Kostya - Nicole Fox
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LA BRATVA ZINON
NICOLE FOX
ÍNDICE
Mi lista de correo
Otras Obras de Nicole Fox
Kostya
1. Kostya
2. Charlotte
3. Kostya
4. Charlotte
5. Charlotte
6. Kostya
7. Charlotte
8. Kostya
9. Charlotte
10. Charlotte
11. Charlotte
12. Kostya
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21. Charlotte
22. Kostya
23. Charlotte
Copyright © 2022 por Nicole Fox
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MI LISTA DE CORREO
La Bratva Viktorov
Whiskey Venenoso
Whiskey Sufrimiento
La Bratva Uvarov
Cicatrices de Zafiro
Lágrimas de Zafiro
la Mafia Mazzeo
Arrullo del Mentiroso
Arrullo del Pecador
la Bratva Volkov
Promesa Rota
Esperanza Rota
la Bratva Vlasov
Arrogante Monstruo
Arrogante Equivocación
la Bratva Zhukova
Tirano Imperfecto
Reina Imperfecta
la Bratva Makarova
Altar Destruido
Cuna Destruida
Dúo Rasgado
Velo Rasgado
Encaje Rasgado
la Mafia Belluci
Ángel Depravado
Reina Depravada
Imperio Depravado
la Bratva Kovalyov
Jaula Dorada
Lágrimas doradas
la Bratva Solovev
Corona Destruída
Trono Destruído
la Bratva Vorobev
Demonio de Terciopelo
Ángel de Terciopelo
la Bratva Romanoff
Inmaculada Decepción
Inmaculada Corrupción
KOSTYA
UN ROMANCE OSCURO DE LA MAFIA (LA BRATVA ZINON)
¿Y lo mejor de todo?
Está desesperada.
—Está hecho.
Aprieto el puño en mi regazo aún más.
—Voy para allá —cuelgo el teléfono y arranco el automóvil.
El motor ronronea con dulzura mientras sujeto con fuerza el volante. Se
siente firme, reconfortante. Aprecio ese vínculo con la realidad, porque
nada de esto parece real. Lo cierto es que nada parece real desde el
momento en que Yelisey hizo caer todo este maldito desastre sobre mi
cabeza. Me siento como si flotara, viéndome a mí mismo andar en piloto
automático.
Guardé todo en mi interior. Así me criaron, así me enseñaron y así
conseguí todo lo que tengo. Los cristales rotos y los gritos en el auto
después de la gala fueron deslices infrecuentes.
Sin embargo, ahora hay emociones que bullen en mi pecho y amenazan
con traspasar mis barreras. Si las dejo salir, me abrumarán. Pasé toda la vida
conteniendo ese tipo de sensaciones lejos de la superficie
Esa tarea nunca fue tan difícil como ahora.
Me estaciono a las afueras del juzgado. Geoffrey me espera fuera de una
camioneta negra idéntica. Aparco y me bajo, dejando encendido el auto.
—Quédate aquí —le ordeno—. No tardaré.
Asiente secamente sin decir una palabra. Es un buen hombre.
Me doy vuelta y subo los escalones de mármol. Las columnas del
enorme edificio se extienden a mi alrededor sosteniendo el tejado. Una
grieta baja como una telaraña hasta la base del edificio. Me siento
identificado: yo también estoy a punto de derrumbarme bajo el peso del
mundo que recae sobre mis hombros.
Pero no me derrumbaré, no me quebraré, y por Dios que no me rendiré.
Entro a través del detector de metales. Oigo el eco de mis pasos en el
vestíbulo, junto a las voces apagadas de abogados, acusados y jurados
desventurados a mi alrededor. Mis ojos están fijos en mi destino. La corte
número 4, me informó Yelisey en la llamada.
Veo el cartel que busco y avanzo hacia él a grandes zancadas. Agarro el
pomo de la puerta y tiro de ella para abrirla, pero acto seguido me detengo
solo un instante, tan ínfimo que cualquiera que me observara podría no
darse cuenta.
Yo lo noto. Sé lo que significa: vacilación, incertidumbre y miedo, o
algo parecido… lo más parecido al miedo que puede sentir un hombre
como yo. Lo que sea que me espere al otro lado de esta puerta, es algo que
cambiará mi vida irrevocablemente. La última artimaña de Natasha.
Me trago la bilis que tengo en la garganta y paso.
T engo que cuestionar a un sistema que deja a una niña bajo la tutela de un
hombre y le desea la mejor de las suertes sin mayor respaldo formal, pero
aquí está ella, sentada en un asiento de seguridad prestado, en la parte
trasera de mi convertible de lujo mientras voy por la ruta 405 hacia la
oficina.
Una gran camioneta negra avanza por el carril contiguo ante mi mirada
atenta, con neumáticos anchos y un tubo de escape que retumba en el
interior del auto. Desde el tiroteo del fin de semana pasado estoy alerta,
pendiente de cada vehículo que pasa en busca de un asesino de los Whelan.
No tengo ni idea de cómo demonios esto se descontroló tanto, pero los
Whelan han vuelto y están al acecho.
Ahora tengo una hija que proteger.
Este no es el tipo de preocupación a la que estoy acostumbrado. Me
encargo de negocios que salen mal, de mentirosos, tramposos, espías
infiltrados en mi organización. Sé cómo lidiar con eso y cómo manejar los
detalles desagradables relacionados a mi estilo de vida y mi trabajo.
Pero ¿una niña? ¿Qué rayos se supone que tengo que hacer con una
niña?
Probablemente debí haber pensado en esto antes de entrar en la corte
esta mañana. Al menos pude haber buscado a alguien que la cuidara,
alguien que sepa qué demonios está haciendo.
—Tengo que hacer pis —canta una vocecita desde atrás. Estoy cuatro
carriles a la izquierda, enterrado entre veinte autos y a un largo kilómetro de
la próxima salida.
—¿Puedes aguantarte? —es la pregunta que haría un padre, ¿no? Me
siento incómodo y torpe, como un ciervo recién nacido que todavía no sabe
qué hacer con sus patas. Miro por encima del hombro. Tiene los ojos de Nat
y mi pelo; la expresión de Nat y mi barbilla. El gesto que hace me dice que
‘aguantar’ no es una opción.
Después de maniobrar y abrirme paso, desviarme, subir al canal de
servicio y ganarme media docena de enemigos nuevos en el proceso, la
autopista es cosa del pasado y entro en una gasolinera. Después, corro hacia
el baño, donde hago una pequeña pausa cuando llegamos ante las dos
puertas, una marcada para mujeres y otra para hombres. No tengo ni idea de
si la niña puede atender sus propias necesidades o si necesita ayuda y
tampoco sé cómo preguntarle.
En lugar de eso, vuelvo corriendo al recibidor con las piernas de Tiana
balanceándose y mi brazo apretando su cintura, quizás demasiado fuerte.
Aunque se está riendo, así que ignoro la voz preocupada de mi cabeza
mientras pasamos corriendo por delante de los dulces. La mujer detrás del
mostrador es bajita, de pelo canoso y frunce el ceño.
—Necesita ir al baño.
La mujer señala el espacio que acabo de desocupar.
—Ahí detrás.
—Sí, lo sé, pero… —no entiendo nada. No tengo ni idea sobre niños, ni
del protocolo como padre al momento de llevarlos al baño.
Entorna los ojos. Es una ofensa que no suelo tolerar de brazos cruzados,
pero en este momento necesito su ayuda, así que le permitiré el descaro.
—Llévela al baño de hombres.
Asiento con la cabeza.
—Gracias.
Nuevamente, me apresuro a ir a la parte trasera de la tienda. Todavía no
tengo clara la logística del uso del baño con los niños, así que me limito a
darle la espalda y esperar, y esperar, hasta que un rápido vistazo por encima
de mi hombro me informa que Tiana está parada con las piernas cruzadas y
las manos enredadas tratando de desabrocharse los pantalones. Me arrodillo
a su lado sin conseguir mejores resultados. Los jeans de niña no están
hechos para las manos de hombre adulto.
Quiero decir una palabrota, pero me muerdo la lengua. Justo cuando
estoy a punto de rendirme y volver al recibidor por unas tijeras el botón
metálico se suelta, ella se baja los pantalones y se sienta en el inodoro.
Gracias a Dios. Me doy la vuelta de nuevo.
Cuando por fin termina, la acerco al lavabo para que se lave las manos.
Mientras se seca las manos me sonríe y, por un momento, ya no me
importa nada más. Es preciosa y es mi hija.
Mientras salimos de la tienda, entrelaza su mano con la mía.
—Tienes que llevarme de la mano en los estacionamientos. Lo dice
mamá.
Le tiembla la voz al pronunciar la palabra mamá.
—¿Qué más dice mamá? —pregunto con cautela.
—Dice… dice…
Diablos. Percibo un sollozo en su voz, como si fuera el estruendo previo
a un terremoto. Lo reconozco, pero ya es demasiado tarde.
—Tiana, yo… —intento interrumpirla, pero es inútil.
Tiana deja de caminar y se echa a llorar en el asfalto.
—¡Quiero a mi mami! —sus gritos llaman la atención y yo, una vez
más, no tengo idea de qué hacer. Tiene tres años, casi cuatro, y no tengo ni
idea de cómo lograr que se levante y se seque las lágrimas.
No obstante, se trata de una mujer que llora, y tengo mucha experiencia
con eso. Esa experiencia me indica que la abrace, que la tranquilice con mi
voz.
—Está bien, Tiana. Vamos a encontrar una solución —la tomo entre mis
brazos y la acerco a mi pecho mientras solloza como si… bueno, como si
hubiera perdido a su madre.
Es tan pequeña, tan indefensa. Su llanto es desesperado. Lo he oído
antes, he provocado estos mismos sonidos y sentido este mismo dolor.
Le digo amablemente:
—¿Puedes venir conmigo a mi oficina y lo resolvemos? —una gran
promesa viniendo de un tipo que no tiene ni idea de lo que está haciendo.
Contengo la respiración, preguntándome si mi pequeña oferta bastará
para desviar su atención de la pérdida del único progenitor que ha conocido.
Oigo cómo sus sollozos empiezan a detenerse, hasta que pasan unos
cuantos segundos entre uno y otro, y luego un poco más cada vez. Al final
se tranquiliza, aunque de vez en cuando emite gemidos, como si fueran
réplicas.
Tiene la cara manchada de lágrimas, y sus brillantes ojos azules están
enrojecidos. Su labio inferior, que sobresale como en las caricaturas, sigue
temblando. Trago saliva al tiempo que rezo para que lo peor ya haya
pasado.
Tiana me mira expectante y, al ver que no digo nada, puedo ver que la
oscilación de su labio empieza a acelerarse de nuevo. Si no intervengo, otra
crisis es inminente. Necesita… Dios, no sé lo que necesita. ¿Consuelo?
¿Una distracción? ¿Ninguna de las anteriores? ¿Ambas? Necesita algo, así
que empiezo a divagar.
—Tengo una oficina en un edificio alto —le digo—. El más alto de la
ciudad. Tiene grandes ventanales y puedes ver toda la ciudad desde allí.
Puedo enseñártela. También puedes ver las nubes y los pájaros. ¿Quieres ir
a ver? Podemos tomar el ascensor hasta el último piso.
No sé si es que pronuncié las palabras mágicas o simplemente tuve
suerte, pero igual parece haber funcionado. Sus manos dejan de formar un
puño y su labio inferior se retrae.
Pega una mejilla en mi pecho y la abrazo por un momento. Luego, se
separa y vuelve a inclinar la cabeza hacia un lado para mirarme llena de
curiosidad. El sol entra en contacto con la humedad que se esparció por su
rostro, haciéndola resplandecer.
—Hablas muy bonito —dice en voz baja.
Su risa es como música. Una música suave y perfecta.
—Soy de Rusia —le digo.
—¿Dónde queda eso?
—Muy lejos —le digo—. Muy pero muy lejos.
Dios sabe que es la verdad, y que en este momento la siento más lejos
que nunca. Mi tierra natal es un mundo de nieve, de bosques oscuros y
silenciosos, de rostros sombríos. Sentado en este bordillo de cemento, bajo
un sol abrasador y el bullicio ensordecedor de la autopista con una niña
risueña a mi lado, me pregunto en qué demonios me habré metido.
Su sonrisa es más brillante que el sol resplandeciendo en el cielo.
—Quiero hablar como tú —me pone el dedo sobre la nariz y lo empuja,
se vuelve a reír.
La levanto, la subo al auto y suspiro. Sobreviví a mi primera crisis y no
tengo problema en admitir que fue mucho más difícil que cualquier cosa
que puedan hacer los Whelan.
El resto del trayecto hasta la oficina transcurre sin incidentes. Al menos,
no hay más llanto.
Ya llevo cuatro putos días sin poder dormir sabiendo que la tengo tan cerca.
Esta fue una mala idea. Estoy harto de tener que andar de puntillas en mi
propia casa.
Me simpatiza Charlotte por más que su belleza y su forma de tratar a mi
hija, por más que esa expresión tierna en sus ojos cuando me mira. Es fuerte
e inteligente, y ahí radica el problema.
Es lista. Demasiado, de hecho. Si llegara a descubrir que soy el jefe de
la Bratva más influyente del país… tendría que deshacerme de ella.
Si algo aprendí de Natasha es que no puedo tolerar el chantaje. No lo
toleraré. De todos modos, ese es un problema para más adelante. Primero
debo lidiar con el hombre que tengo enfrente.
El infeliz de Whelan ha sido demasiado testarudo como para doblegarlo.
Yelisey está encolerizado, pero no puedo darle rienda suelta porque su ira
no hará más que aumentar los decesos, y todavía no estoy preparado para
afrontar a los irlandeses en una guerra sin cuartel. Por eso le ordené que se
fuera a casa a calmarse por el resto de la noche. Es mi turno de arremeter
contra nuestro prisionero.
—¿Por qué te empeñas en que te lastimemos? —pregunto sereno,
sentado con las piernas cruzadas frente al sujeto mientras jugueteo con un
cuchillo. Está atado al asiento donde lo molemos a golpes, y tiene los ojos
tan morados que parecen berenjenas magulladas. Es un milagro que todavía
vea.
—Jódete, ruso asqueroso —gruñe.
Suspiro. Esperaba que ya hubiéramos superado este punto. Miro a
Geoffrey, que está parado detrás del irlandés, y asiento. Geoffrey se mete la
mano en el bolsillo trasero y saca la bolsa de plástico, se la pasa por encima
de la cabeza y tira de ella con firmeza, obstruyendo la nariz y la boca del
hombre.
Se oyen gritos apagados, aterrorizados. Los gritos de un moribundo.
Cuento los segundos. Cinco, seis, siete…
—Basta.
Geoffrey suelta la bolsa, se la retira de inmediato antes de retroceder, y
yo aguardo mientras el irlandés aspira bocanadas de aire en jadeos
profundos y ruidosos.
—No me gusta tener que hacerte esto, amigo mío —le digo
amablemente—, pero haré lo que tenga que hacer —me inclino hacia
delante y apoyo los codos en las rodillas—. Te preguntaré una vez más:
¿quién te ordenó dispararme? ¿Qué esperabas ganar con mi muerte?
El tipo no responde.
Suelto otro suspiro. Está poniendo a prueba mi paciencia, pero no dejaré
que mi frustración sea tan transparente aún.
Me pongo de pie.
—Que así sea. Quizá mañana estés más dispuesto a hablar —vuelvo a
hacerle un gesto con la cabeza a Geoffrey.
Él apaga las luces, sumiendo al hombre en la oscuridad antes de que
abandonemos la habitación.
T rabajo hasta altas horas de la noche porque mis hombres necesitan estar
preparados y mi negocio protegido de cualquier complot que Collin y Jack
Whelan decidan emprender. Los envíos se desvían, los detalles sobre
seguridad se reorganizan. Es un trabajo tedioso, el tipo de trabajo
administrativo pesado para el que hay que apretarse el cinturón que hace
tiempo dejé en el pasado, pero tengo una corazonada inquietante sobre esta
amenaza. Quiero asegurarme de que los preparativos se hagan bien.
Cuando esté seguro de que estamos bien protegidos, me iré a casa. Mi
noche será tan larga como lo fue el día, pero quiero ver a mi hija antes de
que Charlotte la lleve a dormir.
Sonrío al pensar en Tiana. Es bonita e inteligente, un angelito que haría
que cualquier hombre se sintiera orgulloso.
Y es mi hija.
Lo único bueno que me dio Natasha.
No es que me moleste que Kostya esté aquí en su propia casa, ni que cuide
a Tiana, su hija, pero no sé qué hacer con mi tiempo libre ahora que decidió
tomarse la mañana para pasarla con ella. La casa tiene una biblioteca llena
de primeras ediciones y clásicos firmados, memorias, biografías, poesía,
sonetos y un ejemplar de la trilogía de Cincuenta Sombras. ¿A quién no le
gusta perderse en un buen libro? Sin embargo, no le pedí permiso para leer
y él no me dijo si puedo pasear libremente por la casa, así que ni sé si se me
permite estar en esta habitación.
No sé nada, en realidad. No sé si mi jefe es un líder de la mafia rusa o
no, si debería tenerle miedo o sentirme atraída por él. Ni siquiera entiendo
si tengo permitido sentirme atraída, y si somos realistas sí me siento atraída.
La biblioteca está repleta de estanterías de caoba con libros en perfecto
estado, extendiéndose detrás de sillones de cuero con respaldo, un
humidificador antiguo y un piano de media cola. Las ventanas van del suelo
al techo y dan al patio trasero. Hay un jardín de flores a la izquierda, la
piscina y la casa de invitados a la derecha. Todo lo que veo está bien
cuidado, inmaculado.
Mientras estoy de pie en la puerta, boquiabierta ante el despliegue
ostentoso de riqueza que no deja de sorprenderme, Kostya y Tiana cruzan el
patio hacia la parte menos honda de la piscina.
Tiana lleva un par de flotadores en los brazos y un chaleco salvavidas
cubriéndole el torso. La enorme mano del padre opaca la de ella mientras se
encaminan hacia los escalones. La niña sonríe y da salto a su lado hasta que
él se detiene para quitarse la camiseta.
Cristo bendito.
