Bois Guy G Conclusion y Anexo

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CONCLUSIÓN: DEL SISTEMA ANTIGUO

AL SISTEMA FEUDAL

El lector habrá advertido que este libro no es una monografía lo­


cal ni un ensayo de historia general. Se mueve en la distancia que se­
para a una del otro y funciona como instrumento de cuestionamiento,
a partir de una idea sencilla: el examen minucioso de lo particular nos
acerca a lo general más de lo que nos aleja, y es tanto más necesario
cuanto más difícil resulta de reconstruir lo general por la simple adi­
ción o yuxtaposición de situaciones particulares.
Aplicado a épocas más recientes, el método resulta sencillamente
trivial. Aplicarlo a la época franca se convertía en toda una apuesta.
Las fuentes, a decir verdad, no se prestaban demasiado a un plantea­
miento de este tipo. «Apoderarse» de un pueblo y utilizarlo como mar­
co de investigación para el siglo x era casi una provocación. Confie­
so que dudé largo tiempo antes de entregarme a la tarea, mientras
sopesaba todos los riesgos. Igualmente reconozco que resultaba ten­
tador invertir nuestro punto de vista sobre una sociedad, orientar el
objetivo de abajo hacia arriba y no de arriba hacia abajo, como la
documentación nos incita a hacer. Todo historiador sabe hasta qué ex­
tremo la percepción de un objeto histórico varía según el punto de ob­
servación escogido, llegando a veces a transformarse en su totalidad.
¿Sería este uno de esos casos? Para saberlo había que perseverar.
El método elegido, como cualquier otro, tiene sus límites, que a
su vez se imponen a las conclusiones. Éstas, por lo tanto, lejos de ser
irrefutables se sitúan bajo el signo de la duda. Un sondeo realizado
a tan pequeña escala no tolera conclusiones definitivas, ya sean loca­
les o globales. Permite desestimar o confirmar resultados obtenidos
anteriormente, aportar una luz crítica sobre ciertas afirmaciones o ra­
zonamientos; por lo demás, sólo puede dar lugar a una andadura de
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carácter prospectivo: indicación de las sendas a explorar, formulación


de hipótesis que deben ser comprobadas, invitación a la relectura de
la génesis de la sociedad feudal; es decir, a una cierta recomposición
de la materia histórica.
Recomposición; posiblemente esa sea la palabra clave. No hay que
imaginarla como un objetivo al alcance de la mano; es una meta que
se escabulle cuando creemos haberla alcanzado. ¿Qué sentido tiene en­
tonces perseguir semejante quimera? La respuesta es sencilla: se trata
de una utopía movilizadora y estimulante, que lleva al historiador a
privilegiar la búsqueda de las correlaciones existentes entre los fenó­
menos más diversos, a interesarse menos por el objeto aislado que por
los vínculos que lo unen a los demás objetos; presupone la racionali­
dad de los procesos que transforman las sociedades; en definitiva, no
es otra cosa que esa exigencia de racionalidad sin la cual el oficio de
historiador carecería de sentido. Debemos mantener a toda costa el
rumbo fijo en esa dirección.
Pero este objetivo no es una empresa sencilla. El procedimiento
entraña sus propios riesgos. No resulta fácil apartarse del empirismo
sin perder de vista la realidad; todo modelo esbozado comporta una
parte de esquematización abusiva. Entre el empirismo y la especula­
ción se abre un camino muy angosto: tras cada paso acecha el riesgo
de un traspiés. Por otra parte, la presente coyuntura historiográfica
(digámoslo sin ningún afán de polémica superflua) conlleva que el rum­
bo resulte ahora más difícil de mantener que nunca. La historiografía
actual está dominada por dos corrientes que rechazan el principio mis­
mo de una tal recomposición, cada una a su manera.
Veamos en primer lugar la corriente tradicional. Sus méritos son
innegables: una tradición erudita, heredera directa de las virtudes be­
nedictinas de antaño, que es la base de la sólida reputación de la es­
cuela histórica francesa. Pero sus modelos de pensamiento son inmu­
tables: la noción de «Edad Media» está fuertemente arraigada, y la
«sociedad feudal» se define siempre como una sociedad organizada
en torno al feudo. Salir de esos modelos es salir de la disciplina histó­
rica para adentrarse en el universo extraño de la teoría. Preguntarse
por otra naturaleza del sistema feudal, suponer la existencia de siste­
mas sociales que engloben a la vez los aspectos económicos, sociales,
políticos..., son propuestas que no gozan de ciudadanía para esta co­
rriente, que mantiene el rumbo de las investigaciones orientado hacia
la erudición más compartimentada.
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La otra corriente debería mostrarse más receptiva ante una reno­


vación de la problemática. Se ha erigido de forma insistente, por no
decir excesiva, en el paladín de una «nueva historia». Se propone en­
sanchar los horizontes del historiador, integrar las aportaciones de las
otras ciencias sociales y ha contribuido sin lugar a dudas a desentu­
mecer una disciplina que necesitaba actividad con urgencia. Pero, por
razones que no procede analizar aquí y que se deben sin duda a estra­
tegias de orden mediático e ideológico, ha dado la espalda a la pers­
pectiva globalizadora y ha desembocado en una «historia fragmenta­
da», una «historia en migajas».1 El exotismo de tal o cual objeto
particular (en relación con las preocupaciones del momento) y el re­
chazo algo demagógico de un «economicismo» que resultó —es
cierto— invasor y sofocante son a la postre las principales bazas, no
siempre convincentes, de su «modernidad». Esta corriente no debería
seducirnos, pero mantiene su influencia sobre la orientación de las in­
vestigaciones. No entraña consecuencias negativas por lo que respecta
a la historia contemporánea, pues la identificación de las sociedades
objeto de estudio no plantea excesivos problemas; su incidencia resul­
ta más inquietante en el campo de las sociedades precapitalistas, don­
de todo el trabajo está por hacer.
Mantener la ambición de alcanzar una historia totalizadora signi­
fica, en el presente contexto, rechazar la falsa alternativa ofrecida por
un empirismo arcaico y por una modernidad alborotada, sabiendo por
lo demás que la labor historiográfica no se limita a simples e irrisorias
querellas entre escuelas o capillas, sino que es reflejo de líneas de divi­
sión más profundas; la historia, como las otras ciencias sociales, pal­
pita al mismo ritmo que la sociedad actual. Esta explicación, cuya ex­
tensión y densidad acaso deban ser perdonadas, resultaba necesaria
para aclarar y justificar los dos rasgos que caracterizan a la presenta­
ción de conclusiones: por una parte, la firmeza, al mantener por obje­
tivo inalterable una mejor comprensión del tránsito de la sociedad
antigua a la sociedad feudal, tomado en su conjunto; por otra, la
prudencia, que nos guía a través de un recorrido progresivo desde lo
más seguro hacia lo que no lo es tanto, examinando los problemas par­
ciales, la problemática central y por último sus incidencias conceptuales.

