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EL CASO MAKANDO

¿Existe la realidad? ¿Cómo es? ¿Es posible conocerla? En


nuestra vida cotidiana damos por sentado que la realidad
existe y consideramos que está al alcance de nuestros
infalibles sentidos. Sin embargo, en ocasiones, dudamos si
sucedió algo realmente o sólo lo hemos soñado.

A veces, ocurren cosas repentinas que nos hacen ver el


mundo de otra forma. Con frecuencia se trata de sucesos
triviales, acontecimientos que por una u otra razón nos
acaban sucediendo y nos cambian la vida para siempre.

Han transcurrido muchos años desde que sucedió lo que


ahora voy a relatar y, sin embargo, el recuerdo permanece
nítido en mi memoria. No es extraño, uno nunca olvida lo
que marca su vida.

***

Una llamada, una llamada de la familia fue el comienzo de


un hecho que estremeció al país. Ese día veintinueve de
abril de 2023 Celia García Escudero, de veinte años, una
joven de la zona, desapareció. Nunca se volvió a saber de
ella.

***

No paraba de llover, yo conducía por la carretera que


discurre junto al riachuelo. De repente, empezó a jarrear
mucho más fuerte. Llovía a mares. Vi una silueta que se
camuflaba entre la niebla y la lluvia. Se abalanzó sobre mi
coche. Pisé el pedal del freno a fondo, pero este no
respondió. El impacto fue terrible. Había atropellado algo.
Me bajé del vehículo y vi el cuerpo de una joven yaciendo
inmóvil en el arcén de la carretera. Me quedé en shock sin
saber cómo reaccionar.

***

Durante toda mi vida me he preguntado por qué reaccioné


así y sé que me lo seguiré planteando hasta que mi corazón
deje de latir. Cogí en brazos a la joven, la introduje en el
maletero del coche y me dirigí hasta casa. No tuve valor
para llamar al 112. Quizás, si la hubiese llevado al
hospital, ella, aún estaría viva y yo, podría vivir en paz sin
este remordimiento que hoy me corroe el alma.

Aparqué en el cobertizo y como alma que lleva el diablo me


dirigí hacia mi habitación. Me quité los zapatos y me
tumbé sobre la cama. No fui consciente de cuándo me
quedé dormido. Me desperté por la mañana y lo primero
que pensé fue que todo podía haber sido un sueño. Volví al
coche para comprobarlo, no lo había soñado. Allí estaba el
cuerpo de la joven, inerte, pálido, helado y rígido. Todo era
real.

El impulso inicial en estas circunstancias es llamar a la


policía. Es importante observar que los actos impulsivos,
originados fuera de la razón, conducen a que perdamos
también el respeto a las maneras. Pensamientos acelerados
y la angustia que sentía aturullaron mi cabeza. La chica ya
estaba muerta y, una simple llamada telefónica me ataría
contractualmente durante veinte años a una misma rutina
al amparo de la sombra, que es lo que dura en promedio la
condena por asesinato.

En el pueblo nos conocíamos todos. Sabía que era Celia, la


hija del joyero. Éramos quintos y habíamos ido siempre
juntos a clase. Persona amable, pero de gran carácter.
Fuimos buenos amigos, sin embargo, perdimos el contacto
cuando ella entró a la universidad a estudiar derecho.

Ni una sola lágrima o sentimiento de compasión por ella y


su familia salió de mí.

***

Un par de días antes del fatídico suceso estuve leyendo


sobre la inteligencia artificial y lo poderosa que podía
llegar a ser. No sabía cómo deshacerme del cuerpo. No
tenía otra opción que buscarlo en internet. Desde el
ordenador de casa, cambié la VPN y puse el servidor en
Tailandia, para que mi IP no fuese reconocida. Se lo
pregunté a la IA. Me dijo que antes de seguir leyendo
metiese el cuerpo en sal para evitar que se desatase la
suspicacia de los vecinos ante la inminencia del hedor a
putrefacción.