Es extraordinario. Tiene el vientre plano y musculoso, tal como
recordaba haberlo visto en la oficina, con el pecho amplio, lampiño y
tatuado con líneas delgadas. Sus tatuajes son deliciosos y dejan muy pocos
centímetros desnudos. Veo los remolinos de texto cirílico, supongo que es
algo en ruso, aunque la comprensión lectora no es una prioridad en este
momento. Me preocupa más cómo me pica el dedo por las ganas de seguir
cada una de las líneas de tinta.
Mi cuerpo se agita con un deseo que debo contener. Lo voy a contener.
En un minuto o quizá dos.
Su expresión es tan severa como siempre pero un poco más relajada de
lo normal, y cuando mira a la pequeña casi puedo ver cómo se pone en
marcha su mente. Tiana es probablemente la primera persona en su vida que
puede salirse con la suya haciéndole una rabieta sin tener que enfrentarse a
su ira. Aunque hasta ahora, no ha tenido motivos para portarse mal, pues su
padre es más indulgente de lo que debería.
Me atrae… me atraen, como si fueran un imán. Camino por la
biblioteca, pasando por las puertas dobles del fondo para salir a la zona de
la piscina. El sonido de la risa de Tiana y el rumor de la cascada que
alimenta la piscina llenan el aire. Cuando me siento en la silla para vigilar a
Tiana —ese es mi trabajo; esa es mi historia y es lo que haré—, la niña
suelta una risita y agarra a Kostya para apoyarse mientras sale del agua.
No lo miro a propósito, pero es una visión preciosa con la luz del sol
reflejándose en el agua y en las pequeñas gotas que le caen por el pecho y
los brazos.
Me mira fijamente y esboza una sonrisa. En ese momento, me doy
cuenta de que nunca lo he escuchado reír, ni siquiera le había visto una
sonrisa genuina. En realidad, no es que sea sombrío, es más bien lo que yo
llamaría terminalmente serio. Verlo tan despreocupado es como ver a una
persona completamente diferente.
—¡Charlotte, nada con nosotros! —oigo el repiqueteo de unos
piececitos en la acera y giro la cabeza para ver a Tiana correteando hacia
mí.
—No corras, cariño —le advierto—. Podrías caerte.
Me ignora y me toma de la mano para levantarme. Es fuerte para ser tan
pequeña, aunque podría facilitarle el trabajo de llevarme hacia su papi.
Si bien me encantaría nadar con ella y Kostya, no puedo: hace años que
no me compro un bañador. Puede que viva en California, donde los
kilómetros de océano y playa por poco superan en número a los residentes,
pero los bañadores nunca han estado entre mis prioridades.
—Tú nada, yo te miraré —ella insiste y me hala de nuevo para hacerme
tropezar en el borde de la piscina. Lucho contra la inercia que me lleva
hacia delante y me logro estabilizar justo a tiempo con un movimiento
circular de mis brazos que, si la gravedad fuera apenas un poco más ligera
hoy, podría haberme hecho salir volando.
Tiana se ríe, porque a sus tres años y medio toda su vida es un juego, y
ahora descubrió una actividad nueva. Me tambaleo y a mi lado ella imita
mis payasadas. Me contoneo y me agito, y sus risitas se convierten en
carcajadas y palmadas.
Entonces, oigo el sonido más intenso, delicioso y resonante en toda la
historia: la risa de Kostya Zinon.
Un cosquilleo empieza en mi estómago y va subiendo a medida que se
me pone la piel de gallina. Luego, se convierte en una risita nerviosa que
brota en mi garganta.
Kostya me calienta a más no poder. Cada minuto que paso aquí esta
piscina y el hombre dentro me parecen más y más mejores.
—¡Nada, Charlotte! —los ojos grandotes de Tiana me vuelven a
pestañear, mientras Kostya flota en el lado hondo con los brazos abiertos.
—Por favorcito, ven a nadar —me dice.
Parece más un reto que una invitación, o al menos así lo interpreta mi
imaginación, y no soy de las que se echan atrás ante un reto.
Respiro hondo.
—De acuerdo.
Acto seguido, me zambullo.
Porque, ¿qué me lo impide? Quiero nadar con ellos, quiero volver a oír
su risa y formar parte de este día, no ser una espectadora. Si tengo que pasar
el resto del día apartándome la camiseta del torso cien veces para que mis
pezones no se asomen y me den algo más para avergonzarme, entonces
pagaré ese precio con gusto.
La mirada de Kostya está turbia, su lengua se desliza por el borde
interno de su labio inferior y me planteo deshacerme por completo de la
camiseta. Si llevara algo remotamente sexy debajo de esta camiseta de Bon
Jovi le mostraría todo a Kostya, pero la última vez que Victoria me contó un
Secreto a mí yo estaba en el último año de la secundaria, no pagaba un auto
ni el alquiler y mi madre me daba dinero para comprar ropa. Hoy en día, mi
lencería viene de las rebajas de los grandes almacenes, y un hombre como
Kostya se merece algo mejor que una lencería barata cuyo encaje nada más
esté cosido a la copa.
—¡Atrápame, papi! —Tiana se dispone a saltar juntando las manos
sobre su cabeza como si fueran una aleta, con las rodillas dobladas y los
dedos de los pies en punta. Yo aguardo, aunque percibo mil peligros de los
que me gustaría protegerla tomándola entre mis brazos. También sé que
necesita probar cosas nuevas, poner a prueba su valor, y Kostya está aquí
para socorrerla si es necesario, aunque a ella no le importa nada de eso. Va a
saltar a la de tres.
—Uno. Dos. ¡Tres! —sale disparada a los brazos de su padre,
agitándose, riendo, como la estrella de un anuncio sobre una niña perfecta
pasando un perfecto día de verano.
El sol se refleja en su pelo color miel, y no puedo procesar lo adorable
que es. Me pregunto si, cuando Kostya la mira, ve a su madre. Veo rasgos
de Kostya en sus ojos y en la sonrisa, pero me intriga la mujer que la dio a
luz. Me intriga más de lo que creo saludable, y mucho más de lo que jamás
admitiré ante nadie.
Kostya sonríe mientras juegan, con una felicidad genuina que me
gustaría verle más seguido. Es demasiado joven (treinta y algo) para estar
siempre tan serio, y no me gusta pensar en la razón, porque probablemente
no me guste la respuesta.
La saca de la piscina y ella corre de nuevo para ponerse delante de mí.
—¡Ahora me atrapas tú, Charlotte!
Podría hacerlo sin problemas, pero Kostya se pone detrás de mí con su
aliento calentándome la oreja.
—Retrocede un poco —me pasa el brazo por la cintura y me acerca a su
torso.
Antes de que pueda acomodarme, Tiana salta y él la atrapa por delante
de mí.
—¡Otra vez!
Asiento y esta vez ella nada hasta el borde de la piscina y sale. Kostya
nos acerca al desnivel, donde el agua pasa de la altura de la cintura a casi
cubrirme la cabeza.
Nuestras piernas se enredan mientras pataleo y aguardo a Tiana, que
nada de un extremo a otro de la piscina. Kostya sigue pegado a mi espalda,
con los brazos apretándome la cintura mientras nos movemos por el agua.
Se me revuelve el estómago y el corazón se me sale del pecho. Desde que
empecé a trabajar para él, no hay muchas noches en las que no sueñe con
algo así, pero la realidad supera con creces mi fantasía.
Su barbilla me acaricia el cuello . Inclino la cabeza. Esto está mal, lo sé,
pero… se siente tan bien. Su barba me raspa la piel y me vuelve loca. Lo sé,
él lo sabe. Hasta Tiana debe saberlo.
No puedo ver nada que no sea él, y lo deseo tanto que ni siquiera puedo
mirarlo por miedo a que se dé cuenta.
—Tengo que trabajar esta tarde —su voz es grave, profunda, como si
pudiera ver dentro de mi cabeza y estuviera excusándose.
En vista de que soy incapaz de hablar, asiento con la cabeza. No puedo
hablar con todo el deseo, la pasión y la decepción que bullen en mi vientre.
Si lo intento, probablemente acabaré balbuceando que quiero que me lleve a
la cama. Es mejor quedarme callada y ese es mi plan, estar cien por ciento
callada, hasta que Tiana sale corriendo gritando algo sobre el baño.
Dejándome a solas con Kostya.
—Eres muy buena con mi hija —afloja el brazo que me rodea y me
voltea para quedar frente a frente. Puedo ver cada trazo gris y azul oscuro
en sus ojos. Su pecho está a ras del mío, y sus manos se aferran a la parte
baja de mi espalda. Sé que rodearle la cintura con las piernas está prohibido
pero, Dios, qué no le haría…
—Es una gran chica —digo con voz carrasposa, como una fumadora de
dos paquetes de cigarros al día que no puede respirar bien, y aunque nunca
he tocado un Marlboro en mi vida, en realidad sí me está costando
recuperar el aliento. Está demasiado cerca y esto es demasiado real. Tenerlo
encima no es bueno para mí.
Me sonríe y juro que sus pupilas se agitan como si quisiera besarme
tanto como yo.
Por un momento, estoy segura de que está a punto de hacerlo. Pero,
cuando vuelvo a abrir los ojos, por supuesto, Tiana volvió y Kostya se
aparta para nadar hacia el borde de la piscina. Lo miro mientras sale.
Cualquier mujer cuerda, que pueda ver y a la que le gusten los hombres lo
miraría, así que no me avergüenzo por apreciarlo. Sin embargo, el gemido
que se escapa de mis labios cuando detallo cómo se ve su trasero en esos
shorts quizá sea un poco exagerado.
Ya está fuera de la piscina y se encamina hacia la casa para cuando me
recupero lo suficiente como para preguntarme qué demonios acaba de pasar,
y, ¿por qué se fue? ¿Por qué no me besó? Hay mil cosas más que deberían
preocuparme, pero dejo de pensar en ellas cuando Tiana vuelve a saltar a la
piscina.
Por millonésima vez en los últimos quince minutos, me recuerdo lo más
importante: haz tu trabajo.
Kostya parece un pez en el agua aquí de algún modo, portando sus armas
aseguradas, cargadas y apuntando el rifle como si este fuera el escenario al
que pertenece.
Siempre pensé que parece el rey de todas las salas de juntas en las que
entra, pero eso no es nada comparado con esto.
Hay una llama en sus ojos que nunca vi antes y casi puedo sentir la
pasión que se desprende de su cuerpo como si fueran auténticas ondas de
calor. Ya se quitó el saco del traje, se aflojó la corbata, y el arma le da un
toque poderoso a un hombre que no necesita ayuda para parecer fuerte.
Kostya y Yelisey se comunican en ruso, dejándome descalza, con pistola
en mano y el miedo invadiendo cada célula de mi cuerpo. Pienso en Tiana y
en todo lo que ya perdió. Como ninguno me presta atención, tomo una
segunda pistola del saco negro que sacó Yelisey.
Acto seguido, me la pongo en la cintura y vuelvo al baño por mis
zapatos, porque no pienso morir descalza.
Cuando vuelvo al salón principal, Kostya se dirige a mí sin mirarme a
los ojos. Nunca me sentí tan insignificante, como si midiera apenas un
centímetro. Mírame, estoy a punto de suplicarle. Por favor, aunque sea
mírame a los ojos, así sea solo por un segundo. No me mira.
Sus manos siguen examinando la pistola que sujetan: activa y desactiva
el seguro, comprueba la corredera, vacía la recámara y vuelve a cargarla.
Miro fijamente sus dedos, petrificada mientras me habla.
—Quédate detrás de mí y agacha la cabeza —saldremos por el ala de
servicio. Empieza a contarme el resto del plan, cosa que no me aclara casi
nada más allá de decirme «deprisa, corre, dispara». —Las cosas ocurrirán
rápidamente —baja mucho la voz—. Y lo que le dije a Yelisey iba en serio:
si intentas huir, te mataré.
Abro la boca para decir algo. No tengo ni idea de lo que diré, pero creo
que es importante que hable. Sin embargo, antes de que pueda, Yelisey le
entrega un teléfono a Kostya y se aleja.
Debe estar esperando la llamada, porque ni siquiera mira la pantalla
antes de hablar.
—Envía a cinco hombres para proteger a mi hija —hay una pausa—.
Bien, no la muevan de lugar a menos que sea necesario, pero no pierdas
tiempo si tienen que salir de ahí —Kostya toma aire y asiente—. Dimitri, lo
que le pase a mi hija, te pasará a ti.
Tira el teléfono desechable en el sofá y le hace un gesto afirmativo a
Yelisey.
—De acuerdo. Nos separaremos en el salón de baile —vuelven a hablar
en ruso y yo espero, captando un par de palabras: «Explosión», «Whelan».
Kostya asiente una última vez y me mira.
—¿Estás lista?
Estamos en un hotel lujoso en pleno centro de Los Ángeles y están
lanzando palabras como explosivos. Por supuesto que no estoy lista. De
todos modos, tengo buena puntería. Espero que alcance para mantenerme
con vida el tiempo suficiente para lograr salir de este lugar intacta.
Sin daño físico al menos, porque psicológicamente puede que nunca me
recupere.
Sigo a Kostya hasta el pasillo y bajamos las escaleras. Yelisey va detrás
de mí, y no me preocupo por él hasta que estamos en el último rellano antes
del último tramo de escaleras, cuando se me acerca.
—Si le disparan por la espalda, te dispararé en la cara.
Luego vuelve a subir por la escalera. Una puerta rechina al abrirse,
luego se cierra de golpe y ahora solo quedamos Kostya y yo. Antes de
cruzar la puerta, se detiene y se voltea de nuevo hacia mí. Hay una dulzura
en su rostro que hacía días que no veía.
—Ojalá no fueras tú —dice, casi en un susurro.
—Kostya, yo no…
—Cállate —ordena, y hago silencio como si me hubiera hechizado.
Nunca me sentí tan indefensa. Necesito que confíe en que no soy una espía
de los Whelan. Solo soy… estúpida, supongo. Testaruda y estúpida y muy
cabeza dura. Puedo ver con solo mirarlo que no me creería ni una palabra.
Así que asiento y agacho la mirada.
—Si nos separamos, te encontraré —me dice. Podría ser bonito si no
sonara como una amenaza—. Si te capturan, no les digas nada.
—¿Cómo podría decirles algo? No sé nada —replico.
—Eso es bueno —luego, sus ojos se tornan negros y cualquier consuelo
que pudiera haber encontrado en ellos hace un segundo desaparece. Ahora
está enfocado en su trabajo, como un macho alfa, un asesino experto.
Yo por mi parte estoy parada al pie de la escalera, preguntándome cómo
mis peores pesadillas se hicieron realidad de repente.
Abre la puerta un poco para asomarse. Lo sigo a través de esta puerta y
de otra a la izquierda del pequeño pasillo. El salón de baile está vacío, con
unas mesas amontonadas a un lado y nada más que el amplio espacio
abierto donde estamos.
—¿Dónde están los empleados?
Es una pregunta razonable aunque no sea el momento adecuado para
formularla. Sin embargo no responde, solo avanza por la sala. El hombre es
sigiloso como un jaguar, una bestia salvaje con colmillos que gotean sangre,
y yo soy caperucita roja con una pistola bajo la capa y enamorada del lobo
feroz.
El primer disparo viene de nuestra derecha, pasa zumbando desde atrás
de la montaña de mesas y atraviesa un pequeño punto de la pared. Estallan
unas columnas de yeso y me zumban los oídos, mientras Kostya rueda por
el piso, disparando con una mano y poniéndome detrás de él con la otra.
Suena otro disparo detrás de nosotros, y Kostya vuelve a voltearse
mientras yo apunto hacia donde creo que vino el disparo. Disparo dos veces
sin saber si le atiné a alguien.
Sinceramente, me sorprende haber decidido disparar el arma que tengo
en la mano. Esto es algo totalmente distinto a todo lo que experimenté en
mi vida, salvo en una sala de cine o un videojuego. Somos personas de
verdad, disparándonos unos a otros con intenciones de matarnos.
No tengo mucho tiempo para reflexionar sobre este hito que acabo de
alcanzar, pues Kostya abre fuego justo delante de nosotros al tiempo que me
arrastra hasta la puerta. Vuelvo a disparar hacia atrás de nosotros y oigo un
gemido.
Le di. Ahora quiero vomitar.
—Vamos —Kostya me hace ir por delante de él y me empuja hacia una
salida. Al atravesarla, me encuentro una furgoneta negra con la puerta
abierta, esperando en la calle.
—Vete, Charlotte.
—¿Y tú? No me sentía tan viva desde la última vez que usé un arma,
hace años.
Sus dedos me rodean los brazos, clavándose en la piel tersa por encima
de mi codo.
—Te dije que te fueras, Charlotte —me arrastra hasta la furgoneta—. Te
encontraré pronto. Vete ya.
Hay un hombre armado con un arma automática dentro de la furgoneta,
y otro tipo al volante.
—Kostya.
—¡Charlotte! —su tono es severo—. No es una discusión, maldita sea.
Entra en la puta furgoneta, ya —Le hace un gesto con la cabeza al
conductor—. Llévala a piso franco y quédate con ella. No la pierdas de
vista.
El hombre armado que me ayuda a entrar en la furgoneta me decomisa
mis armas y cierra la puerta con un ruido metálico que suena extrañamente
siniestro.
—Siéntate y disfruta del viaje —su acento es muy marcado, y yo ya no
puedo seguir negándolo. No se trata solo de un grupo de ladrones
corporativos, esto es peligro puro envuelto en Armani y traído directamente
desde la Madre Patria Rusa.
—¿Cómo te llamas? —aunque se lo pregunto, sé que no responderá—.
Yo soy Charlotte.
—Te mantendrré a salvo, perro no hablar —se queda mirando por la
ventana y mantiene su arma apuntando al techo mientras la mía descansa
sobre su regazo. La adrenalina me quema las venas y estalla en mi pie, que
se agita ansiosamente.
No tengo ni idea de a dónde voy, pero sé que la furgoneta no se dirige a
la mansión. Estamos saliendo de Los Ángeles por la ruta 10.
P asan casi dos horas hasta que la furgoneta se detiene frente a una de esas
villas de Palm Springs completamente blancas y con iluminación de lujo.
Hay hombres armados resguardando la puerta por el lado de la piscina. Las
ventanas van del suelo al techo, y todo el lugar parece inmaculado. Hasta
huele a cloro.
