6 Campagne Cap 1

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Capítulo 1

El señorío (I): la propiedad de la tierra

1- El señorío como Upo ideal


En agosto de 1860, el príncipe Fabrizio de Salina, protagonista de II
Gattopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, abandonaba junto con su
familia la ciudad de Palermo, en medio del derrumbe de la monarquía
borbónica provocado por el avance de Garíbaldi y de las fuerzas del reino
de Piamonte-Cerdeña. El aristócrata siciliano había decidido refugiarse
en su señorío rural de Donnafugata, cuya residencia añoraba, tanto como
el sentido de posesión feudal que sobrevivía en ella todavía. Al llegar a la
aldea, el príncipe es recibido por los notables de la villa -e l alcalde, el
arcipreste, el médico, el notario- y por una multitud de campesinos, tten
cuyos ojos inmóviles se transparentaba una curiosidad nada hostil, por­
que los aldeanos de Donnafugata sentían realmente cierto afecto por su
tolerante señor feudal que olvidaba a menudo exigir los cánones y los
pequeños arrendamientos”.
La notable reconstrucción histórica de Tomasi di Lampedusa,1 edita­
da en forma postuma en 1958, nos induce a recordar que el señorío fue
un protagonista esencial de la evolución histórica del campo europeo en
el milenio que transcurre entre los siglos IX y XVllL De hecho, como nos
sugiere la persistencia del señorío en la Sicilia de 1860, es posible detec­
tar una fuerte presencia de elementos señoriales hasta muy entrado el
siglo XIX. Y no tan sólo en Europa central u oriental, sino también en
otras regiones periféricas del continente, en particular en el área medite­
rránea. En otros casos, los persistentes resabios de antiguas instituciones

1 La novela fue editada un año después de la muerte de su autor, y llevada al cine por
Luchino Visconti en 1965. Nacido en 1896, Tomasi di Lampedusa vivió inmerso en la
realidad del extremo sur itálico, lo que le permitió describir como nadie las notables
supervivencias antiguorregimentales que caracterizaban a la región todavía en la segunda
mitad del siglo XIX.
Capítulo 1 Señorío (1): la propiedad de (a (ierra

feudales continúan hasta comienzos del siglo XX. El copyhold, por ejem­
plo, nombre que en Inglaterra recibían las tenencias a censo, expresión
local de la pequeña propiedad campesina dependiente, prototípica del
feudalismo, desaparece formalmente tan sólo en 1922. Diez años des­
pués, el Instituto de Reforma Agraria de la II República Española consta­
taba la persistencia de no pocas prestaciones de carácter señorial en las
áreas rurales, a pesar de la teórica supresión encarada por las Cortes de
Cádiz a comienzos del siglo XIX.
¿Cómo definir en términos ideales, pues, a una entidad como el señorío?
¿Cómo definir a esta fenomenal estructura que logró perdurar en el Viejo
Mundo por más de un milenio, que le costó a los regímenes burgueses -
surgidos de las revoluciones modernas- más de un siglo de esfuerzos concer­
tados para erradicar definitivamente todo recuerdo de su existencia?
El historiador español Salvador de Moxó define al señorío como el
conjunto de tierras que constituía la propiedad eminente y el área de
jurisdicción de un señor. Abandonemos ya algunos estereotipos, y diga­
mos que la titularidad de un señorío podía estar en manos de laicos o
eclesiásticos, hombres o mujeres. Podía ejercerla un sujeto individual o
colectivo (las ciudades y los monasterios eran, con frecuencia, titulares
de señoríos). Finalmente, y el dato deviene esencial en el período tem­
prano-moderno, los titulares de los señoríos podían ser tanto nobles como
plebeyos. En el feudalismo tardío era muy frecuente que individuos que
no pertenecían al estamento nobiliario compraran señoríos, como un
primer paso esencial para el ennoblecimiento de las generaciones futuras
del linaje. Transformados en mercancías, los símbolos del status nobilia­
rio (blasones, escudos de armas, títulos, cargos) constituían un peculiar
mercado al que acudía ávida la burguesía antiguorregimental.
Gracias a la definición de Salvador de Moxó, apreciamos que el seño­
río se componía de dos elementos fundamentales. En primer lugar, un
componente solariego: la propiedad de la tierra. Un señor es, antes que
nada, un gran propietario. En segundo lugar, un componente jurisdic­
cional: el poder sobre los hombres, la capacidad de ejercer facultades
propias de las prerrogativas del poder estatal, el imperio para formular
normas que el colectivo de habitantes dentro del territorio debe obede­
cer. Analíticamente, esta distinción permite hablar de dos formas dife­
rentes de señorío, el señorío dominical y el señorío jurisdiccional, equi­
valente a la distinción que la historiografía francesa realiza entre seigneu­
rie foncière y seigneurie banale.2

2 Las fuentes medievales francesas emplean también el término seigneurie hautaine.


Primera Parie. F luimusmo T aroIo

La superposición de ambos componentes, la propiedad de la tierra y


¿l poder sobre los hombres, el señorío dominical y el señorío jurisdiccio­
nal, es la que da lugar al señorío pleno, síntesis de las relaciones sociales
y de las formas de dominación prototípicas del feudalismo clásico. Cabe
preguntamos, sin embargo, si el señorío pleno, tal como lo estamos des­
cribiendo, existió alguna vez, o si es una mera construcción abstracta de
los historiadores. No se trata de un interrogante retórico, porque los dos
elementos que hemos analizado por separado podían, en realidad, exis­
tir en forma independiente. Un componente no implicaba necesaria­
mente la existencia del otro. De hecho, el componente solariego, domi­
nical, territorial, es varios siglos anterior al componente jurisdiccional.
Desde mucho antes de apropiarse del poder de bando, los señores fue­
ron grandes propietarios de tierras, grandes señores dominicales. Por
otra parte, cuando finalmente se impuso el señorío jurisdiccional, el
nuevo elemento se superpuso sobre el señorío dominical, con una per­
manente tendencia a excederlo en términos espaciales. Esta última cir­
cunstancia explica las razones por las que los titulares de los señoríos
jurisdiccionales podían tener, de todas formas, imperio sobre personas
que no vivían dentro de sus dominios territoriales. En consecuencia, la
superposición a la que antes aludimos nunca era absoluta. El compo­
nente jurisdiccional tendía siempre, indefectiblemente, a ser más exten­
so que el componente dominical. En muy raros casos, en la Edad Moder­
na en rarísimos casos, un señor era dueño de la totalidad del territorio
sobre el que ejercía su potestad jurisdiccional.
Así, en la España de los Trastámara y de los Austrias, fue frecuente la
:reación de nuevos señoríos conformados casi exclusivamente por el com­
ponente jurisdiccional, con la ausencia absoluta de elementos de orden
iominical, señoríos en los cuales el señor no poseía prácticamente tierras
dentro del espacio sobre el cual ejercía su poder de bando. Creados por
imperiosas necesidades de legitimación de la dinastía reinante, o como
consecuencia de las necesidades fiscales del estado feudal centralizado,
los nuevos señoríos se conformaron en regiones que ya estaban pobladas
desde hacía siglos, en las cuales la propiedad de la tierra se hallaba con­
solidada en su casi totalidad. En consecuencia, a menos de que el linaje
a cargo de la titularidad del llamante señorío iniciara una política de
adquisición de tierras, nunca llegaría a convertirse en propietario territo­
rial dentro de su propia jurisdicción señorial. Como no podía ser de otra
manera, esta peculiar situación generaba constantes conflictos entre los
señores y sus vasallos, en particular cuando los señores jurisdiccionales
intentaban imponer la idea de que también eran señores solariegos, bus­

*7
Capítulo 1. Señorío (I): la propiedad de la tierra

cando así percibir tributos a los que jurídicamente no tenían derecho.


