Memorias de La Abundancia
Memorias de La Abundancia
Memorias de La Abundancia
¿Vale la pena hablar sobre ella? ¿No se canceló hace mucho el tema? Al parecer, una disputa
de dos mil años se ha agotado. El lujo parece haber vencido a sus adversarios. Al cubrir vastas
superficies hasta la saciedad, el lujo ha conquistado las zonas peatonales y los mercados cash-
and-carry por lo menos en el llamado mundo occidental, al que pertenece, a pesar del absurdo
geográfico, Japón, pero no Cuba. El lujo ha ganado terreno en las mismas calles de Moscú y
en los bazares de Manila. Todo esto suena a cinismo ante la miseria que se extiende en el
Oriente y el Occidente. Sin embargo, esta argumentación nunca impresionó a los adoradores
y beneficiarios de la abundancia, y hoy en día menos que nunca. Cuando una bomba explota
y destruye un restorán en Berlín, donde según ellos se come muy bien, uno puede ver
difícilmente en estas formas brutales y cansadas de la protesta algo más que combates en
La situación nos invita a una retrospectiva. La explosión afectiva contra todo lo que se llama
transcurso del tiempo, sus argumentos han cambiado tanto como el objeto de su ambición.
Por lo que se refiere a sus temas y métodos, la proverbial educación espartana tiene poco en
común con la doctrina de los cínicos. De igual modo fueron otros miedos los que llevarían a
los romanos a promulgar las leyes sobre el lujo y la ostentación, tan draconianas como
inútiles. Savonarola quería lanzar a la hoguera de las vanidades todo lo que no sirviera a la
salvación de las almas. Sin embargo, sus intenciones no eran iguales a las de los utopistas
clásicos, quienes desde sus diversas ideas de la felicidad, bajo la amenaza de severos castigos,
No obstante, mientras más vigencia perdieron las simples razones religiosas y morales de los
exterminio del lujo y sus usufructuarios fue uno de los objetivos que los revolucionarios
No es fácil entender esta larga disputa que se encendió entonces. A pesar de la confusión
existe un locus classicus que nos permite definir sus argumentos más importantes. La
destruir las casas de los ricos, por el otro, mantiene con vida nuestra industria manufacturera.
Devora la fortuna de los opulentos, pero alimenta a nuestros trabajadores… Si uno quiere
poner en entredicho nuestras sedas de Lyon, nuestros herrajes de oro, nuestras joyas, veo
venir graves consecuencias: millones de brazos se quedarían sin trabajo, y muchas voces se
En El espíritu de las leyes, Montesquieu fue más breve: “Sin lujo”, dice, “no se puede vivir.
Si los ricos no derrochan su dinero, los pobres mueren de hambre”. Y Voltaire reduce el
Todas estas reflexiones han continuado en nuestro siglo. En su libro sobre el origen del
mundo moderno y el espíritu de la opulencia (1912), Werner Sombart sostuvo la tesis de que
Ésa fue siempre la convicción de la burguesía más avanzada. En una enciclopedia de 1815,
Teniendo en cuenta este cuidado, el lujo es no sólo muy útil y necesario al facilitar el bienestar
físico de los individuos, sino también porque puede llegar a extenderse entre el mayor número
de individuos, y de este modo trabaja contra la desigualdad de la riqueza que tanto perjudica
el bienestar nacional.
Aquí, con un giro desconcertante, se trastocan las cosas. El apologeta del lujo recurre al
Las numerosas quejas de potentados y nobles sobre los progresos y las desventajas del lujo
parecen ser parte de una sensibilidad enemiga del hombre: el orgullo y la envidia contra las
clases sociales más bajas, porque los estratos más altos no pueden acostumbrarse todavía al
El autor de esta enciclopedia de la época Biedermeier enfrenta una crítica de la cultura que
nos parece conocida; la enfrenta con una sospecha que hasta ahora sigue vigente.
El análisis económico de la producción del lujo tiene otro mérito, porque acabó con la idea
redistribución. Al desdeñar esta idea fija, Karl Marx estaba de acuerdo con sus enemigos
burgueses, aunque los más tontos de sus seguidores no lo hayan querido aceptar. Los bienes
de este mundo no pueden entenderse con la imagen del pastel de un tamaño determinado,
que debe repartirse en partes iguales, aunque la creencia en este modelo no pueda destruirse
tan fácilmente. No importa lo que se piense sobre el lujo, su historia parece demostrar lo
contrario.
Todo esto se revela en el cambio permanente de sus formas. La idea del lujo es tan relativa
como la idea de la pobreza. No hace mucho tiempo que bienes como el azúcar y el vidrio, el
hoy muchas cosas que no tuvo ningún príncipe del pasado. Este ejemplo es uno más de los
lugares comunes que nos podrían hacer pensar si los tomáramos al pie de la letra.