1. François Dosse, L ’Histoire en miettes. Des «A m ales» à la «nouvelle histoire»,


París, 1987.
DEL SISTEMA ANTIGUO AL SISTEMA FEUDAL 183

Problemas parciales

Su exposición será breve, pues se corresponden con las cinco pro­


posiciones desarrolladas en los diferentes capítulos (esa fue la base del
plan adoptado).
1. La sociedad franca fue una sociedad esclavista, y desde esa pers­
pectiva debe ser incluida en la familia de las sociedades antiguas. Esta
proposición contradice la tesis de que la esclavitud habría dado paso
a una nueva condición jurídica o social (la servidumbre); con todo,
admitimos sin reservas que se trata de una «esclavitud mejorada» (la
fórmula es de Michel Rouche) y que el esclavo es sobre todo un escla­
vo de pequeña producción, instalado con su familia en un lote de tie­
rra; este último aspecto es de capital importancia, puesto que com­
porta a plazo variable la desaparición misma de la esclavitud, al conferir
al esclavo una cierta autonomía generadora de su promoción social.
De todas formas, hay que matizar el aspecto principal de la pro­
posición. El mantenimiento más riguroso de la esclavitud se produce
en el marco del «pequeño dominio», que parece haber sido una es­
tructura fundamental, ampliamente superior en efectivos humanos al
«gran dominio». ¿Por qué se mantiene ahí mejor que en otras partes?
Sencillamente porque sus propietarios no disponen de la autoridad po­
lítica suficiente (comparable a la de un conde o un obispo) para impo­
nerse a los hombres libres y exigirles sus servicios. Sólo pueden jugar
la baza de su autoridad privada sobre las familias que poseen; harán
uso de ella hasta el final, hasta los mismos días de la revolución feu­
dal. En el pequeño dominio se acantonan las fuerzas principales del
inmovilismo social.
En los grandes dominios de la alta aristocracia civil o religiosa la
situación se presenta de un modo diferente. Esclavos y colonos se co­
dean; sus status se acercan y en ocasiones llegan a confundirse; tienen
lugar matrimonios mixtos. Los grandes dominios se convierten en cri­
soles de una nueva condición campesina, signo precursor de una «re­
composición social». Mantengamos fresco en la memoria el carácter
contradictorio del proceso, y sobre todo evitemos caer en la «polipti-
comanía»: el gran dominio no desempeñó el papel que se le ha atri­
buido durante tanto tiempo.
2. A la manera de la sociedad antigua, la sociedad franca descan­
sa sobre tres polos. La imagen de dos clases antagonistas resulta ina­
decuada: la representación social tiene por actores principales a la aris-
184 LA REVOLUCIÓN DEL AÑO MIL

