(Blade Runner 01) Historia Del Futuro

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Es el año 2019.

El mundo está superpoblado, decadente, mecanizado. Esclavos androides,


programados para vivir sólo cuatro años, son maravillas tecnológicas: fuertes,
inteligentes, físicamente indistinguibles de los humanos.
A este mundo llega una banda de androides rebeldes desesperados por
encontrar al cerebro que los construyó. Empeñados en expandir su esperanza
de vida, utilizarán toda su fuerza y astucia superhumanas para detener cualquier
cosa, o persona, que se ponga en su camino.
La gente ordinaria no es rival para ellos, ni la policía. Éste es un trabajo para
sólo un hombre: Rick Deckard, blade runner.
Blade Runner
Una historia del futuro
Adaptación de la historia por
Les Martin
Título original: Blade Runner: A Story of the Future
Adaptación de la historia por Les Martin
Del guion de Hampton Fancher y David Peoples
Basada en la novela original ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? de Philip K. Dick
Dirigida por Ridley Scott
Producida por Michael Deeley
Publicación del original: 1982

Traducida por Pablo Martínez Salazar (mepesalalg)


A partir de la narración en audiolibro de Amy Mullin
Revisión: …
Maquetación: Bodo-Baas
Versión 1.0
10.06.21
Base LSW v2.22
Blade Runner: Una historia del futuro

DECLARACIÓN
Todo el trabajo de traducción, revisión y maquetación de este guión ha sido realizado por
admiradores de Blade Runner y con el único objetivo de compartirlo con otros
hispanohablantes.
Este trabajo se proporciona de forma gratuita para uso particular. Puedes compartirlo
bajo tu responsabilidad, siempre y cuando también sea en forma gratuita, y mantengas
intacta tanto la información en la página anterior, como reconocimiento a la gente que ha
trabajado por este libro, como esta nota para que más gente pueda encontrar el grupo de
donde viene. Se prohíbe la venta parcial o total de este material.
Este es un trabajo amateur, no nos dedicamos a esto de manera profesional, o no lo
hacemos como parte de nuestro trabajo, ni tampoco esperamos recibir compensación
alguna excepto, tal vez, algún agradecimiento si piensas que lo merecemos. Esperamos
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Les Martin

Blade Runner: Una Historia del Futuro es un libro de 1982 de Les Martin. Es una
novelización de Blade Runner, que a su vez estaba libremente basada en ¿Sueñan los
Androides con Ovejas Eléctricas? de Philip K. Dick.
Al mismo Dick se le habían ofrecido inicialmente $400.000 por escribir una
novelización de la película, pero él rehusó, pues los productores querían que atrajese a un
público más joven. ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? pronto fue reimpresa
bajo el título Blade Runner, con el título original utilizado como subtítulo. Finalmente,
Les Martin fue contratado para escribir una adaptación en libro de la película.

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Blade Runner: Una historia del futuro

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Les Martin

CAPÍTULO 1
El enorme dirigible se movía sobre la ciudad. Por debajo, un millón de luces parpadeaban
en el brumoso aire nocturno mientras chimeneas industriales arrojaban llamas.
Tenuemente visibles a través de la neblina había dos enormes edificios, pirámides de
cima plana de ochocientos pisos de altura. Eran la sede de la Corporación Tyrell.
Silenciosas e impresionantes, empequeñeciendo los rascacielos estropeados que
quedaban del Siglo XX, se elevaban por encima de los barrios decadentes y las atestadas
calles iluminadas de neón, como templos colosales a un dios alienígena.
Estos grandes edificios eran los últimos suspiros de progreso en EE.UU. en el año
2019. Habían sido terminados justo antes de que los líderes de EE.UU. y el resto del
mundo por fin admitiesen que se acababa el tiempo para la civilización como la habían
hecho en la Tierra. Quedaba muy poco aire bueno y muy pocos recursos naturales. Sólo
había una manera de apartar el colapso total. Los estridentes altavoces superpotentes
bramaron su mensaje a la horda de humanidad que llenaba la ciudad:
—¡Atención! A todo el que quiera una vida mejor para sí mismo y sus hijos.
¡Atención! A todo el que pueda cumplir nuestros simples criterios de salud, edad y
capacidad, ¡le ofrecemos la oportunidad definitiva! Paga máxima, promoción automática,
un clima de estilo californiano completamente controlado, fabulosas áreas de recreo
llenas de diversión, y ahora, como una bonificación muy especial, le ofrecemos,
absolutamente libre de cargo, la generación más nueva y mejor hasta ahora de nuestra
maravillosa fuerza laboral hecha por el hombre. ¡Sí, puede usted ser el orgulloso y feliz
propietario de su propio replicante Nexus de Corporación Tyrell en la talla, color y sexo
de su elección, para servir todos sus deseos y necesidades en nuestras nuevas grandes
colonias espaciales Domínguez y Shimata!
Rick Deckard oyó el mensaje del dirigible mientras se sentaba comiendo pescado
crudo con arroz en un bar de comida al aire libre. La voz grabada cortaba a través del
estruendo de bocinazos y motores acelerando en la calle y el parloteo de chino, japonés,
español e inglés ocasional a su alrededor.
Cuando Deckard oyó «replicante Nexus» se paró con los palillos a medio camino
hacia su boca, perdiendo el apetito de repente. ¿Cómo eran, se preguntaba Deckard, los
replicantes más nuevos, o reps, o robots, o androides, o pellejudos, o como se quisiera
llamarlos cuando salían de las líneas de ensamblaje, cada nuevo modelo más parecido a
la vida que el anterior? ¿Cuán difícil era ahora controlarlos, cuán difícil era atraparlos
cuando se liberaban? ¿Cuán difícil era distinguirlos cuando fingían ser humanos? ¿Cuán
difícil era matarlos?
Deckard intentó dejar de preguntarse. Miró su pescado crudo. No quería imaginarse
cómo sería acabar con el último modelo de Nexus. El último rep escapado que había
cazado era un Nexus 3; hasta ese modelo temprano lo puso malo del estómago cuando
murió. Era demasiado cercano a ver morir a una persona real, y desde entonces la
Corporación Tyrell había mantenido a sus mejores cerebros trabajando horas extra para

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Blade Runner: Una historia del futuro

seguir ofreciendo los esclavos humanoides más parecidos a la vida en el mercado,


dirigidos a la gente dispuesta a dar el gran salto fuera del planeta. La línea Nexus de
Tyrell era la gran razón por la que EE.UU. permanecía como número uno en la carrera
mundial por establecerse en el espacio exterior.
Deckard se alegraba de haber dimitido cuando lo hizo. No quería volver a apagar el
interruptor de un androide nunca más. Que los policías contratasen a otro para hacer su
trabajo sucio, para tratar con el peligro del que no querían que el público supiese nada.
Que pagasen su maldito dinero a otro blade runner. Ése era su nombre para él, en vez de
cazarrecompensas o sicario. Sonaba mejor, supuso; más limpio, como si estuviesen
utilizando alguna clase de eficiente máquina brillante. Podían olvidar lo problemático que
podía ser volar a un pellejudo y cómo hacía sentir a un hombre. Él no podía.
Deckard estaba ahí sentado, encajado entre un oriental arrugado y un joven latino
inclinado, sintiéndose totalmente solo, un detective independiente sin ningún trabajo, un
hombre duro con un peligroso punto débil.
De repente, Deckard ya no estaba solo. Alguien le dio unos golpecitos bruscos en el
hombro.
Dio la vuelta en su asiento, después se quedó inmóvil. Estaba mirando a dos enormes
policías de uniforme negro, con visores ocultándoles las caras. Con ellos estaba un
japonés con bigote corto. Su sombrero de copa, su traje lujoso y su corbata alegre hacían
que la propia gabardina marrón insulsa de Deckard, su camisa a cuadros, su corbata de
lana y sus pantalones sin planchar pareciesen listos para la pila de basura. El hombre
hasta llevaba un elegante bastón, pero «policía» brillaba en sus ojos como un faro.
Su acento era tan denso como la niebla. Deckard apenas podía entender las palabras
que recitaba.
—Se requiere que me acompañe, señor. Si no cumple con esta petición oficial, estaré
obligado a ejercer mi autoridad.