En ocasiones, la situación de tensión generada por la venta de pueblos
provocaba un estado de rebelión crónico, que se originaba en la sensa­
ción de retroceso jurídico que implicaba el paso del realengo al señorío.

2- Las tenencias campesinas: la enfiteusis y la ficción del


dominio dividido

Comenzaremos a desarrollar ahora el tema central del presente capí­


tulo: el componente dominical del señorío y la propiedad de la tierra. El
señorío dominical, es decir, el conjunto de tierras cuya propiedad perte­
nece a un señor feudal, debe dividirse analíticamente en dos grandes
secciones. Por un lado, las tenencias campesinas dependientes o tenen­
cias a censo, que en Francia recibían el nombre colectivo de censive. Por
el otro, el dominio, demesne o reserva señorial. Comenzaremos el análisis
por el censive, compuesto por el conjunto de tenencias campesinas de­
pendientes.

Señorío Jurisdiccional
(seigneurie banale)

Señorío Dominical o Solariego


(seigneurie foncière)

Dominio
Tenencias a Censo o
(censive) Reserva Señorial

(demesne)

18
Primera Parte F qud .a lk m o T ardío

para comprender el régimen con el que accedieron a la tierra la mayor


parte de los campesinos en Europa Occidental, entre los siglos XIII y
XVIII, debemos traer a colación el concepto de enfiteusis. En el antiguo
derecho civil romano, la propiedad enfiteutica funcionaba como un ius
tertium entre las dos categorías clásicas que reglaban el acceso a la tierra,
el dom inium y la locatio. Claro que, como lo revela su origen griego ( em fyteu -
sis), la enfiteusis fue siempre una categoría exótica, híbrida, que incomo­
daba a los juristas, habituados a categorías menos ambiguas. La enfiteusis
fue, entonces, la forma de propiedad hegemónica a partir de la cual el
campesino del Occidente europeo accedió a la tierra, entre la decadencia
de la servidumbre y el estallido de las revoluciones burguesas.
El dom inium y la locatio resultan en la actualidad categorías de fácil
comprensión, en tanto fueron plenamente recuperadas por el derecho
civil burgués. El d om inium es la propiedad privada absoluta sobre las
cosas materiales, el derecho en virtud del cual un objeto se encuentra
sometido a la voluntad y acción de una persona.* De hecho, si tomamos
cualquier código civil moderno veremos que lo que cotidianamente de­
nominamos propiedad, se describe técnicamente con el nombre de do­
minio.4 Amén del derecho de usufructo, el dominio permite enajenar sin
limitación alguna el bien poseído, venderlo, arrendarlo, hipotecario.
Implica también el derecho de traspaso irrestricto a los herederos. Even­
tualmente, supone también el derecho de destrucción de la cosa.
La locatio es, en cambio, la cesión temporaria del usufructo, del dere­
cho de uso de una cosa, mediante un comrato que expresa un acuerdo
consensuado, oneroso y de duración limitada. Se trata, en síntesis, de la
facultad de arrendar o alquilar parcelas de tierra, inmuebles u otros bie­
nes materiales de envergadura. Esta cesión temporaria del derecho de
uso no implica, en ningún caso, presunción de propiedad alguna en
favor del locatario. El dom inium del locador no se ve de ninguna manera
afectado.
¿Por qué la enfiteusis resulta un derecho intermedio entre las catego­
rías de dom inium y locatio ? En primer lugar, porque recurre a una ficción
jurídica fenomenal, al dividir al dominio en dos realidades diferentes,

3 Conviene tener en cuenta que, en el contexto de la historia agraria antiguorregimental, el


término dominio suele emplearse según dos acepciones diferentes: para referirse a la
propiedad sobre las cosas materiales, y para designar a la porción de las tierras señoriales
que no han sido enajenadas o convertidas en tenencias campesinas a censo.
4 La propiedad o dominium, propia del derecho privado, se contraponía al imperium, las
prerrogativas del estado propias del derecho público.

*9
Capítulo 1. Señorío (í): la propiedad de la tierra

generando la ilusión de que un bien puede tener dos dueños al mismo


tiempo, aunque con diferentes derechos sobre la cosa. El dom inium queda
dividido, entonces, en dom inio útil y dom inio directo.5
Cuando un propietario entregaba un parcela de tierra en régimen de
enfiteusis, estaba cediendo a perpetuidad el derecho de usufructuar el
suelo, estaba cediendo a perpetuidad el dom in io útil. En consecuencia,
este derecho de uso así configurado se convertía en una propiedad p e r se,
que podía enajenarse y transmitirse libremente. ¿Cuál es entonces la di­
ferencia con el dom inium indiviso, con la propiedad plena de la tierra?
Pues que la enfiteusis suponía la existencia de un segundo dominio, el
dom inio d irecto , que el propietario original de la tierra se reservaba para sí.
Es este segundo dominio el que otorgaba a su propietario el derecho de
percibir cargas y rentas, anuales o periódicas, que implicaban el recono­
cimiento de que la persona que poseía a perpetuidad el dom inio útil n o
detentaba, sin embargo, un dom inium indiviso o absoluto sobre la tiejra.
En consecuencia, el antiguo propietario del inmueble o parcela ha
perdido para siempre el derecho de usufructo del bien en cuestión, pero
conserva el derecho de percibir cargas y rentas que recaen a perpetuidad
sobre el mismo. Queda entonces un solo expediente para que el propie­
tario original recupere el dom in io útil: la interrupción del pago de las
cargas por un tiempo medianamente prolongado (en el período moder­
no, el término convencional rondaba los 3 años). Sólo entonces el pro­
pietario del dom inio directo podía recobrar el dom inio útil , acabando con la
ficción del dominio dividido.
La situación es, cuanto menos, extraña. El propietario conserva una
fracción del dom inium , pero ya no puede disponer de su parcela o in­
mueble; el enfiteuta, por su parte, posee un derecho perpetuo de usu­
fructo, pero como carece de la otra fracción del dom inium , deberá pagar
cargas perpetuas para poder conservarlo.'
¿Cuál de estos dos com ponentes del dominio escindido se asemeja
más a nuestra concepción moderna de propiedad privada de la tierra?
La respuesta correcta señala en dirección del dom in io útil. La enfiteusis
clásica no debe asimilarse al arrendamiento o a ninguna otra forma de
lo catio. No se trata de un arrendamiento de largo plazo, en el cual el
propietario del d om in io d irecto funciona com o locador y el enfiteuta

* El termino dominio eminente, como sinónimo de dominio directo, resulta menos apropiado
en este contexto; resulta pertinente reservarlo para referirse a un atributo o potestad del
astado antes que a un derecho de las personas particulares.

