Antologia Textos Barroco

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ANTOLOGÍA POEMAS DEL BARROCO

Desmayarse, atreverse, estar furioso


Lope de Vega

Desmayarse, atreverse, estar


furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y


reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde,
altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho ofendido receloso;

huir el rostro al claro desengaño,


beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que el cielo en un infierno


cabe,
dar la vida y el alma a un
desengaño,
esto es amor: quien lo probó lo sabe.

Definiendo el amor
Francisco de Quevedo

Es hielo abrasador, es fuego helado,


es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.

Es un descuido que nos da cuidado,


un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.

Es una libertad encarcelada,


que dura hasta el postrero
paroxismo;
enfermedad que crece si es curada.

Este es el niño Amor, este es su


abismo.
¿Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí
mismo!

Amor constante más allá de la muerte


Francisco de Quevedo

Cerrar podrá mis ojos la postrera


sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no, de esotra parte, en la ribera,


dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha


sido,
venas que humor a tanto fuego han
dado,
médulas que han gloriosamente
ardido:

su cuerpo dejará no su cuidado;


serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
Mientras por competir con tu cabello…
Luis de Góngora y Argote

Mientras por competir con tu cabello,


oro bruñido, el sol relumbra en vano,
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello,


siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello;

goza cuello, cabello, labio y frente,


antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lirio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o viola troncada


se vuelva, más tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en
nada.

Hombres necios que acusáis…


Sor Juana Inés de la Cruz

Hombres necios que acusáis


a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis.

Si con ansia sin igual


solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren
bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego con gravedad
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.
Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis con presunción necia


hallar a la que buscáis,
para pretendida, Tais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más


raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén


tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión ninguna gana,


pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis


que con desigual nivel
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar


templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata ofende
y la que es fácil enfada?

Mas entre el enfado y pena


que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y queja enhorabuena.

Dan vuestras amantes penas


a sus libertades alas
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido


en una pasión errada:
la que cae de rogada
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,


aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?

¿Pues para qué os espantáis


de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar
y después con más razón
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo


que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

A don Francisco de Quevedo


Luis de Góngora y Argote

Anacreonte español, no hay quien os


tope,
que no diga con mucha cortesía,
que ya que vuestros pies son de elegía,
que vuestras suavidades son de arrope.

¿No imitaréis al terenciano Lope,


que al de Beleforonte cada día
sobre zuecos de cómica poesía
se calza espuelas, y le da un galope?
Con cuidado especial vuestros antojos
dicen que quieren traducir al griego,
no habiéndolo mirado vuestros ojos.

Prestádselos un rato a mi ojo ciego,


porque a luz saque ciertos versos flojos,

y entenderéis cualquier greguesco


luego.

Soneto de Luis de Góngora


Francisco de Quevedo

Yo te untaré mis obras con tocino


porque no me las muerdas,
Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de
camino;

Apenas hombre, sacerdote indino,


que aprendiste sin cristus la cartilla;
chocarrero de Córdoba y Sevilla,
y en la Corte bufón a lo divino.

¿Por qué censuras tú la lengua


griega
siendo solo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?

No escribas versos más, por vida


mía;
aunque aquesto de escribas se te
pega,
por tener de sayón la rebeldía.

A una nariz
Francisco de Quevedo

Érase un hombre a una nariz


pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy
barbado.

Era un reloj de sol mal encarado,


érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.

Érase un espolón de una galera,


érase una pirámide de Egipto,
las doce Tribus de narices era.

Érase un naricísimo infinito,


muchísimo nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera
delito.

Este que ves, engaño colorido…


Sor Juana Inés de la Cruz

Este que ves, engaño colorido,


que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;

éste, en quien la lisonja ha pretendido


excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido,

es un vano artificio del cuidado,


es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado:

es una necia diligencia errada,


es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es
nada.
“¡Ah de la vida!”… ¿Nadie me responde?
Francisco de Quevedo

“¡Ah de la vida!”… ¿Nadie me


responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni a


dónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me
ronde.

Ayer se fue; mañana no ha llegado;


hoy se está yendo sin parar un
punto:
soy un fue, y un será, y un es
cansado.

