Caba Taborda Montserrat TFG

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Caba Taborda, Montserrat; Riba Ciurana, Jose, dir. Confusión y oscuridad sobre
el miedo insuperable : estudio jurídicocomprensivo y potencial aplicabilidad a
supuestos de violencia de género. 2023. (Grau en Criminologia i Grau en Dret)

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TRABAJO DE FINAL DE GRADO

CONFUSIÓN Y OSCURIDAD SOBRE EL MIEDO


INSUPERABLE: ESTUDIO JURÍDICO-
COMPRENSIVO Y POTENCIAL APLICABILIDAD
A SUPUESTOS DE VIOLENCIA DE GÉNERO

Facultad de Derecho
Doble grado de Criminología y Derecho
Curso Académico: 2022-2023
Autora: CABA TABORDA, Montserrat
Tutor: RIBA CIURANA, Josep
Fecha de entrega: 12 de mayo de 2023
A mi madre,
por enseñarme que la vida
es una carrera de fondo
Resumen
El miedo insuperable es una de las eximentes del ordenamiento jurídico-penal menos
pacíficas y menos apreciadas y aplicadas en la práctica judicial. Sobre dicha figura se
ciernen grandes dudas que llevan a confusión, pues doctrina y jurisprudencia han venido
divergiendo en cuanto a su fundamento, naturaleza jurídica y, especialmente, respecto del
conjunto de requisitos que deben concurrir para poder apreciar la eximente. En el presente
trabajo se pretende determinar cuál es el estado actual del miedo insuperable, algo que se
determinará mediante un estudio doctrinal de la figura a efectos de comprender la
complejidad de la misma, abordándola desde una perspectiva jurídica y psicológica.
Hecho el mismo, se realizará un estudio jurisprudencial crítico de la aplicación de dicha
figura para determinar la proximidad o lejanía que presenta el modo de ser aplicada por
los tribunales, respecto del cómo defiende la doctrina que debería aplicarse. A su vez,
dada su escasa apreciación por parte de los tribunales, valoraremos la posibilidad de
aplicarla en supuestos en que una mujer víctima de violencia de género, fruto del miedo
a continuar siendo maltratada, agrede a su pareja. Ello se valorará por medio de realizar
un estudio de las dinámicas a que habitualmente responde el maltrato habitual para
comprender la complejidad del fenómeno y su idoneidad para con la aplicación del miedo
insuperable; a la par que mediante el análisis de cómo dicha casuística ha sido abordada
por la jurisprudencia.

Palabras clave
Miedo insuperable – violencia de género – legítima defensa putativa – análisis
jurisprudencial
Índice

ABREVIACIONES ............................................................................................................................... 1
1. INTRODUCCIÓN........................................................................................................................ 2
2. HIPÓTESIS Y OBJETIVOS ............................................................................................................ 4
3. FUNDAMENTO Y NATURALEZA JURÍDICA DEL MIEDO INSUPERABLE ........................................... 4
3.1. FUNDAMENTO DEL MIEDO INSUPERABLE ............................................................................................... 5
i. Fundamento utilitarista ............................................................................................................... 5
ii. Fundamento retribucionista o mixto ........................................................................................... 7
3.2. NATURALEZA JURÍDICA DEL MIEDO INSUPERABLE .................................................................................... 8
3.2.1. El miedo insuperable como eximente de culpabilidad ....................................................... 8
3.2.2. El miedo insuperable como causa de justificación ............................................................. 9
4. REQUISITOS DE APLICABILIDAD DEL MIEDO INSUPERABLE DESDE LA PERSPECTIVA DOCTRINAL 11
4.1. EL CONCEPTO DE “MIEDO” ............................................................................................................... 11
4.2. EL CONCEPTO DE “INSUPERABILIDAD” ................................................................................................ 13
4.3. EL MAL AMENAZANTE COMO VESTIGIO DEL REDACTADO ANTERIOR AL CP 95 ............................................. 15
4.4. REQUISITOS DE LA ACCIÓN SALVADORA ............................................................................................... 17
4.5. APRECIACIÓN DE LA EXIMENTE INCOMPLETA DEL MIEDO INSUPERABLE ...................................................... 18
5. DIFERENCIA DEL MIEDO INSUPERABLE RESPECTO DE OTRAS FIGURAS ...................................... 19
5.1. TRASTORNO MENTAL TRANSITORIO (20.1CP) .................................................................................... 19
5.2. LEGÍTIMA DEFENSA (20.4CP) .......................................................................................................... 20
5.3. ESTADO DE NECESIDAD (20.5CP) ..................................................................................................... 22
6. APROXIMACIÓN AL TRATAMIENTO JURÍDICO-PENAL DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO .................. 23
6.1. LA NECESIDAD DE LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN EL ORDENAMIENTO JURÍDICO .......................................... 23
a. Especial necesidad en el caso del Estado Español ..................................................................... 24
6.2. TEORÍAS EXPLICATIVAS DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO EN EL ÁMBITO DE LA PAREJA....................................... 25
a. La Teoría del Ciclo de la Violencia ............................................................................................. 25
b. El Síndrome de la Indefensión Aprendida.................................................................................. 25
c. Síndrome de la Mujer Maltratada ............................................................................................. 26
7. ANÁLISIS JURISPRUDENCIAL DEL MIEDO INSUPERABLE ............................................................ 27
8. PROPUESTA DE REFORMA DEL MIEDO INSUPERABLE ............................................................... 32
8.1. SOBRE LA NECESIDAD DE UN NUEVO REDACTADO .................................................................................. 32
8.2. PROPUESTA DE REDACTADO.............................................................................................................. 34
9. CONCLUSIONES ...................................................................................................................... 35
10. LIMITACIONES Y POSIBLES VÍAS DE INVESTIGACIÓN FUTURA ............................................... 38
11. REFERENCIAS ..................................................................................................................... 40
Abreviaciones
AP = Audiencia Provincial
AAPP = Audiencias Provinciales
Art(s) = Artículo (s)
CP = Código Penal
SAP = Sentencia de la Audiencia Provincial
ST = Sentencia
STS = Sentencia del Tribunal Supremo
STSJ = Sentencia del Tribunal Superior de Justicia
TS = Tribunal Supremo
TSJ = Tribunal Superior de Justicia
VIGE = Violencia de Género

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1. Introducción
El estudio de la Teoría General del Delito ha venido generando constantes
discusiones doctrinales. De las cuatro categorías que la constituyen (tipicidad,
antijuridicidad, culpabilidad y punibilidad), resulta especialmente interesante el debate
existente en torno a la tercera de las categorías, esto es, la culpabilidad.
El debate doctrinal se centra en poner en duda el fundamento teórico que vendría a
justificar la existencia y permanencia del principio de culpabilidad en la Teoría General
del Delito. Dicho principio parte de la premisa referida a que sólo pueden sancionarse
aquellas conductas realizadas por el individuo de forma libre y voluntaria, es decir,
aquellas conductas que el ser humano lleva a cabo conforme al libre albedrío. El motivo
que llevaría a cuestionar la inclusión de esta categoría en la Teoría General del Delito es
la incapacidad de poder demostrar científicamente que la persona, como individuo, tiene
la capacidad de configurar su propia conducta y, por ende, actuar de conformidad con la
ley.
Asimismo, las críticas no se circunscriben exclusivamente sobre el fundamento,
sino también sobre las figuras enmarcadas en la categoría de la culpabilidad, sea en
relación con la (i) (in)imputabilidad de las personas, (ii) el conocimiento de
antijuridicidad de una conducta o (iii) la exigibilidad de una conducta adecuada a derecho.
En este último aspecto de la culpabilidad reside la figura sobre la que versará la presente
investigación, a saber: la eximente de responsabilidad penal del miedo insuperable
(20.6CP).
El interés que suscita esta figura es su propia existencia, ya que como consecuencia
del escaso desarrollo doctrinal y jurisprudencial, han ido surgiendo dudas respecto de
diferentes cuestiones, empezando por su fundamento y naturaleza jurídica, hasta los
requisitos que deben concurrir para su apreciación y aplicación. Se trata de una cuestión
que ha sido controvertida por varios motivos, como es que la doctrina y jurisprudencia
han realizado un análisis de la referida figura de manera independiente, llegando en
muchas ocasiones a conclusiones distintas. Además, parte importante de la problemática
viene dada por la escueta redacción del “miedo insuperable”, lo que cabe predicar tanto
del anterior código penal, como del vigente.
Otro problema que se añade a esta figura es el hecho de que, su apreciación como
eximente completa, es prácticamente nula en la jurisprudencia posterior a la entrada en
vigor del vigente CP.

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Normalmente se aplica como eximente incompleta o como una figura que queda
insertada en otras como, por ejemplo, en la legítima defensa cuando ésta última se aplica
como atenuante o como causa de justificación incompleta (art. 20.4CP en conexión con
el 21.1CP) o por medio de su apreciación vinculada al error de prohibición sobre la
concurrencia de una causa de justificación (art 14.3CP).
Resulta evidente, pues, la complejidad que el miedo insuperable plantea. Por ello,
el presente estudio tendrá por objeto analizar en profundidad esta figura y su aplicabilidad
con carácter general y, concretamente, en los casos de los delitos contra la integridad
física y vida humana independiente cometidos por las mujeres víctimas de VIGE contra
sus parejas o exparejas.
No podemos olvidar que la VIGE es uno de los principales tipos de violencias en
España, hecho que ha llevado al legislador, durante estos últimos años, a desarrollar
diversas y necesarias iniciativas legislativas cuyo objetivo era la protección de la mujer
desde una perspectiva global, en adecuada observancia de los derechos fundamentales a
la libertad, igualdad, vida, seguridad y la no discriminación que proclama nuestra
Constitución.
Por ello, consideramos que es necesario profundizar en la potencial aplicación del
miedo insuperable en los casos en que, como adelantábamos, la mujer maltratada víctima
de VIGE, pueda acabar agrediendo a su pareja, en mayor o menor medida, por el temor
a que éste siga maltratándola, física o psíquicamente, también en mayor o menor
intensidad, llegando a temer por su vida. En este sentido, queremos abordar la
conveniencia de mantener la causa de inculpabilidad del miedo insuperable, poniendo en
consonancia su naturaleza jurídica con la realidad social vigente actualmente en que se
pretende implementar.
En la presente investigación realizaremos una revisión doctrinal y jurisprudencial
del miedo insuperable teniendo en cuenta su vinculación con los elementos psicológicos
que indefectiblemente van unidos a dicha figura, proyectando todo ello sobre el fenómeno
de la VIGE.
En definitiva, la pregunta que pretendemos responder sería la siguiente: partiendo
de su potencial aplicabilidad en atención a las distintas realidades sociales concurrentes
y, especialmente, en relación con las víctimas de la VIGE, ¿Es necesario ampliar el
ámbito de aplicación y, con ello, la redacción de la figura del miedo insuperable en
atención a aquellos supuestos en los que, como en los supuestos de VIGE, requerirían una
valoración específica?

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2. Hipótesis y objetivos
Para dar respuesta a la pregunta efectuada, y a efectos metodológicos, en el presente
trabajo vamos a partir de las siguientes premisas:

I. El miedo insuperable no se aplica en la actualidad bajo la modalidad de eximente


completa.
II. La jurisprudencia actual plantea dudas acerca de la referida eximente que parecen
indicar la ausencia de una delimitación conceptual clara en su aplicación práctica.
III. El miedo insuperable permitiría atenuar o eximir la responsabilidad penal de las
mujeres víctimas de VIGE en aquellos casos en que éstas atentaran contra la
integridad física o la vida de su pareja, aunque no concurriera simultáneamente
una agresión ilegítima por parte de ésta última.

A partir de estas premisas, los objetivos del presente estudio son los siguientes: (i)
intentar comprender la etiología, la naturaleza y los requisitos de aplicabilidad del miedo
insuperable; (ii) establecer una clara identificación de la figura del miedo insuperable
respecto de las causas de justificación y de inimputabilidad con las que puede entrar en
conflicto; (iii) analizar su posible aplicación a casos en que una mujer víctima de VIGE
atenta contra su pareja sin que concurra una agresión por parte de éste que motive la
potencial legítima defensa (iv) analizar la aplicación que la Jurisprudencia hace de la
referida figura; y (v) realizar una propuesta de redacción del miedo insuperable.

