978 607 502 964 1 La Consumacion - Lczxh4e8

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La consumación
de la independencia.
Nuevas interpretaciones
(homenaje a Carlos Herrejón)

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Universidad Veracruzana

Martín Gerardo Aguilar Sánchez


Rector

Elena Rustrián Portilla


Secretaria Académica

Lizbeth Margarita Viveros Cancino


Secretaria de Administración y Finanzas

Rebeca Hernández Arámburo


Encargada de la Secretaría de Desarrollo Institucional

Agustín del Moral Tejeda


Director Editorial

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La consumación de la independencia.
Nuevas interpretaciones
(homenaje a Carlos Herrejón)

Coordinadores

Ana Carolina Ibarra, Juan Ortiz Escamilla

y Alicia Tecuanhuey

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Diseño de interiores: David Medina
Armado de forros: Jorge Cerón Ruiz
Imagen de portada: Dibujo del tablado y perspectiva alegórica para celebrar el restablecimiento y ventajas de la Cons-
titución española, proyectado por José Ignacio Paz, para la fachada de su casa (1820). Archivo General de Indias (AGI,
MP-MÉXICO, 511), Ministerio de Cultura y Deporte, España.

Clasificación LC: F1232 C661 2021


Clasif. Dewey: 972.03
Título: La consumación de la independencia : nuevas interpretaciones (homenaje a
Carlos Herrejón) / coordinadores, Ana Carolina Ibarra, Juan Ortiz Escamilla
y Alicia Tecuanhuey.
Edición: Primera edición.
Pie de imprenta: Xalapa, Veracruz, México : Universidad Veracruzana, Dirección Editorial ; Zamora,
Michoacán : El Colegio de Michoacán, A.C. ; Ciudad de México : Universidad
Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2021.
Descripción física: 646 páginas : ilustraciones, gráficas, mapas ; 23 cm.
Nota: Bibliografía: páginas 585-646.
ISBN: 9786075029641 (UV))
9786075441368 (Colmich)
978-607-30-5292-4 (unam)
Materias: Herrejón Peredo, Carlos.
México--Historia--Guerra de Independencia, 1810-1821--Historiografía.
México--Historia--1821-1861--Historiografía.
Autores relacionados: Ibarra, Ana Carolina.
Ortiz Escamilla, Juan.
Tecuanhuey Sandoval, Alicia.

DGBUV 2021/45

Primera edición, 3 de noviembre de 2021

D. R. © Universidad Veracruzana
Dirección Editorial
Nogueira núm. 7, Centro, cp 91000
Xalapa, Veracruz, México
Tels. 228 818 59 80; 228 818 13 88
[email protected]
https://www.uv.mx/editorial

D. R. © El Colegio de Michoacán, A. C.
Centro Público de Investigación
Conacyt
Martínez de Navarrete 505, cp 59699
Fraccionamiento Las Fuentes
Zamora, Michoacán, México
[email protected]

D.R. © Universidad Nacional Autónoma de México


Instituto de Investigaciones Históricas
Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n
Ciudad Universitaria, Coyoacán
04510, Ciudad de México

ISBN: 978-607-502-964-1 (uv)


ISBN: 978-607-544-136-8 (Colmich)
ISBN: 978-607-30-5292-4 (unam)

DOI: 10.25009/uv.2661.1613

Impreso en México
Printed in Mexico

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Presentación

La consumación de la independencia. Nuevas interpretaciones


(homenaje a Carlos Herrejón) es el resultado de tres reuniones de traba-
jo cuyo propósito fue reflexionar sobre el proceso de consumación de la in-
dependencia mexicana. El primer encuentro del seminario tuvo como sede
El Colegio de Michoacán. La segunda reunión, organizada por la Universidad
Veracruzana, se realizó en la ciudad de Córdoba, en el marco del 198 ani-
versario de la firma de los Tratados de Córdoba. El tercer seminario tuvo
lugar en la ciudad de Puebla y fue organizado por la Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla.
Las tres reuniones fueron convocadas por Carlos Herrejón, y fue en la
última en la que los participantes acordamos, como una muestra de gratitud
hacia su persona y de reconocimiento a su obra y a sus enseñanzas, honrar
al más grande estudioso de las primeras décadas del siglo xix novohispano.
Sus trabajos han mostrado que tanto la guerra civil de 1810 como la procla-
mación del Plan de Iguala en 1821 encontraron en la defensa de la fe cató-
lica uno de sus principales argumentos e impulsos. Pusieron de manifiesto,
igualmente, que el lenguaje en que se expresaron aquellos movimientos tuvo
un tono político religioso, aun cuando incorporaron elementos del discur-
so político de la época.
Todos los autores que participamos en este libro hemos abrevado de la
magna obra de Carlos Herrejón. Sus aportes, su interés en ciertos temas y
su mirada renovadora han representado un estímulo para nosotros en la
medida en que nos han permitido superar interpretaciones heredadas del
pasado. Su trabajo y su iniciativa han contribuido a ampliar la gama de sabe-
res y de herramientas necesarios para comprender un periodo tan convulso
como lábil. Él retomó con profesionalismo aspectos que por largo tiempo
habían sido tabúes para la historiografía nacionalista y, gracias a sus traba-

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jos, los temas de la insurgencia y la independencia se volvieron complejos,
diversos, se alejaron de lo mítico y se tornaron más humanos. Los escritos
aquí reunidos son una muestra de la influencia que ha tenido Herrejón en
la historiografía de la Independencia. Desde luego, somos conscientes de
que todavía hay mucho por explicar sobre la guerra civil y sobre el proceso
de consumación; también hemos de asumir que las operaciones interpreta-
tivas no son simples ni lineales y que se requiere de más estudios y argumen-
tos para mostrar su complejidad.
El primer escrito de este libro se ocupa de la biografía intelectual de
Carlos Herrejón, y estuvo a cargo de Ana Carolina Ibarra. En sus páginas,
la autora traza la evolución de una mente brillante, de un hombre culto,
disciplinado y obsesivo, que ha sido consciente de la labor que el historiador
profesional tiene por destino: el diálogo con la memoria histórica para in-
terrogarla y enriquecerla. Pone de relieve la fructífera trayectoria, la afanosa
búsqueda de nuevos testimonios sobre temas de su interés. Con más de cua-
renta años de trabajo en archivos y en bibliotecas de México y del extranjero,
Herrejón reconstruyó una nueva historia de la insurgencia. Destaca su cultivo
del género biográfico, pues Herrejón ha dedicado una parte importante de
su obra a narrar la vida y la acción de los principales caudillos insurgentes:
Miguel Hidalgo, José María Morelos, Ignacio Rayón y Guadalupe Victoria.
Su trabajo más reciente, Morelos, es una obra monumental en la que recupera
toda la documentación y la iconografía existentes sobre el Siervo de la Na-
ción. La semblanza que presenta Ibarra nos permite conocer también las apor-
taciones fecundas que hizo Herrejón a la historia de la Iglesia y del clero.
El ensayo presentado por Rafael Estrada Michel se centra en las aporta-
ciones más importantes de Herrejón en el campo de la historia del derecho
durante la guerra de independencia. Nos referimos a la controversia entre los
jefes insurgentes Ignacio López Rayón y José María Morelos. Mientras el pri-
mero era un partidario fiel de la figura del monarca español Fernando VII, el
segundo lo rechazaba y pensaba en una Constitución con división de pode-
res acotados a ciertas circunstancias. Con apego a los documentos escritos
tanto por Rayón como por Morelos, Estrada Michel desglosa cada uno de
los conceptos desde su origen hasta el significado que cada uno de los acto-
res le quiso dar.
Josep Escrig Rosa presenta una renovada explicación de un tema poco
estudiado en México: el discurso de la contrainsurgencia y el de la contrarrevo-

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lución. En un meticuloso estudio del discurso presente en edictos, sermo-
nes, diálogos, cartas, folletos, entre otros materiales, escritos para denostar
y deslegitimar a los rebeldes, el autor distingue tres momentos contrarrevo-
lucionarios entre 1810 y 1821. En el primer periodo, nombrado por Escrig
como el de la “contrainsurgencia patriótica” y al que ubica entre 1810 y 1814,
la insurgencia armada se representa como una amenaza para la integridad
del reino y como una afrenta al monarca y a la religión católica. En el se-
gundo momento, el del periodo absolutista, ubicado entre 1814 y 1820, el
discurso contrarrevolucionario adquirió un carácter más ofensivo en aras de
la recuperación de territorios antes ocupados por los insurgentes. La última
fase comenzó en abril de 1820 y terminó en mayo de 1822 con la proclama-
ción de Iturbide como emperador de México.
Don Carlos Herrejón aborda uno de los temas que más le apasionan:
los sermones y discursos durante los dos años cruciales, de parteaguas entre
el periodo colonial y el México independiente, es decir, entre 1820 y 1822.
Esta forma de expresión fue de lo más socorrido para la difusión de las ideas
y las posturas políticas del clero. Los escritos contaron con la pluma de los
clérigos ilustrados. Los primeros fueron para justificar por qué el monarca
había jurado el restablecimiento de la Constitución y de las cortes. Varios
de los sermones publicados en España se reprodujeron en la Nueva España.
La Iglesia se pronunció por la carta gaditana en la creencia de que con su
restablecimiento se resolvería una parte de los problemas existentes. A los
discursos y sermones de los altos prelados de la Iglesia les siguieron los de
los curas y párrocos de las ciudades.
La llamada libertad de imprenta restó al clero la influencia que tenía so-
bre la opinión pública. La proliferación de periódicos, folletos y hojas sueltas
ofreció al público puntos de vista diversos y a veces contrarios al pregonado
por la Iglesia. Un ejemplo de ello fue el primer discurso académico pronun-
ciado por Blas Osés sobre la Constitución. Se asegura que con dicho discurso
se inauguró en México la historia del derecho constitucional. Él y su padre
Juan Ramón desde 1813 habían analizado la Constitución y los cambios que
implicaba su aplicación. En esa ocasión la petición la hizo el virrey Félix Ma-
ría Calleja y no se publicó. Siete años después, Blas retomó el tema y lo hizo
público.
A partir de 1821 el contenido de los sermones y los discursos académicos
ya no se orientó en favor de la Constitución sino en su rechazo. El cambio

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de opinión obedeció a la vigencia de las leyes de reforma de las estructuras
del clero y del gobierno, así como a la expulsión de nueva cuenta de jesuitas
y a la supresión de órdenes religiosas. Desde el análisis de los sermones que-
dó claro que el trasfondo del Plan de Iguala era una guerra en defensa de la
religión. Los primeros en sumarse al Plan fueron los obispos, como el arce-
diano y gobernador de la Mitra de Valladolid, Manuel de la Bárcena y Arce,
y el obispo Antonio Pérez, de Puebla. Fueron ellos los que encabezaron una
amplia campaña, ahora contra la dominación española y las Cortes liberales.
En su trabajo, Juvenal Jaramillo profundiza en el conocimiento de uno
de los personajes más importantes de la consumación de la independencia,
que previamente fue abordado por Carlos Herrejón. Nos referimos a Manuel
de la Bárcena y Arce. En el trabajo se presenta una semblanza del personaje
desde su nacimiento hasta su muerte, y del vínculo familiar que guardaba
con fray Antonio de San Miguel, uno de los prelados más cultos y com-
prometidos con la sociedad novohispana. De la Bárcena, Abad y Queipo y
Miguel Hidalgo, entre otros, formaron parte de una generación brillante,
educada bajo las enseñanzas de San Miguel.
Rodrigo Moreno Gutiérrez presenta una explicación realmente novedosa
sobre la independencia mexicana como un proceso histórico que compete a
diversos actores, agentes políticos, instituciones y corporaciones e imperios.
Más que una solución o un mito nacional, 1821 se presenta como un problema
a resolver. Su enfoque lo centra en la dimensión armada como proceso que in-
volucra a diversos actores e intereses. Nos queda claro que la guerra creó una
nueva cultura ligada al uso de las armas y a nuevas formas de participación
política no solo en México sino en toda América y Europa. Nos queda claro,
igualmente, que la guerra de 1810 en Nueva España modificó las conciencias
y las formas de convivencia, y que la acumulación de experiencias de sobrevi-
vencia se expresó en 1821. Pero el restablecimiento de la Constitución de 1812
limitó el poder ejercido por los militares para depositarlo en los ayuntamien-
tos y en las diputaciones provinciales.
Alfredo Ávila orienta su trabajo en la misma dirección que Rodrigo Mo-
reno para explicar la firma de los Tratados de Córdoba en el contexto con-
tinental americano de las guerras de independencia, y para explicar por qué
el liberal Juan de O’Donojú fue nombrado jefe superior político y capitán
general de la Nueva España, designación en la que contó con el beneplácito
de los diputados novohispanos. Con el golpe de Estado de Francisco Novella,

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Iturbide perdió a su interlocutor en el gobierno a cargo del jefe político
Juan Ruiz de Apodaca. En este sentido, la presencia del nuevo enviado de
las Cortes representó para Iturbide la posibilidad de continuar con el diá-
logo hasta la firma del acta de independencia de México. Ya no importaba
que las Cortes, el Consejo de Estado y el propio monarca desconocieran la
independencia mexicana. Se trataba de hechos consumados.
Ivana Frasquet aborda otro tema poco cono cido en la historiografía mexi-
canista. Nos referimos al proyecto de monarquía federal que la prensa espa-
ñola difundió durante el llamado Trienio Liberal. A través del debate públi-
co los diputados americanos dieron a conocer su propuesta para transformar
la monarquía constitucional española en un Estado federal de reinos inde-
pendientes. La opinión pública les era favorable, mientras que el monarca
permaneció en silencio hasta que conoció el pronunciamiento militar de
Agustín de Iturbide y canceló cualquier posibilidad de diálogo sobre el tema.
De cualquier manera el debate continuó y, mientras que algunos periódicos
defendían la causa americana, otros la denostaban sin consideración alguna.
Guadalupe Jiménez Codinach amplía el horizonte ya planteado por Iva-
na Frasquet para explicar el contexto internacional en el que se enmarcó el
proceso de la llamada consumación de la independencia mexicana. Para ella,
las ideas del fraile Dominique Pradt fueron las que inspiraron a toda una
generación y cristalizaron en el Plan de Iguala. También explica la importan-
cia que tuvo para Europa la extracción de la plata mexicana, sobre todo en
el desarrollo y el financiamiento de las guerras.
Moisés Guzmán Pérez recupera la parte simbólica del movimiento mili-
tar de la trigarancia con el llamado Plan de Iguala. Explica la manera en que se
fueron conformando los elementos para construir la fisonomía del nuevo
ejército. En primer lugar, destaca la fusión de los antiguos cuerpos de la mili-
cia provincial para la formación de los nacientes cuerpos del ejército regular.
A ello le siguieron los grados militares, los escudos, los uniformes y los colores
de las tres divisiones (infantería, caballería y artillería), las banderas, las in-
signias, las condecoraciones, las divisas y las inscripciones para conmemorar
hechos gloriosos en favor de la independencia.
Una de las iniciativas más notables de Carlos Herrejón fue el estudio de
la guerra desde una perspectiva regional y local. El propósito era ampliar el
horizonte historiográfico, explicar los elementos comunes en todos los pro-
cesos y, al mismo tiempo, destacar las características propias de cada región

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o provincia. Por ejemplo, si se trataba de una población predominantemente
indígena, mestiza, blanca o mixta; si dichos territorios sufrieron los desastres
de la guerra iniciada en 1810, así como el reacomodo de los grupos políticos
ante el restablecimiento de la Constitución de 1812, la elección de las nuevas
autoridades y la jura del Plan de Iguala y del acta de independencia.
Alicia Tecuanhuey se ocupa de los sucesos de la provincia de Puebla,
una de las más castigadas por la guerra civil y cuyas heridas, causadas por
los agravios y abusos de las autoridades que gobernaban en nombre de la
monarquía española para restablecer la paz, no desaparecieron en mucho
tiempo. Los habitantes estaban profundamente divididos entre los defenso-
res del régimen y los que intentaban acabar con él. Queda claro que fue el
uso de las bayonetas lo que permitió la sobrevivencia del régimen colonial
hasta la reinstalación del régimen gaditano, el que desplazó del poder a los
militares para adjudicarlo a los civiles. En este contexto se dio el pronuncia-
miento militar de Iguala, que reactivó la violencia armada en toda la pro-
vincia. Fue en la de Puebla donde se dieron los mayores enfrentamientos
armados entre las tropas expedicionarias españolas y el Ejército Trigarante,
hasta su capitulación y la jura del Plan de Iguala.
Mariana Terán explica la experiencia que Zacatecas vivió entre 1808 y 1823,
a la luz de las respuestas que encararon los miembros del ayuntamiento de
la capital de la intendencia. Una de las secuelas de la guerra fue el poder que
adquirieron los militares expedicionarios en una de las ciudades más impor-
tantes de la Nueva España debido a su actividad minera, a la instalación de la
Casa de Moneda y a su pujante economía. Terán, entonces, analiza la forma
en que durante el Trienio Liberal las autoridades civiles recuperaron el con-
trol político administrativo del territorio y cómo la diputación provincial se
transformó en un cuerpo político soberano. Para ello estudia a los miembros
de las elites políticas de los principales centros urbanos, y explora su partici-
pación en los procesos electorales durante los bienios de 1812-1814 y 1820-
1823 para la elección de diputados a Cortes y de la diputación provincial.
Laura Machuca estudia la provincia de Yucatán, un territorio ajeno a
los enfrentamientos armados, aun cuando no se mantuvo al margen de los
sucesos que se presentaron en el centro de la Nueva España. Estudia las
motivaciones que los actores sociales tuvieron para declarar la independen-
cia de la provincia, el 15 de septiembre de 1821. Constata que las instituciones
de los niveles intermedio y local, es decir, el ayuntamiento y la diputación

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provincial, dieron oportunidad de renovar a las elites. Las autoridades que
representaban a la monarquía, el gobernador y el capitán general, fueron
destituidas y se recluyó en la cárcel al alférez real. Sus lugares fueron ocu-
pados por nuevos personajes, todos criollos, elegidos por la diputación. El
cambio generacional que resultó se reforzó con la convergencia de las nue-
vas autoridades y el obispo en los planes de secularización de los conventos.
Carlos Juárez Nieto reconstruye el derrotero que siguió la ciudad de
Valladolid, lugar de origen del caudillo Agustín de Iturbide, en la consuma-
ción de la independencia. Para ello hace un recuento de la fuerza alcanzada
por los militares durante los diez años de guerra civil. Con el restablecimien-
to de la carta gaditana en 1820, sin embargo, afloraron las aspiraciones y
las estrategias para controlar territorios y pueblos. Los diputados suplentes
a las Cortes de Madrid, infructuosamente impulsaron iniciativas para dar
mayor representación a los americanos. Juárez Nieto sopesa la valía de esas
gestiones y calibra el impacto a mediano plazo para consolidar la autonomía
provincial. No obstante, la adhesión al Plan de Iguala no se produjo de ma-
nera inmediata. La tensión imperó entre el ayuntamiento, el intendente, el
comandante militar, el gobernador de la Mitra, así como en el seno mismo
del gobierno municipal que, finalmente, en mayo de 1821, capituló ante la
fuerza que había sitiado la ciudad y decidió adherirse al Plan.
La experiencia oaxaqueña de consumación de la independencia es inves-
tigada por Carlos Sánchez Silva. Así, describe las habilidades de que Antonio
de León y Loyola, jefe militar y principal actor político de la provincia, se
valió para sobrevivir al colapso de los iturbidistas entre 1821 y 1823. Muestra
cómo el personaje suplantó la autoridad y la dirección política del ayunta-
miento oaxaqueño, en el que predominaban representantes de los hacenda-
dos y de los comerciantes españoles y criollos. Explica asimismo cómo fue
que cambió la correlación de fuerzas a favor del Plan de Iguala, en gran me-
dida gracias a los triunfos que obtuvo sobre las fuerzas realistas. A partir de
ahí, las gestiones conjuntas de este, el obispo, el comandante general y demás
principales de la ciudad resultaron en la adhesión al Plan. Sin embargo, Itur-
bide optó por designar a su compadre Agustín Iruela Zamora comandante
de Oaxaca y no al considerado libertador de la provincia.
Para tener una idea más clara de la manera en que los impuestos extraor-
dinarios de guerra y la Constitución gaditana afectaron la administración
recaudatoria tanto de alcabalas como de tributos por parte de los gobiernos

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locales, Luis Jáuregui y Martha Terán tienden una profunda mirada que ex-
plica hasta qué punto la guerra y la norma gaditana modificaron las formas
de captación fiscal de la hacienda del rey.
Luis Jáuregui estudia la transición de la administración de recaudación
de alcabalas entre 1810 y 1821 a la luz de la administración de la oficina de
Chautla de la Sal. El atractivo de esta dependencia radica en que fue uno
de los lugares más castigados por los enfrentamientos armados entre insur-
gentes y fieles del rey. Jáuregui deshila los componentes del objeto de estudio:
los productos de intercambio, la valoración del peso de la administración
en el conjunto, los administradores y la manera en que la guerra y la triga-
rancia distorsionaron el funcionamiento de la oficina. Con el restable-
cimiento del régimen gaditano en 1820 y durante el periodo imperial, no
hubo cambios significativos en la forma de recaudar, en los encargados de
la administración, ni en el destino que se dio a los recursos. Sin embargo,
el autor expone cómo esta tarea se tornó “descomunal”, por cuanto había de
resolverse infinidad de asuntos pendientes y enfrentar el debilitamiento
de los poderes de anteriores autoridades y la aparición de nuevas instancias,
que a su vez crearon nuevas contribuciones.
Martha Terán aborda la reacción que las comunidades indígenas expe-
rimentaron durante el restablecimiento del régimen constitucional liberal, el
proceso de consumación de la independencia y el imperio. Para ello, estu-
dia las primeras reacciones de los pueblos al decretarse la igualdad fiscal y
la consecuente cancelación de privilegios inmemoriales, así como frente al
conjunto de impuestos reunidos en el rubro de gabelas. Sopesa de igual for-
ma la disminución de contribuyentes por efecto de los dos acontecimientos
que amenazaron a la población: la guerra y la epidemia de 1813. Asimismo,
explica cuáles fueron las contribuciones que sobrevivieron a la guerra, los
argumentos que sirvieron para mantenerlas y los esfuerzos para solicitar
exoneraciones y regularizar adeudos y atrasos. Finalmente, analiza las dificul-
tades que enfrentaron los pueblos de indios para aceptar las disposiciones
orientadas a implantar en 1820-1822 la igualdad fiscal de los ciudadanos.
Celina Becerra lleva a cabo un estudio demográfico que busca deletrear
los significados del movimiento trigarante para los habitantes de dos pue-
blos de la intendencia de Guadalajara. De acuerdo con una perspectiva de-
mográfica, a través de registros parroquiales de decesos busca diferenciar los
causados por epidemias y los ocurridos por fusilamientos tanto de insurgen-

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tes como de realistas. Después de establecer las peculiaridades regionales de
los choques, la autora muestra que en el periodo de la trigarancia inició un
lapso de recuperación demográfica como consecuencia lógica del fin de los
combates propios de la guerra civil. Gracias a la investigación de Becerra
podemos conocer con detalle los fenómenos asociados a la guerra, a la mo-
vilidad de la población de una zona a otra, a la omisión en los registros de
la calidad étnica de los difuntos y a la notable disminución de la natalidad
y de los matrimonios.
La obra en homenaje a Carlos Herrejón concluye con la publicación de
la correspondencia inédita entre Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero.
En ello radica su importancia, y su conocimiento se debe a la labor de preser-
vación de Jaime del Arenal. Más allá de aspiraciones y deseos, este material
enriquece el cúmulo de evidencias que permitirán conocer mejor a los dis-
tintos protagonistas en los diferentes y dramáticos momentos del proceso
que condujo a la independencia de México.

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Carlos Herrejón, una biografía intelectual

Ana Carolina Ibarra1

Hace más de 30 años, el joven Carlos Herrejón afirmó que “al ritmo
de los aniversarios crece la historiografía mexicana”. Son fechas en las que
se multiplican los interesados y la investigación dirige su mirada hacia aque-
llos temas que permiten comprender los grandes virajes, la aceleración de
nuestra historia.
Quien fuera entonces coordinador de un encuentro que se convirtió en
parteaguas para los temas de la Independencia –la celebración del 175 aniversa-
rio del Grito de Dolores, en El Colegio de Michoacán– atisbó correctamente
las dos tendencias que se perfilaron en esa reunión zamorana: “La que vene-
ra incondicionalmente a los héroes y la que los critica o al menos no hace
tanto caso de ellos”. Y no se trataba de que unos historiadores fueran más
nacionalistas que otros. La diferencia, decía Herrejón, reside en el hecho de
que “unos fundan su nacionalismo en la glorificación de los próceres, y los
otros consideran que ya es hora de revisar los fundamentos del nacionalismo
mexicano, precisamente para hacerlo más maduro y consistente”.2 Sin duda,
él se situaba entre estos últimos. La polémica iba a continuar por bastante
tiempo, pero una parte importante quedó capturada en las páginas de ese
volumen que reunió Herrejón con los aportes de Antonio Martínez Báez,
Christon I. Archer, Xavier Tavera Alfaro, Ernesto de la Torre Villar, Agus-

1 Universidad Nacional Autónoma de México.


2 Carlos Herrejón Peredo, Repaso de la Independencia, p. 10.

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tín Churruca Peláez, Ernesto Lemoine, Manuel Calvillo, Antonio Martínez
Báez y los comentarios de los jóvenes Eric Van Young, Virginia Guedea, An-
drés Lira, Masae Sugawara, Ann Staples y Luis González.
Investigar más y mejor para hacer más maduro y consistente el conoci-
miento de nuestra historia es el derrotero que se fijó desde entonces Car-
los Herrejón Peredo. Una puerta se abrió en ese encuentro para emprender
el camino de la revisión de la historia de la Independencia en el cual él
fue pionero y muchos seguimos andando. Los afanes de Herrejón trajeron
como resultado una ingente producción de obras de hondo significado para
la comprensión de la época y la definición de rutas de investigación en las
que habrían de transitar futuras generaciones de historiadores. Este libro,
en homenaje al maestro, es testimonio de ello.
La incorporación de Carlos Herrejón al recién creado Colegio de Mi-
choacán, en aquel entonces presidido por su fundador, don Luis González y
González, permitió que se dedicara plenamente al tema de la Independencia.
En el ambiente de estudio y en conversaciones estimulantes que propició la
nueva instancia surgió su trilogía sobre Morelos como parte de una nueva
colección: la Biblioteca José María Morelos. Primero apareció Morelos, vida pre-
insurgente y lecturas (1983), con 106 documentos, un apéndice y tres estudios
suyos en donde dibuja los primeros trazos de la personalidad y la trayectoria
del caudillo: el labrador, el arriero, el estudiante vallisoletano y el sacerdote
de la tierra caliente michoacana. Luego vino Los procesos de Morelos (1985),
colección que presenta los documentos de sus tres procesos: el de las Juris-
dicciones Unidas, el de la Capitanía General y el de la Inquisición. La do-
cumentación está precedida por un excepcional análisis de la justicia en
una época en la que esta no se había unificado y las distintas corporaciones
imponían sus formas y procedimientos, haciendo más penoso el trayecto de
Morelos hacia al patíbulo. Fuente inagotable de información para conocer
las creencias, las convicciones y los titubeos del acusado, su estudio le brindó
a Herrejón la posibilidad de penetrar en lo más íntimo del alma del personaje
y pasó a constituir así una primera aproximación al objeto de estudio que lo
apasionó y que luego de muchos años eligió para su magna obra: Morelos (2015).
Volviendo a la trilogía, en Morelos: documentos inéditos de vida revoluciona-
ria (1987), tercero de estos libros, se rescatan 183 documentos de los años
1810-1815, lo que mostró que, aun cuando existían múltiples compilaciones
y escritos en torno a la vida del prócer, faltaba documentación y, sobre todo,

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carecíamos de una interpretación adecuada y rigurosa sobre las vicisitudes
de la Junta Nacional Americana entre 1811 y 1813, las relaciones entre los
cuatro vocales y, posteriormente, cuando vinieron las desavenencias entre
sus integrantes, la necesidad de un quinto vocal que fuera representativo;
en síntesis, lo que Herrejón nos ofrece es un retrato de la lucha por el poder
en el seno de la Junta y la necesidad apremiante de legitimar ese órgano del
gobierno insurgente. Con el tiempo, Herrejón siguió ahondando en las fuen-
tes, al tiempo que afinaba y precisaba sus argumentos hasta llegar a clarificar
lo que se puso en juego con cada una de las decisiones políticas del caudillo.
¿Qué fue lo que la insurgencia ganó con su paso de la adhesión a la Jun-
ta a crear el Congreso en Chilpancingo? ¿Cuáles fueron los riesgos y las
consecuencias de una determinación tan contundente?
La riqueza del pensamiento y la cultura teológica de Hidalgo atrajo el
interés del maestro. A diferencia de Morelos, de quien no existían abun-
dantes testimonios para comprender su formación inicial –pues a duras pe-
nas había podido dar cuenta entonces de su formación vallisoletana gracias
a algunos libros–, sobre el cura de Dolores, en cambio, había suficientes
documentos para hacer una biografía intelectual y comprender al teólogo
renovador (el mejor teólogo de la diócesis), al párroco ilustrado y al incan-
sable rebelde. Su notoriedad en Valladolid, en Colima y, más tarde, en San
Felipe y Dolores, permitió hacer un recorrido por su pensamiento y por su
vida preinsurgente. Herrejón empezó por una primera aproximación, que
no por su carácter iniciático y su brevedad fue menos importante. Allí se tra-
zaron las líneas maestras de una interpretación perdurable: las que podrían
ser las raíces teológicas de la insurgencia. La Secretaría de Educación Públi-
ca se dio cuenta enseguida del interés de su aporte y tuvo el tino de elegir
Hidalgo. Razones de la insurgencia y biografía documental para formar parte de
su colección Cien de México (1987).
Herrejón nos habría disuadido eventualmente de entrar en los vericue-
tos de la teología de la época, pero la riqueza que ofrecen sus páginas resultó
demasiado inquietante, y probó ser tremendamente útil para empezar a
comprender cómo pensaban los curas rebeldes, bajo qué creencias actuaban
y por qué discutían y tenían diferencias entre sí. Así que bajo su guía fue
posible entender un mundo de ideas que nos era lejano; allí vimos la im-
portancia de los grandes debates de la época sobre cuestiones tan diversas
como el alma y la conciencia, la justicia y la guerra. Fue decisivo conocer en

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qué preceptos se apoyaban para actuar de una manera u otra, y cuáles eran
los alcances de una cultura católica erudita que resultaba sumamente atrac-
tiva para aquellos que tenían inquietudes intelectuales. Es difícil sustraerse
a las lecciones de ese libro entrañable pues, por muchos motivos, Hidalgo.
Razones de la insurgencia constituye una obra sugerente y esclarecedora. Allí
encontramos las pautas para comprender el tiranicidio y el derecho legítimo
que llevó a tantos curas a sublevarse atenuando con argumentos las tribula-
ciones de sus conciencias.
La evolución del pensamiento de Hidalgo nos permite acercarnos a los
temas del derecho natural y comprender su relación estrecha con la Ilustración,
particularmente con la Ilustración católica. Reconstruir sus filiaciones intelec-
tuales, al reconocer influencias como la de Carlos Billuart o la de su teólogo pre-
ferido, Jacobo Jacinto Serry, permite adentrarse en el pensamiento del prócer y
explicar su actuación en diferentes campos. Las páginas de Hidalgo. Razones de la
insurgencia vinieron a modificar, de manera radical, la impresión que teníamos
sobre la mentalidad, las reacciones y la ideología de los curas caudillos de la
insurgencia mexicana. Ya no se trataba de liberales jacobinos o de malos curas
que renegaban de su religión, sino todo lo contrario. La sólida formación de
Herrejón como filósofo, teólogo e historiador le permite abordar con enorme
profundidad y conocimiento de causa la forma en que esas ideas formativas
se resignificaron a la hora de encabezar el levantamiento, los argumentos que
le permitieron justificar su lucha. Muy relacionados con esta obra están otros
textos suyos contemporáneos: Textos políticos de la Nueva España (1984), en el
que muestra la presencia y la importancia de los escritos de Francisco Suárez y
otros teólogos fundamentales, así como Hidalgo antes del Grito de Dolores (1992),
que abunda sobre el Hidalgo ilustrado. Innumerables ar­tículos suyos clarifi-
can la figura del padre de la patria sobre una base documental impresionante
que Herrejón analiza con enorme rigor e inteligencia. Menciono solo algunos
de estos artículos: “Hidalgo y la justificación de la insurgencia” (1983), “Las
luces de Hidalgo y Abad y Queipo” (1989), “Construcción del mito de Hidal-
go” (2000), “Hidalgo y la nación” (2004) y “El endeudamiento de Hidalgo”
(2013), en los que se precisan pasajes y aspectos de la vida y de la trayectoria del
sacerdote. Esta indagación llega a un punto culminante cuando al calor
del bicentenario del Grito de Dolores Herrejón nos entrega su obra más
completa sobre el prócer: Hidalgo, maestro, párroco e insurgente (2011), en her-
moso formato y con magníficas ilustraciones. ¡Cuánto se podría decir sobre ella!

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La década de 1980 fue decisiva para impulsar la renovación de la histo-
riografía de la Independencia y de los estudios sobre la Iglesia. Por primera
vez, estos temas se trataban sin apasionamientos en contra o a favor de la
religión, desde una perspectiva estrictamente académica. Se aprovechaban las
fuentes eclesiásticas para generar conocimientos históricos sobre la econo-
mía, la sociedad o la cultura de determinada época. Junto con los trabajos de
Ernesto de la Torre Villar y Nancy Farriss, los de Herrejón constituyen el punto
de partida para comprender el pensamiento católico de la Independencia.
Poco después habrían de sumarse los de historiadores como William Taylor,
David Brading, Brian Connaughton y Óscar Mazín, y la corriente iba a acre-
centar su influencia en las generaciones que vinieron después, al punto de
que nadie puede estudiar el periodo sin tomar en cuenta que se trataba de socie-
dades católicas, con una cultura católica, poderosa y diversa, y no la caricatura
que de ella había hecho cierto tipo de historiografía. El papel de Herrejón en
este tránsito ha sido fundamental.
Su obra amplió el horizonte para los especialistas, no solo por la pul-
critud y el cuidado en el manejo de las fuentes (que es una de sus grandes
enseñanzas), sino además por la diversidad de las mismas. De estas, cabe des-
tacar la importancia de sus investigaciones en torno a los libros y las lecturas
de los próceres, y en general de sus contemporáneos, en las que Herrejón ha
abundado. Si bien el estudio de la historia del libro y de la lectura ha crecido
en los últimos años, no es fácil que el recuento de las obras que figuran en las
bibliotecas se acompañe del respaldo que solo asegura el conocimiento eru-
dito de sus contenidos, de los temas que las obras abordan en sus páginas, de
modo que se ha modificado la impresión general que prevaleció hasta hace
pocos años, dando lugar a un importante avance que nos permite precisar
que muchos de los insurgentes no tuvieron que recurrir necesariamente a
las lecturas prohibidas, a la Enciclopedia o a la literatura revolucionaria (que
algunos de ellos conocían), sino que extrajeron sus argumentos y lecciones
del pensamiento católico de las grandes obras teológicas y de las variadas
experiencias de la historia de la Iglesia.
El panorama de las lecturas de Hidalgo y de Morelos que Herrejón ha
conseguido reconstruir permite asegurar cuál fue el alcance de su formación
inicial, las bases de su educación, qué fue lo que pudieron obtener cuando
estuvieron en el campo insurgente y hasta dónde el propio proceso brindó ense-
ñanzas nuevas a los revolucionarios. Esta última pregunta, por cierto, Herrejón

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se la había formulado desde hacía mucho tiempo, cuando recordaba los re-
paros de los adversarios de Vicente Guerrero, quienes objetaban que se atre-
viese a postularse a la presidencia de la república un individuo que no tenía
“la educación propia de un presidente”. En aquel entonces el periódico Correo
había respondido con contundencia que “la escuela de la revolución propor-
ciona conocimientos que no se encuentran en los libros”.3 Para Herrejón, la
verdad de esa contestación es enorme y “se confirma continuamente, de tal
manera que la importancia de las vivencias, de la praxis y de las experiencias
nos puede llevar al extremo de anular o minimizar la que corresponde a las
ideas, a la teoría y a la tradición escrita”.4 En ese pasaje, Herrejón comenta
también cuántas buenas ideas fueron canceladas por los cañones, y cuántas
más, en cambio, no contaron con cañones para ser defendidas. Grandes
ironías de la historia en torno a la relación entre las ideas y la fuerza de
las bayonetas. A explicar este complejo entramado, ese juego de fuerzas ha
dedicado Herrejón buena parte de su obra, caminando por el justo medio,
como lo dijo entonces, captando las relaciones dinámicas que existen entre
todos los planos para alcanzar la verdad histórica. Lo que en los años 1980
explicó en términos de las relaciones entre estructura y superestructura, hoy
lo obliga a hablar de la complejidad de los procesos históricos.
Gracias a la dedicada labor de Herrejón actualmente es posible precisar,
por ejemplo, la evolución del pensamiento del cura de Carácuaro a partir de
sus lecturas y de su actividad insurgente. Morelos leyó, conoció perfectamente
y asimiló muy diversas lecturas: las lecturas gaditanas revelan que tuvo a su
alcance prensa de la época, como Espectador Sevillano, El Conciso, así como la
Constitución de Cádiz o colaboraciones de Alberto Liza que influyeron en
su pensamiento (declaradas en su proceso); otras más que le fueron enviadas
por los Guadalupes, y que incluyeron folletería publicada por Pensador Mexi-
cano, Juguetillo, Diario de México, Diario de la Habana, etc. Morelos declaró en
su proceso también sus lecturas de índole eclesiástica, constituidas no solo
por las que sirvieron a su formación sino además por obras de carácter me-
nos ortodoxo y otras fundamentales para los curas párrocos, como el Itinerario
de curas párrocos de Alonso de la Peña Montenegro que, entre otros muchos

3 Ibid., p. 15.
4 Idem.

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asuntos útiles para los sacerdotes, explicaba bien cuándo era lícito que un sa-
cerdote pudiera empuñar las armas para defender los valores de la religión.
Gracias a Herrejón, conocemos también los libros de su casa y la va-
riadísima biblioteca de 59 títulos (70 volúmenes) que Morelos hizo cargar
a lomo de mula durante su itinerancia en plena insurgencia.5 Lo que inte-
resa, además del conocimiento preciso de sus lecturas, es la capacidad que
tuvo el caudillo para aprovechar, ajustar, adaptar o desechar algunas de sus
enseñanzas en función de la realidad concreta por la que atravesaba, los
problemas y las decisiones que afrontaba en el campo de batalla. No todo
eran los aprendizajes que venían de sus libros favoritos, no todo lo eran los
consejos y las opiniones de los abogados que lo acompañaban; buena parte
de sus motivaciones y tomas de decisión provenían de su experiencia perso-
nal, de cada paso de la insurgencia, de la gran sensibilidad y olfato políticos
de Morelos, y de la determinación de su carácter. Al menos así lo ha sugeri-
do Carlos Herrejón, liquidando con ello una discusión estéril que siempre
había aparecido al tratar esos asuntos: la insistente pregunta sobre cuántos
y quiénes lo influyeron, cuál constitución fue la que más imitaron sus pa-
peles, en lugar de ahondar en su pensamiento y en el contexto en el que se
produjeron. Por lo demás, los enigmas sobre Morelos persisten, al punto de
que, en la segunda edición de la gran obra dedicada al cura de Carácuaro,
Herrejón modifica el título para completarlo: Morelos. Revelaciones y enigmas.
Al hablar de enigmas, el autor nos acerca a lo mucho que queda pendiente
cuando se trata de comprender al individuo, aquello que resulta insondable
de la personalidad del hombre, lo que permanece oscuro e inexplicable aun
para el historiador exhaustivo y riguroso, los rincones del alma humana.
Gran historiador de los procesos y los caudillos insurgentes, de su cultu-
ra y de las fuerzas políticas y sociales que los arrastraron por diversos derro-
teros, a veces impredecibles por la fuerza creadora del momento, Herrejón
lo es también de la cultura viva de los novohispanos a través de sus estudios
del sermón. De esta vertiente tan importante de su trabajo, contamos con
una de sus primeras y más profundas reflexiones en “La oratoria en Nueva
España”, discurso con el que ingresó a la Academia Mexicana de la Historia

5 Carlos
Herrejón Peredo, Morelos. Antología documental, pp. 727-749. Véase el riquísimo
apéndice “Las lecturas de Morelos”.

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en septiembre de 1993. Para Herrejón el discurso retórico por excelencia es
el sermón. De las diversas piezas oratorias, es también la que más produccio-
nes ocupa. El sermón como fenómeno histórico y como género literario parti-
cular merecía ser estudiado en toda su complejidad y riqueza, por su historia
misma, y de ello se ocupará nuestro autor desde entonces hasta la fecha.
Volviendo al discurso en la Academia, vale la pena hacer notar que en
él Herrejón esboza las características de esta pieza oratoria distintiva, las
diversas temáticas y los grandes periodos de la historia del sermón novohis-
pano: de los años formativos en la búsqueda por integrarse a las tradiciones
europeas, a su pleno arraigo local y a su expansión expresiva asociada al
barroco en el segundo periodo, y de allí a una profunda crisis, entre 1767 y
1790, de la que se repone luego para reaparecer con rasgos bien distintos a
los de la etapa anterior. La riqueza del análisis contenido en este discurso
anunciaba ya una obra que apareció algunos años más tarde.
Al referirnos a la obra de investigación de Herrejón no es posible omitir
una mención especial de su libro Del sermón al discurso cívico. México 1760-
1834 (2003). Este trabajo fue también pionero en más de un sentido. En
primer lugar, porque puso de relieve la importancia de los sermones para
comprender la historia de nuestra patria y, en especial, del periodo que exa-
mina. En segundo porque, gracias a su formación que lo llevó a sacar pro-
vecho de la teología, la filosofía, la retórica y la historia, pudo proponer un
enfoque metodológico propio y realizar una exégesis riquísima de las piezas
oratorias de la Iglesia novohispana, desde el barroco hasta su función en la
recién fundada república. Se trata del examen de dos mil piezas oratorias;
un maremágnum, como él mismo califica. No obstante, el esfuerzo erudito
que representa este libro en torno al conocimiento de los sermones y de
las piezas oratorias no terminó allí, sino que será objeto de otras contribu-
ciones suyas sobre el tema, como la que podremos atestiguar en el ensayo
que incluye este volumen: “Sermones y discursos del restablecimiento de la
Constitución a la trigarancia”.
Desde luego, el horizonte temático de las investigaciones de Herrejón
es muy amplio: a la reconstrucción de la vida de los jefes insurgentes (Hi-
dalgo, Morelos, Rayón, Guadalupe Victoria) se suman los trabajos dedicados a
su patria chica michoacana, desde los orígenes de Guayangareo y la obra de
Don Vasco hasta su preocupación por temas de gran actualidad para el cono-
cimiento de su geografía (Umbrales de Michoacán. Regiones fronterizas y límites

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territoriales) o por temas en materia de sustentabilidad que cobraron forma
a través del gran proyecto interdisciplinario que dirigió sobre la Cuenca de
Tepalcatepec, al que atrajo a colaboradores fundamentales, como Juan Ortiz
Escamilla, oriundo además de esos lugares.
Herrejón ha dedicado varios trabajos al Estado de México y a sus insti-
tuciones, que son también importantes. No hay que olvidar que inició su
carrera académica en los establecimientos mexiquenses, a los que siempre
ha estado muy ligado y que le han tributado homenajes; el joven Herrejón
tuvo una prolongada estancia en la Universidad Autónoma del Estado de
México y después formó a varios investigadores de El Colegio Mexiquense
con los cuales también colaboró.
Decenas de artículos y capítulos en libros, algunos de ellos de consulta
obligada, han dejado huella en la formación de muchos historiadores, juris-
tas y antropólogos. Buena parte de esos textos pueden encontrarse en la re-
vista Relaciones de El Colegio de Michoacán, pero también ha sido pródigo
en sus colaboraciones en muchas otras revistas y libros colectivos.
Generoso con sus conocimientos, siempre ha estado dispuesto a asesorar
a alumnos de distintos niveles y de múltiples instituciones. Sus enseñanzas
han hecho escuela al formar a un grupo amplio de investigadores de variadas
generaciones; quienes nos hemos beneficiado de ello podemos decir que su
cercanía nos ha permitido aprender de su sabiduría, exigencia y amistad. Su
participación ha sido decisiva en la formación, entre otros muchos, de Óscar
Mazín, José Antonio Serrano, Rolf Widmer, Neibeth Camacho, Juvenal Ja-
ramillo Magaña, Carlos Juárez Nieto, Juana Patricia Pérez Munguía, Adelina
Arredondo, Hugo Ibarra, Cecilia del Socorro Landa, Edith Basurto y de
quien esto escribe.
En El Colegio de Michoacán, Herrejón ha sido docente en las áreas de
historia y de tradiciones. Como profesor investigador, como funcionario y,
muy especialmente, como presidente de El Colegio entre 1997 y 2002, ha
dirigido infinidad de tesis, trabajos de investigación y proyectos colectivos.
Fue secretario general de esta institución durante la gestión de Andrés Lira,
y obtuvo un amplio conocimiento de la misma y del momento que vivían
los centros dependientes de la Secretaría de Educación Pública (sep) y del
Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). Ello, aunado a su com-
promiso de vida con El Colegio y a su visión de los grandes desafíos que
atraviesan las ciencias sociales y las humanidades en nuestra época, le permi-

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tió llevar a su cristalización varios proyectos decisivos. La institución era
joven cuando llegó a sus manos; requería, en consecuencia, de un esfuerzo
especial para consolidarse sobre la base de estructuras normativas y de regla-
mentos que garantizaran su funcionamiento; esta fue la tarea a la que se abo-
có Herrejón desde el inicio. Luego vino el crecimiento y la expansión, hasta
convertirse en una institución insignia para el estado, la región y el país.
Vale la pena dar cuenta de los logros que tuvo su gestión al frente de
El Colegio de Michoacán, no solo porque son parte de su trayectoria, sino
porque además ofrecen otro ángulo de su personalidad, sus intereses y su
impulso a la renovación de nuestros campos de estudio. En aquellos años,
El Colegio se colocó a la vanguardia al ubicar sus maestrías en el nivel de
doctorado y al abrir el horizonte de los estudios locales a favor de una visión
más amplia, regional, nacional e internacional, una ventana a otros lugares
del país y del mundo que permitió que llegaran los aires de otras partes y
que pudieran llevarse fuera las experiencias propias, como refirió Carlos en
una entrevista reciente.
Si bien desde los orígenes era habitual que llegaran a El Colegio estu-
diantes de posgrado provenientes de diversos lugares de la república y que
trataran diversos temas, la tendencia se reforzó en esta etapa. Habida cuenta
de que las tesis de maestría eran de mucha calidad (buena parte de ellas se
publicaron), era una lástima que los alumnos no pudieran cursar el doc-
torado en la misma institución y lograr con ello investigaciones de mayor
aliento. Durante la gestión de Herrejón se abrió la posibilidad de impartir
doctorados nuevos, presenciales, aparte del único que existía hasta enton-
ces, el doctorado en Ciencias Sociales. Ello exigió un enorme esfuerzo para
elaborar y aprobar planes de estudio y para contar con el personal especiali-
zado, lo que representó nuevas contrataciones y la ampliación de la planta
académica, para finalmente lograr el posicionamiento de los programas en
los padrones de excelencia del Conacyt.
Su sensibilidad y su compromiso con los temas regionales lo llevaron a
proponer la ampliación de los estudios y de las sedes. Consciente del lugar
estratégico de Zamora, buscó incidir en distintas regiones económicas y co-
merciales del entorno y en zonas limítrofes de Michoacán. El Colegio se exten-
dió entonces a otros lugares mediante la creación de dos unidades. La primera
se abrió en La Piedad, una de las puertas del Bajío, conectada con Guanajuato
y con Jalisco. Tras una etapa de acercamiento con la sociedad civil a través

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de actividades de difusión, fue posible crear allí dos nuevas áreas: la de
geografía humana y la de arqueología. Luego, se buscó estudiar los litorales
del Pacífico, intentando crear una sede en el puerto michoacano de Lázaro
Cárdenas, pegado a la costa guerrerense. Este proyecto, a diferencia del de
La Piedad, no prosperó. Sin embargo, trajo resultados interesantes sobre te-
mas de pesquería, maremotos y asuntos relativos a la vida en las costas de
nuestro país.
A través de esas empresas, Herrejón nos reveló una faceta que quizá no
habíamos imaginado cuando éramos sus estudiantes a mediados de los años
1990. Y es que resultó un excelente organizador, enormemente capaz cuan-
do se trató de obtener los apoyos necesarios que siempre harán falta para
llevar adelante tamañas empresas. Su talento, su imaginación y la capacidad
administrativa y de gestión que demostró en aquellos años permitieron dotar
a El Colegio de su fisonomía actual. En la época logró la renovación, el im-
pulso al diálogo interdisciplinario y el rescate de sitios arqueológicos, e impulsó
en los planes y proyectos de la institución el compromiso con los problemas
sociales ligados a los espacios de la región. ¿Cuál es la fuerza que le permitió
llevar a cabo tareas de tanta importancia en tan poco tiempo?
Me permito esbozar una respuesta a esta pregunta. Creo que lo que
constituye uno de los motores de su incansable labor como formador de ins-
tituciones, como autor de una gran obra, como intelectual, investigador, es-
critor y docente se explica a partir de sus convicciones profundas y el sentido
de su compromiso, de su actitud hacia la vida y del gusto con el que se entrega
a la labor que ha elegido.
Una entrevista reciente a la que hice alusión líneas arriba nos permite
comprender el sentido profundo de su compromiso con la academia y con
la vida. Al preguntársele sobre la labor que desempeñamos los historiadores
y otros científicos sociales, responde con convicción que, si bien nuestra
ciencia no produce grandes ganancias, nuestro trabajo es indispensable para
la sociedad, dado que “investigamos para identificar problemas y posibilida-
des de la sociedad. Investigamos para entender los procesos históricos en
los que estamos inmersos. Investigamos para reconocer nuestro patrimonio
cultural y comprender identidades”. Aquellos que nos miran indagando
sobre lo que producimos, quizá descubrirán que “nuestra ciencia no da de
comer”. Pero nuestra ciencia sirve para explicar las causas y los motivos
de cómo hemos llegado hasta aquí. El valor de la historia radica, nos dice,

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en una comprensión adecuada del presente, puesto que se trata de la raíz y
sus frutos. Y en ese sentido, cabe agregar que “no se aprecia ni se cuida lo que
no se conoce”. Así que debemos conocer nuestro país, para que, conocién-
dolo, lo apreciemos y, apreciándolo, lo engrandezcamos. No se aprecia lo
que no se conoce, o lo que se conoce mal. Puestos ya en la ruta, Herrejón su-
giere que demos un paso más: que nos preguntemos cuál es el sentido final
de entender los procesos históricos, que no puede ser otro que el beneficio
y el desarrollo de la persona humana, de la sociedad y de la comunidad.
Nuestras investigaciones, nos dice, deben tender a contribuir a un desarrollo
sustentable integral y equitativo.
Con esta lección serena, tan clara y contundente, podemos cerrar esta
breve semblanza de quien diera alas y aliento a los proyectos de muchos y,
muy especialmente, de quienes colaboramos en esta obra que hoy le dedi-
camos.

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Carlos Herrejón y la división de poderes.
Su trascendencia en la historia
constitucional de México

Rafael Estrada Michel1

Está fuera de toda duda lo que Carlos Herrejón ha aportado a la


historia constitucional2 de México. Lo preciso de su visión permitió enten-
der uno de los nodos, acaso el más importante, de la controversia entre los
insurgentes Ignacio López Rayón y José María Morelos, tradicionalmente
atribuida casi exclusivamente al “fernandismo” del primero (esto es, a su idea
de que la soberanía en el reino de Nueva España debía seguir correspondien-
do al monarca español) frente al “antifernandismo” del segundo.3 Gracias
a nuestro autor hemos comprendido mejor que la cuestión del “fernandis-
mo” va mucho más allá de la mera persona del rey deseado, para topar con
la Revolución y con el concepto mismo de ‘Constitución’.4

1 Instituto de la Judicatura Federal, Escuela Judicial.


2 Que no “de las Constituciones” o de los “Poderes constituyentes” ni, mucho menos,
“constituyente”, sino procurando una mirada social, cultural, complejizante (como de suyo
exige lo jurídico) al fenómeno de la Modernidad política. La Historia, per se, no constituye ni
vincula a nadie. Véase Gustavo Zagrebelsky, Historia y Constitución.
3 En el caso de que el “fernandismo” de Rayón e Ignacio Allende haya estado presente

en el pensamiento del padre Miguel Hidalgo, para los tempranos tiempos de la toma de Valla-
dolid y de la abolición de la esclavitud (19 de octubre de 1810) “ya no era del agrado de Hidalgo
que se mentase el nombre de su Majestad”, según admitiría Allende. Carlos Herrejón Pere-
do, Hidalgo. Maestro, párroco e insurgente, p. 269.
4 En su importante “Presentación” en Morelos. Revelaciones y enigmas, pp. 7-8, Herrejón

vuelve sobre el tema: “No es simplemente el fernandismo enarbolado por el hombre de

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En realidad, la perspectiva de Herrejón dejó claro que la cuestión del re-
conocimiento al “rey deseado” pasaba por una de praxis política, acaso más
importante: la de la división del poder público y la del balance entre las po-
testades que resultasen de tal división. Un tema de la mayor relevancia para
la historia constitucional moderna, que no comienza propiamente sino a tra-
vés de lo que Tomás y Valiente llamó “el concepto mínimo de Constitución”,5
célebremente contenido en el artículo 16 de la Declaración de los Derechos
del Hombre y del Ciudadano (1789): “Toda sociedad en la cual la garantía de
los derechos no esté asegurada, ni la separación de poderes determinada,
carece de Constitución”.
Se podrá decir, con razón, que se trata de dos caras de una misma moneda.
Y es que el contencioso surgido entre Fernando y las Cortes de la Monarquía,
volviendo aquel de su cautiverio napoleónico, gira en torno a lo que puede
hacer por sí solo el Jefe del Estado (encargado, en la especie, del Poder
Ejecutivo conforme a las prescripciones de la Constitución de Cádiz) y lo
que debe hacer de consuno con el auténtico recipiendario de la soberanía
nacional: el Congreso.
Tras la lectura de la completísima biografía de Morelos que escribió He-
rrejón y que ha merecido ya un par de ediciones de primer orden,6 nos
hemos dado a la tarea de contrastar los Elementos para nuestra Constitución
(1812) del licenciado Rayón (1812) con el orden constitucional moreliano
(Sentimientos de la Nación y Reglamento del Congreso, ambos de 1813). Nos mue-
ve la convicción de que las aportaciones y descubrimientos de Herrejón en
imprescindibles publicaciones previas7 quedan sistematizados debidamente

Tlalpujahua y rechazado por el Siervo de la Nación, sino el hecho de que Morelos no haya
apoyado a Rayón en la desavenencia que tuvo éste con Sixto Verdusco y José María Liceaga.
El corolario sería la supresión de la Suprema Junta y la confinación de sus miembros, excep-
to Morelos, a unas sillas de diputados […] A pesar de la importancia política del Congreso,
figura de suyo superior a la Junta, nos hemos de preguntar la suerte de la insurgencia en
caso de que Morelos hubiera apoyado a Rayón en la desavenencia, esto es, si la Junta hubiera
continuado con Rayón a la cabeza y sin que Morelos se echara a cuestas la insurgencia entera.
El peso lo rebasó”.
5 Francisco Tomás y Valiente, Constitución: escritos de introducción histórica, p. 34.
6 Citaremos por la primera en Carlos Herrejón Peredo, Morelos. Revelaciones y enigmas,

op. cit.
7 Véase de Carlos Herrejón Peredo: Los procesos de Morelos; Morelos. Documentos inéditos

de vida revolucionaria; Morelos; Morelos. Antología documental.

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en su Morelos, obra a un tiempo seminal y de cosecha. El leit motiv de la divi-
sión entre poderes, que ya ha sido comentado con puntualidad por uno de
sus lectores más atentos, el iushistoriador Jaime Hernández Díaz,8 permite
confirmar nuestra hipótesis.
En efecto, como procuraremos mostrar en este trabajo, la del bienio
1812-1813 es la controversia que se presentó entre quienes defendieron
la independencia en el ejercicio de las atribuciones que correspondían al
“Generalísimo de las armas, encargado del Poder Ejecutivo” respecto de
aquellas que debían ejercer los otros dos Poderes, frente a quienes sostu-
vieron que el ejercicio completo de la soberanía nacional correspondía a
un Congreso que podría repartir atribuciones a placer entre sus órganos
derivados: los de carácter ejecutivo y los de carácter judiciario. Sin exagerar,
podemos decir que el contencioso que enfrentó Morelos con el Congreso
de Anáhuac fue muy similar al que caracterizaría la relación Rey-Cortes a la
vuelta de Fernando a la Península.

Claves para la historia constitucional

Hay una clave interesante en el hallazgo herrejoniano, y no tiene que ver


con los trabajos y los días de Rayón y de Morelos, como no sea por el Real y
Primitivo Colegio de San Nicolás Obispo. Me refiero al concepto de ‘Cons-
titución mixta o moderada’ que, derivado de la tradición del pensamiento
occidental, glosó don Vasco de Quiroga en la Información en Derecho que
Carlos Herrejón publicó y anotó para la colección Cien de México, en 1985.9
Decía el licenciado Quiroga que no hallaba entre los naturales del reino ni
unión real, ni aristocracia, ni “timocracia que, propiamente hablando, se dice

8 Jaime Hernández Díaz, “La división de poderes y la administración de Justicia en el


Decreto constitucional para la libertad de la América Mexicana”, Ana Carolina Ibarra, Mar-
co Antonio Landavazo, Juan Ortiz Escamilla, José Antonio Serrano y Marta Terán (coords.),
La insurgencia mexicana y la Constitución de Apatzingán, 1808-1824, pp. 247-262.
9 Vasco de Quiroga, Información en derecho. Para el comentario de Herrejón Peredo sobre

la “policía mixta”, véase la p. 15.

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policía”,10 sino más bien las “policías” (politeia puede entenderse, ciceronia-
namente, como “Constitución”) degeneradas o impuras: “Llámalas a estas
tales policías Aristóteles: a la primera, tiranía; a la segunda, oligarcia (sic) y
a la tercera, democracia”.11 La solución (y, de paso, la forma de lograr que los
indios de Nueva España permaneciesen fieles a la Corona) la encuentra don
Vasco en dos remedios: dotándoles de “policía mixta” y “haciéndoles siem-
pre buenos tratamientos y administrándoles y manteniéndoles en la buena
y recta administración de justicia”12 sin reducirlos, por supuesto y como es
célebre, a la esclavitud.
¿A qué se refiere con “policía mixta” el primer obispo de Michoacán?
A la combinación equilibrada de tres principios de ejercicio del poder que,
en efecto, supieron sistematizar, entre otros, Aristóteles, Jenofonte, Platón,
Polibio y Cicerón. El principio “monárquico” o poder de una sola persona
en beneficio del procomunal, el “aristocrático” o poder de varios, los “me-
jores”, en servicio de todos, y el “democrático” (que una larga tradición de
la que abreva Quiroga llama “timocrático”) o gobierno de los muchos para
el bienestar de todos.
Esta teoría, que no debe confundirse con la fórmula montesquieuana
de la “división de poderes”, influyó sin embargo notablemente en el Me-
dioevo y, también, en la era de las Revoluciones atlánticas. Fue Polibio, al
analizar en sus Historias el decurso de la República romana, el primero en
notar que la disposición y la combinación adecuadas de los tres principios
(hoy diríamos, la “ingeniería constitucional”) permitían que las formas de
gobierno “durasen mucho” y no degenerasen en formas impuras, como las
tres ya citadas por Quiroga.
Al paso de los siglos medios, tanto Tomás de Aquino como Marsilio de
Padua se hacen cargo de la importancia que reviste la combinación de los
tres principios o mecanismos de ejercicio de las potestades públicas para el
aseguramiento y la supervivencia del regimen politicum. Solo con la Modernidad
advendría la necesidad bodiniana y hobbesiana de reconducir todo ejercicio
del poder a un solo principio, el principio soberano y absoluto, abjurando de
toda combinación, de todo mestizaje equilibrador. Con la Revolución francesa

10 Ibid., p. 73.
11 Ibid., p. 74.
12 Ibid., pp. 168-169.

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la tal reconducción se significará por establecer un prácticamente irresisti-
ble “primado del legislador soberano” que, por cierto, Maurizio Fioravanti ha
sabido hallar en nuestro Decreto constitucional de Apatzingán (1814).13
Pues bien, Herrejón ha demostrado que a través de la voz de More-
los es posible reconocer la teoría del balance de potestades, causahabiente
potenciadora de la “Constitución mixta o moderada”, mientras que en las
Cortes de Cádiz, en los Elementos constitucionales de Rayón y, por supuesto
en el Decreto de Apatzingán, lo que se reivindica es el principio de la Nación
soberana que solamente puede y debe hablar a través de las juntas, las asam-
bleas o los congresos legislativos. El asunto, quiroguiano donde los haya, de la
administración de justicia es también, sobre todo, una preocupación del Cons-
titucionalismo moreliano.
El contraste es manifiesto con la Constitución de Cádiz y con el docu-
mento constitucional que pretendió oponerle López Rayón, los Elementos
constitucionales. En ambos instrumentos doceañistas, el flujo del proceso
político se presenta a través del elemento legislativo y, aunque ambos pro-
claman el principio de la división de poderes, es claro en ellos que Ejecutivo
y Judicial obran delegadamente respecto de aquello que corresponde a la
auténtica representación nacional: las Cortes en el caso peninsular, la Junta
nacional en el caso del Anáhuac.
Para el Rayón de los Elementos, la Nación debía poseer cuatro Capitanes
generales y un Generalísimo para los casos de guerra, sin atribuciones ad-
ministrativas más allá de pocos supuestos: los casos “ejecutivos” y “de com-
binación”. El Generalísimo debía ser nombrado por el Supremo Congreso,
a propuesta hecha tanto por los oficiales a partir de brigadier como por el
Consejo de Estado. La investidura no conferiría graduación ni aumento de
renta, cesaría concluida la guerra y estaría sometida a remoción mediando
procedimiento idéntico al de la designación, esto es, a voluntad del Congre-
so, a quien se vería en todo momento sometida la cabeza militar del movimiento
insurgente. El Generalísimo podría realizar unos pocos nombramientos y

13 Maurizio Fioravanti, “La ‘Repubblica’ come ideale costituzionale (Rileggendo la

Constitución de Apatzingán)”, Quaderni Fiorentini per la storia del pensiero giuridico moderno,
pp. 1111-1123. La deriva multisecular del concepto de “Constitución mixta” que hemos apre-
surado en un par de párrafos se explica por el propio Fioravanti en un texto imprescindible:
Maurizio Fioravanti, Constitución: de la antigüedad a nuestros días.

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no podría intervenir, para nada, en el accionar congresional. Todo lo con-
trario ocurrirá con el Reglamento del Congreso de inspiración moreliana, al
que llegaremos más adelante.
Los tres vocales de la Suprema Junta Nacional Americana que había
operado desde 1811 en el eje territorial Zitácuaro-Tlalpujahua serían de-
signados Capitanes generales perpetuos. Las “circunstancias” definirían el
nombramiento del cuarto y del quinto vocal, dado que, desde que la Supre-
ma Junta se erigió en Zitácuaro el 19 de agosto de 1811, se había designado a
solo a tres integrantes, guardando dos plazas “para cuando la actitud, mérito
y representaciones de los ausentes lo exijan”. Altamente asintomático de
una efectiva división de poderes resulta el hecho de que la Suprema Junta
se considerara “un tribunal a quien se reconozca por Supremo”.14 La lógica
de Rayón es, en este tipo de aspectos, la del Antiguo Régimen.
El licenciado envió su proyecto del año doce al cura Morelos, quien le
respondió el 7 de noviembre con respuestas que provocaron que Rayón no
publicara su documento. Con demasiada frecuencia nos hacemos cargo del
célebre tema de la mascarada del Movimiento centrada en Fernando VII. En
sus respuestas, Morelos no solo quiere deshacerse del coronado y cautivo
Borbón, sino que pretende hacer operativo al Consejo de Estado, ciñendo
el número de sus integrantes a ciertos oficiales (diez o doce, a lo más) con
vistas a obtener prontitud en la reunión y vigor en la decisión para “los casos
de paz y guerra”. En el pensamiento moreliano, el Consejo que delineaba
Rayón podría convertirse en el Ejecutivo que requería con urgencia la in-
surgencia.
El “Protector nacional” propuesto por Rayón en los Elementos debía, en
el concepto de Morelos, ser sustituido cada cuatro años. Un funcionario así,
encargado de importantes tareas en la promoción de Gracia y Justicia (acaso
como procurador del Habeas Corpus inglés, también mencionado por Rayón),
debía repartirse por todo el territorio, erigiéndose uno al menos en cada Obis-
pado, “para que esté la administración de justicia plenamente asistida”.
El Generalísimo, en el concepto del respondiente, “como las armas de-
ben permanecer casi siempre en el reino, deberá continuarse, sin más alterna-
tiva que la que pida su ineptitud por impericia, enfermedad o edad de sesenta

14 Moisés Guzmán Pérez, Ignacio Rayón. Primer secretario del Gobierno Americano, pp. 53 y 56.

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años”. Lo mismo se proponía en lo tocante a los Capitanes generales. Men-
ción aparte merece el hecho, claramente indicativo de sólida convicción en
torno a la distribución de poderes, de que Morelos proponga que el quinto
vocal de la Junta “se dedique solo a la administración de justicia, porque nos
quita(n) el tiempo en lo de guerra los muchos ocursos que acarrean el desor-
den y la mutación de un gobierno, los que dan más guerra que el enemigo,
el que siempre nos halla descuidados y envueltos en papeles de procesos, repre-
sentaciones, etcétera”.15
A Rayón la división de potestades le incomodaba, pues le parecía “in-
concuso” que en el Congreso debieran recaer todos los poderes, aunque “se-
parado sea útil a hacer esta o aquella división”, sin especificar cuál. En cuanto
a la administración de Justicia, sus Elementos eran poco específicos ya que

la legislación que nos ha regido está fundada en el derecho divino, natural y de


gentes, y que por tanto quitamos los abusos que la hacían gravosa, debemos su-
jetarnos a ella en el orden de los juicios entretanto se establece la que bajo los
mismos principios deba regirnos con consideración a las circunstancias, por-
que ya ve Vuestra Excelencia, ¿qué avanzamos con publicar esa Constitución
que realmente nada alivia para la administración de justicia y régimen interior?
Y así que los jueces se arreglen a la práctica de las leyes: que los Tribunales sis-
temen (sic) el orden de cada ramo mutatis mutandis conforme a las instrucciones
que regían en cada uno de ellos, hasta que podamos dar una Constitución que
sea verdaderamente tal, porque la extendida (se refiere a sus Elementos) cada
día me disgusta más y veo que (como digo) no nos alivia en nada. Sin embar-
go, si Vuestra Excelencia quiere que ésta se dé a luz, se publicará en la hora
misma que tenga su aviso; pero creo, repito, nada avanzamos sino que se rían
de nosotros y confirmen el concepto que nos han querido dar los gachupines de
unos meros autómatas: que juzguen los jueces según las leyes, y en los casos ex-
traordinarios consulten para ir introduciendo la variedad que deba adaptarse
en la práctica.16

15 Carlos Herrejón Peredo, “Advertencias de Morelos a los Elementos constitucionales

de Rayón, 1812, noviembre 7, Tehuacán”, Morelos. Antología documental, pp. 86-87.


16 sep, “Rayón a Morelos, Puruarán, 2 de marzo de 1813”, Morelos. Documentos inéditos y

poco conocidos, t. ii, pp. 159-160.

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El ideario de Morelos: sentimientos reglamentados

Morelos tenía claro, por la contra, que se requería una justicia de nueva
planta fundada en la distribución de poderes. Como cuarto integrante de
la Junta (finalmente había obtenido el nombramiento) y con la asesoría
de Carlos María de Bustamante, ve llegado el caso de replantear los meca-
nismos constitucionales que hasta ahí habían pretendido conducir el movi-
miento emancipador. Desde Acapulco afirma que

la ilustración de los habitantes del reino, y la dolorosa experiencia de que las


armas de la Nación padecen con frecuencia tal retroceso que casi las deja lán-
guidas y en inacción, siendo nuestros anhelos que cubran las provincias con
la rapidez de un nublado y brillen de tal suerte en contorno de nuestros ene-
migos que cuando no los destrocen, a lo menos los acobarden e intimiden, ha
obligado a todo buen patricio a meditar con la más detenida reflexión sobre el
origen de tan desgraciados sucesos, y tan poco conforme al grueso número de
nuestras tropas y a los deseos de la Nación; y después de agotar los más útiles
discursos, no han hallado otra causa que la reunión de todos los poderes en los pocos
individuos que han compuesto hasta aquí la Junta Soberana.17

En razón de ello la Nueva España “ha exigido de mí, con instancia repetida,
la instalación de un nuevo Congreso, en el que no obstante ser más amplio
por componerse de mayor número de vocales, no estén unidas (todas, se
entiende) las altas atribuciones de la soberanía”.18
Morelos busca equilibrar los poderes, moderando los afanes del Legisla-
tivo y logrando que la administración de justicia saliese de las covachas para
erigirse en un auténtico Departamento ejercitante de la potestad pública. El
camino que entrevé como necesario para ello es el camino constitucional,
por lo que se da a la tarea de convocar a un Congreso que habrá de reunirse
en Chilpancingo. Nada mal para un cura de pueblo, habría dicho Bernanos.

17 sep, “Disposición dictada en Acapulco en Agosto 8 de 1813 por Morelos, para la for-

mación de un Congreso Nacional y nombramiento de la persona que debía ejercer el Poder


Ejecutivo”, ibid., p. 164. Las cursivas me pertenecen.
18 Idem.

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Con una excepción, los miembros de la Suprema Junta serían conside-
rados diputados natos al nuevo Congreso. Morelos se cuidó bien de no fun-
gir como miembro del Legislativo (no lo será sino hasta 1814, tras sucesivas
derrotas y defenestraciones). No siendo diputado en Chilpancingo tendría
todas las posibilidades de hacerse cargo del Ejecutivo y de obtener el vigor
definitivo para la conducción exitosa de la guerra.
Y es que, reunido el Congreso, los generales y oficiales con mando ten-
drían que ocuparse de la elección del Generalísimo, que conforme a la pres-
cripción reglamentaria se hallaría también “encargado del Poder Ejecutivo”.
Ninguno de los miembros de la Junta, salvando a Morelos, podría presentarse
a la elección. La elección castrense resultaría apenas lógica.
Habiendo inaugurado, sin ser diputado, el Congreso de la América Sep-
tentrional, el 14 de septiembre de 1813, Morelos fue designado Genera-
lísimo de las armas y encargado del Poder Ejecutivo, contrariando así las
regulaciones gaditanas que buscaban lograr la distinción entre lo castrense
y lo administrativo. Ante su resistencia a aceptar el cargo, el Congreso re-
cién nacido declaró inadmisible cualquier renuncia y le confirió el título de
“Alteza”. Don José María no aceptará más tratamiento que el de “Siervo
de la Nación”. Al participar el nombramiento a los pueblos de América el día
18 de aquel mes, el siervo asegura que “en Junta general celebrada en 15 de
septiembre corriente por voto universal de la oficialidad de plana mayor y demás
vecinos del mayor número de provincias ha recaído en mí el cargo de Generalísimo
de las armas del reino y la autoridad del Supremo poder Ejecutivo”.19
¿Qué participación había tenido en ello el Congreso? Para el nuevo Eje-
cutivo, unipersonal y no derivado, “los representantes de las provincias de la
América Septentrional” habían reconocido lo militar y depositado lo adminis-
trativo en un Morelos nombrado “por la oficialidad del Ejército y el cuerpo
de electores”, mas no por los diputados. Herrejón intuye con perspicacia las
sombrías consecuencias que tendría semejante desplante anticongresional:
“A pesar de la sonrisa de todos, al seno del minúsculo Congreso había que-
dado una sombra: el sentimiento de ver menoscabadas sus facultades sobe-
ranas ante la presión de la numerosa milicia, que por su parte creía encarnar

19 sep, “Morelos participa su nombramiento de Generalísimo y dicta sus primeras dis-


posiciones sobre reunión de tropas y armas”, ibid., pp. 188-189.

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mejor el sentir del pueblo. Pero al mismo tiempo, los diputados advirtieron,
no sin sorpresa, que Morelos se confundía cuando miraba que se le podría
acusar de ambición de poder”.20
Días antes de la reunión del Congreso, el día 11 para ser precisos, More-
los había expedido un importantísimo Reglamento para el propio Congreso,
el cual, sin embargo, en realidad era la parte orgánica de una nueva Constitu-
ción. Poseía el nuevo instrumento una clara obsesión por establecer al fin una
funcional división entre poderes. En su artículo 39 establecía que “cada uno
de los tres poderes tendrá por límite su esfera, sin salirse de ella, si no es en caso
extraordinario y de apelación”.
El Reglamento, atentos como estamos al concepto mínimo de Constitu-
ción que hemos glosado con Valiente, en realidad

era ya una Constitución […] ciertamente fue la primera que, por medio de uno
de los más grandes de sus héroes, el país se dio a sí mismo: aunque inspirada en
ideas que Morelos haya tomado de diversas personas, la hizo totalmente suya
y a él por lo mismo puede y debe atribuirse. En ella se delinea él mismo con
fuerza como un demócrata que procura que se equilibren las funciones de los
elementos directivos del gobierno y que trata de que no se sacrifique a ninguno
de los tres poderes subordinándolo a los otros dos.21

De “complemento indispensable” de los Sentimientos de la Nación lo ha cali-


ficado Herrejón.22 Es correcto: se trata de la parte orgánica (distribución de
las potestades) que debe corresponder a toda parte dogmática (tutela de los
derechos) en una Constitución.
Para el despacho de los asuntos del novísimo Congreso, el Reglamento pre-
vé un presidente y un vicepresidente, nombrados por la asamblea, así como
dos secretarios (artículo 16). Estos últimos serían nombrados, “en propie-
dad”, no por el Legislativo sino por el Generalísimo para un periodo de cuatro
años (artículo 24): solamente transcurrido el cuatrienio podría el Congreso
nombrar a sus propios secretarios. La evidente invasión de esferas, que no
podría reputarse inconstitucional al ser el Reglamento una auténtica Cons-

20 Carlos Herrejón Peredo, Morelos. Revelaciones…, op. cit., p. 333.


21 EzequielChávez, Morelos, p. 120.
22 Carlos Herrejón Peredo, Morelos. Revelaciones…, op. cit., p. 328.

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titución, atendía sin duda ninguna a la urgencia que Morelos apreciaba en
la reconducción de la totalidad de la guerra hacia sus manos ejecutivas. El
encargado del Ejecutivo, por contraste, nombraría para sí dos secretarios que
durarían en su encargo “todo el tiempo que exijan las circunstancias”, y no
tan solo cuatro años (artículo 26).
Los diputados debían concurrir diariamente a las sesiones, sin que se
les pudiera embarazar “por encargos o comisiones, pues no puede haber co-
misión preferente a las que les ha confiado la patria” (artículo 42). Debían
abstenerse de ejercer mando militar “aun cuando se alegue conocimiento
práctico de los lugares” y no debían desperdigarse “por distintos rumbos”
(artículos 43 y 44). Este tipo de vocales no tendría “la menor intervención
en asuntos de guerra” (artículo 44). Con el Reglamento Morelos domeñaba,
al fin, las ínfulas de la Junta de Zitácuaro.
A diferencia del de los Elementos, el Generalísimo del Reglamento durará
en el encargo del Poder Ejecutivo todo el tiempo que permanezca apto para
su desempeño, es decir, mientras no sobrevengan “muerte, ineptitud o deli-
to”. Faltando de manera irremediable, “se elegirá otro del cuerpo militar a
pluralidad de votos, de coroneles arriba” (artículo 45). Estamos, pues, ante un
Poder Ejecutivo de enorme potestad, obligado únicamente a “dar cuenta”
frente a un Congreso que solo nominalmente era receptor de la soberanía,23
y que encima se encuentra obligado a prestarle “cuantos subsidios pida de
gente o dinero para la continuación de la guerra” (artículos 46 y 47). Es enig-
mático el artículo 46, dado que prescribe que “el Generalísimo que reasuma
el Poder Ejecutivo obrará con total independencia en este ramo”. ¿Respecto
de quién se reasumía el Ejecutivo? ¿De la dinastía borbónica? ¿De la nación
española? ¿De la Junta de Zitácuaro? Es lástima que Morelos no haya aclarado
el punto, acaso porque bien sabía que los instrumentos normativos no de-
ben ser tratados de historia ni de ciencia política.
En cuanto a la potestad judiciaria, no será el Congreso sino una “junta
general de letrados y sabios de todas las provincias” la que elija a los jue-
ces del “Tribunal de reposición o Poder Judiciario” (artículo 51), quienes
aplicarían las leyes “consultando en las dudas la mente del legislador”. En-

23 No obstando que merezca el tratamiento de “Majestad” o “Alteza”, correspondiendo


el de “Excelencias” a sus integrantes (artículo 50).

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tiéndase, a diferencia de Cádiz, de Zitácuaro y, después, de Apatzingán: no
se consultará al legislador mismo sino a su espíritu que, como todo ente de
razón, requiere de la mediación interpretativa de un juez que no se halle
automatizado (artículo 53).
Hemos visto que ya desde marzo de 1813 Rayón le escribe a Morelos que
le parece “inconcuso” que en el Congreso que habría de reunirse “recaigan
todos los poderes”.24 Morelos responde desde Acapulco, en agosto, afirman-
do que las desgracias de la Nación mexicana encuentran su explicación en
“la reunión de todos los poderes en los pocos individuos que han compuesto
hasta aquí la Junta Soberana”. Por ello, persuadido el reino de “esta verdad,
ha exigido de mí con instancia repetida, la instalación de un nuevo Congre-
so, en el que no obstante ser más amplio por componerse de mayor número
de vocales, no estén unidas las altas atribuciones de la soberanía”.25 Más
claro ni el agua: el Congreso no será soberano, más allá de puntuales conce-
siones retóricas. Como los otros Poderes, podrá ejercer su parcela de sobera-
nía, mas no será soberano, como sí pretendió serlo, en la tónica juntista de
las “revoluciones hispánicas” que tan bien explicó F. X. Guerra, la Suprema
Junta Nacional Americana.
Tal era el objetivo orgánico del constitucionalismo moreliano, hasta que
topó con las derrotas michoacanas de la Navidad del año trece y los albores
del catorce. En carta a su hermano Ramón, fechada en Huajuapan el 3 de
febrero de 1814, Rayón comenta, sin ocultar su beneplácito, que el Congreso
le ha restituido en el “ejercicio y mando de las armas”, restitución que no te-
nía que consultar con el general Morelos, aunque lo haría por “miramiento”
dado que “el Supremo Congreso en el tiempo de su unión resolvió por Acta
solemne reasumir en sí los tres poderes, recogiendo del señor Morelos el
ejecutivo que indebidamente se había separado, declaró que la Declaración
de Guerra, ajuste de paz y Leyes de Comercio le pertenecían privadamente,
como que en él reside la soberanía de la Nación”. Rayón observa con pers-
picacia (como que había operado políticamente la medida) que el Congre-
so de Anáhuac reasumiría el ejercicio pleno de la soberanía y configuraría
un Ejecutivo débil y delegado, que le habría de estar subordinado. Anuncia,
pues, la solución apatzingana próxima a advenir.

24 sep, Morelos, op. cit., p. 159.


25 Ibid., p. 164.

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Pero hay más: la misiva de Ignacio a Ramón Rayón señala que el Con-
greso “declaró nulo e insubsistente aquel Reglamento que en el tiempo de
las juntas primeras de Chilpancingo se dio al público como interino por el
gobierno”.26 Si bien desconocemos el momento preciso en que el Legislativo
declaró la nulidad del Reglamento, el relato de Rayón es consistente con la carta
que Morelos envió a Andrés Quintana Roo, a la sazón diputado. Su existencia
me la develó nuestro homenajeado Herrejón en inolvidable coloquio.
En ella, quien fuera encargado unipersonal del Poder Ejecutivo reclama a
su protegido y joven legislador la falta de defensa de un texto que pertenecía
a ambos, si no es que más al propio Quintana Roo:

El reglamento bajo cuyo pie se regeneró nuestro Gobierno y reinstaló el Con-


greso, V. E. lo dictó. Haga por su parte se cumpla e influya todo lo posible
para que con la integridad que nos caracteriza se vaya reformando con la so-
lemnidad de las actas, para que el pueblo no anule lo practicado, conforme al
reglamento o lo que se haga con este. En el reglamento se queda el Congreso
de representantes con solo el Poder Legislativo, y en el día quiere ejercer los
tres poderes, cosa que nunca llevará a bien la nación. Aquel reglamento se pu-
blicó; varios ciudadanos tienen copia y saben quién fue su autor. ¿Cómo pues
ha sido esta mutación tan repentina? […] No estoy tan ciego que no conozca
necesita alguna reforma; pero ésta debe hacerse con la misma formalidad por
actas discutidas, en las que sea oído el Generalísimo, aquel a cuyas instancias
se reformó el Gobierno…

escribe desde Huacura el 18 de mayo de 1814 Morelos a Quintana Roo,


según halló Herrejón en uno de los Episodios históricos de la Guerra de Inde-
pendencia, el que escribió Guillermo Prieto, para quien “el Congreso fue el
receptáculo de quejas contra Morelos mismo, un recurso de insubordina-
ción y un obstáculo de los planes militares”.27

pp. 206-207.
26 Ibid.,
27Guillermo Prieto, “Escenas de la vida del general d. José María Morelos y Pavón”,
inehrm, Episodios históricos de la guerra de Independencia, t. i, pp. 62-63. Para calibrar el valor
del hallazgo de Herrejón Peredo, conviene seguir leyendo a Prieto: “Debo a la bondad de
mi maestro y favorecedor, el señor Lic. Don Andrés Quintana Roo, el siguiente documento
inédito, en que se queja el señor Morelos de la conducta observada por el Congreso de
Chilpancingo…”

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¿Qué tanta importancia concedían los congresistas a eliminar la vigen-
cia del Reglamento? Primaba, por supuesto, la cuestión del reparto del ejerci-
cio de la soberanía nacional y el hecho de que el Ejecutivo mantenía en el
Reglamento una posición de prelación y de libertad vinculada a las exigencias
bélicas del movimiento insurgente. Ante el fracaso del esquema en Vallado-
lid, Puruarán y Tlacotepec, la ocasión para la defenestración del siervo in-
cómodo parecía confeccionada a placer. Pero permeó también, a no dudar,
el hecho de que el concepto de “ley” que sostenía Morelos, apreciable en
los Sentimientos de la Nación, pero también en el Reglamento del Congreso, se
hallaba ciertamente muy alejado del jacobinismo que terminará triunfando
en el Decreto de Apatzingán.
En los Sentimientos de Morelos, es la “buena ley” (y no cualquier ley, con
tal de que se hayan cumplido las formalidades del proceso legislativo necesa-
rio para su expedición) la que resulta “superior a todo hombre” (numeral 12).28
En tal virtud, aunque el Congreso sea el depositario de la soberanía popu-
lar (numeral 5 de los Sentimientos de la Nación) no es soberano per se, pues
se encuentra sujeto a ciertos principios, objetivos y valores que no puede
desconocer. Sus leyes, para ser “buenas”, deben obligar “a constancia y pa-
triotismo”, moderar “la opulencia y la indigencia” y aumentar “el jornal del
pobre” de suerte tal que este, el indigente, “mejore sus costumbres, alejando
la ignorancia, la rapiña y el hurto”. Para lograrlo, la importante función
legislativa debía responder a la previa reunión “de una junta de sabios en
el número posible, para que proceda con más acierto y exonere de algunos
cargos que pudieran resultarles” (Sentimiento 14).
Carlos Herrejón destaca la importancia de la diferencia que se aprecia
entre la versión de los Sentimientos leída en la sesión inaugural por el secreta-
rio del Congreso de Chilpancingo, Juan Nepomuceno Rosains, y las “tacha-
duras y enmendaduras con caligrafía diversa” que sufrió. Estas “tachaduras”
eliminaron el artículo 6o. (“Que los Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial
estén divididos en los cuerpos compatibles para ejercerlos”) para fundirlo
con el 5o. (“Que la soberanía dimana inmediatamente del pueblo, el que

28 Ernesto Lemoine Villicaña, Documentos del Congreso de Chilpancingo hallados entre los

papeles del caudillo José María Morelos, sorprendido por los realistas en la acción de Tlacotepec el 24
de febrero de 1814, p. 178.

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solo quiere depositarla en el Supremo Congreso Nacional Americano, compuesto
de representantes de las provincias en igualdad de números”).29
El resultado de la fusión no puede menos que llamar la atención. Es
más que probable que la pluma que incorporó las “enmendaduras”, al me-
nos en este punto,30 fuese una pluma cercana al Morelos paladín de la di-
visión de poderes. Dice el numeral 5 de los Sentimientos que daremos por
definitivo: “Que la Soberanía dimana inmediatamente del pueblo, el que
solo quiere depositarla en sus representantes, dividiendo los poderes de ella en
Legislativo, Executivo y Judiciario, eligiendo las provincias sus vocales, y éstos
a los demás, que deben ser sujetos sabios y de probidad”.31 Así, los tres po-
deres de la soberanía representarán al pueblo. Todos los poderes, no solo los
vocales de las provincias, se entenderán mandatarios del único causahabien-
te legítimo de Fernando VII (y, por ende, de Moctezuma): el pueblo de la
América Mexicana.
Con todo, es verdad que el Legislativo, único poder elegido por “las
provincias”, será el encargado de nombrar a los “representantes” que ejer-
cerán las otras dos atribuciones del poder público. Ya hemos visto que en
el Reglamento no ocurre así. Es más, hemos visto que ni el Ejecutivo ni el
Judiciario deberán su nombramiento al Congreso, lo que al menos en lo
tocante al Generalísimo ocurrió efectivamente.
Volvamos a la cuestión del concepto de “ley”. Morelos que, como ha
destacado el propio Herrejón, había estudiado la teología moral de la esco-
lástica y concebía a la ley natural mucho más como participación de la ley
eterna en la creatura racional que como emanación positiva de una presunta
voluntad general representada por el poder civil,32 regula en el Reglamento
un mecanismo procesal orgánico para asegurar la “bondad” de las leyes, mis-
ma que se traduce en su justicia y su practicabilidad. Interesa a nuestros

29 Las cursivas me pertenecen.


30 El 14, en cambio, fue enmendado para suprimir la discusión previa de un proyecto le-
gislativo “en junta de sabios”, discusión tan cara al Morelos de varias exposiciones y escritos.
31 Carlos Herrejón Peredo, Morelos. Revelaciones…, op. cit., pp. 322-324.
32 De hecho, las Tesis filosóficas con que optó por el grado de Bachiller en Artes por la

Real y Pontificia Universidad de México poseen un marcado cariz contrario al racionalismo


moderno, por lo menos en lo que a las posturas filosóficas de Spinoza y Descartes se refiere.
Véase José María Morelos, Tesis filosóficas (1795), pp. 46 y 70.

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efectos destacar que el mecanismo pondría en juego, eventualmente, a las
tres potestades del gobierno mexicano.
El artículo 25 del Reglamento dispone que “el Poder Ejecutivo de la So-
beranía Nacional” mandará se guarden, cumplan y ejecuten en todas sus
partes los decretos del “Congreso pleno”. Hasta aquí estamos en la tónica
de la Revolución francesa y de la Constitución de Cádiz, con las clásicas
prescripciones que buscan que la ley sea promulgada efectivamente y sin di-
laciones por una especie de delegado del Poder Legislativo. El 27 establece,
sin embargo, que “el Generalísimo de las Armas, como que ha de adquirir
en sus expediciones los más amplios conocimientos locales, carácter de los
habitantes y necesidades de la Nación, tendrá la iniciativa de aquellas leyes
que juzgue convenientes al público beneficio, lo que decidirá por discusión
el cuerpo deliberante; y asimismo podrá representar sobre la ley que le pa-
reciere injusta o no practicable, deteniéndose el cúmplase de que habla el
artículo 25”. Herrejón ha calificado esta última parte del precepto como una
suerte de “veto” doceañista33. Existe a nuestro entender algo más en la figu-
ra, algo que viene de las tradiciones castellana e indiana: el imaginario del
recurso de “Obedézcase, pero no se cumpla”.
Según Esquivel Obregón, así en España como en América, “cuando se
daba una ley sin completo conocimiento de causa, o con error fundamen-
tal, debía de obedecérsela; pero no cumplirse”.34 La cabeza coronada, ad-
vertida de su error (solo ella poseía auténtica capacidad normativa en el
Antiguo Régimen) podía reconsiderar y abstenerse de aplicar la ley injusta.
La disposición no se “completaba” (tal es el significado exacto de “cumplir”)
hasta que el Rey la confirmaba. Entre tanto, su autoridad quedaba incólume
(se le “obedecía” a pesar de haberse activado el recurso), lo que ahuyentaba
cualquier resabio de rebelión.35
El Reglamento combina, así, las dos figuras. El “veto” implica que se reco-
noce al magistrado encargado del Ejecutivo cierta capacidad para hacer salir
de su equivocación al Congreso, tan frecuentemente abstraído de la reali-
dad. El “obedézcase”, por su parte, tiene graves implicaciones independen-
tistas: ya no es el lejano Rey el que puede dictar una orden “injusta o no

33 Carlos Herrejón Peredo, Morelos. Revelaciones…, op. cit., p. 311.


34 Toribio Esquivel Obregón, Apuntes para la Historia del Derecho en México, t. i, p. 315.
35 Francisco de Icaza, Plus Ultra. La Monarquía Católica en Indias (1492-1898), pp. 257-258.

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practicable”, sino que el Legislativo del Anáhuac ha ocupado su lugar como
cabeza del cuerpo social. Si se denuncia su error es porque al mismo tiempo
se le obedece sin chistar, es decir, sin sitio alguno para la sedición.
El Generalísimo, conocedor de las circunstancias de localidades y habi-
tantes, protegería así al Congreso de su propia incompetencia, por cuanto
sería capaz de recurrir las leyes injustas o impracticables, las “malas leyes”
a las que hace referencia el numeral 12 de los Sentimientos de la Nación, sus-
pendiéndose el “cúmplase” hasta que se confirmase la disposición. Diríase
escolásticamente que se trató de un mecanismo de control de la bondad
de las leyes, esa que hoy se llama, ampulosamente, “regularidad constitucio-
nal”. Aunque el Reglamento no es claro, en el caso de que el Generalísimo lo
promoviera ante el Tribunal Supremo de América, el recurso habría resulta-
do una auténtica acción de inconstitucionalidad, figura que no tuvimos en
México sino hasta 1994.
El contraste con el Decreto de Apatzingán salta a la vista. En él, la ley es
“expresión de la voluntad general en orden a la felicidad común”. Debe ser
igual para todos y se exige a sus destinatarios una sumisión incondicional a
ella, aun cuando no se encuentren de acuerdo con sus términos: no cabe
la objeción de conciencia ni la demostración de errores o de injusticias: solo
el sacrificio incondicional de la inteligencia particular a la voluntad general
(artículos 18-20). Al Gobierno le está vedado dispensar la observancia de las
leyes, así como interpretarlas más allá de la automatización en su ejecución
(artículo 169), mientras que al Ejecutivo triunviral y a los magistrados del Su-
premo Tribunal les queda solamente una débil facultad de representación “en
contra de la ley”, en absoluto asimilable al “obedézcase, pero no se cumpla”.
El veto a la ley se formula ante el Congreso, titular del ejercicio de la
soberanía y por tanto de las capacidades de normación. Las

reflexiones que promuevan (Gobierno y Tribunal) serán examinadas bajo las


mismas formalidades que los proyectos de ley y calificándose de bien fundadas
a pluralidad absoluta de votos, se suprimirá la ley y no podrá proponerse de
nuevo hasta pasados seis meses. Pero si por el contrario se calificaren de insufi-
cientes las razones expuestas, entonces se mandará publicar la ley, y se obser-
vará inviolablemente, a menos que la experiencia y la opinión pública obliguen
a que se derogue o modifique (artículo 129).