—¿Qué es este lugar?
Ninguno de los hombres que me trajeron ni los que hacen guardia
responde. Bien podría estar hablando con la pared. Cuando me dispongo a
caminar por el pasillo, uno de los gorilas me bloquea el paso sin decir nada.
—Bien —no tiene sentido luchar, son más grandes y tienen armas. Las
armas de Kostya. Los hombres de Kostya están usando sus armas, lo que
significa que ya no puedo negarlo: Kostya es… todo lo que creí que era. El
bueno, el malo y la mafia rusa.
Esta conclusión estúpida y obvia que llevo negando demasiado tiempo
me embiste como un tren desbocado. Sé que soy una tonta por ignorarlo,
por elegir no creerlo, y por negarlo ante el periodista en la tienda de paninis
y a mí misma. También por mil millones de razones más. ¿Por qué acepté
este trabajo? No por Lila, que me dejó lidiando con la tiranía de nuestra
madre. Que se joda, no lo hice por ella ni por mi madre. No realmente.
Lo hice porque estaba enamorada de un hombre sexy.
Qué estúpida soy. ¿Qué tan tonta hay que ser para dejar que algo tan
banal como una calentura te conduzca a un nido de asesinos cruzando
disparos e interrogatorios que involucran objetos contundentes entre sí? Tan
tonta como yo, al parecer, porque me metí en la vida personal de Kostya
como si se tratara de un alegre paseíto por el parque. Como si no me diera
cuenta solo con mirar al infame Kostya Zinon del peligro que acecha detrás
de esos ojos preciosos.
Lo sabía, lo sabía con toda certeza, pero preferí no enfrentarme a la
verdad. Ahora estoy aquí.
En la boca del lobo, rodeada de guardias armados, y el único hombre al
que podría importarle una mierda debe estar tan lleno de agujeros de bala
que podría pasar por un queso suizo, o bien tiene litros de sangre enemiga
en sus manos y venir a derramar un poco de la mía.
Incluso si alguna vez le interesé a Kostya para algo más que solo tener
sexo cuando lo deseara, estoy segura de que aplasté todo eso por andar
fisgoneando, entrometiéndome y tratando de poner micrófonos en su puta
habitación. Tiene todo el derecho a estar furioso conmigo. ¿En qué estaba
pensando? Debería estar en casa con Tiana, acurrucada y viendo una
película. Nada de esto debería estar pasando, pero está ocurriendo, y todo es
mi culpa.
Me tumbo en el sofá y trato de descifrar qué implicará todo esto, tanto
para mí como para la niña que me robó el corazón antes de que pudiera
darme cuenta. ¿Cómo podrá alguien proteger a Tiana? Dios, esta noche
estábamos en un hotel ruso y eso no impidió que los Whelan encontraran a
Kostya y dejaran el lugar hecho un colador.
Estoy segura de que no puedo proteger a Tiana de eso, y no es como si
Kostya vaya a dejar que me vaya con ella. De todos modos, no tengo a
donde llevármela. Además, hay que tener en cuenta a mi madre y a Lila,
aunque ahora mismo no sea una prioridad en mi lista. De ningún modo
buscará a Lila si me escapo con su hija, aunque sea por su seguridad.
Me recuesto y cubro mis ojos con el brazo. No me preocupa el
‘personal’ patrullando esta villa impoluta, con sus rifles tan grandes como
el sofá en el que estoy posada. Si quisieran lastimarme, ya tuvieron muchas
oportunidades. Además, el efecto de la de adrenalina se terminó.
Estoy agotada. Me duelen los músculos, los pies y los ojos, como si
estuviera hastiada de ver el mundo. Quiero chasquear los dedos y que venga
alguna enfermera y me dé morfina hasta hacerme dormir unos cuantos días.
Tanto tiempo como haga falta para poder volver a tener una vida normal
cuando despierte.
A pesar de la fatiga, mi cerebro se niega a descansar. Lo único que
escucho son las palabras de Kostya: ¿por qué tuviste que ser tú? No sé qué
significa, pero no hace falta ser un experto en descifrar códigos de la CIA
para saber que no puede ser nada bueno. Seguro que es algo lo bastante
malo como para que me despida y quede en malos términos con la mafia
rusa. Puede que hasta termine muerta, si estropeé demasiado las cosas.
Si Kostya es quien creo que es, claro, y ¿cómo podría no serlo? Hay
cinco tipos armados hasta los dientes con chalecos antibalas en las entradas
de esta casa y no sé a dónde se fueron los tipos que me trajeron aquí, pero
supongo que estarán vigilando los exteriores. Eso es un montón de artillería
y municiones para un simple promotor inmobiliario.
Tiene que ser de la Bratva, no hay otra forma de explicarlo.
Pero, ¿y qué si lo es? Dona millones de dólares a organizaciones
benéficas y hospitales infantiles. Su forma de ser con Tiana es… adorable.
No puede ser que el hombre que le lee antes de dormir y se sienta en el
suelo a colorear con ella sea responsable también de todas las cosas ilegales
que he leído que se le atribuyen a la misteriosa mafia rusa de la Costa
Oeste, algunas de las cuales no puedo ni imaginarme.
Mi mente da vueltas y vueltas toda la noche como un carrusel. Para
cuando por fin siento que mis párpados empiezan a caer por el cansancio,
ya consideré todas las profesiones que se me ocurren y sigo sin poder
justificar ese tiroteo al final de la gala del hospital, el fuego cruzado en el
Baltzley, la cantidad de hombres armados que siempre rondan a Kostya.
Nada tiene ninguna explicación aparte de la obvia: Kostya es quien dicen.
Un asesino, un jefe de mafia, un animal.
Por otro lado, no puedo llegar a reconciliar al hombre que besaba como
un amante con un hombre que ordena asesinatos, porque simplemente no
tiene sentido. Dos más dos es igual a cinco, y no importa cuántas veces
vuelva a sacar las cuentas, sigue resultando lo mismo.
No hay paz en mi cabeza, a pesar de lo mucho que la busco. Las horas
van y vienen como las olas en la playa, mientras me debato entre las
mismas preguntas y la misma montaña de pruebas que gritan Culpable.
Cuando por fin logro dormir en algún momento de la madrugada, mi
sueño es intranquilo y pesado. Tengo sueños febriles y confusos en los que
aparecen siluetas oscuras que vienen por mí, persiguiéndome por pasillos
interminables. Mientras corro, la escena se ve interrumpida por las palabras
de Kostya, una y otra vez.
¿Por qué tenías que ser tú?
¿Por qué tenías que ser tú?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
—C harlotte —me incorporo y veo que está aquí, a salvo. Desaliñado, con
la corbata sin anudar, la camisa desabrochada, el pelo alborotado, pero aun
así se ve guapísimo, poderoso. Se dirige al hombre a su izquierda, que porta
un AR15—. Márchate.
El tipo agrupa a sus compañeros y no se pronuncia una palabra más
mientras se marchan.
—Me alegro de que esté bien —suelto. El pensamiento se me escapa
antes de que pueda detenerlo. Sé que no es lo correcto, pero no puedo
evitarlo.
Esboza una sonrisa que no concuerda con la expresión de su mirada.
—Deberíamos hablar.
Estoy de acuerdo, aunque no me agrada la ira que se oculta detrás de
esos ojos azul metálico. No me muevo y él no se acerca, pero siento una
atracción. Una parte de mí quiere lanzarse sobre él y otra parte quiere
arrojarle un florero.
—De acuerdo —trago saliva.
—Charlotte, los hombres que nos dispararon recibieron información
desde dentro de la… empresa.
Así que es verdad, cree que soy estúpida.
—¿La empresa? ¿Así es como la llamaremos? —¿qué carajo?—. ¿En
serio? ¿La empresa?
De pronto, me hierve la sangre. Quizá porque le disparé a alguien y aún
tengo que lidiar con eso, o quizá porque me dispararon a mí. Quizá incluso
sea porque sigue tratándome como si fuera demasiado estúpida como para
saber la verdad sobre él y su negocio.
—¿Por qué no somos sinceros y llamamos a su 'empresa' —uso comillas
aéreas— ,por lo que es? ¿Una puta organización criminal? Es un criminal,
Kostya. Debería estar preso.
—Ten cuidado, Charlotte. Por algo estoy en la posición que estoy.
Ya no me importa. Llevo toda la noche encerrada en esta casa con
matones enmudecidos que me trataron como a una prisionera, tengo mucha
rabia contenida que quiere descargarse sobre Kostya. Amenazas o no,
asesino o no, estoy en un punto en el que eso no me preocupa. Antes ni
siquiera sabía que estaba enfadada y, sin embargo, a la luz del amanecer,
estoy más que enfadada: estoy iracunda.
—Porque mata gente —ahora todo parece tan claro—. Por eso tiene esa
posición, porque es un asesino a sangre fría.
Kostya se me acerca con semblante feroz y amenazante.
—Cuidado. En la vida no todo es blanco y negro, Charlotte —está tan
cerca que puedo oler los residuos de colonia en su ropa, ver las motas de
azul más oscuro y profundo en sus ojos, oír el tumulto de un rugido que
emerge en su garganta—. Soy quien estuve destinado a ser desde que nací.
No tuve elección al respecto. Era mi destino, y lo acepto porque sé lo que
soy.
—Un asesino —me da asco que la palabra salga de mi boca, pero me
siento mejor en cuanto desaparece, como si fuera una arcada. La realidad
me revuelve el estómago.
Kostya Zinon es un asesino.
Se acerca a mí.
—Hoy te salvé la vida.
Me río por lo absurdo de su afirmación.
—Hoy es un nuevo día y salió el sol, Kostya. Y, para que quede claro yo
salvé mi propia vida, usted me mandó de paseo —no sé si estoy siendo
valiente o estúpida y no me importa, solo necesito calmar la llama en mi
interior y liberar esta ira parece la única forma de hacerlo.
—Te lo advierto una última vez, Charlotte. No voy a repetirlo.
Me acerco más y le rodeo el cuello con mis manos. Debe parecer
ridículo: el hombre me lleva al menos medio metro de altura, por Dios. Sin
embargo, tengo la necesidad imperiosa de ponerle las manos encima.
Quiero hacerle saber que yo también puedo ser peligrosa. Para mi sorpresa,
no me detiene. Ni siquiera se mueve.
—Dice muchas cosas que no acaban significando nada. ¿Qué más da
decirlas una o mil veces? —aprieto las manos, clavándole las uñas—. Hay
hombres intentando matarlo.
Solo puedo pensar en qué pasará con Tiana. ¿Cómo piensa evitar que
sea víctima de la violencia?
—Ahora tiene una hija.
Sacude la cabeza.
—Los Whelan no irán tras Tiana. Quería darles un mensaje.
No sé qué quiere decir con eso, de seguro es algo peligroso en jerga de
mafiosos, pero en mi idioma no significa nada.
—¿Darles un mensaje? —resoplo en son de burla. Luego empiezo a
reírme —¿Quién es ud. para que un mensaje suyo signifique algo para estos
tales Whelan? —una pregunta que estoy segura que ellos también se hacen.
Ya que estamos en esto…—, y ¿quiénes son los Whelan?
Kostya me aparta la mano de su garganta y acerca su cara a la mía, pero
no me inmuto porque la adrenalina me vuelve intrépida. Puede que la
Charlotte intrépida sea la misma Charlotte estúpida con otro nombre, pero
si moriré porque él de verdad es este asesino que afirma orgullosamente ser
y no le hice caso a sus advertencias, al menos moriré sabiendo la verdad.
—No estás preparada para las respuestas a las preguntas que haces —
sus ojos se ven inmensos tan cerca de mi cara. Son todo lo que puedo ver.
Le respondo con un siseo.
—Por si lo ha olvidado, me disparaban igual que a ud. Creo que me
debe respuestas.
Me mira a la cara un momento y debe de haber encontrado lo que
buscaba, porque se encoge de hombros, se para derecho y se aparta para
arreglarse el puño de la camisa. Me quedo quieta en silencio, esperando.
—Los Whelan son la mafia irlandesa —dice por fin—. Trabajan sobre
todo en operaciones de importación y exportación, con un robusto comercio
de armas que abarca la zona este de la ciudad. Ya son responsables de
catorce asesinatos este año, y de sesenta y siete en la última década. El
método de tortura que prefieren emplear son las cuchillas de afeitar bajo las
uñas, y les gusta liquidar a sus cautivos infligiéndoles traumatismos por
objetos contundentes —vuelve a dirigirme una mirada tan fría como el hielo
—. ¿Esa es suficiente verdad para ti, Charlotte?
Sé que quiere asustarme y debería funcionar. Después de todo, las cosas
que acaba de mencionar son francamente aterradoras. Sin embargo, sigo
esperando una excusa, algún tipo de vía de escape que me aleje de toda esta
locura y de todas las horripilantes suposiciones que estoy a punto de aceptar
como realidades.
Así que hago la única pregunta que lo consolidará todo. Esta es la última
oportunidad de Kostya para dar marcha atrás. Si responde bien a esta
pregunta, podrá convencerme de que todas mis locas teorías que lo ponen
como jefe de la mafia no son más que humo y yo podré volver a mi vida
normal, que consiste en mirarlo de reojo y jugar al sube y baja con su
preciosa hijita. Podría ser solo un promotor inmobiliario, un millonario sexy
con un trasero para morirse, y yo su secretaria. Todavía podemos volver a
eso. Todo lo que necesita es decir las palabras correctas cuando me aclare la
garganta y haga mi pregunta.
—¿Por qué lo atacaría a ud. la mafia irlandesa?
Tan pronto como las palabras salen de mi boca, espero en vilo. Kostya
suspira y me mira, con una pregunta centelleando en su mirada, como
preguntando si de verdad quiero saber.
Asiento tenuemente. Estoy segura de querer saber. Dime la verdad por
una vez en tu vida. Puedo soportarlo.
—Pertenezco a la Bratva rusa. ¿Sabes lo que es eso?
—Sé lo suficiente. Creo que más de lo que crees —tanto como pude
averiguar en Google.
—Charlotte … —suena decepcionado. Tiene los ojos cerrados y no
alcanzo a discernir si se trata de una emoción real o solo es otro de los
juegos de Kostya, otro de sus engaños—. Entonces sabes que no dejo que
nada se interponga en mi camino. Ni siquiera mis sentimientos.
Estoy pegando alaridos antes de poder darme cuenta.
—¿Qué se supone que significa eso? ¿Que sientes algo por mí? ¿Qué
clase de sentimientos? ¿Desprecio? ¿O solo un poco de lujuria ocasional?
Ah, pero si tienes que matarme, lo harás. Claro que sí. ¿Sabes qué, Kostya?
púdrete.
Puede que sea un asesino ruso, pero no es diferente a todos los hombres
que he conocido: un analfabeta emocional.
No tengo por qué quedarme aquí a que me haga sentir peor de lo que me
siento ahora y, para ser honesta, ya no me importa un comino lo que diga.
No es el hombre que yo creía que era.
Quiero castigarlo por defraudarme. Siento mi cuerpo demasiado tenso,
mi cabeza demasiado pesada, y mi rabia es demasiado grande como para
que quepamos todos en esta habitación: Kostya, mi rabia y yo.
—Me largo —si el auto está ahí fuera, me lo robaré. Si no, caminaré.
Pero no puedo quedarme con él.
—Charlotte —coge mi brazo, suave pero firme, al tiempo que se mueve
de modo que su cuerpo se interpone entre la puerta y yo mientras me retiene
contra una mesa—, no hay ningún auto, no tienes cómo volver hasta que yo
dé la señal —no está siendo petulante, no es el matón que esperaba que
fuera.
Es solo Kostya aferrándose a mí, con la cabeza agachada, acariciando
mi mejilla con su dedo.
Pero ya estoy harta de que me manipule, de estar cegada por mi propia
lujuria y de que él la use contra mí.
—Jódete, Kostya —sentencio. Trago saliva para contener el miedo que
aflora en mi pecho—. Vete a la mierda.
12
KOSTYA
El mundo se siente pesado ahora. Llevo días sin dormir, mi cuerpo está
dolorido y agotado tras la adrenalina del tiroteo. Los enemigos acechan en
los confines de mi imperio, buscando quitarme lo que me he ganado y me
ha costado construir.
Ahora esto. Tengo a Charlotte en frente con las pupilas dilatadas por la
rabia y, aunque es pequeña, su pecho está bien agitado y tiene los puños
cerrados como si estuviera dispuesta a luchar si fuera necesario. En estos
momentos no me quedan ganas de pelear, pues con la adrenalina
agotándose quedé tan exhausto que no sé cuánto tiempo más podré seguir
de pie. Hace rato estaba furioso con ella, convencido de que debía ser una
espía de los Whelan enviada aquí para derribar mis defensas personales de
la forma más cruel posible.
Sin embargo, incluso cuando se han invertido los papeles y es ella la que
está furiosa conmigo, sigo viendo a la misma Charlotte de siempre.
Charlotte no esconde sus sentimientos. El rubor intenso de sus mejillas
me revela que no solo está enfadada conmigo por acusarla de ser una espía,
sino que también tiene miedo. Me prepararon para esta vida, me enseñaron
a reprimir mi odio y a usarlo para hacer lo que debía hacerse. Charlotte
creció en la soleada California, con días de playa y una madre y hermana
que la quieren. Mi vida nunca tendrá sentido para ella. La metí a mi mundo
sin aviso, como cuando te echan al agua en tu primera clase de natación.
Una mujer enviada aquí a espiarme no estaría tan aterrorizada, ni estaría
temblando de esta manera. A no ser que fuera una actriz estupenda, claro.
Sacudo la cabeza mentalmente. No, no mi Charlotte. Puede que esté
siendo ingenuo, quizás mi convicción de que Charlotte sigue siendo la
misma mujer de siempre es demasiado optimista.
No es una espía y no fue enviada aquí para distraerme. Es una
distracción, claro, pero eso es solo culpa mía.
Porque me estoy enamorando de usted.
¿Lo habrá dicho en serio? No fue solo mi pene el que reaccionó a esa
afirmación. Si yo decidía que sabía demasiado y teníamos que liquidarla,
¿habrían bastado esas siete palabras para salvarla?
—Volveré con Tiana. Tú puedes irte al infierno.
