2.2- Teórico Moderna (2024). El señorío feudal (2) (Campagne)

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 24

HISTORIA MODERNA 2024

Clase teórica 2.2

Prof. Fabián Campagne

El señorío feudal en Europa Occidental en la temprana-


modernidad (II): el señorío jurisdiccional o banal; alcances
de la jurisdicción señorial a fines del Antiguo Régimen; el
mito del derecho de pernada.

Vamos a empezar ahora a analizar por separado el señorío jurisdiccional. Recuerden que
esta división que yo estoy haciendo yo tiene mucho de artificial.

El señorío jurisdiccional también es llamado señorío banal o de ban (de bannum, en


latín, es decir, norma de orden público con fuerza de ley). El señorío jurisdiccional
también era conocido en España con el nombre de “señorío de mero y mixto imperio”.
¿Qué era el señorío jurisdiccional o banal? Se trataba de la sesión o traspaso en
beneficio de un sujeto particular de prerrogativas, poderes y atribuciones propias de la
alta jurisdicción, del príncipe soberano, de la corona, de la monarquía (hoy diríamos
propias del estado, definido en este caso meramente en el sentido jurídico de la
expresión, esto es, como el agente depositario y ejecutor de normas de derecho público).

En función de lo dicho, queda claro que el señorío jurisdiccional, allí donde existía,
siempre, indefectiblemente, implicaba la subrogación del rey por el señor.
Indefectiblemente. Todo señor banal era un pequeño monarca subrogante en su área de
influencia (subrogación que tenía una incidencia muy marcada y un efecto fuertemente
corrosivo sobre ese vínculo general de súbdito característico de las monarquías
tradicionales). Por ello se acordarán que decíamos la semana pasada, cuando definíamos
como sistema político al feudalismo tardío, que éste implicaba la existencia de
instancias de poder interpuestas, como cámaras acústicas, entre quienes aspiraban a
detentar la soberanía suprema sobre un territorio determinado y los habitantes del
mismo.

¿Cuándo comenzó a nacer en Occidente el señorío jurisdiccional? Si han cursado


Historia Medieval ya lo saben. El fenómeno es hijo de lo que se conoce como “la

1
revolución del año mil” en los manuales. Si seguimos a Duby, que para estos temas en
muchos casos no ha sido todavía superado, el señorío banal –y de nuevo el norte de
Francia funciona aquí como nuestra referencia ineludible– comenzó a configurarse en
los 50 años que se extienden entre el 980 al 1030 (se trata de un fenómeno propio del
cambio de milenio, pues). Aunque, siempre según Duby, no terminó de nacer
plenamente hasta principios de silgo XII. Es fácil entender cómo empezó a surgir
espontáneamente –no fue producto de ninguna planificación previa–el señorío banal.
Comenzó a surgir cuando los castellanos, hasta entonces funcionarios públicos
nombrados, designados y destituidos por el poder condal (poder condal que en el siglo
X continuó funcionando como la clave de bóveda de un sistema de poder público que,
tras el derrumbe del poder imperial carolingio, se había refugiado en los principados
territoriales), comenzaron a patrimonializar en beneficio de sus linajes los cargos que
ocupaban y los bienes que custodiaban, muy especialmente los castillos y las
residencias fortificadas, consiguiendo de esa manera monopolizar el principal medio de
violencia a escala regional. Para decirlo de otra manera, el señorío banal empezó a nacer
a fines del siglo X cuando los castellanos le hicieron a padecer a los condes lo que éstos
desde fines del siglo IX le habían hecho padecer a los reyes y a los emperadores
carolingios.

Por la debilidad palpable de las monarquías feudales, la edad de oro del señorío banal en
Occidente son los siglos XI y XII. Durante esos dos siglos los señores banales
disfrutaron de poderes de gobierno muy asociados a la autoridad regia, que de ninguna
manera llegaron a la Edad Moderna, que en ningún caso disfrutan en Occidente los
señores banales en la Edad Moderna. Son facultades que fueron quedando en el camino.
En el siglo XI y en el siglo XII los señores banales en gran parte Europa ejercían, por
ejemplo, el derecho de requisa militar, el derecho de albergue y en muchos casos
exigían a todos los habitantes de la jurisdicción, no solamente a los campesinos
dependientes, el pago de tributos de carácter directo. Nada de ésto sobrevivió al lento
pero firme proceso de reinvención del fenómeno estatal en Occidente, que comenzó en
el siglo XIII y que en la Edad Moderna se desplegó con toda su potencia.

De hecho, y como consecuencia de este lento pero firme proceso de reinvención de la


monarquía, de fortalecimiento de la autoridad centralizada y de debilitamiento del poder
político de los señores, en el siglo XIII, en el norte de Francia, el señorío banal
experimentó dos transformaciones que es importante entender para a su vez tener en
claro el tipo de señorío banal con el que nos vamos a encontrar en la Edad Moderna.
Primero, en el siglo XIII el señorío banal se universalizó en la Francia septentrional, se
naturalizó, dejando de ser el privilegio de unos pocos potentados; fue entonces cuando
se produjo el pleno proceso de señorialización del suelo al que yo aludí hace unos
minutos. En segundo lugar, también en el siglo XIII en el norte del reino galo, el señorío
banal terminó de fusionarse con el patrimonio de los señores, es decir, con sus señoríos
dominicales, de tal forma que cuando llegamos al 1300 ya no encontramos en el norte
francés ningún señorío dominical, por modesto que fuera, cuyo titular simultáneamente
no ejerciera la titularidad de un señorío jurisdiccional. Por todo lo dicho, el señorío
banal que surgió de este proceso de transformación del siglo XIII, fue de allí en más un
fenómeno menos excepcional y más extendido, pero al mismo tiempo un fenómeno más
privado, más local y menos potente.

¿Cuáles son entonces las atribuciones que de manera efectiva los señores banales tenían
en Europa occidental en la modernidad temprana? ¿Qué poderes reales tenían los

2
señores banales dentro de sus jurisdicciones? O lo que es lo mismo, ¿cuáles eran los
mecanismos que, por la vía de la jurisdicción antes que por la de la propiedad de la
tierra, permitían a los señores extraer un volumen importante de excedente agrario,
apoderarse de una porción destacada de la riqueza agraria localmente producida?
¿Cuáles eran los tributos feudales jurisdiccionales? Cuatro eran las atribuciones o las
facultades de gobierno asociadas al señorío banal temprano-moderno: los derechos de
justicia, los monopolios señoriales, peajes y los derechos de mercado.

****

Vamos a empezar con los derechos de justicia, la justicia privada, la justicia feudal, la
justicia señorial, o justices de village (justicias de aldea) al decir del gran Charles
Loyseau. Dentro de su jurisdicción, el señor y sus tribunales tenían imperio para dictar
sentencia en casos relacionados con lo que hoy llamaríamos la matera penal, es decir, el
juzgamiento y castigo de crímenes; y también en casos relacionados con lo que hoy
llamaríamos la materia civil, es decir, el arbitraje de conflictos entre los habitantes de la
jurisdicción que no implicaran necesariamente la comisión de un delito.

La justicia feudal sobrevivió, concretamente en Francia, hasta 1789. Es imposible


cuantificar la cantidad de tribunales señoriales con que contaba el Reino, pero los
especialistas calculan que a mediados del Antiguo Régimen la cantidad debió oscilar
entre 60.000 y 80.000. La mayoría ejercía la alta justicia y por lo tanto tenían una
competencia judicial universal. Una provincia en extremo feudalizada, como Bretaña,
llegó a contar, ella sola, con 3.000 cortes feudales.

En materia criminal, la potestad punitiva de la justicia penal era extensa, temible y muy
concreta. Los tribunales de los señoríos cuyos titulares ejercían la alta justicia podían
condenar a los criminales a los que juzgaban al destierro, al cepo, a la picota, al
marcado con hierro candente, a la ablación de la lengua o de las orejas, a la infamante
fustigación e incluso a la pena de muerte.

En gran parte de Europa Occidental, con la excepción de Inglaterra, esta potestad en


manos de señores particulares, de castigar crímenes –incluso con la pena de muerte–, se
simbolizaba con el derecho que tenían a erigir en las capitales de sus estados señoriales
cadalsos, horcas, picotas, cepos prisiones o incluso a exhibir instrumentos de tormento,
es decir, el derecho a poseer, administrar y ostentar su propia estructura represiva dentro
del señorío. Como no podía ser menos en una sociedad tan atenta a los símbolos que
reforzaban las jerarquías estamentales, la costumbre determinaba en Francia que sólo
los duques podían erigir en sus señoríos cadalsos con ocho pilares. Los pilares se
utilizaban para sostener las vigas de las que pendían las horcas y en las que se dejaban
en exposición los cuerpos de los ejecutados. Los condes podían erigir cadalsos con seis
pilares, los barones y castellanos con cuatro, mientras que los señores feudales que no
tuvieran título de nobleza sólo podían erigir dos pilares.

Los tribunales feudales tenían también jurisdicción sobre los nobles que residían en los
señoríos e incluso podían juzgar a los funcionarios regios si cometían delitos cuando no
estaban en el ejercicio de sus funciones.

En la Edad Moderna sólo el ejercicio de la justicia civil le dejaba a los señores feudales
algún tipo de beneficio material, porque permitía imponer algún tipo de multa o pena

3
pecuniaria a quienes violaban alguna de las normas consuetudinaria que organizaban la
vida de relación en la localidad. Pero la otra justicia, la penal, la más espectacular en
términos de ejercicio efectivo de la dominación sobre los hombres, no sólo había dejado
de generar beneficios materiales, de producir riqueza para los señores, sino que desde
comienzos mismos de la Edad Moderna comenzó a dar pérdida, esto es, los gastos y
costos de mantenimiento por lo general superaban a los ingresos. Detentar el derecho de
castigar crímenes dentro de una jurisdicción señorial implicaba construir un auditorio o
edificio específicamente dedicado a dicho fin, mantener en condiciones cárceles y
prisiones para albergar a los reos y pagar los salarios de un extenso equipo de
funcionarios (juez, procurador fiscal, escribano, alguacil, carcelero). La situación era
aún peor en los señoríos más extensos, por lo general propiedad de miembros de la alta
nobleza como los duques y pares de Francia, pues estos enormes dominios por
necesidad debían montar varios tribunales feudales diferentes dentro de la jurisdicción.
Incluso podían tener tribunales específicos para el cuidado de los bosques y la represión
de los leñadores y cazadores furtivos, al frente de los cuales se encontraba un
magistrado denominado verdier.