lo
Primer«) Parte. F eu da lism o T ard Io

Norrio locatario. En la propiedad enfitéutica tradicional la cesión del


¿dominio útil era perpetua, por lo que se asemejaba notablemente a una
^propiedad estable y segura sobre la tierra. A menos de que se interpu­
siera el expediente extremo de la interrupción permanente del pago
de las cargas, el propietario del d om in io d irecto no tenía forma de recu­
perar el d om in io útil. Hacia finales dei Antiguo Régimen, de hecho, las
parcelas explotadas en régimen enfitéutico eran caracterizadas como
propiedades enajenadas, tan inaccesibles a sus propietarios directos
cómo los bienes efectivamente vendidos a terceros. Para entonces, hacía
ya muchos siglos que el enfiteuta no debía solicitar siquiera la autori­
zación del titular del dominio d irecto para vender o arrendar el dom in io
útil de una parcela. Bastaba con que el com prador del d o m in io útil
continuara cumpliendo con las cargas originales para que el contrato
enfitéutico continuara vigente. El enfiteuta podía también arrendar el
dom inio ú til , en una peculiar y eficaz com binación de la locatio con la
enfiteusis: el arrendatario pagaba, al mismo tiempo, un canon ai en­
fiteuta, y las cargas tradicionales al propietario del d om in io d irecto. Esta
triangulación, muy frecuente en la baja Edad Moderna, fue una de las
vías más habituales de penetración de la propiedad burguesa en el
campo europeo, en perjuicio de las propiedades campesina y nobilia­
ria.
La asimilación de la enfiteusis a una forma estable de propiedad sobre
la tierra se percibe, claramente, en los manuales de derecho feudal de
finales del A n den Régime. En su D iccionario de feu d o s y de derechos señ oriales
útiles y h on oríficos , publicado en 1788, Joseph Renauldon define las voces
“señor directo” y “señor útil”. Es precisamente éste último, el enfiteuta, a
quien el autor consideraba el verdadero propietario de la tierra. El señor
directo era considerado, en cambio, propietario de las cargas que grava­
ban la propiedad. Similar criterio se encuentra en el C atastro ordenado
por el marqués de la Ensenada, entre 1750 y 1756. En el caso de las
tenencias a censo, el encuestador consideraba como dueño de la tierra al
detentador del dominio útil. El propietario del dom inio directo sólo era
considerado como dueño del derecho a percibir determinadas rentas
perpetuas.
Ante quienes puedan considerar abusiva la asimilación de la propie­
dad enfitéutica a la propiedad plena de la tierra, a raíz de los tributos
perpetuos que gravaban la misma, resulta oportuno recordar que en el
derecho liberal burgués la propiedad privada se encuentra también limi­
tada por diversos factores. Entre ellos, se destacan la potestad impositiva
del estado, la facultad de expropiar bienes de los particulares, la inclu-

21
Capitulo 1. Señorío (i) la propiedad de la tierra

Jsj&n de penas pecuniarias en los estatutos criminales, y la reglamenta-


las prácticas sucesorias.
■^"^n síntesis, las siguientes características definen a la enfiteusis clásica:
• '•:Se trata de una ficción legal en tomo a la división del dom in iu m , que
" 'p e r m i t í a justificar la cesión perpetua del derecho de uso.
• Este dom inio útil devenía en sí mismo una forma de propiedad, una
mercancía que podía enajenarse en forma temporaria o permanente,
convertirse en garantía real de prestamos pecuniarios, o trasmitirse a
los herederos; todo ello sin que mediara el consentimiento del pro­
pietario del dom in io directo.
• Para gozar a perpetuidad del dom inio útil de una parcela, el enfiteuta
debía pagar anualmente un conjunto de cargas. Algunas de ellas te­
nían un peso económico secundario, aunque conservaban un enorme
valor simbólico, que contribuía a poner de manifiesto el carácter de­
pendiente de la propiedad en cuestión. Otras, en cambio, resultaban
gravosas en términos económicos, pero carecían del poder de simbo­
lizar el status inferior de una propiedad con dominio escindido.
• El enfiteuta debía también hacer frente a las tasas o derechos de mu­
tación, que a diferencia de las cargas anteriores no tenían una perio­
dicidad determinada ni debían pagarse todos los años. A causa de la
ficción legal que privaba al enfiteuta del dom inium indiviso, cada vez
que la parcela -e n rigor, el dom inio útil- cambiaba de manos, ya fuera
a causa de una compraventa o con motivo del traspaso a los herede­
ros, el titular del dom inio directo tenía derecho a la percepción de un
tributo, en ocasiones gravoso, y en casos extremos -com o en diversas
regiones de Inglaterra- explícitamente confiscatoño.6
• Los montos y porcentajes de las cargas enfitéuticas estaban fijados por
la costumbre. No podían ser modificados por los propietarios del
dominio directo. Ésta era una de las características más originales de
este peculiar mecanismo de acceso a la tierra.
• El titular del dom inio directo no podía recuperar el dom inio útil enajena­
do, a menos de que mediase un incumplimiento prolongado en el
pago de las cargas por parte del enfiteuta.
• En diversas regiones del Occidente europeo, el derecho de preferen­
cia era otra característica prototípica de la enfiteusis. En los casos de

0 Se trataba de una carga pesada aunque de carácter irregular, que podía resultar en extremo
beneficiosa para los titulares de los señoríos, si el mercado inmobiliario tenía un carácter
dinámico en la región.

22
P rim e ra Parie. F eu da lism o T ard ío

compraventa de la tenencia enfitéutica, si el propietario del dominio


directo -habitualmente el titular del señorío- igualaba la oferta de compra
más alta, tenía derecho a quedarse con la parcela, reconstituyendo su
dominio absoluto sobre la misma.7

Para que la enfiteusis pudiera generalizarse en el Occidente europeo,


se requería la abolición -a l menos la atenuación- de la servidumbre. La
dependencia personal no sólo limitaba la movilidad física de los siervos,
sino que también los privaba de la posibilidad de ser sujetos de derecho,
de poseer bienes inmuebles, de accionar en el mercado de tierras, de
adquirir compromiso alguno a través de documentos escritos. La servi­
dumbre de mano muerta impedía que los siervos pudieran ser propieta­
rios de iure del dominio útil. Al mismo tiempo, la arbitrariedad en el esta­
blecimiento de las cargas, otra de las características de la dependencia
servil, también conspiraba contra la difusión de la enfiteusis.
En las cartas de franquicia, que los señores franceses otorgan -e n la
mayoría de los casos venden- a las comunidades de campesinos depen­
dientes desde mediados del siglo XII, se percibe con claridad la transfor­
mación jurídica que hizo posible la generalización de la enfiteusis. Estos
documentos, impuestos de manera irremediable por el proceso de colo­
nización interna del Occidente europeo, liberaban a los campesinos de
las antiguas constricciones de la dependencia personal. Los señores reco­
nocían la abolición de la servidumbre de mano muerta, la fijación de las
cargas, el fin de la imposición arbitraria de los tributos y la plena libertad
para contraer matrimonio. Renunciaban también al derecho de disponer
del trabajo excedentario de la totalidad del grupo familiar campesino.
Lejos de limitar al fisco dominical -e n ocasiones los campesinos acepta­
ban pagar más para lograr la fijación de las cargas-, las cartas de franqui­
cia lo regularizaban, lo introducían en la costumbre, y al hacerlo, lo
legitimaban y consolidaban.
Cuando en la segunda mitad del siglo XII, los juristas del Mediodía
francés buscaron un término adecuado que diera cuenta de este nuevo
régimen de tenencias campesinas, derivado de la abolición de la servi­
dumbre, redescubrieron en los moldes del antiguo derecho romano la