tocracia, que a su vez presenta una jerarquización muy profunda, a


los esclavos y a las comunidades de campesinos libres. La clase social
dominante entronca en mayor medida con la aristocracia antigua que
con la futura aristocracia feudal, aunque algunos rasgos de ésta (mili­
tarización y clericalización) ya se afirman netamente. La aristocracia
debe en todo momento su posición a la posesión de esclavos, y man­
tiene la vista fija en los provechos que dispensa el poder, como suce­
día antaño. Pero bajo esta forma se convierte en una clase condenada
por la degradación irremediable del aparato estatal, del que antaño
obtenía la mayor parte de sus privilegios y recursos. No podrá recon­
quistar el terreno perdido. La disminución de los recursos públicos re­
viste un carácter acumulativo; significa menos medios para controlar
las comunidades rurales más vivas, más numerosas, más prósperas.
Las conquistas sólo fueron un recurso de alcance limitado. La renova­
ción carolingia fue la última tentativa de invertir el curso de los acon­
tecimientos, reconstruir una autoridad central y restablecer su función
distribuidora (mediante las conquistas, las confiscaciones de bienes de
la Iglesia y la instauración del diezmo). Tentativa vana, que precipitó
la ruina del Estado y culminó finalmente en la dislocación de la clase
dirigente: rebelión de sus elementos inferiores, amenazados por el des­
casamiento, y escisión de la alta aristocracia entre los mantenedores
del orden político tradicional y los promotores de un orden nuevo. La
revolución feudal surgió de esta situación: supuso el establecimiento
de una aristocracia de nuevo cuño cuya influencia alcanza a la totali­
dad del campesinado (no ya solamente a su fracción servil) gracias al
acaparamiento del antiguo poder público en un marco territorial res­
tringido. Las rentas banales o jurisdiccionales y los censos que obte­
nían de las tierras cedidas en tenencia serán en lo sucesivo su base de
apoyo. Desde este punto de vista sin duda nos hallamos ante otra cla­
se social, una aristocracia feudal cualitativamente distinta de la ante­
rior, aunque la mayoría de sus miembros provengan de ella.
En cuanto al campesinado libre, como todas las clases mudas ha
sido víctima de su silencio. No obstante, y pese a la oscuridad de las
fuentes, podemos adivinar el fortalecimiento de su número, de su co­
hesión, de su eficacia técnica e incluso, bajo una forma religiosa, de
su consciencia social. Por esas mismas razones contribuyó poderosa­
mente a desequilibrar el antiguo orden. Sin embargo, debilitado por
el mismo crecimiento de que era protagonista y amenazado por la agre­
sividad de los poderosos locales, participó también en el establecimiento
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del nuevo orden. Así, esta clase social desaparece como tal para fun­
dirse en una clase de campesinos dependientes o tenentes, ampliamente
unificada.
En resumen, antes y después del año mil registramos dos dispositi­
vos de clases netamente diferenciados, uno de corte antiguo, otro de
corte feudal.
3. Por lo que respecta al intercambio y a la relación ciudad/cam­
po, hay que tener presente que este segundo aspecto mantuvo las mis­
mas características que en la sociedad antigua. Es una relación unila­
teral, de dominio y explotación, pero (he aquí la novedad) sumida en
un proceso de constante debilitamiento. Este fenómeno engendra a su
vez el declive de la ciudad, la ruralización de la sociedad y el desarro­
llo del campo. Asociar sistema feudal o feudalismo a ruralización es
un contrasentido: la auténtica causa de la ruralización se encuentra
en las disfunciones de la sociedad antigua. De forma inversa, los nue­
vos poderes locales surgidos de la revolución feudal aceleran el desa­
rrollo de los intercambios locales y establecen una pareja ciudad/campo
de corte inédito, basada en relaciones recíprocas, sin que desaparezca
la función dominante de la ciudad. Desde sus primeros pasos, el siste­
ma feudal es portador del renacimiento comercial; es un sistema bási­
camente mercantil, en mayor medida que la sociedad antigua (pese
a ciertas apariencias engañosas); muy pronto permitirá la aparición
de una clase mercantil, perfectamente integrada en el orden feudal y
no marginada como hasta entonces. Por último, al introducir el me­
canismo de mercado en la base misma de la sociedad, el sistema feu­
dal dotó a la economía de una autonomía nueva, y consiguió así aflo­
jarle el corsé político que la comprimía.
4. El crecimiento agrario fue un fenómeno capital en la historia
franca. Se benefició del relajamiento de la dominación urbana y fis­
cal, contó con bases de apoyo tales como la consolidación de la célula
conyugal y las solidaridades aldeanas, y acompañó a los progresos de
la pequeña producción en el marco de la explotación campesina, y más
aún en el marco del pequeño dominio, cuyo papel resultó decisivo en
el desarrollo técnico. Dado que la realidad del crecimiento resulta poco
discutible, debemos centrar nuestra atención en sus múltiples inciden­
cias. El desarrollo agrario puso de manifiesto la fragilidad de las es­
tructuras de encuadramiento del mundo carolingio. Sirvió sobre todo
para modificar el paisaje social, convirtiendo la relación servil en un
vínculo obsoleto y reforzando el peso específico del campesinado. No
186 LA REVOLUCIÓN DEL AÑO MIL

obstante, hay que tener en cuenta la presencia de efectos contradicto­


rios: factor de promoción para los campesinos, el crecimiento agrario
se convierte, en un determinado estadio de su desarrollo, en una seria
amenaza para ellos (atomización de la tierra, pauperización de los hom­
bres). Por último, creó las condiciones necesarias para que se produ­
jera un renacimiento del intercambio (bajo una forma ante todo
intrarrural) y una división social del trabajo más marcada. No es
casualidad que la revolución feudal se inscriba en un contexto general
de crecimiento (¡cuántos ejemplos análogos acuden inmediatamente
a la memoria!). Ese contexto pone al descubierto los arcaísmos socia­
les, engendra descasamientos y desequilibrios para unos, anhelos y
codicias para otros; es desestabilizador por naturaleza. Tomemos, por
ejemplo, el caso de Odilón, teórico de la nueva sociedad: atento, como
muchos otros monjes, a las realidades agrarias, le bastó con compren­
der que podía asentar la prosperidad de su monasterio en la construc­
ción de un poder económico local, siempre y cuando tratara con cui­
dado y protegiera a los productores; en otras palabras, a condición
de no matar a la gallina de los huevos de oro. Su pensamiento se ins­
cribe de forma directa en un contexto de crecimiento agrario, y con­
trasta con la ceguera de los viejos obispos de tradición carolingia, para
quienes nada era tan importante como el poder y el orden político es­
tablecido, de los que se consideraban garantes naturales. La emergen­
cia de los factores económicos frente a los políticos ha tenido lugar.
5. Última proposición: el período franco culmina en una ruptura.
No se produjo un simple deslizamiento de una situación a otra, me­
diante transiciones imperceptibles. Una convulsión recorrió todos los
aspectos de la vida social: nueva distribución de poderes, nuevas rela­
ciones de explotación (el señorío), nuevos mecanismos económicos (la
irrupción del mercado), una nueva ideología social y política. Si la pa­
labra revolución significa algo, ¿dónde podrá aplicarse con mayor jus­
ticia que aquí?
Cada una de las proposiciones enunciadas cuenta con sus justifi­
caciones propias. Pero también se dan estrechas correlaciones entre
ellas. Mantener ese rumbo de que hablábamos más arriba nos obliga
a alejarnos unos pasos, para obtener la visión de conjunto que nos
permita describir las articulaciones que unen a las distintas proposi­
ciones y afinar en la problemática. Con ello, la parte de hipótesis
aumenta; el camino se vuelve más peligroso, pero debemos seguir
adelante.
DEL SISTEMA ANTIGUO AL SISTEMA FEUDAL 187

