Análisis de Textos

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Instrucciones: análisis textos de poetas de la Edad Moderna.

1. A continuación se transcriben dos poemas de cada uno de los poetas


sugeridos.
2. Selecciona un poema por autor: uno de Garcilaso, uno de Góngora, uno de
Quevedo y uno de Sor Juana Inés.
3. Realiza un análisis semántico, es decir del contenido de cada poema que
escogiste.
4. En tu análisis te puedes apoyar con fragmentos del poema seleccionado
para argumentar tu interpretación.
5. Puedes señalar algunas figuras literarias presentes en tu poema
seleccionado.
6. Recuerda que debe ser una interpretación personal.

Dos poemas de Francisco de Quevedo

Definición de amor

Es hielo abrasador, es fuego helado,


es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.

Es un descuido que nos da cuidado,


un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.

Es una libertad encarcelada,


que dura hasta el postrero paroxismo;
enfermedad que crece si es curada.
Éste es el niño Amor, éste es su abismo.
Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo.

A un hombre de gran nariz

Érase un hombre a una nariz pegado,


Érase una nariz superlativa,
Érase una alquitara medio viva,
Érase un peje espada mal barbado;

Era un reloj de sol mal encarado.


Érase un elefante boca arriba,
Érase una nariz sayón y escriba,
Un Ovidio Nasón mal narigado.

Érase el espolón de una galera,


Érase una pirámide de Egito,
Los doce tribus de narices era;

Érase un naricísimo infinito,


Frisón archinariz, caratulera,
Sabañón garrafal morado y frito.

Francisco de Quevedo
(1580-1645)
Dos poemas de Luis de Góngora

A los celos

¡Oh niebla del estado más sereno,


Furia infernal, serpiente mal nacida!
¡Oh ponzoñosa víbora escondida
De verde prado en oloroso seno!

¡Oh entre el néctar de Amor mortal veneno,


Que en vaso de cristal quitas la vida!
¡Oh espada sobre mí de un pelo asida,
De la amorosa espuela duro freno!

¡Oh celo, del favor verdugo eterno!,


Vuélvete al lugar triste donde estabas,
O al reino (si allá cabes) del espanto;

Mas no cabrás allá, que pues ha tanto


Que comes de ti mesmo y no te acabas,
Mayor debes de ser que el mismo infierno.

Ni este monte, este aire, ni este río

Ni en este monte, este aire, ni este río


Corre fiera, vuela ave, pece nada,
De quien con atención no sea escuchada
La triste voz del triste llanto mío;

Y aunque en la fuerza sea del estío


Al viento mi querella encomendada,
Cuando a cada cual de ellos más le agrada
Fresca cueva, árbol verde, arroyo frío,
A compasión movidos de mi llanto,
Dejan la sombra, el ramo y la hondura,
Cual ya por escuchar el dulce canto

De aquel que, de Strimón en la espesura,


Los suspendía cien mil veces. ¡Tanto
Puede mi mal, y pudo su dulzura!

Luis de Góngora

(1561-1627)

Dos poemas de Garcilaso de la Vega

Soneto V – Escrito está en mi alma vuestro gesto

Escrito está en mi alma vuestro gesto,


y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto;


que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;


mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero
Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.

Soneto VII – No pierda más quien ha tanto perdido…

No pierda más quien ha tanto perdido,


bástate, amor, lo que ha por mí pasado;
válgame agora jamás haber probado
a defenderme de lo que has querido.

Tu templo y sus paredes he vestido


de mis mojadas ropas y adornado,
como acontece a quien ha ya escapado
libre de la tormenta en que se vido.

Yo había jurado nunca más meterme,


a poder mío y mi consentimiento,
en otro tal peligro, como vano.

Mas del que viene no podré valerme;


y en esto no voy contra el juramento;
que ni es como los otros ni en mi mano.

Garcilaso de la Vega

(1503-1536)
Dos poemas de Sor Juana Inés de la Cruz

Hombres necios que acusáis

Hombres necios que acusáis


a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:

si con ansia sin igual


solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Dan vuestras amantes penas


a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido


en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,


aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?
Pues, ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Quéjase de la suerte

¿En perseguirme, mundo, qué interesas?


¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?

Yo no estimo tesoros ni riquezas,


y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi entendimiento
que no mi entendimiento en las riquezas.

Yo no estimo hermosura que vencida


es despojo civil de las edades
ni riqueza me agrada fementida,

teniendo por mejor en mis verdades


consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.

Sor Juana Inés de La Cruz

(entre 1491 y 1503-1695)

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