7 Claro que en monarquías como la francesa, las normas legales obstaculizaron, por moti­
vos claramente fiscales, la posibilidad de que los señores reincorporaran a sus reservas las
parcelas recuperadas, sancionando estatutos que imponían una nueva cesión en régimen
de enfiteusis, con el objeto de mantener intacto el tamaño del censive (cfr. capítulo 8,
sección 4).
Capítulo 1. Señorío (I): la propiedad de la cierra

institución apropiada: la enfiteusis clásica. De hecho, las cartas de fran­


quicia habían comenzado a convertir a los campesinos en propietarios de
Jacto del dominio útil de sus parcelas, al establecer una disociación entre
el derecho a percibir cargas y el derecho de uso de las mismas. Por todo
ello, no resulta casual que las regiones de Francia en las que las cartas de
franquicia se dieron con mucha menor intensidad -e l Delfinado y Bor-
goña, en forma paradigmática-, fueran las únicas provincias en las que
resabios de la antigua servidumbre persistieron hasta a finales del siglo
XV1ÍI (para felicidad de la retórica emancipacionista de las asambleas
revolucionarias posteriores a 1789). Todavía en el Siglo de las Luces, los
siervos borgoñones sufrían las limitaciones del régimen de mano muerta,
que impedía el pleno funcionamiento del régimen enfitéutico: podían
abandonar sus parcelas libremente, pero al hacerlo perdían sus tierras y
sus bienes muebles, que quedaban en poder del titular del señorío.
En Inglaterra, la coyuntura de crecimiento demográfico, que llega a
su apogeo en la segunda mitad del siglo XIII, permitió que el surgimiento
de la enfiteusis coexistiera con el mantenimiento generalizado de la ser­
vidumbre. La pulverización de las tenencias campesinas, sumada al au­
mento de la presión por acceder a la tierra, permitió que los señores
ingleses toleraran el acceso al mercado de tierra de los tenentes de condi­
ción servil, conviniéndolos, de ja c to , en sujetos con capacidad para ad­
quirir compromisos legales, y en verdaderos propietarios del dominio
útil de sus tierras. La presión demográfica aseguraba, así, que los señores
dominicales ingleses tuvieran siempre en explotación sus parcelas de­
pendientes, al tiempo que el intenso intercambio inmobiliario incremen­
taba los ingresos derivados de la percepción de las tasas de mutación
(otro signo de que estamos ya en presencia de un nuevo régimen de
acceso a la tierra).

3- Las cargas y tributos derivados del señorío dominical

¿Cuáles eran las cargas que gravaban las tenencias campesinas bajo el
régimen de enfiteusis? A diferencia de las primitivas formas del señorío
dominical carolingio, o de los extensos latifundios típicos de la segunda
servidumbre en Europa Oriental, los señoríos solariegos occidentales
adquirieron, desde los siglos finales del Medioevo, una serie de caracte­
rísticas distintivas: la disminución del tamaño de la reserva, la significa­
tiva reducción del papel de las tenencias campesinas en la explotación
de las tierras del señor, y la casi plena desaparición de las prestaciones
gratuitas de trabajo o corveas

*4
Primera Parte. F eudalismo T akwo

l i r i a s generaciones de medievalistas han descripto el irremediable


Édceso de la corvea, y su conmutación por pagos pecuniarios a partir
páglo XIL En consecuencia, las prestaciones de trabajo forzado al
l e adél Elba fueron un rareza durante la modernidad temprana. En
Ijañá y Francia se limitaban a las provincias más arcaicas, donde ha-
§j|rrquedado reducidas a un pequeño número de jom adas al año.8 Lejos
""‘daban las cuantiosas prestaciones semanales, típicas de muchos se-
fríos carolingios.
^ Curiosamente, la corvea reaparece en Francia en pleno siglo XVIII, no
% como mecanismo de explotación de la fuerza laboral a nivel micro,
inó como parte de la política de obras públicas del estado centralizado,
^ p a rticu la r en relación con el trazado de una red vial y caminera (que,
i f 'posteriori, se convirtió en uno de los más importantes impulsos moder-
íüzadores legados por el estado absolutista al desarrollo del capitalismo
francés y de su mercado interno unificado). En la década de 1720, el
’gobierno central envió a los intendentes un edicto, en el que se detalla-
í&n los estándares de calidad que debían aplicarse al mantenimiento de
los caminos del país. Como la fuerza de trabajo requerida para el cum­
plimiento de la tarea estaba fuera del alcance de los intendentes, algunos
funcionarios interpretaron que el edicto decretaba, de Ja cto, el estableci­
miento de una nueva carga pública, una corvea real. El inventor del
Sistema fue Philibert Orry, intendente de Soissons, quien exigió a los
campesinos de su jurisdicción quince jornadas de trabajo gratuito al año.
A los asalariados no propietarios se les demandó tan sólo tres días de
prestaciones. Nobles, eclesiásticos y residentes urbanos quedaban exen­
tos de la prestación del servicio. La carga recaía sobre todos aquellos que
residían a menos de catorce kilómetros de la red vial que debía repararse.
Cuando diez años más tarde Orry devino Controller General del reino,9
extendió el sistema a todas las intendencias del país. La corvea real termi­
nó difundiéndose de tal forma, que Orry debió solicitar a los intendentes
que redujeran sus exigencias, puesto que la distracción de la fuerza de
trabajo campesina comenzaba a afectar en forma negativa el volumen del

8 Las tareas a cumplir se relacionaban, por otro lado, con el acarreo de leña, la limpieza de
los canales de irrigación, la ampliación de la red de caminos, o la reparación de la casa
solariega. Las corveas relacionadas con el acarreo de mercaderías, aún cuando en ocasio^
nes reducidas a una única jom ada anual, fueron las últimas en desaparecer, en tanto
implicaban un ahorro real para el fisco señorial.
9 El cargo que antes ocupara Colbert yjque luego ocuparían Turgot o Necker, equivalente a
una moderna secretarla de Hacienda 6 Finanzas.
Capitulo i . Señorío (I): \o propiedad de la tierra

