Tema 2. Desde La Romanización Al Reino Visigodo

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TEMA 2

Desde la Romanización
al final del Reino Visigodo

Fco. Javier Talavera Blanco

IES Floridablanca

(Murcia)
1.- La Hispania romana.
1.1 El proceso de romanización: el legado cultural
El concepto de romanización: integración plena de una sociedad determinada, en este
caso la hispana, en el conjunto del mundo romano (economía, sociedad, cultura, reli-
gión). Por este proceso, los pueblos indígenas (iberos, celtíberos…) fueron asumiendo la
cultura romana.
Los romanos habían llegado a la península para instalarse y no solo la consideraban
como un lugar al que explotar económicamente. Por otro lado, los pueblos autóctonos
pronto reconocieron la superioridad militar romana y sus jefes, por lo general, se perca-
taron de las posibilidades de negocio y prosperidad que suponía el ser aliados de Roma
frente a la destrucción y sometimiento a esclavitud de aquellos otros que se decantaran
por hacer frente a la todopoderosa Roma.
Para llevar a cabo de este proceso de romanización fue un elemento clave la creación
de ciudades, con las infraestructuras que ello conllevaba (acueductos, puentes, calza-
das…). La instalación permanente de población de origen romano y soldados licencia-
dos favorecieron los contactos con población indígena y, con el tiempo, el mestizaje y
la adopción e imitación por parte de la población autóctona de la forma de vida de los
romanos en su vestimenta, alimentación, costumbres, …. Por otro lado, la existencia de
ciudades y colonias de soldados licenciados romanos suponía una solución provechosa
para el Estado romano para el problema de otorgar tierras a los soldados licenciados
una vez terminado su servicio militar fuera de Italia a la vez que permitía la defensa de
dichos territorios en caso de sublevación de los pueblos sometidos y suponía la incorpo-
ración efectiva de los territorios conquistados a la estructura administrativa, legislativa y
económica del Imperio: los territorios conquistados eran una extensión de la pro-
pia Roma. La colonia de Itálica (Sevilla), fundada por el general Escipión, fue la primera
colonia romana creada fuera de la península Itálica, de ahí su nombre, para acoger a
soldados veteranos de la IIª Guerra Púnica. Tres siglos después de su fundación se con-
vertirían en la ciudad de nacimiento de dos de los emperadores más importantes del
Imperio romano, Trajano y Adriano.
La romanización se manifestó a través de varios aspectos:

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▪ El latín se impuso como lengua común. Si bien nunca fue impuesta, su uso en el
comercio y la administración favorecieron que se generalizase hasta el punto de que las
lenguas prerromanas fueron quedadas relegadas al olvido de una manera sorprenden-
temente rápida (en apenas dos o tres generaciones casi ningún hispano de las zonas
más romanizadas del sur y ese hablaba, entendía y mucho menos leía las lenguas íberas,
celtas o celtíberas).
▪ El derecho romano (leyes, concepción del estado...) que aunaba bajo unas mis-
mas leyes a todos los habitantes sometidos al estado romano, suprimiendo las diferencias
que, basadas en tradiciones y costumbres tribales, habían diferenciado a los pueblos
prerromanos entre sí.
▪ Los romanos no tuvieron reparos a la hora de conceder la ciudadanía romana
primero a los ciudadanos pertenecientes a las élites indígenas como recompensa por su
lealtad. este reconocimiento suponía numerosos privilegios y beneficios. Con el tiempo,
la ciudadanía romana fue extendiéndose a una capa cada vez mayor de la población
hasta que, en el año 212, el Edicto del emperador Caracalla reconocía la ciudadanía
romana a todos los habitantes del Imperio.
▪ La religión politeísta romana (Júpiter, Saturno…) también se convirtió en un ele-
mento cohesionador en Hispania. Si bien los romanos se mostraron a este respecto espe-
cialmente tolerantes y nunca impusieron sus creencias, de manera gradual, los habitan-
tes de los antiguos pueblos prerromanos fueron e unos caso fusionando y en otros direc-
tamente olvidando sus creencias y tradiciones prerromanas, adoptando el panteón (dio-
ses) y rituales de la religión romana. A partir del siglo I, sí se impuso el culto al emperador
como una obligación de todos los ciudadanos del Imperio como una manera de mostrar
su lealtad a la figura del emperador. Posteriormente, sobre todo a partir del siglo III, si
bien leyendas posteriores atribuían la llegada del cristianismo a la península al propio
discípulo Santiago, el cristianismo se difundió por Hispania, siendo también escenario de
episodios de persecuciones religiosas.
Hispania fue una de las provincias del imperio más romanizadas. Buena prueba de ello
fue que varios emperadores nacieron en la península (Trajano, Adriano y Teodosio). Tam-
bién hubo importantes filósofos como Séneca y escritores como Quintiliano y Marcial.