Me da un manotazo en el pecho, haciendo que levante las manos y
retroceda. No porque la fuerza de su agresión me haya movido, sino porque
necesita espacio y tengo que dárselo pues no quiero hacerle daño.
—Tengo a mis hombres vigilándola, protegiéndola.
Bufa mientras se voltea para mirarme y sus ojos destellan.
—¿Igual que los hombres que tenías en el hotel?
Es un argumento válido, pero no me gusta que lo diga. Mi cólera
empieza a aflorar un poco, no me gusta cómo me habla. Estamos en un
momento en el que quizá no podamos dar marcha atrás, un punto sin
retorno.
Me empuja y avanza hasta la puerta.
—¡Charlotte! —la llamo porque sé la clase de dolor que está sufriendo.
Lo único que oye es el sonido de su corazón, y lo único que siente es un
escozor en el vientre.
Se gira para encararme.
—¿Qué podrías decirme? —me reta—. ¿Qué palabras podrían llegar a
solucionar esto?
No tengo nada que decir que pueda arreglar esta situación, nada de lo
que haga borrará esa mirada de sus ojos, pero la deseo y me necesita. No
hay otra razón para darle un beso tan apasionado, para unir nuestros labios
como lo hago, para estrechar su cuerpo en un abrazo mientras mi lengua le
come la boca.
—¡No! —grita mientras la beso—. Suéltame, suéltame ya —termino el
beso en cuanto vuelve a empujarme. Vuelvo a dejar que lo haga.
Parece un animal salvaje ahí parada en plena puerta con el pelo revuelto
y la mirada en llamas.
—No soy tu puto juguete —grita.
—No, es verdad —le doy la razón.
—No quiero que me toques.
Arqueo una ceja.
—Eso sí que no me lo creo.
—Será mejor que lo empieces a creer.
Doy un paso en su dirección, pero me detengo cuando la veo crisparse.
Parece feroz, dispuesta a arrancarme la tráquea si me aproximo demasiado.
Levanto las manos para mostrarle que no quiero lastimarla.
—Dímelo otra vez, Charlotte.
Vacila un poco. Solo una mínima fracción de duda, pero la veo, veo toda
la lucha dentro suyo. La misma guerra se libra en mí, parece como si
fuésemos parte de un sueño febril.
—Dime que no quieres que te toque.
—Yo…
Me acerco más. Ella no se mueve.
—Dime que no quieres que te roce el cuello con mis labios, que no
quieres que deslice las yemas de mis dedos por tu muslo y llegue a tu
vagina. Si me puedes decir eso y creerlo, entonces no te tocaré ni te besaré.
Tampoco te arrinconaré contra la pared para follarte sin piedad hasta que
perdamos la razón.
—Yo… yo no… —la lucha en su interior se convierte en otra cosa, o
quizá solo ha dado paso a algo que ya hervía en su interior. Me desea
mucho, lo puedo ver muy claro. Ella también lo sabe, y sabe que yo lo sé.
Todo esto es un juego, una danza compleja en la que un movimiento en
falso volverá añicos el momento. Ando caminando en la cuerda floja, pero
no voy a resbalar.
Me acerco un paso más, hasta que estamos a un metro de distancia. Su
espalda está apoyada en el marco de la puerta y sus ojos en un trance con
los míos.
—No puedes decírmelo, Charlotte, porque no es verdad. Quieres que te
toque, quieres que te meta los dedos, que te hale el pelo y te abra bien la
boca para que mi lengua la reclame. Quieres ser desnudada y poseída por
mí, dilo. Dilo ahora, dime lo que deseas.
La luz de sus ojos pasa de expresar furia a mostrar sensualidad. Es
víctima de la misma necesidad que me invade a mí. Mi miembro está tan
duro como una barra de acero empujando mi cremallera. La necesito como
nunca necesité nada en toda mi puta vida.
—Yo no… quiero decir, quiero…
Hace minutos que no logra decir una frase completa, pero aun así la
entiendo sin problemas. Salvo la distancia que nos separa y le rodeo el
cuello con una mano. Me pone unos dedos en la muñeca sin apartarme la
mano. Con la otra, levanto el dobladillo de su vestido y recorro su sexo por
encima de la tela de sus bragas.
—Kostya… —murmura entre jadeos.
Junto nuestras frentes al tiempo que susurro en voz baja y carrasposa.
Mientras lo hago, retiro sus bragas del camino y le meto dos dedos. La
cálida humedad los engulle, envolviéndolos con avidez.
—Querías que te tocara desde el primer momento en que entraste a mi
oficina, mi dulce Charlotte —gimo—. Te confesaré algo: yo también lo
deseaba. Quería ponerte encima de mi escritorio y rasgarte la blusa. Quería
zambullirme dentro de ti cada vez que entrabas, y cada vez que te ibas me
quedaba contemplando tu trasero y me imaginaba haciéndolo mío,
dejándole las crudas huellas rojas de mis manos.
Empieza a gemir mientras le acaricio el clítoris con el pulgar y le meto
dos dedos hasta el fondo. Ninguno de los dos ha parpadeado en Dios sabe
cuánto tiempo. Es como si no pudiéramos apartar la mirada, porque si no el
hechizo se rompería.
—Y, cuando por fin tuve la oportunidad de tomar lo que quería, no la
desperdicié. Te hice gemir y te hice mía. Charlotte, quiero confesarte algo
más: lo deseé una y otra y otra vez —cada palabra involucra otro ágil
movimiento de mi pulgar en su clítoris. Se acerca a su clímax. Su rostro se
sonroja y sus labios se entreabren un poco. Puedo sentir los suaves
borbotones de su aliento en mi boca, que está a escasos centímetros de la
suya.
—Así que ahora te daré una última oportunidad de decirme que no
quieres que te toque y no volveré a ponerte un dedo encima, pero no
mientas, mi dulce Charlotte. No te atrevas a mentir. Puedo ver todo lo que
tienes en tu interior ahora mismo. Así que adelante, dime la verdad, dime si
quieres esto.
—Yo… yo… quiero esto.
Sonrío.
—Entonces, acaba.
Como si hubiera dicho las palabras mágicas, su placer brota en mi
mano. Le suelto el cuello y su cabeza se hunde en mi pecho mientras su
cuerpo se estremece por los espasmos de su orgasmo. Apoyo la palma de mi
mano sobre su vagina y permito que se deje llevar por las oleadas de placer
al verla retorcerse una y otra vez.
Esta mujer es una debilidad con la que tendré que lidiar en algún
momento, una pasión que no puedo dejar que me domine o será el fin de
todos nosotros. Pero, en este momento, soy demasiado débil como para
luchar contra la necesidad que galopa dentro de mí, ese deseo incontrolable.
Finalmente, tras un largo minuto, el orgasmo termina, aunque nuestro
momento está lejos de acabarse.
Me mira con una pasión renovada brillando en sus ojos, me agarra el
cabello con sus dedos y hala muy fuerte.
Empieza a arrancarme la camisa haciendo que se desparramen los
botones por el suelo, para luego arañarme el pecho con las uñas provocando
que gima. Esta mujer es pura lujuria, tiene la clase de deseo que me
embriaga. Me baja lo que queda de la camisa a la altura de los brazos y tira
de ella para acercarnos y que sus nuestras caderas se encuentren.
—Vamos…
—¿Qué pasó esa boca sucia, Charlotte? —me burlo.
Como respuesta, me la estampa en el cuello para morderme. Esta vez
con ganas, enojada.
Le bajo las bragas hasta los tobillos, castigándola, haciéndole moretones
y marcas que no olvidará. Luego la penetro contra la pared mientras gime,
se agita y grita. Esta vez no hay lloriqueos, los sonidos que salen de ella son
indómitos, salvajes, tan sensuales que apenas puedo soportarlos. Acto
seguido, vuelve a clavarme las uñas en la garganta, en el pecho. Su
venganza es embriagadora y su ira tentadora.
Me gusta el dolor, me hace sentir vivo.
Con sus piernas rodeando mis caderas, agarro sus nalgas con ambas
manos y la embisto repetidamente hasta que se aferra a mis hombros,
gimiendo y gritando, besándome hasta que ninguno de los dos puede
respirar, cabalgándome hasta que me tiene a punto de desplomarme.
Cuando empieza a temblar y me agarra la cara con ambas manos,
arrastrándome hacia abajo para besarme una vez más, estoy demasiado
cerca de acabar como para contenerme y la estoy penetrando demasiado
profundo como para preocuparme, así que me dejo llevar. Me dejo llevar
por su beso, aunque sé que no podemos seguir así. Charlotte me hace sentir
mariposas en el estómago y debo lidiar con eso en otro momento, en otro
lugar, sin tener a esos ojitos de venado viéndome fijamente.
Baja las piernas hasta que sus pies tocan el suelo. Todavía jadeando,
mirándome con los ojos llenos de desprecio y amándome con su vagina,
sigue siendo peligrosa para mí.
La sangre me retumba en los oídos. Mi pene está listo para el segundo
round, así que la alzo en brazos y la llevo al dormitorio. Por esta noche,
resolveremos con nuestros cuerpos lo que no podemos con palabras, lo que
no sabemos explicar. En la mañana, todo se arreglará por su cuenta.
He mirado el reloj unas diez veces, como solo lo haría alguien que se ha
enamorado perdidamente. Pero no puedo concentrarme sino en Charlotte,
en lo mucho que quiero tocarla.
Maldición, necesito controlarme.
Soy Kostya Zinon. El líder de la más poderosa Bratva rusa en los
Estados Unidos. Ninguna mujer me pondrá de rodillas. Bueno, a menos que
me lo pida en la cama.
Pero, por un momento, me embarga una dulce sensación de placidez,
de… felicidad, o algo que se le parece. A pesar del peligro que representan
los Whelan —un peligro del que debería ocuparme en lugar de estar
embobado por Charlotte—, aquí estoy, vigilando la puerta.
Y por fin entra, pero cierra de un portazo. Mi sonrisa desaparece. Algo
va mal. No hace falta ser un genio para darse cuenta de que este dolor en el
pecho significa que me importa.
Debilidad.
—¿Qué sucede?
Pasa a mi lado sin siquiera mirarme.
—Nada.
A pesar de que apenas murmura, es la mentira más estruendosa que
jamás he oído.
—Si te preocupan los Whelan, no pasa nada. Yo puedo protegerte.
Y lo haré. Al igual que los hombres que se encargarán de cuidarla.
Mis palabras logran, al menos, detenerla. Así no tengo que perseguirla
por la sala de estar. Cuando se vuelve hacia mí, le brillan los ojos. No estoy
seguro de si está enojada conmigo o con su propio miedo.
—¿Cómo planeas hacerlo? Parece que lograron entrar al hotel sin
problemas.
Las palabras salen entrecortadas y adopta una postura rígida. Entonces
es ira, no miedo.
—¿Disculpa?
Mi pregunta encierra un poco de hostilidad. Todavía no sabía cómo
habían logrado escabullirse los Whelan en el hotel, ni de dónde obtenían su
información.
—¿Cómo pretendes protegerme? ¿Y a Tiana? ¿O te has olvidado de tu
hija?
Se cruza de brazos y su mirada sigue fija en la pared de mi izquierda.
—¿Tienes algo que decirme, Charlotte? —mi tono es calmo, pero deja
entrever que desafiarme no le traerá nada bueno.
Sigue sin mirarme.
—No.
Otra mentira, esta vez descarada. Yo puedo tolerar muchas cosas, pero
no que me mientan.
—Charlotte —gruño.
Y, de nuevo, me escudriña desafiante. Lo veo en sus ojos, en sus labios,
en su postura. Pero de pronto la fiereza desaparece y observo cómo
emociones amargas le afligen el rostro. Tristeza. Ira. Asco. Miedo.
Vergüenza. Y desprecio.
Su ira es palpable, una presencia que vive y respira en la habitación, y
quiero ayudarla a resolverla. Quiero enseñarle a concentrar esa rabia en
algo que la fortalezca. Es una lección dura, no apta para débiles, quizá no
apta para Charlotte, pero ella la necesita quizá más que yo mismo.
Cruzo hacia ella y la atraigo hacia mí. Si no consigo que sonría, que no
me fulmine con una mirada llena de odio, entonces la besaré hasta que el
enojo se desvanezca, le quitaré la tristeza con ternura. Mordisquearé sus
penas hasta que gima mi nombre y me ruegue que no pare.
Con la lengua le separo los labios y deslizo la mano por su costado
mientras nuestras bocas se encuentran y siento su cálido cuerpo contra el
mío.
Su pecho cae pesadamente cuando lo despojo del brasier y ella gime
cuando aprieto su pezón entre el índice y el pulgar. Es hermosa y expresiva,
apasionada, y parece que está a un suspiro de derretirse.
Charlotte arquea la espalda y luego se da la vuelta, apretando sus
omóplatos contra mi pecho. Yo le doy más, deslizo la mano por su vientre
hasta su pantalón y lo desabrocho. Echa la cabeza hacia atrás, apoyándola
en mi hombro, mientras le beso la garganta y meto un dedo en su vagina.
A pesar de la ira y la rabia ardiente, está húmeda y preparada. Flexiona
las rodillas una y otra vez, se frota contra mi mano.
Pero, a pesar de que esto se siente muy bien, se queda inmóvil y su
cuerpo se torna tenso y rígido. Deja de menearse sobre mis dedos, se aparta
y se pasa una mano por la boca, como si besarme le hubiera dejado un mal
sabor del que quisiera deshacerse.
—Lo lamento.
No sé qué es lo que lamenta. Pero, antes de poder preguntarle, sale
corriendo de la habitación, dejándome erecto, desorientado e infinitamente
frustrado.
Hace apenas unos meses, habría mandado a Yelisey al club para que me
trajera a una chica húmeda y dispuesta a aliviar esta dolorosa tensión en los
testículos. Pero ahora me repugna solo pensarlo. No quiero a cualquiera.
Quiero a Charlotte. Joder.
Quiero destrozar esta habitación y todas las demás de la casa, pero no lo
hago porque mi volatilidad es lo único que siento que puedo controlar. Y
aunque mi pene siga apretándose contra mis pantalones, voy a la oficina,
porque ahí puedo poner en orden mis ideas. Esta casa, aquí, ya está
demasiado impregnada de Charlotte, y no puedo evitar pensar que está a un
pasillo de distancia, no puedo evitar querer ir a buscarla, tomarla en brazos
y besarla hasta que ceda.
Es lo que ambos deseamos justo ahora, pero ninguno de los dos puede
soportarlo.
P asan dos horas para que apague el auto en la entrada de mi casa. Lila no
habló mucho desde que la recogí. Me hizo tantas preguntas que creo que
debe pensar que se está metiendo en aguas peligrosas. Debe estar deseando
volver con su familia, con el hombre que escogió y con los hijos que dio a
luz. No con la hermana y la madre que dejó atrás.
Entro y dejo sus maletas en el vestíbulo. No la invité a quedarse aquí, no
pertenece a este lugar. No es por mí por quien regresó.
Tengo una habitación de hotel reservada para ella en el centro. Ahí
acaba todo lo que pienso hacer por ella, incluyendo permitirle usar mi auto
para llegar a su destino.
Charlotte me recibe en la puerta con los ojos rojos. Tiene la piel
manchada y la nariz roja. No quiero imaginarla llorando. Estoy
enfadadísimo, furioso con ella de tal manera que quiero castigarla hasta que
me pida clemencia, y luego un poco más.
Pero no puedo soportar la idea de que esté sola y llorando. Por eso tengo
que hacer esto.
Me envuelve entre sus brazos y percibo una bocanada de su dulce aroma
a Charlotte. Potente, reconfortante, erótico, dulce, embriagador. Es todo lo
que deseo, todo lo que necesito, y su esencia no me ayuda a calmarme ni
hace más fácil lo que tengo que hacer. Con cualquier otra mujer sería fácil,
pero ella se metió en mi corazón y cada reacción suya me destroza, o me
emociona, o me pone tan lujurioso que no puedo controlarme.
Hablando de eso: está temblando y aferrándose a mí, y necesito de todas
mis fuerzas para agarrarla por los hombros y apartarla hacia atrás para
poder pasar a la casa.
Cuando por fin entiende la indirecta y se aparta, sus ojos se abren de par
en par y se le retuerce el rostro. Nuevas lágrimas corren por sus mejillas
mientras señala una mancha de la sangre de Makenzie en mi camisa.
—¿Tú… eso es… de mi madre?
Miro hacia abajo y veo la mancha de sangre que está señalando.
—Nyet —suelto un suspiro —. No, esto es de otra persona que pensó
que podría jugar conmigo.
—Entonces, ¿mi madre está bien? —jadea como si estuviera aliviada y
agraviada al mismo tiempo.
—Charlotte, cariño, mamá nunca estuvo bien —Lila entra para ponerse
a mi lado, a lo que Charlotte reacciona enjugándose los ojos y ahogando un
grito.
Teniendo en cuenta todo lo que hizo para asegurarse de que yo
cumpliera mi parte del trato, habría esperado un abrazo o algo más que el
breve suspiro que deja escapar cuando ve a su hermana parada junto a mí.
Charlotte alterna la mirada entre su hermana y yo con los ojos como
platos y los labios bien cerrados.
—Se alegrará de verte.
—¿Y tú no? —Lila sonríe como si lo esperara —. Tuve que irme, Char.
Me estaba sofocando.
Charlotte se burla y pone los ojos en blanco.
—Oh, sí. Lo entiendo, lo sé porque me la dejaste a mí y estuve lidiando
con su mierda, que empeoró desde que te fuiste, por cierto. Así que gracias
—me mira y no sé si le da vergüenza tener una conversación tan personal
con su hermana delante de mí o si la mirada debería significar algo más de
lo que significa para mí.
Si bien no me importa que su feliz reencuentro —o lo que debería ser un
feliz reencuentro — se produzca en mi vestíbulo, tengo que hablar con
Charlotte. Es hora de ocuparme de los asuntos domésticos pendientes.
Me dirijo a su hermana porque necesito otro minuto antes de poder
mirar a Charlotte. No soy un hombre que acostumbre a tener que armarse
de valor, pero aún no puedo mirar a Charlotte de frente ni soy capaz de
decirle lo que necesito decirle.