producto agrario nacional, amenazando con provocar un incremento de


precios y una baja en la recaudación de los impuestos directos.
Si las corveas y las prestaciones de trabajo forzado no tenían ya un
papel relevante en la Alta Edad Moderna, ¿cuáles eran, entonces, los
mecanismos reales de extracción de la riqueza campesina en el feudalis­
mo tardío? ¿Cuáles eran los tributos señoriales que tenían que pagar los
campesinos que usufructuaban la tierra en régimen de enfiteusis? Las
cargas que gravaban las tenencias enfitéuticas se reducían a tres: los cen­
sos, las rentas propiamente dichas y las tasas de mutación.
Los censos se originaron en las ya mencionadas conmutaciones mo­
netarias de las prestaciones compulsivas de trabajo. Aunque pudieron
resultar gravosos en el origen, las cartas de franquicia los transformaron
en montos fijos e inamovibles, pagaderos en moneda. En consecuencia,
las inflaciones subsiguientes -com o las de los siglos XIII y X V I-, licuaron
el valor de los censos originarios, restándoles con el tiempo todo valor
económico real. Reducidos al status de cargas sim bólicas, perdida su
capacidad de funcionar com o un mecanismo real de extracción del
excedente campesino, a partir del Medioevo tardío los censos se con ­
virtieron meramente en un m ecanism o recognitivo del carácter de­
pendiente de la tenencia enfitéutica, y en un recordatorio del vasalla­
je que ligaba a los tenentes con el titular del señorío. El pago anual de
los censos simbolizaba de manera perenne la ficción legal que privaba
al productor directo de la propiedad plena del dom inium , la ficción
que lo convertía tan sólo en propietario del dom inio útil. De aquí se
desprende el calificativo de censivas atribuido a las tenencias enfitéu­
ticas, al igual que el nombre de censatario otorgado al campesino que
las usufructuaba.
Pronto debieron crearse nuevas cargas que, lejos de funcionar me­
ramente como recognitivas del señorío dominical, extrajeran un porcen
taje relevante del excedente campesino y funcionaran como una efectiva
renta de la tierra, relevando a ios antiguos censos devaluados. Este rol 1(
cupo a las rentas propiamente dichas. Se trataba de pagos anuales, cuyoí
montos también se hallaban estrictamente fijados por la costumbre. Perc
a diferencia de los censos, no se pagaban en moneda sino en especie.
Aunque en ocasiones una parte de las rentas debían cubrirse en metáli­
co, el porcentaje mayoritario era casi siempre un porcentaje fijo que re­
caía sobre el producto total de la explotación campesina. Las rentas no
implicaban reconocimiento alguno de señorío, vasallaje o dominio directo.
Cabe aclarar, de todas formas, que no resultaba infrecuente que estos dos
grupos de cargas señoriales conformaran, en la práctica, una categoría

26
P r i m e r a P a r ie F eu d a lism o T a w h o

is rentas y censos, aún cuando cumplían, en teoría, funciones


Inte diferentes.10
-rancia, la más difundida de las rentas señoriales era el champart.u
fisiones, el champart podía resultar una carga en extremo pesada,
Síarmente en las provincias septentrionales, en las que el pago del
¡o 'eclesiástico resultaba menos gravoso. Una cifra promedio, que no
g o c e m o s perder de vista las enormes variaciones regionales propias
^ntíguo Régimen, rondaba en torno a la onceava parte de la cosecha
ff5 (el 9%). En Saboya podía alcanzar el 12 %. En la región de Toulo-
*el 15%. En la Baja Auvernia, el 20%. Excepcionalmente, como en
regiones del bas-Limousin, podía trepar al25 %. Igual de pesada
t(Jía resultar en Bretaña, en Borgoña, en Anjou, en Auxois o en Cham-
gna Los campesinos franceses solían comparar a esta renta con el diez-
cM^que también era un porcentaje fijo del producto agrícola pagadero en
^IpeCie. El champart era, de hecho, un verdadero diezmo señorial, aun-
e'sin la legitimidad ideológica que rodeaba a la verdadera renta ecle-
ica. De hecho, no debe extrañamos que, para los campesinos borgo-
nes, el champart fuera “el diezmo del diablo”.
^ junto con los censos y las rentas, la tercera carga que gravaba a las
tenencias enfitéuticas eran las tasas de mutación. Ya hemos dicho que se
trataba de un tributo que el señor dominical percibía cada vez que la
parcela cambiaba de manos. Tras el retroceso de la servidumbre, los se­
ñores pudieron aprovecharse económicamente del anhelo campesino por
disponer libremente de sus tierras. En el caso de muerte del titular, la
tasa de mutación debía pagarla el heredero. En el caso de las compraven­
tas, el tributo corría por cuenta del comprador. La tasa de mutación reci­
bía el nombre de lods et vents en Francia, de laudemio en España y de entry
fines -la más conocida de las cuales eran los heriots- en Inglaterra. Como
todas las otras cargas derivadas del señorío dominical, las tasas de muta­
ción eran un porcentaje fijo sobre el precio de venta o el valor de la
propiedad heredada. En muchas regiones de Francia, el valor consuetu­
dinario alcanzaba la treceava parte (aproximadamente el 8% ) del valor
de la propiedad en cuestión. Aunque en algunas regiones, los historia­
dores han hallado valores cercanos al 15%. A pesar de que se pagaban en
moneda, las tasas de mutación no perdían relevancia económica para los

10 Esta misma diferenciación conceptual es la que nos impulsa a tratadas como categorías
analíticas separadas.
11 Aunque champart era un término ampliamente generalizado, esta renta recibía nombres
diferentes según cada región o provincia.
Capitulo 1. Señorío.(1): la propiedad de la tierra

propietarios del dominio directo, porque no se trataba de un monto fijo


sino de un porcentaje del valor de la propiedad, actualizado por la diná­
mica misma del mercado de tierras. Aunque estas tasas eran, con mucho ^
el tributo más pesado de los derivados del señorío dominical, su carácter
esporádico reducía su incidencia sobre las economías campesinas. La
posibilidad de manipulación de este tributo era, por otra parte, la única
vía que la consolidación de la enfiteusis dejó abierta a los señores para
intentar reconstruir el dominio absoluto sobre las parcelas enajenadas.
La posibilidad de operar sobre las tasas de mutación marcó, de hecho,
una importante diferencia entre Francia e Inglaterra, que tendría impor­
tantes consecuencias para el proceso de expropiación del campesinado
en ambos países.
En el feudalismo tardío, en síntesis, las rentas y las tasas de mutación
funcionaron, conjuntamente, como un efectivo mecanismo de extrac­
ción de una parte del excedente campesino en beneficio de la nobleza
feudal. Los antiguos censos, vaciados ya de toda relevancia económica
real, simbolizaban el carácter dependiente de las tenencias enfitéuticas
inmersas en un señorío solariego. Durante la modernidad temprana, las
arcaicas expresiones señoriales de la renta en trabajo perdieron casi toda
relevancia en el Occidente europeo. El componente dinerario de la renta
señorial subsistió, aunque a menudo limitado a las cargas de alto valor
simbólico -lo s censos-, o a cargas onerosas pero esporádicas -las tasas de
mutación.12 La renta en especie, finalmente, cumplió un papel destacado
hasta finales del Anden Régime: tributos como el champart permitían des­
viar hacia los graneros señoriales cerca de un 10% del producto agrario
de las tenencias campesinas.13

4- El dominio o la reserva señorial

Al comenzar el apartado anterior señalamos que el señorío dominical


se hallaba constituido por dos secciones claramente diferenciadas desde
el punto de vista analítico: las tenencias a censo y la reserva señorial.

12 Como nos estamos aquí limitando a los tributos señoriales, dejamos expresamente de
lado al impuesto estatal, que también se pagaba en dinero (cfr. capítulo 4).
M Ello sin contar con otras cargas que también se pagaban en especie, como el diezmo
eclesiástico (que aunque fuertemente identificada con el sistema feudal, no se derivaba
estrictamente del señorío dominical). O con el hecho de que en muchas provincias arcai­
cas, como la Auvemia, ios arrendamientos de tipo moderno comenzaron a pagarse en dinero
recién en el siglo XVIII. En las regiones del sur y del este de Francia, con predominio del régimen
de aparcería, los pagos en especie también resultaban, obviamente, hegemónicos.