3. Fundamento y naturaleza jurídica del miedo insuperable


La existencia de toda figura jurídica tiene su justificación en un conjunto de razones
de contenido filosófico y moral que permiten comprender su necesidad y razón de ser,
pero también su concreta naturaleza jurídica (Cid Moliné & Moreso, 1991). Como ya se
ha indicado anteriormente, esta figura plantea numerosas discusiones en ambos aspectos.
Por ello, antes de adentrarnos en el estudio de los requisitos que deben concurrir
para su apreciación y posterior aplicación, creemos necesario analizar sus fundamentos y
naturaleza jurídica, a efectos de comprender la etiología del miedo insuperable y la
justificación de su existencia en nuestro ordenamiento jurídico.

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3.1. Fundamento del miedo insuperable
Como ya expuso (Varona, 1999) en su día, la delimitación del fundamento de
cualquier figura jurídica es esencial para entender el motivo de su existencia, y, a su vez,
para facilitar la comprensión de su configuración teórica y aplicación.
Tal y como se ha avanzado, el redactado del art. 20.6CP en el que se contiene la
figura del miedo insuperable, se limita a indicar que queda exento de responsabilidad
criminal “El que obre impulsado por miedo insuperable.”. Resulta obvio que el intérprete
queda desprovisto de cualquier otro dato a partir del que poder interpretar dicha figura
jurídica, no existiendo tampoco más información en la lectura del registro de debates
parlamentarios del CP 95 (López Garrido, 1996).
A partir de este dato objetivo, la doctrina ha realizado múltiples análisis acerca del
fundamento de esta figura, distinguiéndose claramente dos posturas: (i) una que entiende
que la razón de ser del miedo insuperable radica en un fundamento utilitarista, (ii) y otra
que parte de un presupuesto retribucionista o mixto (Varona, 2001). Pasamos a analizar
ambas posturas.
i. Fundamento utilitarista
La doctrina utilitarista parte del concepto de utilidad entendido como aquella acción
o hecho que permite salvaguardar la mayor felicidad colectiva posible, identificando
dicha felicidad con la protección de los intereses de la sociedad (Bentham, 1789). Si bien
este concepto es abstracto, la expresión de “los intereses de la sociedad” debe entenderse
como la suma de los intereses individuales del conjunto de ciudadanos que constituyen
una sociedad.
Así, lo que propone el utilitarismo consiste en maximizar el placer de la sociedad
o, dicho de otro modo, minimizar tanto como fuere posible el dolor y sufrimiento general
ya que ello permitirá satisfacer ese interés común en todas las personas de ser felices y
evitar al máximo el dolor (Ferrajoli, 1995).
Consiguientemente, cuando pensamos en la ley penal, el utilitarismo no pretenderá
garantizar la efectividad de la pena, sino que se buscará maximizar la felicidad/utilidad
colectiva mediante la prohibición y persecución de las conductas proscritas que atenten
contra ella. En base a este pensamiento utilitarista existen dos modos de fundamentar el
miedo insuperable, a saber (i) el principio del mal menor y (ii) el principio de efectividad
de la pena.

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El principio del mal menor entiende que cuando estamos ante un conflicto de
bienes jurídicos, uno de ellos perecerá en pro de la pervivencia del otro. La razón
justificante yace en que, objetivamente, hay un bien más valioso. En una situación como
la de miedo insuperable en que dos bienes se encuentran en conflicto y en que, para la
salvaguarda de uno, el otro debe dejarse de lado, se estima como más idónea la
supervivencia del de mayor valor por ser el que genera mayor felicidad. Así, conectándolo
con el miedo insuperable, no podría sancionarse una conducta si el daño ocasionado fuese
menor al beneficio que produciría la preservación del salvado (Varona, 2001).
No obstante, pese a que en redactados anteriores de la figura esta fundamentación
fuese plenamente explicativa, el vigente no exige que el daño que se ocasione obrando
bajo miedo insuperable sea menor al que se pretendía causar (Quintanar Diez, 1998). Por
ello, esta fundamentación no nos permitiría explicar las situaciones en que bajo miedo
insuperable se ocasiona un mal mayor o igual al que se pretendía evitar y, además, aceptar
dicha explicación generaría confusión entre el estado de necesidad y el miedo
insuperable.
Por otro lado, según el principio de efectividad de la pena, el castigo solo sería útil
cuando tuviera capacidad de prevenir, con carácter general, el delito. Ello es así puesto
que la sanción es en sí un daño a los derechos y libertades del agresor que solamente sería
justificable cuando la amenaza de su imposición modificara la voluntad del potencial
agresor, previniéndolo de delinquir (Varona, 2010).
Por ello, la pena imponible a un delito perderá su razón de ser cuando no tenga
capacidad preventiva, sea porque la imposición de sanción es ineficaz por ser la conducta
inevitable/imprevisible, sea porque la pena no tiene capacidad de influir al agresor
(Bentham, 1789). Esto último ocurriría en caso de no estar éste en condiciones de
comprender y actuar conforme a derecho con razón en las circunstancias concurrentes,
tal y como sucede con el miedo insuperable.
Paradójicamente, este fundamento puede justificar lo opuesto, esto es, la imposición
de penas más severas. Si partimos de que la pena no motiva al autor en situaciones de
miedo insuperable porque hay otros elementos que lo incitan a delinquir, aumentar la
severidad de la pena podría conferirle capacidad coercitiva suficiente, haciéndola
preventiva.
Además, como este principio parte de la presunción de que en tales casos la norma
carece de capacidad motivadora en comparación con la que sí tendría para un ciudadano
o el hombre medio, la imposición de una sanción resultaría incluso más provechosa, pues

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permitiría reafirmar el derecho y evitaría los intentos de amparo fraudulento bajo ésta
eximente para delinquir (Varona, 1999). Así, esta argumentación nos serviría tanto para
construir como para deconstruir el fundamento jurídico del miedo insuperable, no
teniendo bastante explicativa para la comprensión de dicha figura.
En suma, podemos afirmar que el utilitarismo carecería de total capacidad para
fundamentar válidamente el miedo insuperable.
ii. Fundamento retribucionista o mixto
Si analizamos la teoría retribucionista y las doctrinas mixtas, pese a entender
distintamente la finalidad de la pena (aspecto que no es objeto de nuestro estudio), ambas
construyen las eximentes en base al principio de culpabilidad.
Su contenido tradicional parte de la libertad de elección del individuo y entiende
que una persona debe ser sancionada cuando libremente ha decidido delinquir, mientras
que para cuando no lo haga, no se la podrá sancionar (Muñoz Conde, 2022).
No obstante, este contenido tradicional parte de una premisa indemostrable: el libre
albedrío. Por este motivo, pensadores como Hart desarrollaron su propia versión,
entendiendo que una persona es culpable cuando, teniendo una justa oportunidad de obrar
conforme a derecho, ha decidido delinquir. Consiguientemente, no sería sancionable la
conducta de quién obrase motivado porque sobre sí se ejerce vis impulsiva, afectando así
a su libertad.
Siguiendo la concepción de Hart, el miedo insuperable podría verse explicado de
distintos modos (Varona, 1999). Primero, al obrar bajo miedo insuperable se asume que
no hay una verdadera intencionalidad en el acto, por lo cual considerando que el dolo se
compone en parte por la intencionalidad, podríamos asumir que no debería punirse tal
acto. No obstante, la realidad es que el miedo enmascara una voluntad consistente en
querer evitar los daños derivados del mal amenazante, lo que implica que sí concurre
intencionalidad y voluntad en el acto. Así pues, esta explicación no nos permitiría
fundamentar la figura (Varona, 2010).
En segundo lugar, hay autores que argumentan que quién actúa bajo miedo
insuperable se ve impedido de obrar conforme a derecho, ya que el mal amenazante
generaría un miedo que impediría actuar al individuo. Si bien ésta fue la postura adoptada,
por ejemplo, en la STS 7-11-1996, en que el TS consideró que para poder apreciar el
miedo insuperable se requiere que concurra un terror que sobrepase el terror corriente;
muchos autores apuntan a que la voluntad del sujeto en el marco del miedo insuperable
no queda anulada, pues no es un miedo incapacitante ni paralizante, sino, insuperable.

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Ello supone que las capacidades cognitivo-volitivas del individuo se verían
afectadas pero no suprimidas, algo que sí ocurriría con el trastorno mental transitorio del
artículo 20.1ºCP (Quintanar Diez, 1998). Por todo ello, tampoco esta explicación nos
permitiría fundamentar el miedo insuperable.
Por último, debemos entrar a considerar la fundamentación del miedo insuperable
que adoptaremos como referente para el presente trabajo. Esta se basa en que la amenaza
de un mal que ocasiona miedo insuperable afecta a la voluntad o libertad de elección de
la persona. Dicha afectación no ocasiona ni una ausencia de intencionalidad, ni una
inimputabilidad momentánea, sino que el miedo disminuye de forma relevante -que no
absoluta- las capacidades cognitivo-volitivas de la persona afectada, debido a las
circunstancias concurrentes.
Esta afectación genera un efecto coactivo que lleva a la persona a incurrir en un
delito a efectos de protegerse o proteger a sus seres queridos.
Así, vinculando esta explicación con el principio de culpabilidad de Hart, cuando
una situación genere esa afectación de las capacidades cognitivo-volitivas de una persona,
si del estudio de la cuestión se desprende que esa persona no disponía de justa oportunidad
para actuar conforme a derecho y, por ende, se entiende que el comportamiento (delictivo)
del sujeto era razonable dadas las circunstancias, dicha conducta no podría ser
sancionable.
3.2. Naturaleza jurídica del miedo insuperable
En este apartado analizaremos la naturaleza jurídica del miedo insuperable. Si bien
existe una posición mayoritaria en pro de considerar dicha figura como causa de
inculpabilidad, lo cierto es que, fruto de la crisis sobre el principio de inculpabilidad y de
su carácter multifuncional, algunos autores han considerado que podría ser una causa de
justificación, ubicándose así no en la culpabilidad, sino en la antijuridicidad.
3.2.1. El miedo insuperable como eximente de culpabilidad
A menudo, cuando hablamos del miedo insuperable nos referimos a él como una
causa de inculpabilidad en tanto que su concurrencia implica que, al sujeto que obró
impulsado por éste, no le era exigible el actuar conforme a derecho en las circunstancias
concretas y por el estado de miedo en que se encontraba.
Tradicionalmente, la inexigibilidad se ha vinculado al reproche penal efectuado en
el análisis de la culpabilidad del sujeto para determinar si este es o no responsable
penalmente.

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Sin embargo, tenemos que recordar que, según HENKEL, el principio de
inexigibilidad tiene un carácter multifuncional y, por ende, está presente en las distintas
categorías que configuran la teoría general del delito (Correa, 2011).
El hecho de que el referido principio juegue un papel trascendental en todas las
categorías genera la necesidad de identificar qué tipo de inexigibilidad estamos
estudiando. Así, cuando el estudio de la inexigibilidad se realiza con carácter
general/objetivo, estamos realizando un estudio sobre la antijuridicidad, pues es en esta
categoría en la que se estudia si un acto es susceptible de ser considerado contrario al
ordenamiento jurídico o si, contrariamente, se trata de unos hechos que, por razón de las
circunstancias concurrentes, serían justificables y su resultado no desvalorado por el
ordenamiento jurídico (Varona, 2001; Varona, 2010).
No obstante, si la inexigibilidad que estamos estudiando es de carácter
individual/subjetiva, el análisis versa sobre las circunstancias particulares del sujeto
concreto, lo cual comporta que estaríamos en la categoría de la culpabilidad por ser esta
en la que se realiza un juicio individual normativo para determinar si en esa persona
concurre o no responsabilidad penal.
En el caso del miedo insuperable, hablamos de una figura con un eminente
componente psicológico que para ser evaluado en un caso concreto, requeriría, entre
otros, de periciales psicológicas que permitieran identificar el estado emocional del
individuo y la afectación que tuvo en las capacidades cognitivo-volitivas del sujeto en el
momento del delito. Para determinar si ese concreto estado del sujeto es o no susceptible
de ser excusado penalmente, la doctrina recurre al parámetro del hombre medio para
identificar si el miedo sentido era superior al que debería soportar cualquier persona. En
caso de que así fuera, la conducta se entendería no merecedora del reproche penal y, por
ende, se procedería a eximir de responsabilidad penal al sujeto (Quintanar Diez, 1998).
Así, pues, el miedo insuperable, en tanto que analiza una cuestión vinculada a las
características individuales del autor del delito, debe ser considerado como una eximente
de responsabilidad penal ubicada en la categoría de la culpabilidad.
3.2.2. El miedo insuperable como causa de justificación
Como veníamos diciendo, pese a que la posición mayoritaria de la doctrina defiende
que el miedo insuperable es una eximente de culpabilidad, hay quienes defienden que se
trata de una justificación bajo el amparo del principio multidimensional de inexigibilidad.