Problemática central

Su formulación se organiza en torno a tres nociones: estructura,


proceso, ruptura.
Primera proposición: nos hallamos ante dos conjuntos de estruc­
turas, coherentes y distintos a la vez. Uno es herencia directa de la An­
tigüedad; el otro nace de la revolución feudal. Son dos conjuntos com­
pletos que engloban todos los aspectos de la vida social y que resultan
irreductibles a tal o cual «instancia» particular (económica, política...).
En el primero de ellos se reconocen los rasgos principales del conjun­
to «antiguo», tal como han sido descritos en la obra de Moses Finley.
Las mismas características sociales: una aristocracia en el poder, una
clase de hombres libres, una base esclavista. Las mismas característi­
cas económicas, con la existencia de dos circuitos: una economía ur­
bana profundamente parasitaria, que responde solamente a las ape­
tencias de la elite social; una economía rural replegada sobre sí misma,
de débil circulación monetaria y sometida a un fuerte régimen tribu­
tario. Las mismas concepciones de la vida política, que vinculan es­
trechamente el derecho a la propiedad y la participación en la cosa
pública. Y en el centro de todo este dispositivo, según Finley, el Esta­
do, cuyo papel económico y social resultaba determinante. Un Estado
enclavado en el corazón mismo de las relaciones de producción (en
el sentido marxista del término), puesto que gran parte de los ingresos
de la sociedad dirigente procedía del impuesto territorial, y su redis­
tribución garantizaba la «reproducción» de las jerarquías sociales. Un
Estado enclavado en el corazón mismo de la economía (producción
e intercambio) por las múltiples funciones ejercidas en este terreno,
imponiendo sus propias regulaciones y rechazando o limitando los efec­
tos del mecanismo de mercado. Correspondía a tales estructuras, se­
gún este autor, una lógica de transformación caracterizada por la hi­
pertrofia creciente del Estado, que debía agotar la capacidad de
producción de la sociedad romana y causar finalmente su quiebra. Fin-
ley concluye que la caída del imperio poma fin al sistema antiguo y
daba paso a otra cosa.
Este es uno de los puntos en que nos separamos del análisis de Fin-
ley. No cabe duda de que el cambio político introducido por las mi­
graciones germánicas fue considerable. En contrapartida, ningún as­
pecto esencial de las estructuras económicas, sociales y mentales resultó
modificado. El sistema descansa en los mismos principios, funciona
188 LA REVOLUCIÓN DEL AÑO MIL

de la misma forma, y todo ello por una razón bien sencilla: no podrá
funcionar de ningún otro modo hasta que las diversas estructuras de
base no hayan sido desmontadas... Con todo, la quiebra del Estado
y el debilitamiento progresivo de sus competencias engendran múlti­
ples disfunciones, imponen el recurso a otras soluciones y determinan
de esta forma una lenta desestructuración global del sistema antiguo.
Este es el punto de partida. El punto de llegada se caracteriza por
la cristalización de otro conjunto de estructuras igualmente coherente
que calificaremos de «feudal». Estructuras sociales distintas: la tota­
lidad del campesinado está ubicada en una relación de dependencia
nueva (el señorío territorial y banal) frente a una aristocracia cuya he­
gemonía descansa en unas bases diferentes. Estructuras económicas
distintas: lo esencial no radica en el feudo, ni siquiera en la atomiza­
ción del poder, sino en el ejercicio, por parte de la aristocracia, de un
poder directo sobre el conjunto de los productores. Por último, repre­
sentaciones ideológicas distintas: la concepción de los tres órdenes; para
ser más precisos, la de Odilón. Por supuesto, todo este complejo de
estructuras no se generó de golpe. Antes de cristalizar en un conjunto
o sistema nuevo, cada una de las estructuras fue configurándose de
forma más o menos aislada en el seno del sistema antiguo, a través
de procesos de larga duración.
Segunda proposición: los hilos que rigen el tránsito de un sistema
al otro son procesos de larga duración. Se trata de tendencias lentas
(cubren un período de quinientos años), de efectos acumulativos, lo
que las convierte en difícilmente reversibles, aunque no podemos ex­
cluir los bloqueos, e incluso los retrocesos momentáneos. Estos pro­
cesos afectan por igual al Estado y *a la economía, la vida religiosa
o las estructuras sociales. Incluyen a un mismo tiempo fenómenos de
descomposición del orden antiguo y fenómenos de recomposición. Úl­
timo aspecto característico: manifiestan múltiples solidaridades recí­
procas. Resultaría muy provechoso elaborar una tipología rigurosa de
estos fenómenos y sobre todo examinar sus interferencias. Nos limita­
remos a algunas ilustraciones.
El proceso más activo en la desestructuración del sistema antiguo
es con toda seguridad el debilitamiento de las funciones del Estado
(habida cuenta del papel básico que desempeña). Parece como si la
lógica descubierta por Finley se hubiera invertido, pues la atrofia su­
cede a la hipertrofia. El Estado se debilita porque se han cortado las
raíces que hundía en los campos; la savia (el impuesto) ya no subirá
DEL SISTEMA ANTIGUO AL SISTEMA FEUDAL 189