En el hoy y mañana y ayer, junto


pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.

Miré los muros de la patria mía


Francisco de Quevedo

Miré los muros de la patria mía,


si un tiempo fuertes ya
desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.

Salime al campo: vi que el sol bebía


los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al
día.

Entré en mi casa: vi que


amancillada
de anciana habitación era despojos,
mi báculo más corvo y menos
fuerte.

Vencida de la edad sentí mi


espada,
y no hallé cosa en que poner los
ojos
que no fuese recuerdo de la
muerte.
ANTOLOGÍA DE TEXTOS NARRATIVOS:
FRAGMENTO DE LA PASTORA MARCELA (El Quijote, Miguel de Cervantes).
Se dieron prisa, y llegaron al pie de una peña donde ya estaban cavando la
sepultura. En las andas vieron cubierto de flores un cuerpo muerto, vestido de
pastor, de unos treinta años, de rostro hermoso. Todos los presentes
guardaban un hondo silencio, hasta que un gran amigo del desdichado amante
dijo:
– Este cuerpo que con piadosos ojos veis es el de Grisóstomo, que fue único
en ingenio, extremo en gentileza, magnífico sin tasa. Amó y fue aborrecido.
Aquí declaró por primera vez a Marcela su pensamiento, tan honesto como
enamorado, y aquí lo desdeño ella por éltima vez, y aquí puso él fin a la
tragedia de su vida, y aquí quiso que lo depositaran en las entrañas del eterno
olvido.
De pronto una maravillosa visión se ofreció en la cima de la peña. Era la
pastora Marcela, tan hermosa que dejó a todos admirados y suspensos. Pero
el amigo de Grisóstomo dijo con ánimo indignado:
– Dinos, mujer cruel, ¿a qué vienes? ¿A ver si con tu presencia sangran las
heridas de ese miserable a quien tu crueldad quitó la vida?
– Vengo – respondió la pastora Marcela – para que sepáis que yo no soy
culpable de la muerte de Grisóstomo. Atended todos. El cielo me hizo hermosa,
y todo lo hermoso merece ser amado, pero no sé por qué he de verme yo
obligada a amar a quien me ama. Yo nací libre, y para vivir libre escogí la
soledad de los campos, donde he luchado por conservar mi honestidad, que es
el adorno más hermoso del alma. A los que he enamorado con la vista, los he
desengañado con mis palabras. Jamás di esperanzas a nadie, así que a
Grisóstomo lo mató su insistencia, no mi crueldad. Yo no estaba obligada a
corresponderle, y en ese mismo lugar donde ahora caváis su sepultura le dije
que quería vivir en perpetua soledad. Si él insistió en navegar contra el viento,
¿qué culpa tengo yo de su naufragio? Que nadie me llame cruel ni homicida,
porque yo nada prometo, nunca engaño y hasta ahora a nadir di palabra de
amor. Yo soy libre y no quiero sujetarme a nadie.
Y sin querer oír respuesta alguna, volvió la espalda y se entró por lo más
cerrado del monte, dejando a todos los presentes tan admirados de su
discreción como de su hermosura. En ese instante a don Quijote le pareció
bien usar de su caballería para socorrer a una doncella menesterosa, así que
puso la mano en el puño de su espada y dijo en altas voces:
– Que nadie se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de sufrir mi
furiosa indignación. Ella ha monstrado con clara razones la poca o ninguna
culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo.
Fuese o no por las amenazas de don Quijote, el caso es que nadie se movió.
Acabada la sepultura, los pastores pusieron en ella el cuerpo de Grisóstomo, la
cerraron con una gruesa piedra y esparcieron encima muchas flores y ramos.
Luego todos se dispersaron, mientras don Quijote, que se había despedido
muy cortésmente de Vivaldo y de los cabreros, decidió partir en busca de la
pastora Marcela para ponerse a su servicio.
Fuente: Don Quijote de la Mancha (2004). Adaptación de Eduardo Alonso. Madrid: Vicens
Vivens. Primera parte, pág. 74-80. Cap. XII
ANTOLOGÍA DE TEXTOS TEATRALES
Fuenteovejuna
Lope de Vega

