El Rey de Vitacura

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El rey de Vitacura.

Érase una vez una pareja de casados que vivía en el departamento 1655, en la calle Detroit,
en la comuna de Vitacura. Esta pareja vivía con el gato Tomás, un gato regalón, flojo y bien
alimentado. Un buen día la señora de la casa supo que estaba embarazada, ella y su marido
saltaban de alegría, sería su primer hijo. Pasaban los meses y el gato se estiraba de gusto rascando
las cortinas, como siempre, pensando que un bebé no significaría nada para su vida de holgazanería,
pero un día escuchó una conversación que mordió sus orejas de gato. La señora –pérfida traidora-
comentó en voz casual sentada en la cama –No podemos tener más a Tomás en la casa, un bebé es
muy delicado…ya sé, se lo regalaremos a la tía Gertrudis.- y el marido, SU mayordomo fiel,
asentía sonriendo y se acercaba al teléfono, dispuesto a ofrecer a su rey a la tía Gertrudis.
A Tomás se le erizaron los pelos de rabia y miedo. La tía Gertrudis tenía ocho gatos. Hace
mucho tiempo, la tía apareció de visita y vino acompañada por dos de ellos, se veían famélicos y
llenos de pulgas, y miraron con envidia a Tomás, que exhibía su pelambre dorada por la mesa del
living ¿Y ahora viviría con una anciana que dividía su justa y merecida atención con ocho gatos
más? Además, la señora vivía en Colón. ¡En Colón! Dios sabe si la calle Colón tendría la pescadería
adecuada. A juzgar por el aspecto de los gatos de tía Gertrudis, seguro que no.
Tomás quiso tomar cartas en el asunto inmediatamente. Lo primero que se le ocurrió fue
escribir una carta al Mercurio, le parecía muy lógico, pues cada vez cuando sucedía algo malo el
siervo de la casa se ponía furioso y exclamaba – ¡voy a escribir una carta al Mercurio! -Luego
descartó la idea, porque desgraciadamente él no tenía contactos en el periódico, tampoco podía
matar a los traidores- como correspondía- porque eso equivaldría a su persona finalmente
trasplantada en ese departamento de Orates, y llegó a la conclusión inevitable, tenía que
emanciparse.
Se fue del departamento a la mañana siguiente, con un pescado en la boca, y se encontró
con otro gato un par de calles después. Este gato se llamaba Rucán , y lo convidó a un asado de
gatos que se festejaba en el techo de una casa abandonada.
Tomás le contó de su vida desdichada como gato abandonado, sí, abandonado y Rucán le
dijo – no te preocupes, hermano Tomás, los gatos de avenida Vitacura somos muy felices. ¡Falso es
ese mito de la mala vida de los gatos callejeros, por favor! En esta calle están los mejores
restaurantes de Santiago y los techos son muy cómodos para dormir; además, como somos pocos
machos por acá, las gatas hacen fila... Solo…ten cuidado con el restaurante de comida china, que ha
atraído a varios de los nuestros con ese olorcito a pescado engañoso y después nadie los ha visto
nunca más. Ahora ven conmigo, antes de que pase el Camión recolector de basura.
La invitación al asado, como decía en el parte de invitación, era en la casa abandonada de la
calle Arkansas, en el techo. ¡Qué maravilloso techo! Se asombró Tomás cuando llegó. El techo
estaba lleno de latas de atún abiertas, ratones muertos ensartados en palitos, y una parrilla humeaba
en todo su esplendor ofreciendo choricillo, salchichas, patas de pollo, morcilla, y otras cosas. Y las
gatas ¡Sendas gatas! Tomás se permitió un momento de reflexión y se dijo a sí mismo que ahí la
situación había mejorado bastante. En su antigua vida en Detroit su única oportunidad “con las
mujeres” era Maud, la gata escuálida y desganada del vecino, aquí las gatas se paseaban con la cola
levantada y había de todos los gustos: negras, rubias, grises y colorinas. La situación era para
relamerse.
¿Quién arroja esta fiesta?- le preguntó Tomás a Rucán, favorablemente impresionado. –Ah,
querido amigo, la da el alcalde de Vitacura! Nada pasa en los techos y en la calle, que él no lo sepa.
Es un gato muy enterado ¡Sin duda tendrá gran interés en conocerte, como eres nuevo! Y te
conviene congraciarte con él.
Rucán y Tomás se acercaron a la parrilla, y Rucán maulló con reverencia frente a un gato:
– este es el alcalde-. Tomás esperaba que el alcalde de Vitacura fuera un gato-sapo pomposo,
rodeado de gatas blancas que le acercaban platitos de leche cremosa con la nariz, pero cual no fue
su sorpresa cuando le estrechó la pata a un diligente gato negro sentado arriba de un montón de
hojas desparramadas- - y este es el nuevo hermano, el gato Tomás, recién llegado a la avenida
Vitacura.