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Les Martin

—Lo siento, amigo —dijo Deckard—. No comprendo1. Intenta aprender inglés. Es


práctico para tratar con los nativos. —Deckard volvió a su comida.
—Dice usted bajo arresto. Vaya con él —dijo el hombre chino del mostrador—. No
problemas aquí. Vaya rápido.
Deckard se volvió hacia los policías.
—Tenéis al tipo equivocado. Marchaos, estoy comiendo. O quizá queráis uniros a mí.
Recomiendo las cabezas de pescado. Las mejores de la ciudad.
—Usted no tipo equivocado —dijo el japonés—. Usted el que llaman hombre
espectro. Usted el que llaman Sr. Noche. Usted el mejor blade runner en la profesión.
Capitán Bryant dice llevarlo ante él. Bryant dice, si usted desagradable, bien que yo no
sea tan amable. Bryant dice llevarlo aunque tenga que servirlo como pescado crudo.
Los dos policías uniformados se acercaron.
—Bryant, ¿eh? —dijo Deckard—. Enhorabuena. Acabas de decir la palabra mágica.
Funciona incluso mejor que «por favor» —se levantó, el cuenco en una mano, los palillos
en la otra—. No hagamos esperar al capitán.
Los policías empujaron a Deckard en su coche. Era un pulcro rotador nuevo, su metal
muy pulido, su burbuja de cristal brillando. El conductor presionó el botón de arranque.
Instantáneamente el propulsor de estilo de helicóptero en la parte trasera empezó a rugir.
El rotador se elevó por encima del alocado colchón de aglomeración de coches y
camiones, furgonetas y motocicletas. Aceleró en una línea recta a través del aire hacia un
edificio brillante en el horizonte. Deckard conocía bien el edificio: la jefatura de policía.

1
En español en el original (N. del T.)

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Blade Runner: Una historia del futuro

CAPÍTULO 2
Bryant no se molestó en levantarse cuando el japonés llevó a Deckard a su oficina. Ni
siquiera se molestó en parecer complacido. Sólo dijo:
—Bien, Gaff, puedes dejarlo aquí conmigo. Lárgate.
El hombre llamado Gaff le dio a Deckard una última mirada afilada como un cuchillo
y se fue.
—Buen chico tienes ahí —dijo Deckard.
—¿Gaff? —dijo Bryant—. No demasiado afable, pero hace su trabajo. No habrías
venido si sólo te hubiese enviado por correo una invitación. Siéntate, Deckard. Descansa
los pies.
Deckard se quedó de pie.
—No juguemos, Deckard —dijo Bryant—. No tengo la energía, y tú no tienes el
tiempo. Tengo a cuatro pellejudos pateando las calles que son tu caza. Mataron a 23
personas cuando se soltaron en Domínguez. Secuestraron una lanzadera espacial.
Encontramos la lanzadera en el desierto a cien millas de aquí… vacía.
—Qué embarazoso —dijo Deckard—. ¿Qué pensará la gente? Compadezco a los
bufones que idearon la nueva campaña publicitaria de fuera del planeta. Un rep que
puede volverse y matar a su amo será difícil de vender como un esclavo ideal.
—No va a ser embarazoso en absoluto —dijo Bryant—, porque nadie va a averiguar
sobre esos pellejudos, porque vas a encontrarlos primero y vas a ventilártelos.
—Prueba usando a Holden —dijo Deckard—. Es bueno.
—No está en tu liga —dijo Bryant—. No tiene tu clase de magia. De todos modos, sí
que probamos con él. Identificó a uno de ellos trabajando justo en el laboratorio de
Tyrell. El problema fue que el pellejudo también descubrió a Holden. Holden todavía
puede respirar, siempre que los médicos no lo desenchufen.
—Usa a Gaff, entonces —dijo Deckard—. Parece ansioso.
—Obtendrás paga doble —dijo Bryant—, y gastos.
—De ninguna manera —dijo Deckard—. He terminado. Te lo dije después de la
última vez.
Bryant sacudió la cabeza lentamente, como si hasta le doliese hacerlo. Bryant era un
hombre grande y calvo de mediana edad. Parecía una bola que se hubiese puesto
demasiado gorda. Tenía un mal estómago, un hígado podrido, un corazón holgazán. El
esfuerzo adicional le hacía sudar. No iba a malgastar palabras discutiendo.
—Sabes cómo son las cosas, Deckard. Cuando estás con nosotros, estás enchufado al
poder; cuando no estás con nosotros… —Bryant hizo un rápido y brutal movimiento de
tirón, como si estuviese arrancando un enchufe eléctrico de su encaje. No tenía que
decirse o hacerse nada más.
Deckard sabía cómo eran las cosas. Sólo había logrado olvidarlo por un momento.
Estar en el exterior hacía fácil imaginar que tenías elección, que podías decir no; pero
cuando te enfrentabas a Bryant, te enfrentabas a la verdad.