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Según hemos desarrollado anteriormente, la inexigibilidad se entiende parte de la
antijuridicidad cuando esta procede al análisis de elementos de carácter general u
objetivo, es decir, el legislador prevé unos supuestos fácticos para los cuales no estima
conveniente perseguir las conductas contrarias a derecho, estando en estos casos ante una
causa de justificación (Varona, 1999).
Esta es la postura que adopta GIMBERNAT al exponer que el miedo insuperable
es una causa de justificación. Explica dicho autor que el legislador, del mismo modo que
en el estado de necesidad, renuncia a sancionar un conjunto de conductas para las cuales
el sujeto no es inmotivable y, por ende, la sanción de tal conducta podría ser efectiva.
Ello lo hace por considerar que en un supuesto de colisión entre dos bienes jurídicos
en que necesariamente uno debe perecer para la pervivencia del otro, no se entiende
razonable exigir a quien se ve aquejado de tal estado que obre conforme a derecho, lo que
lleva a permitir la lesión/destrucción de uno de los bien jurídicos en conflicto (Correa,
2011).
Pese a ser un razonamiento aparentemente congruente, debemos advertir que pese
a razonar que la no sanción de las situaciones de miedo insuperable se debe a que los
elementos fácticos justifican el actuar del autor del delito, el propio GIMBERNAT se
refiere al miedo insuperable como a un estado.
El estado al que se refiere es la situación emocional de la persona transgresora, lo
cual supondría que estamos ante un elemento cuyo análisis debe realizarse de forma
individualizada, no sólo en atención a los hechos, sino poniendo en conexión el cómo la
situación afectó emocionalmente al sujeto. Consiguientemente, no estaríamos analizando
la inculpabilidad desde una perspectiva general, sino desde una individual, siendo así el
miedo insuperable una eximente de culpabilidad.
Esta diferenciación entre causa de justificación y eximente no es una mera discusión
doctrinal, sino que hablamos de una categorización con consecuencias prácticas. Tal y
como nos indican Hassemer y Larrauri (1997), las causas de justificación, al no producir
un resultado desvalorado por el ordenamiento jurídico, no dan lugar a ulteriores
consecuencias jurídicas, ni a la posibilidad de imponer una sanción o medida de seguridad
sobre la persona, pues se entiende que la conducta es lícita pese a ser subsumible a un
tipo penal, comportando que se genera la obligación a terceros de soportar la conducta
amparada por dicha causa. A su vez, en caso de incurrir en error en cuanto a la
consideración de obrar amparado por estas causas, dicho error debe ser considerado
penalmente.

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Contrariamente, en el caso de las eximentes, sí dan lugar a responsabilidad civil ex
delicto, ya que la conducta produce un desvalor de resultado, siendo, en consecuencia,
ilícita, pese a quedar eximida de ulteriores sanciones penales. Asimismo, no se trata de
una conducta que el tercero deba soportar, sino que estamos ante una conducta ilícita ante
la cual cabe la posibilidad de defensa por parte de quien la va a sufrir, pues no estamos
ante un caso en que se pretenda salvar un interés de mayor valor, sino que pretendemos
salvar el propio interés por considerarlo de mayor valor por pertenecernos (Muñoz, 2018).

4. Requisitos de aplicabilidad del miedo insuperable desde la


perspectiva doctrinal
Tal y como ya hemos advertido, doctrina y jurisprudencia han desarrollado
distintamente el miedo insuperable. Para comprender esta figura y sus elementos, la
doctrina estima oportuno estudiar el concepto del miedo desde una vertiente psicológica,
por versar dicha figura sobre la emoción del miedo. Sin embargo, esta perspectiva resulta
insuficiente para la comprensión global del concepto, siendo necesaria también la
aproximación normativa del mismo para la comprensión del tipo de miedo concreto y del
significado real que pretendía el legislador mediante la definición del miedo exculpante
como insuperable.

4.1. El concepto de “miedo”


El miedo es una emoción primaria que surge en todo ser humano a modo de
reacción defensiva ante una estímulo externo que se interpreta como un peligro inminente,
ya sea real o putativo. Esta emoción tiene una naturaleza subjetiva que obliga a analizarla
en atención a las circunstancias concretas y el individuo de que se trate, pues no todos
reaccionamos del mismo modo ante los mismos estímulos.
La reacción al peligro percibido no depende exclusivamente de la gravedad del mal
amenazante, sino también de factores de la persona que lo experimenta, tales como la
edad, la educación, el estado vital, experiencias previas, la constitución física, entre otros.
A su vez, el miedo no solo se siente a nivel interno, sino que provoca cambios fisiológicos,
que vendrían a manifestarse en ciertos tipos de reacciones tales como conductas
defensivas o evitativas, lo cual comportaría que se trata de una emoción que, más allá de
ser un proceso psíquico, también es somático.

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Ello es relevante, pues al ser una emoción, no puede medirse directamente, sino de
forma indirecta por medio de las manifestaciones de la misma en el cuerpo de quien lo
sufre.
El miedo puede sentirse en distintos grados y tener distintas consecuencias.
Siguiendo a Mira (1994) -reafirmado según Carpintero (2008)-, el miedo puede
clasificarse en una escala ascendente con seis estadios: la prudencia, la cautela, la alarma,
la angustia, el pánico y el terror.
En la fase de la prudencia, quien siente este tipo de miedo trata de pasar
desapercibido, manteniendo un bajo perfil para evitar ser víctima de un ataque; en la fase
de la cautela hablamos de una emoción similar a la anterior, pero teñida de desconfianza
y pesimismo; seguidamente, encontramos la alarma, en que la desconfianza incrementa,
hasta el punto de desarrollar una extrema hipervigilancia del entorno, el que se entiende
como hostil, perdiéndose ya la claridad intelectiva. Tras ello, viene la angustia, en que el
miedo desplaza en mayor medida la intencionalidad, inhabilitando en cierto modo la
capacidad reactiva del sujeto.
Ello es así porque el sistema límbico -o cerebro emocional- adquiere el dominio
sobre el córtex prefrontal -cerebro racional-, llevando a unas reacciones más viscerales y
primitivas. En esta fase, pese a que lo predominante es la emoción, el cerebro racional
sigue estando activo.
Posteriormente, llegamos al estadio del pánico, en que el miedo invade el córtex
prefrontal, llegando al punto en que la emoción inhibe el raciocinio, convirtiéndose el
subconsciente en el director de la conducta. El ultimo estadio, terror, es aquel en que el
sujeto ha perdido totalmente su capacidad intelectiva y afectiva, a la par que su potencial
reacción motriz.
El individuo queda en un estado de inmovilidad prácticamente absoluta, en que el
miedo inactiva gran parte de las funciones cerebrales para preservar una protección
mental del sujeto, pudiendo ocasionar amnesia sobre el tiempo que dure.
Desde una óptica normativa, la doctrina parte de que no cualquier miedo puede
subsumirse a la eximente de miedo insuperable, sino que para poder excusar a quien
perpetra un delito impulsado por miedo, debe experimentar una perturbación anímica
bastante que ocasione la alteración o afectación de sus capacidades cognitivo-volitivas.
De ahí que autores como Quintanar Diez (1998)afirmen que solamente pueden
interpretarse como situaciones en que concurre miedo insuperable aquellas comprendidas
en los estadios de alarma y angustia, especialmente en el de angustia, pues el grado de

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miedo que vendría a sentir la persona no ocasionaría la pérdida de sus capacidades
cognitivo-volitivas, pero las afectaría notablemente.
Ello es fundamental a efectos de determinar su concurrencia en supuestos de hecho
que pueden plantear dudas, ya que no sería razonable conferir la exención de
responsabilidad penal a quién obrara alegando prudencia o cautela (fases 1ª y 2ª) por
entenderse estos estadios del miedo como insuficientes e irracional el excusar los actos
realizados bajo estos.
Asimismo, tampoco podría ampararse el miedo insuperable en estadios que
llevasen aparejadas la pérdida total de las capacidades intelectivas (“pánico”), volitivas
y motrices (“terror”), por tratarse de supuestos de inimputabilidad momentánea, que no
de inexigibilidad de conducta adecuada a derecho.
Finalmente, debemos indicar que la eximente exige que el proceso motivacional
previo a la comisión del delito debe verse impulsado por tal emoción, entendiéndose por
impulsado que el móvil principal del delito sea el miedo, pudiendo sentirse otras
emociones concomitantes, tal como podría ser el odio hacia quien reiteradamente
amenaza al sujeto (Varona, 1999)o la inseguridad, pues percibir un lugar o entorno como
inseguro comportará una mayor susceptibilidad a reaccionar con miedo ante el menor
avistamiento de peligro (IERMB, 2022;Chadee et al., 2019).

4.2. El concepto de “insuperabilidad”


Analizado qué es el miedo y los distintos tipos que existen, debemos añadir qué se
entiende por insuperable, pues es de este segundo elemento del que dependen el resto de
requisitos normativos de la eximente.
La doctrina entiende que la insuperabilidad es relativa a la emoción sentida, que no
a la respuesta ofrecida por quien la experimenta, comportando que debe establecerse un
sistema de medición que permita comprender la diferencia entre el miedo que debe
superarse, respecto del que no. Este concepto conecta con el ya comentado principio de
inexigibilidad.
Sin volver a entrar en su multidimensionalidad y partiendo de que en este caso, tal
y como mencionábamos en el apartado de naturaleza jurídica, hablamos de una
insuperabilidad subjetiva, debemos contrastar en qué casos el ordenamiento jurídico nos
impondría el deber de soportar la emoción de miedo y gestionarla internamente, respecto
de los casos en que no y que se ampararían legalmente.

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Hay quienes consideran que la medición de la insuperabilidad debe fundamentarse
exclusivamente en criterios subjetivos mediante los que solamente se consideren las
características concretas del sujeto a efectos de estudiar su conducta concreta. Ello
llevaría a evaluar de forma exclusivamente psicológica esta eximente, de modo que la
insuperabilidad se identificaría con la intensidad del miedo sentido (Quintanar Diez,
1998).
Por contrapartida, hay quienes parten de tesis objetivistas, que recurren al parámetro
del hombre medio para medir si en la concreta situación y las circunstancias personales
del autor al momento de los hechos, un ciudadano medio hubiese obrado conforme a
derecho o no. Según esta comparativa, se entenderá que si el hombre medio no hubiese
soportado el miedo y hubiese delinquido, el autor del delito será eximido de
responsabilidad penal.
Este segundo criterio pretende evitar que el propio sujeto se convierta en el
parámetro para determinar si en su caso concurre o no la eximente, tratándose de
configurar así una pauta normativa de valoración del actuar del particular (Vallejo
Jiménez, 2015).
A mi parecer, ambos criterios son por sí mismos insuficientes. En cuanto al criterio
subjetivo, debemos recordar que estamos hablando de una eximente que valora la
(in)exigibilidad de conducta adecuada a derecho y no en la (in)imputabilidad. Por ello, el
determinar la concurrencia de esta figura en base a unos criterios que miden el grado de
miedo que sintió la persona en ese concreto momento partiendo de esa misma persona
como parámetro de medición, es un sinsentido que llevaría a una carencia de contenido
normativo en el marco de un reproche jurídico en que se estudia la exigibilidad de obrar
conforme a derecho.
Asimismo, tampoco estimo congruente el remitirnos por completo a un parámetro
puramente objetivo que vendría a configurar una ficción jurídica consistente en crear un
ideal de conducta al cual se deberían atribuir las características del sujeto objeto de
estudio para analizar la conducta de un sujeto y determinar si debió o no haber obrado
conforme a derecho. Ello también lleva a una invención en que se acabarían
desatendiendo las características individuales de la persona en una categoría en que es lo
que precisamente se estudia, a la par que dicha invención diferiría de lo que cada uno
podría establecer como a “medio” sin atender a la diversidad social (Rinaldis, 2016).