Ahora bien, a pesar del costo crematístico y de recursos que implicaba el ejercicio
privado de la justicia penal, ningún señor temprano-moderno optó por desprenderse
abiertamente de ella (debieron estallar las revoluciones liberales para que la supresión
de estas justicias en manos de señores particulares pudieran concretarse). ¿Cómo se
entiende este fenómeno? Evidentemente la explicación no vamos a hallarla en la
economía política sino en la antropología política. Manteniendo la facultad de juzgar y
de castigar delitos incluso con la pena de muerte, los señores pudieron continuar
compartiendo con el rey la patina de sacralidad que en los sistemas de dominación
tradicionales siempre rodean a las figuras de autoridad, y muy especialmente a los
detentadores de derechos de justicia. Porque recuerden que para la mentalidad
tradicional gobernar no es hacer la ley sino hacer justicia. La asociación entre reinar y
hacer la ley es del siglo XVI; se asocia con la reinvención del concepto de soberanía que
ustedes van a trabajar en prácticos. Para la mentalidad tradicional el gobernante no era
quien hacía la ley, porque a ley era la costumbre, y por lo tanto la ley se descubría, se
aplicaba, se interpretaba. El rey no era legislador sino juez. Por todo ello, en la Edad
Moderna la justicia penal en mano de los señores feudales ya no era fuente de ingresos
materiales sino una usina de capital simbólico.

Ello explica una circunstancia que se observa en Francia en las regiones en las que se
concentraba gran cantidad de dominios de pequeñas dimensiones: en muchos casos
varios señoríos feudales compartían el mismo tribunal feudal, como una estrategia para
reducir los elevados costos de la justicia privada. Para ahorrar gastos.

Otra estrategia para reducir costos impulsada por los señores –que tendió a hacerse más
frecuente durante el siglo XVII y contra la cual la Corona debió tomar medidas
concretas– consistía en alentar la inacción de sus jueces: dejar escapar a los culpables
fue una manera radical pero bastante extendida de conservar la justicia penal en manos
de un señor feudal –y con ello el prestigio cuasi-regio que conllevaba– reduciendo al
mismo tiempo las enormes expensas y gastos que implicaba.

Hay que aclarar que esta justicia feudal llega debilitada a la Edad Moderna a raíz del
lento pero firme proceso de reinvención del fenómeno estatal, de centralización de las
estructuras de dominación política centralizada y de fortalecimiento de las monarquías

4
que se percibe en Occidente del siglo XIII en adelante. Este lento cambio del balance de
poder entre monarquía y feudalismo comenzó a erosionar los poderes políticos de los
señores particulares.

Esta obsesión de la monarquía moderna por restarle poder y atribuciones políticas a los
señores particulares a mí me hace acordar a lo que Marx Weber alguna vez llamó el
doble proceso de expropiación que dio lugar a la sociedad moderna. Recuerden que
Weber decía que la expropiación de los medios de violencia, hasta un momento
determinado en manos de la gran propiedad, llevada adelante por el Estado moderno en
proceso de construcción, tuvo para el proceso de formación del estado moderno un rol
equivalente al que la expropiación de los medios de producción, de la tierra, hasta un
cierto momento en manos de la pequeña propiedad, tuvo para el proceso de formación
del capitalismo moderno. No sólo la pequeña propiedad, el campesinado, fue
expropiado; también lo fue la gran propiedad, los señoríos feudales. Unos perdieron los
medios de producción, y los otros perdieron los medios de violencia que terminaron
monopolizados por el estado.

A nivel judicial, la primera de las limitaciones que la monarquía impuso a los derechos
de justicia en manos de potentados señoriales es el derecho de apelación, que además es
el primero de los factores que explica por qué empezó a encarecerse el costo de tener
una estructura represiva propia en cada señorío. Ya desde los siglos finales del
Medioevo los habitantes de un señorío podían apelar ante los tribunales de alzada de las
monarquías las sentencias contra ellos dictadas por el tribunal feudal local. Y quien
debía cubrir el costo de esa fase del proceso, de la fase de apelación, era el fisco
señorial. Si a mí el tribunal del señor me condenaba a la horca por ladrón, yo podía
apelar a la sentencia, y quien debía encargarse de trasladarme a la capital de la provincia
para efectivizar la apelación, proporcionarme alimento y alojamiento mientras durara mi
estadía fuera del señorío, remunerar a los sargentos y alguaciles que me iban a custodiar,
y pagar los costos de la estructura de justicia antiguorregimental, era el señor. Eran
gastos que recaían sobre su peculio. Se estima que el costo de la fase de apelación de un
solo proceso (y por año estos tribunales feudales atendían muchos) podían llegar a
absorber el 50% de los ingresos generados cada año por la justicia penal. Por lo tanto,
tres apelaciones al año y la justicia penal en un señorío ya daba pérdida. ¿Cuáles eran
estas cortes de apelación, estos tribunales de alzada de la monarquía, o si ustedes
quieren, del estado moderno en proceso de formación? En Francia recibían el nombre de
Parlamentos. Éstos eran cortes soberanas de justicia. No debemos confundirlos con el
Parlamento inglés, que era una asamblea de representación estamental. En Francia, los
parlamentos eran tribunales supremos. Había cerca de una decena, casi todos en
provincias fronterizas, que son las de incorporación más tardías y las tendencialmente
más autónomas. En España teníamos a las chancillerías, que eran el equivalente de los
parlamentos franceses. La más importante era la chancillería de Valladolid. En las áreas
de frontera el término que usaban los españoles era el de audiencia, por ejemplo en el
Reino de Granada y en América colonial. En Inglaterra no existía nada exactamente
equivalente, porque el sistema judicial local era extremadamente sui generis; lo más
parecido a un sistema de justicia regio con capacidad de controlar a la justicia señorial
era el assize system, una estructura de tribunales itinerantes extremadamente curioso y
muy eficaz. En síntesis, en la Edad Moderna los tribunales feudales no eran sino
tribunales de primera instancia cuyas decisiones y sentencias podían ser corregidas,
modificadas e incluso anuladas por la corona.
Como una estrategia para reforzar la calidad del servicio de justicia y evitar las

5
reconvenciones de la monarquía, los señoríos más ricos y extensos contaban con un
sistema interno de apelaciones judiciales según dos formatos diferentes. Una primera
posibilidad era que cada uno de los tribunales feudales que funcionaban dentro del
mismo gran señorío actuaran como instancia de apelación de las sentencias que dictaban
los otros. Una suerte de control de calidad cruzado al interior del mismo dominio feudal.
Otros señoríos más sofisticados directamente contaban con una suerte de cámara de
apelaciones a la que se remitían las sentencias dictadas por los tribunales inferiores del
dominio, antes de que las mismas salieran de la jurisdicción feudal para ser revisadas
por el sistema de justicia regio.

El derecho de apelación no fue la única limitación que las monarquías modernas le


fueron imponiendo a los tribunales feudales. En el mismo sentido iba la creación en
Francia de “cas royaux”, los casos reales, delitos graves que sólo podían ser juzgados
por el sistema de justicia regio incluso si se cometían dentro de un señorío
jurisdiccional. Tal era el caso de la falsificación de moneda, los motines populares, los
levantamientos contra la Corona, etc.

De manera sistemática, entre fines de los siglos XV y XVIII la monarquía francesa, en


otra verdadera política de estado que desafiaba el pasado del tiempo, fue aprobando
distintas ordenanzas cuyo único objetivo era limar las atribuciones de la justicia feudal.

- En 1493 el rey Carlos VIII firmó una ordenanza que impuso a los señores
feudales de todo el reino la obligación de contratar juristas profesionales para
integrar sus tribunales señoriales. Se percibe un claro esfuerzo de la monarquía
por profesionalizar una justicia feudal hasta entonces lega, en manos de
aficionados. He aquí otras de las exigencias de la corona que comenzó a
incrementar los costos del mantenimiento de una estructura represiva en los
dominios, pues el emolumento de un magistrado con formación universitaria o
letrada iba a ser muy superior al que requerirían quienes no tenían dichos
estudios.
- También en Francia, en 1561, en tiempos de la minoría de edad de Carlos IX, la
regente, su madre María Catalina de Medici, volvió a recortar atribuciones a los
tribunales feudales.
o Primero, se determinó que los señores no podría juzgar personalmente ni
participar de manera directa en la resolución de las causas que debía
resolver su tribunal. Ni aun teniendo formación jurídica el señor podía
participar de las deliberaciones ni dictar sentencia, entrometerse en los
expedientes. Fíjense como encontramos en un lugar insólito, como es el
derecho feudal (o un derecho regio que la monarquía buscaba refundar
para debilitar políticamente a los señores), un germen de lo que después
será la división de poderes, división de poderes que estamos
acostumbrados a relacionar con el derecho liberal, con Montesquieu y
con la Ilustración.
o También en 1561 la corona determinó que de ahí en más los jueces
señoriales quedarían bajo la supervisión de los jueces de bailía; las
bailías eran las circunscripciones del sistema de justicia real de primera
instancia. Los bailes o senescales eran jueces de primera instancia que
dictaban sentencia no en nombre de un señor particular sino en nombre
del rey. Bueno, a partir de 1561 los bailes se convirtieron en los
supervisores de los jueces señoriales.