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Les Martin

Deckard se sentó.
—Bien —dijo—, infórmame de los detalles.
—Una cosa de la que estamos bastante seguros es que están en la ciudad —dijo
Bryant—. Por alguna razón están intentando entrar en el complejo de Tyrell.
Originalmente eran cinco sueltos; uno de ellos fue frito por el campo eléctrico que
protegía la Tyrell, y como decía, Holden encontró a otro que había entrado en el
laboratorio de Tyrell. Pero el pellejudo acabó con Holden y se fue.
—Con todos los sitios de la Tierra para esconderse —dijo Deckard—, ¿por qué se
dirigirían hacia Tyrell? Es el último lugar en el mundo donde estarían a salvo.
—¿Quién sabe por qué? —dijo Bryant—. ¿Quién puede descifrar lo que sucede en
esas cabezas suyas? Pero si alguien puede, eres tú, Deckard. Por eso vas a obtener el
mejor precio. Sabes cómo piensan.
—No piensan —dijo Deckard—. Sólo calculan. A veces sus cálculos se joden, eso es
todo.
—Si tú lo dices —dijo Bryant mientras pulsaba un botón. La habitación se oscureció
y toda una pared de pantallas de televisión se encendió. Aparecieron fotos de los
replicantes desaparecidos. Primero venía un hombre de pelo oscuro grueso como un
buey, sus ojos pequeños en su gran cara.
—Te presento a Leon —dijo Bryant—. Un verdadero encanto. Podría romperte el
brazo con una mano.
A continuación una morena de seis pies de altura2 con cara de muñeca.
—Zhora. Dejó tieso a su dueño con sólo una bofetada.
Después una mujer con el cuerpo de una diosa, sus rasgos perfectos enmarcados por
una masa de pelo puntiagudo de color pajizo.
—Pris. Mutiló a cinco hombres que iban tras ella.
Bryant dejó que las pantallas se pusiesen un momento en blanco.
—Ahora, aquí están las noticias realmente malas: Roy Batty.
Las pantallas se llenaron con un gigante de hombre bien plantado de pelo pálido
llevando sólo un taparrabos. Estaba haciendo flexiones con un brazo, primero un brazo,
luego el otro, cientos y cientos, sin siquiera respirar fuerte. Después estaba golpeando un
poste de acero, sus manos ensangrentándose, sin un indicio de dolor en sus ojos gris
aguanieve.
—Roy Batty es el modelo de combate Nexus 6 superior de la línea de Tyrell, un
supersoldado. Ha luchado a 1200º Fahrenheit en las Lunas Argentinas y a 800 menos en
el espacio profundo3. Ha sobrevivido a cada guerra espacial de los últimos dos años sin
un arañazo. Los de Tyrell se pasaron con él. Gracias a Dios al menos pusieron un
dispositivo de control especial dentro de los Nexus 6.
—Así que hasta Tyrell se puso nervioso —dijo Deckard. Todavía miraba a Roy
Batty, medio hipnotizado por su pura perfección—. Puedo ver por qué.

2
Unos 1,83 metros (N. del T.)
3
649 y 204ºC respectivamente. Si fuesen -800ºF, serían -462ºC ó -189ºK (N. del T.)

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Blade Runner: Una historia del futuro

—A Tyrell le preocupaba que los Nexus 6 pudiesen ser demasiado cercanos a lo


humano. Con tiempo, un Nexus 6 podría desarrollar emociones: amor, odio, ira, pena,
basura de ésa. Así que Tyrell añadió un truco; un truco realmente lindo. Después de
cuatro años, todo Nexus 6 muere. —Bryant pulsó el botón. La pantalla se oscureció y las
luces de la habitación se encendieron—. Pero todavía pueden levantar un buen infierno
entre ahora y su fecha de terminación. Muévete, Deckard.
—Una pregunta más —dijo Deckard—. ¿Cuán cercanos a lo humano son
exactamente? ¿Todavía funcionará con ellos el Voight-Kampff?
—No estamos seguros —dijo Bryant—. Pero es fácil averiguarlo. He consultado con
Tyrell. Tienen un Nexus 6 de demostración en su oficina nacional. Salta a un rotador y
compruébalo.

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Les Martin

CAPÍTULO 3
Un pequeño y hermoso búho blanco revoloteaba por la oficina del Dr. Eldon Tyrell,
fundador y cerebro guía de la enorme Corporación Tyrell.
—¿Le gusta nuestra mascota? —preguntó Rachael, la secretaria del Dr. Tyrell.
—¿Es artificial? —preguntó Deckard.
—Por supuesto que no —dijo Rachael.
—¿Caro?
—Mucho —dijo Rachael—. Quedan menos de una docena en la Tierra.
Rachael era como ese búho, pensó Deckard. Hermosa y finamente emplumada con
ropa lujosa y un peinado elegante. Era la clase de secretaria que un dignatario como
Tyrell tendría, para mostrar lo gran dignatario que era. Ahora mismo Rachael estaba
hablando de banalidades mientras esperaban que llegase su jefe.
—¿Qué opina de nuestros nuevos Nexus 6, Sr. Deckard? Espero que su trabajo no lo
predisponga contra ellos.
Deckard dio su respuesta automática:
—Los replicantes son como cualquier otra máquina. Pueden ser un beneficio o un
peligro. Cuando son un beneficio, no son asunto mío.
—¿Puedo hacerle una pregunta personal, Sr. Deckard?
—Dispare.
—¿Alguna vez ha retirado a un humano por error?
—¡No! —dijo Deckard, y se paró. Estaba tan sorprendido como Rachael por lo fuerte
que había salido la palabra. El silencio que siguió pareció aún más fuerte. Cuando el Dr.
Tyrell entró en la habitación Deckard sintió una oleada de alivio. Deckard no tenía que
preocuparse de ponerse personal con el Dr. Tyrell. Tyrell era todo negocios, desde las
punteras de sus relucientes zapatos negros hasta la parte superior de su pelo oscuro muy
corto. Tenía una barbilla como de granito, una trampa de acero por boca y ojos brillantes
tras gafas brillantes. Hasta los Nexus 3 parecían más humanos que su creador.
—¿Ha traído el Voight-Kampff? —preguntó el doctor enérgicamente.
—Justo en esta maleta —dijo Deckard—. ¿Dónde está su Nexus 6?
—¿El Voight-Kampff? —preguntó Rachael.
—Es una prueba para medir reacciones emocionales —explicó Tyrell—. Solía ser el
único modo seguro de distinguir a replicantes de humanos. Pero debo decir que ya no
estoy convencido de su fiabilidad. De hecho, Sr. Deckard, me gustaría ver un
experimento; una prueba de su prueba. Quiero ver el resultado que hace un humano antes
de que pruebe a nuestro Nexus más nuevo. Deje que Rachael lo pruebe.
—Una pérdida de tiempo —dijo Deckard.
—Deje que yo lo juzgue —dijo Tyrell.
—Si no le importa… —le dijo Deckard a Rachael.
—¿Por qué debería importarme? —dijo ella—. Será divertido.

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Blade Runner: Una historia del futuro

