantes que se despiden. Mis manos se enredan en su pelo,
sus dedos se meten en las trabillas de mis pantalones. Quiero disfrutar de
cada roce de su piel, cada aliento de sus boca. Ella es mi adicción, mi
cocaína.
Su tacto marca mi piel y no puedo ver nada más que a Charlotte. Es
hermosa y apasionada y me invade la necesidad. Sostengo su rostro entre
mis manos mientras la beso, porque no soy el tipo de hombre que pueda
dejarla ir. Coloca la palma de su mano sobre mi corazón y deja caer la otra
sobre mis nalgas.
Esta vez lo hago despacio, pero ella está impaciente, se agita y se
mueve. Le agarro las manos y me las llevo a los labios haciendo que sonría
y que yo quiera besar su deliciosa boca.
Quiero poseerla ahora mismo y que esto dure para siempre. Como no
puedo tener ambas cosas, haré durar el momento. Cada sabor, cada caricia,
cada embestida profunda y lenta.
Este será un polvo lento.
—Ven aquí.
La llevo a la habitación y me detengo a besarla de nuevo porque lo
necesito. Necesito sentirla entre mis brazos, pegada a mi pecho. Cuando me
sonríe, bajo la cabeza y la observo antes de acercarme. Bate las pestañas y
sus labios se entreabren lo suficiente para que su lengua salga y humedezca
un pedazo de su boca.
No contiene el gemido de placer. Me alegro, pues quiero que sepa lo que
me provoca, pero aún más quiero saber que me necesita, que quiere estar
conmigo, que me desea. Se me acelera el corazón y aprieto los puños.
—Llévame a la cama, Kostya.
Sonrío mientras la beso y termino el beso antes de hablarle.
—Será un placer, mi dulce Charlotte.
La estrecho entre mis brazos porque quiero volver a besarla y quiero
tenerla más cerca.
Esta vez pone los labios en la curva donde mi hombro se une a mi cuello
y quiero apretujarla, aunque en lugar de eso dejo que explore y me deleito
con su roce y los gemidos que emergen de su garganta.
Con una mano afloja la corbata que sujeta mi camisa a la altura de su
cintura. La camisa se abre y puedo apreciar sus curvas, la suavidad de su
vientre plano. Esta mujer es perfecta.
La cama todavía no está hecha. La acuesto con cuidado en el centro, me
tumbo a su lado y le quito la camisa para poder ver toda esa piel tersa y
delicada que me muero de ganas de frotar. Mi pene se sacude.
Arquea la espalda y me atrae hacia ella. No necesito más invitación, la
quiero poseer. Su piel es cálida y suave bajo mis manos, su cuerpo se adapta
a mis caricias.
Traslado el beso de su boca al cuello, bajo hasta la clavícula y luego a su
pecho. Su pezón está erecto y muevo mi lengua hasta que la tengo
retorciéndose. Me sujeta la cabeza con una mano y desliza la otra por mi
vientre hasta llegar a mi pene. Lo aprieta, me acaricia por encima de los
pantalones. Yo quiero algo más que caricias y lo quiero ahora. Quiero que
se vuelva loca de deseo, quiero saborearla, quiero hacerle el amor.
Charlotte desabrocha mi cinturón, luego el botón de mis pantalones y
pone la palma de su mano en mi pene. Me acaricia hasta que caigo en un
frenesí y me quito los pantalones de un tirón. Tenemos todo el día, no se
sabe cuándo será seguro volver a salir, pero no puedo esperar más.
La pongo boca arriba, o eso intento, pero ella hace palanca con el pie y
lucha por mantenerse de lado. Luego empieza a descender, besándome el
pecho poco a poco, lamiéndome el vientre, chupándome el espacio que hay
junto al ombligo antes de seguir bajando.
Primero siento su aliento cálido, húmedo. Y después su lengua. Mi
cuerpo se sacude como si no supiera lo que va a pasar y es glorioso, la
perfección. Cada profundo tirón, cada gemido que hace vibrar mi pene me
lleva más alto, me deja más cerca de un orgasmo.
Tenía razón sobre las cosas que puede hacer con la boca. Muevo las
caderas, recorro su cuello y, cuando estoy a punto de terminar, me aparto y
me pongo encima de ella, introduciendo mi pene hasta el fondo.
Ella jadea y se aferra a mis hombros.
Sus gritos son como música.
—¡Kostya!
Su cuerpo se tensa, sus piernas se cierran alrededor de mis caderas, y su
vagina se contrae exprimiendo mi miembro.
Dios, lo que es esta mujer.
En algún momento volveremos a la mansión, a ver a mi hija, a mi vida y
mi trabajo.
Pero por ahora tenerla aquí, abrazada, es todo lo que necesito para fingir
que no existe nada más.
13
CHARLOTTE

Me tiene enganchada, demasiado apegada considerando que confesó ser el


jefe de la Bratva.
La búsqueda en Google no me ofreció noticias agradables ni
acogedoras. Por supuesto que no eran noticias que no supiera ya: drogas,
mujeres, armas.
Mierda.
—Mandé a traer un auto. Ya es seguro volver al recinto.
Ah, ya empieza a usar su jerga. La mansión ahora es un recinto. Eso
debí haberlo sabido, no me faltó mi buena dosis de TV y los tipos malos
siempre tienen un recinto. ¿No es Kostya uno de los malos?
Me limito a asentir, porque no sé qué responderle ahora que mis
pensamientos me condujeron por un camino que nunca quise seguir.
Las cosas cambiaron como en mil formas: sé quién es, lo que es y
también sé de detalles muy íntimos de su cuerpo, como una cicatriz cerca
de la ingle y otra que recorre la cara interna de su muslo.
Pero no puedo compaginar esa realidad con la del hombre que me
susurraba al oído con tanta dulzura mientras me hacía el amor.
Porque lo que hicimos no tiene otro nombre.
Además no ayuda a mi confusión el hecho de que parezca más el tipo de
persona que iría de excursión a uno de los cañones cercanos que alguien
que se desharía ahí de un cadáver, al menos no más que su repentino
silencio.
No me dirige la mirada antes de salir del dormitorio. Ya no lleva puesto
su habitual traje a la medida y zapatos italianos, sino unos jeans y una
camiseta que lo hacen parecer diez años más joven. Así es mucho más
difícil ver a este hombre relajado como un jefe de la mafia que podría
ordenar mi ejecución con la misma facilidad con la que me convence de
acostarme con él.
Transcurren unos veinte minutos de silencio sepulcral antes de que
llegue el auto para llevarnos de vuelta al recinto, y nunca estuve más
incómoda ni más torpe. Ni en décimo grado cuando descubrí al Sr. Monroe
y a la Srta. Dinkle teniendo sexo encima de su escritorio en el laboratorio de
matemáticas, ni en la universidad cuando volví a casa después de la fiesta
de la fraternidad Alpha Delta Phi y me encontré a mi madre esperándome
en mi cama y tuve que explicarle por qué traía la camiseta al revés. En
ningún momento de mi vida fui tan consciente de quién soy, de adónde
pertenezco y a dónde no. Este momento corresponde plenamente a esta
última categoría.
En el auto el ambiente está cargado de tensión hasta el momento en que
él extiende la mano por el asiento para entrelazar nuestros dedos. No me
atrevo a hablar, creo que no podría aunque quisiera, pero no me arriesgo a
intentarlo porque no quiero estropear el momento. Prefiero concentrarme en
cómo se siente su pulgar deslizándose hacia delante y hacia atrás por el
dorso de mi mano.
Casi lamento cuando el auto se detiene en la entrada circular frente a la
casa de Kostya, pero entonces él sonríe y se lleva mi mano a la boca,
besando mi palma. La suelta y abre la puerta. Estamos en las escaleras y
nos sonreímos. Cuando entramos juntos, todavía sin tocarnos, sin mirarnos
siquiera, toda la incomodidad desaparece cuando Tiana corre hacia mí y me
estrecha las piernas para evitar que me mueva. No corrió a recibir a Kostya,
que se agachó esperando su bienvenida a casa. Él se levanta, se aclara la
garganta y ella alza la vista.
—¡Papá! —se lanza hacia él y nos abraza a ambos por el cuello cuando
él la levanta—. Papi y Charlotte —repite nuestros nombres una y otra vez
manteniéndonos unidos a los tres.
—Una gran familia feliz —murmura la voz que tanto temía.
Creo que el tono de mi madre es siniestro. Quizá esté enfadada porque
la dejamos aquí todo este tiempo cuando le dije que solo serían unas horas.
Esto es algo más que añadirá a la lista de cosas con las que la dañé. No
puedo esperar a pasar la próxima década reviviendo esta pequeña catástrofe.
La lista de mis injurias hacia ella no es muy larga, porque llevo cuidando
mis pasos cerca suyo desde que me di cuenta de que era lo más inteligente,
pero desde luego sabe cómo sacar el máximo partido de la capacidad que
Dios le concedió para hacernos sentir culpables cada vez que se le presenta
la oportunidad.
Me obligo a sonreír.
—Hola, mamá. ¿Qué tal estuvo todo? —mi voz es alegre y risueña
porque intento quitarme de encima el brazo de una niña de tres años, y no
quiero que mi madre piense que pasé una noche sin pensar en las molestias
que le ocasioné, no vaya a ser que su lista se engorde.
—Todo bien. Uno de esos… hombres… me explicó que te retuvieron en
una comisaría para interrogarte —su nariz está arrugada, los ojos
entrecerrados y una mirada de desagrado. Me pregunto si habrá tenido
algún encontronazo con uno de los soldados de Kostya.
Pero lo que más me preocupa es la palabra que eligió: retuvieron. Es
imposible que sepa algo sobre Kostya o sus negocios.
—Ah, no… no fue así. No nos retuvieron. —de ninguna manera
deberíamos discutirlo delante de Tiana—. Solo tuvimos que declarar.
—¿Toda la noche? —su ceja se arquea y me mira de arriba a abajo,
aunque no hay nada que ver. Mi cabelló está arreglado, el maquillaje
impecable, la ropa perfecta. Kostya se ocupó de todo, y, aunque al principio
pensé que no quería que nadie supiera lo que había pasado entre nosotros,
ahora le agradezco que fuera tan considerado como para traerme mis cosas.
—Había mucho que repasar, mamá —es una mentira necesaria. En parte
porque ya está enfadada y saber lo que pasó entre Kostya y yo no la
tranquilizará, y en parte porque no somos tan cercanas como para contarle
nada sobre mi relación con Kostya… ¿Sí es una relación?
Al menos, ahora puedo decirle que ya está buscando a Lila. Eso debería
ayudar.
Kostya señala a Tiana con la cabeza.
—Debería irse a dormir la siesta, ¿no?
Miro el reloj y luego a mi madre y a Kostya. Pase lo que pase entre
nosotros, sigo siendo la niñera de Charlotte.
—Sí, lo siento. La llevaré arriba. Ahora vuelvo, mamá.
En lugar de entregarme a Tiana cuando extiendo los brazos, Kostya la
lleva a su habitación y yo los acompaño. Tiana se aferra a su padre y yo
sonrío porque se ven como una familia.
Dejo mi mano suelta a un costado sin darle importancia por si quiere
volver a agarrarla, pero no lo hace y yo tampoco busco tomar la suya. No
hasta que deja a Tiana en la cama y se aparta para que yo le bese la mejilla.
Cuando la niña se voltea a dormir, Kostya me acerca a su cuerpo y me pone
justo donde quiero estar.
—Deberíamos… —hago un gesto hacia la puerta, pero él roza mi
mejilla con la palma de su mano, me besa con delicadeza y me suelta.
—Tengo trabajo que hacer esta tarde.
—¿Asesinatos y caos?
No puedo creer que lo haya dicho. No era una broma. Bueno, quizá
quise bromear, pero es demasiado cercano a la verdad para ser gracioso y es
una verdad que probablemente no deba ser dicha. Además lo dije delante de
su hija, que no es exactamente la actriz que cree ser mientras finge dormir.
Mira de reojo a Tiana, aclarándose la garganta sin mirarme a los ojos.
—Algo así —su murmullo va acompañado de un ceño fruncido antes de
darse la vuelta para salir de la habitación.
Mierda, ahora tengo que enfrentarme a mi madre, una mujer que no es
conocida ni por su discreción ni por saber disimular sus emociones.
Bajo las escaleras y la escucho divagando con alguien segundos antes de
poder verla.
—¿Qué podría incitar a alguien a dispararle a tu jefe? ¿Está metido en
algo ilegal? ¿Algo que podría hacerle daño a mi hija?
Su preocupación sería reconfortante si en realidad fuera preocupación,
pero no lo es. Su tono es demasiado agresivo. Está indagando, tratando de
sacarle información a otra persona aparte de mí.
Me asomo por una esquina para descubrir a mamá con los brazos
cruzados mirando por debajo al hombre que tiene delante. No veo ningún
arma, pero no parece que la necesite. Es corpulento, de pelo oscuro y ojos
pequeños. Si mi madre le molesta, su cara no delata nada. En lugar de
fulminarla con la mirada, la mira fijamente en silencio.
—Mamá —la interrumpo. Sonrío porque no quiero que sepa que la
descubrí, pero al conocerla de toda la vida sé cuándo trama algo. También
sé que es más inteligente averiguar qué es antes de reclamar algo, y eso
requiere cierto reconocimiento—. ¿Qué tal una taza de café antes de que
vuelvas a casa?
Sus ojos se entrecierran y sus labios se fruncen.
—No. Debería volver al apartamento —me mira de arriba a abajo—.
¿Por qué no vienes conmigo? Hace días que no pasamos tiempo juntas —su
voz se suaviza—. Te extraño, Char.
Ay, mierda. Me lanzó el guante de la culpa y no puedo resistirme.
—Está bien —será agradable pasar unas horas con ella. Bueno, al menos
será informativo—. Solo debo preguntarle a Kostya —ahora sus ojos no son
más que pequeñas rendijas y sé por qué—. Por Tiana.
Noto que el soldado se para derecho, más rígido, y me volteo para ver a
Kostya en la puerta, como si hubiera desarrollado el poder de invocarlo solo
con el pensamiento. Ojalá fuera así.
No quiero ser una de esas chicas tontas que no pueden controlar sus
risitas, pero me río al pensar en poder frotar una lámpara y que Kostya
aparezca sin camiseta, y por esto mi mamá me mira con las cejas arqueadas.
—Sra. Lowe… —habla bajito al tiempo que entra con la mano
extendida.
—Srta. Es Srta. Lowe —su voz suena mordaz, como si él hubiera
cruzado una línea al dirigirse a ella de forma incorrecta. Este es el hombre
que paga mi salario, que a su vez me permite pagar sus facturas. Su
evidente animosidad es ridícula.
—Srta. Lowe —asiente disculpándose, aunque su tono muestra que
puede defenderse—. Quiero agradecerle por quedarse con Tiana anoche.
La leve inclinación de cabeza de mamá es el único reconocimiento de
que puede oírlo. Se vuelve hacia mí para hablar.
—Estoy lista para irnos. Podemos ir en tu auto.
Kostya me dirige una mirada.
—Charlotte, tengo que hablar contigo.
Paso de mirarlo a él a ver a mi madre. Su mirada me advierte que salir al
pasillo es una mala decisión, pero no tengo elección. Kostya alza una ceja y
se queda esperando.
Se me revuelve el estómago al pensar que no tengo ni la más remota
idea de qué le pasa a mi madre, ni puedo imaginarme por qué Kostya
decidió en este momento que teníamos que hablar.
Asiento y me dirijo a mamá.
—Ahora vuelvo.
—Entonces quiero que me lleves a casa —es una exigencia impregnada
de veneno y creo que ni siquiera quiero averiguar por qué.
Sigo a Kostya hasta el vestíbulo y, en cuanto cruzamos la puerta, se
voltea para mirarme.
—No puedes irte. Uno de mis hombres llevará a tu madre a casa. Los
Whelan siguen por ahí —me mira como si yo tuviera que entenderlo de
inmediato. Sí entiendo, pero no hay forma de que mi madre se olvide de
esto.
—Será un viaje rápido y si quieres que tu chófer nos lleve está bien,
pero yo tengo que ir. No hay manera… —mis palabras ceden al recordar
que estoy discutiendo con un hombre que admitió ser un criminal, un
hombre que podría acabar con mi vida con una señal—. Será mejor si me
voy con ella.
Incluso enfadado y con el ceño fruncido, es hermoso.
—Charlotte… —inclina la cabeza de esa forma suya que siempre me
conmueve—. Solo si Dimitri te espera y te trae de vuelta cuando hayas
terminado —se inclina para besarme la mejilla y el contacto es tan potente a
su manera como cualquier otro que hayamos tenido. Este hombre tiene un
arsenal de armas sexuales a su disposición, tan peligrosas como las pistolas
que porta. Se queda ahí un segundo más, hasta que mi madre se aclara la
garganta desde la puerta.
—¿Charlotte? ¿Estás lista? Tengo cosas que hacer hoy y ya voy
retrasada.
¿Cosas que hacer? Creo que se refiere a ver sus programas de
entrevistas o a escribir posts en Facebook. Sin embargo, me vuelvo hacia
ella y sonrío.
—Estoy lista cuando tú lo estés.
Kostya le hace una señal con la cabeza al hombre al que mi madre
estaba interrogando. Habla en ruso y el hombre asiente.
—Da.
Si Kostya percibe el ceño fruncido de mamá, no lo comenta y ni siquiera
reacciona. La apresuro a salir antes de que vocalice la desaprobación que se
refleja en sus ojos.
Hasta que no estamos en el auto, no me relajo lo suficiente como para
respirar con normalidad. Como no quiero discutir, pongo una sonrisa tonta
en mi cara. No quiero hablar de Kostya ni de mi trabajo, porque no quiero
oír su opinión. Ya veo que no está muy contenta y solo se me ocurre una
cosa que podría distraerla.
—Kostya está progresando mucho en la búsqueda de Lila.
Mamá se pone de lado para mirarme mientras Dmitri conduce. Nos
ignora, pero estoy segura de que memoriza cada palabra para informar a
Kostya. Al menos, eso creo.
—Charlotte, no puedes involucrarte con ese hombre. No lo permitiré.
—Mamá…
—Es un hombre horrible.
Lo dice mientras está montada en un Mercedes de ochenta mil dólares.
Aprieto la mandíbula y volteo a ver a Dimitri en el asiento delantero.
—Basta ya —murmuro—, ahora no es el momento.
Ay, Dios, vaya que es un mal momento.
Igual a mi madre no le importa.
—Charlotte —su timbre es agudo y tiene un matiz de ira—. ¿No ves lo
que está haciendo? Está usando su riqueza y su casota para seducirte como
sedujeron y raptaron a Lila.
—Lila huyó, mamá. Nadie la raptó, se fue porque quiso —suspiro
porque fue egoísta, porque nunca tuvo que lidiar con la carga del corazón
roto de nuestra madre.
Mamá sigue como si yo no hubiera dicho nada.
—Otro hombre mayor nublando la perspectiva de la única hija que me
queda.
Es demasiado dramática. Contengo un suspiro y prosigo.
—Por Dios, mamá. Un par de cosas. Primero que Lila sigue siendo tu
hija, así que no sé de dónde sale eso de 'mi única' hija. Segundo que Kostya
es solo un año mayor que yo —trece meses, para ser exactos.
Iba a seguir, pero Dimitri estaciona en la entrada de la casa de mamá.
Sale del auto y da la vuelta para abrirle la puerta.
—Entra —exige—, tenemos que hablar sobre esto.
Preferiría hacer cualquier otra cosa en el mundo antes que entrar a la
casa y escuchar a mi madre tirándole veneno a los sentimientos que
desarrollé por Kostya. Pero, si no lo hago, no habrá forma de predecir
cuándo aparecerá de nuevo exigiendo terminar la conversación. Cuando me
bajo después de ella, Dimitri me agarra del brazo.
—Señorita Lowe, si no regresa en veinte minutos, entraré a buscarla.
Me lo sacudo de encima, sabiendo que «entraré a buscarla» será algo
más parecido a «la arrastraré de vuelta al auto, así grite y patalee».
—Puedes esperar en el pórtico, pero te aseguro que aquí no hay nada de
lo que la señora O'Reilly, que vive al frente —señalo la casa de ladrillo de
dos plantas frente a la nuestra—, no se entere. Llamará a la policía a la
primera señal de peligro.
No se inmuta, así que subo deprisa los escalones del pórtico y atravieso
la puerta. Mamá me espera junto a la mesa del comedor, con las manos en
las caderas y los pies separados.
—Siéntate, Charlotte.
No pasaré los veinte minutos discutiendo, así que me siento mientras
ella mete la mano en su bolso, saca un sobre y me lo tiende.
—¿Qué es esto?
—Después de acostar a la niña, anoche estuve explorando un poco.
Ay, Dios mío, se me va a salir el corazón. Desde que era, adolescente
explorar significaba fisgonear. Espero que no quiera decir que exploró la
oficina o el dormitorio de Kostya, pero una profunda punzada en el
estómago me advierte de que eso es exactamente lo que hizo.
—Kostya Zinon es un hombre malo.
—Mamá, él no está tratando de apartarme de ti —pero sé que no se
refiere a eso, ojalá fuera eso.
Señala la carta con la cabeza.
—Léela —mientras deslizo el dedo bajo la solapa del sobre, sigue
hablando—. Hay un cajón lleno de estas. Ninguna es para ti, todas están
dirigidas a la niña —reconozco la letra puntiaguda y en mayúsculas de
Kostya.
Maldita sea, ya se fue todo a la mierda: mamá le robó una carta privada
a Kostya. No leí más que la primera línea, pero mamá ya está casi
salivando.
—¿Qué hiciste? —si solo se llevó la carta, quizá pueda enmendar esto y
salvarnos.
—Es un criminal, Charlotte, y en esa carta confiesa todo. Drogas, armas,
prostitución y pornografía —ella chasquea los dedos cada vez que cita un
pecado—, y sé cómo sacarle provecho.
—¿Provecho? —por Dios, no puede estar hablando en serio.
—Para obligarlo a que se apure y encuentre a Lila.
Pero si ya está trabajando en eso. O sus hombres, más bien.
—Mamá —no sé cómo reaccionará Kostya si lo intenta—. No puedes
chantajear a Kostya. Ni para que actúe más rápido ni para nada más.
Agita la mano, restándole importancia a mis palabras.
—Puedo convencerlo de invertir más dinero y personal en la búsqueda.
¿No quieres que vuelva tu hermana?
Esto es más que un conflicto moral. Esto es verdadero peligro y una
grandísima estupidez. No solo la idea de chantajearlo, sino pensar que yo
podría ser capaz de hacer la vista gorda sobre lo que Kostya hace y sobre
quién es.
—Mamá, no puedes amenazarlo. Cristo, ni siquiera puedes pensar en
hacerlo.
—Ah, relájate, Charlotte. No voy a delatarlo en realidad.
Pone los ojos en blanco, pero no puedo correr el riesgo. Ya le robó la
carta y el chantaje lo haría perder la paciencia. No sé qué nos esperaría
cuando la pierda, pero estoy segura que no es algo que quiera averiguar.
—Charlotte, quiero a Lila de vuelta. Pensé que tú también —de todos
los dones que Dios le dio a mi madre, el que más usa es el de hacerme
sentir culpable. Pero esta vez hay mucho en juego. Vidas, de hecho. La mía
y la suya.
No tengo ni idea de qué hacer para hacerle ver que chantajear a alguien
como Kostya solo puede resultar mal para todos los involucrados.
—Mamá —al menos aún tengo la carta, puedo devolvérsela a Kostya—.
¿De dónde sacaste esto?
La toma, pero se la quito de un tirón antes de que sus dedos puedan
aferrarse a ella.
—Devuélvemela.
—Se lo devolveré a Kostya. Es suya —y, antes de que se le ocurra una
manera de quitármela, me voy.
Me dirijo al auto y subo antes de que Dimitri tenga tiempo de abrirme la
puerta.
—Vámonos ya.
14
KOSTYA

He mirado el reloj unas diez veces, como solo lo haría alguien que se ha
enamorado perdidamente. Pero no puedo concentrarme sino en Charlotte,
en lo mucho que quiero tocarla.
Maldición, necesito controlarme.
Soy Kostya Zinon. El líder de la más poderosa Bratva rusa en los
Estados Unidos. Ninguna mujer me pondrá de rodillas. Bueno, a menos que
me lo pida en la cama.
Pero, por un momento, me embarga una dulce sensación de placidez,
de… felicidad, o algo que se le parece. A pesar del peligro que representan
los Whelan —un peligro del que debería ocuparme en lugar de estar
embobado por Charlotte—, aquí estoy, vigilando la puerta.
Y por fin entra, pero cierra de un portazo. Mi sonrisa desaparece. Algo
va mal. No hace falta ser un genio para darse cuenta de que este dolor en el
pecho significa que me importa.
Debilidad.
—¿Qué sucede?
Pasa a mi lado sin siquiera mirarme.
—Nada.
A pesar de que apenas murmura, es la mentira más estruendosa que
jamás he oído.
—Si te preocupan los Whelan, no pasa nada. Yo puedo protegerte.
Y lo haré. Al igual que los hombres que se encargarán de cuidarla.
Mis palabras logran, al menos, detenerla. Así no tengo que perseguirla
por la sala de estar. Cuando se vuelve hacia mí, le brillan los ojos. No estoy
seguro de si está enojada conmigo o con su propio miedo.
—¿Cómo planeas hacerlo? Parece que lograron entrar al hotel sin
problemas.
Las palabras salen entrecortadas y adopta una postura rígida. Entonces
es ira, no miedo.
—¿Disculpa?
Mi pregunta encierra un poco de hostilidad. Todavía no sabía cómo
habían logrado escabullirse los Whelan en el hotel, ni de dónde obtenían su
información.
—¿Cómo pretendes protegerme? ¿Y a Tiana? ¿O te has olvidado de tu
hija?
Se cruza de brazos y su mirada sigue fija en la pared de mi izquierda.
—¿Tienes algo que decirme, Charlotte? —mi tono es calmo, pero deja
entrever que desafiarme no le traerá nada bueno.
Sigue sin mirarme.
—No.
Otra mentira, esta vez descarada. Yo puedo tolerar muchas cosas, pero
no que me mientan.
—Charlotte —gruño.
Y, de nuevo, me escudriña desafiante. Lo veo en sus ojos, en sus labios,
en su postura. Pero de pronto la fiereza desaparece y observo cómo
emociones amargas le afligen el rostro. Tristeza. Ira. Asco. Miedo.
Vergüenza. Y desprecio.
Su ira es palpable, una presencia que vive y respira en la habitación, y
quiero ayudarla a resolverla. Quiero enseñarle a concentrar esa rabia en
algo que la fortalezca. Es una lección dura, no apta para débiles, quizá no
apta para Charlotte, pero ella la necesita quizá más que yo mismo.
Cruzo hacia ella y la atraigo hacia mí. Si no consigo que sonría, que no
me fulmine con una mirada llena de odio, entonces la besaré hasta que el
enojo se desvanezca, le quitaré la tristeza con ternura. Mordisquearé sus
penas hasta que gima mi nombre y me ruegue que no pare.
Con la lengua le separo los labios y deslizo la mano por su costado
mientras nuestras bocas se encuentran y siento su cálido cuerpo contra el
mío.
Su pecho cae pesadamente cuando lo despojo del brasier y ella gime
cuando aprieto su pezón entre el índice y el pulgar. Es hermosa y expresiva,
apasionada, y parece que está a un suspiro de derretirse.
Charlotte arquea la espalda y luego se da la vuelta, apretando sus
omóplatos contra mi pecho. Yo le doy más, deslizo la mano por su vientre
hasta su pantalón y lo desabrocho. Echa la cabeza hacia atrás, apoyándola
en mi hombro, mientras le beso la garganta y meto un dedo en su vagina.
A pesar de la ira y la rabia ardiente, está húmeda y preparada. Flexiona
las rodillas una y otra vez, se frota contra mi mano.
Pero, a pesar de que esto se siente muy bien, se queda inmóvil y su
cuerpo se torna tenso y rígido. Deja de menearse sobre mis dedos, se aparta
y se pasa una mano por la boca, como si besarme le hubiera dejado un mal
sabor del que quisiera deshacerse.
—Lo lamento.
No sé qué es lo que lamenta. Pero, antes de poder preguntarle, sale
corriendo de la habitación, dejándome erecto, desorientado e infinitamente
frustrado.
Hace apenas unos meses, habría mandado a Yelisey al club para que me
trajera a una chica húmeda y dispuesta a aliviar esta dolorosa tensión en los
testículos. Pero ahora me repugna solo pensarlo. No quiero a cualquiera.
Quiero a Charlotte. Joder.
Quiero destrozar esta habitación y todas las demás de la casa, pero no lo
hago porque mi volatilidad es lo único que siento que puedo controlar. Y
aunque mi pene siga apretándose contra mis pantalones, voy a la oficina,
porque ahí puedo poner en orden mis ideas. Esta casa, aquí, ya está
demasiado impregnada de Charlotte, y no puedo evitar pensar que está a un
pasillo de distancia, no puedo evitar querer ir a buscarla, tomarla en brazos
y besarla hasta que ceda.
Es lo que ambos deseamos justo ahora, pero ninguno de los dos puede
soportarlo.