Seguí leyendo. Sin duda, lo más eficiente y fácil que podía


hacer era utilizar cal viva y luego ácido clorhídrico. La cal
con el agua formaría una reacción química para hacer
desaparecer los músculos, nervios y tendones y, de la parte
mineral de los huesos se encargaría el ácido clorhídrico. Ya
sólo me quedaría quemar los restos.

***

Yo vivía solo en el caserío Erreniega en Makando, en el


Valle de Bidasoa, Navarra. Un caserío de piedra del siglo
XVI con ventanales grandes y contraventanas rojas tipo
zeta al que se accedía por una pista que subía hacia la
izquierda dirección Gorrezti. Desde allí veía el paisaje
verde de los tupidos bosques de hayas, robledales y
castaños y pequeños riachuelos que los surcaban. El
recuerdo del olor a heno, hierba y tierra mojada hoy sigue
almacenado en una parte de mi cerebro. Lo echo tanto de
menos.

***

Conseguir lo que necesitaba fue fácil. Disponía de ácido


porque era aficionado a la caza y me gustaba curtir los
cueros de los animales. También tenía la cal ya que tres
meses antes blanqueé las paredes de mi caserío y me había
sobrado. Actué rápido.

Durante la noche siguiente me enfrasqué en el asunto.


Antes de empezar, le quité el anillo que llevaba y lo dejé en
mi mesilla en una cajita de caramelos metálica antigua
vacía que tenía guardada. Desalé el cuerpo como si de un
bacalao se tratase en mi bañera. Lo metí en una pileta,
vertí la cal y el agua sobre él y me fui a dormir sin un ápice
de pena. Por la mañana ya no había cuerpo, solo un puñado
de huesos. Por la tarde, ya ni eso. Los pocos restos que me
quedaron se fueron por el desagüe de la bañera. Me
dediqué a limpiar a fondo el coche, lo dejé como la patena.
Cambié las alfombrillas y lo escondí debajo de unas mantas
en el cobertizo del caserío.
Seguía sin ser consciente de lo que estaba haciendo y de
las consecuencias que esto podría tener. De la noche a la
mañana, sin quererlo, había pasado de ser un chaval de 20
años normal a un asesino que desintegraba a sus víctimas
para salvarse el culo. No sé en qué momento una persona
pasa de vivir su vida cotidiana a ir desintegrando cuerpos,
pero, la supervivencia humana es compleja y, a veces, hay
cosas que no deben pensarse pero se hacen y al revés.

Volví a preguntar a la IA cómo olvidar el pasado y


respondió que cambiase mi forma de pensar, dejase atrás a
algunos amigos, fijase objetivos, aprendiese a perdonar y
que dejase de intentar impresionar a la gente. Pero claro,
esos consejos no me valían porque lo que yo quería olvidar
era que de la noche a la mañana me había convertido en un
puto sádico y mi único objetivo era que no me pillasen.

***

Mientras tanto, aunque yo no lo quería ver, la investigación


avanzaba. El caso Makando se convirtió en un asunto de
interés mundial y todos los medios de comunicación iban
transmitiendo la noticia. Celia García Escudero salió de
casa a correr el veintinueve de abril a las siete y media de
la tarde, para mí suerte, sin su móvil. Jamás regresó a su
casa, fue como si se la hubiese tragado la tierra. Su familia
la vio por última vez ese mismo día a la hora de comer.
Nada se sabe sobre su paradero.

Yo estaba muy tranquilo. Además, gracias a la intensa


tormenta, cualquier resto de ADN que podría haber en el
lugar donde atropellé a Celia quedaría borrado, iba a ser si
no imposible, muy difícil encontrar alguna pista que me
inculpara.

***
El tiempo fue pasando y la vida continuaba. La
investigación se archivó en verano. No había nada; ni
pruebas, ni testigos ni posibles culpables. Celia
desapareció sin dejar rastro, la hice desaparecer sin dejar
rastro.
Como ya he contado, no fui consciente de lo que hice, lo
borré de mi mente y decidí olvidar el pasado.