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Entonces, ¿cómo podríamos valorarla? Considero que lo esencial sería establecer
una combinación de ambas ideas: por un lado, resulta obvio que para medir el miedo
insuperable debemos atender a las circunstancias concretas del sujeto, motivo por el cual
resulta esencial el recurrir a una pericial psicológica para evaluar el estado mental y
emocional de la persona al momento de los hechos. Por otro lado, también resulta obvio
que para medir la inexigibilidad debemos disponer de algún parámetro normativo para
evitar que la valoración de esta eximente lleve a la impunidad o a un privilegio de los
“pusilánimes” o de los mentiroso (Varona, 1999).
Por ello, lo ideal sería contrastar esa pericial psicológica del sujeto con el contexto
fáctico: el lugar en que se produjeron los hechos, las circunstancias objetivas del caso,
valorar si existía un mal amenazante real o si de ellas podía desprenderse la sensación de
que se avecinaba un mal (putativo).

4.3. El mal amenazante como vestigio del redactado anterior al CP 95


Recordando que el miedo insuperable es una eximente que pretende amparar
aquellos actos delictivos que pretendían defender bienes jurídicos ante un mal
amenazante, la jurisprudencia ha desarrollado requisitos vinculados al mismo a efectos
de determinar qué actos quedarían protegidos por dicha eximente. Pese a que
posteriormente se comentará el desarrollo jurisprudencial, en este apartado comentaremos
los criterios e indicaremos con cuáles coincide la doctrina penal.
Someramente, estos requisitos adicionales parten de que el mal amenazante debe
ser grave, real y certero (STS 2067/2002), lo que llevaría a la exclusión de supuestos de
reacción ante un miedo que surge de una amenaza putativa o imaginaria. Sin embargo, la
reacción ante un mal putativo debería ser entendida como igualmente válida en tanto que
lo único que exige el 20.6CP es que la persona obre impulsada por miedo insuperable, sin
otro requerimiento adicional, lo que supone que lo esencial para la apreciación de la
eximente es esa alteración psíquica que llevaría a una reacción primitiva de defensa ante
ese hecho (considerado) amenazante (Quintanar Diez, 1998).
Por ende, no habría lugar a negar la concurrencia del miedo insuperable ante una
amenaza putativa o debería conducirse por medio de la normativa del error vía 14.3CP
como algunos defienden, pues pese a que se trate de un error sobre la realidad concurrente,
lo cierto es que el efecto psíquico estuvo presente.

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Debemos recordar que el miedo es personalísimo y este puede surgir de un hecho o
cosa real o no, pudiendo incluso ser un miedo fobígeno, patológico o probable. En estos
casos lo único relevante para valorar la concurrencia del miedo insuperable deberá
evaluar la razonabilidad de la creencia de estar ante un mal amenazante, pues solo en caso
de que así sea, podrá exculparse tal conducta.
Otro de los requisitos que tradicionalmente ha sido exigido por la jurisprudencia es
la inminencia del mal respecto del delito cometido, de modo que el estímulo que origina
el miedo debe percibirse como un mal muy cercano en el tiempo. Sin embargo, la tesis
del TS no resulta muy acertada porque estamos hablando de una percepción de
peligrosidad que origina una emoción reactiva de miedo en la persona por la percepción
del peligro.
Consiguientemente, no es necesaria la inminencia del acaecimiento del mal -pese a
que en muchas ocasiones así ocurra-, sino que el temor puede venir de un hecho que
intuimos que en un futuro incierto puede llegar a materializarse, de uno putativo o de un
supuesto de peligro duradero. Por ello, tal y como nos indica Varona(1999), la inminencia
debe ser entendida en relación con la necesidad urgente de actuar para impedir ese mal
amenazante (STS 24 de enero de 2000).
A su vez, también se ha requerido que el mal amenazante fuese injusto,
entendiéndose como proveniente de un acto ilegal o no justificado por el ordenamiento
jurídico, siendo ello algo con lo que la doctrina coincide, pues no habría lugar a
defenderse de un acto lícito y verlo justificado penalmente (SSTS 340/2005; Quintero
Olivares, 2015).
Siguiendo con ello, del mismo modo que ocurre con la legítima defensa, un
requisito inherente al mal amenazante es que éste no sea causado intencionadamente
por quien sufre el miedo. Sobre este existe un amplio acuerdo doctrinal, pues si la razón
de ser de las eximentes de inculpabilidad es que esa persona opte por proteger los bienes
jurídicos que considera más importantes para sí, no sería congruente permitir que se
exculpasen aquellos actos ilícitos contra terceros que atentasen contra tales bienes
jurídicos.
Finalmente, el último requisito recae en el sujeto pasivo de la amenaza. Este
vendría a amparar tanto a quien obra impulsado por miedo insuperable como a las
personas con quienes mantiene un vínculo familiar.

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Ello es así porque la razón de ser de la eximente recae en que al denominar como
propios a esos bienes jurídicos la persona los valora de un modo especial, confiriéndoles
un mayor valor que aquellos contra los cuales va a actuar.
Así, es el pronombre mío lo que lleva esa concesión de mayor valor a unos bienes
que a otros y que el ordenamiento jurídico comprende (Muñoz, 2018), no recayendo
exclusivamente sobre los bienes propios, sino también con los de aquellas personas con
quienes se mantienen vínculos de afecto, tales como los familiares. Recordando que
nuestro ordenamiento jurídico reconoce ese especial valor de la familia, la doctrina -igual
que el TS (STS180/2006)-se posiciona en pro de amparar tales casos bajo la eximente.
Con todo lo previamente visto, podemos apreciar cómo de entre el conjunto de
requisitos configurados jurisprudencialmente, sólo algunos son adecuados al parecer de
la doctrina. Debemos recordar que esta eximente fue modificada en cuanto a su redactado
respecto del CP73 mediante la eliminación del requisito de que el mal amenazante fuese
mayor o igual al que se ocasionara por quien obraba impulsado por miedo insuperable
para conferirle una mayor aplicabilidad y que, de permitir la exigencia de todos los
criterios previamente comentados, se limitaría excesiva e innecesariamente en su
aplicación.

4.4. Requisitos de la acción salvadora


A los requisitos previamente mencionados sobre el tipo de mal amenazante, se le
suman los relativos al acto delictivo cometido para proteger los bienes jurídicos propios.
La doctrina y la jurisprudencia han venido exigiendo que el mal sea inevitable por
otros medios (STS 340/2005). La eficacia de la eximente reside en la inexigibilidad de
obrar conforme a derecho para evitar el mal, motivo por el que se reconoce la autotutela
en el caso concreto, pudiéndose tratar de un requisito que se valorará de forma más o
menos flexible según la inminencia del mal o la durabilidad del mismo (Varona, 1999).
Si bien es cierto que hay autores que han considerado otros requisitos tales como
limitar la apreciación de la eximente a ciertos bienes jurídicos o valorarla según si se tiene
o no el deber de tolerar ciertos males, lo cierto es que no existe una posición doctrinal
clara y, por ende, considero que el único requisito de la acción salvadora recaería sobre
la inevitabilidad del mal por otros medios.

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4.5. Apreciación de la eximente incompleta del miedo insuperable
Vistos los requisitos que deben concurrir para la exención de responsabilidad penal
en base al miedo insuperable, del mismo modo que en el resto de eximentes y causas de
justificación, existen un conjunto de requisitos esenciales cuya concurrencia es
imperativa para la apreciación de la figura, mientras que existen otros prescindibles cuya
ausencia comportaría su concurrencia de forma incompleta (Muñoz Conde, 2022). La
comprensión de esta cuestión resulta clave, en tanto que el miedo insuperable ha sido
apreciado en una amplia mayoría de los casos como eximente incompleta, siendo
residuales los casos en que se ha apreciado de forma completa (Quintanar Diez, 1998;
Varona, 1999).
La configuración de la eximente establecida en el 20.6CP impone la necesidad de
que concurra un estado emocional caracterizado por el temor sentido por el autor del
delito ante el advenimiento de un mal. Ello implicaría que el único requisito esencial
vendría a ser el hecho de obrar impulsado por el miedo sentido para evitar un mal que
amenaza a su persona o a alguien con quien le unen vínculos afectivos, mientras que la
insuperabilidad, en tanto que el requisito del que se desprende lo compendio de criterios
normativos desarrollados jurisprudencialmente vendría a configurarse como
prescindibles. Con este razonamiento podemos apreciar que si la motivación delictiva no
reside en obrar para evitar un mal amenazante que le ocasiona miedo, no habría lugar a
apreciar la concurrencia del eximente en ninguna de las modalidades que el ordenamiento
permite.
A este criterio, se le sumaría la necesidad de que exista un fundamento razonable
para percibir la existencia de ese mal amenazante, pues debe haber algún motivo y que
éste tenga un mínimo de lógica para poder eximirse de responsabilidad penal a quien haya
cometido un delito.
Finalmente, dicho mal debe constituir una amenaza contra el propio autor del hecho
delictivo o de una persona con quien comparte vínculos afectivos, pues se entiende que
todo aquello sobre lo que recae el pronombre mío, es algo con lo que se mantiene una
especial vinculación afectiva que llevaría a comprender porque se obra de un modo tan
visceral ante una situación de riesgo. A su vez, deberá analizarse el concreto bien jurídico
objeto de protección, pues su entidad será relevante para valorar la razonabilidad del acto
defensivo.

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Contrariamente, el resto de requisitos normativos previamente comentados
vendrían a ser prescindibles. Así, el error vencible sobre la realidad de la concurrencia de
un mal amenazante o de una causación imprudente del peligro, el reaccionar de forma
delictiva que sea existir otros medios mediante los que evitar el peligro y demás criterios
previamente comentados, serían prescindibles y, por ende, aún con su ausencia,
podríamos aplicar la eximente en su modalidad incompleta para atenuar el grado de
responsabilidad penal.

5. Diferencia del miedo insuperable respecto de otras figuras


El miedo insuperable presenta múltiples puntos de conexión con varias eximentes
y causas de justificación previstas en nuestro CP. A consecuencia de ello la jurisprudencia
ha errado en múltiples ocasiones en la valoración del miedo insuperable, confundiendo
esta figura con el trastorno mental transitorio, la legítima defensa y el estado de necesidad.
A continuación se procederá a clarificar la distinción entre la eximente objeto de estudio
y las tres figuras mencionadas.

5.1. Trastorno Mental Transitorio (20.1CP)


El trastorno mental transitorio se define como aquella causa de inimputabilidad
concurrente en aquellos casos en que el autor de un delito ve totalmente anuladas sus
facultades volitivas, intelectivas o ambas por un periodo de tiempo transitorio que le lleva
a perder a toda capacidad de control sobre su propia persona.
El problema de que adolece esta causa de inimputabilidad es que el ordenamiento
no concreta qué conjunto de circunstancias se ampararían bajo dicha eximente, pero pese
a su vaguedad, podemos identificar ciertas diferencias respecto de la eximente del miedo
insuperable. En la segunda el miedo, si bien provoca una alteración psíquica a quien lo
siente, la alteración que afecta a las capacidades cognitivo-volitivas no lleva a su
anulación total, sino que las disminuye, sin llegar a suprimirlas (J.M. Muñoz,
2018;Quintanar, 1998).
Pese a tratarse de una diferencia claramente apreciable por la doctrina y ciertamente
compleja de diferenciar en la práctica, la jurisprudencia ha venido confundiendo ambas
figuras por medio de indicar que el grado de afectación que ocasiona el miedo en el marco
del miedo insuperable lleva a una anulación de las facultades cognitivas y volitivas.