¿8
P r i m e r a P a n e . F lu d a lism o T ardío

j|$t reserva estaba constituida por las tierras del señorío sobre las cua-
' W señor poseía un dominio absoluto e indiviso,14 sobre las cuales
fpnía del dominio útil tanto como del directo. En definitiva, eran las
feas tierras de las cuales el señor podía considerarse propietario en el
| a 0 moderno del término. Y mientras no volviera a enajenarlas, en­
losando con ellas el censive o creando feudos nobles, podría disponer
tremente de las mismas.
f La reserva sufre, entre la alta Edad Media y la modernidad temprana,
¡ o s procesos esenciales de transformación. El primero de ellos fue una

[rustica reducción de su tamaño, particularmente importante entre los


fíglos^lX y XII. La irrisoria extensión de muchas reservas señoriales anti-
guorregimentales contrasta, dramáticamente, con el tamaño gigantesco
C[\xe podían alcanzar los campos dominicales carolingios, o las reservas
polacas durante la segunda servidumbre. En el Domesday Bookt de hecho,
no existen manors sin reserva.15 Las donaciones pías, los repartos suceso­
rios y la subinfeudación, son algunos de los factores que permiten expli­
car esta peculiar evolución del patrimonio señorial. De todas formas,
hasta finales de la Edad Media ningún señorío -m enos aún los eclesiás­
ticos- se desprendieron por completo de la reserva y de su gestión directa.
El segundo proceso de transformación, que afectó a la reserva señorial
durante la Baja Edad Media fue el paulatino abandono de la explotación
directa. Aunque en la época carolingia el latifundio esclavista parece
haber subsistido en algunas áreas germanas (en las que la reserva señoriar
era trabajada por un pequeño equipo de esclavos domésticos), lo propio
del régimen dominical clásico eran las prestaciones forzadas de trabajo,
por lo que los mansos campesinos se hallaban indisolublemente asocia­
dos a la explotación de la reserva. Pero aún antes del retroceso generali­
zado de la servidumbre, el sistema de corvea dio paso a la explotación de
los dominios señoriales a partir del empleo de mano de obra asalariada.
En muchas regiones de Francia e Inglaterra, el mecanismo estaba amplia­

14 Para evitar confusiones entre las dos acepciones de la palabra dominio empleadas en este
capítulo -com o sinónimo de propiedad sobre los bienes materiales y como uno de los
componentes del señorío dom inical- emplearemos preferentemente el término reserva
señorial cada vez que debamos hacer referencia a las tierras dominicales no enejenadas, a
aquella porción de la propiedad señorial que no ha sido convertida en tenencia enfitéutica.
Ello aún cuando el término reserva señorial puede resultar ligeramente anacrónico para los
siglos de la modernidad temprana, espacio temporal en el cual se centra el presente libro.
15 Por el contrario, en el catastro normando es posible detectar señoríos que carecían por
completo de tenencias campesinas, conformados exclusivamente por la reserva dominical.

29
Capítulo 1. Señorío (1): la propiedad de la tierra

mente generalizado para la segunda mitad del siglo XIII. Por último, la
explotación directa de la reserva con mano de obra asalariada cedió paso,
a su vez, al arrendamiento de la totalidad o de una porción del dominio
señorial. Esta recuperación de la antigua locatio, que señaló una tenden­
cia irreversible hacia el abandono de la gestión directa de la propiedad
señorial, se percibe en torno a Paris ya para comienzos del siglo XIV
Interrumpida por la crisis sistémica y los estragos materiales provocados
por la Guerra de los Cien Años, la tendencia resurge con gran intensidad
desde mediados del siglo XV. Curiosamente, la escasa duración del pe­
ríodo estipulado en estos contratos tempranos revela, por parte de los
señores, un claro temor a perder por un tiempo demasiado prolongado
la posibilidad de recuperar la gestión directa de la reserva. Sin embargo,
los barones feudales pronto comprendieron que la locatio podía funcio­
nar también como un eficaz mecanismo de extracción de la renta del
suelo. El arrendamiento contaba, además, con una ventaja adicional: la
posibilidad de recuperar el dominio útil de la tierra, una vez cumplidos
los plazos contractuales.16 Permitía también, a diferencia de las cargas
fijas impuestas por el régimen enfitéutico, la posibilidad de renegociar
los cánones tras la finalización de cada contrato. De allí en más el arren­
damiento será, hasta finales del Antiguo Régimen, la forma preponde­
rante de explotación de la reserva señorial en el Occidente europeo. En
ocasiones, los señores llegaron a arrendar la gestión total del dominio,
incluyendo la percepción de las cargas derivadas del ejercicio de la juris­
dicción. La gestión directa, por su parte, devino una absoluta rareza.

5- Un estudio de caso: el señorío de Valdepusa en el siglo XV


El análisis del proceso de creación de un señorío castellano en el
Medioevo tardío nos permitirá ejemplificar, a partir de un estudio de
caso, el funcionamiento y la interacción de los diferentes elementos que
conformaban el señorío pleno en la fase final de la transición hacia el
capitalismo, en particular el componente dominical y las formas de la
propiedad territorial.

16 En el período moderno, los plazos más frecuentes de duración de los contratos de


arrendamiento oscilaban entre los 9 y los 12 años. La difusión del sistema trienal imponía,
por lo general, que el número de años estipulado fuera múltiplo de tres. La rotación por
tercios demandaba el abandono progresivo del viejo arrendamiento y la ocupación paula­
tina del nuevo.

30
Primera Paue. F eu da lism o T ard ío

El-señorío de Valdepusa fue creado a mediados del siglo XIV por


jlgtvilegio de Pedro 1. Su primer titular se benefició con un extenso terri-
que abarcaba desde la orilla izquierda del Tajo hasta las estribado-
lies de los montes de Toledo. Estamos, pues, en eí corazón de la meseta
Castellana.
Aún cuando dejamos el desarrollo del componente jurisdiccional del
s e ñ o r ío para el próximo capítulo, digamos aquí que Valdepusa nace con
¿odas las atribuciones que caracterizaban la seigneurie banale en el Occi­
dente medieval: la concesión de inmunidad perpetua con carácter here­
ditario (que facultaba a los nuevos señores para administrar la justicia
civil y militar), el derecho a designar los alcaldes, alguaciles y demás
oficios concejiles, y el derecho de percibir determinadas cargas derivadas
del ejercicio de la jurisdicción.
; Pero son los aspectos relacionados con la seigneurie jonciére o señorío
solariego, los que más nos interesan en el presente capítulo. Desde esta
perspectiva, y a diferencia de la mayor parte de los nuevos señoríos juris­
diccionales que serán creados ex nihilo en la España moderna, Valdepusa
fue también, desde sus orígenes, un extenso latifundio, un importante
señorío dominical en manos de sus flamantes titulares. Ello se debía a
que, aún cuando la comarca estaba ya poblada en el momento de crea­
ción del nuevo señorío, el número de habitantes era relativamente esca­
so. En síntesis, la delicada situación demográfica provocada por la crisis
estructural del feudalismo concedía a los nuevos señores la posibilidad
de usufructuar una enorme reserva señorial, amén de los poderes públi­
cos que siempre conllevaba un señorío jurisdiccional.
El episodio que más nos interesa ocurre en 1457, cuando con el ini­
cio de la recuperación de la crisis secular, los pobladores de la comuni­
dad de El Pozuelo solicitaron al mariscal Paio de Ribera, por entonces
titular de Valdepusa, la ampliación del término y de las explotaciones
individuales que los habitantes de la aldea usufructuaban:
“mis Bassallos me han fecho Relazion que ellos tienen mucha estrechura de
tierras de Pan llevar para labranzas (...) e me pidieron por merzed que yo les
diese lizenzia para que pudiessen rozar montees en mi tierra para azer
ttierras de pan llevar e que las tales tierras fuesen de los que así las rozasen
pagando a mi el terrazgo del Pan que en las tales tierras se cogiese según se
acostumbre en las otras tierras del ttermino del dicho lugar”. 17

17 La grafía y sintaxis originales han sido ligeramente modificadas para facilitar la compren­
sión del documento a los lectores modernos.