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Huelga recordar que ni el Ejecutivo ni el Judicial poseen la facultad de ini-
ciar leyes (artículo 123).
Los artículos 142 al 152 de la Constitución de Cádiz obligan a las Cortes
a seguir un trámite mucho más engorroso para superar el veto real (solo a la
tercera ocasión en que el Congreso insistiera en un proyecto de ley tendría
el Rey que proceder a promulgarlo, a cuenta habida de que las ocasiones
para la insistencia solo se presentaban una vez por año). En el Decreto, en
cambio, bastaría con la misma mayoría que había aprobado la iniciativa ori-
ginalmente para superar cualquier objeción presentada por el Ejecutivo o el
Judiciario. Tampoco cabe hablar de un control de la constitucionalidad, pues
en 1814 no se reconoce la figura doceañista de las Diputaciones provincia-
les, encargadas de denunciar a las Cortes las infracciones a la Constitución
(artículo 335, 9a. facultad). En lo que al “concepto mínimo de Constitu-
ción” se refiere, Apatzingán se halla un paso atrás de Cádiz y varios atrás de
Chilpancingo.
Los instrumentos propios del radicalismo voluntarista veneran la ley y
ponen poco énfasis en su contenido. Terminarán por no distinguir entre
la “buena” y la “mala” ley. En Cádiz, el influyente diputado quiteño José
Mexía Lequerica había sostenido que el “obedézcase, pero no se cumpla”
tenía caso cuando las leyes las hacían “malos favoritos”, pero no ahora en
que las fraguaban “buenos diputados”, conocedores de las circunstancias de
sus pueblos y sus distritos.36 La “bondad” se desplazaba así desde la deseable
ley a la presunta personalidad de los representantes de la Nación.
A Morelos, en cambio, las Cortes españolas le merecían el calificativo de
“extraordinarias y muy fuera de razón (que) quieren continuar el monopo-
lio con las continuas metamorfosis de su gobierno, concediendo la capaci-
dad de Constitución que poco antes negaba a los americanos, definiéndose
como brutos en la sociedad”.37 Sin contemplaciones, Morelos afirmaba no
solo la indebida invasión del gaditanismo respecto de ámbitos nacionales
que le eran ajenos, sino la falacia ínsita en la pretendida perfección de aque-
llas “Cortes generales y extraordinarias de la Monarquía”.

36 Diario de sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias que dieron principio el 24 de setiem-

bre de 1810, y terminaron el 20 de setiembre de 1813, sesión del 8 de junio de 1812, iv, p. 3279.
37 Ernesto de la Torre Villar, “Morelos desde Tlacosautitlán, noviembre 2 de 1813”, La

Constitución de Apatzingán y los creadores del Estado mexicano, p. 317.

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Conclusiones

La complejidad escolástica del concepto moreliano de “ley”, así como el an-


siado juego efectivo de la división de poderes, hacen del Reglamento del Con-
greso y de los Sentimientos de la Nación instrumentos muy adelantados a su
época.38 El Congreso del Reglamento, compuesto como “cuerpo soberano de
propietarios elegidos por los electores y de suplentes nombrados por mí, pro-
cederá en la primera sesión a la distribución de poderes, reteniendo única-
mente el que se llama legislativo” (artículo 13). El Ejecutivo “lo consignará
al General que resultase electo Generalísimo” (artículo 14), mientras que al
Judicial “lo reconocerá en los Tribunales actualmente existentes, cuidando
no obstante según se vaya presentando la ocasión de reformar el absurdo y
complicado sistema de los Tribunales españoles” (artículo 15). Así, confor-
me al Reglamento, el encargado del Poder Ejecutivo no es un delegado de la
Asamblea soberana sino un participante, en plenitud, de la porción de ejer-
cicio soberano que le transmite la Nación. Mientras que el Poder Judicial
deriva de la tradición y el Legislativo de la modernidad jurídica y política, el
encargo del Ejecutivo que se hace al Generalísimo responde a las imperiosas
necesidades de una guerra que es urgente ganar.
El Sentimiento número 12 es la cláusula de apertura y cierre, en juego con
el artículo 27 del Reglamento, del ideario justiciero de Morelos. No cualquier
legislación atrabiliaria es superior a los hombres: solo la buena ley. La bon-
dad, la justicia y la practicabilidad de las leyes determinan su pertenencia
legítima al sistema de fuentes jurídicas, o la ilegitimidad de su permanencia
en él cuando resulte que su dictado deba ser anulado. Todo aquel que se
queje con justicia (y aquí cabe la queja contra la ley injusta o no practicable)
debe tener un tribunal que lo escuche, lo ampare y defienda contra el fuerte
y el arbitrario.39

38 Rafael Estrada Michel, Tácticas parlamentarias hispanomexicanas, pp. 35-45.


39 La famosa frase ulterior, que engalana numerosos órganos jurisdiccionales en el Méxi-
co actual, ha levantado suspicacia por no hallarse contenida en los Sentimientos de la Nación.
Nuevamente es Herrejón Peredo quien destierra las sombras, puesto que la encontró en el
recuerdo que Quintana Roo se hacía de aquello que de viva voz le había comunicado More-
los un día antes de la lectura de los Sentimientos ante el Congreso de Chilpancingo. Carlos
Herrejón Peredo, Morelos. Revelaciones…, op. cit., p. 329.

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En el pensamiento constitucional de Chilpancingo, aquellas leyes que
no incentiven la constancia y el patriotismo, que no moderen la opulencia
y la indigencia y que no aumenten las expectativas vitales de los pobres con
vistas a mejorar sus costumbres y a evitar la ignorancia, la rapiña y el hur-
to deben ser expulsadas del ordenamiento puesto que son “malas leyes”:
injustas o impracticables; existe un mecanismo procesal para denunciar la
obrepción o subrepción del legislador. El mecanismo no alcanzará a llegar
al legolátrico Decreto constitucional de Apatzingán que imposibilitó, como
hemos procurado mostrar, el control de la regularidad normativa en el Mé-
xico que nacía.
Acaso en razón de esta miope legolatría, “el Sentimiento más innova-
dor [que] es el 12” no volverá a aparecer en ninguna Constitución mexicana
sino hasta 1917. Su tendencia “hacia la equidad socioeconómica, mediante
leyes que moderen la opulencia y la indigencia aumentando los salarios de los
pobres” incomodó a más de un poderoso durante el Ochocientos mexica-
no: “Ningún caudillo o constitución alguna lo había considerado, tampoco
el Congreso de Anáhuac lo tomaría en cuenta, ni ninguna constitución del
siglo xix”.40 Tendríamos que esperar a la “primera Constitución social de
Occidente”, como ha sido llamada la de Querétaro de 1917, para encontrar
al fin los ecos del ideario del cura de Carácuaro, ese que se había expresado
diez décadas antes con mayor claridad y sentido práctico, tal como nos ha
enseñado Carlos Herrejón Peredo.
Todavía aguardamos, sin embargo, los tiempos en que nuestras leyes fun-
damentales se traduzcan en efectiva combinación, mixta o moderada, de los
factores ejercitantes del poder público. El fracaso michoacano del modelo
equilibrista propugnado por Morelos nos dejó un trauma que no hemos
podido resolver, desplazándose el péndulo hacia uno u otro lado, hacia el
Legislativo fatuo o hacia el Ejecutivo omnímodo, desde el momento mis-
mo de la obtención de la independencia, desde los pleitos entre Agustín de
Iturbide y la Suprema (luego autoproclamada “Soberana”) Junta Provisional
Gubernativa, hasta la fecha. La buena historia constitucional que practica
Herrejón acaso pueda inocularnos contra el peligro recurrente en los lustros
que han de venir.

40 Carlos Herrejón Peredo, Morelos. Revelaciones…, op. cit., p. 326.

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Los ciclos de la contrarrevolución
en el proceso de la independencia (1810-1821)

Josep Escrig Rosa1

Ciertamente, el traslado de la reacción, del cuartel a las Cá-


maras, ejemplifica la diferencia del pasado y el presente. No
obstante, las tesis reaccionarias, con ser distintos sus procedi-
mientos, son las mismas.
Gastón García Cantú, El pensamiento de la reacción mexi-
cana. Historia documental, 1810-1962, p. 27.

Las palabras que abren este texto corresponden a la compilación do-


cumental realizada por el intelectual Gastón García Cantú, bajo el título El
pensamiento de la reacción mexicana (1965). Dicho trabajo recoge –imprecisa-
mente– algunas fuentes que el autor consideró más representativas de di-
cha manifestación ideológica, entre 1810 y 1962. Según explicaba, se trataba
de una “tentativa” para empezar a conocer mejor los textos que definían,
durante un siglo y medio, un tipo de pensamiento poco conocido por la histo-

1 Adscrito a la Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones


Históricas. Este trabajo forma parte del Programa de Becas Posdoctorales de la Universidad
Nacional Autónoma de México, bajo la asesoría de Ana Carolina Ibarra González. Además,
se inscribe en el proyecto de investigación Entre dos mundos: historia parlamentaria y cul-
turas políticas en los años del Trienio Liberal (1820-1823) (HAR2016-78769), dirigido por
Ivana Frasquet y Encarna García Monerris (Universitat de València).

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riografía y la opinión pública de México. García Cantú se introducía así en
una materia, la de la reacción, que, por su carga doctrinal negativa, no ha-
bía resultado hasta entonces demasiado atractiva para el estudio. La tarea,
como se observó en una reseña de dicho trabajo, no era nada fácil, pues,
“por la naturaleza del tema, la objetividad es todavía más difícil de lograr en
esta que en cualquier otra investigación histórica”.2
Desde una perspectiva lineal-progresista y anacrónica, para García Cantú
los planteamientos del cura Miguel Hidalgo constituían el primer eslabón
de una “ideología” propia de la “sociedad moderna”, que enlazaba, sin so-
lución de continuidad, con todos los episodios revolucionarios posteriores.
Aquellos que se opusieron sistemáticamente a estos eran los reaccionarios,
quienes veían en cualquier intento de cambio una “conjura internacional”
que tenía por fin la destrucción de lo que era “un precioso país, rico, pacífi-
co, cristiano, moral y fuerte”. La tradición y el inmovilismo se contraponían
a cualquier tipo de avance. Así, sus teorías se asentaban sobre una premisa
cultural básica: “México era ya una nación en 1810. En la Nueva España se
forjaron la nacionalidad y las bases de México. Todas las desdichas le vie-
nen al país de la rebelión contra su origen”. De acuerdo con el autor, estos
argumentos esenciales de los reaccionarios no habían variado en toda la
contemporaneidad. Se habían mantenido incólumes al paso del tiempo en
su defensa a ultranza del statu quo ante. El avance político del país no supuso
una rectificación sustancial de las doctrinas asentadas por los primeros pen-
sadores de las respuestas antiliberales.
A pesar de las afirmaciones de García Cantú, queremos empezar estas
páginas insistiendo en que la presencia de algunos de los componentes del
pensamiento reaccionario en las distintas culturas políticas de orientación
retardataria, en los siglos xix y xx –ahora, añadimos también, el xxi–, no
debe llevarnos a lecturas teleológicas, sino a tomar conciencia de su histori-
cidad y de los cambios que el contexto les impuso. Además, es preciso tener
presente que la reacción fue uno de los componentes que integraron la fa-
milia política de la contrarrevolución, pero no el único, como se verá. Este
estudio no pretende abarcar todo ese amplio periodo cronológico ni, por

2 VictoriaLerner, “Sobre Gastón García Cantú, El pensamiento de la reacción mexica-


na. Historia documental, 1810-1962”, Historia mexicana, 1967, pp. 627-630.

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tanto, las distintas formas en que se manifestaron esas ideas y prácticas du-
rante la época contemporánea, tarea que, vale la pena recordarlo, continúa
en buena medida pendiente.3 Nuestro ámbito de análisis va a circunscribirse
al momento 1810-1821, conocido tradicionalmente como el periodo de la
Guerra de la Independencia, aunque prestando una mayor atención a los dos
últimos años. Concretamente, el objetivo es identificar, de manera necesa-
riamente sintética, las características de los tres ciclos de la contrarrevolu-
ción que se observan en ese lapso temporal. Es decir, vamos a analizar dicho
periodo, en sus distintas fases, desde una mirada y una perspectiva histórica
que no ha resultado muy común.4 Esa falta de atención se debe, en parte, a
que la mayor atención ha recaído sobre la insurgencia, el primer liberalismo
y la configuración de una temprana matriz republicana. Basta un repaso rá-
pido a los principales volúmenes sobre el periodo para observar que poco se
nos dice de aquellos que se mostraron reticentes a aceptar los presupuestos
del cambio político. El vacío resulta todavía más flagrante si nos referimos
a los manuales y a las obras de síntesis. Los autores y los materiales del ám-

3 Erika Pani, Conservadurismo y derechas en la historia de México. El liberalismo conserva-

dor sí que ha merecido mayor atención por parte de la historiografía. Algunos trabajos signi-
ficativos son los de Alfonso Noriega, El pensamiento conservador y el conservadurismo mexicano;
Will Fowler y Humberto Morales (coords.), El conservadurismo mexicano en el siglo xix; Renné
de la Torre, Martha Eugenia García Ugarte y Juan Manuel Ramírez (comps.), Los rostros del
conservadurismo mexicano; y Miriam Galante, El temor a las multitudes. La formación del proyecto con-
servador en México, 1808-1834. Por su parte, Charles Hale, El liberalismo mexicano en la época de
Mora, 1821-1853; Fidel Gómez Ochoa, “El conservadurismo mexicano (1823-1832) ¿un caso
de doctrinarismo?”, Aurora Cano Andaluz, Manuel Suárez Cortina y Evelia Trejo Estrada
(coords.), Cultura liberal, México y España 1860-1930, pp. 59-86. También, más ampliamente,
Izaskun Álvarez Cuartero y Julio Sánchez (eds.), Realismo/pensamiento conservador, ¿una iden-
tificación equivocada?; Encarna García Monerris e Ivana Frasquet (eds.), Tiempo de política,
tiempo de Constitución. La monarquía hispánica entre la revolución y la reacción (1780-1840); y
Fabio Kolar y Ulrich Mücke (eds.), El pensamiento conservador y derechista en América Latina,
España y Portugal, siglos xix y xx.
4 Alfredo Ávila, “Cuando se canonizó la rebelión”, en Erika Pani (coord.), Conservadu-

rismo y derechas…, op. cit., pp. 43-85. También, Brian Hamnett, Revolución y contrarrevolución
en México y el Perú (Liberalismo, realeza y separatismo 1800-1824); y, para lo que aquí nos inte-
resa, aplicando la primera parte del título en un sentido general, Virginia Guedea, “La otra
historia. O de cómo los defensores de la condición colonial recuperaron los pasados de la
Nueva España”, Memorias de la Academia Mexicana de la Historia correspondiente a la Real de
Madrid, pp. 159-183. Un mayor desarrollo en Josep Escrig Rosa, Cuando la patria peligra.
Contrarrevolución y antiliberalismo en la independencia de México (1810-1823) (en prensa).

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bito de la contrarrevolución y del antiliberalismo no son demasiado bien
conocidos y pocas han sido las iniciativas recientes para recuperar –que no
vindicar– dichas aportaciones. De hecho, en algunos de los trabajos que se
han ocupado sobre el particular se evidencia una falta de precisión en la
datación de los documentos, en su atribución y en el análisis del contenido.
Estamos, por tanto, ante un importante reto historiográfico que puede con-
tribuir a complejizar y renovar algunos enfoques o presupuestos sobre el tiempo
en el que México transitó hacia un Estado-nación independiente.
De entrada, se trata de determinar cuáles fueron las diversas tesis sos-
tenidas por los autores contrarrevolucionarios en su contexto, cómo se de-
sarrollaron en una u otra dirección según las coyunturas y la manera en
que se relacionaron, de forma dialéctica, con las otras alternativas políticas,
incluidas las distintas orientaciones dentro del propio antiliberalismo. Es
decir, pretendemos mostrar el dinamismo y el carácter rupturista que subya-
ce a unos discursos que, por su propia naturaleza, insisten en los valores de
la tradición, de la continuidad y de la permanencia. Viejas nociones como la
religión, la monarquía o la patria, sin renunciar por completo a su sentido
genuino, acaban teniendo significados distintos según el tiempo y el espa-
cio en el que se reivindiquen y proyecten, entrando así a formar parte de
otras experiencias políticas y culturales, en ocasiones inéditas. Por tanto, la
contrarrevolución, en todas sus formas de manifestarse, no puede definirse
de manera exclusiva en términos de oposición o a partir de lo que supusie-
ron otras opciones ideológicas, partidarias, en su caso, de la reforma o de
la transformación revolucionaria de la sociedad. Con sus críticas, proyectos
y alternativas, fue una parte constitutiva del proceso de cambio abierto en
1808 y precipitado, de manera más evidente, dos años después. Ese punto
de arranque de la contemporaneidad debe pensarse desde una perspectiva
abierta, que atienda a la interacción que media entre la revolución y los que
se opusieron a ella.5 La guerra actúa como eje de esa conexión, alimentando

5 Sobre esta perspectiva, Ivana Frasquet, Carmen García Monerris, y Encarna García
Monerris, Cuando todo era posible. Liberalismo y antiliberalismo en España e Hispanoamérica (1740-
1842); Pedro Rújula y Javier Ramón Solans, El desafío de la revolución. Reaccionarios, antiliberales
y contrarrevolucionarios (siglos xviii y xix); y Encarna García Monerris y Josep Escrig Rosa, “¿Re-
acción frente a modernidad? Algunas reflexiones” José Ángel Achón y José María Imízcoz,
(coords.), Discursos y contradiscursos en el proceso de la modernidad (siglos xvi-xix), pp. 407-444.

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así, a través de la aceleración del tiempo histórico, un escenario de conflic-
tos sobre el que se van a transformar definitivamente las bases del Antiguo
Régimen.6 Ninguna completa retrogradación temporal será posible a partir
de entonces.
Por todo ello, consideramos que esa mirada interconectada de más lar-
ga duración es necesaria para entender, en su complejidad, el pensamiento
contrarrevolucionario durante el contexto en el que México se independizó
de manera efectiva de la Monarquía católica, en septiembre de 1821. Cual-
quier análisis del periodo que desatienda los antecedentes –desde, al menos,
1810– puede incurrir en un doble riesgo. Por un lado, obviar las aptitudes de
los contrarrevolucionarios para hacer valer sus intereses y reivindicaciones en
contextos cambiantes e inestables, incluso en momentos aparentemente poco
propicios para ello, así como entre sectores sociales muy diversos.7 Por otro,
minusvalorar la capacidad de sus argumentos para adaptarse y evolucionar,
aun a costa de renunciar o de rectificar parte de sus premisas ideológicas sos-
tenidas hasta entonces. Difícilmente podremos llegar a comprender de otra
forma cómo, en los primeros años de la década de 1820, algunos contrarrevo-
lucionarios acabaron integrando a su corpus doctrinal nociones de indepen-
dencia que habían combatido y rechazado durante más de una década. Por
su parte, frente a cualquier reivindicación exagerada de lo propio o lo autóc-
tono, hemos de tener en cuenta que la oposición al liberalismo en Nueva Es-
paña/México se inserta dentro de un movimiento más amplio, que abarca el
conjunto del espacio euroamericano. La circulación de obras, su traducción
y ajuste, así como la transferencia de ideas, hace que se tenga la conciencia de
estar combatiendo contra un mismo enemigo ideológico desde espacios geo-
gráficos alejados. Ello implica, a su vez, que los textos adquieran sentidos dis-
tintos –y hasta contrarios a sus fines originales– según el momento y el lugar
en el que se examinen. Los eclesiásticos intervinieron de manera destacada en
esa intermediación cultural y contribuyeron, tanto desde el púlpito como a

También, Javier López Alós, Entre el trono y el escaño. El pensamiento reaccionario español frente a
la Revolución liberal (1808-1823).
6 Juan Ortiz Escamilla, Guerra y gobierno. Los pueblos y la independencia de México.
7 No consideramos apropiado guiarse en exceso por adscripciones sociológicas. Romeo

Flores Caballero, La contrarrevolución en la independencia. Los españoles en la vida política, social


y económica de México (1804-1838).

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través de la imprenta, a la difusión y acomodación de los mensajes.8 A través
de los tres periodos con que se pueden caracterizar los años de la Guerra de la
Independencia, las páginas siguientes dan cuenta de los presupuestos teóricos
y metodológicos que acabamos de exponer.

La etapa defensiva

La primera fase de la contrarrevolución se enmarca en el periodo que trans-


curre entre septiembre de 1810, momento en el que irrumpe la insurgencia
de Hidalgo y se reúnen las Cortes de Cádiz, y la derogación de la legislación
liberal en el virreinato, en agosto de 1814, a raíz del golpe de Estado protago-
nizado por Fernando VII en mayo. Los diputados reunidos en la Península,
en medio de una guerra y con el rey cautivo en Valençay, asentaron desde un
primer momento las bases para una profunda transformación de la Monar-
quía católica. Entre otros, reconocieron el principio de soberanía nacional y
la separación de poderes, decretaron la libertad de imprenta, suprimieron los
señoríos jurisdiccionales, emprendieron planes de reforma eclesiástica
y, ya en febrero de 1813, abolieron el Tribunal de la Inquisición, símbolo
del viejo orden. En Nueva España, por su parte, el malestar de aquellos que
apostaban por dotar a los territorios ultramarinos de un mayor autogobier-
no terminó por conmocionar a la sociedad con el estallido de una revuelta
que, en medio de la confusión y la violencia, muy pronto devendría en una
contienda civil que habría de causar, como mínimo, la muerte de alrededor
de 300 000 personas, aproximadamente 4.9% de la población total.9 En tér-
minos generales, esos años fueron momentos de absoluta incertidumbre y
disloque de los marcos de referencia tradicionales. Ante la magnitud de los

8 Carlos Herrejón Peredo, Del sermón al discurso cívico, 1760-1834. También, sobre la

pluralidad de voces y posiciones, Ana Carolina Ibarra, El clero de la Nueva España durante el
proceso de independencia, 1808-1821, y Marta Eugenia García Ugarte (coord.), Ilustración católi-
ca. Ilustración católica. Ministerio episcopal y episcopado en México (1758-1829), 2018, vols. i y ii.
9 Ernest Sánchez Santiró, La imperiosa necesidad. Crisis y colapso del Erario de Nueva España

(1808-1821), pp. 32-34. También, sobre la destrucción y los costos materiales, Juan Ortiz,
Guerra y gobierno.

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retos que abrían esos escenarios, aquellos menos inclinados a las transfor-
maciones adoptaron inicialmente posiciones de resistencia y de resiliencia.
Se trataba de permanecer en el tiempo en medio de un contexto nuevo que
no les era demasiado favorable. El universo político y cultural en el que se
habían formado ya no era el mismo. En ocasiones se nos olvida que ningu-
no de los actores conocía cuál sería el desenlace de ese transcurso histórico
cuatro años más tarde, de modo que hubieron de acomodarse a las circuns-
tancias y defender sus intereses, haciendo frente a los cambios a través de
los mecanismos que el propio sistema facilitaba.
La legislación liberal encontró serias dificultades para ser aplicada en
su totalidad en Nueva España. Tanto los virreyes Francisco Xavier Venegas y
Félix María Calleja como la Audiencia de México obstaculizaron su puesta
en marcha. Ello fue especialmente perceptible con el decreto de libertad de
imprenta, el cual solo estuvo en vigor dos meses, entre octubre y diciembre
de 1812.10 El trance que supuso la revuelta insurgente condicionó las deci-
siones y sirvió, a su vez, para justificar esas infracciones y la toma de medi-
das excepcionales. En todo caso, a diferencia de la Península,11 los escritos
autóctonos que entonces se imprimieron no realizaron en todo ese periodo
críticas abiertas a las Cortes y a la Constitución que estas sancionaron en
marzo de 1812. La amenaza que supusieron el cura Hidalgo y sus seguidores
hizo que los publicistas que se les oponían, desde opciones ideológicas y
posiciones sociales muy diversas, recurrieran de manera práctica para desa-
creditarlos al uso de todos los resortes que el sistema legal les brindaba. Entre
aquellos que sabemos que después aborrecerán el liberalismo, encontramos

10 Timothy Anna, La caída del gobierno español en la ciudad de México, pp. 119-159; Manuel

Ferrer Muñoz, La Constitución de Cádiz y su aplicación en la Nueva España (Pugna entre antiguo y
nuevo régimen en el virreinato. 1810-1821), pp. 17-19; Roberto Breña, “La Constitución de Cádiz
y la Nueva España. Cumplimientos e incumplimientos”, Historia Constitucional, pp. 361-382;
Jaime Olveda Legaspi, “El repudio a la Constitución de Cádiz”, Breña, Roberto (ed.),
pp. 321-338, y Juan Ortiz Escamilla, Calleja. Guerra, botín y fortuna, pp. 119-136.
11 Sobre la configuración de un potente grupo opositor: Javier Herrero, Los orígenes del

pensamiento reaccionario español, pp. 275-423; López, Entre el trono; Gonzalo Butrón Prida, “‘Ciu-
dadanos católicos’. Mitos e imágenes de la propaganda antiliberal en el Cádiz sitiado”, Emilio
La Parra (ed.), La guerra de Napoleón en España. Reacciones, imágenes, consecuencias, pp. 227-248;
Carmen García Monerris y Encarna García Monerris, “Palabras en guerra. La experiencia revo-
lucionaria y el lenguaje de la reacción”, Pasado y memoria, pp. 139-162; Pedro Rújula, “Realismo
y contrarrevolución en la Guerra de la Independencia”, Ayer, pp. 45-66.

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en ese momento un uso consciente de los marcos de actuación que tenían a
su alcance. Por supuesto, valerse de ellos no significaba compartir las premisas
ideológicas de la cultura política liberal. De la misma forma, aceptar la Carta
doceañista –en donde se les hacían importantes concesiones– no debe llevar-
nos al equívoco de que ello suponía una adhesión a aquellas. En ese contexto,
contrarrevolución y antiliberalismo no son necesariamente equiparables a an-
ticonstitucionalismo.12 Publicistas de posiciones tradicionalistas como Agus-
tín P. Fernández de San Salvador o Diego Miguel Bringas y Encinas alaba-
ron entonces al Congreso y a la Ley gaditana, recordando a los insurgentes
que allí estaban recogidas todas sus demandas.13 Otros, como el cura Manuel
de Burgos, aseguraron que, en Nueva España, a diferencia de la Península,
ningún eclesiástico había “atacado los derechos de la soberanía nacional”.14
Sin embargo, a partir de agosto de 1814, como hemos comentado, algunos de
estos actores justificarán por qué adoptaron esa posición y mostrarán su odio
furibundo hacia cualquier signo de transacción con el liberalismo.15
Si evitamos racionalidades retrospectivas, en Nueva España, a la hora
de referirnos a los opuestos al movimiento iniciado por Hidalgo, podemos
hablar de una contrainsurgencia patriótica y, a partir de que se sancione el
Código gaditano en septiembre de 1812, constitucional.16 El enfrentamiento
armado y político propició que se ensancharan los canales de comunicación
para llegar a un público amplio. Los edictos y sermones se vieron reforzados

12 Carlos María Rodríguez López-Brea, “¿Fue anticonstitucional el clero español? Un

tópico a debate”, Pasado y memoria, pp. 5-42; y Brian Connaughton, “El constitucionalismo
político-religioso. La Constitución de Cádiz y sus primeras manifestaciones en el Bajío mexi-
cano y zonas aledañas”, Relaciones, pp. 85-154.
13 Agustín P. Fernández de San Salvador, La América en el trono español. Exclamación del

Dr. D. … que da alguna idea de lo que son los diputados de estos dominios en las Cortes.
14 Manuel Burgos, Apología del Altar y del Trono, trabajada por el Dr. D. … e impresa a expen-

sas del señor arcedián Dr. D. José Mariano Beristain, primera parte, pp. 9 y 10.
15 Por ejemplo, Agustín P. Fernández de San Salvador, El modelo de los cristianos presen-

tado a los insurgentes de América. Y una introducción necesarísima para desengaño de muchos en las
actuales circunstancias, en la cual se funda el derecho de la soberanía propia del Sr. D. Fernando VII,
y se manifiestan las nulidades y vicios horrendos con que los materialistas introducidos por Napoleón
en las Cortes nos iban a sumergir en las llamas de un volcán, semejante a aquel en que los jacobinos
sumergieron a la Francia…
16 Desde un punto de vista más enfocado a las acciones militares, véase la voz “con-

trainsurgencia” a cargo de Ortiz en Alfredo Ávila, Virginia Guedea y Ana Carolina Ibarra,
Diccionario de la Independencia de México, pp. 171-172.

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con otras publicaciones que pretendían convencer y reprobar al enemigo,
tales como diálogos, cartas, folletos, observaciones o desengaños. Como hizo
notar Hugh M. Hamill, en esa campaña de propaganda se utilizaron todos
los argumentos disponibles, convirtiéndose el conflicto en una verdadera
ofensiva psicológica17. En el caso que nos ocupa, que es el de aquellos más con-
servadores, tanto en la contrainsurgencia patriótica como en la constitucio-
nal, se encuentra una serie de características identificativas de sus discursos.18
El lenguaje de la fidelidad a la Monarquía se refuerza con la continua apela-
ción a la unión de los españoles de ambos hemisferios y a través de una apo-
logía de las aportaciones de la herencia hispana a la civilización del Nuevo
Mundo. Las Cortes reunidas en Cádiz son el espacio donde van a resolverse
todas las quejas y demandas, las cuales deben hacerse llegar a través de los
legítimos representantes americanos. Por ello, el recurso a la vía armada por
parte de los rebeldes es visto como una amenaza a la integridad de la patria,
una ofensa al rey y una desobediencia a las normas del catolicismo. Frente
a la división, se entiende que la nación española está integrada por todos
aquellos que viven bajo unas mismas leyes y al amparo del soberano, el cual
ocupa el vértice de una sociedad que se concibe en términos de familia. Así,
el monarquismo de la primera insurgencia es rechazado y se configura desde
muy pronto la tesis de la falsa invocación a Fernando VII. Por su parte, el orden
religioso tradicional debe prevalecer ante cualquier cuestionamiento de la
estructura eclesiológica o ante el intento por establecer una Iglesia nacional.
Las excomuniones fulminadas sobre los líderes insurgentes abren la vía para
la conversión de la contienda armada en una cruzada contrarrevoluciona-
ria, avalando, en nombre de la fe, el recurso a la violencia. Esta se convierte

17 Hugh M. Hamill, The Hidalgo Revolt. Prelude to Mexican Independence, pp. 151-166.
18 Más ampliamente sobre el particular, entre otros, José Antonio Serrano Ortega, “El
discurso de la unión: el patriotismo novohispano en la propaganda realista durante el mo-
vimiento insurgente de Hidalgo”, Estudios de historia novohispana, pp. 157-177; Marco Anto-
nio Landavazo, La máscara de Fernando VII. Discurso e imaginario monárquico en una época de
crisis. Nueva España, 1808-1821; Alfredo Ávila, “La crisis del patriotismo criollo. El discurso
eclesiástico de José Mariano Beristain de Souza”, Alicia Mayer y Ernesto de la Torre Villar,
(eds.), Religión, poder y autoridad en la Nueva España, pp. 205-221; y Brian Hamnett, “Antonio
Bergosa y Jordán (1748-1819), obispo de México. ¿Ilustrado? ¿reaccionario? ¿contemporizador
y oportunista?”, Historia mexicana, pp. 117-136.

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en un medio depurativo a través del cual promover la regeneración del teji-
do social e ideológico del territorio.
Los contrainsurgentes también elaboraron de manera temprana pro-
puestas de independencia, aunque subrayando que no podían compararse
con la ruptura “tumultuaria y sediciosa” que pretendían los seguidores del
cura Hidalgo. Ante la amenaza de que la Península fuera completamente ocu-
pada por los franceses, se abría la posibilidad de que, a través de la emanci-
pación del virreinato, se preservaran en América los valores de la tradición.19
Por tanto, debe matizarse el sintagma “revolución de independencia” con el
que se suele caracterizar el periodo y se han atribuido de manera exclusiva las
iniciativas emancipadoras a los insurgentes. Además, si se asumen las tesis
autonomistas,20 referidas a los momentos iniciales de la insurrección, en-
tonces todavía resulta más evidente que algunos de los primeros proyectos de
independencia vinieron por parte de aquellos que apostaban por la conserva-
ción del estado de cosas previo a la ruptura revolucionaria. Desde el punto de
vista doctrinal, ello se pondrá de relieve de manera acabada a comienzos de la
década de 1820, cuando, como veremos, se presenten proyectos de emancipa-
ción netamente contrarrevolucionarios y antiliberales. A su vez, vale la pena
insistir en que algunas de las acusaciones que, al comienzo de la insurrección,
lanzaron los valedores del orden virreinal contra los sublevados –tales como,
por ejemplo, que apostaban por la independencia absoluta bajo la fórmula
republicana– pasarían después a formar parte del programa de estos, inclu-
so cuando antes lo habían negado categóricamente. Sin restar originalidad a
los planteamientos de la insurgencia, ello debe hacernos reconsiderar hasta

19 José Belderrain, Exhortación instructiva que el R. P. Fr. …, provincial de la provincia del

dulcísimo nombre de Jesús de agustinos de México, dirige a los prelados locales y demás religiosos de pro-
vincia, pp. 15 y 16. También, Agustín P. Fernández de San Salvador, Memoria cristiano-política
sobre lo mucho que la Nueva España debe temer de su desunión en partidos, y las grandes ventajas
que puede esperar de su unión y confraternidad, pp. 13-15 y 29. Desde el reformismo ilustrado,
Manuel Abad y Queipo, Edicto instructivo que el Ilustrísimo Señor Don Manuel Abad y Queipo,
obispo electo de Michoacán, dirige a sus diocesanos, 30 de septiembre de 1810, p. 8.
20 Jaime Edmundo Rodríguez Ordoñez, “Nosotros somos ahora los verdaderos españoles”.

La transición de la Nueva España de un reino de la Monarquía a la República Federal Mexicana,


1808-1824. Para una visión más cercana a la postura de la independencia completa, Carlos
Herrejón Peredo, Hidalgo. Maestro, párroco e insurgente. Sobre estas cuestiones, José María Por-
tillo Valdés, “Emancipación sin revolución. El pensamiento conservador y la crisis del Imperio
atlántico español”, Prismas, pp. 139-152.

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qué punto, de alguna forma, las propias imputaciones de sus detractores
sirvieron para que aquel movimiento tomara conciencia de sus objetivos y
avanzara en la maduración de sus ideas y programas de actuación.
A pesar de que las proclamas iniciales de los insurgentes tuvieran un mar-
cado carácter tradicional, un lugar común en los discursos de la contrainsur-
gencia fue la equiparación de dicho movimiento con los franceses. Para ello
se presentaron diversas pruebas que pretendían demostrar la existencia de
vínculos de colaboración entre ambos.21 Ello tenía una doble finalidad. Por
un lado, al considerarlos parte de un mismo grupo, entonces la guerra contra
los insurgentes se convertía en una extensión del enfrentamiento que se lidia-
ba en la Península. Esa percepción permitía reforzar los vínculos patrióticos y
daba argumentos sólidos para justificar el recurso a las armas. Por otro lado,
la equivalencia conectaba, a su vez, con el imaginario de la contrarrevolución
sobre la conspiración universal: insurgentes y agentes napoleónicos formaban
parte de la coalición que, desde mediados del siglo xviii, habían empezado a
tramar los falsos filósofos, francmasones y jansenistas para acabar, por medio
de la revolución, con el Altar y los tronos. Su objetivo consistía en introducir
igualdad y libertad absolutas, así como la tolerancia de cultos. Todo ello debía
producir un estado de anarquía y de disolución del cuerpo político, social y re-
ligioso que daría paso a una época de libertinaje y desenfreno de las pasiones
humanas.22 Esta teoría fue ampliamente difundida por todos los territorios
de la Monarquía católica, a través de la circulación de opúsculos y reportes,
en donde se daba cuenta del origen, planes y progresos de dichas “sectas”.
En Nueva España se conocieron tempranamente las obras de algunos
de los principales representantes de la antiilustración europea: Nicolas S. Ber-
gier, Claude-François Nonnote, Antonio Valsecchi, Agustín Barruel, Diego

21 Pueden verse, por ejemplo, Francisco Xavier Lizana y Beaumont, “Carta remitida por
el Excmo. e Ilmo. Sr. Arzobispo a los curas y vicarios de las iglesias de esta Diócesis”, 31 de
octubre de 1810 en Diario de México, 8 de noviembre de 1810, n. 10863, t. xiii; las menciones
de José Mariano Beristain de Souza y Juan Bautista Díaz Calvillo en la Colección de escritos
publicados en Nueva España, 1811, pp. 121 y 189; y Manuel Toral, Desengaño de falsas imposturas,
tercera parte, México, Imprenta de Arizpe, 1811, p. 28. También, Ramón Casaus, El anti-
hidalgo, México, Oficina de don Mariano de Zúñiga, 1810-1812. Sobre el cura de Dolores y la
cultura francesa, Herrejón, Hidalgo, pp. 93, 94, 106, 112 y 113. Por su parte, Juan Hernández
Luna, “Hidalgo pintado por los realistas”, Historia mexicana, pp. 1-19.
22 Herrero, Los orígenes…

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José de Cádiz, Fernando de Cevallos, Pablo de Olavide, François-René de
Chateaubriand o el primer Joaquín Lorenzo de Villanueva.23 De hecho, la
Historia del clero francés durante la revolución (1793), de Barruel, se difundió
más ampliamente en el virreinato que en la Península, donde fue inmedia-
tamente prohibida.24 A partir de 1808 se intensificó la presencia de esas
cosmovisiones con la reedición de los trabajos de Pedro Cevallos, Antonio
de Capmany, Simón López o, entre otros, Rafael de Vélez.25 El Preservativo
contra la irreligión de este último, de hecho, sería recomendado por Fernán-
dez de San Salvador para combatir a los insurgentes. También se leyeron las
Cartas críticas del Padre Francisco Alvarado –“El Filósofo Rancio”–, aunque
no se imprimieron entonces, muy probablemente porque en ellas sí que se
criticaba abiertamente la labor de las Cortes de Cádiz.26 La existencia de
todos estos materiales revela que en Nueva España se conocieron perfecta-
mente las objeciones que los contrarrevolucionarios estaban realizando al
nuevo orden. Esa instrucción, aunque aparentemente silenciada, serviría de
sustrato intelectual para nutrir los ataques al liberalismo a partir del golpe
reaccionario de 1814.

23 Cristina Gómez Álvarez, Navegar con libros. El comercio de libros entre España y Nueva

España (1750-1820), pp. 38, 42, 43, 60, 76, 79, 217, 218, 220, 294 y 304 del catálogo.
24 Agustín Barruel, Historia del clero francés durante la Revolución. Escrita en francés por el Ab.

Barruel, Limosnero de su Alteza Serenísima el Príncipe Conti, traducida al castellano, México, por don
Mariano de Zúñiga y Ontiveros, 1800. Llegó a contar con tres ediciones ese mismo año.
25 Pedro Cevallos, Exposición de los hechos y maquinaciones que ha preparado la usurpación de

la Corona española, y los medios que el emperador de los franceses ha puesto en obra para realizarla y,
del mismo autor, Cevallos, Política peculiar de Bonaparte en cuanto a la religión católica: medios de
que se vale para extinguirla, y subyugar los españoles por la seducción, ya que no puede dominarlos por
la fuerza. Antonio de Capmany, Centinela contra franceses, Simón López, Despertador cristiano-
político. Por don…. Se manifiesta que los autores del trastorno universal de la Iglesia y de la Monarquía
son los filósofos franc-masones…, y Rafael de Vélez, Preservativo contra la irreligión: o los planes de
la filosofía contra la religión y el estado, realizados por la Francia para subyugar la Europa, seguidos
por Napoleón en la conquista de España, y dados a luz por algunos de nuestros sabios en perjuicio de
nuestra patria.
26 Nancy Vogeley “Actitudes en México hacia la Inquisición: el pro y el contra (1814,

1824)”, Revista de la Inquisición, pp. 223-243, esp. pp. 226 y 227. En 1822 se inició un proyecto
editorial para su edición, pero, hasta donde conocemos, solo llegó a la imprenta la Constitu-
ción filosófica en 1822.

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El momento del poder

El periodo del sexenio absolutista (1814-1820) constituye el segundo ciclo


de la contrarrevolución, en el que los antiliberales van a desplegar su auto-
ridad y capacidad de mando, sin cortapisas ni tantas trabas. Las posiciones
defensivas previas dejaban ahora paso a un movimiento ofensivo, orientado
a la recuperación del poder y al castigo de los enemigos. En agosto, el virrey Ca-
lleja dio a conocer en Nueva España el Decreto del 4 de mayo por el que Fer-
nando VII anulaba la obra legislativa de las Cortes de Cádiz, con su conocida
sentencia: “Como si no hubiesen pasado jamás tales actos, y se quitasen de
en medio del tiempo”.27 Sabemos, no obstante, que esa vuelta atrás anun-
ciada por el monarca nunca se produjo como tal. A partir de entonces se
asiste a ambos lados del Atlántico a la apertura de una fase de recomposición
temporal de los marcos sociales, políticos e ideológicos. Los contrarrevolu-
cionarios van a poner en marcha un programa de máximos que pretendía
revertir los años del constitucionalismo liberal, aunque para ello hubieron
de tener en cuenta lo que había supuesto esa experiencia. Desde luego, el
hijo de Carlos IV, consciente de la misma y de lo que supuso el gobierno de
Napoleón, concentró el poder en su persona sin límites ni intermediarios,
a través de un modelo inédito de absolutismo patrimonialista y despótico,
incluso tiránico, inexistente en el siglo xviii hispano.28 Las demandas de
moderación realizadas por los sesenta y nueve diputados serviles, firmantes
de la Representación y manifiesto que se le entregó al rey al poco de su regreso
a la Península, no fueron tenidas en cuenta por este. Tampoco los eclesiás-
ticos consiguieron que el monarca se plegara por completo a sus demandas,
por más que contribuyeron decisivamente a su reposición en el trono como
soberano antiliberal.29 Todo ello da buena cuenta de las diversas esperanzas

27 Gaceta del Gobierno de México, 11 y 13 de agosto de 1814, núms. 612 y 613, pp. 883 y 891.
28 Encarna García Monerris y Carmen García Monerris, “El rey depredador”, Historia
Constitucional, pp. 21-47; Emilio La Parra, Fernando VII. Un rey deseado y detestado, pp. 279-
290; Pedro Rújula, El viaje del rey. Fernando VII desde Valençay a Madrid, marzo-mayo de 1814.
29 Carlos María Rodríguez López-Brea, “¿Alianza entre el trono y el altar? La Iglesia y la

política fiscal de Fernando VII en la diócesis de Toledo (1814-1820)”, Spagna contemporánea,


pp. 29-46; Antonio Moliner Prada, “El antiliberalismo eclesiástico en la primera Restauración
absolutista (1814-1820)”, Hispania Nova, pp. 51-72; Andoni Artola, “La alianza imposible. Los obis-

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depositadas en el periodo por los contrarrevolucionarios, así como de la
pugna entre diversos modos de proceder a la “restauración” del absolutismo.
En Nueva España, la derogación del constitucionalismo también puso
al descubierto las tensiones ideológicas entre los contrarrevolucionarios, con-
dicionando la orientación de sus acciones y las estrategias de los focos acti-
vos de la insurgencia.30 Como ha demostrado Juan Ortiz, el virrey Calleja
trató de implantar un modelo autoritario de dictadura castrense que entró
en conflicto con los intereses de otros grupos del ámbito civil y eclesiás-
tico.31 Plenamente conocedor de los cambios que se habían producido y
de la imposibilidad de reponer las normas anteriores a 1808, abogaba por
iniciar un paréntesis de excepción que, a través de la represión y la milita-
rización del orden público, permitiera depurar políticamente el territorio.
Hasta su destitución en septiembre de 1816, emprendió una campaña de
persecución a “sangre y fuego” contra los insurgentes y los liberales,32 que
sería incluso cuestionada desde la Península.33 Su continuador, Juan Ruiz
de Apodaca, siguió con las directrices de pacificación iniciadas por Calleja,
aunque insistiendo más en la faceta conciliadora.34 Por tanto, no podemos
tomar los seis años de gobierno contrarrevolucionario como una etapa com-
pletamente homogénea. Más bien se puso entonces en evidencia la diversi-
dad de filiaciones dentro del universo antiliberal.
En este nuevo contexto cobra sentido el uso del término realista, el cual,
a pesar de la tradición historiográfica, resulta poco preciso en los momentos

pos y el Estado (1814-1833)”, Investigaciones históricas. Época moderna y contemporánea, pp. 155-
184; y Emilio La Parra, Fernando VII…, pp. 39-53.
30 José Antonio Serrano (coord.), El sexenio absolutista. Los últimos años insurgentes. Nueva

España (1814-1820). Tomás Pérez, “Una Restauración que no restaura. América y el camino
de la independencia”, Jerónimo Zurita, pp. 163-182.
31 Ortiz, Calleja…, pp. 137-148.
32 Así se refirió a ella en Calleja al secretario de Gracia y Justicia, México, 18 de agosto

de 1814; Archivo General de Indias (agi), México, 1676. Sobre las depuraciones a los polí-
ticos, Anna, La caída…, pp. 149 y 150 y Moisés Guzmán Pérez, “Los métodos de represión
realista en la revolución de independencia de México, 1810-1821”, José Antonio Serrano
y Martha Terán (coords.), Las guerras de Independencia en la América Española, pp. 323-336.
33 Nancy Farriss, La corona y el clero en el México colonial, 1579-1821. La crisis del privilegio

eclesiástico, pp. 207-211.


34 Rodrigo Moreno Gutiérrez, “La Restauración en la Nueva España. Guerra, cambios de

régimen y militarización entre 1814 y 1820”, Revista Universitaria de Historia Militar, pp. 101-125.

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previos.35 El propio Calleja propuso la sustitución de “patriotas” por “realis-
tas fieles” para referirse a aquellos que se mantenían “adictos a la causa del
rey”.36 Hablamos entonces de una cultura realista netamente contrarrevolu-
cionaria y antiliberal, en su doble oposición a los insurgentes y al liberalismo
gaditano. Pero, una vez más, la continuación de la guerra civil en el virreinato
marca las diferencias entre dicho espacio y la Península. En esta segunda, tras
la retirada de los franceses, el cierre de las Cortes y la detención de los diputa-
dos y periodistas liberales, los discursos insistieron en la recuperación de la
“normalidad”.37 En Nueva España, sin embargo, la presencia de los rebeldes,
aunque con una capacidad operativa en regresión, dificultó la vuelta teórica
al orden “natural” anterior. Durante el bienio 1814-1816, el programa in-
telectual de reconstrucción peligraba seriamente con el mantenimiento del
conflicto. Por ello, de manera original, en el virreinato vamos a encontrarnos
con el solapamiento de dos planos distintos de “restauración”. Por un lado,
aquella que, de acuerdo con lo que ocurría en España, se veía consumada
con la depuración mencionada, la vuelta providencial del monarca, la libera-
ción de Pío VII y la reposición de los jesuitas y el Tribunal de la Inquisición.
También se insistió en la continuidad temporal de la Monarquía hispana
desde el tiempo de los reyes godos, únicamente interrumpida por el disloque
revolucionario. Por otro lado, vemos la preocupación porque esa empresa
resultara incompleta, como resultado de la persistente oposición de los in-
surgentes, ahora ya, tras el Decreto constitucional de Apatzingán, claramente
decantados por el establecimiento de una república.
Como vemos, la “restauración” completada y la pendiente estaban en
tensión, pero también resultaban complementarias: la primera dependía del

35 Rodrigo Moreno Gutiérrez, “Los realistas. Historiografía, semántica y milicia”, His-

toria Mexicana, pp. 1077-1122; Andrea Rodríguez Tapia, Realistas contra insurgentes. La cons-
trucción de un consenso historiográfico en el México independiente (1810-1852). También, Moisés
Guzmán Pérez, “Chaquetas, insurgentes y callejistas. Voces e imaginarios políticos en la in-
dependencia de México”, Véronique Hébrard y Geneviève Verdo (eds.), Las independencias
hispanoamericanas: un objeto de historia, pp. 135-149.
36 Gaceta del Gobierno de México, 25 de mayo de 1815, n. 742, p. 540.
37 Pedro Rújula, “El mito contrarrevolucionario de la ‘Restauración’”, Pasado y memoria,

pp. 79-94; y Luis Jean-Philippe, “La construcción inacabada de una cultura política realista”,
en Juan Pro y Miguel Ángel Cabrera (coords.), La creación de las culturas políticas modernas:
1808-1833, pp. 319-346.

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éxito de la segunda para cerrar el ciclo de recomposición, mientras que esta
precisaba de los argumentos contrarrevolucionarios de aquella para combatir
a los sublevados. Ello impulsó la elaboración de otros recursos publicitarios
que resultaran más certeros a la hora de desacreditar a los enemigos.38 Duran-
te esos años se asiste a un rearme discursivo por parte de los reaccionarios que
resultará especialmente perceptible en el ámbito del antiliberalismo eclesiás-
tico. Algunos de los predicadores ya habían mostrado sus habilidades retóri-
cas con anterioridad, pero ahora van a aprovechar el contexto favorable para
desplegarlas. Desde distintas sensibilidades, intereses y espacios geográficos,
entonces destacaron las voces de José de San Bartolomé, José María Zapata,
José Julio García de Torres, Jacinto Moreno y Bazo, Juan González, José Ma-
riano Beristáin de Souza, Luis Carrasco y Enciso, José María Orruño, Ignacio
Mariano Vasconcelos, Pedro González Araujo y San Román o, entre otros,
Fernández de San Salvador y Bringas y Encinas, a quienes nos hemos referido
antes. La alta jerarquía eclesiástica también se pronunció, con nombres cono-
cidos como los de Pedro José Fonte, Antonio Joaquín Pérez, Antonio Bergosa
y Jordán o fray Bernardo del Espíritu Santo. Todo ello se vio fortalecido con
el intenso tránsito de la publicística contrarrevolucionaria entre las dos orillas
del océano.39
De manera novedosa, a partir de la segunda mitad de 1814, los realis-
tas contrarrevolucionarios iban a identificar como miembros de un mismo
grupo a los insurgentes –recordémoslo, hasta entonces equiparados a los
franceses– y a los políticos liberales. Según el Padre San Bartolomé: “Ambas
sectas son aguas hediondas de una misma fuente, ramas infectas de igual

38 Por ejemplo, Carlos Herrejón Peredo, Los procesos de Morelos y Susana María Ramírez

Martín, “Las ‘Actas de Fidelidad’ en la Nueva España. Una tipología documental en favor
de Fernando VII”, Izaskun Álvarez Cuartero (ed.), Conflicto, negociación y resistencia en las
Américas, pp. 215-240.
39 Josep Escrig Rosa, “La construcción ideológica”, pp. 1493-1548. Más detalladamente,

sobre el periodo, Hamnett, Revolución y contrarrevolución…, pp. 232-252; Ana Carolina Ibarra,
“Cambios en la percepción y el sentido de la historia, Nueva España, 1816-1820”, Historia
Mexicana, pp. 645-688; Gabriel Torres Puga, “El último aliento de la Inquisición de México
(1815-1820)”, José Antonio Serrano Ortega (coord.), El sexenio absolutista, en los últimos años
Insurgentes. Nueva España (1814-1820), pp. 77-105; Guillermo Zermeño, “El retorno de los
jesuitas a México en el siglo xix, algunas paradojas”, Historia Mexicana, pp. 1463-1540; y José
Luis Quezada, ¿Una Inquisición constitucional? El tribunal protector de la fe del arzobispo de México,
1813-1814, pp. 75-100.

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árbol”. Por ello, añadía, “el liberal empieza con la irreligión y acaba en la
rebelión, este [el rebelde] empieza por la rebelión y acaba en la irreligión”.40
Ahora, los publicistas sostuvieron que todos esos enemigos de la patria for-
maban parte de la rama hispana del gran complot contra la alianza Altar-
Trono. Así, dentro del mito de la conjura, se incrementa el odio hacia la
francmasonería, como supuesta organizadora de las redes entre revolucio-
narios.41 La expedición de Francisco Xavier Mina sobre el virreinato, entre
abril y noviembre de 1817, les confirmó la existencia de esas estrechas cola-
boraciones subversivas.42 Frente a lo que se sostuvo en el periodo anterior,
en ese momento los antiliberales iban a cargar las tintas contra las Cortes
de Cádiz y la Ley doceañista, origen de todos los males de la Monarquía.
Beristáin de Souza hablaba de los “monstruos del liberalismo” que, como
“nuevos filósofos”, “pseudo-españoles” y “representantes fraudulentos”, ha-
bían tratado de establecer una “indigesta democracia”. Fernández de San
Salvador, por su parte, afirmaba que a todos les causó “grande horror” ver
a los diputados despojando al rey de su soberanía y capacidad legislativa.43
Así, estableciendo paralelismos, la Constitución de Apatzingán se puso al
nivel de la Carta gaditana, aunque con el añadido gravoso de abrir las puer-
tas a un cambio de régimen político.44

40 José de San Bartolomé, El liberalismo y la rebelión confundidas por una tierna y delicada

doncella, p. 1.
41 Manuel Abad y Queipo, “Informe dirigido al rey Fernando VII por… que se conoce

por el nombre de su testamento, antes de embarcarse para España, llamado por aquel mo-
narca, con las notas del autor”, pp. 582 y 583.
42 Pueden verse las afirmaciones que realizó Juan Cruz Ruiz de Cabañas –obispo de

Guadalajara–, el 23 de junio de 1817, en Guillermo Ramírez Hernández, Cabañas, un obispo


olvidado, p. 198; así como las referencias que recogen Guadalupe Jiménez Codinach, “La
Confédération Napoléonnie. El desempeño de los conspiradores militares y las sociedades
secretas en la independencia de México”, Historia Mexicana, pp. 43-68, esp. 43 y 45; y Gus-
tavo Pérez Rodríguez, Xavier Mina, el insurgente español. Guerrillero por la libertad de España y
México, pp. 380.
43 José Mariano Beristáin de Souza, Discurso eucarístico que en la muy solemne acción de

gracias celebrada por el Real Consulado de México y el regimiento de su comercio por la libertad y restitu-
ción a su trono de Fernando séptimo… pronunció en la iglesia de San Francisco el Grande de México el
domingo 13 de noviembre de 1814…, p. x; Miscelánea guerra de la independencia, n. 1, folleto 2;
y Fernández, El modelo de los cristianos…, pp. 12 y 22.
44 De ello dio cuenta Félix María Calleja en la Gaceta del Gobierno de México, 25 de mayo

de 1815, n. 742, p. 538.

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La cantidad de impugnaciones y la intensidad de las críticas fue dismi-
nuyendo a medida que avanzaba el proceso de pacificación del virreinato,
aunque nunca llegó a desaparecer. Poco a poco se iba interiorizando que el
tiempo histórico se había estabilizado, tras años de conflicto armado y po-
lítico. El pasado, inevitablemente transformado a la luz de los cambios que
se habían operado en el ámbito de la Monarquía católica, volvía a conectar
con el presente. De hecho, sintomáticamente, a comienzos de 1820 se rechazó
la publicación de un opúsculo de fray Mariano López Bravo y Pimentel, en el
que se insistía en la necesidad de continuar la lucha contra los enemigos
del Altar y el Trono.45 Su refutación de los movimientos insurgentes de todo el
continente americano no se creyó conveniente. Para las autoridades virrei-
nales de Nueva España, la amenaza independentista estaba suficientemente
controlada. Difícilmente se pudo llegar a pensar entonces que la revolución
que tuvo lugar en enero de ese año en la Península iba a abrir una nueva
brecha ideológica. Esta, ante el avance de las transformaciones liberales y su
rápida internacionalización, desestructuraría por completo el orden restau-
rado durante los seis años previos. Tal fue el impacto de ese cambio que in-
cluso algunos contrarrevolucionarios acabarían por rectificar sus opiniones
negativas sobre las ideas emancipadoras.

La encrucijada: giros ideológicos, expectativas redentoras


y primeras frustraciones

La última fase de los tres ciclos contrarrevolucionarios que venimos exami-


nando resulta una de las más interesantes e intensas, a pesar de su brevedad.
Esta se desarrolla entre finales de abril de 1820, cuando llegan noticias más
evidentes al virreinato sobre las consecuencias del pronunciamiento de Rafael
de Riego a favor de la Constitución doceañista, y mayo de 1822, momento
en el que Agustín de Iturbide es proclamado emperador a través de un

45 El título del escrito era “El Pacificador, Remedios contra la Revolución y medios de

Salvación”, 1820. Archivo General de la Nación (agn) México, Indiferente virreinal, caja
5425, exp. 70.

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golpe de Estado. Ese lapso se encuentra atravesado por la empresa indepen-
dentista que lideró dicho militar, entre febrero y septiembre de 1821. A través
de la ruta que atraviesa esos hitos pretendemos dar cuenta del modo en que
ciertos contrarrevolucionarios acabaron justificando la ruptura con el gobier-
no peninsular y, por tanto, avalando la emancipación del territorio mexicano,
cuando antes, como hemos estado viendo, apostaron de manera reiterada por
la unidad.
Queremos evidenciar que ese giro ideológico no tuvo nada de espon-
táneo o de natural, sino que supuso una reorientación de algunas cosmovi-
siones arraigadas hasta entonces en los imaginarios de los más tradicionalis-
tas. En ocasiones se ha minusvalorado la entidad de dicha transformación
intelectual y el impacto psicológico que tuvo entre amplios sectores de la
sociedad que, a partir de entonces, apoyaron el proyecto político de la inde-
pendencia. En esa operación compleja, insistimos, los eclesiásticos actuaron
como mediadores políticos de primera fila. Tal vez todo ello pueda contri-
buir a explicar mejor por qué en esta nueva fase los índices de violencia, sin
desaparecer, se redujeron considerablemente respecto al conflicto abierto
en 1810. Por tanto, vale la pena remarcar que el movimiento iniciado por
Hidalgo y el de 1821 no pueden equiparse fácilmente, ni desde el punto de
vista ideológico ni desde las bases sociales que lo sustentaron, por más que
existan algunos puntos de contacto. La lucha por la emancipación tenía
significados distintos para los diversos actores, en buena medida porque el
contexto también había cambiado profundamente.
Sin duda, las experiencias de esos años previos sirvieron para que los
intelectuales de la contrarrevolución tomaran plena conciencia de las posi-
bilidades de actuación y de transformación de los marcos analíticos. En ese
tiempo aprendieron de los presupuestos doctrinales de aquellos a los que
se habían opuesto, hasta el punto de incorporar algunas de sus premisas,
como las nociones independentistas, debidamente filtradas y acomodadas a
otros intereses. También contaban con el referente de lo que supusieron los
primeros planes de separación para preservar América de las maquinacio-
nes napoleónicas. A su vez, tuvieron a su alcance noticias sobre lo que esta-
ba ocurriendo en Europa, continente que se debatía entre las pretensiones
reaccionarias de la Santa Alianza y la expansión de la chispa revolucionaria
en el ámbito Mediterráneo, y en otros espacios de la Monarquía, como el
virreinato del Perú, que se independizaría en julio de 1821. Todo ello les

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permitió configurarse una cartografía mental sobre la situación crítica que
atravesaba el mundo occidental, en la que iba a primar el miedo a lo que po-
dría suponer una profundización en la vía del cambio abierta por el primer
liberalismo.
El inicio del segundo periodo constitucional supuso inicialmente un
peligro para los intereses de aquellos que se habían sostenido en el poder
durante el sexenio absolutista. Por vía de La Habana, a finales de abril se
conocieron en la capital del virreinato los reportes que habían llegado des-
de La Coruña, en los que se hablaba de los sucesos peninsulares y de
la jura de la Constitución por parte de Fernando VII el día 9 de marzo.46
Aun así, no puede descartarse que desde un poco antes circularan rumores
sobre la revolución desencadenada por los sucesos de enero. De hecho, en
el suelo novohispano, la ciudad de Mérida fue una de las primeras en jurar
la Carta gaditana, el 26 de abril. Conocedor de la amenaza que suponía
todo ello para el mantenimiento del orden, el virrey Apodaca dio instrucciones
el 1 de mayo para que se mantuviera la calma en Nueva España. Nada debía
alterarse por el momento, pues una toma de decisiones precipitada podía
provocar un desbordamiento político y social de consecuencias imprevisi-
bles. Con el objetivo de ganar tiempo, aseguraba que era menester esperar
a la llegada de las disposiciones oficiales dictadas por el rey.47 Como se
hizo notar entonces, las autoridades de la ciudad de México creían que los
pronunciamientos que estaban teniendo lugar en España iban a “fenecer”,
del mismo modo que ocurrió con las diversas conspiraciones que tuvieron
lugar en los años previos. No se podían dar pasos en falso. Por ello “se pro-
pusieron conservar este reino sin la Constitución […] para contraer el gran
mérito de conservar este precioso país para el rey absoluto”.48 Un poco
más tarde, en enero de 1821, la diputación mexicana denunció la existen-
cia de dicha conspiración antiliberal: “¡Ojalá y pudiesen verse los acuerdos
secretos que tuvieron en Méjico en el año pasado sobre la publicación de

46 Bolezlao Puperte, Defensa de la heroica ciudad de Veracruz contra la servil acusación de sus

émulos, p. 7, en Colección de Panfletos Mexicanos de Sutro (en adelante cpm-Sutro), Instituto


de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México, rollo 2, pm 7, n. 3.
47 El documento puede verse en Juan Ortiz Escamilla, Veracruz en armas. La guerra civil,

1810-1820. Antología de documentos, pp. 359-360.


48 Fray Liberato Restauración, Chilindrón. Sexta respuesta al análisis del Romance de Vera-

cruz, p. 3; cpm-Sutro, rollo 3, pm 10, n. 7.

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la Constitución, y compararlos con los que tuvieron el año de 14 sobre su
entera abolición!”49
En ese mes de mayo de 1820, en el que Apodaca llamaba a la permanen-
cia del concierto contrarrevolucionario, la circulación de noticias confusas
alimentó interesadamente las incertidumbres y el desasosiego. Desde luego,
en el caso de que no hubiera triunfado la revolución, el mantenimiento de la
fidelidad a Fernando VII, como soberano antiliberal, hubiera sido un recono-
cimiento a esgrimir por parte de los grupos más conservadores. Demasiados
intereses estaban entonces en juego para ellos. Aún así, la Ley doceañista em-
pezó a ser jurada en diversos puntos del virreinato, aumentando los recelos y
la presión. Aunque no contemos con testimonios directos de sus integrantes,
de acuerdo con lo que venimos exponiendo, diversos indicios señalan que fue
entonces cuando tuvieron lugar las reuniones en la Iglesia de la Profesa –Ora-
torio de San Felipe Neri, en la capital– para retrasar la entrada en vigor del
nuevo sistema. En la línea de los documentos que acabamos de reproducir,
según Lucas Alamán, se obstaculizó la publicación de la Carta gaditana “de-
clarando que el rey estaba sin libertad y que, mientras la recobraba, la Nueva
España quedaba depositada en manos del virrey Apodaca”. El territorio de-
bería seguir gobernándose “según las leyes de Indias, con independencia
de España, entre tanto rigiese en ella la Constitución, que es lo mismo que
la Audiencia había intentado hacer cuando se verificó la invasión francesa”.50
Aunque Alamán utilizara el término independencia, lo cierto es que,
como estamos viendo, en esos primeros momentos todo apunta a que se

49 Papelque la diputación mejicana dirige al Excmo. Señor secretario de Estado y del Despacho de
la Guerra, España-México, Imprenta de Ibarra-Oficina Liberal de Troncoso Hermanos, 1821,
citado por Manuel Ferrer Muñoz, La Constitución de Cádiz y su aplicación en la Nueva España.
Pugna entre antiguo y nuevo régimen en el virreinato, 1810-1821, pp. 197 y 198.
50 Lucas Alamán, Historia de México desde los primeros movimientos que prepararon su Inde-

pendencia en el año de 1808 hasta la época presente, pp. 45 y 46, t. v. Según dicho historiador,
en esos encuentros participaron el canónigo Matías Monteagudo, el oidor Miguel Bataller,
el exinquisidor José Antonio Tirado y Priego y “todos los europeos opuestos a la Constitu-
ción”. También hay quien, por sus simpatías tradicionalistas, ha ubicado allí al Padre López
Bravo y Pimentel e, incluso, al arcediano Manuel de la Bárcena, aunque ello –siempre a falta
de nuevas investigaciones– resulta poco probable, atendiendo a los datos que actualmente
tenemos sobre sus trayectorias. Mariano Cuevas, “La Iglesia y la independencia nacional
(1800-1821)”, Mariano Cuevas, Estados Unidos de América, pp. 100-108, t. v. Manuel de la Bár-
cena y Arce, Manuel de la Bárcena y Arce. Obras completas.

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trataba de conservar el territorio sin Constitución, a la espera del transcurso
de los hechos, y no todavía de una emancipación efectiva en términos contra-
rrevolucionarios. De hecho, el virrey no juró la Ley gaditana hasta el 31 de mayo,
pero esa resistencia al cambio de sistema no fue óbice para que después
aceptara el plan de independencia que le presentó Agustín de Iturbide, en
febrero de 1821,51 proyecto al que, como veremos, sí que mostraron su apo-
yo incondicional otros señeros antiliberales. El hecho de que algunos de estos
acabaran apostando por la vía emancipadora, ante el desarrollo de los acon-
tecimientos en los meses que siguieron al cambio de régimen en Nueva Es-
paña, no debería llevarnos a establecer genealogías retroactivas tan fáciles.
La rapidez con la que se desencadenaban los sucesos propiciaba cambios de
actitudes; por eso el propio Apodaca reconoció tiempo después que había
previsto una “desgracia”.52 En cualquier caso, lo que queda suficientemente
demostrado es que, en esta nueva fase, los contrarrevolucionarios no se
mantuvieron pasivos ante la amenaza liberal, sino que empezaron a movili-
zarse para paliar sus efectos desde el primer momento.53 Ello puso en alar-
ma a los sectores constitucionalistas, quienes inmediatamente se lanzaron,
al calor de la libertad de imprenta, a denunciar sus propósitos y sostener el
cambio de sistema político.
A pesar de estas conspiraciones iniciales, lo cierto es que el virreinato
no estuvo al margen de las transformaciones revolucionarias impulsadas
desde la Península, primero por la Junta Provisional Consultiva y, a partir
de junio de 1820, por las Cortes reunidas en Madrid.54 La publicística con-
trarrevolucionaria prestó especial atención a tres aspectos: la contaminación
ideológica de España, las medidas secularizadoras sancionadas y la situación
en la que se encontraba Fernando VII. Los escritos que abordaron estos
temas son muy numerosos, de forma que ahora solo podemos dar una

51 Jaime Delgado, “El conde del Venadito ante el Plan de Iguala”, Revista de Indias,

pp. 957-966.
52 agi, México, 1860, Juan Ruiz de Apodaca al secretario de Ultramar, 17 de noviembre

de 1821.
53 Más datos sobre estas tramas conspirativas en Rodrigo Moreno Gutiérrez, La trigaran-

cia. Fuerzas armadas en la consumación de la independencia. Nueva España, 1820-1821, pp.


149-152.
54 Ivana Frasquet, Las caras del águila. Del liberalismo gaditano a la república federal mexicana

(1820-1824).

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síntesis de los argumentos principales y sus efectos inmediatos entre la opi-
nión pública. Se ha señalado que las críticas se dirigieron entonces contra los
decretos aprobados por los diputados y no hacia el Código doceañista.55 Aun
así, vamos a ver que sí que existieron voces en las que se cuestionaba la Carta
gaditana, en tanto que obra de los primeros liberales. Desde el primer mo-
mento hubo diversas resistencias a su jura.56 Como algunos captaron lúcida-
mente, “no se atreven los serviles a decir que la Constitución es mala, pero
se valen de cuantos medios pueden para desacreditarla indirectamente”.57
Los autores antiilustrados y contrarrevolucionarios del ámbito europeo,
que hemos reseñado más arriba, van a encontrar en esta coyuntura una
amplia acogida en Nueva España.58 Con ellos se quería demostrar la génesis
de la corrupción que estaba infectando fatalmente la Península. La revolu-
ción y el liberalismo, descendientes directos de la falsa filosofía de origen
francés, eran los responsables del contagio ideológico que, a través de los
representantes congregados en Madrid, estaba desvirtuando las esencias
tradicionales de la nación española.59 El programa de reformas eclesiásticas
emprendido por las Cortes iba a ser fuertemente cuestionado, incluso desde
antes de que algunas medidas fueran allí discutidas, como es el caso de la
reducción del diezmo.60 La abolición del Tribunal de la Inquisición llevó a
que el Padre San Bartolomé saliera en su defensa, asegurando que, aunque
los “serviles” fueran los más obedientes a la Carta gaditana, ello no impedía
que se mostrasen los “inconvenientes” de algunos de sus artículos y los
“excesos” que se podían derivar de su “mala inteligencia”.61 También hubo
quien, como fray Bernardo del Espíritu Santo –obispo de Sonora–, habló
entonces de la “bondad” de dicho Tribunal y acusó abiertamente de impías

55 Un balance historiográfico en Roberto Breña, “La consumación de la independencia

de México, ¿dónde quedó el liberalismo? Historia y pensamiento político”, Revista Internacio-


nal de filosofía política, pp. 59-94.
56 Como puede verse en José Joaquín Fernández de Lizardi, El conductor eléctrico.
57 Ibid., p. 113.
58 Sobre la circulación de documentos en ese contexto, Brian Connaughton, “Voces

europeas en la temprana labor editorial mexicana”, Historia mexicana, pp. 895-946.


59 Fray Pedro de Santa Ana, La España agonizante con la peste de la Francia.
60 F. M. G. N., Defensa del patrimonio de Jesucristo, segunda parte.
61 José de San Bartolomé, El teólogo imparcial. Respuesta del autor del Duelo de la Inquisición

a El Pensador Mexicano, en su papel de El conductor eléctrico número 15.

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a las doctrinas liberales.62 Otro de los temas que causó un gran revuelo a
comienzos de 1821 fue la supresión de la Compañía de Jesús y la reforma de
las órdenes regulares, que llevó a la exclaustración en la capital del virreinato
de los betlemitas, los hipólitos y los juaninos. La conmoción que supusieron
estas medidas impelió a que Apodaca suspendiera su aplicación en el resto
del territorio e, incluso, el Ayuntamiento de México tuvo que sufragar mi-
sas para que, en el contexto de la Semana Santa, no se notara la ausencia
de dichos religiosos.63 Se temía profundamente que esas disposiciones pu-
dieran causar desórdenes públicos y aumentar el número de desafectos al
gobierno virreinal. De hecho, en Puebla se constata una intensa agitación
popular, a través de la difusión de pasquines con mensajes ultramontanos,
en los que ya se anunciaba la conveniencia de la emancipación para evitar
dichos desmanes anticatólicos.64 Otras disposiciones, como la desamorti-
zación de ciertos bienes eclesiásticos o la supresión de su fuero, tampoco
fueron aplicadas en su totalidad.65 Ni siquiera el obispo Pérez fue apresado
según lo mandado por las Cortes, por haber sido uno de los diputados ser-
viles que contribuyó en 1814 a la caída del régimen constitucional y a la
delación de sus compañeros diputados.66 A pesar de estas prevenciones,
la campaña de descrédito contra las medidas secularizadoras y sus autores
fue en aumento. Según un informante anónimo, los eclesiásticos estaban
predicando con “un acaloramiento digno del tiempo de cruzada”.67 Todas
estas disposiciones, aseguraba otro, habían provocado que “hasta los más
decididos por la unión con España” estuvieran “volteando casaca”.68
La figura del monarca también fue objeto de preocupación por parte de
los contrarrevolucionarios. Desde muy pronto se sostuvo que su voluntad

62 Del Espíritu Santo, Edicto. Carta Pastoral, pp. 7 y 24; CPM-Sutro, rollo 3, pm 9, n. 14.
63 agn, Administración pública, justicia eclesiástica, v. 1, ff. 205, 206 y 213.
64 Ciriaco del Llano a Juan Ruiz de Apodaca, Puebla, 9 de febrero de 1821; agn, Opera-

ciones de guerra, v. 300, ff. 174, 175, 176, 178 y 179; y agn, Administración pública, justicia
eclesiástica, v. 1, ff. 17, 18, 21, 22 y 54. Para el contexto, Alicia Tecuanhuey, La formación del
consenso por la independencia. Lógica de la ruptura del juramento, Puebla, 1810-1821.
65 Farriss, La corona y el clero…, p. 232.
66 Antonio Joaquín Pérez, Manifiesto del Ilmo. Sr. Obispo de la Puebla de los Ángeles a todos sus

amados diocesanos; cehm-carso, 082.172 va, 21645, Miscelánea varios autores, n. 7, folleto 82.
67 Carta anónima a Juan Ruiz de Apodaca; agn, Operaciones de guerra, v. 300, f. 112-113.
68 Carta anónima a Juan Ruiz de Apodaca, Puebla, 9 de diciembre de 1820; agn, Admi-

nistración pública, justicia eclesiástica, v. 1, f. 15.

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se hallaba controlada por parte de los liberales y que su permanencia en el tro-
no estaba amenazada, algo que el propio soberano contribuyó a fomentar.69
En una fecha tan temprana como el 7 de junio de 1820, se denunciaba que
los serviles estaban anunciando que Fernando VII era “un rey sin libertad”
y “oprimido por la violencia del pueblo español”, como resultado de que se
hubiera instalado “un gobierno revolucionario”.70 Un poco más adelante los
novohispanos pudieron leer que el monarca “se había visto en el estrecho de
renunciar a su soberanía, o de ver correr la sangre de sus amados españoles”.71
En un sentido similar, en junio de 1821, se difundió otro escrito todavía más
explícito, en el que se narraba cómo había sido “despojado” violentamente
de su soberanía, su “sagrada persona” “insultada” y “calumniada”, así como
“amenazado de muerte si no juraba la Constitución, y si no firmaba tantos
decretos que estaban en oposición con sus sentimientos”.72 En el contexto
en que se conocieron estas impresiones cobra sentido la supuesta carta que
Fernando VII dirigió a Apodaca, fechada el 24 de diciembre de 1820, en la
que le anunciaba sus pretensiones de abandonar la Península y trasladarse
como rey absoluto a México.73 Más allá de la controversia sobre la autentici-
dad de la misiva, en la que no podemos entrar ahora, lo cierto es que, ante
los fragmentos comentados, la posibilidad de que el rey estuviera dispuesto
a cambiar de solio estuvo muy presente en ciertos imaginarios del momento
de la independencia. Ello cobra una mayor importancia si tenemos en cuenta
que el proyecto de emancipación de Iturbide, en el que se guardaba de mane-
ra preferente el trono a dicho monarca, se dio a conocer antes de que las Cor-
tes de Madrid hubieran deliberado sobre el plan de establecer monarquías
constitucionales en América, con príncipes de la casa de Borbón.74 Tal era

69 La Parra, Fernando VII…, pp. 375-474.


70 F. F. F., Carta de un constitucional de México a otro de La Habana, reimpresa en la Ofici-
na de Alejandro Valdés, 7 de junio de 1820, p. 7; cpm-Sutro, rollo 2, pm 7, n. 47.
71 Salvador, Sermón de San Hermenegildo, p. 13; cpm-Sutro, rollo 3, pm 9, n. 1.
72 Grito de un español verdadero; cehm-carso, 082.172 va, 14503, Miscelánea varios au-

tores, n. 7, folleto 1.
73 Fernando VII a Juan Ruiz de Apodaca (duplicado), 24 de diciembre de 1820; nlb-

lac, Zeitlin & Ver Brugge Autograph Collection, Fernando VII.


74 Ivana Frasquet, “México en el Trienio Liberal. Entre la autonomía monárquica y la

federación imposible”, Ivana Frasquet y Víctor Peralta (coords.), La Revolución política: entre
autonomía e independencias, pp. 189-214.

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la confianza de algunos tradicionalistas novohispanos depositada en la oferta
hecha al hijo de Carlos IV.
La divulgación de estos mensajes e inquietudes no pasó inadvertida
a Iturbide y a sus círculos de confianza afines. Como es sabido, el Plan
de Iguala tuvo influencias diversas75 y fue entregado a otras personas para
que lo mejorasen, dando así cierta cabida a las demandas de los diversos
grupos del virreinato.76 Además, circularon al mismo tiempo versiones dife-
rentes del mismo.77 Con posterioridad, el militar se atribuyó altivamente su
autoría intelectual exclusiva, rechazando la intervención de los serviles en
ella.78 Aun así, es cierto que el proyecto recogía algunas de las demandas de
los contrarrevolucionarios, lo cual les podía satisfacer temporalmente. Bajo
su particular perspectiva, se trataba de un programa de mínimos a partir
del cual empezar a revertir el proceso revolucionario. Es decir, depositaron
sus esperanzas en que la independencia, bajo el auspicio del plan de Itur-
bide, implicara, a continuación, una verdadera rectificación del curso de
los acontecimientos iniciado en 1820. Además, les reconfortaba que dicho
militar se desmarcara claramente de la insurgencia de Hidalgo, a la que de-
finió, en carta al virrey, como un movimiento “cruel, bárbaro, sanguinario,
grosero e injusto por consecuencia”.79 Sin embargo, como daremos cuenta,
las expectativas depositadas en la emancipación por los grupos más conser-
vadores no estuvieron a la altura de los resultados, lo cual generó profundas
frustraciones y resentimientos, que acentuaron la polarización de la vida
política en los primeros momentos del México independiente. A su pesar,
el proceso revolucionario resultaba imparable.
Como se sabe, en el Plan de Iguala se anteponía el carácter católico de
la nación antes que la forma de gobierno a adoptar, se conservaban los “fue-
ros y preeminencias” de los eclesiásticos y se estipulaba que la principal tarea

75 Guadalupe Jiménez Codinach, México en 1821, Dominique de Pradt y el Plan de Iguala.


76 Agustín de Iturbide a Juan José Espinosa de los Monteros, Teloloapan, 25 de enero de
1821; en Mariano Cuevas, El Libertador. Documentos Selectos de Don Agustín de Iturbide, pp. 174
y 175. Sobre la intensa actividad epistolar, Moreno, La trigarancia…, pp. 152-170.
77 Jaime del Arenal Fenochio, Un modo de ser libres. Independencia y Constitución en México

(1816-1822), pp. 100-115.


78 Agustín de Iturbide, Escritos diversos, p. 143.
79 agi, México, 1860, Agustín de Iturbide a Juan Ruiz de Apodaca, Iguala, 24 de febrero

de 1821.

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del nuevo “ejército protector” sería la conservación de la religión frente a
“sectas” y “enemigos” (arts. 1, 14 y 16).80 Estas medidas permitieron a Iturbi-
de presentarse ante los obispos como el principal valedor del catolicismo,
amenazado por el gobierno peninsular,81 y conseguir así su apoyo, con la
excepción del arzobispo Fonte. Como afirmó a uno de ellos, valiéndose de
la retórica reaccionaria, “la religión, casi desconocida ya por muchos de los
habitantes del Antiguo Mundo, desaparecería del Nuevo si no se hubiese
decidido este a ser independiente de aquel”. En consecuencia, continuaba,
“el Altar subsistirá a pesar de los filósofos”. El pueblo se había pronunciado
en contra de “las novísimas instituciones” y a favor de un “sistema” que iba
a cambiar “la faz política de esta América”.82 Desde Puebla, el obispo Pérez
justificaba la emancipación recordando a su auditorio que España estaba
muy cerca de “dementarse hasta el grado de proferir públicamente que no
hay Dios”. Además, indicaba que, para avanzar en la dirección correcta, al-
gunos puntos del Plan de Iguala deberían modificarse.83 Por su parte, en
octubre de 1821, el prelado de Sonora aseguró a Iturbide que por fin veía
“cumplidos los deseos en que ardía desde que se publicó la Constitución”
para conseguir “un gobierno independiente que nos precaviese de la ruina
que amenazaban los irreligiosos principios constitucionales”.84 Para estos
actores, la emancipación quedaba así vinculada a la conservación de la orto-
doxia católica en América.
De acuerdo con el proyecto de Iturbide, la Constitución doceañista se
mantendría vigente hasta la elaboración de una nueva “peculiar y adaptable

80 “Plan o indicaciones para el gobierno que debe instalarse provisionalmente con el


objeto de asegurar nuestra sagrada religión y establecer la independencia del Imperio Mexi-
cano: y tendrá el título de Junta Gubernativa de la América Septentrional; propuesto por
el Sr. Coronel D. Agustín de Iturbide al Excmo. Sr. Virrey de N. E. Conde del Venadito”, en
Suplemento al número 14 de la Abeja Poblana, Puebla, 2 de marzo de 1821.
81 Agustín de Iturbide, Católicos sentimientos del señor Iturbide, expresados en su carta al señor

obispo de Guadalajara.
82 Agustín de Iturbide a Juan Ruiz Pérez, 28 de julio de 1821; citado por Del Arenal, Un

modo de ser libres…, p. 128.


83 Antonio Joaquín Pérez, Discurso pronunciado por el Ilmo. Sr. … obispo de la Puebla de los

Ángeles, entre las solemnidades de la misa que se cantó en la catedral de la misma el día 5 de agosto de
1821 acabada de proclamar y jurar la independencia del Imperio Mejicano, pp. 5, 8 y 9.
84 Citado por Fernando Pérez Memen, El episcopado y la Independencia de México (1810-

1836), p. 165.

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al reino” (art. 3). A pesar de ello, en Querétaro, cuando las tropas virreina-
les se retiraron ante el avance de las trigarantes, hubo un movimiento po-
pular que procedió a romper la lápida constitucional. Según se informó, la
“plebe” había asociado “los agravios sin número que padeció en el anterior
gobierno” con el sistema que instauraba el Código gaditano. Esa iconocla-
sia anticonstitucional propició la intervención de Iturbide, desaprobando
dicha “equivocación”.85 Ello no fue motivo para que este considerara que
las leyes hispanas no eran las más adecuadas para México, pues, entre otros
aspectos, coartaban en exceso las facultades del monarca. Por eso el Plan
de Iguala ofrecía en primer lugar el trono del Imperio a Fernando VII. Así
se lo hizo saber Iturbide a Apodaca, tratando de obtener su beneplácito.
Según observaba, no era posible que el monarca hubiera aceptado libremente
un sistema “contrario a las prerrogativas que fueron anexas a la Corona que
heredó de sus augustos predecesores”. No había dudas de que aceptaría tras-
ladarse a México con una “Constitución moderada”, que le dejara “el goce
de muchas preeminencias justas y razonables de que ha sido despojado”.86
En su diálogo con el arzobispo Fonte todavía fue más certero: “El rey y la
familia Real quizá no existirán a estas horas” en España. Por ello, remataba,
“acaso mirarían como un asilo dichoso su traslación o evasión para reinar
acá”, rompiendo así “las trabas que les oprimen”.87 De acuerdo con estas
lecturas, el hijo de Carlos IV estaba seriamente amenazado por los revolu-
cionarios; solo el cambio de país podría mudar favorablemente su situación.
Además, la monarquía, como fuente de legitimidad, era vista entonces como
la forma de gobierno más idónea para transitar hacia el Estado-nación inde-
pendiente dentro del orden.88
En esas semanas críticas, en las que todo era probable y nada estaba de-
cidido, el mantenimiento de la estabilidad era primordial para Iturbide; por

85 EjércitoImperial Mexicano, en Documentos históricos mexicanos, compilación de García.


86 agi,México, 1680, Agustín de Iturbide a Juan Ruiz de Apodaca, 30 de mayo de 1821.
87 Fonte, “Apuntes reservados y verdaderos que podrán algún día interesar la curiosidad

de mi familia y de mis amigos”, Luis Navarro García, El arzobispo Fonte y la independencia de


México, p. 203.
88 Tomás Pérez Vejo, “Las encrucijadas ideológicas del monarquismo mexicano en la

primera mitad del siglo xix”, Marco Antonio Landavazo y Agustín Sánchez Andrés (coords.),
Experiencias republicanas y monáquicas en México, América Latina y España. Siglos xix y xx,
pp. 327-347.

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eso ofrecía al virrey presidir una Junta Gubernativa, encargada de convocar
las Cortes venideras (arts. 5 y 6). Además, el Plan de Iguala garantizaba que
“todos los empleados políticos, eclesiásticos, civiles y militares” permanecie-
ran “en el mismo estado en que existen en el día” (art. 15). Para la consecu-
ción de la empresa emancipadora, el apoyo de estos últimos resultaba espe-
cialmente trascendente. Las ofertas de promoción y el compromiso de que
se mantendría su fuero específico propiciaron que núcleos importantes del
ejército realista se unieran al programa de Iturbide.89 En esos momentos, el
autor del Plan de Iguala también dio algunas pistas sobre su proyecto polí-
tico de futuro: aseguró que, si triunfaba la independencia, esperaba “hacer
desaparecer la odiosa y funesta rivalidad de provincialismo”. Es decir, apos-
taba por la centralización frente a las ideas de autogobierno derivadas de la
eclosión de ayuntamientos y diputaciones provinciales que había supuesto
la vuelta del sistema liberal. “Hacer –según explicaba–, por una sana igual-
dad, unos los intereses de todos los habitantes de dicho Imperio”.90 Por
tanto, no resulta una casualidad que las principales resistencias al Plan de
Iguala estuvieran en las capitales de provincia. La de Oaxaca, por ejemplo,
lo tildó de “impolítico y anticonstitucional”.91 Andando el tiempo, será la
resistencia de estas a aceptar la deriva centrípeta de Iturbide lo que propicia-
rá, en parte, una erosión de los apoyos a su reinado que acabarán situando
al emperador en un callejón sin salida.92

89 Hamnett, Revolución y contrarrevolución…, p. 302; Christon Archer, “Beber del cáliz

envenenado. La política, la tradición y el ejército mexicano, 1820-1848”, Jaime Edmundo


Rodríguez Ordoñez (coord.), Las nuevas naciones: España y México,1800-1850, pp. 293-314;
Juan Ortiz Escamilla, “Entre la lealtad y el patriotismo. Los criollos al poder”, Brian Conn-
aughton, Carlos Illades y Sonia Pérez Toledo, Sonia, La construcción de la legitimidad política en
México, pp. 107-126; Moisés Guzmán Pérez, “El Movimiento Trigarante y el fin de la guerra
en Nueva España (1821)”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, pp. 131-161; y
Moreno, La trigarancia…
90 Agustín de Iturbide a Juan de Dios Arzamendi, Iguala, 24 de febrero de 1821; Papeles

de don Agustín de Iturbide. Documentos hallados selectamente, pp. 139 y 140. Sobre lo que implicó
esa eclosión de la representatividad y del autogobierno, entre otros, Nettie Lee Benson, La
diputación provincial y el federalismo mexicano, 1824; y Jaime Edmundo Rodríguez Ordoñez, “La
transición de colonia a nación, Nueva España, 1820-1821”, Historia Mexicana, pp. 265-322.
91 Juan Ortiz, Guerra y gobierno…, pp. 246-264.
92 Alfredo Ávila, Para la libertad. Los republicanos en tiempos del Imperio, 1821-1823, pp. 252-

266; Ivana Frasquet, Las caras del águila. Del liberalismo gaditano a la república federal mexicana

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El ejército trigarante fue avanzando por el territorio –no sin resisten-
cias, negociaciones y enfrentamientos armados– hasta la entrada simbólica
de Iturbide en la ciudad de México el 27 de septiembre, produciéndose al
día siguiente la instalación de la Junta Provisional Gubernativa y la firma
del Acta de Independencia del Imperio Mexicano. Durante todo ese tiempo, y en
los meses posteriores, se elaboraron sermones y discursos para explicar, jus-
tificar y festejar la emancipación. En todos ellos está presente el optimismo
que suponía reconocerse como artífices del comienzo de una nueva era.93
Una parte considerable de esos documentos se sirvieron del discurso más
conservador para denunciar las políticas eclesiásticas de las Cortes liberales
y el trato dado al rey, avalando así la justicia de la ruptura, convertida en
una tarea providencial liderada por Iturbide.
La panoplia de argumentos e ideas del pensamiento reaccionario fue-
ron adaptadas a las circunstancias del momento, dando renovada entidad a
la teoría de la confabulación: los revolucionarios españoles de 1820-1821,
discípulos de los del Setecientos, habían dado a conocer sus planes sin ta-
pujos, yendo más allá de lo que se atrevieron en el periodo de la Asam-
blea gaditana. Ello provocó que los mexicanos respondieran a las ofensas
causadas, variando sus opiniones y apostando por la emancipación como
única vía de escape al contagio liberal. De nuevo, los Padres Cevallos, Ba-
rruel, Alvarado o Vélez eran referentes para conocer los orígenes de dicha
historia, aunque en ese contexto, de manera novedosa, ya no se les utilizaba
para reclamar la cohesión política de la Monarquía. Ahora sus textos ad-
quirían un sentido inédito al ser esgrimidos para probar la necesidad de la
independencia, a partir de la perspectiva que ofrecía el conocimiento del
pasado revolucionario. La mayoría de los oradores que se pronunciaron en la
coyuntura a la que nos estamos refiriendo recomendaban su lectura. Incluso
los que no participaban estrictamente de las tesis y de los lenguajes de la
contrarrevolución se valieron entonces de ellos.

(1820-1824), pp. 277-283. También, William Spencer Robertson, Iturbide de México, pp. 311-337;
y Timothy Anna, El imperio de Iturbide, pp. 193-195.
93 Herrejón, Del sermón…, pp. 328-342; y Brian Connaughton, “Forjando el cuerpo po-

lítico a partir del corpus mysticum. La búsqueda de la opinión pública en el México indepen-
diente, 1821-1854”, Brian Connaughton, Entre la voz de Dios y el llamado de la patria. Religión,
identidad y ciudadanía en México, siglo xix, pp. 99-116. También en Javier Ocampo, Las ideas de
un día. El pueblo mexicano ante la consumación de su independencia.