T rabajar un poco me salvará y siempre hay mucho que atender: Contratos


que leer y negociar, oferta y demanda, horarios que organizar. Espero que el
viaje a mi oficina me ayude a despejarme.
La primera hora pasa volando. La segunda no es tan rápida, pero luego
de tres horas ya he hecho todo lo que podía hacer, un trabajo que
normalmente me habría tomado dos días.
Cuando me levanto para salir, Yelisey asoma la cabeza por la puerta.
—Llegas tarde.
Entra y toma asiento en la silla frente a mi escritorio.
Lo fulmino con una mirada que rechaza sus observaciones casuales y los
mensajes ocultos tras ellas. Él levanta las manos.
—Alguien tiene que hacer el trabajo. Hay que ocuparse de los Whelan
—digo y lo miro a los ojos—. Quiero la cabeza de Jack Whelan en una caja.
Yelisey levanta las cejas.
—¿Cuándo? ¿Dónde?
—No me importa —replico y de verdad no me importa—. Solo
encárgate de ello.
—Kostya…
Hoy no tengo paciencia para que cuestionen mis órdenes.
—¡Maldita sea, Yelisey! Me importan una mierda los detalles. Haz tu
trabajo.
Golpeo el escritorio con el puño. Tiene una solidez satisfactoria, pero mi
ira quiere más. Más destrucción. Más daño.
Agarro una taza de café, me doy vuelta y la arrojo contra la pared. Se
estrella contra el muro y estalla en docenas de fragmentos de porcelana. Un
líquido marrón salpica la alfombra.
Yelisey guarda silencio.
Hacía mucho tiempo que no perdía el control de esta manera; hacía
mucho que mis emociones no interferían en mis negocios. Hoy, la ira es lo
único que me motiva. Y de nuevo, es culpa de Charlotte. Cuando mi
respiración se acompasa, me doy cuenta de que esa era la taza de café que
Charlotte me obsequió en mi cumpleaños hace unos meses. Me gustaba esa
taza.
Yelisey asiente una vez, cruza las manos sobre el vientre y luego me
mira. Quizá debería recordarle que cuide lo que dice, porque lo mato si no
me gusta su tono, y creo que lo ha olvidado.
—Piénsalo bien, Kostya —dice en voz baja—. Podríamos eliminar a
Jack Whelan y a todos los miembros de su bandita, pero si lo hacemos,
todos los irlandeses del país vendrán por tu cabeza. Algunos en silencio,
otros con pistola en mano.
Suspiro y dejo caer el rostro sobre mis manos. Tiene razón. A pesar de
que suelo ser la voz de la razón, hoy soy yo quien necesita su consejo.
—Maldición —musito.
—Dime qué pasa, Kostya. ¿Es la mujer?
Sí necesitaba su consejo, pero Yelisey y yo no tenemos esta confianza.
Somos socios. Es miembro de mi grupo de élite, los hombres más cercanos
a mi mando, en los que más confío para todas las operaciones del Bratva.
Pero no le hablo de mis asuntos personales. Jamás.
—Ocúpate de tus asuntos.
No quiero tener que repetírselo. Y no lo haré. Saco la Ruger de mi funda
y la dejo sobre el escritorio. Es un mensaje, uno que tendrá que escuchar si
quiere seguir siendo mi mano derecha… Demonios, si quiere seguir
respirando.
—No sé si tener una hija te volvió… —dice sonriente y le da golpecitos
a la silla con el dedo—. Blando contra el crimen, pero estás mal, Kostya. Y,
si yo puedo verlo, también lo verán otras bandas.
No miente. A pesar de que esto sea incómodo, tiene buenas intenciones.
Así que no disparo la bala que quiero ponerle en el entrecejo.
Todavía.
En lugar de eso, recojo la pistola y me voy a su lado del escritorio para
apoyar la cadera en el borde. Tan tranquilo como si hubiera nacido con una
pistola en la mano, le acerco la boca del cañón a la frente. Yelisey Rusnak
necesita un recordatorio. Yo soy el don. Esta es mi vida, mi negocio. Él es
un soldado. Nada más.
No se inmuta, lo cual es bueno. Si se acobarda, lo mataré y haré que su
grupo lo descuartice y lo esparza por la autopista de la costa del Pacífico.
—No confundas mi confianza con amistad —aparto la pistola y me la
apoyo en el regazo, inmóvil frente a él. El único indicio que Yelisey
muestra de que lo he inquietado es un ligero brillo de sudor en el labio
superior—. Quiero a nuestros hombres en los círculos íntimos de Whelan.
Y por la mañana, quiero saber cuál es la debilidad de Jack Whelan. Y
quiero un plan.
Yelisey asiente y se levanta. Cuando llega a la puerta, se vuelve como si
tuviera algo que decir, pero yo levanto una ceja, expectante, retador, y él
avanza hacia el pasillo.
Espero y, un momento, después suena el elevador.
Bien. Siempre existe la posibilidad de que Yelisey intente rebelarse y
tomar mi poder, pero hasta ahora ha sido leal, dedicado y digno de
confianza. Sus recompensas le permiten comprar los tesoros que tanto
disfruta. Cuando eso deje de ser suficiente para él, ya se me ocurrirá algo.
Pero, por ahora, no tengo nada más que hacer. Ni siquiera son las siete.
Estoy cansado. Mi pene sigue erecto. No tiene sentido quedarse sentado
en esta oficina. Preparo mi maletín con algunos expedientes por revisar y
doy por terminada la jornada.
Casi llegué al elevador cuando la veo. El ala de mi oficina está vacía,
salvo por mí y, ahora, una mujer idéntica a Charlotte, si acaso un poco
mayor. Alguien pagará por esta brecha en seguridad. Pero primero…
—Señor Zinon —dice su madre.
—Señorita Lowe —respondo con una leve sonrisa irónica al enfatizar
«señorita».
Permanece inmóvil, pero hay algo en la familiaridad de su voz que
indica que se siente cómoda, y eso me pone nervioso. Sin importar lo que
haya entre su hija y yo, esa relación no va más allá de las paredes de mi
casa hasta que yo la haga pública. Además, el afecto que siento por
Charlotte no hace que me agrade su madre.
—¿Qué la trae por aquí esta noche? —pregunto educadamente. Seré tan
encantador como pueda con la sospecha embargándome el pecho. No tengo
fama de recibir bien a los invitados indeseados. Estoy seguro de que
Charlotte se lo habrá dejado claro. Si no, tendrá que hacerlo. Pronto.
No esperaba que se vistiera tan bien. Puede que no conozca a los
diseñadores de moda femenina, pero sé reconocer las prendas de marca y
ella viste un atuendo caro. Lleva el cabello peinado y teñido, y está
maquillada como si estuviera lista para la sesión de fotos de una revista.
—Necesito hablar contigo.
Si pretende tranquilizarme con su sonrisa renovada con bótox, no lo
logra. En absoluto. Pero hago a un lado mi maletín y me dirijo al grupo de
sillas que ella acababa de desocupar.
—Entonces, por favor, siéntate. Hablemos.
Se ajusta la falda y cruza los tobillos. Yo, por mi parte, ajusto mi reloj.
Porque, si nos estamos pavoneando, ella tiene que saber que yo soy más
grande, más rico, más mortífero. No estoy para juegos.
La tensión abarca toda la atmósfera. Casi puedo ver cómo vibra el aire
de la sala.
—¿Qué puedo hacer por ti?
De nuevo, soy todo encantos, sonrío como si fuéramos amigos, ladeo la
cabeza como si no estuviera estudiando a un enemigo. Pero mis instintos
me dicen que no está aquí como amiga.
Deja escapar un suspiro tembloroso y me agrada saber que está
nerviosa. Es por eso que mi oficina es tan suntuosa: con lámparas de araña
y madera tan brillante que me refleja en su superficie. Este es un lugar que
solo está destinado a la realeza y a mí.
—Sabes, una vez estuve casada con un hombre que me amaba, que no
quería sino vivir su vida amándome a mí y a sus hijas. Un buen hombre.
Nunca se le habría ocurrido matar o vender ni un cigarro. Ni habría
imaginado las otras atrocidades en las que participas todos los días.
Parece moquear y se seca los bordes de los ojos con un pañuelo que saca
del bolsillo.
Ahora tiene mi atención. Ha despertado la ira que me bulle bajo siempre
a flor de piel.
—¿Atrocidades? Debe haberme confundido, señora.
—Sé lo de las subastas. Las armas. Las drogas. Las armas. Lo sé todo.
Aprieto los puños y, cuando un gruñido grave se me escapa de la
garganta, todo el color desaparece de su rostro, a excepción del maquillaje.
—Charlotte sabe dónde estoy —me advierte apresuradamente—. Está
esperando que la llame. Se pondrá en contacto con la policía si no lo hago.
La maldita Charlotte metida en esto, debí haberlo sabido. Maldición,
debería haberla hecho desaparecer cuando tuve la oportunidad. La debilidad
sentimental me detuvo. Ahora estoy pagando el precio. Le contó a su madre
sobre mí. Sobre mi negocio. Tuvo que haber sido ella. Pasé toda mi vida
rodeándome de gente que sabe que no debe hablar de los asuntos del Bratva
fuera de los confines de mis oficinas o con aquellos en los que confío
implícitamente. Su madre no pertenece a ese grupo. Y ahora, Charlotte
tampoco.
—¿Qué quiere, señora Lowe?
Siempre se trata de eso, de lo que la gente quiere. Sus deseos más bajos.
Esta perra no será diferente. Charlotte tampoco será diferente.
Podría acabar con esto y matar a esta vieja ahora mismo y el mundo no
perdería nada, excepto Charlotte. Aunque, si están trabajando juntas, y no
tengo razones para creer que no lo están, entonces… tengo decisiones que
tomar. Decisiones difíciles.
—Quiero que encuentres a mi hija —me mira fijamente—. Y quiero que
uses a todos tus hombres en la búsqueda. Sé que quizá creas que solo soy
una anciana preocupada por su hija o que Lila se marchó porque quiso.
Pero, si mi Lila pudiera comunicarse con nosotras, lo haría. Lo sé. Él la
mantiene alejada —hace una pausa y vuelve a enjugarse los ojos—. Ella me
llamaría si pudiera. Soy su madre. Yo la traje a este mundo.
Por alguna razón, lo dudo. Lila, si es tan inteligente como creo, salió de
esa casa de locos y tomó el primer autobús que vio y se mantiene oculta por
su propio bien. No pienso obligarla a volver si no quiere venir. Diablos, una
parte de mí quiere ir con ella.
—¿Y qué me das a cambio?
Sé cuál será su parte del trato, pero quiero oírsela decir. Quiero plasmar
su voz en mi memoria para que, si alguna vez se me ocurre perdonarla a
ella o a su hija traicionera, tenga este momento para recordar quiénes son en
realidad.
—A cambio… No le diré a nadie quién eres realmente.
Está muy orgullosa de sus habilidades de negociación. Mantiene la
cabeza erguida y los ojos le brillan como si hubiera logrado una gran
hazaña. Pero está enfadando a un oso pardo ruso.
Yo asiento con la cabeza.
—Chantaje.
Quiero rodearle la garganta con las manos y ver cómo la vida abandona
sus ojos.
Quiero sentir sus uñas rasgando mi piel mientras lucha por respirar y
quiero que me mire a los ojos cuando muera y sepa que fui yo quien lo hizo.
Si sabe quién soy, debería saber lo peligroso que es el juego en que se ha
metido.
Aún no puedo pensar en Charlotte ni en cómo lidiaré con ella. Tendré
que reflexionar a solas por un tiempo, considerar lo mucho que ayudó a mi
hija. Pero saber que le contó a su madre las cosas que yo le dije…, que le
dije tontamente…, me tensa tanto los músculos que me siento a punto de
estallar.
Error tras error, cada uno peor que el anterior, hasta que todo lo que he
construido se torna vulnerable y débil.
—Tienes una hija, señor. Zinon. Conoces la importancia de la familia.
Después de todo, eso te convirtió en quién eres hoy. ¿No quieres lo mismo
para tu hija?
Tengo que reprimir un gruñido. ¿Esta mujer amargada está amenazando
a Tiana?
Porque, si es así, no respondo por lo que haré.
—Quiero que mi hija sea feliz —respondo apretando los dientes.
Ella niega con la cabeza como si no me creyera, como si mi respuesta la
defraudara.
—Quiero que encuentres a mi hija —aparta la cabeza y baja la mirada.
Parece que no tiene claro qué es lo que debe decir ahora. A pesar de todo el
coraje que esta mujer ha demostrado al venir aquí, puedo leerla fácilmente
como un libro para niños—. Tienes… tres semanas.
Su voz suena insegura, como si esperara mi aprobación por sus
habilidades de negociación, o tal vez quiere que le proponga un plazo más
aceptable para encontrar a su hija desaparecida.
No importa. Ahora pasamos a los términos de su chantaje. Todavía no
está muerta, solo por la gracia del dios en el que ella crea… Y Charlotte,
que evidentemente es mi debilidad.
—Tres semanas.
Podría hacer que sacaran a la hija de su casa y la trajeran aquí mañana
mismo. Pero pensé que preferirían una reunión más armoniosa. Ahora que
sé que no es así y podría sacar algo bueno de ello, adelantaré la fecha.
Bajará la guardia cuando crea que consiguió lo que buscaba.
—Sí, tres semanas. Tiempo más que suficiente para que un hombre con
tus habilidades y tu influencia la traiga de vuelta.
Asiente y sonríe de nuevo, autosatisfecha.
Sería muy fácil acabar con su vida aquí. Tengo una pistola enfundada
bajo la chaqueta, un cuchillo en la bota e ira en los puños. Haría falta muy
poca delicadeza para demostrarle mis habilidades en esa área.
Mi influencia. Podría sacarle toda la sangre del cuerpo aquí mismo e
invitar a la policía de Los Ángeles con sus químicos y luces negras, y aun
así saldría como un hombre libre porque soy el dueño de California.
Pero, en lugar de eso, asiento con la cabeza.
—De acuerdo. Tres semanas —la miro fijamente—. Señora. Lowe, ¿ha
pensado en lo que hará si su hija está muerta?
Está viva, pero quiero lastimar a esta mujer.
Cuando las palabras salen de mi boca, disfruto de su expresión de pesar:
la forma en que sus ojos vuelven a llenarse de lágrimas y su ceño fruncido
dibuja profundas líneas en su rostro. Se merece algo peor, y si fuera
cualquier otra persona y no alguien a quien Charlotte ama, la haría sufrir
por su chantaje. Mataría a Lila.
Pero no soporto la mera idea de que Charlotte sufra, aunque sé que me
traicionó. Eso es algo que voy a superar rápido, porque no puedo dejar
pasar este tipo de traición.
Pasa un minuto respirando hondo antes de tranquilizarse.
—Entonces quiero que me traigas su cuerpo. Puedes hacerlo.
Claro que puedo. El dinero lo puede todo. Pero la hermana está viva y
no tengo intenciones de matarla… A menos que esta situación explote y
tenga que hacerlo. Pero asiento de todos modos. Ya basta de juegos. Es hora
de que piense en cómo lidiar con Charlotte Lowe y su traición.
Y entonces será el momento de hacer mi jugada.
15
CHARLOTTE

Siento que algo no está bien.


Kostya no pasó la noche en casa. Eso no me sorprende mucho. Pero que
mi madre no conteste el teléfono es… extraño, en el mejor de los casos.
Aterrador en el peor. La llamé veinte veces esta mañana. Luego diez más
después del almuerzo. No es propio de ella no contestar. Nunca
desaprovecha una oportunidad para presumir de su ingenio o encontrar
formas de salvarme de mis fracasos y decirme «te lo dije».
Vuelvo a marcar y espero. Y de nuevo contesta el buzón de voz. Esta
vez, me dice que su buzón está lleno. Y no lo dudo: he dejado unos veinte
mensajes.
—Demonios —maldigo en voz baja. Miro con culpa por encima del
hombro.
Lo último que quiero es que Tiana aprenda palabrotas de mí y Kostya
tenga otro motivo para enojarse conmigo. En cuanto mamá se ponga en
contacto con él, me despedirá o me matará. Tengo que detenerla.
—Maldición.
Me estremezco. No suelo ser malhablada, mucho menos cerca de una
niña, pero ya no tengo idea de quién soy. «La secretaria Charlotte Lowe»
parece un título de una vida pasada.
Todo este desastre me tiene desconcertada. Sonrío pensando en la
palabra que mi padre solía usar para describir a mi madre cuando lo
arrastraba a uno de sus planes descabellados… Como chantajear a Kostya.
Mi sonrisa se desvanece.
—Maldición, maldición, maldición.
Por suerte, Tiana me ignora gracias a una casita de Barbie que Kostya
trajo la semana pasada. Me parece bien. Ya tengo suficiente con tratar de
mantener un ritmo cardíaco normal.
No sé cuánto tiempo me siento con los ojos cerrados antes de que vibre
mi teléfono. Pero finalmente ahí está, iluminándose con el nombre de mamá
y una foto de nosotras juntas en un picnic, el verano de hace tres años.
—Gracias al cielo. ¿Dónde has estado?
El alivio me hace poner la voz una octava más aguda y abrir los ojos de
par en par.
Se ríe como si no debiera haberme preocupado lo suficiente como para
pensar en llamar a la policía… Cosa que no hice, porque entonces tendría
que decirles por qué estaba preocupada por ella, lo que llevaría a preguntas
sobre mi jefe. Y sin duda deben estar ansiosos de interrogar a alguien sobre
él.
—He estado celebrando.
No da más detalles y yo no pregunto. Tenemos cosas más importantes
que discutir. A ver, déjame pensar…, como el chantaje a Kostya. Además,
no necesito otra historia sobre un golpe de suerte en las tragamonedas del
casino.
—Mamá, no puedes hablarle a Kostya de la información de la carta —le
suelto antes de que pueda explicarme. Estoy enfadada con ella por
fisgonear, por ponerme en esta situación, por ser así cuando necesito que
sea responsable y normal. Pero, por muy enfadada que esté, no quiero que
la maten, y no se puede negar que Kostya es un asesino. Especialmente
porque me lo dijo sin rodeos. Sin filtros. Desinhibido.
—Relájate, Charlotte. Te preocupas demasiado.
Lanza una carcajada, como si hubiese estado bebiendo de su tequila de
celebración.
—¡Madre! Kostya no es un hombre que va a dejar someterse y aceptar
amenazas.
—Él ya está de acuerdo.
Mi corazón se desploma. Hay un tono triunfal en su voz, tanta
arrogancia que quiero zarandearla, hacerla entrar en razón para que se dé
cuenta de lo que hizo. Quiero que vea el peligro en que nos ha puesto.
Kostya ya estaba buscando a Lila, la hija pródiga.
No es ironía. Es algo que mamá ha hecho toda mi vida. Sus propios
deseos, sus propias necesidades, sus propios planes locos… Todo eso
siempre fue más importante que Lila y yo. Cuando fracasaba, la culpa era
de los demás y a nosotros nos tocaba limpiar el desastre y recomponerla.
Fue demasiado para papá. Y después para Lila.
Y ahora podría costarme la vida.
Incluso si de alguna manera logro salir viva de esto, no hay forma de
que termine con el hombre que me ha llegado a importar y la niña que he
aprendido a amar.
Finalmente lo hizo. Finalmente me lo quitó todo. Maldición.
Felicidades, mamá. Tú ganas.
—¿Ya hablaste con él? —inquiero. Oh, Dios. Tengo que saber qué pasó
para idear un modo de arreglarlo—. ¿Qué te dijo?
—Se sometió a mi voluntad. De verdad que trabajas para un tipo rudo
—exclama. De nuevo, su ego está al límite—. Le di tres semanas para traer
a Lila a casa.
Siento que mi corazón vuelve a hundirse. Creo que está dando vuelcos
en mi pecho.
—¿Tienes idea de lo que hiciste? —digo horrorizada. Yo sé exactamente
lo que hizo: chantajeó al líder de la mayor operación de crimen organizado
de California—. Esta no es una película de 007, mamá. Ningún heroico
agente secreto va a venir a salvarnos cuando Kostya decida que te has
pasado de la raya y que alguien tiene que pagar por ello.
Ni siquiera quiero pensar en cómo será ese castigo. No soporto pensar
en lo que esa clase de matones le harían a mi madre.
Pero igual, diga lo que diga, sigue demasiado atolondrada para darse
cuenta de lo que hizo.
—Va a traer a Lila. Eso es todo lo que importa.
Respirar importa. Que no te entierren viva importa. Que no le cosan los
labios mientras alguien me saca los apéndices importa. No sé si es lo que
pasará, pero si es cierto lo que muestran en televisión, estos son escenarios
probables para familias que chantajean a la mafia.
—Tengo que llamar a Kostya
Tengo que… arreglar esto, y no espero a que se despida antes de colgar
y marcar su número.
Mi pie golpea nerviosamente la silla en la que estoy, mientras Tiana
estrella su carrito de Barbie contra la pared de la casa de juguete. Me
levanto de la silla y me siento en el suelo junto a ella para calmar sus
manos. Tal vez perciba mi necesidad de caos y por eso juegue con tanta
agresividad, pero tengo que hacer esta llamada y necesito el menor número
de distracciones posible.
Contesta su buzón de voz y eso tal vez sea bueno, pues no tengo ni idea
de qué decirle ni de cómo respondería si me empezara hacer preguntas, algo
que imagino que sería intenso.
—Kostya, soy Charlotte. Siento mucho lo de mi madre. Ella… solo
quiere que mi hermana regrese a casa. Ha sido… —comienzo a decir antes
de darme cuente de que le estoy dando excusas. Sueno patética, incluso a
mis propios oídos—. Bueno, de cualquier modo, ella no irá a la policía.
Igual ni siquiera tiene pruebas…
Inhalo fuerte, porque las lágrimas han empezado a rodar por mis
mejillas y Tiana se ha vuelto a verme. Dios mío. Ahora estoy traumatizando
a su hija.
—Haré lo que sea para que Tiana y tú estén a salvo. Te doy mi palabra
—prometo, aunque no es algo muy valioso estos días—. Por favor,
devuélveme la llamada para que podamos hablar.
Entonces, me doy cuenta de lo absurdo que es este momento. Una mujer
en una relación normal no debería tener que preocuparse nunca de que el
hombre con el que se acuesta convierta a su madre en comida para
tiburones. Pero estoy preocupada y no sé si culpar a Kostya por lo que es o
a mi madre por lo que ha hecho.
Tampoco tengo tiempo para pensarlo, porque Tiana necesita un baño y
ya casi es su hora de acostarse. Después de todo lo que perdió y
considerando que no sé cómo vaya a acabar esto, quiero darle constancia y
normalidad. Todo el tiempo que pueda.
Espero que eso valga algo para Kostya. Si no, pude que mamá no sea la
única a la que mande a dormir con los peces.
C uando por fin la acuesto y se acurruca en su cama con Foo Foo, estoy
agotada.
En lugar de ir a mi habitación y meterme en mi propia cama, no puedo
moverme. Me siento en la mecedora junto a su cama y me quedo dormida
hasta que me despierta el rumor de sus mantas.
Abro los ojos y veo a Kostya de pie junto a su hija, acomodándole las
mantas e inclinándose para besarle la mejilla. Sería una imagen hermosa si
no estuviera ocupada preguntándome qué lo tuvo fuera hasta tan tarde.
¿Estaba encargándose de mi madre? ¿Organizando un ataque? ¿Cavando su
tumba?
Me saluda con un gesto de la cabeza. Trago saliva porque no sonríe
cuando lo hace, no hay indicios de que recuerde que soy una mujer con la
que se acostó o a la que le mostró deferencia. Parece que fue hace siglos.
—¿Te preparo algo de cenar? —murmura con voz grave.
Ni siquiera sé cómo responder a eso. De todas las preguntas que me
preparé para recibir, que me ofreciera comida no estaba ni entre las
cincuenta primeras.
—¿De cenar? Son más de las dos de la mañana.
—Sí. De cenar.
Lleva la corbata torcida, huele a alcohol y necesita afeitarse, pero
Kostya sigue siendo el hombre más elegante que he visto.
Se da vuelta y se marcha antes de que pueda emitir palabra. Mientras lo
sigo por el pasillo, observo su andar, la forma en que sus pantalones se
ciñen a la curva de su trasero, el modo en que la tela se adhiere a sus muslos
musculosos, el trapecio invertido que forman sus hombros y su cintura.
Mi sexo se estremece. Necesito tocarlo. Mi cuerpo me pide tenerlo
dentro de mí.
A pesar de que mis hormonas olvidaron todo lo que pasó hoy, mi
cerebro clama dejar de desearlo. Esto ya no irá a ninguna parte. Nunca
creerá que no le di información a mamá. No puedo culparlo. Yo tampoco
me creería.
Llegamos demasiado pronto a la cocina.
—Siéntate —me ordena y señala a un taburete en la encimera central.
Obedezco nerviosa, me siento en el borde del taburete y doy golpecitos
con las uñas en el mesón de mármol.
Kostya se ocupa en el refrigerador, extrae varias cosas y las arroja junto
al fregadero. Veo pan, tomate, jamón en lonjas, queso, aguacate.
—¿Emparedados? —pregunto. Necesito algo para llenar el silencio. Los
pensamientos que rugen dentro de mi cabeza son peor que cualquier cosa
que él pudiera decir.
Pero lo único que responde es:
—Emparedados.
—Qué bueno, conversación de cavernícolas —gruño en voz baja. No sé
si no me ha oído o si ignora mi atrevimiento, pero no recibo respuesta.
Me quedo quieta y observo cómo tuesta rebanadas de pan, las cubre con
jamón y queso, corta tomate y aguacate y los apila encima, y luego añade
una gruesa cucharada de mostaza. Sus manos se mueven de forma hábil y
segura. No levanta la vista ni una sola vez. Yo, por otro lado, no puedo
apartarla.
Después de unos minutos silenciosos, coloca uno de los emparedados en
un plato y lo desliza por el mesón hacia mí. El olor de la mostaza, acre y
penetrante, me embarga.
De repente, me siento mareada. Me tiemblan las manos y el sudor crea
manchas en mi camisa. Cuando por fin me mira, se me revuelve el
estómago.
Quiero hablar con él, contarle la verdad sobre mi madre y lo que hizo.
Quiero prometerle que puedo mantenerla bajo control —aunque ni siquiera
yo lo creo— y que sus secretos seguirán enterrados tan profundamente
como lo están ahora.
Pero no puedo hablar. Mi estómago tiembla y el sudor aún desciende por
mi espalda. No puedo sino pensar en mi próxima respiración para evitar
vomitarle encima.
—Charlotte.
Mi estómago da un vuelco y corro al baño. Y, justo cuando creo que mis
nervios y lo que sea que intenta escapar de mi vientre se han calmado, la
bilis, amarga y espesa, brota de mí.
Cuando por fin terminan los vómitos y puedo ponerme de pie sin que el
mundo me dé vueltas, me doy cuenta de que no puedo hablar con Kostya.
En lugar de eso, me dirijo a las escaleras y subo. Directo a la cama.
Mañana será mejor. O, al menos, no puede ser peor. Y no, no es un desafío
al universo. Es un pensamiento genuino.
Incluso después de volver a vomitar a las cuatro de la mañana y otra vez
en la ducha a las cinco y media.