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No son pocas las sentencias que hablan del miedo insuperable como una situación
en que se ocasiona una inimputabilidad momentánea a raíz del miedo sentido (SAP
Cádiz216/2018; SSTS1046/2011; 454/2014), persistencia que ha llevado a que incluso se
baraje la posibilidad de considerar la eximente como causa de inimputabilidad en lugar
de inculpabilidad.
No obstante, tal y como nos indica Varona(1999), el principio de vigencia del
derecho impide una interpretación de dos preceptos que origine la derogación tácita de
uno de ellos, de modo que no podría considerarse el miedo insuperable como causa de
inimputabilidad.
Ello nos lleva a sentar la frontera entre ambas eximentes en una diferencia técnico-
psicológica en que según el grado de afectación que sufra el sujeto y la consiguiente
pérdida o mantenimiento de sus facultades cognitivo-volitivas sea lo que marque la
diferencia entre ambas.

5.2. Legítima Defensa (20.4CP)


La legítima defensa es una causa de justificación prevista en el 20.4CP que
considera que un hecho típico no es antijurídico por entenderse que un particular ha
cometido un delito para defenderse a sí mismo o a terceros. Para su apreciación se exigen
un total de cuatro requisitos, a saber: (i) la concurrencia de una agresión ilegítima; (ii) la
necesidad objetiva de defensa; (iii) la racionalidad de los medios empleados para la
defensa, y (iv) la falta de provocación de la agresión ilegítima (STS1708/2003).
Como podemos apreciar, el elemento esencial y diferenciador de ambas figuras
recae en el elemento ante el cual se obra defensivamente, siendo en el caso del miedo
insuperable un mal amenazante, mientras que la legítima defensa tiene que ser una
agresión ilegítima en curso. Sin embargo, los problemas que llevan a la confusión de
ambas figuras no residen en el caso en que la legítima defensa es directamente apreciable,
sino en aquellos en que se baraja la posibilidad de aplicar el miedo insuperable.
Como ya hemos comentado, el miedo puede causarse erróneamente, ante unas
situaciones en que percibimos razonablemente un mal amenazante inexistente. En el caso
de la legítima defensa putativa nos encontramos con personas que se defienden ante un
ataque imaginario (por ejemplo: se me cae la cartera al suelo sin darme cuenta y alguien
viene detrás de mí para devolvérmela. Intuyo que me están siguiendo y me giro,
golpeando al ciudadano en cuestión).

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La confusión entre ambos supuestos viene de que antaño, se utilizaba el miedo
insuperable para explicar los supuestos de defensa putativa cuando aún no se concebía su
existencia ni su apreciación vía error (in)vencible sobre la concurrencia de las causas de
justificación ex 14.1 o 14.3CP, según el caso(Varona, 1999;Peña, 2019).
Para diferenciar entre ambos supuestos, la clave reside en valorar el estado de la
persona al momento de los hechos y el grado alteración de als capacidades cognitivo-
volitivas del agresor. Todo ello permitirá comprender que, en casos en que se ataque bajo
el óbice de un miedo prudente o cauteloso, deberán subsumirse a la legítima defensa,
mientras que si detectamos un estado de alarma o angustia, deberíamos optar por el miedo
insuperable (Larrauri, 1995).
El segundo de los supuestos que lleva a la confusión es la falta de racionalidad en
el uso de los medios para la defensa, llevando a lo que se conoce como el exceso intensivo.
En estos casos, la persona que obra defensivamente lo hace reaccionando de una forma
excesiva, entendiéndose por tal reacción que la agresión se haya realizado mediante el
uso de unos medios totalmente desproporcionados a la gravedad de la agresión ilegítima
en curso(Barreales, 2001). Jurídicamente, la defensa putativa vendría a ser una eximente
incompleta de la legítima defensa (21.1CP); o apreciándola vinculada al error sobre la
racionalidad de los medios empleados para la propia defensa.
El problema que generan estos supuestos es que el exceso intensivo se vincula
habitualmente con la alteración del estado emocional de la persona, que fruto del miedo
se reacciona desmesuradamente ante la agresión (Quintanar Diez, 1998). En estos casos
la jurisprudencia opta por la aplicación conjunta de ambas figuras, apreciando el miedo
insuperable inserto en la legítima defensa intensiva, cubriendo así ese exceso por parte
de quien se defiende (SSTS 340/2006; 332/2000, SAP Cádiz 216/2018; Santander, 2009).
De este modo, la complementariedad de la concurrencia de ambas figuras en su forma
incompleta lleva a la exención total de responsabilidad penal, sin que ello exima de
responsabilidad civil al particular.
Así, pues, es en estos dos casos en que encontramos la aplicación conjunta de miedo
insuperable inserto en la legítima defensa, por entender los jueces que resulta inescindible
el miedo sentido, de la reacción ante una agresión ilegítima inexistente o el exceso
intensivo en los medios defensivos. Todo ello se obtendrá como consecuencia de aplicar
conjuntamente de los arts 14.3CP, 20.4CP y 20.6CP en el caso de la defensa putativa;
mientras que miedo insuperable inserto en la legítima defensa sería mediante la aplicación
conjunta del 21.1CP, en relación con los arts.20.4CP y 20.6CP.

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5.3. Estado de Necesidad (20.5CP)
El estado de necesidad es aquella situación de conflicto entre dos bienes jurídicos
en que, para la pervivencia de uno, se exige el sacrificio del otro. Para que esta causa de
justificación sea apreciable, la jurisprudencia ha venido exigiendo la concurrencia de
cuatro requisitos: (i) que el mal causado no sea mayor al que se pretende evitar; (ii) que
la situación de necesidad no haya sido provocada por el sujeto que perpetra el delito; (iii)
que el necesitado cuya salvación se pretende, no tenga el deber de sacrificarse por razón
de oficio o cargo; y (iv) que el autor actúe para salvar el bien de mayor valor, ya sea
propio o ajeno (Muñoz Conde, 2022).
Como puede apreciarse, esta figura presenta múltiples puntos de conexión con la
eximente, motivo por el cual resulta necesario abordar los supuestos que pueden dan lugar
a confusión.
En primer lugar, la mayoría de la doctrina afirma que la diferencia esencial entre
ambas figuras reside en que en el miedo insuperable el móvil del delito viene mediado
por experimentar un miedo de tal magnitud que lleve a obrar delictivamente para la
salvaguarda de los bienes propios o de con quién mantiene vínculos familiares.
Sin embargo, este criterio llevaría a aplicar automáticamente la eximente del miedo
insuperable cuando se apreciara la concurrencia del miedo, pese a que objetivamente
hablásemos de una situación en que el autor ha resuelto de modo socialmente correcto el
conflicto dentro de los dos bienes jurídicos en juego.
De ahí que, recordando que las causas de justificación prevalecen ante las eximentes
por considerar que el acto está jurídicamente justificado, lo que debería constituirse como
el criterio diferenciador debería ser la valoración de si la resolución del conflicto es o no
es justificable(Varona, 1999;Quintanar Diez, 1998).
En segundo lugar, mediante la modificación en el redactado del miedo insuperable
en el CP95 con que se eliminó el requisito de que el mal causado fuese igual o menor al
que se pretendía evitar, se configuró otra diferencia: la magnitud del daño causado por el
autor. En la eximente pueden producirse daños mayores a los que se pretenden evitar,
mientras que en el estado de necesidad se parte de que uno de los bienes en riesgo tiene
un valor superior al otro, motivo por el cual se entiende justificado el sacrificio del
segundo (Lorenzo, 2005).

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Es menester indicar que este criterio ha sido descartado por parte de la doctrina al
considerar que en supuestos complejos y límites en que el bien salvado sea propio y el
mal causado fuese igual al que se pretendía evitar, por razón de la lógica preferencia de
la apreciación de las causas de justificación por considerarse conforme a derecho el acto,
se relegaría a un papel residual a al miedo insuperable a los casos en que no fuera
apreciable el estado de necesidad.
Sin embargo, no siendo este el fundamento de la eximente, considero que la
diferencia trascendental debería recaer sobre si la resolución del conflicto es o no
justificable desde una perspectiva objetiva. Debemos recordar que la eximente parte de
la subjetividad conferida por el pronombre mío y la protección del bien jurídico no es
justificable más que desde esa postura.

6. Aproximación al tratamiento jurídico-penal de la Violencia


de Género
6.1. La necesidad de la perspectiva de género en el ordenamiento jurídico
Estudiado el miedo insuperable, debemos hacer un breve inciso sobre la perspectiva
de género a efectos de realizar un análisis jurisprudencial más completo. Son muchos
quienes en los últimos años han criticado el derecho penal por el androcentrismo en que
se fundamenta tanto la norma jurídica, como su interpretación (Larrauri, 2008).
Respecto a la ley, al configurarse en base a los valores y creencias sociales, refleja
las diferencias de la estructura social, legitimando la ideología de género y las relaciones
de poder que en ésta se producen.
Ello supone que la norma escrita construye el género desde el patriarcado, sus
estereotipos y roles de género. Así, la mujer se configura como cuidadora y protectora de
la familia, sin concebirla como alguien con voluntad y deseos propios (González &
Muñoz, 2019;Núñez, 2021).
Consiguientemente, al asociar tales características con el concepto mujer, el hecho
de delinquir se ve doblemente sancionado: por un lado, esa mujer será estigmatizada por
razón de ser delincuente; y, por el otro, el hecho de delinquir se entenderá como una
contravención de la naturaleza humana de la “mujer”, por lo que el acto será aún más
reprochable.

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También encontramos el estereotipo de género cuando la mujer es víctima de algún
delito, especialmente, los de naturaleza sexual. La fuerza del mismo es tal, que ha
construido un prototipo de víctima idea mediante el que los tribunales analizan a las
denunciantes para valorar la veracidad de su relato. Así, cuando una mujer violentada no
se subsume al concepto de víctima o al síndrome de la mujer maltratada, los jueces
tienden a cuestionar su credibilidad, hasta el punto de negarla (Walker, 2009).
Por todo la perspectiva de género es esencial: nos permite comprender y analizar
los hechos que suscitan conflicto sin caer en roles ni en estereotipos de género que, con
total seguridad, inducen a prejuicios y discriminaciones infundadas.
a. Especial necesidad en el caso del Estado Español
La perspectiva de género es necesaria en España, ya que, de conformidad a las
estadísticas que merecen total credibilidad, el 24,4% de las mujeres españolas de más de
16 años, han sido víctimas de VIGE en algún momento de su vida (DGVIGE, 2020) 1.
Pese a ser una violencia tan prevalente, los datos oficiales apuntan a la existencia de una
elevada cifra negra al indicar que solo entre 25.000-33.000 víctimas de VIGE denuncian
anualmente(INE, 2022).
Algunas de las causas que provocan tal diferencia son, por un lado, que las mujeres
tardan de media 8 años en denunciar las agresiones sufridas, ya sea por temer al agresor,
sentirse culpables/responsables de la situación o depender económicamente del agresor;
y, por el otro, el miedo al proceso(FII, 2019). Esta última causa deriva del trato conferido
por los agentes jurídicos que han cuestionado, negado y culpado a las víctimas de los
abusos sufridos, lo que ha llevado a desconfiar considerablemente del sistema. Es
menester indicar, pero, que desde 2019 los tribunales han avanzado y cada vez más
adoptan medidas de protección para salvaguardar la seguridad de las víctimas.
Todo ello puede combatirse con la perspectiva de género que, de hecho, se ha
introducido mediante la LO10/2022, cumpliendo con las obligaciones de la CEDAW y el
Convenio de Estambul, para luchar contra las violencias sexuales y la VIGE. Esta ley
pretende crear un sistema asistencial confiable para quienes las hayan sufrido y
erradicarlas abordándolas integralmente para deconstruir los estereotipos que las
sustentan.