Una hora más tarde, cuando la prueba se acercaba a su final, la diversión para
Rachael había desaparecido. Estaba sentada con las cejas fruncidas, concentración
intensa, esperando la siguiente pregunta. Los ojos de Deckard se movieron de la pantalla
del Voight-Kampff, donde la imagen mostraba las pupilas de los ojos de Rachael, a las
agujas cambiando del verde al rojo en los indicadores Voight-Kampff.
—Última pregunta —dijo Deckard—. Está viendo una película antigua. Muestra a
gente disfrutando de una comida de ostras crudas.
—¡Agh! —dijo Rachael, y las agujas oscilaron violentamente.
—El siguiente plato es perro cocido relleno de arroz —dijo Deckard.
Rachael estaba en silencio. Las agujas apenas se movían.
—Las ostras crudas son menos aceptables para usted que un plato de perro cocido —
dijo Deckard apagando la máquina.
—Déjeme explicarme —empezó Rachael.
—Eso será todo, Rachael —dijo el Dr. Tyrell—. El Sr. Deckard y yo tenemos asuntos
que discutir. Asuntos sumamente reservados —indicó la puerta con los ojos.
Rachael se levantó. Manteniéndose rígida, sin mirar atrás, abandonó la habitación.
—Dios mío —dijo Deckard—. ¡Ella no lo sabe!
—Me temo que está empezando a sospechar —dijo el Dr. Tyrell—. Una pena, en
verdad. Es un proyecto favorito mío. Parece que nuestros Nexus 6 tienen una necesidad
de recuerdos. Hay lugares vacíos dentro de ellos que exigen ser llenados. En Rachael
implanté réplicas de las células de memoria de mi sobrina de 16 años. Rachael recuerda
exactamente lo que mi sobrina recuerda. Puede usted ver el éxito que ha sido. Al Voight-
Kampff le ha costado al menos diez veces más de lo normal penetrar en su núcleo no
humano.
—En realidad, ni siquiera había necesitado nunca el Voight-Kampff —dijo Deckard,
hablándose más a sí mismo que a Tyrell—. Simplemente siempre lo he sabido en el
momento en que me encontraba con uno. Hasta ahora. —Deckard sacudió la cabeza para
despejarla. Se sentía como si alguien lo hubiese abofeteado fuerte en la cara. Miró al
búho blanco posado en un escritorio. Ese búho era más real que Rachael. Excepto que
Rachael era real para Deckard, muy real.
—Estoy seguro de que encontrará que nuestros Nexus 6 son un desafío francamente
estimulante —dijo el Dr. Tyrell—. Lo envidio a usted. El ajedrez es el único juego que
me ofrece un desafío, y es muy difícil encontrar oponentes lo bastante buenos para
hacerlo interesante.
Deckard estaba de pie junto a Tyrell en la ventana de su alta oficina. Miró abajo a los
acres de fábricas humeantes rodeando el edificio de Tyrell, y más allá, a la ciudad
extendiéndose hasta el horizonte. En algún lugar en aquel inmenso tablero de ajedrez,
cuatro figuras se estaban moviendo. Cuatro figuras que encontrar y tomar.

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CAPÍTULO 4
El hombre grande con ojos diminutos y bigote pequeño estaba en la oscuridad debajo de
una farola quemada. Su nombre era Leon, y ardía de cólera mientras observaba a dos
hombres saqueando su habitación de hotel al otro lado de la calle. Uno de ellos tenía pelo
corto y llevaba una gabardina marrón. El otro era un japonés ricamente vestido.
La ira de Leon se encendió aún más cuando vio al hombre de la gabardina de pie
junto a la ventana hojeando una colección de fotos que había encontrado. Batty tenía
razón, pensó Leon. La policía había averiguado la dirección del hotel a través de los
archivos laborales de Leon en el laboratorio de Tyrell. Leon había sido tonto por
arriesgarse a volver aquí sólo por algunas instantáneas de Zhora y los demás. Pero esas
fotografías eran todo lo que le quedaba de todos ellos juntos antes de que se hubiesen
separado por seguridad. Ahora ni siquiera las tenía. Ellos las tenían. Al igual que ellos
tenían todo lo demás. Al igual que ellos solían tenerlo a él y a Zhora, y hasta a Batty,
aunque era difícil imaginar a nadie poseyendo a Batty.
Pensando en Batty, Leon miró su reloj y se alejó rápido como un gato. Batty estaba
esperando donde dijo que estaría. Leon sabía que Batty estaría ahí. Batty siempre hacía lo
que decía.
—No pierdas tiempo diciéndome que llegaste demasiado tarde —dijo Batty—. No
tenemos tiempo que perder —ya estaba moviéndose hacia la puerta de una tienda en cuyo
letrero se leía «Hannibal Chew».
—Debemos advertir a Zhora de que encuentre un nuevo lugar seguro antes de que la
policía la localice —dijo Leon.
—No son tan rápidos —dijo Batty—. Si lo fuesen, ya estaríamos todos muertos.
Avisaremos a Zhora, pero primero debemos hacerle una visita al Sr. Chew.
Dentro del edificio, el Sr. Chew llevaba su equipo de trabajo habitual: un pesado
abrigo de piel y guantes aislantes. Aun así, su arrugada cara china estaba apretada de frío,
su barba estaba escarchada y su aliento humeaba en el aire helado del laboratorio. Se
quedó inmóvil de la sorpresa cuando la puerta fue repentinamente abierta de un empujón.
Estuvo aún más sorprendido cuando vio que a los hombres que entraron no les importaba
el frío, aunque la escarcha cubría sus ropas.
—Tenemos preguntas —dijo Roy Batty con una sonrisa más fría que el aire. Todavía
sonriendo, sumergió su mano desnuda en un tanque de ultra-congelación. Sacó un ojo
azul perfecto.
—¡Tú replicante! —vociferó Chew—. ¡Tú ilegal!
Batty soltó el ojo y con un movimiento fácil arrancó el abrigo de piel de Chew al
mismo tiempo que el enorme puño de Leon rompía un acuario de cristal rebosante de
miles de ojos flotantes que no pestañeaban. Los ojos inundaron el suelo. Chapotearon
bajo los pies de Batty cuando seleccionó un abrigo de piel de un perchero de repuestos.
Bamboleó el abrigo delante de Chew, que tiritaba violentamente.
—Está bien, doy respuestas —dijo Chew—. Sólo dame abrigo.

LSW 16
Blade Runner: Una historia del futuro

—¿Cuál es la vida útil de un Nexus 6? —demandó Batty—. ¿Cuándo nos fabricaron?


¿Cómo morimos? ¿Qué podemos…? —Las preguntas fluían de él.
—Yo no sé —gritó Chew, sus dientes castañeteando—. Yo sólo hago ojos, nada más.
—Pensaba que quizá también pies —dijo Batty—, o manos, tejido muscular,
narices…
—Sólo ojos —dijo Chew—. No tengo más respuestas. Ahora dame abrigo, ¿vale?
—¿Quién sí tiene las respuestas? —preguntó Batty, todavía bamboleando el abrigo.
—Dr. Tyrell. Gran jefe. Gran genio. Él sabe todo. Él diseñó tu cerebro. Ahora, por
favor, abrigo.
Para entonces, Chew temblaba como una hoja en un vendaval ártico.
—No es un hombre fácil de ver, supongo —dijo Batty—. Debe de tener seguridad
máxima.
—Sebastian te lleva al gran jefe —dijo Chew—. J.F. Sebastian. 20-77, avenida 8-97,
sector 6. ¡Por favor, abrigo!
—Gracias —dijo Batty—, y gracias por mis ojos también. Es un placer utilizarlos.
Sin pestañear, Batty observó a Chew parar de temblar y empezar a ponerse rígido.
Dejaron a Chew yaciendo como una estatua caída en un mar de ojos tan duros como
canicas.

****
Al día siguiente, al anochecer, los ojos de J.F. Sebastian se dilataron cuando tropezó con
un cuerpo medio oculto en la basura delante de su apartamento. Se dilataron más cuando
una hermosa joven se levantó para encararlo, su cara asustada enmarcada por una masa
de pelo puntiagudo de color pajizo.
Sebastian estaba acostumbrado a que la gente se sorprendiese por su cara marchita.
Los médicos llamaban a lo que le pasaba el síndrome de Matusalén. Significaba que sus
glándulas lo estaban envejeciendo antes de tiempo; a los 20 tenía la cara y el cuerpo de
un septuagenario en rápido deterioro, las emociones de uno de nueve años ligeramente
atrasado y la inteligencia asombrosa de un genio cuando se trataba de sus poquísimos
intereses en la vida. Las jóvenes hermosas nunca habían sido uno de ellos. Hasta ahora.
—Hola. Soy Pris —dijo la joven—. Estoy perdida y no tengo ningún lugar para vivir.
Me echo aquí para descansar un rato. ¿Puede ayudarme?
—Ha venido al lugar adecuado —dijo ansioso Sebastian—. Los apartamentos aquí
están vacíos. Todo el mundo de este sector se fue del planeta. Excepto yo. No me
dejarían ir. Decían que no iba a vivir lo suficiente para justificar el coste del viaje, por
esta extraña enfermedad que tengo. Pero no se preocupe, no es contagiosa. Venga
conmigo. Puedo darle comida. Póngase cómoda.
—Es muy amable —dijo Pris con una sonrisa deslumbrante—. ¿Vive solo?