Eso me enfada. Soy un don de la Bratva, sin importar la lujuria o el
amor o lo que sea que siento por ella, debería ser capaz de cumplir mis
deberes sin tener que darle tiempo a mis pelotas para que aparezcan.
—Tendrás que disculparnos un minuto. Necesito hablar con Charlotte
—mi tono indica que no les estoy pidiendo permiso.
Lila mira a Charlotte. Su miedo es casi tan palpable como mi rabia.
Charlotte se me queda mirando.
—Ven.
Ojalá hubiera elegido cualquier otra palabra del diccionario para decir
en este momento, porque el recuerdo de la última vez que le dije que se
''viniera'' sigue demasiado fresco en mi memoria. Es lo último que necesito
ahora.
Camina a mi lado hasta la sala de prensa de la planta baja, donde cierro
la puerta, encerrándome adentro junto con su perfume, esos putos ojos y un
cuerpo que quizá nunca pueda olvidar. Si supiera para qué usaba antes esta
habitación insonorizada, nunca me acompañaría. Gracias a Dios por la
limpieza a vapor y las mucamas que saben mantener la boca cerrada.
Cierro la puerta tras nosotros y me quedo mirándola. Quizá debería
haberme cruzado de brazos o dicho algo antes de que se girara y se lanzara
a sollozar encima de mi pecho.
—Creía que habías muerto.
Otra mentira.
—Creías que había matado a tu madre —la empujo —, y debería
matarla. Lo haría si fuera cualquier otra persona —maldita sea, ¿por qué
demonios le dije eso? La ira me revuelve el estómago —. Quiero que me
devuelvas esas cartas.
Ella asiente.
—Las puse en el cajón hace un tiempo. Que yo sepa, solo tenía una.
Ambos sabemos que eso no significa que su madre no vaya a acudir con
las autoridades. No puedo permitirme ningún tipo de escrutinio, por menor
que sea. Las cosas están delicadas ahora que la guerra con los Whelan está
causando estragos.
—¿Cómo supiste de ellas?
Los detalles no son muy importantes en realidad, pero mi curiosidad
quiere indagar en esto. Esas cartas estaban en mi oficina privada, una
habitación prohibida incluso para las mucamas.
—La noche que mi madre cuidó de Tiana, la noche que estuvimos en el
Baltzley, debió de… No lo sé, la verdad. Ni siquiera sabía que había cartas
hasta que ella me lo dijo, y no se me ocurrió preguntarle cómo las encontró
—ahora me mira. Me mira fijamente, quizá intentando averiguar qué
debería decir para salvar a su madre.
Eso es bueno, quiero que me tema. El miedo mantendrá viva a
Charlotte.
Asiento.
—Estás despedida, Charlotte.
No porque no le crea. No le creo nada, pero no es por eso. La despido
porque es una distracción más grande de lo que puedo tolerar. Cien veces
me he repetido que debería matar a su madre y cien veces no lo he hecho.
Charlotte es mi punto débil y no puedo permitir que siga siendo la grieta en
mi armadura, el punto que mis enemigos señalarán y se pondrán como
objetivo. De todos modos, no puedo dejar que sepa que esa es la razón.
—¿Qué? Yo no tuve nada que ver, Kostya.
Dejó entrar a su madre en mi casa, dejó que su madre husmeara entre
mis cosas y permitió que su madre me chantajeara.
—Sí, sí tuviste que ver, Charlotte, y aunque no hubiera sido así, no
importaría. Sales de mi casa con tu vida y la de tu madre, es todo lo que
puedo o quiero darte —se tapa la boca con la mano y parpadea muy rápido,
como si intentara contener las lágrimas—. Deberías aceptar esa cortesía e
irte.
Ahora mismo no puedo verla a la cara, así que me froto las manos como
si la fricción de ese movimiento bastara para mantenerme firme en este
momento y disipar la tristeza que sé que encontraré en su mirada, esa
tristeza que no soporto ver.
—¿Qué pasará con Tiana? —su voz es severa —. Necesita una madre,
alguien que la arrulle y juegue con ella cuando tú no estés.
Ah, quiere hablar más, echarme en cara que está al tanto de mis asuntos,
pero sabiamente se abstiene. Es un desaire que no sería capaz de perdonar.
—Mientras no estoy… —sonrío, aunque esto no me divierte. De hecho,
quiero que termine ya —. Lo que tienes que entender, Charlotte, es que eres
reemplazable. No hay nada que hayas hecho por Tiana —y ahora añado el
último clavo—, ni por mí, que otra no pueda hacer si le pago.
Su grito ahogado es casi silencioso, y es la única reacción que obtengo,
gracias a Dios. Su llanto está a punto de socavar toda la determinación que
me quedaba. Soy un hombre fuerte, pero la mujer a la que amo me traicionó
y ahora yo la estoy lastimando.
Voltea y abre la puerta de un tirón, luego se vuelve para lanzarme una
frase lapidaria.
—Puto bastardo.
Admiro su valor. He matado por mucho menos.
17
CHARLOTTE
O h , por Dios, esto es malo, muy malo. Bajo la mirada hacia mi abdomen,
donde nada parece estar mal. Al menos, no hay sangre ni heridas visibles.
Todavía me zumba la cabeza y no distingo bien los detalles de los
recuerdos, ni el pasado del presente, pero no puedo seguir sentada en este
suelo. Tengo el culo frío, me duele la espalda, necesito levantarme y
estirarme, ejercitar los músculos y hacer que la sangre fluya por mis
extremidades para poder enfocarme en averiguar qué está pasando
exactamente.
Hay un logotipo en un cartel pegado en la pared frente a mí. Está justo
encima de una mesa, que estaría a la altura de mis ojos si estuviera de pie.
Dice Taller de la lechuza de diamantes. Si consigo salir de aquí, ese es un
detalle importante, además de un punto de referencia que puedo utilizar
para medir mis progresos en la tarea de lograr pararme erguida.
Mi cuerpo cruje y hace chasquidos cuando uso la manilla del auto y mi
fuerza para levantarme y poder estirar las piernas. Se tambalean y tiemblan
por el esfuerzo, pero por fin consigo ponerme de pie y alcanzo a ver a
través de una ventana al otro lado del vehículo.
Hay tres hombres reunidos en un estacionamiento lleno de autos. Dos de
los hombres llevan traje y el otro tiene una camisa azul de uniforme con un
pañuelo azul cubriendo su pelo rojo rizado. Me recuerda al tipo que sale en
los comerciales de cigarrillos, y seguro que eso me sacaría una risita si no
fuera por todo eso a lo que me enfrento ahora de estar esposada en un
edificio desconocido. Mi pequeña vejiga está a punto de reventar y el miedo
no mejora la urgencia.
No sé dónde estoy más allá del nombre en el letrero, pero sé que tengo
que salir de aquí porque vi más que suficiente televisión para saber que
despertar esposada a un auto casi nunca lleva a un final feliz. No creo que
vaya a venir un caballero con capa y en calzoncillos a rescatarme.
Las esposas no me aprietan mucho la muñeca, pero tampoco son muy
cómodas. Lucho contra ellas, moviendo el pulgar hacia adentro e intentando
sacar la mano, pero, haga lo que haga mi mano es demasiado grande.
Aunque tuviera una horquilla, que no tengo, no podría llevarme las
manos a la cabeza para intentar forzar la cerradura. De todas formas, no es
que yo sepa manipular cerraduras.
Es inútil. Soy patética, ¿por qué demonios tuve que ir a ese edificio de
apartamentos? Claro, porque no tengo dónde quedarme y volver a casa de
mamá embarazada, obligada a disculparme por decir la verdad, no es algo
que pueda afrontar de momento.
La puerta se abre y, como si sirviera de algo, me agacho bajo la
ventanilla del auto mientras el pelirrojo entra.
—Ah, la bella señorita está despierta.
Sí que podría ser el tipo de los comerciales con ese acento irlandés tan
fuerte.
—¿Qué hago aquí? —balbuceo.
Se ríe entre dientes y se acerca, haciéndome retroceder tanto como me
es posible. Mi corazón late tan deprisa que estoy segura de que mi pecho
tiene que estar todo golpeado, pero mantengo mi respiración serena y la
cabeza en alto.
—¿Tienes sed?
Mete la mano en una neverita que hay junto a la pared y saca una botella
de agua. Con un movimiento de la muñeca, le quita la tapa, le da un buen
trago y me la tiende. A pesar de la sed que tengo, no quiero beber después
de él.
Niego con la cabeza.
—Tengo que ir al baño.
Se encoge de hombros y se termina la botella de agua.
—Tendrás que esperar sentada, cariño.
A continuación, como si no hubiera una mujer embarazada atada al auto
pasando por una situación ridículamente estresante, abre el capó del mismo
vehículo y se pone a silbar mientras trabaja, con las herramientas haciendo
ruido y la radio sonando a un volumen tan alto que nadie me oiría gritar si
lo intentara.
—¿Vas a matarme? —pregunto a gritos. Ni siquiera así obtengo
respuesta—. ¡Oye, duendecito! Tengo que hacer pipí —pateo la puerta del
auto y siento un nuevo dolor en mi pie descalzo como recompensa, pero al
menos logro que se asome por encima del capó.
—Linda, si le haces una abolladura, te la van a hacer pagar.
—¡¿Quiénes?! ¡¿Pagar cómo?! —ignora mis chillidos mientras el pánico
se apodera de mí a cada segundo que me veo obligada a estar aquí con las
piernas cruzadas y la cabeza doliéndome, mientras me pregunto si este es el
último sitio que verán mis ojos, si moriré sin haberme reconciliado nunca
con mi madre, si alguna vez tendré la oportunidad de decirle a Kostya…
todas las cosas que tengo para decirle.
No quiero llorar, pero Dios mío, dejo caer unas lágrimas durante uno
buenos cincuenta segundos y luego sacudo la cabeza. Necesito ideas claras,
una forma de distraerme de la realidad de mi situación.
Primero tengo que averiguar por qué estoy en esta situación.
—Oye, hombre de los cigarrillos —si caigo, caeré como una buena
americana enojada—. ¿Para quién trabajas?
Se acerca al parachoques delantero limpiándose las manos en un trapo
azul, con un aspecto de lo más despreocupado. Cabrón engreído.
—¿Se supone que lo de los cigarrillos debe ser una alusión a mi estatura
o a mi origen?
Ya que lo menciona, creo que soy unos centímetros más alta que él.
—Dejaré que tú decidas cómo tomártelo.
Su sonrisa no favorece mucho su cara, ni la fea cicatriz nudosa que le
corta la mejilla desde la sien hasta la mandíbula.
—Me decantaré por lo de mis orígenes.
—Bien por ti, aléjate de lo obvio.
Su labio se curva en una mueca enojada, que hace que el corazón esté a
punto de salirse por mi boca, pero no puedo echarme para atrás. No puedo
mostrar miedo, porque soy la única que me puede sacar de esta. Jamás en
mi vida tuve algo tan claro.
—Eres una perra —comenta—. No me extraña que te quieran muerta —
se me acerca al decirlo y huelo lo que el whisky irlandés y la falta de un
cepillo de dientes pueden hacerle al aliento de un hombre. Spoiler: no es
bonito.
Pero es tan directo que me da un poco de risa.
—Si me quieren muerta no es por mi culpa. Me quieren muerta por…
—inclino la cabeza. ¿Cuántas veces he oído a Kostya quejarse de ese puto
irlandés llamado Whelan? Tendría que ser la mayor coincidencia del mundo
que esto tuviera que ver con alguien que no fuera el enemigo de Kostya—.
Por culpa de Kostya.
—Puedes culpar al Sr. Zinon por tu situación actual, amor. Tu novio
golpeó a un periodista que te llamó fea. Nos puso sobre aviso, ¿o no? —me
mira de arriba a abajo—. Creo que tienes una belleza poco común. Clásica,
diría yo. No me extraña que luche por ti, apuesto a que no tiene mucho
kilometraje ese pequeño y bonito traserito.
—Asqueroso —es poco decir, aunque ahora no es el momento de
ofenderse por su grosería. No me importa lo que piense, pero recordaré esta
información por si puedo encontrarle un uso más adelante—. Oye, de
verdad tengo que ir al baño.
Quizá haya una ventana en el baño por la que pueda salir después de
orinar. Porque, a pesar de lo valiente que pueda parecer ahora, mi situación
urinaria es desesperada.
Suspira y los hombros se le hunden como si estuviera decepcionado de
mí. No tiene mucho músculo este hombrecito escuálido, creo poder con él,
pero no quiero arriesgar la seguridad del bebé a menos que no me quede
más remedio. Ahora mismo estoy depositando todas mis esperanzas en que
haya una ventana en el baño.
—Vamos.
Me quita una de las esposas y, en cuanto me libero del auto, me la
vuelve a poner y usa la corta cadena entre los brazaletes para tirar de mí.
Me quitaron los zapatos, puedo notarlo sobre todo porque siento el suelo de
cemento frío y arenoso, resbaladizo por el aceite y sucio, mientras tira de mí
hasta llegar al lado opuesto del taller.
—Date prisa. Seguro que pronto querrán hablar contigo.
Me empuja al interior de un cuarto pequeñito con un solo inodoro, que
al parecer no vio la punta de un cepillo en toda su existencia, y un lavabo
que creo que alguna vez habrá sido blanco, aunque ahora es de un color
parduzco, grisáceo, sucio y mugriento. Por desgracia para mí, no puedo
darme el lujo de ser exigente o esperar a un alojamiento mejor; y qué mala
suerte, hay una ventana que se abre, pero del tamaño de una caja de
pañuelos y está en lo alto de la pared. Con suerte, con la vejiga vacía podré
idear un plan mejor que no sea usar la ventana del baño.
Al cabo de un minuto, el hombrecito de los comerciales llama a la
puerta.
—Vamos, cariño. Hay gente esperando para charlar contigo.
Cuando abro la puerta, veo que tiene compañía. Los hombres de traje
están detrás de él.
—Srta. Lowe, un placer verla —el hombre mayor me saluda con
cortesía—. Soy Jack Whelan.
Abro los ojos como platos, y me cruzaría de brazos con altivez, pero…
las esposas. Si cree que va a recibir una respuesta educada o un saludo de
cortesía, está equivocadísimo. Estoy cansada, dolorida y me muero de
hambre, pero aún no estoy tan desesperada como para ser conciliadora.
Además, ahora tengo la esperanza añadida de que Kostya o sus hombres
vengan por mí, aunque sea por casualidad, cuando lleguen a arrancarle la
garganta a Whelan. Puede que sea poco realista, pero es todo lo que tengo
por ahora, así que me aferro a la idea.
—¿El gato le comió la lengua?
Todo lo que dicen estos patanes suena como una cancioncita. Si no me
tuvieran atada desde hace tanto rato y no supiera que seguramente tramaban
mi muerte mientras orinaba, me gustaría oírlos hablar un rato. Por
desgracia, tanta información y demasiada tensión acumulada en mi
estómago no soportarían eso.
—Está bien, señorita Lowe. Tenemos un guion para que lea.
Si pudiera, estaría con el ceño bien fruncido y los labios arrugados, pero
no quiero revelarles nada porque temo acabar revelando demasiado.
Aunque no tengo mucho que temer en ese sentido, le demostraré a Kostya
que nunca contaré todo lo que sé.
El pelirrojo me lleva a otra habitación, luego sale silbando y Jack
Whelan me empuja a una silla. La habitación es austera salvo por una luz
cenital. Las paredes son metálicas y el suelo de cemento. Hay una silla con
una cámara de vídeo sobre un trípode frente a mi frío asiento de plástico.
Estoy ocupada intentando averiguar qué tipo de pista puedo infiltrar en el
vídeo del rescate para que alguien la descubra, pero no soy una espía ni un
gánster de la mafia, y cualquier cosa que diga hará que me maten o la
borrarán antes de que salga de esta habitación.
Mierda, lástima que no van a transmitir en vivo, con eso sí que podría
trabajar. El tipo que no es Jack Whelan se para detrás de la cámara y
despliega la diminuta pantalla mientras Jack me da un papel para que lo lea.
Me llamo Charlotte Lowe y llevo cinco años trabajando para Kostya
Zinon. En ese tiempo, descubrí muchas cosas sobre sus actividades ilegales
como jefe de la Bratva. Van desde venta callejera de drogas hasta
importación de armas. Zinon y sus hombres, Vladimir Polkov y Dmitri
Vasilyev dirigen una serie de negocios muy lucrativos en los que blanquean
el dinero procedente de sus actividades empresariales ilegales repartidas
por toda la costa oeste de Estados Unidos…
Y así sigue y sigue, enumerando detalles que hasta un policía ciego,
sordo y mudo con un derrame cerebral podría convertir en graves
consecuencias legales para el imperio de Kostya.
No puedo leer esto. No lo leeré.
No porque no sea cierto, sino porque no soy una traidora. No le haría
esto ni a un desconocido de la calle, mucho menos a un hombre que me
importa… o que alguna vez me importó, me corrijo en silencio. Un hombre
cuyo hijo llevo en mi vientre.
Sacudo la cabeza y dejo caer el papel al suelo.
Whelan me coge por la nuca y se cierne encima de mí para que sienta su
aliento en la oreja.
—Lo leerás y harás que me lo crea o mataré a tu madre y, mientras ella
ruega por su vida, dejaré que mis hombres hagan contigo lo que quieran. No
son hombres amorosos, querida —su acento es marcado y su aliento agrio,
pero habla en serio y la fuerza con la que sus dedos me aprietan la piel lo
demuestra.
Sigo sin hablar. Ni siquiera suelto un grito ahogado, porque soy fuerte y
no tengo miedo. Al menos eso intento. Se ríe al ver mi mandíbula tensa y se
cruza de brazos.
—¿Sabes lo que mis hombres le harían a una chica guapa como tú?
Recoge el trozo de papel y vuelve a ponerlo sobre mi regazo para luego
acariciarme el muslo. Qué día para llevar falda. Me roza con la palma de la
mano y se me revuelve el estómago, aunque mantengo la frente en alto.
—No dejarán mucho para tu novio, pero quedará suficiente para que
sepas que, lo que una vez fuiste, nunca volverás a ser. Sentirás cada día del
resto de tu vida lo que te hicieron y sabrás que nunca estarás fuera de mi
alcance —se agacha frente a mí y desliza sus nudillos sobre mis bragas—.