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Uno de los predicadores afirmaba que todos aquellos que conocían lo
ocurrido en Francia y en España estaban prevenidos de “que los jacobinos
comenzaron entonces por los mismos pasos que daban ahora hacia noso-
tros las Cortes sacrílegas de ultramar, para destruir la religión y el Trono”.94
Otro sentenciaba ante su auditorio que “España ya adoptó los principios de
la falsa filosofía”, esparcidos por los francmasones. Aquellos eran los que ha-
bían obligado a Fernando VII a jurar la Constitución que antes abominaba,
hecho que había creado “consternación” entre los americanos. Este orador
incluso explicaba que los católicos peninsulares aplaudían la independencia
de México, entendida como reacción.95 Por su parte, en un Manifiesto nunca
impreso por la radicalidad antiliberal de sus afirmaciones, el Padre López
Bravo y Pimentel se refería a los diputados como “diablos reformadores” y
“parricidas”, mientras que a la Carta doceañista la definía como “el nuevo
Alcorán de Mahoma”.96 Como vemos, ni siquiera el Código gaditano se sal-
vó en ese momento de recibir diversas invectivas.97 Según otro discurso, en
el sur de Europa “las empresas constitucionales” habían “adelantado mucho
contra el Trono y el Altar”.98 De esta forma, en manos de los religiosos, la

94 Tomás Blasco y Navarro, Sermón gratulatorio, que en la solemne jura de Ntra. Sra. de Zapopan

por patrona y generala de las tropas de Nueva Galicia celebraba en la Santa Iglesia Catedral de Guada-
lajara el día 15 de septiembre de 1821, dijo el M. R. P. Ciudadano Fr. …, maestro en Sagrada Teología,
Doctor en ella por la Universidad de esta ciudad, catedrático del angélico Dr. Santo Tomás y examinador
sinodal de este obispado, Guadalajara, Oficina de don Mariano Rodríguez, pp. 13 y 36.
95 Francisco García Diego, Sermón que en la solemnísima función que hizo este colegio de

N. S. de Guadalupe de Zacatecas en acción de gracias por la feliz conclusión de la independencia del


Imperio mexicano, dijo el P. Fr. …, provincial apostólico y lector de artes en su mismo colegio, el día 11
de noviembre de 1821, pp. 5 y 17; cehm-carso, Miscelánea Estado de Jalisco, n. 10, folleto 2.
96 Mariano López Bravo y Pimentel, Manifiesto en defensa de la libertad y religión católica,

contra el despotismo de las Cortes de Madrid que mandaron extinguir la Santa InquisBición, con
todas las sagradas religiones para acabar con el Trono y el Altar, por un europeo imparcial, y misionero
apostólico con 50 años de reino; agi, México, 1680.
97 Su contenido era, en relación con la defensa del catolicismo que sancionaba en su ar­

tículo doce, “la píldora cubierta de oro, o de plata, para que se trague sin percibir el amargo que
encierra”. José Ortigosa, Sermón que con motivo de la jura de la independencia dijo el la Iglesia Parro-
quial de N. S. de la Asunción y N. P. S. Francisco de Toluca el día 13 de mayo de 1822, el R. P. Fr…, p. 8.
98 Lorenzo Carrasco, Patético alegórico discurso sobre las tres garantías: religión, libertad y

unión. Que en solemne acción de gracias por las victorias del Egercito Imperial Trigarante, implorando
el patrocinio de María Santísima, celebraron en el Oratorio de San Felipe Neri, los Sres. Intendente
interino, con los Gefes y empleados de las oficinas de Hacienda pública, y otros patriotas beneméritos
de la ciudad de Antequera, Valle de Oaxaca, p. 23.

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lucha por la independencia se transformaba en una nueva cruzada contrarre-
volucionaria con un enorme potencial movilizador, solo que ahora la guerra
se libraba contra la “impiedad” y el “ateísmo” de España, irreversiblemente
degenerada por las ideas de la perniciosa filosofía liberal.99
En todas estas intervenciones públicas existía una idea utópica común. Se
interpretaba que, frente a la degeneración del viejo continente, México –y, por
extensión, el resto de Iberoamérica– era el ámbito en el que la monarquía y
la Iglesia –con el papa Pío VII a la cabeza– podían empezar una nueva etapa,
al margen de los peligros revolucionarios. De este modo, la defensa de la man-
cuerna entre el Trono y el Altar se hacía sobre bases inéditas. El discurso de la
tradición se transformaba al proyectar esa salvación sobre el espacio americano
independizado y un horizonte posrevolucionario. Ahora, posiblemente más
que en ningún otro momento de la historia, se vislumbró con esperanza que
las respectivas cabezas de la Monarquía católica y de la Iglesia cruzaran el Atlán-
tico para no volver. Esa transgresión con el pasado daba pie a que se figuraran
escenarios futuribles, en los que se destacaban los beneficios que reportaría el
inicio de ese ciclo de redención. Desde la perspectiva contrarrevolucionaria, la
emancipación no suponía en ningún caso una vuelta al orden colonial impe-
rante en los tiempos del Antiguo Régimen. Se pretendía superar ese momento
y avanzar en otra dirección distinta. Desde una posición maximalista, la Iglesia
esperaba recuperar la autonomía, la influencia y el poder que había perdido
desde el tiempo de las reformas borbónicas y, de manera más evidente, a partir
de las Cortes de Cádiz. La reversión completa de los decretos secularizado-
res de 1820 debía ser una prioridad de Iturbide, de la Regencia y, por exten-
sión, de la Junta Provisional Gubernativa.100 Es decir, el apoyo prestado por
los eclesiásticos a la consecución de la independencia había de recompensarse
con el reforzamiento de su posición. Por su parte, el monarca, liberado de las
cargas revolucionarias y próximo a los súbditos y a sus demandas, estaría en
condiciones de proteger a los eclesiásticos y de favorecer los intereses generales

99 José María de Jesús Belaunzarán, Discurso panegírico que en la solemne acción de gracias cele-
brada en la iglesia del convento grande de N. S. P. S. Francisco de esta imperial Corte, por el feliz éxito de la
gloriosa empresa de la emancipación de esta septentrional américa, dijo el día 16 de noviembre de 1821 el M.
R. P. Fr…, religioso descalzo de la Santa Provincial de S. Diego de la misma Corte; y lo dedica al primer jefe de
la nación, generalísimo de mar y tierra, serenísimo señor don Agustín de Iturbide y Aramburu, pp. 11 y 22.
100 García, Sermón de acción de gracias…, pp. 29 y 30.

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de la nación, siempre dentro de la moderación y evitando cualquier deriva des-
pótica.101 Todo ello, en suma, sentaría las bases para la regeneración del país.
A pesar de lo que hemos expuesto, las esperanzas que los contrarrevolu-
cionarios depositaron en la independencia dejaron paso rápidamente a un
profundo desencanto. Ello se puso de relieve entre los meses de septiembre
de 1821 y febrero de 1822, tiempo en el que estuvo actuando la Junta Pro-
visional Gubernativa. En el momento de su instalación, el cura José Manuel
Sartorio depositó una vez más sus ilusiones en la emancipación y contra-
puso la suerte de Europa a la de México. Mientras que en aquella dominaba
“el materialismo, el francmasonismo, el jacobinismo, el iluminismo, de una
vez, tanta irreligión”, en esta se esperaba ver brillar al catolicismo.102 Sin
embargo, el avance de las semanas puso de relieve que los más tradiciona-
listas no iban a lograr sus objetivos restauradores. Los vocales cercanos al
liberalismo revolucionario consiguieron retrasar estratégicamente hasta la
reunión de las Cortes temas como la reposición de los jesuitas y las religio-
nes hospitalarias. A su vez, se decidió que los eclesiásticos mantuvieran su
fuero, pero serían juzgados por las penas civiles en los delitos de libertad de
imprenta. En medio de otros debates, estas medidas desataron un profundo
resentimiento que crispó a la opinión pública conservadora.103 Poco a poco
aparecieron voces que llamaban a que Iturbide, como primer regente y líder
de la independencia, interviniera para rectificar la toma de las decisiones,
incluso a través de un golpe de fuerza y de la ayuda de la Inquisición.104
Desde luego, a este tampoco le complacía el curso de las sesiones.

101 De San Martín, Sermón que, en la Santa Iglesia Catedral de Guadalajara, predicó el ciuda-
dano doctor… el día 23 de Junio de 1821 en que se solemnizó el juramento de la gloriosa independencia
americana bajo los auspicios del Ejército de las tres Garantías, pp. 13-16. Este orador había simpa-
tizado con la insurgencia con anterioridad. Ana Carolina Ibarra, Clero y política en Oaxaca.
Biografía del doctor José de San Martín.
102 José Manuel Sartorio, Gozo del mexicano imperio por su independencia y libertad. Oración

que, en la fiesta de instalación de la Junta Suprema Provisional Gubernativa, celebrada en la Santa Iglesia
Metropolitana de México, dijo el presbítero mexicano D. …, vocal de la misma Junta, el día 28 de septiembre
1821; y dedica al Excmo. Sr. D. Agustín de Iturbide, primer jefe del ejército trigarante, p. 10 (doc. 10).
103 Entre otros, José Manuel Sartorio, Voto de José Manuel Sartorio a la Junta Provisional

Gubernativa; Riasa, Iniciativo sobre la restitución de las religiones suprimidas; El Pueblo Mexicano,
Nuevo clamor del pueblo; y Representación a S. M. sobre la restitución.
104 Fray Pedro de Santa Ana, Respuesta a la carta confidencial contra el papel titulado: No

paga Iturbide con condenarse.

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Esta dinámica de enfrentamientos se agudizó tras la apertura del Con-
greso constituyente en febrero de 1822 y, especialmente, a partir del 19 de
mayo, cuando Iturbide fue proclamado emperador por los diputados ante
la presión militar, el apoyo popular y el beneplácito de ciertos religiosos.105
Se abrió entonces un nuevo ciclo en el que los contrarrevolucionarios, por
segunda vez después de la independencia y en un ambiente de reacción
política, trataron de cumplir sus anhelos. El obispo de Sonora ansiaba que
Iturbide se convirtiera en un monarca “absoluto”.106 Además, se publicaron
diversos opúsculos para reforzar su posición. Entre ellos destaca la reedi-
ción de los dos volúmenes de la Apología del Altar y del Trono (1818) de fray
Rafael de Vélez, en los que se condenaba el constitucionalismo liberal de
raíz gaditana.107 No obstante, la deriva excesivamente personalista de Agus-
tín I y su posterior abdicación, en marzo de 1823, supondrían la frustración
definitiva de esos intentos restauradores. Una vez más, con la llegada de la
República, los contrarrevolucionarios tuvieron que reorientar sus expecta-
tivas, demandas y procedimientos de actuación. Ciertamente, como hemos
podido comprobar, tenían experiencia suficiente para ello.

Conclusiones

En este trabajo se ha dado cuenta de la manera en que las tesis contrarrevo-


lucionarias se transformaron durante el periodo de la Guerra de la Indepen-
dencia de México, al ritmo en que se produjeron cambios en el contexto.
La presencia recurrente en los discursos examinados de algunos referentes
básicos, como la defensa del Trono y el Altar, la amenaza de la conspiración

105 Distintas aproximaciones al pronunciamiento en Torcuato S. Di Tella, Iturbide y el

cesarismo popular; Robertson, Iturbide…, pp. 250-264; Anna, El Imperio…, pp. 74-99; Ávila, Para
la libertad, pp. 106-114; y Frasquet, Las caras…, pp. 173-204.
106 Pueden verse las continuas referencias a ello en Rina Cuéllar, Correspondencia de Fray

Bernardo del Espíritu Santo, Obispo de Sonora (1818-1825).


107 Rafael de Vélez, Apología del Altar y del Trono, o Historia de las reformas hechas en España

en tiempos de las llamadas Cortes, e impugnación de algunas doctrinas publicadas en la Constitución,


diarios y otros escritos contra la religión y el Estado.

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revolucionaria o el análisis clínico de la realidad social, no se tradujo en
inmovilismo argumental. Sin desaparecer las premisas esenciales que les eran
propias, en esos ingredientes teóricos se operaron cambios en sus significa-
dos. Esa capacidad de la contrarrevolución para adaptar y transformar sus
lenguajes y prácticas políticas permitió que aquellos que participaron de
esas premisas pudieran enfrentarse, de manera recurrente y efectiva, a los
distintos retos que fueron jalonando los momentos que transcurren entre
1810 y 1821.
El ciclo defensivo que transcurre durante los años de la primera insur-
gencia y de las Cortes de Cádiz dio paso, a partir de agosto 1814, a una
experiencia política de poder para los antiliberales. Esta se vio fracturada en
1820 por una nueva revolución que impulsaría a sus detractores hacia una
fase de recomposición intelectual y de grandes esperanzas. En este sentido,
la completa aceptación por parte de algunos señeros contrarrevoluciona-
rios de las propuestas emancipadoras supuso un parteaguas en su evolución
ideológica que, sin duda, facilitó los cauces para que resultara exitosa y más
estable la consumación de la independencia de México. El posterior desen-
canto con el resultado del proceso y su derrota en la batalla de las ideas no
debería empañar la trascendencia de ese transcurso histórico ni, tampoco,
la fuerza de las contestaciones reaccionarias para condicionar, en su propio
desarrollo, el devenir de las culturas políticas liberales y republicanas final-
mente triunfantes.
Los que rechazaban las transformaciones abruptas de sus marcos de refe-
rencia habituales vivieron los cambios de su tiempo en una continua tensión,
que los llevaba a moverse entre el rechazo, la ambivalencia o la acomodación
a las circunstancias históricas, en algunos casos de manera instrumental y
en otros de forma decidida. Ante un presente que les desdecía y un futuro
incierto, trataban de recuperar un mundo pretérito e idealizado que les
sirviera de guía para la acción política y religiosa. Ahora bien, como hemos
visto en el momento de la independencia, cuando ni siquiera el pasado era
un escenario posible a tener en cuenta, entonces la capacidad imaginativa
desbordaba los límites de los referentes tradicionales para orientarse hacia
representaciones ideológicas nuevas. Estas, en tanto que diferentes de lo co-
nocido hasta entonces, se reflejaban sobre escenarios inéditos y, por tanto,
transgresores con el orden establecido. Un orden al que, paradójicamente,
se pretendía preservar. En este sentido, las propuestas de la contrarrevolu-

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ción y el antiliberalismo, pese a referirse en apariencia a los tiempos del
pasado, resultan tan sugestivas y novedosas como las de las otras culturas
políticas en disputa. Puede decirse que también fueron, a su manera, “revo-
lucionarias”. Una historia de la independencia de México que dé cuenta de
esas interacciones solo será posible si abandonamos definitivamente cual-
quier interpretación finalista del proceso.

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Sermones y discursos del restablecimiento
de la Constitución a la trigarancia

Carlos Herrejón1

I. Restablecimiento de la constitución

En España había ido creciendo el descontento por el absolutismo re-


implantado desde 1814. Hubo intentos y conspiraciones por volver al orden
constitucional, pero no cuajaron hasta que en el Ejército se fueron introdu-
ciendo ideales políticos esparcidos por la masonería. De tal suerte, el 1 de
enero de 1820 el coronel Rafael del Riego, no lejos de Sevilla, proclamó la
Constitución de Cádiz. Luego de acciones militares favorables y desfavora-
bles a su causa, finalmente triunfó unido al coronel Antonio Quiroga y otros.
El 9 de marzo de ese año Fernando VII hubo de jurar el orden constitucio-
nal abolido por él mismo; en tanto se reunían las Cortes, se formó un Junta
Consultiva que provisionalmente asumió el poder, uno de cuyos integran-
tes fue Manuel Abad y Queipo, obispo electo de Michoacán. Se acortaron
los tiempos para la elección de diputados peninsulares y se decidió elegir
suplentes votados por los ultramarinos que por entonces allá residían. Para
Nueva España solo se asignaron siete. También se empezaron a restaurar
otras dos corporaciones constitucionales: las Diputaciones Provinciales y los
ayuntamientos. Finalmente se instalaron las Cortes en Madrid el 9 de julio

1 El Colegio de Michoacán.

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de 1820, y de inmediato se dieron a la tarea de discutir y aprobar decretos,
según sus intereses políticos.

En el púlpito español

Paralelamente a esos acontecimientos aparecen sermones acogiendo con en-


tusiasmo el suceso, o bien discursos dirigidos a electores. Dos ejemplos: una
alocución religioso-política, el 19 de marzo de 1820, se pronunció en Alicante
por boca del cura y doctor Vicente Almiñana; otro: discurso a electores de par-
tido para nombrar diputados a Cortes, en Murcia, el 21 de marzo de 1820, por
quien había sido un diputado en Cádiz, el doctor y arcediano de Villena, Ma-
riano García Zamora.2 Nos referiremos más a una tercera pieza, pronunciada en
Loja el 9 de abril, por cuanto luego se reprodujo en México; su autor, Pedro Mu-
ñoz Arroyo, magistral de la Antequera peninsular.3 Tales producciones retóricas
y otras más empezaron a circular en Nueva España a la par de las nuevas del día.
En la pieza de Pedro Muñoz, en unos cuantos renglones da cuenta de
por qué el rey había desconocido la Constitución en 1814, y luego cómo fue
que cambió; alucinado por apariencias de los enemigos del orden, “derribó
en un día de un golpe la obra que habíamos levantado entre ríos de sangre
y sobre montones de cadáveres de nuestros hermanos […] Nuestro Monarca
despierta como de un letargo, abre sus ojos, ve el abismo a sus pies, y la
mano que le tienden para salvarle sus más fieles súbditos”.4
La relación de estos hechos lleva de la mano al orador para señalar la
falla intrínseca del absolutismo, “un poder, una autoridad superior a las le-
yes, es decir, árbitra para eludirlas sin responsabilidad directa o indirecta”.5

2 Gérard Dufour, Sermones revolucionarios del Trienio Liberal, pp. 61-69; 85-97.
3 Pedro Muñoz, Sermón predicado en la función solemne celebrada por el Ilustre Ayuntamiento
de Loja el 9 de Abril de 1820, en acción de gracias por el feliz restablecimiento de la Constitución, por
el Magistral de Antequera Pedro Muñoz Arroyo. No se encuentra en la colección citada. Texto
que fue reimpreso en la Puebla de los Ángeles, Oficina de D. Pedro de la Rosa, 1820. [Cita-
remos aquí la edición española.]
4 Ibid., pp. 4-6.
5 Ibid., pp. 8-9, 13.

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Un santanderino acriollado

Las noticias referentes al levantamiento de Riego y a la reinstalación de la


Constitución con el juramento del rey fueron llegando a Nueva España a
lo largo de abril de 1820. Primero se juró en Veracruz el 26 de mayo, y el 31,
en la ciudad de México por parte del virrey Juan Ruiz de Apodaca; el 9 de
junio ocurrió la proclamación solemne con pesar de unos, los menos, y
alegría de otros, los más.6 Poco antes, algunos que veían con mucho recelo
la reimplantación del orden constitucional urdieron el Plan de la Profesa,
por el mantenimiento de la monarquía absoluta, pero no pasó a más ante
los obligados juramentos del virrey, la Audiencia, el arzobispo, y demás au-
toridades.7 A continuación, como en cascada, las juras por doquier acom-
pañadas de festejos y sermones, algunos de los cuales llegaron a imprimirse,
como el de Manuel de la Bárcena y Arce, pronunciado muy tempranamente
en Valladolid el 7 de junio.8
Haya conocido o no Manuel de la Bárcena y Arce el sermón de Fran-
cisco Muñoz, ciertamente al arcediano de Valladolid se debe una de las pri-
meras resonancias en los púlpitos de Nueva España de los acontecimientos
ponderados en el sermón de Muñoz, al pronunciar en la catedral vallisole-
tana, el 7 de junio de 1820, una oración exhortatoria sobre la necesidad de
conocer y de acatar tanto el espíritu como la letra de la Constitución. De la
Bárcena y Arce, nacido en España, pero criado desde joven en Valladolid de
Michoacán, en cuyo Seminario Tridentino estudió filosofía y teología, ense-
ñó filosofía y fue rector,9 formaba parte del cenáculo de clérigos ilustrados
que impulsara el obispo fray Antonio de San Miguel, donde se hallaban,

6 Lucas Alamán, Historia de México desde los primeros movimientos que prepararon su Indepen-
dencia en el año de 1808 hasta la época presente, t. v, pp. 16-24.
7 José Bravo, Historia de México, t. iii, p. 96.
8 Bárcena, Exhortación que hizo. Este y los demás escritos publicados de este autor en

Tomás Pérez, Manuel de la Bárcena y Arce. Obras completas.


9 Agustín García, La cuna ideológica de la independencia, pp. 241-242, 247, 249; Juvenal

Jaramillo, La vida académica de Valladolid en la segunda mitad del siglo xviii, pp. 218. Tal vez du-
rante breve tiempo estudió en el Colegio de San Pablo, de Puebla, pues se registra el ingreso
de un Manuel de la Bárcena y Arce en 1787, sin año de egreso, en Torres, “Colegiales del
Eximio Colegio”, p. 68. Habría que verificar que no se trate de un homónimo.

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entre otros, Manuel Abad Queipo, los hermanos Joaquín y Miguel Hidalgo,
Francisco Uraga, Mariano Escandón, Gabriel Gómez de la Puente, los ca-
tedráticos hermanos José Miguel y José Vicente Pisa, y Manuel de la Torre
Lloreda.
De la Bárcena y Arce, como ellos, era crítico de la situación que se vivía
a raíz de la alianza de España con la Francia revolucionaria y luego napoleó-
nica. Se graduó en la Real y Pontificia Universidad de México de licenciado
en teología el 19 de marzo de 1793, y de doctor en la misma facultad el 16 de
junio del mismo año;10 y, por su cuenta, como varios de los clérigos dichos,
leía a Montesquieu, a Buffon (George Louis Leclerc), a Alexander Pope, a
Maintenon (¿biografía?) y a Rousseau; decía, además, que los monarcas lo
eran en virtud del pacto social; que era mejor el gobierno republicano; que
el hombre no podía renunciar a su libertad; que las leyes son como las tela-
rañas, en donde las moscas que llegan se enredan, pero si llega un toro, las
rompe; que era necesaria la libertad de imprenta; que conforme a doctrina
escolástica el tiranicidio podía ser lícito; y, en fin, que había que suprimir
tributos y alcabalas. Por todo ello, se le acusó ante la Inquisición, que llevó
a cabo averiguaciones en 1806, mas no se llegó a sentencia condenatoria.11
Más bien se le reconocía como notable orador.
Al ocurrir la crisis de la monarquía en 1808, fungía como tesorero del
cabildo catedral; fue entonces cuando pronunció otro aplaudido sermón en
la jura de Fernando VII, que se le publicó.12 Alineado con su amigo, el obis-
po electo Abad Queipo, fue contrario a la insurrección de Hidalgo; pero, al
igual que él, protoliberal en varios posicionamientos. Ascendió en la carrera
eclesiástica y, siendo maestrescuela de la catedral, se le designó para que
ahí, el 8 de junio de 1813, exhortara al conocimiento y a la obediencia de la
Constitución de Cádiz.

10 Guillermo S. Fernández, Grados de licenciados, maestros y doctores en artes, leyes, teología

y todas las facultades de la Real y Pontificia Universidad de México, p. 155. Aparece como Fran-
cisco Manuel de la Bárcena y Arce, clérigo del obispado de Michoacán, natural de Cudon
(Santander), hijo de Francisco Antonio de la Bárcena (de Azoños) y de Manuela de Arce
y Soto.
11 Archivo General de la Nación de México (en adelante agn), Inquisición, v. 1433,

exp., 15 y 16, ff. 69-148.


12 Manuel de la Bárcena, Sermón que en la jura del Señor Don Fernando VII (que Dios guarde)

dixo en la Catedral de Valladolid de Michoacán [ …] el día 26 de Agosto de 1808 [ …].

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Todos están convocados

Así, pues, la exhortación de 1820 sobre el restablecimiento de la Consti-


tución tiene un primordial antecedente relativo a su primera jura.13 Para
Manuel de la Bárcena y Arce, desde entonces el orden constitucional era
camino de solución a los más graves problemas de Nueva España. Pasados
los años, volvía a tocar las bondades de la Constitución; ahora, 1820, ya
ocupaba la segunda dignidad en la catedral michoacana, como su arcediano
y, desde luego, al igual que el español Pedro Muñoz, debía responder a la
pregunta ¿por qué el rey la abolió en 1814? “Fernando, mal aconsejado, rom-
pió las tablas de la ley”.14
De la Bárcena y Arce hace breve referencia a la constitución histórica de
España: “Pues qué, ¿no teníamos antes leyes los españoles? –Sin disputa las
teníamos, y más acaso de las que en verdad necesitábamos; pero carecíamos
de leyes fundamentales”. Arremete contra Carlos V y a favor de Padilla, cabe-
za de los comuneros: “Batidas las Cortes que eran el antemural de la nación,
Carlos V con su cetro de fierro le dio golpes mortales”.15
Señala valores y metas primordiales sobre los que repose la felicidad
nacional y a donde tiendan todos los esfuerzos. Retóricamente va convocan-
do a todos los grupos: a los perseguidos hasta entonces por sus opiniones
liberales, a los que colaboraron con Bonaparte, a los insurgentes, “vosotros
que por el camino de la independencia buscáis la libertad, ya la tenéis, y
más segura en una nación grande que pueda defenderla”; y, en fin, también
llama a los que han favorecido el despotismo, “la patria generosa os perdo-
na”. “La fuerza está en la unión […] la concordia ha de ser la piedra angular
de nuestro edificio nacional”.

13 Manuel de la Bárcena, Exhortación…, pp. 142, 144-145. Le pesó que las turbas de Hidal-

go saquearan su mansión en Valladolid, así como los degüellos de la segunda entrada. Para
su carrera eclesiástica, véase Juvenal Jaramillo, Una élite eclesiástica en tiempos de crisis. Los ca-
pitulares y el Cabildo Catedral de Valladolid-Morelia (1790-1833), pp. 47-48, 55-56, 134, 153-154,
167, 235-236, 428, 458, 463, 497.
14 Manuel de la Bárcena, Exhortación…, p. 4. Volvemos aquí a la Exhortación de 1820,

de título casi igual a la de 1813.


15 Ibid., p. 3.

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Un segundo valor subrayado por Bárcena y Arce es la fe católica, pues
la unión, para su mayor solidez, “la hemos de cimentar sobre la roca de la
santa religión”. Como trasfondo aparece el riesgo de los decretos reformis-
tas que afectaran a la Iglesia y exhorta a los diputados: “Poned cuidado, id
con pulso, no sea que, por cortar las excrecencias, le cortéis los nervios”.
Culmina el arcediano de Valladolid, declarando el mayor sentido de la Car-
ta Magna: “Constitución, españoles, ella es la muralla de nuestra libertad”.16
Para mayor precisión, selecciona, resume o comenta los artículos constitucio-
nales que estima de mayor trascendencia.17

No vamos a formar un beaterio, sino unas Cortes

A los tres meses volvía De la Bárcena y Arce a subir al púlpito catedralicio de


Valladolid, pero ahora ante un público muy selecto, y no para pronunciar
un sermón, sino un discurso. Se trataba de las juntas electorales de provin-
cia formadas por los electores de sus partidos que deberían votar en las casas
consistoriales luego de la ceremonia religiosa, a fin de elegir diputados a
Cortes, conforme al artículo 86 de la misma Constitución:
En seguida se dirigirán los electores de partido, con su presidente a la catedral
o iglesia mayor, en donde se cantará una misa solemne de Espíritu Santo, y el Obis-
po, o en su defecto el eclesiástico de mayor dignidad, hará un discurso propio de las
circunstancias.
Esas circunstancias se centraban en subrayar las cualidades de los elegi-
bles, en donde entraban también el diputado o diputados para la Dipu-
tación Provincial, pero votados al día siguiente. Al principio de su discur-
so, De la Bárcena y Arce alude a las libertades gaditanas vigentes en toda
la monarquía: “Me es permitido hablar con libertad sobre lo conducente
al bien común de la gran patria”. En esta breve frase subyacen recuerdos
del orador: haber sido denunciado a la Inquisición por haber hablado con

16 Ibid., pp. 6-10.


17 Ibid., pp. 8-11, 15.

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libertad; haberse callado profundas convicciones en un sermón de 1808 y
varios años después.
El discurso se extiende en señalar las cualidades de los elegibles. En rea-
lidad, se trataba de lugares comunes: los más aptos, los más beneméritos, “sin
diferencia de clase, ni de origen”. Y, además, que tengan luces, “se necesita
ilustración”, pero no precisamente de un matemático o de un teólogo. Para
el arcediano no basta cualquier ciencia, es necesaria la sabiduría de Licurgo
y de Solón: “Que conozca el clima, la agricultura, las artes, el comercio, la
población de cada provincia y la índole de sus habitantes”. Consciente de
que es mucho pedir, precisa: “Si faltan Solones, hay Arístides, que si no
igualan a los otros en el saber, ninguno les aventajará en juicio, prudencia y
amor a la patria”. Las alusiones a personajes de la Grecia antigua muestran
el gusto de mirar la historia y el presente de Nueva España en un espejo idea-
lizado que compartían varios de sus oyentes y lectores.18
Esto, no obstante su condición de sacerdote, que en otros contextos reco-
mendaría la piedad y las devociones, pues “tampoco bastan unas virtudes de
pura piedad y devoción; se requieren además virtudes sociales, virtudes acti-
vas y fecundas: el zelo por la libertad civil, el amor a la igualdad legal, el heroi-
co patriotismo, porque no vamos a formar un beaterio, sino unas Cortes”.19

Que los diputados no falten a las sesiones y participen

En Puebla el obispo Antonio Joaquín Pérez Martínez pronunció un dis-


curso en la misma fecha y con el mismo objeto que Manuel de la Bárcena

18 La generación escolar a la que pertenecía De la Bárcena y Arce tenía acceso a noticias de

esa Grecia antigua a través, principalmente, de Plutarco, algunos de cuyos textos eran objeto
de traducción desde las clases de gramática y retórica, de manera que al menos para una par-
te del auditorio tales alusiones eran comprensibles. A Licurgo, personaje entre la historia y
la leyenda, se le atribuía la constitución de Esparta en que la educación, piedra fundamental,
habría de fincarse en la austeridad y el amor a la patria. El poeta, comerciante y reformador
político, Solón, uno de los siete sabios, dio constitución a Atenas tendiente a equilibrar los
diversos grupos de la sociedad. Arístides, el justo, fue estratega y organizador práctico.
19 Manuel de la Bárcena, Discurso a la Junta electoral, pp. 191-195.

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y Arce. De padre gaditano, había nacido en Puebla en 1773, donde fue
alumno de los Colegios de San Luis y Carolino. Siendo cura del Sagrario
de Puebla, viajó a la ciudad de México, donde se graduó de licenciado en
teología el 16 de febrero de 1791 y de doctor en la misma facultad el 8 de mar-
zo del mismo año.20 Maestro del Seminario en las asignaturas de filosofía
y teología, vicerrector, cura del Sagrario angelopolitano, canónigo y vicario
de monjas, formaba parte de clérigos herederos de la ilustración de Fabián y
Fuero. Colaboró de cerca con los obispos Salvador Biempica y González del
Campillo; electo diputado a Cortes en 1810, destacó en los debates gaditanos
y formó parte de la comisión que redactó el borrador de constitución; libe-
ral moderado, se deslindó del ala radical que ya buscaba reformas eclesiásti-
cas; de manera que, al retorno del rey, se pronunció por el absolutismo; fue
preconizado obispo de Puebla en 1814 y tomó posesión en 1815.21 Dedicado
a su labor pastoral, fue respetado y querido por la feligresía.
Ante los acontecimientos que habían dimanado de la restauración de
la carta constitucional, el obispo de Puebla se retractaba el 27 de junio en
una pastoral de lo que había dicho en otras a favor de la monarquía abso-
luta y en contra de la Constitución.22 Vuelto, pues, a la constitucionalidad,
acudió a su catedral, donde se habían dado cita los electores de Provincia
para elegir luego a siete diputados a Cortes por la Provincia de Puebla, así
como a un diputado para que se integrara a la Diputación Provincial de Nue-
va España.23
El obispo poblano exhortó a los electores a fin de que no se dejaran
llevar por caprichos ajenos y que tomaran como principio básico “la nece-
sidad de adaptar las personas a los cargos”.24 Para ello discurrió sobre las

20 Guillermo S. Fernández, Grados de licenciados…, p. 154. Hijo de Francisco Antonio

Pérez, de Cádiz, y de María Antonia Martínez, de Puebla.


21 Florencio Álvarez, Estatutos de Cabildo Metropolitano de la Santa Iglesia Basílica Catedral

de la Puebla de los Ángeles […] seguidos de algunos documentos y del episcopologio Angelopolitano,
pp. 189-191.
22 José Bravo, Historia de México…, t. v, pp. 24-26.
23 Esa Diputación se había reinstalado en la ciudad de México desde el 20 de julio, bien

que sus diputados, electos desde 1813, terminaron su periodo al poco tiempo y hubo de
convocarse a elección de nuevos integrantes, en Carlos Herrejón, La Diputación Provincial de
Nueva España. Actas de sesiones, 1820-1821, t. i, p. 12.
24 Pérez, Discurso …; Cristina Gómez, El alto clero poblano y la revolución de Independencia,

1808-1821, pp. 184-187.

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prendas que deben tener los diputados, para desempeñar bien sus obligacio-
nes. Coincide con De la Bárcena y Arce sobre las cualidades de los elegibles.
Pero, a fin de arrancarse una vez más la nota de haber favorecido el retorno
del absolutismo, descarta de ellos al que no sepa las privaciones a que por
trescientos años han estado sujetos los habitantes de Nueva España, “las
trabas que ajenos intereses han puesto a su industria, y las contribuciones
exorbitantes que han acelerado su ruina”.
En segundo lugar, recordando sin duda su experiencia gaditana, señaló
que los electos deben ser personas que no falten a las sesiones, que partici-
pen en ellas, que no sean “torpes indolentes, e ignorantes en el desempeño
de los negocios arduos y difíciles que se les confiaron”. De nueva cuenta
hubo de recordar a algunos diputados que no hubieron de parecerle bien.

Pido que sean finos, pero no afectados en sus modales, porque lo segundo
provoca el desprecio, y lo primero es necesario en los que se han de presentar
al Rey, a la Familia Real, al Consejo de Estado; en una palabra, a la Corte […]
que sean de carácter firme, porque eso animará sus discursos, en lugar de que
la tibieza y demasiada flexibilidad, arguyen desconfianza, o poco interés en lo
mismo que se persuade. No es eso decir que se permitan los diputados ni las
voces destempladas, ni los ademanes descompasados que ha proscrito la políti-
ca del siglo, y que no tolera ya ni entre escolares.

Hasta aquí se nota cierto pragmatismo del prelado, cosa que, por lo demás,
lo caracterizaba. Remata los requisitos para diputado con dos virtudes: la
honradez y la religiosidad. Y, ante la posibilidad de decretos contrarios a la
Iglesia, da por sentado que eso no sucederá, pues la religión y la sana mora-
lidad no se pondrán en conflicto por parte de las Cortes, sino que más bien
las protegerán “por leyes sabias y justas”.25
Parecía que se equivocaba en esto último el obispo de Puebla, pues, un
mes antes de su discurso, las nuevas Cortes madrileñas, instaladas el 9 de
julio, habían iniciado el temido reformismo eclesiástico con el decreto
de supresión de la Compañía de Jesús y, poco después, el 26 de septiembre,
suprimirían los fueros. En realidad, no se equivocaba; era una manera pers-

25 Pérez, Discurso…, pp. 6-11.

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picaz de persuadir a los electos para que rechazaran las reformas. Mientras llega-
ran ambas noticias, Pérez Martínez refrendaba su devoción constitucional,
haciendo publicar un edicto y un manifiesto en que exponía las bondades
de la Carta Divina y la necesidad de que se conociera y se explicara bien,
cosa distinta de las reformas.26 Por lo pronto, al día siguiente del sermón
volvieron a reunirse el Ayuntamiento y la Junta de Electores de Puebla insis-
tiendo en que Puebla merecía tener su Diputación Provincial y aparte acor-
daron enviar su propia representación a las Cortes de España en Madrid.27
La importancia de las Diputaciones Provinciales derivaba de su encargo y
facultad de promover y vigilar la vigencia efectiva de la Carta Magna, entre
otras cosas, mediante la creación e instalación de ayuntamientos constitu-
cionales en todo el país.28
Al mes siguiente de los discursos para electores, el 14 de octubre, el
párroco de la parroquia principal de Querétaro, la de Santiago, Joaquín
María Oteyza y Vértiz,29 pronunciaba un sermón en elogio de la Cons-
titución dentro de un marco de festejos, incluida la develación de una
lápida y estatua que representaba la Constitución como bella matrona.30
Evitó alusiones al decreto de la supresión de los jesuitas que ya se conocía.
Y, en tono de mayor emotividad retórica, se sumó a la explicación de por

26 Referencias en Garritz, Impresos novohispanos 1808-1821, v. ii, p. 854. El mismo repu-

dio de la Constitución en 1814 por parte de Pérez Martínez y otros de los llamados Persas no
era por la restauración del absolutismo, sino a favor de una vuelta a la constitución histórica
medieval, donde los diputados eran procuradores de corporaciones, y donde conservarían
privilegios que el absolutismo les había arrebatado, en Alfredo Ávila, En nombre de la Nación.
La formación del gobierno representativo en México (1808-1824), pp. 137, 183.
27 Alicia Tecuanhuey, La formación del consenso por la independencia. Lógica de la ruptura del

juramento. Puebla, 1810-1821, pp. 199-202. Por entonces no tuvieron efecto esas pretensiones y
hubieron de reducirse a elegir diputado en la persona de Patricio Furlong, Carlos Herrejón,
La Diputación Provincial…, p. 13.
28 Estos ayuntamientos impulsaron el protagonismo de los pueblos, que se fue dando

en el decurso de la guerra como defensa frente a antirrealistas, insurgentes o bandoleros, en


Juan Ortiz, Guerra y Gobierno. Los pueblos y la independencia de México.
29 Hijo de Juan José de Oteyza, originario de Navarrete, y de Josefa de Vértiz, criolla de

la ciudad de México. Se graduó de licenciado y maestro en artes (filosofía), los días 19 de agosto
y 28 de octubre de 1807. Licenciado y doctor en teología, el 22 de noviembre de 1810, en
Fernández, Grados de licenciados…, pp. 198, 206. La grafía del apellido suele aparecer también
como Oteyza.
30 Oteiza, Sermón …

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qué el rey había abolido la Constitución y cómo luego había recapacitado:
“Con sus seductivos discursos logran estos pérfidos sorprender el ánimo
desprevenido del joven Monarca, lo engañan, lo alucinan”. Pero de buenas
a primeras se dio el cambio y retóricamente el orador habla con el rey:
“Accediendo a los votos de tus súbditos, has economizado sangre, y te has
mostrado su verdadero padre”. Y lo hace hablar con estas palabras: “Me
convencieron al fin de que era preciso retroceder del camino que incauta-
mente había tomado”.31
Salta a la vista que en esta pieza se subraya, más que en otras, la ingenui-
dad atribuida a Fernando al abolir la ley fundamental, así como su decidida
voluntad al restaurarla; actitudes increíbles, puesto que bien sabía el orador,
hasta por papeles públicos, tanto de la violencia con que se había vuelto al
absolutismo en 1814 con libre agrado del monarca, como de su muy forzada
aquiescencia a la hora de restaurarse la Constitución. Más bien se podría
hablar de la mal encubierta ingenuidad de los oradores que no hallaron
otro recurso para salvar la malparada imagen del monarca.
A fin de evitar toda suspicacia sobre influencias de constituciones de
la Francia revolucionaria y otras, el cura de Santiago retoma el tema de la
constitución histórica de España, exagerando su impronta en la gaditana:

Manifestaros con la mayor claridad que nada contiene nuestra Constitu-


ción, que no se halle consignado del modo más auténtico y solemne en los
diferentes cuerpos de la legislación Española, y que cuanto se lee en sus
artículos acerca de la libertad e independencia de la Nación, de los fueros
y obligaciones de los ciudadanos, de la dignidad y autoridad del Rey y de
los tribunales, del establecimiento y uso de la fuerza armada, y del método
económico y administrativo de las provincias, es lo mismo que tenían ya dis-
puesto muchos años antes de las leyes fundamentales de Castilla, de Aragón
y de Navarra.32

31 Ibid., pp. 34-35, 37, 39.


32 Ibid., pp. 42, 49.

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Se inaugura la cátedra de Constitución

En la ciudad de México, al igual que en otras poblaciones del país, se vivían


sentimientos encontrados, pues, por una parte, seguía la euforia por el res-
tablecimiento de la Constitución como antídoto de males y llave maestra de
todos los bienes; mas, por otra, los ánimos de la mayoría estaban inquietos
y a disgusto por las reformas que veían contrarias a la Iglesia. El descontento
de muchos iba creciendo, pues el 21 de octubre se dio otro decreto: sobre
supresión de monasterios.
Ese malestar parecía darse en sordina, y además había en México
quienes aplaudían las reformas; de entre ellos, peninsulares herederos
del regalismo avasallante de la Iglesia y algunos criollos que lo compar-
tían. Tal vez entre estos se numeraba el licenciado Blas Osés y Pérez,
quien, siendo bachiller en Cánones, había iniciado su pasantía en 1815 hasta
llegar a ser abogado de la Audiencia de México a partir de 1818,33 rector del
Colegio de Santa María de Todos Santos y secretario de la Junta Provin-
cial de Censura.
El 28 de diciembre de 1820 pronunció un discurso académico en ala-
banza de la Constitución. A diferencia de las demás piezas retóricas, esta no
es sermón, su dimensión religiosa es mínima, fue pronunciada por un laico
y en ámbito no sagrado sino profano académico. La ocasión no era simple-
mente sumarse a la fila de oraciones retóricas en loor de la Constitución,
sino se hacía como el punto de arranque de una inédita asignatura en la
Universidad de México, nada menos que la nueva cátedra sobre Constitu-
ción; diríamos ahora: Derecho Constitucional, cuyo primer catedrático era
el mismo orador.34 Pero su absoluto silencio acerca de las reformas de las

33 Blas Osés y Pérez, nacido en Salamanca, España; abogado de la Audiencia de México,

22 de septiembre de 1818; hijo de Juan Ramón de Osés, alcalde de crimen de la Audiencia


de México, y de Juana Pérez de Sanz, Alejandro Mayagoitia, “Aspirantes al Ilustre”, pp. 480,
509; Mayagoitia, “Notas sobre pasantía y pasantes”, p. 389.
34 Blas Osés, Oración inaugural en la apertura de la Cátedra de Constitución de la Universidad

literaria de México, pronunciada el día 28 de diciembre de 1820 por el ciudadano don Blas Osés,
abogado de la Audiencia territorial de esta N. E., rector del Colegio i. v. de Santa María de Todos
Santos, Secretario de la Junta Provincial de Censura establecida en esta capital, socio voluntario de

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Cortes madrileñas hubo de decepcionar a más de alguno del auditorio, o de
convencerlo de que Osés unía su liberalismo a un rancio regalismo.
Frente al emotivo sermón del cura queretano, contrasta el tono mesu-
rado del abogado Blas Osés,35 quien al tocar estos temas se aparta de hablar
de ingenuidades y de suponer en el monarca cierto autodespojo de su poder
absoluto. Más bien, insiste en los seis años de oprobio del retorno del abso-
lutismo: “No se borrarán nunca de nuestra memoria”.36
La pieza oratoria de Oteiza, al igual que el discurso de Osés, se hallaba
enmarcada en una inauguración; pero, mientras la del abogado giraba en
torno a la nueva cátedra de Constitución, la del orador queretano pretendía
sacralizar el develamiento de la lápida y la estatua conmemorativas de la
Constitución.
El abogado y catedrático de la Universidad señala sin ambages el ori-
gen y los límites del poder monárquico, denunciando a los panegiristas del
absolutismo:

El conocimiento de los derechos del hombre, de la formación de las socieda-


des y de la teoría del gobierno, que en los últimos tiempos ha llegado a ser
la ciencia favorita de todos los pueblos, y ha enseñado a los monarcas que
también ellos tienen obligaciones que cumplir, y que toda su autoridad, por
más brillantes que sean los títulos con que se adornen, tiene su origen en los
mismos súbditos sobre quienes la ejercen […] Y apenas puede concebirse cómo
han existido después escritores tan prostituidos y tan bajos que hayan lleva-
do la adulación hasta el estremo de persuadir a nuestros monarcas que no les
obligan las leyes o los pactos, cuyo cumplimiento ofrecieron bajo el juramento
más solemne al ceñirse la corona. ¡Opinión absurda, hija de la ignorancia, del
fanatismo y de los intereses particulares!37

la Academia Pública de Jurisprudencia teórico-práctica de la misma, y corresponsal de la de Buena


Educación de Puebla, y catedrático regente de la Cátedra de Constitución.
35 Blas Osés en julio de 1820 había pretendido, como otros, el oficio de secretario de la

Diputación Provincial de Nueva España, que recayó en José Manuel de la Sierra. El mismo
Osés seguiría figurando como secretario de la Junta Provincial de Censura en febrero de 1821,
en Herrejón, La Diputación Provincial…, t. i, pp. 35, 208.
36 Osés, Oración inaugural…, p. 18.
37 Ibid., pp. 5 y 8.

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En cuanto a la constitución histórica expresada en las Cortes desde la
Alta Edad Media, Osés no pondera tanto su semejanza con la Consti-
tución de Cádiz, cuanto su significado como ámbito de paz y libertad
mantenido durante siglos, pero cancelado por Carlos V al reprimir a los
comuneros:
“Las Cortes que habían permanecido en medio de las turbulencias
de la anarquía feudal no pudieron resistir los furiosos embates del poder
arbitrario, y hechas primero puramente formularias, vinieron al cabo a
desaparecer absolutamente de entre nosotros”.38
Finalmente, el abogado sintetiza las bondades del nuevo orden de cosas
y señala la más valiosa y sensible de las libertades: “Un gobierno represen-
tativo: un monarca, padre y no señor natural de sus pueblos: unos ciudada-
nos que, si tienen obligaciones que cumplir, también tienen derechos que
reclamar”. Y enaltece como la más perfecta forma de régimen “la monar-
quía moderada hereditaria: ella divide sabiamente los poderes legislativo,
ejecutivo y judicial, cuya confusión había causado tantos males: y ella por
último sanciona la libertad política de la imprenta, esa sagrada institución
de los pueblos libres”.39
Había pasado solo un mes del discurso académico, cuando se em-
pezaron a ejecutar las reformas, pues el 23 de enero de 1821 fueron ex-
pulsados de nueva cuenta los jesuitas.40 Y, a los siete meses de que se
pronunciaran las últimas palabras, la libertad de imprenta sería suspen-
dida por el virrey o, mejor dicho, Jefe Político Superior, Juan Ruiz de
Apodaca, decisión arbitraria cuyos efectos veremos adelante. El suceso
se concatenaba con la serie que había arrancado con el Plan de Iguala y
el movimiento Trigarante.

pp. 11-13.
38 Ibid.,

pp. 15-16, 3-7.


39 Ibid.,
40 Alamán, Historia de México…, t. v, pp. 36-37.

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II. La trigarancia

Que día y noche mediten la Constitución

Mientras Iturbide hacía su última campaña realista e iniciaba la trigarante,


el proceso de la restauración de la Constitución, así como de las institucio-
nes que conllevaba, seguía su marcha en Nueva España. De tal manera, el
11 de marzo de 1821 el obispo de Puebla Antonio Joaquín Pérez, de nueva
cuenta tejía una perorata frente a electores. En efecto, conforme al artículo
86 constitucional, celebró misa solemne del Espíritu Santo en su catedral,
a la que concurrieron los electores de provincia presididos por el jefe polí-
tico de ella. Luego que terminó la misa, les dirigió un breve discurso, reco-
mendando tuvieran en cuenta las prendas y virtudes que debería tener un
diputado a Cortes, cuya elección iban a llevar a cabo, una vez que salieran
de catedral y ocuparan las casas consistoriales.
Entre las prendas que el obispo señaló para el diputado a Cortes, la pri-
mera fue: que sea “un hombre que sin dejar de la mano la Constitución de
la Monarquía Española, día y noche medite los diez títulos de que consta,
penetrándose bien su encadenamiento, de su correspondencia y maravillosa
armonía”.41
Recomendación tan obvia como indispensable por su no raro incum-
plimiento. La siguiente también parecería superflua, pero en el momento
no lo era para nada. Dice en efecto: “Será indispensable que sea un cristia-
no, católico, apostólico, romano, que teniendo en el corazón y en la mente
la creencia pura de sus padres, la conserve intacta, no prestándose jamás a
sufragar leyes que no sean notoriamente sabias y justas, y que no propendan
abiertamente a protegerla”.42
En esos días se aplicaban decretos de las Cortes que mermaban insti-
tuciones o atribuciones de la Iglesia. Y para entonces es muy probable que
Iturbide ya hubiera entrado en comunicación con el mismo obispo Joaquín

41 Pérez, Discurso…, p. 4.
42 Ibid., p. 5.

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Pérez, exponiéndole el Plan de Iguala, protector de la religión, precisamente
en la coyuntura de las leyes antieclesiásticas.
Otra recomendación del obispo tiene que ver con la división de pode-
res. Dice:

Es menester un hombre que, si blasona de amante de la patria, ni endurezca


en los debates, ni deserte las votaciones del Congreso, cuando prevea que la
firmeza de su raciocinio y la imparcialidad de su sufragio podrán contribuir a
salvarla de algún peligro, y señaladamente del que se derive de la compenetra-
ción de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial; teniendo entendido que
mientras permanezcan deslindados, el árbol de la libertad florecerá.43

Este discurso del obispo Pérez tiene como trasfondo la campaña de Iturbi-
de, primero en el conato de sofocar la insurgencia sureña y luego en diseñar
su plan y campaña de otra insurgencia, la trigarante.44 En efecto, luego de
unos reveses y un triunfo de sus tropas, ocurridos en enero de 1821, Itur-
bide lleva a cabo otra campaña, la epistolar, dirigida a militares, políticos,
eclesiásticos y gente de negocios, en que va avanzando en la propuesta de
una instauración de la paz y de un gobierno supremo, piadoso y liberal.45
Finalmente redacta y proclama el Plan de Iguala el 24 de febrero, envián-
dolo de inmediato a muchos de sus contactos e, inclusive, lo hace llegar al
virrey, que lo recibe el 27, condena públicamente a su autor el 3 de marzo y
lo declara fuera de la ley el 14 del mismo.
De tal suerte, el obispo de Puebla y su auditorio en catedral estaban al
tanto de semejantes sucesos, pero ni una palabra sobre ello, salvo la insis-
tencia en la protección de la religión, propósito que no se avenía con los
decretos reformistas y, en cambio, embonaba con una de las tres garantías.
Incluso, es más que probable que Iturbide se haya carteado con el prelado
de manera reservada.

p. 6.
43 Ibid.,
44 Rodrigo Moreno, La trigarancia. Fuerzas armadas en la consumación de la independencia.
Nueva España, 1820-1821, pp. 140-142.
45 Ibid., p. 159.

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Avance de la trigarancia

La coincidencia completa de Guerrero e Iturbide sobre la garantía de la


religión, incluido el rechazo de las reformas y un progresivo entendimiento
sobre las otras dos garantías, los llevaron a un encuentro en Teloloapan, el
14 de marzo. A partir de entonces, varios jefes criollos que militaban en el realis-
mo se fueron sumando al Plan de Iguala y ganaban territorios para la causa:
José Joaquín Herrera y Antonio López de Santa Anna tomaron Orizaba,
Córdoba y Alvarado entre fines de marzo y el mes de mayo, a cuyo término
se gana Xalapa. El propio Iturbide consigue el 8 de mayo, en entrevista, la
adhesión de Negrete y la inmovilización de José de la Cruz en la Nueva Ga-
licia; luego hace capitular a Valladolid el 20 de ese mes y entra a su ciudad
natal el 22 de mayo; ahí se reencontró con un antiguo amigo de su familia, la
principal autoridad eclesiástica, el ya mencionado arcediano y gobernador
de la mitra, Manuel de la Bárcena y Arce, con quien ya tenía correspon-
dencia epistolar.46 A partir de entonces se dio el mayor acercamiento entre
ambos, al grado de que, desde entonces, Iturbide hubo de proponerle que
colaborase con él.
Como la prensa, cuya libertad estaba consagrada por la Constitución,
señalaba los errores del gobierno y en cierta manera favorecía el movimien-
to, el virrey Apodaca consultó a la Diputación Provincial el 31 de mayo sobre
la conveniencia de suspender esa libertad. La corporación se apresuró a con-
testar sosteniendo enérgicamente las libertades gaditanas: “La Constitución,
señor excelentísimo, está íntimamente unida con la libertad de la imprenta,
tanto que se puede asegurar que es su esencia y espíritu, y por eso entre las
facultades de las Cortes se asigna expresamente la de proteger la libertad
política de la imprenta”. No obstante, el virrey, habiendo consultado a otras
corporaciones, decidió suspenderla por bando del 5 de junio. La Diputación

46 Salvo los años en que Bárcena y Arce fue párroco de Salamanca, 1793-1796, ambos
habían coincidido en Valladolid desde que llegó el peninsular en 1780 hasta 1805, cuando
Iturbide, ya militar, partió a la ciudad de México. Ambos estuvieron en el Seminario Tridenti-
no, el santanderino no pocos años como alumno, maestro y rector; Iturbide, por muy breve
tiempo, como estudiante de latín. De la Bárcena y Arce no fue su maestro ni su rector; lo
fueron el bachiller José María de Bezanilla y el doctor José Antonio Gallaga y Villaseñor.

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sostuvo el desacuerdo, reiterando el 16 de junio que no estaba en las facul-
tades del virrey, ni del rey siquiera, tal supresión y comunicando a las Cortes
que se había infringido “la parte más esencial de la Constitución”.47
A los pocos días de aquella suspensión, resonante victoria adquirieron
las tropas de Vicente Filisola en la hacienda de La Huerta, inmediata a Toluca,
el 19 de junio, uno de los pocos triunfos trigarantes con derramamiento de
sangre. En esa batalla habían participado tropas del Padre Izquierdo y algu-
nas que habían sido de Pedro Ascencio.48 Los sucesos a favor de la causa se
agolpaban. A los cuatro días, en Guadalajara se pronuncia notable sermón
encomiando la trigarancia por parte de uno de los más connotados intelec-
tuales de la insurgencia.

Contra la dominación española y contra las Cortes

En efecto, se trataba de una pieza oratoria, pronunciada en la capital de la


Nueva Galicia el 23 de junio por José de San Martín,49 que había sido vicario
general castrense del movimiento de Morelos y diputado del congreso. Pedro
Celestino Negrete había tomado pacíficamente esa capital diez días antes. La
pieza oratoria, la primera que conocemos impresa sobre la trigarancia, forma-
ba parte de los festejos. En ella no se explicita la anterior militancia del autor
en las filas insurgentes. Circunscribe su oración a las tres garantías, tratando
de enlazarlas con unas palabras de la primera carta de San Pedro: “Amad la
fraternidad, temed a Dios, tributadle honor al rey”, y elogia a los militares
que están haciendo realidad esas garantías. Es de notar que no insiste en la
figura de Iturbide; más bien habla de los primeros jefes, los valerosos jefes; y
de quien al final le merece encomio particular: “el inmortal Negrete”.50

47 Herrejón, La Diputación Provincial…, pp. 21-22, 343-345, 349-350 (Sesión i, 86, Se-

sión ii, 4).


48 Moreno, La trigarancia…, p. 212.
49 San Martín, Sermón que, en la Santa Iglesia, analizado y reproducido por Ana Carolina

Ibarra, Clero y política en Oaxaca: biografía del doctor José de San Martín, pp. 150-154, 244-277.
50 Alamán comenta este sermón y algunas de sus circunstancias en Alamán, Historia de

México…, t. v, pp. 141-143.

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Conforme al Plan de Iguala, señala la independencia de España, pero
sin desconocer al rey, al que se invitaba a ocupar el trono de la nueva na-
ción. Declara, pues, que el derecho natural y el divino, el canónico y el civil,
han autorizado a los americanos para proclamar su independencia de Es-
paña. Se pronuncia contra el derecho de conquista y contra las concesiones
pontificias. Cita a Francisco de Vitoria y a Domingo de Soto. Presupone el
contractualismo de la escolástica, el pacto social dictado por la naturaleza,
no el pacto social del voluntarismo rousseauneano. Señala que algunas leyes
de la dominación española eran útiles y luminosas, pero las oscurecían los
ejecutores.
Pero no abunda más en los agravios. Al contrario, en vista de la ne-
cesaria garantía de la unión, es enfático al decir “Olvidemos los ultrajes”.
En cambio, subraya la garantía de la religión, clamando contra los decretos
antieclesiásticos de las Cortes: extinción de órdenes monacales, expulsión
de monjas de sus conventos, supresión del fuero eclesiástico, etc. Y aclara:
“Bajo el pretexto de remediar abusos, minan los cimientos de la misma reli-
gión”. Y, más adelante: “La guerra por nuestra independencia es una guerra
de religión”. Sin embargo, en una de las notas parece estar de acuerdo en la
reducción de noviciados.
Aún se comentaba en Guadalajara el sermón de San Martín, cuando
el 27 de junio, luego de un mes de negociaciones y movilizaciones militares
“sin necesidad de abrir fuego”, Iturbide lograba la capitulación de Queréta-
ro.51 Así las cosas, las tropas expedicionarias de la ciudad de México obligaron
a Apodaca el 5 de julio por la noche que entregase el mando a Francisco
Novella, un golpe de estado al moribundo gobierno europeo de la colonia,
que ya solo contaba con dos ciudades de importancia, la capital y Puebla;
pero sobre esta ya desde los días del golpe se comenzaba formalmente el
sitio gracias a Nicolás Bravo y a José Joaquín Herrera.
De tal suerte, cuando el 30 de julio desembarcó en Veracruz el nuevo y
legítimo virrey, Juan O’Donojú, no tardó en ponderar que la independen-
cia de México era prácticamente un hecho.52

51 Moreno, La trigarancia…, p. 209.


52 William S. Robertson, Iturbide de México, p. 175.

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Jura en Puebla, patético discurso en Oaxaca

Puebla había capitulado el 28 de julio, el 2 de agosto entró Iturbide y el


5 se juró el Plan de Iguala. Luego del juramento, hubo misa cantada en
la catedral, con discurso del obispo Pérez, en el que se propuso “remover
hasta los menores escrúpulos que puedan combatir ese juramento”. Lo hace
ponderando las tres garantías, empieza con la independencia y termina con
la unión. Al hablar de la religión, no se refiere únicamente al reformismo,
sino a la ola de impiedad ilustrada: “Tantos libros sacrílegos, tantos roman-
ces envenenados, tantas imágenes obscenas, tantas representaciones de es-
carnio y tantos otros objetos de perdición, como son los que a pretexto de
promover la ilustración y refinar el gusto, se han dejado correr libremente
entre las personas más expuestas al contagio por su sencillez e ignorancia”.
Iturbide estaba presente, el orador no se explayó en alabarlo; se dirigió
a él en la peroración: “Proseguid en vuestra empresa, hijo de la dicha y de
la victoria; prestaos con docilidad a los altos designios que tiene sobre vos y
por vos la eterna providencia”.53
Alamán hizo un largo resumen de la pieza, comentando su trascenden-
cia política en especial por lo que se refiere a las últimas palabras citadas,
donde columbra la futura y fatal coronación de Iturbide.54
Oaxaca se había rendido ante el ejército de Antonio León el 30 de julio.
Con el fin de celebrar los triunfos de la trigarancia se organizó festejo el 28
de agosto, con función religiosa, desde luego, en la que un fraile merceda-
rio, Lorenzo Carrasco, ocupó la cátedra en el templo de San Felipe Neri de
esa ciudad, perpetrando curioso panegírico.
Es el discurso sermón más complicado de esta época por la infinidad de
citas y alusiones, no pocas relativas a acontecimientos de Europa, alternadas
con ironías, exclamaciones de lamentos, ira y alegría. El título ya nos previe-
ne: Patético alegórico discurso sobre las tres garantías Religión, Libertad y Unión.
Desde luego llama la atención que intercambia libertad por independencia.
¿Con qué intención?

53 Pérez, Discurso pronunciado por el Illmo. Sr. Dr. D. Antonio…, pp. 2, 5, 9.


54 Alamán, Historia de México…, t. v, pp. 170-172.

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La pieza está precedida de una advertencia de por qué incursiona en
política. También hay una descripción de las funciones religiosas celebra-
das en Oaxaca para implorar que la Providencia continuara prodigando sus
mercedes al primer jefe y a todo el ejército imperial.
Siguiendo la costumbre de iniciar con palabras de la Biblia, las toma del
capítulo V del Apocalipsis, versículos 5 y 14. “Venció el León de Judá […]
y los cuatro animales decían Amén”.55 Interpreta, en sentido muy acomo-
daticio que en Oaxaca venció el León de Judá, porque las armas trigarantes
han atribuido sus victorias no a sus propias fuerzas, ni a la cooperación
ciudadana, sino a providencia particular de Dios. Y de sobra la buscada
coincidencia entre el León de Judá y Antonio León. Insiste sobre la garantía
de la religión, acometiendo contra las leyes de las Cortes sobre reforma de
regulares y limitación de ordenaciones sacerdotales.56
Para Carrasco, y sin duda para su auditorio y lectores de entonces, la
Providencia guiaba los pasos de Iturbide, “ínclito, incomparable e invenci-
ble jefe que tan gloriosamente ha roto nuestras cadenas […] Más ingenioso
que Franklin, más humano que Berner, superior al grande y desinteresado
Washington”. Dedica dos párrafos de encomios a otros jefes de la triga-
rancia, de quienes tenía registro: Guerrero, Parrés, Barragán, Negrete, Bus-
tamante, Echávarri, Cortázar, Bravo, Herrera Horbegoso, Durán, Reguera,
Iruela, Rincón, Filisola, Santa Anna, Amiota, Flon, Fernández, Miranda,
León, González.57
Incluye una alusión a la independencia de las naciones de América
del Sur, pero no deja su alegorismo al traer a colación las cuatro imágenes
simbólicas del Apocalipsis, dándoles un sentido muy acomodaticio. En Ca-
rrasco, el león representa a los militares trigarantes; el águila, a los eclesiás-
ticos; el hombre, a las corporaciones; y el buey, al pueblo.58 Tan luego bajó

55 Los cuatro animales simbólicos, que la iconografía católica ha referido a los cuatro evan-

gelistas, son: el león, San Marcos; el águila, San Juan; el hombre, San Lucas; el buey, San Mateo.
56 Lorenzo Carrasco, Patético alegórico discurso sobre las tres garantías: religión, libertad y unión.

Que en solemne acción de gracias por las victorias del Egercito Imperial Trigarante, implorando el patro-
cinio de María Santísima, celebraron en el Oratorio de San Felipe Neri, los Sres. Intendente interino, con
los Gefes y empleados de las oficinas de Hacienda pública, y otros patriotas beneméritos de la ciudad de
Antequera, Valle de Oaxaca, pp. 9, 13.
57 Ibid., pp. 17, 19, 20.
58 Carrasco, Patético alegórico discurso…, pp. 26, 27.

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del púlpito, el fraile mercedario se dio a la tarea de preparar la publicación del
discurso, agregándole doce páginas de notas, para que no quedara duda.

La insurgencia en el Manifiesto de Bárcena y Arce

La trigarancia recorría triunfante el país, pero aún faltaba la ciudad de México


y, aunque cada vez menos, quedaban algunos reticentes. Para esas fechas,
agosto de 1821, ya se había publicado en Puebla, reimpreso luego en la ciudad
de México, el más notable escrito de Manuel de la Bárcena y Arce. No es
pieza retórica pronunciada, sino un ensayo argumentativo, donde lo impor-
tante es la demostración razonada, bien que tenga vuelos retóricos, como
que la intención es persuadir mediante análisis en que condensa hechos y
los valora. El título completo ya lo dice: Manifiesto al mundo, la justicia y la
necesidad de la independencia de la Nueva España.59 Su objeto no es la explica-
ción encomiosa de las tres garantías, aunque las toca, sino la defensa pro-
bativa de solo una de ellas. No pertenece al género de este trabajo y ha sido
analizado no pocas veces;60 ocupa lugar eminente en los escritos de Bárcena
y Arce, de manera que a su luz se comprende más adecuadamente el resto
de su pensamiento, desde luego las piezas oratorias. Contiene un párrafo
revelador sobre lo que él mismo pensaba de la primera insurgencia y que tal
vez no se ha subrayado suficientemente. Estima que, a raíz de la crisis de la
monarquía en 1808, las Indias quedaron en plena libertad de constituirse a
sí mismas. Tilda de gobierno despótico al que cortó los intentos de autono-
mía del Ayuntamiento de México, y continúa:

Varias causas detuvieron la empresa hasta que el día diez y seis de septiembre
de 1810 la precipitó Hidalgo con un pueblo bisoño en la guerra y con solo
las armas que el furor ministraba; no aprobamos su conducta, fue impolítica
y sanguinaria, y no se halla disculpa sino en la misma desesperación que le

59 Bárcena…,
Manifiesto al mundo.
Ávila, “El cristiano constitucional. Libertad, derecho y naturaleza en la retórica de
60

Manuel de la Bárcena”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, pp. 35-39.

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arrebató, viendo repetidos y abandonados los derechos de su patria; el fin era
justo, los medios fueron injustos y desordenados. Faltaba al reino un hombre,
ya le tiene, ahora ya es otro el sistema y otros los medios.61

De tal suerte, por encima de la Constitución de Cádiz, en que la Nueva


España seguía sujeta a la corona española, De la Bárcena y Arce ponde-
ra que desde 1808 podía constituirse en forma independiente, alude a sus
derechos abandonados y tiene por justo el objetivo de la empresa de Hidal-
go, la independencia, bien que haya desaprobado los medios. Se arguye
incongruencia en tal pensamiento del arcediano, considerando que había
jurado obediencia al rey desde el absolutismo y luego a la Constitución,
confirmada en el sermón de 1808 y en las alocuciones en torno a la Carta
gaditana. Alguno podría contestar que lo mismo hicieron gran parte de los
insurgentes: respuesta que explica, pero no justifica. Con base en la docu-
mentación que tuvo a la mano Alfredo Ávila, se pregunta con lógica: “¿Cuál
puede ser la consistencia (y la importancia) de un hombre que, primero,
se declara admirador de un monarca absoluto (en 1808) y después de una
Constitución liberal (1812 y 1820); crítico acérrimo de los movimientos de
independencia (en 1810 y todavía a comienzos de 1821) y luego partidario
de la emancipación?”62
Me parece, sin embargo, que hay que tomar las aguas de más arriba,
pues hay otro factor en la vida de Bárcena y Arce que lo inclinaba desde
principio de siglo a la liberación de trabas, e inclusive a aprobar la violencia
contra la tiranía; todavía más, desde entonces hablaba “de la libertad que
debían tener las naciones para ser independientes”, conforme a la relación de
cargos ante la Inquisición de 1801 a 1811, tema al que ya hicimos referencia
señalando ciertas lecturas del santanderino.63 De tal suerte, el sermón de
1808 fue la oportunidad para expresar su palinodia entre renglones y no
caer en condena formal de la Inquisición, cuya supresión cortó el avance
del proceso, lo que explica su elogio, en 1812 y 1820, de la Constitución.

61 Bárcena, Manifiesto al mundo…, p. 9.


62 Ávila, “El cristiano constitucional…”, p. 26.
63 Sierra, “El excomulgador de Hidalgo”, Historia Mexicana, pp. 186-187. Cita la misma

fuente ya referida a propósito de lecturas de Bárcena y Arce: agn, Inquisición, v. 1433, n. 16,
f. 115-149.

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Ya vimos que en el discurso a los electores de septiembre de 1820 había
dicho: “Me es permitido hablar con libertad”, cosa negada por la Inquisición,
y luego tanto por el intransigente realismo represor como por el restaurado
absolutismo. La desaprobación de la insurgencia de Hidalgo se debió a su
carácter xenófobo y sanguinario. Hubo, pues, de parecerle inalcanzable esa
independencia e inútiles los esfuerzos por lograrla. En cambio, lo bueno, si
no lo mejor, llegó a estar al alcance de la mano con la Constitución desde
1812. Su adhesión a la independencia por otras vías tiene el antecedente
señalado: desde principio de siglo hablaba “de la libertad que habían de
tener las naciones para ser independientes”.

Tres garantías, tres preceptos del amor

Un colega de Bárcena y Arce en la clerecía michoacana, destacado intelec-


tual como él, era el párroco de San Miguel el Grande, Francisco Uraga,64
quien el 2 de septiembre de 1821 dijo en su parroquia una de las primeras
piezas que celebraron las Tres Garantías, antes de la consumación de la in-
dependencia. Se trataba precisamente de la jura de dichas garantías.65
Uraga, hablando en San Miguel, lugar tan importante para la primera
insurgencia y patria de Allende, únicamente se refiere a ella de manera im-
plícita, pues apenas alude a las vejaciones que sufrieron los españoles, léase
también criollos, en sus bienes y personas “la vez pasada”.66

64 Francisco de Paula Javier Uraga Pardo y Barrazategui, hijo de Santiago Uraga y de María

Antonia Pardo Verástegui, ambos de Guanajuato. Se graduó de licenciado en teología el 11 de


abril de 1794, y de doctor el 21 de noviembre de 1795, en Fernández, Grados de licenciados,
p. 159. Poseedor de una amplia cultura, que incluía obras modernas, parece, no obstante,
que, en los años precedentes a la primera insurgencia y durante ella, se distinguió por ape-
garse a una ortodoxia a la caza de heterodoxias o de doctrinas sospechosas, según interpreto
en datos aportados por Carlos Juárez, “El Dr. Francisco Uraga…”, pp. 331-338.
65 Francisco Uraga, Discurso político moral que en la explicación de las Tres Garantías juradas

el día dos de septiembre de este año [1821] en la villa de San Miguel el Grande predicó [ …].
66 Ibid., p. 21.

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La población de San Miguel había sufrido largamente la guerra por parte
de realistas, insurgentes y bandoleros. La mayoría anhelaba la paz y, en este
sentido, se habían querido defender de nuevos ataques. Prevalecían dudas
sobre el nuevo movimiento. Al final se resolvieron no solo a adherirse al
Plan de Iguala, sino a jurarlo con solemnidad. La intervención de Uraga es
la explicación clarificadora de la nueva situación.
Las tres garantías son explicadas de acuerdo con los tres preceptos cris-
tianos derivados del amor: el amor de Dios exige la religión, el amor de sí
mismo demanda la independencia y el amor del prójimo postula la unión.
El objetivo, pues, de la pieza de Uraga es inculcar el nuevo proyecto que,
en la tercera garantía, la unión, subrayaba la diferencia frente a la insurgen-
cia anterior. Con todo, la realidad había sido más compleja. Tal unión ha-
bía sido propuesta por los mismos insurgentes, particularmente por Ignacio
Rayón, sin salirse de la monarquía, pero siempre a condición de que el go-
bierno quedara en manos de criollos. La diferencia ahora consistía en que, a
pesar de la independencia de España, los peninsulares residentes no serían
excluidos de algunos puestos directivos. Según Uraga, la independencia se
hacía necesaria por la mayoría de edad de la nación mexicana, por la distan-
cia respecto a la metrópoli y por el carácter despótico que habían asumido
los gobiernos españoles, dejando en el atraso los reinos de ultramar y tratan-
do con desprecio e insolencia a sus habitantes, argumentos que se encuen-
tran en el Manifiesto de Bárcena y Arce. Por lo mismo, Uraga, al hablar de la
unión, se vuelve a los hispanos y los exhorta a deponer la actitud altanera.
Mas frente a los criollos y demás nacidos en la Nueva España Uraga ponde-
ra los beneficios recibidos de España, separándose así de la hispanofobia de
Hidalgo y de muchos de los posteriores discursos septembrinos.

La religión frente al programa reformista

La garantía de la religión merece consideración especial. Como hemos


visto, las nuevas Cortes de España no solo habían reafirmado el orden pres-
crito en la constitución de Cádiz, que representa un liberalismo muy
moderado, sino que habían lanzado un reformismo inquietante en materia

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eclesiástica.67 Además, Nueva España no era la Península. Por todo ello, Ura-
ga truena contra

Decretos en que a un solo golpe de pluma se ve caer por tierra la antigua disci-
plina de la Iglesia, quedar sin uso el derecho canónico, destruirse las relaciones
que por derecho divino deben mediar entre las ovejas y los corderos con su
Pastor universal, abolirse las religiones, cerrarse los claustros, desaforarse a los
eclesiásticos, quitarse a la Iglesia los diezmos para trasladarlos al fisco real; por
consiguiente, privar a los templos del debido culto y a sus ministros del alimen-
to y decoro necesario.68

La trascendencia de esta crítica, referida por no pocos oradores y escritores


del momento, ha sido subrayada por Jaime del Arenal:

Los decretos aprobados por las Cortes españolas entre agosto y octubre de 1820
en materia eclesiástica fueron, pues, interpretados por los actores de la fase
final de la independencia mexicana como una de las causas más relevantes
de esta, si no es que como “la causa” […] Los documentos suscritos por Iturbide
desde enero de 1821 manifiestan el mismo propósito: la independencia se jus-
tifica y se hace necesaria para salvar a la religión católica. 69

Si examinamos la crítica de Uraga y otros a la luz de la primera insurgencia,


encontramos coincidencia. Hidalgo, Morelos y los demás clérigos que se
lanzaron a la lucha habían resentido el reformismo borbónico contra las
atribuciones y privilegios de la Iglesia. El carácter religioso de la lucha em-
prendida por Hidalgo contra la supuesta impiedad del gobierno español no
era solo por la reciente invasión de impíos franceses en la Península, sino
por los programas que desde el despotismo de Carlos III habían causado
resentimiento en el clero novohispano, particularmente en el obispado de

67 Manuel Revuelta, “La Iglesia Española ante la crisis del Antiguo Régimen (1803-1833)”,

pp. 88-91; Nancy Farriss, La corona y el clero en el México colonial, 1579-1821. La crisis del privi-
legio eclesiástico, pp. 227-228.
68 Uraga, Discurso político…, p. 8.
69 Jaime del Arenal, Un modo de ser libres. Independencia y Constitución en México (1816-1822),

pp. 122, 124-125.

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Michoacán, donde las represiones habían sido sangrientas. Luego vino la
representación que en defensa de la inmunidad eclesiástica y en nombre del
obispo San Miguel dirigió a la corte Abad y Queipo en 1799, y la otra ela-
borada por el propio Abad contra el despojo de los capitales de capellanías
y obras pías en 1804.70 Fuera del obispado de Michoacán, tal carácter reli-
gioso y antirregalista de la insurrección sería subrayado por Matamoros, en
una de cuyas banderas se leía “Morir por la Inmunidad Eclesiástica”,71 tema
por lo demás consignado en la prensa insurgente.72 Morelos, en respuesta
al obispo Manuel Ignacio del Campillo, le decía: “Somos más religiosos que
los europeos”. Asimismo, tenían presente que uno de los primeros decretos
del Congreso de Chilpancingo había sido la restitución de la Compañía de
Jesús.73 De manera que, al tener noticia de los decretos contrarios de las
Cortes, vieron que continuaban la impiedad y la irreligiosidad de gachupi-
nes, denunciadas desde Hidalgo: “Ellos no son católicos sino por política;
su dios es el dinero”.74

Excursus necesario en torno al reformismo

Parece que esta coincidencia no ha sido tomada mayormente en cuenta por


la historiografía. En cambio, la raigambre regalista del reformismo español

70 David A. Brading, Una iglesia asediada. El Obispado de Michoacán, 1749-1810, pp. 255-256.
71 Carlos María Bustamante, Cuadro histórico de la Revolución mexicana, t. ii, p. 149.
72 Ilustrador Americano, sábado 12 de septiembre de 1812, núm. 23, p. 71; Semanario Patrió-

tico Americano, domingo 26 de julio de 1812, núm. 2, pp. 11-25; domingo 23 de agosto de
1812, núm. 6, p. 63; domingo 30 de agosto de 1812, núm. 7, p. 73.
73 Ernesto Lemoine, Morelos, su vida revolucionaria a través de sus escritos y otros testimonios

de la época, pp. 184, 421. Los principales ataques a los jesuitas, y su demonización, en el
siglo xviii, renovados en las Cortes de Madrid, han sido discutidos en José Eduardo Franco,
“Retórica de la conspiración y legitimación del combate a la Compañía de Jesús. Doctrina y
mito de los jesuitas según el Marqués de Pombal”, en Alfonso Alfaro et al., Francisco Xavier
Clavigero, un humanista entre dos mundos. Entorno, pensamiento y presencia, pp. 45-82.
74 Alberto Cue, Miguel Hidalgo y Costilla, Documentos de su vida: 1750-1813, t. iii, p. 306.

Otros testimonios de la religiosidad pregonada por insurgentes frente a la impiedad europea


en Herrejón, “Razones de la primera insurgencia”, pp. 130-131,142-143.

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ya ha sido señalada y matizada. La reacción en España por parte del clero
ante esas reformas da para reflexiones:

… los hombres del Trienio abordaron la reforma eclesiástica en términos de


organización, tratando de acoplar tal conglomerado institucional a las nuevas
realidades políticas. La reforma estuvo guiada más que por pautas anticlerica-
les, presentes en algunos sectores del liberalismo exaltado, por un deseo de
integración del clero en el marco constitucional. Los liberales comprendie-
ron la enorme importancia del clero como posible vehículo de transmisión
de ideas e, incluso, de expansión de la idea constitucional. Al fin y al cabo, la
Constitución por su naturaleza confesional era perfectamente compatible con
la religión católica. Por su parte, el clero en 1820 no se opuso mayoritariamen-
te al restablecimiento de la Constitución. Admitieron inicialmente el nuevo
sistema e incluso algunos prestaron un colaboracionismo más o menos activo,
que irá disminuyendo conforme el régimen emprenda su política reformista
[…] Aunque con sentido distinto, la óptica del reformismo liberal es continua-
dora del intervencionismo borbónico en cuestiones religiosas, de corte ilus-
trado, bajo la política regalista. Se trató de una reforma “desde afuera”, ante
la incapacidad de autorreforma de la iglesia, en gran medida determinada por
las insuficiencias intelectuales de un clero mentalmente identificado con las
formas y actitudes tradicionales del Antiguo Régimen.75

Saltan a la vista las semejanzas de tal situación del clero en la Península con
el de Nueva España, y cómo por otras varias razones la independencia de
México no suscitó oportunamente una reforma de la Iglesia desde dentro,
sino hasta después de la Reforma liberal. Pero también habría que conside-
rar a los clérigos liberales, que los hubo en México desde los albores de la
independencia. A propósito de España, dice otro de sus historiadores:

El malestar ante este asalto a sus privilegios [de la Iglesia] ayuda a entender que
la jerarquía de la iglesia española se negase a aceptar la opción de un sector

75 Ángel Bahamonde y Jesús A. Martínez, Historia de España, siglo xix, p. 136. La pre-

sencia del regalismo en el reformismo español ha sido tratada en Martínez Albesa dentro
de amplia y profunda visión sobre el liberalismo y la Iglesia en México, Emilio Martínez, La
Constitución de 1857. Catolicismo y liberalismo en México, t. i, p. 581.

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del clero en el que figuraba buena parte de sus miembros más ilustrados, que
trató de acomodarse al liberalismo y de dar una nueva dimensión a su función
social, abriéndose al mundo moderno. La feroz persecución a que se sometió
posteriormente a estos clérigos liberales ha llevado a que se silencie su propia
existencia y a que se ignore que hubo una posibilidad de compromiso entre la
iglesia y el estado que hubiera podido evitar los graves enfrentamientos poste-
riores.76

Desde luego hay que precisar que no pocos de los decretos reformistas iban
más allá de acabar privilegios. La supresión de órdenes religiosas, la prohi-
bición de noviciados, la reducción del clero y otras medidas no trataban de
privilegios, sino de injerencia en la vida eclesiástica. Esta confusión priva
en la historiografía sobre el reformismo. En cuanto a clérigos liberales, bien
sabemos nombres y papel de mexicanos desde Arizpe hasta Mora. No pasó
lo mismo que en España, pero sí se echa de menos que gran parte de la je-
rarquía no haya construido puentes oportunos hacia ellos para emprender
la constante reforma de la Iglesia desde dentro; primero, porque no la hubo,
y luego faltó voluntad.

La independencia, constitutivo de las naciones

Para terminar, volviendo a la trigarancia, escuchemos de nuevo al clérigo


que no se cansaba de subir al púlpito y ahora resumía la euforia de aquellos
tiempos en la breve Oración gratulatoria a Dios por la Independencia mexi-
cana el 6 de septiembre.77 Manuel de la Bárcena y Arce no cabía de júbilo
y elevó al plano ontológico la inminente consumación de independencia:
“Hemos conseguido la empresa más grande y más gloriosa que se nos podía
presentar: la emancipación absoluta, la soberanía nacional. Cuanto va del

76 Domínguez, Fontana y Villares, Historia de España, v. 6, p. 99.


77 Bárcena, Oración Gratulatoria a Dios que por la Independencia Mejicana dijo en la Catedral
de Valladolid de Michoacán el Dr. D. Manuel de la Bárcena, Arcediano de ella y Gobernador de la
sagrada Mitra el día 6 de septiembre de 1821, pp. 203-207.

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no ser al ser, de la muerte a la vida y de las tinieblas a la luz, otro tanto va de
ser un pueblo súbdito a ser independiente. La independencia es el constitu-
tivo de las naciones y el primer cimiento de su prosperidad”.
No deja de llamar la atención decir que la independencia es el consti-
tutivo de las naciones. Ya Hidalgo estimaba que México (la América) era
una nación distinta de España y, por lo tanto, tenía que ser independiente,
contra el sentir de Riaño, para quien solo era parte de la nación, esto es, de
toda la monarquía española.78 Pero al mismo tiempo De la Bárcena y Arce
contrasta el valor, la prudencia y la generosidad de Iturbide trigarante con
el fracaso y desastre de la primera insurgencia: “La divina Providencia ha
conducido con su mano al autor de la empresa, al libertador de la nación, al
hijo querido de la patria: con su valor sereno, con su prudencia admirable y
con su política generosa ha sabido dar cima feliz a la grande obra que otros
habían emprendido en vano y desastrosamente”.79
El triunfalismo del arcediano parece moderarse cuando columbra los
riesgos de las metas alcanzadas por la fragilidad humana de los mexicanos:
“Si la santa religión padece detrimento, si el reino es oprimido, si no pros-
pera como debe, la culpa será nuestra”. De aquí que, en tono exhortatorio,
enfatice sobre qué fundamentos ha de reposar la estabilidad de la patria:
“Sea la Religión nuestro norte, la Unión nuestra fuerza, y nuestra prenda
la Independencia: Religión, Unión, Independencia: estas son las tres celes-
tiales garantías, son tres inmobles columnas que el artífice puso, para sobre
ellas levantar con solidez y sostener eternamente el edificio nacional”.80

78 Véase la intimación de Miguel Hidalgo y la respuesta de Riaño, así como la proclama

de Hidalgo en Guadalajara.
79 Bárcena, Oración gratulatoria…, pp. 203-205.
80 Ibidem, p. 206.

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Apuntes biográficos sobre un clérigo montañés
en la independencia de Nueva España.
Manuel de la Bárcena y Arce (1768-1830)1

Juvenal Jaramillo M.2

En muchos países hispanoamericanos se tiene a los firmantes del acta


de Independencia como los padres de la patria. En México no es el caso.
Aquí la historiografía le ha reservado a Miguel Hidalgo ese carácter. De no
ser así, en México se tendrían treinta y seis padres de la patria. La gran ma-
yoría de ellos son poco conocidos. Acaso se cuenta con estudios parciales
o fragmentarios sobre ellos. El propósito principal de este texto es acercar
al lector al conocimiento de uno de aquellos que, además de figurar como
firmante del Acta de Independencia del Imperio Mexicano, formó parte
del primer órgano de gobierno que tuvo el México independiente. Nos
referimos a Manuel de la Bárcena y Arce, y con este texto buscamos apenas
trazar algunas líneas sobre su biografía, así como esclarecer su pensamiento
y su presencia en el momento del tránsito de la Nueva España al Imperio
Mexicano.
Sobre Manuel de la Bárcena se han escrito ya tres trabajos de gran im-
portancia y que han abierto camino para el estudio y conocimiento del per-

1 Este texto es una versión preliminar y muy resumida del proyecto de investigación que

desarrollo actualmente como investigador del Centro Instituto Nacional de Antropología e


Historia-Michoacán y que pretendo ver publicado como una biografía amplia sobre Manuel
de la Bárcena y Arce.
2 Centro Instituto Nacional de Antropología e Historia-Michoacán.

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sonaje. Uno de ellos es de la autoría de Alfredo Ávila3 y dos de Tomás Pérez
Vejo.4 Fue el primero de estos autores el que primeramente acometió el
estudio de aquel clérigo santanderino de manera amplia, objetiva, imparcial
y analítica mediante lo que él llamó “una biografía intelectual”, situando su
pensamiento en un escenario que permite conocer más de cerca al persona-
je y rescatándolo del viejo sitial de descalificaciones en el que lo habían co-
locado varios de los historiadores que se habían referido a él anteriormente.
Los trabajos de Tomás Pérez Vejo redimensionan la figura del personaje
y muestran la red de inmigrantes montañeses de la segunda mitad del
siglo xviii que llegaron a posicionarse política y económicamente en la Nue-
va España y de la que formó parte Manuel de la Bárcena. Son varias sus
aportaciones, pero la principal es precisar diferentes conceptos que se han
empleado un tanto cuanto anacrónica, ligera y acríticamente para adjetivar
a los de la generación y circunstancia de Manuel de la Bárcena.
Sin embargo, ninguno de los anteriores textos puede considerarse pro-
piamente una biografía del personaje en cuestión, pues han dejado de lado
facetas y etapas muy importantes en la vida del personaje objeto de estudio
y que contribuyen a explicar su pensamiento y sus relaciones con hombres
del poder. Aún más, omitieron totalmente el proceso que la Inquisición le
siguió durante cerca de seis años y en el cual encontramos elementos que
nos revelan un rostro desconocido de Manuel de la Bárcena y que a la vez
nos lo explican.
Si bien Manuel de la Bárcena no nos legó un texto de gran profundi-
dad, de una importante extensión o en el que esbozara a grandes rasgos el
conjunto de su pensamiento, sino diversos sermones, oraciones, discursos y
manifiestos en los que expresó su posición ante personajes y circunstancias
bien concretos, estamos en condiciones de señalar que el hecho de haber
pertenecido a la familia y círculo cercano al obispo fray Antonio de San
Miguel, así como su condición de gran catedrático, orador sagrado y gober-
nador eclesiástico le permitieron ejercer una importante influencia social
en su tiempo.

3 Alfredo Ávila, “El cristiano constitucional. Libertad, derecho y naturaleza en la retóri-

ca de Manuel de la Bárcena”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México.


4 Tomás Pérez Vejo, “Manuel de la Bárcena y Arce, una vida entre dos mundos”, Historia

Mexicana y Tomás Pérez Vejo, Manuel de la Bárcena y Arce. Obras completas.

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Familiar y paisano del obispo fray Antonio de San Miguel

Manuel de la Bárcena formó parte de la familia episcopal de fray Antonio


de San Miguel (1784-1804) durante diez años, cuando este fraile jerónimo
ocupó la mitra de Michoacán. Es decir, se contó entre aquel grupo de jóve-
nes que sirvieron al obispo en alguno o algunos de los empleos que deriva-
ban de la investidura episcopal y como príncipe de la Iglesia, y esa condición
de familiar o protegido del prelado le confirió el derecho y responsabilidad
de vivir en el palacio episcopal y ser comensal de su amo y paisano. Sin em-
bargo, el sustantivo de familiar también le podría resultar aplicable a nues-
tro personaje en el sentido consanguíneo pues, aunque lejanamente, tenía
parentesco con fray Antonio de San Miguel, ya que su tío en segundo grado
–primo hermano de su padre–, de nombre Francisco de la Bárcena Cajiga,
era a su vez primo hermano del que en el siglo se llamó Antonio Iglesias
Cajiga, y que, al tomar el hábito de la orden de San Jerónimo, adoptó el
nombre de fray Antonio de San Miguel Iglesias. De hecho, Francisco de la
Bárcena Cajiga fue uno de los primeros de la estirpe de los De la Bárcena
que pasaron al Nuevo Mundo con aquel fraile cuando fue nombrado obis-
po de Comayagua, en Centroamérica, en 1776. El otro fue el que en el siglo
se llamó Juan de la Bárcena y que, cuando ingresó a la orden de los jeróni-
mos, adoptó el nombre de fray Juan de Santander.5
Fray Antonio de San Miguel favoreció desde un primer momento a los
del apellido De la Bárcena, y a los montañeses, en general, nombrándolos en
empleos que le permitieron tenerlos muy cerca. Tal fue el caso de fray Juan
de Santander, nombrado desde un primer momento su confesor, mientras
que Francisco de la Bárcena Cajiga ya figuraba como su capellán cuando hizo
su entrada a Valladolid de Michoacán, en 1784, como titular de esta diócesis,
y su primer acto de gobierno fue nombrarlo cura interino de La Piedad.6
El número de los de apellido De la Bárcena, que rodeaban muy de cerca
al obispo fray Antonio de San Miguel y residían con él en el palacio epis-
copal, se incrementó a las pocas semanas del arribo del prelado a la capital

5 Archivo General de Indias (en lo sucesivo, agi), Contratación, 5524, n. 1, r. 18


6 Inmemoriam. El Illmo. Y Rmo. Sr. Mro. Don Fr. Antonio de San Miguel, 33º obispo de Mi-
choacán, en el 1er. Centenario de su muerte, 1804-1904, p. 6.

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michoacana, cuando Manuel de la Bárcena se integró a ellos, también en
calidad de familiar del obispo.7 No contamos con dato alguno que nos per-
mita afirmar algo sobre el tipo de empleo en el que fue tomado nuestro
personaje en la familia del obispo michoacano, pero por su edad y circuns-
tancias es posible que haya sido uno más de los pajes.
Manuel de la Bárcena había nacido el 17 de abril de 17688 en Azoños,
una pequeña población medieval muy cercana a Revilla de Camargo y a
Santander, lugares, estos, de nacimiento de fray Antonio de San Miguel
y de fray Juan de Santander, respectivamente. Fue, quizá, el tercero de los
cuatro hijos de don Francisco de la Bárcena y doña Manuela de Arce. En la
iglesia parroquial de San Pedro de Azoños debió ser bautizado poco después
de su nacimiento con el nombre de Francisco Manuel de la Bárcena Arce,
nombres de pila que usó indistintamente hasta su ingreso al Cabildo Cate-
dral de Valladolid de Michoacán.9
En sus diferentes relaciones de méritos y servicios, De la Bárcena señaló,
de manera imprecisa, que había estudiado la gramática “en el referido obispa-
do” (es decir, el de Santander) “con suma aplicación”. Se refería, por supues-
to, a la gramática latina.10 No tuvo que salir de las Montañas de Santander
para continuar su carrera, puesto que los dominicos habían establecido una
escuela pública en la antigua villa de Santillana, en la que se impartían los
cursos de artes o de filosofía, y en la que De la Bárcena cursó estos estudios.11

7 agi, Audiencia de México, leg. 2570, “Relación de méritos y ejercicios literarios del doc-

tor don Manuel de la Bárcena, canónigo lectoral de la Santa Iglesia Catedral de Valladolid
de Michoacán”, f. 172.
8 “Biografía”, El Michoacano Libre, t. i, núm. 43, miércoles 30 de junio de 1830, p. 71.
9 agi, Audiencia de México, leg. 2570, “Relación de méritos y ejercicios…”, f. 172 y Gui-

llermo S. Fernández de Recas, Grados de licenciados, maestros y doctores en artes, leyes, teología y
todas las facultades de la Real y Pontificia Universidad de México, p. 155.
10 agi, Audiencia de México, leg. 2570, “Relación de méritos y ejercicios…”, ff. 171-172.
11 “Biografía”, El Michoacano Libre, op. cit., p. 71. No estamos en condiciones de afirmar

que Manuel de la Bárcena habría estudiado artes en la misma escuela en la que estudió artes Pe-
dro Rodríguez de Campomanes; solo sabemos que este personaje, figura central del reformis-
mo borbónico ilustrado, estudió aquellos cursos con los religiosos dominicos en su convento
de Regina Coeli de Santillana muchos años antes que nuestro biografiado, en 1734. Véase
Vicente González Arnao, “Elogio del excelentísimo señor conde de Campomanes, leído en
junta ordinaria del día 27 de mayo de 1803”, Memorias de la Real Academia de la Historia,
p. 23, núm. 3.

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Fue a finales de 1784 cuando nuestro personaje emprendió el viaje de
la península ibérica rumbo a Nueva España, posiblemente partiendo del
mismo puerto de Santander. Fue aquel un viaje sin regreso. Cuando arribó
a Valladolid de Michoacán, Manuel de la Bárcena contaba con dieciséis años
de edad.