C uando me despierto , parece que el universo no solo aceptó el reto que le


hice anoche, sino que está decidido a llevarlo más lejos.
El nuevo día empieza como terminó el anterior. Vuelvo a levantarme
después de lo que apenas parecen minutos dando vueltas en la cama con la
cabeza nublada y el estómago revuelto. Culpo de todo esto a mi madre y al
estrés de tener que preocuparme por nuestras vidas. Sus decisiones. Su
comportamiento. La reacción de mi cuerpo a lo que hizo.
Me salpico un poco de agua en la cara y luego me la seco con una toalla,
como si estuviera quitándome las náuseas. Como no funciona, me lavo los
dientes y voy a ver cómo está Tiana.
Está acurrucada en su cama, con Foo Foo bajo un brazo. Tan tranquila.
Tan despreocupada por los peligros de su vida. Incluso sonríe mientras
duerme, y sus ricitos cobrizos destacan sobre su piel blanca como la leche.
Estoy segura de que hubo un tiempo en que yo era así de inocente, sin
preocuparme del mundo fuera de mi pequeña burbuja. Pero, en cuanto lo
pienso, una imagen de mi madre me viene a la cabeza y empiezo a dudar de
que alguna vez fuera cierto. Probablemente nací con problemas, y es una
idea muy pesada para cargar tan temprano, cuando me siento como si me
hubiera atropellado un tren.
Más que nada, quiero volver a meterme a la cama, pero en el pasillo me
obligo a ir hacia las escaleras y alejarme de mi habitación. Tengo
responsabilidades que atender y una niña que necesita que le preparen el
desayuno y le planifiquen el día. Ya habrá tiempo para mortificarme bajo el
peso de mi pasado.
Pero ahora me invade la paz. Con el sonido del agua golpeteando el
borde de la piscina. Desde aquí puedo oler el cloro y la fragancia de las
flores. El calor del sol abrasador me calienta incluso antes de salir.
Atravieso la puerta del patio y veo a Kostya nadando hacia el lado
opuesto de la piscina. Su cuerpo largo y delgado, tonificado y tatuado, se
desliza por el agua y yo no puedo moverme. Sus músculos se contraen y se
expanden con cada brazada.
Kostya nadando es lo más cautivador que vi en mi vida. Su poder es
indudable. En el agua y fuera de ella.
Cuando se devuelve, se detiene y se sumerge hasta el fondo, mirándome
fijamente. La caricia de sus ojos es tan palpable como un roce de su mano,
y su lengua se desliza por su labio inferior mientras nos miramos fijamente.
No quiero desearlo porque acabaría con el corazón roto —gracias de
nuevo, mamá—, pero la pasión se agita en mi vientre y me impide respirar.
Y soy demasiado débil para rehusarme cuando me llama doblando el dedo
índice.
—Ven aquí.
No importa que lleve mis pantalones cortos de pijama y una camiseta de
tirantes en lugar de un bañador. Tampoco importa que todavía no me sienta
a la altura. Todo lo que veo es a Kostya y ese ardiente deseo en sus ojos.
Soy un amasijo de pasión por este hombre. Además, necesito saber que las
cosas están bien entre nosotros. Necesito que sepa que mi madre actuó por
su cuenta y que estoy tratando de detenerla.
Me rodea con los brazos apenas entro al agua y me abraza fuerte, su
pecho contra el mío, mientras su mano acaricia mi cabello y desliza hasta
mi garganta.
Por un segundo, creo ver en él una mirada salvaje que me llena de
pánico, y pataleo desesperada porque no me ahogue un ruso furioso, pero,
en cuanto mi mente evoca esa imagen, esa mirada se desvanece, y no sé si
era real o si la imaginé.
Al final no me importa, porque me baja los tirantes de la camiseta con
una calma silenciosa y sus labios me aprietan el pezón mientras mueve la
lengua de un lado a otro. Siento un impulso en lo más profundo de mi
vagina, que me hace gemir, y me froto contra él.
Luego, él se aparta.
—Quítatela.
No discutiré con un hombre que puede hacer eso con la boca. Arrojo la
camiseta a un lado de la piscina y él me levanta posando una mano detrás
de mis pantalones cortos y la otra alrededor de mis muslos. Cuando me
agarra de nuevo el pezón, introduce sus dedos en mí.
Me toca hasta que me siento de gelatina, hasta que me aferro a él y
gimo, frotando mi clítoris contra su estómago.
—Dime lo que quieres, Charlotte.
«Lo quiero todo».
—Te quiero a ti.
Sonríe y desliza sus dedos por mi clítoris y luego por mi trasero.
—¿Qué quieres que te haga?
Estoy sin aliento, retorciéndome, mientras sus dedos repiten el trayecto
y mis uñas se clavan en sus hombros. Estamos afuera. Me mira fijamente,
como si quisiera devorarme, y yo me siento traviesa.
—Quiero que me penetres.
Entrecierra los ojos, me quita las manos de los pantalones y me aparta
de un empujón. Ahí está el ruso furioso que antes creí haber imaginado.
—Ahora ya sabes lo que se siente que te engañen.
Sale de la piscina y camina hacia la casa, dejándome boquiabierta y
medio desnuda con un jardinero a unos pocos metros.
16
KOSTYA

La mayoría de los días de mi vida termino preguntándome cómo logré


sobrevivir y volver a contemplar el cielo de medianoche, pero hoy no es
uno de esos días. Hoy lo que me pregunto, después del día que tuve, es
cómo logran sobrevivir los demás.
Miro hacia la puerta del bar Semental Oscuro mientras espero. No sé
cómo logró Charlotte meterse tanto en mi corazón, pero sé que tiene que
parar. Lo único que tengo que hacer es averiguar cómo.
Ahora mismo no puedo, porque la puerta de cristal del bar se abre y
Marguerite Salazar sale con Kellan Makenzie, el segundo al mando de Jack
Whelan.
Ella tiene la mano metida en la chaqueta de él, y él tiene todos los dedos
de la mano tocándole el trasero mientras la mujer lo conduce hasta un auto.
Marguerite es una vieja amiga, de la época en que mi padre estaba al mando
y yo no era más que un muchacho de quince años.
Tenía veintidós años, era guapa, tenía físico de estrella porno y una voz
que hacía que se me parara el pito. Se pasó un verano entero enseñándome
todo lo que necesitaba saber sobre las vaginas. Puede que haya sido el
mejor verano de mi vida hasta ese entonces.
Observo los eventos y espero su señal. Hasta ahora lo atrajo a la parte
trasera de su camioneta Escalade. Acerco mi auto en silencio, con las luces
apagadas. No tiene ni idea de lo que le espera esta noche.
Aunque lo supiera, dudo que cambiara algo. Mis informantes afirman
que es un hombre esclavizado por su pene. Eso lo hizo un blanco fácil para
Marguerite. Ella manipula hombres por medio de sus penes desde que
estaba en la secundaria.
La luz de su camioneta parpadea. Esa es la señal.
Llegó la hora.
Salgo de mi Mercedes mientras enrosco el silenciador en el extremo de
mi pistola. Es hora de transmitir un mensaje y de asegurarme de que Jack
Whelan sepa que voy en serio y que está en malos términos con la Bratva.
Espero hasta que Marguerite sale del auto medio desnuda, limpiándose
la boca con la punta de un dedo. Le guiño un ojo y me pongo en su lugar, de
pie junto al verdugo de los Whelan, que está casi desnudo. Kellan intenta
ponerse los pantalones al verme y sus ojos se iluminan como si fueran
reflectores llenos de terror.
—Kellan Makenzie —digo. Le pongo la pistola sobre la sien y empujo
el cañón hasta que su cabeza se estampa contra la ventana—. No te
preocupes, hombrecito —ss bastante bajito, desde sus bracitos de
tiranosaurio, pasando por sus cortas piernas, hasta su diminuto pene que se
agita medio flácido en medio del pánico. ¿Cómo llegó este hombre a ser el
segundo al mando por encima del propio hijo de Jack? Me encantaría
saberlo, pero no tengo tiempo para preguntar—. No te preocupes por nada,
solo te dolerá un segundo.
No soy conocido por mis frases lapidarias, eso se lo dejo a Yelisey que
siempre tiene una frase ingeniosa para antes de acabar con alguien. En mi
caso usualmente prefiero el enfoque contundente pero silencioso.
Hoy, sin embargo, me gustaría tener un rato para pasar con Makenzie,
pero es así. Tengo cosas que hacer, compromisos que atender.
Por eso, disparo y su cabeza cae a un lado. La sangre me salpica.
Puto irlandés. Un dolor en el trasero, incluso muerto.
—Daño demasiadas camisas así —refunfuño.
—Vaya, Wyatt Earp, sí que sabes animar la vida de una chica —
canturrea Marguerite mientras se pone detrás de mí. Sonríe y desliza la
mano para estrujarme el pene por encima del pantalón —. ¿Qué tal si me
dejas devolverte el favor? Como en los viejos tiempos —me lame el lóbulo
de la oreja —. No he olvidado lo que te gusta.
Ahora la veo mayor de lo que la recordaba y está más refinada gracias al
dinero que le pagué todos estos años, que le permite elegir su clientela,
dónde hacer negocios, los bolsos de Gucci y esos tacones altos de suela roja
que tanto le gustan. Tiene el pelo castaño, con reflejos rubios y mechones
grises. Sigue siendo objetivamente hermosa, pero no es Charlotte.
Diablos, debería desearla. Debería estar deseando meterle el pene en la
boca, pero solo puedo pensar en la mujer guerrera asustada y ensimismada
en mi mansión.
Aparto su mano para que la ausencia de una erección no hiera sus
sentimientos y le sonrío.
—Gracias por tu ayuda, pero tengo que irme. Debo ir al aeropuerto.
Ella asiente.
—Lo nuestro fue hace una eternidad, ¿verdad? —cualquier otro día sí
que me sumergiría en la piscina de nuestra nostalgia, y quizá ella percibe
ese cambio porque se ríe un poco, suspira y luego hace un gesto con su
mano manicurada hacia el interior de su camioneta —. ¿Qué quieres que
haga con el pequeñín?
Maldita sea, siempre ha trabajado en equipo. Eso me encanta.
—Llévalo al desierto y quémalo todo. Ven a la oficina el lunes y me
encargaré de darte una camioneta nueva.
—Te lo preguntaré una última vez: ¿seguro que tienes que irte? Me
vendría bien un paseo por el sendero del recuerdo, papi —vuelve a entrar al
vehículo, le paso un brazo por los hombros y le beso la coronilla. Es leal y
entregada a nuestra causa, pero no siento nada por ella. Ni siquiera la deseo.
Ojalá sintiera algo, se merece que se preocupen por ella. Quizá luego vea si
está interesada en revolcarse con Yelisey, pero por ahora tengo un avión
esperándome en el LAX.
—En otra ocasión —ambos nos reímos, quizá porque sabemos que esa
faceta de nuestra relación ya se acabó.
Le sonrío, me despido y me voy en mi auto sin dejar de pensar en lo
fácil que le resultó a Marguerite utilizar su sensualidad para engañar a
Kellan, igual que Charlotte usó la suya para seducirme a mí.
Charlotte, con su actuación de mujer dulce e inocente, con ojos
brillantes y piel de porcelana. La misma Charlotte que jugó conmigo y usó
a mi hija para lograrlo. ¿Y todo para qué? Para conseguir algo que yo ya
sabía cómo manejar.
Se merece lo que decida hacerle. Habrá consecuencias, tiene que
haberlas.
Por ahora, cumpliré con lo que prometí. Una vez que haga mi parte, ya
no tendré obligaciones con Charlotte y podré abandonarla en el basurero de
mi pasado.
Entro en el garaje, estaciono y atravieso la verja según la información
que me dio Yelisey. Veo a quien busco. Me acerco y me aclaro la garganta.
—¿Lila Lowe?

P asan dos horas para que apague el auto en la entrada de mi casa. Lila no
habló mucho desde que la recogí. Me hizo tantas preguntas que creo que
debe pensar que se está metiendo en aguas peligrosas. Debe estar deseando
volver con su familia, con el hombre que escogió y con los hijos que dio a
luz. No con la hermana y la madre que dejó atrás.
Entro y dejo sus maletas en el vestíbulo. No la invité a quedarse aquí, no
pertenece a este lugar. No es por mí por quien regresó.
Tengo una habitación de hotel reservada para ella en el centro. Ahí
acaba todo lo que pienso hacer por ella, incluyendo permitirle usar mi auto
para llegar a su destino.
Charlotte me recibe en la puerta con los ojos rojos. Tiene la piel
manchada y la nariz roja. No quiero imaginarla llorando. Estoy
enfadadísimo, furioso con ella de tal manera que quiero castigarla hasta que
me pida clemencia, y luego un poco más.
Pero no puedo soportar la idea de que esté sola y llorando. Por eso tengo
que hacer esto.
Me envuelve entre sus brazos y percibo una bocanada de su dulce aroma
a Charlotte. Potente, reconfortante, erótico, dulce, embriagador. Es todo lo
que deseo, todo lo que necesito, y su esencia no me ayuda a calmarme ni
hace más fácil lo que tengo que hacer. Con cualquier otra mujer sería fácil,
pero ella se metió en mi corazón y cada reacción suya me destroza, o me
emociona, o me pone tan lujurioso que no puedo controlarme.
Hablando de eso: está temblando y aferrándose a mí, y necesito de todas
mis fuerzas para agarrarla por los hombros y apartarla hacia atrás para
poder pasar a la casa.
Cuando por fin entiende la indirecta y se aparta, sus ojos se abren de par
en par y se le retuerce el rostro. Nuevas lágrimas corren por sus mejillas
mientras señala una mancha de la sangre de Makenzie en mi camisa.
—¿Tú… eso es… de mi madre?
Miro hacia abajo y veo la mancha de sangre que está señalando.
—Nyet —suelto un suspiro —. No, esto es de otra persona que pensó
que podría jugar conmigo.
—Entonces, ¿mi madre está bien? —jadea como si estuviera aliviada y
agraviada al mismo tiempo.
—Charlotte, cariño, mamá nunca estuvo bien —Lila entra para ponerse
a mi lado, a lo que Charlotte reacciona enjugándose los ojos y ahogando un
grito.
Teniendo en cuenta todo lo que hizo para asegurarse de que yo
cumpliera mi parte del trato, habría esperado un abrazo o algo más que el
breve suspiro que deja escapar cuando ve a su hermana parada junto a mí.
Charlotte alterna la mirada entre su hermana y yo con los ojos como
platos y los labios bien cerrados.
—Se alegrará de verte.
—¿Y tú no? —Lila sonríe como si lo esperara —. Tuve que irme, Char.
Me estaba sofocando.
Charlotte se burla y pone los ojos en blanco.
—Oh, sí. Lo entiendo, lo sé porque me la dejaste a mí y estuve lidiando
con su mierda, que empeoró desde que te fuiste, por cierto. Así que gracias
—me mira y no sé si le da vergüenza tener una conversación tan personal
con su hermana delante de mí o si la mirada debería significar algo más de
lo que significa para mí.
Si bien no me importa que su feliz reencuentro —o lo que debería ser un
feliz reencuentro — se produzca en mi vestíbulo, tengo que hablar con
Charlotte. Es hora de ocuparme de los asuntos domésticos pendientes.
Me dirijo a su hermana porque necesito otro minuto antes de poder
mirar a Charlotte. No soy un hombre que acostumbre a tener que armarse
de valor, pero aún no puedo mirar a Charlotte de frente ni soy capaz de
decirle lo que necesito decirle.
Eso me enfada. Soy un don de la Bratva, sin importar la lujuria o el
amor o lo que sea que siento por ella, debería ser capaz de cumplir mis
deberes sin tener que darle tiempo a mis pelotas para que aparezcan.
—Tendrás que disculparnos un minuto. Necesito hablar con Charlotte
—mi tono indica que no les estoy pidiendo permiso.
Lila mira a Charlotte. Su miedo es casi tan palpable como mi rabia.
Charlotte se me queda mirando.
—Ven.
Ojalá hubiera elegido cualquier otra palabra del diccionario para decir
en este momento, porque el recuerdo de la última vez que le dije que se
''viniera'' sigue demasiado fresco en mi memoria. Es lo último que necesito
ahora.
Camina a mi lado hasta la sala de prensa de la planta baja, donde cierro
la puerta, encerrándome adentro junto con su perfume, esos putos ojos y un
cuerpo que quizá nunca pueda olvidar. Si supiera para qué usaba antes esta
habitación insonorizada, nunca me acompañaría. Gracias a Dios por la
limpieza a vapor y las mucamas que saben mantener la boca cerrada.
Cierro la puerta tras nosotros y me quedo mirándola. Quizá debería
haberme cruzado de brazos o dicho algo antes de que se girara y se lanzara
a sollozar encima de mi pecho.
—Creía que habías muerto.
Otra mentira.
—Creías que había matado a tu madre —la empujo —, y debería
matarla. Lo haría si fuera cualquier otra persona —maldita sea, ¿por qué
demonios le dije eso? La ira me revuelve el estómago —. Quiero que me
devuelvas esas cartas.
Ella asiente.
—Las puse en el cajón hace un tiempo. Que yo sepa, solo tenía una.
Ambos sabemos que eso no significa que su madre no vaya a acudir con
las autoridades. No puedo permitirme ningún tipo de escrutinio, por menor
que sea. Las cosas están delicadas ahora que la guerra con los Whelan está
causando estragos.
—¿Cómo supiste de ellas?
Los detalles no son muy importantes en realidad, pero mi curiosidad
quiere indagar en esto. Esas cartas estaban en mi oficina privada, una
habitación prohibida incluso para las mucamas.
—La noche que mi madre cuidó de Tiana, la noche que estuvimos en el
Baltzley, debió de… No lo sé, la verdad. Ni siquiera sabía que había cartas
hasta que ella me lo dijo, y no se me ocurrió preguntarle cómo las encontró
—ahora me mira. Me mira fijamente, quizá intentando averiguar qué
debería decir para salvar a su madre.
Eso es bueno, quiero que me tema. El miedo mantendrá viva a
Charlotte.
Asiento.
—Estás despedida, Charlotte.
No porque no le crea. No le creo nada, pero no es por eso. La despido
porque es una distracción más grande de lo que puedo tolerar. Cien veces
me he repetido que debería matar a su madre y cien veces no lo he hecho.
Charlotte es mi punto débil y no puedo permitir que siga siendo la grieta en
mi armadura, el punto que mis enemigos señalarán y se pondrán como
objetivo. De todos modos, no puedo dejar que sepa que esa es la razón.
—¿Qué? Yo no tuve nada que ver, Kostya.
Dejó entrar a su madre en mi casa, dejó que su madre husmeara entre
mis cosas y permitió que su madre me chantajeara.
—Sí, sí tuviste que ver, Charlotte, y aunque no hubiera sido así, no
importaría. Sales de mi casa con tu vida y la de tu madre, es todo lo que
puedo o quiero darte —se tapa la boca con la mano y parpadea muy rápido,
como si intentara contener las lágrimas—. Deberías aceptar esa cortesía e
irte.
Ahora mismo no puedo verla a la cara, así que me froto las manos como
si la fricción de ese movimiento bastara para mantenerme firme en este
momento y disipar la tristeza que sé que encontraré en su mirada, esa
tristeza que no soporto ver.
—¿Qué pasará con Tiana? —su voz es severa —. Necesita una madre,
alguien que la arrulle y juegue con ella cuando tú no estés.
Ah, quiere hablar más, echarme en cara que está al tanto de mis asuntos,
pero sabiamente se abstiene. Es un desaire que no sería capaz de perdonar.
—Mientras no estoy… —sonrío, aunque esto no me divierte. De hecho,
quiero que termine ya —. Lo que tienes que entender, Charlotte, es que eres
reemplazable. No hay nada que hayas hecho por Tiana —y ahora añado el
último clavo—, ni por mí, que otra no pueda hacer si le pago.
Su grito ahogado es casi silencioso, y es la única reacción que obtengo,
gracias a Dios. Su llanto está a punto de socavar toda la determinación que
me quedaba. Soy un hombre fuerte, pero la mujer a la que amo me traicionó
y ahora yo la estoy lastimando.
Voltea y abre la puerta de un tirón, luego se vuelve para lanzarme una
frase lapidaria.
—Puto bastardo.
Admiro su valor. He matado por mucho menos.
17
CHARLOTTE