***

La primera vez que estuve con José, su padre, un año


después de lo ocurrido, fue cuando empecé a sentirme
cada vez peor y los recuerdos empezaron a aflorar en mi
cabeza. Ese día hablando con él, estuve a punto de
contarle la verdad y me desmoroné internamente. Entre
lágrimas, me contó anécdotas de su hija, quería saber algo
de ella, aunque solo le confirmaran su muerte. Intenté
mantener la compostura, le dije que me llamara para lo
que necesitase y me fui antes de delatarme. Hasta ese
momento, ni un solo sentimiento de arrepentimiento había
salido de mi interior y, ahora, necesitaba hablar. Toda la
realidad me sobrevino como un jarro de agua fría. Era
como si desde entonces hubiese sido un robot y después de
tanto tiempo, volvía a ser persona. No podía seguir
fingiendo.

***

Al llegar a casa, reconsideré de nuevo la idea de


entregarme, pero pensé que no serviría de nada. Agotado y
llorando me tumbé sobre la cama. Quería gritar, pero ni un
ápice de voz salía por mi garganta. Pensé que con todos los
cargos que me imputarían, posiblemente no volvería a ver
la luz del sol nunca más. No quería eso, pero tampoco me
sentía capaz de ver de nuevo a la familia del joyero sin
decirles lo que ocurrió. No podía mirarlos a la cara. Tenía
que huir y decidí marcharme de aquel Makando, mi
pueblo.

Yo me había convertido en un asesino y eso no podía


cambiarlo, pero no quería ser mala persona con José y su
familia, no quería que sufrieran, bastante mal lo habían
pasado ya. Hablando con él me dijo que quería saber algo
de su hija. No podía devolverles a Celia, aunque sí que
podía darles su anillo. Con cuidado de no dejar huellas ni
pruebas que me inculparan, la noche antes de irme, dejé
en el buzón de la familia la cajita con el anillo junto a una
carta impresa desde mi ordenador para poder cumplir su
deseo.

Querido padre, madre y familia de Celia,

Perdón. No tengo la menor idea de cómo empezar una


carta así, ni si lo que voy a decir ayudará en algo a
sobrellevar su duelo. Les tengo a ustedes muy presentes y
lamento enormemente su pérdida y este terrible año que
han pasado sin Celia. Todo ello me duele en lo más
profundo de mi corazón, aunque nada comparable al dolor
de su familia. Jamás en mi vida llegué a imaginar que sería
el causante de una tragedia así.

Celia tenía toda la vida por delante y por mi culpa ha


acabado antes de tiempo.

Soy consciente de que el daño que he hecho es irreparable.


Quiero transmitirles mi profundo y sincero
arrepentimiento. Ojalá algún día merezca su perdón, que
les pido con el mayor respeto, humildad y sinceridad.

Os pensaréis que soy un “hijodeputa” pero soy una víctima


más de este mundo de mierda. La realidad es que daría mi
vida por cambiar lo que ocurrió y devolverles lo que más
quieren.

No puedo volver al pasado y daros a Celia, pero les puedo


dar su anillo.

Siento todo lo que he causado. Perdón.

***

Nunca sabré si leyeron mi carta, pero no la reportaron a la


policía ya que el caso jamás se volvió a abrir.

***

Les dije a mis padres que necesitaba un cambio de aires y


que me iba a vivir con unos amigos a Sevilla por un tiempo.
La realidad fue bien distinta. Cogí un bus a Bilbao y llegué
al puerto. Allí compré un billete para Portsmouth en
Inglaterra con la intención de labrarme una nueva vida.
Me embarqué y, desde cubierta, veía cómo iba
separándome de mi tierra mientras contemplaba la belleza
de la costa cantábrica. Lloraba viendo que cada vez me
alejaba más y más. Cuando dejé de ver las luces del puerto
comprendí que ya no había retorno posible. El mar
Cantábrico estaba picado. Un viento gélido y un fuerte
oleaje zarandeaban duramente el barco. Las grandes olas
salpicaban de espuma de mar mi cara y se mezclaban con
mis lágrimas.

Fiona
Mackenzie

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