Sin embargo, las teorías materialistas tampoco explican todo, siempre menospreciaron el
poder simbólico del lujo, nunca vieron que ese poder era un impulso no sólo económico, sino
de la evolución misma. Los biólogos del siglo XIX se dieron cuenta que el dispendio tenía
excedente cualitativo y cuantitativo que domina en la naturaleza no puede explicarse sólo por
exorbitante juego de colores de las mariposas del trópico. Los colmillos del mamut siberiano
son también enigmáticos, pues no contribuyeron a la sobrevivencia del género. Así, la ciencia
es una pregunta que, después de todas las consideraciones, debe permanecer abierta. Por
todas estas cosas, resulta muy natural buscar analogías sociales en los caprichos dispendiosos
de la naturaleza. A los etnólogos modernos no les han faltado analogías. Su ejemplo más
célebre, aunque el más debatido también, es el potlatsch. Se trata de un ritual indio del
noroeste de Estados Unidos. El clan de los kwakiutl y otras tribus de la región, en plena
Nuevas investigaciones han presentado sus dudas sobre la realidad de esta costumbre. No
obstante, aun cuando el potlatsch fuera un mito científico, aun cuando no tuviera nada que
ver con la realidad, el asunto no ha concluido. El potlatsch pone en claro que todo consumo
Georges Bataille fue quien llevó hasta sus últimas consecuencias la interpretación filosófica
del lujo. No es una casualidad que Bataille haya estudiado primero un larga carrera de
etnología antes de pensar sobre “la idea de costo y la superación de la economía”. Como era
“La historia de la vida en la Tierra es sobre todo el resultado de una exaltación desaforada:
el acontecimiento dominante es el desarrollo del lujo, la creación de formas de vida cada vez
más costosas”. No necesitamos compartir la metafísica del dispendio de Bataille para darle
razón en un punto, vale decir: a pesar de la pobreza, no ha existido una sociedad humana que
Se puede afirmar con muy buenas razones que nunca se ahorró tan poco como en los tiempos
en que las hambrunas eran cosa de todos los días. Precisamente las sociedades tradicionales,
barroco nos permite estudiar mejor el tema. El príncipe consideraba cualquier ocasión
propicia para esas orgías del derroche: un bautismo, un santo, un cumpleaños, un tratado de
paz o una conquista. Por lo menos en un sentido simbólico, el mismo matrimonio debería
llevarse a cabo públicamente. Las bodas de Leopoldo I, en Viena, se festejaron todo un año.
Un malentendido puritano nos ha hecho creer que el desarrollo del esplendor y el lujo sólo
sirvió al placer de los poderosos. Más bien, esplendor y lujo estuvieron siempre
cualquier precio un espectáculo exorbitante. Para sufragar los gastos debieron aceptar
créditos como también los aceptaron los aristócratas menos poderosos, que pusieron en
peligro su propia existencia y la de sus súbditos. Por lo que respecta al placer, el protocolo
determinó estrictamente cada paso de los participantes en esas fiestas: uno se las puede
imaginar como un esfuerzo inevitable y terrible, que dejaba exhaustos a todos los invitados.
¿Y qué papel jugaba el pueblo o, para decirlo de forma moderna, el público en estos rituales
del derroche? No sólo tenía que pagar la cuenta, le asistía también el derecho de contemplar
participación en las fiestas del monarca, los pobres tenían el derecho como invitados de gorra
Esta interacción ha sobrevivido las épocas del absolutismo. Hoy en día el público participa,
a través de la prensa y la televisión, en las fiestas de los “notables”. Ya se trate del baile en
deportista conocido o de los restos de las monarquías, una multitud ávida observa siempre
Las formas más sólidas del lujo público han podido afirmarse también en nuestros días. No
sólo los teatros de ópera, los centros culturales y los museos nos revelan el placer del
Large Hadron Collider, que actualmente se construye cerca de Ginebra, catedral subterránea
de la “High Tech”, cuyo sentido esotérico apenas pueden entender los contribuyentes de los
del mundo tenga una utilidad rentable, ni que se amortice desde la perspectiva de la
les debe resultar tan absurdo como a la contaduría de su época le resultaba absurdo
Neuschwanstein, el castillo fantástico del rey Ludwig II de Baviera. Los contadores pensaron
bien, actualmente todos los años se recogen en el castillo seis millones de marcos por
concepto de entradas. Los réditos indirectos de ese ramo alcanzan, sin duda, los miles de
millones.
