CUADERNO 13 Orden Social Catã Lico

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CUADERNOS

ORDEN SOCIAL
CATÓLICO
Selección de textos de
pensamiento social
carlista

Comunión Tradicionalista
Reinos del Sur
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ORDEN SOCIAL CATÓLICO

Selección de textos de pensamiento social carlista


(Fuente: https://carlismo.es/)

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Carta a los españoles de María Teresa de Borbón y
Braganza, Princesa de Beira. 25 de septiembre de 1864
Pero se ha observado que todas las naciones, que los adeptos del
liberalismo, generalmente hablando, colocaban su felicidad suprema en los
intereses materiales, y en los placeres y comodidades de la vida, ansiando
enriquecerse a toda costa y sin reparar en los medios para procurarse de
este modo la mayor suma posible de comodidades y de felicidades. Así es
que los bienes de la Iglesia Católica pasaron casi enteramente de las manos
muertas a las manos vivas del liberalismo.

De este modo, aquellos bienes, que eran en realidad el gran


patrimonio del pueblo, de los pobres, de los hospitales, de las casas de
beneficencia; que eran los fondos de la enseñanza gratuita y el recurso de
los talentos privilegiados, que carecían de fortuna; todos estos bienes, digo,
son ahora el rico patrimonio de algunos centenares de liberales poderosos.
EL TRADICIONALISMO ESPAÑOL DEL SIGLO XIX. Textos de Doctrina Política. Publicaciones
Españolas, Madrid. 1945

La Ideología carlista, 1868-1876. Vicente Garmendia. Cita


de «La cuestión social», anónimo publicado en La
Reconquista en Madrid el 4 de abril de 1872
El obrero de la fábrica, verdadero esclavo convertido por el
liberalismo en una máquina, buena sólo para producir, pero indigna de todo
cuidado moral; ese obrero a quien se encierra en una especie de lóbrega
cueva, donde ni penetra apenas la luz del sol, ni el aire de los campos; ese
obrero a quien no se le deja ni tiempo para pensar en Dios, ni descanso par
que repose en el seno de su familia y dirija una mirada a sus hijos; ese
obrero que al salir de su prisión llevando aún los pulmones llenos de
nauseabunda atmósfera de la fábrica, y los ojos fatigados por la luz artificial,
y los oídos estremeciéndose todavía con el atronador y monótono chirrido
de las máquinas, se encuentra en medio del alegre bullicio de una gran
ciudad y ve pasar a su lado un sibarita cuya fortuna sabe que está formada
con bienes que arrebató a la Iglesia o que ganó en el juego de la política, el
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más inmoral de todos los juegos; ese obrero que al volver a su casa, si por
acaso es tan venturoso que la tiene, ve por todas partes el refinamiento de
una civilización sensual y materialista; ve palacios suntuosos en las calles,
manjares delicadísimos en las fondas, molicie y afeminación en todas
partes; ese obrero a quien le han enseñado que el clero es su enemigo y la
Iglesia su verdugo arrancándole así el sentimiento de la religión, único asilo
de paz y dulce sosiego en donde podía encontrar inagotables consuelos y
fortaleza inextinguible, ese obrero escucha una voz que le promete hacerle
dueño de toda esa riqueza material, única riqueza que él conoce y que ve
una mano que le señala como suyos todos esos brutales goces del cuerpo,
únicos goces a que le han enseñado a aspirar, ¿cómo no ha de abrir sus
oídos a esa voz, y cómo no ha de estrechar con febril afán esa mano?
LA FORMACIÓN DEL PENSAMIENTO POLÍTICO DEL CARLISMO (1810-1875). Alexandra
Wilhelmsen. COLECCIÓN LUIS HERNANDO DE LARRAMENDI. ACTAS. Madrid. 1998

Juan Vázquez de Mella y Fanjul


La Iglesia y el Problema Social

« … la economía individualista, con tanto calor defendida y


propagada por los doctores del liberalismo como la panacea universal de
los males sociales, ha venido de consecuencia en consecuencia a entronizar
de nuevo la esclavitud en los talleres y en las fábricas.

Incapaz de conocer el fin, y, por lo tanto, la misión del Estado y la


esfera de su acción, se alarma a la menor tentativa encaminada a
reglamentar el trabajo y a impedir la explotación capitalista, como si viese
aparecer el socialismo; y pide a los poderes públicos que se crucen de
brazos conforme lo establece la famosa fórmula fisiocrática, y que dejen a
las no menos famosas leyes naturales económicas el encargo de hacer
brotar las armonías.

Y esas armonías, engalanadas con los ingeniosos sofismas de Bastiat,


ya hemos visto de qué manera se convertían en una guerra sorda y
despiadada, cuando no estallaban en colisiones sangrientas.

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La economía liberal comenzó por romper todo vínculo moral entre
patronos y obreros, y, en vez de depurar y perfeccionar las antiguas
instituciones gremiales, las pulverizó, entregando a los trabajadores el cetro
de una libertad que ha concluido por convertirlos, según la frase de Lasalle,
en unos “esclavos blancos”.

Y así tenía que suceder; porque, desde el momento en que las


relaciones entre patronos y obreros se fijan únicamente por la ley de la
oferta y la demanda, el trabajo queda reducido a una mercancía y la
persona humana que le realiza a una máquina de producción; es decir, a
una cosa, lo mismo que en la sociedad pagana.

Así se cumple la regla de Cobden: Si dos obreros van detrás de un


patrono, el salario baja; si dos patronos van detrás de un obrero, el salario
sube. El contrato de trabajo se reduce a una compraventa, y el obrero no
es más que una cosa que se adjudica, en el mercado de la libre
concurrencia, al mejor postor. ¿Y en qué se diferencia esto de la esclavitud?
Esencialmente, en nada».
OBRAS COMPLETAS DE VÁZQUEZ DE MELLA . Temas sociales. Tomo I. Págs. 23-25

Concurrencias y huelgas

Las viejas fórmulas económicas, como las desacreditadas teorías


políticas y sociales de donde brotaron, van poniéndose cada vez más en
evidencia, y algo así como un estremecimiento de terror y de espanto se
apodera de los infortunados maestros, que ven refutadas prácticamente
sus enseñanzas por la lógica de sus discípulos.

El conocido apotegma de la escuela fisiocrática fué por mucho


tiempo considerado como fundamental e indiscutible en la ciencia
económica, mereciendo duro anatema y nota de atrasados y reaccionarios
los que se atrevían a ponerle en tela de juicio.

Pero la realidad de los hechos es tan elocuente y avasalladora, que


ya se necesita verdadera obstinación y terquedad para repetirlo, y afirmarlo
como un principio científico.

¿Qué se hizo de aquellas brillantísimas declaraciones con que Bastiat


aseguraba que la libertad de concurrencia era la más humana y equitativa
de las leyes que dirigen el progreso de las sociedades?

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Todo pasó, y sólo como recuerdo de tan desastrosos lirismos quedan
esos fósiles del individualismo, que se figuran que el mundo marcha,
cuando ya hace tiempo que vuelve.

Que la libertad de concurrencia favorece mucho la producción de la


riqueza y es el gran aliciente del interés y el más grande despertador de las
energías e intereses individuales, nadie lo niega; pero no era esa la cuestión,
sino otra muy distinta.

La riqueza es un medio, no un fin. No importa producir mucho, sino


distribuir bien lo producido. Por eso la producción fue el asunto preferente
de las cavilaciones de los economistas liberales, que desdeñaron como
accidental y secundaria precisamente la cuestión más grave y
transcendental, la distribución de la riqueza.

Afortunadamente, los especiosos sofismas, al chocar con la roca de


la realidad, se han trocado en polvo, y hoy se comienza a ver claro lo que
antes aparecía a los ojos de gran número de gentes obscuro y tenebroso.

La libertad de concurrencia, lejos de resolver, con los supuestos


equilibrios y las imaginarias armonías que había de producir, a juicio de los
falsos profetas, la cuestión social, la ha agravado de tal manera, después de
haber sido su causa principal, que se necesita estar ciego para no ver que
es el más opuesto medio de distribuir la riqueza y el procedimiento más
seguro para ahondar la sima abierta entre capitalistas y trabajadores.

Porque si es innegable que la competencia lleva consigo la baratura


de los productos como una consecuencia, no lo es menos que la necesidad
que la concurrencia impone de vender más barato para no ser vencido y
arruinado exige también, como condición indispensable, la de producir con
menos gasto y, por lo tanto, la de reducir cada vez más el salario del obrero.

Así la libertad de concurrencia sólo favorece, en la distribución de la


riqueza, a los que menos la necesitan, a los grandes capitalistas, que van
acaparando la fortuna de los pequeños industriales y lanzándolos a las filas
del proletariado, al cual después merman continuamente el jornal por
natural exigencia de la despiadada contienda en que están empeñados y
que los fuerza a seguir avanzando hacía los primeros puestos para no sufrir
la misma suerte de las víctimas sobre las cuales se encaramaron.

Y puesto el capital cada vez en menos manos por medio de este


irritante monopolio que brota espontáneamente del seno de la famosa
libertad económica, la división, el encono, el odio encendido entre los
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depositarios del capital y los propietarios de la miseria, aumentan sin cesar
y estallan en esas pavorosas huelgas que conmueven el mundo industrial y
lo ponen a dos dedos de su ruina.

En vano es entonces gritar, en nombre de la trasnochada economía


liberal, contra esos movimientos obreros, diciendo que las huelgas son
contrarias al orden público y a la misma vida social.

Los obreros, armadas con la poderosa lógica del absurdo, dirán a los
partidarios de la libertad de concurrencia:

Si, en virtud de los principios que proclamáis, puede el capital rebajar


los salarios y reducir la oferta, negándose a acceder a las pretensiones de
los obreros, ¿por qué no han de poder éstos, en uso de una libertad
semejante, tomar el desquite y aumentar y hacer subir la demanda por
medio de su retirada del taller y de la fábrica?.

Prescindiendo de los excesos de las huelgas y de las circunstancias


externas que las acompañan, la verdad es que, dentro del terreno de los
principios del liberalismo económico, los huelguistas tienen razón.
OBRAS COMPLETAS DE VÁZQUEZ DE MELLA . Temas sociales. Tomo I. Págs. 39-43

La cuestión social

Miradla también, señores, en alguna de sus aplicaciones sociales, y


fijaos en este hecho singular que se destaca con caracteres inconfundibles
entre todos los demás hechos.

Antes del cristianismo sólo en el pueblo hebreo no había esclavos.


Después del Cristianismo, en dondequiera que no haya penetrado la
doctrina católica entera o mutilada, existe la esclavitud.

He aquí un hecho incuestionable. Abrid un mapamundi y veréis que


en todas partes la geografía lo demuestra.