LAURENCIA: Dejadme entrar, que bien puedo,


en consejo de los hombres;
que bien puede una mujer,
si no a dar voto, a dar voces.
¿Conocéisme?
ESTEBAN: ¡Santo cielo!
¿No es mi hija?
JUAN ROJO: ¿No conoces
a Laurencia?
LAURENCIA: Vengo tal,
que mi diferencia os pone
en contingencia quién soy.
ESTEBAN: ¡Hija mía!
LAURENCIA: No me nombres
tu hija.
ESTEBAN: ¿Por qué, mis ojos?
¿Por qué?
LAURENCIA: Por muchas razones,
y sean las principales:
porque dejas que me roben
tiranos sin que me vengues,
traidores sin que me cobres.
Aún no era yo de Frondoso,
para que digas que tome,
como marido, venganza;
que aquí por tu cuenta corre;
que en tanto que de las bodas
no haya llegado la noche,
del padre, y no del marido,
la obligación presupone;
que en tanto que no me entregan
una joya, aunque la compren,
no ha de correr por mi cuenta
las guardas ni los ladrones.
Llevóme de vuestros ojos
a su casa Fernán Gómez;
la oveja al lobo dejáis
como cobardes pastores.
¿Qué dagas no vi en mi pecho?
¿Qué desatinos enormes,
qué palabras, qué amenazas,
y qué delitos atroces,
por rendir mi castidad
a sus apetitos torpes?
Mis cabellos ¿no lo dicen?
¿No se ven aquí los golpes
de la sangre y las señales?
¿Vosotros sois hombres nobles?
¿Vosotros padres y deudos?
¿Vosotros, que no se os rompen
las entrañas de dolor,
de verme en tantos dolores?
Ovejas sois, bien lo dice
de Fuenteovejuna el hombre.
Dadme unas armas a mí
pues sois piedras, pues sois tigres...
--Tigres no, porque feroces
siguen quien roba sus hijos,
matando los cazadores
antes que entren por el mar
y pos sus ondas se arrojen.
Liebres cobardes nacistes;
bárbaros sois, no españoles.
Gallinas, ¡vuestras mujeres
sufrís que otros hombres gocen!
Poneos ruecas en la cinta.
¿Para qué os ceñís estoques?
¡Vive Dios, que he de trazar
que solas mujeres cobren
la honra de estos tiranos,
la sangre de estos traidores,
y que os han de tirar piedras,
hilanderas, maricones,
amujerados, cobardes,
y que mañana os adornen
nuestras tocas y basquiñas,
solimanes y colores!
A Frondoso quiere ya,
sin sentencia, sin pregones,
colgar el comendador
del almena de una torre;
de todos hará lo mismo;
y yo me huelgo, medio-hombres,
por que quede sin mujeres
esta villa honrada, y torne
aquel siglo de amazonas,
eterno espanto del orbe.
ESTEBAN: Yo, hija, no soy de aquellos
que permiten que los nombres
con esos títulos viles.
Iré solo, si se pone
todo el mundo contra mí.

EL PERRO DEL HORTELANO

Lope de Vega

ANARDA, DIANA Y MARCELA:

DIANA
Oye, Anarda.
ANARDA
¿Qué me mandas?
DIANA
¿Qué hombre es este que salió?
ANARDA
¿Hombre?
DIANA
Desta sala, y yo
sé los pasos en que andas.
190
¿Quién le trajo a que me viese?
¿Con quién habla de vosotras?
ANARDA
No creas tú que en nosotras
tal atrevimiento hubiese.
¿Hombre, para verte a ti,
195
había de osar traer
crïada tuya, ni hacer
esa traición contra ti?
No, señora, no lo entiendes.
DIANA
Espera, apártate más,
200
porque a sospechar me das,
si engañarme no pretendes,
que por alguna crïada
este hombre ha entrado aquí.
ANARDA
El verte, señora, ansí,
205
y justamente enojada,
dejada toda cautela
me obliga a decir verdad,
aunque contra el amistad
que profeso con Marcela.
210
Ella tiene a un hombre amor
y él se le tiene también,
mas nunca he sabido quién.
DIANA
Negarlo, Anarda, es error.
Ya que confiesas lo más,
215
¿para qué [m]e niegas lo menos?
ANARDA
Para secretos ajenos
mucho tormento me das
sabiendo que soy mujer,
mas basta que hayas sabido
220
que por Marcela ha venido.
Bien te puedes recoger,
que es solo conversación
y ha poco que se comienza.
DIANA
¿Hay tan crüel desvergüenza?
225
¡Buena andará la opinión
de una mujer por casar!
¡Por el siglo, infame gente,
del Conde mi señor...!
ANARDA
Tente,
y déjame disculpar,
230
que no es de fuera de casa
el hombre que habla con ella,
ni para venir a vella
por esos peligros pasa.
DIANA
En efeto ¿es mi crïado?
ANARDA
235
Sí, señora.
DIANA
¿Quién?
ANARDA
Teodoro.
DIANA
¿El secretario?
ANARDA
Yo ignoro
lo demás; sé que han hablado.
DIANA
Retírate, Anarda, allí.
ANARDA
Muestra aquí tu entendimiento.
DIANA
240
Con más templanza me siento
sabiendo que no es por mí.
¿Marcela?
MARCELA
¿Señora?
DIANA
Escucha.
MARCELA
¿Qué mandas?
([Aparte.]
Temblando llego.
DIANA
¿Eres tú de quién fïaba
245
mi honor y mis pensamientos?
MARCELA
Pues ¿qué te han dicho de mí,
sabiendo tú que profeso
la lealtad que tú mereces?
DIANA
¿Tú lealtad?
MARCELA
¿En qué te ofendo?
DIANA
250
¿No es ofensa que en mi casa
y dentro de mi aposento
entre un hombre a hablar contigo?
MARCELA
Está Teodoro tan necio
que dondequiera me dice
255
dos docenas de requiebros.
DIANA
¿Dos docenas? ¡Bueno, a fe!
Bendiga el buen año el cielo,
pues se venden por docenas.
MARCELA
Quiero decir que, en saliendo
260
o entrando, luego a la boca
traslada sus pensamientos.
DIANA
¿Traslada? ¡Término estraño!
¿Y qué te dice?
MARCELA
No creo
que se me acuerde.
DIANA
Sí hará.
MARCELA
265
Una vez dice: «Yo pierdo
el alma por esos ojos»;
otra: «Yo vivo por ellos;
esta noche no he dormido
desvelando mis deseos
270
en tu hermosura»; otra vez
me pide solo un cabello
para atarlos, porque estén
en su pensamiento quedos,
mas ¿para qué me preguntas
275
niñerías?
DIANA
Tú, a lo menos,
bien te huelgas.
MARCELA
No me pesa,
porque de Teodoro entiendo
que estos amores dirige
a fin tan justo y honesto
280
como el casarse conmigo.
DIANA
Es el fin del casamiento
honesto blanco de amor.
¿Quieres que yo trate desto?
MARCELA
¡Qué mayor bien para mí!
285
Pues ya, señora, que veo
tanta blandura en tu enojo
y tal nobleza en tu pecho,
te aseguro que le adoro,
porque es el mozo más cuerdo,
290
más prudente y entendido,
más amoroso y discreto,
que tiene aquesta ciudad.
DIANA
Ya sé yo su entendimiento
del oficio en que me sirve.
MARCELA
295
Es diferente el sujeto
de una carta, en que le pruebas
a dos títulos tus deudos,
o el verle hablar más de cerca,
en estilo dulce y tierno,
300
razones enamoradas.
DIANA
Marcela, aunque me resuelvo
a que os caséis cuando sea
para ejecutarlo tiempo,
no puedo dejar de ser
305
quien soy, como ves que debo
a mi generoso nombre,
porque no fuera bien hecho
daros lugar en mi casa.
Sustentar mi enojo quiero;
310
pues que ya todos le saben,
tú podrás con más secreto
proseguir ese tu amor,
que en la ocasión yo me ofrezco
a ayudaros a los dos,
315
que Teodoro es hombre cuerdo
y se ha crïado en mi casa
y a ti, Marcela, te tengo
la obligación que tú sabes,
y no poco parentesco.
MARCELA
320
A tus pies tienes tu hechura.
DIANA
Vete.
MARCELA
Mil veces los beso.
DIANA
Dejadme sola.
ANARDA
¿Qué ha sido?
MARCELA
Enojos en mi provecho.
DOROTEA
¿Sabe tus secretos ya?
MARCELA
325
Sí sabe, y que son honestos.
(Háganle tres reverencias y váyanse.)
DIANA
(Sola.)
Mil veces he advertido en la belleza,
gracia y entendimiento de Teodoro,
que, a no ser desigual a mi decoro,
estimara su ingenio y gentileza.
330
Es el amor común naturaleza,
mas yo tengo mi honor por más tesoro,
que los respetos de quien soy adoro
y aun el pensarlo tengo por bajeza.
La envidia bien sé yo que ha de quedarme,
335
que, si la suelen dar bienes ajenos,
bien tengo de qué pueda lamentarme,
porque quisiera yo que, por lo menos,
Teodoro fuera más para igualarme
o yo, para igualarle, fuera menos.

