Material de Apoyo 3er Año. I Lapso. Castellano

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Biografía de Cecilia Curbelo
Cecilia Curbero es una Periodista y autora uruguaya. Estudió Ciencias de la Comunicación y Guion
Literario, ha trabajado tanto para el diario “El País” como para medios televisivos, siendo en la actualidad
directora de la revista Upss.
En lo literario, su obra se ha publicado en gran parte de Latinoamérica, siendo una de las autoras más
vendidas de Uruguay. A lo largo de su carrera novelística ha ganado premios como el Libro de Oro o
el Bartolomé Hidalgo, entre otros.
Curbero se ha convertido en la escritora de literatura juvenil más exitosa de Uruguay. Sus libros tienen
una legión de fieles lectores que se ha extendido por Latinoamérica y Europa (Francia, Bélgica y España).

Palabras de la autora:
Te cuento, que nací el 23 de enero de 1975 en Montevideo (Uruguay), pero mi familia y yo nos
mudamos a Maldonado hace varios años buscando una vida más tranquila.
Comencé a escribir relatos cortos apenas aprendí a leer y a escribir, en jardín de infantes. Me casé con
Diego a los 22 años y me recibí de Licenciada en Ciencias de la Comunicación a los 23. Soy madre de
Rocío, quien ama la música y no tanto los libros.
Trabajé para varias revistas y programas de TV. Además de novelas, escribo obras de teatro y
guiones, y soy docente en la Universidad Católica del Uruguay, pero no siempre trabajé de lo que había
estudiado: fui telefonista, secretaria, vendedora de juguetes y portera de un jardín de infantes.
Apasionada por el mundo creativo, descubrí el arte de la costura y comencé un emprendimiento
llamado “Modorra” de muñecos de trapo.
¡Combino y ocupo todos mis espacios laborales con actividades que me hacen sumamente feliz!
Algunos premios que recibí: Revelación Bartolomé Hidalgo (2012), el Libro de Oro al libro más vendido
en su categoría (2012, 2013, 2014 y 2015), Florencio al Mejor Guion de Autor Nacional (2018, junto a
Álvaro Ahunchain) y “Mujer del Año rubro Literatura” a votación del público (2014, 2017 y 2019).

Giussepe Verdi
Uno de los compositores de ópera que ha alcanzado mayor renombre mundial es
Giussepe Verdi. Nacido en el siglo XIX, Verdi llevaría la ópera a una cúspide. Sus primeras
obras lo llevan a obtener un gran reconocimiento nacional e internacional. Su período
cumbre va de 1844 a 1850. A éste pertenecen Rigoletto, II travatore y La traviata. Más
tarde compuso Aída, la más espectacular.
Segú la crítica nadie ha superado la maestría de Verdi para integrar el drama con una
música que pasa a expresar los sentimientos con tanta claridad y fuerza como las propias
palabras.
Tomado de: Prácticas ortográficas”. Autora: Iraida Sánchez

Subraya (5) palabras agudas, grave, esdrújulas y sobreesdrújulas y cópialas en el


siguiente cuadro
Agudas Graves Esdrújulas Sobreesdrújulas

Separa en sílaba las siguientes palabras, identifica la sílaba tónica, identifica el tipo
de palabra, marca la tilde si es necesario, indica si hay diptongo, hiato o triptongo

Palabras Separa en Sílaba tónica Tipo de Tilde Diptongo,


sílabas palabra hiato o
triptongo
Ortografia
Devuelvemela
Vehiculo
Ambigüedad
Limite
Aldea
Pais
Tomatelo
Conservador
Escribiremos

Coloca los acentos al texto: “La filosofía griega”