¿Cuál es la explicación de este hecho? No basta para explicarlo la


igualdad natural que establece entre los hombres la creencia en un Dios
creador y providente, porque esas creencias existen en el Mahometismo,
que afirma un Alá creador y gobernador del mundo; y, sin embargo, donde
él existe se encuentra la esclavitud de la mujer. Las diferencias
intelectuales, morales y materiales innatas y las adquiridas, los caracteres
que engendran, son también un hecho social tan importante, que ante él
desaparece la noción de la igualdad de naturaleza y de destino, y las castas
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y la esclavitud se entronizan si el Cristianismo no existe. Por eso existió la
esclavitud en todo el mundo pagano como la forma de trabajo y base de la
sociedad. Sobre castas superpuestas se levantan los imperios orientales y
africanos. La democracia ateniense tenía 20000 ciudadanos con 400000
esclavos. ¡Hermosa democracia! Sobre la esclavitud de los degradados
ilotas se alzaba la ruda Esparta, y sobre ella se asentó también el imperio
de Roma. Y ahora presenciamos un retroceso hacia el paganismo, y vuelve
a aparecer en otra forma la esclavitud. Los nombres variarán, pero no la
esencia de las cosas.

La causa de ese hecho no está en esos dogmas que puede alcanzar la


razón, ni en la igualdad natural que es su consecuencia, pues a ella se
oponen las múltiples diferencias humanas que el interés convierte en
fronteras de casta. Es preciso, para borrar esas diferencias, que exista una
igualdad sobrenatural; y por eso, cuando son elevados y creen los hombres
en un fin sobrenatural, y en medios proporcionales para alcanzarle
establecidos por la Redención tan universal como el dogma de la caída, no
pueden ya las diferencias del orden natural romper esa sublime igualdad y
entronizar la esclavitud.

Esa es la explicación del hecho, señores, y a la vez la prueba de que


sólo dentro del dogma cristiano y difundiéndole por el mundo se puede
resolver la cuestión social.

Es claro que, si yo descendiera al estudio completo de la cuestión


social, la escogería como tema de varios discursos y no como brevísimo
episodio de uno solo, y que no me contentaría con examinarla en sus
términos más genéricos; pero partiría de ellos para no caer en un empirismo
grosero, incapaz de abarcarla en toda su grandeza, y empezaría por afirmar
este hecho que confirma la Filosofía y la Historia: que la cuestión social no
tiene más que dos soluciones: la esclavitud de la fuerza y la esclavitud por
el amor.

No puede haber más que una mayoría servidora por fuerza de una
minoría poderosa apoderada del mando y de la riqueza, o una minoría
esclava por el amor de la mayoría social. O la esclavitud forzosa de los más,
o el sacrificio voluntario de los menos.

Fijaos en los hechos sociales, lo mismo de la Historia pagana que de


la de nuestro tiempo, y veréis que esas son en último análisis las únicas y
radicales soluciones del problema.

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Y ¿quién engendrará en los hombres un amor capaz de sacrificar el
bienestar, la salud y la vida en favor de sus semejantes? Desde luego será
absurdo pedirlo a quien no crea más que en la vida presente, porque para
él será la vida actual el bien supremo, y será lógico que a ella lo sacrifique
todo y ella no sea sacrificada por nada. Y los hombres son demasiado
egoístas para convertirse en servidores de los demás sin otra recompensa
en lo humano que el dolor y la amargura. Nadie da un adiós a la felicidad
terrena ni se abraza de veras con el martirio de un modo estable sin el
auxilio de una fuerza sobrenatural que le endulce las tristezas del bien
precario, perdiendo con él la esperanza de un bien supremo y perenne. Y si
alguna vez hace algo parecido por una falaz inconsecuencia lógica, sólo
probará, si la vanidad y un orgullo encubierto no toman parte secreta en la
obra, que vale más que sus doctrinas, y que, profesando una, practica las
opuestas; pero jamás llegará a fundar escuela ni a pasar de una dudosa
excepción. El apostolado permanente de sacrificio hasta formar escuela no
le conoció la sociedad pagana, ni fuera del Cristianismo en los pueblos
apóstatas le ha visto nadie aparecer.

El trabajo libre

Y si queréis la prueba experimental, no tenéis más que averiguar


quién hizo la prodigiosa revolución que cambió todo el orden económico
antiguo y sustituyó el trabajo esclavo con el trabajo libre.

No fueron los filósofos ni los filántropos; fueron las Órdenes


religiosas, mediante aquellos monjes de la regla de San Benito, cuyas celdas
agrupadas en los páramos eran, según palabras de Montalembert, lo mismo
que panales de que los monjes tomaban la cera con las manos y la miel de
las oraciones y los salmos con los labios.

Historiadores racionalistas como Michelet y positivistas como Taine


lo han reconocido así, profesando que fueron los monjes los emancipadores
del trabajo, los quebrantadores de la esclavitud, y los que en un mundo
apoyado en la fuerza establecieron el reinado de la libertad que se inauguró
en el taller de Nazaret; y más tarde la cofradía engendró el gremio, que
emancipó a los obreros, juntando por primera vez el trabajo y el capital
asociados por la jerarquía de los oficiales y maestros en las corporaciones
de oficios y haciendo imposible la cuestión social que apareció más tarde
por la grande industria manufacturera, iniciándose con la introducción de
las máquinas y desarrollándose con las violentas roturas de las
corporaciones gremiales, aniquiladas tiránicamente por la Revolución, en
vez de librarlas de las trabas que había tendido sobre ellas como una red el
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Poder, y de transformarlas para que no quedasen aisladas, y mirándose con
recelo primero, y con ira después, el capital y el trabajo, desde entonces
colocados por una economía injusta, obra de ideólogos, frente a frente.

Tened presente, señores, que el orden económico actual no es obra


de los principios católicos, no corresponde al ideal de la Economía cristiana,
sino más bien a la Economía individualista liberal triunfante en la
Revolución francesa, a la inaugurada en parte por la Escuela fisiocrática y
desarrollada por la inglesa de Smith y de Ricardo y la francesa de Bastiat.

La economía moderna

¿Qué queda ya en pie de aquella fábrica miserable que sólo ha


servido para producir catástrofes? Esa Economía había dicho que el capital
no era más que el producto destinado a una nueva producción, es decir, un
efecto destinado a ser causa; que, por lo tanto, necesitaba de una causa
anterior que no podía ser él mismo, puesto que nadie se da el ser que tiene;
lo que prueba además que hay riquezas que constituyen capital que no son
productos, porque no son obra del trabajo de los hombres, sino de la
Naturaleza.

Esa Economía había dicho que el trabajo era una mercancía que se
regulaba, como las demás, por la ley de la oferta y del pedido, y la Economía
social católica contesta: No; el trabajo, como ejercicio de la actividad de una
persona, no es una simple fuerza mecánica, es una obra humana que, como
todas, debe ser regulada por la ley moral y jurídica, que está por encima de
todas las reglas económicas.

Esa Economía había dicho que el contrato de trabajo era asunto


exclusivamente privado, que sólo interesaba a los contratantes; y la
Economía católica contesta: No; el contrato de trabajo es directamente
social por sus resultados, que pueden trascender al orden público y social;
y la jerarquía de los poderes de la sociedad, y no sólo del Estado, que es el
más alto, pero no el único, tienen en ciertos casos el deber de regularlo.

La Economía liberal había dicho que el principal problema era el de la


producción de la riqueza, y la Economía católica contesta: No; el principal
problema no consiste en producir mucho, sino en repartirlo bien, y por eso
la producción es un medio y la repartición equitativa un fin, y es invertir el
orden subordinar el fin al medio, en vez del medio al fin.

La Economía liberal decía: Existen leyes económicas naturales, como


la de la oferta y la demanda, que, no interviniendo el Estado a alterarlas,
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producen por sí mismas la armonía de todos los intereses. La Economía
social católica contesta: No existen leyes naturales que imperen en el orden
económico a semejanza de las que rigen el mundo material, porque el
orden económico, como todo el que se refiere al hombre, está subordinado
al moral, que no se cumple fatal, sino libremente, y no se pueden armonizar
los intereses si antes no se armonizan las pasiones que los impulsan; y no
es tampoco una ley natural la de la oferta y el pedido, porque ni siquiera es
ley, ya que es una relación permanentemente variable.

La Economía liberal decía: La libertad económica es la panacea de


todos los males, y la libre concurrencia debe ser la ley suprema del orden
económico. Y la Economía social católica contesta: No; el circo de la libre
concurrencia, donde luchan los atletas con los anémicos, es el combate en
donde perecen los débiles aplastados por los fuertes; y para que esa
contienda no sea injusta, es necesario que luchen los combatientes con
armas proporcionadas, y para eso es preciso que no estén los individuos
dispersos y disgregados, sino unidos y agrupados en corporaciones y en la
clase, que sean como sus ciudadelas y murallas protectoras, porque, si no,
la fuerza de unos y el poder del Estado los aplasta.

La antigua Economía liberal decía, refiriéndose al Estado en sus


relaciones con el orden económico: Dejad hacer, dejad pasar. Y la Economía
católica contesta: No; esa regla no se ha practicado jamás en la Historia. Los
mismos que la proclamaron no la han practicado nunca; y es un error
frecuente el creerlo así, en que han incurrido muchos, y entre ellos sabios
publicistas católicos, por no haber reparado que la antigua sociedad
cristiana estaba organizada espontáneamente y no por el Estado. Aquella
sociedad había establecido su orden económico, y no a priori y conforme a
un plan idealista, sino según sus necesidades y sus condiciones; y cuando el
individualismo se encontró con una sociedad organizada conforme a unos
principios contrarios a los suyos fue cuando proclamó la tesis de que no era
lícito intervenir en el orden económico. Lo que era precisamente para
derribar el que existía, por medio de una intervención negativa, que
consistía en romper uno a uno todos los vínculos de la jerarquía de clases y
corporaciones que lenta y trabajosamente habían ido levantando las
centurias y las generaciones creyentes. Porque ¿qué intervención mayor
cabe que romper una a una todas las articulaciones del cuerpo social y
disgregarle y reducirle a átomos dispersos, para darle, a pesar suyo, la
libertad del polvo, a fin de que se moviese en todas direcciones según los
vientos que soplasen en la cumbre del Estado?

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La Economía liberal decía… pero ¿a qué continuar, señores, si habría
que recorrer todas sus afirmaciones y teorías para demostrar que sólo han
dejado tras de sí, al caer sepultadas por la crítica, los escombros sociales
entre los cuales corre amenazadora como un río de odio, que será después
de lágrimas y de sangre, al través de todas las sociedades modernas, la que
se llama por antonomasia la cuestión social, engendrada principalmente
por la Economía liberal, que fue la pesadilla del siglo XIX y que es la premisa
de las catástrofes el siglo XX?