Cuando Lila y yo salimos de la casa, detesto ver que Kostya tuvo la


previsión de mandar a buscar mi auto. No lo agradezco para nada.
En vez de eso, lloro enfadada. La cálida brisa no hace nada por calmar
los escalofríos que se extienden por mi piel, ni por apaciguar el brioso ritmo
de mi corazón.
Lila ya está junto a mi auto con una maleta que al principio presumo que
es suya, pero al dar otro paso y bajar la vista me doy cuenta de que en
realidad es la mía. Hizo que prepararan la maleta. Esto no es algo
improvisado y remediable, esto es premeditado. Debería haberlo sabido,
Kostya no es un hombre espontáneo o impulsivo. Cada palabra, cada acción
es meditada, sopesada, planeada.
Deduzco que echarme de la casa es algo que ya tenía decidido.
Le doy una patada a la maleta y la pongo en el asiento trasero. Quiero
gritar, patalear y ceder a la predisposición genética a la histeria que me
heredó mi madre, pero soy mejor que eso. Aunque no pueda contener las
lágrimas.
Lila me arrebata las llaves, me empuja hacia el asiento delantero del
vehículo, y yo ni siquiera me molesto en protestar.
Mandó a traer el auto. Hizo que lo sacaran del depósito y lo trajeran aquí
porque planeó esto, es lo que quiere. Mientras Lila se pone al volante, yo
me abrocho el cinturón de seguridad y me limpio los ojos. Acto seguido,
enciende el motor y emprende camino por la circunvalación hasta el portón.
Le cuento todo, todo lo que me pasó con Kostya desde el momento en
que me contrató. El enamoramiento que se convirtió en obsesión, la oferta,
Tiana, las cartas y la terrible, horrible, mala idea de mamá de chantajear a
un jefe de la mafia. Solo omito los detalles más sórdidos: el interrogatorio
en la casa de huéspedes, el tiroteo en el Baltzley. Ah, y el sexo. Eso prefiero
guardármelo para mí.
Cuando termino, me lanza una mirada.
—Tu jefe es un imbécil —un imbécil con el que me acosté, aunque eso
no se lo digo. No podría habérselo dicho aunque quisiera, porque resulta
que no terminó y, como nuestra madre, es imposible callarla una vez que le
da rienda suelta a la lengua.
—¿Y qué pasa con ese acento ruso? En todo el trayecto desde el
aeropuerto no sonó ni un poquito como Baryshnikov, pero luego vamos a la
casa y de repente lo que le falta es una Mamushka para estar en la Madre
Patria Rusa —sacude la cabeza en desaprobación —. Es como si quisiera
que olvidaras que es un Don grande y aterrador hasta que necesita que lo
recuerdes —ahora me clava la infame mirada de las mujeres Lowe: una ceja
arqueada, las fosas nasales dilatadas y los labios bien cerrados.
Señalo la carretera. Este auto es la única posesión que tengo, me
gustaría mantenerlo en la mejor condición posible.
—Lo sé, es un imbécil.
—Así es —asiente y gira a la izquierda en Sepúlveda. Al menos no
tengo que decirle que vaya a casa de mamá, porque no tenemos otro sitio
adonde ir—, y sé que ahora mismo no lo parece, pero hay hombres buenos
por ahí —la sonrisa ilumina toda su cara —. Kostya Zinon no es uno de
ellos.
Por lo que sé, podría tener un dispositivo de grabación supersecreto en
mi auto, así que hablar mal de él puede no ser lo mejor para mí, pero es lo
único que va a satisfacer a Lila. Quiero pensar en algo horrible que decir,
pero, cuando me reclino en mi asiento y cierro los ojos, lo único que veo es
su cara, su ira, su odio. El estómago se me revuelve de nuevo, hace días que
no se calma.
Me aferro al pomo de la puerta pues no puedo meterme la mano en el
pecho y evitar que me duela el corazón.
—¿Al menos te dijo algo? —vuelvo a ser una adolescente con líos
amorosos, desesperada por saber si el objeto de mi afecto me mencionó.
Lila me ofrece una nueva versión de la mirada: añade un suspiro y
tuerce la comisura de los labios hacia un lado.
—No, y deberías reunir fuerzas para mandarlo al carajo si no es capaz
de darse cuenta de lo que sientes por él y confiar en esos sentimientos lo
suficiente como para saber que nuestra madre actuó sola —vuelvo a
contener unas lágrimas, porque sé que tiene razón. Voltea a verme —. No es
muy hablador que digamos, ya lo sabes.
Dios la bendiga por intentarlo. Estamos llegando a casa de mamá y
necesito saber a qué nos enfrentamos. Debemos hablar sobre el problema
que estamos ignorando.
—¿Mamá sabe que estás aquí?
Honestamente, Lila podría haberse evitado el viaje si tan solo hubiera
llamado de vez en cuando. Yo lo sé, ella lo sabe, mamá lo sabe. Niega con
la cabeza porque, claro, si no podía llamar para saludar, ¿por qué iba a
llamar para avisar que la llevarían a casa a una visita obligatoria gracias a
un ruso enojado, que puede haber incluido a toda la familia en una lista
negra que pronto distribuirá entre su ejército de matones armados?
Mi imaginación empieza a asociar a Kostya a estereotipos que nunca
habría pensado hasta ahora.
—Todavía no —se queda viendo al frente, sin mirarme, ni siquiera de
reojo—. No planeaba volver.
Vaya, eso es reconfortante. También te extrañé, hermanita.
—Entonces ¿por qué lo hiciste? —soy más curiosa que orgullosa.
—Porque tu noviecito es persuasivo —no le corrijo el título porque está
otra vez en su mundo, donde no importan los detalles de la realidad. Protege
sus secretos, es egoísta a más no poder al ver que la vida es un poco más
dura de lo que desea—, me dijo que mamá te está volviendo loca, que está
peor que nunca. La verdad, no sé cómo notarías la diferencia.
¿Cómo se atreve a hablar así de mamá? Lila perdió su derecho a
despotricar contra ella cuando nos abandonó hace muchos años.
—¿Puedes culparla, Lila? No sabíamos si estabas viva o muerta.
—Si me hubiera quedado aquí habría muerto, Char. Estaba agonizando
—parece una radio que transmite la misma canción triste siempre. Pobre
Lila, tan sufrida.
Quizás sea porque estoy dolida y necesito desahogarme, o quizás porque
ya es hora de conversar estos problemas familiares, pero la fulmino con la
mirada y le digo:
—Todo siempre tiene que girar en torno a ti. Es el show de Lila Lowe,
las veinticuatro horas del día, siete días a la semana, los trescientos sesenta
y cinco días del año. Sinceramente, hermana, estoy harta —estaba harta
desde antes de que se fuera y el tiempo que pasó no ha ayudado mucho—.
Cada día que no estabas ella, elevaba tu pedestal otro par de centímetros y
yo tenía que escuchar al respecto. Cada fabuloso detalle de tu fabulosa vida,
reinventado y narrado de nuevo para… bueno, no sé para beneficio de
quién, pero seguro que no era para el mío.
—¡Nadie te obligó a quedarte!
No se me escapa el veneno que le inyecta a su voz.
—¿De verdad? ¿Quién demonios iba a cuidar de ella? —no estoy segura
de que mi madre pueda siquiera hacer un cheque si no tiene a alguien que lo
haga por ella.
—Bueno, quizá si no la mimaras, por fin aterrizaría y se cuidaría sola —
vira el volante hacia un estacionamiento a un par de manzanas de casa de
mamá, me propulsa hacia adelante cuando pisa el freno—. Nadie te obligó a
quedarte. Estoy segura de que yo no te obligué.
—Una de nosotras tenía que quedarse —puede discutir todo lo que
quiera, pero nada de lo que diga cambiará el hecho de que nos abandonó a
las dos. Quizá este no sea el momento para repasar cada detalle, pero estoy
tan cerca del colapso que tengo que mantenerme peleando. No sobreviviré a
este día de otra manera.
—¿Por qué? ¡La mamá es ella, Char! Se supone que debería alegrarse
cuando desplegamos nuestras alas y volamos fuera del nido.
—Volar es una cosa, pero tú te largaste de aquí como si tuvieras un puto
cohete en el culo. Te fuiste y luego fingiste que ella no existía —no puede
negarlo. Es la verdad clara y objetiva.
—No es así, Char.
Esboza una media sonrisa y se muerde el labio inferior. Su alegría es
como una puñalada en el vientre. Lo menos que podría hacer es tener la
cortesía de sentirse una fracción de lo miserable que me hizo sentir al irse.
Pero no, parece genuinamente feliz.
—Dave llegó en un momento en que las cosas con mamá eran una
locura. Cuando estaba con él, era el único momento en el que tenía algo de
paz. Él me hace feliz. Tengo una vida normal, sin berrinches repentinos
locos, excepto los míos.
—Me alegro por ti —frunzo el ceño. Quizá sería cierto, si al menos se
hubiera molestado en llamarme, en ayudarme con mamá, aunque solo fuera
esporádicamente. Hasta eso era demasiado para mi querida hermana, por lo
visto.
—No puedo volver a lidiar con sus rabietas y su narcisismo ni sus
quejas cuando las cosas no salen como ella quiere. Tengo hijos que me dan
suficiente trabajo con eso.
¿Hijos? ¿Soy tía?
—¿Tienes hijos? —a mí ya me sorprende bastante, así que si Lila cree
que mamá la dejará desaparecer otra vez cuando se entere de que tiene
nietos, está muy equivocada.
Lila se saca el teléfono del bolsillo y abre la aplicación de fotos.
Después de un par de toques, me lo da y señala a una chica mayor, una
morena encantadora sentada con dos chicas mucho más jóvenes, ambas
parecidas a Lila, rubias y de grandes ojos azules brillantes.
—Ally, Maddie y Loralei —dice orgullosa.
En el fondo de la foto, vislumbro el letrero de la Universidad de
Stanford. El campus es precioso, seguramente Lila llevó a las niñas a pasar
un día en las fuentes. Pero… ¿Stanford? ¿La Universidad de Stanford,
destacada institución de enseñanza superior situada… a menos de un día en
auto de aquí?
—¿Sigues viviendo en California y ni siquiera me llamaste nunca?
La revelación me duele más de lo que esperaba. Estuvo aquí todo este
tiempo. Cuando la necesité, cuando la odié. Nunca estuvo muy lejos. Duele,
y mucho.
Hay tanto que procesar con Lila en casa, mi despido, las sobrinas que no
conozco, perder a Kostya, a Tiana, que Lila haya estado cerca todo este
tiempo. No me puedo concentrar en nada de eso. Ya habrá tiempo de
analizarlo más adelante. Por ahora, elijo la indiferencia.
—Quise llamarte mil veces —nota la fuerza con la que sujeto su
teléfono—, no quería que tuvieras que mentirle a mamá.
Más bien, pensó que no sería capaz de mentirle a nuestra madre. No
puedo culparla por eso. No soy muy buena mintiendo.
Ya no me queda nada de fuerza para pelear.
—Me alegro de que estés aquí —suelto un suspiro hundiéndome en el
asiento.
Nos abrazamos, porque es mi hermana y, por muy enfadada que esté con
ella, la extrañaba. Cuando nos separamos, termina de conducir las
manzanas que faltan hasta casa de mamá y se detiene enfrente antes de
volver a dirigirse a mí.
—Al menos, dime que está mejor.
Me quedo mirando la casa e intento verla como la ve Lila. El exterior es
normal: estuco con tejado de estilo español y un par de cactus a cada lado
de la puerta. Se parece a todas las casas de la calle, no tiene nada siniestro
que pudiera revelarle a los vecinos las historias que guardan sus paredes.
Paredes que podrían contar tantos malos recuerdos: los gritos, las peleas, los
reproches, las vejaciones.
—Lo estará en cuanto te vea.
Abro la puerta de golpe y espero a que Lila haga lo mismo, pero ella
sigue sentada tras el volante, respirando lenta y profundamente una vez tras
otra, seguro deseando no haber respondido la llamada de Kostya.
—Una cena, Char. Luego me voy a casa —su estómago ruge y siento
esperanza. Quizá mamá pueda concentrarse en cocinar para Lila, alegrarse
de que esté aquí, y no convertirse en alguien que solo quiere que notemos el
dolor que sufrió por la traición de Lila hacia nuestra familia. Y por supuesto
que no quiero acabar viéndome obligada a escoger un bando.
Entro en casa primero, porque Lila necesita tener el lujo de un minuto
más, pero yo necesito hacer pipí y mi vejiga no puede esperar por ninguna
entrada dramática.
—¿Qué haces aquí? —la voz de mamá se oye como uñas en una pizarra,
haciendo que me estremezca al pasar junto a ella.
Está enfadada conmigo por lo de Kostya y lo último que quiero es
escucharla decirme «te lo dije», aunque tuviera razón y aun siendo ella el
catalizador que provocó mi despido, la implosión de mi vida amorosa y la
posibilidad de terminar dando un largo paseo por el muelle usando zapatos
de cemento.
—Pasaba por el vecindario y te traje algo, además tengo que orinar.
Elige la razón que prefieras.
Mamá, siendo como es, me sigue por el pasillo y se para firme frente a
la puerta.
—No preparé nada.
—Podemos ordenar algo —no es que me importe ahora mismo.
—No sé si quiero compartir mi mesa contigo —quiere que me disculpe
por gritarle. Solo por esta vez, estoy casi segura de lo dejaré pasar, pero ya
me equivoqué antes con sus cambios de humor y su capacidad para
perdonar, así que no apostaría por ello—. ¿No vas a contestarme?
—¿Me preguntaste algo? —odio parecer petulante y detesto que ella
pueda sacar ese lado mío, sin embargo me lavo las manos y abro la puerta
de golpe.
Quiero preguntarle por qué solo ella puede quejarse de tener un mal día,
la única a la que se le permite propagar su mal humor. Yo tuve un día digno
de ser cantado en alguna canción country melancólica que narre la triste
vida que me tocó, pero sonrío cuando Lila entra y mamá se voltea.
—Hola, mamá.
Esperaba un grito de felicidad o un chillido de alegría, pues para ella
devolver a Lila a casa era tan importante como para arriesgarse
chantajeando a un mafioso ruso. Esta es la culminación de una búsqueda de
años para poder ver a la hija pródiga iluminar su porche una vez más. Como
mínimo, pensé que parecería feliz. Pero solo suelta un bufido.
—Kostya Zinon ataca de nuevo.
Paso de recordarle que no le dejó elección.
Mamá se queda mirando a Lila. Está apenas entrando a la casa, sigue lo
bastante cerca de la puerta como para escapar rápido si la situación se
complica. Estamos al borde de una de las crisis de mamá: su labio tiembla y
los ojos inquietos la delatan. Si no hago algo para detenerla, Lila pasará de
estar en la sartén a cocerse en el infierno que mamá va a desatar.
La tensión vuelve el aire tan denso que noto el esfuerzo detrás de cada
respiración. Lila avanza hacia la puerta y los ojos húmedos de mamá se
secan.
No hay nada sorprendente en lo que está pasando. Ya pulsó el botón, un
botón que yo aprendí a evitar. Lila lleva tanto tiempo fuera que se le olvidó
cómo esquivarlo. El estrés me tiene el estómago revuelto con unos cuanto
litros de bilis. Una parte de mí quiere quedarse y ver a Lila lidiando con
mamá, pero el malestar se ha convertido en una turbulencia terrible.
Lila está sola en esto, yo cierro la puerta del baño de un portazo y me
abalanzo sobre el inodoro. No he comido, pero el ácido acumulado durante
horas estalla violentamente antes de permitirme respirar con normalidad y
enjuagarme la boca. Estas náuseas continuas han sido extrañas pues no
suelo vomitar por estrés, y si no supiera que es imposible…
Mierda.
Saco mi teléfono y reviso mi app porque no confío en mi memoria para
recordar detalles.
Ay, mierda, mierda, mierda.
Nueve días de atraso. Desempleada y con nueve días de atraso.
Desempleada, nueve días de atraso y posiblemente… embarazada. Dios,
tendré el hijo del jefe de la mafia rusa. Joder.
Junto las manos delante de mi cara y rezo para que la aplicación se haya
estropeado y necesite una actualización. Apago el teléfono y lo vuelvo a
encender.
No, funciona de mil maravillas.
No puedo negar la verdad que me acosa desde el teléfono con una
encantadora letra rosa. Me toma como diez respiraciones hondas y unos
cuantos mantras repitiendo «por Dios» lograr recomponerme para salir y
enfrentar a mi familia en la cocina.
Ninguna de las dos me mira, y menos mal porque mientras yo me
contentaba con poder mantenerme de pie frente al espejo mientras rezaba,
no le presté mucha atención a lo despeinada que estoy. Están demasiado
ocupadas mirándose con odio como para fijarse en mí.
—Tuve que irme, mamá. Me estabas asfixiando.
—Es curioso, tu hermana nunca se queja de lo mucho que la quiero, de
lo mucho que hago por ella, de cómo me aseguré de que su jefe nunca la
vaya a despedir.
Levanto la vista.
—Me despidió hoy, mamá, porque lo chantajeaste para que buscara a
Lila.
Esboza una sonrisa de oreja a oreja, como si acabara de resolver el
problema del calentamiento global. Va al cajón donde guarda los paños de
cocina, lo abre de un tirón, saca un sobre de debajo de la pila de paños, y lo
sacude para que lo vea.
—Entonces, le recordaré con quién está tratando. Las mujeres Lowe no
dejan que se aprovechen de ellas, ni siquiera un poderoso jefe de la Bratva.
Miro a Lila, cuyos ojos se abren de par en par y se queda con la boca
abierta. Maldición.
La lógica de mamá ya me costó bastante, pero más allá de eso… ¿cómo
se me pudo escapar esta otra carta?
—¿Perdiste la razón? ¿No hiciste suficiente ya? —tiendo la mano hacia
el sobre, pero ella lo aparta de repente y se va al otro extremo de la mesa.
—Necesitamos ese dinero, Charlotte. No dejaré que te despida —sus
ojos centellean mientras me mira fijamente—. O mejor, puede darnos
dinero para que nos mudemos más cerca de Lila —ella asiente de nuevo y
se relame los labios como una loca.
Quiero llorar, quiero hacer berrinche y hacerla entrar en razón, pero
aunque esos son trucos que emplea con cierta regularidad, su propia
medicina no funciona con ella.
—Mamá, te juro por Dios que me iré de aquí y no volverás a verme
jamás si no me das esa carta ya.
Habla con una voz delicada y cruel.
—Pero entonces ¿dónde vivirás?
Tiene razón. Entregué mi apartamento para mudarme con Kostya y
Tiana, pero de ninguna manera viviré con mamá. Sobre todo, si planea
seguir chantajeando a Kostya, y no es porque tenga miedo de lo que vaya a
hacer, sino porque una pequeña parte de mí lo ama y no quiere que mamá lo
obligue a desterrarme de su vida para siempre.
Si es que no lo hizo ya.
—No importa, ya lo resolveré. Soy una mujer adulta. ¿Cuál es tu
problema? —sus ojos se entornan mientras niego con la cabeza—. Toda mi
vida intenté ser una buena hija, apoyarte y justificarte cuando eras errática o
irracional, cuando aparecías en el colegio en pijama las veces que me hacía
daño…
—Quería llegar rápido al colegio.
—¿Con un osito de felpa y una bata de seda? —no fue el día más
orgulloso en mi paso por quinto grado—. Superé cuando le preguntaste a mi
pareja del baile de graduación de secundaria —Jack Rosado, orgulloso
propietario de un Mustang GT del '93 y posiblemente el hombre con la peor
barba en perilla del mundo—, si alguna vez había pensado en salir con
mujeres mayores. No te odié cuando derramaste un vaso de vino sobre mi
computadora el día antes de que tuviera que entregar mi trabajo trimestral
sobre economía empresarial, o cuando usaste una tarjeta de crédito a mi
nombre y te fuiste de juerga a Nordstrom. Me limité a pagar la factura
porque eres mi madre, pero te juro aquí mismo que, si no te alejas de
Kostya, si tan siquiera lo llamas por teléfono, haré un acto de desaparición
que hará que lo de Lila no parezca nada.
—¿Me estás amenazando? —mamá camina hacia mí como si fuera a
abofetearme.
No puedo retractarme ni retroceder. No esta vez. Ya no.
—No, mamá. Lo digo en serio.
Me acerco para arrebatarle la carta de la mano. Esta vez, no intenta
detenerme. Ni siquiera se inmuta mientras le paso por un lado hasta llegar
al cajón para asegurarme de que no tiene otras cartas escondidas ahí.
Cuando compruebo que está vacío, me dirijo a la puerta. Lila me sigue.
—No se vayan, mis niñas. Por favor.
No puedo ni mirarla. Esta vez no me importa que esté enfadada, no me
estremezco ante la angustia en su voz, ni volteo a ver las lágrimas en sus
ojos. Ella causó esto, se lo merece.
Sé que mañana podría ser diferente. Mañana puede que me importe que
sufra, pero ahora solo me preocupo por mí. Me preocupa que necesito
alejarme de ella y no puedo justificarla otra vez. Tal vez no lo haga nunca
más.
Me cansé de ser la segunda opción de todos.

E spero a que hayamos conducido unos cuantos kilómetros antes de


dirigirme a Lila.
—Gracias por venir.
Se le escapa una risita.
—Tienes mi maleta aquí —en la disyuntiva entre venirse conmigo o
quedarse con mamá, sé que siempre seré la opción menos problemática.
Junta su mano con la que tengo sobre el volante—. ¿A dónde vamos?
No lo pensé. Mi plan era quedarme en casa de mamá hasta decidir qué
hacer. Sin esa opción en mis cartas…
—No lo sé.
—¿Quieres venir conmigo a Stanford? Puedes quedarte con nosotros.
Es una oferta encantadora, una que probablemente debería aceptar, pero
surge una pregunta:
—¿Y mamá?
La sensación de culpa es grande en este caso, pues está arraigada. No
importa lo que haya hecho, sigue siendo mi mamá y algún día, suponiendo
que Kostya no nos mate primero, tendré que arreglar las cosas con ella.
Lila no padece tanto con el gen de la devoción familiar, por lo que solo
suspira.
—Consigamos una habitación en un hotel esta noche y ya pensaremos
qué hacer. ¿Sí?
Dios la bendiga, está haciendo todo lo que puede.
—Sí. Eso suena bien.
Tardo unos diez minutos en reservar un hotel junto al aeropuerto y otros
diez en encontrar una tienda donde Lila pueda comprar algo para merendar.
Me paseo por los pasillos de la farmacia mientras Lila visita la sección de
alimentos cuando me topo con un pasillo que tiene pruebas de embarazo.
Trago saliva y agarro varias.
Me dirijo al mostrador al mismo tiempo que Lila y, aunque no hace
ningún comentario sobre mi compra, arquea una ceja. Sin embargo, tan
pronto como lo hace aparta la mirada y se limita a preguntarme algo.
—¿Estás bien?
En realidad no tuve tiempo de pensarlo, ni de asimilar esta parte de todo
lo que me pasó. Tampoco puedo darme el lujo de estar lamentándome ahora
ni más adelante. Sobre todo si estoy embarazada.
—Sí.
Lila añade sus cosas a las mías y entrega su tarjeta de crédito.
—Sabes, me fui de este lugar porque no podía soportar cosas como lo
que acaba de pasar con mamá, pero también porque Dave estaba lejos y yo
quería estar donde él estuviera. Tenía sentido irme —ah, así que volvemos a
hacer que todo gire en torno a ella, ya veo. Al menos, esa parte de mi vida
se mantiene igual—, sin embargo, tu situación es diferente. No sé lo que
sientes por este tipo pero, al mencionarte, su cara cambió. Tenía esa mirada,
ya sabes, la mirada del 'hombre enamorado que no quiere admitir que está
enamorado'. Esa, se le notaba con claridad.
Niego con la cabeza.
—Me despidió, Lila. Me echó. Dijo que era reemplazable —de todo lo
dicho, eso es lo que más me duele.
—Por culpa de mamá. Si vas a verlo y se lo explicas, si le devuelves la
última carta, y si tal vez le dices lo que sientes… —se encoge de hombros y
recibe la tarjeta que le devuelve el adolescente con la cara llena de granos
que escucha nuestra conversación—. Sé que yo no dejaría que mamá se
interpusiera entre Dave y yo.
Me alegro de que desarrollara esa tremenda valentía, pero mi situación
es un poco más complicada que lo que le pasó a ella cuando se enamoró de
un hombre que conoció en un bar y huyó con él al país de los finales felices.
Ni siquiera sé si es posible tener un final feliz con un jefe de la Bratva.
Es algo que seguro debí haber pensado antes de meterme en la cama con
Kostya o antes de enam… de tener cualquier otra cosa con él.
18
KOSTYA

Putos Whelan. Estoy leyendo un informe que afirma que su presencia


amenaza uno de mis negocios más lucrativos. Todo el día, todas las noches
desde que se fue, no hice nada productivo. Solo pienso en Charlotte, en lo
destrozada que se veía, la tristeza en su mirada cuando le dije que se
marchara. La extraño.
—¿Kostya?
—¿Qué? —exclamo sobresaltado.
No he oído ni una palabra de esta reunión, pero no permitiré que nadie
haga notar mi desconcentración. Yelisey hace un gesto con la cabeza a
Vlad, que a su vez toca a Dimitri, que se levanta y le hace un gesto a
Nicholai para que los siga a todos en su camino de salida.
Yelisey cierra la puerta tras ellos.
—¿Quieres hablarlo?
—No, no quiero hablarlo —esta no es una puta fiesta de pijamas de
adolescentes, soy un hombre adulto que puede resolver sus propios
problemas—, quiero poner a mis hombres a trabajar para poder ir a casa y
ver cómo está mi hija, antes de tener que volver más tarde para hacer las
tareas que te pago para que hagas.
Si Yelisey no borra esa sonrisa de su cara, lo mataré yo mismo. Es como
un gato con nueve vidas que pone a prueba mi paciencia, pero se acerca
mucho a su última infracción.
Asiente.
—Bien, solo no parece que estés bien —abre la puerta y hace pasar de
nuevo a los hombres.
Una vez que todos están sentados, reparto las misiones: Vlad y su
equipo deben localizar a Jack Whelan y a su hijo, Dimitri y sus hombres se
encargarán de deshacerse de la mayor cantidad de patrimonios de los
Whelan que puedan porque Dimitri es un experto en explosivos y lo tuve
enjaulado demasiado tiempo; Nicholai, uno de mis verdugos, vigilará a los
soldados Whelan hasta que yo le ordene que los elimine.
Esa orden vendrá, sin duda. Ya tuve suficiente. Debí hacer esto hace
mucho tiempo en vez de jugar a la casita con Charlotte y permitirme creer
que podía integrarse en mi vida.
Otra vez invade mis pensamientos. Me enfurece.
—Voy a casa a ver cómo está Tiana. Volveré a las cinco en punto para
que me informen —no tengo por qué informarles de mi paradero pero
Yelisey tiene razón, por mucho que me disguste admitirlo. Estoy distraído.
Voy a aprovechar este descanso para organizar mis ideas.
Mi imperio depende de eso.