MARCELA Y TEODORO
(Sale MARCELA .)
MARCELA
1795
¡Qué mal que finge amor quien no le tiene!
¡Qué mal puede olvidarse amor de un año!
Pues mientras más el pensamiento engaño,
más atrevido a la memoria viene.
Pero si es fuerza y al honor conviene,
1800
remedio suele ser del desengaño
curar el propio amor amor estraño,
que no es poco remedio el que entretiene.
Mas, ¡ay!, que imaginar que puede amarse
en medio de otro amor es atreverse
1805
a dar mayor venganza por vengarse.
Mejor es esperar que no perderse,
que suele alguna vez, pensando helarse,
amor con los remedios encenderse.
TEODORO
¿Marcela?
MARCELA
¿Quién es?
TEODORO
Yo soy.
1810
¿Así te olvidas de mí?
MARCELA
Y tan olvidada estoy
que a no imaginar en ti
fuera de mí misma voy,
porque si en mí misma fuera,
1815
te imaginara y te viera,
que, para no imaginarte,
tengo el alma en otra parte,
aunque olvidarte no quiera.
¿Cómo me osaste nombrar?
1820
¿Cómo cupo en esa boca
mi nombre?
TEODORO
Quise probar
tu firmeza, y es tan poca
que no me ha dado lugar.
Ya dicen que se empleó
1825
tu cuidado en un sujeto
que mi amor sostituyó.
MARCELA
Nunca, Teodoro, el discreto
mujer ni vidrio probó.
Mas no me des a entender
1830
que prueba quisiste hacer;
yo te conozco, Teodoro,
unos pensamientos de oro
te hicieron enloquecer.
¿Cómo te va? ¿No te salen
1835
como tú los imaginas?
¿No te cuestan lo que valen?
¿No hay dichas que las divinas
partes de tu dueño igualen?
¿Qué ha sucedido? ¿Qué tienes?
1840
Turbado, Teodoro, vienes.
¿Mudose aquel vendaval?
¿Vuelves a buscartu igual,
o te burlas y entretienes?
Confieso que me holgaría
1845
que dieses a mi esperanza,
Teodoro, un alegre día.
TEODORO
Si le quieres con venganza,
¿qué mayor, Marcela mía?
Pero mira que el amor
1850
es hijo de la nobleza;
no muestres tanto rigor,
que es la venganza bajeza
indigna del vencedor.
Venciste; yo vuelvo a ti,
1855
Marcela, que no salí
con aquel mi pensamiento.
Perdona el atrevimiento
si ha quedado amor en ti,
no porque no puede ser
1860
proseguir las esperanzas
con que te pude ofender,
mas porque en estas mudanzas
memorias me hacen volver.
Sean, pues, estas memorias
1865
parte a despertar la tuya,
pues confieso tus vitorias.
No quiera Dios que destruya
MARCELA
los principios de tus glorias.
Sirve, bien haces; porfía,
1870
no te rindas, que dirá
tu dueño que es cobardía.
Sigue tu dicha, que ya
voy prosiguiendo la mía.
No es agravio amar a Fabio
1875
pues me dejaste, Teodoro,
sino el remedio más sabio,
que aunque el dueño no mejoro
basta vengar el agravio.
Y quédate a Dios, que ya
1880
me cansa el hablar contigo,
no venga Fabio, que está
medio casado conmigo.
TEODORO
Tenla, Tristán, que se va.
TRISTÁN
Señora, señora, advierte
1885
que no es volver a quererte
dejar de haberte querido:
disculpa el buscarte ha sido,
si ha sido culpa ofenderte.
Óyeme, Marcela, a mí.
DIANA Y TEODORO