La Economía liberal, que proclamaba la intervención del Estado en


todos los órdenes que no le corresponden menos en el económico, aunque
fuese hipócritamente, y para intervenir tanto como en los demás,
negativamente y disolviendo, quiere ahora, en su segunda forma y en
nombre de un socialismo de Estado (y de Estado son todos, aunque
pudieran no serlo en una sociedad jerárquicamente organizada, pues
podría darse el caso de invasiones socialistas de unas personas colectivas
en otras), quiere, repito, en un socialismo llamado de Estado que es un
colectivismo cobarde, como el colectivismo es un comunismo tímido y
vergonzante, que al individualismo, al polvo y disgregación de abajo
corresponda el Poder omnipotente de arriba y que sea el Estado el que
resuelva con su acción legislativa todo el problema social.
OBRAS COMPLETAS DE VÁZQUEZ DE MELLA . Regionalismo. Tomo I. Págs. 106-119

Dos formas de la propiedad

Nosotros creemos que deben coexistir las dos formas de la


propiedad: la individual y la corporativa, y creemos que una red de
Sindicatos agrícolas y obreros, formando Federaciones y extendiéndose por
los valles y montañas, puede, no sólo emancipar los municipios, sino
mejorar la condición de los trabajadores.

OBRAS COMPLETAS DE VÁZQUEZ DE MELLA . Regionalismo. Tomo I. Pág. 276

El problema social

El desequilibrio económico y social le había producido ya aquella


funesta economía individualista, causa principal de la destrucción del
régimen cristiano y del régimen corporativo, que era deficiente, que estaba
corrompido, que había que corregir y mejorar, pero de ninguna manera
suprimir.

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La cuestión social es producida principalmente por un desequilibrio
en la forma de la propiedad, ahora principalmente individualista, cuando
antes era principalmente corporativa, y entre la propiedad territorial y la
propiedad mueble, entre la riqueza real y la ficticia del papel y la fundada
en el abuso del crédito, ente la agricultura propiamente dicha y el
industrialismo exagerado, que no guarda proporción con ella, cuando es la
fuente de las subsistencias, que miden el salario real del obrero.

OBRAS COMPLETAS DE VÁZQUEZ DE MELLA. Regionalismo. Tomo I. Págs. 277-278

Futuro del capitalismo

El capitalismo actual, el régimen en que vivimos, que no responde a


un ideal de justicia y de caridad, aunque conserve dentro de sí algunos
restos del régimen cristiano, no puede subsistir mucho tiempo. No es ya la
expresión del orden que defendemos nosotros, inspirado y limitado por los
deberes de caridad, y es de creer que sucumba; pero, ¿hacia qué lado caerá
la sociedad cuando haya sucumbido? El tránsito puede ser hacia el
catolicismo o hacia el socialismo.

OBRAS COMPLETAS DE VÁZQUEZ DE MELLA. Temas sociales . Tomo II. Pág. 183

Solución

… la verdadera emancipación del proletariado no puede estar más


que en el cumplimiento de las Encíclicas pontificias, en la restauración de
nuestros antiguos gremios; en el aniquilamiento, en fin, de los principios
liberales, que si en lo político están absolutamente desacreditados después
de llevar a la ruina al mundo, en lo económico han sido la bancarrota de la
sociedad.
De la reseña biográfica de Ginés Martínez Rubio

Ramón Nocedal y Romea. Discurso en el Congreso el 15


de mayo de 1892

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Lo que he dicho, y repito, es que el socialismo, que la anarquía, que
el comunismo, todas las ideas más horribles, más absurdas que se puedan
imaginar, son consecuencias lógicas y necesarias de los principios liberales;
y que los anarquistas no hacen más que seguir la conducta que les han
enseñado y que han seguido, y que recientemente han enaltecido aquí los
partidos liberales.

Acta de Loredán. (Enero 1897). Escritos políticos de Carlos


VII
Cuestión obrera

Grave problema es la cuestión social que hoy agita al mundo y


mantiene en inquietud los ánimos y en desorden los pueblos. Antigua y
siempre pavorosa, el mundo pagano la resolvió con la esclavitud de la
fuerza, y el cristianismo con la esclavitud del amor. La fuerza impuso el
trabajo como el amor la caridad, y la revolución, volviendo a la tiranía por
la libertad sin fronteras, proscribiendo la caridad y la fe, ha engendrado el
pauperismo, que es la esclavitud del alma y del cuerpo. El trabajo se ha
convertido en mercancía y el hombre en máquina.

Queremos protestar y redimirle llevando a la legislación las


enseñanzas de la más admirable encíclica de León XIII; aspiramos a que el
patrono y el obrero se unan íntimamente por relaciones morales y jurídicas
anteriores y superiores a la dura ley de la oferta y la demanda, única regla
con que las fija la materialista economía liberal, y pretendemos, por tanto,
emancipar, por el cristianismo, al obrero de toda tiranía.

Para ello ha de fomentarse la vida corporativa, restaurando los


gremios con las reformas necesarias; se necesita acrecentar las sociedades
cooperativas de producción y consumo y conseguir que el Poder restablezca
el Patronato cristiano, reglamentando el trabajo.

Así, cumplirá el Estado el primero de sus deberes, amparando el


derecho de todos y, principalmente, el de los pobres y el de los débiles, a
fin de que la vida, la salud, la conciencia y la familia del obrero no estén

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sujetas a la explotación sin entrañas de un capital egoísta, por cuyo medio
un Monarca cristiano se enorgullecerá, mereciendo el titulo de Rey de los
obreros.

Antonio Aparisi y Guijarro. Esbozo de una constitución


monárquica, católica y tradicional
Se fomentará la creación de Bancos agrícolas y se restablecerán los
antiguos Pósitos, para matar la usura, gusano roedor de nuestra clase
agricultora.

Se hará en favor de las Compañías que abran canales de riego, tanto


como se ha hecho, pero con mayor discernimiento, en favor de las
Compañías de ferrocarriles.

Se declarará libre la introducción de máquinas agrícolas y la de


primeras materias y ayudará el Estado a las empresas que acerquen los
carbones y los hierras a los distritos industriales.

La agricultura y la industria, además, deberán ser favorecidas con


derechos protectores; mas un Gobierno previsor necesita para otorgarles
la protección conveniente de gran estadio, prudencia y tino, puesto que si
no se deben exponer productos en que libran la subsistencia millares de
españoles a una competencia que les sería mortal, también hay que buscar
nuevos mercados para otros, que por el bajo precio que hoy logran en
algunas provincias compensan, a duras penas, los gastos del cultivo y la
carga de los tributos.

Progresar protegiendo es la fórmula del duque de Madrid. Donde


haya grandes centros fabriles o industriales se crearán juntas nombradas
por las autoridades civil, eclesiástica y popular, que oigan las quejas de los
fabricantes y operarios y procuren su avenencia, dando de ello cuenta al
Gobierno, el cual intervendrá sólo para impedir o evitar abusos posibles en
daño singularmente de mujeres y niños y trabajadores, y a fin de que se
observen rigurosamente los días festivos que consagra la Iglesia al servicio
de Dios y al natural y necesario descanso del hombre.

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Grandes y radicales economías hay que hacer en España,
comenzando por la Casa Real.

Se reducirá el presupuesto de ésta en una mitad, al menos, del que


antes disfrutaba.

¿Cómo resuelve el programa tradicionalista el problema


social? María Rosa Urraca Pastor
Es un hecho real, fácilmente comprobable por todo aquel que con
deseo de buscar solución se asoma a ese abismo que se llama «la lucha de
clases» que en el fondo, allá en los orígenes de toda revolución existe una
injusticia social contra la cual reaccionan las clases que de ella son víctimas.

¿De dónde proviene esta injusticia? De una organización social


artificial sin duda… A riesgo de decir unas cuantas vulgaridades que sin duda
conocerá el lector, no tengo más remedio que remontarme a los orígenes
de la enfermedad si he de proponer después el remedio. Porque todo
médico, antes de recetar diagnostica y previamente estudia los síntomas y
busca las causas.

En el siglo pasado nuestros abuelos románticos, soñadores idealistas


dieron un viva a la libertad y creyeron que nos legaban el mejor de los
mundos… Y en efecto, la libertad triunfó. Y en el campo económico produjo
la libre contratación que convirtió al obrero en máquina y al trabajo en
mercancía. Nació el individualismo que permitió la libre explotación, el
abuso del débil por el fuerte.

Y como una reacción frente al individualismo, aparecieron, de un


lado, los trusts y las sociedades anónimas, los patronos y los obreros, en las
que se adormece la conciencia y se cobra el cupón sin preocuparse de la
suerte de aquellos hombres que trabajan al servicio de la empresa y que
entre los factores de la producción: Capital-naturaleza y trabajo…, o sea
hombre quedan colocados en último lugar por este orden precisamente. Y
de otro lado apareció el marxismo que recogiendo la legítima necesidad de
defensa de aquellas clases expuestas siempre a una posible explotación. Y
al oído de los obreros una voz fue diciendo: «Trabajadores del mundo
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entero, uníos… Uníos para defender vuestros comunes intereses, formad
cajas de resistencia, id a la huelga general…»

Y los hombres se polarizaron en dos bandos: a un lado aquellos que,


no echan más que sus brazos para el trabajo, lo que llaman «el
proletariado», a otro los que tienen en su poder todos o casi todos los
medios de producción lo que llaman «la burguesía»… Y la natural ambición
de los que no tienen nada chocó con la humana ambición de los que lo
tienen todo. Y la lucha de intereses encontrados, la lucha entre el capital y
el trabajo desencadenó una guerra entre los hombres: eso que llaman «la
lucha de clases».

Ahora bien; si el mal es éste, su curación no puede encontrarse más


que en la extirpación de sus causas. Armar a la sociedad para esa lucha,
continuar predicando a los bandos contendientes «defendeos» es echar
leña al fuego de odio, cuyas primeras brasas nacieron al calor de injusticias
sociales. Todo al contrario, hay que llegar a la total desaparición de esa
lucha y para ello, hay que prescindir de la existencia de esos dos bandos, de
esas clases sociales que nacieron única y exclusivamente como reacción
frente a la libre contratación, posible engendro de explotación y abuso.

El sentido vertical de la sociedad, de superposición de clases no es, ni


natural ni cristiano. No hay ninguna razón de justicia que abone los
privilegios de casta o privilegios de clase por los cuales un hombre sin otros
méritos personales esté situado encima de los demás. No hay, no debe
haber otras razones de superioridad que aquellas que otorga la bondad, el
talento y el trabajo. Y el fruto de estos tres factores convertido en nobleza
de estirpe o en legítima riqueza, puede y debe ser transmitido a condición
de que quien lo recibe corresponda a esa heredada nobleza con sus propias
virtudes y a esa heredada riqueza con su propio trabajo para convertir
ambas no en lagunas estériles o sólo para sí mismo provechosas sino en
abundantes manantiales que generosos, se desborden y fecundicen toda la
sociedad.