1 Dirección General de Violencia de Género – Ministerio de Igualdad

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6.2. Teorías explicativas de la Violencia de Género en el ámbito de la pareja
a. La Teoría del Ciclo de la Violencia
El círculo de la violencia de Walker es un modelo teórico usado para explicar la
VIGE,. (Walker, 2009). Esta teoría de la Dra. Walker consta de tres etapas:

1. Fase de la tensión: durante esta fase, la tensión empieza a acumularse en la


relación. Pueden surgir discusiones menores, críticas y otras formas de abuso
verbal por parte del agresor, quién empezará a acumular hostilidad y desagrado
hacia la víctima. Por su parte, ésta puede intentar calmar al abusador o evitar el
conflicto.
2. Fase de la agresión: en esta, se produce el abuso físico y/o sexual. El agresor
ejercerá el dominio sobre la víctima, que quedará herida (puede que
gravemente) y bloqueada (en la primera agresión). Con el tiempo, podrá
predecir cuándo ocurrirán las agresiones, lo que la llevará a intentar protegerse
o a postergar tal estallido de violencia.
3. Fase de la luna de miel: Tras el estallido de violencia, llega la calma. Ante la
sorpresa, horror y terror de la víctima, el agresor mostrará arrepentimiento,
asistirá a la víctima y, mostrándose “cariñoso y dulce”, prometerá no volver a
golpearla. La creencia de la víctima en tal posibilidad llevará a la reconciliación.

Tras esta fase, el ciclo se reinicia, debiéndose indicar que con cada repetición, la
violencia se intensifica, volviéndose más peligrosa.
Esta teoría permite apreciar que la víctima ve reforzada su conducta de dos modos:
primero, encontramos un refuerzo negativo en la sumisión alimentada por el deseo de
evitar futuras agresiones; y, segundo, la fase de luna de miel, mediante el “mimo y cariño”
sentido, operará como un refuerzo positivo para mantener la relación amorosa (Cuervo
Pérez & Martínez Calvera, 2013).
b. El Síndrome de la Indefensión Aprendida
El síndrome de la indefensión aprendida nos permite comprender el fenómeno
psicológico de porqué las mujeres se mantienen en relaciones de maltrato. Cuando una
persona está sometida de forma reiterada y no contingente a situaciones de shock, ésta se
vuelve incapaz de evitar lo que le produce dolor y sufrimiento, aun cuando la escapatoria
es plausible y obvia a simple vista para quienes no han sufrido ese maltrato. (Seligman,
1972)

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En VIGE, las mujeres que han sido maltratadas con habitualidad experimentan una
reducción de la capacidad de reacción ante tales situaciones. La exposición a un estímulo
con tal poder inhibe el instinto de supervivencia de la víctima, volviéndola incapaz de
reaccionar con enfado, huir o defenderse ante una agresión, adoptando un rol pasivo ante
la seguridad de que cualquier reacción defensiva llevaría a una agresión.
Conectando la indefensión aprendida con la teoría del círculo de la violencia, ésta
se produce con la repetición del círculo. Es entonces, cuando la víctima se siente atrapada
en una espiral de abusos, que pierde la capacidad reactiva, pues pese a cambiar su modo
de reaccionar ante el enfado de su agresor, la respuesta será siempre la misma: el dolor.
Así, la indefensión aprendida es la materialización del rendirse ante el inevitable
sufrimiento tras pasar por un proceso de aprendizaje en que la víctima acaba asumiendo
que no puede hacer nada para cambiar ese destino (Azaustre, 2004).
c. Síndrome de la Mujer Maltratada
Vistos los modelos teóricos clásicos que permiten explicar el maltrato habitual,
debemos abordar el síndrome de la mujer maltratada. Éste se compone de la explicación
conjunta de las teorías previamente explicadas, generando un patrón sintomático
particular fruto del abuso físico, psicológico y sexual en el marco de una relación amorosa
(Larrauri, 2008), entre los que destacan:

I. Trastorno de Estrés Post-Traumático (TEPT): este se materializa en un estado


de hiperalerta permanente, elevados niveles de ansiedad, tendencia a conductas
evitativas, anhedonia, el verse perseguido por recuerdos intrusivos del evento
traumático, entre otros (Díaz, 2002).
II. Afectación de las relaciones interpersonales posteriores: el recuerdo del
ejercicio de poder y el control de la pareja agresora llevará a inevitables
reacciones en relaciones románticas futuras, fruto del miedo y del aprendizaje
experimentado durante la relación abusiva.
III. Distorsión de la imagen corporal y/o dolor físico o somático: tras los abusos,
las víctimas tienden a menospreciarse físicamente y a desarrollar un trastorno de
la imagen corporal. Asimismo, consecuencia de las golpizas, cabe la posibilidad
de que se desarrolle dolor de por vida a raíz de alguna lesión grave.
IV. Problemas en la intimidad sexual: el miedo, la humillación y la inseguridad son
consecuencia natural tras sufrir violaciones maritales, abusos sexuales durante el
embarazo o abortos forzados.

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A los principales síntomas comentados, debemos añadir problemas de autoestima
derivados del “desempoderamiento” sufrido durante los abusos -especialmente el
psicológico- y el desarrollo de otros trastornos, tales como el insomnio, depresión,
trastorno dependiente y/o adaptativo (Walker, 2009;Flórez, 2016).

7. Análisis jurisprudencial del Miedo insuperable


A efectos de contrastar las hipótesis formuladas al inicio del trabajo, hemos
analizado 30 sentencias de entre 1979 y 2022 en las que se valoró la aplicación del miedo
insuperable o su aplicación inserto en la legítima defensa. Si bien la cifra no nos permite
extrapolar los resultados a la generalidad de los casos, los tribunales deben ser
congruentes en cuanto al modo de aplicar el derecho, por lo que las observaciones que a
continuación se expondrán prometen ser significativas.
El análisis realizado consta de tres fases: una primera en que se valoran los
requisitos de aplicabilidad y su evolución; una segunda en que se analiza la confusión que
estos criterios generan en cuanto a la distinción del miedo insuperable respecto de otras
figuras; y, finalmente, una tercera que analiza casos en que la mujer víctima de VIGE
agrede o atenta contra la vida de su agresor, presa del miedo, a efectos de valorar la
aplicabilidad de la eximente a estos supuestos.
En primer lugar, en cuanto a los requisitos de aplicabilidad, hemos apreciado la
existencia de una evolución. Con el cambio en el redactado del miedo insuperable en el
CP95, se eliminó el requisito de la comparativa de males. Pese a ello, no fue hasta el año
2000 que el TS(STS 1439/2000) dejó de exigir este requisito como elemento esencial
para apreciar su concurrencia como eximente completa. Ello, podría explicarse en
atención a causas pendientes en que, si bien el TS indicó el cambio legislativo (STS
1495/1999), ante la ausencia de petición de las defensas de apreciar la eximente conforme
a la nueva legalidad vigente, continuó aplicándose la versión del CP73.
Sin embargo, es preciso indicar que este criterio se siguió exigiendo por parte de
algunas AAPP transcurrida una década de su abolición, siendo algunas de ellas la SAP
Zaragoza 117/2008 y la SAP Toledo 2/2011. Esto, a mi parecer, pone de manifiesto dos
cuestiones alarmantes: primero, el desconocimiento de la doctrina jurisprudencial, lo que
sugiere que estas AAPP no actualizan su conocimiento sobre la aplicación del derecho;
y, segundo, que desconocen la normativa penal hasta el punto de no estar al corriente de
los cambios legislativos.

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Tales conclusiones, pese a poder parecer radicales para el lector, enraízan en que el
CP95 no sólo trajo modificaciones en la eximente del miedo insuperable, sino que
comportó la supresión de otras, como la fuerza irresistible, a efectos de incrementar la
aplicabilidad del 20.6CP.
Consiguientemente, el cambio fue lo suficientemente sustancial como para
comprender que la supresión de la comparativa de males del redactado pretendió
reconducir la eximente a una valoración más subjetiva, algo que el TS ha manifestado
reiteradamente (vid. SSTS 2067/2002; 1505/2005; 180/2006).
En cuanto a los requisitos vigentes, desde el 2000 existe una corriente
jurisprudencial que, con ciertos matices, evalúa cuatro criterios: (i) la concurrencia de un
temor que sea invencible, comportando la anulación de la voluntad del sujeto; (ii) que el
miedo se inspire en un hecho efectivo, real y acreditado; (iii) que el miedo sea insuperable
para el hombre medio; y (iv) que el miedo sea el único móvil de la acción.
Recordando las críticas realizadas en apartados anteriores respecto a que el miedo
sea el único móvil, ya hemos comentado que no debería entenderse incompatible con la
concurrencia de otros. Probablemente, el hecho de sentirse aterrado irá aparejado de otras
emociones como la vulnerabilidad, la rabia o la ira contra el mal amenazante. Ello no
debe suponer un impedimento en sí mismo, siempre que el móvil principal del delito sea
el miedo.
En cuanto a que el miedo se inspire en un hecho efectivo, real y acreditado, es un
requisito que en ocasiones ha sustituido el “acreditado” por la inminencia. Este criterio,
a mi parecer, parte de un error conceptual. Quién obra impulsado por el miedo es quién
tiene la reacción inmediata, fruto de percibir una amenaza con estas características, pese
a que dicha amenaza pueda llegar a ser putativa.
Considerar tal cuestión es clave porque, recordando que la eximente se ubica en la
categoría de la culpabilidad, carece de sentido analizar las características del hecho para
determinar si una emoción personalísima concurrió o no. Con ello no pretendo afirmar
que toda situación de miedo deba ser excusada penalmente, sino que debiéndose valorar
el estado del sujeto para con las circunstancias, se determine si era razonable percibir el
mal amenazante advertido, pese a ser putativo; esto es, la consideración de un mal como
real, cuando es inexistente.
El miedo, a fin de cuentas, es una emoción personalísima cuya construcción parte
de la experiencia vital. De ahí que lo que deba valorarse no sea si existió algo que
ocasionara ese miedo, sino que se evalúe la razonabilidad del miedo sentido.

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A todo ello, sumamos que también cabe la posibilidad de reacción de tal modo ante
la identificación de un patrón que llevará a la materialización de un mal.
Siendo este el caso del maltrato habitual, que una persona reaccione agrediendo a
su abusador a sabiendas de que éste probablemente la agredirá, no podría excusarse pese
a ser el caso por antonomasia en que cabría apreciar la eximente de forma completa.
El tercer requisito exige que el miedo sea insuperable para el “hombre medio”. Si
bien su finalidad es valorar la justa oportunidad del sujeto de haber podido obrar conforme
a derecho, el modo en que se aplica consiste en la creación de múltiples hipótesis acerca
de conductas alternativas que se hubiesen podido tener, olvidándose de la subjetividad
con que debe analizarse la situación.
Así, por ejemplo, la STS 996/2011 manifiesta que una madre sometida a amenazas
y maltrato por parte de su marido debió haber protegido a la hija, de quién también
abusaba, porque su responsabilidad era la de proteger, cuando lo cierto es que el maltrato
que sufrió le arrebató la autonomía, dejándola indefensa. La no valoración de la
subjetividad supone una vulneración del principio de culpabilidad, a la par que el de
inexigibilidad subjetiva.
Finalmente, en cuanto a la invencibilidad del miedo entendida como la anulación
de la voluntad, la doctrina se ha dividido en cuanto a su valoración hasta el punto de que
el propio TS valora el concepto de anulación distintamente según el magistrado ponente
encargado del caso. El concepto anulación ha sido interpretado de dos modos: uno en
sentido literal, entendiendo que el miedo debe llevar a la pérdida total de la capacidad,
más que a su aminoración; y otra en que se matiza el concepto, entendiendo que no
consiste en la inimputabilidad de la persona por razón de la pérdida de las capacidades
cognitivo-volitivas, sino en la afectación de las mismas sin que se anulen (SSTS
180/2006; 152/2011).
El problema de la primera interpretación es que se mezclan los fundamentos del
miedo insuperable y del trastorno mental transitorio (STS 240/2016), entendiéndolos
idénticos. Esta identidad lleva a que no solo se genere confusión hasta el punto de impedir
la distinción de ambas figuras, comportando que la tendencia de los tribunales llevará a
aplicar la eximente cuyos requisitos sean más laxos, reduciéndose así la aplicabilidad de
la otra; sino que también condena al miedo insuperable a aplicarse como eximente
incompleta o atenuante analógica en la mayor parte de casos, por valorar que cuando
exista una disminución de las capacidades cognitivo-volitivas, concurre parcialmente
(SAP Málaga 5/2012).