TEODORO
Un hora he estado leyendo
tu papel y, bien mirado,
2150
señora, tu pensamiento,
hallo que mi cobardía
procede de tu respeto,
pero que ya soy culpado
en tenerle, como necio,
2155
a tus muchas diligencias,
y así, a decir me resuelvo
que te quiero, y que es disculpa
que con respeto te quiero.
Temblando estoy, no te espantes.
DIANA
2160
Teodoro, yo te lo creo.
¿Por qué no me has de querer
si soy tu señora y tengo
tu voluntad obligada,
pues te estimo y favorezco
2165
más que a los otros crïados?
TEODORO
Ese lenguaje no entiendo.
DIANA
No hay más que entender, Teodoro,
ni pasar el pensamiento
un átomo desta raya.
2170
Enfrena cualquier deseo,
que de una mujer, Teodoro,
tan principal, y más siendo
tus méritos tan humildes,
basta un favor muy pequeño
2175
para que toda la vida
vivas honrado y contento.
TEODORO
Cierto que vuseñoría,
perdóneme si me atrevo,
tiene en el jüicio a veces,
2180
que no en el entendimiento,
mil lúcidos intervalos.
¿Para qué puede ser bueno
haberme dado esperanzas
que en tal estado me han puesto?
2185
Pues del peso de mis dichas
caí, como sabe, enfermo
casi un mes en una cama
luego que tratamos desto.
Si cuando vee que me enfrío
2190
se abrasa de vivo fuego,
y cuando vee que me abraso
se yela de puro yelo,
dejárame con Marcela.
Mas viénele bien el cuento
2195
del perro del hortelano:
no quiere, abrasada en celos,
que me case con Marcela
y, en viendo que no la quiero,
vuelve a quitarme el jüicio
2200
y a despertarme si duermo.
Pues coma o deje comer,
porque yo no me sustento
de esperanzas tan cansadas,
que si no, desde aquí vuelvo
2205
a querer donde me quieren.
DIANA
Eso no, Teodoro, advierto
que Marcela no ha de ser.
En otro cualquier sujeto
pon los ojos, que en Marcela
2210
no hay remedio.
TEODORO
¿No hay remedio?
Pues ¿quiere vuseñoría
que si me quiere y la quiero
han de aprobar voluntades?
¿Tengo yo de tener puesto
2215
a donde no tengo gusto
mi gusto por el ajeno?
Yo adoro a Marcela, y ella
me adora, y es muy honesto
este amor.
DIANA
¡Pícaro infame!
2220
¡Haré yo que os maten luego!
TEODORO
¿Qué hace vuseñoría?
DIANA
Daros por sucio y grosero
estos bofetones.

La vida es sueño
Pedro Calderón de la Barca

ACTO PRIMERO
ROSAURA: ¿No es breve luz aquella
caduca exhalación, pálida estrella,
que en trémulos desmayos
pulsando ardores y latiendo rayos,
hace más tenebrosa
la obscura habitación con luz dudosa?
Sí, pues a sus reflejos
puedo determinar, aunque de lejos,
una prisión obscura;
que es de un vivo cadáver sepultura;
y porque más me asombre,
en el traje de fiera yace un hombre
de prisiones cargado
y sólo de la luz acompañado.
Pues huír no podemos,
desde aquí sus desdichas escuchemos.
Sepamos lo que dice.

Descúbrese SEGISMUNDO con una cadena y la luz vestido de pieles

SEGISMUNDO:¡Ay mísero de mí, y ay infelice!


Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo.
Aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido;
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
--dejando a una parte, cielos,
el delito del nacer--,
¿qué más os pude ofender,
para castigarme más?
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
que no yo gocé jamás?
Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma,
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que dejan en calma;
¿y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad?
Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas
--gracias al docto pincel--,
cuando, atrevido y crüel,
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto;
¿y yo, con mejor instinto,
tengo menos libertad?
Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas bajel de escamas
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;
¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?
Nace el arroyo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de las flores la piedad
que le dan la majestad
del campo abierto a su huída;
¿y teniendo yo más vida,
tengo menos libertad?
En llegando a esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera sacar del pecho
pedazos del corazón.
¿Qué ley, justicia o razón
negar a los hombres sabe
privilegios tan süave
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?
ROSAURA: Temor y piedad en mí
sus razones han causado.
SEGISMUNDO:¿Quién mis voces ha escuchado?
¿Es Clotaldo?
CLARÍN: Di que sí.
ROSAURA: No es sino un triste, ¡ay de mí!,
que en estas bóvedas frías
oyó tus melancolías.

La andaluza ladrona
Paso de Lope de Rueda

ANDALUZA.- Y en el entretanto es menester buscar para el mantenimiento


pero, ¿Qué digo?, un hombre me parece que esta escuchando. Aguardad, que
yo le haré una burla con esta bolsa.
GARGULLO.- (¡Valga el diablo a tan extraño hábito! ¿Es hombre o mujer? Un
intérprete es menester para entenderlo.)
ANDALUZA.- Cuando hurté esta bolsa con todos estos ducados no me vio
nadie. Fortuna me ha favorecido esta vez.
GARGULLO.- (Hurto es éste, por los santos de dios)
ANDALUZA.- Los diamantes y rubíes, y las cuatro mil coronas que vienen
dentro, valen un tesoro.
GARGULLO.- (¿Qué es aquesto? Pues bien lo oigo, que no estoy sordo).
ANDALUZA.- El mercader de quien es la bolsa, me ha de buscar por toda la
ciudad, por que al tiempo que la hurté no había persona en toda la tienda.
GARGULLO.- (Estate quedo, Gargullo, que la presa es tuya tente, tente).
ANDALUZA.- Bien será esconderla aquí que no pasa persona nacida, hasta
que pase el peligro de la justicia. Y, en siendo pasado, la he de sacar e iré con
ella hasta Andalucía.
GARGULLO.- (¿Iré…, no iré…? ¿Voy o no voy? Tente, Gargullo.)
ANDALUZA.- ¡Ay! Un hombre veo allá; parece que me ha visto. Mal partido
será dejarla al peligro. Quiero tornar y sacar mi bolsa.

GARGULLO.- Estate queda, ladrona; ¿Qué hacías aquí?

ANDALUZA.- Estate quedo; burla si achi, burla si achi ¿qué quieres tú de


mí? ¿Qué quieres?
GARGULLO.- ¡Ah! Burla si achi, burla si achi ¿tú no lo sabes? Dame la bolsa
del mercader, ladrona ¿Dónde la escondiste?

ANDALUZA.- ¿Yo? ¿Qué bolsa? ¿Qué mercadante? ¿Te burlas de mí?