Uno de los mayores legados que nos dejaron los antiguos griegos fue la Filosofia. Tres
filosofos en particular sentaron las bases del pensamiento y del conocimiento: Socrates,
Platon y Aristoteles.
Socrates buscaba la sabiduria y creia que, si a la gente se le hacia preguntas de forma
adecuada, podia hallar las respuestas por sus propios medios y de esta manera llegar a
autoenseñarse. Asi surgio la “mayeútica”, metodo socratico de ampliar el conocimiento a
traves del dialogo. Platon, por su parte, fue discipulo de Socrates. Tiene el merito de haber
fundado la Academia, institucion para el desarrollo del pensamiento y el conocimiento. El
lugar estaba dedicado a Academo, heroe de la Guerra de Troya y de ahi el nombre.
Siguiendo la tradicion socratica, los textos de Platon estan escritos como dialogos y tratan
temas muy diversos. Aristoteles, por ultimo, fue el discipulo de Platon y aunque en principio
se adhirio a los planteamientos de su maestro, luego los cuestiono.
Tomado de: Prácticas ortográficas”. Autora: Iraida Sánchez

Reflexiones sobre la Lengua


Los errores ortográficos constituyen un problema que puede afectar a cualquier
persona. En mayor o menor grado, todos los cometemos. Ello obedece a que el dominio de
las convenciones formales del lenguaje depende de variables no solo cognitivas y
psicolingüísticas, como la atención y la memoria, sino también educacionales. Sin
embargo, a pesar de ser el resultado de factores relativamente ajenos a la voluntad
individual, la deficiencia ortográfica tiene un impacto social negativo. Son muchos los que
consideran que quienes tienen errores de grafía “no saben escribir”, aunque sean capaces
de plasmar ideas originales, acertadas profundas o coherentes. Tal es el peso de la forma
que incide en la valoración del contenido, lo que probablemente se debe a que, si bien se
reconoce que la actividad de escritura implica mucho más que el cumplimiento de unas
normas de transcripción, la ortografía suele ser considerada como la habilidad mínima que
debe poseer todo el que escribe. De estos planteamientos se desprende:
1- Aunque no puede culparse a una persona por tener un desempeño ortográfico
inadecuado, éste le traerá como consecuencia una desvalorización en su discurso
escrito.
2- Porque es ese individuo el afectado, el problema es fundamentalmente suyo (no de
la escuela, ni de los profesores)
3- En virtud de que el problema es suyo, es él quien debe hallar la solución.

Los Pemón
La “Gran Sabana”, ubicada en el extremo sureste del estado Bolívar (Venezuela), en
frontera con Brasil y Colombia, es uno de los lugares más antiguos del planeta. En este
fascinante y mágico lugar que tiene el privilegio de tener unas extrañas mesetas de piedra
recortadas y talladas por la erosión; los imponentes tepuyes, es donde los Pemón se
instalaron hace más de tres siglos y viven en total armonía con la naturaleza.
Los pemón son descendientes directos de los “Caribes”, tribu nómada y guerrera
proveniente del Amazonas. Esta etnia se divide en tres grandes grupos: Taurepán,
Arekuna, y Kamaracoto, los cuales comparten el inmenso territorio del “Parque Nacional
Canaima y sus alrededores. Tienen distintos dialectos, pero se comprenden entre sí, ya
que su lengua principal tiene sus mismas raíces.
El idioma pemón, también llamado arecuna, permite la comunicación de esta etnia,
siendo utilizado por aproximadamente treinta mil personas, mientras que el macushi o
macuxi, es hablado en Brasil y considerado como un dilecto del pemón.
La etnia Pemón creen un mundo poblado de espíritus y personajes sobrenaturales. Sus
creencias giran en un mundo original semejante a lo que lamamos el “paraíso”, poblado por
los “pia”, antepasados míticos.
Los pemón son gente amable, alegre, hospitalaria, de modales discretos. La mejor
forma de acercárseles es respetando sus costumbres y el medio en el cual viven.
Tom