Quiero decir que ese sentido vertical de clases que actualmente


coloca debajo a todos aquellos hombres que sólo poseen sus brazos o su
talento para el trabajo, en medio, como una aristocracia espiritual, los que
viniendo a menos desde arriba o a más desde abajo, y encima los
poseedores de la riqueza, es absurdo, injusto y contrario a la naturaleza.
Como igualmente lo sería la vuelta a la tortilla para colocar el proletariado
encima y a la burguesía debajo. No; mientras exista superposición de clases,
mientras haya hombres encima y hombres debajo, había clases opresoras
17
y oprimidas, habrá injusticia y frente a ella reacción, habrá lucha y la paz
social será un imposible…

Prescindamos de este sistema «democrático» de organización social


y busquemos uno más humano, más natural, más racional y más justo.

… en el campo (…) divisamos muchos hombres que (…) trabajan la


tierra y extraen de ella los primeros productos que utilizará después la
industria…

Y, estos hombres, que dirigen o trabajan en el cultivo del suelo (…) y


que se hallan unidos por un interés común -el interés de la tierra- son una
clase social, una dignísima clase social, la de los agricultores o agrarios…

… en los grandes centros fabriles (…) dirigentes y dirigidos, obreros


manuales y obreros de la inteligencia, distribuidos en gremios según su
profesión, forman otra dignísima clase social, vienen a engrosar un
importantísimo sector de la vida nacional, son el gran bloque que llamamos
la industria. Y, en ella, el obrero, el ingeniero, el propietario director, todo
aquel que preste aportación de algún género, están unidos por un interés
común, la producción del taller y de la fábrica, los beneficios que de ella
resultan, que, en un sentido de justicia, deben ser repartidos
proporcionalmente entre todos aquellos elementos que contribuyeron a
producirlos.

… vemos puertos, factorías, mercados… (…) Llamamos a esta especial


actividad el comercio y los hombres que a su servicio ponen la agilidad de
su talento o de sus brazos, también forman otra digna poderosa clase
social…

Y aquí tienes -lector- las verdaderas clases sociales, clases que no


están superpuestas, clases que brotan libre naturalmente de un plano
horizontal: el trabajo. Clases que no son enemigas, porque no teniendo
intereses encontrados, sino complementarios, no tendrán ambiciones que
choquen. Clases que no lucharán, y siendo así, desaparece la «lucha de
clases», producto -como probamos en el primer artículo- de la injusta y
artificiosa organización social imprimida por el liberalismo.

18
Perspectiva del Tradicionalismo en Andalucía. Ginés
Martínez. Sevilla, 8 de febrero de 1934
El pueblo sano (obreros, patronos y clase media) vuelve la vista en
busca de la justicia social. Sólo puede hallarla en nuestra organización
gremial o sea organización netamente profesional, donde patronos y
obreros en buena ley, resuelven sus diferencias y reparten sus beneficios
en porcentajes previamente convencidos, es decir, la fórmula que anula el
liberalismo económico y hace desaparecer el marxismo por innecesario…
«Causas y efectos de la Revolución» María Rosa Urraca Pastor. 5 de marzo de 1933

El Tradicionalismo español ante la opinión pública. La voz


de nuestros tribunos. Ciclo de conferencias organizado
por el Secretariado de la Comunión Tradicionalista
Los cuatro cimientos del edificio social cristiano

La propiedad se atacó por fuera y por dentro; por fuera también por
las doctrinas marxistas en todas sus formas, desde el socialismo hasta el
comunismo, por la propias Internacionales Obreras, y hay que decirlo,
porque es la hora de reconocer las culpas, por el abuso de la propiedad, por
la acumulación de la propiedad en pocas manos, por la falta de caridad en
el católico, por el alejamiento de las clases que se llamaban directoras de
los obreros, que al verse separados y distanciados de nosotros, en
momentos de desesperación y de despecho, abrieron fácilmente su
corazón a las doctrinas envenenadas de rencores y de odios que otros
predicaron aprovechándose de nuestra ausencia.

El nuevo edificio sobre el orden nuevo

El siglo XIX creó una inmensa riqueza. El siglo XX tiene que repartirla.
¿Cómo? ¿Brutalmente? ¿Quitándoselo todo a los grandes y realizando un
despojo, o bien organizándose una serie de procedimientos, como
pequeños canales o tuberías que recojan esas aguas contenidas en un

19
estanque o en un pantano para encauzarlas, para que corran, para que vaya
aligerándose la carga de los patronos y haga a todos posible la vida?

Falsas derechas

Pues bien, hay quienes, llamándose elementos conservadores y de


derecha, dicen esto: la revolución social está en camino. Salvemos, por lo
menos, esta última parte; salvemos el cimiento de la propiedad y
apuntalemos el edificio aunque sea con Estado neutro: nos basta con el
respeto a la Religión.

Para mí estas no son derechas, o mejor, son falsas derechas.

No me gusta el nombre de derechas, pero ya que nos lo aplican, yo


divido a las derechas en dos grupos: las derechas de intereses, que son
éstas, y las derechas de ideales. A las derechas de ideales nos interesa salvar
todos los cimientos de la sociedad, empezando por el cimiento de la
Religión y de la Patria, y acabando por el de la propiedad, que es el que
menos nos importa.

El fracaso del liberalismo

Y el liberalismo, que fracasó en el orden económico al convertir al


obrero en máquina, al trabajo en mercancía y separó, de un lado, a los
hombres unidos por un interés común, el interés de la oferta, el de vender
el producto de su trabajo al mayor precio posible, y de otro lado a los
hombres unidos por el interés común de demanda de comprar el trabajo
de los demás y pagarlo lo más bajo posible fracasó también en el orden
intelectual al entronizar los principios desde la cátedra y pretender después
levantar cadalsos a las consecuencias.
EL TRADICIONALISMO ESPAÑOL. SU IDEARIO. SU HISTORIA. SUS HOMBRES. REPORTAJE
POLÍTICO. Editorial Católica Guipuzcoa S.A. San Sebastián. Primera edición. 1934

20
El problema de occidente y los cristianos Federico D.
Wilhelmsem
Por lo tanto, el hombre calvinista buscaba la prosperidad material
como prueba de su salvación y como justificación de su propia existencia.
Mientras que el catolicismo siempre había predicado que un pobre tiene
más probabilidad de entrar en el reino del cielo que un rico, basando su
doctrina sobre las palabras de Nuestro Señor, el calvinismo predicaba
exactamente lo contrario. La pobreza era una señal de la condenación, y la
riqueza de la salvación. En vez de convertirse en un quietista o en un
sinvergüenza sin más, el calvinista se hizo capitalista. Sus creencias
religiosas produjeron una ansiedad espiritual capaz de saciarse únicamente
a través de la acumulación de la riqueza material.

A menudo se dice que el calvinismo fue la causa del capitalismo. Esto


no es la verdad exacta. El capitalismo ya había empezado a desarrollarse en
Inglaterra y en los Países Bajos antes del advenimiento del calvinismo,
debido al comienzo de aquella transformación económica que luego llegó a
ser la Revolución Industrial, y debido al declive de los gremios y de sus
antiguas libertades por la nueva centralización del Estado y por la presencia
de una clase nueva: la burguesía. Pero el capitalismo naciente recibió su
espíritu del calvinismo, que era la espuela que empujó al hombre a que se
hiciera rico a todo trance. Sin el calvinismo, los medios nuevos de la
industria habrían sido encauzados y disciplinados por la moralidad católica,
y el mundo de hoy hubiera sido totalmente diferente a lo que es en
realidad. Estos nuevos medios habrían servido al bien común de la
sociedad, en vez de servir a los medios particulares de individuos y de
grupos de presión. Pero el calvinismo desvió el nuevo progreso económico
e industrial hacia una mentalidad y una psicología con una inseguridad
interna, insistiendo en que el individuo, como tal, se enriqueciera y de esta
manera simbolizara su salvación para todo el mundo y para sí mismo.

El liberalismo puede considerarse, o desde un punto de vista político


o desde un punto de vista económico-social. De momento hacemos
abstracción del aspecto político del liberalismo, a fin de dar énfasis a su
aspecto social y económico. El liberalismo de los siglos XVIII y XIX hasta
nuestros tiempos, siempre ha derivado del espíritu calvinista. Donde quiera
que haya ganado el calvinismo ha ganado también el liberalismo, ya que
estas doctrinas -aunque no se identifican- se compaginan estupendamente.
En Escocia, en Inglaterra, en Holanda, en los Estados Unidos, los calvinistas
siempre han sido los grandes capitalistas. En Francia, un país católico, más
21
de la mitad de la riqueza del país está en manos de la minoría pequeña
protestante y más del 80 por ciento de la riqueza financiera e industrial es
protestante. Sería ridículo pretender que la causa de esto es el hecho de
que los protestantes quieren ganar mucho dinero y los católicos no. Todo
el mundo desea dinero, y cuanto más tanto mejor, Pero un católico no
necesita tener dinero para estar seguro de su propia salvación y, por lo
tanto, de la integridad de su personalidad, mientras que el calvinista sí lo
necesita. ¡Un católico pobre es un hombre pobre, pero un calvinista o un
liberal pobre es un pobre hombre!

Por eso, el espíritu calvinista siempre ha apoyado al espíritu liberal y


el liberalismo siempre crea un ambiente amistoso al calvinismo en sus
múltiples manifestaciones. Hacemos hincapié en esto: el liberalismo nunca
habría sido posible sin su espíritu económico, el calvinismo. Aun cuando la
religión calvinista en sus aspectos doctrinales perdió eficacia, la ética
calvinista (la llamada «ética protestante») retenía su fuerza. Esta ética
coloca el trabajo en la primera línea de su ideario y subordina todos los
demás valores al trabajo. La contemplación y el ocio son epifenómenos de
la vida, debilidades del hombre. Por consiguiente no estamos nosotros de
acuerdo con la tesis de Ramiro de Maeztu (El sentido reverencial del dinero:
Ramiro de Maeztu. Editora Nacional. Madrid. 1957), según la cual los países
católicos tienen que introducir un «sentido reverencial del dinero», a fin de
adelantar su progreso económico y técnico. ¡Hay que respetar el dinero y
aun tenerlo! ¡Eso sí! Pero reverenciarlo, ¡nunca! Tal actitud sería la
contradicción de toda la ética católica.

