Ficha de Clase Nro 3, Teoría Polivagal

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Las fichas de clases son guías de estudio. No constituyen materiales de citas válidas a nivel académico.

Ficha de Clase Nro 3: Teoría Polivagal

La teoría polivagal es desarrollada por el neurocientífico Stephen Porges, quien no estaba


vinculado estrechamente al campo de la psicología. Por tanto esta teoría fue “traducida” y
publicada para su aplicación en un marco psicológico en el año 1994.

En ese momento histórico la psicología estaba experimentando una convergencia con la


neurociencia. Y esta teoría amplía el panorama de la psicología al proporcionar una
comprensión más profunda de las complejas interconexiones entre el cuerpo y la mente.

La teoría Polivagal se enfoca en la regulación fisiológica y emocional y proporciona a los


terapeutas un marco neurofisiológico para considerar las razones por las que las personas
actúan de la manera en que lo hacen.

A través de una perspectiva polivagal, entendemos que las acciones son automáticas y
adaptables, generadas por el sistema nervioso autónomo muy por debajo del plano
consciente. No se trata del cerebro tomando una decisión cognitiva. Se trata de energías
autónomas que se asientan en patrones de protección.

Un principio de funcionamiento del sistema nervioso autónomo es que “cada respuesta


es una acción al servicio de la supervivencia”.

El sistema nervioso ha estado evolucionando durante 600 millones de años, a lo largo de ese
periodo evolutivo, forjado en el crisol de la evolución, con decisiones de vida o muerte a
diario, los aspectos que ayudaron a nuestros ancestros a sobrevivir para ver el amanecer y
transmitir sus genes se fueron entrelazando cada vez más con nuestro propio ADN y con la
estructura de nuestro sistema nervioso. En este contexto, conforme nuestros ancestros
evolucionaron, el complejo del nervio vago se desarrolló desde la parte media del tronco
encefálico hacia el cuerpo, en su rama original, para calmar y proteger las vísceras del
cuerpo, incluyendo el corazón. Posteriormente, una segunda rama comenzó a evolucionar,
especialmente en primates y humanos tempranos, ascendiendo desde el tronco encefálico
hacia la cara, y participando activamente en lo que se conoce como el sistema de compromiso
social.

La teoría polivagal se podría decir que hace un cambio de enfoque desde los eventos a las
sensaciones. Es decir, nuestra vida y la forma en que desarrollamos nuestra narrativa y nos
relacionamos con el mundo se basa en nuestras sensaciones fisiológicas. Las llamamos
sensaciones o emociones, pero en realidad están fundamentadas en estados fisiológicos
globales.

La teoría polivagal demuestra que incluso antes de que el cerebro entienda un incidente, el
sistema nervioso autónomo ya ha evaluado el entorno e iniciado una respuesta de
supervivencia adaptativa.
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La neurocepción precede a la percepción.

La neurocepción decide si activar los mecanismos de defensa de nuestro cuerpo —lucha,


huida o congelamiento— o si fomentar las interacciones sociales que construyen y fortalecen
conexiones con los demás. El compromiso social, expresado a través del contacto visual, la
vocalización y las expresiones faciales, es prioritario porque sienta las bases para la confianza
y la seguridad en las relaciones. Para que estos lazos sociales florezcan, sin embargo, es
necesario que nuestros mecanismos de defensa se supriman en situaciones seguras. Esta
transición es facilitada por la hormona oxitocina, que genera un estado propicio para la
conexión y el vínculo profundo.

Pero el sistema no es perfecto. Las interpretaciones erróneas de la neurocepción, donde las


señales de seguridad o peligro se identifican incorrectamente, pueden dar lugar a problemas
de salud mental como la ansiedad, la depresión y el autismo. Aquí es donde entra en juego la
teoría polivagal. Esta teoría introduce tres circuitos neurales que influyen en nuestros
comportamientos defensivos y sociales: el complejo vagal ventral promueve la calma y la
comunicación; el sistema nervioso simpático nos prepara para la acción frente a amenazas; y
el complejo vagal dorsal puede inducir una respuesta de apagamiento en situaciones
abrumadoras. Juntos, estos circuitos ayudan a determinar nuestras reacciones basadas en
nuestra percepción de seguridad o peligro.