E l trayecto a casa es corto , pero el tráfico no ayuda. Para cuando


estaciono en el garaje no estoy menos estresado, ni menos enfadado, ni
menos impaciente por ver a Charlotte.
Entro en la casa y enseguida suspiro. Tiana grita otra vez, sentada de
brazos cruzados en la cocina, con el cuerpo rígido en medio de un charco de
leche, junto a un bol de cereal derramado. La nueva niñera, otra mujer de la
agencia que Charlotte sugirió al principio antes de aceptar el trabajo, está de
pie junto a Tiana. Luce demasiado severa y gruñona.
Tiana sonríe tan pronto como levanta la vista y me ve.
—¡Papi! —corre hacia mí y me abraza por las piernas.
No sé mucho de niños, pero conozco a mi hija. Es lista, es capaz de
comunicar sus deseos, necesidades, y también de portarse mal.
—Tiana, ¿por qué está tu comida en el suelo?
—Se me cayó —la tela de mis pantalones amortigua su voz, pero oigo
lo suficiente como para apretar los puños. Observo a la mujer que no es
Charlotte.
—Estaba corriendo con su cereal y se cayó. Le pedí que limpiara el
desastre que hizo.
No veo ni una toalla, ni una escoba, ni nada que Tiana pueda usar.
¿Cómo diablos…? No recuerdo el nombre de la mujer, pero no es para nada
como Charlotte. ¿Cómo espera que una niña de tres años limpie este
desorden? Charlotte hubiera sabido cómo manejar a Tiana.
Si no fuera porque Charlotte me traicionó… Tengo que recordarlo,
pero… no. No hay pero.
Le dejé pasar demasiadas cosas. Lo del interrogatorio en la casa de
huéspedes, lo del Baltzley… ¿cuántas traiciones se supone que debía pasar
por alto? Habría matado a cualquier otra persona que me hiciera una
fracción de lo que ella hizo y habría dormido como un bebé después, pero la
simple idea de lastimarla…
No puedo ni caminar por mi propia casa sin ver su fantasma por todas
partes, sentada en la silla junto a la ventana, acurrucada bajo una manta con
Tiana, leyéndole un libro.
En el mesón de la cocina ofreciéndole verduras y frutas a todo el que
pasa. Hasta Yelisey come mejor ahora, y es un hombre que adora las
rosquillas.
En mi habitación, con su pelo alborotado descansando sobre mi
almohada y los ojos brillando por la pasión.
En la piscina, donde la abracé mientras danzábamos juntos en el agua.
Está en todas partes. Es ineludible.
Me alegro de tener que volver a la oficina, aunque no esté exenta de
tener fantasmas de Charlotte recorriendo los pasillos. Sin embargo, primero
tengo que ocuparme de esto.
Miro a la niñera con desprecio. Dejó a Tiana en medio de este desastre
por demasiado tiempo.
—Limpia esto.
—Tiene que aprender…
—Olvídalo. Retírate.
Empieza a decir algo más, pero la callo con una mirada mordaz. Se lleva
a Tiana cargada en la cadera y sale de la habitación resoplando. Aprieto la
mandíbula y me pongo a limpiar la leche derramada con una toalla. El aro
de humedad que se forma en mi rodilla al levantarme es otro pecado que
añadiré a la lista de Charlotte.
Esto, la guerra con los Whelan. Le echaré la culpa de todo lo que me
sale mal. No se merece menos, por traidora.
No me cambio de ropa porque necesito recordar constantemente todo lo
que me hizo. Necesito ver las pruebas de su manipulación para no dejar que
los sentimientos por ella sobrepasen mi furia.
Así hago durante todo el camino de vuelta a la oficina. Es más fácil
todavía cuando me abordan dos periodistas, uno del diario The Times y otro
de un periodicucho de chismes de los que lee la sirvienta. Los conozco a los
dos y ninguno me cae bien.
—¡Sr. Zinon!
Esto me pasa por estacionar en el garaje y pasar por la entrada principal.
Agacho la cabeza y cruzo al otro lado de la calle.
—¡Kostya! Solo unas preguntas.
La prensa ha sido terrible con todo esto de los atentados a mi vida y los
ataques. Puede que no tenga otra oportunidad de inclinar la balanza a mi
favor, así que me paro cerca de la puerta y me ajusto la corbata.
—Kostya, ¿puede comentar sobre los dos recientes atentados que
afectaron a sus negocios?
Me esfuerzo por elegir mis palabras, pues no tengo ninguna declaración
preparada.
—No sé por qué mis negocios se convirtieron en un objetivo para la
mafia Whelan, pero estoy convencido de que esto cesará muy pronto.
Luego, como si fuera a responder a una pregunta tan ridícula, el
reportero de chismes me mira directo a los ojos mientras sonríe como si
supiera algún secreto y habla.
—¿Tiene planeada alguna represalia?
Soy apacible, además más listo que un reportero, y esta es mi vida.
Puedo jugar a ser quien yo quiera, incluido un empresario herido y un poco
pasivo agresivo.
—Confío en que los departamentos de policía a nivel estatal y federal
dediquen tanto tiempo a investigar estos ataques y resolver el asunto como
le dedican a investigar la legitimidad de mis negocios.
—¿Por qué cree que, de todos los negocios del área metropolitana de
Los Ángeles, el suyo está siendo atacado? ¿Será porque pertenece a la
Bratva?
Me río, pero camina sobre hielo muy delgado y la capa se adelgaza con
cada respiración.
—Ese no es sino un viejo rumor desagradable que ya se desmintió más
de una vez. Acojo con satisfacción cualquier investigación policial —en
realidad pago una suma considerable para desalentar ese tipo de injerencia
gubernamental—, que sea sobre mis operaciones comerciales.
Se limita a asentir ante mi respuesta genérica y ni siquiera se molesta en
anotarla.
—Hay muchas fotos de usted en el Hotel Baltzley con una mujer la
noche del atentado. ¿Es su novia? —no respondo, pero inclino la cabeza
hacia adelante al tiempo que mi corazón galopa con fuerza y mis dedos
forman un puño—. No es su tipo de chica habitual, Kostya. Debe tener un
motivo oculto para tener en su cama a una chica así.
Me hierve la sangre. Lo embisto y empiezo a golpearlo, sintiendo los
huesos crujir y su sangre brotar bajo mi puño. Ah, cómo me deleito al
percibir su piel desgarrándose por mis manos
¿Cómo demonios se atreve?
Lo golpeo una y otra vez, hasta que Yelisey aparece detrás de mí, me
contiene y me lleva dentro. Siento el subidón de adrenalina. Podría seguir
por diez rounds más con ese pedazo de mierda.
Adentro me envuelve una ráfaga de reacciones. Alguien me envuelve la
mano en una toalla mientras Yelisey me lleva hacia un ascensor y otra
persona desalienta a los curiosos que trabajan dentro del edificio.
Yelisey sacude la cabeza apenas la puerta del ascensor se cierra detrás
de nosotros.
—Tienes gente que se ocupa de esas cosas. ¿Por qué… te arriesgarías a
dar ese espectáculo en la entrada de tu compañía mientras los curiosos lo
graban y un periodista toma notas?
Lo último que necesito es una reprimenda, aunque tenga razón.
—También le pago a un equipo de seguridad que debería haberse
asegurado de que esos hombres nunca se acercaran a mí. ¿Dónde estaban?
—estoy furioso y me siento vivo y colérico y mi cuerpo parece vibrar.
Para cuando estamos arriba, la trifulca llegó a las redes sociales y, sin
que pase más de una hora, ya soy tendencia. Hay vídeos de la pelea,
remixes del vídeo pero con música, vloggers haciendo vídeoreacciones. No
hay nada que pueda hacer para evitar que esto crezca y se descontrole.
La junta convoca una reunión de emergencia por la prensa negativa que
estamos recibiendo. Según parece, no les importa que sus capitales sean
gestionados por un mafioso.
—Tenemos que encargarnos del departamento de policía —no debería
tener que decirles esto a Yelisey ni a Vlad, que de momento están en mi
oficina, revisando los feeds de Twitter e Instagram mientras me van leyendo
los titulares en voz alta.
Vlad asiente.
—Ya me ocupé de eso. Se hizo una donación generosa a nombre tuyo.
—¿Y la oficina del fiscal?
Me hace un gesto para calmarme mientras le muestra a Yelisey la
pantalla de su teléfono y ambos retroceden enseguida, como si no pudieran
creer lo que ven. Ninguno dice nada.
—¿Qué?
Yelisey niega con la cabeza.
—No preocupes —nunca logra acertar del todo con la jerga.
—Sí preocupo. ¿Qué es lo que dice? —no cambia el hecho de que soy el
jefe y le hice una pregunta que demanda una respuesta.
—Dice… —se aclara la garganta y resopla mientras se pasa la mano por
la barbilla—. Dice que… que estabas borracho y drogado hace tiempo
cuando mataste a un hombre a golpes en Rusia. También que, oye esto, eres
un jefe de la Bratva rusa que puede comprar a la mujer que quiera —tiene
algo de cierto y algo de falso, pero nada importante.
Necesito ir a casa. Ya tuve suficiente por hoy.
—Que alguien traiga mi auto.
Yelisey le hace una seña a Vlad y este se va.
—Sabes, Kostya, esto será noticia pasada mañana —afirma una vez que
la puerta se cierra.
—A no ser que me demanden.
—Ah, sí lo harán, pero nos encargaremos de eso igual que nos
encargamos de todo —frota el pulgar contra los dedos. La seña
internacional para hablar de dinero.
Sé que tiene razón, siempre tiene razón. Por eso es mi mano derecha.
Cuando vuelvo a pensar en Charlotte, ya estoy en casa. Así que quizá lo
único que tengo que hacer para olvidarla es buscarme una pelea a puñetazos
cada tantas horas al día, conducir con bastante tráfico en hora pico y
alejarme de casa, así no pienso en ella hasta encontrar la forma de controlar
mis sentimientos.
Tiana me recibe. Ya pasó su hora de dormir y la niñera no está por
ningún lado. Tomo a mi hija en brazos y percibo un olor que solo se puede
describir como sudor, leche agria y… ¿alguna clase de gel analgésico?
—Tiana, ¿dónde está… tu nueva amiga? —maldita sea, todavía no
recuerdo el nombre de la mujer.
La niña arruga la cara todo lo que puede.
—Quiero a Charlotte.
No quisiera concordar, pero así es. Concuerdo silenciosamente, en
secreto.
—¿Dónde está…? —Dios, ¿cómo se llama?—. ¿Tu niñera?
—No es muy simpática —su expresión es igual a la que puso el otro día
después de morder un limón que cortó Charlotte para hacer limonada—, me
odia —mi pequeña agita el pelo como una adulta en un programa de
entrevistas—. A mí tampoco me gusta. No es Charlotte.
Nadie nunca será tan bueno como Charlotte. Tan amable y tan perfecta
para mí y mi hija, ni tan diligente.
De repente, la mujer aparece por una esquina y me aparto de en medio
para evitar que me tumbe. Cuando levanta la vista, Tiana tiene los ojos
entrecerrados y los labios fruncidos. No necesito una prueba de ADN para
saber que esta niña es hija mía.
—Vete ya, estás despedida.
No tiene sentido suavizarlo. Hizo un mal trabajo y no requiero sus
servicios si esto es lo mejor que puede hacer.
—Solo pasó un día. Estoy segura de que si tengo más tiempo… —sus
palabras se ven interrumpidas cuando Tiana y yo nos vamos a la cocina.
Charlotte no necesitaba tener más tiempo, estableció un vínculo con
Tiana de inmediato. Necesito a alguien como ella de niñera. Alguien que
pueda manejar a mi hija, que sea firme pero cariñosa al mismo tiempo, que
sepa la canción de cuna adecuada y qué peluche es el correcto para los
paseos en auto y cuál para dormir.
Necesito a Charlotte.
Pero primero mi hija necesita un baño, un cuento antes de acostarse, que
la arrope y le dé un beso de buenas noches. Cuando me ocupe de esas cosas,
decidiré qué hacer respecto a Charlotte.
Cuando termino y Tiana ya está arropadita en su cama con su conejito,
su sirena, un osito de peluche y un tiburoncito, estoy agotado por los
eventos del día. Me encamino a mi cuarto con ganas de irme a la cama, pero
tengo mil cosas pendientes: tengo que llamar a la agencia y conseguir otra
niñera para Tiana y elaborar un plan de control de daños para manejar el
vídeo de mi altercado con el periodista de chismes, que se volvió viral.
Creo que debería analizar por qué su descripción de Charlotte me hizo
estallar en cólera, pero tengo que revisar unos mil mensajes de voz. La
mayoría de ellos seguro son periodistas que llaman solicitando que comente
los eventos. Pero, como es la tarea más fácil de tachar de mi lista y la que
puedo realizar tumbado en la cama, primero me ocupo de los mensajes de
voz.
Los cuatro primeros son de periodistas que quieren una declaración
sobre la pelea afuera de la compañía, un par son de un socio de un nivel
demasiado bajo como para tener mi número, cosa que requerirá una
discusión con Yelisey y una reunión con Vlad, pero el de Charlotte es el que
peor me pone.
—Kostya, soy Charlotte. Siento mucho lo que pasó con mi madre. Ella
solo quiere que mi hermana vuelva a casa. Ha sido… —hay una larga
pausa en la que puedo palpar su miedo—. En fin, no acudirá con la policía,
igual no tiene pruebas… —empieza a llorar, provocándome un nudo en el
estómago. Maldita sea—. Haré lo necesario para que Tiana y tú estén a
salvo, te doy mi palabra. Por favor, llámame para que podamos hablar.
Antes de poder digerir lo que dijo o cómo me afectó, el teléfono vuelve
a sonar.
—¿Qué? —más vale que Yelisey tenga una buena razón para
interrumpirme.
—Kostya —su tono amable me informa que las noticias serán malas. Lo
empeora suspirando—, ¿cuándo hablaste por última vez con Charlotte?
Por detrás de mi ojo izquierdo, la cabeza empieza a dolerme poco a
poco. No creo en premoniciones ni en fenómenos psíquicos extraños, pero
tengo los pelos de punta.
—Hace unos días. Cuatro, creo, desde que la despedí.
—Encontraron su auto en uno de nuestros edificios.
—Entiendo —se me revuelve el estómago.
—La puerta estaba abierta, el auto encendido, pero Charlotte no estaba,
aunque su bolso y su celular seguían ahí… —se aclara la garganta—.
Mandé a Vlad a buscar en la calle con Dimitri. Parece obra de los Whelan,
pero no sé.
Blyad.
—Quiero a todos los hombres que tengamos puestos en esto. Llama a
todos nuestros contactos. Quiero saber dónde está y quiero saberlo ya.
La defraudé, la eché a la calle, la dejé desprotegida. Luego revelé mis
cartas atacando a ese maldito reportero cuando la mencionó, mierda.
Si acaso la lastimaron para alcanzarme… No habrá forma de resarcir
eso.
No hace falta cuestionarme por qué me siento así, porque ya lo sé: amo
a Charlotte, y haré lo que haga falta para salvarla.
19
CHARLOTTE

Todos los huesos y músculos del cuerpo me duelen.


Estoy en una posición extraña, con la mano sobre la cabeza y no alcanzo
a moverla. Aunque me niego a abrir los ojos, reconozco que algo anda mal.
Quizá, sobre todo, porque mis párpados se niegan a abrirse para descubrir
por qué estoy en un suelo de cemento frío con la espalda apoyada a lo que
se siente como la puerta de un auto, igual de fría, dura y además metálica.
Sentada, intento aguzar el oído en busca de pistas que me indiquen
dónde podría estar o qué podría estar ocurriendo. Sigo sin poder
convencerme de abrir los ojos. Huelo gasolina y aceite, el suelo está frío, se
oye el zumbido de una luz en lo alto.
Con cuidado, muy despacio mientras me preparo para el dolor que sé
que se avecina, levanto un párpado y observo lo que me rodea.
Es un taller mecánico. Me tienen esposada a la manilla de un auto viejo.
Abro el otro ojo y, justo como esperaba, un dolor me recorre la cabeza
por detrás de la frente, por la cara y por la parte posterior del cráneo hasta el
cuello y la columna vertebral. Mis extremidades ya están reviviendo y una
agonía inimaginable me invade las piernas, que tengo flexionadas hacia
atrás. Cuando intento girarlas hacia delante, la rigidez casi me hace gritar.
En medio del dolor y la confusión, empiezo a buscar a Lila.
No, espera, Lila se fue. ¿Se fue a casa? Sí, sí.
Pienso un poco.
Nada parece claro.
—Char, tengo que ir a casa. Mi pequeña está enferma.
Me despertó para susurrarme esas palabras a primera hora de la mañana
en la habitación donde nos alojábamos. Eso fue… ¿hace dos noches? A
menos que lleve aquí más de unas horas.
Ay, mierda. ¿Y si llevo aquí más de unas horas y nadie lo sabe? ¿Qué
ocurrió? Me fui del hotel, fui a ver un apartamento listo para mudarme que
estaba bien para la cantidad de dinero que saqué de mis ahorros.
¿Dónde está mi bolso?
Escudriño la zona, giro el cuello todo lo que puedo en todas las
direcciones. Mierda, eran los ahorros de toda mi vida. Por no hablar de mi
celular, las llaves del auto, la botellita de gas pimienta que me regaló mamá
en Navidad el año pasado. Obviamente no están aquí.
La gravedad de toda esta situación pesa demasiado como para que mi
cuello aguante. Me reclino contra el auto e intento respirar.

—¿Q uieres hablar de eso?


Cuando estábamos en el hotel, Lila señaló con la cabeza la bolsa en mi
regazo, la que contenía la prueba de embarazo, la que evitamos mencionar
tanto en la tienda como en el auto.
—La verdad, no —en nuestra familia no hablamos de estas cosas. No
hablamos de nada, pero como así fue que empezó todo este lío con Lila
suspiro y saco la cajita de la bolsa. Quizá sea hora de cambiar la dinámica
que destruye a nuestra familia—. Es complicado.
—Es de Kostya, supongo.
Cuando asentí, me puso un brazo en el hombro.
—¿Se lo vas a decir?
¿Cómo no voy a decírselo? Aunque, si lo hago, pensará que lo trato de
engatusar.
—No sé —los ojos me picaban y rebosaban de lágrimas.
Quizás intuyendo que estaba a punto de derrumbarme, Lila me abrazó,
me ayudó a levantarme y me acompañó al baño.
—Bueno, quizá antes que nada deberíamos ver si hay algo que decirle.
Como seguía aferrada a la cajita, me separé de ella y entré en el baño,
agarré el primer palito de plástico de la caja y oriné. Mientras, recé para
que no hubiera ningún bebé.
Le rogué a mi hada madrina, a mi ángel de la guarda y a cualquier
deidad que pudiera escucharme que no me hiciera tener que ir a ver a
Kostya y hablarle. Dejó bastante claro que cualquier vínculo entre nosotros
no era nada para él y se había acabado. No quiero que esté conmigo
porque se sienta obligado por un bebé de alguna manera. En realidad, no
debería querer estar con él, pero sí quiero.

O h , por Dios, esto es malo, muy malo. Bajo la mirada hacia mi abdomen,
donde nada parece estar mal. Al menos, no hay sangre ni heridas visibles.
Todavía me zumba la cabeza y no distingo bien los detalles de los
recuerdos, ni el pasado del presente, pero no puedo seguir sentada en este
suelo. Tengo el culo frío, me duele la espalda, necesito levantarme y
estirarme, ejercitar los músculos y hacer que la sangre fluya por mis
extremidades para poder enfocarme en averiguar qué está pasando
exactamente.
Hay un logotipo en un cartel pegado en la pared frente a mí. Está justo
encima de una mesa, que estaría a la altura de mis ojos si estuviera de pie.
Dice Taller de la lechuza de diamantes. Si consigo salir de aquí, ese es un
detalle importante, además de un punto de referencia que puedo utilizar
para medir mis progresos en la tarea de lograr pararme erguida.
Mi cuerpo cruje y hace chasquidos cuando uso la manilla del auto y mi
fuerza para levantarme y poder estirar las piernas. Se tambalean y tiemblan
por el esfuerzo, pero por fin consigo ponerme de pie y alcanzo a ver a
través de una ventana al otro lado del vehículo.
Hay tres hombres reunidos en un estacionamiento lleno de autos. Dos de
los hombres llevan traje y el otro tiene una camisa azul de uniforme con un
pañuelo azul cubriendo su pelo rojo rizado. Me recuerda al tipo que sale en
los comerciales de cigarrillos, y seguro que eso me sacaría una risita si no
fuera por todo eso a lo que me enfrento ahora de estar esposada en un
edificio desconocido. Mi pequeña vejiga está a punto de reventar y el miedo
no mejora la urgencia.
No sé dónde estoy más allá del nombre en el letrero, pero sé que tengo
que salir de aquí porque vi más que suficiente televisión para saber que
despertar esposada a un auto casi nunca lleva a un final feliz. No creo que
vaya a venir un caballero con capa y en calzoncillos a rescatarme.
Las esposas no me aprietan mucho la muñeca, pero tampoco son muy
cómodas. Lucho contra ellas, moviendo el pulgar hacia adentro e intentando
sacar la mano, pero, haga lo que haga mi mano es demasiado grande.
Aunque tuviera una horquilla, que no tengo, no podría llevarme las
manos a la cabeza para intentar forzar la cerradura. De todas formas, no es
que yo sepa manipular cerraduras.
Es inútil. Soy patética, ¿por qué demonios tuve que ir a ese edificio de
apartamentos? Claro, porque no tengo dónde quedarme y volver a casa de
mamá embarazada, obligada a disculparme por decir la verdad, no es algo
que pueda afrontar de momento.
La puerta se abre y, como si sirviera de algo, me agacho bajo la
ventanilla del auto mientras el pelirrojo entra.
—Ah, la bella señorita está despierta.
Sí que podría ser el tipo de los comerciales con ese acento irlandés tan
fuerte.
—¿Qué hago aquí? —balbuceo.
Se ríe entre dientes y se acerca, haciéndome retroceder tanto como me
es posible. Mi corazón late tan deprisa que estoy segura de que mi pecho
tiene que estar todo golpeado, pero mantengo mi respiración serena y la
cabeza en alto.
—¿Tienes sed?
Mete la mano en una neverita que hay junto a la pared y saca una botella
de agua. Con un movimiento de la muñeca, le quita la tapa, le da un buen
trago y me la tiende. A pesar de la sed que tengo, no quiero beber después
de él.
Niego con la cabeza.
—Tengo que ir al baño.
Se encoge de hombros y se termina la botella de agua.
—Tendrás que esperar sentada, cariño.
A continuación, como si no hubiera una mujer embarazada atada al auto
pasando por una situación ridículamente estresante, abre el capó del mismo
vehículo y se pone a silbar mientras trabaja, con las herramientas haciendo
ruido y la radio sonando a un volumen tan alto que nadie me oiría gritar si
lo intentara.
—¿Vas a matarme? —pregunto a gritos. Ni siquiera así obtengo
respuesta—. ¡Oye, duendecito! Tengo que hacer pipí —pateo la puerta del
auto y siento un nuevo dolor en mi pie descalzo como recompensa, pero al
menos logro que se asome por encima del capó.
—Linda, si le haces una abolladura, te la van a hacer pagar.
—¡¿Quiénes?! ¡¿Pagar cómo?! —ignora mis chillidos mientras el pánico
se apodera de mí a cada segundo que me veo obligada a estar aquí con las
piernas cruzadas y la cabeza doliéndome, mientras me pregunto si este es el
último sitio que verán mis ojos, si moriré sin haberme reconciliado nunca
con mi madre, si alguna vez tendré la oportunidad de decirle a Kostya…
todas las cosas que tengo para decirle.
No quiero llorar, pero Dios mío, dejo caer unas lágrimas durante uno
buenos cincuenta segundos y luego sacudo la cabeza. Necesito ideas claras,
una forma de distraerme de la realidad de mi situación.
Primero tengo que averiguar por qué estoy en esta situación.
—Oye, hombre de los cigarrillos —si caigo, caeré como una buena
americana enojada—. ¿Para quién trabajas?
Se acerca al parachoques delantero limpiándose las manos en un trapo
azul, con un aspecto de lo más despreocupado. Cabrón engreído.
—¿Se supone que lo de los cigarrillos debe ser una alusión a mi estatura
o a mi origen?
Ya que lo menciona, creo que soy unos centímetros más alta que él.
—Dejaré que tú decidas cómo tomártelo.
Su sonrisa no favorece mucho su cara, ni la fea cicatriz nudosa que le
corta la mejilla desde la sien hasta la mandíbula.
—Me decantaré por lo de mis orígenes.
—Bien por ti, aléjate de lo obvio.
Su labio se curva en una mueca enojada, que hace que el corazón esté a
punto de salirse por mi boca, pero no puedo echarme para atrás. No puedo
mostrar miedo, porque soy la única que me puede sacar de esta. Jamás en
mi vida tuve algo tan claro.
—Eres una perra —comenta—. No me extraña que te quieran muerta —
se me acerca al decirlo y huelo lo que el whisky irlandés y la falta de un
cepillo de dientes pueden hacerle al aliento de un hombre. Spoiler: no es
bonito.
Pero es tan directo que me da un poco de risa.
—Si me quieren muerta no es por mi culpa. Me quieren muerta por…
—inclino la cabeza. ¿Cuántas veces he oído a Kostya quejarse de ese puto
irlandés llamado Whelan? Tendría que ser la mayor coincidencia del mundo
que esto tuviera que ver con alguien que no fuera el enemigo de Kostya—.
Por culpa de Kostya.
—Puedes culpar al Sr. Zinon por tu situación actual, amor. Tu novio
golpeó a un periodista que te llamó fea. Nos puso sobre aviso, ¿o no? —me
mira de arriba a abajo—. Creo que tienes una belleza poco común. Clásica,
diría yo. No me extraña que luche por ti, apuesto a que no tiene mucho
kilometraje ese pequeño y bonito traserito.
—Asqueroso —es poco decir, aunque ahora no es el momento de
ofenderse por su grosería. No me importa lo que piense, pero recordaré esta
información por si puedo encontrarle un uso más adelante—. Oye, de
verdad tengo que ir al baño.
Quizá haya una ventana en el baño por la que pueda salir después de
orinar. Porque, a pesar de lo valiente que pueda parecer ahora, mi situación
urinaria es desesperada.
Suspira y los hombros se le hunden como si estuviera decepcionado de
mí. No tiene mucho músculo este hombrecito escuálido, creo poder con él,
pero no quiero arriesgar la seguridad del bebé a menos que no me quede
más remedio. Ahora mismo estoy depositando todas mis esperanzas en que
haya una ventana en el baño.
—Vamos.
Me quita una de las esposas y, en cuanto me libero del auto, me la
vuelve a poner y usa la corta cadena entre los brazaletes para tirar de mí.
Me quitaron los zapatos, puedo notarlo sobre todo porque siento el suelo de
cemento frío y arenoso, resbaladizo por el aceite y sucio, mientras tira de mí
hasta llegar al lado opuesto del taller.
—Date prisa. Seguro que pronto querrán hablar contigo.
Me empuja al interior de un cuarto pequeñito con un solo inodoro, que
al parecer no vio la punta de un cepillo en toda su existencia, y un lavabo
que creo que alguna vez habrá sido blanco, aunque ahora es de un color
parduzco, grisáceo, sucio y mugriento. Por desgracia para mí, no puedo
darme el lujo de ser exigente o esperar a un alojamiento mejor; y qué mala
suerte, hay una ventana que se abre, pero del tamaño de una caja de
pañuelos y está en lo alto de la pared. Con suerte, con la vejiga vacía podré
idear un plan mejor que no sea usar la ventana del baño.
Al cabo de un minuto, el hombrecito de los comerciales llama a la
puerta.
—Vamos, cariño. Hay gente esperando para charlar contigo.
Cuando abro la puerta, veo que tiene compañía. Los hombres de traje
están detrás de él.
—Srta. Lowe, un placer verla —el hombre mayor me saluda con
cortesía—. Soy Jack Whelan.
Abro los ojos como platos, y me cruzaría de brazos con altivez, pero…
las esposas. Si cree que va a recibir una respuesta educada o un saludo de
cortesía, está equivocadísimo. Estoy cansada, dolorida y me muero de
hambre, pero aún no estoy tan desesperada como para ser conciliadora.
Además, ahora tengo la esperanza añadida de que Kostya o sus hombres
vengan por mí, aunque sea por casualidad, cuando lleguen a arrancarle la
garganta a Whelan. Puede que sea poco realista, pero es todo lo que tengo
por ahora, así que me aferro a la idea.
—¿El gato le comió la lengua?
Todo lo que dicen estos patanes suena como una cancioncita. Si no me
tuvieran atada desde hace tanto rato y no supiera que seguramente tramaban
mi muerte mientras orinaba, me gustaría oírlos hablar un rato. Por
desgracia, tanta información y demasiada tensión acumulada en mi
estómago no soportarían eso.
—Está bien, señorita Lowe. Tenemos un guion para que lea.
Si pudiera, estaría con el ceño bien fruncido y los labios arrugados, pero
no quiero revelarles nada porque temo acabar revelando demasiado.
Aunque no tengo mucho que temer en ese sentido, le demostraré a Kostya
que nunca contaré todo lo que sé.
El pelirrojo me lleva a otra habitación, luego sale silbando y Jack
Whelan me empuja a una silla. La habitación es austera salvo por una luz
cenital. Las paredes son metálicas y el suelo de cemento. Hay una silla con
una cámara de vídeo sobre un trípode frente a mi frío asiento de plástico.
Estoy ocupada intentando averiguar qué tipo de pista puedo infiltrar en el
vídeo del rescate para que alguien la descubra, pero no soy una espía ni un
gánster de la mafia, y cualquier cosa que diga hará que me maten o la
borrarán antes de que salga de esta habitación.
Mierda, lástima que no van a transmitir en vivo, con eso sí que podría
trabajar. El tipo que no es Jack Whelan se para detrás de la cámara y
despliega la diminuta pantalla mientras Jack me da un papel para que lo lea.
Me llamo Charlotte Lowe y llevo cinco años trabajando para Kostya
Zinon. En ese tiempo, descubrí muchas cosas sobre sus actividades ilegales
como jefe de la Bratva. Van desde venta callejera de drogas hasta
importación de armas. Zinon y sus hombres, Vladimir Polkov y Dmitri
Vasilyev dirigen una serie de negocios muy lucrativos en los que blanquean
el dinero procedente de sus actividades empresariales ilegales repartidas
por toda la costa oeste de Estados Unidos…
Y así sigue y sigue, enumerando detalles que hasta un policía ciego,
sordo y mudo con un derrame cerebral podría convertir en graves
consecuencias legales para el imperio de Kostya.
No puedo leer esto. No lo leeré.
No porque no sea cierto, sino porque no soy una traidora. No le haría
esto ni a un desconocido de la calle, mucho menos a un hombre que me
importa… o que alguna vez me importó, me corrijo en silencio. Un hombre
cuyo hijo llevo en mi vientre.
Sacudo la cabeza y dejo caer el papel al suelo.
Whelan me coge por la nuca y se cierne encima de mí para que sienta su
aliento en la oreja.
—Lo leerás y harás que me lo crea o mataré a tu madre y, mientras ella
ruega por su vida, dejaré que mis hombres hagan contigo lo que quieran. No
son hombres amorosos, querida —su acento es marcado y su aliento agrio,
pero habla en serio y la fuerza con la que sus dedos me aprietan la piel lo
demuestra.
Sigo sin hablar. Ni siquiera suelto un grito ahogado, porque soy fuerte y
no tengo miedo. Al menos eso intento. Se ríe al ver mi mandíbula tensa y se
cruza de brazos.
—¿Sabes lo que mis hombres le harían a una chica guapa como tú?
Recoge el trozo de papel y vuelve a ponerlo sobre mi regazo para luego
acariciarme el muslo. Qué día para llevar falda. Me roza con la palma de la
mano y se me revuelve el estómago, aunque mantengo la frente en alto.
—No dejarán mucho para tu novio, pero quedará suficiente para que
sepas que, lo que una vez fuiste, nunca volverás a ser. Sentirás cada día del
resto de tu vida lo que te hicieron y sabrás que nunca estarás fuera de mi
alcance —se agacha frente a mí y desliza sus nudillos sobre mis bragas—.
Te diré algo, cariño, eres una jovencita preciosa. Si haces esto, si lees esto
para mí ante la cámara, te convertiré en mi princesa irlandesa. Basta de
lisonjear a una hija que no es tuya, te haré una que sí lo sea.
Es tan viejo que podría ser mi padre.
Hay mucho en juego para que su mano no suba más, porque una vez que
cruce esa línea no podrá deshacerlo y, aunque al momento lo odio, no
quiero que Kostya lo mate. No quiero que Kostya mate a nadie.
A estas alturas, ya no niego quién es y qué hace Kostya. De todos
modos, estando en este cuarto no tiene sentido. Nadie aquí duda de lo que
Kostya hace o quién es, pero solo se espera que uno de nosotros lo diga en
voz alta para la cámara, para un vídeo que probablemente llegará a todas las
televisiones y oficinas del FBI al oeste del río Mississippi.
¿Creo que Jack Whelan matará a mi madre? No, ella no es tan
importante, pero decirle que no le creo podría hacer que me mataran. Luego
él buscaría a alguien más que lea su mensaje. Tengo un bebé en quien
pensar, pero aún no he respondido su pregunta.
Le hace una seña con la cabeza al hombre que está tras la cámara y este
se acerca sacando un teléfono del bolsillo. Toca la pantalla una, dos, más
veces de las que puedo contar y luego la da vuelta para que yo la vea. Tiana
está sentada en la encimera de la cocina, hay una mujer más joven que yo,
más rubia que yo, que le sonríe a la cámara y guiña un ojo mientras la
imagen se vuelve negra.
Mierda. No hace falta ser un genio para saber lo que viene, o para
deducir que descubrieron mi punto débil.
—Averiguar qué agencia usó tu novio para los servicios de niñera me
llevó unos tres minutos. ¿Eso me hace inteligente? ¿O motivado? ¿Qué
diría usted, Srta. Charlotte Lowe? Hija de Sam y Gloria Lowe, hermana de
Lila —se ríe—. Gloria, esa sí que es una belleza, y sus hijas preciosas,
simplemente hermosas, pero tengo la sensación de que la que dará de que
hablar es esa señorita de ahí —levanta el teléfono—. ¿Me equivoco?
Bastardo. No, no se equivoca. No solo porque quiero a Tiana, sino
porque, si a llegan a lastimar, se desatará una furia en el mundo para la que
no creo que Jack Whelan ni nadie esté preparado.
No la furia de Kostya, sino la mía.
Recojo el papel y lo pongo delante de mi cara, asegurándome de que se
vean en cámara mis esposas para hacerle saber que solo lo estoy leyendo
porque me coaccionan, y que cualquiera que observe lo sepa.
Debí haberme agachado, debí haberlo visto venir, pero el papel se
interpuso en mi visión. Para ser tan mayor como para ser mi padre, es
rápido, y su puño me golpea la cara antes de que pueda darme cuenta.
Emito un primer ruido: un grito ahogado y un quejido. El mundo se
oscurece por un instante mientras siento el sabor cobrizo de la sangre,
amargo, y veo gotitas que salpican el papel.
Esto es en serio y me matará si no coopero.
No soy una moneda de cambio. Soy una ficha en un juego y mi vida es
la apuesta. Jack va a usar mi vida para apostar que puede desenmascarar a
Kostya si yo no hago algo para impedirlo.
El problema es que no sé qué hacer.
Este es uno de esos momentos en los que la vida y la muerte son dos
caras de una misma moneda, donde mi decisión es lo único que importa.
Necesito ganar todo el tiempo que pueda, así que levanto las manos, me
limpio la sangre de la comisura de los labios y agarro la hoja de papel.
—Bien, haré lo que quieras.
20
KOSTYA