más por el tronco. Los intentos dirigidos a revitalizar el seco árbol del
Estado (especialmente las conquistas) son de duración y alcance limi­
tados. Otros procesos se insieren directamente sobre éste: el languide­
cer de las ciudades, en las que la antigua burocracia se disipa rápida­
mente; el declive del comercio a gran escala ante la contracción de la
demanda urbana; la disminución generalizada de los intercambios, por­
que la circulación monetaria ya no se alimenta de las distribuciones
de numerario entre funcionarios y soldados. El declive del Estado es
uno de los factores determinantes de la ruralización generalizada de
la sociedad. Pero también advertimos sus efectos en otros terrenos. Los
progresos del vasallaje y de la inmunidad y la creciente influencia del
aparato clerical, de la diócesis a la parroquia local, son distintas res­
puestas a la necesidad de encontrar nuevas formas de encuadramiento
de los hombres. La organización del gran dominio carolingio obedece
también al mismo contexto político y a sus prolongaciones comercia­
les. En muchos aspectos es la política quien parece conducir el juego.
El Estado, que había sido la clave de arco del sistema antiguo, dirige
todavía, a través de su propio debilitamiento, la desestructuración del
viejo orden, una desestructuración que sigue un recorrido vertical, de
arriba hacia abajo.
Los procesos de recomposición, por el contrario, se van dibujan­
do desde los pisos inferiores del edificio social. Los más evidentes y
sin duda los más activos son el desarrollo de la pequeña producción
familiar y el crecimiento agrario, vinculados el uno al otro. Vincula­
dos también, no hay que olvidarlo, a la disminución de la influencia
del Estado. De forma directa en la medida en que, por regulación ma-
croeconómica, el relajamiento de la tenaza fiscal es un factor de des­
pegue rural; pero también por la presencia de múltiples vinculaciones
que deberían ser examinadas más de cerca. Pongamos un ejemplo: la
consolidación de la célula conyugal se debe por una parte al aumento
de la influencia clerical, y por otra favorece la cohesión de la célula
de producción doméstica, convirtiéndose así en un factor de crecimiento
agrario, para a su vez nutrirse de éste. Si adoptamos una óptica más
general, la cristianización del mundo rural puede interpretarse como
uno de esos procesos de larga duración que participan en la transfor­
mación global de la sociedad.2 No obstante, el impulso principal vie-

2. No sólo la cristianización propiamente dicha, sino también la lenta emergencia


de una religión más personal, en correlación con la promoción económica y social del
grupo familiar estricto.
190 LA REVOLUCIÓN DEL AÑO MIL

ne de arriba, de las capas dirigentes de la sociedad; no deja de estar


vinculado a la crisis del Estado. Pero sus efectos van más allá de un
simple control de los fieles: participa en la evolución de las mentalida­
des sociales, engendra nuevas exigencias, tiende a borrar la frontera
moral que separa al hombre libre del esclavo, concibe la idea de un
«pueblo cristiano», y por consiguiente acelera las transformaciones
sociales. Por todas estas razones, la cristianización fue al mismo tiem­
po factor de promoción del campesinado y factor de crecimiento agra­
rio. Sin la culminación de este proceso no sería concebible la movili­
zación de masas alcanzada por la «paz de Dios», y por consiguiente
tampoco la revolución feudal.
El desarrollo de las fuerzas económicas se nutre en un principio
de la descomposición del sistema antiguo; a su vez, este desarrollo ac­
túa sobre sí mismo al impulsar con mayor fuerza uno u otro de sus
procesos particulares. El conjunto pone de manifiesto el arcaísmo de
la esclavitud; aporta un flujo de energía a las comunidades campesi­
nas que evidencia la debilidad de la esfera de coiitrbl político; obliga
paulatinamente a las capas dirigentes a esperar menos del Estado y
a volver la vista hacia los recursos económicos locales; en el plano de
las ideas, por último, valoriza la imagen del productor.
En otras palabras, no se da una simple yuxtaposición de procesos
particulares de descomposición y recomposición. Las relaciones dia­
lécticas entre unos y otros son constantes, y hacen irreversible lo que
llamaremos el proceso global de transformación que lleva del sistema
antiguo al sistema feudal. Es un proceso revolucionario en el sentido
propio del término, puesto que tiende a destruir el sistema antiguo,
en cuyo seno se desarrolla, y a preparar la emergencia de un nuevo
sistema. Recordaremos ahora dos características de este proceso glo­
bal, susceptibles de un desarrollo más profundo que las pocas obser­
vaciones que siguen.
En primer lugar, si bien en la dinámica de este proceso la interac­
ción entre lo antiguo y lo nuevo se mantiene constante, los factores
de tipo antiguo (en especial el debilitamiento del Estado) retroceden
progresivamente en provecho de los factores de tipo nuevo. Porque de
un lado tenemos erosión, y del otro acumulación de elementos nue­
vos, hecho que muy bien podría explicar la lentitud inicial del creci­
miento agrario y la posterior aceleración de su ritmo, para acabar de­
sequilibrando el sistema en su conjunto. Una buena ilustración de la
compleja articulación entre lo antiguo y lo nuevo es el proceso mone­
DEL SISTEMA ANTIGUO AL SISTEMA FEUDAL 191