LSW 17
Les Martin

—Sí. Bueno, no exactamente, pero ya verá. —Sebastian desbloqueó los cinco


cerrojos de su apartamento, abrió la puerta y gritó—. ¡Yuju, en casa otra vez, en casa otra
vez!
Un militar de tres pies de altura y un osito de peluche vestido como Napoleón
marcharon para saludarlo. Miraron con la mirada vacía a Pris.
—En casa otra vez, en casa otra vez, jiggety-jig4 —murmuró el oso. Después ambos
se giraron y se marcharon.
—No están acostumbrados a los desconocidos —se disculpó Sebastian—. Verá, los
hice para ser sólo mis amigos. Pero será realmente fácil reprogramarlos para ser sus
amigos también.
—Espero que seas mi amigo —dijo Pris quitándose el abrigo.
—¡Pero debes de tener muchos amigos! —dijo Sebastian.
—Sólo unos pocos —dijo Pris. Puso las manos sobre los finos hombros encorvados
de él y miró sus brillantes ojos de niño—. Los traeré para que te conozcan. También
necesitan ayuda. ¿Sabes?, creo que eres la única persona en la ciudad que de verdad
podría ayudarnos realmente.

4
De la canción infantil «To Market, to Market» (N. del T.)

LSW 18
Blade Runner: Una historia del futuro

CAPÍTULO 5
Deckard estaba haciendo lo que hacía mejor: juntar piezas de un rompecabezas,
trabajando tan rápida y eficientemente como una máquina. En su apartamento, examinaba
las instantáneas que había encontrado en la habitación del hotel. No le decían nada,
excepto que los reps guardaban fotos como recuerdos. Debían de tenerse cariño unos a
otros, pensó. Quizá más que cariño. Quizá hasta se amaban unos a otros. Debería haberle
preguntado al Dr. Tyrell por las posibilidades de que eso sucediese, aunque tenía la
sospecha de que Tyrell no tendría una respuesta en las puntas de sus dedos. Nada podría
haber estado más alejado de los cálculos de Tyrell.

A continuación Deckard utilizó su escáner esper para examinar las fotos que se había
llevado de la habitación del hotel. La máquina iluminó cada detalle. En una foto de un
oscuro ropero, entre trajes raídos, colgaba un vestido reluciente de cabaretera. Deckard
movió los selectores del esper para obtener una imagen de quien había vestido las ropas.
Todo lo que consiguió fueron borrones locamente coloreados. Marcó para más
información. La voz llena de estática del esper declaró que los trajes pertenecían a un
hombre grande y el vestido pertenecía a una mujer que lo había olvidado con la prisa por
marcharse. Grandes noticias, pensó Deckard, maldiciendo silenciosamente al vendedor
que le había vendido esa cara maravilla de tecnología detectivesca moderna.
Cuando Deckard le pidió que identificase una partícula misteriosa que había recogido
del suelo de la habitación del hotel, el esper amenazó con fundir un microchip. Deckard
tuvo que suponer él solo que la partícula era una escama de pez. Pero descubrió que se
equivocaba cuando fue a rastrear su fuente al mercado de pescado abierto toda la noche.
Una camboyana que hacía réplicas de peces le contó que era una escama de serpiente.
Para entonces, Deckard estaba todo cargado, como siempre se ponía en un trabajo,
como si la electricidad estuviese corriendo a través de él, empujándolo más y más
deprisa. Sólo una cosa lo ralentizaba: Rachael.

LSW 19
Les Martin

Ella lo estaba esperando en la puerta de su apartamento cuando volvió del mercado


del pescado. Dijo que había venido para decirle que indudablemente no era una
replicante. Debió de ser una broma de su jefe. Pero Deckard sólo tuvo que mirar en sus
ojos oscuros para ver la pregunta que brillaba ahí. Sabía que ella había venido para
averiguar quién era en realidad.
Deckard le dijo que entrase. Le dijo que tomase una copa, y después le contó… todo.
Le contó qué demostraban los resultados de la prueba Voight-Kampff. Le contó sobre los
recuerdos que Tyrell le había plantado en el cerebro. La dejó sin un modo de escapar de
la verdad, sin nada que hacer excepto huir del apartamento cuando fue a la cocina para
traerles otra ronda de bebidas. Fue sólo después de encontrarse que ella se había ido, y de
tomarse su copa y después la de ella, que comprendió por qué había sido tan duro,
machacando la verdad. No era Rachael con quien estaba hablando cuando se aseguró de
que no podría haber forma de negar lo que era ella; era él mismo.

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Blade Runner: Una historia del futuro

La noche siguiente, sentado en un bar atestado, Deckard aún no podía sacudirse el


recuerdo de la luz saliendo de los ojos de Rachael, de su cara fundiéndose en lágrimas. La
imagen se atascó en su mente como arena en los engranajes de una máquina, haciéndola
rechinar hasta detenerla. Debería haber estado concentrándose en el siguiente
movimiento en el caso. En vez de eso, tecleó su número en un videoteléfono. Su cara
apareció en la pantalla, endureciéndose cuando lo vio.
—¿Todavía cazando pellejudos, Sr. Deckard?
—Mire, cometí un error anoche —dijo Deckard.
—¿Un error? —dijo Rachael con voz cortante—. Pero usted nunca comete errores.
Usted mismo me lo dijo.
—Le he dicho que estaba equivocado.