Te diré algo, cariño, eres una jovencita preciosa. Si haces esto, si lees esto
para mí ante la cámara, te convertiré en mi princesa irlandesa. Basta de
lisonjear a una hija que no es tuya, te haré una que sí lo sea.
Es tan viejo que podría ser mi padre.
Hay mucho en juego para que su mano no suba más, porque una vez que
cruce esa línea no podrá deshacerlo y, aunque al momento lo odio, no
quiero que Kostya lo mate. No quiero que Kostya mate a nadie.
A estas alturas, ya no niego quién es y qué hace Kostya. De todos
modos, estando en este cuarto no tiene sentido. Nadie aquí duda de lo que
Kostya hace o quién es, pero solo se espera que uno de nosotros lo diga en
voz alta para la cámara, para un vídeo que probablemente llegará a todas las
televisiones y oficinas del FBI al oeste del río Mississippi.
¿Creo que Jack Whelan matará a mi madre? No, ella no es tan
importante, pero decirle que no le creo podría hacer que me mataran. Luego
él buscaría a alguien más que lea su mensaje. Tengo un bebé en quien
pensar, pero aún no he respondido su pregunta.
Le hace una seña con la cabeza al hombre que está tras la cámara y este
se acerca sacando un teléfono del bolsillo. Toca la pantalla una, dos, más
veces de las que puedo contar y luego la da vuelta para que yo la vea. Tiana
está sentada en la encimera de la cocina, hay una mujer más joven que yo,
más rubia que yo, que le sonríe a la cámara y guiña un ojo mientras la
imagen se vuelve negra.
Mierda. No hace falta ser un genio para saber lo que viene, o para
deducir que descubrieron mi punto débil.
—Averiguar qué agencia usó tu novio para los servicios de niñera me
llevó unos tres minutos. ¿Eso me hace inteligente? ¿O motivado? ¿Qué
diría usted, Srta. Charlotte Lowe? Hija de Sam y Gloria Lowe, hermana de
Lila —se ríe—. Gloria, esa sí que es una belleza, y sus hijas preciosas,
simplemente hermosas, pero tengo la sensación de que la que dará de que
hablar es esa señorita de ahí —levanta el teléfono—. ¿Me equivoco?
Bastardo. No, no se equivoca. No solo porque quiero a Tiana, sino
porque, si a llegan a lastimar, se desatará una furia en el mundo para la que
no creo que Jack Whelan ni nadie esté preparado.
No la furia de Kostya, sino la mía.
Recojo el papel y lo pongo delante de mi cara, asegurándome de que se
vean en cámara mis esposas para hacerle saber que solo lo estoy leyendo
porque me coaccionan, y que cualquiera que observe lo sepa.
Debí haberme agachado, debí haberlo visto venir, pero el papel se
interpuso en mi visión. Para ser tan mayor como para ser mi padre, es
rápido, y su puño me golpea la cara antes de que pueda darme cuenta.
Emito un primer ruido: un grito ahogado y un quejido. El mundo se
oscurece por un instante mientras siento el sabor cobrizo de la sangre,
amargo, y veo gotitas que salpican el papel.
Esto es en serio y me matará si no coopero.
No soy una moneda de cambio. Soy una ficha en un juego y mi vida es
la apuesta. Jack va a usar mi vida para apostar que puede desenmascarar a
Kostya si yo no hago algo para impedirlo.
El problema es que no sé qué hacer.
Este es uno de esos momentos en los que la vida y la muerte son dos
caras de una misma moneda, donde mi decisión es lo único que importa.
Necesito ganar todo el tiempo que pueda, así que levanto las manos, me
limpio la sangre de la comisura de los labios y agarro la hoja de papel.
—Bien, haré lo que quieras.
20
KOSTYA
Estoy rodeado de puros idiotas en esta habitación, a los que les pago para
ser más listos y leales de lo que son.
Yelisey me aparta fuera del rango de audición de la multitud de agentes
de la ley reunidos en torno a una sala de conferencias en la parte trasera de
la comisaría.
—Kostya, es una mujer en un mundo repleto de mujeres. Tomémonos
un minuto para reflexionar antes de prender fuego al mundo intentando
salvarla —habla bajito y está peligrosamente cerca mío para ser un hombre
que da tan malos consejos—. Su madre te chantajea.
Lo sabía.
—¿Y crees que si dejo morir a Charlotte su madre aumentará sus
demandas? ¿O no va a culparme y hacer público lo que sabe?
No estoy seguro de cuánta evidencia tiene o qué puede probar, por no
mencionar que la idea de dejar a Charlotte a merced de Whelan y sus
hombres me enferma.
—Encontraremos a Charlotte —mi tono no deja margen de discusión.
Asiente obedientemente y se aleja mientras nuestro contacto en el FBI
se mete el teléfono en el bolsillo y se acerca al extremo de la mesa de
conferencias donde estoy yo.
—Obtuvimos un vídeo de una cámara de la calle.
Miro las imágenes en la pantalla. Veo a Charlotte, a quien reconocería
en cualquier parte, siendo sacada de su auto, agitando violentamente los
brazos, tambaleándose y cayendo de rodillas después de que el mismísimo
Jack Whelan le estampa la cabeza en el techo del auto.
Un auto en el que nunca debió haber estado, en una carretera en la que
nunca debió haber circulado, buscando un apartamento que nunca debió
necesitar.
Blyad.
No me importa lo que cueste, la encontraré y la compensaré por esto.
Así me lleve días, semanas o años, lo haré. Pero será mejor si la encuentro
más rápido, mucho más rápido.
El jefe de policía Ken Sumner está apoyado sobre un escritorio, mirando
un monitor de computadora que muestra cámaras de tráfico.
—Kostya, la veo. Está en el taller Lechuza de diamante de Melrose —
señala la pantalla—. Ahí está la camioneta de Whelan.
Miro a Yelisey, que está de pie con los brazos cruzados y los pies
separados en la clásica postura del guerrero. Está conspirando, planeando
cómo salvar a Charlotte. No porque se preocupe por ella ni por mí, sino
porque las batallas son su vida.
Una vez que Charlotte esté fuera de peligro dejaré que libre su batalla,
tan sangrienta como la quiera. Por mí, que mate a todos los irlandeses de la
ciudad.
Sumner se aparta de sus monitores para mirarme a la cara.
—Podemos entrar y rescatarla —tiene signos de dólar en los ojos,
viendo la perspectiva de un pago como agradecimiento y el titular JEFE
ACABA CON LA MAFÍA IRLANDESA haciendo que su cara se ilumine con
una expresión fresca.
No puedo permitir que nadie más que mis hombres y yo vayamos por
Charlotte. A nadie más le importará el fuego cruzado ni quién caiga en él.
Me niego a arriesgar a Charlotte o su seguridad, por lo que miro a Sumner.
—Gracias, jefe, pero nos ocuparemos de esto a partir de ahora.
—Kostya, no puedo dejar que…
Le ofrezco una sonrisa apagada a modo de advertencia silenciosa para
que deje de hablar y no tenga que avergonzarlo. Ahora que obtuve
respuestas, puedo hacer notar la intensidad y el carácter absoluto de mi
poder con nada más que un insignificante gesto.
—Mis hombres se encargarán de la situación en el terreno. Por supuesto
que los necesitaremos en alerta, pero en una posición más prudente —más
que nada, los necesito para poder mantener esta historia alejada de los
periódicos, pero le gusta sentirse útil y, en interés de nuestra relación
laboral, consiento esa actitud.
Aunque asiente, me doy cuenta de que no está contento con la situación.
Le ordeno a Vlad, pues Yelisey sigue sumido en sus pensamientos, que
asigne a un hombre para vigilar al jefe. Lo último que necesito es que él y
sus torpes camaradas se interpongan en mi camino.
—¿Algo más? —pregunta Vlad.
Al igual que Yelisey, Vlad siempre está listo para la batalla. Es joven y
corpulento, fuerte como un toro, y haría falta algo más que una bala para
acabar con él. Asiento porque tengo una misión especial para él, aunque no
puedo hablar de ello ahora que el sheriff, el jefe y diez policías más me
pueden escuchar.
—Vayamos a casa.
Asiente una vez y se aleja para hablar por teléfono mientras yo observo
al jefe. Espero que Sumner no sea un problema. Es más joven de lo quisiera
para una operación como esta, y podría ser un elemento impredecible si no
lo mantengo a raya. En este momento, necesito que todos los engranajes
encajen bien.
No puede haber errores.
Hace dos días, tenía esperanza. También tenía la mandíbula hinchada, los
ojos morados y hematomas tan agudos en las piernas que creí que no podría
volver a moverlas, pero tenía esperanza. La esperanza de que Kostya
apareciera de la nada y me salvara de los monstruos que me secuestraron,
los hombres de acento irlandés y aliento nauseabundo que juraban,
amenazadores, que todo lo que me hacían no era la peor parte, que este era
solo el comienzo.
En una habitación sin nada más que un balde en un rincón, una puerta
cerrada y una rendija en la pared que apenas me permitía saber cuándo el
día se volvía noche y viceversa, tenía un poquito de esperanza.
Ayer esa esperanza se redujo a la mitad. Hoy ha desaparecido.
Ahora, con cada segundo que pasa, siento la histeria apoderarse de mí y
tiemblo.
Como el sueño viene en pequeñas ráfagas, aprendí a calcular el tiempo
entre cada visita, cuando abren la puerta para traerme comida. Ese es mi
único contacto humano, a pesar de que odie a estas personas y haya rezado
más de una vez para que todos los responsables de mi situación actual
tengan una muerte horrible y dolorosa.
Estoy exhausta, hecha un ovillo, lo más retraída posible en un rincón de
mi mugrienta habitación de hormigón.
Todavía no entiendo mucho de lo que sucede. Sé que estoy en el taller
de reparación. Y ya casi es hora de comer. En cualquier momento, se abrirá
la puerta y un monstruo entrará con una bolsa de la comida rápida en el
menú de hoy.
También sé que el repartidor de hoy se detendrá en la entrada y arrojará
la comida por la puerta porque no estoy atada ni amordazada, y tienen
miedo de que me fugue. Hace dos días que nadie cruza esa puerta.
Como si los hubiera invocado, la puerta se abre. Esta vez, entran tres
hombres. Van vestidos con jeans y camisas unicolores oscuras. Todos tienen
el pelo oscuro y son prácticamente indistinguibles. Los tres se apostan en
formación frente a mí.
El que está más cerca se agacha a mi altura, apoyando los antebrazos
sobre las rodillas. Intento no dar un respingo cuando levanta una mano,
pero no puedo evitarlo. No soy tan fuerte como para recibir con gusto el
dolor, como para olvidar lo que ya me han hecho, como para creer que no le
harán daño a mi bebé.
—Hoy es el día. Tu debut televisivo.
Me guiña un ojo como si estuviéramos compartiendo un secreto y me
dan ganas de arrancarle los ojos, pero aprieto el puño, me rasco la palma de
la mano con las uñas y me concentro en el ardor y no en lo cerca que está,
ni en su olor a whisky, ni en que baja la vista para mirarme los pechos.
Me cruzo de brazos y él se ríe.
—No te preocupes, chica. Me gustan las mujeres con menos moretones,
menos acabadas que los desechos de Kostya Zinon.
Su mirada de soslayo es tan rancia como su aliento.
—Gracias a Dios —murmuro y recibo un bofetón por mi sarcasmo.
Me muerdo la lengua. La boca se me llena del sabor cobrizo de la
sangre. La escupo a un lado, en el suelo.
Él se ríe cruelmente.
—Tienes coraje —se levanta y me tiende la mano—. Levántate.
Le di mil vueltas a esta habitación. Mis piernas aún funcionan, pero
están débiles y casi ceden cuando me pongo en pie tambaleándome.
Probablemente, porque tengo miedo y estoy mareada, y porque hace días
que solo me alimento de unos pocos bocados de comida procesada.
Camino flanqueada por los hombres trajeados por un pasillo hasta una
habitación con un sofá que parece acogedor, suave y tentador. Si me siento
en esa cosa, lo más probable es que no me levante nunca más. No pretendo
acercarme.
Pero uno de los matones me empuja al sofá. Me hundo en el cojín. Es
mucho mejor de lo que esperaba y aprieto fuerte los labios para no gemir
por la comodidad que me faltó estos últimos días. Si pudiera convencerlos
de que me dejen ducharme y cambiarme de ropa, mi cautiverio no sería tan
malo.
Sé muy bien que es solo una fantasía. No me trajeron para que disfrute
del mobiliario.
Pero, mientras espero la gran revelación, miro por las ventanas. Del otro
lado veo el taller. Hay dos autos suspendidos por gatos y un tipo de
uniforme azul debajo de uno de ellos. Una parte de mi cerebro quiere que el
auto le caiga encima, que lo aplaste. Otra lo recuerda lanzándome un
puñetazo a la mandíbula. Y otra parte desea que el tipo levante la vista, se
dé cuenta de que tiene una oportunidad de redimirse y me salve.
En una tercera pared hay un calendario de chicas junto a un tablón de
anuncios repleto de trozos de papel de distintos tamaños.
La puerta a mi izquierda se abre y uno de los uniformados introduce un
televisor en un carrito que luce como una caja de herramientas: rojo,
cajones deslizantes, aceite en las manijas. El hombre abre uno de los
cajones y extrae un cable para enchufarlo en la pared.
La pantalla centellea y una línea sube desde abajo. Es viejo. Parece que
pesara unos mil kilos y me gustaría poder levantarlo y arrojárselo a alguien,
o estar lo bastante cerca como para empujarlo sobre el pie de uno de los
hijos de perra que me pusieron las manos encima.
Exhalo lentamente, expectante. No sé qué estoy esperando, pero el
hecho de que me hayan sacado de mi agujero aislado significa que planean
algo.
Los miro fijamente a cada uno. Lo que me sorprende es que no hay nada
extraordinario en ninguno. No hay ninguna señal que indique que forman
parte de una banda de crimen organizado que secuestraría a una mujer para
obligar a otro jefe del crimen organizado a cederles su poder. Si cualquiera
de estos tipos se me hubiera acercado en la calle a preguntar por una
dirección, no habría sospechado nada. Así es como me atraparon.
Pareciendo normales.
El televisor vuelve a resplandecer y yo cierro los ojos.
No quiero ver lo que me quieren mostrar. Quiero lastimarlos como ellos
me lastimaron a mí. Quiero verlos morir. El impulso es tan poderoso que
mis manos se tensan y siento una presión en el pecho. Supongo que algo
bueno tiene la ira. Algo a lo que me aferro.
Pero entonces, otro de los matones se deja caer en el sofá a mi lado.
—Creo que deberíamos buscar palomitas, ¿eh, chicos?
Se burla de mí. Lo añado a la lista de los que quiero ver muertos. Si hay
vida después de la muerte, mi alma inmortal se deleitará escupiéndoles
cuando los mate también en ese mundo.
Pero ahora me callo, porque no necesito el dolor ni arriesgar a mi hijo,
pues nadie vendrá a rescatarme y tendré que averiguar cómo salir de aquí
por mi cuenta. Contengo la oleada de emoción que me embarga una vez
más al darme cuenta de que nadie va a venir. Y no es que no vendrá nadie.
No vendrá Kostya. No puedo pensar en eso, en el hecho de que lo que sea
que hayamos tenido, nunca fue real. O, si lo fue, yo lo destruí. Mi mamá.
No. Tengo que concentrarme en el aquí y ahora. Es mi única oportunidad de
salir viva de esto sin ayuda externa.
Frente a mí, la pantalla muestra mi cara. Mientras me miro y evalúo los
daños, oigo mi propia voz —tartamudeando y entrecortada, como si
estuviera aprendiendo a leer— y espero, rezo que, cuando Kostya lo vea,
sepa que no quería hacerle daño. No quería hacer el video. Y, por supuesto,
no se lo habría enviado a las noticias locales.
Pero, después de verlo una vez, lo vemos dos veces más. Y escuchamos
cómo lo reportan los presentadores de las noticias.
—El FBI busca a la misteriosa mujer del vídeo. La mujer ha sido
identificada como Charlotte Lowe, antigua empleada de una de las varias
compañías propiedad de Kostya Zinon. Nos pusimos en contacto con Zinon
para pedirle una declaración y recibimos un correo electrónico que dice lo
siguiente:
«La declaración de la Srta. Lowe es falsa, y Kostya Zinon, filántropo
responsable de millones de dólares en donaciones benéficas cada año, no
está asociado ni afiliado a ninguna forma de delincuencia organizada. El
Sr. Zinon acoge con satisfacción cualquier investigación sobre estas
acusaciones infundadas y ridículas. El Sr. Zinon está ansioso por limpiar su
nombre y demostrar que la Srta. Lowe no es más que una antigua empleada
descontenta».
Mi favorito es el del Canal Cuatro. Una rubia alta y esbelta está de pie
junto a una pantalla con un mando en la mano. Me llama cazafortunas,
extorsionista, aspirante a heroína informante que no ha mostrado ninguna
prueba de nada de lo alegado contra Kostya.
Pero la forma en que habla de él lo que más me enoja. Lo llama Kostya
como si fueran amigos, compañeros, amantes. Al menos las otras
presentadoras fueron lo suficientemente profesionales como para llamarlo
«señor Zinon». Esta zorra barata tiene la osadía de insultarme como si
pensara que eso la llevará a la cama de Kostya.
No es hasta mucho después, cuando estoy de vuelta en mi agujero de
hormigón, extrañando las suaves y sencillas comodidades del cuero
desgastado y los cojines de gomaespuma, que la puerta se abre de nuevo.
Esta vez, entra solo un hombre con una silla. La gira frente a mí y se
sienta en ella al revés. Lleva un traje gris, camisa blanca y corbata roja.
Pero me fijo en sus zapatos. Son negros con paneles blancos cosidos a los
costados y costuras rojas. Por alguna razón me recuerdan al Sombrerero
Loco. Me fijo en ellos incluso mientras habla. Sobre todo después de que
comienza a hablar.
—Me temo que ya casi se acaba nuestro tiempo juntos.
No digo nada porque sé lo que significa. Veo sus caras. Si me dejan con
vida, le diré al FBI que me obligaron a hacer esa declaración unos mafiosos
irlandeses asociados con la familia Whelan, organización que de seguro está
en alguna lista de vigilancia del FBI.