El lenguaje total: una cultura nueva


En nuestros días, cualquier campesino de las más lejanas regiones realiza, sus faenas
con un transitor al lado. En las tardes de muchos días, millones de personas contemplan un
partido de fútbol a través de las pantallas de televisión. Las ventas de discos en el mundo
entero superan los millones de bolívares. Cualquier estudiante de Educación Básica pasa
ante el televisor un buen número de horas a la semana o está oyendo música. El internet te
abre el libro de la vida.
Con el invento de la “palabra”, el hombre encontró la técnica de comunicación más
colosal y, posteriormente, con el invento de la imprenta. En la actualidad, las imágenes y
los sonidos en sus múltiples manifestaciones (prensa, suplementos, radio, cine, televisión,
montajes audiovisuales) están modificando no solo la manera de representar las cosas,
sino incluso la forma de estar el hombre en el mundo.
Las palabras, las imágenes y los sonidos, a través de los aparatos electrónicos, están
proporcionando a todas las clases sociales el mismo tipo de cultura. Como el saber llega a
todas las capas sociales, está naciendo, en definitiva, “un hombre nuevo”. Un hombre que
se comunica ya, no solo con las palabras, sino con imágenes, sonidos y un lenguaje total.

Volta, Alessandro (1745- 1827)


Hacia 1780, el profesor de anatomía de la Universidad de Bolonia (Italia), Luigi Galvani
(1737- 1798), dirigió unos curiosos experimentos empleando patas de ranas. Descubrió lo
que fue llamado “electricidad animal”. Observó que los músculos de las ranas se contraían
cuando se les aplicaba electricidad. También advirtió que se contraían cuando eran
conectados a dos metales distintos en contacto. Galvani pensó que la electricidad provenía
del animal.
Un compatriota de Galvani, Alessandro Volta, que tenía un espíritu científico más
perspicaz comprendió que lo importante en la producción de esa electricidad, no eran las
patas de rana, sino los metales en contacto. Los fluidos presentes en las patas de las
ranas actuaban como medos de conducción de la corriente. Resolvió entonces producir
electricidad empleando este principio de manera distinta.
En 1799 fabricó la primera pila sencilla sumergiendo unas varillas de cobre y zinc en
salmuera y luego conectándolas. Descubrió que se podía aumentar la “presión” eléctrica
conectando varias de esas pilas para formar una “batería”. Fabricó una poderosa batería
que consistía en una columna de discos de papel embebido en salmuera. Este tipo de
batería fue durante muchos años la única fuente de electricidad de uso práctico. En su
honor, la unidad de “presión” eléctrica fue llamada voltio.
Tomado de “Grandes científicos”. Biblioteca fundamental Ariel.