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Les Martin

—¿Equivocado? —dijo Rachael, y por fin Deckard vio una chispa de interés en sus
ojos.
—No era asunto mío romperla de esa manera —dijo Deckard—. Quiero arreglar las
cosas. Tomemos una copa y hablemos de ello. Encuéntrese conmigo en el Foso de
Serpiente. Es un bar de espectáculos en el cuarto sector. Un sitio realmente divertido. La
veo en media hora.
Deckard colgó. No tenía ni idea de qué le diría a ella cuando llegase. Quizá unas
copas fuesen la mejor forma de hacerle olvidar. Tendría que seguir tocando de oído. Pero
ahora mismo todo lo que podía hacer era esperar y mirar.
Una hora más tarde seguía esperando, y empezaba a preguntarse si el destello en los
ojos de Rachael no había sido esperanza sino rabia. Se sentaba solo mirando las
serpientes que decoraban las paredes del bar, arrastrándose por el suelo y enroscadas
alrededor de mujeres que vestían poco más. Las serpientes eran réplicas, por supuesto; de
otro modo habrían costado una fortuna. Pero las cabareteras eran claramente reales, su
carne cálida contra las frías escamas de las serpientes.
Excepto una, pensó Deckard. Una que parecía aún más tentadora que las demás.
Estaba anunciada como Salomé, y cuando terminó su actuación y se fue entre bastidores,
Deckard ya no pudo esperar más a Rachael. Tenía un trabajo que hacer. Un trabajo
pellejudo: Zhora.
Bajo la elaborada peluca y el grueso maquillaje, Salomé era Zhora. Deckard estaba
seguro de ello. El problema era que no estaba lo bastante seguro como para sacar su
desintegrador y presionar el gatillo. Nunca antes había tenido ese problema. Nunca había
tenido que dudar. Eso era antes de los Nexus 6. Eso era antes de Rachael. Deckard tenía
que estar absolutamente seguro. Nunca había cometido un error y no pretendía empezar
ahora. Llamó a la puerta de su camerino. Cuando ella la abrió una rendija él dijo:
—Soy del Escuadrón Moral. ¿Le importa si entro?
Había atravesado la puerta antes de que ella pudiese detenerlo. Ésa fue la última vez
que fue demasiado rápido para ella. Ella supo instantáneamente que no la estaba mirando
como otros hombres. Antes de que pudiese detenerla, ella recogió una pitón de su
actuación y la balanceó hacia él como un bate. Él saltó fuera de la trayectoria, sacando el
desintegrador cuando alcanzó el suelo; pero su disparo se perdió cuando el pie de ella
pateando lo dobló de dolor. Después Zhora había salido por la puerta, corriendo como el
viento.
Fue tras ella. Fuera en la calle luchó a través de las mareas cambiantes de gente.
Había una brecha en la multitud, y la vio apresurándose más adelante. Soltó un disparo,
su ruido se ahogó en el estruendo del tráfico. El proyectil del desintegrador atravesó el
hombro de ella, pero increíblemente siguió moviéndose más deprisa justo delante de un
autobús que llegaba. Zhora estaba muriendo cuando Deckard la alcanzó. Su cara
ensangrentada era una máscara de odio. Deckard se apartó y vio a Rachael mirándolo con
horror.

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Blade Runner: Una historia del futuro

—¡Espera! —gritó mientras Rachael desaparecía en la multitud. Él se estrujó a través


de la gente comprimida, persiguiéndola.
De repente una mano enorme le sujetó el hombro. Fue alzado y arrojado a un callejón
vacío.
—Venía a avisarla… demasiado tarde —dijo Leon arrancando el desintegrador de la
mano de Deckard y tirando el arma. El puño como un mazo de Leon golpeó el estómago
de Deckard—. Es doloroso sudar de miedo ¿no? —el puño se hundió otra vez, y Deckard
sintió crujir una costilla—. Doloroso estar en poder de la gente a la que desprecias. —La
mano abierta de Leon se agitó hasta la cabeza de Deckard de lado a lado, como un saco
de boxeo—. Doloroso querer tanto de la vida. Doloroso ser capaz de hacer tanto.
Doloroso que te den tan poco —los diminutos ojos furiosos de Leon se acercaron—. Nací
el 19 de abril de 2015. ¿Cuánto viviré?
—Cuatro años desde entonces —dijo Deckard a través de los labios partidos, su
lengua salada con sangre—. Unas pocas semanas, quizá sólo días desde ahora.
—Al menos me queda más tiempo que a ti —dijo Leon, uniendo las manos sobre la
cabeza para bajarlas en un golpe mortal.
Deckard lo vio venir. Entonces vio a Leon parecer sorprendido y caer al suelo. Y de
repente Deckard estaba encarando a Rachael, de pie en la entrada del callejón, su
desintegrador en la mano.
—Ahora soy tan mala como tú —dijo ella dejando caer el desintegrador al asfalto.
Deckard le puso las manos dulcemente sobre los hombros, pero ella se apartó—. Lo
olvidé —dijo—. Nunca podré ser como tú, ¿no es así? Nunca —entonces se quedó
inmóvil.
Deckard siguió su mirada. Vio a Bryant calle abajo, con Gaff y un escuadrón de
policías despejando un camino a través de la gente.
—Déjame ir, por favor —dijo Rachael—. Antes de que me vean.
—Ve a mi apartamento —dijo Deckard—. Estaré allí tan pronto como pueda.
Para cuando Bryant vio a Deckard, Deckard estaba solo, su desintegrador en la mano.
Bryant estaba sonriendo.
—¿Qué te ha golpeado, Deckard? Tienes tan mal aspecto como la pellejuda que has
dejado debajo del autobús —entonces vio el cúmulo en el callejón—. Otro. Eres
demasiado.
—Estoy agotado —dijo Deckard—. Me voy a casa.
—¿Agotado? No puedes engañarme, Deckard. Sólo te estás poniendo en marcha.
Puedes quedarte toda la noche matando pellejudos. Sólo tres más para terminar.
—Tu aritmética es horrible —dijo Deckard—. Sólo quedan dos.
—Hay una nueva suelta —dijo Bryant—. Pertenecía al mismo Tyrell. Llamó para
decir que estaba lista para el desguace; pero cuando fuimos para recogerla, se había dado
a la fuga.

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CAPÍTULO 6
—Miré por mi ventana y vi el rotador llegando —dijo Rachael—. Supe que venía a por
mí. Sabía lo suficiente para correr. Supongo que te debo eso al menos.
—Yo también te debo —dijo Deckard—. Mi vida.
—No sé por qué fui corriendo a ti —dijo Rachael—. Tú de entre toda la gente. Tú,
un… —se detuvo.
—Un blade runner —dijo Deckard.
—Quizá fue porque acababa de terminar de hablar contigo —dijo Rachael—, y fuiste
la única persona que me vino a la mente.
—Quizá —dijo Deckard.
—Quizá fue algo más que eso —dijo Rachael—. Algo que sentí sobre ti. No sé el
qué. Todo lo que sí sé es que nunca antes me he sentido así por nadie. ¿Tiene sentido,
Deckard?
—Cualquiera que fuese tu motivo —dijo Deckard—, hiciste bien en venir a mí —la
besó suavemente, para no asustarla.
—De modo que así es besarse —dijo ella—. No me dieron ese recuerdo. La sobrina
del Dr. Tyrell debe de haber vivido una vida muy protegida. Tengo mucho que aprender,
Deckard —miró por su apartamento—. Quiero saber de ti. Todo. Dime, ¿de quién son
esas fotos?
—Mi mujer. Mi hijo.
—¿Dónde están ahora?
—Fuera del planeta. Querían irse. Yo no.
—¿Por qué?
—No lo sé. Quizá porque si lo hacía no me quedarían más opciones. Me gusta tener
opciones.
—Y a mí. ¿Qué eliges hacer conmigo?
El teléfono sonó.
—Sal del alcance del vídeo —le dijo Deckard. Recogió el teléfono y apareció la cara
de Bryant.
—Espero no perturbar tu primer sueño —dijo Bryant—. Hemos encontrado un
fiambre en el octavo sector. Un fiambre congelado. Un hombre de China llamado Chew,
uno de los hombres principales de Tyrell. Supongo que Batty. Ponte en marcha —la cara
de Bryant desapareció cuando el teléfono se apagó.
—Tengo que moverme deprisa —le dijo Deckard a Rachael—. Aquí estarás a salvo.
Volveré en cuanto termine.
—¿Tienes que hacerlo? —dijo Rachael.
—Tengo que hacerlo —dijo Deckard tecleando un nombre en su esper y después en
su videoteléfono. Apareció una cara soñolienta.
—¿Sí? —dijo el hombre con un fuerte acento alemán.
—¿Dr. Herman Schlect, a cargo de la seguridad de Tyrell?