El calvinismo comulga con el luteranismo en su negativa de la ley


natural. Por lo tanto, todo lo que impide el progreso de la revolución
capitalista tenía que rechazarse. Un modelo de la unión entre el capitalismo
y el calvinismo fue la revolución inglesa del siglo XVI contra los Estuardos.
El rey Carlos I representaba la Inglaterra antigua, con sus estamentos, sus
gremios, sus campesinos libres. El parlamento representaba una
aristocracia nueva, cuya riqueza vino del robo de las tierras de la Iglesia y
de la energía de un capitalismo nuevo que se sentía restringido por la
moralidad tradicional del país. Esta aristocracia nueva, capitalista, era
calvinista en bloque, mientras que las fuerzas que apoyaban al rey eran o
católicas o no calvinistas. Las consecuencias de la revolución inglesa son
sumamente interesantes para nosotros. El rey Carlos I perdió la guerra y su
propia cabeza. Los campesinos perdieron sus fincas pequeñas. Los
caballeros del rey, sus bienes. Un grupo nuevo, rico, capitalista, se apoderó
del país, y rápidamente convirtió a Inglaterra en aquel infierno industrial del

22
siglo XIX, que no reconocía los derechos de nada que no fuera el dinero y el
poder conseguido por el dinero. Como resultado, hoy en día, menos del 10
por ciento de los campesinos ingleses son propietarios de la tierra que
cultivan, y menos del 20 por ciento de la población es dueño de sus propias
casas. Se dice que el campo inglés es un jardín. Es verdad. ¡Es un jardín que
pertenece a los ricos!

La segunda gran intervención del calvinismo en el ancho camino de


la política europea era la oposición tenaz de los holandeses, bajo la
capitanía de la Casa de Orange, a la contrarreforma, cuyo baluarte era la
España de Carlos V y de Felipe II. El calvinismo sentía la contrarreforma
como una espada apuntada a su garganta. Se puede decir que el calvinismo
ni ganó ni perdió la batalla. Aunque el calvinismo impidió que España
reconquistara la hegemonía católica de Europa, no traspasó las fronteras
del Imperio Español.

La tercera intervención calvinista fue la Revolución francesa. La obra


de una burguesía rica de financieros, abogados, intelectuales, divorciados
del suelo católico del país, e influenciados profundamente por el espíritu
protestante y capitalista. Se puede decir que esta revolución alcanzó su más
perfecta representación en la frase del rey liberal de la Casa de Orleans,
Louis Philippe, descendiente directo de aquel «Philippe Egalité», que había
votado en pro de la sentencia a muerte de su rey y pariente Louis XVI. Louis
Philippe gritó al pueblo francés en 1848: «enrichez vous», ¡enriqueceos! Así
colocó la virtud suprema, el valor absoluto de la vida humana, en la
búsqueda de las cosas materiales de este mundo. Más tarde trataremos de
explicar cómo esta doctrina liberal y calvinista produjo la reacción marxista.
Aquí la citamos, simplemente, porque sería imposible encontrar una frase
que más cínicamente simbolice el espíritu liberal emparentado con el
calvinista.

La cuarta intervención grande del capitalismo liberal se efectuó en


España en el siglo XIX. Aunque el calvinismo no se infiltró en España con
toda la crudeza de su doctrina teológica, sí entró indirectamente a través
de la masonería. La desamortización de los bienes de la Iglesia, promulgada
por el masón y liberal Mendizábal el 19 de febrero de 1836, repitió lo que
ya había pasado en Inglaterra tres siglos antes. «Ese inmenso latrocinio» -
en palabras de Menéndez y Pelayo- creó un partido liberal cuyo bienestar
material dependía de la existencia continuada de la dinastía liberal de Isabel
II, cuyo descendiente y heredero hoy en día es Don Juan de Borbón y
Battenberg. Se puede decir que el espíritu liberal y capitalista, vencido en

23
parte, por lo menos, gracias a las armas de las Españas del Siglo de Oro,
volvió para ganar la guerra dentro de las mismas entrañas de la tierra
española en el siglo XIX. La clave de las guerras carlistas es el apoyo enorme
que el liberalismo español encontraba en el capitalismo europeo, un apoyo
que hizo posible que un puñado de masones y burgueses, que carecían
totalmente de pueblo, se apoderaran del destino de España. El
protestantismo nunca echó raíces en la España católica, pero sí hizo posible
que España perdiera su destino histórico, hasta que lo recobrara el 18 de
julio de 1936.

El mundo que surgió del calvinismo fue gris, sin belleza, sin amor. Se
destrozó con el calvinismo la antigua unidad de todas las instituciones
cristianas. Los derechos de los hombres, así como sus deberes para con el
prójimo, desaparecieron. Con la negación protestante de la negación
humana vino la negación protestante del mundo sacramental. El valor de la
creación se derrumbó y Dios se retiró al esplendor inaccesible de su
majestad trascendental y terrible. Con la repulsa del valor sacramental de
la realidad vino la negación de la bondad de la materia, y, de esto, la
negación de María, principio de la mediación. El universo llegó a ser nada
más que la materia prima del manchesterianismo (Doctrina liberal-
capitalista confeccionada en la ciudad de Manchester, Inglaterra), un
universo bueno solamente para explotar y martillear, a fin de lograr lo
severamente útil, y nada más. El hombre se abandonó a la búsqueda de
bienes de esta vida. Un materialismo se apoderó del espíritu europeo.

El liberalismo es el hijo del calvinismo y ambos son los enemigos


perpetuos de la ciudad católica. Un hombre incapaz de darse cuenta del
papel del protestantismo y, sobre todo, del calvinismo dentro de la historia,
no puede lograr ninguna visión de la crisis de nuestros tiempos.

Pero en el Estado liberal, ¿qué son los famosos grupos de presión?


¿Existen de verdad o son fantasmas que estorban la mente de los
Tradicionalistas? A fin de aclarar este problema, tenemos que acordarnos
del hecho de que estos grupos no pueden ser ni la universidad, ni la región,
ni el municipio, ni la familia, simplemente porque el Estado liberal ya ha
suprimido cualquier representación política por parte de ellos. Casi siempre
el grupo de presión es capitalista y casi siempre representa una mentalidad
más o menos liberalizada y a menudo calvinista o masónica. Debido al
hecho de que el liberalismo del siglo XIX negaba todo derecho a los
trabajadores, estos reaccionaban en favor del socialismo o del comunismo
y formaban sus propios partidos. Así, la oposición entre la derecha y la

24
izquierda nació dentro del Estado liberal, que fue precisamente su
engendrador.

Si el descubrimiento de la técnica moderna y su despliegue en la


industria hubiese pertenecido a un mundo tradicional e íntegramente
católico, el infierno social del siglo pasado, y parte del nuestro, se hubiera
evitado. Los medios nuevos de la producción se habrían compaginado con
la sociedad histórica, y la transición al mundo contemporáneo se habría
efectuado lenta y humanamente. Pero tenemos que acordarnos del hecho
de que el capitalismo europeo precedió a la revolución industrial dos siglos.
A veces confundimos el capitalismo con la industrialización, pero es preciso
tomar en cuenta que existía ya un capitalismo en Europa cuando nació la
revolución industrial. Este capitalismo se apoderó de los nuevos medios de
producción e hizo que le sirvieran para sus propios fines. Los resultados son
tan conocidos que basta enumerarlos: la propiedad particular pequeña
desapareció en gran parte y en Inglaterra casi del todo; los artesanos
perdieron sus oficios y el pan de sus familias, debido a que la masificación
de la industria les hizo superfluos; una nueva clase de proletarios creció
espantosamente, como un cáncer, dentro del cuerpo europeo; una clase
compuesta de hombres sin propiedad y totalmente despojados de
cualquier lugar en la sociedad. Esta clase, forzosamente tuvo que entrar en
las fábricas nuevas, para hacer el trabajo necesario para que los capitalistas
engordasen aún más; había una huida del campo y un crecimiento de
ciudades nuevas, esponjas enormes, sin personalidad ni corazón, cuyo
centro no era la catedral, sino la fábrica, en aquel entonces un infierno
cuyos esclavos no tenían ningún derecho en absoluto. Los ricos se
enriquecieron aún más y los pobres se empobrecieron aún más. El espíritu
detrás de esta transformación gigantesca era el antiguo calvinismo
emparentado con la masonería, cuya única modalidad era la
autojustificación de la riqueza como símbolo de la salvación.

Otra vez el capitalismo calvinista, unido con la masonería, se estrechó


la mano con las fuerzas de la Revolución. La Revolución Industrial transigió
con la francesa, liberal y masónica, en las primeras décadas del siglo XIX, y
su unión creó lo que solemos llamar el mundo moderno. Las razones en pro
de esta alianza están clarísimas. El liberalismo predicaba el individuo
aislado, sin raíces en la sociedad. La Revolución Industrial creó un hombre
a esta imagen. La masificación y la automatización de la sociedad, que eran
sus resultados, sembraron las semillas del marxismo. Si el liberalismo no
hubiera existido, el marxismo tampoco habría nacido. Este no es el único
pecado del liberalismo, pero sí es uno de los más graves.

25
Se dice a menudo que el comunismo encuentra sus raíces en los
abusos del capitalismo. Este juicio tiene su razón, pero tenemos que
profundizar en él para entender la verdad que tiene. El mundo liberal y
capitalista del siglo XIX destrozó la antigua cristiandad desde fuera del alma
y desde dentro de ella. Externamente, el liberalismo desmanteló las
estructuras históricas de la sociedad europea. Lo que había sido una
armonía de instituciones y de clases, con todos sus derechos y privilegios,
se convirtió en una masa gris de individuos sin raíces en la comunidad
político-económica. El hombre perdió todos sus derechos salvo uno: el
derecho de vender su trabajo al mejor postor. Con esto, el hombre perdió
todo sentido de responsabilidad para con la sociedad dentro de la cual vivía.
Si valía solamente en términos de la fuerza de sus brazos, él no era
responsable por lo que pasaba dentro de un mundo que ya había dejado de
ser suyo. El hombre se redujo a ser un trabajador para una sociedad dentro
de la cual no figuraba ni como participante ni como miembro. Desarraigado
de la comunidad, el hombre perdió su sentido de patria. No se sentía leal a
aquello que no le era leal a él. Junto con la responsabilidad desapareció
también la seguridad. El trabajador industrial servía hasta que su salud y sus
fuerzas se debilitasen. Al ocurrir esto, dejaba de ser útil para la fábrica y sus
dueños. Puesto que su sueldo solía ser lo mínimo que su patrón podía
pagarle, generalmente el trabajador no podía ahorrar nada para los años de
su vejez. Se apoderaba de las masas industrializadas un sentido angustioso
de inseguridad. Sus antiguos gremios habían desaparecido con la
aniquilación de una economía basada en la artesanía. Pues todavía no
habían aparecido los sindicatos modernos, el trabajador sentíase
totalmente aislado, solo, sin ningún remedio para la incertidumbre de su
vida.

La falta de justicia y de caridad dentro del torbellino industrial, hizo


que la fe desapareciera poco a poco dentro de las conciencias de los
desposeídos. Esto produjo un vacío espiritual en el corazón del siglo del
materialismo. Ya hemos visto que los apóstoles del liberalismo pregonaban
una filosofía cuyo primer principio era la búsqueda de la riqueza y cuyo
único deber era el cumplimiento de la palabra sobre los contratos entre las
empresas y los obreros. El mundo se marchitaba hasta resultar materialista
y nada más que materialista. La nueva prosperidad de la burguesía
disfrazaba un abismo espiritual y se apoyaba en la injusticia y la pobreza de
los demás.