GARGULLO.- ¡Ah! ¿Te burlas de mí? No tienes vergüenza. Anda acá delante
del corregidor y allá darás la cuenta.
ANDALUZA.- Estate quedo, no me impidas mi camino ni me estorbes mi
trabajo, hombre honrado, hombre honrado.
GARGULLO.- ¡Ah! ¿Hombre honrado, hombre honrado? Anda acá, hermana,
no des voces, que yo soy mozo del mercader de quién es la bolsa y vengo en
tu seguimiento.
ANDALUZA.- ¡Ay, hermano! Por amor de dios, ya que sabes el negocio, no lo
descubras, si no deja estar la bolsa donde tú viste que la puse y después
partiremos la mitad para ti y la mitad para mí.
GARGULLO.- Que me place, hermana. Yo callaré. Partámosla y soy contento.
ANDALUZA.- Pues, hermano, hazme un placer, que en tanto que pasa el
peligro de la justicia, que me prestes algunos dineros.
GARGULLO.- Toma, ahí tienes un escudo que ahora lo acabé de coger a mi
amo.
ANDALUZA.- Poquito hay aquí y tengo mucha gente.
GARGULLO.- Hazme hecho tanta lástima, que te daré las entrañas ¿Ves aquí
esta cadena? Véndela y avíate con la bendición de dios.
ANDALUZA.- ¡Ah! Dios te de salud, hermano. Mira, amigo yo querría que por
amor de Dios no toques la bolsa hasta que yo vuelva.
GARGULLO.- Guárdeme dios. No, no, no la tocaré yo te lo prometo por esta
anima pecadora. Con lo que es mío me ayude dios, que lo ajeno no lo quiero.
ANDALUZA.- Ven acá. Hermano; ¿Dónde es tu posada?
GARGULLO.- ¿Sabes la plaza Pelliceros?
ANDALUZA.- Si, muy bien.
GARGULLO.- Aguarda, que no es ahí mi posada.
ANDALUZA.- Pues ¿dónde?
GARGULLO.- ¿Sabes la placeta de las Moscas?
ANDALUZA.- Esa no.
GARGULLO.- No, no lo sabrás ¿Sabes la calle de los Asnos?
ANDALUZA.- Si se.
GARGULLO.- Pues tampoco vivo ahí, sino vete al portal del cojo y pregunta
por un zapatero nuevo que se dice maese Córdoba; y en un poyo que esta
junto a su casa, siéntate allí hasta que yo vaya.
ANDALUZA.- Pues, hermano, por amor de dios, por que vaya sin peligro de la
justicia, que me prestes la capa hasta que yo vuelva, porque no sea conocida.
GARGULLO.- Toma, hermana, y avíate.
ANDALUZA.- Mira que te torno a avisar que no toques la bolsa hasta que
vuelva.
GARGULLO.- Guárdenos dios del diablo. Se que cumplir había mi palabra,
siendo hijo del mas honrado boticario que hay en Castilleja de la cuesta.
ANDALUZA.- ¡Sus! Queda a dios.
GARGULLO.- Y él te guié.
Allá va; de tal suerte va, que, si se esconde, no basta para descubrirla toda el
arte mágica. Ora, ¡sus!, yo me quiero detener un poco antes de sacar el
venturoso tesoro, porque si la mujer volviere, me halle verdadero y observador
de mi palabra.
Ea, vecinos, vecinos, los que andáis haciendo cercos y conjuros por hallar los
escondidos tesoros, acudid al venturosísimo Gargullo, el cual, hoy, sin cerco ni
conjuro y sin hábito de nigromante, descubrirá un tal tesoro con que
permanezca rico para todos los días de su vida. Ahora, entretanto, quiero
pensar que tengo de hacer de tanto dinero. Lo primero que haré será hacer
unas casas en lo mejor de esta ciudad. Haré que me pongan a punto un lindo
coche en que me pasee, y los caballos que le tiraran, blancos. Haré vestir mis
criados de mi librea, que será rojo y blanco, significando rubíes y diamantes.
Haré matar todos mis parientes, porque, viéndome tan rico, no me codicien la
muerte y también porque no sepan de mi linaje. Cuando fuere por la calle,
llevaré un paso grave y muy gallardo. Porque, como dicen, en este mundo ten
dineros, que ese es el valer.
Ora no puedo mas detenerme aquí en palabras, sino sacar el venturoso tesoro.
¡helo, helo! Ea, dioses celestes, encended grandes luminarias. ¡Ea, Gargullo,
hela, hela donde asoma!
¡Ay, bendito sea dios todo poderoso! ¡Ay, escorias son y carbones son, por los
santos de dios! ¡Carbones y escorias me cuestan un escudo y una cadena y
capa y gorra! ¡Gentil mercader soy por el cielo! ¡Oh, saquillo de carbones! !Oh,
pobre de ti Gargullo, como te has dejado engañar de una gitana! ¿No sabía yo
que era aquella una ladrona? Verdaderamente yo he merecido hoy la principal
cadenas de los locos.

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