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Blade Runner: Una historia del futuro

—Sí.
—Aquí Deckard, autorización máxima de investigación, código 474TYF.
Schlect lo tecleó en su ordenador.
—Sí, ¿qué puedo hacer por usted, Sr. Deckard?
—¿Cuántas personas tienen acceso directo al Dr. Tyrell?
—Tres.
—¿Quiénes?
—Yo mismo, el Dr. Hannibal Chew, J.F. Sebastian.
—Deletree ese último nombre, por favor —dijo Deckard.

****
J.F. Sebastian miraba con admiración asombrada a Roy Batty.
—Vaya —dijo—, eres aún mejor de lo que imaginaba. Y pensar que alguien como yo
podría haber ayudado a hacer a alguien como tú… es difícil de creer.
—No te menosprecies tanto —dijo Pris, y le besó la mejilla—. Eres dulce, y amable,
y bueno.
—Y brillante —dijo Batty—. Me has ganado cuatro partidas de ajedrez seguidas.
—Es natural —dijo Sebastian—. Puedo ganar incluso al Dr. Tyrell, y él diseñó tu
cerebro. Yo sólo hice tu cuerpo.
—Y un trabajo magnífico hiciste —dijo Batty.
—Quería hacerte como todo lo que yo habría querido ser —dijo Sebastian—. Quería
hacerte tan diferente como pudiese de como soy.
—Pero no lo hiciste, en realidad. No cuando piensas en ello —dijo Batty—. En el
fondo tú y yo somos iguales. Ambos tenemos programado morir pronto.
—Discutí con el Dr. Tyrell sobre eso —dijo Sebastian—. Yo quería que vivieseis
para siempre. Entonces parte de mí viviría para siempre. Me habría gustado eso.
—Quizá no sea demasiado tarde —dijo Batty—. Quizá podríamos persuadir al buen
doctor para que cambie de opinión, si me viese cara a cara y viese el buen trabajo que
hiciste.
—¿Realmente piensas eso? —dijo Sebastian.
—Si tan sólo hubiese alguna manera de alcanzarlo… —dijo Batty.
—¡Pero la hay! —la cara marchita de Sebastian pareció casi joven de alegría. Fue
hasta un tablero de ajedrez donde las piezas estaban organizadas para una partida ya en
progreso. Triunfalmente, levantó la reina negra—. ¡Tengo la clave!

****
El altavoz en el dormitorio del Dr. Tyrell en el piso 800 del edificio Tyrell declaró:
—Sebastian solicita entrada al ascensor y después a sus alojamientos privados.
Identificación verificada.

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Les Martin

—¿Qué quiere ese idiota a estas horas? —reclamó Tyrell.


—Propósito de la visita: terminar partida. Reina a alfil seis, jaque.
Un leve fruncimiento de ceño pasó por la cara de Tyrell. Salió de la cama y fue hasta
su tablero de ajedrez; su cara se ensombreció cuando lo examinó.
—Muy bien, déjalo entrar.
Tyrell seguía mirando atentamente su posición precaria en el tablero cuando la puerta
de su dormitorio se abrió.
—He traído a un amigo —dijo Sebastian, y Batty dio un paso junto a él.
La mano de Tyrell se movió rápidamente hacia el poste con borlas de una campana
que colgaba sobre su cama. Una mirada ardiente de Batty lo paró en seco. Tyrell hizo lo
que pudo para producir una sonrisa cálida; parecía como si hubiese sido pintada en su
cara por un artista chapucero.
—Es bueno verte, mi chico —dijo Tyrell—. Deberías haber venido aquí antes.
—No es cosa fácil encontrarse con mi… hacedor —dijo Batty moviéndose para estar
cara a cara con Tyrell.
—¿Y qué puede tu… hacedor hacer por ti? —preguntó Tyrell.
—Vida. Quiero más vida. No me diste suficiente.
—Lo intenté, créeme —dijo Tyrell. Palmeó tranquilizador el hombro de Batty, como
si estuviese calmando a un niño molesto—. Comprendí el error que cometí limitando tu
grandeza. Hice todo en mi poder para cambiar tu código. Pero al segundo día de tu vida
no había manera de alterar el día de tu muerte.
—¿Qué hay de la recombinación de MSE5? —preguntó Batty.
—Creaba un virus mortal.
—Una proteína represora podría bloquearlo.
—Formaba una mutación fatal —dijo Tyrell—. Pero no continuemos con esto, Roy.
Me rompe el corazón recordar todos mis intentos y todos mis fracasos. Créeme, te quiero
como un padre quiere a un hijo.
—Mi padre. Mi patrón. Mi hacedor —dijo Batty, poniendo las manos reverentemente
a ambos lados de la cara sonriente de Tyrell.
Batty apretó, y la sonrisa de Tyrell se derrumbó cuando su cráneo fue aplastado entre
las poderosas manos de Batty. Batty miró con desprecio el cadáver a sus pies. Batty se
volvió hacia Sebastian, que parecía haber envejecido diez años en diez segundos.
—No te sientas mal, Sebastian. No es culpa tuya que mate tan fácilmente como lo
hago. Me hiciste como podía ser. Él me hizo como soy.
Entonces Batty dijo:
—Adiós, amigo mío. Debo reunirme con Pris e irme a la fuga otra vez. Puedes pensar
en nosotros levantándote mano a mano hasta la tumba.

****
5
Metanosulfonato de etilo, agente mutagénico (N. del T.)

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Blade Runner: Una historia del futuro

En el apartamento de Sebastian, Batty encontró que Pris le había ganado en la línea de