Lo que es notable en este ejemplo no son las cifras, sino el amor con que se corresponde hoy
como ayer al emperador enfermo, a quien siempre le resultó despreciable toda manifestación
popular. Una demostración de que el lujo, sobre todo cuando rebasa todas las proporciones,
nunca produce una indignación espontánea. En nuestros días sucede lo mismo. Todos los
años, en la época de la Navidad, se iluminan calles y avenidas. París acostumbra colgar medio
los pobres. Cuando Mitterrand empezó su programa de construcción faraónica tenía lugar en
la zona conurbada de París “la guerra civil molecular”. Los desempleados y los
contribuyentes han enfrentado por igual a los elefantes blancos de nuestra civilización con
derroche público, sino más bien sus autonombrados defensores, intelectuales radicales del
calibre de un Robespierre, Lenin, Mao Tse-tung o Pol Pot, abogados, hijos de terratenientes,
sociólogos, quienes vieron en la vida ascética la mayor de las virtudes y, por lo tanto,
estuvieron siempre dispuestos a imponerla mediante el terror. Uno puede buscar inútilmente
a los predicadores del ascetismo entre los pobres, los desposeídos y los humillados.
Federal de Alemania. En su pubertad, en los primeros años del milagro económico, las masas
por ese entonces todavía mercancías de lujo. Más tarde, el movimiento estudiantil fracasó
cuando quiso proteger al público de un peligro inminente, el terror del consumo. Y cuando
escritores vieron impotentes cómo millones, indefensos, eran víctimas de las tentaciones de
Todo parece indicar que el rechazo de todas las formas del lujo, también de la más moderada,
se debe más a los escrúpulos y el autodesprecio de sus críticos que al resentimiento de los
resplandeciente el horizonte de su futuro? Sólo un idiota puede tener esta idea, porque a un
lado del lujo colectivo se ha impuesto un lujo más democrático, privado, cotidiano,
desprendido de todos los rituales, más pequeño y, por decirlo así, menos presentable. “El
innegable bienestar de las clases bajas que se ha extendido gracias al progreso de la industria”
lo ha hecho posible. ¡Nada más lejos de nosotros que “la maliciosa percepción enemiga del
hombre” que les envidia esos frutos! Nada más lejos también que la oscura maledicencia del
“trepador”. Todos los que participan en este juego empezaron alguna vez como nuevos ricos.
Apenas perceptible a los ojos de su viejo enemigo, el lujo privado tuvo en los años del
más conocida, ha sido víctima de la entropía, esa ley que equilibra los extremos, y que lleva
lujo fueron raras excepciones. El lujo debía su escándalo y su prestigio precisamente al hecho
Una industria gigantesca —que aún en tiempos de depresión económica tiene tazas de
crecimiento fantásticas— vive de los productos de su ruina. Aquí, la proclividad por los
artículos de marca es representativa de este desarrollo. Los nombres de los fabricantes se han
publicitaria.
“El lujo no es lo contrario de la pobreza, sino de la vulgaridad”. Con estas palabras Coco
Chanel dictó la sentencia contra la industria, una de cuyas pioneras era ella misma. Duty Free
Shop y Shopping Mall se llaman los depósitos de cadáveres del lujo. Lo siniestro de esos
siempre iguales, aparece con la afirmación “lo exclusivo” y con la ingenua pretensión de que
se trata de un must.
Una ojeada retrospectiva muestra que el lujo siempre tuvo una explicación estética dudosa.
pátina y el uso reducen el kitsch de tantas piezas hereditarias, y vuelven soportable la falta
de gusto del buen gusto. En las secciones de horror de los “souvenirs” y los muebles de estilo
No debe sorprender que el lujo privado se le haya perdido al observador envidioso, porque
donde no hay más que ver el voyeur se encoge de hombros y se retira. Tampoco es un
accidente que sean sobre todo padrotes, gángsters y barones de la droga quienes piensan que
tiene un gran valor adornarse con tanta mierda exclusiva. En ninguna parte es más sangrienta
la lucha por las etiquetas, por los nombres de las marcas en los cachivaches que en los guetos.
Uno se pregunta si el lujo privado tiene aún futuro. Yo espero y temo que sí. Si es cierto que
el apego a la diferencia es uno de los mecanismos de la evolución, y que el placer del derroche
todo; lo que no sabemos es la forma que tomará la abundancia al huir de su propia sombra.
Supongo que las prioridades serán muy distintas en las luchas futuras por el reparto. Bajo el
signo del consumo devorador, automóviles veloces, relojes de oro, cajas de champaña y
perfumes —cosas que uno encuentra en cada esquina— no sólo serán lo único escaso, raro,
caro y deseado, sino también las más elementales condiciones de vida como tranquilidad,
La lógica de los deseos sufre una extraña inversión. El lujo del futuro se despide de lo
superfluo y pretende lo necesario: lo que sólo estará, es de temerse, al alcance de muy pocos.