26
El comunismo trataba de llenar este vacío. Pero hay que recordar que
el vacío liberal engendró el comunismo como hijo suyo. El comunismo es el
producto más típico y más importante del liberalismo.

No queremos detenernos aquí en un análisis detallado de la reacción


tradicionalista, pero sí queremos indicar las dificultades monumentales del
tradicionalismo europeo del siglo XIX. Aquel siglo, por malo y materialista
que fuera, encarnó una esperanza liberal que todavía no había conocido el
desengaño del naufragio y de la desilusión. Aunque el liberalismo había
creado un infierno social en las nuevas ciudades donde pululaba la hez de
la humanidad, hombres despojados de sus tradiciones, de sus bienes, de su
sitio en la vida, familias robadas de su antigua creencia religiosa; aunque el
liberalismo, en su afán hacia la igualdad, había reducido la mitad de la
población a una igualdad de miseria; aunque el liberalismo era culpable de
todo esto, sin embargo también era capaz de disfrazar sus pecado contra la
justicia y la caridad so capa de una prosperidad efímera.

Una burguesía más o menos calvinista en sus convicciones, y


totalmente calvinista en su psicología y en sus reacciones sociales, se
apoderó del continente europeo.

Este siglo liberal brillaba por su mal gusto en todo lo artístico, debido
a que había jugado todo en lo material y había olvidado lo espiritual. Por
esto no queremos decir que todos los liberales habían abandonado la
práctica de la fe. Al contrario; el desfile intolerable de damas liberales y de
sus maridos que, vestidos de levita y chistera, iban a misa todos los
domingos y ultrajaban el sentido de justicia de los desposeídos, ayudando
así a la propaganda comunista, que se empeñaba en identificar el
liberalismo con el cristianismo. Era un cristianismo muy cómodo. Tenemos
que recordar que el liberalismo ya había borrado lo religioso de la vida
pública. Por lo tanto, la fe se retiró de los rincones del alma no tocados por
la vida pública. La religión se redujo a la beatería, un fenómeno típicamente
liberal. Muchas familias, cuyo bienestar dependía del robo de los bienes de
la Iglesia, no faltaban nunca a sus devociones en la iglesia, domingo tras
domingo. Como la conciencia liberal quería engañarse a sí misma, no es de
extrañar que el comunismo, por haberse dado cuenta de esta mala fe, fuera
capaz de engañar a las masas. ¡Si esto es el cristianismo, entonces, abajo el
cristianismo! Es una lástima tener que decir que aquí el comunismo tenía
razón.

La reacción tradicionalista fue magnífica y generosa en el siglo XIX.


Fuera de España, la escuela tradicionalista era la que sostenía el Barón
27
Carlos von Vogelsang, en Austria, que influyó grandemente sobre los grupos
austríacos y franceses en los aspectos sociales. Esta escuela propiciaba la
reconstrucción de las asociaciones de artes y oficios o corporaciones y la
organización del Estado sobre la base de autonomías locales y profesionales
(o sindicales), dando a la propiedad privada una función política o social.
Von Vogelsang era enemigo a muerte de la economía capitalista y aun del
interés por el dinero; también se oponía al individualismo político
producido por el individualismo económico. La escuela corporativa francesa
-inspirada en la austríaca- que sostenía la instauración de la monarquía, fue
conocida por el nombre de Association Catholique.

Pero el cimiento del tradicionalismo europeo era España, cuyos


requetés y reyes encontraban en la pluma de Vázquez de Mella una visión
profunda y aun lírica de la tradición católica española. En un sentido, el
tradicionalismo (tanto europeo como español) era más izquierdista que la
izquierda convencional. En otro sentido, el tradicionalismo era más
derechista que la derecha convencional. Por caer fuera de la dialéctica
marxista, a saber, el capitalismo frente al proletariado, una dialéctica
aceptada implícitamente por los mismos liberales, el tradicionalismo tenía
que luchar en dos frentes a la vez.

El liberalismo del siglo pasado trabajó incansablemente contra esta


libertad basada en la pequeña propiedad. Aunque los liberales levantaron
el lema de la propiedad y de la iniciativa personal, lo guardaron para ellos
solos. Por haber robado a los municipios, de sus patrimonios, el liberalismo
tendía a reducir el número de familias con un patrimonio propio. Por lo
tanto, el liberalismo en toda Europa, pero de una manera feroz en España,
se vio obligado a enfrentarse con una enorme masa de hombres
relativamente pobres pero gozando de una dignidad y de una seguridad
social, debido a su participación de una manera u otra en la propiedad y en
los bienes de la patria. El liberalismo siempre encontraba la oposición a sus
propósitos más tenaz en las regiones más adelantadas de España, donde
había una distribución amplia de propiedad y riqueza.

Ya hemos hablado del robo de las tierras de la Iglesia. Pero también


se robaron los patrimonios de los municipios, que antes los habían
compartido todos los vecinos. Este crimen, unido con la huida de millones
de aldeanos y de campesinos desde el campo a la ciudad, creó el
proletariado y las masas socialistas y comunistas.

Otra vez damos con la relación íntima entre el liberalismo y el


comunismo. Para que el comunismo prospere hace falta una masa inmensa
28
de hombres sin propiedad, disponiendo sólo de sus brazos o sus cerebros y
nada más. De esta masa despojada de su sitio en la sociedad y de su justa
porción de los bienes, recluta el comunismo sus fieles. El liberalismo, so
capa del lema de la propiedad, la expolió de los demás y así sembró las
semillas de las cuales han brotado el socialismo y el comunismo.

Sólo una política sana y prudente puede resolver este problema


creando un ambiente propicio para la restauración de la propiedad en la
sociedad. Esto no quiere decir que todo el mundo necesita o incluso desea
tener propiedad, pero sí señala el hecho de que su posesión en una escala
modesta es un condición normal dentro de cualquier comunidad sana y
cristiana. En parte, esta propiedad puede consistir en tierras o rentas y, en
parte, en acciones. Aquí no pretendemos escribir un texto de
administración política y no queremos extendernos en más detalles. Lo
importante para nuestro fin es hacer resaltar la importancia de una
restauración amplia de la propiedad, sobre todo en las ciudades grandes,
donde la institución está declinando. Esto es una condición necesaria para
l aniquilación definitiva de la herencia liberal, así como para la destrucción
del comunismo mundial. Además, la propiedad es el brazo derecho de la
libertad y nosotros somos partidarios de la libertad.
PUBLICACIONES DE LA DELEGACIÓN NACIONAL DEL REQUETÉ. 1964

Don Ginés Martínez Rubio. Ex-diputado Obrero


Tradicionalista

La cuestión social

En virtud de ello, el ponente que suscribe propone que se adapte


como medio de llegar a la concepción cristiana del Trabajo y de la
Propiedad, para con ello evitar la explotación del hombre por el hombre,
base de la concepción liberal de la economía y en su puesto crear:

29
a) En la pequeña industria, cooperativas gremiales de artesanía,
acogidas a lo que determina el Fuero del Trabajo en su declaración cuarta,
y la Ley vigente de Cooperativas.

b) En la mediana y gran industria, se puede emplear la cooperativa


de producción, que en sí funcionaría como la actual sociedad anónima, es
decir, perfectamente viable sin perjuicio económico de tercero, ya que a los
productores o propietarios que quieran seguir explotando negocios
particulares, nadie se lo impide, acogidos a la vigente concepción sindical
del trabajo.

Afirmaciones de la Comunión Tradicionalista aprobadas como principios


fundamentales de doctrina

… frente al individualismo liberal que todo lo reduce al hombre de la


mera economía y contra el totalitarismo que despeña al individuo en la sima
absorbente del Estado, la Comunión Tradicionalista proclama que
solamente en una sociedad con vida autárquica pueden desenvolverse las
libertades concretas a que el hombre tiene derecho.

La Comunión Tradicionalista rechaza la lucha de clases, típica de la


anarquía liberal, así como la pervivencia de esta lucha en los sindicatos
duales. La restauración de los gremios en nuestros días cuajará en el
accionariado del trabajo para las empresas mayores y en la cooperación que
mantenga en pie las pequeñas unidades económicas.

PRIMER CONGRESO DE ESTUDIOS TRADICIONALISTAS. MEMORIA. Centro


de Estudios Históricos y Políticos «General Zumalacárregui». Madrid. 1964

Declaración de Don Javier I, Rey de España. 3 de octubre


de 1966. Sistema social de justicia
Otra de las grandes inquietudes de hoy es la justicia social.

30
Tanto el Estado como la Empresa tienen una gravísima
responsabilidad en lo que afecta a esta justicia. La Empresa tiene una
responsabilidad económica, humana y social. De esta última no pueden
inhibirse en ningún momento. Tampoco puede inhibirse el Estado y
abandonar al libre albedrío de la Empresa la realización de la justicia social.

Al Estado le compete la función pública de protección y


reglamentación del trabajo y, de una manera especialísima, la de suplir a la
Empresa privada para hacer justicia que exige el bien común y que no se
puede realizar en la órbita de cada empresa particular. La existencia de un
sistema coherente de Seguridad Social, la fijación de salários mínimos y la
igualdad de oportunidades para todos los españoles, son ejemplos de
problemas que afectan al bien común general y entran, por tanto, en la
responsabilidad del Estado.

Todo esto, así como la tutela de la función social de la propiedad y la


corrección de abusos, corresponde al Estado, que por eso ha de ser un
Estado Social.

Discurso inaugural de D. Francisco Elías de Tejada y


Spínola
El liberalismo requiere la libertad sin frenos en el juego de las fuerzas
económicas y en nombre de una iniciativa empresarial desenfrenada acaba
en la triste realidad de que los poderosos opriman a los débiles según la
eterna consabida regla de que el pez grande devora al chico. El totalitarismo
excluye toda iniciativa empresarial y edifica un orden de colmena en el cual
el aplastamiento de la menor libertad económica va acompañado de la
dictadura política. Solución intermedia entre ambas es el intervencionismo
hoy tan en boga, el cual junta los defectos de las dos soluciones liberal y
totalitaria; de una parte inutiliza la iniciativa individual con sus
intervenciones descabelladas y de otra deja en pie la ley de la selva social
que son las huelgas y los «lock-outs».