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Desgraciadamente, es la situación en la que se encuentra el miedo insuperable, pues
de las 30 sentencias analizadas, solo dos aplican la eximente completa y la mayoría de las
que la aprecian de forma incompleta, lo hacen bajo la consideración de que al haber una
disminución de las facultades psíquicas, no puede más que apreciarse parcialmente.
Una salida que la jurisprudencia parece haber encontrado a la aplicación residual
de esta eximente, es su apreciación inserta en la legítima defensa intensiva. En estos
supuestos, cuando la legítima defensa solo se aprecia como eximente incompleta, para
cuando el autor del delito hubiese delinquido como consecuencia del miedo sentido, cabe
la posibilidad de apreciar el miedo insuperable inserto en la legítima defensa a efectos de
eximir de responsabilidad penal al individuo (SSTS 1439/2000; 4270/2005; 645/2014;
677/2015).
Ello así en atención a que, al eximir parcialmente de responsabilidad penal ambas
figuras, se entiende que técnicamente son compatibles, a la par que se entiende lógico que
la legítima defensa absorba la emoción de miedo sentido que impulsa a obrar
defensivamente.
Por contrapartida, no ha lugar a la apreciación del miedo insuperable inserto en la
legítima defensa putativa, ya que la jurisprudencia exige la concurrencia de una agresión
ilegítima para poder apreciar en cualquier modalidad dicha figura. Siendo este el mismo
criterio que los tribunales aplican para apreciar el miedo insuperable, ninguna de las dos
figuras podría apreciarse. El único modo de considerar la concurrencia del miedo
insuperable inserto en la legítima defensa putativa sería vía error de prohibición (14.3CP),
por incurrir en un error (in)vencible sobre la ilicitud del hecho constitutivo de la
infracción penal que llevaría a la exclusión de responsabilidad criminal en caso de no
haber errado. Sin embargo, no hemos conseguido encontrar sentencia alguna sobre la
aplicación de tal figura.
Hechos los correspondientes comentarios sobre las dos primeras fases del análisis
jurisprudencial, corresponde ahora adentrarnos en el estudio de los casos VIGE. A
diferencia de lo ocurrido con las observaciones anteriores, no podemos extraer una
conclusión general de las sentencias analizadas. El motivo de ello reside en que depende
del tribunal o del magistrado ponente del caso enjuiciado. En algunas sentencias
apreciamos una mayor sensibilización con el tema, en cuyo caso el ponente comprende
las repercusiones psíquicas que se derivan del maltrato habitual reiterado en el tiempo.

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Este es el caso de las SSTS 2067/2002; SAP Alicante 223/2010; SAP Toledo
2/2011, de la SAP Málaga 5/2012 y la SAP Guadalajara 344/2019, en que los tribunales
entendieron que consecuencia lógica del sometimiento a un maltrato habitual extendido
en el tiempo, la víctima deviene capaz de identificar los patrones o características de la
situación que permiten predecir cuándo va a ocurrir una agresión. Las resoluciones fallan
del siguiente modo: se aprecia la eximente incompleta de miedo insuperable en las SSAP
de Alicante y de Málaga; el miedo insuperable inserto en la legítima defensa en la STS y
al miedo insuperable como eximente completa en las SSAP de Toledo y Guadalajara.
Es menester indicar que considero que tanto en el caso de Málaga, como en el de
Alicante posteriormente ratificado en la STS 152/2011, debió haberse apreciado la
eximente completa, algo que no se hizo como consecuencia de la no comprensión de que
el miedo insuperable lleva a una disminución de las facultades cognitivo-volitivas y no a
su supresión.
Por otro lado, encontramos sentencias que no presentan este grado de
sensibilización con la VIGE. Lógico resulta que no se aprecie en la STS 3963/1979, por
razón de la poca visibilización y denuncia social acerca de la misma . Sin embargo,
considerando que la LO de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género
es de 2004, año en que ya existía una fuerte denuncia social y consciencia sobre la VIGE,
resulta reprochable que no se identifique el maltrato ante indicios claros contenidos en
los hechos probados en el relato comprendido en la STS 1505/2005, o que en el ejemplo
anteriormente comentado de la STS 996/2011 se exija el cumplimiento del rol de
cuidadora a una mujer a quien se le ha arrebatado totalmente la identidad en el marco de
una relación de VIGE, o que en la STS 1572/2018, en que se acusaba de falso testimonio
a una mujer que, siguiendo los órdenes de su marido, se dejó golpear brutalmente, acusó
falsamente a dos hombres de un delito de prostitución forzada, habiendo quedado probada
la existencia de maltrato habitual físico y psicológico y haciéndose constar así en los
hechos, el TS asuma que como a raíz de su matrimonio obtuvo ciertos beneficios en
cuanto a su situación personal, resultaba imposible considerar que dicha mujer pudiera
temer a su marido y, por ende, no había posibilidad alguna de apreciar la concurrencia
del miedo insuperable.
Finalmente, y concluyendo, queremos hacer dos pequeños apuntes acerca de la
perspectiva de género. Ya comentamos la razón de su importancia para el derecho penal
español y es preciso comentar que las únicas sentencias en que es apreciable dicha
perspectiva fueron aquellas en que se apreció el miedo insuperable, encontrando incluso

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el uso de lenguaje inclusivo en la STS 2067/2002 al cambiar la denominación hombre
medio por persona media. Podría parecer una nimiedad, pero su relevancia reside en el
hecho de que hablar de persona en lugar de hombre, lleva aparejada una ideología de
igualdad entre hombres y mujeres en que no se discrimina a la mujer por delinquir.
Desgraciadamente, es el único ejemplo.
No es casualidad que las SSTS en que identificamos los roles de género que asignan
a la mujer la función de cuidadora por encima de su propio bienestar, sean en las que no
se aprecie el miedo insuperable. El motivo yace en que no se puede apreciar aquello que
no se entiende y, desgraciadamente, seguimos teniendo un poder judicial que predica los
valores sociales tradicionales de una sociedad patriarcal. Sin embargo, del análisis
realizado, se desprende que hay un avance progresivo que, si bien se desarrolla muy
lentamente, ha mejorado considerablemente respecto del siglo pasado. Pese a ello, aún
queda un largo camino por recorrer.

8. Propuesta de reforma del miedo insuperable


8.1. Sobre la necesidad de un nuevo redactado
Tras haber realizado el análisis jurisprudencial hemos podido apreciar que, tal y
como advertíamos al inicio del trabajo, jurisprudencia y doctrina parten de criterios
distintos en cuanto al análisis y valoración del miedo insuperable. Habitualmente las
diferencias no suelen suponer un problema en sí mismas, pero sí lo hacen cuando el origen
de las mismas parte de un error. Partiendo de esta constatación, dos son los comentarios
que debemos hacer al respecto.
En primer lugar, hemos podido apreciar que las disputas doctrinales acerca de la
naturaleza jurídica de la eximente no son cosa del pasado. En varias sentencias hemos
podido apreciar cómo se valoraba el grado de afectación que las capacidades cognitivo-
volitivas del sujeto agresor debían tener a efectos de poder valorar la concurrencia de la
eximente. En la mayoría de casos, se consideraba dichas capacidades debían quedar
anuladas y que, para el caso en que sólo se vieran afectadas, estaríamos ante un caso de
eximente incompleta, siendo residuales los casos en que el propio TS ha valorado que
para apreciar el miedo insuperable las capacidades cognitivo-volitivas debían quedar
afectadas, que no anuladas.

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Más allá que esto ponga de manifiesto la existencia de divergencias interiores en el
TS en cuanto a dicha figura, lo cierto es que sienta dos opiniones: una en que se valora
que el miedo insuperable es un supuesto de inimputabilidad momentánea y una segunda
en que se la trata como causa de inculpabilidad.
En segundo lugar, de los requisitos planteados por el TS cuya concurrencia es
necesaria para valorar la eximente completa del miedo insuperable, el relativo a “la
concurrencia de un temor que sea invencible, comportando la anulación de la voluntad
del sujeto” vendría a confundir el miedo insuperable con el trastorno mental transitorio.
En dicho criterio se vendría a exigir la total anulación de la voluntad de quién obra
impulsado por miedo insuperable, que no la atenuación de dichas facultades cognitivo-
volitivas, rasgo característico y diferenciador de ambas figuras.
El problema que ello suscita parte de una mala comprensión de la figura del miedo
insuperable, la cual se asimila en cuanto a su fundamento con el trastorno mental
transitorio, aun cuando la doctrina ha sido clara al indicar que de no identificarse tal
diferencia entre ambas figuras, ambas figuras vendrían a solapar su ámbito de aplicación,
absorbiendo el trastorno mental transitorio el espacio que el ordenamiento jurídico
pretendió conferir al miedo insuperable con su creación y reforma en 1995.
Vistas estas consideraciones, en cuanto a la pregunta sobre si resulta necesaria la
modificación del redactado del miedo insuperable, la respuesta debe matizarse. El
problema del que partimos es de una deficiencia teórica en cuanto al estudio de dicha
eximente. Este déficit en cuanto al conocimiento y estudio del miedo insuperable puede,
a mi parecer, abordarse de dos formas distintas, consistiendo la primera en realizar un
estudio más profundo por parte de jueces y tribunales a efectos de subsanar tal déficit, en
cuyo caso no sería necesario reformar el 20.6CP. La segunda vendría a proponer
justamente lo opuesto, a saber: reformar el redactado del miedo insuperable a efectos de
identificar los requisitos esenciales del miedo insuperable para garantizar que el TS aplica
debidamente la figura y no crea por medio de la jurisprudencia unos requisitos de
aplicabilidad que no se ajustan al contenido y significado propio de la figura.
A mi parecer, si bien es cierto que el estudio de la figura permitiría eludir el tener
que reformar una ley orgánica, con las dificultades que la mayoría cualificada
constitucionalmente exigida comporta, lo recomendable sería advertir a los jueces y
magistrados de este error sistemático en que se lleva incurriendo a lo largo de los últimos
30 años para rectificarlo dedicando un mínimo de tiempo de estudio y así modificar el
criterio jurisprudencial vigente.

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No obstante, si bien mi parecer es compartido por otros autores, la solución que
pudiera parecer más simple, no siempre es la más sencilla, algo que resulta apreciable en
que el criterio jurisprudencial erróneo siga manteniéndose tras 30 años, reafirmándose
contundentemente en la STS 240/2016. Por este motivo, si bien considero que las
reformas deberían reservarse para supuestos de verdadera necesidad, resultaría más
rápido crear un nuevo redactado en que se explicitasen los requisitos esenciales del miedo
insuperable.
Dicho redactado, en pro del principio de economía legislativa y a fin de garantizar
que la figura sea aplicable a la totalidad de casos en que pudiera llegar a concurrir el
miedo, debe comprender los requisitos esenciales de la figura, sin establecer
especificidades relativas a supuestos concretos. Así, si bien es cierto que los supuestos de
VIGE plantearían la necesidad de valorar el caso desde una óptica distinta a la que podrían
plantear otros supuestos, no sería adecuado configurar un redactado para el miedo
insuperable que sólo abordase las situaciones de VIGE, pues lo que requieren estos casos
no es un abordaje legislativo específico, sino que el juez/magistrado juzgador aborde el
caso con perspectiva de género.
8.2. Propuesta de redactado
Con todo lo expuesto y el abordaje teórico previamente realizado, la propuesta de
redactado de miedo insuperable que en este trabajo presentamos es la siguiente:

6.º El que obre impulsado por miedo insuperable, siempre que concurran los
siguientes requisitos:

Primero. Que el miedo se fundamente en la creencia racional de la existencia de


un mal amenazante dirigido a los bienes jurídicos del propio sujeto o a los de sus
familiares más allegados.