6
o Tercero, dice la monarquía en Francia en 1561 que los señores feudales
serían considerados responsables últimos del funcionamiento de sus
tribunales, y que en caso de privación de justicia, el que iba a ser
sancionado pecuniariamente por la corona era el titular del dominio local
y no los magistrados por él contratados.
- En 1579 la monarquía impone a los tribunales señoriales la obligación de
informar a la jurisdicción superior regia –bailes primero y más tarde
intendentes– cuáles eran los procesos en curso y las causas que se estaban
tramitando ante ellos.
- En 1670, en tiempos de Luis XIV, la Corona otorgó fuerza de ley al droit de
prévention: si la justicia regia llegaba primero y se adelantaba a la justicia
señorial en el abordaje de un caso criminal, se quedaba con el derecho a
juzgarlo: el caso salía de manera definitiva de la órbita de los magistrados
feudales. En concreto la ordenanza de 1670 determinaba que los tribunales
señoriales disponían de veinticuatro horas para iniciar la investigación de los
crímenes cometidos dentro de su jurisdicción; si cumplido ese lapso la corte
feudal no se abocaba a resolver el caso, el mismo podía ser tomado por el baile o
senescal regio bajo cuya supervisión se encontraba dicho dominio.
- En 1772 otro decreto, este vez de Luis XV, determinó que las costas y gastos
generados por los procesos serían pagados por la Corona si los jueces señoriales
iniciaban el expediente motu proprio sin necesidad de que una autoridad externa
les solicitara que lo hicieron. Por el contrario, si por negligencia los jueces
feudales no se abocaban a resolver un crimen cometido dentro de su jurisdicción
y los jueces regios se veían obligados a conminarlos a que lo hicieran, en este
caso los gastos y costas del proceso serían cubiertos por el fisco señorial. Se
trataba de una disposición diseñada para alentar la diligencia de los tribunales de
justicia privada.
- Por último en 1788, paradójicamente un año antes del estallido de la Revolución,
un decreto de Luis XVI le permitía a los reos elegir, antes de iniciado el proceso,
el tribunal ante el cual deseaban comparecer: señorial o regio. Es decir, aún
cuando el delito hubiera sido cometido dentro de una jurisdicción feudal el reo
podía optar y decidir que sus jueces fueran los jueces regios (baile o senescal).
Este decreto tardío también exigía a los señoríos poseer un auditorio en
condiciones, archivos apropiados, prisiones sanas y seguras, jueces graduados, y
fiscales, escribanos y carceleros con domicilio en el señorío. Si no se cumplían
estos requisitos el tribunal señorial en cuestión no podría continuar funcionando
como tal. Dado que muchos dominios feudales no estaban a la altura de estas
exigencias es evidente que la Corona impulsaba a través de esta medida una
abolición de facto de la justicia feudal. El estallido de la Revolución, que en
agosto de 1789 declararía suprimidos la totalidad de los tribunales señoriales,
aceleró los tiempos de que un proceso que, sin embargo, había sido ya
comenzado por la propia monarquía absoluta en las décadas previas.

Con el decreto de 1788 la monarquía se mostraba plenamente consciente del estado


calamitoso en que se encontraban muchos tribunales feudales en Francia. El aumento de
los costos de mantenimiento de una justicia privada y los constantes recortes de
atribuciones por parte de la Corona habían hecho estragos en muchos señoríos. En una
región como el Poitou, por caso, la mitad de los 300 tribunales feudales existentes en la
provincia habían dejado de funcionar o estaban paralizados en 1789.

7
Una atribución señorial derivada o que se desprendía de la potestad judicial del señor
feudal era el ius naufragii o droits d’épave en francés. Si bien la traducción literal es
derecho a los naufragios, se trataba de una facultad más amplia, una suerte de derecho
universal a los despojos: el titular de la jurisdicción tenía legitimidad para apropiarse de
todos aquellos bienes que se encontraran o aparecieron en su señorío y que no tuviera
dueño reconocido. Por cierto, los restos de las naves que se hundían en los ríos o los
despojos de naufragios en alta mar que llegaban a las costas; pero también podían ser
vacas perdidas, enjambres de abejas dispersos, un terreno inutilizado… En algunas
provincias, como Normandía, el 100 % del objeto o del bien en cuestión terminaba en
poder del fisco señorial, pero en otras provincias solía realizarse una partición entre el
señor y el particular que encontraba el despojo: 1/3 para éste último y 2/3 para el titular
de la jurisdicción.

****

Bueno, terminamos acá entonces el tema de la justicia privada. El segundo atributo que
en la Edad Moderna tenían los señoríos jurisdiccionales en Europa eran los monopolios.
Los había de diferentes tipos. Vamos a empezar con los más conocidos, que eran los de
tipo instrumental. Sólo el señor dentro de la jurisdicción podía ser propietario del
instrumental agrícola más sofisticado, por cuyo uso, además, exigía el pago de un
tributo feudal específico.

- El más famoso y difundido de estos monopolios instrumentales era el del


molino, los molinos harineros que permitían transformar los granos en harina, y
que consecuentemente era un dispositivo fundamental para la culminación del
proceso de elaboración de los alimentos. Sólo el señor en su jurisdicción puede
ser dueño de molinos harineros. Todos los restantes productores, fueran
pequeños, medianos o grandes productores, dentro de la jurisdicción, si querían
moler grano debían acudir al o a los molinos banales y pagar el tributo
correspondiente, por lo general un porcentaje de la harina que se obtenía con la
molienda, usualmente la veinticuatroava parte, y que se pagaba al arrendatario
del molino. En áreas fuertemente feudalizadas el señor podía exigir un segundo
tributo o droit de moult (derecho de molienda), que quedaba en manos del fisco
señorial y que se sumaba a la carga que había que entregar al arrendatario del
molino. Noten además una circunstancia: hasta la mecanización del campo
europeo en el siglo XIX, el principal capital fijo en el mundo rural era el molino
harinero, ya sea los que funcionaban con energía eólica –como los famosos
molinos de la Mancha con los que se engarzó en combate el Quijote-, o los que
funcionaban por medio de energía hidráulica. El monopolio del molino fue uno
tributos feudales derivados de la jurisdicción que más riqueza le generaba todos
los años al titular de cada señorío. Era un tipo de tributo que no se veía
perjudicado ni por la suba de población ni por la suba de precios; más bien se
veía potenciado por estos fenómenos, porque si más gente habitaba en el
señorío, más personas acudirían al molino a moler el grano y más ingresos
obtendría el señor local. Los señores por lo general era arrendaban por medio de
contratos de corto plazo la administración de estos molinos banales; obviamente
no se encargaban de manera directa de la gestión de estos molinos sino que
tercerizaban la administración.
- Otros instrumentos podían ser también monopolizados por los señores banales,
dependiendo de la región. En algunos señoríos los hornos de gran tamaño eran

8
monopolio del señor local. No me refiero al horno doméstico, sino al horno de
gran tamaño que permitía elaborar grandes cantidades de pan al mismo tiempo.
La banalidad del horno por lo general existía en las ciudades de señorío pero
más raramente en las aldeas. En estas últimas, sin embargo, era corriente que el
señor hiciera pagar a sus vasallos una carga como compensación por el permiso
que les concedía de tener hornos en sus fincas. Allí donde el monopolio del
horno existía el tributo que se pagaba al arrendatario del horno banal era la
dieciseisava parte de la masa que se deseaba hornear o un pan cada veinticuatro
que se hornearan.
- En las regiones frutícolas o vitivinícolas, el lagar para pisar la uva o la prensa
para triturarla, imprescindibles para la elaboración del vino, o la prensa para
manzanas, imprescindible para la elaboración de sidra, podían llegar a ser
monopolio del señor local, quien para permitir su uso exigía el pago de tributo
específico.

Cabe aclarar que esta clase de banalidades también implicaba obligaciones para el
señor. La más importante de ellas, avalada por el derecho consuetudinario y por la
Corona, era la de mantener en buen estado no sólo los instrumentos monopolizados por
el señorío (molino, horno, prensa) sino también los caminos que permitían acceder a
ellos. Si el artefacto o maquinaria se dañaba la costumbre exigía a los vasallos esperar
24 horas para los molinos de viento y los hornos y tres días para los molinos
hidráulicos. Cumplidos dichos plazos los dependientes tenían derecho a utilizar otros
ingenios o artefactos hasta que el señorío reparara los suyos.

En algunos señoríos los vasallos habían redimido las banalidades, es decir, habían
aceptado pagar una suma de dinero anual al titular de la jurisdicción para que este
aceptara suprimir los monopolios. Cuando ello sucedía los dependientes podían ir a
moler el grano, pisar la uva u hornear el pan donde desearan, pero con la condición ya
señalada: el pago de un tributo anual específico por cada hogar asentado en el dominio.

Un segundo grupo de monopolios, amén de los instrumentales, eran los de transporte.


En los señoríos atravesados por un arroyo, por un curso de agua, los puentes eran
propiedad del señor. Y de nuevo, para poder atravesarlos era requisito el pago de un
tributo feudal específico. En España, por ejemplo, se llamaba pontazgo. Si no había
puente y el señor no tenía interés en construir ninguno, las únicas barcazas o botes
habilitados para cruzar el curso de agua en cuestión eran los que le pertenecían al
señorío, por cuyo se exigía el pago de un canon. En muchas regiones de España este
tributo se llamaba barcaje.

Teníamos también monopolios comerciales, y también de diferente clase. Por ejemplo,


las únicas ferias -por lo general de periodicidad semestral o anual- y los únicos
mercados de periodicidad semanal (en el campo antiguo regimental el mercado semanal
funcionaba por lo general los días sábados) que podían funcionar dentro de la
jurisdicción eran los autorizados y establecidos por el señor. Y absolutamente todas las
transacciones mercantiles dentro de la jurisdicción debían tener lugar en estos mercados
o en estas ferias, porque de lo contrario eran ilegales. Y los agentes del señor podían
sancionar a los infractores, decomisar la mercancía e imponer multas. Tenemos un
segundo grupo de monopolios comerciales más curioso. En muchos señoríos (ésto en
Francia estaba muy extendido) el titular se reservaba el derecho de levantar su propia
cosecha –la cosecha de su reserva- o de mandar sus propios productos al mercado, antes