Neurocepción

La forma en que nuestro sistema nervioso autónomo analiza en busca de señales de


seguridad, peligro y amenaza vital sin involucrar a las partes pensantes de nuestro
cerebro.

Como los seres humanos generamos significado, lo que comienza como una experiencia no
verbal (neurocepción) impulsa la creación de una historia que da forma a nuestra vida diaria.
Nuestro estado fisiológico es una variable interviniente. Esto significa que se sitúa entre el
estímulo o contexto y nuestras respuestas. Y, dependiendo del estado fisiológico en el que nos
encontremos, el mismo estímulo provocará diferentes respuestas.

Vivimos en un mundo que siempre habla de eventos. Incluso cuando hablamos de trauma, las
personas suelen buscar eventos adversos, como las experiencias adversas en la infancia
(ACEs, por sus siglas en inglés). Ahora bien, aunque las ACEs son importantes, sabemos que
los eventos que no alcanzan el umbral para ser considerados traumáticos pueden
desencadenar en algunas personas cambios fisiológicos y conductuales muy similares a los de
alguien que ha sido gravemente abusado o traumatizado.

Sin embargo, otras personas pueden enfrentar situaciones realmente adversas y mostrar una
gran capacidad de resiliencia. La resiliencia, en este caso, se refiere a que mi sistema nervioso
autónomo responde y se mantiene dentro de un rango de función homeostática, lo que
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significa que apoya la salud, crecimiento y restauración. No cambio a una reacción de


amenaza en la que intenta proteger el cuerpo de todo lo que ocurre alrededor. Y, por supuesto,
todos conocemos personas que, si se les dice una palabra en el tono incorrecto o se les desvía
la mirada, su estado fisiológico cambia instantáneamente frente a nosotros, llegando incluso a
estados de ira. Esto demuestra que el umbral para reaccionar negativamente o para ser
reactivo no es constante.

Venimos al mundo configurados para conectar. Nuestra vida esta signada por una búsqueda
de seguridad en nuestro cuerpo, en nuestros entornos y en nuestras relaciones con los demás.

El sistema nervioso autónomo es nuestro sistema de vigilancia personal, que siempre está en
guardia y preguntando “¿Esto es seguro?”. Su objetivo es protegernos mediante la detección
de la seguridad y del riesgo.

La teoría polivagal se centra en dos vías que viajan dentro de un nervio llamado vago, que
etimológicamente significa “errante”.

Desde el tronco cerebral en la base del cráneo, el vago viaja en dos direcciones: hacia abajo a
través de los pulmones, el corazón, el diafragma y el estómago y hacia arriba para conectar
con los nervios en el cuello, la garganta, los ojos y las orejas.

A través de las acciones del nervio vago, el sistema nervioso parasimpático es tanto nuestro
sistema de inmovilización como nuestro sistema de conexión.

El 80% de sus fibras son sensoriales (aferentes) y envían información del cuerpo al cerebro,
mientras que el 20% son motoras (eferentes) y envían información de acción del cerebro de
vuelta al cuerpo.

Se divide en dos vías distintas (de ahí el término polivagal), el vago dorsal y el vago ventral,
y esa división se produce en el diafragma. Aunque ambos son ramas del mismo nervio
craneal, el vago dorsal y el vago ventral son arquitectónica y funcionalmente diferentes.

El Vago dorsal se estima que tiene 500 millones de años de antigüedad, es compartido con los
vertebrados y permite la inmovilización para la supervivencia (tanatosis).