La Tortuga Gigante
Había una vez un hombre que vivía en Buenos Aires y estaba muy contento porque era
un hombre sano y trabajador. Pero un día se enfermó y los médicos le dijeron que
solamente yéndose al campo podría curarse. Él no quería ir, porque tenía hermanos chicos
a quienes daba de comer; pero se enfermaba cada día más. Hasta que un amigo suyo, que
era director del Zoológico, le dijo un día: -Usted es amigo mío y es un hombre bueno y
trabajador. Por eso quiero que se vaya a vivir al monte, a hacer mucho ejercicio al aire libre
para curarse.
Y usted tiene mucha puntería con la escopeta, cace bichos del monte para traerme los
cueros, y yo le daré plata adelantada para que sus hermanitos puedan comer bien. El
hombre enfermo aceptó, y se fue a vivir al monte, lejos, más lejos que Misiones todavía.
Hacía allá mucho calor, y eso le hacía bien. Vivía solo en el bosque y él mismo se
cocinaba, Comía pájaros y bichos del monte, que cazaba con la escopeta, y después
comía frutas. Dormía bajo los árboles y, cuando hacía mal tiempo, construía en cinco
minutos una ramada con hojas de palmera, y allí pasaba sentado y fumando, muy contento
en medio del bosque, que bramaba con el viento y la lluvia.
Había hecho un atado con los cueros de los animales, y lo llevaba al hombro. Había
también agarrado, vivas, muchas víboras venenosas, y las llevaba dentro de un gran mate,
porque allá hay mates tan grandes como una lata de querosene. El hombre tenía otra vez
buen color, estaba fuerte y tenía apetito. Precisamente un día en que tenía mucha hambre,
porque hacía dos días que no cazaba nada, vio a la orilla de una gran laguna un tigre
enorme que quería comer una tortuga, y la ponía parada de canto para meter dentro una
pata y sacar la carne con las uñas. AI ver al hombre el tigre lanzó un rugido espantoso y se
lanzó de un salto sobre él pero el cazador, que tenía una gran puntería, le apuntó entre los
dos ojos y le rompió la cabeza. Después le sacó el cuero, tan grande que él solo podría
servir de alfombra para un cuarto.
-Ahora se dijo el hombre- voy a comer tortuga, que es una carne muy rica. Pero cuando se
acercó a la tortuga, vio que estaba ya herida, y tenía la cabeza casi separada del cuello, y
la cabeza colgaba casi de dos o tres hilos de carne. A pesar del hambre que sentía, el
hombre tuvo lástima de la pobre tortuga, y la llevó arrastrando con una soga hasta su
ramada y le vendó la cabeza con tiras de género que sacó de su camisa, porque no teína
más que una sola camisa y no tenía trapos.
La había llevado arrastrando porque la tortuga era inmensa, tan alta como una silla, y
pesaba como un hombre. La tortuga quedó arrimada a un rincón, y allí pasó días y días sin
moverse. El hombre la curaba, todos los días, y después le daba golpecitos con la mano
sobre el lomo. La tortuga sanó por fin, pero entonces fue el hombre quien se enfermó, tuvo
fiebre y le dolía todo el cuerpo. Después no pudo levantarse más. La fiebre aumentaba
siempre, y la garganta le quemaba de tanta sed.
El hombre comprendió que estaba gravemente enfermo, y habló en voz alta, aunque
estaba solo, porque tenía mucha fiebre. Voy a morir -dijo el hombre- estoy solo, ya no
puedo levantarme más, y no tengo quién me dé agua siquiera. Voy a morir aquí de hambre
y de sed. Y al poco rato la fiebre subió más aún, y perdió el conocimiento, pero la tortuga lo
había oído, y entendió lo que el cazador decía. Y ella pensó entonces:
-El hombre no me comió la otra vez, aunque tenía mucha hambre, y me curó. Yo lo voy a
curar a él ahora.
Fue entonces a la laguna, buscó una cáscara de tortuga chiquita, y después de limpiarla
bien con arena y ceniza la llenó de agua y le dio de beber al hombre, que estaba tendido
sobre su manta y se moría de sed. Se puso a buscar en seguida raíces ricas y yuyitos
tiernos, que le llevó al hombre para que comiera. El hombre comía sin darse cuenta de
quién le daba la comida, porque tenía delirio con la fiebre y no conocía a nadie. Todas las
mañanas la tortuga recorría el monte buscando raíces cada vez más ricas para darle al
hombre, y sentía no poder subirse a los árboles para llevarle frutas.
El cazador comió así días y días sin saber quién le daba la comida, y un día recobró él
conocimiento. Miró a todos lados, y vio que estaba solo, pues allí no había más que él y la
tortuga, que era un animal. Y dijo otra en voz alta: Estoy solo en el bosque, la fiebre va a
volver de nuevo, y voy a morir aquí, porque solamente en Buenos Aires hay remedios para
curarme, pero nunca podré ir, y voy a morir aquí.