Segundo. Que la insuperabilidad del miedo suponga una afectación de las


capacidades cognitivo-volitivas del sujeto, sin que ello suponga la anulación de las
mismas.

Tercero. Que la situación que origina el miedo no haya sido provocada


intencionadamente por quién alega haber obrado impulsado por el mismo.

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9. Conclusiones
Finalizado el estudio de campo con que pretendíamos dar respuesta a las hipótesis
y objetivos formulados al inicio del trabajo, procede ahora exponer las conclusiones
extraídas a efectos de resolver dichas interrogantes.
En primer lugar, respecto de la primera hipótesis en que se planteaba que “el miedo
insuperable no se aplica en la actualidad bajo la modalidad de eximente completa”, debe
considerarse falsada, pues tal y como se ha podido apreciar en el análisis jurisprudencial,
en los últimos 30 años, al menos en dos ocasiones se apreció la eximente completa. No
obstante, pese a que dicha hipótesis debe entenderse falsada, dicha conclusión merece
una importante precisión: si bien es cierto que encontramos dos casos en que el miedo
insuperable se aplicó como eximente completa, también lo es que su apreciación en tal
modalidad debió haberse apreciado en varios supuestos más.
Como ya indicamos en el análisis jurisprudencial, esta figura tiene un gran potencial
en cuanto a su aplicación a supuestos de malos tratos y de protección de bienes jurídicos
propios o de familiares próximos. Sin embargo, esto no se ha traducido así en la práctica
como consecuencia de exigirse la concurrencia de requisitos que vendrían a mezclar
varias figuras jurídicas, induciéndose a error sobre lo que realmente es el miedo
insuperable
Tal afirmación enraíza con lo defendido con la segunda hipótesis, en que se
defendía que “la jurisprudencia actual plantea dudas acerca de la referida eximente que
parecen indicar la ausencia de una delimitación conceptual clara en su aplicación
práctica”. Dicha hipótesis se plantó al considerar que el motivo que llevaba a la
prácticamente nula apreciación y aplicación de dicha eximente se debía a que, al exigirse
por la jurisprudencia la concurrencia de un conjunto de requisitos que inducen a error en
cuanto a la distinción del miedo insuperable para con otras eximentes, la tendencia
práctica de jueces y tribunales llevaría en apreciar aquellas eximentes cuya valoración
fuera más clara y sencilla, eludiendo la apreciación de figuras que, por su mala
delimitación jurisprudencial, son confusas y complejas de analizar.
En este sentido, si recordamos que el TS ha venido exigiendo que el miedo
insuperable debe consistir en “la concurrencia de un temor que sea invencible,
comportando la anulación de la voluntad del sujeto”, podemos apreciar que uno de los
requisitos esenciales vendía a confundir el miedo insuperable con el trastorno mental
transitorio.

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Debemos recordar que el miedo insuperable supone la afectación de las capacidades
cognitivo-volitivas del sujeto, que no su anulación, algo que sí ocurre con el trastorno
mental transitorio. Si confundimos este elemento esencial de ambas figuras, se genera
una identidad entre ambas, comportando ello que la figura con mayor claridad y
flexibilidad sería aquella que gozaría de total aplicabilidad, en contraposición con la otra,
la cual quedaría prácticamente en desuso.
Siendo esto lo que ha ocurrido, hasta el punto en que el propio TS afirmó que el
fundamento y naturaleza jurídica de ambas figuras es el mismo (STS 240/2016), resulta
obvio que el miedo insuperable carece de delimitación conceptual en la jurisprudencia.
En cuanto a la última de las hipótesis en que defendíamos que “el miedo insuperable
permitiría atenuar o eximir la responsabilidad penal de las mujeres víctimas de VIGE en
aquellos casos en que éstas atentaran contra la integridad física o la vida de su pareja,
aunque no concurriera simultáneamente una agresión ilegítima por parte de ésta última”,
debemos estimarla también como contrastada.
Para valorar dicha premisa, desarrollamos un estudio acerca del síndrome de la
mujer maltratada que, si bien no siempre concurre en todas las víctimas de VIGE, presenta
una elevada prevalencia entre las mismas. Dicho síndrome comporta que, consecuencia
del sometimiento de una persona a malos tratos habituales, esta vive en un estado de
miedo permanente durante la relación de pareja, pudiendo desarrollar, inclusive, un
trastorno de estrés post-traumático. Esta afección sería una de las que nos permitirían
comprender por qué en ciertas ocasiones, cuando la víctima identifica el patrón previo a
la agresión, ésta acaba reaccionando presa del miedo, agrediendo a su agresor para evitar
la agresión que sabe que con total probabilidad acaecerá.
Volviendo al análisis jurisprudencial realizado en que diez de las treinta sentencias
analizadas versaron sobre casos análogos a la situación que en esta hipótesis
planteábamos, la premisa acerca de la idoneidad de la figura para explicar la conducta de
la agresora en estos casos resulta perfectamente apreciable. En dichos casos, como ya
hemos comentado, se aprecia el miedo como un tipo de temor que, si bien afecta a la
persona, no anula totalmente sus capacidades cognitivo-volitivas, lo que vendría a
subsumirse perfectamente al concepto de miedo insuperable.
Sin embargo, tal y como ya hemos indicado en varias ocasiones, la apreciación de
la eximente ha sido parcial en la mayoría de casos como consecuencia de la indebida
exigencia de la anulación de facultades cognitivo-volitivas del sujeto; y, para los casos en
que se no se apreció, los motivos que llevaron a su desestimación eran fruto de una

36
carencia de total sensibilización para con el fenómeno de la VIGE y de las repercusiones
psíquicas que éste tiene sobre las víctimas. Sin embargo, que la no apreciación de la
eximente resida en la carencia de sensibilización y de perspectiva de género del juez
sentenciador, no supone que el miedo insuperable no sea idóneo para estos casos, sino
que lo que pone de manifiesto es la necesidad de formar en perspectiva de género a los
magistrados a efectos de que comprendan mejor la realidad que se predisponen a
enjuiciar.
Con todo ello, podemos afirmar que esta tercera hipótesis se estima como
contrastada.
Finalmente, el último elemento que falta por responder es la pregunta de
investigación inicial. En esta nos preguntábamos si era necesario modificar el redactado
del miedo insuperable a efectos de procurar su aplicación a supuestos que sobre el plano
teórico resultarían perfectamente subsumibles al miedo insuperable -como los supuestos
VIGE-, pero que por sus características concretas, deben ser valorados de un modo
específico.
Recuperando algunas de las conclusiones previamente formuladas, la VIGE precisa
de una valoración que parta de la perspectiva de género. Ello no supone más que, por un
lado, evaluar el supuesto de hecho desde la perspectiva de la victimización, pues en estos
casos la víctima de VIGE tiene la doble condición de víctima-agresora; y, por el otro,
exige valorar el supuesto mediante una óptica que tenga en consideración la diferencia
entre hombres y mujeres parte de diferencias asignadas por la determinación biológica,
pero también cultural, siendo ello esencial en VIGE.
Esto no exige su traducción a nivel legislativo, sino que debe garantizarse mediante
la formación de jueces y tribunales, pues no sólo es una cuestión requerida para esta
tipología de casos, sino que también se constituye como una de las más esenciales
garantías de la igualdad real y efectiva.
Sin embargo, que no estime oportuno especificar tales supuestos en la normativa -
pues a mi parecer supondría la vulneración de principios tan básicos como el de economía
legislativa y podría llevar a la perversión de usar tal técnica normativa de un modo
excesivo e injustificado-, no implica que no estime necesario reformar dicho precepto.
El TS ha incurrido en un error sistematizado durante 30 años que ha llevado a
confundir el miedo insuperable con el trastorno mental transitorio.

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Si bien el déficit podría subsanarse por medio del estudio teórico de dicha eximente,
lo cierto es que no parece haber tenido esa voluntad pese a ser varios los autores que han
puesto de manifiesto este mismo problema. De ahí que, a efectos de garantizar rectificar
la doctrina jurisprudencial, haya propuesto un nuevo redactado para el miedo insuperable
en que se expliciten los requisitos esenciales del mismo, siguiendo la estela de lo ocurrido
con la legítima defensa y el estado de necesidad.
Esto, junto al resto de consideraciones formuladas, ponen de manifiesto que el
miedo insuperable tiene una potencial aplicabilidad mayor a la que se le está confiriendo
actualmente, pues permite comprender fenómenos sociales que, desgraciadamente,
presentan unos niveles de prevalencia extraordinariamente elevados. Apreciar
debidamente esta figura podría ser la respuesta a la necesidad que nuestro sistema judicial
plantea en cuanto a promover la sensibilización y comprensión de la VIGE, especialmente
en la cúspide del poder judicial.

10. Limitaciones y posibles vías de investigación futura


Para concluir el presente estudio, me gustaría aportar una visión crítica del trabajo
realizado.
En primer lugar, debemos valorar que el estudio realizado con los materiales
obtenidos a raíz de la investigación que efectuada, ha permitido resolver las incógnitas y
contrastar las hipótesis que fueron planteadas al inicio del trabajo. Ello, sumado a que se
han cumplido los distintos objetivos planteados junto a las hipótesis, permite afirmar que
se ha podido realizar el trabajo y, además, con éxito.
En segundo lugar, debemos indicar que el trabajo se ha visto aquejado de una única
limitación: el tiempo. Si bien desde un inicio se sabía que el trabajo tendría una duración
máxima de nueve meses, lo cierto es que se partía de un planteamiento ambicioso.
Inicialmente, se pretendía que el análisis jurisprudencial se hiciese en base a una mayor
cantidad sentencias, ya que al ser un estudio cualitativo, para poder extraer conclusiones
extrapolables a nivel general, se requiere de un estudio amplio y profundo del tema.
Pese a ello, si bien la cantidad de sentencias estudiadas no ha sido la deseada, lo
cierto es que los resultados pueden ser igualmente generalizados, pues del análisis se pudo
concluir que tanto TS, como las audiencias provinciales siguen una misma corriente
jurisprudencial que sólo en unos pocos casos se ha visto alterada y dicha alteración ha
sido sobre aspectos insustanciales a efectos del presente estudio.

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Este aspecto podría mejorarse en futuras investigaciones sobre el tema: por un lado,
sería recomendable hacer un análisis más completo del que en el presente trabajo se ha
podido realizar y, por el otro, a efectos de valorar si se apreció debidamente la
concurrencia o no del miedo insuperable, sería recomendable estudiar los expedientes
judiciales de los casos que pudieran plantear dudas a efectos de poder realizar una
valoración objetiva más adecuada y con una información más precisa que la obtenida a
través de la lectura de los hechos que los tribunales han estimado probados.

39
11. Referencias
Arrarás Jara, A. (2021). La legítima defensa en contextos de violencia de género.
https://doi.org/10/53623
Azaustre, M. J. (2004). Mujer maltratada. En M. C. Falcón, Malos tratos habituales a la
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STS 1439/2000
STS 2067/2002
STS 1505/2005
STS 4270/2005
STS 180/2006
SAP ZAR 117/2007
SAP ALIC 223/2010
STS 152/2011
SAP TOL 2/2011
STS 996/2011
SAP MAL 5/2012
STS 645/2014
STS 35/2015
STS 677/2015
STS 240/2016
STS 1799/2016
ATS 10489/2018
STS 1572/2018
SAP GUADAL 344/2019
STS 3371/2021
STS 624/2021
STS 959/2021
STS 900/2022
STS 797/2022
STS 1743/2022
STS 246/2022
ATS 825/2022
STSJ CAT 10520/2022

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