9
que cualquier otro productor (pequeño, grande o mediano) dentro de la jurisdicción.
Con lo cual el señorío provocaba una perturbación temporaria del funcionamiento de los
mercados locales, alterando artíficamente el precio de los productos agrícolas, y
consiguiendo de esa manera que la producción del señor obtuviera en la localidad un
precio de mercado superior al que habría obtenido si todos los productores del dominio
hubieran podido mandar de manera simultanea sus propios productos al mercado. Como
en la Edad Moderna las reservas señoriales estaban arrendadas y no había gestión
directa, quien se beneficiaba con este monopolio, allí donde existía, era el arrendatario
del señor, que tenía que pagar por ello (el canon de arrendamiento de una reserva no iba
a ser el mismo en un señorío donde existía este privilegio que donde no existía). En
Francia existía el banvin o ban del vino, que era el derecho del señorío a fijar un plazo,
por lo general de 30 o 40 días, antes del cual el único vino que podía comercializarse al
por menor en los puntos de venta de la jurisdicción era el elaborado a partir de las vides
plantadas en las reservas del señorío. Durante dicho período los comerciantes sólo
podían vender el vino no producido en tierras del señor a los forasteros, es decir a las
persona que no estaban domiciliadas en el señorío en cuestión. En muchas regiones el
señor se arrogaba un privilegio similar en relación con la comercialización al menudeo
de la sidra o de la sal. O el ban de la vendimia, el derecho del señorío a fijar un día antes
del cual la única uva que podía ser cosechada era la de las vides plantadas en la reserva
del señor. O el ban moisson, el derecho del señorío de fijar un día antes de cual el único
grano que podía ser cosechado era el sembrado en la reserva del señor. En rigor de
verdad, los señoríos podían monopolizar lo que quisieran en su área de jurisdicción. Yo
he encontrado casos en los que, por ejemplo, en señoríos en Andalucía, las carnicerías,
los puestos de venta de carne, eran monopolio del señorío jurisdiccional local. Por
supuesto, lo que hacían lo señores era, mediante contratos de corto plazo, subastar al
mejor postor estos puesto de venta de carne, para obtener de esa manera una renta anual,
una fuente más de ingresos para los señores.
Para finalizar vamos a mencionar otro tipo de monopolio que en este caso no guardaba
relación con lo material sino con la esfera de lo simbólico: los monopolios
recreacionales. Ciertas formas de ocio, ciertas diversiones, eran monopolio excluyente
del señor feudal o de las personas por él autorizadas. El más extendido de estos
monopolios recreacionales era el derecho de caza: los animales silvestres de gran porte,
paradigmáticamente los ciervos, eventualmente los jabalíes, dentro de la jurisdicción,
eran propiedad del señor, y nadie podía lastimarlos, mucho menos matarlos, si no
contaban con su autorización. Recuerden que el arte cinegético en la Europa pre-
industrial era el deporte por antonomasia de la aristocracia, una suerte de continuación
de la guerra por otros medios, en realidad el mejor entrenamiento para la guerra al decir
de Maquiavelo en El Príncipe. Este monopolio recreativo era muy perjudicial para los
habitantes de los señoríos. En primer lugar para los pobres y marginales rurales, porque
los privaba de una de fuente de proteína animal de muy bajo costo y de muy fácil
acceso, al alcance de la mano. Y ello en un tiempo en la cual para los sectores populares
rurales la proteína animal era un verdadero lujo, pues sus dietas en esencia eran
farináceas, a base de hidratos de carbono. Pero el monopolio de la caza también podía
perjudicar a los productores acomodados dentro del señorío, porque los animales
silvestres de gran porte podían introducirse en los sembradíos y destrozarlos. Muchos
señoríos importantes tenían un segundo tribunal feudal específico para cuidar el bosque,
un tribunal forestal, amén del tribunal feudal corriente que ya conocemos, establecido
para castigar a los leñadores y a los cazadores furtivos. Paralelo al monopolio de la caza
existía el de la pesca, en los ríos o espejos de agua no navegables: sólo el señor o las
personas por él autorizadas tenían derecho a pescar en los cursos de agua, en los

10
estanques o en los lagos, existentes en el señorío. Con ello, de nuevo, los sectores
populares rurales se veían privados de otra fuente de la proteína animal de bajo costo.
Como complemento del monopolio de la pesca los señores a menudo gozaban de un
derecho de primera compra: antes de vender en el mercado o a los particulares las
piezas pescadas en aguas señoriales, los pescadores debían pasar por el castillo para
ofrecer allí la mercancía fresca; sólo una vez que el castillo hacía uso de este derecho
los pescadores podían comercializar el excedente en el resto de la jurisdicción. En los
dominios con salida al mar, como el que dependía del obispo de Dol, en Bretaña, el
señorío reclamaba la totalidad de los llamados “peces reales” (esturiones, salmones)
capturados por los pescadores asentados en la jurisdicción y la mitad de los peces grasos
(bacalaos, cetáceos).
Existían muchos otros monopolios recreacionales. Teníamos en Francia, por ejemplo, el
droit de colombier (colombe en francés es paloma): sólo el señor podía criar palomas
dentro de su jurisdicción, y consecuentemente sólo él podrá erigir un palomar. En los
señoríos más importantes los palomares podían llegar a tener un tamaño importante, con
capacidad para albergar hasta 300 pares de palomas. La carne de las palomas era muy
apreciada por su delicadeza. También se valoraba mucho como fertilizante el
excremento que producían las aves. En un siglo como el XVIII, un tiempo en el que
cualquier burgués enriquecido podía edificarse una residencia suntuosa en el campo,
mucho más lujosa que la del señor local, el droit de colombier ayudaba a encontrar
fácilmente –si uno era un forastero que no residía en el pago- la residencia señorial: era
la que tenía uno o varios palomares a la vera. Este derecho señorial afectaba los cultivos
pues las aves tendían a devorar la semilla que los sembradores arrojaban en los surcos
en el inicio del año agrícola.
También se exigía en muchos señoríos el respeto por el droit de garenne: solo el señor
podía criar conejos dentro de su jurisdicción. Lo hacía por lo general en madrigueras
que lindaban con terrenos cercados o circunscriptos, de gran extensión, conocidos
precisamente con el nombre de garenne. Este derecho implicaba que los señores tenían
no sólo el privilegio exclusivo de la cría de conejos sino también el derecho exclusivo
de cazarlos, como divertimento pero también para aprovechar la delicada carne de estos
animales. He aquí, de nuevo, una práctica que terminaba siendo perjudicial para los
productores dentro del señorío, porque si las madrigueras no se cerraban adecuadamente
los conejos escapaban del coto de caza, devenían plaga y podían llegar a devorar
sembradíos enteros en las restantes secciones del señorío.
En el siglo XVIII se puso de moda un monopolio recreativo realmente curioso: la
erección de estanques artificiales para la cría de especies de peces exóticos. Ustedes ven
que con estos monopolios recreativos no hay transferencia de riqueza, no están
pensados ni diseñados para extraer excedente agrario. La función social evidentemente
era otra. Su función social era clasificar a las personas. En esta sociedad la desigualdad
no se ocultaba, sino que se mostraba y luego se justificaba, se legitimaba, y éso es lo
que hacen estos monopolios recreativos. Por ello mismo eran arbitrarios. Simplemente
indicaban, teatralmente, quién era el señor y quién no lo era. Ponían en evidencia los
privilegios de la nobleza y los poderes de gobierno de los señores. Reclamando para si
estos monopolios lo que el señor estaba diciendo era “yo soy el señor y sólo yo dentro
de mi zona de gobierno tengo derecho a hacer ésto”. Podría haber sido la plantación de
melones o la cría de gusanos de seda. En última instancia no interesaba el contenido del
pretendido monopolio. Esta clase de monopolios recreativos simplemente subrayaban
desde lo gestual que sólo el señor, él y nadie más dentro de la jurisdicción, tenía el
derecho a imponer normas a los demás, por ridículas y arbitrarias que fueran, que todos

11
debían respetar. Ahora se entiende por qué los campesinos sentían particular odio por
esta clase de monopolios, que curiosamente no afectaban su riqueza. Cuando en julio de
1789 estalló la revolución campesina dentro de la Revolución Francesa, el famoso Gran
Miedo, muchos pequeños productores redireccionaron su ira en contra de los objetos
asociados con estos monopolios recreaciones. Los campesinos soliviantados mataban a
los ciervos y arrojaban los esqueletos, frente al portón del castillo, derrumbaban los
palomares, destruían las conejeras, rellenaban los estanques artificiales, etc.
Evidentemente a fines del Ancien Régimen los derechos recreacionales habían
terminado simbolizando los aspectos más tiránicos y abusivos del régimen señorial. Y
los más humillantes también. Es como si los campesinos hubieran visto en aquellos
objetos una suerte de tótem, que custodiaba la esencia opresora del feudalismo, de tal
modo que si se los destruía se estaba de alguna manera acelerando el colapso integral
del sistema. Lo paradójico es que la reacción que tuvo la Asamblea Constituyente
cuando llegaron a Paris las noticias de este estallido de violencia campesino, en el corto
plazo bien pudo reforzar el pensamiento mágico de los rebeldes ¿Cuál fue la reacción
del poder revolucionario? La reacción fue casi histérica: en una famosa sesión nocturna,
que comenzó el 3 de agosto y culminó en la madrugada del día 4, quizás sea una de las
sesiones más famosas de la historia parlamentaria de Occidente, se declaro abolido el
señorío jurisdiccional o banal, y con él todos los monopolios recreacionales. En el
transcurso de una noche, y simplemente a mano alzada, los constituyentes franceses
suprimieron ocho siglos de feudalismo. Por eso digo que la mentalidad mágica del
campesinado quizás se reforzó en el corto plazo, porque ellos habían salido a atacar
aquellos objetos asociados con la arbitrariedad señorial, con la intención de acelerar la
destrucción del feudalismo, objetivo que pocos días después se concretaba gracias a la
votación de principios del mes de agosto en la Asamblea Constituyente.

Existían muchas otras clases de monopolios. Por caso, los decorativos y los honoríficos.
Los primeros implicaban que solo la residencia del señor podía adornarse con un escudo
de armas o coronarse con una veleta o rosa de los vientos. Como ustedes se imaginarán,
cuando estalló la revuelta campesina en Francia a mediados de 1789 tampoco quedaron
demasiadas veletas en pie o escudos de armas intactos en las áreas rurales más
afectadas.
La mayoría de los monopolios honoríficos, por su parte, se relacionaban con la
participación del linaje señorial en las ceremonias religiosas que tenían lugar en el
principal templo de la jurisdicción: el linaje señorial tenía derecho de precedencia en el
interior de la iglesia, lo que implicaba que a sus integrantes les correspondía ocupar el
primer asiento, el espacio más cercano al altar; los señores y sus familiares directos
tenían el privilegio exclusivo de poseer un banco diferenciado, un banco de mayor
tamaño y lujo que el que utilizaban los restantes participantes de las ceremonias; el
señor y su parentela directa gozaba del privilegio exclusivo de poseer tumba en el
interior del templo; las únicas misas de difuntos que podían celebrarse en el altar
principal de la iglesia eran aquellas que tenían como beneficiarios al señor y a su
familia; el único escudo de armas que podía exhibirse de manera permanente en el
interior o en el exterior del templo era el del titular del señorío.