tario que atraviesa la sociedad franca de los siglos v al x; la moneda,


como es sabido, es uno de los indicadores más sensibles del estado de
una sociedad. En un principio se mantuvo el sistema monetario ro­
mano, con su acuñación de monedas de oro que respondía a las exigen­
cias de la vida urbana y del gran comercio de artículos de lujo. Pronto
apareció una doble disfunción, como consecuencia de las disfuncio­
nes del Estado: fin del monopolio estatal y desaparición progresiva
del amonedamiento en oro, que llega a su término a principios del si­
glo vili. Paralelamente, los primeros elementos de una restructuración
monetaria hacen acto de presencia con el resurgimiento de la acuña­
ción de plata y la aparición del dinero, adaptado a intercambios de
débil valor (hacia 625-630). El período carolingio expresa la máxima
tensión entre lo nuevo y lo viejo (tanto en este terreno como en los
otros): el carácter público de la moneda se restaura a expensas de la
acuñación privada, pero la restauración se lleva a cabo sobre la base
del monometalismo en plata, que responde a las exigencias de un nue­
vo clima económico, dominado precisamente por el crecimiento agra­
rio. La circulación del dinero, aunque sea débil, se apoya en el creci­
miento y a su vez lo refuerza. Se alcanza la última fase del proceso
cuando la fractura política definitiva del mundo carolingio permite el
desarrollo de la acuñación local y, a un mismo tiempo, la penetración
profunda de la moneda en el tejido rural, con sus sabidas consecuen­
cias. Podríamos añadir a este esquema una pizca de antropología a
propósito de las relaciones entre atesoramiento y actitudes «primiti­
vas» frente al metal precioso. Pero lo principal, ¿no es un proceso mo­
netario que se inscribe ante todo en el tránsito de un sistema económi­
co a otro y participa directamente en el proceso global? ¿No radica
también en la presión creciente de las exigencias económicas? ¿Y no
es cierto que el esfuerzo del Estado por recobrar las riendas moneta­
rias liberó nuevas fuerzas y condujo a su desposesión total?
Segunda característica del proceso global: nada nos permite afir­
mar que se halle bajo el dominio de tal o cual «instancia» (económi­
ca, social, política, ideológica...). Un materialismo tosco empeñado
en valorizar el factor económico resultaría aquí tan ingenuo y peligro­
so como el idealismo especulativo, para quien las estructuras menta­
les lo son todo. Del mismo modo que los grandes conjuntos de estruc­
turas (o sistemas sociales) mezclan inextricablemente estas pretendidas
«instancias» (a las que se confiere demasiado a menudo una autono­
mía ilusoria), el proceso global que lleva de uno a otro sistema arras-
192 LA REVOLUCIÓN DEL AÑO MIL

tra consigo indistintamente a todos los elementos. La dialéctica entre


lo viejo y lo nuevo no se inscribe en estratos superpuestos y estancos;
se desarrolla verticalmente, a través de todo el grosor social. Como
mucho podremos advertir, con ayuda de un examen atento de los di­
versos procesos particulares, que un factor concreto, en un momento
dado del proceso global, desempeña un papel particularmente activo.
Así, en un principio es la crisis del Estado, con sus múltiples efectos
inmediatos, la que dirige el juego; a partir del siglo vm el factor eco­
nómico parece tomar el relevo; al término del período, los aspectos
ideológicos ocupan una posición determinante en la medida en que
sirven de base a la propia revolución feudal. ¿No nos encontraremos
ante el efecto particular de un fenómeno más general, como es la desi­
gualdad de ritmo en materia histórica? Una cierta precipitación en el
orden político, la respiración más lenta de la economía, la inmensa
inercia de las mentalidades sociales... Todo ello da cuenta de la inter­
minable duración del proceso de génesis del sistema feudal. La muta­
ción o revolución no implicaba tan sólo la realización de condiciones
económicas y sociales. Si el orden antiguo se mantuvo tanto tiempo,
fue acaso por el profundo arraigo de las mentalidades esclavistas; no
hay nada más difícil de erradicar que el prejuicio social. Comoquiera
que fuese, la problemática aquí sugerida, lejos de cerrar el análisis,
abre las puertas a la investigación sobre las variaciones que pudieron
manifestarse entre los diversos órdenes de fenómenos o de procesos,
variaciones que pudieron constituir otros tantos puntos de anclaje en
el proceso global.

La tercera noción a recordar, después de las de estructura y proce­


so, es la de ruptura. No hay nada más erróneo que la idea de una tran­
sición insensible del mundo antiguo al mundo feudal, bajo el efecto
de los diversos procesos evocados más arriba; la sociedad franca no
es una sociedad híbrida, medio antigua, medio feudal, cuyos elemen­
tos antiguos y nuevos debamos calibrar. Todos sus armazones la in­
cluyen en el modelo de las sociedades antiguas. Los lentos procesos
de maduración que se producen en su seno culminan en rupturas o,
para ser más exactos, en una ruptura global. En el Máconnais, de 20
a 25 años bastaron para transformar el paisaje social en su totalidad.
Quizás sea este uno de los rasgos más específicos de la revolución del
año mil: fue tan rápida y completa como largo había sido el proceso
de maduración anterior. Pasemos revista a sus rasgos principales:
DEL SISTEMA ANTIGUO AL SISTEMA FEUDAL 193

— la revolución aparece cuando la sociedad, bajo el efecto de de­


sequilibrios múltiples de orden económico, social y político, no puede
ser gobernada por más tiempo como en el pasado y se hunde en la
anarquía (las violencias de los hombres de guerra);
— supone una ruptura en todos los terrenos, y funde en un con­
junto o sistema nuevo todos los elementos aparecidos anteriormente,
tanto en el plano de la condición de los hombres y de las tierras como
en el de la distribución del poder, de los mecanismos económicos y
de las representaciones sociales.
Por otra parte, debemos advertir que la noción de ruptura no se
aplica solamente a la esfera política. En el orden económico todo se
desarrolla como si el intercambio y el mercado también explotasen bru­
talmente en la década de 970-980, empujados por la lenta madura­
ción social y económica de los campos, pero refrenados hasta ese mo­
mento por el mantenimiento de los marcos antiguos (la esclavitud y
la relación unilateral entre la ciudad y el campo).

Incidencias conceptuales

Una problemática como esta suele comportar una serie de inciden­


cias o implicaciones conceptuales que es preferible evocar explícita­
mente, aunque esas implicaciones hayan aflorado en diferentes pun­
tos a lo largo de este libro. Comentaremos exclusivamente las dos más
importantes.