Sus estudios de artes y teología

La vida de ese joven montañés quedaría estrechamente unida a la del obispo,


a la de su tío fray Juan de la Bárcena y a la de Manuel Abad y Queipo desde
aquellos días y hasta la muerte de todos ellos. Unos de una forma y otros de
otra, pero todos favorecieron grandemente a nuestro personaje. Posiblemen-
te gracias a ellos y por sus consejos y respaldo fue que Manuel de la Bárcena
ingresó al Seminario Tridentino de Valladolid de Michoacán a cursar artes o
filosofía, aun cuando ya en Santillana había tomado esos cursos, según vimos
anteriormente. Esta decisión tuvo que ver posiblemente con la intención del
obispo, de su tocayo, de su tío y de él mismo de irse involucrando en la vida
académica de ese plantel educativo, ir haciendo méritos, irse familiarizando
con la clerecía de su época y ponerse en el camino del ministerio sacerdotal
pensando en llegar hasta lo más alto posible. Aunque en su relación de méri-
tos y servicios consigna que ingresó al seminario conciliar michoacano como
colegial porcionista,12 en otra fuente encontramos evidencias muy fidedignas
de que el 24 de octubre de 1787 ganó ahí mismo por oposición una de las
becas vacantes. El profesor de Manuel de la Bárcena en los cursos de filosofía
fue su tocayo, Manuel Ruiz de Chávez, quien, en 1809, fue descubierto como
uno de los conspiradores de Valladolid de Michoacán.13

12 agi, Audiencia de México, leg. 2493, “Relación de méritos y ejercicios…”, ff. 171-172

y Libro en que se asientan las funciones literarias de este Pontificio Real Colegio Seminario, cuyo título
es el Tridentino de Sr. Sn. Pedro Apóstol, en Agustín García Alcaraz, La cuna ideológica de la Inde-
pendencia, México, Fimax Publicistas, 1971, p. 241.
13 García, La cuna ideológica…, p. 78 y Juvenal Jaramillo Magaña, La vida académica de Va-

lladolid en la segunda mitad del siglo xviii, México, Universidad Michoacana San Nicolás de Hidalgo,
(Biblioteca Nicolaita de Educadores Michoacanos 2), 1989, pp. 194 y 213.

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Poco sabemos de los años del joven De la Bárcena como estudiante de
artes en el Seminario Tridentino de Valladolid, en Michoacán. En cambio,
sabemos que justo en esos años se había comenzado la modernización de
los antedichos estudios, según vemos en “un acto de toda filosofía peripa-
tético-moderna y moral, comprehensivo de variedad de puntos históricos,
críticos, cronológicos y geográficos”.14 Aunque no tenemos mayores noticias
al respecto, lo que salta a la vista, por el título y lo que se dice que compren-
día ese acto, es que en 1787 –y posiblemente desde algunos meses antes– se
habrían introducido los estudios de historia, crítica, cronología y geografía
en los cursos de filosofía, apuntando a modernizar unos cursos que, hasta
principios de la década de los ochenta, se habían apegado a la escuela to-
mista. Como el antedicho acto fue dedicado a San Francisco de Asís y a su
convento de frailes observantes de la ciudad, los que replicaron fueron los
franciscanos fray José Joaquín Granados y Gálvez, en ese entonces guardián
del antedicho convento, y fray Vicente Santa María, lector de teología en ese
mismo establecimiento religioso.15
El primero de ellos era primo hermano del visitador José de Gálvez y en
1778 había visto publicada en la ciudad de México la original e innovadora
Tardes americanas, en la que hace alarde de sus conocimientos de historia
sagrada, de historia antigua de México, de historia del imperio romano, de
lenguas aborígenes y de geografía –entre otras materias– y de su gusto por
ciencias de moda en ese entonces (como la vulcanología y la astronomía), y en
la que pone en escena sus muchas lecturas y reflexiones sobre numerosos
autores: desde clásicos griegos, romanos y españoles hasta cronistas indíge-
nas y religiosos, lo cual la alineaba en el ideal de los textos de la ilustración
novohispana. Por lo demás, su método expositivo es un modelo de didáctica.
El otro replicante en aquel acto, fray Vicente Santa María, era lector
de teología en el convento franciscano de Valladolid de Michoacán. Era un
hombre muy apreciado en la ciudad, así por ser originario de ella como por
sus grandes luces. De hecho, el prebendado de la catedral, Mariano de Es-
candón y Llera, hijo de don José de Escandón, conquistador de la Sierra
Gorda, lo había elegido a él para que escribiese una historia sobre aquella

14 Libro en que se asientan las funciones literarias, op. cit., p. 240.


15 Idem.

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empresa conquistadora y pacificadora, encabezada por su padre y que cerró
el largo capítulo de conquistas y pacificaciones españolas en lo que fue la
Nueva España. Por aquellos días de su intervención en el antedicho acto
público de filosofía sustentado por Tiburcio Camiña, fray Vicente Santa
María se encontraba trabajando en la Relación histórica de la colonia del Nuevo
Santander, una obra que dividió en cinco libros, aunque solo se conoce el
primero.16 Es decir, su intervención en el Seminario Tridentino se debió,
muy probablemente, a sus intereses académicos de ese entonces: la historia,
la geografía y la cartografía, a las que realizó importantes aportaciones.
Como podemos ver, en ese entonces se estaba operando una importan-
te reforma de contenidos temáticos en los cursos de filosofía en el Semina-
rio Tridentino, pues, aunque en las constituciones de ese plantel educativo
se había establecido desde su fundación que los catedráticos de artes debe-
rían enseñar ese curso por “el padre Gaudín, u otro […] de la escuela tomista
y con arreglo a la doctrina de Santo Tomás”,17 lo cierto es que en los actos
públicos de filosofía se había pedido a los sustentantes que hablasen sobre
“variedad de puntos históricos, críticos, cronológicos y geográficos”, es decir, las
materias en las que individuos como fray José Joaquín Granados y Gálvez
y fray Vicente Santa María eran muy diestros y grandes conocedores, además
de referentes obligados entre los hombres de letras residentes en esos años
en la capital michoacana.
El mismo Manuel de la Bárcena escribió en su relación de méritos y ser-
vicios que él poseía “muchos conocimientos de historia sagrada y profana,
de crítica y de cronología” y que, cuando el rector del Seminario Tridentino
(el canónigo de la catedral michoacana, el doctor Ramón Pérez Anastariz)
estableció academias de historia eclesiástica, lo había elegido a él para diri-
girlas, aún siendo estudiante de filosofía.18

16 Publicado en 1973 por la Universidad Nacional Autónoma de México. Véase Fray

Vicente Santa María, Relación histórica de la colonia del Nuevo Santander.


17 Erección del Pontificio y Real Colegio Seminario del príncipe de los apóstoles, el Sr. San Pedro,

y constituciones para su gobierno, que con su autoridad ordinaria y con la facultad bastante del rey
nuestro señor (que Dios guarde) ha hecho en la ciudad de Valladolid capital del obispado de Michoacán
el Illmo. Sr. Dr. D. Pedro Anselmo Sánchez de Tagle, del Consejo de su Majestad, obispo de aquella
diócesis, y fundador de el mismo pontificio y real colegio, en García, La cuna ideológica…, p. 172.
18 agi, Audiencia de México, leg. 2570, “Relación de méritos y ejercicios…”, f. 173.

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Sus tiempos de catedrático

Concluidos los cursos de artes en el Seminario Tridentino de Valladolid de


Michoacán y luego de obtener el grado de bachiller en la Real y Pontificia
Universidad de México, Manuel de la Bárcena cursó cuatro años de teolo-
gía en aquel seminario. Tres y diez días después de su cumpleaños número
veinticinco, obtuvo los grados de licenciado y de doctor en teología, respec-
tivamente, por la antedicha universidad.19
A la par que cursaba la teología, se desempeñó como catedrático de ar-
tes en el mismo plantel conciliar michoacano, quizá sostenido por la misma
experiencia que le había conferido el hecho de cursar y concluir los estudios
de artes en Santillana y en Valladolid de Michoacán, además de, probable-
mente, el intercambio de conocimientos, lecturas y puntos de vista que ha-
brá sostenido con otros familiares del obispo fray Antonio de San Miguel y,
como él, residentes en el palacio episcopal, como los ya referidos, además
de otros cercanos al prelado como su teólogo consultor de cámara, fray José
Joaquín Granados y Gálvez. Y no es exagerado pensar en que de vez en vez
se llevasen a cabo círculos o tertulias de estudio y discusión entre aquellos
confamiliares del obispo y que a ellas se integrasen otros hombres “de lu-
ces”, como el catedrático de teología y rector del Colegio de San Nicolás,
Miguel Hidalgo, el intendente Juan Antonio Riaño y el viajero prusiano
Alejandro de Humboldt.
La cátedra de artes la ganó por oposición en 1790 y su desempeño al
frente de ella mereció siempre los mejores comentarios, aun entre sus ene-

19 Archivo General de la Nación (en lo sucesivo agn), Universidad, t. 25, v. 384, “Gra-

dos de doctores y licenciados en Sagrada Teología desde el año de 1788 hasta el de 1793”,
exp. 21, ff. 368-386. También en ocasión de las graduaciones de Manuel de la Bárcena en
teología salieron a relucir los muchos lazos existentes entre los montañeses distribuidos a
lo largo del imperio español. En aquella ocasión, nuestro personaje presentó como testigo
(requisito indispensable en la Real y Pontificia Universidad de México para la obtención de
grados) a don Francisco Fernández de Llar, clérigo presbítero del arzobispado de México, y
en ese entonces mayordomo del arzobispo Alonso Núñez de Haro y Peralta. En esa ocasión,
Fernández de Llar, originario del lugar de Cudon, valle de Polanco, en las Montañas de
Santander, dijo que “con motivo de ser casi de un mismo lugar y pariente del bachiller don
Manuel de la Bárcena” lo conocía muy bien, así como a sus padres y abuelos por ambas
líneas. Véase agn, Universidad, t. 25, ff. 371v.-372.

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migos, según vemos en unos papeles que circularon muchos años después
de su labor docente en el Seminario Tridentino, en las primeras semanas de
iniciada la rebelión de Miguel Hidalgo, y en los que aún se recordaba que
“en el seminario ha enseñado filosofía moderna, ha sido muy aplicado a sus
estudios, ha sacado superiores discípulos”, y solo se consideraba censurable
su conducta privada.20
En un informe redactado por el intendente de Michoacán, don Felipe
Díaz de Ortega en octubre de 1793, aparece Manuel de la Bárcena como
uno de los clérigos residentes en la capital de esa intendencia y que, a jui-
cio del funcionario, merecía alguna merced real por su “notoria literatura,
probidad y conducta”.21 Su amo, familiar, paisano y protector, el obispo
fray Antonio de San Miguel, también se expresó muy positivamente del
entonces joven catedrático de filosofía en un informe que, por su parte,
elaboró aquel mismo año de 1793 sobre su clero. Por supuesto, para él, De
la Bárcena era merecedor de los favores del rey, pues como “catedrático de fi-
losofía moderna” había “sacado brillantes discípulos que han desempeñado
a satisfacción de todo el público los actos que sustentaron”. Por lo demás,
ese clérigo montañés reunía virtudes cristianas con valores humanos: era
“mozo de particulares talentos, juicio, virtud sólida, de tesón infatigable
en el estudio, de singular modestia, trato muy afable y amables prendas”.22
¿Y quiénes eran algunos de esos brillantes discípulos que había formado
Manuel de la Bárcena en la filosofía moderna, y que habían desempeñado
a satisfacción de todo el público los actos que sustentaron? De entre los casi
veinte de aquellos jóvenes estudiantes de artes en el Seminario Tridentino
de Valladolid de Michoacán, que pasaron en 1793 a la Real y Pontificia Uni-
versidad de México a obtener el grado de bachilleres en artes y que habían
cursado con nuestro personaje, nos detendremos brevemente solo en tres
de ellos: Manuel de la Torre Lloreda, Ignacio López Rayón y José Francisco
Iturbide. Michoacanos los tres: De la Torre Lloreda nacido en Pátzcuaro,
Ignacio López Rayón, nacido en Tlalpujahua, y José Francisco de Iturbide,
originario de Valladolid de Michoacán.

20 agn, Operaciones de guerra, v. 446, ff. 44-45v.


21 agn, Historia, v. 578-a, exp. 1, ff. 272-292.
22 agn, Historia, v. 578-a, exp. 1, ff. 292-295.

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Con Manuel de la Torre Lloreda cultivó una de esas raras amistades que
inician en el aula y en la relación profesor-alumno. Al menos el gran afecto
que le profesó De la Torre Lloreda a De la Bárcena quedó patentizado en
uno de los varios poemas que lo inmortalizaron precisamente como eso:
como uno de los primeros poetas exquisitos del Michoacán virreinal, y que
sugieren una grande cercanía entre uno y otro. Y aunque solo había una
muy corta diferencia de edades entre ellos (De la Bárcena nació en 1768
en tanto De la Torre Lloreda nació en 1772), el patzcuarense se refería a su
antiguo profesor de artes como “mi maestro, protector, padre y amigo”.23
Como es sabido, De la Torre Lloreda fue uno de los “conspiradores de Valla-
dolid” en 1809.
Con Ignacio López Rayón también parece haber generado una relación
de amistad que trascendió al menos aún hasta los últimos años del movi-
miento insurgente, según se deja ver en una carta que aquél connotado líder
independentista envió el 6 de diciembre de 1820 al que, en ese momento,
era el gobernador de la diócesis michoacana. En ella, el que firmaba como
licenciado Ignacio Rayón se dirigía a él como “mi amado maestro y señor”,
y lo considera como un enviado de la “Divina Providencia Protectora del
opreso” que lo auxiliará en las graves necesidades y estrecheces económicas
en las que se encontraba “en país extraño, sin caudal amigo ni concepto y
recargado de familia”. Según Rayón, tenía noticia de que no había perdido
la estimación de Bárcena, por lo que le solicitaba que apadrinase la solicitud
de su hermano José María, quien deseaba ser eclesiástico y había sido “de
buena conducta, regular literatura, que acompañada de las reflexiones que
necesariamente han producido los extraordinarios acontecimientos de la
revolución, desde luego lo formarán un buen eclesiástico”.24
No tenemos evidencias concretas –como en los dos casos anteriores–
acerca de una relación de amistad entre Manuel de la Bárcena y José Fran-
cisco de Iturbide, hermano de Agustín e hijo del regidor José Joaquín de
Iturbide Aregui, uno de los socios de la prestigiosa Sociedad Vascongada
de Amigos del País residente en Valladolid de Michoacán. Sin embargo,

23 Pedro Talavera Ibarra, Relación de ocurrencias que le acontecieron al ciudadano Lelardo,

cura de Pátzcuaro, p. 19.


24 Archivo Histórico “Casa de Morelos” (en lo sucesivo ahcm), Diocesano, Gobierno,

Correspondencia, Autoridades Civiles, caja 34, años 1820-1827, f. s/n.

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sabemos que, al menos desde finales de 1799, nuestro biografiado visitaba
con cierta regularidad la casa del tesorero de la catedral, el doctor don José
de Aregui y Gastelu, tío de don José Joaquín de Iturbide y también socio de
la Sociedad Vascongada de Amigos del País25, a sostener charlas y reuniones
informales, contando con la asistencia de varios de los integrantes de la
familia Iturbide, al menos don José Joaquín, su esposa doña Josefa Arámbu-
ru, sus hijas Nicolasa, Ignacia y Josefa, y el paisano del obispo fray Antonio
de San Miguel, don Juan Antonio Aguilera.26
La casa del doctor Aregui y Gastelu, en la que solía reunirse Manuel de
la Bárcena con la familia Iturbide, se ubicaba “en la calle de San Francisco,
frontero a la del señor canónigo Zerpa”, y a su muerte fue heredada por
don José Joaquín de Iturbide y Aregui, “con todo el ajuar, menaje y plata
labrada” que se encontraba en ella.27 Fue en esa casa donde nacieron los
hijos del matrimonio Iturbide-Arámburu.
Por lo demás, desde el año de 1785 don José Joaquín de Iturbide había
comprado una casa “situada en la plaza mayor, frente al cementerio de la
Santa Iglesia Catedral”28, y el 16 de septiembre de 1800 don Manuel de
la Bárcena compró “una casa de altos con portalería”, situada a unos 50
metros de aquella propiedad del señor Iturbide Aregui.29 Es decir, por lo
menos desde 1801 fueron vecinos los Iturbide y el señor Bárcena, y es muy
posible que el trato y correspondencia entre ellos continuase en ese enton-
ces. Cabe la posibilidad, finalmente, de que la fama y prestigio que Manuel
de la Bárcena como catedrático de artes y profesor del mayor de los Iturbide
Arámburu hayan también sido factores para procurar la compañía y conver-
sación con aquel por parte de los Iturbide.

25 Germán Cardozo Galué, Michoacán en el Siglo de las Luces, pp. 21, 131.
26 agn, Inquisición, v. 1433, f. 71.
27 Archivo de Notarías de Morelia (en lo sucesivo anm), Libros de becerro, Marocho, v. 218,

años 1804-1805, f. 267v.-274.


28 Gabriel Ibarrola Arriaga, Familias y casas de la vieja Valladolid, pp. 239-240.
29 anm, Protocolos notariales, v. 212, años 1801-1802, f. 27v.-36v.

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Sacristán, cura, rector y canónigo lectoral

Con todo, Manuel de la Bárcena no pensaba pasar el resto de su vida como


docente. Seguramente desde sus lejanos años como estudiante de filosofía
en la escuela que los dominicos habían abierto en la villa de Santillana deci-
dió abrazar la carrera eclesiástica. Fue a principios del año de 1788, cuando
“aún no tenía dos años de teólogo ni veinte de edad”, que fue aprobado por
el obispo fray Antonio de San Miguel y los respectivos sinodales “para el
ministerio de cura de almas en grado óptimo supremo y fue consultado en
primer lugar para la sacristía del Valle de San Francisco”.30 Es muy posible
que su ordenación sacerdotal a tan temprana edad haya sido empujada por
la necesidad que de ello le imponía el hecho de ocupar la cátedra de filo-
sofía, pues las Constituciones del Seminario Tridentino sugerían que los
maestros fuesen eclesiásticos ordenados in sacris, pues esto convenía mucho
“para conciliarse el respeto de los jóvenes estudiantes”.31
Fue por esos días cuando se hizo de una capellanía con una dote de
dos mil pesos que había mandado fundar el bachiller Manuel Escandón32 y,
como ya vimos anteriormente, a los pocos días de su ordenación sacerdotal
le fue concedido el cargo de sacristán propietario del Valle de San Francisco,
cargo que ocupó durante cinco años. Nada mal para un joven cura: rondaba
los veinte años de edad cuando ya era catedrático de filosofía en el Semi-
nario Tridentino, gozaba de una capellanía y era sacristán propietario del
Valle de San Francisco. Por lo demás, este era un cargo que, al menos en ese
entonces, no obligaba a sus titulares a residir en el destino de su nombra-
miento, y por lo general todos ellos contaban con el favor del cura propie-
tario, quien para hacer las labores de aquellos elegía a cuatro individuos de
entre sus feligreses, mismos que servían por turnos, algunas veces sin sueldo
y otras veces con salarios miserables.33

30 agi,
Audiencia de México, leg. 2570, “Relación de méritos y ejercicios…”, f. 174.
del Pontificio y Real Colegio Seminario…, p. 22.
31 Erección
32 agn, Capellanías, v. 277, exp. 133, “Capellanía de misas que fundó el bachiller Ma-

nuel Escandón. Valladolid, 1789”, f. 169v.-171.


33 William B. Taylor, Ministros de lo sagrado. Sacerdotes y feligreses en el México del siglo xviii

(traducción de Óscar Mazín y Paul Kersey), v. ii, pp. 494 y 506, n. 74.

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Es claro que, al igual que muchos otros eclesiásticos de su época, Ma-
nuel de la Bárcena se hizo del cargo de sacristán propietario del Valle de San
Francisco como una llave de acceso al mundo del ministerio sacerdotal y
como una manera de ir haciendo los méritos y servicios que lo encaminaran
hacia objetivos verdaderamente importantes para un joven de sus aspiracio-
nes y capacidades.
Pero la historia apenas comenzaba, porque nuestro personaje había
puesto la mirada muy alto y, poco después, en 1791, participó en los con-
cursos de oposición a varios beneficios vacantes en el obispado de Michoa-
cán. Fueron aquellos unos concursos en los que participaron varios de los
familiares del obispo fray Antonio de San Miguel, residentes en el palacio
episcopal, y que darían mucho de qué hablar en los sucesos de las dos pri-
meras décadas del siglo xix: nuestro ya mencionado Manuel de la Bárcena,
el entonces licenciado y juez de testamentos, capellanías y obras pías, Ma-
nuel Abad y Queipo, y el entonces colegial en el Seminario Tridentino, José
Martín García de Carrasquedo, entre otros, además de ciertos eclesiásticos
que también, como nuestro biografiado, se habían movido en el medio aca-
démico vallisoletano: José Joaquín Hidalgo y Costilla y su hermano Miguel
Hidalgo y Costilla.34
De hecho, los nombres de Miguel Hidalgo y Manuel de la Bárcena apa-
recen juntos en el nombramiento que el obispo fray Antonio de San Miguel
hizo de los sujetos que encontró “más aptos e idóneos para ocupar dichos
beneficios” y nombró, en primer lugar, “al bachiller don Miguel Hidalgo y
Costilla, cura interino de la villa de Colima”, para el curato de la villa de
San Felipe; en segundo lugar, al bachiller don José Vicente de Ochoa, cura
propietario de Irimbo; y, en tercer lugar, al bachiller don Manuel de la Bár-
cena, sacristán propietario del valle de San Francisco.35
El hecho de que aquel clérigo montañés figurara en el tercer lugar entre
los nombrados por fray Antonio de San Miguel para el curato de San Felipe

34 Archivo Histórico de la Catedral de Morelia, Curia diocesana, caja 19, “Legajo que
contiene el concurso de beneficios abierto en 1791 y terminado en 1793”, ff. 122-122v. y
163-163v. y “Valladolid, año de 1793. Autos fechas para la provisión del curato del sagrario
y otros, para las de sus resultas y las del anterior concurso, cuaderno 1º., ff. 9-10 y 232-234.
35 Archivo Histórico de la Catedral de Morelia, Curia diocesana, caja 19, “Legajo que

contiene el concurso de beneficios abierto en 1791 y terminado en 1793”, ff. 235v.-236.

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no fue más que una manera de cumplir con el requisito de que en los con-
cursos a curatos siempre se propusiera una terna al vicepatrono real, además
de que fue un mecanismo para aparecer en los concursos a curatos, porque
enseguida, el veintinueve de agosto de 1794, fue nombrado vicario y cura juez
eclesiástico propietario del curato de la villa de Salamanca, “atendiendo a con-
currir en su persona la parte de suficiencia y demás cualidades necesarias”.36
El primer y único curato que ocupó Manuel de la Bárcena era uno de
los más pingües de los del obispado de Michoacán. Los ingresos del cura
ascendían a una cantidad cercana a los siete mil pesos anuales, entre rentas,
emolumentos y cuatro novenos beneficiales,37 una suma semejante a la que
percibía una dignidad de la catedral de Valladolid de Michoacán.

El prebendado de la catedral y rector del Seminario


Tridentino delatado ante la Inquisición

La carrera de ese clérigo montañés fue verdaderamente relampagueante. En


la villa de Salamanca estuvo solo poco menos de dos años, porque el 21
de agosto de 1795 se opuso a la canonjía lectoral de la catedral de Valla-
dolid de Michoacán, vacante por ascenso del Dr. Ramón Pérez Anastariz
a la chantría, y la obtuvo con el voto del obispo y de todos los capitulares
presentes.38 Poco después, a su regreso a la capital michoacana para tomar
posesión de esa prebenda, fue nombrado rector del Seminario Tridentino,
cargo que poco después le ganó el reconocimiento de los prebendados de
la catedral, quienes en una certificación aseguraron que, desde que De la
Bárcena desempeñaba esa responsabilidad, eran “visibles los ventajosos pro-

36 Archivo Histórico de la Catedral de Morelia, Curia diocesana, caja 19, “Legajo que

contiene el concurso de beneficios abierto en 1791 y terminado en 1793”, ff. 235v.-236,


“Valladolid año de 1793. Reales provisiones de los presentados a los beneficios vacantes en
el concurso que se formó por la del sagrario, y otras resultas”, ff. 42-47.
37 Juan Carlos Ruiz Guadalajara, Dolores antes de la Independencia. Microhistoria del altar

de la patria, v. ii, pp. 374 y 389.


38 Archivo del Cabildo Catedral de Morelia (en lo sucesivo accm), Libros de actas de

cabildo, libro 39, años 1794-1797, sesión de cabildo del 21 de agosto de 1795, ff. 67-69.

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gresos que en estas atenciones ha proporcionado su ilustrada dirección, su
notorio celo y su empeñosa eficacia, como así lo demuestra el perfeccionado
método de estudios, el arreglo de costumbres de los alumnos del colegio,
sus multiplicadas públicas brillantes funciones y el común general aplauso
de ellas…” 39 El cargo de canónigo lectoral lo desempeñó alrededor de nue-
ve años. Ese era un oficio al que, al menos desde principios de la octava
década del siglo xviii, se le había añadido el cargo de rector del Seminario
Tridentino, por lo que Manuel de la Bárcena recibió casi simultáneamente
ambas responsabilidades.
Su ingreso al cabildo catedral lo colocó de lleno en la carrera por alcan-
zar, por lo menos, una dignidad, si no es que una mitra, además de que
le permitiría involucrarse en las luchas por el poder en el senado episco-
pal. Así pues, aunque su desempeño como canónigo lectoral fue más bien
discreto –a no ser por su trabajo como rector–, el 26 de enero de 1805 los
canónigos michoacanos tomaron el acuerdo de que, “respecto a hallarse
gravemente enfermo el señor Dr. D. José Aregui”, tesorero de la catedral y
tío de don José Joaquín Iturbide, se encargara la tesorería al canónigo lecto-
ral Manuel de la Bárcena. El señor Aregui nunca se recuperó de sus males
y murió en su casa pocos días después de aquella disposición, por lo que
el rey ascendió a Manuel de la Bárcena a la dignidad de tesorero por real
cédula del 28 de agosto de 1805.40
Fue en el desempeño de esa dignidad, además del cargo de rector del
Seminario Tridentino, que fue delatado ante la Inquisición. Llama la aten-
ción que su delación se hizo en los mismos meses en los que se hicieron otras
semejantes, como la de fray Vicente Santa María, Miguel Hidalgo y Martín
García de Carrasquedo, este último, antiguo familiar del obispo fray Anto-
nio de San Miguel, y gran amigo de Hidalgo.
En el proceso inquisitorial contra Manuel de la Bárcena encontramos
aspectos de suma relevancia y, haciendo a un lado varios puntos de gran in-
terés (como, por ejemplo, su opinión sobre la controversia entre las escuelas
tomística y jesuítica, su simpatía por Jansenio y su obra, sus expresiones de

39 agi,
Audiencia de México, leg. 2570, “Relación de méritos y ejercicios…”, ff. 175-178.
40 accm, Libros de actas de cabildo, libro 42, años 1805-1806, sesiones de cabildo del
26 de enero y 20 de noviembre de 1805, ff. 12 y 143v.-145 y agi, Audiencia de México, leg.
2569, “Relación de méritos y ejercicios…”, f. 346.

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corte jansenista y su familiaridad con las obras de Buffon, Rousseau, Vol-
taire, Montesquieu, el padre Isla y Pope, entre otros), nos encontramos con
que, efectivamente, en el palacio episcopal se celebraban discusiones que
algunos autores llaman “tertulias”, y en las que estaban presentes siempre
Manuel de la Bárcena, Manuel Abad y Queipo, fray Juan de Santander y
José de la Peña –también montañés, originario de Igolo–, y a las que se in-
corporaban eventual y ocasionalmente otros interesados.41
Aunque la denuncia fue “por proposiciones”, en el decurso del proceso
fue surgiendo información de gran relevancia que confirma algunas de las
hipótesis planteadas en trabajos anteriores sobre Manuel de la Bárcena y
que revela elementos nuevos. Por ejemplo, que él y Manuel Abad y Queipo
eran de un mismo modo de pensar en diversas materias, que ambos habían
ejercido un extraordinario influjo en el obispo fray Antonio de San Miguel
(de quien habían recibido siempre su favor y protección), de lo que se valie-
ron para extender su poder a lo “temporal y político”, siendo ambos “adic-
tos a papeles públicos y periódicos” y de “un gusto decidido en materias de
cambios y reformas de legislación eclesiástica y civil”, lo cual habían dejado
“patente en las representaciones” que Abad y Queipo, con importante in-
tervención de Manuel de la Bárcena, “han hecho a nombre y por encargo ya
del prelado difunto (fray Antonio de San Miguel), ya del cabildo sede vacante,
ya uno y ya otro, sobre inmunidad eclesiástica, sobre potestad real, ya sobre
división de obispados y sobre otras materias”.42
Como era de esperarse, también salió a relucir que tenía licencia de Roma
para leer libros prohibidos –aunque ya desde antes de obtenerla los leía–,
y que su delator “le vio algunos tomos de Montesquieu en un estante de su
librería, colocados de modo que solo volteándolos podía saberse quién era
el autor” y que leía perfectamente en francés, idioma en el que tenía varias
obras. Por lo demás, tenía en alta estima algunos de aquellos textos, uno de
los cuales refirió como “el mejor del mundo”.43
No menos relevante es encontrarnos con que, al menos desde los años
1800-1801, ese clérigo montañés se había manifestado en contra del gobierno
monárquico y, en cambio, afecto a la república, “a cuyo gobierno es muy adic-

41 agn, Inquisición, v. 1433, ff. 69, 69v., 70, 71v., 72, 72v. y 97v.
42 agn, Inquisición, v. 1433, f. 115.
43 agn, Inquisición, v. 1433, ff. 96v., 103 y 106.

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to”, “que le agrada el gobierno republicano”, porque en él “no había sujeción
ni a personas ni a leyes”, porque finalmente, tratándose de personas, “los
que mandaban hoy no mandarían mañana”, y tratándose de leyes, “porque
eso no era estar sujetos o porque se variarían”. Del gobierno monárquico
habría dicho, además, que “le disgustaba” y “que los reyes son unos déspo-
tas”, además de que “ha hablado bastante mal del gobierno de España”,
concluyendo en que “el mundo ha estado siempre mal gobernado”. Y cuan-
do se tocó el tema de que Napoleón Bonaparte había sometido totalmente
a los franceses, hizo notar “que el hombre no podía renunciar a su libertad
o no puede ser esclavo” y que “le disgustaba la corona de Bonaparte”. Final-
mente, habría ido muy lejos en este tema, mostrando en reiteradas ocasio-
nes simpatías por el regicidio, y fundamentándolo en una cita de Santo To-
más, amén de que en 1811 habría expresado “que la causa de los insurgentes
era justa” y de que se definió así: “Soy insurgente”.44
Naturalmente, en una mente como esa no cabía una buena opinión del
tribunal de la Inquisición, del que opinaba “que este tribunal era cruel o
tirano”, poniendo por argumento “que si llamamos cruel a los que quitan
la vida o atormentan a los cristianos, solo porque tienen otra creencia, lo
mismo se debe decir de la Inquisición”.45
Aquel proceso inquisitorial fue seguramente un dolor de cabeza para
De la Bárcena y posiblemente condicionó muchas de sus posturas políticas
públicas, como veremos líneas más adelante, y explicaría su simpatía por la
Constitución de Cádiz, en la que se abolía la Inquisición y, a la vez, vería
finalizado ese proceso en su contra.

El orador sagrado

Su estancia en la villa de Salamanca no solamente le había permitido con-


tar con jugosos ingresos económicos. También le permitió seguir puliendo y

44 agn, Inquisición, v. 1433, ff. 106v., 112v., 113v. y 142v.


45 agn, Inquisición, v. 1433, f. 103v.

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madurando sus dotes como orador sagrado. Él mismo recordó algunos años
después de su estancia ahí que, si bien había predicado “un gran número de
sermones de todas clases” en la catedral de Valladolid de Michoacán, en el
Seminario Tridentino y en otros lugares, había sido en aquella población
del Bajío donde “particularmente había ejercitado este ministerio en su cu-
rato no solamente los domingos y fiestas principales sino también muchos
días feriados, con grande utilidad”.46
Si bien una de sus oraciones más famosas –si no es que la más famosa–
fue aquella que pronunció el 6 de septiembre de 1821 en la catedral de
Valladolid de Michoacán para dar gracias a Dios por “la independencia
mejicana”,47 su experiencia como orador se remontaba a los años en los que
obtuvo por oposición la cátedra de filosofía en el Seminario Tridentino
de Valladolid. De hecho, dio inicio a esos cursos “con una oración latina
que dijo en público del modo de enseñar dicha ciencia”.48
Otros dos sermones de los que se llegó a mostrar orgulloso fueron los que
pronunció de acción de gracias por el primero de los matrimonios de Fernan-
do VII –posiblemente en 1803– y el de honras del obispo fray Antonio de
San Miguel, a su muerte, en 1804. Ambos, seguramente dichos en la catedral
de Valladolid de Michoacán. Vale la pena decir al respecto que, para ese
tipo de homilías, el cabildo catedral elegía precisamente al predicador más
capaz, así por sus conocimientos sobre el tema o asunto a tratar como por
sus talentos expositivos. No cabe duda de que toda aquella trayectoria como
predicador, unida al hecho de haber formado parte de la familia episcopal de
fray Antonio de San Miguel, le valieron ser elegido para pronunciar también
el sermón en honras de ese fraile jerónimo cuando murió en junio de 1804.
En 1808, contando ya con fama de buen predicador, había predicado
en la catedral de Valladolid de Michoacán un sermón en la jura de Fer-
nando VII, el que intituló “Vivat Rex Salomón”, tomadas estas palabras
de una cita del Primer Libro de los Reyes.49 En este sermón, De la Bárcena

46 agi, Audiencia de México, leg. 2570, “Relación de méritos y ejercicios…”, f. 175.


47 Biblioteca Nacional de Madrid, Sala Cervantes, VE/539/60. Oración gratulatoria a
Dios, que por la independencia mejicana dijo en la catedral de Valladolid de Michoacán el Dr. D. Ma-
nuel de la Bárcena, arcediano de ella y gobernador de la sagrada mitra, el día 6 de septiembre de 1821.
48 agi, Audiencia de México, leg. 2570, “Relación de méritos y ejercicios…”, ff. 172-175.
49 agi, Audiencia de México, leg. 2570, “Relación de méritos y ejercicios…”, ff. 172-175,

1 R. 39.

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cometió el exabrupto de comparar a Fernando VII con el rey Salomón. Pero
no menos importante es mencionar que en esa misma ocasión el entonces
tesorero de la catedral michoacana y rector del Seminario Tridentino ase-
guró que “entre todas las especies de gobierno se aventaja el monárquico”,
por ser el más sencillo, el más fuerte y el más natural. Gran conocedor de la
historia sagrada, señaló –refiriéndose, naturalmente, al sistema monárqui-
co– que “si registramos las historias, vemos que esta ha sido la constitución
primitiva de casi todas las naciones; y que todas, después de mil revolucio-
nes y desgracias, vuelven a este principio”. Aún más: la primera parte de su
sermón lo concluye señalando categóricamente que “el ejemplo, la razón y
la experiencia nos demuestran que el mejor gobierno es el Monárquico”.50
Como está claro, el sermón de 1808 por la jura de Fernando VII fue la
oportunidad que se le presentó –quizá empujada por algunos de sus colegas
capitulares y antiguos confamiliares– para revertir aquellas graves acusacio-
nes que se le acababan de hacer ante la Inquisición como enemigo de la
monarquía. No vemos por nuestra parte, pues, contradicción inconsciente
alguna en De la Bárcena, sino una estrategia para salir bien librado de la
amenaza.
Por supuesto, cuando en 1813 se abolió la Inquisición, se pronunció, en
tono muy optimista, sobre el constitucionalismo. Eso fue el 8 de junio de ese
año en una Exhortación que hizo al tiempo de jurarse la Constitución Española.
Su desbordado optimismo tenía las siguientes bases: en primer lugar, para
él nunca antes había habido una constitución “tan buena como esta”, pues
ella reunía “lo más acendrado de la sabiduría y de la experiencia de los si-
glos”. En segundo lugar, la antedicha carta magna era un modelo de equili-
brio; no se recargaba ni hacia la anarquía ni hacia el despotismo, pues había
un justo medio “entre los derechos del pueblo y la autoridad de los jefes
para que nunca se incline la balanza a una parte ni a otra”. En tercer lugar,
acababa con la división de razas y castas, pues la Constitución de Cádiz de-
claraba que eran españoles todos los hombres libres, nacidos y avecindados
en los dominios de las Españas: “Ya no hay diferencia entre el originario

50 Sermón que en la jura del señor don Fernando VII (que Dios guarde) dixo en la catedral de

Valladolid de Michoacán el Dr. D. Manuel de la Bárcena, tesorero de la misma Iglesia, y rector del
Colegio Seminario, el día 26 de agosto de 1808, Manuel de la Bárcena y Arce, Obras completas,
pp. 126-128 y 132.

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de América, el que nació en Europa y el que tiene de allá su sangre; ya no
hay Atlántico, ya no hay dos continentes, la constitución los unió”. Final-
mente, el optimismo de De la Bárcena estaba apoyado en el hecho de que
la Constitución de Cádiz consagraba la religión católica como la única en
los territorios hispánicos, sin tolerancia de ninguna otra. “Somos cristianos
antes que ciudadanos”, decía, afirmando que esta era la clave de la unión de
todos los súbditos españoles.51
En 1820, ya como gobernador de la mitra por ausencia del obispo elec-
to, nuevamente compuso y pronunció una “exhortación” en la catedral de
Valladolid de Michoacán sobre la Constitución Española. Según se ve en el
título, tal pieza fue compuesta a pedido del Cabildo Catedral de Valladolid
de Michoacán, por lo que lo ahí dicho recogió seguramente mucho del sen-
tir y del pensar de los prebendados michoacanos. En ella, a la vez que forma
un paralelismo entre la historia del pueblo hebreo y la de España, una vez
más expresó sus inclinaciones constitucionalistas, a la vez que criticaba a los
actores del golpe anticonstitucionalista dado por Fernando VII en 1814. De
paso, dio contundentemente su opinión sobre la Inquisición: “Un tribunal
enemigo de la luz que, a pretexto de vengar a Dios, se vengaba él, y aliado
con el despotismo le decía: yo cegaré a los españoles, tú encadénalos”.52
Quizá el aspecto más interesante de ese documento, entre los muchos
que en él se contienen, es que ya desde ese entonces su autor perfiló dos de
los tres principios de la trigarancia iturbidista. En primer lugar, la unión, y
para ello hace un llamado a los españoles a olvidar sus divisiones políticas
y sus antiguas rivalidades para construir juntos “los muros de la patria”,
haciéndose eco con estas palabras del llamado que había hecho Esdras al
pueblo de Israel en los tiempos de Ciro. “Vosotros, que por opiniones po-
líticas o religiosas estabais sepultados en las tinieblas, venid, que ya pasó la
noche […] vosotros hijos queridos de la patria, que calumniados de alta trai-
ción por vuestro alto patriotismo gemíais en el destierro o en las cadenas, ya
reina la justicia; venid, que la patria agradecida os espera”. El llamado, en
fin, se extiende a todos: afrancesados, bonapartistas, independentistas “fau-

51 Bárcena, Obras completas…, pp. 140-143.


52 Manuel de la Bárcena y Arce, Exhortación que hizo al tiempo de jurarse la Constitución
Española, en la catedral de Valladolid de Michoacán, el Dr. D. (…) Maestrescuelas de la misma Santa
Iglesia, el día 8 de junio del año de 1813, pp. 171-179.

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tores del despotismo”, etc. “La fuerza está en la unión. Si esta falta, volverá
a caer”, y para ello cierra con una cita del Evangelio de San Mateo: “Todo
reino dividido contra sí mismo será desolado”.53
En segundo lugar, pero no en segundo término, la religión. Para De la
Bárcena, “nuestro edificio nacional se debe de cimentar sobre la roca de
la santa religión, porque no vamos a levantar una nación cualquiera, sino
una nación católica”. Yendo más allá, afirma que “es un axioma político que
ninguna sociedad puede existir sin alguna religión”, y eso se puede ver aún
entre las naciones idólatras y herejes, “con cuanta más razón lo debemos
hacer nosotros, que tenemos la dicha de adorar la única que hay verdadera”.
Y quizá desconocedor de lo que estaba sucediendo en la península ibérica
en renglón de religión de Estado, o quizá pretendiendo atajar el desarrollo
del problema, aplaudió el hecho de que en el artículo 12 de la Constitución
Española consagrase a la religión católica como la única y oficial en territo-
rios españoles, sin tolerancia de ninguna otra.54
Hasta ese entonces, Manuel de la Bárcena había introducido en sus escri-
tos un tono católico y les había dado bases y cimientos en pasajes bíblicos.
Pero, en 1821, un mes antes de que se firmara el Acta de Independencia del
Imperio Mexicano, se publicó el Manifiesto al mundo, la más conocida de sus
producciones literarias, en la que sus fuentes son principalmente El espíritu
de las leyes de Montesquieu (que predomina sobre las otras al aparecer cita-
da en cinco ocasiones); Del derecho de la guerra y de la paz de Hugo Grocio;
La ciudad de Dios de San Agustín; De las colonias y de la revolución actual
de la América de Dominique de Pradt; La ciudad de Dios de San Agustín, el
Evangelio de San Juan, el Tercer libro de Reyes y el Génesis
En el Manifiesto al mundo volvemos a encontrar a un De la Bárcena
monarquista. Lo fue quizá hasta el final de sus días, sin que esto signifique
tampoco contradicción en su pensamiento, pues su desprecio fue hacia la
monarquía corrompida y no en sí hacia ese sistema de gobierno. Sin embar-
go, el sentido de ese documento no es hacer una demostración más de que
la monarquía era la mejor forma de gobierno ni de que la figura del rey era
una institución divina. El sentido del antedicho texto es demostrar, ya en

53 Bárcena, Exhortación…, pp. 180-181.


54 Ibid., pp. 182-183.

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la línea de la historia natural y de la Ilustración, que la independencia de la
Nueva España era justa y necesaria.
Sus argumentos para demostrar la justicia de la independencia pasan
por lo geográfico: “Jamás vieron los siglos una tan injusta y repugnante unión
de reinos, pues separados por un inmenso océano, parece que la misma
naturaleza los había destinado no solo a una mutua independencia sino tam-
bién a un eterno olvido”, pero también los argumentos pasan por lo natural
y lo cultural: “… el clima, la índole, el idioma y las costumbres de las dos
naciones eran tan diferentes…” y, por supuesto, pasan por la teoría política
y jurídica, para lo que repetidamente echa mano de la teoría de la guerra
justa y del derecho de gentes, desbaratando uno a uno los principales ar-
gumentos esgrimidos por los que habían justificado la conquista española,
poniendo en tela de juicio la calidad moral de Carlos V y de Hernán Cor-
tés, aquel por no haber castigado al extremeño por su usurpación del trono
de Moctezuma, y este por haber ido en armas contra un pueblo que nada
había hecho contra él.55

De la fama al olvido. Los últimos años

Casi a un lustro de iniciada la rebelión de Dolores, Manuel de la Bárcena


había incrementado su fama y prestigio a la lograda durante sus años como
catedrático y rector en el Seminario Tridentino. Sus acertados manejos de
los caudales catedralicios como tesorero del Cabildo Catedral de Valladolid
de Michoacán le habían granjeado el aprecio de un sector importante de
sus colegas capitulares. Todo ello, aunado a la ya referida amistad con Ma-
nuel Abad y Queipo, lo llevaron a ser nombrado por este como gobernador
del obispado de Michoacán, el 5 de febrero de 1815, junto con el licenciado
Francisco de la Concha Castañeda.56

pp. 209-212.
55 Ibid.,
56 accm, Libros de actas de cabildo, libro 45, años 1814-1815, pelícano del 5 de febrero
de 1815, f. 113-115.

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Aunque esos nombramientos fueron impugnados por el deán Martín
Gil y Garcés, todos los capitulares presentes en esa reunión cerraron filas con
el obispo electo y aceptaron sus nombramientos, apoyados por un oficio
del virrey Calleja, en el que decía que no se hiciese novedad “en el gobier-
no eclesiástico establecido por el señor Abad y Queipo, hasta la resolución
de S. M”.57 En realidad, con su encumbramiento al cargo de gobernador
diocesano, el que comenzaría a ejercer a mediados de julio de 1815, cuando
Abad y Queipo salió hacia la ciudad de México, recaería un extraordinario
poder y facultades en Manuel de la Bárcena en vísperas de que iniciara el
declive del movimiento insurgente. Por lo demás, amén de que Francisco
de la Concha siempre figuró a la sombra y en un segundo plano, murió en
septiembre de 1818.58
Fue a partir de que Manuel de la Bárcena comenzó su desempeño como
gobernador diocesano que Agustín de Iturbide entabló una relación episto-
lar más o menos regular con el Cabildo Catedral de Valladolid de Michoa-
cán. En octubre de 1815 se comenzó aquel ir y venir de cartas con un oficio
del militar vallisoletano en que participaba “desde Maravatío, haber recaído en
su persona el mando militar de esta provincia y el de General del Ejército
del Norte”.59
La buena relación que desde aquellos días existió entre el clero catedra-
licio michoacano y el Comandante General del Ejército del Norte, que antes
del antedicho nombramiento había residido en Valladolid de Michoacán,
quedó de manifiesto cuando, poco antes de abandonar el virreinato, Fé-
lix María Calleja solicitó al Cabildo Catedral de Valladolid de Michoacán
un “informe sobre la conducta civil, política, militar y cristiana que haya
observado el señor Iturbide en el tiempo que ha estado a su cargo la Co-
mandancia General del Ejército del Norte”, a lo que respondieron los pre-
bendados que “la fama que publican sus hechos lo califican de un noble
americano, fiel a su rey e incansable en sus servicios, y que es un jefe cristia-

57 accm, Libros de actas de cabildo, libro 45, años 1814-1815, sesión de cabildo del 13
de octubre de 1815, f. 167.
58 accm, Libro de actas de cabildo, libro 46, años 1816-1819, sesión de cabildo del 23 de

septiembre de 1818, f. 154.


59 accm, Libros de actas de cabildo, libro 45, años 1814-1815, sesión de cabildo del 29

de octubre de 1815, f. 175v.

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no que, conciliando la equidad con la justicia, cuenta tantas batallas como
triunfos”.60
Ya el 22 de mayo de 1821, cuando en la ciudad de Valladolid de Mi-
choacán se tuvo noticia de que Agustín de Iturbide haría su entrada ese
día a su ciudad natal al frente del Ejército Trigarante, el senado episcopal
–muy posiblemente impulsado por su cabeza, don Manuel de la Bárcena–
decidió que cuando ese jefe militar estuviera a cuatro cuadras de la catedral
“se repicase solemnemente en esta iglesia”, además de que se mandó pasar
recado a todos los conventos de la ciudad “para que hiciesen lo mismo”.61
Es posible que De la Bárcena, en su calidad de gobernador diocesano, haya
sido quien encabezó al grupo de capitulares que recibieron al jefe trigarante
en la catedral.
Fue a iniciativa de él que el 2 de septiembre de 1821, a las 12 del día, se
cantara en la catedral de Valladolid de Michoacán una misa con Te Deum,
en acción de gracias, por la entrada del Ejército Trigarante en la ciudad de
México. Tres días después de eso, Manuel de la Bárcena envió un oficio al
senado episcopal “en que hace ver lo llama cerca de su persona el excelen-
tísimo señor jefe primero del Ejército Imperial de las Tres garantías, y tener
dispuesta su marcha para el día 7 del corriente”.62
En efecto, aquel día 7 de septiembre de 1821 Manuel de la Bárcena
salió para siempre de la capital michoacana, dejando el gobierno diocesano
en manos del doctor José Díaz de Ortega y del licenciado Antonio Cama-
cho. Justo 7 días después llegó al convento de San Joaquín, desde donde
escribió al Cabildo Catedral de Valladolid de Michoacán “haber llegado sin
novedad y hallarse en compañía de los excelentísimos señores jefe primero
y O’Donojú”, además de exponerles “otras noticias relativas a la toma de la
capital”.63

60 accm, Libros de actas de cabildo, libro 46, años 1816-1819, pelícano del 4 de julio

de 1816, f. 33v-34.
61 accm, Libros de actas de cabildo, libro 47, años 1819-1821, pelícano del 22 de mayo

de 1821, f. 153v.
62 accm, Libros de actas de cabildo, libro 47, años 1819-1821, pelícano del 2 de septiem-

bre de 1821, f. 171 y pelícano del 5 de septiembre de 1821, f. 171v.


63 accm, Libros de actas de cabildo, libro 47, años 1819-1821, pelícano del 19 de sep-

tiembre de 1821, ff. 172v.-173.

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Desde entonces, el Cabildo Catedral tuvo en su antiguo gobernador
diocesano a un informante de primer plano y de lujo. Él los tuvo al tanto
de todo aquel complejo proceso que significó el paso del régimen virreinal
a la independencia: constitución de una Suprema Junta Gubernativa del
Imperio Mexicano, Regencia, Imperio Mexicano y República. Naturalmente,
el senado episcopal mexicano se mostraba orgulloso de que su arcediano hu-
biese sido nombrado miembro de la Regencia, y en un oficio fechado el 8 de
octubre de 1821 le daba la enhorabuena “al señor jefe primero don Agustín
de Iturbide por haberlo elegido la Suprema Junta Gubernativa del Imperio
Mexicano por su presidente”, y a De la Bárcena “porque lo nombró la mis-
ma vocal de la Regencia”. Inclusive, nombró una comisión de dos canónigos
que pasaron a la ciudad de México a felicitar a la Junta Gubernativa y a la
Regencia.64 Como es sabido, Manuel de la Bárcena fue también uno de los
firmantes del Acta de Independencia del Imperio Mexicano. Inclusive figu-
ró en primer plano y, al lado de Agustín de Iturbide, el obispo de Puebla
José Antonio Pérez Martínez y Juan O´Donojú.
La participación de Manuel de la Bárcena en la Junta Provisional Gu-
bernativa y en la Regencia fue sumamente discreta y su nombre se pierde
en el mar de nombres que surgieron de entre la nueva clase política, la nueva
burocracia y de todos aquellos que buscaban acomodo y honores en el nacien-
te país. Acaso figura en algunas ocasiones como presidente de la Regencia
sustituyendo a Iturbide cuando este se ausentaba por algún motivo. Quizá
también invirtió su tiempo y sus esfuerzos en asesorar a Agustín de Iturbide
en los múltiples asuntos de que pretendió este hacerse cargo y en los que
había que contar con suficientes luces como, por ejemplo, aquel proyecto de
convocatoria para formar un Congreso, y que dijo el militar vallisoletano
“ser propio suyo habiéndolo formado la noche anterior”.65
La caída del Primer Imperio significó el inicio del declive también para
Manuel de la Bárcena. La abdicación de Tacubaya, en marzo de 1823, debió

64 accm, Libros de actas de cabildo, libro 47, años 1819-1821, pelícano del 8 de octubre
de 1821, ff. 174v.-175 y 184.
65 Lucas Alamán, Historia de México desde los primeros movimientos que prepararon su Inde-

pendencia en el año de 1808 hasta la época presente, México, Instituto Cultural Helénico/Fondo
de Cultura Económica, 1985, t. ii, iv, v, [1885, 1938], pp. 256, 262-263. Esta hipótesis también
es planteada por Pérez, El episcopado, p. 209.

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ser el golpe anímico más fuerte en su vida, pues desde entonces su salud se
vio fuertemente menguada. Posiblemente ese fue uno de los motivos que
lo orillaron a permanecer en la capital del país, donde se quedó comisionado
por el Cabildo Catedral de Valladolid de Michoacán “para desempeñar los
asuntos graves, que con respecto a las circunstancias, puedan ofrecerse”,66
pero también posiblemente con la esperanza de ver el retorno triunfal de Agus-
tín de Iturbide o del ascenso de algún otro gobierno que lo incorporase.
Mientras tanto, fue colaborador del periódico Sol, el que aparecía dia-
riamente y el que al parecer estaba vinculado a las logias del rito escocés que
se habían ramificado en el país en esos días, y “cuyo objeto era sostener el
Plan de Iguala y propagar los principios liberales establecidos en España.67
Mediante el envío de ejemplares del Sol, de cartas, memorias y otros papeles
es que Manuel de la Bárcena mantuvo informado al senado episcopal de lo
que sucedía en la capital.68
Luego de librarse de la Ley de expulsión de españoles de diciembre de
1827, su condición física siguió en grave deterioro. De hecho, la correspon-
dencia que sostuvo con su cabildo catedral su último lustro de vida fue para
informarle y enviarle certificados médicos, una y otra vez, sobre su mal esta-
do de salud. De hecho, en mayo de 1830 pretendió pasar a Cuernavaca en
un desesperado intento por recuperarse, cosa que no pudo suceder porque
el 6 de mayo de ese año, a la una y media de la mañana, dejó de existir a los
62 años de edad.69

66 accm, Libros de actas de cabildo, libro 48, años 1822-1824, sesión de cabildo del 12

de agosto de 1824, f. 262.


67 Alamán, Historia de México…, p. 265 y Lorenzo Zavala, Ensayo histórico de las revoluciones

de México, desde 1808 hasta 1830, p. 265.


68 accm, Libros de actas de cabildo, libro 49, años 1824-1827, sesión de cabildo del 10

de febrero de 1825, f. 23v.


69 accm, Libros de actas de cabildo, libro 49, años 1824-1827, pelícano del 19 de mayo

de 1830, f. 169-169v. y sesión de cabildo del 14 de junio de 1830, f. 172.

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Una interpretación de la independencia
mexicana de 1821

Rodrigo Moreno Gutiérrez1

En 2021 los aires conmemorativos atizan los elogios exaltados pro-


pios de la contundencia de dos siglos. En pos de la precisión definitiva del
día de la ruptura, pareciera más atractivo exaltar la independencia certifica-
da en un instante por 34 varones y disolver así contradicciones, comunida-
des y tiempos solapados. Podría dar la impresión de que la conmemoración
habría de realzar casi hasta el aislamiento el hecho documentado de la decla-
ración del 28 de septiembre de 1821, sin considerar el proceso que lo explica,
lo enmarca, lo matiza y lo dota de sentido. El siguiente texto persigue todo
esto último mucho antes que lo primero: conscientemente anticlimático,
no busca destacar ni el triunfal remate de la gesta libertaria ni el principio fun-
dacional del estado independiente, sino que pretende ofrecer una interpre-
tación de las muchas posibles para discutir explicaciones, marcos, matices
y sentidos de la independencia mexicana de 1821. Antes que originalidad,
esta propuesta busca recuperación, síntesis y controversia.
Para sopesar un plan, unos tratados o un acta, para explicar a un ejér-
cito o a un Primer Jefe, para entender la intención de desatar sin romper,
conviene apartarse del peso bicentenario de la narrativa nacionalista de la
independencia y de la idea misma de “consumación”, así como de la iner-
cia de las categorías binarias (españoles-americanos, liberales-conservadores,

1 Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Históricas.

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civiles-militares, constitucionales-serviles, traidores-patriotas, realistas-insur-
gentes, republicanos-monárquicos) con que usualmente se ha vertebrado la
mayoría de las interpretaciones. En la persistente repetición del indepen-
dentismo libertario se ha ido diluyendo la importancia del mundo que per-
mite entenderlo como proceso histórico. El empeño patrio, pero también
historiográfico, por resaltar la excepcionalidad de la revolución popular que,
aunque traicionada, impuso sus metas once años más tarde, eclipsa las cla-
ves de la destrucción de un orden y los principios de construcción de otro
distinto. Ese sesgo termina por dejar una infinidad de cabos sueltos que
no se explican en el apresurado desenlace independentista (tan poblado de
figuras incómodas para el panteón nacional) ni en sus relatos.
Recuperar la independencia como proceso histórico complejo supone
restituir su historicidad a partir de la problemática relación de una multitud
de elementos, actores e intereses, cada uno de los cuales proyectan y habili-
tan una perspectiva propia. Cada perspectiva revela dinámicas, claroscuros,
protagonismos y prioridades distintas. La complejidad estriba en la polifa-
cética y multitudinaria conjugación de sujetos e intereses en permanente
reacomodo; su historia parte al menos de la intención por percibirla. Con-
siderar la independencia (mexicana o cualquier otra) como la materializa-
ción de un propósito individual o reducirla a un puñado de rúbricas anula
la posibilidad de comprenderla como parte de una circunstancia histórica,
como problema, como conflicto y como programa político, planos a los que
se dedican los siguientes apartados.

Revoluciones y restauraciones

Las prácticas y las creencias, los argumentos y las convivencias son corres-
pondientes a su tiempo histórico. La independencia mexicana de 1821 tuvo
sentido en su mundo contemporáneo y tengo la impresión de que ha sido
poco considerado en las explicaciones más usuales. La omisión es más lla-
mativa aún, si tomamos en cuenta que desde hace varios años se ha incorpo-
rado prolíficamente el enfoque hispánico e incluso atlántico para el estudio
contextualizado de las revoluciones hispanoamericanas. A estas alturas ya es

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imposible o declaradamente parcial una interpretación de los inicios inde-
pendentistas que no considere la crisis política de la monarquía española y de
la Europa napoleónica que en buena medida propició su explosión.2 Pero
conforme avanza el repaso de las cronologías, esa relación contextual con
frecuencia se disuelve en beneficio de miradas locales o abierta y anacrónica-
mente nacionalistas. Creo, en consecuencia, que el primer paso para sortear
esta deficiencia historiográfica es incorporar de manera crítica e informada
el mundo atlántico, europeo, hispánico e hispanoamericano que enmarca
y encauza la etapa definitoria de las independencias hispanoamericanas.
Del mismo modo en que se ha aceptado que la explicación de la crisis
política de la monarquía es imprescindible para entender los argumentos y
los impulsos institucionales desatados en América desde 1808 y así como
aquella crisis es incomprensible sin el contexto napoleónico, de esa misma
manera creo ineludible establecer tanto la Europa de la restauración cuanto
la evolución política de los estados americanos independientes, cuando me-
nos como marco histórico de las independencias de la América española,
cuyos desenlaces se fraguaron entre 1816 y 1824. Al ubicar ese periodo, la
escena en cuestión estaba compuesta, entre muchas otras cosas, por unos
Estados Unidos que superaban las cuatro décadas de vida independiente
y cuyo secretario de Estado, John Quincy Adams, era hijo de uno de los
“padres fundadores” y se perfilaba para convertirse, como ocurrió, en presi-
dente. Quiero decir con esto que la generación que discutía y protagonizaba
el orden internacional ya no era la de la Revolución francesa o la indepen-
dencia de Estados Unidos, sino su inmediata descendiente. Aquellos proce-
sos que inauguraron la que historiográficamente se ha llamado “Era de las
Revoluciones”, y que transformaron radicalmente el mundo atlántico, ya
había dado paso a otros ciclos históricos signados por la profundización, la
radicalización, la institucionalización y la reacción.
El natural relevo generacional visible en aquellas sociedades atestiguó
la masiva movilización armada de la Europa napoleónica, la independencia
haitiana, el traslado y la permanencia de la corte portuguesa en Brasil y la
diversificación de las guerras en la América española. Los referentes inme-

2 Por ejemplo: Alfredo Ávila y Pedro Pérez Herrero (comps.), Las experiencias de 1808 en

Iberoamérica; Roberto Breña (ed.), En el umbral de las revoluciones hispánicas, el bienio 1808-1810;
Manuel Chust (coord.), 1808, la eclosión juntera en el mundo hispano.

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diatos de esa nueva generación los proveía ese mundo igualmente frenético,
impredecible y revolucionado como el de los ciclos anteriores, pero en sen-
tidos distintos. Y, de manera más cercana, sus experiencias estaban mode-
ladas por la Europa posnapoleónica y pretendidamente restaurada. No se
trataba entonces de la generación de la Revolución francesa sino, significa-
tivamente, de la de la Restauración francesa, tan preocupada por moderar
las inercias tanto del republicanismo cuanto del absolutismo y, sobre todo,
tan obsesionada con terminar la guerra.3 En ese contexto, la revolución ya no
solo era posible, sino que representaba un conjunto de experiencias históri-
cas colectivas poco idealizadas.
Del mismo modo en el que se han historiado recepciones y asimilaciones
mutuas de los primeros ciclos revolucionarios atlánticos, también es posible
observar ascendientes, apropiaciones e impactos de los impulsos, manifesta-
ciones y prácticas contrarrevolucionarias que se difundieron y se ensayaron
para moderar, controlar o erradicar las escurridizas expresiones revoluciona-
rias o aquellas que eran percibidas como tales.4 El orden europeo pretendi-
do e impuesto por el Congreso de Viena figura, de este modo, no solo como
la total –y en esa medida, imposible– restauración de las monarquías abso-
lutas sino como la búsqueda de un principio de legitimidad y de legalidad
con que esas monarquías habrían de gobernar en lo sucesivo. Las negocia-
ciones y los pactos de Viena no se establecieron entre soberanos sino en-
tre estados cuyos representantes buscaron, con instrumentos diplomáticos,
jurídicos y legislativos, equilibrar las disputas entre las grandes potencias y
frenar la gigantesca e inédita masificación guerrera. Antes que el ánimo de
venganza (que lo hubo) primó el afán por clausurar las guerras y por limar
los impulsos belicistas, aunque sin alcanzar a desmontar las maquinarias de
la movilización armada.
En ese marco, los borbones restaurados desempeñaron un papel subsidia-
rio, más acentuado aún en el caso español. Y contrario al espíritu continuista
del resto de la Europa “restaurada”, el fernandismo pretendió la ruptura

3 Un panorama muy completo y actualizado de las restauraciones europeas puede verse

en Jean-Claude Caron y Luis Jean-Philippe (dirs.), Rien Appris, rien Oublié? Les Restaurations
dans l’Europe postnapoléonienne (1814-1830).
4 Matthew Brown y Gabriel Paquette (eds.), Connections after Colonialism. Europe and

Latin America in the 1820s.

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radical e irrealizable de la vuelta al pasado imaginado como un orden tan
perdido como recuperable, de ahí la fuerza de la idea misma de la “Restau-
ración” como proyecto de gobierno, costara lo que costara.5 Así, desde 1814
el gobierno de Fernando VII se desarrolló condicionado por su debilidad
exterior y por su incapacidad para lograr cohesión interior. La primera se
manifestó, por ejemplo, tanto en la dependencia española de la hegemonía
británica del Atlántico cuya preeminencia naval, comercial, financiera y di-
plomática articulaba las interconexiones oceánicas, cuanto en las contrarie-
dades para contener (con poco éxito) los tempranos intereses expansionistas
norteamericanos cristalizados en la incorporación de la Florida a Estados
Unidos y en el Tratado transcontinental.6
Las complicaciones exteriores e interiores de la metrópoli española ex-
plican sus dificultades para hacer expansiva la peculiar “restauración” a sus
revolucionadas posesiones americanas. Podría argumentarse que la recupe-
ración americana en distintos espacios desde 1814 fue engañosa y momen-
tánea, pues en realidad la crisis política y los impulsos revolucionarios ya
habían desquiciado la estructura imperial, pero el discurso fernandista, tan
intransigente como violento, nunca consideró esa experiencia colectiva y,
en cambio, pretendió cubrir con el mismo manto literalmente retrógrado
ambos hemisferios. Al mismo tiempo que polarizó las posturas políticas, el
modelo español de restauración contrarrevolucionaria7 pretendió reprimir
y extirpar las disidencias de uno y otro lado del Atlántico. La fuerza de las
armas alcanzó para recuperar parcialmente y a un altísimo costo tres de los
cuatro virreinatos americanos (el Río de la Plata ya nunca volvió a la sobera-
nía borbónica, aunque la sombra de la restauración condicionó su política8).
Contrapunteada por la dinámica abiertamente revolucionaria, la cara
americana de la restauración adquirió sus propias pautas, su peculiar pre-
tensión utópica y un discurso legitimador adecuado a las circunstancias del

5 Pedro Rújula, “El mito contrarrevolucionario de la ‘Restauración’”, Pasado y memoria,

pp. 79-94.
6 Rafe Blaufarb, “The Western Question. The Geopolitics of Latin American Indepen-

dence”, American Historical Review, pp. 742-763.


7 Rújula, “El mito contrarrevolucionario…”, p. 94.
8 Gabriel Di Meglio y Alejandro M. Rabinovich, “La sombra de la Restauración. Amena-

zas militares y giros políticos durante la revolución en el Río de la Plata, 1814-1815”, Revista
Universitaria de Historia Militar, pp. 59-78.

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conflicto según se veía y se vivía en estas regiones.9 La asumida y publicitada
restauración americana, apuntalada entre otras cosas por el envío de expedi-
ciones militares, le permitió a Fernando VII volver a nombrar directamente a
los virreyes de Nueva España, Perú y Nueva Granada. De esta forma, Juan Ruiz
de Apodaca, Joaquín de la Pezuela y Juan de Sámano, todos experimenta-
dos miembros de la Armada o del Ejército, coincidieron en algún momento
como gobernantes designados por el monarca Borbón para restablecer el
orden en sus dominios americanos. De manera significativa, los tres virreyes
afrontaron serios cuestionamientos, pero ya no por su legitimidad –como
algunos de sus inmediatos antecesores nombrados por la Junta Central o
por la Regencia o, peor aún, productos de interinatos y destituciones vio-
lentas–, sino por su capacidad. Muchos de esos cuestionamientos fueron
enunciados por aquellos jefes de armas que personificaron la militarización
de la restauración fernandista. Debido a la naturaleza y a las implicaciones de
estos fenómenos, Daniel Gutiérrez y Juan Luis Ossa proponen que el re-
torno absolutista del rey español no solo supuso para América la pretendida
reimplantación de la autoridad monárquica, sino que más bien constituyó
el “molde heterogéneo” que terminó por fraguar los estados hispanoameri-
canos independientes.10
De esta manera, la rebelión de Rafael del Riego conjugó con precisión
matemática las múltiples facetas de la fragilidad fernandista: disidencia, mi-
litarización, costosa sujeción armada de América. Luego de varios intentos
frustrados, ese gesto de rebeldía puso en jaque a la monarquía española tal
y como la había imaginado Fernando VII: generó un cortocircuito tanto en
el absolutismo incontestable cuanto en la recuperación forzada de ultramar,
misión a la que estaban destinados los contingentes acantonados en Anda-
lucía que terminaron por sublevarse. En este sentido, Riego simboliza dos
caras de la misma moneda: el antiMorillo que frustró la gran expedición
reconquistadora de América, por un lado; y el nuevo modelo revoluciona-
rio europeo de la década de los 1820, por otro; es decir, el jefe de armas que
desde un pueblo de provincia buscó cambiar el orden vigente, tal y como lo

9 Josep Escrig Rosa, “La construcción ideológica de la Restauración en Nueva España

(1814-1816)”, Historia mexicana, pp. 1493-1548.


10 Daniel Gutiérrez Ardila y Santa Cruz Ossa, “Presentación, la Restauración como fenó-

meno extra-europeo, 1814-1826”, p. 11.

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intentarían Guglielmo Pepe en el reino de Nápoles, Alexandros Ypsilanti en
Grecia y Segei Muraviev-Apostol en Rusia;11 modelo en el que, por cierto, la
figura de Agustín de Iturbide y su “revolución” encuentran, como veremos,
interesantes semejanzas. En suma, el movimiento de Riego sintetizó a la vez
la compleja problemática hispánica y la cambiante Europa restaurada. De
manera más inmediata y en relación con América, pulverizó la posibilidad
de continuar la falsa solución expedicionaria como cordón umbilical entre
colonias y metrópoli.

Cultura de guerra

El complejo y cambiante marco esbozado en las líneas anteriores nos lle-


va a destacar impulsos compartidos, tendencias dominantes y fenómenos
relacionados. Es en ese sentido que, por sus alcances e implicaciones, la
rebelión de Riego reviste particular importancia. No solo se presenta como
un producto de las prácticas y las contradicciones de su tiempo sino como un
catalizador de muy variadas consecuencias en los extremos de Europa y en
América. Su consideración historiográfica como el movimiento que propició
el restablecimiento constitucional en la monarquía española quizá ha eclip-
sado su impacto militar más inmediato.
El ejército expedicionario, cuya formación Fernando VII había orde-
nado desde 1815 y que por muy diversas razones se dilató tanto (y se po-
litizó tanto), debía dirigirse a la “pacificación” de la América Meridional.
Los tiempos y las circunstancias fueron cambiando de tal modo que, si
en un primer momento el objetivo pudo haber sido el Río de la Plata, los
progresos bolivarianos en Venezuela y el Nuevo Reino habrían cambiado
su destino. Esas especulaciones ya no son tan relevantes como el hecho de
que el caldo de cultivo del movimiento que echó por la borda la particular
“Restauración” española fue un ejército expedicionario asignado a la repre-
sión de la disidencia americana. Ese había sido el instrumento predilecto

11 Richard Stites, The Four Horsemen. Riding Liberty in Post-Napoleonic Europe.

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diseñado por la política fernandista para tratar a los movimientos ameri-
canos: las armas. Y, aunque se han ensayado algunas explicaciones sobre
el peso y la incidencia de los expedicionarios en los conflictos armados
americanos,12 quizá no hemos reparado lo suficiente en la importancia de
la rebelión de Riego como anulador tanto de la que iba a ser la más nume-
rosa expedición cuanto de la política que la auspiciaba, cuando menos por
los siguientes tres años. Que no haya zarpado esa expedición y la concien-
cia de que no lo haría otra (durante el régimen constitucional) cambió el
horizonte de expectativas allende el mar.
En efecto, el discurso de la “pacificación” había habilitado una per-
sistente política metropolitana (es decir, dirigida a las posesiones ultrama-
rinas) de corte militarista,13 a contrapelo de la tendencia supuestamente
desmovilizadora discutida en Viena. La publicitada búsqueda fernandina
por la paz en todos sus dominios fue –sin asomo alguno de conciencia
sobre la contradicción que entrañaba– una guerra o la continuación, arrai-
go y profundización de varias guerras. Ello no quiere decir que haya sido
un diseño original del absolutismo de Fernando VII, pues en realidad la
“solución militar” de los problemas americanos se perfiló en los sucesivos
organismos metropolitanos desde que se conocieron los estallidos revolu-
cionarios durante el cautiverio del Borbón. Lo cierto es que, cuando este
regresó literalmente por sus fueros, la “Restauración” impulsó de manera
vigorosa el combate armado a la América rebelde, lo que trajo por consecuen-
cia desde 1814 la recuperación violenta de importantes regiones a través de la
implementación de una sistematizada “purificación” represiva respaldada

12 Juan Marchena Fernández, “¿Obedientes al Rey o desleales a sus ideas? Los liberales

españoles ante la ‘Reconquista de América’ durante el primer absolutismo de Fernando VII”,


Juan Marchena y Manuel Chust, (eds.), Por la fuerza de las armas. Ejército e independencias
en Iberoamérica; Christon Archer, “Soldados en la escena continental: los expedicionarios
españoles y la guerra de la Nueva España, 1810-1825”, Juan Ortiz Escamilla (coord.), Fuerzas
militares en Iberoamérica, siglos xviii y xix, pp. 139-156.
13 Además de los útiles panoramas que al respecto brindan Michael Costeloe, La respues-

ta a la independencia. La España imperial y las revoluciones hispanoamericanas, 1810-1840; Brian


R. Hamnett, Política y comercio en el sur de México; y Timothy Anna, España y la Independencia
de América, destaca el acercamiento al problema de su financiamiento y los intereses involu-
crados que ofrece Carlos Malamud, Sin marina, sin tesoro y casi sin soldados. La financiación de
la reconquista de América, 1810-1826.

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por expedicionarios “ejércitos pacificadores”, como lo deja ver el escenario
neogranadino tan bien explorado por Gutiérrez Ardila.14
Precisamente en ese sentido me parece fundamental recuperar la dimen-
sión bélica de los procesos independentistas para determinar las condiciones
políticas y sociales que para 1820 y 1821 la década de guerra había generado
en todo el continente y en particular en la Nueva España. Esa consideración
historiográfica supone, por un lado, evaluar el sentido de guerra civil que
adquirieron las revoluciones y, por otro, analizar los impactos de esa polí-
tica de “pacificación” que se desplegó con distintas intensidades y diversos
agentes a lo largo del conflicto. Con respecto al primer rubro y aunque hace
falta discusión, cada vez hay menos dudas en caracterizar el tipo de con-
flicto armado abierto en buena parte de la América española y sobre todo
en la Nueva España como guerras civiles.15 No solo fueron guerras civiles,
sino que la composición de las partes beligerantes, los objetivos políticos en
disputa y la manera en que los distintos gobiernos encararon el conflicto,
se conjugan para entenderlas como tales. Desde sus primeras etapas quedó
claro, además, que las que se libraban en América no eran guerras regu-
lares convencionales, que difícilmente podrían plantearse en términos de
estratégicas conquistas territoriales y que ninguna batalla sería definitiva.
El sentido de guerra civil se reveló de muy distintas maneras y fue gal-
vanizando la convicción de las autoridades metropolitanas y virreinales de
que la única vía para sujetar sus dominios americanos estaría determinada
por las armas, lo que nos coloca en el segundo rubro referente a las políti-
cas derivadas por y para la guerra. Dicha convicción y todas las medidas y
rasgos en que se materializó nunca había sido la base del gobierno colonial,
y su introducción supuso que en cuanto cesara la movilización de recursos
humanos y materiales con que dicho dominio militar se ejercía quedaría al
descubierto la sujeción política. En otras palabras, parece pertinente presen-
tar la hipótesis de que la guerra modificó, por ponerlo en estos términos,
la organización y el sentido del gobierno novohispano (e incluso el llamado
“pacto imperial”) y que esa organización y ese sentido alterados condiciona-
ron el tipo de independencia que se difundió, peleó, negoció e impuso en

14 Daniel Gutiérrez Ardilla, La Restauración en la Nueva Granada (1815-1819).


15 Juan Ortiz Escamilla, Guerra y gobierno. Los pueblos y la independencia de México.

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1821. Probablemente estas transformaciones habían comenzado a gestarse
antes de las guerras y a partir de la militarización, dieciochesca, misma que
puede entenderse no solo como la pretensión por implantar ciertos instru-
mentos de defensa armada sino como la forma en que la Corona intentó ad-
ministrar sus posesiones de acuerdo con criterios y valores militares y con una
nueva concepción del lugar de América en la monarquía.16 Ahora bien, en
la medida en que esas reformas se concretaron más bien en el papel burocrá-
tico que desempeñaron los militares en la estructura política y no tanto en
la creación de unidades efectivas de combate, las modificaciones operadas
a raíz de las guerras revolucionarias fueron mucho más hondas y decisivas.
Como he tenido oportunidad de desarrollar con mayor amplitud en
otros textos,17 estoy convencido de que la militarización desatada a partir de
1810 alteró sustancialmente el ejercicio y los canales del poder. Los niveles
inéditos de violencia generalizada y radicalización política propios de una
guerra civil solo se profundizaron con la instrumentación más o menos impro-
visada, pero decidida, de un régimen de vocación contrainsurgente al que
Juan Ortiz no ha dudado en calificar como “dictadura militar”.18 Acercarse
a la revolución independentista con la perspectiva de la guerra civil pone de
relieve fenómenos relacionados con el reclutamiento, el alistamiento, la cons-
trucción de liderazgos y la definición y socialización de proyectos políticos y
su disputa armada. Por su parte, la faceta de la contrainsurgencia deja ver la

16 Eduardo Martiré, “La militarización de la monarquía borbónica (¿Una monarquía mili-

tar?)”, Feliciano Barrios Pintado (coord.), El gobierno de un mundo. Virreinatos y audiencias en la


América Hispana, pp. 447-488. Autores como Eissa-Barroso han insistido en hacer extensiva
esa militarización a todo el periodo borbónico y no únicamente a los reinados de Carlos III y
Carlos IV en que usualmente se ubica el “reformismo”: Francisco A. Eissa-Barroso, “Las capitanías
generales de provincias estratégicas hispanoamericanas durante los reinados de Felipe V. Aproxi-
mación al perfil socio-profesional de una institución atlántica”, Eissa-Barroso Francisco A.,
AinaraVázquez Varela Silvia y Espelt-Bombín, Élites, representación y redes atlánticas en la his-
panoamérica moderna, pp. 111-173; y Francisco A. Eissa-Barroso “De corregimiento a gobierno
político-militar. El gobierno de Veracruz y la ‘militarización’ de cargos de gobierno en España
e Indias durante los reinados de Felipe V”, Relaciones, pp. 13-49.
17 Rodrigo Moreno Gutiérrez, “Intendentes e Independencia, militarización y control

regional en la revolución de Nueva España”, en Ana Carolina Ibarra, y Scarlett O’Phelan


(comps.), Élites, representación y redes atlánticas en la hispanoamérica moderna, pp. 343-387 y “La
Restauración en la Nueva España. Guerra, cambios de régimen y militarización entre 1814 y
1820”, Revista Universitaria de Historia Militar, pp. 101-125.
18 Juan Ortiz Escamilla, Calleja. Guerra, botín y fortuna, pp. 137-148.

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construcción y operación de estructuras defensivas; los mecanismos de con-
trol e incorporación masiva (y pocas veces voluntaria) de las comunidades
en la dinámica del conflicto armado, con frecuencia a partir de estructuras
milicianas; la unificación de mandos políticos y militares y la subordinación
de las atribuciones de los primeros en beneficio de los segundos; y –para
vincular la problemática tratada con la sublevación de Riego– la incidencia
política e incluso social y el peso militar de los cuerpos expedicionarios.
Ambas perspectivas (guerra civil y contrainsurgencia) ayudan a entender, si
no la profesionalización formal de las fuerzas combatientes, sí al menos el
estado de permanente movilización que las profesionalizó de facto. En estos
términos, es mucho menos relevante preguntarse quién ganó o quién per-
dió la guerra, sino cuál fue la naturaleza de ese conflicto y cómo modificó
sociedad y política.
La normalización de la guerra (real o latente) y la prolongación de su
experiencia la convirtieron, junto con sus agentes, en columna vertebral de la
vida colectiva, corporativa y política de la Nueva España. Si asumimos que
las revoluciones independentistas trastornaron el entendimiento de la orga-
nización política y el ejercicio de la soberanía, la guerra –ese gran catalizador
de identidades– se convirtió en el conducto más persistente y eficaz (por
agresivo) de politización. Me parece capital entender la jerarquía territorial
de espíritu militar que se fue tejiendo a lo largo del conflicto, así como su
sentido, su articulación y sus lealtades, puesto que en esa estructura se ma-
terializaba el orden virreinal en 1820 y ese fue el circuito por el que cobró
vida y se expandió, en una lógica de adhesiones y pronunciamientos, el
proyecto independentista de Iguala.19 Y desde ese ángulo se hace más visible
el reducido grupo de militares, en su inmensa mayoría peninsulares, que
simbolizaba a un tiempo tanto la lógica y las exclusiones de la jerarquía mi-
litar colonial cuanto el vínculo político con la metrópoli. Ese conjunto de
altos mandos que monopolizaba la toma de decisiones y que encontraba su
principal sustento en las muy desgastadas unidades expedicionarias, perso-
nificaba el régimen militarizado en el que se había convertido el virreinato
de la Nueva España, régimen que no había logrado retribuir las expectativas

19 Rodrigo Moreno Gutiérrez, La trigarancia. Fuerzas armadas en la consumación de la


independencia. Nueva España, 1820-1821.

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y necesidades de la gran mayoría de quienes lo integraban ni mucho menos
de quienes estaban subordinados de una u otra manera a ese sistema o quie-
nes abiertamente permanecían combatiéndolo por distintos motivos.
Acercarse a la independencia de 1821 desde el punto de vista de la guerra
pone al descubierto mecanismos, actores, canales, códigos y dispositivos que
habían generado los diez años previos y que modelaron la cultura de guerra
y las características de las fuerzas armadas que protagonizaron los conflictos
durante buena parte del siglo xix. Esa guerra (dentro de la cual una etapa
es trigarante) fue la matriz de una manera de entender y de encarar el con-
flicto armado. La independencia de 1821 puso en juego todos los elementos
incubados y enquistados por la guerra novohispana: el control insurgente
de inmensas regiones a partir de estructuras guerrilleras dúctiles y efectivas;
liderazgos carismáticos con bases y redes armadas; el repudio generalizado
a la fiscalidad de guerra y, simultáneamente, la incapacidad de las partes
beligerantes para desmontarla; el aprovechamiento de una desperdigada pero
amplísima estructura miliciana (engarzada, a partir del restablecimiento cons-
titucional, en una estructura política electiva) y, en consecuencia, una pecu-
liar manera de organización colectiva; el anquilosamiento de los debilitados
cuerpos expedicionarios (totalmente determinantes en el derrumbe de la
legitimidad del régimen virreinal con la deposición del virrey Apodaca) y
la falta de refuerzos semejantes que, por la rebelión de Riego y por el cons-
titucionalismo, nunca arribaron; el descontento de los mandos medios de
las fuerzas operativas (en los cuales descansaban buena parte del control
regional y la movilización de las tropas) y el consecuente desplazamiento
–tras la independencia– de la cúpula virreinal militarizada y ramificada en
comandancias generales inaccesibles para los primeros. Queda muchísimo
por estudiar y comprender en ese conjunto de problemas históricos que
constituyeron una de las bases de la independencia.

Cultura constitucional

Además de las implicaciones militares que señalé arriba, como bien es sa-
bido el pronunciamiento de Riego propició una mayúscula consecuencia

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política: el restablecimiento de la Constitución Política de la Monarquía
Española. Ya se ha estudiado a profundidad cómo la rebelión de Riego y
la vuelta de la Carta de Cádiz nutrieron e inspiraron los brotes revolucio-
narios de Nápoles, Sicilia, Piamonte, Portugal, Rusia e incluso Grecia, y
la consecuente movilización contrarrevolucionaria orquestada por la Santa
Alianza para, de manera coordinada, sofocarlos.20 Lo que me interesa desta-
car es que ese contexto ayuda a comprender la fuerza y la simultaneidad de
impulsos que pretendían construir marcos políticos normativos que limita-
ran (e incluso suprimieran) el despotismo monárquico, y que esos impulsos
se organizaron en torno a dos instrumentos: el constitucionalismo liberal y
la movilización armada.
En espacios distintos se reactivó vigorosamente o apareció por primera
vez la discusión sobre la soberanía, las libertades y la igualdad. Pero con esa
misma rapidez y energía actuó la contrarrevolución en cada uno de esos
ámbitos y, de manera externa y más radical, con las intervenciones santoa-
liadas. El planteamiento debe evitar la interpretación binaria del bien liberal
enfrentado al mal reaccionario: cada vez se entiende mejor que lo mismo
en los movimientos liberales que en los reaccionarios se engendraron tanto
estrategias e intereses de organización popular cuanto ímpetus autoritarios
y represores. O, en otras palabras, que la visión paradigmática de la revolu-
ción y la concepción de una sola vía (lineal y teleológica) para construir cam-
bios ha impedido ver la extraordinaria renovación de la cultura política y
sus expresiones y potencial de movilización en todo el espectro ideológico.21
En definitiva, se trató de un periodo de intensa movilización política
(en gran parte armada) compuesta tanto por experiencias revolucionarias,
contrarrevolucionarias, liberales y reaccionarias, cuanto por la construcción
compartida y combativa de una cultura constitucional amplia en la cual el

20 Ramón Arnabat Mata, “El impacto europeo y americano de la proclamación de la

constitución de Cádiz en 1820”, Trocadero, pp. 49-56; Carlos María Rodríguez López-Brea,
“El ‘Viva la Pepa’ traspasa fronteras, los retoños de la Constitución de Cádiz”, Revista de His-
toriografía, pp. 115-138; Stites, The Four Horsemen…; Dossier “El Impacto de la Constitución
de Cádiz en Europa”, Historia Constitucional, con artículos de Fernández sobre Inglaterra, Ba-
sabe para Francia, Butrón sobre el Piamonte, Varela sobre Portugal y Rabow-Edling y Offord
sobre el decembrismo ruso.
21 Pedro Rújula y Javier Ramón Solans (eds.), El desafío de la revolución. Reaccionarios,

antiliberales y contrarrevolucionarios (siglos xviii y xix).

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gaditanismo se inscribió y figuró como importante referente no solo his-
pánico. Me parece que ese es el marco en el que debe entenderse su nueva
vigencia en la monarquía española y las características tanto del llamado
Trienio Liberal como los desenlaces independentistas hispanoamericanos
generados en esos años.
Y, si bien ya contamos con una copiosa historiografía para evaluar las
características de la implantación del régimen constitucional durante su pri-
mer periodo de vigencia en distintas regiones de la América española, hace
falta un panorama sólido sobre su reimplantación en 1820. Quizá la proxi-
midad histórica de las rupturas definitivas ha propiciado no solo la evidente
fragmentación historiográfica con enfoques exclusivamente nacionales, sino
también una subvaloración global del segundo periodo gaditano en Amé-
rica. En ese sentido, este restablecimiento constitucional queda atrapado e
invisible entre las revisiones de los procesos independentistas y las historias
de los primeros años de vida política independiente de los estados naciona-
les. Y así, el foco nacionalista pierde de vista la importancia del marco en el
que, debido a la nueva puesta en vigor de la Pepa, se recuperó el principio
de la soberanía nacional articulado en la ciudadanía y materializado en la
compleja maquinaria electoral gaditana.
De este modo, suele marginarse de los relatos patrios sobre las indepen-
dencias la frenética reactivación de las instituciones gaditanas, la libertad de
imprenta y los múltiples procesos electorales en los lugares cuyos gobernan-
tes y gobernados en 1820 reconocían pertenecer a la monarquía española,
comenzando por la propia España y continuando con la Nueva España,
toda Centroamérica, Cuba, Puerto Rico, casi todo Perú, el Alto Perú, Quito
y algunas ciudades de Venezuela y el Nuevo Reino, ámbitos y tiempos que
por fortuna cada vez se encuentran mejor estudiados en la historiografía es-
pecializada.22 Solo el Río de la Plata, Chile y amplias regiones de Venezuela
y de la Nueva Granada, además de algunas ciudades peruanas, no formaron

22 Por ejemplo, Xiomara Avendaño Rojas, El Trienio Constitucional. Moderación, innovación


y
autonomía en el Reino de Guatemala, 1820-1823; Robinzon Meza, “Las políticas del trienio libe-
ral y la independencia de Venezuela (1820-1823)”, Anuario de Estudios Bolivarianos, pp. 81-96;
Sala i Vila, “El Trienio Liberal en el Virreinato peruano: los ayuntamientos constitucionales
en Arequipa, Cusco y Huamanga, 1820-1824”, Revista de Indias, pp. 693-728; Víctor Peralta
Ruiz, La independencia y la cultura política peruana (1808-1821), pp. 285-307.

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parte de la restablecida Nación Española en 1820. Por tanto, conviene tener
presente que, a pesar de las condiciones de fragmentación, militarización,
deslegitimación y desgaste arriba aludidas, la independencia no era una rea-
lidad para una gran mayoría de vecinos de la América española. Evitar, de
nueva cuenta, la teleología nacionalista contribuye a valorar la importancia
de la nueva vigencia del constitucionalismo.
Además de las tensiones particulares con que transcurrió el periodo que,
desde el punto de vista peninsular, se conoce historiográficamente como
el Trienio Liberal, y entre la multitud de aspectos en los que el nuevo ré-
gimen incidió, me interesa destacar dos: 1) la modificación de la política
metropolitana hacia América, y 2) la reestructuración constitucional de la
vida política de la Nueva España. Como quedó claro, la rebelión de Riego
decapitó materialmente otra expedición “pacificadora”, pero el restableci-
miento constitucional inhabilitó ese recurso militar no solo porque las con-
diciones peninsulares cambiaron y el (muy relativo) excedente armado ya
no estaría disponible para misiones trasatlánticas, sino sobre todo porque
la recuperación de la Nación Española como fórmula articuladora de la mo-
narquía bihemisférica transformó el lugar que ocupaba América y la forma
en que debía ser gobernada. Aunque nunca exenta de flagrantes exclusiones,
la concepción ciudadana del mundo hispanoamericano debía modificar, y
modificó, el trato metropolitano de la disidencia armada.
Si bien la postura del rey constitucional continuó siendo amenazante
y mantuvo siempre abierta la posibilidad de restituir la ruta armada para
quien no se aviniera,23 el problema americano se entendió en términos po-
líticos antes que militares. Con el marco constitucional restablecido, instan-
cias como la Junta Provisional, el Gobierno, el Consejo de Estado y, más
tarde, las Cortes, discutieron en la metrópoli (muchas veces con posiciones
totalmente contrapuestas) mecanismos persuasivos más que represivos para
terminar con la guerra civil americana bajo el supuesto de que el nuevo or-
den sosegaría los ímpetus rebeldes y de que “los países disidentes” volverían
a integrarse a una monarquía que reconocía, con la Constitución, derechos
y obligaciones. Ese razonamiento presionó a las autoridades americanas para

23 Ivana Frasquet, “Independencia o Constitución, América en el Trienio Liberal”, His-


toria Constitucional. Revista Electrónica, p. 184.

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que instrumentaran las múltiples facetas del orden constitucional, señalada-
mente los comicios para que pudieran completarse las Cortes con diputados
americanos electos, pero también auspició una política prácticamente diplo-
mática de acercamiento a los disidentes mediante el envío de comisionados
que habrían de negociar la implantación del sistema constitucional en las
regiones que habían dejado de reconocerse como parte de la monarquía.24
Con independencia de sus resultados y de sus particularidades, ese es el
contexto en el que pueden comprenderse las negociaciones entre Bolívar y
Morillo en Trujillo, entre San Martín y Pezuela en Miraflores y, más tarde,
entre Iturbide y O’Donojú en Córdoba, precisamente en la medida en que
implican la determinación metropolitana por convertir a los rebeldes fuera
de la ley en discrepantes políticos susceptibles de acuerdos o, más aún, en
representantes de naciones ajenas a la monarquía con quienes es posible
regularizar la guerra. Cabe adelantar que todos esos encuentros fueron cues-
tionados por diversas instancias pues ni estaban claras las representaciones
de los disidentes ni las capacidades de las autoridades oficiales para alcanzar
acuerdos. Es decir, tanto la legalidad cuanto la legitimidad de los suscri-
bientes y de lo suscrito fue controversial. Unos no podían aceptar el orden
constitucional y otros no debían romperlo; unos no querían tratar sino de
independencia mientras que para los otros era precisamente eso lo que no
podían tratar. Todos, no obstante, trataron. Y todos, al menos según sus
palabras, buscaron la paz habiendo cambiado su idea de la guerra.
Naturalmente este marco debilitó y deslegitimó a quienes habían encarna-
do en los últimos años la subsistencia militarizada de la política americana y
habían promovido la vía armada como única posible para el restablecimien-
to del orden.25 A esos grupos que habían aumentado considerablemente
su influjo político debido a su capacidad militar, ahora el código gaditano
los obligaba a desprenderse del primero y a restringir el rango de acción del
segundo. De este modo, la nueva vigencia del constitucionalismo dislocaba

24 Ivana Frasquet, “La segunda oportunidad. La ‘pacificación de las Américas’ en el con-

texto constitucional de 1820. El caso de México”, Manuel Suárez Cortina y Tomás Pérez
Vejo, Los caminos de la ciudadanía. México y España en perspectiva comparada, pp. 118-140; As-
cención Martínez Riaza, “‘Para reintegrar la Nación’. El Perú en la política negociadora del
Trienio Liberal con los disidentes americanos, 1820-1824”, Revista de Indias, pp. 647-692.
25 Stephen K. Stoan, “Pablo Morillo, the War, and the Riego Revolt”, Christon Archer,

The Wars of Independence in Spanish America, pp. 229-237.