****

Después de los derechos de justicia y de los monopolios, los peajes eran el tercero de

12
los grandes atributos que los señores banales ejercían dentro de sus jurisdicciones. Se
trataba de tributos que gravaban la circulación de mercancías a través del espacio
señorializado. Toda carreta o tiro de animales cargado con mercancías para ser vendidas
fuera de la jurisdicción, o que simplemente tenían que atravesar la jurisdicción para
llegar a otro destino, debían pagar a su titular un derecho de tránsito. En el Delfinado,
en el sudeste de Francia, los señoríos exigían un tributo de paso llamado pulvérage, que
se exigía a los rebaños de ovejas que atravesaban sus tierras a raíz del polvo (poussière,
de allí el nombre del tributo) que levantaban a su paso y también como compensación
por el pasto que consumían. Estos peajes feudales aplicaban también sobre las
mercancías transportadas por vía fluvial, por los ríos que atravesaban los señoríos
jurisdiccionales. En Normandía, sobre el Atlántico –para que vean la voracidad del fisco
señorial- los señores le cobraban peaje a los troncos talados en provincias forestales
vecinas, que bajaban flotando por los cursos de agua para ser comercializados en el
norte de Francia. En la provincia vecina, Bretaña, los señoríos con salida al mar
cobraban un “derecho de anclaje” y un “derecho de puerto y refugio” a los barcos
cargados con mercancías que zarpaban de o atracaban en sus costas. Como se darán
cuenta, estos derechos de tránsito suponían la existencia de verdaderas aduanas
privadas, que obstaculizaron de manera insalvable (al menos hasta que las revoluciones
liberales de fines del siglo XVIII en adelante comenzaron a suprimirlas) la construcción
de un mercado interno unificado, pieza clave para el desarrollo del moderno capitalismo
industrial. Este es el tipo de contradicción esencial que sólo las revoluciones burguesas
estaban llamadas a resolver, aboliendo el feudalismo y los señoríos jurisdiccionales. El
problema fue claramente identificado por la monarquía absoluta, que hacia finales del
Antiguo Régimen buscó suprimir los peajes señoriales. A partir de 1779 la Corona
exigió a los señores, como condición para conservar estos peajes, que mostraran las
sentencias que avalaban la posesión de los mismos, los registros de los ingresos que
generaban y los contratos de arrendamiento en caso de que estuvieran tercerizados. Al
igual que con las medidas tardías destinadas a suprimir las justicias banales, esta
disposición llegó demasiado tarde como para tener efectos reales en aquel ocaso del
Antiguo Régimen francés.

****

Los derechos de mercado eran el cuarto y último de los atributos que tenía un señor
banal en Europa occidental en la Edad Moderna. Estos tributos no gravaban la
circulación de mercancías por el espacio señorializado sino su comercialización. En
gran parte de Occidente el avance del proceso de reinvención de lo estatal y el
fortalecimiento de las monarquías le fue quitando a los señores el derecho de
administrar su propia fiscalidad directa, es decir, de gravar con cargas específicas a las
personas en tanto tales o a sus hogares. Por caso, en Francia en 1439 el rey Carlos VII
prohibió las tallas señoriales, que eran impuestos directos que percibían los señores. De
ahí en adelante el único impuesto directo que en el Reino podía existir era la talla regia,
la que percibía el rey. Ahora bien, a pesar de esta perdida, los señores feudales
conservaron en gran parte de Europa en la Edad Moderna el derecho de administrar su
propia fiscalidad indirecta, esto es, a imponer gravámenes de carácter general a las
operaciones de compraventa de bienes y servicios. Junto al monopolio del molino, estos
derechos de mercado fueron el otro gran tributo feudal derivado de la jurisdicción que
continuó generando ingresos materiales importantes para los señores en nuestro período,
porque se veía potenciado tanto por el alza demográfica como por la suba crónica de

13
precios. Las tasas de mercado señoriales recibían diferentes nombres según las regiones
europeas. En torno de París, por ejemplo, los señores cobraban el forage, que gravaba
la compraventa de vino al menudeo, al minorista. En Normandía estos tributos o
impuestos indirectos se denominaban coutumes. En rigor de verdad, en Francia recibían
tantas denominaciones como regiones o señoríos existían: aunage, bichenage,
cartelage, cohue, copel, coponage, courtage, étal, étalage, étalonnage, hallage, havage,
jaugeage, levage, leyde, ménage, mesurage, minage, palette, pesage, pied-fourché,
quintelage, sciage, sexterage, stellage, trépas… En España muchos señoríos castellanos
percibían las alcabalas, un impuesto que gravaba todo lo que podía comprarse o
venderse en un pequeño mercado rural. En muchas partes los señores percibían otro
derecho de mercado específico, el tributo de pesos y medidas: los agentes del señor
controlaban que los puesteros, feriantes y mercaderes no estafaran a sus clientes
alterando las pesas de las balanzas o los recipientes con los que se medían los líquidos,
tarea de contralor por la que el señorío cobraba a los clientes un tributo feudal concreto.
En Francia algunos señoríos cobraban una tercera tasa para permitir el ingreso de
ganado a pie a la feria o al mercado. En incluso una cuarta, si los comerciantes deseaban
exhibir la mercancía en el exterior o al aire libre, es decir, fuera de los recintos o
edificios habilitados para transaccionar. Todavía en el siglo XVIII subsistía en algunos
dominios feudales muy arcaicos el tributo denominado havage, que habilitaba al señor a
quedarse, sin realizar pago alguno, todo el grano que pudiera tomar con la mano. Si este
curioso tributo se practicaba con cada uno de los comerciantes que llevaban su
mercancía a la feria, el volumen de grano que de manera gratuita terminaba en manos
del señor podía llegar a ser considerable. Se podría considerar también un privilegio
señorial asociado al funcionamiento del mercado el derecho preferente de compra de los
caballos que se reservaban para sí muchos señores franceses; en algunas comarcas éstos
tenían incluso derecho a fijar el precio al que los animales les debían ser vendidos.
Hasta que la monarquía francesa liberó el precio de los granos en 1775, los señores
tenían la atribución de fijar el precio máximo al que dicha mercancía de primera
necesidad podía ser vendida en sus jurisdicciones. Estos valores resultaban relevantes,
porque se tomaban como referencia para el pago de las cargas, de los arrendamientos y
para la devolución de las deudas contraídas por particulares.

****
Voy a resumir todo lo dicho hasta ahora y en la clase pasada, con un gráfico muy
simple, para ver si se termina de entender visualmente lo que estoy explicando. Hasta
ahora tenemos señoríos dominicales en la Edad Moderna, con sus dos grandes
secciones, que eran la reserva –tierras bajo dominio pleno e indiviso de las cuales el
señor es técnicamente el dueño- y tenencias campesinas dependientes, el censive de los
franceses, tierras bajo régimen dividido o enfitéutica, dominios útiles enajenados que
pagaban cargas perpetuas. Identificamos también otro tipo de tierras enajenadas, los
feudos nobiliarios (F), pero que como estaban administrados por nobles no pagaban
tributos señoriales. Después sabemos que existían también señoríos jurisdiccionales,
que casi siempre resultaban más extensos que los complejos dominicales propiamente
dichos. Y finalmente teníamos en muchas regiones alodios: fincas que no se hallaban ni
dentro de un señorío dominical ni dependían de una jurisdicción feudal.
Este gráfico nos permite entonces distinguir 3 universos poblacionales distintos en el
campo europeo antiguorregimental: 1- quienes habitaban fuera de todo señorío
(Alodios); 2- quienes habitaban dentro de un señorío jurisdiccional pero no dentro de
uno dominical (Y); 3- la mayoría de la población en el campo europeo, quienes además

14
de vivir en una jurisdicción señorial también habitaban dentro de un complejo
dominical, pues explotaban tenencias bajo dominio dividido (X).

Ahora ¿qué cargas feudales pagaban cada uno de estos grupos? En el caso de los
propietarios alodiales hay que subrayar que no pagaban ninguna carga señorial. Tenían
que pagar los impuestos a la Corona, lo que Goubert llamaría la renta fiscal. Por
ejemplo, en Francia el Rey existía el pago de impuestos directos, como la talla ( taille) o
indirectos, como la gabela, que gravaba la compra-venta de sal. Al mismo tiempo, los
productores alodiales debían pagar el diezmo a la Iglesia, una carga pesada porque era
un porcentaje fijo de la cosecha bruta anual, ligeramente por debajo del 10%.
¿Qué cargas tenían que pagar quienes habitaban dentro de un complejo jurisdiccional
pero no en un complejo dominical? Bueno, además de las cargas que ya nombramos –
los impuestos al Rey y el diezmo a la Iglesia– tenían que pagar los tributos feudales
derivados de señorío banal que acabamos de ver en la clase de hoy: pagos por usar el
monopolio banal; tasas de mercado si querían comprar mercancías en el mercado que
funcionaba en el señorío; peajes si deseaban derivar mercancías hacia otras
jurisdicciones; y eventualmente las multas o penas pecuniarias que el tribunal feudal
pudiera imponer a los infractores de las normales locales.
¿Qué carga tenía que pagar un enfiteuta, quien habitaba tanto en un señorío
jurisdiccional como uno dominical? Tenía que pagar los impuestos al Rey, el diezmo a
la Iglesia, los tributos derivados de la jurisdicción, y además las cargas derivadas del
complejo dominical, enfitéutico, que vimos el viernes pasado: los censos en dinero, las
rentas en especie y las tasas de mutación.

