La Ciencia de Cambiar Los Nombres
La Ciencia de Cambiar Los Nombres
La Ciencia de Cambiar Los Nombres
Encontrar a Nicanor Parra en el andar por el sendero artístico de las letras es inevitable. Por
muchas razones: con toda su frivolidad, los algoritmos de las redes sociales son expertos en
enterarse de nuestros secretos más ocultos. Pero también, la enorme contribución de Parra
es indiscutible. Porque las inteligencias artificiales detrás de los algoritmos fueron
alimentadas con la obra completa de éste y muchos otros gigantes.
La contribución más relevante es, para mí, la antipoesía. No intento en este texto dilucidar
lo que esto significa. Solo quiero compartir lo que pienso del antipoema que considero la
síntesis de su propuesta: “Cambios de nombre”.
Y es desde el titulo mismo, que, Nicanor nos plantea de que va el asunto. El texto inicia con
los siguientes tres versos:
Mi posición es ésta:
El poeta no cumple su palabra
Si no cambia los nombres de las cosas.
Nicanor hace mofa del principio de que sin retorica no hay poema. Si no altera el sentido de
las palabras, si no encuentra forma innovadora de combinar palabras sencillas y conocidas,
brindándoles un nuevo significado, falla a su palabra el poeta. Falla a su materia prima.
Y llegan los versos séptimo al décimo, el centro de su antipoema:
El noveno verso, nos remonta a la Gatomaquia. Con un guiño: el nombre usado por Lope
de Vega para su protagonista fue Micifuf. He aquí un cambio de nombre, el coloquial
supliendo al correcto, un poco más complicado de pronunciar. El décimo verso, en unión
con el anterior, reverbera el tema del siglo XVII. Tres años antes de su término, Charles
Perrault publica Cuentos de Mama Ganso, que incluye El gato con botas, y Pulgarcito, con
sus botas de siete leguas. Botas que permitían al que las calzaba caminar esa distancia en
cada paso. Absoluta exageración, pero insuficiente para Nicanor, quien las eleva a cuarenta.
De la Gatomaquia, por las similitudes en título, temática y tono, se nos viene a la mente la
Batracomiomaquia. La Guerra de los ratones y las ranas, obra de autor incierto, fue
publicada alrededor del siglo VI a. C. tiempo en el que las conquistas persas inician el
declive del antiguo Egipto. Donde, el sol fue venerado como el dios Ra y los gatos eran
considerados protectores divinos, por su proclividad a alimentarse de ratones; estos últimos,
fuente de numerosas enfermedades.
Y, retomando lo del calzado, viene la segunda estrofa; que, inicia con los versos onceavo al
decimotercero:
¿Mis zapatos parecen ataúdes?
Sepan que desde hoy en adelante
Los zapatos se llaman ataúdes.
Aquí me pierdo un poco. Alguien más, en su análisis, menciona el olor fétido de algunos
pies. Equiparándolos así, a la carne putrefacta de un cadáver. Ergo, los zapatos son ataúdes.
Pienso que, si pudiéramos preguntar a Nicanor, “¿Por qué hay que llamar ataúdes a los
zapatos?” La respuesta sería un tajante: porque sí.
Enseguida, los versos decimocuarto al decimosexto:
No hay poeta sin diccionario, de forma que palabras del lenguaje cotidiano y directo
puedan ser sustituidas por otras más pomposas y, por lo tanto, más adecuadas a la poesía.
Finalmente, el tema religioso. Parra fue, además de un gran hombre de letras, un hombre de
ciencia, al haber estudiado Física. Un “raro inventor”, lo llama la Biblioteca Nacional de
Chile, en su entrada biográfica dedicada a Nicanor. Me tomo la libertad de afirmar, sin
pruebas, que la poesía era su religión. Y que nos dice: cada uno haga como mejor le
parezca.