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1.2. La administración de Hispania
Hispania fue el nombre con el que los
romanos designaron a la península
ibérica en su conjunto, Sin embargo,
se trataba de un término más geográ-
fico que político pues ésta se encontró
dividida para su gobierno en variadas
unidades administrativas.
Desde prácticamente los inicios de la
conquista se fue organizando el terri-
torio peninsular en provincias dirigidas
por gobernadores enviados directa-
mente por el senado romano. Esta división administrativa de la península fue evolucio-
nando conforme fueron avanzando los siglos e Hispania pasó de ser un territorio a con-
quistar a otro plenamente integrado en el Imperio.
Durante los dos primeros siglos de la conquista de Hispania, ésta quedó dividida en dos
provincias denominadas Citerior, literalmente “la más próxima” y que se extendía por la
fachada norte mediterránea, y Ulterior o “la de allá, la más lejana” que englobaba el sur
de la fachada mediterránea y gran parte de los territorios del interior conforme iban
siendo conquistados. En el año 14 a.C, durante el gobierno del primer emperador, Au-
gusto, con gran parte de la península integrada y en pleno proceso de romanización se
produjo la primera modificación de esta división administrativa al crear tres provincias:
Tarraconense, Bética y Lusitania. En el año 297, bajo el gobierno del emperador Diocle-
ciano, en un intento de evitar provincias demasiado grandes que dieran un poder militar
excesivo a los gobernadores y evitar sublevaciones, la provincia Tarraconense se dividió
en tres: Tarraconense, Cartaginense y Gallaecia. A finales del siglo IV, las islas baleares se
separaron de la provincia Castaginense para formar una nueva provincia, Ballearica.
Respecto al gobierno de las provincias, aquellas que estaban plenamente pacificadas
y romanizadas se convirtieron en provincias senatoriales, esto es, administradas directa-
mente por el Senado. Sin embargo, aquellas provincias más conflictivas y que requerían
una mayor presencia del ejército que garantizara su pacificación, estuvieron administra-
das directamente por el emperador, tratándose de provincias imperiales.

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Respecto a la administración municipal, no todas las ciudades tenían el mismo estatus
jurídico pudiéndose diferenciar entre ciudades no romanas, municipios y colonias. Las
primeras se trataban de ciudades sometidas, sin derechos y obligadas a pagar fuertes
tributos como derecho de conquista al Estado romano. El hecho de adquirir la categoría
de municipium permitía a sus gobernantes, miembros de la nobleza prerromana, poder
adquirir la ciudadanía romana tras ocupar determinados cargos de gobierno en la ciu-
dad. Por último, el estatus de colonia suponía la plena integración de la ciudad como
una extensión de la propia ciudad de Roma, lo que suponía a sus habitantes poder dis-
frutar de todos los derechos de un ciudadano romano.