****
Para continuar profundizando nuestra comprensión del significado que la jurisdicción
señorial tenía en la Europa temprano-moderna, voy a hacerme ahora la siguiente
pregunta. Hemos visto las atribuciones jurisdiccionales in abstracto que ejercían los
señoríos de ban en la Edad Moderna. Ahora bien, ¿qué capacidad real y efectiva tenía
un señorío jurisdiccional en nuestro periodo para impactar en la vida cotidiana de las
personas? ¿Cuán invasivo podía llegar a ser un señorío banal en la Edad Moderna? Si
yo vivía adentro de un señorío ¿me iba a dar cuenta o se trataba de un dato de la

15
realidad que pasaría desapercibido para la mayoría de los quienes vivían en las áreas
rurales?
Esta pregunta no se puede responder sino a partir de un estudio de caso, es decir, no es
posible responder una pregunta particular con una generalidad. Así que vamos a ver
rápidamente como funcionaba la justicia –uno de los grandes atributos del poder banal-
en el siglo XVIII, para que entendamos el poder real que esta estructura de dominación
pudo conservar en el campo francés apenas 50 o 60 años antes del estallido de la
Revolución. Veremos cómo hacían su trabajo los tribunales feudales de un mega
señorío, el Ducado de La Vallière, ubicado en el oeste del Reino, en la confluencia de 3
provincias distintas: Maine, Turena y Anjou. Su titular era par del reino, es decir, un
altísimo aristócrata (los pares eran el escalón de la aristocracia ubicado inmediatamente
por debajo de los príncipes de la sangre, los familiares directos del Rey).
Este señorío de La Vallière tenía dimensiones superlativas. La reserva alcanzaba las 3
mil hectáreas; para las escalas antiguorregimentales califica, pues, como un latifundio
interminable. La superficie de suelo enajenado también era muy extensa: La Vallière
contaba con 246 feudos nobles y 550 censives (es decir, miles y miles de tenencias bajo
dominio dividido). Hacia 1750 vivían cerca de 20 mil personas en este señorío.
Pensemos que la mayoría de las ciudades medianas tenían menos de 20 mil habitantes a
mediados de la Edad Moderna. Estos 20.000 vasallos del Duque-par de La Vallière
vivían en un universo rural, pues no existían centros urbanos destacados en este señorío.
Para gobernar un territorio tan extenso y poblado, el Duque-par contaba con 3 tribunales
feudales
¿Qué quiero hacer yo ahora? Mostrarles como a casi 50 años del estallido de la
Revolución, el poder feudal en este señorío concreto –y aclaro que de ninguna manera
se trata de un caso aislado, sino de una situación que podía replicarse por cientos de
casos parecidos en toda Francia– tenía atribuciones amplísimas, que si yo me guío por
el actual ordenamiento jurídico argentino tendría que repartir entre los Estados
municipales, la justicia federal, las justicias provinciales y las fuerzas de seguridad.

1- Poder de policía. La autoridad feudal en este señorío ejercía el poder de policía


local, entendido en el sentido técnico de la expresión, es decir, como una
potestad de regulación de la vida de los habitantes en la esfera pública, orientada
a limitar los espacios de libertad individual y los privilegios particulares en aras
de una mejor convivencia intrapersonal. ¡Vaya si ejerció el poder de policía en el
siglo XVIII el poder feudal en La Vallière! Los magistrados del duque
publicaron 218 ordenanzas en el transcurso del siglo, que prácticamente no
dejaron área de la vida social sin normativizar. Estas ordenanzas se ocupaban de
cuestiones como las cosechas, el comercio, la religión y la moral, las rutas y
caminos, los bosques, los oficios y gremios, los incendios, la salud pública, el
vagabundaje, las relaciones extramatrimoniales, las fiestas y los juegos de azar.
Detectamos, de hecho, un afán disciplinador obsesivo por parte de los
funcionarios del señorío local.
Este poder de policía facultaba a los tribunales feudales en La Vallière a:
A) Establecer los precios máximos a los que debían ser obligatoriamente vendi-
das ciertas mercancías fronteras adentro del ducado. Las mercancías más regula-
das fueron el pan, la harina y el trigo, pero si las carestías coyunturales lo justifi-
caban, otros productos podían ser regulados, como sucedió en 1720 con el precio
de la manteca.

16
B) Reducir al mínimo los desórdenes que generaba la ingesta excesiva de al-
cohol. Una ordenanza feudal de 1704 estipulaba que las posadas tenían que ce-
rrar en verano a las 21hs y en invierno a las 18hs. Para que vean la meticulosidad
que caracterizaba a los bandos judiciales en La Vallière, digamos que la misma
ordenanza prohibía a los herreros ingresar en las posadas después de las 16hs,
para evitar los accidentes que en los talleres podían producirse a causa de lo peli-
groso del metier.
C) En 1748, los tres tribunales feudales de La Vallière publicaron la más radical
ordenanza en materia de religión y moral en la historia del señorío. Esta norma
convirtió en obligatoria para todos los adultos que habitaban en el Ducado –no lo
dije, pero creo que se entiende que todas estas ordenanzas no sólo regían para los
enfiteutas del duque-par, sino para todos quienes vivieran fronteras adentras de
la jurisdicción– la asistencia a la procesión anual de Corpus Christi, que se cele-
braba el 2do jueves después de Pentecostés. El bando explicitaba que 45 minutos
antes del inicio de la procesión, los vecinos del señorío debían congregarse en la
puerta de su iglesia parroquial, para esperar recibir allí de boca de los agentes del
señor las instrucciones del caso (en concreto, el lugar de precedencia que debían
ocupar en la procesión, en función de su extracción social).
D) Una preocupación mayor del poder feudal en La Vallière, como en muchos
señoríos forestales o de montaña, eran los lobos, que podían convertirse en una
plaga de riesgo. Los lobos no sólo transmitían la rabia cuando mordían a los ani-
males domésticos, sino que además devoraban a la gente; hay reportes de lobos
cebados por consumo de carne humana en La Vallière a comienzos del siglo
XVIII. Bueno, la justicia en el Ducado ¿cómo hacía para combatir este flagelo?
Organizaba batidas, de las que estaban obligados a participar como carga pública
o corvea los dueños de las fincas colindantes con la foresta. Les llegaba una no-
tificación a sus domicilios casa, en las que se les informaba que el Duque, es de -
cir, el señor feudal del lugar, los citaba a una hora temprana por la mañana para
participar de una partida de caza contra los lobos. Estaba prohibido abandonar la
cacería antes de que los agentes del señor decretaran su finalización. Quien in-
cumpliera estas norma sería sancionado con pesadas penas pecuniarias.
E) Otra obsesión del señor feudal en La Vallière eran las enfermedades de trans-
misión animal, y en especial la hidrofobia. Una ordenanza feudal de 1702 orde-
naba a todos los habitantes del Ducado sacrificar los animales domésticos que
hubieran sido mordidos por perros rabiosos el mismo día del accidente. Y para
que vean la puntillosidad casi absurda que alcanzaba esta clase de norma, otra
ordenanza de 1704 incluso establecía la profundidad mínima que debían tener
los pozos en los que cabía enterrar a los animales domésticos sacrificados.
F) Otra obsesión del poder local feudal era combatir los incendios, en este uni-
verso de la madera que era la civilización europea de la Edad Moderna. Conta-
mos de hecho con varios reportes de burgos arrasados por el fuego en el siglo
XVIII en el ducado. Por ello, una ordenanza de 1705 obligaba a todos los habi-
tantes a mantener durante los meses de verano toneles repletos de agua en los
frentes de las viviendas, para contar con reservas de agua al alcance de la mano y
evitar así que el fuego se propagase de casa a otra u destruyera una aldea com-
pleta.

2- Justicia penal. Como todo señorío feudal, en La Vallière los tribunales

17
señoriales ejercían también la justicia penal y castigaban los comportamientos
reputados como criminales. Pues bien, en el transcurso del siglo XVIII los
magistrados ducales resolvieron 1209 expedientes criminales.
En lo que respecta a los delitos contra las personas, hay varios indicios que prue-
ban que esta era una sociedad en creciente proceso de pacificación, y que lo que
Muchembled llama revolución judicial y Elías proceso de civilización, estaba
comenzando a dar sus resultados en este rincón del campo francés ¿Por qué?
Porque los homicidios registrados fueron muy pocos en todo el siglo: aproxima-
damente 56 en todo el ducado. En cambio se registraron 319 procesos por agre-
siones verbales y 360 por casos de violencia física sin peligro de muerte. Es de-
cir, acá la gente se molía a palos pero ya no se mataban.
¿Qué evolución experimentaron, en cambio, los delitos contra la propiedad? Los
robos superaron 3:1 a los homicidios, con una cifra de 164 casos. Estas son esta-
dísticas muy importantes porque prueban algo que Thompson había visto ya para
Inglaterra: que en Francia durante el siglo XVIII, y a diferencia de lo sucedía en
la primera Edad Moderna, los delitos contra la propiedad eran más numerosos
que los delitos contra las personas. La sociedad era menos violenta, dato que
Thompson relaciona con el avance del capitalismo, que cada vez toleraba menos
hasta la menor amenaza contra la propiedad privada absoluta.
En cuanto a las penas, ¿qué castigos estaba facultada para aplicar la justicia feu-
dal en La Vallière? Todos los que ustedes imaginan, incluida la pena capital. 32
personas en el Ducado de La Vallière fueron condenados a muerte durante el si-
glo XVIII: 25 fueron a la ahorca, 1 hombre fue decapitado, y 6 padecieron el te-
rrible suplicio de la rueda (que consistía en atar al condenado a una enorme rue-
da de madera, tras lo cual el verdugo procedía con una masa o barra de metal a
fracturar los huesos de los miembros inferiores y superiores, lo que suponía una
agonía lenta y en extremo dolorosa).
Una sola persona fue condenada a pena de cárcel en este señorío durante el siglo
XVIII. Solo una. El dato parecería darle la razón al Foucault de Vigilar y casti-
gar, que como sabemos califica a la pena de reclusión como un fenómeno más
decimonónico más antiguorregimental.
Ahora bien, resulta evidente que los magistrados feudales condenaban a muerte
a pocas personas en el ducado. Al mismo tiempo, nadie iba prisión en el señorío.
Entonces ¿qué penas se les imponía a la mayoría de los convictos? Castigos físi-
cos, como las sesiones de flagelación pública, o bien la pena de destierro, perpe-
tua o temporaria, de la jurisdicción señorial.

3- Justicia civil graciosa. La justicia civil hay que dividirla en dos grupos: justicia
civil graciosa y justicia civil contenciosa. La graciosa no pretendía resolver
conflictos entre las personas sino proteger derechos de personas o grupos en
situación de minoridad o vulnerabilidad.
Veamos algunos ejemplos de esta justicia graciosa: a los tribunales feudales de
La Vallière les correspondía la tutoría de los huérfanos de padre desconocido,
des decir, de los niños expósitos abandonados por sus padres. El señor feudal se
convertía en el tutor del neonato, y era su tribunal el que debía iniciar una inves-
tigación para identificar a alguno de sus progenitores y obligarlos a hacerse car-
go; si no tenía éxito la investigación, era el mismo poder feudal quien entregaba
al niño a alguno de los hospicios o asilos que funcionaban en el Ducado.