¿Qué son estos «conjuntos de estructuras» o «sistemas sociales»


(antiguo y feudal)? No hay forma de eludir una pregunta de este tipo.
Sin una concepción clara y operativa de los puntos de partida y de
llegada, el estudio del tránsito de uno a otro (el proceso global y la
ruptura) resulta baldío y da paso solamente a una erudición desarti­
culada.
El materialismo histórico dio respuesta a esta pregunta hace ya mu­
cho tiempo: no son sino «modos de producción». ¿El concepto resul­
ta operativo para el caso que nos ocupa? Su intención manifiesta es
la de destacar la presencia de relaciones de producción específicas en
estos sistemas. Por una parte, la esclavitud; por otra, la relación seño­
rial. Desde este punto de vista no existe la menor ambigüedad. El sig­
nificado fundamental de la revolución del año mil se sitúa a este nivel.
194 LA REVOLUCIÓN DEL AÑO MIL

Fue por encima de todo una transformación social y mental: cambio


histórico, tras milenios de esclavitud, en la forma de beneficiarse del
trabajo ajeno; aparición de una relación de explotación nueva, sobre
la que se edificarán las sociedades europeas durante casi otro milenio.
Son hechos que no podemos ignorar en modo alguno, sobre todo si
admitimos que el trabajo de los hombres, bajo todos sus aspectos, cons­
tituye la esencia misma de su historia. No veo, pues, que haya razones
serias para condenar esta noción al olvido. El verdadero problema ra­
dica en la función que le ha sido asignada y en el uso que de ella ha
hecho el marxismo tradicional.
En este sentido, el cuestionamiento será radical. La pretensión de
convertir a esta noción en el concepto más globalizador es injustifica­
ble. Querer explicar los principales cambios que se producen en una
sociedad cualquiera por el simple juego entre el modo de producción,
sus contradicciones y la lucha de clases que constituye la expresión de
esas contradicciones es un procedimiento terriblemente reductor. Ad­
quiere en seguida un carácter teológico y dogmático. El marxismo tra­
dicional ha quedado atascado en este procedimiento: obsesionado ex­
clusivamente por la relación de producción y por algunas frases de
Marx y Engels, se ha obstinado en vincular el cambio decisivo a la
aparición del colonato romano, borrando el resto de la realidad so­
cial, ignorando la persistencia de una esclavitud esencial y la conti­
nuidad global de las estructuras antiguas; en suma, ignorando a la mis­
ma revolución feudal. Se trata de un error similar a la confusión de
la nacionalización o estatalización de la economía con el socialismo
para las sociedades contemporáneas. Es el efecto perverso de una prác­
tica más ideológica que racional...
El concepto de sistema social se toma aquí en un sentido más am­
plio. Incluye al modo de producción (que es un fundamento del siste­
ma), pero lo supera; expresa la coherencia de un conjunto de estructu­
ras más allá de la sola relación de explotación. Así, cuando Finley habla
del «sistema antiguo» lo vincula a la esclavitud, pero no olvida que
las «relaciones de producción» no se reducen a la confrontación due­
ños/esclavos; no omite el papel estructurante del Estado (especialmente
en la explotación de los campesinos libres por vía fiscal), ni la existen­
cia de una economía con un funcionamiento original... En los proce­
sos históricos, la contradicción dueños/esclavos no es el único elemento
que hay que tener en cuenta; la lógica del sistema social tomado en
su conjunto puede relegarla a un segundo plano. Es precisamente lo
DEL SISTEMA ANTIGUO AL SISTEMA FEUDAL 195

que sucede cuando Finley evoca la evolución del bajo imperio domi­
nado por la hipertrofia creciente del Estado. De esta forma, Finley inau­
guró una profunda renovación del materialismo histórico3 (Witold
Kula hizo lo propio con otro período histórico).4
Por último, ¿la noción de sistema social mantiene alguna relación
de parentesco con la de «economía-mundo»? Fernand Braudel ha sido
el más importante y el más creativo de los historiadores franceses de
la segunda mitad de este siglo (para la primera mitad, tal galardón re­
cae forzosamente en Marc Bloch). Sin embargo, Braudel se vio atena­
zado por las exigencias de una conceptualización amplia, a la que supo
dar una respuesta particular con el concepto de economía-mundo, que
aplicó a vastos conjuntos históricos, fuertemente estructurados y je­
rarquizados, con su centro, sus zonas concéntricas y sus periferias. Su
aproximación resulta diferente de la propuesta aquí, pues privilegia
lo económico en detrimento de lo social, la esfera del intercambio en
detrimento de la producción; se presenta como una alternativa a las
exigencias globalizadoras del marxismo. No importa; su aportación
es capital. La noción de sistema social debe configurarse en gran me­
dida a partir de ella. Braudel ha esclarecido una de sus caras ocultas.
El sistema social no es sólo un conjunto coherente de estructuras, sino
que además tiene una proyección espacial, unas fronteras, un centro,
unas zonas concéntricas; conforma un todo orgánico en cuyo interior
el intercambio desigual desempeña un papel básico.
La comprensión del tránsito de la sociedad antigua a la sociedad
feudal debe integrar esta dimensión. El punto de vista microhistórico
adoptado aquí me ha alejado aparentemente de esta perspectiva. Ya
es hora de regresar a ella, aunque sólo sea con breves palabras. El sis­
tema antiguo era una economía-mundo dominada primero por Roma
y después por Constantinople. La Galia merovingia no era más que

3. La reciente síntesis (al cabo inteligente y estimulante) ensayada por Chris Wick­
ham peca, a mi parecer, de una ambigüedad a este nivel. Por una parte, adopta como
punto de partida el «sistema antiguo» de Finley (con todo lo que implica desde un pun­
to de vista conceptual); por otra, sólo razona en función de las «relaciones de produc­
ción» (olvidando por el camino al sistema global), para ver en qué momento lo nuevo
se impone sobre lo viejo, dentro del más estricto marxismo «tradicional». Advierto un
error en la coherencia conceptual de Wickham, como si se quedara a la mitad del vado...;
cf. Chris Wickham, <¿The other Transition: from the Ancient World to Feudalism». El
mismo uso del concepto de «transición» exigiría comentarios críticos (entra en contra­
dicción con la fuerte coherencia del sistema antiguo que le sirve de punto de partida).
4. Witold Kula, Théorie économique du système féodal, Paris, 1970.
196 LA REVOLUCIÓN DEL AÑO MIL