Estoy rodeado de puros idiotas en esta habitación, a los que les pago para
ser más listos y leales de lo que son.
Yelisey me aparta fuera del rango de audición de la multitud de agentes
de la ley reunidos en torno a una sala de conferencias en la parte trasera de
la comisaría.
—Kostya, es una mujer en un mundo repleto de mujeres. Tomémonos
un minuto para reflexionar antes de prender fuego al mundo intentando
salvarla —habla bajito y está peligrosamente cerca mío para ser un hombre
que da tan malos consejos—. Su madre te chantajea.
Lo sabía.
—¿Y crees que si dejo morir a Charlotte su madre aumentará sus
demandas? ¿O no va a culparme y hacer público lo que sabe?
No estoy seguro de cuánta evidencia tiene o qué puede probar, por no
mencionar que la idea de dejar a Charlotte a merced de Whelan y sus
hombres me enferma.
—Encontraremos a Charlotte —mi tono no deja margen de discusión.
Asiente obedientemente y se aleja mientras nuestro contacto en el FBI
se mete el teléfono en el bolsillo y se acerca al extremo de la mesa de
conferencias donde estoy yo.
—Obtuvimos un vídeo de una cámara de la calle.
Miro las imágenes en la pantalla. Veo a Charlotte, a quien reconocería
en cualquier parte, siendo sacada de su auto, agitando violentamente los
brazos, tambaleándose y cayendo de rodillas después de que el mismísimo
Jack Whelan le estampa la cabeza en el techo del auto.
Un auto en el que nunca debió haber estado, en una carretera en la que
nunca debió haber circulado, buscando un apartamento que nunca debió
necesitar.
Blyad.
No me importa lo que cueste, la encontraré y la compensaré por esto.
Así me lleve días, semanas o años, lo haré. Pero será mejor si la encuentro
más rápido, mucho más rápido.
El jefe de policía Ken Sumner está apoyado sobre un escritorio, mirando
un monitor de computadora que muestra cámaras de tráfico.
—Kostya, la veo. Está en el taller Lechuza de diamante de Melrose —
señala la pantalla—. Ahí está la camioneta de Whelan.
Miro a Yelisey, que está de pie con los brazos cruzados y los pies
separados en la clásica postura del guerrero. Está conspirando, planeando
cómo salvar a Charlotte. No porque se preocupe por ella ni por mí, sino
porque las batallas son su vida.
Una vez que Charlotte esté fuera de peligro dejaré que libre su batalla,
tan sangrienta como la quiera. Por mí, que mate a todos los irlandeses de la
ciudad.
Sumner se aparta de sus monitores para mirarme a la cara.
—Podemos entrar y rescatarla —tiene signos de dólar en los ojos,
viendo la perspectiva de un pago como agradecimiento y el titular JEFE
ACABA CON LA MAFÍA IRLANDESA haciendo que su cara se ilumine con
una expresión fresca.
No puedo permitir que nadie más que mis hombres y yo vayamos por
Charlotte. A nadie más le importará el fuego cruzado ni quién caiga en él.
Me niego a arriesgar a Charlotte o su seguridad, por lo que miro a Sumner.
—Gracias, jefe, pero nos ocuparemos de esto a partir de ahora.
—Kostya, no puedo dejar que…
Le ofrezco una sonrisa apagada a modo de advertencia silenciosa para
que deje de hablar y no tenga que avergonzarlo. Ahora que obtuve
respuestas, puedo hacer notar la intensidad y el carácter absoluto de mi
poder con nada más que un insignificante gesto.
—Mis hombres se encargarán de la situación en el terreno. Por supuesto
que los necesitaremos en alerta, pero en una posición más prudente —más
que nada, los necesito para poder mantener esta historia alejada de los
periódicos, pero le gusta sentirse útil y, en interés de nuestra relación
laboral, consiento esa actitud.
Aunque asiente, me doy cuenta de que no está contento con la situación.
Le ordeno a Vlad, pues Yelisey sigue sumido en sus pensamientos, que
asigne a un hombre para vigilar al jefe. Lo último que necesito es que él y
sus torpes camaradas se interpongan en mi camino.
—¿Algo más? —pregunta Vlad.
Al igual que Yelisey, Vlad siempre está listo para la batalla. Es joven y
corpulento, fuerte como un toro, y haría falta algo más que una bala para
acabar con él. Asiento porque tengo una misión especial para él, aunque no
puedo hablar de ello ahora que el sheriff, el jefe y diez policías más me
pueden escuchar.
—Vayamos a casa.
Asiente una vez y se aleja para hablar por teléfono mientras yo observo
al jefe. Espero que Sumner no sea un problema. Es más joven de lo quisiera
para una operación como esta, y podría ser un elemento impredecible si no
lo mantengo a raya. En este momento, necesito que todos los engranajes
encajen bien.
No puede haber errores.

U na hora más tarde , ya no puedo estarme quieto. Estoy cansado de


esperar respuestas, que suene el teléfono, cuando puedo estar en la calle
averiguando las cosas yo mismo, garantizando que las cosas se hagan como
lo hacía para mi padre cuando él estaba al mando.
El Teddy Bare Lounge de La Brea es uno de los bares de Whelan y,
aunque sus hombres deberían estar en alerta máxima, hay más de uno
caminando a trompicones por el perímetro del edificio hasta el callejón.
No estoy de humor para esperar, así que abro la puerta de la camioneta y
cruzo la calle con Yelisey a mi lado. Somos sigilosos, silenciosos, nos
mezclamos con la oscuridad del callejón, avistamos a nuestro objetivo y nos
acercamos por detrás.
Yelisey le rodea la cabeza a la víctima con una bolsa mientras yo uso la
culata de mi pistola para noquearlo, y juntos lo metemos en el asiento
trasero de la camioneta. Yelisey se sube con él de modo que, al mismo
tiempo que me alejo a toda velocidad, él inmoviliza al prisionero con
ataduras y cinta adhesiva.
Mi pulso está firme, tengo la mente despejada. Necesito una cosa de este
ublyudok y estoy deseando conseguirla. Las calles siguen llenas de turistas
y gente buscando problemas, pero no tengo problemas para llegar al recinto.
Me detengo en la entrada y le hago un gesto con la cabeza a Yelisey.
—Llévalo a la casa de huéspedes. Voy a ver cómo está mi hija y luego
voy para allá. Que nadie lo toque hasta que yo llegue.
Yelisey asiente.
—Da.
Lo frustra cuando lo mandoneo en asuntos como este, pero para mí, hoy,
esto es personal. Es mi responsabilidad, y pronto será un placer.
Cuando entro en casa, me encuentro con un silencio antinatural. Bueno,
antinatural estos días, sin Charlotte. No escucho tarareos, ni gritos de
alegría mientras ella y Tiana se deslizan por el suelo de madera en
calcetines resbaladizos, y tampoco hay cuentos antes de dormir.
Lo peor de todo es que no hay risas.
Tiana apenas sonríe desde que Charlotte se fue.
Desde que la obligué a irse. El sentimiento de culpa que tengo es
intenso, más fuerte de lo que esperaba, considerando que no tuve elección.
Hice lo que tenía que hacer. Blyad.
No importa cómo lo ponga, la culpa es mía. Voy a ver cómo está Tiana,
compruebo que sus rizos rubios se asoman por debajo de la manta y sonrío.
En el poco tiempo que hemos compartido, ya ha cambiado muchísimo. Ha
crecido, aprendido.
Sin embargo, ahora no tengo tiempo para sentirme agradecido. Ahora
mismo no soy Kostya Zinon el padre, soy Kostya Zinon el jefe de la Bratva,
envuelto en una guerra con unos enanos irlandeses muy estúpidos que creen
que pueden quitarme lo que es mío.
Cierro la puerta y salgo al pasillo mientras la nueva niñera camina hacia
mí.
—Sr. Zinon —asiente y pasa por mi lado.
Esta es más joven, de unos veinte años, gafas de pasta y un suéter tejido
de lana. Se sonroja cuando le hablo y aún no me mira a los ojos, pero es la
hora de dormir de Tiana y está durmiendo. Es lo único que importa.
Por eso, en lugar de dirigirme de una vez a la casa de huéspedes y a la
habitación donde le sacaré lo que necesito al soldado de Whelan, me voy a
mi oficina, me sirvo vodka en un vaso e intento no pensar en Charlotte. No
por ser la mujer con la que me acosté, sino alguien importante para mi hija
y para mis negocios.
Necesito tener la cabeza despejada y meter a Charlotte en cualquier otra
categoría podría hacerme matar a la escoria de Whelan antes de obtener la
información que preciso. Le prometí a Yelisey que podría ejecutar a este.
Lleva tiempo con ganas y necesita desahogarse.
Después del segundo vaso, mi temple es de acero. Ya es hora.
La casa de huéspedes está lo bastante lejos de la principal como para
que el ruido no moleste a la nueva niñera ni a Tiana, sobre todo con las
mejoras de insonorización que mandé a instalar desde la última vez que usé
la sala de billar. Camino por el patio convertido en una fuerza de la
naturaleza, tanto así que hago que uno de los gatos de la casa se salga de mi
camino, escabulléndose entre las sombras.
El aire está caliente y huele al humo procedente de los incendios que
asolan el estado de California, pero mi mente está centrada en el hombre al
que voy a interrogar.
La habitación del piso de arriba está muy tapada ahora. Desde fuera no
veo ninguna luz procedente del interior, aunque sé que la habitación está
iluminada con bombillas tan brillantes que pueden causar ceguera. No es la
única tortura que le infligiré antes de que salga el sol.
Yelisey está sentado en un extremo de la habitación. Lleva unas gafas,
guantes de cuero e incluso un delantal. Ya no suelo verlo hacer esto, y esta
noche no será diferente.
Esta noche me verá a mí hacerlo.
Otros tres de mis hombres, Nicholai, Dimitri y Pavel, están sentados
igual, con las gafas de sol puestas y esperando a que ponga manos a la obra.
Pero ninguno tiene tanto interés como el soldado de Whelan que observa
cada uno de mis movimientos.
Sabe quién soy.
—¿Cómo te llamas? —empiezo.
Decírmelo no le salvará la vida esta noche, solo tengo curiosidad.
También quiero contarle a Whelan cómo su hombre me suplicó clemencia,
porque me suplicará, de eso tengo la certeza. Tarde o temprano, todos los
hombres se quiebran.
En lugar de responder, escupe al suelo. Mi gancho es veloz y le saca
sangre. Un hilo le gotea por la comisura de los labios.
—¿Cómo te llamas? Y debes saber que no te volveré a preguntar.
Arquea una ceja instándome a golpearlo. Es un reto para ver hasta dónde
soy capaz de llegar antes de pasar a la siguiente pregunta que se negará a
responder. No me cohíbo ante ningún desafío, jamás. Esta vez, le clavo un
puñetazo en el abdomen. No le da tiempo de prepararse flexionando los
abdominales para recibir el impacto, por lo que se reblandece y se le corta
la respiración.
—No importa. Whelan recibirá tu cabeza para que pueda identificarte.
No necesito tu nombre, solo estaba siendo educado.
Él responde con un gruñido.
—La mujer que te llevaste. ¿Dónde está?
Como no responde, apunto a su cara. No a su mandíbula porque necesito
que hable, pero su pómulo cede fácilmente sonando como un palillo que se
rompe.
—¿Dónde está? —le repito.
Cuando sigue sin decir nada, le hago un gesto con la cabeza a Dimitri.
Él sabe lo que sigue.
En cuanto vuelve Dimitri, no queda ninguna duda de lo que está a punto
de ocurrir y, para su honra, mi prisionero no se inmuta. Puede que sea
porque le rompí el pómulo y no puede cambiar su expresión, o puede que
este sea más valiente de lo que son cualquiera de los hombres de Whelan.
Da igual. Sobre la mesa hay un cubo de agua con una esponja de mar y
un cargador de batería. Solo ver esto ha hecho palidecer a hombres
inferiores, haciéndolos revelar sus secretos y los que otros les confiaron
para que guardaran. Pero este levanta la barbilla y me mira directo a los
ojos.
Esta es la parte favorita de Yelisey. No puedo negarle esta satisfacción a
un hombre tan leal, así que le hago un gesto aprobatorio y observo. Empapa
la esponja y la escurre sobre la cabeza de esa escoria. Una vez más, este
tipo no reacciona más que moviendo la cabeza hacia un lado para quitarse
el agua de la cara.
Es testarudo y leal. Lo primero lo alienta Whelan, y lo segundo no se lo
merece. Es un hombre duro, orgulloso. Una parte de mí quiere respetarlo.
Se necesitan tres electrocuciones para doblegarlo.
—Collin…
Los detalles brotan de sus labios entrecortadamente. Minutos después,
ya sé dónde podré capturar al Whelan más joven, cómo utilizarlo y cuándo
empezará la diversión.
Le hago un gesto a Yelisey para indicarle que su trabajo aquí ha
terminado. Nuestra labor culminó. Retrocede y se seca las manos mientras
Vlad me pasa una daga con mango de perla. Es larga y la hoja brilla a la luz
de las bombillas. Normalmente la usaría para cegar al prisionero antes de
clavársela en el abdomen, pero quiero que este bastardo lo vea. Quiero que
sepa que Kostya Zinon le quitó la vida con una sonrisa en la cara y una
daga de la colección personal del zar Nicolás II.
Mientras le clavo la daga profundamente y la retuerzo, una imagen de
Charlotte pasa por mi mente. La agonía que acabo de infligirle a este
hombre podría ser lo que Jack Whelan le está haciendo a ella. La vida de un
hombre se derrama sobre mi mano y solo puedo pensar en el rostro de la
dulce Charlotte retorciéndose por el dolor.
Dejo caer el cuchillo y salgo de la habitación lo más rápido que puedo.
Durante un minuto, mientras camino por el patio hacia la casa sin darme
cuenta de que llevo sangre empapada en mi camisa y mis manos, me quedo
sin aliento. De hecho, tengo que parar para poder agacharme y apretarme el
estómago.
Mi dulce Charlotte.
¿Dónde está? ¿Está consciente? ¿Estará viva? ¿La están lastimando?
¿Planean hacerlo? Las luces de la casa están encendidas. Todas las que
puedo ver desde este lado, excepto las de mi oficina.
Puedo escuchar los gritos de Tiana antes de darle la vuelta a la piscina.
Estridentes, desafiantes, pero igual de miedo. Definitivamente suena
asustada.
Lo último con lo que quiero lidiar ahora es con una niña que ya debería
estar en la cama soñando con unicornios y ponis brillantes y todas esas
cosas que Charlotte le lee en sus cuentos antes de dormir.
La niñera, que hace un par de horas parecía serena y yo diría que
compuesta, ahora luce desarreglada y alterada. Su voz es aguda y exigente,
lo que solo parece hacer más infeliz a Tiana.
Antes de que haya dado cinco pasos en el vestíbulo trasero, Tiana me
encuentra y se aferra a mis piernas. Hace dos horas estaba dormida,
arropada en su cama con sus peluches, tranquila. Ahora es un manojo de
nervios a mis pies.
—¿Por qué está despierta? —increpo.
La niñera mira a mi hija.
—Porque no es disciplinada. Porque usted no está aquí cuando ella lo
necesita.
—¡Quiero a mi mami! —el grito es fuerte y desgarrador, y sus brazos
me aprietan con fuerza.
Tengo sangre en la camisa y las manos que no quiero que toque a mi
hija.
Blyad.
Necesito a Charlotte.
—Alza a Tiana y llévala a su habitación —al ver que la niñera no se
mueve, grito porque no sé qué más hacer. Esta no es mi área—. ¡Ahora!
Mientras separa los brazos de Tiana de mi pierna, me quedo pensando.
Puedo ocuparme de los hombres y las decisiones que tomo sobre si viven o
mueren, pero una niña de tres años en plena rabieta me aturde.
Cuando por fin me la quita de encima, me doy vuelta dispuesto a
caminar a mi habitación, pero el sonido de la angustia de mi hija me sigue
escaleras arriba y por el pasillo. No es hasta que estoy encerrado en mi baño
privado que cierro los ojos y me reconforto con el momento de paz.
Tengo mil cosas que hacer, una mujer por salvar, una hija que cuidar…
pero necesito este instante. Lo necesito demasiado, y necesito más tiempo,
pero el teléfono que vibra en mi bolsillo insiste en que lo conteste.
Al revisarlo, veo el nombre.
Gloria Lowe.
Por Dios, ya basta. Mi paciencia está al límite y, si contesto esta
llamada, existe la posibilidad de que descargue mi temperamento con
Gloria.
El riesgo vale la pena con creces, pues podría estar llamando con
noticias sobre Charlotte. Tengo la esperanza, muy poca pero la tengo, de
que exista una posibilidad de que Whelan entre en razón antes de verme
obligado a terminar nuestra guerra de un modo tan contundente que luego
será irrecuperable.
Eso es lo que va a pasar al final.
Por eso contesto. Después de todo, Gloria se arriesgó llamando.
—¿Sí?
—No puedo localizar a Charlotte, no puedo ubicarla. He llamado… —
su ansiedad es tan audible como su voz.
Si no me hubiera chantajeado, amenazado y arruinado mi relación con
su hija, me preocuparía más por sus sentimientos. En lugar de eso, me
concentro en lo que dice. No puedo decirle lo que sé.
—Gloria…
—¡¿Dónde está mi hija?! —grita por el teléfono. Antes de que pueda
responder, baja la voz y escupe el veneno—. Si le hiciste daño, si le hiciste
algo a mi niña… iré directamente con la policía. Les contaré todo lo que sé.
Más chantajes y más amenazas. Cosas con las que no pienso lidiar esta
noche, por lo que cuelgo el teléfono ante sus gritos.
Esta noche me ocuparé de mi hija. Encontraré la forma de salvar a la
mujer que amo. Tratar con la locura de su madre tendrá que esperar a otro
día.
21
CHARLOTTE