18
También la justicia feudal era la tutora de los huérfanos de padres conocidos, es
decir, de los menores de edad cuyos dos padres fallecían antes de que aquél
cumpliera la mayoría de edad. Los magistrados ducales recurrían entonces al
instituto de la curatela, y designaban un tutor que debía hacerse cargo del menor
hasta que cumpliera la mayoría de edad civil, estipulada en 25 años, o bien antes,
si el tutelado contraía nupcias legítimas.
Otra área en la que estuvo extremadamente activo el Ducado fue la de los emba-
razos extra-matrimoniales. Los magistrados feudales de La Vallière hacían cum-
plir con fanatismo una vieja ordenanza del Rey Enrique II, de 1556, que para re-
ducir la tasa de infanticidios obligaba a todas las mujeres solteras y a todas las
viudas que quedaban encintas a reportar de inmediato su estado a las autoridades
locales; de lo contrario, iban a ser severísimamente sancionadas. En el siglo
XVIII hallamos registro de 205 declaraciones de embarazos extra-matrimoniales
en el Ducado de La Vallière. Al comenzar esta última parte de la clase yo me
preguntaba cuán invasivo podía resultar el señorío feudal en las áreas rurales en
la Edad Moderna. Aquí creo que está la respuesta.

4- Justicia civil contenciosa. Y termino con la justicia civil contenciosa, que


regulaba conflictos entre los vasallos del duque, y que es la menos interesante en
este contexto. El 70% de los expedientes tratados en relación con este fuera se
relacionaban con deudores morosos; el 10% con el deslinde de propiedades
vecinas, gente que no se ponía de acuerdo por donde pasa la medianera,
diríamos hoy en día. Un 7% de casos se relacionaban con vasallos que se
negaban a pagar los tributos feudales, es decir, enfiteutas rebeldes. Y un 5% de
los diferendos tuvieron que ver con transferencias hereditarias y con herencias
disputadas por parientes en conflicto.

¿Conclusión de todo ésto? Los poderes judiciales que conservaban y ejercían los
señores feudales jurisdiccionales apenas unas décadas antes del estallido de la
Revolución, y La Vallière sirve como botón de muestra, pues no era en este sentido un
caso excepcional, resultan en muchos aspectos superiores a las que posee cualquier
municipio en la actualidad en nuestro país, e incluso a las atribuciones que ejercía
cualquier juez de paz en la América colonial o en el siglo XIX. De ninguna manera el
feudalismo pasaba desapercibido en el campo en el ocaso del Ancien Régime, ni era una
institución decadente o el emergente de un poder ausente. Cualquiera que viviera
fronteras adentro de un señorío banal iba a notarlo por muchos motivos.

Debí decirlo antes, porque si no estoy siendo un plagiario: toda la información sobre La
Vallière que acabo de brindarles deriva de una tesis doctoral que se defendió en el 2006
en la Universidad de Tours, Francia y que publicó en forma de libro en el 2008 la prensa
de la Universidad de Rennes. El responsable de la investigación es un colega francés,
Fabrice Mauclair.

****
Para terminar esta clase quiero presentar un tema estrechamente relacionado con la
cuestión de los tributos o derechos señoriales. Quizás a algunos de ustedes puede

19
haberles llamado la atención el hecho de que yo no incluyera en el listado de cargas
feudales que mencioné hasta este momento el famoso derecho de pernada, el tristemente
célebre mito del derecho de pernada, es decir, la supuesta atribución que el señor feudal
tenía a desflorar o desvirgar, es decir, a yacer –como decían las fuentes de época- con
las esposas de sus siervos y campesinos dependientes durante la noche de bodas. Pues
bien, ahora llegó el momento de abordar y problematizar esta leyenda sobre los abusos
señoriales. ¿Por dejé su tratamiento para el final de la clase? Lo hice adrede, porque
efectivamente no puede considerarse sino un mito. Vamos a ver en seguida que no
existen pruebas documentales que prueben su existencia de manera fehaciente. El
derecho de pernada es, pues, una construcción.
Cabe aclarar que a esta abusiva pretensión señorial se la conocía también con otros
nombres. En latín el equivalente al derecho de pernada, de origen catalán, era ius
primae noctis, derecho a la primera noche. En francés se utilizaban dos rótulos cuyo
contenido erótico apenas aparece disimulado: droit de cuissage –cuisse es muslo en
francés– y droit de jambage –jambe es pierna. Existía en francés un término eufemístico
para denotar este supuesto derecho sin ofender la sensibilidad de quienes no se sentían
cómodos con alusiones de tipo sexual: en ocasiones se lo llamaba simplemente droit du
seigneur, el derecho del señor-. Cuando se aludía al “derecho del señor” todos entendían
de qué se estaba hablando.
Ahora bien, más allá de algunas pocas voces discordantes, que insisten en la realidad del
“derecho a la primera noche”, existe en el presente un amplio consenso entre los
historiadores respecto del carácter ficcional de esta supuesta exigencia señorial. Quien
con más exhaustividad ha estudiado la cuestión es el medievalista francés Alain
Boureau (Le droit de cuissage: la fabrication d’un mythe, XIII-XX siècle, Paris, Albin
Michel, 1995). La presentación que sigue resulta por completo subsidiaria de sus
reflexiones. No me quiero atribuir en este caso una investigación que yo no encaré
personalmente. Boureau insiste en el mencionado libro que el derecho de pernada jamás
existió, ni como exigencia de iure, y lo que es muy probable, ni siquiera como exigencia
de facto. Desde la perspectiva de la historia cultural, el droit de cuissage no sería sino
producto de un efecto retórico, emergente en contextos de fuerte avanzada anti-
señorial. O lo que es lo mismo, las –en sí mismas escasas– referencias al ius primae
noctis en las fuentes tardo-medievales y temprano-modernas deben interpretarse como
herramientas discursivas de un combate (no en vano se dice que en la guerra la primera
víctima es la verdad).
Cabe preguntarse, sin embargo, si no existió algún fenómeno que pudo dar lugar a un
proceso de resignificación que terminó derivando en la creación del mito de la pernada
señorial (sabido es que detrás de las estructuras mítica suele refugiarse, camuflado,
metaforizado, algún aspecto de la vida real). Los especialistas concuerdan en que dos
son las prácticas feudales realmente existentes que bien pueden haber proporcionado la
materia prima para la confección del complejo mítico y contribuido a su incorporación
al inconsciente colectivo: Para el caso del droit de cuissage laico, el tributo conocido
como formariage (merchet en Inglaterra), una pesada carga que el señor exigía a sus
siervos para autorizar matrimonios con mujeres residentes en otros feudos o señoríos.
Para el caso del droit de cuissage eclesiástico, la exigencia –más teórica que real, más
declamada que efectivamente solicitada– de un período de tres jornadas de abstinencia
antes de la consumación del matrimonio, que los prelados individual o colectivamente a
cargo de señoríos, imponían a sus siervos (derivada de una peculiar exégesis bíblica del
Libro de Tobías). La monetización de ambas cargas –tanto la derivada del reemplazo del
tributo por un pago pecuniario como la derivada de las multas impuestas como

20
reparación ante el incumplimiento del tabú sexual–, por cuanto contribuía a la
cosificación de las personas, habría tenido un rol importante en la construcción social de
la imagen de un poder feudal abusivo, anti-natural, irrazonable y tiránico.
Veamos a continuación algunos ejemplos en los que las referencias documentales a la
existencia de un supuesto derecho de pernada irrumpen en contextos de evidente
contestación anti-señorial o incluso de abierta reacción anti-feudal.
1- Quizás la referencia al fenómeno más antigua que se conoce date de 1247. Las
fuentes en cuestión aluden a un conflicto que estalló entre la abadía de Mont-St-Michel
y el Vizconde Osbert, señor de Fontenay-le-Pesnel, por el control de la aldea de Verson.
La localidad, hasta entonces bajo la jurisdicción del señorío eclesiástico, era codiciada
por el aristócrata laico. Recordemos que la abadía de Mont-St-Michel estaba situada en
la Baja Normandía, sobre un promontorio rocoso en una isla mareal, extensión de tierra
conectada al continente por una lengua que emerge en marea baja y queda sumergida en
pleamar. La fuente a la que nos referimos es un poema de 235 versos, compuesto en
francés por un ignoto Estout de Goz, al servicio del abad Ricardo III Tustin (1237-64).
El extraño texto reproduce en versos asonantes el listado de pesadas cargas que la aldea
de Verson había heredado de los tiempos en los que dependía de los señoríos laicos de la
región, antes de que los duques de Normandía donaran el pueblo a los monjes de la aba-
día. El subtexto del poema resultaba claro: estas cargas irracionales cesarían si el terru-
ño pasaba a depender de manera definitiva de Mont-St-Michel, y se agravarían si el tér-
mino de la aldea volvía a depender de la nobleza laica normanda. Pues bien, entre estas
abusivas exacciones heredadas de un pasado ominoso, el poema mencionaba un tributo
denominado cullage, una suma de dinero anual que los campesinos pagaban a los seño-
res como compensación por la renuncia de estos últimos a demandar el cumplimiento
del droit de cuissage. Ahora bien, no existe ninguna otra evidencia concreta o mención a
la existencia de esta clase de exigencias feudales desmesuradas en la Normandía del si-
glo XIII. Se trata, pues, de una construcción retórica a la que los publicistas de los mon -
jes recurren para minar la legitimidad moral de sus adversarios. En este caso concreto,
pues, la denuncia contra los excesos de la opresión feudal laica encarnada por un humi-
llante tributo monetario que aludía a un mítico derecho de pernada ya abolido, partió de
un gigantesco dominio rural en poder de la Iglesia local. El contexto de esta arcaica re -
ferencia al droit du seigneur es, pues, una guerra civil larvada intraseñorial, una guerra
de guerrillas propagandística en el marco del conflicto que enfrentaba a un potentado
seglar, emparentado con la casa ducal normanda, y uno de los más grandes señoríos
eclesiásticos de Occidente.
2- En 1526, el escocés Hector Boece (o Boethius) publica en Paris su Scotorum
historiae ab illius gentis origine (Historia de Escocia desde el origen de su pueblo). En
este tratado el autor alude a la supuesta supresión del derecho de pernada, hasta enton -
ces vigente en el Reino, por parte del rey Malcolm III (1058-1093) y de su esposa Santa
Margarita (a modo de nota de color déjenme decirles que los amantes del teatro isabe-
lino y de la ópera romántica italiana seguramente saben quién es Malcolm III: es el hijo
del rey Duncan, asesinado en el 1040 por el usurpador Macbeth, protagonista de la tra-
gedia homónima de Shakespeare y de una ópera temprana de Giuseppe Verdi). Esta
mención es una excepción al patrón de avances antiseñoriales que estamos señalando,
pues claramente deriva de los esfuerzos en pos de la creación de una historiografía pro-
to-nacional escocesa, y de la elevación de Malcolm y de su esposa al rango de héroes ci-
vilizadores y campeones de la lucha contra las costumbres bárbaras hasta entonces vi-
gentes en el Reino. El hecho al que alude esta referencia contenida en la Historia de Es-
cocia de Boecio resulta por completo apócrifo: no existe ninguna fuente alto o bajome-