Y como él lo había dicho, la fiebre volvió esa tarde, más fuerte que antes, y perdió de
nuevo el conocimiento. Pero también esta vez la tortuga lo había oído y se dijo:
-Si queda aquí en el monte se va a morir, porque no hay remedios, y tengo que llevarlo a
Buenos Aires.
Dicho esto, cortó enredaderas finas y fuertes, que son como piolas, acostó con mucho
cuidado al hombre encima de su lomo, y lo sujetó bien con las enredaderas para que no se
cayese. Hizo muchas pruebas para acomodar bien la escopeta, los cueros y el mate con
víboras, y al fin consiguió lo que quería, sin molestar al cazador, y emprendió entonces el
viaje.
La tortuga, cargada así, caminó, caminó y caminó de día y de noche. Atravesó montes,
campos, cruzó a nado ríos de una legua de ancho, y atravesó pantanos donde quedaba
casi enterrada, siempre con el hombre moribundo encima. Después de ocho o diez horas
de caminar se detenía, deshacía los nudos y acostaba al hombre con mucho cuidado en un
lugar donde hubiera pasto bien seco. Iba entonces a buscar agua y raíces tiernas, y le daba
al hombre enfermo. Ella comía también, aunque estaba tan cansada que prefería dormir.
A veces tenía que caminar al sol; y como era verano, el cazador tenía tanta fiebre que
deliraba y se moría de sed. Gritaba: ¡agua!, ¡agua!, a cada rato. Y cada vez la tortuga tenía
que darle de beber.
Así anduvo días y días, semana tras semana. Cada vez estaban más cerca de Buenos
Aires, pero también cada día la tortuga se iba debilitando, cada día tenía menos fuerza,
aunque ella no se quejaba. A veces quedaba tendida, completamente sin fuerzas, y el
hombre recobraba a medias el conocimiento. Y decía en voz alta:
-Voy a morir, estoy cada vez más enfermo, y sólo en Buenos Aires me podría curar, pero
voy a morir aquí, solo en el monte. Él creía que estaba siempre en la ramada, porque no se
daba cuenta de nada.
La tortuga se levantaba entonces, y emprendía de nuevo el camino. Pero llegó un día, un
atardecer, en que la pobre tortuga no pudo más. Había llegado al límite de sus fuerzas, y
no podía más. No había comido desde hacía una semana para llegar más pronto. No tenía
más fuerza para nada. Cuando cayó del todo la noche, vio una luz lejana en el horizonte,
un resplandor que iluminaba el cielo, y no supo qué era. Se sentía cada vez más débil,
cerró entonces los ojos para morir junto con el cazador, pensando con tristeza que no
había podido salvar al hombre que había sido bueno con ella.
Y, sin embargo, estaba ya en Buenos Aires, y ella no lo sabía. Aquella luz que veía en el
cielo era el resplandor de la ciudad, e iba a morir cuando estaba ya al fin de su heroico
viaje. Pero un ratón de la ciudad -posiblemente el ratoncito Pérez- encontró a los dos
viajeros moribundos.
-¡Qué tortuga! -dijo el ratón-. Nunca he visto una tortuga tan grande. ¿Y eso que llevas en
el lomo, qué es? ¿Es leña?
-No -le respondió con tristeza la tortuga-. Es un hombre.
- ¿Y dónde vas con ese hombre? -añadió el curioso ratón.
-Voy... voy... quería ir a Buenos Aires -respondió la pobre tortuga en una voz tan baja que
apenas se oía
-Pero vamos a morir aquí porque nunca llegaré.
-¡Ah, zonza, zonza!-dijo riendo el ratoncito-.
¡Nunca vi una tortuga más zonza! ¡Si ya has llegado a Buenos Aires! Esa luz que ves allá
es Buenos Aires.
Al oír esto, la tortuga se sintió con una fuerza inmensa porque aún tenía tiempo de
salvar al cazador, y emprendió la marcha. Y cuando era de madrugada todavía, el director
del Jardín Zoológico vio Llegar a una tortuga embarrada y sumamente flaca, que traía
acostado en su lomo y atado con enredaderas, para que no se cayera, a un hombre que se
estaba muriendo.
El director reconoció a su amigo, y él mismo fue corriendo a buscar remedios, con los que
el cazador se curó enseguida. Cuando el cazador supo cómo lo había salvado la tortuga,
cómo había hecho un viaje de trescientas leguas para que tomara remedios, no quiso
separarse más de ella.
Y como él no podía tenerla en su casa que era muy chica, el director del Zoológico se
comprometió a tenerla en el Jardín, y a cuidarla como si fuera su propia hija. Y así pasó. La
tortuga, feliz y contenta con el cariño que le tienen, pasea por todo el jardín, y es la misma
gran tortuga que vemos todos los días comiendo el pastito alrededor de las jaulas de los
monos. El cazador la va a ver todas las tardes y ella conoce desde lejos a su amigo, por los
pasos.
Pasan un par de horas juntos, y ella no quiere nunca que él se vaya sin que le dé una
palmadita de cariño en el lomo.
Autor: Horacio Quiroga.

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