1.3.- La economía de Hispania


Respecto a la economía, la agricultura se fundamentó en la llamada triada mediterrá-
nea: trigo, vid y olivo. La exportación de aceite de oliva a Roma desde Hispania fue
especialmente importante como atestiguan los restos de millones de ánforas del monte
Testaccio en Roma.
La forma de explotación agropecuaria más frecuente era la villa. Esta consistía en una
explotación latifundista trabajada por mano de obra esclava. Los romanos introdujeron
novedades que permitieron un aumento de la producción agrícola como el arado, el
barbecho y el regadío. En la Región de Murcia conservamos algunos yacimientos de
antiguas villas como la villa de "Los cantos" en Bullas, la de "los Cipreses" en Jumilla o la
villa romana de "Paturro" en La Unión.
La pesca también fue especialmente importante, alcanzando gran fama la industria de
salazón y de la fabricación del garum, una salsa de pescado especialmente apreciada
en Roma por las clases altas. Ejemplo de la importancia de la fabricación del garum lo
podemos encontrar en yacimientos como el de Baelo Claudia (Bolonia, Tarifa), cuyo
desarrollo durante los siglos I y II d. C estuvo íntimamente vinculado a la producción y
comercio de este producto.
La minería también fue una actividad importante en Hispania. De hecho, la abundancia
de yacimientos mineros de plata, plomo, cobre, mercurio, estaño y oro posiblemente fue
el origen del interés de los romanos por la península tras la II Guerra Púnica. Dicha activi-
dad minera ha dejado su huella en yacimientos tan espectaculares como las minas de
Riotinto en Huelva o la de las Médulas en León.

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La romanización y el desarrollo econó-
mico y comercial de Hispania fue, en
gran medida, gracias a la construcción
de una enorme red de calzadas que
unían las principales ciudades de Hispa-
nia entre sí y con las ciudades del resto
del Imperio.
Conforme avanzaron los siglos, los habi-
tantes de Hispania se convirtieron en au-
ténticos romanos y las principales ciuda-
des presentaban todos los edificios públicos, religiosos y de ocio que cabía esperar en
una gran ciudad romana (templos, basílicas para impartir justicia, anfiteatros, etcétera),
quedando gran cantidad de testimonios materiales de gran número edificios a lo largo
de la geografía española como lo atestiguan el teatro romano de Cartagena o el acue-
ducto de Segovia entre otros muchos.

1.4 La sociedad hispanorromana


Conforme se fue imponiendo la presencia romana militar primero, cultural y política des-
pués, la organización social de los pueblos prerromanas fue despareciendo paulatina-
mente para dar paso a una nueva división social, construida a imagen y semejanza de
Roma. Si bien, continuó siendo una sociedad esclavista, algo propio de todos los pueblos
de la antigüedad, cambió tanto el origen de dichos esclavos, ahora prisioneros de los
pueblos que se habían opuesto a la conquista romana o hijos de esclavos, como la po-
sibilidad contemplada en el derecho romano de la manumisión (libertad) de un esclavo
que lo elevaba a la categoría de liberto. La situación y vida de estos esclavos dependía
en gran medida del destino final donde desempeñaban sus funciones, siendo sin duda,
los que trabajaban en minas, villas agrícolas o remando en galeras los que tenían una
vida mucho más dura.
En un primer momento los puestos de poder y prestigio social fueron ocupados por miem-
bros procedentes de Roma y que integraban el orden senatorial. Pertenecían a los gru-
pos superiores de la sociedad romana (patricios) y acumularon grandes riquezas, así
como propiedades agrícolas (villas).