meta: su cuerpo acribillado yacía donde se había arrugado cuando uno de los disparos de
Deckard había acertado un impacto directo.
—No quería matarla —dijo Deckard—. Quería hablar con ella. Tenía preguntas que
hacer. Pero atacó antes de que pudiese decir una palabra.
Batty se agachó detrás de una puerta en el apartamento antes de que Deckard pudiese
decir otra palabra o soltar otro disparo. Deckard nunca había imaginado que alguien
pudiese moverse tan rápido. Deckard se presionó contra la pared y se acercó lentamente
hacia la puerta, desintegrador en mano. De repente un puño rompió la pared desde el otro
lado. Una mano agarró a Deckard por el resto de la mano de la pistola y tiró de ella a
través del enorme agujero en la pared. Deckard sintió el desintegrador siendo arrancado
de sus dedos. Luego sintió un dolor agonizante cuando un dedo, después otro, era roto
lentamente.
—Eso es por Pris. Y Zhora —dijo Batty con una voz tan helada como la muerte—. Es
sólo el principio, pequeño hombre. Es hora de que descubras cómo es ser cazado. Pero
ten, toma tu desintegrador de vuelta. No quiero hacer que matarte sea demasiado fácil;
quiero disfrutarlo.
Deckard tiró de su mano del arma, transfiriendo el desintegrador a la otra mano. Se
apartó de la pared, casi tropezando con sus propios pies con la prisa. La cara de Batty
apareció en el agujero, y Deckard disparó su último proyectil. Batty movió la cabeza una
fracción, y el tiro sólo arrancó una oreja. Batty no pareció notarlo, aunque la sangre
manaba de la herida.
—Pensaba que eras mejor que eso —dijo Batty—. Pensaba que eras el mejor.
Deckard sintió un temblor recorriéndolo que jamás había conocido antes. Le llevó un
segundo darse cuenta de lo que era: era miedo. Deckard se giró y empezó a correr.
Deckard logró salir por la puerta delantera del apartamento y subió las escaleras del
edificio. Entró en un apartamento abandonado y echó el cerrojo. Miró alrededor y
escogió un cuarto de baño como escondite mientras aguantaba la respiración. Después
oyó un ruido crujiente en el suelo de mármol. El suelo fue abierto desde abajo, y la
cabeza de Batty lo atravesó como un ariete. Batty se levantó a través el agujero. Batty se
había desnudado hasta quedarse en taparrabos. Se había manchado el cuerpo con la
sangre de Pris como un salvaje preparándose para un ritual sagrado. Ahora ignoró a
Deckard mientras abría el agua en el lavabo y la lamía como un animal; un animal con
necesidad desesperada.
Deckard huyó del baño. Vio una claraboya. Trepó hasta ella sobre mobiliario apilado
y la rompió. Estaba en el tejado. Se levantó bajo el vasto cielo nocturno. Cada músculo
palpitaba de cansancio. Cada respiración azotaba sus pulmones. Entonces vio a Batty
subiendo a través de la claraboya tras él.
Deckard corrió a lo largo del tejado hasta el borde. Miró a un tejado vecino a través
de un abismo abierto. Oyó los pasos de Batty moviéndose silenciosamente hacia él y
saltó. Se quedó corto, sus dedos apenas agarrando el borde del tejado mientras colgaba a

LSW 27
Les Martin

cuarenta pisos por encima del pavimento. Entonces sintió la brisa cuando Batty saltó por
encima de él para quedarse sobre el tejado y mirarlo.
—Ahora sabes qué se siente al aferrarse a la vida —dijo Batty—. Sabes cómo es
sentir tu agarre debilitándose y saber que no hay nada que puedas hacer al respecto.
Para entonces, los dedos rotos de la mano de Deckard habían perdido su sujeción. Los
dedos de su otra mano estaban dando calambres, deslizándose. Pero todo lo que Deckard
podía ver era la fría sonrisa de Batty. Todo lo que Deckard podía sentir era rabia.
—Quieres que suplique —le gruñó Deckard a Batty—. Quieres que te ruegue que me
salves. Bien, diviértete con otro.
Sus dedos perdieron su asidero. Su cuerpo cayó. Su brazo casi se desgarró de su sitio
cuando la mano de Batty agarró la suya. Deckard se balanceaba sobre el espacio vacío.
—No más juegos —logró decir—. Sólo déjame caer y acaba de una vez.
Entonces fue arrastrado hacia arriba y se encontró de pie sobre el tejado con Batty.
Por un momento que pareció extenderse a la eternidad, se quedaron cara a cara. Luego
Batty se hundió para yacer sobre la espalda. Arrastrar a Deckard arriba había agotado su
fuerza, que se desvanecía rápidamente.
—Tienes coraje —le dijo Batty—. Eres el único humano que he conocido con tanto
coraje como yo. Quizá incluso tengas más. Hasta a mí me tentó suplicar no morir. —
Batty hizo una pausa mientras su mente convertía sensaciones en palabras—. No podría
destruir el coraje así. Sería como destruir lo mejor de mí.
Deckard se sentó junto a Batty mientras Batty miraba arriba hacia el cielo lleno de
estrellas.
—¿Sabes? —dijo Batty—, nunca antes había perdonado una vida. Me alegra haber
podido hacerlo ahora. Me alegra haber sido libre de no matar, al menos una vez, antes de
morir.

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Blade Runner: Una historia del futuro

CAPÍTULO 7
—Lo observé morir toda la noche —le contaba Deckard a Rachael mientras estaban
sentados lado a lado en un rotador de policía la mañana siguiente—. Fue algo largo y
lento, y él luchó todo el rato: nunca se quejó y nunca abandonó. Tomó todo el tiempo que
tenía como si amase cada segundo de vida, incluso el dolor. Me contó lo que había visto
en los puestos avanzados más distantes del espacio. Me contó lo que había sentido en lo
profundo de su corazón. Me contó todo lo que pudo antes de que desapareciese con él
para siempre.
—Ahora tú debes contarme algo a mí —dijo Rachael—. Viste el archivo de Tyrell
sobre mí, ¿no?
—Tenía autorización máxima de investigación —dijo Deckard.
—¿Entonces viste… cuánto tiempo tengo que vivir?
—Podría haberlo hecho, pero no lo hice —dijo Deckard—. No quería averiguar eso
de ti más de lo que querría averiguarlo sobre mí.
—¿Crees que hay una posibilidad?
—Siempre hay una posibilidad —dijo Deckard—. Eres uno de los experimentos de
Tyrell. Quizá quería ver lo que sucedía si seguías viviendo. Supongo que simplemente
tendremos que esperar y ver.
El comunicador del rotador zumbó. Deckard presionó el botón del receptor mientras
Rachael se movía fuera de vista. La cara de Bryant llenó la pantalla y su voz resonó.
—¡Gran trabajo, Deckard! Sabía que podías hacerlo. Todavía no han hecho a otro
blade runner que pueda acercarse a ti. Pásate y cobra tu bonificación.
—Ya lo he hecho —dijo Deckard—. Uno de tus rotadores. Me tomo unas pequeñas
vacaciones para el resto de mi vida.
—Nunca te cansas de engañarte a ti mismo, ¿verdad? —dijo Bryant sonriendo—.
Sólo tendré que colgar un pellejudo delante de ti y vendrás corriendo. Pero vale, te has
ganado un descanso. Lárgate una semana. Gaff podrá encargarse de esa última, Rachael,
o cual sea su nombre. Fácil como disparar a peces en un barril.
—Puede que lo encuentre un poco más difícil que eso —dijo Deckard, y sostuvo su
desintegrador delante de los ojos repentinamente entrecerrados de Bryant. Entonces
Deckard apagó el comunicador y presionó el botón de arranque.
El rotador se alzó por encima de las calles de la ciudad. Aceleró hacia el norte a
través del aire brumoso. Pronto alcanzó el aire más claro donde la ciudad terminaba. Allí
empezaban los campos ondulados, abandonados desde que la ciudad había absorbido a la
gente dentro de sí, y después la había canalizado fuera del planeta. Más allá se alineaban
los bosques y montañas de los que la vida había huido y donde la vida podría nacer de
nuevo.
Deckard tenía una mano sobre los controles, la mano con dos dedos en férulas. Su
otro brazo estaba alrededor de Rachael.

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—Lo han dejado todo atrás para nosotros —dijo él—. Somos herederos de toda la
Tierra.
—¿Pero por cuánto tiempo? —preguntó Rachael.
—¿Cómo es esa promesa anticuada? —dijo Deckard—. «Mientras ambos vivamos».

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