El territorio del vago dorsal se extiende desde el diafragma hacia abajo (subdiafragmático),
por tanto afecta a los órganos que hay bajo el diafragma, especialmente a los que regulan la
digestión. Cuando el vago dorsal acude al rescate, no hay suficiente energía para funcionar: el
sistema está agotado y el paciente está adormecido, disociado o experimentando
desrealización.

El vago ventral es la parte más reciente del sistema nervioso autónomo, se origina en el
núcleo ambiguo hace aproximadamente 100 millones de años, su territorio fisiológico es por
encima del diafragma. Cuenta con fibras mielinizadas, lo que garantiza mayor rapidez en el
transporte de información. El vago ventral fomenta los sentimientos de seguridad y conexión.
Proporciona la base neurobiológica para la salud, el crecimiento y la restauración. Cuando el
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vago ventral está activo, nuestra atención se centra en la conexión. Buscamos oportunidades
para la corregulación. La capacidad de calmar y ser calmado, de hablar y escuchar, de ofrecer
y recibir y de conectar y desconectar con fluidez reside en esta parte más reciente del sistema
nervioso autónomo.

Existe una jerarquía en la forma en que estos sistemas funcionan, por lo que debemos ser
muy cuidadosos al usar términos como "equilibrio", ya que no todos los sistemas son
equivalentes o tienen el mismo poder. Hay tres etapas evolutivas en los vertebrados: un
circuito vagal antiguo que literalmente nos apaga si es activado en situaciones de defensa (en
los antiguos vertebrados, cuando no cumplía esta función apoyaba las funciones
homeostáticas). Los seres humanos aún conservamos partes de ese sistema en nuestro cuerpo,
y puede ayudarnos en nuestras funciones homeostáticas. Sin embargo, cuando entramos en
modo defensivo es muy probable que el sistema nervioso simpático inhiba esa rama dorsal
del nervio vago. Cuando esa movilización ocurre, es decir, cuando hay un impulso simpático,
se inhibe el nervio vago dorsal. Esto tiene una función adaptativa poderosa, ya que evita que
el individuo caiga en el abismo de un colapso o apagamiento.

El circuito más reciente, el circuito ventral del vago en los mamíferos, es un sistema que
conecta con el corazón, desde el tronco encefálico se conecta a la regulación de los nervios
que controlan los músculos de la cara y la cabeza. Así, transmitimos nuestro estado
fisiológico a través la voz y la expresión del rostro. Estos nervios, músculos de la cara y la
cabeza crean un sistema de compromiso social, que nos permite establecer contacto con los
demás.
Ejemplo: cuando escuchamos hablar a alguien, al prestar atención a voces con prosodia
(entonación melódica), nuestro sistema nervioso se calma. Venimos al mundo con la demanda
biológica de la búsqueda de seguridad, y los mamíferos somos co-reguladores. Este es un
concepto clave en la teoría polivagal. La co-regulación requiere que nos podamos transmitir
señales de seguridad recíprocas. Esto es lo que crea las relaciones.

Pensemos un momento en la diferencia entre el juego y la agresión, en el deporte por


ejemplo. El juego utiliza los mismos aspectos motores y metabólicos a la agresión, pero el
juego también involucra el sistema de compromiso social. Las personas establecen contacto
visual y se envían señales entre sí. Incluso cuando alguien se lastima durante el juego, si la
otra persona se acerca, le ayuda a levantarse y dice: "Lo siento, espero que estés bien", no hay
problema. Si la persona se aleja, la narrativa que se activa inmediatamente en la fisiología es:
"Alguien me ha lastimado, debo protegerme".
El circuito ventral del nervio vago puede coordinar la actividad del sistema simpático,
movilizándolo para mantenerlo en un modelo de juego. Pero también puede coordinar el
nervio vago dorsal, permitiéndonos estar inmóviles, como en el caso de una madre y su bebé
que se ajustan entre sí, o entre dos amantes compartiendo momentos de intimidad, donde no
es necesario mirarse. Un susurro, una voz o una comunicación conforman los cuerpos, y
todas las defensas desaparecen.

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