1. El tiempo. Es el más importante de todos los bienes de lujo. De modo caprichoso, las elites
son las que menos pueden disponer libremente del tiempo en sus vidas. No es en primer lugar
una cuestión cuantitativa, aunque muchos miembros de este grupo social trabajan ochenta
horas a la semana. Más bien son diversas dependencias las que los esclavizan. Se espera que
en todo momento se les pueda localizar y se encuentren dispuestos a trabajar a cualquier hora.
Por lo demás, todos dependen del calendario de sus citas, que muchas veces se concertan
Pero también otros profesionistas están atados a reglamentos que limitan la soberanía de su
tiempo a un mínimo. Los obreros dependen de los tiempos de sus máquinas, las amas de casa
de los horarios de las tiendas, los padres de familia de las disposiciones de la escuela, y casi
todos dependen de los viajes de ida y vuelta a las horas punta del tráfico. Bajo estas
condiciones, sólo vive lujosamente quien siempre tiene tiempo, pero sólo bajo la condición
de que haga lo que quiera, de que pueda decidir qué hace con su tiempo, cuánto, cuándo y
dónde lo invierte.
2. La atención. La atención es también un bien escaso, por cuya distribución los medios
luchan implacablemente. En el caos del dinero y la política, del deporte y el arte, de la técnica
y la publicidad, queda muy poco de ella. Sólo quien escapa a esas exigencias desaforadas y
apaga el rumor de los canales de televisión, puede decidir lo que merece o no merece la
queremos ver, escuchar y conocer. Aquí también hay un momento del lujo.
Los precios exorbitantes del alquiler, la escasez de viviendas, los medios de transporte a
reventar, las aglomeraciones en las zonas peatonales, en los baños públicos, discotecas, zonas
de turismo muestran una reducción de las relaciones existenciales que equivalen a una
privación de la libertad. Quien pueda escapar a la atmósfera de la jaula vive lujosamente. Del
mismo modo, quien pueda tener también la disposición de salir de la montaña de mercancías.
Por lo general, los departamentos demasiado pequeños han levantado barricadas con
espacio que facilita el libre movimiento. Hoy una habitación parece lujosa cuando está vacía.
4. La tranquilidad. Es también una necesidad fundamental, que cada día es más difícil de
satisfacer. Quien quiera evitar el ruido omnipresente, debe hacer un gasto considerable. Los
departamentos cuestan más cuanto más tranquilos; los restoranes que no ofrecen a sus
clientes la música ratonera en sus oídos, exigen precios más altos por acabar con esa molestia.
estereofónico del vecino, las impetuosas fiestas callejeras que duran meses —quien pueda
5. Medio ambiente. Como sabemos, nadie puede asegurarnos que el aire que respiramos no
se encuentre contaminado, ni que no apeste el agua que bebemos: es un privilegio del que
participan cada vez menos seres humanos. Quien no sea producto de la generación
espontánea debe pagar más caro alimentos que no estén envenenados. A la mayoría de la
gente le resulta difícil evitar los riesgos corporales y vitales en su lugar de trabajo, en el
tráfico y en las ruinas del tiempo libre. Desde esta perspectiva, las posibilidades de escapar
puede garantizar la seguridad, crece la demanda y los precios se van al cielo. Guardaespaldas
con altas tazas de crecimiento. Quien visita los barrios donde viven los ricos, sospecha que
el lujo del futuro no promete ningún placer. Como en el pasado, el lujo no sólo trae libertades,
sino también coerciones. El privilegiado que busca la seguridad no sólo excluye a los otros,
sino también se encierra a sí mismo. Sea como fuere, estas conjeturas apuntan a una vuelta
llena de ironías. Si algo quieren decir, entonces el futuro del lujo no está en la multiplicación,
paradoja sería una nueva paradoja: el minimalismo y la renuncia podrían resultar tan escasos,
En esas circunstancias, el lujo perdería de una vez por todas su poder emblemático. La
consistiría en hacerse invisible; con una retirada semejante de la realidad, el lujo sería fiel a
vida.
Ante estas perspectivas, se impone otra pregunta tan nueva como desconcertante. No está
claro quiénes serán los beneficiarios del lujo en el futuro. Los parámetros de costumbre —la
posición social, el salario y la riqueza— no serán ya los decisivos. Muchos de los bienes que
político de la cúpula. Todos ellos pueden comprar espacio suficiente y un cierto grado de
mayoría de la población— pueden disponer a discreción de su tiempo, pero sería una burla
descarada ver en ello un privilegio. Hacinados en viviendas estrechas, sin dinero ni seguridad,
muchos no sabrán qué hacer con su tiempo vacío. Es difícil decir cómo se repartirán los
escasos bienes del futuro, pero una cosa está clara: quien tenga sólo uno, no tendrá ninguno.
Como en el pasado, aquí nadie podrá hablar de justicia. Por lo menos en este punto el lujo