3*
Capitulo I. Señorío (1): la propiedad de la tierra

. En pocas palabras, lo que los habitantes de la aldea solicitaban al


señor feudal era la ampliación de sus tenencias enfitéuticas (“que las
tales tierras fuesen de los que así las rozasen pagando a mi el terrazgo del
Pan”) a costa de las amplias extensiones deshabitadas que constituían la
reserva señorial, las tierras que, en el sentido estricto del término, confor­
maban la propiedad inmobiliaria de los titulares del señorío. Si el señor
accedía, estaría cediendo a perpetuidad el dominio útil de las nuevas
parcelas; pero conservaría el dominio directo sobre las mismas, lo que de
allí en más le permitiría percibir las cargas que los tenentes enfitéuticos
tendrían que tributar anualmente. Se trataba, en definitiva, de aumentar
el censive en perjuicio de la reserva.
El señor accedió de inmediato al pedido de sus vasallos. La estructura
tributaria del régimen feudal requería la presencia del mayor número
posible de habitantes en los dominios y jurisdicciones de los grandes
magnates territoriales. La reducción de la reserva resultaba una medida
menos perjudicial que el mantenimiento de un enorme dominio seño­
rial completamente vacío de tributarios (lo que no quita que, en regiones
económicamente más desarrolladas del continente, los señores prefirie­
ran recurrir al arrendamiento, que a diferencia de las tenencias a censo
no enajenaba en forma permanente la reserva señorial).
La carta p u ebla de 1457 nos permite percibir, entonces, el nacimiento
de un nuevo conjunto de tenencias enfitéuticas, y la puesta en marcha
de la ficción jurídica del dom inium dividido:
“E que todas las tierras que ansi rozaren e abrieren e izieren tierras para pan
llevar en los límites suso dichos -dice el señor de Valdepusa al acceder a la
solicitud- que sean de aquel o aquellos que asi las (...) abrieren o rozaren, de sus
herederos e subzesores después de ellos p ara siempre jam ás con las condiciones que
se siguenV 6

La cesión perpetua del dominio útil^-“que sean de sus herederos para


siempre jam ás’- demandaba determinadas contraprestaciones - “con las
condiciones que se siguen”- derivadas de la conservación de “la directa”
en manos del señor. Esencialmente, el señor demandaba el pago de una
renta anual en especie: “den e paguen a mi e a mis erederos (...) el dicho
terrazgo acostumbrado (...) a saber una fanega de pan de cada d o ceV 9 El
tributo exigido era, pues, de un 8 % sobre la cosecha bruta, un monto

La bastardilla es mía.
iy La fanega equivalía a 55 litros y medio aproximadamente.

3*
Primera Parte. F eu d a lism o T ard ío

gfw^rferado, aunque no irrelevante en términos económ icos- que coinci-


gi||&n::las rentas promedio que podían exigir los señores en muchas
Iféó n es del norte de Francia.
p $y ¿ró' 1a¡ enfiteusis implicaba también que el dominio útil cedido a
M ^etuidad a los productores directos se convertía en sí mismo en una
PPiraL de propiedad, que los campesinos podrían de allí en más enajenar
| l m ~ libertad: “e las puedan dar, e vender, e trocar, e cambiar, e
p l e r i a

jláipeñar e enajenar”. Los señores de Valdepusa imponían una sola con-


léfcfóh: las nuevas tenencias a censo -e n rigor, el derecho de uso sobre las
^fernas- no podían ser vendidas o arrendadas a miembros de los esta­
mentos privilegiados -n obles o eclesiásticos-, ni a plebeyos que no fue­
ran vecinos de la comunidad. Evidentemente, los señores temían que sus
facultades como barones jurisdiccionales -la otra cara del señorío pleno-
podrían verse menguadas si sus tenentes fueran pobladores de otros se­
ñoríos vecinos, o pertenecieran a los grupos de poder de la sociedad
feudal - “hombres poderosos”, sentencia claramente el documento.
El documento no hace mención explícita a ninguna tasa de mutación
en caso de futuras compraventas o transmisiones hereditarias. Deseoso
de acrecentar el número de vasallos dentro de su jurisdicción, el señor
de Valdepusa pasaba entonces por alto la obligación del pago del laude-
riiio, aligerando el peso de las cargas de origen dominical que de allí en
más recaerían sobre las flamantes tenencias. Como parte de la misma
política de reconstrucción del sistema productivo, el señor cedía la pro­
piedad plena sobre las casas y huertos que pudieran edificarse en las
nuevas tierras:
“puedan edificar casas, e plantar biñas, guertos e guertas (...); e que lo que
azi plantaren e edificaren sea suyo (...) sin pagar por ello tributo alguno (...). E lo
puedan dar e bender e trocar e cambiar asi como cosa suya”.20
En pocas palabras, sobre el suelo de los edificios y terrenos inmedia­
tamente contiguos, los tenentes poseerían el dominium absoluto -e l domi­
nio útil tanto como el directo. Ni las viviendas ni los huertos deberían
entonces pagar tributo alguno al señor. Queda claro que esta generosa
concesión no corría para las tierras cultivables, cuyo dominio directo se
reservaba el señor.

20 La bastardilla es mía.
Capítulo 1. Señorío (I): la propiedad de la tierra

6- En los intersticios del espacio señorializado: la propiedad


alodial
Resulta imposible referirse al señorío clásico sin hacer m ención al
complejo problema de la propiedad alodial. El alodio se transforma en
una noción ambigua, precisamente a raíz de la generalización del seño­
río jurisdiccional. Antes de la atomización del poder público de matriz
estatal, el alodio era técnicamente un dominium absoluto, una pequeña o
mediana explotación que no se originaba en una cesión del derecho de
uso por parte de un gran propietario, una propiedad que no se hallaba
inmersa en el seno de un señorío dominical. En otros términos, mientras
que el señorío dominical era una gran propiedad, la explotación alodial
era, por lo general, una pequeña o mediana propiedad. Las diferencias
entre ambas eran sólo de grado. De hecho, hasta la generalización del
señorío de ban, el alodio se diferenciaba claramente de la tenencia de­
pendiente, del campesino que trabajaba una parcela otorgada por algún
latifundista a cambio del pago de ciertas cargas. Las obligaciones de ín­
dole fiscal de los propietarios alodiales se reducían, tan sólo, a las per­
cepciones o servicios exigidos por el estado y por la Iglesia.
Pero el sentido de la propiedad alodial sufrirá una dramática trans­
formación con la generalización del señorío jurisdiccional. Cuando los
grandes señores dominicales devengan portadores del poder de bando,
englobarán en sus nuevas jurisdicciones a muchos de los alodios que
antes quedaban fuera de los límites de sus grandes propiedades territo­
riales. Muchos campesinos libres^debieron comenzar a cumplir con car­
gas que no se originaban en la propiedad de la tierra, sino en la atomiza­
ción del poder político. Los monopolios señoriales derivados de la po­
testad jurisdiccional constituyen el más claro ejemplo del proceso que
estamos describiendo (al mismo tiempo, configuraron una eficaz amplia­
ción de los mecanismos de traspaso del excedente campesino en benefi­
cio de la gran propiedad).
A partir de la generalización del señorío jurisdiccional, los verdade­
ros alodios pasaron a ser aquellas propiedades que quedaban fuera tanto
de un señorío dominical como de un señorío jurisdiccional, es decir,
fincas que quedaban bajo la directa jurisdicción de la corona. ¿Era fre­
cuente esta tipo de propiedad alodial? ¿O estamos en presencia de otra
construcción teórica de ios historiadores del feudalismo?
En los reinos ibéricos resulta incontrastable la existencia del alo­
dio, en el sentido pleno del término. Hasta el último cuarto del siglo
XIV, la señorialización del territorio peninsular fue muy lenta e in-