Hace dos días, tenía esperanza. También tenía la mandíbula hinchada, los
ojos morados y hematomas tan agudos en las piernas que creí que no podría
volver a moverlas, pero tenía esperanza. La esperanza de que Kostya
apareciera de la nada y me salvara de los monstruos que me secuestraron,
los hombres de acento irlandés y aliento nauseabundo que juraban,
amenazadores, que todo lo que me hacían no era la peor parte, que este era
solo el comienzo.
En una habitación sin nada más que un balde en un rincón, una puerta
cerrada y una rendija en la pared que apenas me permitía saber cuándo el
día se volvía noche y viceversa, tenía un poquito de esperanza.
Ayer esa esperanza se redujo a la mitad. Hoy ha desaparecido.
Ahora, con cada segundo que pasa, siento la histeria apoderarse de mí y
tiemblo.
Como el sueño viene en pequeñas ráfagas, aprendí a calcular el tiempo
entre cada visita, cuando abren la puerta para traerme comida. Ese es mi
único contacto humano, a pesar de que odie a estas personas y haya rezado
más de una vez para que todos los responsables de mi situación actual
tengan una muerte horrible y dolorosa.
Estoy exhausta, hecha un ovillo, lo más retraída posible en un rincón de
mi mugrienta habitación de hormigón.
Todavía no entiendo mucho de lo que sucede. Sé que estoy en el taller
de reparación. Y ya casi es hora de comer. En cualquier momento, se abrirá
la puerta y un monstruo entrará con una bolsa de la comida rápida en el
menú de hoy.
También sé que el repartidor de hoy se detendrá en la entrada y arrojará
la comida por la puerta porque no estoy atada ni amordazada, y tienen
miedo de que me fugue. Hace dos días que nadie cruza esa puerta.
Como si los hubiera invocado, la puerta se abre. Esta vez, entran tres
hombres. Van vestidos con jeans y camisas unicolores oscuras. Todos tienen
el pelo oscuro y son prácticamente indistinguibles. Los tres se apostan en
formación frente a mí.
El que está más cerca se agacha a mi altura, apoyando los antebrazos
sobre las rodillas. Intento no dar un respingo cuando levanta una mano,
pero no puedo evitarlo. No soy tan fuerte como para recibir con gusto el
dolor, como para olvidar lo que ya me han hecho, como para creer que no le
harán daño a mi bebé.
—Hoy es el día. Tu debut televisivo.
Me guiña un ojo como si estuviéramos compartiendo un secreto y me
dan ganas de arrancarle los ojos, pero aprieto el puño, me rasco la palma de
la mano con las uñas y me concentro en el ardor y no en lo cerca que está,
ni en su olor a whisky, ni en que baja la vista para mirarme los pechos.
Me cruzo de brazos y él se ríe.
—No te preocupes, chica. Me gustan las mujeres con menos moretones,
menos acabadas que los desechos de Kostya Zinon.
Su mirada de soslayo es tan rancia como su aliento.
—Gracias a Dios —murmuro y recibo un bofetón por mi sarcasmo.
Me muerdo la lengua. La boca se me llena del sabor cobrizo de la
sangre. La escupo a un lado, en el suelo.
Él se ríe cruelmente.
—Tienes coraje —se levanta y me tiende la mano—. Levántate.
Le di mil vueltas a esta habitación. Mis piernas aún funcionan, pero
están débiles y casi ceden cuando me pongo en pie tambaleándome.
Probablemente, porque tengo miedo y estoy mareada, y porque hace días
que solo me alimento de unos pocos bocados de comida procesada.
Camino flanqueada por los hombres trajeados por un pasillo hasta una
habitación con un sofá que parece acogedor, suave y tentador. Si me siento
en esa cosa, lo más probable es que no me levante nunca más. No pretendo
acercarme.
Pero uno de los matones me empuja al sofá. Me hundo en el cojín. Es
mucho mejor de lo que esperaba y aprieto fuerte los labios para no gemir
por la comodidad que me faltó estos últimos días. Si pudiera convencerlos
de que me dejen ducharme y cambiarme de ropa, mi cautiverio no sería tan
malo.
Sé muy bien que es solo una fantasía. No me trajeron para que disfrute
del mobiliario.
Pero, mientras espero la gran revelación, miro por las ventanas. Del otro
lado veo el taller. Hay dos autos suspendidos por gatos y un tipo de
uniforme azul debajo de uno de ellos. Una parte de mi cerebro quiere que el
auto le caiga encima, que lo aplaste. Otra lo recuerda lanzándome un
puñetazo a la mandíbula. Y otra parte desea que el tipo levante la vista, se
dé cuenta de que tiene una oportunidad de redimirse y me salve.
En una tercera pared hay un calendario de chicas junto a un tablón de
anuncios repleto de trozos de papel de distintos tamaños.
La puerta a mi izquierda se abre y uno de los uniformados introduce un
televisor en un carrito que luce como una caja de herramientas: rojo,
cajones deslizantes, aceite en las manijas. El hombre abre uno de los
cajones y extrae un cable para enchufarlo en la pared.
La pantalla centellea y una línea sube desde abajo. Es viejo. Parece que
pesara unos mil kilos y me gustaría poder levantarlo y arrojárselo a alguien,
o estar lo bastante cerca como para empujarlo sobre el pie de uno de los
hijos de perra que me pusieron las manos encima.
Exhalo lentamente, expectante. No sé qué estoy esperando, pero el
hecho de que me hayan sacado de mi agujero aislado significa que planean
algo.
Los miro fijamente a cada uno. Lo que me sorprende es que no hay nada
extraordinario en ninguno. No hay ninguna señal que indique que forman
parte de una banda de crimen organizado que secuestraría a una mujer para
obligar a otro jefe del crimen organizado a cederles su poder. Si cualquiera
de estos tipos se me hubiera acercado en la calle a preguntar por una
dirección, no habría sospechado nada. Así es como me atraparon.
Pareciendo normales.
El televisor vuelve a resplandecer y yo cierro los ojos.
No quiero ver lo que me quieren mostrar. Quiero lastimarlos como ellos
me lastimaron a mí. Quiero verlos morir. El impulso es tan poderoso que
mis manos se tensan y siento una presión en el pecho. Supongo que algo
bueno tiene la ira. Algo a lo que me aferro.
Pero entonces, otro de los matones se deja caer en el sofá a mi lado.
—Creo que deberíamos buscar palomitas, ¿eh, chicos?
Se burla de mí. Lo añado a la lista de los que quiero ver muertos. Si hay
vida después de la muerte, mi alma inmortal se deleitará escupiéndoles
cuando los mate también en ese mundo.
Pero ahora me callo, porque no necesito el dolor ni arriesgar a mi hijo,
pues nadie vendrá a rescatarme y tendré que averiguar cómo salir de aquí
por mi cuenta. Contengo la oleada de emoción que me embarga una vez
más al darme cuenta de que nadie va a venir. Y no es que no vendrá nadie.
No vendrá Kostya. No puedo pensar en eso, en el hecho de que lo que sea
que hayamos tenido, nunca fue real. O, si lo fue, yo lo destruí. Mi mamá.
No. Tengo que concentrarme en el aquí y ahora. Es mi única oportunidad de
salir viva de esto sin ayuda externa.
Frente a mí, la pantalla muestra mi cara. Mientras me miro y evalúo los
daños, oigo mi propia voz —tartamudeando y entrecortada, como si
estuviera aprendiendo a leer— y espero, rezo que, cuando Kostya lo vea,
sepa que no quería hacerle daño. No quería hacer el video. Y, por supuesto,
no se lo habría enviado a las noticias locales.
Pero, después de verlo una vez, lo vemos dos veces más. Y escuchamos
cómo lo reportan los presentadores de las noticias.
—El FBI busca a la misteriosa mujer del vídeo. La mujer ha sido
identificada como Charlotte Lowe, antigua empleada de una de las varias
compañías propiedad de Kostya Zinon. Nos pusimos en contacto con Zinon
para pedirle una declaración y recibimos un correo electrónico que dice lo
siguiente:
«La declaración de la Srta. Lowe es falsa, y Kostya Zinon, filántropo
responsable de millones de dólares en donaciones benéficas cada año, no
está asociado ni afiliado a ninguna forma de delincuencia organizada. El
Sr. Zinon acoge con satisfacción cualquier investigación sobre estas
acusaciones infundadas y ridículas. El Sr. Zinon está ansioso por limpiar su
nombre y demostrar que la Srta. Lowe no es más que una antigua empleada
descontenta».
Mi favorito es el del Canal Cuatro. Una rubia alta y esbelta está de pie
junto a una pantalla con un mando en la mano. Me llama cazafortunas,
extorsionista, aspirante a heroína informante que no ha mostrado ninguna
prueba de nada de lo alegado contra Kostya.
Pero la forma en que habla de él lo que más me enoja. Lo llama Kostya
como si fueran amigos, compañeros, amantes. Al menos las otras
presentadoras fueron lo suficientemente profesionales como para llamarlo
«señor Zinon». Esta zorra barata tiene la osadía de insultarme como si
pensara que eso la llevará a la cama de Kostya.
No es hasta mucho después, cuando estoy de vuelta en mi agujero de
hormigón, extrañando las suaves y sencillas comodidades del cuero
desgastado y los cojines de gomaespuma, que la puerta se abre de nuevo.
Esta vez, entra solo un hombre con una silla. La gira frente a mí y se
sienta en ella al revés. Lleva un traje gris, camisa blanca y corbata roja.
Pero me fijo en sus zapatos. Son negros con paneles blancos cosidos a los
costados y costuras rojas. Por alguna razón me recuerdan al Sombrerero
Loco. Me fijo en ellos incluso mientras habla. Sobre todo después de que
comienza a hablar.
—Me temo que ya casi se acaba nuestro tiempo juntos.
No digo nada porque sé lo que significa. Veo sus caras. Si me dejan con
vida, le diré al FBI que me obligaron a hacer esa declaración unos mafiosos
irlandeses asociados con la familia Whelan, organización que de seguro está
en alguna lista de vigilancia del FBI.
—El señor Zinon dice que ya no le interesas. Dice que lo traicionaste —
zapatos de Payaso chasquea la lengua—. Ya no te necesitamos.
Cierro los ojos, aunque ya me lo imaginaba. Kostya cree que lo traicioné
en las noticias. Tanto las locales como las nacionales reportaron el suceso.
Y es por eso —no porque vea a la muerte a los ojos— que se me llenan los
ojos de lágrimas.
Moriré. Kostya se enterará de nuestro bebé después de la autopsia y
nunca sabrá que no quise traicionarlo. Incluso despedida y con el corazón
roto me habría llevado sus secretos a la tumba.
El charlatán de la silla todavía no ha terminado.
—Ya que has demostrado ser inútil para nosotros, tendremos que
llevarnos a la niña.
—No tienen que hacerlo. Déjenla en paz. Es solo una bebé.
Mi voz se quiebra, se destroza, y se vuelve un susurro. Tiana no. Pueden
hacerme lo que quieran. Pero a ella no. Estoy seguro que Kostya rescatará a
su hija. A ella la ama. De eso estoy segura.
—Esta guerra con Zinon ya comenzó. Esto va más allá de las calles, el
dinero, las drogas y todas las cosas que hicieron que nuestros mundos
chocaran. Se trata de nuestro honor y nuestras obligaciones.
Resoplo en señal de burla. Ruidosamente, el sonido fortaleciendo mi
debilitado coraje.
—Eso suena mucho más romántico que la verdad, ¿no? ¿Es el tipo de
frase que usas para conquistar mujeres? Porque suena como algo que diría
un imbécil. Y eso es lo que eres. Lo sabes, ¿verdad?
El miedo, la angustia y la ansiedad me envalentonan. Ya no me importa.
No dejaré que vayan tras Tiana sin asegurarme de que hice todo lo posible.
Quizá convencer a Zapatos de Payaso de que me mate sea parte de algún
plan subconsciente. No lo es, pero es una linda fantasía.
Eso ni siquiera importa, porque, ahora que empecé a decir lo que pienso,
no puedo parar.
—La verdad es que simplemente te gusta matar. Y no necesitas una
razón o una excusa, a menos que la persona que mates sea más fuerte que
tú, más importante.
Zapatos de Payaso se ríe.
—Kostya Zinon y todos sus amiguitos rusos no son más importantes ni
más fuertes —se inclina hacia delante y cruza las manos, dejándolas colgar
entre sus rodillas separadas—. Estuve en el IRA, el Ejército Republicano
Irlandés. Ahí fue donde Jack Whelan me encontró. Él me dio una vida, un
propósito. Incluso me convirtió en su mano derecha, por encima de su hijo
—sonríe de nuevo—. Su hijo es… progresista… Ha olvidado la razón de
nuestra lucha.
—¿Y qué razón es esa?
—Una vida mejor para mi familia. Un mundo donde mis hijos no tengan
que preocuparse, donde puedan saber que siempre los protegeré.
Quizá sea el subconsciente o algún instinto maternal, pero muevo la
mano sobre mi vientre y él sonríe.
—Del mismo modo en que tú proteges a tu bebé —me mira fijamente y
yo le devuelvo la mirada hasta que ya no puedo soportarlo y aparto la vista
—. Ojalá las cosas fueran diferentes. Jack ya no aprecia la nueva vida como
antes. No le importa. A mí sí. Y protegí a tu bebé con la esperanza de que
Zinon negociara, de que se preocupara por tu vida, pero no es el hombre
que crees que es. No le importas.
—Porque ustedes le hicieron creer que lo traicioné.
—Y, si fuera la mitad del hombre que creías que era, la mitad del
hombre con el que creías haberte acostado, estaría aquí, derribando puertas
y luchando por tu vida. Pero, ¿lo ves? —finge mirar por la habitación—.
¿Dónde está ahora ese hombre? El hombre con el que quieres volver,
¿dónde está?
Me obligo a mirar a este Sombrerero Loco a la cara.
—No lo sé. Pero cuando te encuentre, puedes preguntarle antes de que
te mate.
Hasta yo sé que es una idea ridícula. Kostya no vendrá. Pero, joder, qué
bien siente defenderse.
Esta vez, echa la cabeza hacia atrás cuando se ríe. Me imagino
arrancándole la nuez de Adán de la garganta, clavándole los dedos en los
ojos, rompiéndole la silla en la cabeza y atravesándole el corazón con uno
de los fragmentos de madera astillada.
Entonces, actúo antes de poder separar la fantasía de la realidad.
Mis dedos envuelven su cuello y, por un segundo, creo que puedo ganar,
que puedo matarlo con la fuerza de mi cuerpo, pero ese segundo se
convierte en otro. Él me aparta las manos de un tirón y me hace girar, de
modo que mi espalda queda pegada a su pecho y él tiene un brazo —un
brazo es todo lo que necesita— sujetándome con fuerza. En ese momento,
suena su teléfono y mete la mano en el bolsillo, tan despreocupado como si
se tratara de un abrazo cariñoso.
—¿Qué?
Una voz grita del otro de la línea, tanto que suena como si estuviera en
la habitación y no en el teléfono. No tengo que esforzarme para oír lo que
dice.
—Zinon tiene a Collin. Y el cártel intervino para negociar un
intercambio. La mujer por el muchacho.
—Pfft. Deja que Zinon se quede con él.
Entonces, mi captor no se preocupa por el hijo de su jefe.
Probablemente haya una lucha interna por poder. No me sorprende. Así son
los hombres que valoran el poder sobre la vida. Es una enfermedad. Y todos
estos hombres han sido contagiados.
—Se nos escapa de las manos. Zinon voló tres cargamentos de droga
esta mañana y secuestró a Collin en el laboratorio de San Diego —la voz en
el otro extremo carece de emoción. Es como si solo fuera un mensajero y no
tuviera nada que perder con todo lo que pasa. Tampoco tiene la melodía del
acento irlandés. No hay inflexión alguna—. El cártel organizó un
intercambio. En el número 5 de la avenida Fe a las siete.
—¿El centro de distribución? —por su tono, el Sombrerero Loco piensa
que esto es una mala idea. Puedo verlo en la incredulidad en su voz—. Es
un espacio abierto. Y sabes que se está preparando justo ahora, al acecho en
la hierba como la serpiente que es.
Kostya no me abandonó. No me abandonó.
Pero la alegría de esa noticia se atenúa por el hecho de que sé que está a
punto de caer en una emboscada. Porque no importa lo bueno que sea su
plan, los irlandeses conocen la zona. Es su territorio. El edificio. Las calles
que lo rodean. Las bandas que hacen sus negocios sucios en los callejones.
Todo pertenece a los irlandeses, que probablemente ya dieron la orden de
disparar a Kostya en cuanto lo vean. Especialmente si el tipo que me retiene
es el que da las órdenes.
La pequeña chispa de felicidad al darme cuenta de que aún no estoy
acabada se extingue rápidamente. Solo puedo pensar en Kostya acribillado
a balazos, asfixiándose en los umbrales de la muerte. Apenas puedo respirar
y las rodillas me flaquean al mismo tiempo que mi estómago da un vuelco.
Vomito bilis en el suelo delante de mí. El Sombrerero Loco me suelta y
caigo al suelo.
Oh, Dios. Kostya.
El único punto positivo es que ahora los irlandeses no irán tras Tiana.
Ya por fin tienen lo que buscaban desde el principio.
22
KOSTYA

En mi teléfono el vídeo es más pequeño, pero lo vi más veces de las que


puedo recordar. He precisado cada detalle, he memorizado el tono de su
voz. No es porque necesite oírla decir las palabras, hacer las acusaciones,
sino porque quiero oír su voz.
Si el moretón de su cara no fuera suficiente, la forma en que habló me
habría dicho que no dijo esas palabras por su cuenta. Jack Whelan está
desesperado y secuestrar a Charlotte, forzarla a grabar un vídeo y luego
enviar el vídeo a los medios me demuestra que está preocupado. Asustado.
Quizá porque el cártel se está apoyando en los irlandeses o en alguno de los
otros importantes de la ciudad.
No lo sé. No me importa.
Porque Jack Whelan no es el único que tiene un as bajo la manga.
Estoy sentado junto a Collin Whelan, viéndolo mirar la pantalla a
sabiendas que su padre es responsable de lo que le ha pasado y le está
pasando a Charlotte. Mi dulce Charlotte.
Como creció en esta vida igual que yo, Collin sabe que lo que sea que le
pase a Charlotte le le pasará a él. Admirablemente, está tranquilo, no se ve
ni un poco nervioso en el exterior, a pesar de estar en una habitación con un
hombre que tiene el poder y los fundamentos para ordenar su muerte. Collin
es más rudo que su padre.
Cuando me enfrenté por primera vez a su padre en una situación similar,
yo era joven. Seguía pensando que podía cambiar nuestra forma de operar,
hallar la manera de trabajar junto a los irlandeses y modernizar nuestras
operaciones.
Por aquel entonces, Jack negociaba, suplicaba, hacía promesas
demasiado grandes para cumplir.
Tendría que haberle puesto fin a esto en ese momento, cerrar mi propio
trato y decidir si quitarle la vida era un pago adecuado por sus
transgresiones. Pero dejé que mi compasión por un hombre en la flor de la
vida nublara mi sentido común.
Por mucho que me agrade el hijo, no volveré a cometer ese error.
—No suena muy sincera en esa declaración, si me lo preguntas.
No le pregunté, pero parece que a estos irlandeses les encanta el sonido
de su voz. O al menos a él. Tiene una opinión o hace un comentario sobre
todo.
—Yo no lo creería.
Está atado a una silla y Yelisey está de pie junto a él con una Glock, tan
cerca como para volarle los sesos, y aun así Collin está tranquilo. Pero eso
no le salvará la vida. Conozco a Charlotte lo suficiente como para saber que
estas no son sus palabras y que no hizo esta confesión voluntariamente. No
necesito que un familiar directo de su captor me hable de ella.
—No me lo creo.
Quizá necesito a alguien que plasme en mi mente las cosas por las que
la juzgué incorrectamente. Como su capacidad para el engaño. O la traición.
O su deslealtad. Charlotte es inocente de todo y no me cabe duda de que
todo lo que pasó es culpa mía. Mía y de su madre. Pero ahora no puedo
preocuparme por castigar a los culpables.
Tampoco quiero que Collin Whelan confunda esto con una conversación
amistosa. Si algo le pasa a Charlotte, lo mataré. Haría bien en recordarlo.
—Parece dura. No es el tipo de mujer que se deje derrotar por un
estúpido plan orquestado por un viejo que se pasa el tiempo subestimando
la fuerza de los que lo rodean.
Hay un dejo de amargura, una punzada de traición en su tono, un
destello desafiante en sus ojos.
Me mira fijamente, evaluando mi respuesta. Entonces, o es muy buen
actor o es un buen momento para establecer una nueva relación con los
irlandeses y ver si puedo aprovecharme de sus problemas internos.
O esto es o una rebelión del hijo contra el padre, o una jugarreta para
que baje la guardia. Mi instinto me dice que es rebelión. Pero, de cualquier
modo, correcto o incorrecto, no importa porque, si yo llegara a flaquear,
Yelisey es un soldado que prefiera pedir perdón a pedir permiso. Si yo no
puedo disparar, él lo hará. Disparará aunque yo no dé la orden.
Lo único que impedirá que dispare es una orden directa mía pidiéndole
que baje su arma. Hay una cierta confianza entre nosotros y eso alivia la
presión.
Estuve sentado dentro de este maldito edificio durante tres horas.
Esperando. Planificando.
Después de que salen de los vehículos, observo a sus hombres tomar
posiciones afuera, escondiéndose detrás de los arbustos, en los árboles, bajo
los vehículos. Los veo comprobar sus armas una y otra vez, como si no
estuvieran seguros de haberse preparado adecuadamente para lo que está a
punto de ocurrir.
Muestran su debilidad, miedo. Un error que mis hombres nunca
cometerían si quieren seguir siendo mis hombres.
El escuadrón de Whelan se ha instalado al amparo del sol poniente. Mis
hombres llevan horas en sus puestos, manteniendo la formación desde que
les asigné sus lugares, lugares seleccionados para asegurar el perímetro y
protegernos de interferencias externas o daños colaterales dentro de la zona.
Lo último que necesito es un informe de otro tiroteo o ataque.
Collin observa ahora cómo veo por las ventanas. Camino de un lado a
otro de la habitación, comprobando. Podría quedarme en un sitio y ver
ambas, pero caminar me ayuda. Me mantiene centrado, me da un propósito.
También me impide pensar excesivamente en Charlotte.
Pensar en ella, imaginármela con el pelo alborotado sobre la almohada y
los ojos brillando con pasión solo me hará perder la concentración cuando
debería estar pensando tres pasos por delante de Jack Whelan. No es un
genio estratega, no hay nada napoleónico en él salvo su altura y sus
inseguridades. Yo empecé a aprender a diseñar estrategias a la vez que
aprendí el alfabeto. No me tomarán por sorpresa ni desprevenido, no
alguien tan insignificante como Whelan.
Collin no es mucho más joven que yo. Está un poco más crudo que yo a
su edad, pero es perfectamente capaz de tomar decisiones. Por eso mando a
mis hombres a salir de la habitación.
Hoy dispararé yo mismo si hace falta.
El edificio está rodeado. Es una antigua iglesia de una sola planta, con
dos edificios igual de pequeños a cada lado, que aprovechamos, y una valla
alta de malla metálica con trozos de plástico verde entretejidos entre los
eslabones. Los hombres de Whelan bloquearon los accesos y apuntan al
edificio y a mis hombres, que están en el terreno y en los tejados de las
propiedades adyacentes.
Como no esperaba menos que eso, ahora se ven rodeados por quince
rusos portando armas automáticas. Son hombres que dispararán a matar con
solo un movimiento de mi parte.
Sin embargo debo pensar, aunque me cueste creerlo, que los hombres de
Whelan están igual de bien entrenados.
Veo a Collin.
Él también está mirando por las ventanas.
Calculando, determinando las mejores probabilidades. Tiene ver que
ahora mismo todos los detalles me favorecen y que a su organización le
interesa que hagamos las paces.
Tomo mi .45 chapada en oro, que solo uso cuando necesito buena suerte,
y la dejo sobre la mesa entre nosotros mientras lo miro.
—Llegó el momento de hablar de nuestro futuro, irlandés. Tenemos que
solucionar esto rápido. Hablemos mientras podamos.

D iez minutos después , las manos de Collin siguen atadas pero ahora está a
mi lado. Hay diez hombres apuntando sus armas adonde está, nueve de
ellos irlandeses que le apuntan porque está de pie junto a mí. Yelisey está
detrás de Collin y sostiene la décima arma, que tiene clavada en su nuca.
Otras diez armas me apuntan a mí o a la camioneta de Whelan, que sigue en
su sitio, con las ventanillas arriba y el motor encendido.
Todas estas armas apuntando a ese auto significan que hay demasiadas
apuntando en dirección a Charlotte. No me gusta, pero por ahora no puedo
hacer nada.
Tres de los cuatro vehículos que entraron se desocuparon antes de que
yo salga y los pude observar desde la ventana. Parecían los payasos de los
dibujos animados se bajan de un auto, pero en lugar de payasos eran una
decena de mafiosos irlandeses pelirrojos con trajes negros y gafas de sol
negras. Ni siquiera los italianos se toman tan en serio su indumentaria
oscura.
Exhalo.
Haga lo que haga esto no acabará bien a menos que tome el control y
haga valer mi poder ahora mismo. Para ello tengo que disparar primero,
lograr la primera baja y confiar en que podré sacar a Charlotte de aquí antes
de que Whelan la lastime.
Todavía no tengo ese grado de confianza. Primero tengo que evaluar la
situación.
Acerco a Collin hacia mí y le golpeo la sien con la culata de mi Ruger.
Aunque llegamos a una tregua, no confío en él del todo, y también debemos
hacer que esto parezca real por el bien de ambas partes.
—¿Recuerdas nuestro trato?
Asiente.
—Sí.
Si esto sale como planeamos, habrá un nuevo irlandés a cargo de su
familia, pero si falla o si me traiciona…
—No lo olvides.
A medida que avanzamos, no tengo más remedio que confiar en él
porque, por ahora, necesito que se asegure de que Charlotte sigue ilesa.
—¡Sal, Whelan, para que podamos terminar con esto! —lo llamo—. O
pintaré el hormigón con la sangre y los sesos de tu muchacho —casi estoy a
punto de volver a gritar cuando se abre la puerta trasera de la camioneta y
sale el gran jefe en persona.
Tras unos segundos mirando a Collin, se adentra en el vehículo y saca a
Charlotte.
Tiene el pelo desarreglado y la cara ensangrentada por un corte sobre el
ojo izquierdo, de unos cinco centímetros de longitud y lo bastante amplio
como para necesitar puntos y antibióticos. Su camisa, antes blanca, está rota
a la altura de los hombros y su falda negra tiene la costura rota desde la
rodilla casi hasta la cadera, con manchas intermitentes de suciedad a lo
largo de la tela.
Ahora que sé que le pusieron las manos encima, cualquier trato que haya
hecho con Collin se cancela. Aunque no es su honor el que está en juego, no
puedo permitir que Jack se salga con la suya.
Charlotte está amordazada y atada, con una cuerda puesta alrededor de
la garganta. La tiene atada como a un maldito perro.
Como si pudiera interpretar la rabia en mi cara, Whelan me exclama en
tono burlón:
—¿Te atreves a amenazar a mi hijo mientras tengo a tu perra
embarazada en mi poder?
¿Embarazada? Esto es una estratagema. Charlotte me lo habría dicho y,
si hubiera una manera de beneficiarse monetariamente, su madre sin duda
me lo habría contado. No me creo su treta ni por un segundo, pero como no
puedo estar seguro, no puedo arriesgarme a que sea verdad. No importa si
lo es o no, la amo de todos modos.
—¿Quieres a tu hijo de vuelta o quieres quedarte aquí y perder saliva?
En mi vida había usado esa expresión. Ni siquiera me gusta la imagen
grotesca que inspira la frase, pero estoy alterado porque acaba de soltar una
bomba sobre Charlotte. Ella está de pie a solo unos metros de distancia.
Ahora, más que hace un rato, necesito que esté a salvo. Necesita atención
médica y todo el consuelo que pueda ofrecerle.
El anciano Whelan se yergue, toma la cuerda que Charlotte lleva
alrededor del cuello y la enrosca en su mano para acercarla a él. Es su
escudo humano y él lo sabe, no hay forma de que pueda atinarle sin
arriesgar la seguridad de Charlotte. Si le hago una señal a uno de mis
hombres para que le dispare por la espalda, la bala podría atravesarlo y
herirla a ella.
No puedo correr ese riesgo.
Se emitió la orden de no arriesgar a Charlotte y de esperar mi
aprobación antes de disparar. Sé que mis hombres obedecerán, pero no
puedo controlar a las tropas de Whelan. Son unos bastardos astutos. Hago
un recuento y parece haber diecinueve soldados irlandeses, sin contar a
Whelan padre y al hijo. Yo cuento con veintidós hombres, sin incluirme a
mí ni a Yelisey. Eso son muchos disparos y oportunidades para que las balas
perdidas encuentren a Charlotte.
Blyad.
—Eres muy valiente o muy estúpido —su risa está impregnada de
desprecio—. Quizá esta no es la mujer que amas, quizá es solo una perra
fácil que te abrió las piernas…
No termina la frase porque saco otra arma de mi cinturón y le apunto.
Una de las cosas por las que soy conocido es mi habilidad para atinarle a las
alas de una mosca a cincuenta metros. Retiro el seguro y aguardo, con la
respiración entrecortada y mi rabia contenida.
—Suéltala o les dispararé a los dos y me las veré con quien se crea lo
bastante hombre como para enfrentarse a mí.
Whelan agarra el brazo de Charlotte y lo aprieta. Ella grita con el trapo
metido en la boca y se me sube la sangre a la cabeza. No escucho nada más
que mi propio corazón latiendo.
A continuación, le baja la mordaza y ella mueve la mandíbula como si
estuviera rígida, como si la mordaza hubiera mantenido su boca abierta por
demasiado tiempo. Luego, vuelve a tirar de la cuerda antes de quitársela y
tirarla al suelo.
—¿Ya estás contento?
Collin se mete la mano en el bolsillo y saca un papel para enseñárselo a
su padre.
—Déjala ir, papá. Tengo los números de cuenta —incluso me mira
mientras se le acerca, como si quisiera hacer ver que fue más astuto que yo.
Es lo que acordamos, con la ventaja añadida de la pistola sorpresa en su
espalda. Si su padre cree que se salió con la suya y consiguió los números
de las cuentas que exigió como parte de nuestro acuerdo de negociación, las
posibilidades de que deje vivir a Charlotte son mayores.
Espero que Charlotte pueda asimilar lo que está viendo y comprender
las artimañas que se desarrollan mientras camina hacia mí.
Todo sucede rápido.
El destello de la pistola plateada que Collin Whelan saca de su cinturón
por la parte baja de la espalda, el momento en que alza el arma, apunta y
luego le dispara a su padre.
El chorro de sangre que brota del pecho del anciano.
Charlotte pasa junto a Collin justo cuando se oye el primer disparo.
No espero a que dé otro paso. En vez de eso, corro hacia ella y la protejo
con mi cuerpo, pero, antes de que podamos ponernos a cubierta en uno de
los vehículos, mi pierna se desploma, inservible, ardiendo y con un dolor
intenso.
La siento estremecerse debajo de mí mientras ambos caemos al suelo.
Levanto la cabeza con el arma por delante y le disparo a cualquier irlandés
que veo.
Estamos demasiado expuestos y los rebotes en el hormigón son tan
peligrosos como un impacto directo de las balas que pasan zumbando junto
a nosotros. Collin se aleja de sus propios hombres, refugiándose en mi lado
del terreno mientras su padre avanza. Sin embargo, el cuerpo de Whelan se
estremece, una vez y luego otra, mientras los disparos siguen resonando y
repiqueteando en el hormigón cercano.
No son mis hombres los que le disparan a Whelan, son los suyos. Los
irlandeses están apoyando a Collin.
Al menos, algunos de ellos.
Y, por último, el tiroteo se detiene y comienzan los gritos, con órdenes
en ruso, órdenes de tirar las armas y tumbarse en el suelo.
Pero, antes de que mis hombres puedan reunir a los irlandeses leales a
Jack, comienza una nueva ronda de disparos y algunos de los irlandeses se
rebelan por devoción a su jefe caído.
Tengo que poner a Charlotte a salvo, protegerla, pero cada vez estoy
más débil y no puedo mover ni un dedo. El mundo empieza a perder color.
Los disparos impactan el suelo tan cerca que puedo sentir el hormigón
astillado picándome la cara, pero ni siquiera tengo fuerzas para apartarme.
Boom, boom.
Mi corazón late como un tambor de hojalata. El ruido del tiroteo se aleja
de mí, o quizá soy yo quien se aleja.
Apenas alcanzo a percibir la voz de Charlotte, su llanto, su caricia en mi
cara.
Hace mucho frío de repente. Estoy temblando, o más bien tengo fiebre.
Voy de un polo al otro mientras mi cuerpo entra en shock.
La bala debe haber alcanzado una arteria. Podría morir aquí en el
concreto como un perro.
Charlotte grita desesperada para que mis hombres vengan a ayudar, pero
saben que no deben abandonar sus puestos hasta que haya pasado el peligro
y los hombres en el terreno hayan acorralado al enemigo. Fui yo quien les
dio esas órdenes, y mis hombres están entrenados para completar su misión
sin importar las circunstancias. Los he entrenado bien.
Me desmayo un instante para despertarme de nuevo segundos después y
sentir que me deslizan por el suelo, que el hormigón me raspa la ropa
mientras me alejan de los disparos y Charlotte lucha por salvarme. Me tira
de un brazo mientras Collin tira del otro. No está armada y no sabe que él es
un aliado y, como están las cosas, no puedo decírselo.
Hay tanto caos y mi amada sigue en la línea de fuego. No puedo
pararme y protegerla detrás de mí. Ni siquiera puedo evitar que le grite a
Collin.
No, me desplomo frente a ella con mis últimas fuerzas. Ella cae de
rodillas a mi lado.
—Déjalo, Charlotte. Es de los nuestros —murmuro débilmente.
No tengo tiempo de explicarle que pacté una tregua con Collin para
sacar a su padre de la ecuación.
Aún tiene las manos atadas, pero ayuda a Collin a arrastrarme fuera de
la línea de fuego. Cuando él se agacha a mi lado para examinarme la herida,
ella está ahí observando, con la respiración afectada y la mirada alternando
entre el irlandés y yo.
Mientras intenta comprender lo que está pasando, la sangre empieza a
formar un charco bajo mi muslo y me desvanezco cada vez más deprisa. El
mundo se reduce a un punto diminuto, como si estuviera al inicio de un
túnel. Quiero explicárselo, pero las sombras oscurecen los márgenes de mi
vista y, como hay cosas que necesito que sepa por si no sobrevivo, le hago
señas para que se acerque.
—Mi dulce Charlotte, siento mucho haber creído que eras capaz de
traicionarme.
Cada palabra es interrumpida por una respiración que causa estragos en
mi cuerpo maltrecho.
Quiero verle la cara, saber si su mirada delata que me perdona, o si más
bien me culpa con toda razón de todo lo que sufrió desde que la
secuestraron, o si tengo alguna posibilidad de recuperarla. No solo por mí,
sino también por Tiana.
—Charlotte, dile a mi hija que la amo. Y quiero que sepas que te amo.
Por favor, perdóname por todo.
—Ya te perdoné —susurra—. Yo también te amo, Kostya —se le llenan
los ojos de lágrimas y quiero limpiar las que resbalan por sus mejillas, pero
no puedo levantar la mano, ni la cabeza, ni la pierna.
Me siento entumecido, pero el dolor ha desaparecido y estoy agradecido
por ello.
Cuando abre la boca para hablar, la oscuridad absorbe el sonido también
y luego me absorbe a mí.
23
CHARLOTTE