31
Nuestra respuesta es diferente y consiste en la adecuada aplicación
a las coyunturas de la sociedad de masas industrial del siglo XX de los
criterios que regularon la vida de las sociedades agrarias en las Españas
antiguas. Nosotros proclamamos la libre iniciativa económica, pero
concibiéndola como el resultado de un juego de fuerzas vivas en que actúen
sistemas de propiedad común a la vera de otros de propiedad privada. Era
el esquema de nuestros viejos municipios, donde había tierras abiertas a la
actividad de los dotados de iniciativa creadora de fuentes de riqueza, al lado
de suelos pertenecientes al común; donde, en consecuencia, todos
sabíanse propietarios en cuanto partícipes de una propiedad colectiva y
todos tenían delante de sí la posibilidad de desarrollar sus iniciativas libres
en provecho de la producción. Busquemos la manera de aplicar estos
esquemas a los días presentes y habremos eludido los dos extremos nocivos
de la lucha descarnada del fuerte contra el débil y del automatismo brutal
del hormiguero, habremos construido un sistema centrado en la vitalidad
de las instituciones sociales, ni sometidas al Estado ni diluidas en el
individuo, un sistema social que no sea ni la gusanera ni la dictadura
despiadada.
SEGUNDO CONGRESO DE ESTUDIOS TRADICIONALISTAS. Centro de Estudios Históricos y
Políticos «General Zumalacárregui». Madrid. 1968

¿Qué es el Carlismo? Francisco Elías de Tejada y Spínola,


Rafael Gambra Ciudad y Francisco Puy Muñoz
El Carlismo y los problemas de la hora

Es que el Carlismo sabe que los problemas de la sociedad moderna


han surgido precisamente como una consecuencia de la victoria de los
enemigos del Carlismo y existen cabalmente porque el Carlismo no triunfó.
En suma, el Carlismo sabe que los males de la sociedad de hoy -los
totalitarismos (socialistas, democráticos o contestatarios) del siglo XX- son
simplemente la herencia natural de los dos grandes errores combatidos sin
cuartel por los soldados de la tradición de las Españas: el absolutismo del
siglo XVIII y el liberalismo del siglo XIX.
32
Un panorama trágico

Fueron, en efecto, el absolutismo y su hijo directo el liberalismo


quienes han acarreado las más graves tensiones presentes. A saber: la
ruptura de la unidad católica y el descreimiento de las masas; la
transformación de los puros sentimientos regionales de marchamo
tradicional en separatismos de color nacionalista; la entrada de las masas
en la escena social, a causa de la explotación del hombre por el hombre,
secuela del triunfo de la egoísta burguesía forjada artificialmente por el
poder madrileño para sostén de la dinastía usurpadora; los abusos del
capitalismo despiadado y acristiano, con la consiguiente reacción de
enfrentamiento entre ricos y pobres (según la visión cierta de Carlos Marx
de que la burguesía es el tránsito necesario desde la ordenación tradicional
de la sociedad, rota por los burgueses liberales, a la hegemonía del
proletariado, continuador por antítesis dialéctica a lo hegeliano de los
efectos demoledores del individualismo económico burgués); la
destrucción de los cuerpos sociales básicos e intermedios -familia,
municipio, comarca, región, federación, universidad, iglesia, gremio,
aristocracia y ejército- hasta dejar en pie, frente a frente sobre el horizonte
apocalíptico de un desierto social, al individuo y al Estado; …

La configuración del «espíritu moderno»

El estilo burgués de las sociedades puritanas, con su acicate


individualista de la empresa, aporta el capitalismo, otro fenómeno
desarraigador más, porque engendrará conservadores egoístas en lugar de
cristianos generosos.

Existencia digna y suficiente

El Carlismo postula para el individuo, en cuanto tal, el derecho a la


existencia digna y suficiente, tanto en lo cultural como en lo material. Por
eso, sin caer en el error de los igualitarismos de nombre y fachada, rechaza
el Carlismo tanto los desniveles anticristianos de las sociedades capitalistas,
hijuelas de la herejía protestante, cuanto los desniveles políticos creados en
los sistemas totalitarios a favor de las «nuevas clases» compuestas por los
privilegiados miembros de los partidos únicos.

Socialización

En la ordenación de los bienes materiales, el Carlismo niega, de una


parte, el capitalismo liberal, que traslada a la economía las pugnas de los
egoísmos infrahumanos y que termina en la esclavitud de los asalariados
33
por parte de los propietarios de los medios de producción. Y, de otra parte,
niega el Carlismo también la estatificación de los medios de producción,
que agrava el mal al entregar a los asalariados indefensos en manos de un
propietario único, monopolista absoluto, el Estado totalitario, señor de
poderes plenos, irresistibles y exclusivos.

Esto significa que el Carlismo defiende la propiedad privada frente al


socialismo y la propiedad colectiva frente al individualismo. Y por eso el
foralismo significa la simultánea defensa de la propiedad individual y de la
propiedad estatal, dentro de un sistema de propiedad social. Así es como el
Carlismo se suma a las corrientes socializadoras de la época, postulando
que la propiedad no sea en exclusiva de los individuos o del Estado, sino de
los individuos como tales, de los cuerpos sociales como tales y del Estado
como tal, en las proporciones variables que cada momento aconsejen.

Propiedad social

Al requerir como de máxima urgencia la constitución de economías


sociales, el Carlismo rehuye tanto el individualismo burgués como el
estatismo marxista. Porque es cierto que el individuo necesita la propiedad
de algunas cosas para su normal desenvolvimiento, y que el Estado necesita
también de propiedad para cumplir sus objetivos debidamente. Pero la
forma normal de la propiedad es la de la libre participación de los individuos
en los bienes de organismos sociales, desde la familia al municipio o al
gremio, forma que asegura la libertad individual, al par que garantiza a cada
hombre un puesto activo dentro de la vida colectiva.

Disminuyendo al máximo la propiedad individual y la estatal, el


Carlismo conoce primordialmente las formas de propiedad social, cuyos
sujetos sean la familia, el municipio, las agrupaciones profesionales y las
sociedades básicas restantes. Y de acuerdo con ello, el Carlismo condena
expresamente la desamortización de los bienes de las comunidades en el
expolio con que la dinastía usurpadora fraguó artificialmente una clase
burguesa de enriquecidos por méritos de favor político, a fin de sostenerse
en el trono usurpado, exigiendo la reconstrucción inmediata de los
patrimonios sociales, especialmente de los municipales, previa
indemnización a los poseedores de buena fe.

Reforma agraria

El Carlismo sostiene que el proletariado campesino surgió en España


a resultas de la desamortización. Por eso postula la realización de una

34
reforma agraria, que reconstruya la propiedad social de las comunidades
territoriales. Para llevar a cabo esta reforma agraria de un modo inmediato
postula la autorización del pago de indemnizaciones a poseedores de buena
fe con títulos de deuda local, en el marco de un régimen financiero especial
y transitorio. Por aquí habrá de buscarse también la creación de
patrimonios familiares indivisibles en arriendos de noventa y nueve años,
haciendo realidad la reforma agraria inaplazable. El resto de las
propiedades agrarias será sujeto al cauce de propiedades empresariales,
estableciéndose la participación proporcionada de los ahora asalariados en
los beneficios de tales empresas.

Reforma de la empresa

La economía industrial o mercantil adoptará la forma patrimonial de


las propiedades familiares o empresariales, con proporcionada
participación en los beneficios de cuantos intervienen en el proceso de la
producción o en el ciclo comercial. Una legislación especial canalizará el
ahorro con miras a dar al accionariado popular influjo decisivo en la vida de
las grandes sociedades anónimas. Pero, en lugar de ellas, que llevan el
estigma de la explotación capitalista, el Carlismo sostiene con la doctrina
social católica la conveniencia de fomentar por todos los medios las
cooperativas de producción y de consumo.

Banca

El Carlismo considera a la banca como servicio público, regulado por


ley adecuada que ordene sus actividades al servicio de la comunidad
nacional, tanto en la canalización del ahorro privado, como en el uso del
numerario. En todo caso, fomentará la actividad bancaria de los organismos
sociales capacitados para ella, sustituyendo el ordenamiento bancario
estatal o individualista, por instituciones bancarias profesionales o
gremiales, municipales y regionales.

Intervencionismo

El Carlismo preconiza la intervención del poder público -regional o


estatal según los casos fijados por la ley- en la economía a fin de garantizar
el bien común y que el desarrollo económico sea también un desarrollo
social. Por lo tanto sostiene el deber en que está el mismo de lograr algunos
fines como los siguientes:

✓ Encauzar las economías privadas al servicio del bien común en


función de los planes generales de desarrollo económico.
35
✓ Fiscalizar la rentabilidad de las empresas y censurar su
administración en los aspectos técnico-jurídicos.

✓ Garantizar la libertad de asociación profesional y encauzarla a


la defensa de los intereses económicos de quienes legalmente
puedan asociarse para tales fines.

✓ Impedir el «lock-out» siempre, y la huelga cuando se trate de


huelgas «subversivas» o «salvajes».

✓ Garantizar un salario mínimo vital personal y familiar,


complementado siempre por la parte de los beneficios
empresariales, en las cuantías fijadas por el Consejo Social
Regional respectivo, dentro de los límites fijados anualmente
por el Consejo Social Real.

Política social carlista

Baste con los anteriores ejemplos para el fin que se perseguía. El


Carlismo es consciente de que una sociedad auténticamente cristiana exige
que todo hombre sea propietario de bienes bastantes para atender sus
necesidades, según el tipo de vida medio del ambiente en que viva. Por eso,
la meta de la política social carlista es acabar con las injustas desigualdades
en la posesión de las riquezas, propiciar una justa redistribución de los
medios económicos y proporcionar sin excepción a todos los españoles una
parte conveniente en forma de propiedad familiar o por participación en las
propiedades sociales. No puede sentir la grandeza de la patria, ni se puede
sentir llamado a cumplir la misión de las Españas, quien no esté integrado
plenamente en ellas por no pertenecer a las instituciones políticas y
económicas que las constituyen. Esto es justamente lo que pasa cuando la
propiedad es individualista -concentrándose en unas pocas manos- o
estatal -concentrándose en una sola-.

Y esto es justamente lo que pasa, asimismo, cuando la representación


es inorgánica o cuando no hay representación política ninguna, como
ocurre respectivamente en el liberalismo y en el socialismo. Por eso
propugna el Carlismo una propiedad social y una representación
corporativa, que considera los precisos instrumentos forales capaces de
eliminar para siempre al mero asalariado, vendedor de trabajo propio y de
votos electorales prestados, sin arraigo social efectivo, y vergüenza de una
comunidad que quiera merecer el calificativo de cristiana.

36
CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS Y POLÍTICOS GENERAL ZUMALACÁRREGUI. ESCELICER.
Madrid-1971

Manifiesto de Irache de S.A.R. Don Sixto Enrique de


Borbón, 2 de mayo de 1976

Vigencia Política de la Tradición Española

Enraizamos nuestros conceptos políticos en la Tradición española,


Tradición incompatible con el sufragio universal concebido como única
fuente de legitimidad política; Tradición, como siempre, combatida por las
fuerzas cómplices del liberalismo y del socialismo.

Estos son los principios irrenunciables para el Carlismo y que han de


condicionar siempre la actitud que pueda tomar la Comunión ante
cualquier problema.