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el sentido y la estructura del sistema con que América se había administrado
a causa de las guerras internas.
El segundo aspecto al que hice referencia está mejor estudiado. La ins-
trumentación del régimen constitucional reestructuró la vida política de aque-
llos lugares en que se echó a andar y ahí lo hizo de manera mucho más
expedita y generalizada que durante el primer periodo de vigencia gaditana.
Ese fue el caso de la Nueva España y Centroamérica. La reactivación del
debate público gracias a la libertad de imprenta, la intensidad y frecuencia de
las elecciones y, derivada de estas, la proliferación de instituciones de go-
bierno municipal y provincial, en conjunto, transformaron radicalmente el
ejercicio del poder y la canalización de las preocupaciones públicas, todo lo
cual cristalizó en la renovada cultura constitucional provista de un lenguaje
y una simbología propios.
Concretamente en el ámbito novohispano, la pronta erección de más de
mil ayuntamientos constitucionales reacomodó los grupos y mecanismos
de toma de decisión en las comunidades y cimentó una cierta idea de la
representación política, la participación y los derechos ciudadanos. Desde lue-
go que el restablecimiento constitucional no significó lo mismo para todos,
pero, a partir de entonces, cualquier demanda colectiva, cualquier proyecto
político con independencia de sus pretensiones o su signo, habría de diri-
mirse en esa arena que también se convertiría en una de las principales pla-
taformas de organización comunitaria y extracomunitaria. Fuera por caso, ni
más ni menos, la fiscalidad, cosa que explica que el nuevo orden materia-
lizado en los ayuntamientos se convirtió en el instrumento de denuncia de
las pesadas contribuciones de guerra que llevaban a cuestas las comunidades
para sostener a las milicias de realistas. Objeto de intensas negociaciones,
contribuciones y realistas tenían que reformarse con los criterios ciudada-
nos de la Constitución para dar paso a las milicias nacionales; ese detalle en
apariencia insignificante ponía en entredicho la estructura defensiva de la
Nueva España y uno de sus más preciados mecanismos de financiamiento.26
Por otra parte, tanto diputaciones provinciales como los ayuntamientos
constitucionales ofrecieron un plano de continuidad gubernamental irrem-
plazable. Es decir, la ruptura independentista no fisuró el funcionamiento

26 Moreno, La trigarancia…, pp. 89-137.

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–e incluso la composición, en muchos casos– de estas instancias, ni trastocó
la legitimidad electoral con que representaban a sus comunidades. Pactos,
negociaciones, alianzas o imposiciones, donde y cuando los hubo, se fragua-
ron principal o complementariamente en este plano municipal y regional.27
Desde luego que hay infinidad de aspectos que deben ser mejor explicados
y no todo fue permanencia y tersura. Hubo grupos, comunidades y re-
giones subrepresentados o deliberadamente excluidos y hubo disputas en
todos los niveles que, de hecho, dificultaron las articulaciones provinciales
y nacionales los siguientes años; no obstante, la arquitectura institucional y
el rango de lo políticamente pensable y decible quedó signado por esta cul-
tura constitucional, tan visible en el ciclo revolucionario europeo, atlántico
e hispanoamericano de 1820-1823 del cual la Pepa fue puntal y en el que de
muchos modos se disputó y se reconfiguró la soberanía.

Independencia

Sin espacio ni interés por abundar en las numerosas especulaciones histo-


riográficas que rodean al origen, la dirigencia y los pormenores del movi-
miento independentista mexicano de 1821, en los siguientes párrafos busco
incorporar los anteriores planteamientos a una serie de propuestas discuti-
bles sobre los sentidos e implicaciones de este fenómeno histórico. Quizá
con el panorama recién expuesto, el movimiento encabezado por Iturbide
y formalmente iniciado en febrero de 1821 puede parecer menos original y
menos contradictorio de lo que usualmente se asume, aunque sí más histó-
rico y, en el mejor de los casos, más comprensible y más interesante.

27 En los últimos años se han publicado en este rubro consistentes estudios regionales

que, aunque no se constriñen a la coyuntura 1820-1821, la incluyen y la explican; por ejem-


plo, Juan Ortiz Escamilla y José Serrano Serrano (eds.), Ayuntamientos y liberalismo gaditano en
México; Moisés Guzmán Pérez (coord.), Cabildos, repúblicas y ayuntamientos constitucionales
en la independencia de México; María del Carmen Salinas Sandoval, Diana Birrichaga Gardida,
Antonio Escobar Ohmstede (coords.), Poder y gobierno local en México, 1808-1857; Laura Ma-
chuca Gallegos, Ayuntamientos y sociedad en el tránsito de la época colonial al siglo xix. Reinos de
Nueva España y Guatemala.

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Es decir, si consideramos a la guerra como experiencia colectiva funda-
mental, no puede sorprender que el agente más visible de la independencia
de 1821 fuera un ejército y que su desarrollo a partir de la publicación del
Plan de Iguala se nutriera de esa experiencia y su expansión privilegiara prác-
ticas, jerarquías y mecanismos de guerra. Si, por otro lado, consideramos la
cultura constitucional recientemente arraigada (pero arraigada al fin), tiene
sentido que la independencia haya sido mediada por la estructura institucio-
nal generada en ese marco y dotada de sus respectivas legitimidades (repre-
sentación popular, soberanía nacional, libertades, relativa igualdad). Lejos
de ser excluyentes, ambas facetas (cultura de guerra y cultura constitucional)
se complementaron y de hecho explican numerosos elementos constitutivos
de la conflictividad del siglo xix hispanoamericano y el surgimiento de los
estados nacionales.
En ese panorama es necesario agregar dos poderosos ingredientes: la
independencia como convicción y la paz como anhelo. Ninguna de las dos
fue original del independentismo de 1821, pero ambas figuraron como motor
y amalgama de un programa político concreto que las incorporó, les dio
cuerpo y las proyectó como posibles y deseables. Son numerosas las manifes-
taciones documentales de que para entonces había una convicción generali-
zada por una independencia, si bien nunca suficientemente precisada. Dicha
convicción se hizo visible en las negociaciones tanto con los grupos insur-
gentes, primero, cuanto con cada comunidad políticamente organizada en
ayuntamiento a lo largo del proceso trigarante, entre febrero y septiembre de
1821. Esa negociación transcurrió con una dinámica de guerra. Fue política,
pero con las armas. Por eso a veces fue imposición y se manifestó en sitios
y tomas de ciudades. A cada paso fue quedando más clara la materialidad
de la independencia precisada en esa entidad nombrada Imperio Mexicano.
A cada paso, también, se hizo evidente que la paz venía con las armas o, me-
jor, que el discurso pacifista también podía ser impuesto y podría ser alegada
la necesidad de su protección.
El movimiento independentista de 1821 que protagonizó el Ejército de
las Tres Garantías encabezado por Agustín de Iturbide buscó desde un prin-
cipio apropiarse de la intención independentista, al mismo tiempo que diferen-
ciarse de la insurgencia popular surgida diez años atrás. La proclama que
precedía al Plan de Iguala reconocía la necesidad y la legitimidad de la
independencia que había resonado en Dolores en 1810, pero argumentaba

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que ese movimiento había sido una “experiencia horrorosa” de desgracias,
desastres y vicios. En otras palabras, la trigarancia aceptaba el objetivo inde-
pendentista de la insurgencia, pero no sus medios, y subrayaba el papel fun-
damental y trágico de la guerra como experiencia condicionante de la nueva
propuesta. Tanto la insurgencia como la trigarancia y sus respectivas decla-
raciones o actas de independencia apelaron a la idea de la recuperación de
la soberanía perdida y, en esa medida, ambas asumieron la preexistencia
nacional, pero las características de los proyectos políticos que simbolizaron
fueron sensiblemente diferentes (de ahí el problemático planteamiento de
la “consumación”).
Probablemente hemos errado al empeñarnos en entender la indepen-
dencia mexicana de 1821 en relación (continuidad, rechazo, contraposición)
con la insurgencia y no tanto en correspondencia con los impulsos orga-
nizacionales que electrizaron a toda la América española desde 1808, pero
más claramente desde 1810. El tipo de autoridades, legitimidades, vínculos
y movilizaciones involucradas en el proceso trigarante fue, mutatis mutandis,
más cercano a la escena meridional que a la insurgencia novohispana, lo
que no quiere decir de ningún modo que esta no tenga importancia o que
deba asumirse como un paréntesis excepcional. En otras palabras, el contex-
to americano ayuda a explicar más ampliamente a Iturbide y al resto de la
dirigencia Trigarante, así como a los firmantes del acta independentista en
correspondencia con los juntistas y los libertadores del sur. Si es más difícil
comparar a Hidalgo o a Morelos con los meridionales, no lo es tanto con
Iturbide y sus apoyos urbanos y politizados.
El proceso independentista en su conjunto (no una de sus etapas, vertien-
tes o coyunturas) permite encontrar semejanzas significativas. En este sen-
tido, la integración de la Junta Provisional Gubernativa del Imperio Mexi-
cano tiene similitudes evidentes con aquellas que tachonaron la geopolítica
hispanoamericana desde 1809: obispos, criollos nobles titulados, grandes
propietarios y (en menor proporción) jefes y oficiales milicianos y militares.
En todo caso, “vecinos principales”, patricios, “jefes naturales”, que de nin-
gún modo buscaron mostrarse igualitarios ni tuvieron interés por integrar
representantes de movimientos populares, antes bien, todo lo contrario.
Y sí, en cambio, se preocuparon por incorporar en no pocas ocasiones a
autoridades gubernamentales cuya legitimidad provenía de su nombramien-
to metropolitano (o directamente regio). Eso explica en parte por qué el

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prospecto de Junta que se dio a conocer junto con el Plan de Iguala incluía
al virrey y a otros altos funcionarios, o por qué la Junta firmante del acta
de independencia terminó conformada prioritariamente por la oligarquía
capitalina y un cúmulo de autoridades eclesiásticas, judiciales, militares y po-
líticas –como el recién llegado O’Donojú– que respetaban el nombre del rey.
Como ha sugerido Hocquellet para las juntas españolas de 1808, el ingre-
diente revolucionario, si lo había, estaba en la pretensión política, no en la
composición social.28 Lo llamativo del desenlace mexicano es que habiendo
sido consecuencia tanto de una década de guerra cuanto de un movimiento
armado (el trigarante) encabezado por jefes y oficiales, no haya privilegiado a
ese grupo en el gobierno perfilado en el acta y en la Junta y que, justo por
eso, sea tan parecida a las sudamericanas de los albores de la revolución y no
tanto a los gobiernos producidos en su ocaso. Esa diferencia formal no quiere
decir que los jefes armados que dieron cuerpo y dirigencia a la trigarancia
no hayan tenido poder político al término del movimiento independentista
y en el cuajo del Imperio, pero sí que no habría extrañado que figuraran ma-
yoritariamente como signatarios del acta y vocales de la Junta, tanto como
aparecieron, por ejemplo, en los sucesivos gobiernos bolivarianos a partir
del Congreso de Angostura o en los del Río de la Plata, luego de las prime-
ras disputas ocasionadas por la revolución de mayo.
En definitiva, conviene recuperar la historicidad del independentismo
de 1821 e imaginarlo como la apertura de una gama inédita de posibilida-
des políticas. Restringir el estallido trigarante a la concreción del Imperio
Mexicano, conscientes, por si fuera poco, de su fugacidad, poco ayuda en la
percepción de una coyuntura palpablemente incierta. Así como en el Río
de la Plata entre 1808 y 1810, en el que las posibilidades de organización y
acuerdo variaban en un rico abanico de alternativas entre las que se conta-
ban la sujeción a los organismos emergentes metropolitanos, la aceptación
de un protectorado británico o del imperio francés, el reconocimiento de
Carlota Joaquina o muy diversas agregaciones políticas con variados grados

28 Hocquellet, “Los reinos en orfandad: la formación de las Juntas Supremas en España

en 1808” en Martha Terán y José Antonio Serrano Ortega, Las guerras de independencia en la
América española, p. 31.

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de independencia;29 o así como en la Península en 1814 cuando regresó
Fernando VII de su cautiverio francés y, antes de concretar su autogolpe de
estado, se barajaron variados proyectos (desde la restitución de Carlos IV
hasta el establecimiento de un gobierno moderado o reformista o constitu-
cional o –el triunfante– absolutista;30 así también, pues, la trigarancia de
21, mucho antes que cerrar un camino definido, habilitó, en un principio
y durante su desarrollo, proyectos muy distintos al que terminó por impo-
nerse. No se trata aquí de hacer historia contrafactual, sino de recuperar la
realidad histórica sobre la cual se discutió y se fue articulando el indepen-
dentismo.
Y si nos constreñimos a lo perfilado en el Plan de Iguala y en los Trata-
dos de Córdoba, aparece una alternativa que usualmente no se problematiza:
la del establecimiento de un príncipe europeo en el trono mexicano, como
ocurría exactamente en esos años en el otro gigantesco imperio naciente del
continente americano: Brasil.31 La opción monárquica pro europea pactada
y aceptada en Iguala y en Córdoba establece un vínculo evidente con el fernan-
dismo persistente a lo largo y a lo ancho del independentismo americano, in-
cluida la insurgencia novohispana. La inmensa mayoría de los movimientos
políticos que condujeron a la ruptura en toda Hispanoamérica incluyeron
la defensa de los que se asumieron, en un principio, los derechos legítimos
del monarca cautivo por Napoleón. La invocación al rey abría una amplia
gama de conductas políticas y en su nombre se podían entablar demandas
y proyectos muy diversos. Del mismo modo, cuando la trigarancia en 1821
ofreció el trono del Imperio Mexicano a Fernando VII, buscaba conciliar
el proyecto independentista con la fidelidad al monarca: romper la subor-
dinación a la metrópoli y el vínculo con la monarquía española, pero no la
sujeción al rey. El ofrecimiento público al rey era tanto un argumento jurídi-
co para no fracturar el pacto de sujeción cuanto una estrategia política para
atraer en la Nueva España a sectores moderados y fidelistas en un contexto

29 Marcela Ternavasio, “De la crisis del poder virreinal a la crisis del poder monárquico,

Buenos Aires, 1806-1810”, Roberto Breña, En el umbral de las revoluciones hispánicas: el bienio
1808-1810, p. 267.
30 Gonzalo Butrón Prida, “Redefinir rey y soberanía. El retorno de Fernando VII y la

agonía del liberalismo”, Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea, pp. 59-78.
31 Pimenta y Farah, “Brasil encuentra a México, un episodio paradigmático de las inde-

pendencias (1821-1822)”, 20/10. Memoria de las Revoluciones de México, pp. 222-237.

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hispánico crecientemente liberal. Además, dicha cláusula monárquica del
plan de independencia abierta a las casas reinantes europeas podría también
analizarse a la luz de los intereses que los borbones restaurados (no solo los
españoles) habían mostrado por asentar monarquías afines en América.32
Otros dos futuros posibles en 1821 eran, por un lado, una permanen-
cia negociada dentro de la monarquía española como la que perfilaba el
proyecto “autonomista” discutido entre los diputados novohispanos desde
antes de su salida a Madrid y luego presentado en las Cortes,33 posibilidad
particularmente atractiva para los grandes intereses comerciales; y, por otro
lado, la permanencia o la restauración del dominio español por la vía ar-
mada, posibilidad tanto más presente si consideramos el pie militar que se
mantuvo por años en San Juan de Ulúa34 y la cercanía estratégica de Cuba
y de Puerto Rico.
La riqueza e incertidumbre de ese horizonte abierto estuvo jalonada
en todo momento por muy distintos entendimientos de articulación terri-
torial (especialmente visibles tras la disolución del Imperio) conjugados con
una amplia gama de diseños institucionales posibles y diversas concepciones
del ejercicio de los derechos políticos y de conformación de la comunidad
soberana. Todo eso no solo era discutible al despuntar la trigarancia, sino
que tuvo que ser argumentado y eventualmente descartado, negociado, ajus-
tado e impuesto. La conflictiva decisión cotidiana a lo largo de ese proceso
en cada una de esas facetas está contenida en el término “independencia
mexicana”. En resumidas cuentas, dar por resuelto el establecimiento del es-
tado mexicano mediante el recuerdo de la publicación del Plan de Iguala y,
acaso, con el apéndice de los siete meses de “desfiles triunfantes” y la firma
de un acta, suprime cualquier atisbo de reflexión sobre una circunstancia
histórica palpablemente compleja, amplia, abierta.
Planteada la independencia de 1821 en tanto proyecto político, pare-
cería natural asumir que sus principales motores fueron, tal cual, religión,
independencia y unión. Una mirada más detenida obligaría a cuestionar la
incidencia de las garantías del plan en la movilización de recursos huma-

32 Blaufarb,“The Western Question…”, pp. 755-756.


33 IvanaFrasquet, Las caras del águila. Del liberalismo gaditano a la república federal mexicana
(1820-1824), pp. 29-76.
34 Juan Ortiz Escamilla, El teatro de la guerra. Veracruz, 1750-1825, pp. 187-249.

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nos y materiales. Ahí, la religión habría de precisarse en la defensa de ciertos
intereses que, más que religiosos, fueron eclesiásticos. Ello no nos tendría que
conducir a menospreciar el peso de la religiosidad en la guerra o en las dispu-
tas políticas, sino a enfocar sus usos, expresiones y canales. Y, sin rechazar la
posibilidad de que el movimiento se haya nutrido de una genuina defensa del
catolicismo, fue mayúsculo el impacto de sectores conservadores de la Iglesia en
el fomento de este independentismo de última hora que veían en el régimen
constitucional restablecido y particularmente en las iniciativas de las Cortes de
Madrid amenazas frontales a intereses, privilegios y corporaciones eclesiales, no
tanto a la religión como credo (finalmente protegido por la Constitución).
Con respecto a la garantía independentista del proyecto, cabe añadir, a
la convicción generalizada apuntada arriba, la fundamental incorporación
de las insurgencias guerrilleras, particularmente en la primera etapa del pro-
ceso trigarante. Pero su aportación no únicamente fue estratégica sino legiti-
madora en términos de un objetivo político concreto, si bien nunca se llegó
a un consenso real respecto a las formas de gobierno del nuevo estado. La
independencia, además, se estableció como condición de las negociaciones
con las autoridades enviadas desde la metrópoli, como había ocurrido en los
encuentros de semejante naturaleza por esos años en el sur del continente.
Finalmente, la unión como garantía atrajo a grupos excluidos del libera-
lismo gaditano, señaladamente las castas, pero mucho conviene no idealizar
esta bandera en el independentismo iturbidista y contrastar su uso en 1821
respecto a la vigorosa fuerza del impulso igualitario de la primera insurgencia.
Conscientes de esa diferencia, no sorprenderá que la trigarancia procurara
conservar y reproducir estrictas jerarquías y mantuvo explícitos recelos (socia-
les) en cuanto a la integración de la “plebe” insurgente o de mulatos y negros.
En última instancia y en total correspondencia con su tiempo, la inde-
pendencia de 1821 capitalizó el anhelo colectivo por la paz a partir de una
movilización armada. Fue una guerra que pretendió no serlo o no aparen-
tarlo: la tentación de la revolución controlada, una “negociación forzada” y
el primer pronunciamiento del xix mexicano.35 Epígono de Riego, de quien

William Fowler, Forceful Negotiations. The Origins of the Pronunciamiento in Nineteenth


35

Century Mexico.

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se dice que “utilizó medios militares, pero no con fines militares”,36 compa-
ginó significativamente con el nuevo modelo revolucionario de su década:
acaudillado por un jefe de armas, el movimiento nació en un pueblo de
provincia y corrió por las venas de la estructura militar y miliciana montado
en el liberalismo, pero para contenerlo, nutrido por las masas pero descon-
fiado de ellas. Ese jefe de armas, nacido exactamente en los mismos años
que Riego o que Pepe o que Bolívar, creció –como ellos– en un mundo en
el que otro jefe militar surgido de una isla marginal del Mediterráneo bus-
có (y logró) construir un nuevo orden con las armas y los anhelos de una
revolución (la Revolución), sirviéndose de sus prácticas y de su cultura. No
insinúo que Iturbide siguiera el modelo napoleónico, sino que su genera-
ción –o esas figuras emblemáticas de su generación– se desarrolló ansian-
do gobernar (terminar) la revolución y establecer un orden pragmático. Esa
generación fue expresión de una época de marcado protagonismo militar
surgido a raíz de las guerras y de una inclinación liberal a moderar al mismo
tiempo el poder absoluto y la revolución.
Como proponen estudios recientes,37 la década de los 1820 no puede
ser entendida únicamente a través del cristal del fin del colonialismo o del
principio de la era nacional, sino que tiene que ser entendida en sus propios
términos: fue el tiempo en el que ninguno de los imperios europeos logró
hegemonía en América y ninguno de los proyectos políticos o ideológicos
(monarquismo, republicanismo, constitucionalismo moderado) se impuso
por completo, sino que hubo experimentación, mezcla e intercambio. Fue
un periodo de transición en el que quedaron sembradas las grandes discusio-
nes del siglo xix sobre la soberanía nacional y las responsabilidades fiscales
que –entre contradicciones sociales, ensayos institucionales, negociaciones
e imposiciones armadas– modelaron una cultura política.
En esa medida, fijar la independencia en un día (27 de septiembre), en
un hecho (el ingreso formal de los trigarantes a la ciudad de México) o
en un documento (el acta de independencia del 28 de septiembre) supone

36 Víctor Sánchez Martín, “Creación, construcción y dudas sobre la imagen del héroe

revolucionario y del monarca constitucional en 1820”, Encarna García Monerris, Mónica


Moreno Seco y Juan Ignacio Marcuello Benedicto (eds.), Culturas políticas monárquicas en la
España liberal. Discursos, representaciones y prácticas (1808-1902), p. 61.
37 Paquette y Brown, Connections after Colonialism …

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sintetizar, reducir o simbolizar en esos fenómenos todo un proceso. Pero si,
como dijimos al principio, lo que se busca es, antes que resumir, problema-
tizar, y antes que simbolizar, historiar, de poco sirve empeñarse únicamente
en el día, en el hecho o en el documento. Entre otras cosas, porque ese día,
ese hecho y ese documento se relacionan de manera palpable con una vi-
sión extremadamente lineal y centralista de la independencia.
Este conflicto no fue una guerra regular que pudiera darse por conclui-
da cuando uno de los ejércitos tomara la capital enemiga o con la firma de
un acuerdo entre las partes beligerantes. La independencia en tanto pro-
ceso tuvo que ver, entre otras cosas, con la sustitución de gobernantes, la
modificación de legitimidades y la recanalización fiscal. Lo que ocurrió el
27 y el 28 de septiembre de 1821 explica, acaso, la materialización de ciertos
desplazamientos políticos de la que dejó de ser –precisamente en esos ac-
tos– la capital virreinal. En otras palabras, la independencia fue ocurriendo
progresivamente en la medida en que grupos rebeldes, autoridades locales,
unidades armadas y corporaciones dejaron de reconocer tanto al gobierno
virreinal como autoridad superior, cuanto a lo que este representaba como
instancia dependiente de la metrópoli. Como derivación de esas decisiones
locales, regionales, colectivas, se fueron rompiendo o modificando obliga-
ciones políticas y fiscales. Esas mutaciones, a veces impuestas, a veces negocia-
das, a veces exaltadas, a veces anteriores a la trigarancia (como en regio-
nes, grupos y comunidades insurgentes) y a veces traicionadas y rechazadas,
se produjeron de manera desfasada y controvertida. Nunca se asumieron
como definitivas, y su sentido varió en función de actores e intereses locales,
regionales, económicos, políticos y sociales. Así, la independencia no co-
menzó el 24 de febrero en Iguala porque, con los criterios recién expuestos,
persistentes grupos y comunidades ya habían desconocido la superioridad
virreinal y el vínculo con la metrópoli. Tampoco terminó esa independen-
cia el 27 o el 28 de septiembre pues villas, ciudades y regiones enteras (en
Centroamérica, por ejemplo) continuaron adhiriéndose al plan y, por otra
parte, significativas unidades armadas nunca lo reconocieron y continuaron
en pie de resistencia (San Juan de Ulúa) o fueron capituladas y evacuadas.
No busco restarles la decisiva y simbólica importancia a esos hechos
concretos, pero bien puede lograrse una visión más progresiva y estrictamen-
te histórica de la independencia como proceso colectivo (político, cultural,
militar y simbólico) en el que grupos y comunidades buscaron constituirse

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como una comunidad política de enormes dimensiones y correspondientes
pretensiones.

Reflexiones finales

La independencia, las independencias, no tenían que ocurrir, ni tenían que


hacerlo en la forma en que lo hicieron. Recuperar la fragilidad de las enti-
dades políticas que aparecieron (y desaparecieron) en la década de los 1820
contribuye a comprender sus pretensiones, sus debilidades, sus alcances
y la naturaleza de los conflictos con que surgieron. El establecimiento del
Imperio Mexicano era tan inimaginable en 1820 como lo era el restable-
cimiento constitucional un año atrás. Igualmente inesperada fue la estre-
pitosa disolución de ambos en 1823. Lo que quiero decir con ello es que
ninguna transición estaba predispuesta y que los cambios ocurrieron verti-
ginosamente. Las decisiones fueron precipitadas y los consensos, cuando
los hubo, fugaces. Todo estuvo sujeto a la inventiva, al oportunismo y a la
contingencia, a grado tal que, justo en la fragua de los estados nacionales
hispanoamericanos (y casi como consecuencia), se cimentaba un masivo régi-
men esclavista colonial en Cuba y un gigantesco Imperio independiente en
Brasil, al mismo tiempo que se restablecía neciamente absoluto Fernando VII
en Madrid. Nada estaba dicho. No había un destino nacional que atisbara
la independencia, el imperio, la república o la federación. Esa permanente
incertidumbre permite historiar y restituir la capacidad de asombro y de
decisión de los actores históricos del momento, y permite también valorar
la independencia de 1821 sin fatalidades y sin prisas teleológicas.
Esa independencia, como todo proceso histórico, es una mezcla de rup-
turas y de continuidades. Evaluarla como el principio tajante de una nueva
era equivale a menospreciar las estructuras políticas, económicas, culturales
y sociales en las que el nuevo estado se erigió. Entenderla como la conti-
nuación total del régimen preexiste supone, por otro lado, subestimar la
fuerza simbólica de la ruptura, la potencia transformadora de una nueva
legitimidad y el poder gestor de una nueva clase política y distintos diseños
institucionales y representativos.

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La independencia de 1821 fue, en parte, reacción contra el poder mili-
tar virreinal, pero se engendró en él. Los objetivos y los agentes que movili-
zaba la separación de la monarquía española habían cambiado en 10 años
de guerra. Estoy convencido de que, para entenderla en su justa dimensión
y en su importancia histórica, la independencia debe ser concebida como
proceso, no como momento ni como coyuntura. Tan incompleta es la vi-
sión que se quede en 1810 como la que se constriña a 1821, tan parcial la
que solo destaque rupturas como la que se fije únicamente en las continui-
dades, y tan sesgada la que se quede en el plano político como la que mire
exclusivamente el militar. Como todo proceso histórico, la independencia
fue compleja. La diversidad de las variables que la explican fue tan amplia
como cambiante su mutua incidencia. Queda tanto por comprender.

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Córdoba, 1821, derecho, paz e independencia

Alfredo Ávila1

El 23 de agosto de 1821 llegó a la villa de Córdoba el capitán ge-


neral de Nueva España, Juan O’Donojú. Había salido unos días antes de
Veracruz, una ciudad insalubre y triste. Soldados desanimados trasladaban
la poca artillería que quedaba a la fortaleza de San Juan de Ulúa. Durante
semanas, un sitio militar había impedido que entraran o salieran personas,
alimentos y dinero. Antes, un fallido asalto dirigido por Antonio López de
Santa Anna dejó un reguero de cadáveres que fueron un festín para los zo-
pilotes. Los entierros se realizaban en la playa, pues el camposanto estaba
extramuros, en territorio ocupado por el enemigo. Los mosquitos prospe-
raban en el verano soporífero y, con ellos, el paludismo y la fiebre amarilla.
Entre el viaje y la breve estancia en el puerto, fallecieron siete integrantes
de la comitiva del jefe político, incluido Ángel O’Ryan, su primo hermano.
Su esposa, Josefa, también estaba enferma y durante mucho tiempo sufriría
por la muerte de su sobrina Vicentita Payno, a quien no pudo salvar la vida
el médico Manuel Codorniú.
O’Donojú contaba 59 años, cumplidos el 30 de julio, el mismo día en el
que el buque Asia fondeó frente al castillo de San Juan de Ulúa. Se hallaba
enfermo. Su cuerpo había padecido guerras, prisiones y torturas. Fue un
alivio dejar la costa y subir al clima más benigno de Córdoba. La humedad
le comía los huesos, pero al menos dejaba atrás la región afectada por las
fiebres terciarias y el vómito prieto. A 860 metros sobre el nivel del mar, esa

1 Universidad Nacional Autónoma de México.

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villa ofrecía temperaturas por abajo de los 30 grados centígrados en la tem-
porada de lluvias. Menos de cinco mil personas habitaban las mil casas que
rodeaban la plaza. Las más grandes tenían los patios interiores que debieron
recordar a O’Donojú las de su natal Andalucía, salvo por la abundante vege-
tación de la Sierra Madre Oriental.
Las tropas de Santa Anna lo escoltaron. No hay testimonios de las con-
versaciones que tuvieron, pero debieron negociar, al menos, la liberación de
los bienes de los comerciantes españoles que, desde el fallido asalto al puer-
to de Veracruz, fueron secuestrados por el ejército independentista. En la
villa, fue recibido por Eulogio de Villaurrutia, el conde de San Pedro del
Álamo, y el marqués de Guardiola, comisionados del jefe del ejército impe-
rial mexicano. Luego de un breve descanso, O’Donojú conoció en persona
a Agustín de Iturbide, a quien antes ya le había escrito pidiéndole que lo
considerara su amigo. A la mañana siguiente, por separado, asistieron a ofi-
cios religiosos, tras lo cual se reunieron para hacer los tratos mediante los
cuales la más alta autoridad española en América del Norte reconocía la inde-
pendencia y soberanía del “imperio mexicano”.

Las interpretaciones sobre el tratado de Córdoba

La historiografía ha dado poca atención al acuerdo firmado por O’Donojú


e Iturbide. Casi todos los estudios elaborados en dos siglos han girado en
torno del otro documento fundamental, el plan de independencia procla-
mado en Iguala. Mi intención en este apartado es mostrar cómo se ha abor-
dado el tratado del 24 de agosto, no hacer un balance historiográfico sobre
el proceso que condujo a la independencia en 1821. Baste decir que, en
términos generales, son dos las versiones más repetidas. Una de ellas es la
del propio Iturbide, presentada en sus memorias. En especial ha sido repe-
tida por historiadores identificados con el conservadurismo, aunque no por
todos. Su clara tendencia ideológica ha ocasionado que estudios más serios la
tomen con reserva, pero ha sido muy exitosa al referir que la consumación
se hizo “sin derramar sangre”, en un proceso de negociación pacífico, inter-
pretación repetida con frecuencia. La otra versión la echó a andar Vicente

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Rocafuerte, enemigo acérrimo de Iturbide. En su Bosquejo ligerísimo de la re-
volución de Mégico aseguraba que el proceso que condujo a la independencia
en 1821 tuvo como origen una reacción conservadora frente al restableci-
miento del constitucionalismo en España. Incluso, aseguró, una mujer “de
seductora hermosura” intervino en la redacción del plan. En un mundo en
el que los roles de género se consideraban naturales, esa afirmación impli-
caba una acusación grave para Iturbide: se dejaba manejar por los afectos,
característica que se suponía femenina y por lo mismo poco adecuada para
lo político.2
No deja de ser sorprendente cómo estas dos versiones han dominado
la historiografía de los siglos xix, xx y xxi. La biografía de Iturbide hecha
por William Spence Robinson en 1952 es un trabajo muy bien documen-
tado, cercano a la interpretación iturbidista. El libro tuvo buena acogida
por parte de historiadores como Silvio Zavala y José Bravo Ugarte, pero fue
severamente criticado por Nettie Lee Benson, quien puso atención a las
actividades de los diputados de Nueva España y recordó que los planes para
formar monarquías independientes en Hispanoamérica se estaban discu-
tiendo desde hacía tiempo: “Se nos hace cuesta arriba atribuir el éxito del
Plan de Iguala y del Tratado de Córdoba únicamente al genio y a la grandeza de
Iturbide”. Algo semejante pasó décadas más tarde cuando en 1990 Timothy
E. Anna publicó su estudio sobre el imperio mexicano. Jaime E. Rodríguez
O. consideró que se trataba de un buen libro, pero que sobreestimaba a Itur-
bide. Para el discípulo de la profesora Benson, Iturbide fue solo el militar
instrumento de un grupo liberal para conseguir la autonomía, interpreta-
ción que ha desarrollado en su extensa obra. Incluso, se tomó seriamente el
cuento de Rocafuerte sobre la “rubia” que intervino en la elaboración del plan,
Ignacia “la Güera” Rodríguez, pues la imaginó como portavoz de aquellos
“autonomistas”.3

2 La obra de Rocafuerte es un panfleto político, pero tuvo un enorme impacto en tra-

bajos de historiadores más cuidadosos, como Lucas Alamán; véase Rodrigo Moreno Gutié-
rrez, “Nuestras ideas sobre la consumación de la independencia de México”, Marta Terán y
Víctor Gayol, La corona rota. Identidades y representaciones en las independencias iberoamericanas,
pp. 343-357.
3 Centro de Estudios de Historia de México CARSO, fondo XI-3, carpeta 1, leg. 1, doc.

14, Agustín de Iturbide, “Memorias de don Agustín de Iturbide y que contiene los princi-
pales acontecimientos de su vida pública”, Londres, enero de 1824; Vicente Rocafuerte,

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Respecto al tema específico del tratado de Córdoba, en el siglo xix las
versiones que más se repitieron fueron la de Agustín de Iturbide en sus me-
morias y la de Carlos María de Bustamante en su Cuadro histórico. El acuerdo
entre Iturbide, por parte del Imperio Mexicano, y Juan O’Donojú, por el
gobierno de España, se explicaba porque este se dio cuenta muy pronto de
que todo el territorio de la antigua Nueva España se hallaba en manos
de los independentistas, salvo Acapulco, México y Veracruz, que carecían de
medios para resistir el asedio. El tratado solo reconocía una situación de hecho:
la independencia.4
Algunos autores, como el propio Bustamante, agregaban que los prin-
cipios liberales del general español lo llevaron a respetar la voluntad y los
derechos de los habitantes del reino. Lucas Alamán señaló el interés de
O’Donojú para que la corona quedara en manos de la casa real española
y no en alguna otra europea, como marcaba el artículo cuarto del plan
proclamado el 24 de febrero. También hizo notar que esa modificación per-
mitía que, en caso de que la familia real española no aceptara el acuerdo, la
corona del Imperio Mexicano recaería en cualquier persona elegida por las
cortes mexicanas. Alamán no señaló que esa fuera la intención de Iturbide,

Bosquejo ligerísimo de la revolución de México desde el Grito de Iguala hasta la proclamación imperial
de Iturbide; William Spencer Robertson, Iturbide de México; Silvio Zavala y Ugarte Bravo, “Un
nuevo Iturbide”, Historia Mexicana, pp. 267–76, https://historiamexicana.colmex.mx/index.
php/RHM/article/view/512; Nettie Lee Benson, “Iturbide y los planes de Independencia”,
Historia Mexicana, pp. 339-446, https://historiamexicana.colmex.mx/index.php/RHM/ar-
ticle/view/502.; Timothy Anna, “The Mexican Empire of Iturbide. By Timothy E. Anna.”,
The Americas, pp. 425-27; Jaime Eduardo Rodríguez Ordoñez, “The Mexican Empire of Itur-
bide , https://doi.org/10.2307/1007250. En el siglo XXI destacan los estudios de Fenochio
del Arenal, Un modo de ser libres. Independencia y Constitución en México (1816-1822), y, en espe-
cial, el de Rodrigo Moreno Gutiérrez, La trigarancia. Fuerzas armadas en la consumación de la
independencia. Nueva España, 1820-1821. Un estudio reciente que desmiente el cuento de “la
Güera” es el de Silvia Marina Arrom, La Güera Rodríguez. Mito y mujer, pp. 75-84. Dado que
mi interés en esta muy breve revisión historiográfica es introducir la versión más aceptada en
la actualidad del tratado de Córdoba, remito al citado trabajo de Moreno, “Nuestras ideas
sobre la consumación de la independencia de México”, y a una crítica al “autonomismo”
en Alfredo Ávila, “¿Autonomía o independencia? Construcciones historiográficas”, en Pilar
Cagiao Vila y José María Portillo Valdés (coords.), Entre Imperio y naciones: Iberoamérica y el
Caribe en torno a 1810, pp. 99-118.
4 Iturbide, “Memorias…”; Carlos María Bustamante, Cuadro histórico de la Revolución

mexicana, t. ii y v, pp. 222-229.

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aunque la insinuación es clara. Años después, Julio Zárate recuperó (hasta
el plagio) estas palabras, pero hizo más énfasis en este asunto. Con ese ligero
cambio, Iturbide se abría paso al introducir en el tratado una cláusula que
le permitiría llegar a ser emperador.5
El trabajo ya citado de Benson modificó la manera de entender el tra-
tado firmado en Córdoba. Le dio más peso al jefe político y capitán general
y a los diputados de Nueva España en las Cortes de Madrid. Propuso la
hipótesis de que O’Donojú se enteró de un plan elaborado por Mariano
Michelena para crear reinos independientes en Hispanoamérica, que al pa-
recer sería aprobado tanto por las cortes como por el gobierno. En 1993,
en un influyente artículo, Jaime E. Rodríguez O. desarrolló más esa inter-
pretación. Aseguró que la independencia conseguida en 1821 había sido
un triunfo de un grupo de personas de la “élite nacional” que, desde 1808,
habían propugnado el autogobierno de Nueva España. Los llamados “auto-
nomistas” hicieron propuestas para que, en medio de la crisis ocasionada
por las abdicaciones de Bayona, se estableciera una junta gubernativa en la
ciudad de México, que gobernara en nombre del depuesto rey. No consi-
guieron entonces su cometido, por lo que intentarían nuevamente alcanzar
sus metas dentro del marco inaugurado en 1812 por la Constitución de
Cádiz. Esos aristócratas, propietarios e intelectuales participaron en los pro-
cesos electorales e impulsaron medidas de autogobierno local.6 Rodríguez
O. sostuvo que el michoacano Mariano Michelena elaboró un ambicioso
plan, presentado en la legislatura en junio de 1821, en el que se proponía
la independencia de Nueva España y de los demás dominios españoles en
el continente americano, manteniendo los principios fundamentales de la

5 Lucas Alamán, Historia de Méjico, desde los primeros movimientos que prepararon su In-

dependencia en el año de 1808 hasta la época presente, México, ts. ii, iv, v, [1885, 1938], v. 5,
pp. 266-269 y 274-279; Julio Zárate, México a través de los siglos. Tomo tercero. La guerra de
independencia, pp. 738-741.
6 Jaime Edmundo Rodríguez Ordoñez, “La transición de colonia a nación, Nueva Es-

paña, 1820-1821”, Historia Mexicana, pp. 265–322, https://historiamexicana.colmex.mx/in-


dex.php/RHM/article/view/2252; Benson, La diputación provincial. Algunas ideas estaban
ya esbozadas en un trabajo anterior: Jaime Edmundo Rodríguez Ordoñez, “From Royal Sub-
ject to Republican Citizen. The Role of the Autonomists in the Independence of Mexico”,
Jaime Edmundo Rodríguez Ordoñez, pp. 19-43; Nettie Lee Benson, La Diputación Provincial
y el Federalismo Mexicano, 1824.

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Constitución de Cádiz y con un integrante de la familia real española en
representación del monarca. Este plan, aseguró, fue notificado por Miche-
lena y tal vez otros diputados a Juan O’Donojú en una reunión. El jefe
político tenía la instrucción de fortalecer el orden constitucional en Nueva
España, así como de establecer diputaciones provinciales en todas las inten-
dencias, pero también de que sería el encargado de establecer el sistema de
“regencias”.7
De acuerdo con esta versión, los “autonomistas” en Nueva España
trabajaron en el mismo sentido de crear un reino, con cortes propias y
un príncipe español al frente. Tanto los serviles que deseaban proteger sus
privilegios como los liberales autonomistas impulsaron el plan de indepen-
dencia que “combinaba el proyecto largamente discutido de una ‘regencia’
autónoma con la Constitución, como lo hizo también el plan de Michele-
na”. El tratado de Córdoba “se alcanzó rápidamente, ya que el Plan de Igua-
la era esencialmente igual a la propuesta de Michelena, la cual O’Donojú
esperaba que las Cortes ratificaran.” Incluso, señaló Rodríguez O., Iturbide
admitió que las ideas del jefe político español se parecían mucho a las suyas
y que parecía que “él mismo me hubiera ayudado a trazar ese plan”, ello
afirmado como prueba de que en realidad ambos proyectos (el presentado
en España y el elaborado en México) formaban parte de un mismo plan.8

7 Rodríguez, “La transición de colonia a nación…”, p. 289. Más adelante me referiré a


ese supuesto plan de Michelena y a las instrucciones de O’Donojú cuando partió de Cádiz en
el Asia.
8 Rodríguez, “La transición de colonia a nación…”, pp. 307-308. Desde ese artículo,

Rodríguez citaba esta frase. Ha repetido la cita, con las mismas palabras, en varias ocasiones,
incluido su monumental, “We Are Now the True Spaniards”. Sovereingty, Revolution, Independen-
ce, and the Emergence of the Federal Republic of Mexico, 1808-1824, p. 150. La cita, sin embargo,
es tomada de Benson, “Iturbide y los planes de Independencia…”, p. 442, la que a su vez
la tomó del propio Robertson, quien con claridad señaló que ese documento no solo no
fue hecho por Iturbide, sino que este rechazó validarlo: Robertson, Iturbide de México…,
p. 179. La obra de Rodríguez ha sido criticada por un importante número de colegas, pero
no en referencia a la llamada “consumación” de la independencia: véanse, entre otras, las
reseñas de Roberto Breña, The Journal of Interdisciplinary History, pp. 142-43, https://doi.
org/10.1162/JINH_r_0082; Roberto Breña, Hispanic American Historical Review, pp. 157-59,
https://doi.org/10.1215/00182168-2837060; William Fowler, Journal of Latin American Stu-
dies, pp. 425–27, https://doi.org/10.1017/S0022216X14000595; Catherine Andrews, Estu-
dios de Historia Moderna y Contemporánea de México, pp. 211-18, http://dx.doi.org/10.1016/
S0185-2620(14)71435-5.

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El acierto de este artículo de Jaime E. Rodríguez O. fue insertar un
proceso que había sido estudiado desde una perspectiva exclusivamente mexi-
cana en el marco más amplio del proceso revolucionario español. No es que
fuera del todo original. Un par de años antes, François-Xavier Guerra ya lo
había hecho, lo mismo que, décadas atrás, Nettie Lee Benson. No obstante,
para el aspecto particular de la consumación de la independencia, el trabajo
de Rodríguez O. es el que más ha trascendido, pues consiguió cambiar la
visión tradicional que se tenía de ese fenómeno como solo una reacción
conservadora frente al liberalismo español, para insertarlo en el proceso revo-
lucionario hispánico, gracias al estudio de la participación de los diputados
de Nueva España en las cortes de Madrid.9 En este trabajo recupero algunas de
sus propuestas, pero considerando un marco un poco más amplio, que no
solo incluye la participación de los diputados de Nueva España en Madrid
sino aspectos del proceso revolucionario en otras regiones de América, y
también introduzco algunas propuestas, a partir de una lectura cuidadosa
y crítica de sus fuentes.

El Trienio Liberal y la independencia de América

En marzo de 1820, Fernando VII se vio obligado a marchar por la “senda


constitucional” luego de seis años de absolutismo.10 Durante ese tiempo,
varias conspiraciones en su contra habían fracasado. La monarquía se halla-
ba en bancarrota. Las guerras imperiales habían ocasionado gastos enormes
para el gobierno español, pero a partir de 1808 la situación se volvió todavía
más grave. Ese año, la guerra se trasladó a la propia península ibérica. Los
ejércitos franceses, británicos y españoles combatieron sobre un territorio

9 François Xavier Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispá-

nicas, y Carlos Gabriel Cruzado Campos, Diputados novohispanos en las Cortes de Madrid,
1820-1824. La experiencia política y su influencia en la construcción del nuevo Estado, tesis
de doctorado en historia, pp. 254-260, https://ru.dgb.unam.mx/handle/DGB_UNAM/
TES01000701584.
10 Fernando VII, “Manifiesto del Rey a la Nación”, 10 de marzo de 1820, en Colección de

decretos del rey y de la junta provisional, expedidos desde el 7 de marzo de 1820, pp. 6-8.

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empobrecido por las contribuciones extraordinarias. Más de 300 000 per-
sonas murieron debido al conflicto, tanto en batallas como por hambre y
epidemias. Cuando se alcanzó la paz, el rey tenía necesidad de más ingresos,
por lo que las cargas fiscales sobre la población se hicieron más pesadas.
La crisis de la Real Hacienda se agravó porque los dominios americanos
dejaron de enviar las millonarias remesas fiscales que antes permitieron fi-
nanciar a la endeudada Corona.
El gobierno español proyectó reconquistar los territorios americanos,
pero la formación de los ejércitos demandaba enormes recursos –tanto eco-
nómicos como humanos– de una sociedad postrada. En 1819, fue posible
reunir un número respetable de tropas que fueron acantonadas en Anda-
lucía, pero el invierno duro, la soldada miserable e irregular, la falta de
pertrechos y la perspectiva de ir a morir a miles de kilómetros de distancia
ocasionaron un caldo de cultivo para el descontento. El primer día de 1820,
estalló la insurrección. El pronunciamiento encabezado por el coronel Ra-
fael de Riego no fue muy exitoso en sus primeras semanas, pero todo cam-
bió cuando el 21 febrero la guarnición de La Coruña se unió. Siguieron las
de Zaragoza, Barcelona y Cádiz, entre otras. En pocos días, el rey no tuvo
más opción que aceptar la demanda de los rebeldes: restablecer la Consti-
tución de Cádiz.
El nuevo gobierno se concentró en resolver los problemas más ur-
gentes, en especial la crisis económica, la bancarrota fiscal y las deudas que
agobiaban a la monarquía. Esto implicaba llevar a cabo una serie de refor-
mas que generarían resistencias. El secretario de gobernación Agustín Ar-
güelles fue el encargado de presentar el ambicioso proyecto que corrigiera
las “imperfecciones de nuestras leyes anteriores”. Para combatir la pobreza
era preciso eliminar los privilegios, fomentar la propiedad privada y garan-
tizar la libertad de los ciudadanos. Era fundamental establecer un sistema
fiscal uniforme, en el que cada español contribuyera al sostenimiento del
Estado de acuerdo con sus capacidades, sin importar los privilegios. Una
mayor recaudación permitiría al gobierno generar trabajo y riqueza a través
de la construcción de caminos, puentes y otras obras públicas, pero tam-
bién haciendo una reforma de la educación. Las leyes deberían desamorti-
zar bienes corporativos, eliminar las vinculaciones, suprimir contribuciones
fundadas en los privilegios y eliminar o disminuir el diezmo eclesiástico.
También se proponía suprimir algunas órdenes religiosas y expropiar sus

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bienes.11 Estas reformas ocasionarían reacciones, en especial entre los gru-
pos más tradicionales del clero, pero también entre los exaltados, quienes
consideraban insuficiente que solo se suprimieran unas pocas órdenes re-
ligiosas –y no todas–, y que el diezmo se redujera a la mitad, en vez de
eliminarlo por completo. El conflicto político en la península dejaba en un
segundo plano los temas americanos. El nuevo gobierno no podía pasar
por alto que no contaba con los recursos para continuar la guerra. La po-
blación española ya había sufrido mucho para tener que cargar, una vez
más, con el costo de campañas cuyo éxito era incierto.
Al comenzar 1820, las provincias del Río de la Plata eran independien-
tes y sus ejércitos amenazaban Perú. Simón Bolívar, por su parte, controlaba
enormes regiones de Nueva Granada y avanzaba hacia Caracas. Centroamé-
rica, Nueva España y el Caribe se mantenían leales. Juan Ruiz de Apodaca
informaba que el reino bajo su mando se hallaba pacificado, y quedaba solo
“un corto resto de salteadores establecidos en las malezas y cerros del Cuyox-
quihui, provincia de Veracruz, una parte de la sierra de Acapulco y sus con-
finantes tierras calientes de las provincias de Valladolid y Guadalajara”.12
En España había cierto optimismo, al menos en público, sobre el futu-
ro de sus dominios americanos. Se suponía que los insurgentes se sujetarían
a las nuevas autoridades por el solo hecho de que el régimen liberal otorga-
ba derechos iguales a los españoles de ambos hemisferios. Este diagnóstico
se hallaba doblemente errado. Por un lado, muchos creían que en América
había únicamente grupos de rebeldes sin apenas organización, numerosos
en algunas regiones, pero no pasaban de ser eso, rebeldes, criminales que
merecían la muerte por el delito de lesa majestad. En realidad, en varios
lugares se habían establecido gobiernos republicanos, con sus propias insti-
tuciones. Por la otra parte, se creía que las rebeliones se habían originado
o al menos se justificaban por el absolutismo de Fernando VII. Uno de los
más destacados pensadores liberales de la época, Álvaro Flórez Estrada, ha-

11 Agustín Argüelles, “Memoria sobre el estado de los negocios concernientes a la Se-

cretaría del Despacho de la Gobernación de la Península en principios de julio de 1820,


presentada y leída por su Secretario en las Cortes en 11 de dicho mes”, Apéndice segundo al
Diario de Cortes, pp. 37-47. Acerca de la crisis de la monarquía española y Trienio, véase Pláci-
do Domingo, Josep Fontana y Ramón Villares, Historia de España, pp. 79-106.
12 Archivo General Militar de Madrid [en adelante agmm], fondo Ultramar, caja 5365,

exp. 16, Juan Ruiz de Apodaca al secretario de Ultramar, México, 18 de julio de 1820.

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bía argumentado desde 1812 que las insurrecciones en América combatían
el despotismo, de modo que el orden liberal debía ser suficiente para sofo-
carlas. Volvió a proponer esta idea en 1818, cuando se hallaba en el exilio. Las
independencias se justificaban si España se mantenía como una monarquía
absoluta, sin dar derechos a sus súbditos.13 Por eso, a mediados de 1820
había cierta confianza en que las disensiones americanas podían resolverse
con la oferta de los derechos constitucionales.
El 7 de marzo de 1820 se establecieron instituciones provisionales, in-
cluido un consejo de estado integrado, en una tercera parte, por america-
nos. El gobierno decidió organizar elecciones para que se reunieran dipu-
tados en las cortes. Ante la imposibilidad de que los diputados electos en
América llegaran a tiempo para la reunión de la legislatura, se designaría en su
lugar a treinta diputados suplentes. Esto ocasionó descontento. Un Mani-
fiesto de varios americanos residentes en España señalaba que el bajo núme-
ro de representantes era un “agravio” para los habitantes de las provincias
ultramarinas. El periódico Aurora de España advertía del riesgo de “incendio
de aquellos países” si no se daba representación equitativa a ambos hemis-
ferios.14 El 22 de marzo, cuando Miguel Ramos Arizpe llegó a Madrid, se
unió al coro de sus paisanos. Había sido diputado en las Cortes constitu-
yentes y estuvo preso por su compromiso liberal. Exigió que quienes habían
sido diputados en el primer periodo constitucional y todavía se hallaban en
España se integraran inmediatamente a las nuevas cortes. Estas peticiones
fueron muy criticadas, pues las autoridades deseaban que se realizara un
proceso electoral, aunque fuera limitado. Finalmente, solo los americanos
que se hallaban en la capital española participaron en la elección que se

13 Álvaro Flórez Estrada, Representación hecha a S. M. C. el señor don Fernando VII en defensa

de las cortes, p. 137. Esta obra se reimprimió en México en la oficina de José María Benavente
y socios en 1820 y, con el título de Carta dirigida al rey desde Londres, en la imprenta de Ale-
jandro Valdés. Tiempo después, la parte relativa a la independencia de América se publicó
con el título de Profecías políticas a favor de nuestra independencia: o justificación de ella en razón
al despotismo de Gobierno Español, sacada de la representación que hizo al Rey de España en 1818,
desde la ciudad de Londres. Álvaro Flórez Estrada, Examen imparcial de las disensiones de la Améri-
ca con España. Portillo, “Los límites del pensamiento”, pp. 49-58, https://doi.org/10.17811/
hc.v0i5.94.
14 Alfredo Ávila, En nombre de la Nación. La formación del gobierno representativo en México

(1808-1824), pp. 186-187.

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llevó a cabo a finales de mayo. El proceso no estuvo exento de irregularida-
des, como señaló el peruano Manuel de Vidaurre, pero al menos permitió
que en junio se integrara una pequeña representación americana en aquella
asamblea legislativa. Había representantes de Buenos Aires, Chile, Perú, Nue-
va Granada, Guatemala, Cuba, Puerto Rico y Nueva España, pero no de
Venezuela. Ramos Arizpe, José María Couto, Francisco Fagoaga, José María
Montoya, Manuel Cortázar y Juan de Dios Cañedo integraban esa primera
representación novohispana. Tres semanas después, juró como diputado el
michoacano Mariano Michelena.

Los primeros tratados

En abril de 1820, el gobierno español hizo la comunicación oficial a los


virreyes y capitanes generales americanos para promulgar la Constitución y
establecer las instituciones liberales. En la proclama dirigida a sus súbditos
americanos, el rey afirmaba que restableció la Constitución porque escuchó
el clamor público tanto de la Península como de Hispanoamérica. Se afian-
zaba la idea de que las insurrecciones habían sido motivadas por la falta de
derechos y que, con el restablecimiento constitucional, cesarían. “Los que
vais extraviados de la senda del bien, ya tenéis lo que tanto tiempo hace
buscáis”, afirmaba. No había motivos ya para mantener un conflicto “entre
hermanos” que solo causaba “inmensas fatigas, penalidades sin término,
guerras sangrientas, de asombrosa desolación y de exterminio”. No obstan-
te, por si el llamado no fuera suficiente para extinguir las rebeliones, las
autoridades metropolitanas elaboraron unas instrucciones reservadas. Para
empezar, se ordenaba un alto al fuego unilateral y buscar una tregua con los
disidentes. El gobierno español no podía darse el lujo de seguir gastando
en ejércitos expedicionarios. Virreyes y gobernadores debían enviar comi-
sionados para negociar con los rebeldes, invitándolos a dejar las armas y a
gozar de los beneficios del orden constitucional. Como era previsible que
no aceptaran, se haría una oferta mayor: que continuaran con “el mando de
sus provincias”, aunque subordinados a las autoridades españolas. Como
ha señalado Timothy E. Anna, esta oferta implicaba reconocer a dirigentes

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como Simón Bolívar y Bernardo O’Higgins como gobernantes de regiones
independientes.15 Esta instrucción reservada explica varios aspectos del en-
tonces inimaginable tratado de Córdoba.
Ni las reales órdenes, ni las proclamas ni las instrucciones reservadas ten-
drían los frutos esperados en América del Sur, porque en esas regiones ya se
habían establecido estados soberanos. No obstante, para estos se abría la posi-
bilidad de establecer negociaciones. En junio, el gobierno español nombró
comisionados para que fueran a Venezuela, Nueva Granada, Perú, Chile y
el Río de la Plata, con la instrucción de negociar con los jefes independien-
tes. Todavía pasarían meses antes de que partieran. Llegarían muy tarde.
En Cuba, el capitán general de la isla juró la Constitución a regañadien-
tes, mientras que en Nueva España los gobernadores y el virrey prácticamen-
te se vieron obligados a hacerlo, por la presión pública. Ruiz de Apodaca
solicitó que se le relevara del cargo. En Cartagena, el virrey Juan Sámano
prefirió renunciar, por no querer implantar las instituciones liberales. El
mando quedó en manos del gobernador Gabriel Torres, quien simpatizaba
con los moderados españoles. En Caracas, el general Pablo Morillo juró la
Constitución al comenzar junio de 1820, pero tuvo que enfrentar la oposi-
ción de algunos militares que se negaron a hacerlo. El auditor general Felipe
Fermín Paúl, un entusiasta liberal, se encargó de que las tropas del rey que
se hallaban en varios puntos de Venezuela juraran la Constitución. Morillo
coincidía con Sámano y con otros oficiales peninsulares en que el orden
constitucional entorpecería la lucha contra los independentistas, quienes
tampoco aceptarían las ofertas hechas por el rey en las instrucciones reserva-
das del 11 de abril; sin embargo, sabía que no podía mantener la guerra por
mucho tiempo, debido a la falta de recursos. Una tregua no le venía mal.16

15 Archivo General de Indias [en adelante agi], Indiferente, leg. 1568, f. 65, Minuta de

Real orden circular, muy reservada a las autoridades de América, dándoles á conocer lo que ha
resuelto S. M. se ejecute para la pacificación de aquellas provincias, conducta que deben ob-
servar con los disidentes, Madrid, 11 de abril de 1820; Timothy Anna, España y la independen-
cia de América, pp. 264-265. Pocos autores han puesto atención a esta orden, véase también
Jaime Edmundo Rodríguez Ordoñez, The Independence of Spanish America, The Independence
of Spanish America, p. 195.
16 Manuel Pérez Vila, “Paúl Terreros, Felipe Fermín”, Diccionario de historia de Venezuela,

https://bibliofep.fundacionempresaspolar.org/dhv/entradas/p/paul-terreros-felipe-fermin.

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En junio, Morillo estableció una junta de conciliación, con la partici-
pación de algunos individuos que tenían un pasado liberal e, incluso, que
habían participado en los movimientos de Caracas de 1810, como el mismo
Paúl, quien fue de los firmantes de la Constitución de la república federal
de Venezuela. La junta designó al jefe político Ramón Correa, al alcalde
constitucional de Caracas Juan Rodríguez del Toro y a Francisco González
de Linares para “entablar las necesarias comunicaciones con el general en
jefe del gobierno disidente”. Para facilitar las negociaciones, Morillo decretó
un alto al fuego unilateral, por seis meses. Esto permitió que los indepen-
dentistas pudieran seguir avanzando sobre casi toda la provincia de Mara-
caibo y la de Barinas. Morillo nombró comisionados para presentarse en el
Congreso de Angostura, pero ni este ni José Antonio Páez los recibieron,
porque España no reconocía la existencia de Colombia. El Correo del Ori-
noco, periódico fundado en Angostura por el gobierno republicano, había
seguido muy de cerca el proceso revolucionario español y consideraría que
el nuevo orden liberal conduciría al final de la guerra, así que no cabía la
posibilidad de subordinarse a España bajo ninguna condición.17 Por su par-
te, Bolívar, igual que los otros líderes colombianos, consideraba ofensiva la
propuesta de aceptar el orden constitucional español. Su secretario, José
Gabriel Pérez, escribió que al general caraqueño le parecía “ridículo propo-
nerle a la república de Colombia su sumisión a la nación española”,18 pero
Bolívar se percató de que las instrucciones reservadas ofrecían precisamente
la posibilidad de obtener algún tipo de reconocimiento de parte de Espa-
ña. Recibió a los comisionados de Morillo, aunque mantuvo una posición
intransigente incluso frente a la posibilidad de un armisticio. Argumentó
que, dados los triunfos recientes de sus tropas, el cese al fuego solo retrasaría
la captura de Caracas. Finalmente, las negociaciones se llevaron a cabo en
Trujillo. Tras algunos días, el 26 de noviembre se firmó el armisticio pro-

17 Rebecca Earle, España y la independencia de Colombia, pp. 199-200. La designación de los

comisionados de la junta de conciliación en José Domingo Díaz, Manifiestos de la corresponden-


cia que ha mediado entre los generales conde de Cartagena y don Miguel de la Torre, gefes del ejército de
Costa-firme, con el de los disidentes don Simón Bolívar, desde el restabecimiento de la constitución hasta
la escandalosa e inesperada ruptura del armisticio por Bolívar, p. 12. Sobre el Correo del Orinoco, véase
en Rodríguez, “Revolución y Constitución”, https://doi.org/10.4000/argonauta.3936.
18 Gaceta de Caracas 16, 15 de noviembre de 1820, J. G. Pérez a Gabriel Torres, Turbaco,

28 de agosto de 1820, p. 81.

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puesto por Morillo. El acuerdo fue un triunfo rotundo para Bolívar. Cedió en
algunas cosas, lo mismo que los españoles; pero consiguió algo más impor-
tante. Morillo reconocía a Colombia como una república independiente. El
preámbulo del tratado señalaba que España y Colombia eran dos pueblos
diferentes, que estaban en guerra y que acordaban suspender temporalmen-
te las hostilidades para “poderse entender y explicar”.
En un informe dirigido a Morillo en agosto, Paúl señalaba que Venezue-
la enfrentaba una “guerra civil que fomenta entre algunos hijos de nuestra
gran familia la diferencia de opiniones”. Esa situación obligaba “con bastante
naturalidad” a que los ejércitos respetaran la propiedad de las personas que
habitaban los territorios conquistados.19 No podía mantenerse la “guerra a
muerte”, pues dañaba a todo mundo. La guerra civil también tenía reglas.
Desde el inicio de las guerras en América, las autoridades españolas con-
sideraron como rebeldes a quienes tomaron las armas en su contra. Esto
condujo a que el conflicto bélico fuera muy cruento. Los enemigos eran
considerados como delincuentes, culpables de lesa majestad y, por lo mis-
mo, merecedores de la pena de muerte. Quienes eran hallados con las armas
en la mano podían ser ejecutados en el mismo lugar en donde fueron cap-
turados. No es extraño que los insurgentes propusieran la regularización
del conflicto bélico. En marzo de 1812, el eclesiástico zacatecano José María
Cos había planteado que la guerra padecida en Nueva España no era solo
una rebelión. Los españoles americanos, advertía, peleaban para tener un
gobierno independiente de España, pero eran leales al mismo rey que los
peninsulares. Americanos y europeos se hallaban unidos por una misma re-
ligión, por lazos de parentesco y de amistad. No era posible que la “guerra
entre hermanos y conciudadanos [fuera] más cruel que entre naciones ex-
tranjeras”. “Los derechos de gentes y de guerra inviolables entre naciones
infieles y bárbaras deben serlo más entre nosotros.” Su objetivo era que “los
prisioneros no sean tratados como reos de lesa majestad” sino como tropas
capturadas a un ejército enemigo y que se respetaran los bienes y las vidas
de la población que no combatía.20

19 Gaceta de Caracas 9, miércoles 27 de septiembre de 1820, “Capitanía general del ejér-

cito expedicionario de Costafirme”, p. 48.


20 José María Cos, “Plan de paz y plan de guerra”, Virginia Guedea, 2007, pp. 50-55.

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La referencia al derecho de gentes no es trivial. José Carlos Chiaramon-
te ha insistido en ponderar las obras del derecho natural como columna del
pensamiento político de las independencias. En el caso de la petición hecha
por Cos, la regularización de la guerra ocasionaría que España reconociera a las
fuerzas independentistas los derechos que tenían los ejércitos de un país enemi-
go. Implicaba un reconocimiento. Hacia 1819, la Gaceta de Buenos Aires repro-
ducía un artículo del Morning Chronicle en el que se cuestionaba el tratamiento
que los europeos daban a los barcos de las Provincias Unidas del Río de la Plata:

España reclama su obediencia, pero ínterin disputa tal pretensión, debe obser-
var las leyes que son obligatorias a las naciones que sostienen la guerra mutua-
mente. Vattel (libro 3, s. 293) establece expresamente la doctrina de que una
guerra civil produce en una nación dos partidos independientes, que por el
tiempo que durase deben ser considerados como estados diversos, sin ninguna
superioridad en el territorio; y de aquí infiere que las leyes de la guerra deben
ser observadas por ambas partes.21

Para Vattel, las leyes de la guerra nacían de los principios “de humanidad,
de moderación, de intención sana y de probidad”. Si esas razones eran im-
portantes en un conflicto entre estados soberanos, “las hacen otro tanto
más necesarias en los casos desastrosos en que dos partidos obstinados des-
garran su patria común”.22 Debía recordarse que la guerra civil era guerra
entre hermanos, que cometer excesos escalaría la crueldad, por las represalias
de las partes en conflicto, y en caso de que el soberano recuperara su domi-
nio sobre los territorios que se levantaron en armas, sus súbditos estarían
descontentos por la manera en que fueron derrotados.
Invocar reglas para los conflictos bélicos en América no era nuevo. Lo nove-
doso en Caracas en 1820 es que quienes estuvieran proponiendo que la guerra
se desarrollara conforme al derecho de gentes fueran las autoridades españolas.
El 26 de noviembre, los comisionados de Morillo y los de Bolívar, tras arduas

21 “Papeles extrangeros”, Gazeta de Buenos-Ayres, pp. 526-527. Juan Carlos Chiaramonte,

Nación y Estado en Iberoamérica. El lenguaje político en tiempos de las independencias, pp. 91-134.
Agradezco a Nora Souto la referencia de la Gaceta de Buenos Aires.
22 Vattel, El derecho de gentes o principios de la ley natural aplicados a la conducta y negocios de

las naciones y de los soberanos, p. 357.

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negociaciones, firmaron dos tratados: el de armisticio y el de regularización
de la guerra. Esos acuerdos, conocidos con el nombre de tratados de Tru-
jillo, señalaban la intención de acabar con la guerra de exterminio y conducir
los enfrentamientos bélicos “como hacen los pueblos civilizados”. Por ello, los
buques capturados debían devolverse recíprocamente. Los integrantes de
los ejércitos apresados en los campos de batalla debían ser cuidados como
prisioneros de guerra, bien tratados y respetados. Los soldados cautivos podrían
canjearse. Los desertores que fueran aprehendidos peleando en el bando con-
trario no podrían ser castigados con la pena capital, como estipulaban las or-
denanzas, pues “los individuos que han combatido encarnizadamente por las
dos causas” se hallaban “ligados con vínculos y relaciones muy estrechas”. Los
acuerdos recuperaban la definición de “guerra civil” del derecho de gentes:
era un conflicto en el que participaban personas con un mismo idioma y reli-
gión, con intereses compartidos, ocasionado por la “diferencia de opiniones”,
el mismo término que Paúl había empleado en su informe de agosto. A partir
de la firma de los tratados, para las autoridades españolas los patriotas ya no
serían rebeldes, culpables del delito de lesa majestad. Sin ser un tratado de
relaciones diplomáticas, pues Morillo no tenía facultades para hacerlo, el ar-
misticio reconoció explícitamente la existencia de la república de Colombia,
un país con un gobierno propio, encabezado por Simón Bolívar.23
Tanto Paúl como los demás integrantes de la junta de conciliación se
reunieron en diciembre para revisar el proceso desde el restablecimiento cons-
titucional en junio hasta la firma de los tratados de Trujillo. Concluyeron
que se habían cumplido las instrucciones reservadas, por lo que los comi-
sionados debían ser enviados a España para dar cuenta de todo. Junto con
ellos, iría el mismo Paúl, quien había sido electo diputado. La junta se en-
cargó de franquear el viaje para estas personas.24
Un mes después de la firma del armisticio, Morillo regresó a la penínsu-
la. Ya no había mucho que hacer en América. En España seguiría su carrera.

23 “Tratado de armisticio y tratado de regularización de la guerra”, Gaceta de Caracas, 19,


6 de diciembre de 1820, pp. 95-98.
24 Junta de conciliación, Acta, Caracas, 16 de diciembre de 1820, en Díaz, Manifiestos…,

45-46; Pedro Tomás de Córdoba, “Recuerdos sobre la campaña de Costa-firme durante el


mando en jefe del mariscal de campo D. Miguel de Latorre” en Revista de España, de Indias
y del extranjero.

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Publicó un Manifiesto para justificar las decisiones que tomó en América.
Vinculado con los moderados, fue perseguido por los liberales exaltados.
Cuando el duque de Angulema entró en España para restablecer el absolu-
tismo de Fernando VII, se unió a las tropas francesas.

Los diputados americanos y Juan O’Donojú

Tanto el gobierno español como los diputados seguirían asumiendo que las
insurrecciones se sofocarían gracias a la magia de la Constitución, por lo que
trabajaron para fortalecer las instituciones liberales en América y designar nue-
vas autoridades en sustitución de los funcionarios absolutistas. Incluso los dipu-
tados americanos mantenían esta posición. Estaban dispuestos a negociar sus
demandas con las reglas establecidas por la Constitución, sin romper con la na-
ción española. En el verano de 1820, Miguel Ramos Arizpe y Mariano Michelena
propusieron la erección de nuevas diputaciones provinciales en Arizpe (So-
nora y Sinaloa) y en Valladolid. El artículo 325 constitucional establecía que
en cada provincia de la nación española habría un órgano de “gobierno eco-
nómico” llamado diputación provincial. Sus funciones eran administrativas,
pues se le negaron facultades de “gobierno político”, reservado para las cortes
y el rey. Sus vocales, con excepción del presidente, debían elegirse en el mismo
proceso para nombrar diputados, por lo que se suponía que contaba con una
legitimidad semejante a la de la máxima asamblea legislativa de la monarquía,
toda vez que representaba a parte de la nación soberana. En América no quedó
claro cuántas diputaciones debían establecerse. En Nueva España, solo se insta-
laron seis en 1820. Al final, la propuesta de una diputación para la intendencia
de Arizpe no prosperó, pero sí la de Valladolid, que cubriría las de Michoacán
y Guanajuato.25 Los diputados de Nueva España no se dieron por vencidos. En
noviembre, presentarían una proposición para sanear la recaudación fiscal en
ese reino, con intervención de las diputaciones provinciales.26

25 Benson, La diputación provincial y el federalismo mexicano…


26 Sesión del 3 de noviembre de 1820, Diario de las sesiones de Cortes. Legislatura de 1820,
t. iii, p. 2057.

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Por su población y riqueza, Nueva España era muy importante, pero el
gobierno consideraba más urgente atender otras regiones. Los informes desde
México de Juan Ruiz de Apodaca daban cierta confianza. En cambio, las
derrotas en América del Sur preocupaban mucho. En septiembre de 1820,
Alejandro de Hore fue nombrado capitán general y jefe político de Nueva
Granada. Como ha apuntado Rebecca Earle, se trató de un hecho muy sig-
nificativo. Se había designado a un cadáver para dirigir el gobierno español
en América. Hore había muerto dos meses antes. En octubre, se nombró
sustituto al mariscal de campo José de la Cruz Mourgeon.27 Nueva España
tuvo que esperar. El 16 de enero de 1821, el rey designó a Juan O’Donojú
gobernador y capitán general de Nueva España.28 Como señalé, la prioridad
era América del Sur, de modo que las autoridades se tomaron con calma la
elaboración de las instrucciones; pero el nombramiento ocasionó que los
diputados de Nueva España señalaran la urgencia de hacerlo. El 22 de ese
mes, publicaron un documento dirigido al secretario de Guerra Cayetano
Valdés. Señalaban que era muy grave que en América todavía estuvieran
gobernando autoridades que apoyaron al régimen absolutista, como los
virreyes de Lima, Joaquín Pezuela, y de México, Juan Ruiz de Apodaca, lo
mismo que los gobernadores de Caracas, Pablo Morillo, y de Guadalajara,
José de la Cruz. Sin duda, esta publicación metió presión para que tres días
después se enviara el nombramiento a Sevilla, lugar en donde había nacido
y radicaba O’Donojú.29
Varios autores sostienen que, desde 1820, Ramos Arizpe venía trabajan-
do a favor de nombrar a O’Donojú como jefe político de Nueva España.30
Esta versión se funda en un impreso anónimo publicado dos años después.
En 1822, don Miguel regresó a México e intentó integrarse en el constitu-
yente del Imperio Mexicano, pero el proceso electoral ya había concluido.
Lucas Alamán señalaría que “haber un congreso y no ser individuo de él, era
para Arizpe cosa que no podía sobrellevar”. Intentó anular el nombramiento

27 Earle, España y la independencia de Colombia…, p. 204.


28 Jaime Delgado, “La misión a México de don Juan O’Donojú”, Revista de Indias, p. 25.
29 Papel que la Diputación Megicana dirige al Excmo. Señor Secretario de Estado y del Despacho

de la Guerra.
30 Véase, por ejemplo, Jaime Edmundo Rodríguez Ordoñez, “Sobrehumano mortal…

que la paz nos asegura”, Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, p. 119.

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de Melchor Múzquiz y Antonio Elozúa como representantes de Coahuila,
sin conseguirlo. También encargó la publicación de una Idea general sobre la
conducta política de D. Miguel Ramos Arizpe, impreso que tenía por objetivo
promoverlo en la vida política del recién nacido país. Para conseguirlo, el
anónimo autor (tal vez él mismo) aseguraba que se trataba de uno de los
más destacados diputados americanos en España, promotor de la Constitu-
ción e incluso de la independencia. Aseguraba que Juan O’Donojú era su
viejo amigo y que su designación como jefe político se debió en parte a sus
trabajos.31 Conviene matizar. No es muy claro que ni Arizpe ni los demás
diputados tuvieran tanto peso en el Consejo de Estado. En el papel enviado
a Cayetano Valdés en enero habían pedido también que se separara el man-
do militar del político, pero no lo consiguieron. Tanto Mourgeon como
O’Donojú fueron nombrados jefes políticos y capitanes generales, “con to-
dos los goces y distinciones que han tenido los virreyes”. En cambio, sí es
cierto que algunos americanos con quienes O’Donojú tenía “relaciones de
amistad” lo convencieron de aceptar la designación.32 Si Arizpe intervino
en el proceso, fue para convencerlo, no por “cabildear” con Valdés o con el
Consejo de Estado.
El 6 de febrero, Juan O’Donojú aceptó la designación, dispuesto, decía,
“a sufrir toda clase de sacrificios”. De inmediato, empezó a organizar su comi-
tiva, con la ayuda de su amigo Francisco de Paula Álvarez, a quien designó
secretario de gobierno de Nueva España.33 El nombramiento señalaba que
en breve se le enviarían las instrucciones para el desempeño de su cargo,
pero el consejo de estado tardó varias semanas en elaborar ese documento.
Estuvo listo el 2 de marzo. Para empezar, el nuevo jefe político debía verifi-
car que se hicieran los juramentos constitucionales en las villas y ciudades
de Nueva España y establecer las instituciones previstas por las cortes. El
gobierno liberal español suponía que con esto se conseguiría fortalecer la

31 D. U. L. A., Idea general sobre la conducta política de D. Miguel Ramos Arizpe.


32 O’Donojú a Iturbide, Veracruz, 6 de agosto de 1821, en Bustamante, Cuadro…,
pp. 228-229.
33 Archivo General de Indias [en adelante agi], Gobierno, México, leg. 1676, O’Donojú

al secretario del Despacho de la Gobernación de Ultramar, Sevilla, 6 de febrero de 1821. El


nombramiento de Álvarez, que debía ser ratificado por el gobierno, agi, Gobierno, México,
leg. 1680, exp. 83, Juan O’Donojú al ministro de la Gobernación de Ultramar, Sevilla, 31 de
marzo de 1820. Por cierto, Álvarez después sería secretario de Iturbide.

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lealtad de los americanos, deseosos de gozar de sus derechos. Ahora bien,
se sabía que el nuevo orden y algunos de los decretos más progresistas de las
Cortes ocasionarían reacciones, por lo que se instruía a O’Donojú a actuar
de modo rápido contra los sediciosos y serviles. Era imperioso organizar
fuerzas de seguridad y la milicia nacional. Dadas las premuras financieras
por las que pasaba España, no resulta sorprendente que se pusiera atención
al saneamiento de la hacienda, en especial si consideramos que la caja de
México había sido una de las principales fuentes de ingresos para la metró-
poli. Aunque constitucionalmente solo fuera jefe superior de las provincias
de la diputación de Nueva España, se le daba poder para intervenir en las otras,
para organizar sus elecciones, establecer las nuevas diputaciones provincia-
les y proponer a los jefes políticos de cada una de ellas. Para su fortuna, de-
cían las instrucciones, “en las provincias encargadas al mando de V. E. solo
existen muy cortos restos de la insurrección”. Por supuesto, en España se
ignoraba que seis días antes, en Iguala, el coronel Agustín de Iturbide había
proclamado un nuevo plan de independencia.34
Hasta entonces, O’Donojú se venía desempeñando como jefe político
de Andalucía, un lugar en el que tenía numerosos vínculos. Su esposa Josefa
era hija de uno de los más importantes empresarios del comercio trasatlánti-
co, Manuel Sánchez Barriga. Antes de partir a América tenía que ordenar
varios asuntos. Esto permitió que los diputados americanos agregaran nue-
vas instrucciones. Mientras se preparaba la expedición, Mariano Michelena y
otros diputados propusieron a las Cortes que autorizaran el establecimiento
de diputaciones en cada intendencia de Nueva España. La discusión se pre-
sentó a finales de abril. Ramos Arizpe propuso que O’Donojú llevara la orden
para establecer esas diputaciones. Se cumplía una de las viejas demandas de
los diputados “provincialistas”, para emplear el término de Rafael Estrada
Michel: fortalecer el autogobierno de cada intendencia, en detrimento del
gobierno virreinal asentado en la ciudad de México.35

34 Lasinstrucciones están en Delgado, “La misión a México…”, pp. 25-88.


35 “Sesióndel 30 de abril de 1821”, Diario de sesiones de Cortes. Legislatura de 1821, p. 1358.
“Decreto XIII”, en Colección de los decretos y órdenes generales expedidos por las Cortes de los años
de 1820 y 1821, pp. 72-73. D. U. L. A., Idea general sobre la conducta política de D. Miguel Ramos
Arizpe; Frasquet, Las caras del águila, pp. 83-87; Estrada, “Regnícolas contra provincialistas”,
https://doi.org/10.17811/hc.v0i6.66.

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La llegada de los diputados electos a finales de 1820 en Hispanoamérica
abrió un nuevo debate. Entre los de Nueva España estaban Lucas Alamán y
Juan Gómez de Navarrete. A diferencia de los provincialistas, estos diputa-
dos favorecían un mayor autogobierno, pero no de cada intendencia sino de
toda Nueva España. Estrada Michel los califica como “regnícolas”. Algunos
de ellos, formaron parte de una comisión encargada de atender la “cuestión
americana”. Esta comisión nació por la iniciativa de dos diputados, el con-
de de Toreno y Felipe Fermín de Paúl.
La primera intervención de Paúl en las cortes fue una exposición sobre
las condiciones de Venezuela. Entre otras cosas, señaló que las autoridades
en Caracas habían cumplido con la instrucción del rey, para establecer un
armisticio. Por ello, solicitó que el gobierno entregara a las Cortes toda la
documentación concerniente al tratado de Trujillo. Su objetivo era evitar
que estallara de nuevo la guerra. De inmediato, Toreno respaldó al venezo-
lano y propuso una comisión que se estableció al día siguiente.36 Fue en-
tonces cuando diputados como Michelena y Ramos Arizpe cambiaron sus
demandas. De acuerdo con un impreso de este último, publicado en junio,
las cosas estaban cambiando de manera radical en España. “Cuestiones que
pocos años ha era un crimen indicar en conversaciones privadísimas, ahora […]
se tratan en reuniones de diputados, y se tratan en una comisión especial de
Cortes, nombrada públicamente a que asisten con gusto los señores secreta-
rios del despacho […] y aun se asegura que […] nuestro buen rey Fernando
VII los había autorizado”. Aseguraba que los americanos que integraban
esa comisión propusieron formar tres secciones de cortes en América: una en
México para Nueva España y Guatemala; otra en Santa Fe para Nueva Gra-
nada con Quito y Caracas y una en Lima para el Perú, Buenos Aires y Chile.
El autor no ocultaba su asombro por este proyecto. No ignoraba que Co-
lombia era ya una república independiente, lo que ocasionaría que el plan
se desarrollara de manera diferente en cada región. La sección mexicana de
la legislatura se encargaría de pagar cantidades millonarias a la metrópoli
como muestra del vínculo entre ambos hemisferios.37

36 Sesión del 3 de mayo, Diario de las sesiones de las cortes. Legislatura de 1821, pp. 1388-

1389, y sesión del 4 de mayo, 1406.


37 Carta escrita a un americano sobre la forma de gobierno que para hacer practicable la Cons-

titución y las leyes, conviene establecer en Nueva España atendida su actual situación. El impreso

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Benson y Rodríguez han asegurado que este plan fue iniciativa de Maria-
no Michelena, que lo venía formando desde hacía meses, pero Ramos Arizpe
adjudicó la propuesta a la comisión especial reunida recién en mayo. Las
demandas que él y Michelena hicieron antes de esa fecha siempre se referían
a otorgar mayores facultades de autogobierno a las provincias, no al reino de
Nueva España. Incluso, en la propuesta de reforma fiscal que discutieron en
noviembre de 1820, quitaban facultades a la superintendencia de hacienda
de México, para aumentar la de las intendencias, cada una de las cuales ten-
dría su propia diputación. Debe recordarse además que, antes de mayo, no
se sabía del pronunciamiento de Agustín de Iturbide. Suponer que los pro-
yectos que Michelena elaboró antes de esa fecha eran los mismos que los de
la comisión especial de las Cortes es interpretar la consecuencia como causa.
Cuando las Cortes fueron informadas del pronunciamiento militar de
Iturbide, el 4 de junio, Michelena expuso que había formulado junto con
Ramos Arizpe varias propuestas sobre Nueva España, que presentó a los dipu-
tados recién electos. Afirmó que halló coincidencias, que la comisión hizo
suyas, pero a partir “de unas proposiciones del Sr. Paúl” que las modifica-
ron. El mismo Michelena hizo notar que “algunos oficiales” del navío en
el que zarpó Juan O’Donojú estaban enterados de esas discusiones; pero
hay que aclarar que los diputados no instruyeron a O’Donojú en ninguna
reunión para que introdujera el sistema de regencias.38
El plan para establecer regencias en América con secciones de las cor-
tes en las tres capitales provenía de los diputados americanos recién llega-
dos, como advirtió el vizconde de Montmorency-Laval, embajador francés en
Madrid, con respecto a algunos diputados que desembarcaron en Burdeos
antes de llegar a España. De acuerdo con esta versión, los recién llegados
de México planeaban establecer en su país una monarquía constitucional

apareció anónimo, como una carta de “M[iguel]” a “Rafaelito”, los hermanos Ramos Arizpe.
Está fechada el 6 de junio de 1821. Cruzado, “Diputados novohispanos…”, pp. 254-260.
38 Sesión del 4 de junio, Diario de las sesiones de las Cortes. Legislatura de 1821, tomo iii,

J. A. García, 1873, p. 2045. Rodríguez asegura que Michelena y Ramos Arizpe se reunieron
con O’Donojú, pero no queda claro ni cuándo ni dónde (el andaluz solo se había movido
de Sevilla a Cádiz, mientras que los americanos estaban en Madrid) y cita el discurso de
Michelena, pero en ese discurso no se menciona la reunión, Rodríguez, “Sobrehumano…”,
pp. 123-124.

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encabezada por un infante español.39 Uno de esos diputados, Juan Gómez
de Navarrete, era compadre de Agustín de Iturbide, con quien mantuvo co-
rrespondencia acerca de la posibilidad de la independencia de Nueva Espa-
ña. Tanto Lucas Alamán como Manuel Gómez Pedraza aseguraron después
que esos planes les fueron informados a los diputados electos en Veracruz,
antes de partir a España.40
La exposición leída el 25 de junio de 1821 en las Cortes, tal como había
sugerido antes Paúl y como quedó asentado en los tratados de Trujillo, bus-
caba establecer bases de entendimiento entre Hispanoamérica y España. Ad-
vertía que la represión militar, aun cuando tuviera éxito, sería dañina, pues
destruiría la riqueza de los territorios ultramarinos y solo ocasionaría una
“paz forzada”, dado el descontento de los americanos por los excesos de la
guerra. Cabe recordar que esta es una de las razones por las cuales Vattel con-
sideraba que en las guerras civiles debían seguirse el derecho de gentes, más
incluso que en los conflictos entre estados soberanos. No es extraño que en
la misma exposición se calificara a las insurrecciones como “guerra civil”.41
Las proposiciones de los diputados eran establecer tres secciones de cor-
tes, que se reunirían en los tiempos previstos por la Constitución. En cada
una de las tres divisiones habría un delegado del soberano, que podía ser
parte de la familia real. Dichos delegados solo responderían ante el rey y
las Cortes generales. De igual forma, habría tres secciones del tribunal su-
premo y tres del Consejo de Estado. El resto de la propuesta se dedicaba
a los pagos que Nueva España haría a la metrópoli. Cabe resaltar que no
se proponía que cada una de las divisiones tuviera sus propias cortes, sino
solo secciones de las Cortes generales. Lo mismo puede decirse de las otras
instituciones, como el Consejo de Estado y los tribunales.
Las propuestas de Ramos Arizpe y de Michelena anteriores a mayo de
1821 se fundaban en el proyecto de territorialización de la Constitución de Cá-

39 Alberto Navas Sierra, Utopía y atopía de la hispanidad. El proyecto de confederación hispá-

nica de Francisco Antonio Zea, pp. 343-344.


40 Manuel Gómez Pedraza, Manifiesto que Manuel Gómez Pedraza, ciudadano de la Repúbli-

ca de México, dedica a sus compatriotas; o sea una reseña de su vida pública, pp. 7-9; Alamán, Histo-
ria…, pp. 87-88; José Ignacio Rubio Mañé, “Los diputados mexicanos a las Cortes españolas
y el Plan de Iguala”, Boletín del Archivo General de la Nación, pp. 347-395.
41 Sesión del 25 de junio, Diario de las sesiones de las Cortes. Legislatura de 1821, t. iii, pp. 2471-

2472. Véase también Frasquet, “La senda revolucionaria” pp.153–180.

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diz. El plan de los diputados americanos presentado en junio, en cambio,
tenía claro que “la necesidad” los obligaba a romper con algunos de los prin-
cipios constitucionales, en particular el que definía la unidad territorial. No
pretendía establecer diputaciones sino secciones de las cortes. Proponía la
territorialización de los reinos americanos, como cuerpos políticos dentro
del imperio español.
El 30 de junio terminó el periodo ordinario de las cortes. El 22 de sep-
tiembre se reunieron nuevamente los legisladores en sesión extraordinaria.
Para ese momento, los diputados españoles no solo rechazaron las propo-
siciones de los americanos, sino que adoptaron una posición cada vez más
intransigente. En el periodo extraordinario sería Felipe Fermín Paúl quien
insistiría en llegar a acuerdos con los gobiernos independientes de América
para conseguir la paz en esos territorios.

La imperiosa necesidad

El viejo pero imponente navío Asia fondeó en Veracruz el 30 de julio. O’Donojú


no se esperaba las noticias que recibió ese mismo día. Apodaca había sido de-
puesto violentamente por el subinspector de artillería de la capital, Francisco
Novella. El poderoso capitán general de Guadalajara José de la Cruz había hui-
do rumbo a Durango y no se tenían más noticias suyas. El puerto de Veracruz
había sido atacado un par de semanas antes y continuaba asediado. No había
más información de lo que pasaba en otras provincias, pero se suponía que
todas estaban en manos de los independentistas. Tiempo después, O’Donojú
aseguró que, por un momento, pensó en retirarse. Todavía a bordo, pidió al
capitán general de Cuba, Nicolás Mahy, que enviara con urgencia unos “mil o
mil quinientos hombres” para conservar la plaza.42
Cuando por fin desembarcó, el 3 de agosto, informó al secretario de Gue-
rra, Tomás Moreno, de la situación que encontró. Las provincias que debía

42 Archivo General Militar, Madrid [en adelante agmm], caja 5375, exp. 25, Juan O’Donojú

a Nicolás Mahy, navío Asia frente a Veracruz, 30 de julio de 1821.

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gobernar se hallaban “reducidas al estado más deplorable, el espíritu de in-
dependencia anima a casi todos sus habitantes”. No se sabía cuáles eran las
que estaban controladas por el “ejército que se llama imperial de las Tres
Garantías”, pero “es voz común que lo están casi todas”. Sabía que la capital
estaba en manos de las tropas expedicionarias de Novella, pero eran muy
pocas y pronto caerían. En Veracruz contaba con las diezmadas fuerzas del
gobernador José Dávila, el apoyo de los marineros del Asia y las tropas que
esperaba de Cuba. Solicitaba el envío del ejército que estaba en Venezuela,
con el que esperaba defender la plaza.
Publicó dos proclamas. Una iba dirigida a los militares y a la gente de
Veracruz. Elogiaba la heroica defensa frente a las tropas independentistas.
La otra era para “los habitantes de Nueva España”. Firmaba como jefe po-
lítico y capitán general. Aseguraba que representaba a un gobierno liberal,
que no pretendía “ser un bey ni amontonar tesoros” en el “opulento imperio
mexicano”. Sabía que no contaba con medios para imponerse. Su posición
era difícil. “Giran por mi imaginación mil ideas”, reconocía. Su margen
de acción era muy reducido. No obstante, pedía ser reconocido como go-
bernante y promovía un armisticio, en espera de que llegaran noticias de
Madrid.43 Como hemos visto, no era una propuesta original. Los coman-
dantes españoles en América habían ofrecido en 1820 precisamente que se
les reconociera como gobernantes y propusieron acuerdos de paz, en lo que
se llegaba a un arreglo benéfico para todos. La novedad era que O’Donojú
sabía que en las Cortes se estaba discutiendo ya una propuesta, promovida
por diputados como Francisco Fermín Paúl, quien contaba con la experien-
cia de los acuerdos con Bolívar.
El jefe político nombró sus comisionados para negociar una tregua con
los hermanos Antonio y Manuel López de Santa Anna, los jefes del ejército
que asediaba Veracruz, y con el mismo Agustín de Iturbide. Los comisiona-
dos fueron dos españoles americanos: Pedro Pablo Vélez y Manuel Gual. El
primero ostentaba el grado de capitán, pero era un rico comerciante nacido
en Córdoba. Tenía vínculos con las familias importantes de la región, pero
también con las redes trasatlánticas. El segundo comisionado era el teniente

43 agmm,caja 5375, exp. 26, Las proclamas están adjuntas a las cartas enviadas por Juan
O’Donojú al secretario de Guerra, Veracruz, 3 y 5 de agosto.

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coronel Manuel Gual. Nacido en La Habana, llevaba tiempo viviendo en la
ciudad de México, en donde fue electo diputado en marzo de 1821. Era hijo
del gobernador español de León, Nicaragua, Juan Bautista Gual, y primo
de Pedro Gual, un letrado que había trabajado en el bufete caraqueño de
Felipe Fermín Paúl y que, décadas después, sería presidente de Venezuela.
Los comisionados llevaron cartas a los hermanos Santa Anna y a Itur-
bide, así como copias de las proclamas. El coronel Manuel López de Santa
Anna se entrevistó con ellos y mostró disposición para favorecer una entre-
vista entre el capitán general y el jefe del ejército imperial. En esa misiva,
señaló su beneplácito porque O’Donojú pedía que los bandos en conflicto
respetaran el “derecho de gentes”, razón por la cual pedía que se liberaran
prisioneros.44 En respuesta, el capitán general se comprometió a abrir las
puertas de Veracruz y permitir el paso de personas, caudales y mercancías.
En todo, afirmaba, se ajustaría a “las leyes de la guerra”.45
La apertura de las comunicaciones permitió a O’Donojú recibir infor-
mes de la situación del interior y se comunicó con Novella, a quien le exi-
gió obediencia en tanto jefe superior y capitán general. No confiaba en las
tropas expedicionarias que se hallaban en la capital, pues aseguraba que
“jamás pelearán por sostener la Constitución que desaman”.46 No tenía más
opción que, como había adelantado a Tomás Moreno, buscar obtener las
mayores ventajas para España y proteger las vidas y bienes de los españoles en
Veracruz y en las otras provincias.
Iturbide aceptó negociar con el jefe político español. Su llegada había
resultado ser providencial para sus planes. Antes de junio, había intentado
convencer a Apodaca de aceptar su plan, toda vez que otorgaba el trono
del proyectado Imperio Mexicano a Fernando VII. La violenta destitución
de Apodaca y el encumbramiento ilegal de Novella dejaron a Iturbide sin

44 Archivo General de Indias [agi], Gobierno, México, leg. 1680, Manuel López de San-

ta Anna a Juan O’Donojú, Jamapa, 6 de agosto de 1821. Es copia anexa a la carta que envió
O’Donojú al ministro de la gobernación de Ultramar, 13 de agosto de 1821.
45 agi, Gobierno, México, leg. 1680, Juan O’Donojú a Manuel López de Santa Anna,

Veracruz, 11 de agosto de 1821, copia anexa a la carta al ministro de Ultramar.