El hospital está sumergido en un caos casi tan grande como el del


estacionamiento cuando le dispararon a Kostya. Hay ajetreo y bullicio,
gente entrando y saliendo, un intercomunicador llamando a los médicos y al
personal, máquinas que zumban y pitan, voces y conversaciones, oraciones,
súplicas.
En medio de todo el caos, no consigo ni una sola respuesta. No
encuentro a nadie que me diga qué le pasa a Kostya, si va a vivir o no.
He caminado kilómetros dando vueltas de un lado a otro, yendo y
viniendo de la ventanilla al ascensor en esta maldita sala de espera, mientras
veo familias que vienen, reciben sus buenas noticias y vuelven a sus vidas
felices.
Sigo esperando, sigo caminando, sigo respirando el olor del antiséptico
o lo que sea que usen para limpiar el hedor a muerte de las paredes y los
pisos.
Algunos de los hombres de Kostya están parados y otros sentados con
cafés en la mano, hablando entre ellos en ruso en voz baja. Nadie alza la
vista, nadie me habla, nadie vigila la puerta excepto yo.
—¿Señorita? Tiene un corte bastante feo sobre el ojo.
Levanto la mano y me palpo donde la piel está abierta.
—No pasa nada, es viejo —no me importa si esto deja cicatrices.
El hombre, vestido con un uniforme azul y uno de esos gorros graciosos
cubriéndole el pelo rubio, se acerca a susurrarme algo.
—¿Estás a salvo? —un leve movimiento de la cabeza señala a la banda
de mafiosos rusos sentados en esta habitación, la mayoría vestidos de traje,
que ni siquiera se molestaron en aflojarse la corbata.
—Sí, estoy bien.
Se da vuelta para irse, pero como es el primer médico que me habla
desde que llegué, no puedo dejar que se vaya
—¿Hay alguna noticia sobre mi… amigo?
—Todavía no —echa un vistazo a la sala llena de hombres corpulentos
que sin duda se sienten más cómodos armados que sentados aquí sin armas
—. Si necesitas algo —se acerca de nuevo—, como seguridad, estamos por
allá.
Cuando asiento da un paso atrás y se aleja, pero vuelve a mirar por
encima del hombro mientras camina por el pasillo. Para ser sincera, es
probable que no pudiera estar más segura ni aunque la habitación estuviera
llena de policías.
Quiero tomar aire fresco por un minuto, o al menos respirar un rato
donde no hieda a hospital, pero no puedo irme hasta saber algo, hasta que
alguien me asegure que Kostya vivirá.
Perdió mucha sangre, aunque la ambulancia no tardó mucho en llegar y
Collin supo hacerle un torniquete en la parte superior de la pierna para
frenar la pérdida de sangre.
Más que nada, estoy cansada de esperar y de no saber.
Mi bebé necesita un padre, su hija también necesita a su padre y que los
doctores sean tan herméticos y no me digan qué está pasando es abrumador.
Ya no soy la asistente asustadiza que era antes. Soy… bueno, no soy
exactamente la mujer de Kostya, pero sí somos algo. Soy la madre de su
bebé y de su heredera. Alguien tiene que decirme qué demonios está
pasando.
La ansiedad aumenta. Cada vez me cuesta más respirar y cuando
parpadeo me cuesta abrir los ojos. Me flaquean las piernas y se me revuelve
el estómago. No puedo mantenerme en pie.
Cuando me desplomo, nueve hombres rusos muy corpulentos forman un
estrecho círculo a mi alrededor mientras otro más me levanta y me lleva al
pequeño sofá de la habitación.
Sigo sin poder respirar bien y el alboroto en la habitación se hace más
fuerte, retumbando en mi cabeza cuando uno de los rusos me pone una
almohada bajo la cabeza y el doctor vuelve con su estetoscopio para
revisarme.
Cuando termina, me toma de las manos y las aprieta.
—Bien, escucha, respira conmigo —hace una demostración y yo lo
intento, pero no consigo imitarlo. Mis pulmones no responden y no consigo
transmitir el mensaje de mi cerebro a mi pecho, a pesar de que no hay nada
que quisiera más que poder respirar para que los pulmones no me ardan—.
Vamos, tranquilízate. Escúchame, respira. Despacio. Inhala y exhala —su
voz es dulce y me agarra los brazos por el pliegue del codo, apretando al
inspirar y bajando las palmas hasta las muñecas y volviendo a subir al
espirar.
Al final, recobro el ritmo y cada respiración se hace más fácil hasta que
el ataque de pánico pasa y mi corazón vuelve a la normalidad. Sin embargo,
mi mente sigue divagando. ¿Por qué no me dicen nada? ¿Por qué no puedo
verlo?
Me quito la máscara de oxígeno que me pusieron y me incorporo.
—Deberíamos revisar que estés bien —dice el médico preocupado. Me
ayuda cuando insisto en levantarme, sin dejar de sostenerme para que no me
caiga—. ¿Estás mareada?
—No —en serio, estoy bien. Este incidente no es a causa de un
problema de mi cuerpo, es algo mental. Quizá es porque no comí mucho
estos últimos días, y sé lo feliz que lo haré si le pido comida—. Tengo un
poco de hambre.
—Está bien —se levanta y camina hacia el escritorio—. Te traeremos
algo de comer. En tanto, tienes que sentarte y tranquilizarte.
Tiene un rostro amable y quizá por eso me aferro a su mano, para que no
pueda alejarse de nuevo.
—Mi amigo es un… hombre ruso —no porque parezca amable significa
que voy a revelarle todos los secretos—, y tendré un hijo suyo. Nadie me
dice nada sobre si vivirá, si no vivirá, si las cosas se resolverán y seremos
una familia o si él… si seré madre soltera. Nadie me dice nada.
Después de eso, me echo a llorar como una histérica con cambios de
humor.
Vuelve a escucharme con el estetoscopio y a acostarme en el sofá.
Puedo notar que esta vez no es un ataque de pánico. Es una rabieta, o un
acceso de ira. Es mi enfado por cosas que no puedo controlar.
El Dr. de ojos lindos se arrodilla en el suelo junto a mí.
—Tienes que tomarlo con calma. Si estás embarazada —le lanzo una
mirada aprehensiva y su voz se torna severa—, tienes que calmarte por el
bien del bebé —pasa una mano por mi hombro—. Preguntaré por tu amigo
mientras subes a que te revisen en obstetricia, y subiré a buscarte en cuanto
tenga noticias. Pero tienes que subir ya mismo.
Tiene razón y lo sé, pero pasaron cuatro horas y todavía nadie me ha
dicho nada sobre Kostya. Si quiero información, no tengo otra opción que
subir. Esa es la única razón por la que dejo que el médico me guíe hasta el
ascensor y me ayude a entrar.

N o es sino hasta que estoy en una cama en el piso de arriba, con un monitor
puesto sobre mi estómago y una enfermera tomándome la tensión, que entra
un agente del FBI y saca a todos de la habitación después de mostrar su
placa.
Estoy cansada y enfadada, frustrada, desesperada. Lo que menos quiero
es jugar a las veinte preguntas con el puto inspector Gadget.
—¿Señorita Lowe?
No me molesto en responder. Sabe quién soy.
—Soy el agente especial a cargo del caso, David Quinn, y necesito
hacerle unas preguntas.
Es alto, rubio, lleva traje y corbata, tiene una libreta abierta en la mano y
me mira como si no pudiera creer lo que está viendo.
—¿Le parece bien?
Sigo sin responder, porque no sé de derecho. No sé si tengo que
responder, pero lo que sí sé es que no quiero. Me mira fijamente haciendo
que se me escape un suspiro.
—¿Es empleada de Kostya Zinon?
Asiento. Admitir que trabajo para él no incrimina a nadie en nada.
—¿Y vive en su casa?
Vuelvo a asentir. Igual, nada que ponga en riesgo la libertad de Kostya.
—Entonces, ¿sabrías si este hombre ha ido alguna vez a visitar al Sr.
Zinon? —saca una foto de Jack Whelan de su libreta supersecreta donde no
escribió nada que yo alcance a ver. La miro bien por un minuto y hago mi
mejor esfuerzo por mantener una cara inexpresiva hasta que me aparta la
foto de la vista—. Encontramos su cuerpo en el parque.
Hay un momento de silencio previo a la entrada de Yelisey en la
habitación y el agente se exaspera. Imagino que es porque sabe que
cualquier posibilidad de hacerme hablar se esfumó. Baja la mirada y cierra
el cuaderno.
—Sr. Rusnak.
—Agente Quinn —Yelisey asiente y se me queda mirando—. Creo que
la Srta. Lowe quizás necesita descansar, ¿no le parece? —su voz tiene un
matiz peligroso.
Quinn suelta un largo y penoso suspiro. Asiente una vez, se da vuelta sin
decir nada más y sale de la habitación.
Tengo que admitir que estoy un poco decepcionada. Vi bastantes series
de policías e imaginaba que diría algo mordaz antes de darse por vencido y
marcharse.
Yelisey se acerca con una sonrisa misteriosa en la cara.
—¿Qué estás tramando, Yelisey? —le pregunto con recelo.
Él se limita a esbozar una sonrisa más grande.
—Te traje algo —abre la puerta.
Una tormenta rubia corretea en el cuarto. Tiana se lanza a mis brazos de
golpe y acurruca la cabeza en mi hombro, gritando como si acabara de
ganarse un poni en la feria.
La abrazo tan fuerte como puedo. Ella lo necesita y yo también. Está
confundida y es demasiado joven para haber sufrido tanto. No importa lo
que diga Kostya, si no lo decía en serio cuando dijo que me quería, no voy a
dejarla sola otra vez. No dejaré que me aleje de ella.
Miro a Yelisey y sonrío.
—Gracias.
Me envuelve como si fuera un suéter y no puedo creer cuánto la
extrañaba. Yelisey vigila la puerta como si esperara que alguien la
traspasara y nos arrestara a los dos. Supongo que con el FBI merodeando
por el hospital y mostrando fotos del tipo que ayudó a matar debe estar
nervioso. Lo entiendo, pero me está poniendo nerviosa a mí.
—Yelisey… deberías venir aquí y relajarte. Deja de preocuparte —
mantengo la voz relajada porque no quiero asustar a Tiana.
—Es mi trabajo preocuparme —dice. Se voltea hacia mí lentamente y la
sonrisa maliciosa desapareció, sustituida por una expresión más sombría—.
¿Qué le dijiste al agente?
—No le dije nada. Lo juro por Dios, ni una palabra.
Asiente, pero, si su mirada hablara, diría que no me cree. No me lo tomo
personal, porque Yelisey no es el tipo de persona que confía en la gente. Es
lo que lo hace bueno en su trabajo.
—¿Qué quería?
—Preguntó por Jack Whelan.
—Hmm —Yelisey se frota la barbilla, pensativo, luego abre la puerta y
hace señas a un hombre enorme al que no reconozco, pero al que Tiana le
sonríe, al parecer considerándolo un amigo—. Tiana, ve a colorear con
Vlad, ¿sí?
A pesar de que parece que el tipo le cae bien, Tiana pone mala cara y me
mira.
—Hazle caso —le digo poniéndole un dedo en la nariz—. Solo un
momento, luego quiero que me cuentes cómo estuvo tu día.
Frunce el ceño, pero hace lo que le digo y se va con Vlad. Cuando
Yelisey comprueba que no está escuchando, continúa.
—Encontraron el cuerpo de Whelan en el parque, lleno de balas. Ahora,
si averiguan dónde está la verdadera escena del crimen, encontrarán sangre,
la sangre de Kostya. Hasta la tuya, quizás. Eso no se verá bien,
considerando que ya están haciendo preguntas.
Habla en el mismo tono que uso yo cuando trato de ocultarle algo a mi
madre. Amable, complaciente. Es el tono de un mentiroso, y me entristece
haberme vuelto experta en usarlo y reconocerlo.
—No se lo dije, Yelisey. Nunca lo haría —él asiente, pero sus ojos
siguen traicionándolo mientras hablo—. Amo a Kostya. Y sí, sé quién es —
susurro la siguiente parte—, lo que es, lo sé, y lo amo de todos modos y no
hay nada que pueda hacer al respecto. Cuando amo a alguien lo amo por
completo, así que te aseguro que no seré el eslabón débil. No hay forma de
que le diga nada a nadie que pueda hacerle daño o alejarlo de mí.
Al terminar, puedo ver como los engranajes en su cabeza sopesan lo que
acabo de decir junto a mi lenguaje corporal y mi historia. Parece satisfecho,
porque asiente una vez y me contesta.
—Kostya querrá saber lo que dijo ese agente. Necesitará saberlo.
Asiento y él mira el monitor. Las ondas se agitan y se desordenan en la
pantalla, mostrando muy buenas noticias.
—¿El bebé está bien?
—Sí. No lo dijeron con claridad, pero las líneas, los contoneos y los
latidos que se oyen por los altavoces son buenas noticias. Eso lo sé.
Yelisey sonríe.
—También querrá saber eso.
Ahora se cierne sobre mí y observa el monitor como si estuviera
preocupado, y eso me enternece tanto que me relaja. Yelisey vuelve a dejar
entrar a Tiana y la abrazo hasta que llegan los médicos y me dicen que
estoy bien, que el bebé está bien y que aún no hay noticias de Kostya, pero
que en cuanto las haya seré la primera en saberlo.
Por ahora, eso es suficiente.

—¿D ónde está papá? —Tiana y yo estamos en la sala de espera con Vlad
cuando de golpe levanta la vista de su libro para colorear y me mira. Vlad
presta atención y también me mira, queriendo saber.
—Está… —ay, Dios, ni siquiera puedo inventar una buena mentira—.
Está con el médico en este momento.
Vuelve a colorear con ganas renovadas, como si no lleváramos horas
esperando hasta que, por fin, el médico que me ayudó antes aparece.
—El Sr. Zinon pregunta por usted.
—¿Salió del quirófano?
El médico asiente.
—Fue una operación delicada. La bala le perforó la arteria femoral y no
le sentó bien la anestesia, pero ya está despierto y pregunta por ti.
Me pongo de pie, pero esta vez me mareo. Sé que es porque todavía no
comí, pero quiero ver a Kostya mucho más de lo que quiero una barra de
chocolate.
—Quédate aquí con el señor Vlad, cariño, ¿sí?
—Mm-hm —murmura, ajena del mundo que la rodea.
Ay, uno es tan feliz de niño sin saber nada, creo que nunca volveré a
estar tan en paz. Trago saliva y lo sigo por un pasillo, a través de una puerta
eléctrica que necesita de una tarjeta para abrirse, y luego por otro pasillo.
—Sé que parece mal augurio que esté en cuidados intensivos, pero con
su reacción a la anestesia tenemos que vigilarlo más de cerca de lo que
podríamos en una habitación normal en el área de hospitalización.
—¿Pero está bien?
¿O el doctor lo está endulzando porque teme que me tire al suelo en
medio de otro ataque de pánico?
—Sí, está bien.
Se detiene ante una habitación con una puerta corrediza de cristal, que
tiene una cortina cerrada puesta encima para que no pueda ver lo que me
espera dentro. Las palabras tranquilizadoras son amables, pero necesito
entrar ya.
—Mire, su amigo tiene que mantener la calma —dice el médico—. Si
usted puede lograr eso, evitar que le grite a las enfermeras y rechace sus
medicamentos, se lo agradeceré.
Se ríe un poco y señala con la cabeza el largo escritorio que bordea una
de las paredes, donde varias enfermeras están sentadas con pantallas de
ordenador y gráficos por delante, pero sin duda hay un interés en mí que
hace que varias de ellas levanten la vista y finjan que no me están viendo de
arriba a abajo.
—De acuerdo —susurro con un nudo en la garganta.
Él abre la puerta.
La habitación está casi en silencio, y yo me mantengo del otro lado de la
cortina porque soy una gallina.
Entonces, recuerdo por lo que pasé.
Mi madre, Lila, Tiana, armas y sangre, el hombre de la casa de
huéspedes, el tormento diario de la indecisión de Kostya que nos
acompañaba cada segundo en la casa. Un bebé que no esperaba ser
concebido. El tiroteo en el Baltzley y otro en el terreno. Sobreviví las
palizas siendo prisionera y a días de tortura física y psicológica. Me han
disparado, golpeado y encerrado.
Y sigo aquí. Lo logré. Sobreviví.
Me hice más fuerte que todas las personas y todas las cosas que
intentaron quebrarme. Encontré una fuerza que nunca supe que tenía. Quizá
conseguí parte de esta nueva fortaleza gracias a Kostya, o Tiana, o Yelisey,
o quizá estaba enterrada en lo más profundo de mí, pero de cualquier
manera es mía. Soy mi propia salvadora.
No soy un peón en un juego aterrador.
Soy la Reina.
Mi corazón se calma y mi respiración se torna lenta, tranquila. Me
siento más grande de algún modo, como si hubiera crecido unos
centímetros. Las constantes náuseas del embarazo parecen pasar a un
segundo plano.
Por fin, pues todos afuera y mi hombre detrás de la cortina esperan a que
entre, lo hago y me dirijo a la cama.
Kostya tiene los ojos cerrados, pero, cuando apoyo las manos en la
barandilla, se cubre un ojo con una mano y sus labios forman una sonrisa.
Abre un párpado.
—Hola.
Le devuelvo la sonrisa al ver que está vivo, a salvo en un hospital y
sonriendo.
—Hola. Te ves… bien —luce pálido, cansado, drogado.
—Es curioso, me siento horrible —se mueve y la sonrisa se transforma
en una mueca de dolor.
No puedo acercar una silla, porque no hay ninguna en la habitación. No
es el tipo de habitación donde quieren que las visitas se pongan cómodas.
—Me dicen que te portas mal, le das problemas a las enfermeras,
rechazas tu medicina.
—Te echo de menos —su voz es tenue y casi no me creo que haya dicho
esas palabras. Pulsa el botón para elevar la cabecera de la cama hasta que
está casi sentado—. ¿Charlotte? Yo…
Lo que iba a decir se ve interrumpido por un ataque de tos y una mueca
de dolor.
—Cállate… —le digo secando una gota de sudor de su frente con una
toalla que dejaron a un lado de la cama—. Puede esperar.
Asiente con la cabeza, gime suavemente y vuelve a cerrar los ojos,
apoyándose en la almohada. Le acaricio el dorso de la mano mientras su
respiración vuelve poco a poco a la normalidad.
Permanecemos en silencio unos minutos.
—Háblame —dice luego, sin abrir los ojos—. Odio este silencio.
Trago saliva y sonrío.
—Bueno, Tiana está coloreando. Ya no le gustan las princesas, dice que
quiere ser bombero. Tus hombres asustan a todas las enfermeras y médicos
del ala y… el FBI estuvo aquí.
Asiente y guiña un ojo, o tiene un tic nervioso. Creo que guiña el ojo.
—Lo sé. Por eso estoy en cuidados intensivos. Los federales no pueden
entrar aquí.
Por poco le pego en el hombro. ¡Bastardo manipulador! No está aquí
porque su situación sea grave, está aquí porque le pagó a alguien para tener
trato especial.
—Tiene sentido —me río sacudiendo la cabeza con asombro. Lo digo
más para mí misma que para él, pero sonríe igual.
—Sí —sigue tomándome la mano y pasando el pulgar por las yemas de
mis dedos—. Debí haber confiado en ti. Sabía… sé quién eres, y me dejé
convencer de que eras un peligro para mí.
—¿Y ahora sabes que no lo soy?
Se ríe a pesar de que hablo muy en serio.
—Siempre supe que no lo eras —suspira—. Después de lo que pasó con
Natasha…
Me cuenta la historia de su ex y madre de Tiana muy despacio.
Cómo él la amaba y creía que ella lo amaba.
Cómo pasaron días, semanas y meses planeando tener un bebé y la vida
que tendrían.
Cómo ella se puso en su contra.
Cómo le robó a Tiana antes de que él supiera que existía.
Se me arruga el corazón. Me parece la cosa más cruel del mundo apartar
a un hombre de su hija.
No sé qué decir ni cómo disminuir mi angustia, así que le doy la mano.
—Kostya…
—No te conté todo eso para que te sintieras mal por mí. Ahora lo tengo
todo, tengo una casa preciosa, a mi hija, y te tengo a ti. ¿Verdad? —abre los
ojos y me mira—. ¿Sí te tengo?
Pestañeo y se me escapa una lágrima mientras sonrío y asiento con la
cabeza.
—Me tienes a mí —digo—, soy toda tuya.
El pasado es un prólogo, polvo en el viento, y nada de eso importa ya,
excepto el hecho de que nos condujo a este momento. Amo a Kostya Zinon.
—Antes de desmayarme en el tiroteo, ¿escuchaste lo que dije?
Sí, lo oí, pero no me importaría oírlo de nuevo.
—¿Qué parte? —no puedo borrar la sonrisa de mi cara.
—¿Puedes bajar esto y sentarte a mi lado? —toca la barandilla.
Hay un mecanismo de bloqueo que no sé cómo accionar, pero en lugar
de luchar con él me voy al otro lado, donde la barandilla ya está abajo, y me
siento junto a su pierna herida. Con mucho, mucho cuidado. Se voltea hacia
mí y sonríe.
Cuando sonríe, nada más importa.
—Te amo, Charlotte Lowe. Todo lo que haces y todo lo que dices…
también lo amo. Mi vida no es fácil, y sabiendo todo lo que sabes sé que no
es justo pedirte…
—Estoy embarazada y tú eres el padre —escupo.
No es como planeé decírselo. Si esto fuera una película, ahora mismo
habría un incómodo rayón de disco.
—Lo sé.
—No quiero que me digas que me amas solo porque estoy embarazada.
Tendré a tu bebé.
—Nuestro bebé —corrige.
—Sí, nuestro bebé —digo sonriendo.
Sonríe de oreja a oreja.
—Me gusta oír eso —suspira—. Lo que quiero decir es que…
entendería que quisieras alejarte de mí tanto como pudieras.
Aunque quisiera, aunque por alguna razón tuviera que hacerlo, no hay
forma de que pudiera alejarme de él.
—No quiero eso.
Cierro los ojos y apoyo la cabeza en su pecho.
—Cuando me tenían en el taller mecánico y estaba asustada, lo superaba
imaginando que venías por mí, que llegabas como un caballero de brillante
armadura —Dios mío, soné como una loca. Hasta Tiana superó la etapa de
las princesas y yo estoy aquí desahogándome con una estúpida fantasía de
un héroe medieval. Kostya no se ríe ni se burla de mí, solo se limita a
asentir solemnemente mientras termino—. De todos modos, que seas quien
eres no es un impedimento. Es… todo lo contrario. Es lo que te hace ser tú.
Me alza la barbilla y me besa. Es un beso suave, lento, dulce. No puedo
soportar la idea de no volver a tenerlo, de no volver a sentir lo que siento
ahora.
—Te amo, Kostya. Todo lo que pasó antes no importa. Tenemos la
oportunidad de tener una familia, de una vida juntos.
De ninguna manera voy a arriesgarme a perderlo de nuevo.
—Estuve en un tiroteo que resultó en una estancia en el hospital, el FBI
está investigando. Lo más probable es que pase algún tiempo en la cárcel —
me aprieta la mano.
—Si eso es lo que tiene que pasar, está bien. Esperaré.
Es verdad. Esperaré, no importa lo que tarde. Toma mi mano y apoya su
frente sobre la mía.
—No quiero esperar. Cásate conmigo ya. Hoy mismo, esta noche, tan
pronto como sea posible.
No es la más romántica de las propuestas, pero es nuestra propuesta y
me encanta, amo cada palabra.
Una hora y media más tarde, a tiempo para las noticias de la noche, me
convierto en la señora de Kostya Zinon y se difunde la historia de que
Kostya recibió un balazo en la pierna protegiendo a la mujer que amaba de
un posible agresor.
No está tan lejos de la verdad.
Epílogo Extendido

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