21
dieval escocesa que aluda siquiera en forma indirecta a la existencia de esta carga feudal
en Escocia.
3- En la primera mitad del siglo XVI, hallamos referencias concretas al derecho de
pernada en un grupo reducido de aveux o dénombrements, la mayoría de ellos produci-
dos en el extremo sur de Francia, en particular en la región de Béarn. Cuando nos abo-
quemos al análisis de los derechos curiosos o bizarros voy a hacer referencia a los aveux
que los señores feudales exigían a sus feudatarios nobles y campesinos. Ahora me inte-
resa, en cambio, otra clase de dénombrements: los que la Corona exigía a los señores
feudales. Éstos últimos eran documentos en los que los titulares de los señoríos se reco-
nocían vasallos del monarca, y a cambio recibían de parte del rey la confirmación de sus
derechos, facultades y atribuciones de gobierno. En el contexto de la redacción de estos
aveux, era más que frecuente que los señores exageraran los poderes que de manera
consuetudinaria les correspondía fronteras adentro de sus respectivas jurisdicciones. En
otras palabras, los señores solían incluir atribuciones desmesura-das en el listado de fa-
cultades cuyo reconocimiento demandaban al soberano. La estrategia resulta transparen-
te: el objetivo consistía en obligar a la monarquía a objetar y a rechazar estas exigencias
poco razonables, referidas en rigor de verdad a derechos señoriales ficticios, para impo-
nerle al mismo tiempo la confirmación de las cargas feudales realmente existentes. En
otros términos: partiendo de la base que la monarquía siempre iba a tratar de recortar los
poderes de los señores jurisdiccionales con el objetivo de reafirmar su propia autoridad,
los señores se adelantaban a los hechos incluyendo en los aveux exigencias inacepta-
bles, cuyo esperable rechazo por parte del rey dejaría a salvo al resto de los privilegios
señoriales (en caso de no tomar esta precaución, se corría el riesgo de que los recortes
exigidos desde Paris afectaran derechos feudales vigentes de manera efectiva). Pues
bien, en estos dénombrements de Béarn en los inicios del 1500, nos encontramos con se-
ñores que demandan que la Corona les reconozca la potestad de ejercer el droit de cuiss-
age, exigencia que los reyes rechazan a la par que confirman el resto de los tributos lis-
tados en los aveux. Una vez más, no existe ninguna otra referencia documental al mar-
gen de estas confesiones que de cuenta de que en pleno Renacimiento, en el extremo sur
de Francia, los señores ejercieran en la práctica el derecho de desvirgar a los esposas de
sus campesinos dependientes.
4- Como no podía ser de otra manera, las referencias al monstruoso droit de cuiss-
age reaparecen en un contexto de feroz crítica ideológica al régimen señorial: la Ilustra-
ción del siglo XVIII. Al respecto, cabe mencionar, a modo de ejemplo, una provocativa
obra de teatro de Voltaire titulada Le droit du seigneur, representada por primera vez en
1762 y editada en Ginebra al año siguiente. Aunque sin duda la crítica más difundida y
exitosa al mítico derecho de pernada transformado en eficaz ariete deslegitimador del
régimen señorial, es otra obra de teatro: Le mariage de Figaro ou la folle journée, de
Pierre Augustin Caron de Beaumarchais, redactada en 1778, representada por primera
vez en 1781, y publicada en versión definitiva en 1784. El argumento es muy conocido:
el barbero Figaro, un bribón astuto de infinitos recursos, ayuda al Comte Almaviva, un
aristócrata sevillano, Grande de España, a conseguir la mano de la rica heredera Rosine,
burlando las pretensiones de su ridículo tutor el Dr. Barthole (esta sección de la historia
se desarrolla en una obra de teatro previa de Beaumarchais, Le Barbier de Séville). Al
comienzo de la obra, Figaro, que tras abandonar su rol de barbero y casamentero free-
lance sirve ahora al conde Almaviva como valet y ayuda de cámara, se apresta a despo-
sar a Suzanne, la doncella de la condesa Rosine. Sin embargo surge un obstáculo: el in-
constante y desagradecido conde Almaviva (inconstante, porque rápidamente se aburrió
de su esposa a la que tanto había hecho por conquistar; y desagradecido porque se olvi-

22
da de los favores que Figaro le había prestado en el pasado para conseguir la mano de
Rosine) ahora pone el ojo en Suzanne. Pues bien, para poder quitarse las ganas no se le
ocurre mejor idea que anunciar su intención de restablecer el droit de cuissage, que él
mismo había declarado abolido en sus señoríos tiempo antes. El resto de la obra desplie-
ga las estrategias de Rosine, Suzanne y Figaro para burlar las intenciones del noble. El
fuerte tono anti-aristocrático de la pieza hizo que el régimen de Luis XVI prohibiera su
representación en Francia (corrió el rumor, sin embargo, de que a pesar de la prohibi-
ción, la pieza fue representada en la corte, con María Antonieta a cargo del rol de la
condesa, y el conde de Artois, hermano menor del rey y futuro monarca con el nombre
de Carlos X, a cargo del rol de Figaro). Por el contrario, el emperador austríaco José II,
hermano de la Reina de Francia, epítome del despotismo ilustrado dieciochesco, y de re-
conocidas veleidades iluministas, permitió la circulación de las obras de Beaumarchais
en los territorios Habsburgo. Mucho más que a causa de la obra de teatro de Beaumar-
chais, sepultada en el olvido tras el estallido de la Revolución Francesa, la historia de
Figaro, Susana, Almaviva y Rosina sobrevivió gracias a la genial adaptación operística
de Mozart, Le Nozze di Figaro, ossia la folle giornata, estrenada en Viena en 1786 (la
primera parte de la historia, menos revulsiva desde el punto de vista político, fue puesta
en música en 1816 por Gioacchino Rossini, con el título de Il Barbiere di Siviglia).
5- Las referencias al derecho de pernada volvieron a emerger en el contexto del in-
tenso debate historiográfico que tuvo lugar en Francia entre 1854 y 1882. En el marco
de estas discusiones, fueron los historiadores liberales quienes más insistieron en la
existencia del droit de cuissage, la mayoría de las veces en base a discutibles interpreta-
ciones documentales, mientras que los historiadores católicos, paradójicamente en este
caso munidos de mayor erudición y de un análisis de fuentes más preciso, insistieron en
la inexistencia de pruebas sólidas que pudieran dar cuenta de la realidad del fenómeno.
El debate se agudizó en particular durante los años de la “alianza entre el altar y el
trono”, como se denominó al giro político-diplomático por el cual Napoleón III decidió
aliarse con el Papado y con la Iglesia católica, en contra del liberalismo internacional y
vernáculo. En este contexto, los académicos liberales contribuyeron a lo que se ha deno-
minado “la invención de la Edad Media”, concebida como un periodo de opresión y fa-
natismo (el término médiéval aparece en francés por primera vez en 1874). En este con-
texto, el derecho de pernada funcionaba como uno de los más claros indicios del oscu-
rantismo vigente en aquellos siglos de barbarie, caracterización de la que sería rescatada
recién con la consolidación de la Escuela de los Annales a partir del segundo tercio del
siglo XX.
Para finalizar, cabe realizar dos aclaraciones: (a) que lo esencial del análisis de Boureau
se centra en Francia, porque allí fue donde mayor desarrollo y difusión alcanzó el mito
del derecho de pernada. (b) que algunos historiadores, en particular españoles como
Carlos Barros, insisten en la existencia de pruebas documentales que permitirían
sostener que en regiones de fuerte feudalización, como Galicia y Cataluña, los señores
pudieron ejercer un equivalente local del droit de cuissage francés.
Respecto del caso gallego, Boureau señala, con justeza, que los documentos aducidos
por Barros remiten claramente a casos puntuales de violencia señoriales, actos de
prepotencia feudal antes que prácticas derivadas de un derecho avalado por el uso y la
costumbre locales.
El caso catalán es un tanto más complejo, pues, en la Sentencia Arbitral de Guadalupe
del 21 de abril 1486, con la que Fernando el Católico puso fin a la guerra secular entre
los payeses de remensa y la nobleza del Principado –es decir, entre los siervos y los
señores feudales catalanes– se prohíbe a estos últimos yacer con las esposas de sus

23
campesinos la noche de bodas, o a exigir en dicho contexto cualquier otro ritual
destinado a expresar de manera simbólica la dependencia personal del productor directo.
La Sentencia de Guadalupe es, pues, el único documento europeo inobjetable que
probaría la existencia del derecho de pernada. Pero la situación es más compleja.
Antes que nada, si se analiza con atención el documento, se puede observar que los fa-
mosos seis malos usos, que la Corona declara abolidos en la Sentencia, se enumeran en
el artículo primero. La referencia al supuesto derecho de pernada aparece, por el contra-
rio, en el artículo noveno, en el que se recogen abusos señoriales derivados de acciones
individuales antes que de derechos feudales reconocidos por el uso y la costumbre. Se-
gundo, no existe evidencia concluyente, externa al contenido de la Sentencia, que prue-
be de manera fehaciente la práctica del derecho de pernada en la Cataluña de los siglos
XIV y XV. Tercero, de las dos constataciones anteriores se desprende como conclusión,
que resulta más que probable que los payeses de remensa incluyeran entre los abusos
que denunciaban la referencia al ius primae noctis, como una estrategia para exagerar
los abusos señoriales, profundizar la deslegitimación de la nobleza catalana, y asegurar-
se el apoyo de una Corona en pleno proceso de centralización de las estructuras de do -
minación política y de neutralización de la influencia política de la aristocracia feudal
(una estrategia no muy diferente, aunque invertida, de la ensayada por los señores feu-
dales del sur de Francia cuando negociaban con la Corona los aveux o dénombrements,
en la primera mitad del siglo XVI; o incluso de las técnicas propagandísticas con las que
la abadía de Mont-St-Michel enfrentó a los señoríos laicos vecinos a mediados del siglo
XIII).
La clase próxima analizaremos las complejas relaciones entre el señorío feudal y la mo-
narquía absolutista en la Francia temprano-moderna.

24

También podría gustarte