Un hombre de bigote pronunciado como las cerdas de un cepillo de dientes, escaló el techo,
dio vuelta las exquisiteces de la parrilla con mucha discreción, y bajó, todo esto bajo la supervisión
del Alcalde. Y la fiesta seguía. Tomás se sirvió unos cuantos ratones muertos con licor, y se agenció
una linda gatita gris, y a continuación se sumó a un espectacular coro de gatos que maullaba a todo
grito –ni la escoba nos sacará- . ¡Nunca se había sentido tan vivo, tan adolescente! Tomás fue
retirado del techo a la mañana siguiente.

¿Ustedes creen que la historia de Tomás se convirtió en un eterno ir y venir de fiesta en


fiesta? Al principio fue así, pero Tomás fue incapaz de portarse a la altura de las circunstancias, y
muy pronto dejaron de invitarlo a las fiestas del Alcalde. Se dio cuenta de que las cosas no eran tan
fáciles como se las había explicado su amigo Rucán. Todos los techos estaban siempre ocupados
(Tomás no tenía experiencia en peleas callejeras, y la primera semana le sacaron la oreja derecha),
las noches eran frías, y la comida de los restorantes no era gratis. Se convirtió en un vulgar cavador
de basureros. Poco tiempo más pasó antes de que volviera escarmentado a su nidito en Detroit. Se
subió al ascensor, y esperó a que alguien abriera la puerta para pasar. La que le abrió fue una niña
de un año medio desdentada que apenas lo vio empezó a chillar como verraco. Sus padres acudieron
al instante y reconocieron al gato, lo subieron a la camioneta, y aunque Tomás hubiera preferido
una sobredosis de morfina, lo arrojaron con asco en el departamento de la tía Gertrudis, donde lo
esperaban ocho pares de ojos amarillos y hambrientos.

Lo que pasó después con Tomás, carece de interés, por el momento. El verdadero misterio
se esconde unos quinientos metros más delante de la calle Detroit, en el pub “Teclado”. Si usted es
un estudiante que decide celebrar un viernes por la noche –cualquier motivo es bueno y nadie lo va
a juzgar, tampoco si es Lunes- tal vez dirija sus pasos al pub Teclados, de Vitacura. Tal vez usted
sea un estudiante ebrio, y no mire nunca ese bunker de ladrillos instalado en el techo, algo
escondido entre quitasoles. Tal vez en un momento de sobriedad si lo vea, y si lo ve, lo que verá es
un gato negro recostado, que con la manito, da direcciones imaginarias como si estuviera dirigiendo
una orquesta. Si usted es un estudiante demasiado ebrio, un hombre de bigote negro y pronunciado
lo desalojará del local.

Ese gato es un genio. El hombre que vive con este gato, Juvenal Descueve es un soltero de
cincuenta y ocho años y es el dueño del pub Teclados de Vitacura, pero es el gato quien manda en
el negocio. Desde pequeño, el hombre se traía el gato al trabajo, y así, el gato aprendió muy pronto
los trucos del oficio: veía desfilar a empleados holgazanes y posibles contratados, y después
desordenaba todos los contratos con sus patitas. Después aprendió a usar el teclado del computador
Windows 2000 de Juvenal Descueve, y por eso el pub se llama “Teclados” (antes se llamaba
“Juvenal Descueve”)

En su camino al poder lo ayuda el único hombre que se dio cuenta que estaba frente a un
gato de inteligencia desarrollada, un día que lo encontró parado arriba del teclado de Juvenal,
tecleando con las cuatro patas un memorándum de reunión para los empleados. Era un hombre muy
inteligente y con bigote pronunciado cuyo nombre no revelaré para no meterlo en problemas, pues
además de trabajar repartiendo packs de cervezas ahora recibe misteriosos depósitos bancarios de la
cuenta del gato, burlando toda posible declaración de impuestos.

Alcalde es un gato sin tacha, moralmente correcto y progresista, y muy amigo del gato del
párroco. Pero si hay algo que no tolera son los asedios de su prima, la gata Maud, una gata tonta y
flaca, buena para quejarse y lanzar comentarios injuriosos con cara de rana al baño maría. Cuando
Maud abre su detestable hocico y saca afuera su empalagosa voz, Alcalde toma decisiones
terribles. Y cuando se instaló toda una tarde a tronar en miaus las orejas de Alcalde, alegándole
porque su gato Tomás, del que estaba enamorada, ya no la requería porque se había ido “con las
gatotas sueltas de tus fiestas pecaminosas”, y el muy gusano dejó preñada una gatita gris, Alcalde
dictaminó en su parlamento gatuno que el gato Tomás fuera socialmente exiliado. Con la voz de su
prima Maud como azufre ardiéndole en las orejas, llegó más lejos, y se informó de la situación de
Tomás, contactó a los gatos de tía Gertrudis, y les prometió que si se encargaban del gato Tomás
con dientes, él se aseguraría de que les llegara todas las mañanas pescado fresco al departamento.
Moraleja, como diría Aristóteles, es cuidado con las mujeres y las fiestas: el mundo es pura
apariencia, y esto se triplica en el caso de los gatos.

Gato Apestoso
Blanca Vial Plaza

Carrera de Literatura

174060029

Número: 77210858

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