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Sin embargo, Roma posibilitó desde el primer momento a las élites indígenas la posibili-
dad de prosperar socialmente convirtiéndose en caballeros y controlando las magistra-
turas municipales o provinciales.
El resto de ciudadanos libres conformaban la plebe, sus tareas eran muy diversas (cam-
pesinos, artesanos, comerciantes…) así como sus derechos políticos que estaban en fun-
ción de la naturaleza jurídica de la ciudad en la que habían nacido.
La familia romana estaba presidida por el denominado pater familias, que tenía autori-
dad sobre todos los miembros de la familia. El papel de la mujer estaba subordinado al
hombre y sus labores solían desarrollarse en el ámbito doméstico. Sin embargo, el divor-
cio estaba regulado legalmente y la mujer podía recuperar su dote en caso de produ-
cirse.1.5. La crisis y desintegración del Imperio
A partir del siglo II y sobre todo a lo largo del siglo IV el Imperio romano entró en una fase
de decadencia y debilidad que se tradujo en un debilitamiento del poder imperial
siendo frecuentes los periodos en los que hasta tres o más militares se autoproclamaron
emperadores, lo que dio lugar a innumerables guerras civiles. Este debilitamiento del po-
der militar, provocó una mayor autonomía de las provincias, así como un aumento de la
sensación de inseguridad que se tradujo en un descenso del comercio dentro del impe-
rio y un abandono progresivo de las grandes ciudades en favor del mundo rural. Así
mismo, la debilidad del poder del Estado y las frecuentes guerras civiles debilitaron la
presencia militar y la defensa de las fronteras del Imperio (limes); circunstancia que fue
aprovechada por los pueblos bárbaros vecinos, especialmente germanos procedentes
del centro y este de Europa, para atravesar dicho limes (frontera) y realizar acciones de
saqueo cada vez más frecuentes. La división del Imperio romano en dos por Teodosio en
el año 398 no hizo sino agravar la situación del Imperio de Occidente. El final definitivo,
al menos de manera formal, del Imperio romano de Occidente llegaría en el año 476,
cuando el último emperador, un niño de apenas 12 años llamado Octavio Augústulo,
fue depuesto, por el rey del pueblo bárbaro de los Ostrogodos, Odoacro.

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4.- El reino Visigodo
La incapacidad de los
emperadores romanos
para hacer frente a estas
incursiones de pueblos
bárbaros les llevó a pactar
con determinados pue-
blos bárbaros la donación
de territorios dentro del im-
perio para su asenta-
miento a cambio de con-
vertirse en aliados de los
romanos en la defensa frente a otros pueblos bárbaros. Ellos los convertían en foederati
o federados como ocurrió con el pueblo visigodo que se aliaron con los romanos para
ocupar parte del imperio a cambio de expulsar a los pueblos suevos, vándalos y alanos
que habían invadido Hispania a comienzos del siglo V. Si bien los vándalos y alanos fue-
ron expulsados al norte de África, los suevos se refugiaron en Galicia hasta su expulsión
definitiva por el rey visigodo Leovigildo en el siglo VI.
Así los visigodos crearon un reino en el sur de la Galia (Francia con capital en Tolosa). No
obstante, tras la invasión de la Galia por otro pueblo bárbaro, los francos, los visigodos
abandonaron la Galia en el año 507 y convirtieron a la ciudad de Toledo en la capital
del primer reino auténticamente hispano.
Si bien en un primer momento los visigodos eran minoría respecto a la población hispa-
norromana, poco a poco se produjo una fusión y asimilación por la que los visigodos
adoptaron el latín y las costumbres romanas incluida la religión romana, si bien en su
versión herética arriana (que negaba la divinidad de Cristo)
La monarquía visigoda era electiva lo que dio lugar a numerosos enfrentamientos y a
una inestabilidad política casi permanente. Los reyes visigodos eran asesorados en sus
decisiones de gobierno por el Aula Regia, asamblea formada por los nobles. Destacaron
los reyes Leovigildo, quién unificó la península expulsando a los bizantinos del sur y a los

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suevos del noroeste y Recaredo, quien abandonó el arrianismo a Cogiéndose al catoli-
cismo. A partir de ese momento, los concilios se convirtieron en otra importante institu-
ción del reino visigodo al sumar a su función religiosa importantes funciones legislativas.
La unión legal definitiva entre visigodos e hispanorromanos tuvo lugar en el año 654 con
el Liber Iodicorum o Fuero Juzgo decretado por el rey Recesvinto.
Los problemas sucesorios en el reino visigodo favorecieron el que un noble aspirante a la
corona, conocido en las fuentes escritas como Don Rodrigo, se proclamase Rey frente a
las aspiraciones al trono de Agila, hijo del rey fallecido Witiza. De esta manera, un ejército
bereber, comandado por Tarik, cruzó el estrecho de Gibraltar en el año 711 en apoyo
de los hijos de Witiza y derrotó al ejército de don Rodrigo en la Batalla del Guadalete.
Aprovechando la crisis política, emprendió una conquista del territorio lo que supuso el
fin del reino visigodo.

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