46 agmm, caja 5375, O’Donojú al secretario de Guerra, 13 de agosto de 1821, Veracruz.

Esta correspondencia también se halla en Delgado, “La misión a México…”, p. 48. Sobre
estas negociaciones, véanse Ortiz, El teatro de la guerra, pp. 164-169; Bustamante, Cuadro…,
pp. 226-227.

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interlocutor legítimo. Por eso, instruyó que se permitiera a O’Donojú salir
del puerto para llevar a cabo las negociaciones. Sabía que las condiciones
en la ciudad de Veracruz eran insoportables y que la salud de la comitiva es-
pañola no era buena, de modo que prometió una salida pronta en algunos
coches para que el viaje fuera lo más cómodo posible.47
El 19 de agosto, el jefe superior y capitán general salió de Veracruz por
la puerta de la Merced. Fue recibido por las tropas de Santa Anna, que lo
escoltaron rumbo a la villa de Córdoba. El 23 por la noche conoció a Iturbide.
Vicente Rocafuerte describió la reunión como algo ríspida, pues aseguró
que el jefe superior esperaba hallarse también con Guadalupe Victoria, a quien
suponía como uno de los jefes importantes del movimiento de independen-
cia. No hay en los documentos que hasta entonces escribió O’Donojú men-
ción alguna al caudillo insurgente. Tampoco hay testimonios que sostengan
que la reunión fue tan cordial como describe Carlos María de Bustamante
ni que Iturbide hubiera expresado que, dada la buena fe de ambos persona-
jes, sería fácil “desatar el nudo sin romperlo”.48 Iturbide fue quien diseñó
el tratado. Sabía que el capitán general español no tendría posibilidades de
rechazarlo ni de hacer modificaciones importantes. En la mañana del 24
de agosto se reunieron. El secretario particular del jefe del ejército imperial,
José Domínguez Manzo, entregó la propuesta a O’Donojú, quien “desde
luego aprobó la minuta y solo tachó de mano propia dos expresiones que
cedían en elogio suyo”, de acuerdo con Bustamante. No hubo negociación.
Como el propio Iturbide apuntaría después en sus memorias, O’Donojú no
tenía opción. No tenía poderes para firmar el tratado, pero “las circunstan-
cias” lo obligaban a hacerlo: “Si el general hubiese tenido a su disposición
un ejército que disponer –remataba Iturbide en sus memorias– superior al
mío, y recursos para hacerme la guerra, hubiera hecho bien en no firmar”.49
El tratado recogía la mayor parte de los puntos proclamados en Iguala
por Iturbide. Reconocía la independencia y soberanía del imperio mexi-

47 Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional (en adelante ahsdn), leg.


1843, Iturbide a O’Donojú, Puebla, 11 de agosto de 1821. La intención de Iturbide para sa-
car a O’Donojú del puerto, por la insalubridad, se ve en la Comunicación de José Durango
al Ayuntamiento de Córdoba, citado en Arróniz, Los tratados de Córdoba, pp. 71-72.
48 Rocafuerte, Bosquejo ligerísimo…, pp. 102-103; Bustamante, Cuadro…, p. 231.
49 Iturbide, Memorias…

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cano. La nueva monarquía constitucional sería encabezada por Fernando
VII o alguno de los infantes españoles. En la versión original del Plan de
Independencia, del 24 de febrero, se señalaba en el artículo cuarto que se
llamaría como emperador a “Fernando VII y en sus casos los de su dinas-
tía o de otra casa reinante […] para hallarnos con un monarca ya hecho y
precaver los atentados funestos de la ambición”. Muy pronto, Iturbide hizo
algunos cambios a esa propuesta. En la versión oficial del plan, mandada
en marzo a Apodaca, enlistaba al rey de España y a los infantes como can-
didatos al trono mexicano, aunque abría la posibilidad de que fuera “otro
individuo de casa reinante que estime por conveniente el Congreso”. En el
tratado firmado con O’Donojú, Iturbide –quizá movido por la ambición que
originalmente quería precaver– dio un paso más: si ninguno de los Borbón
españoles aceptaba la corona mexicana, el emperador sería “el que cortes
del imperio designasen”.50
El resto del documento estaba dedicado a la integración de la regencia
y de la junta provisional gubernativa, en la que estaría O’Donojú. Tal como
Morillo hizo en los tratados de Trujillo, el capitán español se comprome-
tió a enviar comisionados a Madrid, para informar al rey del acuerdo al que
había llegado. De igual modo, intercedería para que las tropas de Novella
capitularan. Uno de los puntos más importantes para O’Donojú fue el 15,
que garantizaba la protección de las propiedades y caudales de los españo-
les, quienes podían abandonar el Imperio Mexicano “llevando consigo sus
familias y bienes.”
Dos días después, O’Donojú informó de la firma del tratado al gober-
nador de Veracruz. Insistía en que no había otra opción que formalizar lo
que, de hecho, ya había sucedido: la independencia. Modesto de la Torre,
un oficial de infantería que lo acompañó desde España, hizo notar que el
jefe político se hallaba acorralado, sin opciones.51 Por tal razón, ordenaba

50 Tratados
celebrados en la villa de Córdoba.
51 Agradezco a Rodrigo Moreno que llamara mi atención sobre Modesto de la Torre, au-
tor de un diario que está resguardado en la Lilly Library de la Universidad de Bloomington,
Indiana. Se trata de un documento casi desconocido, que no se ha editado y no se puede
consultar en línea. Hay algunas transcripciones en un artículo de Antonio Alatorre (aunque
firmado con un seudónimo) que son las que he podido consultar. Olmedilla, “México, 1808-
1821: algunas aportaciones históricas” p. 597, https://historiamexicana.colmex.mx/index.
php/RHM/article/view/888. Algunos aspectos de este diario, titulado “Apuntaciones que

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que no se recibieran las milicias de mulatos que Nicolás Mahy había man-
dado desde Cuba.
Cabe resaltar que no ordenaba la rendición de la plaza, aunque sabía
que no podría conservarse por mucho tiempo. El mismo 26 de agosto, es-
cribió sendas misivas al brigadier Francisco Lemaur y al capitán José Primo
de Rivera. En ambas, pedía que se pusieran a las órdenes de Dávila para
“conservar la tranquilidad y el orden en la plaza”. Al capitán del Asia le pe-
día, además, que se preparara para recibir “los caudales retenidos hasta aho-
ra” por los independentistas. En total, serían dos millones trescientos mil
pesos, que saldrían rumbo a España el 24 de octubre. O’Donojú repetiría
después que una de las razones por las cuales firmó el tratado con Iturbide
era, precisamente, proteger los bienes de los españoles. En la carta a Dávila
agregó otra justificación. La independencia ya estaba hecha y solo había
que formalizarla. Negarse a hacerlo no solo sería inútil y ocasionaría derra-
mamiento de sangre, sino que desacreditaría la ilustración de las cortes y el
gobierno liberal de España. No podía oponerse a la voluntad de los mexica-
nos, que habían decidido ejercer sus derechos con un gobierno propio, que
se habían pronunciado por su libertad. Esos derechos “no podían ocultarse
a la alta penetración del rey, a la sabiduría del congreso […] En efecto, ya
la representación nacional pensaba antes de mi salida de la península en
preparar la independencia mexicana”.52
Lemaur y Dávila, en cambio, no podían creer que en España se estuvie-
ra considerando la posibilidad de conceder la independencia a América, de
modo que se opusieron a cumplir la orden de despedir a los refuerzos cuba-

en su viaje a ultramar ha tomado el oficial de infantería Modesto de la Torre”, han sido es-
tudiados por Guarisco, “The Apuntaciones Of Modesto de La Torre. Mexican Nationalism
as Seen by a Spanish Military Officer, 1821–1822”, The Americas 69, n. 4, abril de 2013, pp.
509–28, https://doi.org/10.1353/tam.2013.0046.
52 Archivo General de la Marina, Álvaro Bazán [en adelante agmab], sección Expedicio-

nes, caja 71, exp. 19, Carta de Juan O’Donojú a José Dávila, Villa de Córdoba, 26 de agosto
de 1821, en agi, Gobierno, México, leg. 1689, exp. 45; Carta de Juan O’Donojú a José Primo
de Rivera, Villa de Córdoba, 26 de agosto de 1821. En ambas cartas hay copia de los tratados
y de otros documentos. La carta de O’Donojú a José Lemaur, Villa de Córdoba, 26 de agosto
de 1821, en Correspondencia entre el general D. Juan O’Donojú y el brigadier D. Francisco Lemaur,
y las últimas cartas de aquel al general Dávila, con las respuestas de este. La correspondencia de
Lemaur y Dávila con O’Donojú también da cuenta de la penosa salud del jefe político y del
desconsuelo de su esposa por la muerte de su sobrina.

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nos. En un principio, apuntó Lemaur, el reconocimiento de la independen-
cia no generó rechazo entre los españoles de Veracruz, “pues la fuerza de las
circunstancias había hecho ya tolerable esta idea” y el tratado les permitía
“ver afianzados sus intereses”. Sin embargo, temían las escenas de asesinatos
de peninsulares como en 1810 y desconfiaban de Iturbide, quien ya había
secuestrado caudales y bienes de españoles. Lemaur deseaba que, en efecto,
llegara pronto un príncipe español para poder evitar esas desgracias. Dávila
se negó a regresar a Cuba los refuerzos que acababan de llegar, pues suponía
que el tratado reconocía la independencia del Imperio Mexicano y la en-
trega de su capital, pero no de Veracruz, que seguiría en manos de España.
Desde Puebla, el jefe político hizo ver tanto a Dávila como Lemaur que eso
sería imposible: “Firmar la independencia era indispensable porque tal es
la voluntad decidida de los pueblos, porque tienen fuerza para sostenerla
[y] porque el gobierno español se dirige por principios liberales”. Admitía
que Iturbide no era confiable, pero señalaba que no había otra opción que
negociar con él. O’Donojú seguía ponderando como una razón fundamen-
tal para firmar el Tratado que las fuerzas españolas no serían capaces de
imponerse, ni siquiera de conservar las ciudades de México y Veracruz. No
se equivocaba, aunque el Consulado de Cádiz pedía, en ese mismo momento,
que se enviaran tropas a Nueva España, el Consejo de Estado en Madrid
decidió que no se mandarían. En España, ni el gobierno ni la sociedad esta-
ban para financiar más guerras. La independencia era inevitable.53
Las siguientes comunicaciones entre Lemaur y Dávila con O’Donojú
cambiaron. El primero seguía reconociendo que era capitán general, pero
rechazaba que tuviera facultades para aceptar la independencia. El segundo,
en cambio, llegó a afirmar que O’Donojú había decidido conscientemente
desobedecer al rey, de modo que ya no tenía facultades de jefe político ni de
capitán general. Al comenzar septiembre, Novella había aceptado capitular.
Cuando estas noticias llegaron a los militares de Veracruz, tomaron una
decisión radical. Dávila aseguró a O’Donojú que “con las fuerzas que tengo
defenderé esta plaza contra V. E. mismo y contra Iturbide”. Sin artillería,
muy pronto se vio precisado a ceder. Negoció con Iturbide para que no

53 agmab, sección Expediciones, caja 70, exp. 56. La correspondencia entre Lemaur,

Dávila y Liñán con O’Donojú, en Correspondencia entre el general D. Juan O’Donojú. Sobre las
tropas que se pedían a España.

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fuera Santa Anna quien ocupara la ciudad. Al final, el ayuntamiento vera-
cruzano terminó reconociendo como gobernador a Santa Anna, y Dávila se
refugió en el Castillo de San Juan de Ulúa. Desde allí todavía mostró in-
tenciones de organizar una reconquista, pero al parecer esta iniciativa solo
tenía la intención de mostrar su patriotismo ante las autoridades españolas.
Sabía, como también advirtieron Lemaur y el Pascual Liñán, que no tenía
fuerzas para hacerlo.
Quien, en cambio, apoyó desde un principio el acuerdo firmado por
O’Donojú fue Primo de Rivera, el capitán del Asia. Creía que el tratado po-
día ser aceptado, pues no solo conocía los planes de la comisión de Cortes,
sino que estaba enterado del proceso que condujo a los tratados de Trujillo,
con el envío de los comisionados de Morillo y de Bolívar a España. No es
seguro que estuviera de acuerdo con ellos, pero al menos pudo argumentar
que el reconocimiento forzoso de la independencia del Imperio Mexicano
tenía posibilidades de ser aprobado en España. Así lo señaló en una carta
que envió a O’Donojú el 29 de agosto de 1821. “La emancipación de las
Américas –afirmaba– está sin duda decretada por la pluralidad absoluta
de las Cortes, lo está por la opinión general de la nación española [y] lo
está sobre todo por la imperiosa necesidad”. La firma del tratado resultaba
benéfica para España por muchas razones, especialmente por la protección
de los bienes que se garantizaba. “Sería loco el español que ya se opusiera”,
aseguraba. Estas expresiones de Primo de Rivera le costarían muy caras,
pues al volver a España pudo darse cuenta de que las autoridades se opusie-
ron al tratado. Se le abrió un proceso para destituirlo del mando del Asia y
se vio obligado a justificarse, aduciendo que sus palabras habían tenido la
intención de quedar bien con O’Donojú y con los mexicanos con el único
objetivo de permitir la salida de los caudales.54
El 31 de agosto, todavía en Córdoba, O’Donojú elaboró una larga
justificación dirigida al secretario de Ultramar. Explicaba cada uno de los
puntos tratados con Iturbide. Lo más interesante es que no mencionaba
las negociaciones de los diputados americanos en las cortes, aunque según

54 agmab, sección Expediciones, caja 71, exp. 19, José Primo de Rivera, carta a Juan

O’Donojú, a bordo del Asia frente a Veracruz, 29 de agosto de 1821. En este expediente se
hallan los documentos relativos a quitar el mando del navío a Primo de Rivera por haber
estado de acuerdo con O’Donojú.

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Ramos Arizpe involucraban a los miembros del gabinete. Sus argumentos,
en cambio, se referían a las ventajas que consiguió para España, en parti-
cular al mantener los vínculos entre ambos mundos y al llamar a Fernando
VII como emperador de México. Se trataba de un acuerdo benéfico, que
acabaría con la “guerra intestina” en Nueva España. “Es imposible contra-
riar ni alterar el orden de la naturaleza, ella puso límites a las naciones”,
argumentaba.55
O’Donojú cumplió su palabra. Consiguió que Novella entregara la ciu-
dad de México, lo que permitió el establecimiento de una junta de gobierno
que, el 28 de septiembre, proclamó el acta de independencia. Ese día, dejó
de ser jefe político y capitán general de Nueva España. Aunque había un
lugar en el acta para su firma, no estuvo presente en la sesión. Se hallaba
enfermo. El viaje desde Cádiz y la estancia en Veracruz acabaron con la vida
de su primo y de su sobrina. Modesto de la Torre, quien permaneció en el
puerto durante todo agosto, relató cómo, cuándo se reunió con él después
de unos días, lo primero que el todavía jefe político preguntó fue por el
estado de salud de quienes se habían quedado en “el mortífero Veracruz”.
Ni el clima más templado de la capital ayudó a Juan O’Donojú a mejorar.
La fiebre terminó en pleuresía. Murió el 8 de octubre.
El 24 de ese mes partieron de Veracruz en el Asia los comisionados de
O’Donojú, el depuesto virrey Juan Ruiz de Apodaca y los caudales que antes
había retenido Santa Anna y que O’Donojú consiguió liberar, 2 millones
300 000 pesos de plata fuertes.56 Como es sabido, las Cortes rechazaron el
tratado firmado en Córdoba, aunque semanas después, al comenzar 1822,
enviaron a sus propios comisionados para negociar con el gobierno mexi-
cano, tal como hizo el gobierno español cuando, dos años antes, mandó
comisionados para América del Sur. Durante algún tiempo se mantendría
esa extraña política que no había conseguido retener los dominios españo-
les en el Nuevo Mundo, pero que permitió a los independentistas obtener
el reconocimiento de ser gobiernos independientes, y no solo insurrectos.

55 agi, Gobierno, México, leg. 1680, Juan O’Donojú al secretario de Ultramar, Córdo-

ba, 31 de agosto de 1821.


56 agmab, Expediciones, caja 70, exp. 3, Primo de Rivera al secretario de Marina, La

Habana, 17 de noviembre de 1821.

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Todavía faltaría mucho tiempo antes de que se firmaran los tratados de rela-
ciones diplomáticas.57

Agradezco por la lectura y comentarios a Andrea Rodríguez Tapia, Txema


Portillo Valdés y, el más crítico, Roberto Breña.

57 VéaseRodríguez, “España sin América”, https://repositorio.colmex.mx/concern/


theses/00000052r?locale=es.

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La independencia pactada.
Un plan mexicano de monarquía federal
en la prensa del trienio liberal

Ivana Frasquet1

En septiembre de 1821, José María Tornel y Mendivil publicó un folle-


to sobre el estado de la revolución en México y su relación con los aconteci-
mientos que se estaban desarrollando en España. En su discurso, el militar
y político orizabeño apuntaba con cierto entusiasmo un principio que, por
aquel entonces, debió fijarse como un axioma en la mente de muchos revo-
lucionarios: que el regreso del liberalismo a la monarquía española traería la
independencia para México. Es decir, que el sistema liberal y constitucional
recién recuperado en la España de 1820 se extendería también a América
y, por lógica, derivaría en un autogobierno pleno. Aunque justo un año des-
pués, en otra publicación, el mismo autor acusaría al gobierno y a las Cortes
de no haber cumplido su palabra –cuando ya era evidente que la España
constitucional no condescendería con ningún tipo de propuesta indepen-
dentista para México–; no deja de ser interesante preguntarse si el paralelis-
mo establecido entre las ideas liberales y las razones de justicia política a ser
independientes tuvo algún viso de realidad o simplemente fue una ilusión2.
El desencanto de Tornel y Mendivil no fue único, pues son muchos los
testimonios de protagonistas de aquella época que confirman la decepción
sufrida tras la anulación de los Tratados de Córdoba por Fernando VII.

1 Universitat de València. Esta investigación forma parte del proyecto financiado por
mineco con referencia har2016-78769-p.
2 Las palabras de Tornel fueron: “Los periódicos anuncian el deseo casi universal que

domina en la Península, de que los americanos obtengan el goce de su independencia”. José


María Tornel y Mendívil, Manifiesto del origen, causas, progresos y estado de la revolución del Impe-
rio Mexicano con relación a la antigua España. En el folleto de 1822, Tornel calificaría de canto
de sirena la siguiente afirmación: “España es liberal, España reconoce la independencia”. José
María Tornel y Mendivil, Derechos de Fernando VII al trono del imperio mexicano. Recuperados
de internet: www.bibliotecas.csic.es.

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Pero si algo demuestran estos desengaños es que la posibilidad de obtener un
reconocimiento pactado a la independencia fue auténtica y estuvo muy cer-
ca de conseguirse entre los meses de mayo y octubre de 1821. La clave residió
en el conocido plan para establecer monarquías en América que presentaron
los diputados americanos a las Cortes a finales de esa legislatura, en junio
de 1821. La historiografía mexicanista especializada ha dado cuenta en nu-
merosas ocasiones de la existencia de este plan, a pesar de que no siempre se
lo ha considerado influyente en la consecución de la independencia, debido,
sobre todo, a que nunca fue discutido ni aprobado por las Cortes. Sin em-
bargo, aunque mucho se ha escrito sobre el mismo, aún carecemos de una
visión prolija que dé cuenta de la innegable contingencia que lo convirtió
en el más acabado y perfecto proyecto para transformar la monarquía consti-
tucional española en un Estado federal de reinos independientes. Y, lo que
es más importante, en considerarlo viable a la luz de un tiempo presente, el
de 1821, que nada tenía de quimérico o de ilusorio para los protagonistas de
aquel momento.
Es desde esta perspectiva que pretendo realizar una relectura del pro-
yecto de monarquías para América en la España del Trienio Liberal, aten-
diendo no exclusivamente a los discursos parlamentarios –profusamente
detallados ya– sino también al debate público que este interesante plan propi-
ció en la sociedad española del momento. Con ello pretendo seguir la línea
ya apuntada por el profesor Alberto Gil Novales, quien en el año 1979
publicara su artículo titulado “La independencia de América en la concien-
cia española, 1820-1823”,3 en el que cuestionaba la afirmación canónica
de que América y sus asuntos no habían preocupado a los españoles del
Trienio. Desde entonces, han sido varios los estudios que han reconocido
la importancia fundamental que los temas americanos ostentaron en esta
etapa crucial de la historia de la monarquía española. Más allá de investi-
gaciones sistemáticas sobre la imprenta y la publicística editada durante la
etapa revolucionaria liberal que transcurrió entre 1820 y 1823, lo cierto es
que solo unos pocos trabajos han profundizado en el tratamiento que las

3 Alberto Gil Novales, “La independencia de América en la conciencia española, 1820-

1823”, Revista de Indias, pp. 235-265. El artículo era, a su vez, la traducción al español del
original publicado en italiano en la Rivista Storica Italiana, en 1973.

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cuestiones americanas recibieron en la prensa del momento.4 Por lo ge-
neral, estas investigaciones han ayudado a clasificar las cabeceras según su
tendencia política, a estructurar las fuentes y sistemas informativos de los
periódicos y a recopilar los temas sobre los que informaban al público. Sin
embargo, pocas veces han ofrecido una interpretación integrada junto a los
debates políticos de las Cortes en esos momentos, así como una explica-
ción de las relaciones existentes entre los planteamientos de los diputados
americanos y la discusión pública de los mismos. En este sentido, este tra-
bajo explorará la creación de opinión pública sobre el plan americano de
monarquías en la España del Trienio, y la consecuente independencia, así
como apuntará algunas de las razones por las que finalmente fue imposible
llegar a un consenso para aplicarlo.

La independencia de México en la prensa española

Como he señalado, la importancia que la situación americana y la resolución


del conflicto bélico en aquel continente tuvo en la prensa y en las políticas
de los gobiernos liberales de estos años está fuera de toda duda. En general,
el posicionamiento inicial de los actores institucionales de la monarquía
–Rey, Cortes, Consejo de Estado y secretarios del Despacho– estuvo carac-
terizado por el convencimiento de que la sola reposición de la legislación

4 Algunos trabajos dedicados a los temas americanos en la prensa española del Trienio son

los de Agustín Martínez de las Heras, “La ideología de la prensa del Trienio en relación con
la independencia americana”, en Gil Novales (ed.), 1996, pp. 7- 53. En el mismo volumen
los trabajos de Margarita Márquez Padorno y Felicidad Mendoza Ponce, “La emancipación
hispanoamericana (1810-1825). Sistema informativo en la Gaceta de Madrid”, en Gil Novales
(ed.), 1996, México, pp. 313-322; y Camino Monje Burón y Petra Amparo López Delgado,
“La guerra de independencia hispanoamericana en El Universal, 1820-1823, tratamiento in-
formativo”, en Gil Novales (ed.), 1996, pp. 333-346. También el clásico de Jaime Delgado, La
independencia de América en la prensa española. En general, sobre la prensa en el Trienio, véase
también Juan Francisco Fuentes, “Estructura de la prensa española en el Trienio liberal:
difusión y tendencias”, Trienio, Ilustración y Liberalismo, pp. 156-196. Y los recientes trabajos
contenidos en Gérard Dufour y Emilio La Parra (coords.), “El Trienio liberal en la prensa
contemporánea (1820-1823)”, El Argonauta español.

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constitucional sería suficiente para que los americanos abandonaran su idea
de independencia y se avinieran a jurar fidelidad al rey y la Constitución.5
Esta certeza se tradujo también en toda una campaña periodística para per-
suadir a los americanos de los beneficios constitucionales. En uno de los
periódicos más liberales y cercanos a las posiciones americanas, Miscelánea
de Comercio, Artes y Literatura, se indicaba ya, tempranamente, que “la expre-
sión común de las gentes desde la restauración de la libertad civil, hacen a
muchos esperar que, a la encantadora voz de constitución, se depondrán sin
dificultad las armas […] apresurándose los pueblos americanos a reconocer
el gobierno sabio y apreciable de las Españas”.6 Por otro lado, una cabecera
también liberal, pero más moderada como El Universal, publicaba opinio-
nes en las que se respaldaba igualmente la defensa de la Constitución y la
unión de americanos y peninsulares, aunque desde posiciones un tanto
más conservadoras. “La insurrección de la América calmará probablemente
si se generaliza la Constitución; los americanos están cansados de sufrir
males, […] no faltan entre ellos muchos que ven toda la extensión de ideas
benéficas que encierra y conocen que la Constitución, bien plantificada, es
superior a otra cualquiera idea de independencia”.7 Sin embargo, el autor
de este artículo en la Miscelánea –quien firmaba con las iniciales J. D. y se re-
conocía como “un sujeto que conoce bien América”– indicaba la dificultad
de aplicar una misma Constitución a las diversas partes de un Estado, seña-
lando que lo conveniente para un territorio podría no serlo para otros. Si
no se solventaba este problema y se adaptaba el texto constitucional a cada
situación, el articulista auguraba que, a pesar de reconocer sus beneficios,
los pueblos americanos en guerra no depondrían las armas ni enviarían re-

5 He desarrollado esta idea en Ivana Frasquet, “La España Americana”, Rújula, Pedro y

Frasquet, Ivana (coords.), España, El Trienio Liberal. Una mirada política, pp. 149-176.
6 Miscelánea de Comercio, Artes y Literatura, 26 de abril de 1820.
7 El Universal, 9 diciembre 1820. Este periódico ha sido considerado como el vocero de

los gobiernos del Trienio, defendiendo siempre la unión con América y rechazando cual-
quier idea cercana al reconocimiento de la independencia. Véanse los trabajos de Agustín
Martínez de las Heras, “La prensa liberal del Trienio vista desde El Universal”, Historia y Comu-
nicación Social, pp. 91-101 y “La prensa exaltada del Trienio a través de El Universal”, Trienio,
pp. 43-61. Para una interpretación de la Constitución en este periódico: Ivana Frasquet, “Lei-
turas moderadas da Constituição de Cádis no Triênio, El Universal, 1820-1823”, en Márcia
Berbel e Cecilia Helena de Salles Oliveira (orgs.), Brasil, 2012, pp. 31-75.

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presentantes a las Cortes en Madrid.8 En otro artículo de mayo de 1820 se
afirmaba, siguiendo esta idea, que, a pesar del deseo de tener Constitución,
la distancia entre América y la Península suponía una dificultad añadida
a la hora de ejercer la representación parlamentaria. “Los americanos es-
pañoles son dignos de ser tratados no solo con justicia y liberalidad” y
no “debemos desentendernos de que aun con el pleno goce de las ventajas
constitucionales, se hallan aquellos pueblos a muchos centenares de leguas
de nosotros, y que para que vengan aquí los representantes de sus derechos,
deben vencer las dificultades de un largo y peligroso viaje”.9
Con todo, ya desde abril de 1820 se tiene conciencia de que México es
el que está más cerca de seguir el camino constitucional de la monarquía:
“Si se examinan una a una todas las posesiones de América con imparcia-
lidad y conocimiento, parece que la Nueva España es la que ofrece más
esperanza de seguir la suerte de la península”. Las noticias dedicadas a la si-
tuación mexicana en la prensa liberal de estos años son las más abundantes
y profusas y de su lectura se desprenden distintas interpretaciones respecto
a la revolución que encabezaría Iturbide en febrero de 1821.10
Para el caso de México, será la publicación moderada El Universal la
que edite más artículos para desmentir los deseos de independencia. En un
número de julio de 1821, se transcribió parte de una carta particular en la que
se pretendía convencer de que no todos los mexicanos querían independi-

8 El artículo señalaba: “No hay datos suficientes para asegurar que sea igualmente con-

veniente a las diversas provincias de América […] Aquellos países, pues, que, como la costa
firme, han sostenido con vigor la guerra, y que en los mayores apuros no perdieron la es-
peranza de su emancipación, no es probable que se sometan desde luego, llanamente, para
gozar de un bien que ha de tocar a pocos, aunque le reconozcan como tal”. Miscelánea…,
26 de abril de 1820.
9 Miscelánea…, 22 de mayo de 1820.
10 Los trabajos dedicados a la prensa mexicana durante el proceso de independencia son

abundantes y sería imposible reproducirlos todos aquí. Como muestra puede consultarse
Rafael Rojas, La escritura de la independencia; Fleites, “La prensa novohispana y española ante
la revuelta de Miguel Hidalgo (1810-1811)”, Procesos Históricos, pp. 3-24; Sandra Pérez Stocco,
“La influencia de la prensa en el proceso de independencia de México”, Revista de Historia
Americana y Argentina, pp. 161-187; Celia del Palacio, “El periodismo de la independencia. El
papel de la prensa en los inicios de la esfera pública política en México”, Revista de Estudios
e Pesquisas sobre las Américas, pp. 1-15. No tengo constancia de estudios recientes que hayan
dedicado un análisis específico a la independencia mexicana en las páginas de los periódicos
españoles del trienio liberal.

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zarse y que muchos anhelaban la aplicación de la Constitución: “Cuando
se haya sabido en España la intentona del pirata Iturbide, se habrá creído
que no hay un americano que no suspire por la independencia. No faltarán
tampoco en la Península personas que trabajen por acreditar esta opinión,
y que con datos imaginarios y falsas noticias intenten persuadir a los espa-
ñoles de que la América se pierde sin recurso, y que todo americano desea
ver a su país independiente de la España”.11
El tono del periódico sostenía que la guerra era indeseada, aunque
necesaria, si se quería mantener la unión entre mexicanos y españoles. El
“inmortal Apodaca” –apuntaba– había intentado por todos los medios pa-
cíficos llamar amistosamente a “los descarriados”, pero habían sido “los ge-
nios malignos” los que habían esparcido la idea de que solo con la guerra
se obtendría la libertad. Este juicio fue cuestionado constantemente por El
Universal, desde cuyas páginas siempre se defendió la creencia de que solo la
Constitución podía actuar como “efecto mágico” y milagroso para terminar
definitivamente con el conflicto bélico y reparar los daños ocasionados por
este.12 El argumento se retorció hasta tal punto que el periódico publicó una
carta anónima, sin título ni firma, en la que se sugería la original idea de que
todo planteamiento encaminado a destruir la Constitución era servil. Desde
este punto de vista, los independentistas mexicanos eran acusados de azuzar
la reacción para obtener sus fines, cuyo resultado no sería otro que devolver
al pueblo mexicano a la oscuridad y la esclavitud. “… Las noticias que se tie-
nen de aquel país nos confirman en la opinión que siempre habíamos tenido
de que la sublevación del reino de México no es más que obra de los serviles,
y que las proezas de aquellos libertadores no tienen más resultado que res-
tablecer el antiguo despotismo y destruir el imperio de la Constitución”.13

11 El Universal, 13 julio 1821. En el mismo número se insertaba: “No nos alucinemos


con los falsos brillos de una independencia quimérica cual la que se nos promete, porque
solo es independiente el pueblo que puede ser virtuoso y feliz en una sociedad pacífica”.
12 “La feliz adopción del régimen constitucional y la reforma consiguiente del método

con que hasta aquí se han gobernado aquellas vastísimas regiones, acomodándole el giro de
las ideas del siglo en que vivimos, y haciendo desaparecer los motivos de resentimiento y des-
confianza que sirvieron de pretexto para la insurrección, podrán restablecer la tranquilidad
en aquella preciosa parte de la monarquía”, El Universal, 13 de julio de 1821.
13 El Universal, 10 de agosto de 1821. La carta seguía en este sentido: “La presente guerra

es movida por serviles, curas y frailes de todas generaciones, cuyas armas son bien conoci-

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Los revoltosos eran, pues, responsables del funesto resultado que esta
actitud imprudente traería consigo, el cual no era otro que una horrorosa
guerra civil, como se había demostrado en el Río de la Plata.14 El despres-
tigio del enemigo y la utilización política de la prensa para desacreditar las
ideas del mismo son muestra de la verdadera “guerra de la pluma”15 que se
sostuvo durante estos años en las rotativas liberales de la Península respecto
–y sobre todo– a la independencia mexicana. El veracruzano de adopción
Florencio Pérez y Comoto –quien ya había manifestado su parecer contrario
a la rebelión de Hidalgo en 1810– escribió un discurso político en el que re-
forzaba la opinión de que la independencia supondría una vuelta al pasado
más oscuro de México:

La revolución de Nueva España, ora se observe en su origen, ora se siga en


su curso, ora se analice en la actual reacción, es un fenómeno inconcebible
en política, que desconoce la historia de las naciones. Ella no es aquel noble
esfuerzo de pueblos que resisten la esclavitud […] es sí un paso retrógrado en
la marcha que sigue el género humano […] es un obstáculo impotente, pero
voluntario a los progresos del siglo, es al fin un conato directo y ejecutivo
hacia la esclavitud y dependencia extranjera. La justa posteridad verá atónita
en las tentativas de esta emancipación inmatura el retroceso de las luces, la

das”. Acerca de la visión reaccionaria de la independencia mexicana, puede consultarse la


reciente investigación de Josep Escrig Rosa, Cuando la patria peligra. Contrarrevolución y
antiliberalismo en la independencia de México (1810-1823) (en prensa).
14 El Universal, 10 de agosto de 1821. “Si para conseguir este objeto fomentan ahora el

encono de los serviles, ellos serán las primeras víctimas de su imprudencia; y cuando se vean
sumergidos en los horrores de la guerra civil que tiene asoladas las provincias del río de la
Plata, sentirán, aunque tarde, el haber aspirado a una mejoría quimérica, y no haberse que-
rido conformar con una bondad real y verdadera”.
15 La prensa reflejaba esta contienda ideológica: “Mientras los liberales de España y de

América se están devanando los sesos para averiguar si aquellos países, y particularmente la
Nueva España, se hallan en estado de formar naciones independientes, mientras cachupines
y criollos están haciéndose una encendida guerra de pluma, sosteniendo los primeros que
a los americanos les faltan todos los elementos necesarios para formar nación, y queriendo
hacernos creer los segundos que la generalidad de aquellos habitantes tiene todas las virtudes
y todas las luces necesarias para gobernarse por sí sola, los serviles del reino de México se
aprovechan de las desavenencias de los amigos de la libertad, y están resolviendo el proble-
ma, cuya solución los tiene divididos”, idem.

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vuelta de los siglos bárbaros, el retorno del ostracismo y la destrucción del
más fértil territorio16.

Como puede imaginarse, a esta posición política correspondía vilipendiar


y culpar a Agustín de Iturbide como responsable del sostenimiento de la
guerra civil en Nueva España. “Dejando a un lado los asuntos mercantiles,
hablaremos del corifeo Iturbide, que nos ha metido en un fandango, que
ha de dar más trabajos de los que por la presente aparecen” indicaba una
noticia fechada en Veracruz el 18 de abril y publicada en El Universal, en
julio. Las noticias que llegaban de la revolución en México y que publica-
ba esta cabecera, con el considerable retraso temporal, hacían creer que el
levantamiento de Iturbide de febrero de 1821 no tenía visos de prosperar y
que pronto depondría las armas acosado por las tropas realistas.

… la intentona de Garatusa no ha encontrado en los habitantes el apoyo que él


esperaba, y con que le habían hecho contar los que por sus miras particulares
le aconsejaron que convirtiese traidoramente contra el gobierno las armas que le
había confiado. Todo nos anuncia que los planes de aquellos rebeldes que-
darán dentro de poco enteramente desvanecidos y la Europa conocerá si son
solamente unos pocos ambiciosos, o si son todos los habitantes de América los
que desean la independencia.17

Este periódico omitía las victorias insurgentes y solo publicaba las procla-
mas y bandos de los jefes peninsulares a quienes consideraba los artífices de
la pacificación del territorio: “Queda demostrado que la pacificación de Mé-
xico es obra de Venegas, Calleja y Apodaca, y que las numerosas reuniones
de los disidentes desaparecieron con el humo luego que se eligieron sujetos
dignos de ocupar tan distinguidos empleos”.

16 ElUniversal, 4 agosto 1821. Pérez y Comoto ya se había mostrado opuesto a la revolu-


ción en su Florencio Pérez y Comoto, Discurso patriótico, contra la rebelión que acaudilla el cura
Hidalgo, y ventajas que ofrece la unión de todos los buenos ciudadanos.
17 El Universal, 16 julio 1821. Garatusa es el nombre con que se definía a Iturbide en las

páginas de El Universal, aludiendo a sus artimañas para engatusar y halagar al pueblo mexi-
cano para que apoyara su causa.

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Por su parte, la Miscelánea acabó convirtiéndose en el altavoz de los que
defendían la causa americana. Y, aunque al principio mantuvo posiciones
cercanas a la unión y la observancia de la Constitución como ejemplo de
concordia, poco a poco se fue desplazando hacia posturas que reconocían la
independencia como inevitable.18 En sus páginas siempre defendió que
la guerra americana nunca se resolvería por la fuerza y, en consonancia con
lo expresado por Tornel y Mendivil, que la aplicación de la Constitución
era contraria al sostenimiento de la dependencia. Era más bien la unión el
concepto adecuado para considerar la solución a la cuestión americana de la
monarquía. Es más, en un artículo se llegó a considerar que, si México con-
seguía la independencia, esta no duraría mucho, porque una vez conocidos
los beneficios de la Constitución, sin duda se decantarían por ella. Ya no se
estaba en los tiempos en los que a golpe de mando se podían contener las
insurrecciones; ahora, con el régimen constitucional, todo había cambiado:
“Este, infinitamente liberal, y celoso de los derechos de los ciudadanos, coar-
ta siempre el poder de la autoridad, por miedo de que destruya lo que está
encargada de proteger”.19
Pero, en el año 1821, pasados ya los primeros meses de aplicación del
sistema liberal, cada vez más el periódico iba escorándose hacia posiciones
abiertamente independentistas. En su opinión, los americanos tenían los mis-
mos derechos que los españoles a defender su integridad e independencia
y a no querer subordinarse a las autoridades peninsulares: “¿No sería mucho
más justo, más glorioso y más útil a nuestros intereses, reconocer desde aho-
ra dicha independencia, auxiliar de todos modos su consolidación y celebrar
con ellos nuestras confederaciones, alianzas íntimas y tratados de comercio
y navegación, que obstinarnos en combatir los derechos de unos pueblos li-
bres, sin fruto, sin gloria, sin esperanza?”20
En la batalla particular que estableció con El Universal por confrontar
los sucesos de México, la Miscelánea arremetía contra las autoridades espa-

18 En mayo de 1820 publicaba: “No hay medios en política capaces de evitar tarde o

temprano una separación de las colonias distantes; pero sí los hay para retardar lo mas que
sea posible esta separación y verificarla cuando llegue el caso sin un rompimiento”.
19 Miscelánea…, 11 de junio de 1821. Y en el número siguiente insistía: “Es evidente que

por la fuerza de las armas no puede la España reunir otra vez a la monarquía sus provincias
emancipadas del nuevo mundo”.
20 Miscelánea…, 14 de marzo de 1821.

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ñolas en aquel territorio y las acusaba de ser las causantes de la situación:
“Si la América se pierde, es porque así lo querrán nuestros gobernantes.
La posteridad hará justicia a los motivos de su conducta, y dará a su obsti-
nación en desoír consejos desinteresados y prudentes”.21 De su redacción
salían artículos que trataban de salvar la imagen de Iturbide, bastante de-
teriorada por las acusaciones de traición, ingratitud y deslealtad. Acusaba
a los enemigos de este de mentir e inventar noticias absurdas y “chufletas
intempestivas” para denigrar su imagen ante los liberales, como atribuirle
que había pretendido restablecer la Inquisición:

A poco de haberse recibido las primeras noticias del levantamiento de Itur-


bide, se supuso que este disidente se había acogido al indulto, luego se dijo
que estaba cercado, y se inventaron otras cien sandeces de la misma calaña; y,
cuando ya no se han podido cerrar los ojos a la evidencia de sus progresos, se
tiene la torpe ocurrencia de suponer que trata del restablecimiento de la Inqui-
sición, como si esta imputación grosera no hubiese de ser desmentida por el
primer correo de Nueva España.22

La guerra dialéctica desatada entre ambas cabeceras por los sucesos ameri-
canos en general y la revolución mexicana, en particular, acabó en un cruce
de acusaciones sobre la falta de profesionalidad y la ética periodística. La
Miscelánea acusaba a El Universal de haber aprovechado la delicada situación
por la que atravesaba México para extender ideas retrógradas sobre los indí-
genas, acusándolos de brutos e incapaces, mientras este le atribuía a aquella
simpatías independentistas.23

21 Miscelánea…, 2 de agosto de 1821.


22 Miscelánea…, 14 de agosto de 1821.
23 La Miscelánea se defendía: “Nosotros publicamos cuantas noticias llegan de América,

y si estas son con mas frecuencia favorables a los llamados independientes no es porque prefi-
ramos las que tengan este carácter, sino porque habiendo últimamente los sucesos favorecido
más a los partidarios de la independencia que a los de la legitimidad, los hechos debían
presentarse bajo este aspecto…” Sobre los inicios de la ética periodística, véase el trabajo de
Leandro Higueruela del Pino, “Ética periodística en el Trienio Liberal”, Cuadernos de Histo-
ria contemporánea, pp. 101-111. El más reciente trabajo de la prensa en el trienio liberal, en
Elisabel Larriba, “La prensa”, Pedro Rújula e Ivana Frasquet (coords.), El Trienio Liberal. Una
mirada política, pp. 179-198.

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En definitiva, la prensa editada en la Península durante este periodo con-
tribuyó, en su papel de agente histórico y social, a configurar una opinión
pública sobre la cuestión de la independencia americana. Pero también –y fun-
damentalmente– fue una prensa política, que trató de influir en el ánimo y
en las opiniones de sus lectores; sobre todo estos dos periódicos, que dedicaron
mayor atención a los asuntos mexicanos en muchos de sus números, especial-
mente a partir de la proclamación del Plan de Iguala por Agustín de Iturbide.

Una idea feliz

El establecer en las tres grandes divisiones territoriales de Amé-


rica otras tantas secciones de cortes nos parece una idea feliz, y
cuya ejecución no presenta en nuestro dictamen tantas difi-
cultades como algunos creen.24

La exposición que los diputados de Ultramar presentaron a las Cortes en la


sesión del 25 de junio de 1821 es, probablemente, una de las más anali-
zadas por la historiografía especializada en los procesos de independencia
hispanoamericanos. Fue suscrita por cuarenta y nueve diputados, la mayo-
ría de ellos mexicanos, y suponía el más acabado proyecto de autogobierno
americano dentro de los márgenes de la monarquía española. El conoci-
do plan constaba de quince proposiciones que convertirían los territorios
americanos de la monarquía en una confederación separada por reinos,
coronados por infantes borbónicos, y dividía en secciones los tres poderes
constitucionales con sede en México, en Lima y en Santa Fe. El comercio
entre América y la Península sería considerado como interior y “los espa-
ñoles de ambos hemisferios” tendrían los mismos derechos civiles y la misma
opción a los empleos y cargos públicos.25 Además, incluía un proyecto de

24 Miscelánea…, 15 de junio de 1821.


25 Las
propuestas fueron insertadas en el Diario de Sesiones de Cortes de ese día; también
fueron publicadas, junto a la exposición que las precedía, en México bajo el título Exposición

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devolución de deuda y contribuciones económicas que, de momento, se
circunscribía únicamente a la sección mexicana del plan. Las propuestas
fueron pensadas inicialmente para la América septentrional, es decir, para
México y Centroamérica, aunque se hicieron extensivas al resto de terri-
torios a la espera de que las Cortes decretaran lo que consideraran conve-
niente en este sentido.26
Las circunstancias que llevaron a los diputados americanos a presentar
este proyecto a las Cortes al final de la legislatura de 1821 son conocidas,
pero todavía ofrecen claroscuros en su definición y en su ejecución. El 3 de
mayo de ese año solicitaron en las Cortes la formación de una comisión
mixta de diputados europeos y ultramarinos para proponer las medidas más
oportunas sobre la cuestión americana. Uno de los líderes del liberalismo
español, el conde de Toreno, avaló con su apoyo la importancia de resolver
lo que él mismo llamaba “una cuestión esencial de la monarquía”.27
Apenas unos días antes de la formación de esta comisión mixta, habían
llegado a Madrid los diputados propietarios mexicanos embarcados en Ve-
racruz en febrero anterior. Las noticias que portaban eran lo suficientemen-
te importantes para acelerar la solución política a la crisis americana. A su
llegada dieron cuenta del Plan de Iguala proclamado por Agustín de Itur-
bide, aunque los diputados novohispanos en las Cortes ya sabían de estas
novedades por su correspondencia particular y porque los recién llegados
habían contado que Iturbide les había enviado su proyecto con la intención
de que no se embarcaran para la Península y que formaran ellos mismos un
congreso en Veracruz que consolidara la independencia nacional.28 Por su

presentada a las Cortes por los diputados de Ultramar en la sesión del 25 de junio de 1821, sobre el estado
actual de las provincias de que son representantes, y medios convenientes para su definitiva pacificación,
con una noticia de los trámites que la precedieron y motivaron, Benson Library, Gz980.6. Sp153e. La
indiscutible referencia sobre este proyecto es Jaime Edmundo Rodríguez Ordóñez, “La transi-
ción de colonia a nación, Nueva España, 1820-1821”, Historia Mexicana, pp. 265-322.
26 He analizado profusamente los debates parlamentarios sobre esta cuestión en Ivana

Frasquet, Las caras del águila. Del liberalismo gaditano a la república federal mexicana (1820-1824).
27 DSC, 3 de mayo de 1821, p. 1389. La comisión se formó al día siguiente con los siguien-

tes miembros: por parte peninsular el conde de Toreno, José María Calatrava, Juan Antonio
Yandiola y Andrés Crespo Cantolla. Por el lado americano: Lucas Alamán, Francisco Fagoaga,
Bernardino Amati, Lorenzo Zavala y Felipe Fermín Paul, DSC, 4 de mayo de 1821, p. 1406.
28 Fue Manuel Gómez Pedraza, elegido diputado por México, quien daría cuenta de estos

detalles posteriormente en su Manuel Gómez Pedraza, Manifiesto que Manuel Gómez Pedraza,

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parte, Mariano Michelena, diputado por Valladolid de Michoacán, ya había
adelantado a su ayuntamiento en una carta de 25 de abril, que se estaba
formando un proyecto monárquico para México y que solo esperaban a la
llegada de los diputados propietarios para que se sumaran al mismo.
Lucas Alamán aseguraba que las sesiones de la comisión especial eran
frecuentes y a ellas asistían los ministros y muchos diputados interesados en
las cuestiones que allí se discutían. También el embajador francés en Madrid,
vizconde de Montmorency-Laval, en correspondencia a su gobierno, confir-
mó que, en una de sus reuniones mantenida la noche del 16 de mayo de 1821,
el ministro de Ultramar, Ramón Feliu, manifestó que Fernando VII podría
estar dispuesto a condescender con el proyecto de enviar infantes a América
para que estos territorios se gobernaran bajo el sistema constitucional.29 El
plan, según relató después Lucas Alamán, se concibió antes de que el capitán
general Juan O’Donojú se embarcase para Nueva España por esos días de
mayo de 1821 y lo definía como “una gran confederación con el rey de España
a su cabeza”. Se trataba pues, de emancipar América con el consentimiento
de la monarquía y el rey; es decir, de una “independencia pactada”.30
La cuestión fundamental fue convencer a Fernando VII de que acepta-
ra una solución monárquica y descentralizada para América, consintiendo
en el envío de los infantes para reinar allí en su nombre. El plan le fue presen-
tado junto con la proposición de convocar unas Cortes extraordinarias en
las que se discutiría y aprobaría. Sin embargo, el 18 de mayo había llegado
por correo de La Habana la noticia oficial del levantamiento de Iturbide en
Nueva España declarando la independencia, por lo que el rey se negó rotun-
damente a aceptar el proyecto de reinos americanos, si es que era cierto que
en algún momento llegó a pensar en aprobarlo.

ciudadano de la República de México, dedica a sus compatriotas; o sea una reseña de su vida pública,
pp. 7-9. Biblioteca Digital UANL (consulta: 15 de junio de 2020).
29 Lucas Alamán, Historia de Méjico desde los primeros movimientos que prepararon su Inde-

pendencia en el año de 1808 hasta la época presente, ts. ii, iv, v [1885, 1938]. Recuperado de
internet en la Colección Digital de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Parte de la
correspondencia del embajador francés en Carlos A. Villanueva, La monarquía en América.
Fernando VII y los nuevos estados.
30 Ivana Frasquet, “México en el Trienio Liberal. Entre la autonomía monárquica y la

federación imposible”, Ivana Frasquet y Víctor Peralta (coords.), La Revolución política: entre
autonomía e independencias, pp. 189-214.

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Para inicios de junio de 1821 ya todos conocían lo sucedido en México
y los diputados novohispanos en las Cortes reclamaron del gobierno que
se fuera aprestando un buque para llevar cuanto antes las resoluciones de
la comisión mixta, pues confiaban en que estas calmarían los ánimos inde-
pendentistas y restablecerían la unión entre ambas partes de la monarquía.
La confianza que mostraron los diputados mexicanos en la aprobación del
plan solo puede entenderse por el convencimiento que tenían de que con
él no se alteraba el orden político de la monarquía, pero también porque
los ministros del rey, Juan O’Donojú y buena parte de los diputados libera-
les peninsulares se habían mostrado de acuerdo con el proyecto.31
Sin embargo, Fernando VII no era el rey constitucional que los libe-
rales deseaban y no estaba dispuesto a condescender con un liberalismo
impuesto y mucho menos a ceder sus derechos sobre América. Su conocida
actitud conspiradora para derrocar el régimen y su habilidad para salir airo-
so de la misma tuvo ocasión de manifestarse con la sustitución que realizó
en la Secretaría de Ultramar a principios de junio. El día 3 había tomado
posesión el nuevo ministro, López Pelegrín, reemplazando a Feliu, quien se
había mostrado afín a los planes de la comisión. La actuación de Pelegrín
al frente del ministerio dio un giro a la posición del gobierno sobre el pro-
yecto americano, oponiéndose abiertamente a él. En la primera reunión
de la comisión mixta a la que acudió, indicó que el ministerio contestaría
confidencialmente a las propuestas de la misma antes de dar opción a que
se presentaran en sede parlamentaria.32 La trama que debió tejer el minis-
tro entre las bambalinas del gobierno dio sus frutos el 20 de junio, cuando
el secretario de Estado, Eusebio Bardají, expuso en una carta a la comisión
las circunstancias que impedían la aprobación del dictamen que esta pre-

31 En este sentido, Gómez Pedraza solicitó a las Cortes lo siguiente: “En virtud de ocu-
parse una comisión en fijar la suerte de las Américas españolas, pido a las Cortes exciten al
Gobierno a fin de que prevenga al virrey de México haga entender claramente al Sr. Iturbide
que el Congreso va a tratar este negocio; y que, si este jefe suspende por su parte las hostili-
dades, y aguarda, como creo, la soberana resolución, haga el gobierno de México por su parte
otro tanto”, DSC, 4 de junio de 1821, p. 2046.
32 Las referencias a esto en Idea general sobre la conducta política de D. Miguel Ramos de

Arizpe, natural de la provincia de Coahuila, como diputado que ha sido por esta provincia en las
Cortes generales y extraordinarias, y en las ordinarias de la Monarquía española desde el año de 1810
hasta el de 1821, p. 18.

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paraba para presentar en las Cortes. Las objeciones a las que aludía en su
informe incluían argumentos sustanciales sobre la inconstitucionalidad de
la propuesta, a tenor de la mudanza de sistema político que se planteaba; la
falta de poderes especiales de los diputados para adoptar esas medidas; y
se refugiaba en lo insuficientemente preparada que se hallaba la opinión
pública para aceptar este tipo de novedades. Finalmente, consideraba ne-
cesario conocer el juicio de las potencias aliadas de la monarquía española
en asunto tan delicado.33
Esta declaración del gobierno fue suficiente para que la comisión mix-
ta, con Toreno a la cabeza, se inhibiera en cuanto a presentar propuesta
alguna para solucionar la situación americana34. La frustración de los di-
putados mexicanos fue evidente. El gobierno, en su intervención, había
derrumbado todas las esperanzas puestas en el proyecto de reinos america-
nos que tantos meses había costado levantar. El golpe de mano perpetrado
por el rey en su gabinete fue un éxito desde el punto de vista de liquidar
el apoyo que algunos de sus ministros y los diputados peninsulares habían
mostrado al plan novohispano. Los mexicanos eran conscientes de que una
propuesta similar no podría salir adelante sin el sostén y el consentimien-
to del gobierno, tal y como relató posteriormente Lucas Alamán.35 Así las
cosas, podemos asegurar que entre el 18 de mayo y el 20 de junio de 1821
se gestó el boicot del rey y sus ministros afines a los planes americanos,
mientras los diputados, ajenos al mismo, confiaban plenamente en la apro-
bación del proyecto.

33 La exposición del ministro en Archivo del Congreso de los Diputados, Serie General,
leg. 22, n. 19. Sin foliar.
34 Las palabras exactas de Toreno fueron: “En este conflicto, la comisión nada puede

proponer a las Cortes; porque tocando al Gobierno decidir la cuestión de hecho, esto es, la
de la conveniencia y necesidad de adoptar ciertos medios, no creyendo éste que sea llegado
el momento, la comisión no puede hacer otra cosa que limitarse á excitar el celo de los
ministros a fin de que aceleren tan deseado momento”, DSC, 24 de junio de 1821, p. 2448.
35 En su Alamán, Historia de Méjico…, p. 553, Alamán dejó constancia de que el gobier-

no de Fernando VII se había mostrado de acuerdo con el plan al principio pero que “había
suspendido su juicio después por motivos particulares”.

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El debate del plan en la prensa

Uno de los primeros periódicos que abordó el proyecto de reinos america-


nos fue El Censor36 en su número del 9 de junio de 1821. Aunque eran pocas
las certezas y muchos los rumores en los que basaba su opinión, se atrevió
a especular, en un artículo titulado “Algunas reflexiones sobre los negocios
de América”, acerca del “asunto que ventilan las Cortes en sus sesiones se-
cretas”. El periódico conjeturaba sobre dos proyectos que habían empezado
a circular entre el público y los papeles, reconociendo que no estaba seguro
de que fueran ciertos. Aun así, se aventuró a exponer ambos:

Dicen unos que las provincias de América que hasta aquí han estado unidas
con la metrópoli, desean hacerse independientes de ella: que no estando bas-
tante preparadas para constituirse en repúblicas; quieren formar dos grandes
monarquías, la primera de las cuales comprenderá todo lo que en la América
septentrional pertenece hoy a la España, y la segunda todas las provincias que
esta conserva todavía en la meridional: […] proponen reconocer por reyes o
emperadores a los señores Infantes don Carlos y don Francisco, el uno de Méxi-
co y el otro de Lima […]
Dicen otros que el proyecto no es el de erigir en América monarquías
independientes de la española, sino el de que vayan los dos Infantes a gober-
nar aquellas vastísimas regiones, en calidad de lugar-tenientes de su augusto
hermano, pero con facultades tan amplias, que para nada haya que recurrir al
gobierno de Madrid, con el cual harán causa común aquellas provincias, como
si fuesen todavía parte integrante del imperio español…37

A los editorialistas no les gustaba ninguna de las dos opciones porque, en


su opinión, el sistema constitucional vigente era suficiente para garantizar
todos los derechos anhelados por los americanos y con él se evitaría la re-
volución política y la guerra. Por otro lado, tampoco les parecía buena idea

36 El Censor había nacido de antiguas plumas afrancesadas. El más reciente y completo

estudio es el publicado por Claude Morange, En los orígenes del moderantismo decimonónico.
El Censor (1820-1822): promotores, doctrina e índice, España, Universidad de Salamanca, 2019.
37 El Censor, 9 de junio de 1821.

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alejar a los infantes y herederos al trono del centro de la monarquía.38 Pero
lo que suponía un verdadero problema era la inconstitucionalidad que sub-
yacía a la propuesta americana y que el ministro de Estado Bardají ya había
apuntado en su informe a la comisión:

No hablamos de que semejante innovación, es decir, la de autorizar la celebra-


ción de Cortes en Ultramar, y erigir gobiernos generales perpetuos, es contraria
a nuestra Constitución actual; y por consiguiente que las presentes Cortes, ni
aún discutir pueden semejante proposición sin haber obtenido antes poderes
especiales de las provincias, previas las formalidades que prescribe el titulo 10º
de la Constitución: lo cual es lo mismo que decir que las Cortes actuales no
pueden en ningún caso ser las que alteren, varíen o reformen los artículos con-
cernientes a las provincias de Ultramar.39

Sin embargo, antes de cerrar las rotativas de este número, los editorialistas
reconocieron haber recibido importantes informaciones sobre el estado de
América que les habían hecho cambiar de opinión respecto al envío de los
infantes y la creación de reinos americanos:

Si con efecto no hubiese para atajar tantos males otro recurso que el que dicen
de dividir en tres grandes estados todas nuestras posesiones continentales y
poner al frente de cada uno un príncipe de las líneas colaterales de la dinastía
reinante […] que de este modo las provincias ultramarinas continuarán for-
mando una sola nación con la península, para cuyos gastos contribuirán con
determinadas cuotas, como partes integrantes de un mismo imperio […] si la
situación de las cosas es tal se nos pinta, y si los resultados de la novedad que
se propone han de ser los que se nos anuncian, somos los primeros a desear y
aun a pedir que se verifique cuanto antes.40

38 Al respecto señalaba: “Sacar de España a los infantes con un artificio tan grosero, y

tan neciamente imaginado que a nadie puede engañar, nos inclinamos a creer que todo ello
es una fábula forjada por algún mal intencionado, para desacreditar a las Cortes, al rey y a
sus hermanos”, El Censor, 9 de junio de 1821.
39 Esta importante cuestión del choque frontal entre la Constitución y el proyecto de

reinos para América será, a mi entender, la que impedirá finalmente llegar a un pacto por la
independencia. Sobre ella me extenderé en el siguiente epígrafe. El Censor, 9 de junio de 1821.
40 El Censor, 9 de junio de 1821.

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El cambio de parecer pudo deberse a que se había hecho llegar al periódico
el plan americano, sacándolo así del error en el que se encontraba. Como
se verá, la información entre los diputados que asistían a las sesiones de la
comisión mixta y los periodistas se filtraba con cierta fluidez. Conviene se-
ñalar también que los debates en la prensa sobre el proyecto de reinos para
América se sostuvieron antes de que los diputados mexicanos lo presentaran
en sesión parlamentaria, lo que apuntala la hipótesis de los estrechos contactos
entre unos y otros.
En días sucesivos, la Miscelánea se encargó de analizar el plan en sus
páginas, pero sin publicarlo completo. Y es que, a estas alturas del mes de
junio, todavía el proyecto era secreto, los diputados guardaban celosamente
su contenido a la espera de obtener el apoyo del gobierno y, entonces, pre-
sentarlo en las Cortes para su aprobación.41 Nada de esto sucedería, como
se sabe. Mientras tanto, desde el 11 de junio de 1821, la Miscelánea comenzó
a publicar por entregas un extenso artículo titulado Sobre los negocios de Amé-
rica, en el que desgranaría cada día las razones por las que consideraba que
la mejor opción para solucionar la situación americana era aprobar el pro-
yecto de reinos borbónicos. En su planteamiento, este periódico reservaba a
México el papel protagonista en los asuntos de América. A su entender, los
territorios en aquella parte de la monarquía debían entenderse como “natu-
ralmente divididos” en tres grandes secciones. De ellas, “la Nueva España,
que es la parte más importante de los dominios españoles del otro lado del
Atlántico”, era la que en mayor medida había reconocido el sistema cons-
titucional. Bajo el régimen liberal, los ciudadanos se sentían protegidos en
sus derechos y no desearían una independencia que propendía a la guerra y
el enfrentamiento político.
La Miscelánea defendió siempre la ineficacia de tratar de someter por la
fuerza a los territorios americanos que se habían separado de la monarquía.
En su alegato, Buenos Aires y Chile no pertenecían ya de hecho a la España;
el Perú estaba fuertemente amenazado, y algo más que amenazados Ve-

41 El periódico elucubraba sobre el exacto contenido del plan: “Siendo este un negocio

que se agita con gran reserva, habremos de limitarnos a discurrir sobre lo que gentes que
se suponen instruidas dan por cierto, y a suplir con nuestras conjeturas y aun con nuestras
indicaciones, la parte que no conocemos del plan que en secreto discuten los representantes
de la patria”, Miscelánea…, 14 de junio de 1821.

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nezuela y el Nuevo Reino de Granada. La metrópoli solo podía contar por
ahora con Nueva España aunque, atendidas las circunstancias –y con ello
se refería a la insurrección de Iturbide–, su situación podía considerarse
como muy precaria. Así las cosas, el periódico reconocía que la opción más
plausible pasaba por la concesión de las peticiones americanas, incluso para
México: “Probado que es imposible volver a la dependencia absoluta las pro-
vincias emancipadas de hecho, e impedir la separación de las que están prontas
a emanciparse, es evidente que habríamos de tolerar, cuando no reconocer,
su independencia”.42
A pesar de estas afirmaciones, el periódico no defendía la “independen-
cia absoluta” y por eso comenzó a ver con buenos ojos la opción del recono-
cimiento a través de un sistema de federación de reinos que mantuviera los
lazos entre los territorios de la monarquía. La idea de la división de los pode-
res en secciones le parecía de lo más acertada, aunque reconocía que podría
presentar dificultades en las partes disidentes como en Buenos Aires. En su
opinión, habría que atraerse a estos jefes rebeldes para que se avinieran a la
transacción; y en un alarde de optimismo infundado suponía que sería fácil
arreglar este punto e interesar a los habitantes en “una forma de gobierno
en que hallarían las garantías más sólidas de su reposo y de su prosperidad
ulterior”. Mayores problemas pensaba el articulista que hallaría el plan en
la Nueva Granada, porque allí los realistas habían sido más crueles que los
insurgentes con la población, pero confiaba en que las conversaciones con
los enviados de Bolívar –que por entonces se hallaban en Madrid– darían
sus frutos en la negociación de un acuerdo de independencia a cambio de
la seguridad y protección de la monarquía española. De México se esperaba
que recibiera el plan con “reconocimiento y entusiasmo”.
En los subsiguientes números, la Miscelánea desgranaría una a una las
propuestas del plan; sobre el poder ejecutivo consideraba que la elección de
un príncipe de sangre real era la más adecuada, puesto que así evitaría que la
figura se convirtiera en otro virrey o delegado que actuara buscando su interés
propio. Por ello insistía:

42 Miscelánea…, 12 de junio de 1821.

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De este modo, haciendo recaer la delegación en un príncipe, y dando a sus fun-
ciones una duración fija, se consultará a la majestad del poder ejecutivo […]
Por esa misma razón desearíamos que los príncipes delegados fuesen de la
sangre real de España […] no pueden menos de llevar consigo el desinterés y
la rectitud, que son las dos cualidades esenciales de todo hombre que nunca ha
tenido necesidades para codiciar el interés ni para torcer la justicia.43

Por otro lado, respecto a la cuestión económica, consideraba que era de


gran interés para España el auxilio con que la América se comprometía a
ayudar a las necesidades de la Península. El arreglo era, pues, un buen ne-
gocio también para España, que no se vería perjudicada en su adopción. Al
respecto señalaba: “La península no perdería tampoco en este arreglo, pues
no siendo ya posible continuar gobernando la América por leyes especiales,
ni que, liberalizado su gobierno, pueda sostenerse mucho tiempo sin un
centro inmediato de actividad, es claro que se necesita adoptar un sistema
que ocurra a este inconveniente y ninguno lo haría de un modo más com-
pleto que el de que vamos hablando”.44
Sin embargo, el plan no podía ser aplicado por igual a todas las partes
de la monarquía. Las Antillas quedaban fuera de esta posible independencia
pactada. Según el periódico, no se hubiera pensado en una negociación o
transacción decorosa si no fuera porque algunas de las provincias se hallaban
emancipadas de facto y en ellas se propagaba el espíritu de independencia.
Cuba y Puerto Rico se mantenían unidas a la monarquía, y así debía seguir
siendo, porque extender el proyecto a las mismas las obligaría a depender
de la sección septentrional. Era mejor que permanecieran “disfrutando de
los beneficios de su actual régimen”. Las razones esgrimidas tenían que ver
más con el rendimiento productivo de las islas del Caribe para la monar-
quía que con la supuesta incapacidad de estas para gobernarse por sí solas
y aspirar a una independencia próspera. En el fondo, lo que subyacía era el
gran miedo que recorría las espaldas de las élites blancas europeas y criollas
a una revolución de color.45 Desde la revolución de Saint-Domingue, el

43 Miscelánea…,17 de junio de 1821.


44 Miscelánea…,12 de junio de 1821.
45 “El modo con que está compuesta la población de aquellas posesiones, la diferencia

de colores, y la inmensa multitud de relaciones y de intereses que esta circunstancia promue-

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temor a que la población de las multiétnicas y multirraciales sociedades
americanas ascendiera al poder se extendió y acrecentó considerablemente.
El miedo al contagio construyó un relato de terror sobre las gentes de color,
especialmente referido a esclavos y negros libres, y llevó a las élites blancas a
diseñar un discurso defensivo –político y económico– para deslegitimar las
rebeliones de africanos y castas.46
Los escenarios de disputa y tensión que se imaginaban sobre qué ocu-
rriría si se permitiese la independencia de los territorios americanos, espe-
cialmente los del Caribe, trazaban un horror difícil de contener: “Y si en el
tránsito de un régimen a otro […] se sublevasen, lo que no es inverosímil,
todas las castas indígenas y los hombres de color contra los europeos: ¿qué
vendría a ser todo el continente americano? Un teatro de horror, como lo
fue por algunos años y lo es todavía la parte francesa de la isla de Santo
Domingo”.47 Por todo ello, era mejor que las Antillas se mantuvieran como
hasta ahora, bajo la protección de una monarquía grande –la española– que
las preservaría del riesgo de ser víctimas de una revolución de color. En de-
finitiva, la Miscelánea concluía que el proyecto de reinos americanos era la
mejor opción para contentar a todas las partes, mantener el orden y cubrir
todas las necesidades, por ello las Cortes deberían aprobarlo.48

ve, haría muy temible y borrascosa una emancipación, que sería verosímilmente más funesta
que útil”, Miscelánea…, 18 de junio de 1821.
46 Al respecto, véase el reciente trabajo de Naranjo, “El miedo como pretexto”, pp. 197-

219. También el resto de los capítulos contenidos en el volumen.


47 El Censor, 9 de junio de 1821. Por su parte, también la Miscelánea azuzaba el fantasma

de la revolución negra: “Aún están recientes los horrores cometidos en una isla vecina, y la
muerte del monarca de Haití no ha hecho más que reunir en Puerto Príncipe los intereses di-
vididos entre esta capital de la república y la residencia imperial del Cabo […] En las orillas del
Arribonite dictan leyes aquellos mismos a quienes la codicia europea arrebató de las del Sene-
gal y del Gambia, para cultivar los campos de las Antillas”, Miscelánea…, 18 de junio de 1821.
48 “… el principio que debe adoptarse para la decisión de este gran negocio, es la con-

veniencia recíproca, y que consultándose completamente a esta con la formación de las tres
secciones legislativas y otras tantas delegaciones del poder ejecutivo en el continente ameri-
cano, así como la conservación de las Antillas sobre el mismo pie que hoy tienen, la decisión
soberana puede darse en este sentido, dejando así satisfechos los votos y cubiertas las necesi-
dades de los españoles del nuevo mundo y bien puestos los intereses y el honor de la madre
patria”, Miscelánea…, 18 de junio de 1821.

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El problema de la inconstitucionalidad del plan

Cuando a Fernando VII se le preguntó si estaría dispuesto a consentir que


sus hermanos viajaran a América como príncipes reinantes de aquellos te-
rritorios, se le insinuó, tendenciosamente, que tal acción podría ser consi-
derada como contraria a la Constitución.49 El temor que albergaba el rey en
estos momentos era el de verse atrapado en una conspiración –sospechaba
de una trama urdida por su secretario de Estado y el gobierno británico–
que le llevara a la guillotina por salirse de la aplicación estricta de los pre-
ceptos constitucionales. Así que, en aras de esa supuesta fidelidad y lealtad
absoluta al régimen constitucional, se resistió a aceptar el proyecto de reinos
para América aduciendo que sus artículos sobrepasaban la norma superior
y que él, como rey constitucional, no podía separarse de la misma. Eviden-
temente, la noticia de la insurrección de Iturbide, que había llegado a la
corte por aquellos mismos días, se convirtió en una razón más para negarse
al plan. Fue entonces también cuando decidió sustituir a Feliu en el minis-
terio de Ultramar por otra persona más afín a sus planteamientos, López
Pelegrín. Como ya he señalado, este último torció los planes de su antecesor
de convencer al rey de aceptar el proyecto americano.50 Tanto fue así, que el

49 Michael Costeloe apunta que el rey fue sometido a un interrogatorio por parte de sus

ministros el 24 de mayo de 1821, en el que se le preguntó: “¿Se opondría a la partida de los


infantes por considerarla inconstitucional y para ganar tiempo?”, Michael Costeloe, La respues-
ta a la independencia. La España imperial y las revoluciones hispanoamericanas, 1810-1840, p. 231.
50 Fue Ramón Feliu el ministro que había asistido a las sesiones de la comisión mixta

y se había mostrado de acuerdo con el proyecto, tal y como corroboraría el conde de Tore-
no: “La comisión […] discutió en varias conferencias las cuestiones que le parecieron más
propias para conseguir el gran fin que todos nos proponemos: las examinó en unión con
los ministros de S. M., los cuales al principio convinieron enteramente con los dictámenes
que en general se sostuvieron”, DSC, 24 de junio de 1821, p. 2448. Más adelante el diputado
Yandiola, quien había sido miembro de la comisión especial de Ultramar, manifestó que,
efectivamente, los ministros habían conocido las bases mexicanas de manera reservada pero
que, “si es verdad que no podían tener fuerza legal hasta que se presentaran al Congreso, no
es falso el que se trataron y se pasaron confidencialmente al gobierno. Pudiera aún añadir
que este por medio del ministro parecía aprobar las bases indicadas, hasta que vino a compo-
ner parte de él el Sr. Pelegrín”, DSC, 13 de febrero de 1822, p. 2306.

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principal argumento del gobierno para rechazar el plan americano se basó
en la supuesta inconstitucionalidad del mismo.51
Por su parte, los diputados mexicanos que presentaron el proyecto en las
Cortes el 25 de junio –a sabiendas de que carecía del apoyo gubernamental
y del respaldo de la comisión– eran conscientes de que el texto constitucional
no permitía una transformación jurídica como la que ellos planteaban. Aun
así, en el preámbulo que acompañaba a las quince proposiciones trataron
de exponer sus razones políticas y jurídicas sobre la constitucionalidad del
plan. Y aunque en el mismo se reconocía que algunas de las medidas que
el proyecto contenía podían salirse del orden regular, en esencia, este no
transgredía ni alteraba los fundamentos del sistema. Los americanos insis-
tían en que la Constitución de 1812, tal y como estaba, no podía ponerse en
práctica en sus países si no se tomaban “medidas nuevas y eficaces para que
los tres poderes puedan obrar en su esfera con la energía y prontitud que exige
la necesidad y conveniencia del Estado”.52 Argumento que, recordemos, se
venía defendiendo también desde las páginas de la Miscelánea. La enorme
distancia entre ambos continentes se esgrimía como un obstáculo para la
aplicación extensiva de la Constitución en América; con ello pretendían
apuntalar la necesidad de que existieran secciones de los tres poderes en sus
territorios para que así el sistema liberal pudiera hacerse “efectivo en aquella
gran parte de la monarquía”.
En la prensa, el debate sobre la constitucionalidad o no del plan ameri-
cano fue abordado por la Miscelánea y El Censor. En ambos casos se defendía
la necesidad de adaptar el sistema constitucional a las particularidades ame-
ricanas para mantener la unión entre los diversos territorios de la monar-
quía. Uno de los obstáculos que los detractores del proyecto aducían hacía
referencia al diseño territorial del Estado contenido en el artículo 10 de la
Constitución. En su defensa, la Miscelánea apuntaba:

51 Archivo del Congreso de los Diputados, Serie General, leg. 22, n. 19. Sin foliar, El in-

forme de Bardají a la comisión mixta decía: “Que ni el Rey ni el Ministerio pueden hacer ni
harán jamás cosa alguna contraria a la Constitución: y la comisión no desconocerá que por
sólidas y plausibles que sean las razones de justicia o de necesidad que la hayan conducido
a la adopción de las bases referidas; estas alteran o destruyen varios artículos constituciona-
les”. Sobre esta cuestión me he extendido en Frasquet, “Independencia o Constitución”,
pp. 170-199.
52 DSC, 25 de junio de 1821, p. 2472.

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Cuando apenas hay persona que no convenga en la utilidad de este proyecto de
transacción, sería doloroso que se extendiese la idea de que no puede adoptar-
se, por ser contrario a nuestra ley fundamental. La gran razón en que se apoya
este error, que conviene desvanecer, es el artículo 10 de la constitución, que
determina la comprehensión [sic] del territorio de la España; pero en primer
lugar este territorio no se desmiembra, mediante el plan propuesto, antes se
completa y se reúne, por la reincorporación de provincias separadas de hecho;
y en segundo lugar, dado que se considerase como desmembración la nueva
forma que se diese al gobierno de aquellas provincias, es evidente que el auto-
rizarla pertenece a las cortes […] Así, con respecto a este artículo, no hay en el
plan proyectado ni un viso siquiera de inconstitucionalidad.53

Si bien era cierto que en el texto constitucional no había quedado cerrada


la estructura territorial del Estado, tampoco se preveía ningún mecanismo
que evitara la disgregación del mismo en un futuro. Conscientes de ello,
los diputados mexicanos argumentaban que la adaptación del texto cons-
titucional a las singularidades de los diversos territorios de la monarquía,
no la desarticularía, sino que produciría un efecto natural de unión. Como
vemos, los argumentos de los diputados coincidían plenamente con lo ex-
puesto en la Miscelánea. En el periódico se reconocía que el proyecto de
división de los poderes en secciones americanas era “una cosa verdadera-
mente nueva y extraconstitucional” y que en el caso de las provincias que ya se
hallaban separadas de hecho, su aceptación del plan supondría la reunión
de las mismas al proyecto político que se planteaba, para lo cual las Cortes
tenían capacidad soberana de decisión.54 En el caso de México, aunque se
consideraba que no estaba emancipado de hecho, su inclusión en el pro-
yecto era necesaria como premio a su fidelidad y para igualarlo al resto de
territorios que se acogieran al plan. En definitiva, se trataba de crear una
opinión pública favorable a la aceptación del proyecto americano, mostran-
do las ventajas y rebatiendo los inconvenientes que podían plantearse al

53 Miscelánea…, 18 de junio de 1821.


54 Asílo expresaba el periódico: “Creemos que en una situación no prevista por la cons-
titución las Cortes pueden y deben tomar las medidas que juzguen oportunas, siempre que
sean conformes a su espíritu, como lo es el plan de transacción proyectado”, Miscelánea…,
18 de junio de 1821.

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mismo. “Dejamos demostrado 1º que es útil a la América y a la España el
proyecto de transacción que se discute. 2º que su sanción, aunque esté fuera
de lo prescrito en la Constitución, no es contraria a lo prevenido en ella. 3º
que es necesario colocar en la misma categoría y conceder idénticas ventajas
a todas nuestras posesiones del nuevo mundo”.55
Cabe recordar que este debate público tuvo lugar antes de que la co-
misión fuera obligada por el gobierno a inhibirse de su propuesta en sede
parlamentaria y de que los diputados americanos presentaran su plan en las
Cortes el 25 de junio de 1821. Así que, para finales de junio el proyecto ya
no era un secreto para nadie. No solo la Miscelánea se había encargado de
airearlo en sus páginas defendiendo los distintos artículos del mismo, tam-
bién El Censor contribuía a la discusión exponiendo abiertamente el conteni-
do del plan. Es más, aportó un elemento nuevo de controversia a la misma.
En sus páginas se preguntaba:

1ª. ¿Es absolutamente indispensable variar o modificar los artículos


constitucionales relativos a las provincias de Ultramar?
2ª. Supuesto que lo sea, ¿el arreglo que se propone es el más ventajoso
para mantener unidas con España sus posesiones de América?
3ª. ¿No habría otro medio de conciliar los intereses de ambos hemisfe-
rios?
4a. Adoptado el proyecto, ¿cuál será el resultado infalible o a lo menos
muy probable?56

Me interesa aquí la primera de las cuestiones, porque suponía reabrir un de-


bate que las Cortes, y el liberalismo en general, habían estado evitando des-
de el regreso del sistema constitucional a la monarquía española en 1820.
A saber, ¿era necesario –y posible– modificar la Constitución de 1812? La
reforma constitucional había quedado plasmada en el Título X de la norma
y comprendía un complejo procedimiento de modificación que tenía como
finalidad proteger el texto de futuros cambios políticos que pretendieran
acabar con él. Según el artículo 375 no se podía reformar el texto hasta ocho

55 Miscelánea…, 18 de junio de 1821.


56 El Censor, 23 de junio de 1821.

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años después de que se hubiera puesto en práctica en todas sus partes. Aún
así, el trámite para ello era tan complicado que ponerlo en marcha requería
de un tiempo que los americanos no tenían.57
Por todo ello, la polémica existencia de la Constitución de Cádiz en
la coyuntura de los años veinte suponía el centro de la cuestión. ¿Era o no
inconstitucional el plan de reinos americanos? ¿Se desviaba de lo prescrito
en la norma? Y, suponiendo que fuera así, ¿podía entonces modificarse
la Constitución para adaptarla a la propuesta americana? Los editores de El
Censor se mostraban proclives a esta solución: “para gobernar las provincias
de ultramar, era indispensable que, sin faltar al espíritu de la Constitución,
se modificasen algunos de sus artículos”. La medida era más importante, si
cabe, para atraer a los territorios que se habían declarado independientes y
mantener los que todavía estaban unidos. Por ello era necesario “arreglar el
gobierno de aquellos países bajo una forma particular que, conservando los
beneficios de la Constitución, evite los inconvenientes que tiene la literal
observancia de algunas de sus disposiciones”.58
Sin embargo, la modificación constitucional no fue posible durante los
años del Trienio Liberal por varias razones. Por un lado, porque eran las
potencias legitimistas europeas –con fines distintos a los de los diputados
americanos– las que presionaban para que se produjera con el objetivo de
convertir la Carta gaditana en una especie de carta otorgada a la francesa.
Por otro, porque el liberalismo peninsular, a pesar de ser consciente de la
necesidad de reforma, no podía sucumbir a la coacción de las monarquías
santoaliadas, soportando también las conspiraciones reaccionarias internas
respaldadas por el propio monarca. Los liberales argumentaban que una
modificación del texto constitucional en esos momentos hubiera infringido
la ley, para lo cual, además, carecían de poderes. Por ello, aunque algunos
convenían en la necesidad y justicia del plan de reinos americanos, se veían
constreñidos por el argumento de inconstitucionalidad que los ministros de
Fernando VII enarbolaron en su contra.

57 El complejo proceso de reforma es una de las primordiales características del texto gadi-

tano y por lo que se le ha considerado de una extrema rigidez. Véase Javier Tajadura Tejada, “La
defensa de la Constitución en los orígenes del constitucionalismo hispánico, la ‘hiperrigidez’
constitucional”, UNED. Revista de Derecho Político, pp. 511-570; Varela, Política y Constitución.
58 El Censor, 23 de junio de 1821.

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Como he señalado, el principal problema del proyecto americano se si-
tuaba en la modificación jurídica y territorial de la monarquía. Lo que se
proponía abiertamente era la transformación del centralizado Estado de la
monarquía en uno federal. Y eso era algo difícil de digerir, incluso para los
que se mostraban proclives al reconocimiento de la independencia ameri-
cana. El federalismo era otro de los miedos al que se enfrentaba la mayoría
de los liberales que temía una disgregación irremediable del imperio. Los
efectos de estos terrores también se dejaron sentir en el debate público:

En efecto, si suponemos un estado que tenga por sí cuerpo legislativo, gober-


nador general, ministerio, consejo de Estado, erario, ejército y marina, tribu-
nales de justicia, administración política y económica, independiente todo del
gobierno central y general de la monarquía, con la cual diga sin embargo que
quiere permanecer unido y ser parte integrante suya, si esta parte es diez, doce o
más veces mayor que la otra en extensión, si su población es dupla, y si por
añadidura está situada a dos, tres y cuatro mil leguas de distancia, ¿habrá un
hombre tan incauto y crédulo que se persuada de que permanecerá mucho
tiempo unida con la primera y que continuará siendo su tributaria sin consti-
tuirse muy pronto en monarquía independiente?59

Como se sabe, la “cuestión federal” americana no era un asunto nuevo en el


debate parlamentario. Desde las mismas Cortes de Cádiz los americanos ha-
bían defendido una concepción plural y descentralizada de la soberanía, en
contraposición con la de los liberales peninsulares que la entendían como
única e indivisible. En su planteamiento, los americanos defendieron la
capacidad soberana de las provincias vinculada al sistema de elección de sus
órganos representativos: las diputaciones provinciales. Esta diferente com-
prensión del principio soberano y de la capacidad de representación suponía
también una interpretación divergente de la Constitución de 1812. Mientras
para unos aglutinaba los poderes en la soberanía concedida exclusivamente

59 El Censor, 23 de junio de 1821. En las Cortes, el conde de Toreno reconocía, tiempo

después, que las propuestas americanas desbordaban los límites de la Constitución: “Hubo
bases de otro orden diferente que el actual constitucional, pero siempre bajo la inteligencia
de que los dos hemisferios fuesen una sola nación, y de estas mismas no hubo más que deli-
beración”, DSC, 13 de febrero de 1822.

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a las Cortes, es decir, los centralizaba, para otros, la misma suponía una
descentralización que se apoyaba en los órganos políticos locales y regiona-
les. Por ello, desde el posicionamiento de los americanos y, sobre todo de los
mexicanos, el liberalismo constitucional gaditano tendía al federalismo.60
En estas circunstancias, aunque periódicos como El Censor admitieran
lo necesario de un reconocimiento de la independencia americana, se re-
sistían a que esta incluyera una transformación jurídica del Estado de la
monarquía. El debate en la prensa continuó unos días más. La Miscelánea,
como cabecera que siempre había defendido la necesidad de la independen-
cia, publicó el plan de reinos americanos completo en sus páginas una vez
que este fue presentado a las Cortes. Igualmente insertó el proyecto alternati-
vo de los mexicanos Ramos Arizpe y Couto cuya propuesta lo circunscribía
exclusivamente al territorio novohispano.61 No hubo comentario alguno al
respecto. Lo que sí hubo fueron opiniones de particulares que trataron de
rebatir los inconvenientes planteados al proyecto americano. Un artículo
titulado Contestación a un artículo del Censor, y firmado por “un español sin-
cero constitucional”, defendía el plan de reinos americanos como el único
capaz de evitar una temprana y total separación de los territorios.

En cuanto a los temores de V. verdaderamente fundados, de que con el tiempo


la América se emancipe de España para siempre, diré con franqueza que soy
del mismo sentir, que lo juzgo inevitable; como lo es que un joven llegue a la
edad viril y use de sus derechos […] así que las Américas del mismo modo lle-

60 La bibliografía al respecto del primer federalismo mexicano es ingente; sin ánimo


de ser exhaustivos: Josefina ZoraidaVázquez, El establecimiento del federalismo en México (1821-
1827); Josefina Zoraida Vázquez y José Antonio Serrano Ortega (coords.), Práctica y fracaso
del primer federalismo mexicano (1824-1835); Dossier, De Nueva España a la República federal
mexicana 1808-1835. Las dos independencias, Revista Complutense de Historia de América, v. 33. Ma-
nuel Chust e Ivana Frasquet, “Orígenes federales del republicanismo en México, 1810-1824”,
Mexican Studies/Estudios Mexicanos, v. 24, n. 2, pp. 363-398.
61 La historiografía ha dado cuenta de la presentación de esta exposición que en esen-

cia se trataba del mismo plan de federación, pero con la sustancial diferencia de que se
circunscribía exclusivamente al territorio mexicano y de que se excluía del poder ejecutivo
a los miembros de la familia real. Posteriormente, Ramos Arizpe, afirmaría que no había
estado de acuerdo con el plan de Cortes porque le parecía “poco conforme con los sólidos
intereses de ambas Españas y contrario a los incontestables derechos que para tal caso tiene
la América”, D. U. L. A., Idea general sobre la conducta política de D. Miguel Ramos Arizpe, p. 17.

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garán a ese término, con más o menos prontitud, mientras tengan habitantes,
pero debo añadir que si hay algo capaz de producir una adhesión perpetua o
impedir la total separación, en mi concepto solo puede ser lo que en el día se
dice proponen los diputados americanos.62

Sin duda, el tema americano se había situado en el centro de los debates


parlamentarios, pero también en la calle, donde el periodismo político discu-
tía la conveniencia de adoptar una solución transaccional para ambos he-
misferios.63 “Durante el mes se ha agitado también otro negocio de suma
importancia, y de cuya decisión definitiva depende, quizá, que se estrechen
o se rompan lazos […] La suerte de los dominios españoles en la cuarta
parte del globo […] ha empezado a ser el objeto de la tierna solicitud de la
madre patria”.64
Por su parte, la prensa más moderada como El Universal, que hasta aho-
ra se había mantenido al margen del debate sobre el plan de reinos ameri-
canos, se esforzaba por desmentir que la situación en América estuviera en
un punto de no retorno hacia la independencia.

Las Cortes tendrán que discutirla en su próxima reunión. Hay muchas per-
sonas que trabajan por poner de su parte la opinión pública a favor de la in-
dependencia de América, y no deberán extrañar que nosotros contribuyamos
por nuestra parte al triunfo de la razón y de la justicia, publicando en nuestro
periódico, los escritos que personas instruidas del estado de aquel país puedan
comunicarnos.65

La legislatura ordinaria había cerrado sus puertas el 30 de junio de 1821 sin


discutir el proyecto americano, mientras se esperaba que en las recién con-
vocadas Cortes extraordinarias para el mes de septiembre se retomara el de-
bate sobre el mismo. En ello fijaron sus esperanzas los diputados, temiendo

62 Miscelánea…, 27 de junio de 1821.


63 “Es imposible conservar el territorio que aun poseemos en América, y mucho menos
recobrar el que está perdido, sin una transacción que afiance la igualdad de los derechos de
todos los españoles de ambos mundos”, se apuntaba en la Miscelánea…, 2 de julio de 1821.
64 Miscelánea…, 2 de julio de 1821.
65 El Universal, 19 de julio de 1821.

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que la agitación contrarrevolucionaria de esos meses culminara con éxito.66
La inquietud porque esto sucediera se tranquilizó con el anuncio real: “La
calma repentina que de resultas del mensaje sobre las cortes extraordinarias
ha sucedido a la agitación borrascosa, que había reinado todo el mes, y par-
ticularmente en la última mitad de él”67 había cesado, según un editorial del
periódico. La prensa más liberal aprovechó ese intervalo para reforzar sus
posiciones sobre el plan de reinos americanos y fijar una opinión pública
favorable para su futura discusión en las Cortes. La Miscelánea recogía el parecer
de un ciudadano publicado en el Diario Constitucional de La Coruña, sobre
las ventajas que supondría aprobar el proyecto y lo indispensable que sería
que se debatiera en la legislatura extraordinaria. Por ello reclamaba que se
acortara el tiempo para la reunión de las Cortes.68
Sin embargo, también hubo voces totalmente discordantes con la pro-
puesta americana. Estas provenían de un viejo conocido de los americanos,
Juan López Cancelada, quien ya había atizado su pluma contra las propues-
tas de autonomía americana en anteriores ocasiones.69 En septiembre de
1821, Cancelada retomó la publicación de su periódico El Telégrafo Mexicano,
desde cuyas páginas se mostraría firmemente combativo contra el proyecto
de reinos para América. En su opinión, los diputados pretendían “abrir
una brecha” en la Constitución con su petición de división de los poderes.
Su actitud era, cuando menos, desleal e ingrata, pues en el pasado habían
contribuido igualmente a levantar el edificio constitucional y ahora, con su

66 Según Alamán, se pidió al rey que convocase cortes extraordinarias porque había

muchos asuntos pendientes y no podía prescindir la nación del auxilio que la cortes daban
al gobierno y añadía: “Esto fue lo que al público se dijo, pero el verdadero motivo era, tenerse
entendido, que el rey en el intervalo de unas a otras sesiones, variaría el ministerio y tomaría
tales disposiciones con el apoyo de la Francia y el auxilio de los partidarios del gobierno ab-
soluto, que estaban con las armas en la mano y cada día se aumentaban, que la constitución
sería otra vez abolida, lo cual solo se podría evitar con la reunión inmediata de las Cortes en
sesiones extraordinarias”, Alamán, Historia de Méjico…, p. 555.
67 Miscelánea…, 2 de julio de 1821.
68 “Por tanto no parecería fuera del caso de que se hiciesen presentes estas y otras re-

flexiones a S. M. para que se inclinase su real ánimo a abreviar el tiempo que parece ha
señalado para la reunión de las cortes extraordinarias”, Miscelánea…, 31 de julio de 1821.
69 Sobre la figura del polemista Cancelada, es indiscutible la referencia a los trabajos de

Verónica Zárate Toscano, Juan López Cancelada: vida y obra y “La cuestión americana en Juan Ló-
pez de Cancelada”, Jesús Raúl Navarro García (coord.), Insurgencia y republicanismo, pp. 67-86.

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propuesta, pretendían derribarlo. Desde su periódico, Cancelada pretendía
mostrar los inconvenientes de la exposición presentada por los diputados
americanos a las Cortes, aunque temía que, con su publicación por parte de
la Miscelánea, ya se hubiera extraviado la opinión sobre la misma.70 Sobre la
proposición exponía: “En primer lugar, es preciso conocer que los señores
diputados que la han firmado no estaban autorizados para proponer una
medida tan extraordinaria, ni podían estarlo”. Era de suponer que a todos
les movía un deseo de obtener la felicidad de ambos hemisferios, pero este
mismo deseo no podía ser el pretexto para traspasar los límites constitucio-
nales. Según Cancelada, la Constitución era el punto de unión y prosperidad
de todos los españoles de ambos mundos; en ella se contenía un sistema re-
presentativo que había elevado a los americanos a la condición de iguales.71
¿Qué más podían desear? Era un error de los diputados, cegados por su
ambición personal, querer dar un paso más hacia una independencia para
la cual América no estaba preparada.
Por otro lado, a pesar de reconocer las imperfecciones que la Consti-
tución podía contener, Cancelada no podía convenir con ningún tipo de
reforma del texto:

¿Qué triste porvenir se descubre al ver a los señores diputados solicitar la des-
trucción de la Constitución que han jurado guardar y hacerla guardar, propo-
niendo un caso, que si se accediese a él nos conduciría a la anarquía?
¿Qué más derecho tiene la América para exigir variación alguna de la Cons-
titución, que cualquiera otra provincia de la monarquía? ¿No tenemos en la mis-
ma península provincias que disfrutaban antiguos privilegios que ha derogado
la Constitución? ¿Y no las vemos someterse gustosas por la igualdad de princi-
pios que se establecen para todas las partes que componen el imperio español?72

70 “La circunstancia de haberse impreso por separado dicha exposición y de copiarse a la

letra en varios números de la Miscelánea, la dan mucha mayor publicidad, y por consiguiente
infinitamente mas posibilidad de hacer un horrible estrago en la opinión”, El Telégrafo Mexi-
cano, 1 de septiembre de 1821.
71 “He aquí cómo vieron los americanos que esta España generosa acabó de igualar

de una plumada a los conquistados con los conquistadores. El negro, el mulato, el lobo, el
coyote, el zambo, el mestizo, el torna-atrás, etc., con la puerta abierta para gozar de iguales
derechos que el primer grande de España!!!”, El Telégrafo Mexicano, 1 de septiembre de 1821.
72 El Telégrafo Mexicano, 1 de septiembre de 1821.