—El señor Zinon dice que ya no le interesas. Dice que lo traicionaste —
zapatos de Payaso chasquea la lengua—. Ya no te necesitamos.
Cierro los ojos, aunque ya me lo imaginaba. Kostya cree que lo traicioné
en las noticias. Tanto las locales como las nacionales reportaron el suceso.
Y es por eso —no porque vea a la muerte a los ojos— que se me llenan los
ojos de lágrimas.
Moriré. Kostya se enterará de nuestro bebé después de la autopsia y
nunca sabrá que no quise traicionarlo. Incluso despedida y con el corazón
roto me habría llevado sus secretos a la tumba.
El charlatán de la silla todavía no ha terminado.
—Ya que has demostrado ser inútil para nosotros, tendremos que
llevarnos a la niña.
—No tienen que hacerlo. Déjenla en paz. Es solo una bebé.
Mi voz se quiebra, se destroza, y se vuelve un susurro. Tiana no. Pueden
hacerme lo que quieran. Pero a ella no. Estoy seguro que Kostya rescatará a
su hija. A ella la ama. De eso estoy segura.
—Esta guerra con Zinon ya comenzó. Esto va más allá de las calles, el
dinero, las drogas y todas las cosas que hicieron que nuestros mundos
chocaran. Se trata de nuestro honor y nuestras obligaciones.
Resoplo en señal de burla. Ruidosamente, el sonido fortaleciendo mi
debilitado coraje.
—Eso suena mucho más romántico que la verdad, ¿no? ¿Es el tipo de
frase que usas para conquistar mujeres? Porque suena como algo que diría
un imbécil. Y eso es lo que eres. Lo sabes, ¿verdad?
El miedo, la angustia y la ansiedad me envalentonan. Ya no me importa.
No dejaré que vayan tras Tiana sin asegurarme de que hice todo lo posible.
Quizá convencer a Zapatos de Payaso de que me mate sea parte de algún
plan subconsciente. No lo es, pero es una linda fantasía.
Eso ni siquiera importa, porque, ahora que empecé a decir lo que pienso,
no puedo parar.
—La verdad es que simplemente te gusta matar. Y no necesitas una
razón o una excusa, a menos que la persona que mates sea más fuerte que
tú, más importante.
Zapatos de Payaso se ríe.
—Kostya Zinon y todos sus amiguitos rusos no son más importantes ni
más fuertes —se inclina hacia delante y cruza las manos, dejándolas colgar
entre sus rodillas separadas—. Estuve en el IRA, el Ejército Republicano
Irlandés. Ahí fue donde Jack Whelan me encontró. Él me dio una vida, un
propósito. Incluso me convirtió en su mano derecha, por encima de su hijo
—sonríe de nuevo—. Su hijo es… progresista… Ha olvidado la razón de
nuestra lucha.
—¿Y qué razón es esa?
—Una vida mejor para mi familia. Un mundo donde mis hijos no tengan
que preocuparse, donde puedan saber que siempre los protegeré.
Quizá sea el subconsciente o algún instinto maternal, pero muevo la
mano sobre mi vientre y él sonríe.
—Del mismo modo en que tú proteges a tu bebé —me mira fijamente y
yo le devuelvo la mirada hasta que ya no puedo soportarlo y aparto la vista
—. Ojalá las cosas fueran diferentes. Jack ya no aprecia la nueva vida como
antes. No le importa. A mí sí. Y protegí a tu bebé con la esperanza de que
Zinon negociara, de que se preocupara por tu vida, pero no es el hombre
que crees que es. No le importas.
—Porque ustedes le hicieron creer que lo traicioné.
—Y, si fuera la mitad del hombre que creías que era, la mitad del
hombre con el que creías haberte acostado, estaría aquí, derribando puertas
y luchando por tu vida. Pero, ¿lo ves? —finge mirar por la habitación—.
¿Dónde está ahora ese hombre? El hombre con el que quieres volver,
¿dónde está?
Me obligo a mirar a este Sombrerero Loco a la cara.
—No lo sé. Pero cuando te encuentre, puedes preguntarle antes de que
te mate.
Hasta yo sé que es una idea ridícula. Kostya no vendrá. Pero, joder, qué
bien siente defenderse.
Esta vez, echa la cabeza hacia atrás cuando se ríe. Me imagino
arrancándole la nuez de Adán de la garganta, clavándole los dedos en los
ojos, rompiéndole la silla en la cabeza y atravesándole el corazón con uno
de los fragmentos de madera astillada.
Entonces, actúo antes de poder separar la fantasía de la realidad.
Mis dedos envuelven su cuello y, por un segundo, creo que puedo ganar,
que puedo matarlo con la fuerza de mi cuerpo, pero ese segundo se
convierte en otro. Él me aparta las manos de un tirón y me hace girar, de
modo que mi espalda queda pegada a su pecho y él tiene un brazo —un
brazo es todo lo que necesita— sujetándome con fuerza. En ese momento,
suena su teléfono y mete la mano en el bolsillo, tan despreocupado como si
se tratara de un abrazo cariñoso.
—¿Qué?
Una voz grita del otro de la línea, tanto que suena como si estuviera en
la habitación y no en el teléfono. No tengo que esforzarme para oír lo que
dice.
—Zinon tiene a Collin. Y el cártel intervino para negociar un
intercambio. La mujer por el muchacho.
—Pfft. Deja que Zinon se quede con él.
Entonces, mi captor no se preocupa por el hijo de su jefe.
Probablemente haya una lucha interna por poder. No me sorprende. Así son
los hombres que valoran el poder sobre la vida. Es una enfermedad. Y todos
estos hombres han sido contagiados.
—Se nos escapa de las manos. Zinon voló tres cargamentos de droga
esta mañana y secuestró a Collin en el laboratorio de San Diego —la voz en
el otro extremo carece de emoción. Es como si solo fuera un mensajero y no
tuviera nada que perder con todo lo que pasa. Tampoco tiene la melodía del
acento irlandés. No hay inflexión alguna—. El cártel organizó un
intercambio. En el número 5 de la avenida Fe a las siete.
—¿El centro de distribución? —por su tono, el Sombrerero Loco piensa
que esto es una mala idea. Puedo verlo en la incredulidad en su voz—. Es
un espacio abierto. Y sabes que se está preparando justo ahora, al acecho en
la hierba como la serpiente que es.
Kostya no me abandonó. No me abandonó.
Pero la alegría de esa noticia se atenúa por el hecho de que sé que está a
punto de caer en una emboscada. Porque no importa lo bueno que sea su
plan, los irlandeses conocen la zona. Es su territorio. El edificio. Las calles
que lo rodean. Las bandas que hacen sus negocios sucios en los callejones.
Todo pertenece a los irlandeses, que probablemente ya dieron la orden de
disparar a Kostya en cuanto lo vean. Especialmente si el tipo que me retiene
es el que da las órdenes.
La pequeña chispa de felicidad al darme cuenta de que aún no estoy
acabada se extingue rápidamente. Solo puedo pensar en Kostya acribillado
a balazos, asfixiándose en los umbrales de la muerte. Apenas puedo respirar
y las rodillas me flaquean al mismo tiempo que mi estómago da un vuelco.
Vomito bilis en el suelo delante de mí. El Sombrerero Loco me suelta y
caigo al suelo.
Oh, Dios. Kostya.
El único punto positivo es que ahora los irlandeses no irán tras Tiana.
Ya por fin tienen lo que buscaban desde el principio.
22
KOSTYA
D iez minutos después , las manos de Collin siguen atadas pero ahora está a
mi lado. Hay diez hombres apuntando sus armas adonde está, nueve de
ellos irlandeses que le apuntan porque está de pie junto a mí. Yelisey está
detrás de Collin y sostiene la décima arma, que tiene clavada en su nuca.
Otras diez armas me apuntan a mí o a la camioneta de Whelan, que sigue en
su sitio, con las ventanillas arriba y el motor encendido.
Todas estas armas apuntando a ese auto significan que hay demasiadas
apuntando en dirección a Charlotte. No me gusta, pero por ahora no puedo
hacer nada.
Tres de los cuatro vehículos que entraron se desocuparon antes de que
yo salga y los pude observar desde la ventana. Parecían los payasos de los
dibujos animados se bajan de un auto, pero en lugar de payasos eran una
decena de mafiosos irlandeses pelirrojos con trajes negros y gafas de sol
negras. Ni siquiera los italianos se toman tan en serio su indumentaria
oscura.
Exhalo.
Haga lo que haga esto no acabará bien a menos que tome el control y
haga valer mi poder ahora mismo. Para ello tengo que disparar primero,
lograr la primera baja y confiar en que podré sacar a Charlotte de aquí antes
de que Whelan la lastime.
Todavía no tengo ese grado de confianza. Primero tengo que evaluar la
situación.
Acerco a Collin hacia mí y le golpeo la sien con la culata de mi Ruger.
Aunque llegamos a una tregua, no confío en él del todo, y también debemos
hacer que esto parezca real por el bien de ambas partes.
—¿Recuerdas nuestro trato?
Asiente.
—Sí.
Si esto sale como planeamos, habrá un nuevo irlandés a cargo de su
familia, pero si falla o si me traiciona…
—No lo olvides.
A medida que avanzamos, no tengo más remedio que confiar en él
porque, por ahora, necesito que se asegure de que Charlotte sigue ilesa.
—¡Sal, Whelan, para que podamos terminar con esto! —lo llamo—. O
pintaré el hormigón con la sangre y los sesos de tu muchacho —casi estoy a
punto de volver a gritar cuando se abre la puerta trasera de la camioneta y
sale el gran jefe en persona.
Tras unos segundos mirando a Collin, se adentra en el vehículo y saca a
Charlotte.
Tiene el pelo desarreglado y la cara ensangrentada por un corte sobre el
ojo izquierdo, de unos cinco centímetros de longitud y lo bastante amplio
como para necesitar puntos y antibióticos. Su camisa, antes blanca, está rota
a la altura de los hombros y su falda negra tiene la costura rota desde la
rodilla casi hasta la cadera, con manchas intermitentes de suciedad a lo
largo de la tela.
Ahora que sé que le pusieron las manos encima, cualquier trato que haya
hecho con Collin se cancela. Aunque no es su honor el que está en juego, no
puedo permitir que Jack se salga con la suya.
Charlotte está amordazada y atada, con una cuerda puesta alrededor de
la garganta. La tiene atada como a un maldito perro.
Como si pudiera interpretar la rabia en mi cara, Whelan me exclama en
tono burlón:
—¿Te atreves a amenazar a mi hijo mientras tengo a tu perra
embarazada en mi poder?
¿Embarazada? Esto es una estratagema. Charlotte me lo habría dicho y,
si hubiera una manera de beneficiarse monetariamente, su madre sin duda
me lo habría contado. No me creo su treta ni por un segundo, pero como no
puedo estar seguro, no puedo arriesgarme a que sea verdad. No importa si
lo es o no, la amo de todos modos.
—¿Quieres a tu hijo de vuelta o quieres quedarte aquí y perder saliva?
En mi vida había usado esa expresión. Ni siquiera me gusta la imagen
grotesca que inspira la frase, pero estoy alterado porque acaba de soltar una
bomba sobre Charlotte. Ella está de pie a solo unos metros de distancia.
Ahora, más que hace un rato, necesito que esté a salvo. Necesita atención
médica y todo el consuelo que pueda ofrecerle.
El anciano Whelan se yergue, toma la cuerda que Charlotte lleva
alrededor del cuello y la enrosca en su mano para acercarla a él. Es su
escudo humano y él lo sabe, no hay forma de que pueda atinarle sin
arriesgar la seguridad de Charlotte. Si le hago una señal a uno de mis
hombres para que le dispare por la espalda, la bala podría atravesarlo y
herirla a ella.
No puedo correr ese riesgo.
Se emitió la orden de no arriesgar a Charlotte y de esperar mi
aprobación antes de disparar. Sé que mis hombres obedecerán, pero no
puedo controlar a las tropas de Whelan. Son unos bastardos astutos. Hago
un recuento y parece haber diecinueve soldados irlandeses, sin contar a
Whelan padre y al hijo. Yo cuento con veintidós hombres, sin incluirme a
mí ni a Yelisey. Eso son muchos disparos y oportunidades para que las balas
perdidas encuentren a Charlotte.
Blyad.
—Eres muy valiente o muy estúpido —su risa está impregnada de
desprecio—. Quizá esta no es la mujer que amas, quizá es solo una perra
fácil que te abrió las piernas…
No termina la frase porque saco otra arma de mi cinturón y le apunto.
Una de las cosas por las que soy conocido es mi habilidad para atinarle a las
alas de una mosca a cincuenta metros. Retiro el seguro y aguardo, con la
respiración entrecortada y mi rabia contenida.
—Suéltala o les dispararé a los dos y me las veré con quien se crea lo
bastante hombre como para enfrentarse a mí.
Whelan agarra el brazo de Charlotte y lo aprieta. Ella grita con el trapo
metido en la boca y se me sube la sangre a la cabeza. No escucho nada más
que mi propio corazón latiendo.
A continuación, le baja la mordaza y ella mueve la mandíbula como si
estuviera rígida, como si la mordaza hubiera mantenido su boca abierta por
demasiado tiempo. Luego, vuelve a tirar de la cuerda antes de quitársela y
tirarla al suelo.
—¿Ya estás contento?
Collin se mete la mano en el bolsillo y saca un papel para enseñárselo a
su padre.
—Déjala ir, papá. Tengo los números de cuenta —incluso me mira
mientras se le acerca, como si quisiera hacer ver que fue más astuto que yo.
Es lo que acordamos, con la ventaja añadida de la pistola sorpresa en su
espalda. Si su padre cree que se salió con la suya y consiguió los números
de las cuentas que exigió como parte de nuestro acuerdo de negociación, las
posibilidades de que deje vivir a Charlotte son mayores.
Espero que Charlotte pueda asimilar lo que está viendo y comprender
las artimañas que se desarrollan mientras camina hacia mí.
Todo sucede rápido.
El destello de la pistola plateada que Collin Whelan saca de su cinturón
por la parte baja de la espalda, el momento en que alza el arma, apunta y
luego le dispara a su padre.
El chorro de sangre que brota del pecho del anciano.
Charlotte pasa junto a Collin justo cuando se oye el primer disparo.
No espero a que dé otro paso. En vez de eso, corro hacia ella y la protejo
con mi cuerpo, pero, antes de que podamos ponernos a cubierta en uno de
los vehículos, mi pierna se desploma, inservible, ardiendo y con un dolor
intenso.
La siento estremecerse debajo de mí mientras ambos caemos al suelo.
Levanto la cabeza con el arma por delante y le disparo a cualquier irlandés
que veo.
Estamos demasiado expuestos y los rebotes en el hormigón son tan
peligrosos como un impacto directo de las balas que pasan zumbando junto
a nosotros. Collin se aleja de sus propios hombres, refugiándose en mi lado
del terreno mientras su padre avanza. Sin embargo, el cuerpo de Whelan se
estremece, una vez y luego otra, mientras los disparos siguen resonando y
repiqueteando en el hormigón cercano.
No son mis hombres los que le disparan a Whelan, son los suyos. Los
irlandeses están apoyando a Collin.
Al menos, algunos de ellos.
Y, por último, el tiroteo se detiene y comienzan los gritos, con órdenes
en ruso, órdenes de tirar las armas y tumbarse en el suelo.
Pero, antes de que mis hombres puedan reunir a los irlandeses leales a
Jack, comienza una nueva ronda de disparos y algunos de los irlandeses se
rebelan por devoción a su jefe caído.
Tengo que poner a Charlotte a salvo, protegerla, pero cada vez estoy
más débil y no puedo mover ni un dedo. El mundo empieza a perder color.
Los disparos impactan el suelo tan cerca que puedo sentir el hormigón
astillado picándome la cara, pero ni siquiera tengo fuerzas para apartarme.
Boom, boom.
Mi corazón late como un tambor de hojalata. El ruido del tiroteo se aleja
de mí, o quizá soy yo quien se aleja.
Apenas alcanzo a percibir la voz de Charlotte, su llanto, su caricia en mi
cara.
Hace mucho frío de repente. Estoy temblando, o más bien tengo fiebre.
Voy de un polo al otro mientras mi cuerpo entra en shock.
La bala debe haber alcanzado una arteria. Podría morir aquí en el
concreto como un perro.
Charlotte grita desesperada para que mis hombres vengan a ayudar, pero
saben que no deben abandonar sus puestos hasta que haya pasado el peligro
y los hombres en el terreno hayan acorralado al enemigo. Fui yo quien les
dio esas órdenes, y mis hombres están entrenados para completar su misión
sin importar las circunstancias. Los he entrenado bien.
Me desmayo un instante para despertarme de nuevo segundos después y
sentir que me deslizan por el suelo, que el hormigón me raspa la ropa
mientras me alejan de los disparos y Charlotte lucha por salvarme. Me tira
de un brazo mientras Collin tira del otro. No está armada y no sabe que él es
un aliado y, como están las cosas, no puedo decírselo.
Hay tanto caos y mi amada sigue en la línea de fuego. No puedo
pararme y protegerla detrás de mí. Ni siquiera puedo evitar que le grite a
Collin.
No, me desplomo frente a ella con mis últimas fuerzas. Ella cae de
rodillas a mi lado.
—Déjalo, Charlotte. Es de los nuestros —murmuro débilmente.
No tengo tiempo de explicarle que pacté una tregua con Collin para
sacar a su padre de la ecuación.
Aún tiene las manos atadas, pero ayuda a Collin a arrastrarme fuera de
la línea de fuego. Cuando él se agacha a mi lado para examinarme la herida,
ella está ahí observando, con la respiración afectada y la mirada alternando
entre el irlandés y yo.
Mientras intenta comprender lo que está pasando, la sangre empieza a
formar un charco bajo mi muslo y me desvanezco cada vez más deprisa. El
mundo se reduce a un punto diminuto, como si estuviera al inicio de un
túnel. Quiero explicárselo, pero las sombras oscurecen los márgenes de mi
vista y, como hay cosas que necesito que sepa por si no sobrevivo, le hago
señas para que se acerque.
—Mi dulce Charlotte, siento mucho haber creído que eras capaz de
traicionarme.