una periferia en proceso de separación de un conjunto cuyos latidos


procedían en todo momento de las orillas del Bósforo. El pequeño trá­
fico que animaba el puerto de Mácon era la última ramificación de
un comercio a gran escala cuyo flujo principal provenía del Medite­
rráneo oriental. La desestructuración del sistema antiguo en Occiden­
te pasó también por el relajamiento de la influencia del centro sobre
la periferia, por la autonomía creciente de la cristiandad latina en to­
dos los terrenos: religioso, monetario y comercial, político... Relaja­
miento desigual en función del grado de proximidad o alejamiento de
los núcleos de poder, y sobre todo del desigual arraigo de las estructu­
ras antiguas en unos lugares y en otros. Por ello, la idea de que el pro­
ceso global de descomposición/recomposición mencionado más arri­
ba revistió un carácter uniforme no resulta concebible ni aceptable.
El desequilibrio espacial del proceso es incluso la condición necesa­
ria. Desde un punto de vista geográfico, hay que dar con las diferen­
cias de ritmo y los estancamientos; uno de los mejores indicadores al
respecto es el grado tan variable de disociación de las estructuras esta­
tales desde Italia a Inglaterra. Una aproximación de estas característi­
cas nos llevaría a plantear en términos nuevos el análisis comparativo
de la evolución de las sociedades en las dos cristiandades. Comoquie­
ra que fuese, la revolución feudal provocó el nacimiento de una
«economía-mundo» feudal, rápidamente instalada en posición domi­
nante desde finales del siglo xi.

La segunda cuestión se refiere a la dinámica de los sistemas socia­


les. En la medida en que el sistema engloba un «modo de producción»,
su dinámica le debe mucho. Así, en último término, el tránsito de la
sociedad antigua a la sociedad feudal tiene sus raíces en la crisis de
la esclavitud, es decir, en la imposibilidad de mantener, ya en la época
del bajo imperio, la explotación servil en sus formas más abruptas.
Quizás sea este un aspecto subestimado en la obra de Finley. Pero esta
contradicción subterránea no actúa directamente sobre la coyuntura
política y social, sino que resulta mediatizada por todos los otros ele­
mentos del sistema social. Ningún resumen teórico elaborado desde
una visión mítica de la lucha de clases puede sintetizar este tránsito.
Los esclavos no le dieron la vuelta al sistema antiguo. Su lucha de cla­
ses consistió sobre todo en consolidar paso a paso su promoción y en
integrarse en el «pueblo cristiano». Inversamente, el campesinado li­
bre no tenía por objetivo derruir el orden antiguo, pero su dinámica
DEL SISTEMA ANTIGUO AL SISTEMA FEUDAL 197

contribuyó en gran medida a perturbarlo. Lo mismo sucede con la aris­


tocracia, cuando participa en el desmantelamiento del Estado.
En otras palabras, la noción de sistema social no implica en modo
alguno una visión estructural cerrada sobre sí misma, una especie de
mecánica de las estructuras cuyos impulsos sólo resultaran percepti­
bles a través de su deterioro o de su corrosión en el tiempo. Tbda la
dinámica proviene de la acción de las fuerzas sociales. Pero esta ac­
ción presenta una serie de formas y recurre a una serie de vías que
a menudo han sido desatendidas. La pauta de lectura del sistema so­
cial, al poner de manifiesto la existencia de procesos objetivos, permi­
te comprender mejor el alcance y los límites de la presión ejercida por
las fuerzas sociales. Éstas no determinan la naturaleza misma de los
procesos (que viene dictada por la estructura), pero pueden frenar o
acelerar su curso. Su acción se circunscribe al marco que se les impo­
ne, marco del que les resulta imposible liberarse. De ahí que a veces
se produzcan resultados paradójicos.
Para la cuestión que nos ocupa, la paradoja estriba en que la revo­
lución feudal se apoyara en el movimiento del campesinado: en su as­
censión a largo plazo y en su intervención directa en la fase final. Los
campesinos contribuyeron a aupar al poder a aquellos que los domi­
narían y explotarían durante siglos, dentro del marco señorial. Pero
¿es que sólo debemos recordar este aspecto de los acontecimientos?
¿Acaso podemos ignorar el acceso del campesino a un nuevo status
socioeconómico que le garantiza, a través de la tenencia, la estabili­
dad de sus derechos sobre la tierra, y que lo convierte en un agente
económico independiente, dotado de una autonomía real en la pro­
ducción y en el intercambio? La revolución feudal inaugura la auténti­
ca era del campesinado. Como tantas otras revoluciones, tuvo su ros­
tro opresivo, pero al principio fue liberadora.
ANEXO
Las siete fam ilias del ager de Merzé.
En recuadro: las principales figuras de los años 980-1000

I ACHARDUSI I b er n a r d OsI IÂRLËÎUS1


casado con Eurddi casado con Emma casado con Eva
. » (hermana de Anselardus)
I
GAUFFREDUS JOSERANDUS OTTON ROSELINE GUICHARDUS ARLEIUS
Mlles Miles casada casado con Elisabeth casado con Gundrarda
casado con Hugo
con Gelia
ORNAOUS GIRBERTUS
(sacerdote)

lANSELARDUSl Arnulfu» AZELINUS


hermano de Eva
(mujer de Arionsl

I e l d in u s I HUGO
nobilis en 1005 casado con
Roseline
(hija de Achardus)

I ADEMAR I
primo de Achardus
y de Arleius

MAÏEUL
preboste del obispo

SEGUINUS GiSLEBERTUS AIMO STEPHANUS


casado con
Alexandra

I I I
so ffr e d o s WICHARDUS GAUSSERANUS AREMBERTUS Γ
Primo hermano preboste del
de Achardus lENGELELMUSl SENDELENUS
obispo cesado con Emma arcediano
(familia Arleus)
--------------- 1
ARLEIUS BERNARDUS
casado con Roseline

AGNUS

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