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A su entender, los americanos en la Península habían conspirado para con-
vencer al gobierno de sus ideas de reforma constitucional mientras en Amé-
rica llevaban adelante su proyecto de independencia. No había disculpa.
La solución era enviar buques de guerra y nombrar sujetos apropiados para
hacer cumplir las órdenes, bloqueando toda provincia insurreccionada y evi-
tando así la independencia.

A modo de conclusión

Las polémicas en la prensa española sobre el plan federal de reinos para


América se fueron apagando con el paso de las semanas al mismo ritmo que
los diputados americanos fueron abandonando sus escaños y partiendo de
Madrid a finales de septiembre. La legislatura extraordinaria había comenza-
do con la expulsión de los suplentes americanos; tras ella, la ausencia de los
mexicanos se dejó sentir, pues suponían un buen número de ellos. Por esta
razón, entre otras, el plan nunca fue retomado en las sesiones de las Cortes,
también porque en ese tiempo comenzaron a llegar las noticias oficiales de
las tratativas y acuerdos que Juan O’Donojú había llevado a cabo en México
con Iturbide. La conducta del capitán general fue tachada de traición por
parte de casi todos, incluidos algunos de los diputados que habían sido el
más firme apoyo de los americanos hasta entonces. Así las cosas, el Consejo
de Estado se apresuró a elaborar un informe –en noviembre de 1821– en el
que recomendaba a Fernando VII la pacificación por la vía armada y evitar
a toda costa el reconocimiento de ningún tipo de independencia. El trabajo
de meses de los diputados americanos se desmoronaba como un castillo de
naipes ante sus ojos. El conde de Toreno, antiguo aliado, se mostraba ahora
fuertemente crítico a “reconocer en general la independencia de las Améri-
cas” y apostaba por enviar comisionados para iniciar negociaciones.
La legislatura de las Cortes extraordinarias llegaría hasta mediados de
febrero de 1822. En su último mes, los diputados mexicanos que todavía
permanecían en sus escaños pelearon para que se aprobara algún tipo de re-
conocimiento pactado a su independencia. Todo fue en vano. Habían per-
dido el apoyo del gobierno, de sus compañeros en las Cortes y de la opinión

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pública. En El Universal, Miguel Cabrera de Nevares, quien había elaborado
una memoria sobre la situación americana, encargada por el ministro de
Ultramar, reconocía que los últimos acontecimientos de México suponían el
cumplimiento de un doloroso augurio: el de la ruptura sin consenso. Todo
se había acabado. Las intrigas del rey habían conseguido bloquear el proyec-
to de los americanos en las Cortes y aunque el coste fue provocar una crisis
en su gobierno –a finales de enero dimitieron de sus ministerios Bardají,
Feliu, Salvador y Vallejo– su actuación como defensor de la unidad de la
monarquía y de la Constitución desactivó cualquier intento de conseguir un
reconocimiento pactado a la independencia americana.
A estas alturas no cabe duda de que la injerencia del ejecutivo –per-
sonalizada en el ministro López Pelegrín y en el propio Fernando VII– en
los debates de la comisión mixta para encontrar una solución a la cuestión
americana fue decisiva para que el plan federal de reinos no obtuviera el
apoyo necesario en las Cortes. Tampoco de que la Constitución de Cádiz
se convirtió en el principal obstáculo para alcanzar un consenso político que
contemplara una solución pactada a la independencia de América. Paradóji-
camente, la más liberal de las constituciones de su época se empuñaba como
salvaguardia inamovible e inextricable de un modelo político y territorial de
Estado fuertemente centralizador, donde el autogobierno americano no te-
nía cabida sin su sometimiento absoluto al mismo.
A pesar de ello, los diputados mexicanos en las Cortes del Trienio tra-
bajaron para conseguir un acuerdo y el apoyo de sus colegas de tribuna, en
un intento de encajar las libertades hacia las que propendía el sistema gadi-
tano con sus particularidades y necesidades de autogobierno. Y estuvieron
muy cerca de conseguirlo. En ello colaboró una prensa liberal consciente
de su papel como agente político y generador de opinión pública, que par-
ticipó y se implicó en ofrecer una información al público sobre la situación
de América.

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El contexto internacional del Plan
de la Independencia de la América Septentrional,
conocido como Plan de Iguala (1816-1824)

Guadalupe Jiménez Codinach

Con frecuencia he encontrado que los que más odian la gue-


rra son los veteranos que la conocen.
Chris Hedges1

1. Un encuentro fortuito

Se acercaba el fin de mis estudios de licenciatura en Historia en la


Universidad Iberoamericana y, como en varias ocasiones, deambulaba por
la calle de Donceles del Centro Histórico de la Ciudad de México, reco-
rriendo “librerías de viejo”, es decir, establecimientos con gran cantidad de
libros que acumulaban polvo en los estantes de madera.
Distraída, casi me tropiezo con un libro en la banqueta, frente a uno de
aquellos negocios. Cuál sería mi sorpresa al levantarlo y leer su portada: ¡La Eu-
ropa y la América en 1821, 2 vols., impreso en Burdeos por Juan Pinard en 1822!

1 Hedges, “What Every Person”, 2003, p. xii. El autor de esta obra es un reconocido

corresponsal de guerra que ha cubierto guerras en Centroamérica, África, Medio Oriente y los
Balcanes. Traducción de G. J. C.

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El autor de esta obra era un tal D. G. Pradt, y me resultaba totalmente
desconocido. Para mayor asombro, Pradt publicaba en una nota el título de
los Tratados de Córdoba firmados por Agustín de Iturbide y Juan O’ Donojú
el 24 de agosto de 1821.
Compré la obra para investigar quién en Europa escribía en fechas
cercanas a los acontecimientos del México que se había independizado en
1821. Pregunté a todos mis maestros sobre este autor, y el doctor Edmundo
O´Gorman me dijo que no hiciera mucho caso de él, que era un autor ligero
y no muy importante. En cambio, el maestro Ernesto de la Torre Villar, por
entonces director de la Biblioteca Nacional de México, me animó a investi-
gar a Pradt y a leer sus obras. Fue el inicio de una búsqueda en la Biblioteca
Nacional, en archivos y en bibliotecas públicos y privados, en tesis y en
artículos de revistas especializadas.
Para mi sorpresa, había encontrado a un personaje que vivió una época
revolucionaria por excelencia: la revolución de independencia de Estados Uni-
dos (1776-1783), país convertido en una república con una Constitución en
1787-1789, tal vez el país más democrático conocido hasta entonces; eran
los años de las revoluciones irlandesa y la industrial inglesa; de la inquietud
revolucionaria en los Países Bajos; de movimientos democráticos en Sue-
cia y Suiza; en especial, de la Revolución francesa de 1789 y del Imperio
Napoleónico en 1804. Era la época también de la invasión francesa de la
península ibérica en 1808; del gobierno de José Bonaparte como rey de Es-
paña e Indias de 1808 a 1813, con la consecuente inestabilidad creada en
los dominios americanos de España; y del inicio de luchas fratricidas en la
América española por una independencia bajo antiguos y nuevos principios
políticos y sociales.2
Dominique Georges Frederique de Riom de Prolhiac de Fourt de Pradt
nació en el Castillo de Pradt en Auvernia el 23 de abril de 1759. Entre sus
parientes se encontraban dos obispos martirizados en la Abadía del Car-
men el 3 de septiembre de 1792: Francisco José de la Rochefoucald, obispo
de Beauvais, y Pedro Luis de la Rochefoucald, obispo de Saintes.3

2 Jiménez, México en 1821. Dominique de Pradt y el Plan de Iguala, p. 13.


3 Ibid., p. 14.

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El joven Dominique fue ordenado sacerdote en junio de 1784. Se dis-
tinguió como diputado por Rouen en los Estados Generales, y como miem-
bro de la Asamblea francesa figuró entre los ultraconservadores y se opuso
terminantemente a la Constitución Civil del Clero promulgada en 1790.
Se vio obligado a emigrar al extranjero; vivió en Bruselas, luego en Müns-
ter y en Hamburgo, población esta última donde publicó su primer libro
L’Antidote au Congres de Radstadt en 1798. Regresó a Francia en 1800 y su
pariente el general du Roc o Duroc, amigo cercano de Napoleón Bonapar-
te, le brindará su apoyo.4
Pradt continúa con su labor de escribir y en 1802 publica Les trois ages
des colonies ou leurs etats passe, present et à venir, obra que fue leída por muchos
hispanoamericanos y angloamericanos, entre ellos Simón Bolívar, Bernar-
dino de Rivadavia, Thomas Jefferson y John Adams. En 1804, nuestro per-
sonaje actúa como maestro de ceremonias en la coronación de Napoleón I
como emperador, escena inmortalizada por el pintor David y presenciada
por el joven Simón Bolívar. Bonaparte lo nombró su capellán privado y
Pradt le correspondió llamándose “Capellán del dios Marte”.5 Pradt muere
en París en 1837 y está enterrado en el cementerio de Pere Lachaise.
Escritor prolífico, Pradt analizó los acontecimientos más relevantes de
su época. De unos setenta títulos que escribió, encontré treinta en la Biblio-
teca Nacional, pero lo que más me llamó la atención fueron quince obras
escritas sobre la independencia de las colonias. Logré apreciar la influencia
de Pradt en la generación que consumó la independencia de México en 1821,
y pude comprobar que Pradt era una de las fuentes que inspiraron el Plan de
Independencia de la América Septentrional elaborado por Agustín de Iturbide y
sus compañeros más cercanos.
De esa búsqueda surgió mi libro México en 1821. Dominique de Pradt y el
Plan de Iguala, publicado en 1982,6 y también la decisión de estudiar el Docto-
rado en Historia en Inglaterra para poder comprender el periodo 1808-1821
en un contexto atlántico, como lo fue la influencia de las ideas de Pradt
entre los revolucionarios europeos y americanos de su época.

4 Ibid., pp. 16-17.


5 Ibid., p. 17.
6 Idem.

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Como profesora del departamento de Historia de la Universidad Ibe-
roamericana de la Ciudad de México, daba la clase de Independencia y había
preguntas para las que no tenía respuesta. Entre ellas, la dimensión atlánti-
ca de nuestros proyectos emancipadores; el desarrollo de la guerra civil entre
diversas facciones; las ideas e intereses que animaban a los combatientes, a
promotores y a opositores a la independencia y a los observadores del con-
flicto; los intereses de otras potencias en la lucha emancipadora de la Amé-
rica española, particularmente los de la Gran Bretaña; y en lo que sucedía
en la Nueva España, los contactos entre dirigentes de la emancipación y de
las autoridades virreinales con otros países; la creciente rivalidad de ingleses
y angloamericanos por las rutas comerciales y mercados de la América espa-
ñola; las sociedades secretas como las Logias Lautaro; los centros de conspi-
ración para emancipar a toda la América española; la creciente importancia
de los militares o miembros de milicias en el vacío de poder que se gestó
en varios pueblos debido a guerras y revoluciones que desquiciaron la vida
cotidiana y debilitaron las principales instituciones de varias regiones en el
área atlántica y mediterránea, particularmente después de junio de 1815,
fecha de la batalla de Waterloo; el tejido de ideologías , intereses, contactos
y arreglos de hispanoamericanos en el extranjero; la prensa y las comunica-
ciones de otros países y su cobertura de las luchas emancipadoras, etcétera.
Decidí partir a Inglaterra para poder investigar el papel de otras poten-
cias en nuestra emancipación, pero también el papel de la Nueva España en
la historia europea del periodo de la doble revolución atlántica.

2. En el cubículo de un gran historiador

Ingresé al doctorado en el University College de la Universidad de Londres,


fundado en 1823 por algunos de los personajes británicos más interesados
en la independencia de México como Jeremy Bentham y su amigo James Mill,
amigo de Francisco de Miranda, Henry Brougham y James Mackintosh, ami-
gos de Lord Holland, este último uno de los lores ingleses que apoyaron con
sus contactos y recursos la expedición de Xavier Mina en 1815, y otros más.
Fruto de años de investigación en más de veinticinco archivos de ambos lados

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del Atlántico fue mi tesis doctoral para la Universidad de Londres, publi-
cada en México con el titulo La Gran Bretaña y la independencia de México,
1808-1821 por el Fondo de Cultura Económica, en 1991.
En Londres, tuve el privilegio de conversar algunas veces con el profesor
Eric J. Hobsbawm (1917-2012) en su cubículo de Birbeck College, en la calle
Malet del barrio Bloombury, perteneciente a la Universidad de Londres,
lugar que me quedaba muy cerca del University College, en Gower Street, y
del Instituto de Estudios Latinoamericanos, en Tavistock Square, en donde
yo cursaba el Doctorado en Historia bajo la guía del profesor John Lynch.
En University College, Alma Mater de Charles Darwin y de otros mu-
chos personajes, saludaba, al pasar corriendo por la sala, a la momia del filó-
sofo Jeremy Bentham (1748- 1832), quien dejó establecido en su testamento
que su momia debía colocarse en una vitrina de University College y ahí lo
verían sentado, con su bastón y sombrero, los profesores y alumnos de la
Universidad, para recordarles a todos cuanto le debían a sus aportaciones a
la filosofía del utilitarismo, a la importancia de la felicidad y a la creación de
términos como “internacional”. Recordemos que, según Manuel Ferrer en
su obra La Formación de un Estado Nacional en México: el Imperio y la República,
1821-1835, Bentham fue uno de los pensadores políticos más influyentes en
este periodo de la década de los 1820-1830 en la Historia de México.7 Hay
que señalar que Bentham quiso venir a Nueva España y pidió un pasaporte
para lograrlo, pero nunca le fue posible.
Resultaba muy enriquecedor conversar con el profesor Hobsbawm so-
bre la era de las revoluciones, particularmente la francesa y la inglesa, la
política y la industrial en el periodo 1789-1848, cuya perspectiva era franco-
inglesa porque, al decir del profesor, el mundo de esa época, “… –o al me-
nos gran parte de él– se transformó en una base europea o, mejor dicho,
franco-inglesa”.8 A mí me interesaba sobremanera el periodo que estudiaba
Hobsbawm, en el cual quedaban incluidos los años 1808-1821, años de la
lucha emancipadora en la Nueva España postrera.
Señalaba el profesor en su pionera obra La era de las revoluciones, 1789-
1848, publicada en inglés en 1962, cómo las palabras, a menudo, hablan más

7 En lo relativo a este filósofo inglés, véase Ferrer, La formación de un Estado nacional en

México: el Imperio y la República, 1821-1835.


8 Hobsbawm, La era de la Revolución.

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alto que los documentos, y ponía el ejemplo de términos como industria,
industrial, fábrica, clase media, clase trabajadora, capitalismo, socialismo, aris-
tocracia, ferrocarril, liberal, conservador, nacionalismo, científico, ingeniero,
proletariado, crisis, utilitario, estadística, sociología, periodismo, huelga, ideo-
logía, etcétera, que adquirieron un significado moderno o fueron inventados,
algunos, en ese lapso intenso de la historia universal.
Para el profesor inglés, esta doble revolución “… supuso la mayor transfor-
mación en la historia humana desde los remotos tiempos en que los hombres
inventaron la agricultura y la metalurgia, la escritura, la ciudad y el Estado”.9
Transformó el mundo y lo sigue haciendo, comentaba.
Pero algo no me convencía del estudio de la revolución dual del profe-
sor Hobsbawm, y se lo dije: me parece su libro de gran valor e interés, pero
veo una gran ausente en sucesos importantes de la historia europea, la au-
sencia de la América española y, en especial, de la Nueva España, primer
país productor de plata en aquella época; y lo que he encontrado en los
varios archivos que he revisado en Gran Bretaña, en España y en Suiza, es
el papel de la plata novohispana en sucesos claves de la historia atlántica,
europea y de Oriente. Y le mostraba los datos duros. Por ejemplo, el avi-
tuallamiento de la armada francesa y de la armada española, derrotadas en
Trafalgar el 21 de octubre de 1805 por el almirante inglés Lord Nelson, el
cual fue pagado tres cuartas partes por la Nueva España y una cuarta parte
por el virreinato del Perú.
O los subsidios entregados a varios países de Europa por Gran Bretaña,
entre marzo y noviembre de 1813, para que abandonaran a su aliado Napo-
león o, en el caso de Portugal, continuaran apoyando la política británica.

Suecia (marzo).............................................. 1 000 000.00 de libras esterlinas


Suecia (octubre)........................................... 1 200 000.00 de libras esterlinas
Sicilia...............................................................400 000.00 de libras esterlinas
Portugal........................................................ 2 000 000.00 de libras esterlinas
Prusia..............................................................666 666.00 de libras esterlinas
Rusia............................................................ 1 333 334.00 de libras esterlinas
Austria........................................................ .1 000 000.00 de libras esterlinas

9 Idem.

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Con paciencia me explicaba Hobsbawm que él no conocía los archivos de
México y por ello no mencionaba lo que sucedía en la Nueva España y su
relación con lo que pasaba en Europa. Ciertamente, América Latina le in-
teresó al profesor desde su primer viaje a nuestras tierras en 1962, cuando
visitó Brasil, Argentina, Chile, Perú, Bolivia y Colombia, pero en su libro
aparecido en ese año, La era de la revolución, 1789-1848, solo existían dos re-
ferencias a América “Latina”, por cierto un nombre anacrónico, porque en
el periodo histórico que cubre el contenido de la obra aún no aparecía di-
cho nombre, nacido en Francia en la segunda mitad del siglo diecinueve.10

3. En busca de la red de intercambios atlánticos


y de otra índole durante nuestra guerra
de independencia novohispana

En Estados Unidos el interés por la historia atlántica se concentraba en la


Universidad de Harvard, donde el profesor Bernard Baylin, Adams Univer-
sity Professor Emeritus de dicha institución, creó un programa de estudios
atlánticos que ha aportado mucho al conocimiento de las vinculaciones entre
los países de Europa, África y América, incluidos los movimientos de inde-
pendencia. En 2005, Baylin publicaba su obra Atlantic History. Concepts and
Contours,11 y en 2009 coordinó el libro ensayos titulado: Soundings in Atlantic
History,12 en donde se tocaron temas como las redes atlánticas de la religión
y del comercio, el clima y la ecología que sustentaba el tráfico de esclavos, la
ciencia como producto de relaciones entre imperios, etcétera.
Otros historiadores también se han preocupado del mundo atlántico y
de la interacción de pueblos, ideas, proyectos, alianzas comerciales, influen-

10 Para los escritos de Hobsbawm sobre América Latina, particularmente sobre Brasil y

Colombia, véase Bethell, ¡Viva la Revolución! Eric Hobsbawm sobre América Latina, pp. 30-31;
y para los subsidios ingleses otorgados con el fin de destruir las alianzas con Napoleón, es
muy útil la obra de Sherwig, Guineas and Gunpowder. British Foreign Aid in the Wars with France,
1793-1815, p. 309.
11 Baylin, Atlantic History. Concepts and Contour.
12 Baylin, Soundings in Atlantic History.

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cias e intereses. John H. Elliott, en su obra Empires of the Atlantic World,
Britain and Spain in América, 1492-1830,13 compara los imperios de España
y de Gran Bretaña hasta el final del dominio de sus territorios en Améri-
ca; explica las similitudes y las diferencias de los dos imperios; sus procesos
de colonización; el carácter de las sociedades que crearon; sus sistemas de
gobierno y los movimientos de independencia. Elliott señala, por ejemplo,
cómo Gran Bretaña nunca aceptó que los representantes de los colonos an-
gloamericanos participaran en el Parlamento británico; en cambio, España
sí convocó a elecciones de diputados americanos a las Cortes de Cádiz, y po-
dríamos añadir que fueron presidentes de dichas Cortes varios americanos.
Por su lado, Janet Polasky, en su obra Revolutions without Borders: The
Call of Liberty in the Atlantic World,14 presenta su investigación sobre las ideas
revolucionarias que cruzaron el Atlántico a fines del siglo xviii y señala que
las historias nacionales no hacen justicia al intercambio radical de ideas en
el mundo Atlántico durante los tumultuosos años de 1776 a 1804. Existieron
revolucionarios itinerantes que ignoraron fronteras y encontraron aliados
en quienes imaginaron un mundo sin fronteras. Polasky analiza los registros de
libros, folletos, panfletos, cartas, novelas y otros medios para seguir las rutas
del fervor revolucionario y nos presenta un paisaje más amplio en donde
explicar mejor nuestras luchas emancipadoras.
La conmemoración de los doscientos años de la proclamación el 19 de
marzo de 1812 de la Constitución de Cádiz, la famosa “Pepa”, produjo una
gran cantidad de artículos, libros y obras colectivas, muchas de ella resultado
de congresos y coloquios realizados en ambos lados del Atlántico. Historia-
dores y juristas como Alfredo Ávila, Manuel Chust, Jaime del Arenal, Ra-
fael Estrada Michel, Manuel Ferrer Muñoz, Ivana Frasquet, Carlos Herrejón,
Juan Marchena, Carlos Marichal, Rodrigo Moreno, Juan Ortiz, José María
Portillo, Jaime Rodríguez, Josefina Vázquez, entre otros, publicaron artícu-
los y libros en los cuales se retrataron con rigor y cuidado la dimensión
atlántica de ideas, proyectos, conspiraciones, financiamientos, similitudes y
diferencias entre parlamentarios, eclesiásticos, juristas, políticos, autoridades,
militares, miembros de las milicias, insurrectos, tropas y jefes fieles a las auto-

13 Elliott, Empires of the Atlantic World, Britain and Spain in América, 1492-1830.
14 Polasky, Revolutions without borders: The Call of Liberty in the Atlantic World.

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ridades virreinales o las condiciones diversas de los pueblos y sus habitantes
no combatientes.
Entre estos años de revisión histórica sobre el tejido de contactos inte-
ratlánticos, me tocó asistir a un coloquio organizado en marzo de 2012 en el
puerto de Cádiz, y tuve la oportunidad de conocer y conversar con el doctor
José María Portillo Valdés, profesor de la Universidad del País Vasco, cuya
ponencia me pareció una de las más valiosas de los tres días del coloquio.
En su artículo “Emancipación sin revolución. El pensamiento conservador
y la crisis del Imperio Atlántico español”,15 el profesor Portillo señala cómo
“… la crisis de la monarquía hispánica y el proceso de transformación de
las repúblicas americanas transformaron de manera radical el hemisferio
occidental”.
Un verdadero “vendaval revolucionario”, nos indica Portillo Valdés, ha-
bía recorrido varias veces ambos lados del Atlántico y anota que los términos
“revolución e independencia” no deben de ignorar que “… el lenguaje y
el discurso de la independencia no fue solamente patrimonio de los que
hablaban y soñaban con una revolución de independencia sino también
patrimonio de aquellos que entendieron la independencia “… precisamente
como un antídoto para no verse abocados a la revolución”. Esta forma de
comprender la emancipación como antídoto revolucionario “… encontró
un campo abonado en la Europa posterior al Congreso de Viena (1815)”.
Es interesante observar cómo, a la luz de esta reflexión, el autor revalora la
influencia de Dominique de Pradt en la América española.
Portillo señala que “… de la mano principalmente de Dominique Dufour
de Pradt, el pensamiento conservador encontró un espacio muy propicio
para plantear la idea “emancipación sin revolución”. Coincide, nos dice,
con un momento en que se declara la emancipación de las Provincias Uni-
das, en San Miguel Tucumán, el 9 de julio de 1816. Cuando los rioplatenses
declararon su independencia, Europa había completado el giro de la revolu-
ción a la restauración. Es comprensible que los pueblos estuvieran cansados
de las guerras, el derramamiento de sangre, la zozobra, la violencia y la des-
trucción que desde 1789 a 1815 viviera Europa. Y el mismo deseo de orden

15 paperity.org; consulta: 12 de febrero de 2020. Véase también la obra de Portillo, Crisis


política…

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y paz se refleja en dicha Declaratoria de Tucumán, la cual quiere apegarse
a la ley. José de San Martín y otros próceres de la independencia argentina
no querían que la separación de España fuese ilegal. El rey de España había
tenido una conducta que lo descalificó, ya que no se olvidaba que Carlos IV
había cedido sus derechos al emperador francés y con lo que perdió la patria
potestad sobre sus dominios.
José María Portillo señala que “… si hubo un autor que proveyó de
munición discursiva a estas posiciones fue el prelado francés Dominique
Dufour de Pradt, uno de esos raros casos de supervivencia a la radicaliza-
ción jacobina y al imperio napoleónico”. La historiografía –continúa Por-
tillo– “… ha sabido percibir la enorme influencia que De Pradt tuvo entre
los intelectuales de variado signo ideológico de América y en España, tanto
que se convirtió en la típica cita de autoridad con que se quería siempre dar
crédito a alguna información”.16
Considera Portillo que Pradt era un “formador de opinión” y resultó de
una enorme utilidad para encauzar el proceso de desarticulación imperial
en el Atlántico, por una vía moderada. Percibía Pradt que después, de 1811,
se estaba produciendo de una manera evidente la alteración más importante
en el orden internacional del hemisferio occidental. Y la estabilidad de ese
orden, para Pradt, “… dependía entonces casi exclusivamente de lo que ocu-
rriera en la América española”.17
En aquellos años no faltaron quienes descalificaron la obra de Pradt,
explica Portillo, “… por entender que era abiertamente partidario de la inde-
pendencia de las colonias, lo cierto es que lo fue únicamente como una forma
de evitar la revolución”. Cuando Pradt se dirigió a las Cortes españolas en
1822 para proponer sus ideas sobre América lo que aconseja será que Espa-
ña busque la forma de organizar una “… emancipación legal del continente
americano”. En ello coincidían dos personajes de la independencia hispa-
noamericana, Gregorio Funes, deán de Córdoba en Río de la Plata y Manuel
de la Bárcena en la Nueva España, ambos lectores de Pradt.18

16 Idem.
17 Idem.
18 Las
anteriores citas del artículo de Portillo proceden de la misma fuente en paperity.
org., consulta entre 12 y 14 de febrero de 2020.

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4. Los militares en la etapa de 1816-1820

El historiador Juan Marchena nos recuerda que, de los 40 000 soldados


enviados a América española por la madre Patria, una gran mayoría había
muerto o desaparecido en tierra extraña, por lo que no sorprende lo impo-
pular que era en España continuar la guerra después de 1815, y fue así como
en Nueva España, Perú, Alto Perú, Chile y la Nueva Granada, muchos de
estos oficiales peninsulares acabarían por abrazar finalmente la causa eman-
cipadora, sobre todo después de 1821 a 1823. Y subraya que “… los militares
liberales de España mantenían con los liberales americanos –con mayores o
menores disonancias– la misma ideología anti-absolutista y un deseo similar
de cambios y de libertad”.19
No es de extrañar que ideas liberales y emancipadoras se respiraran en
tertulias y en cuarteles. Después de 1815, la insurgencia en Nueva España
estaba casi exánime, pero si reflexionamos sobre el contenido de un Informe
sobre el Estado de la Nueva España del mes de junio de 1817, documento ela-
borado por militares realistas, se puede señalar que la insurgencia, si bien
no ganó la guerra, logró que el espíritu público se inclinara por la inde-
pendencia del reino: en la intendencia de Nueva Vizcaya, las provincias de
Coahuila y Texas, el Nuevo Reyno de León, la Intendencia de Sonora, Nue-
va Santander, la Intendencia de San Luis Potosí, la Intendencia de Zacate-
cas, la provincia de Nueva Galicia, la provincia de Guanajuato, la provincia
de Valladolid, la provincia de México y la provincia de Puebla, se advertía
que casi todos los habitantes deseaban la independencia, y algunas como la de
Valladolid subsistía “tan rebelde como siempre” o la de San Luis Potosí,
donde el público estaba “más decidido que nunca por la independencia”.20
Un documento de las autoridades virreinales del 15 de julio de 1818
describía la lamentable situación en que se encontraban Texas, Nueva Santan-
der, Guadalajara, Zacatecas, San Luis Potosí, Valladolid, Guanajuato, Queré-

19 Marchena, “¿Obedientes al Rey o desleales a sus ideas? Los liberales españoles ante la

‘Reconquista de América’ durante el primer absolutismo de Fernando VII”, Juan Marchena y


Manuel Chust (eds.), Por la fuerza de las armas. Ejército e independencias en Iberoamérica, pp. 8 y ss.
20 Museo Británico, ms. 13978, ff. 88-89, citado en Jiménez, La Insurgencia: guerra y transac-

ción, 1808-1821, en México y su Historia, p. 686 y pp. 682-683.

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taro, México, Puebla y Veracruz. Por ejemplo, Texas y Valladolid se hallaban
en estado de miseria; el puerto de Veracruz había perdido la mitad de sus
habitantes y dos terceras partes de su riqueza; Oaxaca tenía la mitad de su
población y de su comercio; Guanajuato había perdido dos terceras partes
de su población y sus minas producían solo una cuarta parte de la produc-
ción anterior a 1810. La ciudad de México había perdido una tercera parte
de sus habitantes.21

5. El Plan de Independencia de la América Septentrional


de 1821: “… hijo espiritual de Pradt”

De todas las nuevas naciones que nacieron a la independencia en Hispa-


noamérica, solo México realizó los consejos de Dominique de Pradt. En
marzo de 1808 habían aparecido en París las primeras entregas del Ensayo
político sobre el reino de la Nueva España, y en 1811 el editor y librero Shoell
publicó la obra en cinco volúmenes y un atlas, obra que es la citada varias
veces por Pradt en su obra De las colonias y de la revolución actual de la Améri-
ca, el libro del abate que más impactó la ultima etapa de nuestra guerra de
independencia.22
Autor prolífico, ya lo he dicho, Pradt se convirtió en el paladín y defensor
del derecho inalienable de toda colonia a su independencia. Su interés por
la suerte de las “colonias”, sin matizar si lo eran en verdad regiones como el
virreinato de Nueva España o el de Perú, este autor francés se interesó toda su
vida por ellas. Acerca de ellas escribió, entre otras, las siguientes obras:

1. Antídoto al Congreso de Radstat (1798) en donde dedica un amplio


espacio sobre el tema colonial.
2. Las tres edades de las colonias. 3 volúmenes (1802). Obra leída por Si-
món Bolívar y muchos americanos.

21 Jiménez, La Insurgencia…, pp. 682-683.


22 De Pradt, De las colonias y de la revolución actual de la América.

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3. Congreso de Viena. Libro II (1816).
4. De las colonias y de la revolución actual de la América, 2 volúmenes
(1817), obra que influyó a Iturbide y a sus seguidores, como se refle-
ja en el Plan de Iguala.
5. Los tres últimos meses de América y Brasil (1817).
6. Los seis últimos meses de América y Brasil (1818).
7. Piezas relativas a Santo Domingo y América (1818).
8. Europa y América después del Congreso de Aquisgrán. 2 volúmenes (1821).
9. Europa y América en 1821. 2 volúmenes (1822). Publica el inicio de los
Tratados de Córdoba.
10. Examen del Plan presentado a las Cortes sobre el reconocimiento de la Inde-
pendencia de América (1822).
11. Europa y América en 1822 y 1823 (1824).
12. Verdadero sistema de Europa respecto a América y Grecia (1825).
13. Congreso de Panamá (1825).
14. Concordato de América con Roma (1827), dedicado al Congreso Mexi-
cano.23

Pradt es uno de esos autores que actúan como una esponja que recoge y di-
funde los sucesos más importantes que acontecen a su alrededor. El Annuai-
re Historique, publicado en París en 1819, describía a Pradt de la siguiente
manera: “Entre todos los autores de un siglo fértil en escritores ingeniosos,
no existe un nombre que haya herido más veces nuestros oídos que el del
señor de Pradt. El temple de su espíritu, la naturaleza de su talento, el orden
mismo de sus ideas explica el secreto de su reputación: el espíritu de su siglo
está en su espíritu”.24
Ciertamente, este autor, leído en varios idiomas y en diversos países,
nace y vive una época revolucionaria por excelencia: cunde el espíritu revo-
lucionario en las colonias anglosajonas de América del Norte ente 1776 y
1783, en Irlanda y en Inglaterra (1780-1783), en los Países Bajos, en Suecia,
Suiza, en la Francia revolucionaria (1789), en Polonia, Principados alema-
nes, Grecia, Renania, Holanda, Bavaria, España, Portugal, Islas Jónicas, Bal-

23 Jiménez, México en 1821…, p. 30.


24 Ibid., s/p.

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canes, Malta, Egipto, Siria, Europa Central, Rusia y en la América española
y portuguesa. Pradt es una especie de “… historiador de revoluciones y de
Congresos”. Recordemos las obras publicadas por Pradt dedicadas a los si-
guientes congresos:

1. Radstat (1798)
2. Viena (1814-1815)
3. Aquisgrán (1818)
4. Carlsbad (1819)
5. Troppau-Leibach (1820)
6. Verona (1822)
7. Panamá (1825)

Manuel Godoy, el ex primer ministro español, escribía: “Todo el mundo […]


conoce a M. de Pradt, a lo menos por sus diluvios de memorias y folletos en
materia política y de historia contemporánea”.25 Simón Bolívar conoció a
Pradt en 1804 en la coronación de Napoleón como emperador de Francia
y, en una carta dirigida a dicho autor el 15 de noviembre de 1824, Bolívar
le decía: “Es una fiesta para mi corazón la recepción de una carta de V. S. I.
¿Por qué V. S. I. no será siempre joven para que viniese a la América a ser
nuestro legislador y patriarca?”26
De ser un antirrevolucionario en los Estados Generales de Francia, Do-
minique de Pradt se convirtió con los años en portavoz de los liberales france-
ses y, como corifeo liberal, fue procesado junto con su editor Bechet acusa-
do de “… provocar la desobediencia civil, atacar la autoridad constitucional
del rey y de las cámaras, y excitar a la guerra civil”, por el contenido de su
obra De l’affaire de la lois des elections (en español, Del asunto de la ley de las
elecciones, 1820), quintaesencia del liberalismo de la época y muy conocida
más tarde en América.27
En su época, Pradt era considerado (y él se presentaba a sí mismo) como
liberal y constitucionalista. “La constitución –escribió–es el peso que da la
regularidad al movimiento de la nave, es el áncora que la fija en el puer-

25 Ibid., p. 25.
26 Idem.
27 Ibid., p. 22.

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to y que la pone al abrigo de toda irregularidad o violencia de vientos y
tempestades”.28 Y abogaba por la “separación preparada” de las colonias,
sin violencia ni resentimiento, de acuerdo con la metrópoli, basada en tres
puntos principales:

1. La separación completa y absoluta.


2. Organización de las colonias en estados libres e independientes.
3. Las disposiciones de este plan deberían de emanar de Europa y debía
organizarse un Congreso.

Yo añadiría un cuarto punto: se establecería una monarquía constitucional


en las nuevas naciones. Pradt propone este sistema de gobierno por consi-
derar que era el que fusionaba las ventajas de un gobierno central, pero lo
interesante del abate Pradt es que propone un “plan”, que puede benefi-
ciar al mundo o arruinarlo, planteado por él desde 1802 en su obra Las Tres
Edades de las Colonias. Pradt profetizaba “… que México se convertiría en
un gran Imperio por derecho propio, por razón de su riqueza mineral y su
posición geográfica que dominaba el comercio de Asia y de Europa”.29 En el
caso de la Nueva España o México, como Pradt le llama, su independencia
era “inaplazable”, como “… es imposible que la bellota deje de venir a ser
con el tiempo una encina”.30 En su libro Memorias históricas sobre la Revolución
de España (1816), el abate cuenta que sugirió a Napoleón I nombrar a Fer-
nando VII “emperador de Nueva España”.31
El padre Servando Teresa de Mier relata en su escrito “Acaba de lle-
gar a Filadelfia” lo siguiente: “Doscientos ejemplares se han introducido en
México de la política y profunda obra de monseñor Pradt, De las Colonias
y de la revolución actual de la América; temo que haya influido para el plan
de Iturbide”.32 Según Mier, cuando los diputados que habían sido electos
para las Cortes de Madrid en 1820 llegaron a Veracruz para embarcarse con
destino a España, arribaron los doscientos ejemplares de la obra de Pradt

p. 48.
28 Ibid.,
29 Brading, Orbe Indiano: De la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867, p. 602.
30 Frase de Pradt citada en Jiménez, La Insurgencia…, p. 686.
31 Jiménez, México en 1821…, p. 17.
32 Idem; De Pradt, De las colonias…, p. 131.

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De las Colonias y de la revolución actual de la América. Los diputados leyeron
esta obra, se empaparon de sus ideas, tuvieron juntas y se inclinaron a pedir
a las Cortes un infante de España para rey.”33
Para mi maestro, el historiador don Edmundo O´Gorman, era clara la
conexión de la doctrina sostenida por Pradt y el contenido político del Plan
de iguala.34 Añade don Edmundo que el padre Mier, en la Memoria Política
Instructiva, razona en contra de Pradt y de paso “… contra el hijo espiritual
de éste, el Plan de Iguala”.35
De todos los escritores que se inspiran en Pradt, Servando Teresa de
Mier es quien copia las frases del abate francés sin citarlo, pero las palabras
del autor francés son inconfundibles. Por ejemplo, en su obra De las colo-
nias, Pradt asevera: “… la independencia es innata en las colonias, como la
separación de las familias, primer principio de toda independencia, lo es
en la especie humana”. Idéntico párrafo aparece en el Manifiesto apologéti-
co” (1820), obra de Mier. Y más adelante este último confiesa: “Yo sé que
piensan como yo muchos españoles sabios y ruego a los demás estudien
las reflexiones verdaderamente políticas filantrópicas del sabio arz[obispo]
de Malinas, en su obra De las colonias y de la revolución actual de la América
española, de la cual he tomado algunos rasgos.” En varias de sus obras, Mier
utiliza a Pradt sin citarlo; y, en cambio, otros autores como fray Melchor de
Talamantes, Carlos María de Bustamante, Lorenzo de Zavala, Vicente Roca-
fuerte, José Luis Mora, Valentín Gómez Farías, Lucas Alamán, José Cecilio
del Valle, Francisco Severo Maldonado, Joaquín Fernández de Lizardi, Luis
de Mendizábal, Manuel de la Bárcena, Juan Bautista Morales, El Gallo Pita-
górico, Antonio Joaquín Pérez, obispo de Puebla, lo mencionan o se inspiran
en él en sus escritos y sermones.
Además de lo anterior, el contenido de las obras de Pradt, particularmen-
te la titulada De las colonias, texto propio de la etapa liberal del abate, muestra su
oposición a la Inquisición; su defensa de la soberanía nacional; su insistencia
en la necesidad de una constitución que atempere un sistema monárquico, es
decir, el establecimiento en la América española de monarquías constitucio-
nales, por entonces el modelo político en boga de las revoluciones liberales

33 Ibid., p. 133.
34 O'Gorman, Prólogo y notas, p. xxxvii.
35 Ibid., p. xxxviii.

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en Europa como la griega, la del Piamonte y la de Nápoles. La insistencia en
una separación absoluta, preparada y sin violencia, de acuerdo con la Me-
trópoli; la necesidad de un pacto de familia con España por medio de prín-
cipes de la familia real española y la idea de un monarca ya hecho para las
naciones independientes.36 Su insistencia en que la naturaleza es modelo de
todo cuanto existe y no se le puede violentar; las tres edades de las colonias
(infancia, juventud y madurez) y su derecho a la independencia al llegar a la
mayoría de edad; la busca de la felicidad, que consiste en hacer felices a los
demás; su amor a la libertad y otras ideas, fueron semillas que florecieron
en la Nueva España de 1821.
Iturbide, por ejemplo, reitera en varias veces la necesidad de una mo-
narquía atemperada por una constitución; el 16 de mayo de 1821 declaró
en la hacienda de la Soledad lo siguiente: “Que siendo la base del sistema
constitucional que seguimos la libertad; no debe comprometerse la libertad
de los pueblos..”, y el 23 de junio del mismo año, reiteraba: “La constitu-
ción española, en la parte que no contradice nuestro sistema de indepen-
dencia, arregla provisionalmente nuestro gobierno mientras los diputados
de nuestras provincias se reúnan y dicten lo que más conviene a nuestra
felicidad social”.37 Coincido con lo expresado por Manuel Ferrer Muñoz
cuando escribe:

… pocos historiadores han parado mientes en una característica de la consu-


mación: la modernidad y el plan liberal de las propuestas del Plan de Iguala,
que prevalecieron sobre las ofertas destinadas a los más conservadores: la idea
de un gobierno constitucional regido transitoriamente por la Constitución de
Cádiz, la promesa de la instalación de un Congreso y división de poderes, la
igualdad absoluta de los habitantes del reino, la promoción de los empleos
por propios méritos y virtudes, la protección de la propiedad individual y la
independencia absoluta.38

36 Sugerencia que siguieron, por cierto, los revolucionarios griegos al triunfo de su causa

en 1824, al colocar en el trono a una familia alemana, y los patriotas belgas en 1830.
37 Ambas citas en Jiménez, La Insurgencia…, pp. 692 a 696.
38 Ferrer, La formación…, p. 84.

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José Antonio Serrano relata cómo en 1820 fueron publicados un gran nú-
mero de folletos, periódicos y pasquines que promovían la libertad de expre-
sión y de imprenta, amparados por la repuesta Constitución de Cádiz. Del
19 de junio de 1820 a junio de 1821, estuvo en vigor la ley de imprenta que
permitió a los escritores tocar temas polémicos. Sin embargo, poco después
de la proclamación del Plan de Iguala, el 10 de abril de 1821 la Junta de
Censura declaró “sedicioso y subversivo” el folleto titulado “Apóstrofe que
hace la América en nombre de sus hijos los americanos, hecho por Mr. de
Pradt”, en el cual dicho autor proponía la independencia.39
Pradt se entusiasmó al conocer lo sucedido en Nueva España, es decir,
al enterarse de la consumación de la independencia y de la instalación del
Primer Imperio Constitucional Mexicano en 1821. Y así lo manifestó en el
segundo volumen de su obra La Europa y América en 1821:

Al ver este espectáculo inaudito y desconocido hasta ahora del mundo, disimu-
lemos el manifestar la exaltación, y séanos permitido decir sin ofender a nadie:
¿es esto bastante nuevo?, ¿es bastante grande? […] ¿No acaba esto con toda especie
de imperio de la Europa sobre la América, y no muda todo el orden colonial de
cualquier naturaleza que éste sea, y sean los que fueren los lugares que ocupa?
¿México, convertido en un imperio constitucional? Un rey de Europa y toda
su familia hasta la extinción de ésta, convidados a abandonar la tierra que pro-
dujo los conquistadores del trono de los Moctezumas y a que vayan a sentarse
en el lugar de éstos.40

Debe señalarse que la generación consumadora de nuestra independencia


reconocía la aportación de Pradt al logro de una independencia sin violen-
cia y derramamiento de sangre. En el “Dictamen presentado a la Junta Gu-
bernativa del Imperio Mejicano por la Comisión de Relaciones Exteriores”,
fechado en la ciudad de México el 29 de diciembre de 1821, y primer do-
cumento oficial diplomático del México independiente, suscrito por Juan
Francisco de Azcárate, defensor de la soberanía popular en 1808, y por el
conde de Casa de Heras y José Sánchez Enciso, se reconoce lo siguiente:

39 Serrano, “La imprenta se fue a la guerra en la Nueva España (1811-1821)”, Memorias

de la Academia Mexicana de la Historia correspondiente a la Real de Madrid, p. 52.


40 De Pradt, La Europa y la América en 1821, p. 136.

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“Las ideas filantrópicas sostenidas con las preciosas obras de Pradt, ese sa-
bio, el genio insigne designado por el cielo para esparcir las luces liberales
del gobierno de las colonias, el profeta político que logró ver realizados sus
luces, que pronosticó y que exige de justicia, el amor, el reconocimiento y el
respeto de todos los americanos”.41

6. Reflexiones finales

Un autor para mí desconocido y descubierto casualmente en 1971 en una


librería de viejo resultó ser un escritor fecundo muy leído en su época y su-
mamente influyente en el ámbito de la política, al que se le olvidó después.
Dominique de Pradt escribe unos quince libros sobre “las colonias” (así lla-
maba él desde la perspectiva de Francia a los dominios españoles en Améri-
ca, que propiamente dicho no eran colonias) y sobre cómo debían estos de
liberarse de sus metrópolis. Estos libros fueron leídos por los libertadores
de esas “colonias” y, a través de esa lectura, las ideas de Pradt influyeron
en ellos. El abate proponía una independencia pacífica, sin violencia, de
esos territorios, hecha de común acuerdo con sus metrópolis. Pradt propo-
nía también el establecimiento de monarquías constitucionales para darles
estabilidad a los nuevos gobiernos. No se trataba de monarcas absolutos;
debían de ser monarquías acotadas por las leyes, es decir, monarquías cons-
titucionales.
Pradt me hizo ver que el estudio de los procesos de independencia de
los países americanos tenía que hacerse en un contexto más amplio, interna-
cional. De ahí mi decisión de ir a Londres a estudiar más a fondo el proceso
de independencia de la Nueva España. Al igual que quien esto escribe, otros
autores han vuelto con justa razón su mirada hacia Pradt. Una prueba de
ello es que varias obras de este interesante autor se han vuelto a imprimir
en el siglo veintiuno.

41 Jiménez, México en 1821…, p. 105.

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Eric J. Hobsbawn es un historiador que del mismo modo estudiaba un
proceso histórico cuyo radio de acción era reducido, como es el caso de los
bandidos y los rebeldes primitivos, y también se interesaba por procesos de
gran alcance como los plasmados en sus libros sobre las revoluciones más im-
portantes que forjaron la historia europea. El descubrimiento de las ideas de
Pradt, así como la lectura de las obras de Hobsbawn, y las conversaciones que
sostuve con él en su cubículo me hicieron consciente de la necesidad de inte-
grar el estudio de nuestra guerra de independencia y nacimiento del México
libre y soberano en un contexto más amplio de lo que sucedía en otros países.
Nueva España formaba parte del mundo atlántico integrado por los
países que rodean la cuenca del Océano Atlántico. La Nueva España no sola-
mente fue influida por los acontecimientos históricos de otros países atlán-
ticos; ella también tuvo un papel en la historia de algunos países europeos
y de otros más lejanos como la India, país al cual el gobierno novohispano
le compró armas para defender la costa del Pacífico de la Nueva España
durante la insurgencia.
La guerra novohispana que tuvo lugar de 1810 a 1821 fue devastadora:
murió cerca de un millón de personas, de una población aproximada de
seis millones de novohispanos. En 1811, Félix María Calleja presentó un plan
para combatir a la insurgencia a través de compañías volantes de patriotas,
plan con el cual militarizó al país; o, como otros dicen, politizó a los militares.
Después de más de una década de lucha armada, los militares estaban ya
cansados de la guerra, y muchos de ellos lectores de Pradt, aceptaron con
gusto la propuesta del abate francés de propugnar por una independencia
pacífica, concertada con la metrópoli.
El resultado de esto fue el Plan de Independencia de la América Septen-
trional, conocido como Plan de Iguala, por haber sido proclamado en ese si-
tio el 24 de febrero de 1821. Este plan tiene que ser explicado también como
parte de las ideas liberales que circulaban por aquel entonces en las orillas
del Océano Atlántico y no como un documento de la contrarrevolución y
del antiliberalismo de la Restauración europea de 1821 a 1848. Se trata de
una nueva solución liberal a la manera de Pradt: independencia preparada
sin revolución y establecimiento de una monarquía constitucional. Dicho
documento responde también al desgaste producido por la violencia de las
guerras y de las revoluciones, como responde a la presencia de miles y miles
de veteranos sin paga o media paga, sin trabajo, que pululaban por las dife-

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rentes naciones del entorno atlántico y al atractivo de la posibilidad real de
llevar a cabo una emancipación sin violencia.
El plan de independencia de Agustín de Iturbide (1783-1824) fue el resul-
tado del consenso, de un ánimo conciliador y ecléctico; pragmático, se diría
con aprobación en el día de hoy. Recogió las ideas y preocupaciones que se
ventilaban en el mundo atlántico, y muy en especial las experiencias vividas
en la Nueva España entre 1808 y 1821, como se muestra a continuación:

1. La nación sería gobernada por una Junta Gubernativa Americana.


(Idea planteada por los miembros del Ayuntamiento de 1808 de la
ciudad de México.)
2. El plan proclama la independencia; la abolición gradual de la escla-
vitud; la defensa de la religión católica y la de los intereses america-
nos. (Ideas defendidas por los insurgentes de 1810.)
3. Igualdad ante la ley y la oposición a un enfrentamiento de tipo ra-
cial; así como la defensa de la religión, la independencia absoluta y
el guadalupanismo. (Con José María Morelos y sus compañeros.)
4. La fe en un régimen constitucional; el temor al absolutismo; y el én-
fasis en la unión entre peninsulares y americanos, y entre realistas
e insurgentes, para lograr la independencia. (Exigencias de Xavier
Mina y los liberales españoles exiliados en Inglaterra.)
5. La vigencia de la Constitución de Cádiz en lo que no se opusiera al
Plan de Iguala. (Influencia de los liberales de 1812 a 1820, de los di-
putados americanos en las Cortes como Miguel Guridi y Alcocer.)
6. La esperanza de suprimir algunas medidas radicales e impopulares
en Nueva España, tales como la extinción de las órdenes religio-
sas hospitalarias y la expulsión de los jesuitas, tan queridos por los
habitantes novohispanos, para tener el apoyo de los críticos de las
reformas a la Constitución española, quienes la consideraban un
documento racista, imperialista y anticlerical. Es menester señalar
que los decretos más radicales de las Cortes de Madrid se conocie-
ron en Nueva España hasta enero de 1821 y el Plan de Iturbide ya
existía desde octubre o noviembre de 1820.

Quisiera terminar recordando un pensamiento de la historiadora Bárbara


W. Tuchman: “Nada es más injusto que juzgar a los hombres del pasado

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con las ideas del presente”.42 Los historiadores que estudiamos los procesos
de independencia de la América española debemos investigar y compren-
der lo sucedido entre 1816 y 1824 en la Nueva España y el nacimiento del
México independiente tomando en cuenta los procesos de la historia universal,
lo mismo que el cansancio y el decaimiento general producido en la Nueva
España a partir de 1810 como producto de la lucha independentista. Los
planteamientos formulados a través de Iturbide en 1820 responden a una
coyuntura diferente a la de 1808-1815. Era un mundo que anhelaba la paz,
la libertad y la independencia; que deseaba un gobierno templado por una
constitución, que tomara en cuenta los derechos del hombre, la soberanía
popular, la felicidad y la seguridad del ciudadano. Todo ello con medios pacífi-
cos y mediante consensos, en vez de enfrentamientos, destrucción y muerte.
Mi maestro el doctor Luis González y González decía que, desde la épo-
ca de la Reforma, la historiografía oficial en México se había empeñado en
el olvido y en la difamación del último periodo de la guerra que nos hizo
independientes de España. De hecho, aún antes de la época de la Reforma,
ya se había producido una grave distorsión de lo sucedido en el periodo
1816-1824, como lo demuestran los escritos de Vicente Rocafuerte de 1822,
los textos de Carlos María de Bustamante y de otros contemporáneos.
El bicentenario de 1821 está por llegar. Un motivo de optimismo ante
este aniversario tan relevante son las tres últimas reuniones de prestigiados
historiadores de las principales instituciones del país que nos han mostrado
miradas más objetivas, fundamentadas en investigaciones rigurosas, com-
prensivas de las opciones que la generación de 1820 tenía ante sí, sin dia-
tribas ni apologías; son reflexiones serenas y profesionales. Estos trabajos
reflejan análisis más maduros como, por ejemplo, comprender que el libera-
lismo de ese periodo tenía muchas vertientes y características de influencia
inglesa, española, francesa (al estilo de Pradt), estadounidense o propia de
cada región de la América española; permiten lograr una nueva mirada se-
rena y objetiva hacia la vida y obra de Agustín de Iturbide y su generación,
que ha sido marginada y rechazada por una historiografía fundamentada en
posiciones políticas, como el decreto presidencial de 1971 de Luis Echeve-
rría que declara a Vicente Guerrero como el único consumador de la inde-

42 Wertheim, The March of Folly, United States of America, A. Knopf, 1984, p. 5.

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pendencia de México, o lo manifestado por el gobierno actual del estado
de Guerrero, que presenta a este mismo personaje histórico como el “autor
del Plan de Iguala”. Las investigaciones presentadas por historiadores más
profesionales nos ayudarán a reconstruir el nacimiento de México como
nación soberana e independiente en 1821, en el contexto siempre dinámico
de la historia universal de la cual forma parte nuestro país.

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La trigarancia. Su dimensión simbólica

Moisés Guzmán Pérez1

Las más recientes investigaciones que se ocupan de la revolución novo-


hispana han demostrado que en ese proceso hubo dos movimientos armados
que tenían por objeto alcanzar la independencia del reino más floreciente
de la monarquía católica. Primero, el insurgente, encabezado por Miguel
Hidalgo e Ignacio Allende la madrugada del 16 de septiembre de 1810 en
la congregación de Dolores; y segundo, el llamado trigarante, iniciado por
Agustín de Iturbide el 24 de febrero de 1821 en el pueblo de Iguala, con la
promulgación de un Plan de Independencia que sufriría algunas modifica-
ciones con la firma de los Tratados de Córdoba, el 24 de agosto del mismo
año. ¿Por qué ocuparnos de los aspectos simbólicos creados por la trigaran-
cia? ¿Qué puede aportar al conocimiento de nuestro pasado? Este artículo
aspira a llenar un vacío en la historiografía que se ocupa de este periodo de
la historia de México.
No obstante las recientes publicaciones de Spence Robertson y Moreno
Gutiérrez sobre Iturbide y las fuerzas armadas trigarantes, estos aspectos
han estado ausentes de las reflexiones de los especialistas y apenas son men-
cionados en sus obras. Parto de la premisa de que toda guerra tiene por ob-
jetivo destruir un orden para instaurar otro, y en ese proceso el capital sim-
bólico juega un rol esencial porque será a partir de él como se comenzará a

1 Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Michoacana de San Nicolás de


Hidalgo.

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construir un nuevo sentimiento de pertenencia e identidad en los distintos
actores que participan del proceso. En una perspectiva más general, lo que
me interesa es ponderar debidamente cuál fue el aporte de la trigarancia
al proceso de construcción simbólica de la nación mexicana, y cuáles de
los elementos constitutivos creados por dicho movimiento perduran hasta
nuestros días.
Propongo abordarlo con un enfoque de historia política, militar y cul-
tural de la guerra. Esta triple perspectiva pone el acento, primero, en la ma-
nera en que los hombres conciben, acceden, se relacionan y ejercen el poder
en un momento determinado, así como en los vínculos que se establecen
entre gobernantes y gobernados de manera vertical, horizontal y transversal;
después, en el comportamiento de una fuerza armada en tiempos de paz
y en tiempos de guerra; en sus aspectos tácticos, estratégicos, logísticos y
orgánicos; en su estructura y disciplina, en sus jefes y jerarquías, en las nor-
mas que rigen su conducta y en su ritualidad y creaciones simbólicas; final-
mente, en los imaginarios, valores, creencias, prácticas y formas en que una
sociedad se concibe y se representa asimismo como reflejo de una época.
Puesto que se trata de un periodo de transición política, resulta interesante
detectar las continuidades y rupturas en las prácticas y ceremonias rituales
precedentes; se busca diferenciar las “invenciones” trigarantes con respecto
a las construcciones elaboradas por su contraparte insurgente, y compren-
der cómo fue que, a través del discurso, del ceremonial y de los signos, se
trató de instaurar y legitimar un nuevo orden.
No me voy a detener en el contexto de lo que sucedía en España y en
Nueva España a partir de 1821; de eso ya se han ocupado varios autores
a cuyas obras remito al lector interesado en el tema.2 Por mi parte, me
interesa analizar paso a paso cómo se dio este proceso de construcción sim-
bólica de la trigarancia, señalando las continuidades en ciertas prácticas
culturales, pero también las rupturas que hubo con respecto a la insurgen-
cia. Además, quiero observar la distancia o cercanía que guardaba con los
colores y emblemas de la monarquía española, dado el proyecto político

2 Véanse Jiménez, “La patria independiente”, Secretaría de Gobernación, Archivo Ge-

neral de la Nación, México, 1996; Vázquez, La patria independiente; Del Arenal, Un modo de
ser libres. Independencia y Constitución en México (1816-1822); Moreno, La trigarancia. Fuerzas
armadas en la consumación de la independencia. Nueva España, 1820-1821.

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que se anunció en el pueblo de Iguala y que se modificó posteriormente en
la villa de Córdoba.

Un Plan político-militar

El primer acto simbólico realizado por Agustín de Iturbide en Iguala fue la


promulgación de un Plan de Independencia el 24 de febrero de 1821, con el
cual no solo se inauguraba una práctica política relacionada con la cultura
del pronunciamiento, sino que, además, anunció la creación de una fuerza
armada inédita con el nombre de Ejercito de las Tres Garantías. La idea
la planteó por primera vez a Luis Quintanar el 12 de febrero de 1821, en
una carta que le remitió desde Chilpancingo, en la que le advertía que, sin
importar la respuesta que diera el virrey Juan Ruiz de Apodaca a su Plan de
Independencia, “ha de formarse el Ejército de las Tres Garantías, aunque en
el primer caso sea de una manera y en el segundo de otra”; para ello le ase-
guraba tener tropas, armas, dinero y un partido muy poderoso conformado
por europeos y americanos que apoyaban su empresa.3
Aunque la política de Iturbide privilegió más el diálogo, la negociación
y el consenso para alcanzar sus objetivos, dicho Ejército fue creado para
asegurar, militarmente hablando, el cumplimiento de tres garantías: la de-
fensa de la religión católica, apostólica y romana; la absoluta independencia
política del reino con respecto a España y la unión entre españoles europeos
y americanos para dar fin a la guerra.
El tema de las denominaciones no es algo que se deba tomar a la ligera;
es a partir de la adopción de un nuevo nombre como comienza a delinearse
y a construirse una identidad también nueva. Como lo advirtió hace tiem-
po Jiménez Codinach, en estos años “tuvo lugar un proceso nominativo
propio de las épocas de transición en donde el sur humano necesita[ba]
nombrar sus nuevas experiencias, sus conceptos nacidos de nuevas viven-

3 Iturbide a Luis Quintanar, Chilpancingo, 12 de febrero de 1821, en Alessio, La corres-

pondencia de Agustín de Iturbide después de la Proclamación del Plan de Iguala, con una adverten-
cia y una introducción por Vito Alessio Robles, p. 13.

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cias enfrentadas a un pasado y a un sistema que rechaza”;4 sucedió una
“insurgencia de los nombres” y la trigarancia no estuvo exenta de ella.
Frente al Ejército de Nueva España mandado por el virrey, o ante el Ejército
Americano creado por Hidalgo en Acámbaro, se alzaba ahora el Ejército de
las Tres Garantías, un cuerpo “valiente y resuelto” que se haría popular en
periódicos y en hojas sueltas con el nombre de Ejército Imperial Mejica-
no de las Tres Garantías. En él se sintetizaba tanto la naturaleza de dicha
fuerza armada –un ejército regular, de línea, permanente– como el tipo
de gobierno que se pensaba instaurar –un imperio mexicano regido por
un monarca de la Casa de Borbón–. En cuanto a la calidad de sus compo-
nentes orgánicos, lo integrarían “fuerzas combinadas”, personas diferentes
no solo por su origen geográfico (había en él europeos y americanos), sino
también por su postura política previa (los insurgentes, a los que Iturbide
llama “disidentes”, y los realistas).
De acuerdo con el numeral 16 del Plan de Independencia, dicho Ejército
se iba a erigir con el carácter de “protector”, con la finalidad de conservar la
religión católica que se profesaba y procurar la felicidad de los habitantes del
reino; algo parecido a lo que Hidalgo ya había hecho a finales de septiembre
de 1810, al erigirse en “protector de la nación” en los campos de Celaya. Jun-
to a ese principio fundamental, en el cual unos y otros coincidían, estaban,
además, el de la Independencia y la Unión, garantías que se comprometía a
sostener aquel “Ejército valiente y resuelto” a costa de su propia vida.
Conviene señalar que el Ejército de las Tres Garantías se regiría con
base en las Ordenanzas militares de España, instrumento jurídico-militar
que había servido de norma tanto a insurgentes como a realistas durante
los diez años de guerra. De esta manera, todos los jefes y oficiales que pa-
saran a formar parte de la institución castrense mantendrían sus empleos
y se les daba la posibilidad de alcanzar un puesto superior por el tipo de
servicios que llegaran a prestar a la nación. Para esto se tendrían muy en
cuenta los informes y recomendaciones que entregaran los comandantes
militares al propio Iturbide.
Lo más importante de todo fue que el coronel vallisoletano entendió
muy bien que la fuerza armada que estaba creando apenas daba sus primeros

4 Jiménez, “La insurgencia de los nombres”, Josefina Zoraida Vázquez (coord.), pp. 103, 120.

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pasos, no era deliberante, ni representaba a la nación; solo era el instrumen-
to para librar a esta de sus enemigos. Es por eso que Iturbide propuso en los
numerales 5 y 6 del mismo Plan la creación de una Junta Gubernativa, y en
el 9 el compromiso de sostener dicho gobierno en sus determinaciones. Va
a ser dicha Junta Gubernativa la que tendrá la facultad de conferir poderes
y grados a los militares y de legitimar a la vez todas sus operaciones.5

La invención del “Primer Jefe”

Si bien los empleos y graduaciones del ejército anunciado en el Plan tenían


como base las Ordenanzas militares de España, una nueva figura de poder
surgió a los pocos días de su proclamación: la del Primer Jefe del Ejército
Imperial Mejicano de las Tres Garantías.6 Dicho empleo no figuraba en la
legislación castrense mencionada; tampoco por el lado de la insurgencia exis-
tió algo parecido. Aunque el título de Primer Jefe se concebía como propio de
un rango similar al de los oficiales superiores, estaba por encima del puesto
de teniente general y competía con el de capitán general que ostentaba el
virrey de la Nueva España.
Este cargo militar empezó a delinearse la tarde de aquel 1 de marzo de
1821 en Iguala con la reunión que tuvo lugar en la casa donde se alojaba
el coronel Agustín de Iturbide, a la cual asistieron los jefes de los distintos
cuerpos armados, los comandantes particulares encargados de los puestos mili-
tares ubicados en esa extensa demarcación, así como el resto de los oficiales
que residían en la población. Entre ellos figuraban Manuel de la Sota Riva,
Rafael Ramiro, originario del reino de Córdoba, en España; José María de
la Portilla, oriundo de Xalapa; Bernardo del Prado, Luis Guzmán y Juan J.

5 Estudio histórico y selección de Lemoine, Insurgencia y República Federal, 1808-1824.


Documentos para la historia del México independiente, pp. 312-315.
6 En cuestiones de jerarquía y todo lo que tuviera que ver con los ascensos de soldados

y oficiales, se tomaban en cuenta tres aspectos: la clase o empleo que desempeñaban en un


determinado momento; la antigüedad que tenían ejerciéndolo, y finalmente, el mérito que
habían alcanzado por servicios prestados en campaña.

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Sierra. Por los coroneles, firmó Pablo Sánchez; por los tenientes coroneles,
estampó su rúbrica Juan Fermín; por los tenientes y subtenientes, lo hizo
Antonio Huidobro; por los comandantes, Toribio López y, por los capita-
nes, Luis Tello.7
En esa ocasión, Iturbide expuso a todos los concurrentes que “la inde-
pendencia de la América la veía como necesaria”, no solo porque así se ma-
nejaba por parte de la opinión pública, sino porque se anunciaba un próxi-
mo rompimiento que traería desgracias mayores. Les propuso “un plan que
arreglase la común opinión”, que se evitara el derramamiento de sangre y
que los cuerpos que integraban su ejército se convirtieran en “las tropas res-
tauradoras de la libertad”.
Enseguida, el capitán del Regimiento de Tres Villas, José María de la
Portilla, leyó en voz alta el contenido del Plan de Independencia, así como
un oficio y la lista nominal de personas propuestas como vocales para con-
formar la “Junta Preparativa”, todo lo cual fue remitido al virrey Juan Ruiz
de Apodaca. Al término de la lectura, Iturbide volvió a tomar la palabra di-
ciendo a los asistentes que confiaba en “la bondad y el buen corazón” del
virrey, así como de las personas que había sugerido; pero que en caso de que
aquella fuera rechazada “era indispensable sostenerla a toda costa”, lo cual
generó el entusiasmo y los ¡vivas! de todos los asistentes, comprometiéndose
a sostener el Plan “hasta derramar la última gota de sangre”.
Pocos minutos después, cuando los oficiales guardaron silencio, Itur-
bide argumentó que el Plan que acababan de escuchar no tenía otra moti-
vación que “el amor a su patria” y la conservación de la religión que había
profesado desde que recibió el bautizo. El reto lo consideraba enorme, su-
perior a sus fuerzas; les dijo que no aspiraba a ascensos ni reconocimientos,
mucho menos a ejercer algún mando militar. Sabía que, debido a su “edad
provecta”, había allí reunidos jefes de mayor graduación que él, que bien
podían ser elegidos comandantes generales para dirigir la empresa.
Fue entonces que los oficiales presentes le manifestaron a Iturbide sus
parabienes y se pusieron a su servicio. De acuerdo con el acta levantada el 3
de marzo de 1821 por el mayor de órdenes Francisco Manuel Hidalgo, en

Consulta en línea: https://www.wdl.org/es/item/2968/#date_created_start_year__


7

gte=1800&page=3&date_created_start_year__lte=1849 consultado el 5-XI-2018.

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la que se relata con lujo de detalle todo lo ocurrido aquel día primero, los
militares propusieron a Iturbide “que se sirviese tomar la investidura de te-
niente general y recibir el tratamiento de excelencia: rehusó con palabras
bastante enérgicas el tratamiento y nombre de general, no obstante ser la
voluntad única y decidida de todos los señores oficiales”.8
Un Francisco Fernández de Avilés elaboró otra acta a petición de los
militares que apoyaron en Iguala el Plan de Independencia de Iturbide, mis-
mos que lo aclamaron como “General en Jefe del Ejército de las Tres Garan-
tías con el empleo de teniente general y primero del Ejército Americano,
sin embargo del premio o condecoración que deban darle las Cortes del
Imperio Mexicano por sus expresadas virtudes militares y patrióticas”. La
persona que levantó el acta dice en ella que todos los señores que suscriben
determinaron

se formase esta acta para la constancia de todos los tiempos de su libre y es-
pontánea voluntad, protestando dar un manifiesto en que expresen las razones
políticas y militares que tienen para dar este paso que no es de adulación ni de
lisonja, pues todos protestan solo desear el bien general, paz y felicidad de todos
los habitantes del Imperio Mexicano, y que solo aspiran a los empleos a que les
toque en su carrera respectiva, según su actual clase, antigüedad y mérito.9

La reunión concluyó con aclamaciones a la religión, a la unión, a Iturbide


y a todos los vocales que compondrían la Junta Gubernativa, mencionado
a cada uno por su nombre.

8 Archivo Histórico de la Secretaría de Defensa Nacional (en adelante, asedena), “Acta

de Iguala”, Iguala, 3 de marzo de 1821, en. XI/481.3/174. Exp. 174, pp. 24-27. Consulta
en línea el 28-IV-2020, http://www.archivohistorico2010.sedena.gob.mx/mostrarimagen?
indiceImagen=10&expid=18582&expno=153&lblEstadoDiv=lblEstadoDiv&submit_
adelante=Siguiente&txtIr=
9 asedena, “Acta de Iguala”, Iguala, 1-III-1821, XI/481.3/174. Exp. 174, pp. 28-29.

Consulta en línea el 28-IV-2020, http://www.archivohistorico2010.sedena.gob.mx/mostrarim


agen?indiceImagen=10&expid=18582&expno=153&lblEstadoDiv=lblEstadoDiv&subm
it_adelante=Siguiente&txtIr=

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El nacimiento del Ejército Trigarante

Fue hasta el 2 de marzo de 1821 cuando se creó de manera oficial el Ejército


de las Tres Garantías. Habían pasado varios días desde que fue promulgado el
Plan de Independencia y se contó con el tiempo suficiente para organizar
el ceremonial que daría vida a la nueva institución castrense. Todo lo que
se hizo aquel día giró en torno a Iturbide y a dicho Ejército: actos de jura-
mento, tanto individuales como colectivos; misa solemne, Te Deum, salvas
de artillería, desfile o parada militar, exposición de bandera y diversas ex-
presiones festivas con música de los regimientos, composición de marchas
militares y toques de diana al despuntar el alba. Todo un elenco de actos
rituales y simbólicos con los cuales se estaba instaurando y legitimando a la
vez, una nueva autoridad y un nuevo orden.
Comencemos por explicar lo relativo al juramento. Durante el Antiguo
régimen, la ceremonia de jura constituía un acto solemne en el que los es-
tados y ciudades del reino admitían algún príncipe por soberano y juraban
mantenerle por tal. Dicho juramento era ante todo un acto de aceptación
–por parte de la persona que juraba– del mundo político, jurídico y reli-
gioso del cual formaba parte, llamando a Dios por testigo de su verdad o
nombrándole de manera explícita. Al jurar, se aclamaba o se admitía públi-
camente al príncipe o soberano con juramento de fidelidad y de obediencia
de todos sus designios.10
Así ocurrió durante mucho tiempo en Nueva España. Basta conocer
las ceremonias de jura que se hicieron en distintos lugares en honor a los
reyes Carlos IV y Fernando VII.11 Sin embargo, con la guerra que inició
en septiembre de 1810, seguido de la creación de nuevas instituciones, la

10 rae, Diccionario de autoridades, v. 2, t. 4, 1734, pp. 332-233 (en adelante: da, año, v.
t. y p.).
11 Mejía, “Testimonios de la proclamación de Carlos IV en Valladolid de Michoacán

en 1791”, Tzintzun. Revista de Estudios Históricos, pp. 163-224; Tecuanhuey, “Los límites de la
transformación de los valores políticos. Las juras de obediencia en Puebla entre 1808-1821”,
Marta Terán y Víctor Gayol (eds.), La Corona rota. Identidades y representaciones en las Indepen-
dencias Iberoamericanas, pp. 85-108; Ramírez, “Las ‘Actas de Fidelidad’ en la Nueva España:
una tipología documental en favor de Fernando VII”, en Izaskun Álvarez Cuartero (ed.),
Conflicto, negociación y resistencia en las Américas, pp. 215-240.

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promulgación de constituciones y la aparición de pronunciamientos en-
cabezados por militares, las ceremonias con las que se elegía y juraban los
emperadores, reyes y caudillos, sufrió cambios sustanciales. Aunque el mo-
tivo religioso por lo general se mantuvo invariable, la novedad se encuentra
en que el monarca no fue más la razón fundamental del juramento, sino
un nuevo sujeto de soberanía –llámese Gobierno, Cortes o Congreso– y
nuevos principios plasmados en Constituciones o planes políticos, como el
lanzado por Iturbide desde el pueblo de Iguala.
Había diferentes tipos de juramento: se hacía uso de ellos en los pro-
cesos judiciales, en la proclamación de un rey, en la promulgación de una
constitución, al momento de instaurarse un gobierno y también cuando se
respaldaba un plan político, entre otros. Las fórmulas eran diferentes y los
compromisos a los que se obligaban las personas, también. La manera de
externarlo por parte de civiles, eclesiásticos y militares también variaba. El
juramento militar era muy peculiar. Cuando se les llamaba a declarar por el
fiscal en una causa judicial, se les tomaba con arreglo a Ordenanza, ponien-
do su mano derecha sobre el puño de su espada y ofrecían, por el rey o bajo
palabra de honor, decir verdad en todo lo que se les preguntare.12
En la ceremonia que tuvo lugar en Iguala el 2 de marzo de 1821, se
observan diversas manifestaciones y prácticas rituales que en su forma se-
guían apegadas a la tradición, pero que, en su contenido y significado, eran
ya distintas. El primer evento ocurrió a las 9 de la mañana en la casa donde
se hospedaba Agustín de Iturbide; allí se juntó el coronel vallisoletano con
los demás jefes y oficiales que habían estado con él la tarde del día anterior.
En esos momentos, todos los presentes sabían que Iturbide había asumido
el cargo de Primer Jefe y así quedó de manifiesto en el acto de jura, cuya
organización corrió a cargo del cura Fernando Cárdenas en su calidad de
capellán del Ejército de las Tres Garantías. En la sala se había dispuesto una
mesa con un crucifijo y a un lado el libro de los Evangelios. Todos los pre-
sentes permanecían de pie. El capellán Cárdenas leyó el que correspondía
a ese día, luego Iturbide se acercó a la mesa, puso su mano izquierda sobre

12 Declaración del sexto testigo y acusado en este proceso, Tepic, 13-II-1811, Juan E.

Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la Guerra de Independencia de


México de 1808 a 1821, p. 247.

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el Evangelio y la derecha en el puño de su espada; en seguida el capellán le
tomó el siguiente juramento:

¿Juráis y prometéis bajo la cruz de vuestra espada observar la santa Religión Ca-
tólica, Apostólica y Romana? Sí juro. ¿Juráis hacer la Independencia de este im-
perio, y guardando para ello la unión y paz de europeos y americanos? Sí juro.
¿Juráis la obediencia al señor don Fernando 7° si adopta y jura la Constitución
que haya de hacerse por las Cortes de esta América? Sí juro. Si así lo hacéis,
el señor Dios de los ejércitos y de la paz os lo premie, y si no os lo demande.

Después, el teniente coronel Rafael Ramiro, comandante del Regimiento de


Tres Villas que quedó en lugar del brigadier realista José Joaquín del Cas-
tillo y Bustamante, hizo lo mismo, y posteriormente Iturbide y el capellán
Cárdenas tomaron el juramento bajo la misma fórmula al resto de la oficia-
lidad allí reunida.
Minutos más tarde, todos fueron a oír misa. En ese tiempo Iguala no
tenía iglesia, solo funcionaba una capilla que ofrecía los servicios religiosos
a los habitantes del lugar. Allí, en presencia de Iturbide y de la oficialidad,
el cura capellán realizó la ceremonia; era costumbre entre los militares que
a la hora de decirse el Evangelio desenvainaran sus espadas y se tocaran el
sombrero; esto solo podían hacerlo aquellos soldados que tuvieran armas,
pues el hecho de ponerse el sombrero sin llevar espada se consideraba un
acto irreverente.13 Después, el cura Cárdenas dijo un sermón y al final se
entonó el Te Deum Laudamus, un canto del siglo iv atribuido a San Ambro-
sio. Era usado por la Iglesia católica para celebrar una gran victoria dando
gracias al creador. Era la formulación y la celebración de la gloria de Dios
a través de un canto hímnico. Se cantaba tanto en las iglesias parroquiales
como en las catedrales al término de una guerra, luego del ascenso al poder
de un gobernante o al final de una plaga.
Luego de que concluyó la ceremonia religiosa, una compañía del Regi-
miento de Murcia, otra de Tres Villas y una más de Cazadores de Celaya hi-
cieron descargas de fusilería; era un saludo militar que se acostumbraba ha-

13 Lemoine, “Cuaderno de órdenes de don Nicolás Bravo, abril-julio de 1815”, Boletín


General de la Nación, segunda serie, t. ii, n. 2, p. 177.

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cer a personas de notoriedad o con motivo de una victoria alcanzada.14 En
esta ocasión, tanto la misa como el saludo se hicieron en honor de Iturbide,
ungido ya como Primer Jefe, y de todo lo que su plan político representaba.
Acto seguido, todos los oficiales acompañaron a su casa a Iturbide. Allí
“desfiló la tropa a su presencia” haciendo una vistosa parada militar. Las
“paradas” consistían en que un regimiento, batallón o compañía se ponían
sobre las armas y se colocaban en un lugar específico montando guardia, o
bien, cuando a una persona de prestigio se le rendían honores, como ocu-
rrió en este caso.15 Cuando el acto terminó, se sirvió “un decente refresco”,
y mucha gente del pueblo de Iguala y de los alrededores estuvo presente ese
día. La crónica escrita por Hidalgo, el mayor de órdenes, señala que

el contento, placer y regocijo, así en la tropa como en los habitantes del pue-
blo, [fue] inexplicable: a la religión, unión e independencia, al general y al Ejér-
cito fueron los principales vivas. La música del Regimiento de Celaya, como
que el señor Iturbide es su jefe, le dedicó una marcha con letra análoga a las
circunstancias y otra a la unión; la de Tres Villas tocó varias piezas de gusto y
las bandas de tambores el toque de diana.16

Como se observa, la fiesta no podía faltar en aquella ocasión. Desde un


inicio el Ejército de las Tres Garantías contó con dos músicos que servían
en la Infantería, los cuales figuraban en una lista de empleos como pífanos
1o. y 2o., ganando 12 pesos 6 reales y 11 pesos 7 reales diarios, respectiva-
mente. Había además un músico para la artillería. El instrumento que usa-
ba era un “corno de acacha” o cuerno de cacería que posteriormente pasó
a ser un corno francés. Cuando los hombres iban a caballo, apuntaban el
pabellón del instrumento hacia atrás, justamente para que los que iban a la
retaguardia escucharan las órdenes.17 Además, había cornetas en el cuerpo

14 Sanz, Diccionario militar, p. 317.


15 Ibid., pp. 274-275.
16 Lemoine, Insurgencia…, pp. 322-323.
17 Se utilizó mucho en el siglo xvii en Europa por los grandes señores que iban de cace-

ría; cuando los perros hallaban a su presa, el jinete que cabalgaba al frente de aquella jauría
–el cornista– hacía sonar el instrumento sin necesidad de voltear a mirar a los cazadores; por
eso se le llamó “cuerno de acacha”; después pasó a ser un instrumento musical de las cortes
de los siglos xviii. Agradezco esta explicación al musicólogo Luis Wence Aviña.

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de Cazadores, oboes y clarines que servían en la Caballería.18 Por otro lado,
quienes hacían de tambores se desempeñaban en distintos cuerpos: en la
Infantería, como tambor mayor, tambor de granaderos y tambor de fusile-
ros; en la Caballería, como tambor mayor, y en la Artillería, simplemente
como tambor. Fueron estos “músicos” quienes se encargaron de interpretar
las marchas, “piezas de gusto” y toques de diana aquel día.
En cuanto a las composiciones, la “marcha” era originalmente una pie-
za de música de ritmo muy determinado, destinada a indicar el paso regla-
mentario de la tropa o de un cortejo en ciertas solemnidades. Durante el
siglo xix, muchas de estas piezas fueron compuestas para ensalzar a hombres
célebres, exaltar batallas o acontecimientos dignos de recuerdo, incluidas
las marchas fúnebres. Lamentablemente no conocemos hasta ahora ningu-
na de esas composiciones ni tampoco las “piezas de gusto” que se interpre-
taron ese día. Respecto a la “diana”, era este un toque reglamentario usado
por el Ejército Borbónico durante el siglo xviii; se hacía en las primeras
horas del día, o antes, para que la tropa dejara el sueño. Con este nombre
aparece por primera vez en las Ordenanzas de 1728 y anteriormente se lla-
maba Alborada.19
Por la tarde del 2 de marzo, después del almuerzo, tuvo lugar un segundo
juramento, a la vista de todos, en la plaza mayor de Iguala, de la cual nos ha
dejado una bella estampa el artista suizo, Theubet de Beauchamp.20 El dibujo
se realizó en perspectiva de sur a norte. En ella se observa una gran explanada
cubierta de tierra, rodeada de unas cuantas casas de una sola planta, con te-
chos inclinados, cubiertos probablemente de paja y tejamanil. En uno de sus
costados sobresale una barda perimetral que parecer ser la que dividía el atrio
de la iglesia, y en su centro un gran arco de piedra o cantera que daba acceso
a la plaza. Las casas que se ven a su izquierda estaban donde actualmente se
ubica el Museo de la Bandera en la actual ciudad de Iguala.
Para las 4:30 de la tarde, los cuerpos del Ejército que se hallaban presen-
tes estaban formados en la plaza por orden de antigüedad. Figuraban entre

18 Lombardo, Trajes y vistas de México en la mirada de Theubet de Beauchamp. Trajes civiles y

militares y de los pobladores de México entre 1810 y 1827, lámina 50.


19 Borreguero, Diccionario de historia militar. Desde los reinos medievales hasta nuestros días,

p. 112.
20 Lombardo, Trajes…, p. 45.

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ellos el Regimiento de Infantería de Murcia, el Regimiento de Infantería de
la Corona, el Regimiento de Infantería Provincial de Tres Villas, el Regi-
miento de Infantería Provincial de Celaya, la Caballería de Fieles Provincial
de San Luis y la Caballería de la Reina.21
En el medio se puso la mesa con el santo Cristo, y al lado derecho se
colocó la bandera del Regimiento de Celaya, escoltada por la compañía de
Cazadores del mismo cuerpo. No se conoce una descripción de esta insig-
nia; lo más probable es que por un lado llevara el escudo con las armas del
rey (la cruz de San Andrés o aspas nudosas de Borgoña) y por el otro el de la
“Muy Noble y Leal Ciudad de la Purísima Concepción de Zelaya”, dado por
Felipe IV en 1669, de donde el cuerpo tomó su nombre. Dicho escudo te-
nía los colores azul, blanco y rojo y en el centro de la franja blanca un árbol
con mezquite, bajo el cual se cobijaron los regidores que tuvieron su primer
acuerdo. Jorge Flores D. sugiere que en ellos se inspiró Iturbide para el dise-
ño de sus insignias tricolores; sin embargo, la circular sobre uso de banderas
y uniformes para el Ejército de las Tres Garantías no se dio a conocer sino
hasta finales de abril o principios de mayo de 1821, no en el pueblo de Iguala,
sino en la villa de León, en la intendencia de Guanajuato.22 Todo indica que
los cuerpos mantuvieron sus antiguas banderas, como se puede observar en la
ceremonia de juramento que el teniente coronel Antonio Flores hizo en Sul-
tepec el mismo día 2 de marzo.23 Por tanto, el relato legendario que data de
tiempos de don Porfirio, que decía que fue en Iguala donde José Magdaleno
Ocampo bordó la primera bandera tricolor, cae por su propio peso.
Iturbide llegó a la plaza de Iguala montado a caballo acompañado de su
Estado Mayor, cuerpo integrado por él unas horas antes. Lo conformaban un
mayor general, cuyo empleo desempañaba el teniente coronel Manuel de
Torres, nativo de Oaxaca, de la provincia de Antequera; un cuartel maestre
general, a cargo del sargento mayor Francisco Cortázar, nacido en El Ferrol,
en Galicia; y un comandante general en la persona del teniente José Beni-

21 Berdejo a Iturbide, Chilpancingo, 31 de enero de 1821, en Gaceta del Gobierno de

México, p. 183.
22 Carrera, El escudo nacional, obra conmemorativa del Sesquicentenario de la iniciación

de la Independencia y del Quincuagésimo aniversario de la Revolución, México, Secretaría de


Hacienda y Crédito Público, 1960, p. 127.
23 asedena, “Acta gloriosa, paz y unión”. Real de Sultepec, 2 de marzo de 1821, en:

http://www.archivohistorico2010.sedena.gob.mx/mostrarimagen?expid=18492&expno=90

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to Rodiño, originario de San Salvador de Meis, en dicho reino. Iturbide
tenía a su servicio cinco ayudantes de campo; Torres, dos y Cortázar, dos.
Ninguno de los miembros del Estado Mayor ostentaba un grado militar si-
milar o superior al de coronel que detentaba Iturbide.24 Enseguida, frente a
Iturbide, el mayor de órdenes Francisco Manuel Hidalgo y el padre capellán
Cárdenas tomaron el juramento a la tropa bajo la siguiente fórmula:25

¿Juráis a Dios y prometéis bajo la cruz de vuestra espada (hablando con los
señores jefes y oficiales) observar la santa religión C[atólica] A[postólica]
R[omana]? Sí juramos.
¿Juráis hacer la independencia de este reino, guardando para ello la paz y
unión de europeos y americanos? Sí juramos.
¿Juráis conservar la obediencia al señor don Fernando 7° si adopta y jura
la Constitución que haya de hacerse por las Cortes que deben formarse en este
imperio? Sí juramos.
Si así lo hiciereis el señor Dios de los Ejércitos y de la paz, os ayude, y si
no os lo demande.26

Con ligeras variantes, era la misma que el día anterior habían dicho Iturbide
y Francisco Ramiro frente al capellán Cárdenas. Se juraba por la observan-
cia de la religión, por la independencia del reino, en la que se hacía explícita
la paz y la unión entre europeos y americanos; y, finalmente, por Fernando
VII, a quien se comprometían obedecer siempre y cuando aceptara y jurara
la Constitución que formaran las “Cortes” del futuro imperio mexicano.
En caso de que los oficiales juramentados no llegaran a cumplir su palabra,
sería al “Dios de los ejércitos y de la paz” a quien habrían de rendir cuentas.
El mayor Hidalgo relata que

24 asedena, “Plan del Ejército Imperial Mexicano de las Tres Garantías”, Teloloapan,

18-III-1821. xi/481.3/174. Exp. 174, p. 1-3. Consulta en línea el 28-IV-2020, http://www.


archivohistorico2010.sedena.gob.mx/mostrarimagen?indiceImagen=10&expid=18582&exp
no=153&lblEstadoDiv=lblEstadoDiv&submit_adelante=Siguiente&txtIr=
25 Acta celebrada en Iguala el 1 de marzo y juramento que el día siguiente presentó el Se-

ñor Iturbide con la oficialidad y tropa de su mando, México, Imp. de José María Betancourt,
1821, 8 p., en Biblioteca Pública de Jalisco (bpej). Miscelánea (86), n. 1, 5.
26 La fórmula de juramento la registró el ayudante de campo del Ejército, Ramón Rey,

peninsular, originario de Algeciras. Jiménez, “La patria independiente…”, p. 88.

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No quedó duda a ninguno de la absoluta decisión y entusiasmo de la tropa,
la energía al contestar y su alboroto en los vivas hubieran electrizado aún a las
almas más pías.
Desfilaron los cuerpos pasando debajo de la bandera ante la cual habían
hecho el juramento y volvieron a tomar su misma posición.
El señor Jefe se puso al frente del Ejército y con voz clara, llena de fuego
y entusiasmo, dijo: ciudadanos militares, la religión, unión, la patria, el sosiego y la
felicidad de todos los habitantes de este reino, es mi primera atención y desvelo en el Plan
que he emprendido y habéis jurado: lejos de mí el oropel ni cosa que alucinen. Los señores
oficiales ayer tarde me han nombrado y aún rogado admitir el empleo y tratamiento de
teniente general: no solo no lo acepto, pero ni aún estos tres galones (y arrancándolos
con la vuelta de la manga, las arrojó) pues para entrar a México no necesito estas
insignias. Yo solo me contento (empuñando la espada) con que me admitáis por vues-
tro compañero, para tener la gloria, si acaso es necesario, de derramar la última gota de
mi sangre a vuestro lado.
Los vivas y aclamaciones sobre nombrarlo general fueron indefinibles; las
tropas desfilaron a su presencia aclamándolo por tal.27

Llama la atención que en su discurso Iturbide se haya dirigido a sus hom-


bres llamándoles “ciudadanos militares”, binomio que posteriormente van
a replicar varios jefes y oficiales subordinados a él en distintas partes del te-
rritorio. Con esas palabras se les recordaba que “su deber como ciudadanos
y soldados era contribuir con sus esfuerzos a la felicidad de sus conciudada-
nos y apoyar con las armas, en caso necesario, sus justas pretensiones. Los
pueblos tienen un derecho inconcuso de ser libres y dictarse por sí leyes aná-
logas a su carácter y circunstancias e intereses, cuando se hallan en capaci-
dad física y moral para ello, y cualquiera que sea la forma de gobierno que se
erijan, es justa y legítima con tal de que con él constituyan su felicidad”. 28

27 asedena , “Acta de Iguala”, Iguala, 3 de marzo de 1821, XI/481.3/174. Exp. 174,

pp. 24-27. Las cursivas son nuestras. Consulta en línea el 28-IV-2020. http://www.archivo-
historico2010.sedena.gob.mx/mostrarimagen?indiceImagen=10&expid=18582&expno=15
3&lblEstadoDiv=lblEstadoDiv&submit_adelante=Siguiente&txtIr=
28 asedena, “Acta gloriosa, paz y unión”. Real de Sultepec, 2 de marzo de 1821,

XI/481.3/90, f. 30. Consulta en línea, http://www.archivohistorico2010.sedena.gob.mx/


mostrarimagen?expid=18492&expno=90. El Diario Político Militar Mejicano que comenzó a
salir el 1 de septiembre de 1821 en Tepozotlán, se hizo en la “Imprenta de los ciudadanos mi-

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Por otro lado, la actitud asumida por Iturbide merece un comentario
particular. De acuerdo con las Ordenanzas de Carlos III, las personas que
ostentaban el empleo de coronel portaban como divisa “3 galones mos-
queteros de cinco hilos en el borde de su bocamangas, colocados paralela-
mente y con una pequeña separación entre ellos que dejaba ver el color de
la bocamanga”.29 El hecho de arrancarse las bocamangas de su chaqueta con
los tres galones era un acto simbólico rupturista con el que renunciaba a se-
guir subordinado a los ejércitos del rey, despreciando empleos y jerarquías,
a pesar de regirse bajo unas mismas Ordenanzas.

Uniformes, colores y banderas

Otra medida importante tomada por Iturbide relacionada con la dimensión


simbólica de la trigarancia es lo relativo a uniformes, colores y banderas que
deberían utilizar las distintas clases de armas. El uso de un determinado uni-
forme no era, como en nuestro tiempo, para atenuar o invisibilizar las diferen-
cias entre las clases sociales, sino todo lo contrario: se hacía para marcarlas,
para indicar el privilegio que se tenía al portarlo y los fueros de los que se
gozaba conforme al grado. Estando todavía Iturbide en el pueblo de Iguala,
el 5 de marzo solicitó al Ayuntamiento Constitucional de Chilapa “se cons-
truyan tres mil vestuarios de cordoncillo compuesto de pantalón y chaqueta,
y que sea blanco, procurando estén amplios por de lo que encaje el géne-
ro”, cuyos costos deberían ser cubiertos por los miembros de la corporación;
cuando estuvieran listos y le dieran aviso, les sería reintegrado el dinero.30
Pero no hay evidencia de que se hayan hecho. Desde la tercera semana de

litares independiente D. Joaquín y D. Bernardo de Miramón”. García, Documentos históricos


mexicanos; Iturbide volvió a hacer uso de este binomio en la “Proclama del primer Gefe del
Ejército Imperial de las tres Garantías a sus individuos”, Tacubaya, 19 de septiembre de 1821,
en Meza y Olivera, Catálogo de la colección Lafragua, 1811-1821, México, Universidad Nacional
Autónoma de México, 1996, sección ilustraciones. Antepenúltima ilustración.
29 Martínez, Heráldica militar mexicana, p. 118.
30 asedena, Exp. XI/481.3/99, f. 3, Iturbide al ayuntamiento de Chilapa le pide vestua-

rio, Iguala, 5 de marzo de 1821.