Cada palabra es interrumpida por una respiración que causa estragos en
mi cuerpo maltrecho.
Quiero verle la cara, saber si su mirada delata que me perdona, o si más
bien me culpa con toda razón de todo lo que sufrió desde que la
secuestraron, o si tengo alguna posibilidad de recuperarla. No solo por mí,
sino también por Tiana.
—Charlotte, dile a mi hija que la amo. Y quiero que sepas que te amo.
Por favor, perdóname por todo.
—Ya te perdoné —susurra—. Yo también te amo, Kostya —se le llenan
los ojos de lágrimas y quiero limpiar las que resbalan por sus mejillas, pero
no puedo levantar la mano, ni la cabeza, ni la pierna.
Me siento entumecido, pero el dolor ha desaparecido y estoy agradecido
por ello.
Cuando abre la boca para hablar, la oscuridad absorbe el sonido también
y luego me absorbe a mí.
23
CHARLOTTE
N o es sino hasta que estoy en una cama en el piso de arriba, con un monitor
puesto sobre mi estómago y una enfermera tomándome la tensión, que entra
un agente del FBI y saca a todos de la habitación después de mostrar su
placa.
Estoy cansada y enfadada, frustrada, desesperada. Lo que menos quiero
es jugar a las veinte preguntas con el puto inspector Gadget.
—¿Señorita Lowe?
No me molesto en responder. Sabe quién soy.
—Soy el agente especial a cargo del caso, David Quinn, y necesito
hacerle unas preguntas.
Es alto, rubio, lleva traje y corbata, tiene una libreta abierta en la mano y
me mira como si no pudiera creer lo que está viendo.
—¿Le parece bien?
Sigo sin responder, porque no sé de derecho. No sé si tengo que
responder, pero lo que sí sé es que no quiero. Me mira fijamente haciendo
que se me escape un suspiro.
—¿Es empleada de Kostya Zinon?
Asiento. Admitir que trabajo para él no incrimina a nadie en nada.
—¿Y vive en su casa?
Vuelvo a asentir. Igual, nada que ponga en riesgo la libertad de Kostya.
—Entonces, ¿sabrías si este hombre ha ido alguna vez a visitar al Sr.
Zinon? —saca una foto de Jack Whelan de su libreta supersecreta donde no
escribió nada que yo alcance a ver. La miro bien por un minuto y hago mi
mejor esfuerzo por mantener una cara inexpresiva hasta que me aparta la
foto de la vista—. Encontramos su cuerpo en el parque.
Hay un momento de silencio previo a la entrada de Yelisey en la
habitación y el agente se exaspera. Imagino que es porque sabe que
cualquier posibilidad de hacerme hablar se esfumó. Baja la mirada y cierra
el cuaderno.
—Sr. Rusnak.
—Agente Quinn —Yelisey asiente y se me queda mirando—. Creo que
la Srta. Lowe quizás necesita descansar, ¿no le parece? —su voz tiene un
matiz peligroso.
Quinn suelta un largo y penoso suspiro. Asiente una vez, se da vuelta sin
decir nada más y sale de la habitación.
Tengo que admitir que estoy un poco decepcionada. Vi bastantes series
de policías e imaginaba que diría algo mordaz antes de darse por vencido y
marcharse.
Yelisey se acerca con una sonrisa misteriosa en la cara.
—¿Qué estás tramando, Yelisey? —le pregunto con recelo.
Él se limita a esbozar una sonrisa más grande.
—Te traje algo —abre la puerta.
Una tormenta rubia corretea en el cuarto. Tiana se lanza a mis brazos de
golpe y acurruca la cabeza en mi hombro, gritando como si acabara de
ganarse un poni en la feria.
La abrazo tan fuerte como puedo. Ella lo necesita y yo también. Está
confundida y es demasiado joven para haber sufrido tanto. No importa lo
que diga Kostya, si no lo decía en serio cuando dijo que me quería, no voy a
dejarla sola otra vez. No dejaré que me aleje de ella.
Miro a Yelisey y sonrío.
—Gracias.
Me envuelve como si fuera un suéter y no puedo creer cuánto la
extrañaba. Yelisey vigila la puerta como si esperara que alguien la
traspasara y nos arrestara a los dos. Supongo que con el FBI merodeando
por el hospital y mostrando fotos del tipo que ayudó a matar debe estar
nervioso. Lo entiendo, pero me está poniendo nerviosa a mí.
—Yelisey… deberías venir aquí y relajarte. Deja de preocuparte —
mantengo la voz relajada porque no quiero asustar a Tiana.
—Es mi trabajo preocuparme —dice. Se voltea hacia mí lentamente y la
sonrisa maliciosa desapareció, sustituida por una expresión más sombría—.
¿Qué le dijiste al agente?
—No le dije nada. Lo juro por Dios, ni una palabra.
Asiente, pero, si su mirada hablara, diría que no me cree. No me lo tomo
personal, porque Yelisey no es el tipo de persona que confía en la gente. Es
lo que lo hace bueno en su trabajo.
—¿Qué quería?
—Preguntó por Jack Whelan.
—Hmm —Yelisey se frota la barbilla, pensativo, luego abre la puerta y
hace señas a un hombre enorme al que no reconozco, pero al que Tiana le
sonríe, al parecer considerándolo un amigo—. Tiana, ve a colorear con
Vlad, ¿sí?
A pesar de que parece que el tipo le cae bien, Tiana pone mala cara y me
mira.
—Hazle caso —le digo poniéndole un dedo en la nariz—. Solo un
momento, luego quiero que me cuentes cómo estuvo tu día.
Frunce el ceño, pero hace lo que le digo y se va con Vlad. Cuando
Yelisey comprueba que no está escuchando, continúa.
—Encontraron el cuerpo de Whelan en el parque, lleno de balas. Ahora,
si averiguan dónde está la verdadera escena del crimen, encontrarán sangre,
la sangre de Kostya. Hasta la tuya, quizás. Eso no se verá bien,
considerando que ya están haciendo preguntas.
Habla en el mismo tono que uso yo cuando trato de ocultarle algo a mi
madre. Amable, complaciente. Es el tono de un mentiroso, y me entristece
haberme vuelto experta en usarlo y reconocerlo.
—No se lo dije, Yelisey. Nunca lo haría —él asiente, pero sus ojos
siguen traicionándolo mientras hablo—. Amo a Kostya. Y sí, sé quién es —
susurro la siguiente parte—, lo que es, lo sé, y lo amo de todos modos y no
hay nada que pueda hacer al respecto. Cuando amo a alguien lo amo por
completo, así que te aseguro que no seré el eslabón débil. No hay forma de
que le diga nada a nadie que pueda hacerle daño o alejarlo de mí.
Al terminar, puedo ver como los engranajes en su cabeza sopesan lo que
acabo de decir junto a mi lenguaje corporal y mi historia. Parece satisfecho,
porque asiente una vez y me contesta.
—Kostya querrá saber lo que dijo ese agente. Necesitará saberlo.
Asiento y él mira el monitor. Las ondas se agitan y se desordenan en la
pantalla, mostrando muy buenas noticias.
—¿El bebé está bien?
—Sí. No lo dijeron con claridad, pero las líneas, los contoneos y los
latidos que se oyen por los altavoces son buenas noticias. Eso lo sé.
Yelisey sonríe.
—También querrá saber eso.
Ahora se cierne sobre mí y observa el monitor como si estuviera
preocupado, y eso me enternece tanto que me relaja. Yelisey vuelve a dejar
entrar a Tiana y la abrazo hasta que llegan los médicos y me dicen que
estoy bien, que el bebé está bien y que aún no hay noticias de Kostya, pero
que en cuanto las haya seré la primera en saberlo.
Por ahora, eso es suficiente.
—¿D ónde está papá? —Tiana y yo estamos en la sala de espera con Vlad
cuando de golpe levanta la vista de su libro para colorear y me mira. Vlad
presta atención y también me mira, queriendo saber.
—Está… —ay, Dios, ni siquiera puedo inventar una buena mentira—.
Está con el médico en este momento.
Vuelve a colorear con ganas renovadas, como si no lleváramos horas
esperando hasta que, por fin, el médico que me ayudó antes aparece.
—El Sr. Zinon pregunta por usted.
—¿Salió del quirófano?
El médico asiente.
—Fue una operación delicada. La bala le perforó la arteria femoral y no
le sentó bien la anestesia, pero ya está despierto y pregunta por ti.
Me pongo de pie, pero esta vez me mareo. Sé que es porque todavía no
comí, pero quiero ver a Kostya mucho más de lo que quiero una barra de
chocolate.
—Quédate aquí con el señor Vlad, cariño, ¿sí?
—Mm-hm —murmura, ajena del mundo que la rodea.
Ay, uno es tan feliz de niño sin saber nada, creo que nunca volveré a
estar tan en paz. Trago saliva y lo sigo por un pasillo, a través de una puerta
eléctrica que necesita de una tarjeta para abrirse, y luego por otro pasillo.
—Sé que parece mal augurio que esté en cuidados intensivos, pero con
su reacción a la anestesia tenemos que vigilarlo más de cerca de lo que
podríamos en una habitación normal en el área de hospitalización.
—¿Pero está bien?
¿O el doctor lo está endulzando porque teme que me tire al suelo en
medio de otro ataque de pánico?
—Sí, está bien.
Se detiene ante una habitación con una puerta corrediza de cristal, que
tiene una cortina cerrada puesta encima para que no pueda ver lo que me
espera dentro. Las palabras tranquilizadoras son amables, pero necesito
entrar ya.
—Mire, su amigo tiene que mantener la calma —dice el médico—. Si
usted puede lograr eso, evitar que le grite a las enfermeras y rechace sus
medicamentos, se lo agradeceré.
Se ríe un poco y señala con la cabeza el largo escritorio que bordea una
de las paredes, donde varias enfermeras están sentadas con pantallas de
ordenador y gráficos por delante, pero sin duda hay un interés en mí que
hace que varias de ellas levanten la vista y finjan que no me están viendo de
arriba a abajo.
—De acuerdo —susurro con un nudo en la garganta.
Él abre la puerta.
La habitación está casi en silencio, y yo me mantengo del otro lado de la
cortina porque soy una gallina.
Entonces, recuerdo por lo que pasé.
Mi madre, Lila, Tiana, armas y sangre, el hombre de la casa de
huéspedes, el tormento diario de la indecisión de Kostya que nos
acompañaba cada segundo en la casa. Un bebé que no esperaba ser
concebido. El tiroteo en el Baltzley y otro en el terreno. Sobreviví las
palizas siendo prisionera y a días de tortura física y psicológica. Me han
disparado, golpeado y encerrado.
Y sigo aquí. Lo logré. Sobreviví.
Me hice más fuerte que todas las personas y todas las cosas que
intentaron quebrarme. Encontré una fuerza que nunca supe que tenía. Quizá
conseguí parte de esta nueva fortaleza gracias a Kostya, o Tiana, o Yelisey,
o quizá estaba enterrada en lo más profundo de mí, pero de cualquier
manera es mía. Soy mi propia salvadora.
No soy un peón en un juego aterrador.
Soy la Reina.
Mi corazón se calma y mi respiración se torna lenta, tranquila. Me
siento más grande de algún modo, como si hubiera crecido unos
centímetros. Las constantes náuseas del embarazo parecen pasar a un
segundo plano.
Por fin, pues todos afuera y mi hombre detrás de la cortina esperan a que
entre, lo hago y me dirijo a la cama.
Kostya tiene los ojos cerrados, pero, cuando apoyo las manos en la
barandilla, se cubre un ojo con una mano y sus labios forman una sonrisa.
Abre un párpado.
—Hola.
Le devuelvo la sonrisa al ver que está vivo, a salvo en un hospital y
sonriendo.
—Hola. Te ves… bien —luce pálido, cansado, drogado.
—Es curioso, me siento horrible —se mueve y la sonrisa se transforma
en una mueca de dolor.
No puedo acercar una silla, porque no hay ninguna en la habitación. No
es el tipo de habitación donde quieren que las visitas se pongan cómodas.
—Me dicen que te portas mal, le das problemas a las enfermeras,
rechazas tu medicina.
—Te echo de menos —su voz es tenue y casi no me creo que haya dicho
esas palabras. Pulsa el botón para elevar la cabecera de la cama hasta que
está casi sentado—. ¿Charlotte? Yo…
Lo que iba a decir se ve interrumpido por un ataque de tos y una mueca
de dolor.
—Cállate… —le digo secando una gota de sudor de su frente con una
toalla que dejaron a un lado de la cama—. Puede esperar.
Asiente con la cabeza, gime suavemente y vuelve a cerrar los ojos,
apoyándose en la almohada. Le acaricio el dorso de la mano mientras su
respiración vuelve poco a poco a la normalidad.
Permanecemos en silencio unos minutos.
—Háblame —dice luego, sin abrir los ojos—. Odio este silencio.
Trago saliva y sonrío.
—Bueno, Tiana está coloreando. Ya no le gustan las princesas, dice que
quiere ser bombero. Tus hombres asustan a todas las enfermeras y médicos
del ala y… el FBI estuvo aquí.
Asiente y guiña un ojo, o tiene un tic nervioso. Creo que guiña el ojo.
—Lo sé. Por eso estoy en cuidados intensivos. Los federales no pueden
entrar aquí.
Por poco le pego en el hombro. ¡Bastardo manipulador! No está aquí
porque su situación sea grave, está aquí porque le pagó a alguien para tener
trato especial.
—Tiene sentido —me río sacudiendo la cabeza con asombro. Lo digo
más para mí misma que para él, pero sonríe igual.
—Sí —sigue tomándome la mano y pasando el pulgar por las yemas de
mis dedos—. Debí haber confiado en ti. Sabía… sé quién eres, y me dejé
convencer de que eras un peligro para mí.
—¿Y ahora sabes que no lo soy?
Se ríe a pesar de que hablo muy en serio.
—Siempre supe que no lo eras —suspira—. Después de lo que pasó con
Natasha…
Me cuenta la historia de su ex y madre de Tiana muy despacio.
Cómo él la amaba y creía que ella lo amaba.
Cómo pasaron días, semanas y meses planeando tener un bebé y la vida
que tendrían.
Cómo ella se puso en su contra.
Cómo le robó a Tiana antes de que él supiera que existía.
Se me arruga el corazón. Me parece la cosa más cruel del mundo apartar
a un hombre de su hija.
No sé qué decir ni cómo disminuir mi angustia, así que le doy la mano.
—Kostya…
—No te conté todo eso para que te sintieras mal por mí. Ahora lo tengo
todo, tengo una casa preciosa, a mi hija, y te tengo a ti. ¿Verdad? —abre los
ojos y me mira—. ¿Sí te tengo?
Pestañeo y se me escapa una lágrima mientras sonrío y asiento con la
cabeza.
—Me tienes a mí —digo—, soy toda tuya.
El pasado es un prólogo, polvo en el viento, y nada de eso importa ya,
excepto el hecho de que nos condujo a este momento. Amo a Kostya Zinon.
—Antes de desmayarme en el tiroteo, ¿escuchaste lo que dije?
Sí, lo oí, pero no me importaría oírlo de nuevo.
—¿Qué parte? —no puedo borrar la sonrisa de mi cara.
—¿Puedes bajar esto y sentarte a mi lado? —toca la barandilla.
Hay un mecanismo de bloqueo que no sé cómo accionar, pero en lugar
de luchar con él me voy al otro lado, donde la barandilla ya está abajo, y me
siento junto a su pierna herida. Con mucho, mucho cuidado. Se voltea hacia
mí y sonríe.
Cuando sonríe, nada más importa.
—Te amo, Charlotte Lowe. Todo lo que haces y todo lo que dices…
también lo amo. Mi vida no es fácil, y sabiendo todo lo que sabes sé que no
es justo pedirte…
—Estoy embarazada y tú eres el padre —escupo.
No es como planeé decírselo. Si esto fuera una película, ahora mismo
habría un incómodo rayón de disco.
—Lo sé.
—No quiero que me digas que me amas solo porque estoy embarazada.
Tendré a tu bebé.
—Nuestro bebé —corrige.
—Sí, nuestro bebé —digo sonriendo.
Sonríe de oreja a oreja.
—Me gusta oír eso —suspira—. Lo que quiero decir es que…
entendería que quisieras alejarte de mí tanto como pudieras.
Aunque quisiera, aunque por alguna razón tuviera que hacerlo, no hay
forma de que pudiera alejarme de él.
—No quiero eso.
Cierro los ojos y apoyo la cabeza en su pecho.
—Cuando me tenían en el taller mecánico y estaba asustada, lo superaba
imaginando que venías por mí, que llegabas como un caballero de brillante
armadura —Dios mío, soné como una loca. Hasta Tiana superó la etapa de
las princesas y yo estoy aquí desahogándome con una estúpida fantasía de
un héroe medieval. Kostya no se ríe ni se burla de mí, solo se limita a
asentir solemnemente mientras termino—. De todos modos, que seas quien
eres no es un impedimento. Es… todo lo contrario. Es lo que te hace ser tú.
Me alza la barbilla y me besa. Es un beso suave, lento, dulce. No puedo
soportar la idea de no volver a tenerlo, de no volver a sentir lo que siento
ahora.
—Te amo, Kostya. Todo lo que pasó antes no importa. Tenemos la
oportunidad de tener una familia, de una vida juntos.
De ninguna manera voy a arriesgarme a perderlo de nuevo.
—Estuve en un tiroteo que resultó en una estancia en el hospital, el FBI
está investigando. Lo más probable es que pase algún tiempo en la cárcel —
me aprieta la mano.
—Si eso es lo que tiene que pasar, está bien. Esperaré.
Es verdad. Esperaré, no importa lo que tarde. Toma mi mano y apoya su
frente sobre la mía.
—No quiero esperar. Cásate conmigo ya. Hoy mismo, esta noche, tan
pronto como sea posible.
No es la más romántica de las propuestas, pero es nuestra propuesta y
me encanta, amo cada palabra.
Una hora y media más tarde, a tiempo para las noticias de la noche, me
convierto en la señora de Kostya Zinon y se difunde la historia de que
Kostya recibió un balazo en la pierna protegiendo a la mujer que amaba de
un posible agresor.
No está tan lejos de la verdad.
Epílogo Extendido