34
Primera Parte. F eu d a lism o T ard Io

^ p íp leta. Regiones y pueblos enteros quedaron bajo jurisdicción di-


0 c t á de los monarcas peninsulares. Sin embargo, el realengo verá
E lu c id a s sus dim ensiones a raíz de dos dramáticas fases de creación
A sertorios jurisdiccionales. La primera de ellas recibió el decidido
Impulso de los primeros monarcas Trastámara. Los agudos problemas
^ le g itim id a d de la nueva dinastía, a partir de las peculiares condi­
ciones en las que toma el poder, obligaron a la creación de nuevas
fecíes clientelares y a la construcción de nuevos vínculos vasalláticos.
En consecuencia, una nobleza nueva surgió sobre la base del sacrifi­
cio del realengo, a partir de la invención de nuevos y extensos seño­
ríos jurisdiccionales.
* La segunda fase de retroceso del realengo se inició con los Austrias y
continuó durante todo el siglo XVII. Las dramáticas necesidades fiscales
dé la corona obligaron al erario a obtener recursos a partir de la venta de
pueblos enteros, cuyos habitantes se transformaban entonces, súbitamente,
eñ vasallos de un señor jurisdiccional. Muchos de estos dominios, sin
embargo, fueron creados sobre territorios densamente poblados, en los
que la propiedad de la tierra se hallaba plenamente consolidada, por lo
que en ocasiones se trataba de señoríos en los que el componente juris­
diccional superaba ampliamente en importancia al componente domini­
cal. Con todo, hacia mediados del siglo XV111 la mitad del territorio espa­
ñol todavía continuaba siendo de realengo, lo que constituye un hecho
destacado en relación con la evolución del feudalismo en otras regiones
del continente.
El caso francés se ubica en una situación intermedia, entre los casos
inglés y español. En primer lugar, debemos tener en cuenta la necesaria
división entre el norte y el sur del hexágono, con sus marcadas diferen­
cias jurídicas, étnicas, culturales y lingüísticas.21 En el norte de Francia,
la generalizada señorialización del espacio dejó escasos márgenes para la
supervivencia del alodio (alleu). El célebre adagio -ninguna tierra sin se-
ñor- expresa en forma acabada esta realidad, que no sólo afectaba a las
propiedades libres no nobles, sino también a los señoríos mismos. En
efecto, el retroceso del alodio en el norte de Francia no se explica tan
sólo por la rápida difusión del señorío de ban, sino también por la gene­
ralización de la práctica de la subinfeudación, que provocó que muchos

21 La divisoria convencional, entre el norte y el sur del territorio francés pre-revolucionario,


atraviesa una linea imaginarla que se extiende desde Ginebera hasta el puerto normando de
Saint Malo.
Capítulo l Señorío (1); la propiedad de la tierra

señoríos jurisdiccionales no tuvieran su origen en una concesión de la


monarquía, sino en la cesión de un beneficio vasallático. Los especialis­
tas estiman que, en la Edad Moderna, sólo uno de cada diez señoríos del
norte podían considerarse como alodios, es decir, propiedades que no
reconocían otra instancia superior que el estado mismo. En el 90% res­
tante se incluyen tos señoríos que debían considerarse técnicamente como
feudos (fíe/s), en ocasiones de origen inmemorial, en teoría usufructua­
dos a partir de la fidelidad y homenaje rendidos a un superior en la
jerarquía feudal.
En el Mediodía francés, en cambio, la propiedad alodial logró subsis­
tir hasta la disolución final del feudalismo. Nuevamente un adagio -
•»ningún señ or sin títu lo - resume la cuestión con justeza. Desde un punto de
vista antropológico, la más intensa romanización del sur de la Galia y .la
mayor penetración del derecho escrito, permiten en gran parte explicar
estas marcadas diferencias entre el norte y el sur del territorio francés. Si
tomamos como ejemplo la baja Auvernia, una región jurídicamente in­
mersa en las tradiciones del Midi francés, un 30% de las propiedades
eran reconocidas como alodios a mediados del siglo XVIII. El número de
estas pequeñas o medianas explotaciones, que no estaban inmersas en
señorío alguno, podían alcanzar cifras mayores en algunas aldeas parti­
culares. Así, en la comunidad de Manson, los 57 alodios que no debían
cargas de ningún tipo al señor contrastaban con las 24 tenencias a censo
de la aldea. En Lempdes, la proporción era 29 a 25 en beneficio de las
propiedades libres. En Matza, 41 eran las parcelas censuales y 39 los
alodios. Los juristas del absolutismo intentaron hacer desaparecer el alo­
dio. En un edicto de agosto de 1692 Luis XIV se consideró como señor
soberano de todos los alodios del reino, pero la medida, que al menos en
el ámbito del discurso jurídico señorializaba la totalidad del espacio fran­
cés, parece haber tenido escasos efectos prácticos.
Las peculiaridades del caso inglés demandan un planteo diferente.
Los alodios, en el sentido de dom inium absoluto, parecen haber sido abun­
dantes en la Inglaterra anglosajona. Pero la invasión del 1066 alteró radi­
calmente las formas de propiedad hasta entonces existentes. Por un lado,
los conquistadores no eliminaron por completo la supervivencia de los
jreeh o ld s ni de los so kem en t los propietarios libres que no debían realizar
prestaciones regulares de trabajo en la reserva señorial. Pero al mismo
tiempo, el D om esday Book de 1086 extendió la red de m anors sobre la
. totalidad del territorio inglés, por lo que ninguna propiedad -lib re o
dependiente- quedaba jurídicamente fuera de ios límites de algún seño­
río. Desde el punto de vista estrictamente jurisdiccional, entonces, el

16
P r i m e r a P a r te . F eu d a lism o T a r d ío

derecho normando abolió la posibilidad misma de existencia de la pro­


piedad alodial, reconociendo tan sólo la existencia de propietarios de­
pendientes. Desde la perspectiva de la propiedad de la tierra, en cambio,
el mismo Domesday Book reconoció la existencia de los propietarios li­
bres, a los que diferenció claramente de los siervos (viílains, bordiers o col-
tiers). A ello debemos sumarle otros dos factores que permitirían relativi-
zar los alcances de la supresión jurídica del alodio impuesta por el catas­
tro de 1086: en primer lugar, el hecho de que la potestad judicial de los
tribunales señoriales sólo alcanzara a los hombres de condición servil
dentro del m anor; y en segundo lugar, el hecho de que en Inglaterra
nunca existiera un señorío jurisdiccional propiamente dicho, con los
alcances que en la misma época lasseigneurie banale tenía en el continente.

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