Además, quiero dejar constancia de manera expresa, que es


consustancial al Carlismo su preocupación por la justicia social. Por ello la
Comunión Tradicionalista Carlista, que incorporó en forma oficial y solemne
a su programa la doctrina social católica en las Actas de Loredán, seguirá
abogando, con la máxima energía, por una amplia transformación social
dentro de los principios cristianos en que se inspira, sin temor a la quiebra
de determinados intereses cuya legitimidad moral resulta discutible.

37
Manifiesto del Abanderado de la Comunión
Tradicionalista a los Carlistas. Santander 25 De Julio de
1981
Por esas razones y por estos principios seguiremos recusando
cualquier ideología liberal, dilapidadora de todas las energías contenidas en
nuestra Patria y origen a lo largo de la historia, y de forma permanente, de
las sangrías y sacrificios sufridos por tantas generaciones de españoles
patriotas y católicos. También rechazaremos cualquier sistema político que
se niegue a aceptar el tradicional derecho de representación y participación
política de todos y cada uno de los españoles, dentro del marco que le
corresponda, y según los fueros y libertades conforme a las muy legítimas
leyes fundamentales de España, centinelas de nuestra salvaguardia
nacional.

Por dichos principios seguiremos luchando abiertamente contra todo


determinismo histórico, ateo y esterilizador, que siempre desemboca en
una manipulación cada vez más opresiva para el pueblo y ejercida por
minorías egoístas y mitómanas, provengan éstas de ciertas capillas de tipo
liberal-capitalista y pseudo-progresista o de otras mucho más estructuradas
a nivel ideológico y dialéctico, como son las que se reconocen de obediencia
marxista.

Estos dos sistemas, por su propia esencia como por el inmovilismo y


conservadurismo estrangulador y deshumanizado que practican,
constituyen los enemigos más acérrimos y la antítesis más absoluta de una
tradición española recogida por el Carlismo, que valora ante todo la libertad
y la capacidad de decisión de cada español, según la escala de su peculiar
responsabilidad.

Queremos una sociedad de emulación y no de revolución; una


sociedad de libertad y no liberal; una sociedad de trabajadores y no de
proletarios desamparados y marginados; una sociedad orgullosa de su
forma de ser, de pensar y de evolucionar. No queremos una sociedad
avergonzada de sus tradiciones, de su temple y carácter, de su propio
criterio, por un afán de copiar costumbres de otros países para acabar
fundiéndose y confundiéndose con la incalificable nebulosa compuesta por
los fantasmas de otras naciones, las que, a su vez, por aceptar las
condiciones y los dogmas impuestos por ciertas organizaciones y grupos de
presión internacionales, han perdido su genio propio y una vida
auténticamente soberana e independiente.
38
Construir una nueva sociedad. El Cerro de los Ángeles, 15
de noviembre de 1987
El Carlismo, en la rica variedad de matices doctrinales que ha ido
resaltando a lo largo de su ya secular historia, puede enorgullecerse de
haber antepuesto, a los medros o intereses personales o sociales, el
reconocimiento del ser humano por encima de las cosas materiales,
precisamente, por ponerlo debajo de Dios. Su arraigado antiliberalismo no
se redujo a profundas consideraciones teológicas. Sus ataques eran una
condena furibunda de las consecuencias de orden económico, político y
social que el tiempo se ha encargado de hacer evidentes.

Galicia sé tu misma. Santiago de Compostela-La Pastoriza,


27 de marzo de 1988
No a las ideologías materialistas, marxistas o liberales, centralistas o
locales, que contraponen la igualdad a la libertad como principios opuestos
y no como complementarios, camuflando ambiciones con la excusa de la
producción o del reparto, y que olvidan el fundamento real de una y otra
que no es otro que la consideración del hombre como persona.

39
Ante las elecciones catalanas. Montserrat, mayo de 1989
Quienes atentan contra el alma de Cataluña son los que ingenua o
conscientemente pretenden arrasar los fundamentos de nuestras
tradiciones, suplantando el espíritu cristiano de nuestros pueblos por un
materialismo, marxista o liberal, centralista o separatista, europeo o
internacional.

Declaración de Isusquiza: Jaungoikoa ta foruak. Isusquiza,


25 de septiembre de 1988
Contra el ser tradicional de nuestro pueblo dos fuerzas se disputan
su dominio, el liberalismo centralista estatal o autonómico, y el marxismo.
El nacionalismo es camuflaje de unos y de otros. El liberalismo exalta el
individualismo egoísta y pone como meta de felicidad la posesión y disfrute
de los bienes materiales, asolando el sentido cristiano que fundamentó la
razón de vivir que tuvo siempre Euskalerría. El marxismo, cualquiera que
sea el matiz con que se disfrace, aprovecha el resentimiento que surge en
las sociedades liberal-capitalistas y mediante la lucha de clases pretende el
control del Estado para tener bajo sus pies a toda la sociedad.

Para cambiar, Tradición. El Cerro de los Ángeles, 13 de


noviembre de 1988
La herencia liberal del siglo XIX

¿No es suficiente con el panorama histórico que nos legaron las


corrientes conservadoras o revolucionarias, hijas del liberalismo del siglo
pasado, y cuyas consecuencias todavía se sienten en nuestra sociedad, para
40
que todavía se atrevan a presentárnoslas como panacea o remedio de los
males presentes? ¿Se nos ha olvidado la desamortización de los bienes
eclesiásticos y municipales que enriqueció a unos pocos y dejó
desamparados a los más; las leyes que convirtieron en proletarios a los
campesinos y dueños de las tierras a quienes sólo eran usufructuarios? ¿Se
nos ha podido borrar de la memoria la ruina y el desprestigio del poderío
español por la voracidad e incompetencia de quienes entendían el poder
como vía urgente de enriquecimiento? ¿Se nos ha podido olvidar que la
dolorosa contienda de 1936, convertida en Cruzada por el espíritu religioso
de los requetés, fue la consecuencia inevitable de las experimentaciones
políticas a las que se sometió temerariamente a nuestra Patria?

Ni marxismo ni neoliberalismo

No es la primera vez que el carlismo, fiel a su compromiso de


recordarle a España las raíces de su propia identidad, advierte las
contradicciones con que se pretenden desde el Poder configurarle su
futuro. No; ni el neoliberalismo con que urden precipitadamente las bases
económicas y políticas de la sociedad, ni el marxismo agazapado tras los
camuflajes que la democracia parlamentaria posibilita, harán que España
pueda recuperar el puesto que le corresponde en el concierto de las
naciones.

La herencia socialista

¿Cuándo se ha de tener la osadía de confesar el desastre económico


que ha supuesto para la agricultura, la ganadería, la pesca y la industria
española la precipitada entrada en el Mercado Común Europeo? ¿Cuándo
se ha de declarar abiertamente que la recuperación económica que parece
dinamizar la economía española está lográndose a costa de vender nuestro
patrimonio a las grandes multinacionales?

41
Manifiesto de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón de 17
de Julio
Parece haberse adueñado de los españoles una indiferencia teñida a
veces de falso optimismo que les impide ver la gravedad de los males que
afligen actualmente a España. La entrega de la confesionalidad católica del
Estado ha acelerado y agravado el proceso de secularización que le sirvió
de excusa más que de fundamento, pues éste -y falso- no es otro que la
ideología liberal y su secuencia desvinculadora. De ahí no han cesado de
manar toda suerte de males, sin que se haya acertado a atajarlos en su
fuente. La nueva «organización política» -que en puridad se acerca más a la
ausencia de orden político, esto es, al desgobierno- combina letalmente
capitalismo liberal, estatismo socialista e indiferentismo moral en un
proceso que resume el signo de lo que se ha dado en llamar «globalización»
y que viene acompañado de la disolución de las patrias, en particular de la
española, atenazada por los dos brazos del pseudo-regionalismo y el
europeísmo, en una dialéctica falsa, pues lo propio de la hispanidad fue
siempre el «fuero», expresión de autonomía e instrumento de integración
al tiempo, encarnación de la libertad cristiana, a través del vehículo de la
denominada por ello con toda justicia monarquía federativa y misionera.

42
Índice:
Carta a los españoles de María Teresa de Borbón y Braganza, Princesa de
Beira. 25 de septiembre de 1864. Página 3
La Ideología carlista, 1868-1876. Vicente Garmendia. Cita de «La cuestión
social», anónimo publicado en La Reconquista en Madrid el 4 de abril de
1872. Página 3
Juan Vázquez de Mella y Fanjul. Página 4
Ramón Nocedal y Romea. Discurso en el Congreso el 15 de mayo de 1892.
Página 13
Acta de Loredán. (enero 1897). Escritos políticos de Carlos VII. Página 14
Antonio Aparisi y Guijarro. Esbozo de una constitución monárquica, católica
y tradicional. Página 15
¿Cómo resuelve el programa tradicionalista el problema social? María Rosa
Urraca Pastor. Página 16
Perspectiva del Tradicionalismo en Andalucía. Ginés Martínez. Sevilla, 8 de
febrero de 1934. Página 19
El Tradicionalismo español ante la opinión pública. La voz de nuestros
tribunos. Ciclo de conferencias organizado por el Secretariado de la
Comunión Tradicionalista. Página 19
El problema de occidente y los cristianos Federico D. Wilhelmsem. Página
20
Don Ginés Martínez Rubio. Ex-diputado Obrero Tradicionalista. Página 29
Declaración de Don Javier I, Rey de España. 3 de octubre de 1966. Sistema
social de justicia. Página 30
Discurso inaugural de D. Francisco Elías de Tejada y Spínola. Página 31
¿Qué es el Carlismo? Francisco Elías de Tejada y Spínola, Rafael Gambra
Ciudad y Francisco Puy Muñoz. Página 32
Manifiesto de Irache de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón, 2 de mayo de
1976. Página 37

43
Manifiesto del Abanderado de la Comunión Tradicionalista a los Carlistas.
Santander 25 De Julio de 1981. Página 37
Construir una nueva sociedad. El Cerro de los Ángeles, 15 de noviembre de
1987. Página 38
Galicia sé tú misma. Santiago de Compostela-La Pastoriza, 27 de marzo de
1988. Página 39
Ante las elecciones catalanas. Montserrat, mayo de 1989. Página 39
Declaración de Isusquiza: Jaungoikoa ta foruak. Isusquiza, 25 de septiembre
de 1988. Página 40
Manifiesto de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón de 17 de Julio. Página 41

44
45
CONTACTO

Asociación Tempus Fugit (Baeza –Jaén)


Círculo Tradicionalista de Baeza:
Página Web: https://circulosantoreino.blogspot.com/
Email: [email protected]

Círculo Cultural Elías de Tejada (Sevilla):


Página web: https://circuloeliasdetejada.wordpress.com/
Email: [email protected]

Círculo San Rafael Arcángel (Córdoba):


Página web: https://cordoba-tradicionalista.blogspot.com/
Email: [email protected]

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