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abril comenzaron a llegar al cuartel general de Iturbide noticias acerca de la
crítica situación en que se debatían los distintos cuerpos, no solo por la falta
de dinero para pagar salarios y manutención de las tropas, sino también para
dotarlas de vestuario, armas y calzado. Así fue como se enteró de que la 13a.
División que estaba a cargo del teniente coronel Vicente Filisola, conformada
por cerca de 600 hombres, carecía de uniformes en su mayor parte y que los
gastos que tenía eran cuantiosos, a pesar de los esfuerzos de su comandante
por aliviarlos.31 Y en la semana siguiente supo que las fuerzas de Pedro Asen-
cio Alquicira, comandante de la 3a. División del Ejército Trigarante, se en-
contraba desnuda y en la más absoluta miseria, pues necesitaba alrededor de
12 000 pesos para medio vestirla y resolver sus necesidades.32 A eso obedeció,
quizá, la orden circular sobre uniformes y banderas, expedida a finales de abril
o principios de mayo de 1821, cuando el Primer Jefe radicaba en la villa de
León, en la intendencia de Guanajuato.
El tema no figura como un asunto prioritario en la correspondencia de
los jefes en esa época. Las noticias de que disponemos son fragmentarias y
se tocan de manera tangencial. Hasta antes de la publicación de la orden
circular, los coroneles, comandantes y soldados que secundaron el movi-
miento portaban los uniformes e insignias de sus antiguos cuerpos. Ni se
necesitaban, ni estaban en posibilidad de cambiarlo. Con excepción de la
petición que hizo Iturbide al Ayuntamiento de Chilapa, antes de mayo de
1821 no se conocen más testimonios relativos al acopio de vestuario, zapatos
o sombreros para uniformar a las tropas trigarantes, lo cual es indicativo del
tiempo que tuvo que transcurrir para dotarlos no solo de nuevas prendas,
sino también de insignias de colores blanco, verde y rojo. Sin embargo, llama
la atención que en la correspondencia entre Iturbide y los jefes de las distintas
divisiones a su cargo no se refieran de manera explícita a la orden circular
mencionada.
La medida obedecía a principios de instrucción y disciplina, de orden
y uniformidad. El Primer Jefe consideró conveniente “variar la costumbre”

31 Filisolaa Iturbide, Tuxpan, 6-V-1821, en Alessio, La correspondencia de…, t. i, pp. 97-98.


32 Archivo Vicente Guerrero (avg). Lib. s/n. f. 222r-222v, Pedro Asencio Alquicira a
Vicente Guerrero, Tonatico, 7-V-1821. La información proveniente de este repositorio la debo
a la gentileza de mi estimado amigo y colega Jaime del Arenal Fenochio, quien me la facilitó
amablemente.

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de sus batallones, regimientos y escuadrones en cuanto a vestuario, para que
cada uno de dichos cuerpos “use diverso el uniforme”.33 En el fondo, lo
que se buscaba con esta disposición era diferenciar a los soldados trigarantes
de los antiguos grupos rebeldes mal vestidos, sucios y desorganizados; de-
mostrar que su sistema era distinto al que principió en 1810 con tropas debi-
damente armadas y reglamentadas, conforme a Ordenanza; y, finalmente,
ganarse de ese modo la voluntad de criollos y peninsulares indecisos. Quizá
sin proponérselo, con estas acciones Iturbide estaba promoviendo la crea-
ción de nuevos sentimientos de pertenencia e identidad.
Sonia Lombardo de Ruiz, en su estudio sobre los Trajes y vistas de México
en la mirada de Theubet de Beauchamp, da a entender que fue hasta que las
tropas trigarantes entraron a la Ciudad de México a finales de septiembre
de 1821 que los militares independentistas aparecieron vestidos al estilo na-
poleónico, llevando en el morrión plumas tricolores como símbolo distinti-
vo.34 Sin embargo, la autora pasó por alto la orden circular sobre uniformes
y banderas dada en la villa de León a principios de mayo de 1821, con la cual
se reglamentaba el vestuario e insignias que en lo sucesivo deberían llevar
las fuerzas trigarantes. ¿Cómo estarían vestidas las tropas de dicho Ejército?
He aquí lo que dice la orden circular:

La Infantería usará casaca azul turquí con vueltas y vivos encarnados, cuello y
vivos amarillos, hombreras del mismo color, con vivos verdes los cazadores, en-
carnados los granaderos y blanco los fusileros. Morrión con una chapa ovalada
con el mismo escudo de la bandera del Regimiento, cordonaduras que corres-
ponda a la hombrera y el pompón compuesto de tres fajas colocadas por este
orden: la inferior, es decir la inmediata al morrión será roja, la siguiente verde
y la última blanca; el número del cuerpo se colocará debajo de la chapa del
morrión y en el cuello de la casaca, luego que se determine la numeración. El
pantalón será precisamente azul turquí o blanco de paño o lienzo, según las es-
taciones del año, debiendo usarse para el trabajo diario y fatigas de campaña de
la chaqueta de paño redonda con vuelta y cuello azul celeste sin ningún vivo.

33 Circular dando a conocer el uniforme y banderas que deberán usar los cuerpos del

Ejército Imperial, en asedena, Exp. XI/481.3/ 155 (i).


34 Lombardo, Trajes, pp. 23-24.

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La Caballería usará de casaca azul celeste, cuello, vueltas y vivos encarna-
dos, la numeración en el cuello, sombrero redondo de copa alta con una ala
recogida por el botón y presilla; escarapela y plumero tricolor con una cinta o
galón ancho en la copa, cabos de plata, pantalón de paño azul celeste con bota
de badana negra.
El cuerpo de Artillería usará de casaca azul turquí, cuello, vuelta y vivos
encarnados, solapa de terciopelo negro con alamares de plata; en el cuello el
número de su brigada, centro blanco.
El cuerpo de Ingenieros usará de casaca azul celeste, vueltas blancas con el
vivo encarnado, solapa verde con el vivo blanco y cuello encarnado con vivos
verdes, alamares de plata con vivos y vistas de los faldones encarnados. Centro
blanco.
Todo oficial podrá usar plumero en el sombrero de los tres colores indi-
cados, y solo los jefes podrán llevar plumas sueltas, una encarnada, otra verde
y otra blanca.35

Lo que llama la atención es que Iturbide consideró el vestuario para su ejér-


cito según su clase: la infantería y la artillería llevarían chaqueta azul turquí,
mientras que el de la caballería y el cuerpo de ingenieros sería azul celeste.
En todos los cuerpos el pantalón sería de color blanco o azul y se usarían
según la temporada del año. Estas tonalidades no eran del todo nuevas. De
acuerdo con la real orden del 1 de enero de 1791, todos los batallones de
milicias de infantería provincial creados en Nueva España en 1793 –entre
los cuales estaba el Regimiento de Celaya del que Iturbide era coronel– usa-
ban ya la casaca azul y el calzón blanco; particularmente, el Batallón Fijo
de Veracruz usaba “la casaca azul celeste, vuelta y solapa chica encarnada,
botón blanco, chupín y pantalón de lienzo, sombrero redondo de copa alta,
con una ala levantada, y en ella la correspondiente escarapela”.36 De hecho,
podría decirse que los modelos diseñados para la trigarancia parecen tener
en dichos cuerpos sus más inmediatos antecedentes.
La diferencia estaba en los sombreros y distintivos: morrión para la In-
fantería adornada con un pompón compuesto de tres fajas colocadas en

35 Circular dando a conocer el uniforme y banderas que deberán usar los cuerpos del

Ejército Imperial, en asedena, Exp. xi/481.3/ 155 (i).


36 Calendario manual y guía de forasteros para el año de 1799, p. 161.

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este orden: la inferior, inmediata al morrión sería roja; la siguiente, verde y,
la última, blanca. Los soldados de caballería, en cambio, usarían sombrero
redondo de copa alta y. en vez de pompón, una escarapela y plumero trico-
lor con una cinta o galón ancho en la copa. Otra diferencia se observa en
los detalles de las hombreras de los soldados de infantería, las cuales irían
adornadas con vivos verdes los cazadores, encarnados los granaderos y blan-
cos los fusileros; mientras que en los cuellos de los oficiales de la Caballería
destacaría el número de su regimiento. Solo de estos últimos se menciona
que usarían bota de piel curtida de color negro.
Tan pronto como se expidió la orden circular, los jefes de las divisiones
trigarantes se dieron a la tarea de uniformar en la medida de sus posibilidades
sus batallones y escuadrones. Filisola comenzó a hacer lo propio al frente de
la 13a. División a partir del 16 de mayo de 1821 en la villa de Zitácuaro;37
Santa Ana, luego de la toma de Jalapa y de la expulsión de las fuerzas rea-
listas de esa plaza, impuso a los vecinos de la villa un préstamos forzoso de
8 000 pesos y con ese dinero aumentó, vistió y armó su División, que fue
la 11a. del Ejército de las Tres Garantías.38 No tuvo la misma suerte la 3a.
División al mando de Alquicira; la orden que dio Iturbide al ayudante ma-
yor del Batallón del Sur, Joaquín Delmo Melgarejo, al parecer jamás llegó y
los mil pesos que le facilitó Vicente Guerrero eran más una ofensa que una
ayuda; por eso Alquicira le reclamó a este último su falta de apoyo en los
siguientes términos:

¿Será justo excelentísimo señor, que habiendo comodidad para vestir a mi be-
nemérita tropa y darle de comer, no pueda lograrlo ni aún con vuestra exce-
lencia que debía cooperar como antiguos compañeros? ¿Es posible que quepa
en el corazón de vuestra excelencia ver esta sección de mi mando en la mayor
miseria y la de vuestra excelencia en auge habiendo sido compañeros en los
trabajos, asedios y desgracias? ¡No lo puedo creer ni aun viéndolo! ¿Por qué
no parte vuestra excelencia el pan con la tropa que ha acompañado a vuestra
excelencia en la escasez? ¿Cómo podrá vuestra excelencia ver sin dolor y pudor
la sección mía, en un lance de reunión, hecha la irrisión de un mando espec-

37 Filisola a Iturbide, Zitácuaro, 12-V-1821, en Alessio, La correspondencia…, t. i, p. 107.


38 Alamán, Historia de Méjico, t. v, pp. 187-188.

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tador de nuestras operaciones y la de vuestra excelencia vestida y en descanso,
cuando la mía ha acompañado aquella en lo aciago de otro tiempo? ¡Me enter-
nezco al meditarlo!39

Los jefes trigarantes que estuvieron dispuestos a armar a sus tropas se topa-
ron con varios problemas que retrasaron el cumplimiento de la orden circu-
lar: escasez de caudales, inexistencia de paños suficientes en las poblaciones
ocupadas y, desde luego, la falta de sastres y de zapateros para confeccionar
uniformes y calzado. Fue entonces que el trabajo de este tipo de artesanos
fue reconocido y se consideró de cierta valía, porque ¿cómo hacer para vestir
a tanta gente? La tarea era difícil, por eso en un inicio se tuvo que recibir a
los antiguos cuerpos vestidos con su viejo uniforme realista.
No pensemos que cualquier persona podía confeccionar uniformes para
los oficiales o para la tropa. Se requerían ciertos conocimientos que solo los
que se dedicaban a este oficio tenían. De acuerdo con lo que dictaban las
ordenanzas de gremios de la Ciudad de México, y que en lo general se re-
plicaron en distintos lugares de Nueva España, luego de haberse formado
durante cuatro años como aprendiz y dar prueba de ello, un sastre debía
estar capacitado para manufacturar distintos tipos de ropa, conocer de telas
de paño, seda o lino, así como las cantidades requeridas para cada tipo de
prenda. Debía saber hacer ropa francesa para los letrados, ropa de mujer
de todos tamaños, sotanas para los clérigos y, sobre todo, ropa de uso co-
tidiano como jubones, mangas de armas y francesa, basquiñas, faldellines,
refajos y capotes.40
A falta de sastres que manufacturaran los uniformes para la tropa, Itur-
bide y los comandantes trigarantes tuvieron que destinar algunos oficiales
familiarizados con los secretos de este oficio para que se encargaran de reali-
zar la tarea. Uno de ellos fue el subteniente Manuel González, del Regimien-
to de Fernando Séptimo, que estuvo comisionado en Irapuato para cons-
truir vestuarios para su cuerpo. No tenemos noticias de las características de
los uniformes, pero creemos que se sujetó a lo que indicaba la orden circular

39 avg, Lib. s/n. f. 254, Alquicira a Guerrero, Zacualpan, 14 de mayo de 1821.


40 Barrio, Ordenanzas de gremios de la Nueva España. Compendio de los tres tomos de la Com-
pilación Nueva de Ordenanzas de la Muy Noble, Insigne y Muy Leal e Imperial Ciudad de México,
hízolo el Lic. D…, pp. 133-134.

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sobre uniformes y banderas emitida por Iturbide.41 Lo mismo sucedió cuan-
do Iturbide pidió al comandante de Valladolid las “camisas embreadas” que
se guardaban en el parque de dicha ciudad; el teniente coronel Miguel To-
rres le respondió que solo había nueve piezas completamente inútiles, que
no había persona que las supiera construir y que, si las requería, mandara
“al subteniente del Regimiento Primero Americano don Manuel Herrera,
que es inteligente en fuegos artificiales”.42
En algunas ocasiones la ropa de algunos oficiales trigarantes fue finan-
ciada por particulares, como ocurrió con la del teniente coronel Manuel
Anzures, ministrada por un “caballero” de apellido Escalante que apoyaba
el movimiento.43
Otro militar comisionado para llevar caudales y vestuario a las tropas
de Iturbide fue el capitán Miguel Borja, un antiguo insurgente que, luego de
ser indultado, se adhirió a la trigarancia. Ya en su poder, el Primer Jefe
determinaba lo que consideraba más conveniente.44 A mediados de agosto
del mismo año, los soldados del 2o. Batallón de Infantería de Línea del
Regimiento de San Fernando que estaba de guarnición en Chalco iban
vestidos con camisa, pantalón, chaqueta y morrión, como lo estipulaba la
orden circular.45
También se tuvo en cuenta el calzado a la tropa, más aún luego de algún
enfrentamiento con las tropas realistas. Como resultado de esos encuen-
tros, no pocos de los soldados trigarantes quedaron heridos, mal vestidos
y descalzos, como sucedió en la acción que tuvo lugar en la Hacienda de
la Huerta, cerca de Toluca, el 19 de junio de 1821. Vicente Filisola dijo a
Iturbide que, luego de la victoria obtenida, tuvo que regresar a su cuartel
en Zitácuaro a procurar el alivio de sus soldados y oficiales heridos, recom-
poner sus armas y monturas que estaban inservibles por su uso frecuente

41 Miguel Torres a Iturbide, Tarímbaro, 17-V-1821, en Alessio, La correspondencia…, t. ii, p. 40.


42 Torres a Iturbide, Valladolid, 18 de junio de 1821, en Alessio, La correspondencia…,
t. ii, p. 53.
43 avg, Lib. s/n. f. 408r, Francisco Hernández al teniente general Vicente Guerrero,
Fortaleza de Santiago, 7 de julio de1821.
44 Luis Quintanar a Iturbide, Cuautitlán, 16 de agosto de1821, en Alessio, La correspon-

dencia…, t. i, p. 58.
45 avg, Lib. s/n., f. 552, Regimiento [de] Infantería de Línea de San Fernando 2° Bata-

llón. Chalco, 10 de agosto de 1821.

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y calzar de nuevo a la Infantería.46 En vista de esos sucesos, Iturbide, a su
paso por Cholula, escribió al Ayuntamiento Constitucional de Puruándiro,
diciéndole que, si no habían reunido el dinero para cubrir los gastos de los
ocho mil quinientos pares de zapatos que se estaban fabricando para el Ejér-
cito, se dirigieran con el intendente de Valladolid para que le ministrara el
dinero necesario.47 El 27 de junio volvió a escribir a esa misma corporación
en estos términos:

Se necesitan para el ejército de mi mando diez mil pares de zapatos que espe-
ro se sirva vuestra señoría mandar hacer en ese pueblo a la mayor brevedad,
cuidando que sea de buena construcción y a precios cómodos, pues sé bien es
justo que se remunere a los que, sin perder su trabajo en hacerlos, también
lo es que estos contribuyan en el modo que puedan para subsistencia de los
beneméritos ciudadanos que todo lo sacrifican …
Conforme se vayan construyendo los zapatos se irán remitiendo al Ejérci-
to por cuya tesorería se satisfará su importe, a excepción de 1 500 pares que se
entregarán a don Manuel Fermín González, quien pagará su valor.48

Otra cosa que afectaba el calzado de los soldados eran las continuas mar-
chas que estos realizaban yendo de un lado a otro, situación que se agrava-
ba durante la temporada de lluvias, que terminaba de destruirlos, y por la
inexistencia de zapatos en los lugares donde se hallaban. Desde Cuautitlán,
a finales de julio de 1821, Quintanar le decía a Iturbide que

… las divisiones se hallan estropeadísimas, principalmente la infantería a causa


de los continuos movimientos que hemos ejecutado y de las abundantes lluvias
que hemos sufrido, habiéndose inutilizado en la marcha de ayer casi todo el
calzado de los infantes, por lo que considero de absoluta necesidad dar un
descanso de 2 o 3 días, entre tanto se repone en algo la tropa y se encuentran

46 Filisola a Iturbide, Zitácuaro, 25 de junio de 1821, en Alessio, La correspondencia…,


t. i, p. 143.
47 Iturbide al Ayuntamiento de Puruándiro, Cholula, 27 de junio de 1821, en asedena,

Exp. xi/481.3/130, f. 4.
48 Iturbide al Ayuntamiento de Puruándiro, Querétaro, 28 de junio de 1821, en asede-

na, Exp. xi/481.3/130, f. 5.

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zapatos, todo lo cual pongo en consideración de vuestra señoría para su debido
conocimiento…49

La escasez de recursos económicos fue una constante en el Ejército Triga-


rante; todavía a mediados de agosto de 1821 Iturbide seguía pidiendo a los
jefes de las distintas comandancias que procuraran el aumento de contribu-
ciones voluntarias para cubrir las necesidades de vestuario para la tropa, en
vista de la falta de dinero en las tesorerías.50
Por otro lado, debemos ser mesurados cuando valoramos los alcances
de estas creaciones simbólicas. Aun cuando Iturbide y sus oficiales se pre-
ocuparon por tener tropas debidamente uniformadas, fue imposible que
todas ellas lograran su objetivo. No solo era el problema de los recursos
económicos, la falta de sastres en las poblaciones o el tiempo que implicaba
su manufactura; también estaban los nuevos reclutas adeptos a la indepen-
dencia, es decir, los antiguos soldados realistas que de manera individual o
en grupo se sumaban a las filas trigarantes. Lo hacían con su viejo uniforme,
armas y divisas, como ocurrió con los poco más de 100 hombres –algunos
armados– que se presentaron al coronel Luis Quintanar en Casas Blancas
el 23 de junio de 1821;51 o la Compañía de Cazadores del Batallón Ligero
de México que estaba de guarnición en la villa de Guadalupe y que se le
presentó al mismo Quintanar en Puebla el 2 de agosto siguiente, “con su
buen vestuario, armas, fornituras y mochilas”.52 Por su parte, Pedro Celestino
Negrete le decía a Iturbide desde Aguascalientes que por los lugares donde
pasaba no se presentaban los dispersos porque habían decidido marcharse
a sus pueblos, y que “los pocos que se presentan lo verifican sin armas, sin
caballos, sin vestuario, etcétera. Ha de costar algún trabajo y tiempo para
reunir esta fuerza…”53
El otro elemento importante que se contempló en la orden circular de
principios de mayo de 1821 fue lo relativo a los colores e insignias que por-

49Quintanar a Iturbide, Cuautitlán, 29 de agosto de1821, en Alessio, La corresponden-


cia…, t. i, p. 48.
50 Iturbide a Torres, Hacienda de Zoquiapan, 14 de agosto de 1821, ibid., t. ii, p. 75.
51 Quintanar a Iturbide, Casas Blancas, 23 de junio de 1821, ibid.., t. i, p. 29.
52 Quintanar a Iturbide, Cuautitlán, 29 de agosto de 1821, ibid., t. i, p. 53.
53 Negrete a Iturbide, Villa de Aguascalientes, 6 de julio de 1821, ibid., t. ii, p. 107.

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tarían y que distinguirían a la vez a los cuerpos independientes. Banderas
para los batallones de Infantería y estandartes para los escuadrones de Ca-
ballería. Se especificaba así en la orden circular:

Cada batallón tendrá una bandera de las mismas dimensiones que hasta ahora
se han usado, con la diferencia de que el asta será guarnecida con terciope-
lo carmesí con tachuelas amarillas, tres corbatas sueltas, encarnadas, verde y
blanco con el cordón y borlas mezcladas de los mismos colores. La bandera se
compondrá de los mismos tres colores diagonalmente colocados; el primero
será rojo, el segundo verde y el tercero blanco. En el segundo se bordará la
Corona Imperial realzada con seda color de oro orlada con este mote: Religión,
Independencia Unión y al pie el número del regimiento o batallón. En cada
faja se pondrá una estrella de color opuesto conforme va figurado en el diseño:
en la roja blanca, en la verde roja, y en la blanca verde, en la misma forma y
lugar que denota el diseño. Las dos vistas de la bandera serán iguales. Dichas
estrellas serán de lienzo sobrepuesto. Los estandartes se arreglarán a lo preve-
nido para la Infantería.54

Muy pronto, Iturbide se dio cuenta de que las adhesiones a su causa iban
creciendo; que cuerpos de dragones, columnas de granaderos o gente en
particular proclamaban la independencia en sus respectivas jurisdicciones;
que otros engrosaban sus filas portando sus armas, algunos montados a ca-
ballo y vistiendo su antiguo uniforme de soldados realistas. Pero había un
problema: muchos no estaban enterados del movimiento ni conocían bien
a bien cuál era su objetivo. Aunque el estado de la opinión era a favor de la
independencia, no toda la gente del medio rural sabía leer y escribir, y no
leían los periódicos que a partir del mes de marzo comenzaron a editar los
colaboradores de Iturbide.
El Primer Jefe pudo notar que, a pesar de todos los medios que había
empleado, la gente dudaba de sus procedimientos porque no conocía los
puntos esenciales del Plan ni la misión que tenía su Ejército. En efecto, en
la proclama que dio a conocer el 1 de mayo de 1821 desde la villa de León

54 Circular dando a conocer el uniforme y banderas que deberán usar los cuerpos del
Ejército Imperial, en asedena, Exp. xi/481.3/ 155 (i).

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decía en uno de sus párrafos: “¿No basta el juramento que he presentado de
proteger la más cordial unión entre españoles europeos y americanos? ¿No
basta que unos y otros en la más dulce armonía militemos bajo las banderas
que llevan esta divisa… Religión… Independencia… y Unión? ¿No bastan once
años de afanes y sacrificios…?”55 Esto sugiere que, todavía a finales de abril,
los distintos cuerpos que conformaban el Ejército Imperial no portaban aún
la bandera con los colores blanco, verde y encarnado, por lo que Iturbide
debió expedir la orden circular que venimos comentando con el fin de que
toda la gente conociera la divisa señalada.56 Fue hasta entonces, y no antes,
que se comenzaron a bordar las primeras banderas del Ejército Imperial de
las Tres Garantías. Si la orden circular se expidió a principios de mayo y esta
tardó días en llegar a manos de los distintos comandantes; si a esto agre-
gamos que quizá no todos los jefes disponían de los lienzos y las telas para
hacer las banderas, y que posiblemente la orden circular generaba dudas en
su aplicación, entonces podríamos pensar que las insignias tricolores debie-
ron comenzar a manufacturarse entre finales de mayo y principios de junio
de 1821. De junio a septiembre en que se consumó la independencia, se
cuentan solo cuatro meses, y tuvo que ser en ese lapso cuando ondearon los
pabellones tricolores en los distintos territorios de la antigua Nueva España,
como escribió Lorenzo de Zavala:

A la voz de Iguala, todo el pueblo de México se puso en movimiento […] Los


Bustamantes, los Andrades, los Quintanares, los Barraganes, los Cortázares y
otros innumerables jefes que servían al gobierno español, y que durante los
últimos diez años combatieron por el gobierno colonial, tomaron a ejemplo
de Iturbide las banderas nacionales y los tres colores ondearon en pocos meses
por todas partes. Los jefes españoles, que estaban penetrados de la imposibi-
lidad de resistir este movimiento simultáneo, y que conocían la justicia de la
causa, se unieron a ella para sostenerla.57

55 Bustamante, Cuadro histórico de la Revolución mexicana, p. 144.


56 Alamán, Historia…, t. v, p. 160.
57 Zavala, Ensayo histórico de las revoluciones de México, desde 1808 hasta 1830, v. 1, t. i, pp. 89,

92-93.

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Parece ser que fue durante el mes de julio cuando se elevó la entrega de uni-
formes y de banderas para las tropas trigarantes, conforme a la orden circu-
lar ya mencionada. Con esto se quería evitar el uso de las antiguas insignias y
avanzar en cuanto a orden y disciplina en los cuerpos que se iban sumando
a la independencia. Cuando Antonio de Castro le pidió a Iturbide los estan-
dartes que pertenecían al antiguo Regimiento de Dragones de Tulancingo
que estaban junto con los del batallón del Príncipe, el vallisoletano respon-
dió que no había ningún problema para entregarle los estandartes “que se
van a mandar a todo el Ejército, al mismo tiempo [que el] uniforme”.58
Cuando se firmaban las capitulaciones, como en los casos de Valladolid
en mayo y Puebla en julio de 1821, se utilizó el vestuario de los individuos
que antes servían a las tropas del rey y que ahora pasarían a formar parte del
Ejército Trigarante.59 Inclusive, el vestuario que usaba el Regimiento del Co-
mercio de la ciudad de México fue reutilizado para rehabilitar la tropa que
en el mismo cuerpo serviría en el Ejército Trigarante.60 Quizá lo que ocurrió
entonces fue que, a falta de uniformes e insignias reglamentarias, la gente
nueva enlistada usó de los distintivos tricolores conforme a la orden circular.
En Querétaro, en la tercera semana de agosto, el comandante Miguel
Torres y el juez político acordaron publicar un bando “para que todo hom-
bre use la escarapela trigarante”, lo cual se verificó enseguida que se dio a
conocer, primero por los miembros del sector eclesiástico y luego por los
llamados “masónicos”, con lo cual se fue incrementando el entusiasmo de
la gente apática o que permanecía indiferente.61 Algún tipo de negocia-
ción tuvo que haber con el empleado del Ayuntamiento cuando Iturbide
pasó por aquel corregimiento, porque fue en el bando mencionado don-
de por primera vez el alcalde hizo uso del título de intendente interino
que le había conferido Iturbide, “declarando intendencia esta provincia de
Querétaro”.62

58 Castro a Iturbide, Tulancingo, 1 de julio de 1821, en Alessio, La correspondencia…,

t. ii, pp. 115-116.


59 Véase El Mejicano Independiente, n. 16; “Capitulación”, Puebla, 28 de julio de 1821,

Alessio, La correspondencia…, t. i, p. 178.


60 Iturbide a Filisola, México, 15 de septiembre de 1821, Alessio, La correspondencia…,

t. I, p. 206.
61 Torres a Iturbide, Querétaro, 21 de agosto de 1821, ibid.., t. ii, p. 76.
62 Anónimo, Acuerdos curiosos, p. 443.

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Previo a la entrada del Ejército a la capital del país, desde Tacubaya,
Iturbide ordenó a su Estado Mayor que el 16 de septiembre se presenta-
ran en su cuartel general “seiscientos infantes y cuatrocientos caballos de
los mejor vestidos, con sus correspondientes municiones”, 63 y esos fueron
seguramente los que los distintos artistas pudieron ver y representar poste-
riormente en los lienzos, objetos y pinturas que recordaban aquel aconteci-
miento.
No obstante la disposición de Iturbide relativa a uniformes y a bande-
ra, hubo algunos cuerpos armados que no pudieron vestirse conforme a la
orden circular, debido a la contingencia de la guerra, a la falta de dinero
para comprar paños y otras telas, a la falta de sastres o simplemente debido
a que este asunto se dejó hasta el final y a los jefes les ganó el tiempo. La
precariedad económica y la imposibilidad de vestir y armar completamente
a los nuevos reclutas que se sumaron al Ejército Trigarante se mantuvieron
prácticamente hasta el final de la campaña. Cuando Iturbide le pidió a
Miguel Torres, comandante de Querétaro, que le enviara la Infantería del
Batallón de Santo Domingo, este último le dijo que los cortos restos de
los cuerpos de Querétaro y de Sierra Gorda se componían de “reclutas y
hombres de menos importancia, todos desmontados y los más desnudos
sin opción de poderlos vestir”, lo cual demuestra la crítica situación que se
tenía en cuanto a uniformes.64
Otra de las divisiones que enfrentaron este tipo de problema es la que
comandaba Vicente Guerrero. Cuando las fuerzas trigarantes comenzaron a
entrar a la capital del antiguo virreinato desde el 24 de septiembre, el caudi-
llo del sur envió a Manuel Herrera, hombre de su confianza y subordinado
suyo, a comprar paños, forros y todo lo necesario para vestir a sus tropas;
sin embargo, se encontró con la dificultad de no encontrar un solo sastre
que se comprometiera a hacer el trabajo en tan pocos días. En su respuesta
le dijo: “Muy tarde, señor, dispuso vuestra excelencia la construcción de los
uniformes de la oficialidad, banda de tambor y músicos, porque está esta
ciudad, toda ya conmovida […] Repito a vuestra excelencia que me esforzaré
lo posible en hacer cuanto se pueda, pero no me atrevo a asegurar a vues-

63 Iturbide a su Estado Mayor, Tacubaya, 9 de septiembre de 1821, Alessio, La correspon-

dencia…, t. i, p. 203.
64 Torres a Iturbide, Querétaro, 11 de septiembre de 1821, ibid.., t. ii, p. 79-80.

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tra excelencia que todo se concluya, por la falta de sastre y el tiempo tan
corto”.65 Quizá esto influyó para que las tropas de Vicente Guerrero no
pudieran entrar a la Ciudad de México.
Cuenta Lucas Alamán que

nunca se había visto en Méjico una columna de dieciséis mil hombres, que pa-
recía de mayor número por ser la mitad de ella de caballería. Aunque muchos
cuerpos tuviesen en mal estado su vestuario y algunos no lo tuvieran absoluta-
mente como los pintos del sur, estas fuerzas, compuestas de los veteranos que
habían hecho la guerra desde el principio de la revolución en 1810, presenta-
ban un aspecto muy militar.66

Probablemente el vestuario de la división de Vicente Guerrero quedó listo a


mediados de octubre de 1821, pero como no alcanzaba el dinero para pagar
el costo de la manufactura, cuya cantidad se desconoce, se realizó una colecta
voluntaria en la capital en la que participaron alrededor de 180 personas, 10
corporaciones religiosas, un pueblo y una oficina del estanco, mismos que
hicieron sus aportes. Las cantidades iban desde uno hasta 200 pesos, desta-
cándose con esta última cifra el impresor Mariano de Zúñiga y Ontiveros,
los frailes del convento de la Merced y los padres de San Felipe Neri. Los
conventos de monjas dieron entre 90 y 100 pesos cada una. Aparte estaban
decenas de licenciados, bachilleres, doctores teólogos, mujeres, así como
algunos militares, títulos de nobleza y gente común que también dieron su
colaboración. De acuerdo con la lista que dio a conocer Zúñiga y Ontiveros,
en ella no se incluyeron las cantidades menores para no hacerla más larga,
reuniéndose un total de tres mil quinientos setenta pesos cinco y medio
reales.67

65 avg,Lib. s/n. fs. 798r-798v, Manuel Herrera a Vicente Guerrero, Capital del Imperio
Mexicano, 25 de septiembre de 1821.
66 Alamán, Historia…, t. v, p. 332.
67 avg [impreso], “Lista. De los señores que voluntariamente han concurrido con las

cantidades que se espresan para el estuario de las Tropas de la división del señor Guerrero”,
México, 15 de octubre de 1821.

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Escudos de distinción

Es sabido que, durante los meses que duró el movimiento trigarante, los
enfrentamientos propiamente bélicos fueron contados. Estamos hablando
de no más de dos o, quizá, tres acciones militares donde hubo un saldo
sangriento para ambas partes, independientemente de quién se haya decla-
rado vencedor. En una guerra por lo general todos pierden. Al término de las
acciones, luego de que el comandante rindiera el parte oficial a su superior,
que destacara el comportamiento mostrado por los soldados, jefes y oficia-
les en el combate, así como el saldo final del encuentro, la máxima auto-
ridad en el gobierno acostumbraba conceder ascensos militares, premios
económicos y, desde luego, escudos de distinción. Eso lo sabía muy bien
Iturbide porque él mismo fue objeto de este tipo de reconocimientos cuando
ascendió a capitán de la compañía de Huichapan, luego de la batalla contra
los insurgentes en Monte de las Cruces, y se concedió al Regimiento de Tres
Villas un distintivo análogo a aquel hecho.68 Así que, durante las trigaran-
cia, el Primer Jefe solo continuó con esa práctica e inclusive la prolongó por
unos meses más, cuando ya era presidente de la Regencia.
Los dos primeros rubros eran fundamentales para el soldado u oficial,
porque era de esa manera como podían ascender en la jerarquía castrense,
ampliar su hoja de servicios y mejorar su situación económica personal junto
con la de su familia. El tercero tenía un significado especial para ellos, por-
que era en los combates donde tenían la oportunidad de demostrar su valor
y alcanzar la gloria. La única manera de verse recompensados era a través
del otorgamiento de una insignia o escudo de distinción, especie de prerro-
gativa, título o señal particular que se concedía a pocos, para diferenciarlos
de los demás.69
Conviene recuperar esto que la gente de aquella época tenía claro, por-
que nos permite entender lo que representaba para ellos obtener tal dis-
tintivo: “Insignia y señal son dos cosas muy distintas: porque, aunque toda
insignia es señal […] no toda señal es insignia… Luego no toda señal es insig-

68 Alamán, Historia…, t. i, pp. 482-483.


69 DA, 1732, v. 2, t. iii, p. 312.

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nia, porque señal es la que como quiera señala, pero insignia es la que señala
y distingue con honra, con ventaja, con estimación; por eso se llaman insig-
nias las que distinguen, al caballero el hábito, al doctor la borla, al alcalde la
vara, al oidor la garnacha”;70 y nosotros agregaríamos: al oficial, sus divisas
y escudos.
En un inicio los escudos no eran otra cosa que una tarjeta en que se
pintaban las armas o insignias que tenían cada familia, y los soldados que
iban a luchar traían pintadas en sus escudos sus hazañas y empresas. Poste-
riormente se hicieron de tela en forma circular u ovalada. En ellos se repre-
sentaban figuras acordes con los hechos de armas, ramas de oliva y laurel o,
en su caso, una leyenda, lema o mote que manifestaba el designio particular
que el soldado había alcanzado, unas veces en términos sucintos; otras, por
algunas figuras y, otras, por ambos modos.
Los escudos de distinción eran para mostrarse y el lugar elegido para
ello fue el brazo izquierdo del uniforme del soldado. Luego de un combate,
lo que se obtenía con el logro de un escudo era honor y gloria. Es verdad
que a un soldado u oficial del Ejército no le hacía falta una insignia para
tener honor, pero en los hechos, al alcanzar tal distinción, el nombre del
soldado se redimensionaba, lo hacía diferente a sus compañeros de piquete
o de escuadrón; era visto con mayor estima y se convertía en un ejemplo a
imitar. Honor era lo que buscaban muchos soldados trigarantes de aquella
época, y la mejor manera de lograrlo era mostrando valor y pundonor en el
combate, tomando por asalto una plaza o un sitio fortificado, o continuar
luchando a pesar de sus heridas y de la desproporción que había en el núme-
ro de combatientes, como ocurrió a principios de junio de 1821 en Arroyo
Hondo, muy cerca de Querétaro. Este fue el primer enfrentamiento entre
trigarantes y realistas que mereció un escudo de distinción, pero, a la vez, el
último en ser entregado a los que participaron en él.
En efecto, el hecho es memorable porque, al pasar el Ejército Trigarante
frente a Querétaro, la vanguardia se componía de quince infantes a las ór-
denes del capitán Mariano Paredes y Arrillaga y quince dragones mandados
por Epitacio Sánchez. Iturbide marchaba con el ejército varias leguas atrás.
El coronel Froilán Bocinos, comandante de la plaza de Querétaro que estaba

70 DA, 1732, v. 2, t. iii, p. 280.

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al frente del segundo batallón del Regimiento Expedicionario de Zaragoza,
salió a atacarlos acompañado de un número considerable de tropa. El autor
anónimo de los Acuerdos curiosos relata que “salió de esta plaza una partida
compuesta de 50 Dragones del Príncipe, la parada del día, 40 de Sierra Gorda
y otros piquetes cortos; de éstos entrarían en lance cosa de ciento y cuarenta
habiéndose batido cerca de Arroyo Hondo”.71 Alamán, por su parte, dice
que el número ascendía a 400, y que

atacado por toda la fuerza de Bocinos, Paredes se resguardó contra el repecho


de unas peñas y se sostuvo valientemente, hasta que, llegando Iturbide, Boci-
nos tuvo que retirarse, dejando en poder de los independientes gravemente
herido al mayor del regimiento del Príncipe don Juan José Miñón y al alférez
don Miguel María Azcárate, habiendo muerto de las heridas que recibió en la
acción el capitán del mismo cuerpo don José María Soria, y quedando heridos
otros oficiales.72

En el saldo coincide el autor de los Acuerdos curiosos, al señalar que “hubo


del Príncipe el sargento mayor (comandante del piquete) extraviado con más
un subteniente y un sargento. Dos capitanes heridos, un sargento y seis sol-
dados [heridos] de Zaragoza, un oficial herido, un cabo muerto y [en blanco
en el original] soldados heridos. Toda la partida fue al mando del teniente
coronel don Pablo Maulián, jefe del dicho”.73
Alamán da a entender que, luego de aquellas muestras de valor, Iturbi-
de accedió a otorgar a los hombres de Paredes y Sánchez un escudo con la le-
yenda “30 contra 400”, por la acción contra los realistas en Arroyo Hondo,
cerca de Querétaro.74 Pero Sánchez Lamego precisa que este reconocimien-
to fue entregado varios meses después de consumada la independencia, du-
rante la fiesta del 12 de diciembre dedicada a nuestra señora de Guadalupe.
Fue impuesto por el general Domingo Luaces, antiguo comandante realista

71 Anónimo, Acuerdos curiosos…, t. iv, p. 435.


72 Alamán, Historia…, t. v, p. 291.
73 Anónimo, Acuerdos curiosos…, t. iv, p. 435.
74 Alamán, Historia…, t. v, p. 219. Alejandro Villaseñor y Villaseñor ofrece un relato

diferente sobre lo sucedido en esta acción. Véase Villaseñor, Biografías de los héroes y caudillos
de la independencia, t. ii, pp. 255, 256.

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de Querétaro y uno de los pocos generales españoles que reconocieron la
nación mexicana como su segunda patria.75 El escudo era de forma circular,
en el borde llevaba la inscripción “treinta contra cuatrocientos en
7 de junio de 1821” con letra bordada en oro, no con números como lo
refiere Alamán, y en el centro, orlado con ramas de laurel decía: “por la
independencia”.76 Así quedó consignada en la historia y en la memoria
aquella acción de armas.
Concepción Lombardo, en sus Memorias, recuerda que uno de esos ofi-
ciales, que con el paso de los años alcanzó título de general, era primo de su
madre. Se trataba del general José Vicente Miñón, un militar que fue popu-
lar en México “por su mala cabeza, arrojo y valentía. El año 1821 fue uno
de los que en la batalla de Arroyo Hondo derrotó a 400 españoles, siendo
solo treinta el número de los mexicanos. Esto le valió una decoración (sic)
llamada de los 30 contra 400; fue el único de esos valientes que no murió.
Se podrían escribir volúmenes de sus calaveradas, murió ciego y muy pobre
a los ochenta años”.77
Un segundo enfrentamiento que ocasionó la entrega de otro escudo
por parte de Iturbide es el que tuvo lugar el 19 de junio del mismo año en
la Hacienda de la Huerta, cerca de Toluca. En ella participaron las fuerzas
trigarantes conformadas por 500 hombres, en su mayor parte de Caballería,
al mando del comandante Vicente Filisola, y las tropas realistas integradas
por 450 soldados de infantería, 200 de caballería y 24 artilleros al mando
del coronel Ángel Díaz del Castillo. Esta última, en palabras del propio Fi-
lisola, era “la División más bonita que hasta entonces había visto” y por lo
que pudo apreciar a la hora del combate “se componía de las mejores tropas
del reino”.78 Aparte de la manera en que Filisola distribuyó sus fuerzas en
un terreno que guardaba ciertas características particulares, y del cambio

75 Sánchez, “La célebre acción de Arroyo Hondo. Treinta contra cuatrocientos (con-

cluye)”, Revista del Ejército. Órgano de divulgación militar de la Secretaría de la Defensa Nacional
Dirección Técnica Militar (Sección de Publicaciones e Historia), pp. 618, 621.
76 El escudo se puede observar en el libro de Lewis y Frid Torres, Condecoraciones mexi-

canas, p. 79.
77 Memorias de Concepción Lombardo de Miramón, preliminar y algunas notas de Felipe

Teixidor, p. 32, nota 10.


78 Parte militar de Filisola enviado a Iturbide, Hacienda de Barbabosa, 20 de junio de

1821, en Alessio, La correspondencia…, t. i, pp. 132, 133.

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de táctica que empleó en pleno combate al pasar de una posición defensiva
a otra ofensiva, moviendo sus escuadrones de Caballería que peleaban a
punta de espada y del batallón de Infantería con cargas a la bayoneta –situa-
ción que al final decidió la victoria de los trigarantes luego de una acción
“general y horrorosa”–, es digno de destacar el carácter humanitario de Fili-
sola que, conmovido por la agonía de oficiales y de soldados enemigos que
no hacía mucho habían sido sus compañeros de lucha, ordenó que varios
de sus subordinados se desprendieran de sus camisas para cubrir a aquellos
y vendar sus heridas, permitiendo al coronel Castillo “que con todos sus
heridos que pasaban de ciento, se retirase a la ciudad de Toluca, haciéndolo
escoltar por ciento cincuenta caballos de mi regimiento a las órdenes del
teniente coronel don Joaquín del Calvo, a fin [de que] no fuese molestado
en el camino”.79
Cabe señalar que el uso de la cucarda o de ciertos distintivos por los
hombres de armas no solo servía para mostrar la adhesión a tal o cual par-
tido; era muy importante llevar las respectivas divisas para poder distinguir
a los enemigos a la hora del combate. Aun así, existieron confusiones y se
llegó a herir o a asesinar un compañero por error. Filisola informó a Iturbi-
de que entre sus bajas había tenido la del subteniente de Fernando VII, Pío
Parra, “a quien por equívoco mató un dragón nuestro”.80 El virrey Apodaca
ratificó esto unas semanas después, cuando escribió al mariscal de campo
Pascual Liñán, diciéndole que “en la acción de La Huerta cerca de Toluca,

79 Parte militar de Filisola enviado a Iturbide, Hacienda de Barbabosa, 20 de junio de

1821, ibid.., t. i, p. 134. Semanas después, Filisola hizo varias aclaraciones al parte militar del co-
ronel Ángel Díaz del Castillo, que este había remitido a sus superiores tergiversando los hechos
y justificado de algún modo su derrota. El escrito de Filisola es importante porque ofrece otros
detalles del combate que no mencionó en su primer informe rendido a Iturbide. Allí menciona
la manera en que los infantes y caballos realistas huyeron en dispersión, dejando abandonada
la columna de sostén y la artillería; de la Caballería, que al primer choque huyó vergonzosa-
mente a refugiarse en la Hacienda; del susto que experimentó el coronel Díaz del Castillo con
la respuesta de los independentistas, al grado que fue “incapaz de disponer nada”; del aguar-
diente que repartió a la tropa para volver a la carga después de un descanso; de su ingratitud,
al no reconocer que fue Filisola el que propuso y ordenó ayudar a los enemigos heridos; y,
finalmente, de las bajas que tuvieron “de 10 entre jefes y oficiales y cerca de trescientos de tropa,
entre muertos y heridos de varias armas”. Zitácuaro, junio de1821, en ibid., t. i, pp. 182-187.
80 Parte militar de Filisola enviado a Iturbide, Hacienda de Barbabosa, 20 de junio de

1821, ibid.., t. i, p. 134.

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se ha advertido por varios oficiales que los sublevados en caballería del Ejér-
cito Nacional conservaban una cinta blanca en el sombrero que usaban,
con cuyo motivo se mezclaban con los nuestros causando algunas muertes
y heridas”; para evitar desgracias semejantes, determinó “que inmediatamente
se quiten de los sombreros redondos las cintas blancas y no lleven en él otro
adorno que levantada el ala izquierda con una presilla y botón blanco, y escara-
pela encarnada en ordenanza, cuya orden circulará vuestra señoría a las tropas
de esta guarnición y demás puntos donde se hallan tropas en dicha arma”.81
Tan pronto como Iturbide recibió el parte de Filisola, el vallisoletano
se apresuró a concederles ascensos y condecoraciones, a través de un oficio
que decía:

Que usen todos los que se unieron en día tan señalado, un escudo en campo
blanco orlado de verde en la circunferencia, y en su centro el lema: Denuedo en
la batalla y piedad con los vencidos a la vista de Toluca en 19 de junio del primer año
de la libertad. En los oficiales será bordado de oro, y seda para la tropa. El de
vuestra señoría tendrá, además, la expresión en el principio: Filisola. A mayor
abundamiento acompaño a usted el despacho de coronel del Regimiento de
Caballería de Toluca, no ya por la decidida victoria que logró contra las tropas
del señor Conde del Venadito, sino por la nobleza con que vuestra señoría y
toda su División han sabido vengarse de sus enemigos comunes y particulares.82

Unos días después desde Zitácuaro, Filisola respondió a Iturbide dándole


cuenta del admirable “entusiasmo con que los señores jefes, oficiales y tro-
pa de esta división de mi cargo han recibido el distintivo del escudo con
que vuestra señoría se ha dignado favorecerlos, por cuya gracia tributan
a vuestra señoría, y yo también por mi parte, el más alto reconocimiento,
deseando todos ocasión de ocuparse nuevamente en obedecimiento de sus
órdenes y servicio de la patria”.83

81 Liñán al teniente coronel Pedro Ruiz de Otaño, México, 4 de julio de 1821, en ase-
dena, Exp. XI/481.3/38, fs. 16-16v.
82 Iturbide a Filisola, Querétaro, 28 de junio de 1821, en asedena, Exp. xi/481.3/32.

Las cursivas son nuestras.


83Filisola a Iturbide, Zitácuaro, 6 de julio de 1821, en Alessio, La corresponden-
cia…, t. i, p. 152.

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Finalmente, tenemos la acción de Azcapotzalco en la que se enfrenta-
ron las tropas trigarantes al mando de Anastasio Bustamante contra las fuer-
zas realistas que encabezaba Francisco Buceli y Manuel de la Concha, estos
últimos bajo las órdenes ya del mariscal de campo Francisco Novella quien,
luego del golpe militar del 5 de julio de 1821 que depuso al virrey Ruiz de
Apodaca, lo dejó a él a la cabeza de la Nueva España. Sin embargo, su le-
gitimidad fue muy cuestionada, pues como apunta Orozco Piñón, tanto el
Ayuntamiento de la capital como la Diputación Provincial no le reconocían
otro título que el de gobernador militar de la plaza.84
No fue en realidad, un ataque planeado con objetivos militares preci-
sos. Todo empezó aquel día 19 de agosto con algunos tiroteos en el puente
del camino de Azcapotzalco a Tacuba; le siguió otro enfrentamiento entre
las fuerzas de Concha que persiguió la retaguardia de los trigarantes que se
retiraban a la hacienda de Careaga, y antes de llegar “se empeñó allí la ac-
ción con mucho denuedo”. Luego Bustamante obligó a Concha a retirarse a
Azcapotzalco y aquel fue en su persecución; intentó tomar la iglesia, pero al
final optó por la retirada. Luego quiso llevarse el cañón que había colocado
en la plazuela inmediata al cementerio de la parroquia y que permanecía
atascado, pero cuando Encarnación Ortiz, alias “El Pachón”, y Manuel Ara-
na que le acompañaba quisieron llevárselo, cayeron muertos en el intento.
La victoria no fue de nadie, aunque ambos bandos la proclamaron como
suya: “Los trigarantes por haber obligado a los realistas a retirarse a Azca-
potzalco; los realistas por haberse apoderado de un cañón y haber perma-
necido dueños del campo, del que se retiraron el siguiente día”. Lo único
cierto es que en todas esas refriegas se perdió la vida de muchos hombres
inútilmente.85
Para premiar el mérito de los oficiales y los soldados que participaron
en aquella batalla, Iturbide concedió ascensos, otorgó escudos de distinción
y una paga extraordinaria a dos de estos últimos. Por ejemplo, los capitanes
de los regimientos de la Corona, Vicente Enderica; de Celaya, Valentín Ca-
nalizo; de Fieles de Potosí, Manuel Arana, así como el teniente de Celaya,
Manuel Arroyo, fueron ascendidos al grado inmediato superior. En cuanto a

84 Véase Orozco, “La última defensa del gobierno virreinal de Nueva España”, BiCente-

nario, el ayer y hoy de México, pp. 6-13.


85 Alamán, Historia…, t. v, pp. 286-291.

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los escudos, Iturbide decidió entregarlo en tres categorías, diferenciándolos
con los tres colores trigarantes: un primer grupo portaría en el brazo izquier-
do un escudo en campo verde con el lema: “se distinguió en la brillante
acción del 19 de agosto de 1821”. En él se encontraban el teniente co-
ronel del Regimiento de la Corona, Francisco Cortázar y el sargento mayor
del mismo cuerpo, Tomás Castro; el comandante del Escuadrón de Fieles
de Potosí, Esteban Moctezuma; los tenientes del Príncipe, Manuel Valiente
y José María Castillo; el sargento mayor del Batallón Ligero de Querétaro,
Cayetano Montoya, y el ayudante del mismo cuerpo, Antonio Chávez; por
último, los capitanes Pablo Erdozain y Miguel Barreiro, y el subteniente de
artillería José María Sandoval. Un segundo grupo lo constituían los heridos
en combate, quienes luego de su restablecimiento llevarían otro escudo en el
mismo brazo en campo rojo con el lema: “vertió su sangre por la liber-
tad de méxico en 19 de agosto de 1821”. El resto de los oficiales y tropa
que habían participado de aquella victoria conformaron el tercer grupo. Lle-
varían su escudo en el mismo brazo en campo blanco con una inscripción
que decía: “acción victoriosa por la felicidad de méxico 19 de agos-
to de 1821”. En cuanto a las recompensas económicas, solo los cabos Mateo
Palacios y Joaquín Elías disfrutaron de dos pesos de ventaja sobre el prest que
recibían, y las esposas de los caídos en combate recibirían una pensión del
gobierno.86 Novella también hizo celebrar esta supuesta victoria publicando
el parte del coronel Concha en la Gaceta, pero, además, concedió empleos,
grados y escudos a los que habían participado en la acción, aplaudiendo la
fidelidad de los oficiales nacidos en el virreinato.87
No obstante la política de premios y recompensas emprendida por Iturbi-
de, un buen número de oficiales y soldados que se incorporaron al Ejército

86 Iturbide a Quintanar, Puebla, 30 de agosto de 1821, en Alessio, La correspondencia,


t. i, pp. 66-68. Philip Frid y Max Frid dieron a conocer los distintos modelos de “cruces de
Azcapotzalco” treboladas con los brazos esmaltados de colores rojo, verde y blanco; al centro
los botones esmaltados con el templo de Azcapotzalco y en su parte posterior otro botón
con las tres distintas leyendas mencionadas. El material está hecho de oro, plata y cobre. En
cambio, los escudos de distinción de Azcapotzalco están fabricados con tela, hilos de plata y
colores; son circulares, al centro se observa el convento de Azcapotzalco, uno con fondo azul
y el otro en gris, y en el exergo “por la independencia”. Lewis y Torres, Condecoraciones…,
v. i, pp. 74-79.
87 Alamán, Historia…, t. v, p. 291.

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Imperial de las Tres Garantías aún hacían uso de escudos, veneras y medallas
que les habían concedido los gobiernos de Venegas, Calleja o Apodaca por
los servicios que prestaron al gobierno español en la guerra contra los insur-
gentes. Como bien lo detectó un publicista en septiembre de 1821, era hacer
“gala del san Benito”; por eso la Gran Cruz de Isabel la Católica se había he-
cho odiosa en España y varios diputados de las mismas Cortes habían pedido
su extinción. Concluía el publicista invitando a tales oficiales condecorados
a “imitar el bellísimo modelo que tienen en el señor Iturbide, que no solo
tales distintivos, pero aun los tres galones arrancó de su uniforme”.88
Otro escritor, de origen michoacano, recogió ese mismo artículo y lo
publicó junto con un soneto de su autoría. En él exhortaba a los habitantes
de la provincia de Michoacán a unirse a la libertad, a la verdad y a la justi-
cia, como ya lo habían hecho Guadalajara y Puebla, pero, además, criticó a
los antiguos oficiales realistas que hacían gala de los escudos de honor que
les concedieron cuando luchaban contra los insurgentes. Decía que ador-
narse con tales señales era una incivilidad, pues esos oficiales fueron los
verdugos de sus hermanos; por ello solicitaba que dichas insignias fueran
quemadas.89
Una postura similar adoptó José Joaquín Fernández de Lizardi, el famo-
so Pensador Mexicano, quien, en una de sus publicaciones de mediados de
noviembre de 1821, propuso entre otras cosas, que se eliminaran los distin-
tivos y escudos que recordaban el dominio de España, por no ir acorde con
los nuevos tiempos.90
No sabemos hasta qué punto esta exigencia fue atendida por los anti-
guos oficiales realistas. El 31 de octubre se autorizó al teniente coronel Ni-
colás Cosío usar de la Cruz de San Hermenegildo “y a todos a quienes esté
concedida esta gracia el uso de ella, siempre que el diploma tenga puesto el
cúmplase de ordenanza”.91 Todavía a principios de 1822, Manuel de la Sota

88 Diario Político Militar Mejicano, t. I, núm. 16, domingo 16 de septiembre de 1821, en

Genaro García, Documentos…, t. iv.


89 Suplemento al número 38 de La Abeja Poblana, Meza y Olivera, Catálogo de la Colección

Lafragua…, p. 361.
90 Fernández, Cincuenta preguntas del Pensador a quien quiera responderlas. Está fechada en

México el 18 de noviembre de 1821.


91 Autorización al teniente coronel Nicolás Cosío para usar la Cruz de San Hermenegildo.

México, 31 de octubre de 1821, en asedena, Exp. xi/481.3/29. 1 foja.

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Riva Llano y Aguilar se ostentaba como “caballero de las órdenes militares
de primera clase de San Fernando y con plaza de la de San Hermenegildo,
mariscal de campo de los Ejércitos del Imperio Mexicano, inspector de las
tropas de Infantería del mismo, capitán general y jefe superior político de la
provincia de México”, lo cual nos lleva a pensar que las viejas distinciones
concedidas por el monarca español se mantuvieron por algún tiempo.92

Divisas para el Ejército imperial

El uso de un determinado vestuario con ciertos colores e insignias era fun-


damental en las sociedades corporativas de Antiguo régimen, mismo que,
junto con el protocolo, el ceremonial y la etiqueta, decían mucho de las dife-
rencias y del estatus de una persona. El sector castrense no fue la excepción
ni escapó a esa realidad; se puede ver en sus distintos uniformes, en sus divi-
sas y en sus condecoraciones, mismas que correspondían a un determinado
grado militar y a sus méritos en campaña.
El orden jerárquico de un ejército moderno, en cuanto institución, se
representa a través de su uniforme pero, sobre todo, de las divisas que uti-
liza. Esta palabra tiene distintas acepciones y ha dado pie a serias confusio-
nes: puede referirse a un distintivo que sirve para distinguir unos cuerpos
de otros, normalmente a partir de un color determinado o de un tipo de
arma; se usa también para designar cada uno de los grados o jerarquías mi-
litares dentro de un mismo ejército, las cuales se han representado a través
de estrellas, barras y galones; y, por último, una divisa también es el lema o
mote que “manifiesta el designio particular que uno tiene”, como fue común
escucharlo en tiempos de la trigarancia: ¡Religión, Independencia, Unión!93
El uso de una divisa era resultado de un ascenso militar y, por consi-
guiente, de un mejor salario. Puesto que la divisa era distintiva de una de-
terminada jerarquía, esta no solo tenía que ver con una situación de estatus,

92 Guía de forasteros de este Imperio Mexicano y calendario para este año de 1822, p. 51.
93 Borreguero, Diccionario…, p. 115; DA, 1732, v. 2, t. iii, p. 318.

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sino también con cuestiones monetarias. El sueldo de todos los integrantes
del Ejército variaba en función de la jerarquía que ostentaban y el tipo de ser-
vicio que desempeñaban; por eso, cuando los oficiales solicitaban su retiro,
pedían que se les concediera goce de fuero, uso de uniforme y una pensión
para poder mantenerse.
Sabido es que la mayoría de los distintos cuerpos de ejército que había
en Nueva España se crearon desde muy antiguo. Tenían nombre propio, se
constituyeron de nuevo bajo el reglamento del 8 de mayo de 1812 y porta-
ban un determinado uniforme, acorde con la clase de arma. Además, ciertos
empleos militares como el de coronel graduado y los que en menor graduación
eran servidos por títulos de Castilla tenían anexo el tratamiento de Seño-
ría.94 Lamentablemente, las fuentes documentales no siempre son especí-
ficas respecto al tipo de divisas que usaban y que eran las que, en distintas
épocas, habían servido para diferenciar los grados en la milicia.95 A eso obe-
dece que nos ocupemos aquí de las divisas de los jefes, oficiales y soldados
del Ejército Imperial Mejicano y de la jerarquía que tenían.
Lo más probable es que, no obstante ese acto rupturista realizado por
Iturbide en Iguala, de arrancarse los galones de su uniforme, propios de su
grado de coronel, las fuerzas trigarantes habrían continuado en el uso de sus
antiguas divisas. Al menos no conocemos una disposición de Iturbide a ese
respecto. Lo que definitivamente no hizo, y así se lo manifestó a varios de
sus subordinados, fue concederles un grado superior al que él tenía, además
del de Primer Jefe. Por ejemplo, Vicente Filisola se mantuvo un buen tiem-
po como teniente coronel, hasta que, con motivo de la victoria conseguida
contra los realistas en la Hacienda de la Huerta, cerca de Toluca, le expidió
el grado de coronel y lo mantuvo en su empleo como comandante de la 13a.
División del Ejército Trigarante.96 Sería hasta que la Soberana Junta Provi-
sional Gubernativa otorgó a Iturbide el título de generalísimo que se conce-

94 Calendario manual y guía de forasteros en México, para el año de 1820. Bisexto, por don

Mariano de Zúñiga y Ontiveros, Con privilegio, En la oficina del autor. El concepto de gra-
duado en un empleo significa que el militar tiene un grado menos. Un coronel graduado es
un teniente coronel que ejerce un cargo que debe ocupar un coronel. Agradezco esta infor-
mación al mayor en retiro e historiador militar, Antonio Campuzano Rosales.
95 Ruiz, Evolución de las divisas en las armas del Ejército Español.
96 Iturbide a Vicente Filisola, Querétaro, 28 de junio de 1821, en asedena, Exp.

XI/481.3/32, 3 fs.

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derían grados superiores al de coronel, para premiar los méritos contraídos
en la campaña por la independencia. 97
El reglamento de creación de nuevas divisas para el Ejército Imperial
se dio a conocer semanas después de la entrada de Iturbide a la ciudad
de México. Parece que en su elaboración tuvo mucho que ver el brigadier
Melchor Álvarez Thomas, aquel antiguo comandante militar que gobernó la
provincia de Oaxaca durante el retorno al absolutismo, el mismo que,
a principios de septiembre de 1821, se pasó a las fuerzas trigarantes y
a los pocos días fungirá como jefe del Estado Mayor a las órdenes de
Iturbide.98
El 29 de noviembre Iturbide envió una circular al inspector general
de caballería, acompañada del reglamento y de modelos de divisas que ha-
bían sido aprobadas para el Ejército Imperial. Además, le pidió que diera
la orden para que se difundieran a la brevedad. En la ciudad de México
deberían comenzar a usarse el 12 de diciembre siguiente y en el interior del
país, a partir del 24 de febrero de 1822, “precisamente y sin distinción de
personas”. Le decía que más tarde le enviaría diversos ejemplares para que
los distribuyera en la inspección a su mando.99
El brigadier Morán, que además ostentaba el título de marqués de Vi-
vanco, dio a conocer la orden al día siguiente, advirtiendo en su oficio que,
en cuanto a las láminas relativas a las divisas y gafetes, todos los oficiales
que las requirieran debían pasar a verlas a su oficina para no retardar el
cumplimiento de la orden; que cuando hubiese suficientes ejemplares en-
tregaría a cada jefe el que le correspondía.100 Solo fue cuestión de días. En
la primera semana de diciembre Morán remitió a Diego Rubín de Celis, co-
mandante del depósito general, un ejemplar del cuaderno que le hizo llegar
el jefe del Estado Mayor, el cual contenía el modelo de divisas que deberían

97 Alamán, Historia…, t. v, pp. 363-364.


98 Sobre la trayectoria de este personaje véase Luis Alberto Arrioja Díaz Viruel y Carlos
Sánchez Silva, “Melchor Álvarez Thomas, comandante general de la intendencia de Oaxaca,
1813-1818”, Olveda, Los comandantes, pp. 219-252.
99 Circular de Iturbide dirigida al brigadier José Morán, Inspector General de Caba-

llería, sobre Reglamento de divisas. México, 29 de noviembre de 1821, en asedena, Exp. xi­
/481.3/75, f. 3-3v.
100 El marqués de Vivanco difunde una Circular expedida por Iturbide sobre uso de

divisas, México, 30 de noviembre de 1821, en asedena, Exp. xi/481.3/75, f. 8, 10v.

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usar, según sus grados del 12 en adelante, los jefes y oficiales del Ejército del
Imperio Mexicano.101
El reglamento de “Divisas del Ejército Imperial” solo consideró 12 grados
militares y fue organizado de manera jerárquica, empezando por el grado más
bajo, que era el de subteniente o alférez, seguido de tenientes, ayudantes, ca-
pitanes, sargentos, tenientes coroneles, coroneles, brigadieres, mariscales de
campo, tenientes generales, capitanes generales y el recientemente creado
de generalísimo. Con excepción del último, el resto estaban comprendidos
en las Ordenanzas militares de España. El título de ‘Primer Jefe’, que había
tenido Iturbide, dejó de usarse.
En todos los grados destaca el empleo de charreteras y de palas en los
hombros: podían ser hechas con hilos de oro o de plata, lisas o bordadas,
con canelones gruesos o sin ellos. Solo en los jefes y generales se introdu-
cían otras particularidades: bordado de plata para el brigadier, de oro para el
mariscal de campo. Los últimos cuatro grados en la jerarquía contemplaban
como divisas dos águilas realzadas en las charreteras, botón de metal en oro
con un águila y, sobre ella, una corona imperial que se iba a acuñar en
la Casa de Moneda de México. Además, estaban las fajas de general, que
para los mariscales sería de color verde; para los tenientes generales, roja o
encarnada; para los capitanes generales, blanca; y para el generalísimo, azul
celeste. Este último llevaría sobre las charreteras un sol bordado de piedras.
También usarían divisas diferentes el coronel efectivo y el coronel graduado,
cuya única diferencia era una estrella de color contrario al de la pala que se
mostraba en el diseño. En los dragones de caballería sobresalían las armas
americanas del arco y flecha, además del morrión y un par de sables, mien-
tras que los oficiales del Estado Mayor llevarían como divisa al cuello un
águila imperial con las alas desplegadas.102
Otra parte del reglamento se refería al uniforme, divisas y objetos que,
como símbolos de poder, debían llevar los oficiales en los eventos de gala:

101 El
marqués de Vivanco a Diego Rubín de Celis, México, 6 de diciembre de 1821, en
asedena, Exp. xi/481.3/75, f. 9-9v.
102 Reglamento de Divisas para los generales jefes subalternos del ejército imperial mexicano,

bnm, laf 308.

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El uniforme de brigadieres en gran gala será calzón corto de casimir blanco,
chaleco de lo mismo, zapato con hebilla y medias de seda, casaca azul turquí
oscuro solapa cuello y vueltas de grana bordadas éstas de plata. Lámina 1ª. Forro
encarnado y las charreteras indicadas.
Los brigadieres que son coroneles de cuerpo usarán del uniforme del que
mandan llevando el bordado en la vuelta y las charreteras indicadas.
Los mariscales de campo lo mismo que los brigadieres, con la diferencia
que el bordado será de oro.
Los tenientes generales como los mariscales de campo, con solo la diferen-
cia de llevar bordadas las costuras todas de la casaca.
Capitán general lo mismo que el anterior.
Generalísimo. [lo mismo que el anterior] llevando todos la faja de color
designada a cada uno.
Desde brigadier hasta generalísimo podrán usar de petis azules oscuros
o negro abrochados, con los bordados en el cuello y vueltas o fraques de los
mismos colores bordado al cuello y vueltas, y podrán igualmente usar de pan-
talón oscuro o blanco. En los días de media gala usarán los petis con pantalón
blanco, bota entera o media bota.
Desde mariscal de campo inclusive arriba, podrán vestir de paisano excep-
to los días de gala o media gala, pero usando las fajas de su graduación.
Las divisas de toda la Caballería e Ingenieros serán de plata; las de Infan-
tería y Artillería serán de oro.
Los coroneles graduados llevarán las charreteras de oro o plata de canelo-
nes gruesos con la pala bordada, pero sin estrella. Lámina 4ª.
Los gafetes que deberá usar todo el Ejército se indican en las láminas 6, 7
y 8 siendo el águila que se demuestra en esta última para el cuello del uniforme
de los individuos del Estado Mayor.
El uso de bastón queda prohibido y solo podrán usarlo los que sean jefes,
aún cuando tengan graduación inferior.
Los capitanes graduados de teniente coronel y los demás que en la clase de
subalternos tengan grado inferior, usarán del distintivo del grado que tengan
según queda señalado a las clases, pero no usarán bastón.103

103 Divisas del Ejército Imperial, México, 16 de octubre de 1821, en asedena, Exp. xi­
/481.3/75, f. 4-6.

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Reflexiones finales

Además de las divisas, hubo otros dos elementos simbólicos importantes


que permiten apreciar la impronta que dejó el movimiento trigarante en los
meses posteriores a la consumación de la independencia: el inicio de lo que
podríamos considerar una nueva data, al acuñar en periódicos, insignias
y correspondencia lemas que decían: “año primero de la Independencia”,
“primer año de la libertad “o “primero de nuestra Independencia”. El otro
fue la instauración de fechas conmemorativas que formarían parte de un
nuevo calendario festivo, ya estudiado por Garrido Asperó,104 y que el go-
bierno trataría de inculcar en la mente y en el corazón de los habitantes del
primer imperio, como el 24 de febrero, para recordar la promulgación del
Plan de Iguala y la instalación del Soberano Congreso Constituyente; el 2
de marzo, en que se hizo la jura de la Independencia por parte del Ejército
Trigarante en Iguala; y, por último, el 27 de septiembre, día en que fue ocu-
pada la capital del futuro imperio por ese mismo Ejército.
Como pudimos observar, los rituales y actos ceremoniales que se reali-
zaron en el pueblo de Iguala el 2 de marzo de 1821 se mantuvieron inalte-
rables en su forma, con misa, Te Deum, salvas de artillería, parada militar,
bandera y actos festivos; pero, en el fondo, sucedió un cambio importante
respecto al motivo del juramento, puesto que ya no se hacía a la persona del
soberano, sino a los nuevos principios planteados en el Plan de Indepen-
dencia: Religión, Independencia, Unión.
La trigarancia inventó un nuevo ejército conformado por insurgentes
y antiguos oficiales realistas de mediana graduación; mantuvo su régimen
de organización y disciplina basado en las Ordenanzas militares de España,
pero, aun así, creó una nueva jerarquía representada por la figura político-
militar del “Primer Jefe” y dio paso a la creación del Estado Mayor a partir
del 2 de marzo de 1821, no hasta septiembre del mismo año como ha soste-
nido la historiografía.105

104 Véase Garrido, Fiestas cívicas.


105Cfr. Miranda, y Hernández, Estado Mayor Presidencial. Evolución de una tradición de
honor y lealtad, p. 15.

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Si bien recuperó modelos de uniforme tradicionales de colores albiceles-
tes que ya había establecido el realismo y en su momento retomó la insur-
gencia en algunas de sus insignias, Iturbide diseñó nuevos colores y nuevas
insignias representadas por las banderas y estandartes de colores blanco, ver-
de y encarnado, alusivos a las garantías de religión, independencia y unión.
Esto último sería, sin duda, uno de los mayores aportes de la trigarancia
al proceso de construcción simbólica de la nación, a pesar de ser pocas las
insignias trigarantes que se conocen hoy en día. Quizá el material con el que
fueron fabricadas no era de buena calidad y al poco tiempo se destruyeron,
o se guardaron ante la persecución de que fueron objeto los partidarios de
Iturbide luego de su muerte y sus descendientes no las conservaron.
Ejército, jerarquía, colores, banderas, escudos de distinción y divisas fue-
ron las creaciones simbólicas más representativas de la trigarancia. De lo an-
tiguo, perduró el imaginario imperial, tanto en el nombre del Ejército Tri-
garante como en los motivos simbólicos en banderas y estandartes, así como
en el proyecto político que Iturbide concibió de una monarquía moderada
templada por una Constitución. Si bien hubo innovaciones interesantes,
también es cierto que mucho de ellas estaban fincadas en la tradición. Fue
de esta manera, a través del discurso, del ceremonial y de las creaciones sim-
bólicas, como se trató de instaurar un nuevo orden, mismo que vería su pro-
longación y su expresión más nítida durante el llamado Imperio Mexicano.

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Ciudadanos y militares
en el camino a la consumación de la independencia.
Puebla, 1820-1823

Alicia Tecuanhuey Sandoval1

Introducción

En los estudios recientes sobre la formación del Ejército Imperial


de las Tres Garantías, de su plan y protagonistas, siguen siendo inciertos los
motivos y el momento en que Agustín de Iturbide decidió inclinarse por la
independencia para la Nueva España. Las conjeturas que se han elaborado
no terminan por estar suficientemente documentadas. Lo que es un hecho
es que coronel miliciano que había participado en cruentos combates y per-
secución de los insurgentes, fue nombrado el 9 de noviembre de 1820 co-
mandante del Ejército del Sur, justamente para combatir a las subsistentes
fuerzas de Vicente Guerrero que mantuvieron viva la causa de los patriotas
en el sur. Tres meses más tarde el comandante llamaba a sus pares a adherir-
se a un plan de independencia. A pesar de que navegamos en terreno move-
dizo, Rodrigo Moreno ha documentado que la proclama no fue la ocurrencia
de un individuo, y que el momento de decisión, la hora para desvelar los

1 Instituto
de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”, Benemérita Uni-
versidad Autónoma de Puebla.

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nuevos propósitos y proceder a la proclamación que derivó en la indepen-
dencia, dependió de la valoración de las circunstancias internacionales, del
clima político interno y de los sentimientos de la población. Ello es patente
en varios documentos, entre ellos en la carta que envió Celestino Negrete
desde Zapotlán, el 26 de diciembre de 1820, a Iturbide en que subrayó el no-
table “acaloramiento” en las provincias de Puebla y México, ánimo inquieto
que se difundió entre otros actores por variados motivos y que eran vistos
con atención por otros sectores. Era el momento oportuno.
¿De qué manera se originó aquel estado de agitación entre los habitan-
tes de las provincias, y entre qué sectores de la diversidad social de Nueva
España se vivió esta?, ¿El movimiento de 1821 estaba conectado de alguna
forma con la insurgencia de 1810-1815 o carecía de vinculación? ¿Las simpa-
tías provinciales hacia el Plan de Independencia de la América Septentrio-
nal que se dio a conocer en Iguala fueron realizadas de la manera pacífica
como se cree?
En este escrito nos interesa analizar lo ocurrido en la provincia de la Pue-
bla de los Ángeles, entre 1808 y 1820, para mostrar que en ella se habían
acumulado una variedad de agravios derivados fundamentalmente de los
efectos de la guerra civil que estalló entre 1810 y 1815 y del deseo de las auto-
ridades que gobernaba a nombre de la monarquía. Igualmente nos interesa
recordar que estas ofensas se extendieron a amplios sectores sociales y no
solo a los que apoyaron a los insurgentes, debido al establecimiento de un ré-
gimen militar cada vez más repudiado por las corporaciones clave que en
el periodo de la guerra fueron fidelísimos pilares de la monarquía católica.
Sin embargo, la posición estratégica en términos militares y económicos de
la provincia y su capital en el eje metropolitano y sus regiones colindantes,
delineadas por los caminos interiores que conectaban con la vía transconti-
nental a la ciudad de México desde Veracruz, impidió que la adhesión fuera
pacífica sobre todo en tales espacios. La ocupación de Puebla no fue tersa
ni serena; en su hinterland se desarrollaron combates de los más cruentos
que encaró el Ejército Trigarante; simultáneamente en la ciudad se vivió y
expresó el mayor desencanto con las prometidas ventajas que otorgaba a los
súbditos americanos la Constitución Política de la Monarquía Española.
Un segmento de la opinión pública, radical, contribuyó a visualizar “la
falsa hermandad de los españoles” con los americanos. El temor al despo-
tismo que motivó a este sector lo hizo proclive al republicanismo. Esa fue

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una opinión minoritaria; otros segmentos también ilustrados accedieron a
sumarse al movimiento trigarante convencidos de que el liberalismo resta-
blecido retiró la protección a la religión católica que históricamente otorgó
la monarquía española. Hemos de poner de relieve a quienes fueron los
protagonistas de este cambio de lealtades, de cómo lo hicieron; igualmente,
reconocer en la documentación disponible la reacción republicana en la
provincia de Puebla al nacer el Imperio Mexicano. Un recorrido que hemos
de hacer recuperando los hallazgos de otros historiadores con temas afines y
de documentos en diferentes fondos consultados, con lo cual se podrá tener
un mosaico más completo de cómo ocurrió este proceso.

Saldos de la guerra civil

Habían pasado diez años de extenuante guerra civil cuando en tierras no-
vohispanas, en Mérida y Campeche, fue anunciada a principios de mayo
de 1820, la vuelta de la Constitución Política de la Monarquía Española,
que seis años antes había sido derogada por Fernando VII, al retornar de
su cautiverio en Francia. Manifestaciones abiertas de regocijo se replicaron
entre la población a lo largo del reino. Con la Constitución se restituyeron
derechos y libertades para una más amplia participación política de los ciu-
dadanos. Con ello se abría un horizonte que permitía pensar en poner lími-
te a la presencia militar que, desde 1810, ocupaba el espacio social y público,
y cuyas acciones y campañas convivían con las actividades cotidianas de los
habitantes de ciudades, villas y pueblos. Las expresiones de entusiasmo, que
en muchos casos rebasaron los dictados de las autoridades establecidas, in-
dicaban que había oportunidad de encontrar mejores medios para terminar
con la guerra fratricida que envolvió a súbditos y autoridades civiles y ecle-
siásticas de regiones enteras de Nueva España, desde el estallido del grito
de insurrección en el pueblo de Dolores.2 Esa guerra había dejado hondas

2 Rodríguez, “Nosotros somos ahora los verdaderos españoles”. La transición de la Nueva


España de un reino de la Monarquía a la República Federal Mexicana, 1808-1824, v. II, p. 461.

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huellas entre la población de la provincia de la Puebla de los Ángeles, y
había tenido un alto costo material y en emociones opuestas, impensadas al
momento en que apareció la desazón que irradió a Hispanoamérica entera,
en 1808, a partir de la invasión francesa en la península, la abdicación forza-
da de los legítimos reyes y la lucha contra los usurpadores franceses.
Ciertamente, el movimiento inicial encabezado por Hidalgo no pren-
dió en lugar alguno de la provincia de la Puebla. Sin embargo, provocó la
movilización inmediata de sus fuerzas armadas y la organización de nuevos
cuerpos para la defensa del orden imperante. Estaban en desorden los cuer-
pos de milicias que debieran de existir por disposición de 1758. Había que
resolver ese problema. Aunado a ello, para septiembre de 1810 fue inequívo-
co que la provincia estaba comprometida en la guerra que comenzaba en el
Bajío. Un cuerpo de infantería de Puebla al mando del intendente Manuel
de Flon, conde de la Cadena, fue movilizado; aquella fuerza se sumó a 200
dragones de España y a 200 infantes del Regimiento Fijo de la Corona, que
se dirigía al combate contra los insurgentes, uniéndose a Félix María Calleja.3
Como no podía ser de otra forma, los poblanos vivieron con gran estreme-
cimiento la noticia de la innecesaria muerte del intendente a manos de los
rebeldes; inexplicable puesto que ocurrió poco después del triunfo realista
en la batalla de Puente de Calderón, intendencia de Guadalajara, el 17 de
enero de 1811. Fue una onerosa pérdida para las entonces débiles fuerzas
del rey, debido a que al conde se le habían confiado las milicias de Veracruz,
Xalapa, Córdoba, Orizaba, Oaxaca y Puebla.4
Ese no fue el único indicador de la implicación de la provincia en aque-
lla cruenta lucha, y cada vez más extendida, pero que aún no se escenificaba
en su arena. Las autoridades locales, como el ayuntamiento angelopolitano,
apuraron las tareas de reclutamiento para formar los Batallones de Patrio-
tas Distinguidos de Fernando VII, que el virrey Venegas ordenó formar; la
ausencia del intendente obligó a que el mando militar quedara en manos
del cabildo civil y del virrey. De esta forma continuó la labor de defensa que
incluía a los vecinos de las poblaciones de la jurisdicción; ella se extendió
a todos los rincones en donde fueron organizados cuerpos rurales. De los

3 Alicia Tecuanhuey, La formación del consenso por la independencia. Lógica de la ruptura del

juramento. Puebla, 1810-1821, p. 58.


4 Juan Ortiz, Guerra y gobierno (versión electrónica, después de nota al pie 18).

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primeros fueron los de Huejotzingo y Xochimilco. En esos puntos, inclu-
yendo la villa de Izúcar, el ánimo oficial, el de las autoridades locales, era
exaltado en lealtad al rey.5 Fue un tiempo de tensa preparación de la defensa
que ascendió de tono conforme se tuvo noticia de la llegada de rebeldes a la
provincia coetánea de Tlaxcala, en octubre de 1810. Mayor inquietud causó
las noticias que reportaban la presencia, en distintos puntos de los Llanos
de Apan, de enviados de Ignacio Allende y Miguel Hidalgo. Esas y otras
incómodas presencias se hicieron más frecuentes en la región. Aparecieron
José Mariano Anaya, un hombre de apellido Centeno –cuyas acciones fue-
ron combatidas exitosamente por el realista José Gabriel Armijo en abril de
1811– y José Miguel Serrano, otro sublevado que atendió los llamados
de Ignacio López Rayón, hombre interesante porque fue criado del conde de
Santiago en la hacienda de San Nicolás el Grande.6
No tuvieron mayores repercusiones las acechanzas de los enviados in-
surgentes en los primeros 11 meses. Pero a partir de agosto de 1811 fructi-
ficó la acción del comisionado de Hidalgo, Mariano Aldama, al conseguir
la adhesión del ranchero José Francisco Osorno que ejercía una influencia
predominante desde la Sierra Norte de Puebla, con epicentro en Zacatlán.
Osorno conformó una banda que movilizaba aproximadamente a 700 hom-
bres bien armados de a caballo, que reconocieron el liderazgo de Ignacio Ló-
pez Rayón. La pronta fuerza adquirida por el grupo, que siguió creciendo,
amenazaba a esa amplia zona y a los Llanos de Apan. Los realistas inicial-
mente los vieron como un peligro para la capital del reino, puesto que era
posible que se articularan en sus acciones con otra red de bandas que asedia-
ba la región colindante de Pachuca-Real del Monte, las dirigidas por Julián
y Francisco Villagrán.7 Y aun cuando las bandas no se dirigieron a la ciudad
de México, en septiembre de 1811, incursionaron en algunos extremos de la
provincia: sea en Huejotzingo o San Juan de los Llanos.
Como era de esperarse, la guarnición militar de Puebla progresivamen-
te intensificó su vitalidad, con el movimiento de soldados, pertrechos, avi-
tuallamiento y reorganización. Hacia 1811 el ejército del rey formó cuatro

5 Tecuanhuey, op. cit., pp. 59-61.


6 Virginia Guedea, La insurgencia en el Departamento del Norte. Los Llanos de Apan y la Sierra
de Puebla, 1810-1816, pp. 22-32.
7 Hamnett, Raíces de la insurgencia. Historia regional, 1750-1824, pp. 164-167.

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cuerpos: el del Centro, del Sur, del Norte y su reserva.8 A su vez, la guarni-
ción de Puebla se convirtió en comandancia militar dentro del Ejército del
Sur. Fue un centro militar importante en los once años de conflicto, toda
vez que los ataques insurgentes a la ruta entre Veracruz y la ciudad de Mé-
xico para controlarla, fueron constantes. Lo que anteriormente estaba en el
papel, se hizo demanda urgente, magnificada. Estaban a la vista las certeras
previsiones del Plan Crespo, de 1784, que pretendía la coordinación con-
tinua de las fuerzas de Puebla, al lado de las guarniciones de Xalapa y Cór-
doba para proteger las rutas comerciales hacia la capital del reino, así como
reforzar la defensa del propio puerto de Veracruz, punto estratégico por ser
nodo de las rutas transatlánticas y los caminos reales hacia el interior.9 No
se alcanzó a cabalidad tal coordinación, sin embargo en los años de la guerra
civil realistas e insurgentes sabían la importancia de coordinar cada uno su
acción en dichos puntos para adquirir poder, controlar recursos, para hacer
posible que la capital del reino sobreviviera o asfixiarla.
Para octubre de 1811, en los linderos del sur de la provincia de México,
llegaron los hombres de José María Morelos, con él a la cabeza; habían ocu-
pado Chilapa y Tixtla, lo que significó el ingreso a localidades del obispado
poblano. Días después, en noviembre de 1811, entraron a los pueblos de la
provincia: Tlapa, luego Chiautla de la Sal, finalmente Izúcar. Fue de esta
manera que buena parte del territorio provincial se convirtió en escenario
de encarnizada guerra sin que los realistas obtuvieran un triunfo definitivo.
Sorprendiendo a un enemigo débil, las fuerzas insurgentes sucesivamente
derrotaron a los realistas enviados desde la ciudad de Puebla y establecieron
en Izúcar una fortificación y asiento de sus fuerzas que solo abandonaron a
fines de 1813.10 Si Calleja lograba asediar a los insurgentes del Bajío y ases-
taba certeros golpes a los soldados que luchaban por la Junta de Zitácuaro,
Morelos lograba sucesivos éxitos y simpatías, que facilitaron el reclutamien-
to de hombres, armas y territorio en sus movimientos.

8 Barbosa, Súbditos ¡A las Armas¡ La respuesta del Ejército Realista al movimiento de indepen-

dencia en la región Puebla-Tlaxcala, 1808-1821, p. 43.


9 Amezcua, “Entrevista a Christon Archer. El ejército realista y la guerra de independen-

cia de México”, Tzintzun, pp. 147-148.


10 Herrejón, Morelos. Revelaciones y enigmas, pp. 103-116.

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Al paso de los días, las maniobras de las tropas de Morelos no resultaron
del todo claras, a pesar de que habían ingresado hasta las puertas del valle
poblano. Lo mismo puso en alerta a la ciudad de Puebla que a la ciudad de
México. Resulta que no había forma de consolidar los avances insurgentes
por la desarticulación y descoordinación de fuerzas; por ello se vio obligado
a regresar hasta Cuautla, donde vivió el afamado sitio del que escapó en
mayo de 1812. Mientras tanto, los grupos insurgentes que actuaban en el
Norte siguieron en su lógica, tomaron por poco tiempo las localidades de
San Martín Texmelucan, Tepeaca, Cholula y Huejotzingo. El sitio de Cuautla,
las correrías de las fuerzas de Osorno y el exitoso combate de Calleja a las
fuerzas de Rayón, Verduzco y Coss, fue una experiencia aleccionadora. Fue
un pivote para que Morelos replanteara su acción futura, luego de librarse
de Calleja, y asimilar una dura realidad.
Tehuacán entonces se convirtió en el lugar donde Morelos reorganizó
la tropa; ahí instaló su cuartel general, e impuso la disciplina a su ejército.
Ahí más poblanos se integraron bajo su mando. Entre noviembre de 1811
en adelante, atrajo a varios curas párrocos, como Mariano Tapia, José Ma-
nuel de Herrera, Mariano Matamoros, José María Sánchez, Antonio Lozano,
José Mariano Ortega Moro, José Ignacio Couto, Manuel Peláez, Mariano
Fuentes y Alarcón, Juan Manuel Correa, Manuel Sabino Crespo, Juan An-
tonio Valdivieso, Juan Moctezuma y Cortés, entre otros. También conven-
ció a notables rancheros, como Antonio Sesma y profesionales como Juan
Nepomuceno Rosainz.11 Además estaba una población rural que de diver-
sas formas los auxiliaban en las correrías, avanzadas y huidas. Tenancingo,
Tlatlauquitepec, Apulco, Tenampulco, Huitlalpan, Olintla, Quimixtlan,
Chilchotla y Hueytlamalco fueron pueblos estrechamente vinculados a los
insurgentes, muchos de ellos liderados por párrocos; además, se articula-
ron de forma progresiva con los insurgentes que operaban en la provincia
de Veracruz.12
Desde el arranque, las bandas insurgentes del norte también contaron
con adeptos locales entre familias pudientes e ilustradas de Puebla. Descono-
cemos más de lo que sabemos. A pesar de ello, conocemos el caso de Vicente

11 Hamnett, op. cit., pp. 176-197.


12 Ortiz, op. cit. (versión electrónica, entre notas 106-108 y 127).

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Beristaín y Sousa, hermano del bibliófilo José Mariano, cuyos conocimien-
tos militares fueron útiles a la hora en que Carlos María de Bustamante llegó
al Departamento del Norte. En verdad, en estas filas predominaron gente
venida de la ciudad de México, que a la vez tenía haciendas pulqueras, como
Ignacio Adalid y Gómez. Virginia Guedea ha demostrado que los jefes del
Departamento del Norte mantuvieron más tempranamente correspondencia
con la sociedad secreta de los Guadalupes, quienes atemperaron distancia-
mientos entre algunos líderes de esa región con Morelos, entre muchos otros
apoyos que otorgaron.13 Con mayor prestigio, desde Tehuacán, Morelos hizo
posible la coordinación entre los grupos insurgentes, animados en su capa-
cidad para contener las fuerzas expedicionarias que llegaron de la penín-
sula para combatirlo específicamente, a principios de 1812. El ascenso del
puerto a los valles significó la merma de las unidades por enfermedades
y los obstáculos de comunicación que había, entre ellos los que plantaban
las propias gavillas de guerrilleros.14 En efecto, las rutas que conectaban a las
ciudades de Puebla, Tlaxcala, Orizaba y Veracruz fueron frecuentemente obs-
truidas, con gran eficacia.
No obstante, un nuevo giro dio el líder insurgente hacia finales de 1812.
En noviembre Morelos decidió salir de Tehuacán y movilizar los 5 mil hom-
bres que ahí se concentraron; habían de marchar hacia Oaxaca. Es probable
que haya considerado al menos tres motivos militares. La derrota de los insur-
gentes en Acultizingo a principios de noviembre ante los realistas, el fracaso
en ocupar las ciudades veracruzanas de Orizaba y Córdoba,15 por último, la
constatación de que las fuerzas expedicionarias estaban empeñadas en ven-
cer los obstáculos para cumplir su misión, como ocurrió con los hombres de
línea de Fernando VII, de Extremadura y Saboya, así como del batallón de Za-
mora. Esas unidades que avanzaron con fuerza disminuida, a pesar de todo,
contribuyeron fundamentalmente a sostener la “Buena Causa” con jóvenes

13 Guedea, op. cit., p. 54.


14 Llegó
un regimiento de la Infantería de Asturias, un batallón de la Infantería de Lo-
bera, un regimiento de la Infantería Expedicionarios de América, y a mediados del año llegó
un batallón Expedicionario de Línea de Castilla. Archer, “Soldados en la escena continental.
Los expedicionarios españoles y la guerra de la Nueva España, 1810-1825”, pp. 144-147.
15 Un detallado análisis de estas acciones se encuentra en Herrejón, op. cit., pp. 143-222.

También consultar Hamnett, op. cit., pp. 176-205.

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oficiales experimentados, y renovada tropa.16 Además, concurrieron a me-
jorar los cuerpos militares locales contrainsurgentes. Pero parece de mayor
importancia el factor político que ha destacado Carlos Herrejón. Morelos se
percató que el triunfo sobre los realistas sería inalcanzable de no lograr que
los criollos se adhirieran a su causa.
Así que el ejército de Morelos se encaminó a Oaxaca para elaborar una
propuesta política que ofrecer, como lo hizo. La capital provincial de esa
intendencia representó un espacio adecuado para el logro de ese objetivo
político. La ocupación fue medianamente rápida, nos lo ha mostrado Ana
Carolina Ibarra. De manera pronta se recreó en ese lugar un espacio pro-
picio para la discusión, primero del proyecto constitucional que presentó
Carlos María de Bustamante. Después, para conseguir serenidad en lo posi-
ble y decidir sobre la situación de la Junta Nacional Americana, el capellán
vicario general castrense y la convocatoria a un congreso constituyente.17 En
estas deliberaciones debieron participar los segundos al mando militar de
Morelos, que también se dirigieron a Oaxaca, entre ellos Mariano Matamo-
ros y Hermenegildo Galeana. La importancia de la convocatoria se envió a los
rincones por donde la insurgencia estaba activa. Se llamó a los miembros de
la Junta Nacional Instituyente, y a abogados bien acreditados como Andrés
Quintana Roo y Carlos María de Bustamante.
El repliegue del ejército de Morelos en la región estratégica de los cami-
nos interiores y del camino real, transcontinental o metropolitano, es decir,
de la provincia poblana, no significó la pacificación de la zona y de los pue-
blos de la provincia. Nicolás Bravo continuó actuando entre los pueblos
veracruzanos conectados con poblanos; siguió siendo un dolor de cabeza de
los realistas hasta que fue llamado a finales de 1813.18 Por su parte, Osorno
enfrentó la primera parte de ese año con la ayuda de Carlos María de Bus-
tamante, quien organizó el gobierno y administración del Departamento
del Norte, disciplinó la tropa, produjo parque, instaló un hospital militar,

16 Archer, “Soldados en la escena continental…”, pp. 148-150.


17 Ana Carolina Ibarra, “Reconocer la soberanía de la Nación conservar la independen-
cia de América y restablecer en el trono a Fernando VII. La ciudad de Oaxaca durante la
ocupación insurgente (1812-1814)”, La independencia en el sur de México, pp. 220, 235 y 241;
Hamnett, op. cit., pp. 194-195.
18 Ortiz, op. cit. (versión electrónica, texto de notas al pie 57 y 62).

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diseñó un plan de seguridad para las haciendas que los apoyaban, acuñó
moneda, mejoró la administración de los recursos y su ingreso.19 En mayo
de 1813, ese Departamento perdió a su organizador; Bustamante se dirigió
hacia Oaxaca.

Los efectos perniciosos de la guerra y la militarización

Fue necesario que siguieran actuando por un tiempo, bastante más largo,
las fuerzas realistas bajo el mando de Ciriaco de Llano, Mateo Musitu, Miguel
de Soto, Francisco Paris, Mariano Ortiz, José María Andrade, José García
Dávila, Prudencio de Guadalajara y Aguilera Conde de Castro Terreño, José
María Régules Villasante, Saturnino Samaniego, Luis del Águila, Francisco
Ayala, Rafael Bracho, José Gabriel Armijo, José María Llorente, Fran-
cisco Hevia, Félix de Lamadrid, José Joaquín Márquez Donallo, entre otros
oficiales realistas que combatieron la acción de las guerrillas insurgentes des-
de distintos frentes de la provincia. De todos ellos, el más destacado fue De
Llano.20 El objetivo de limpiar el territorio poblano de toda presencia insur-
gente requirió de continuas campañas en las extensas áreas de la provincia.
Pero había varios obstáculos para lograrlo. Fue un dolor de cabeza constante
la fuerza que comandaba Osorno en la Sierra Norte de Puebla (Zacatlán,
Teziutlán, Cuyuaco, Clamaca). Su poderío era derivado de la organización
financiera con la que contaba desde 1813.21 Pero en 1814 aparecieron sig-
nos de descomposición: desbandada de jefes locales y constantes conflictos
entre líderes que adquirieron tonos encarnizados, lo que conllevó enfrenta-
mientos, ajusticiamientos, escapes e indulto. A partir de entonces, los insur-
gentes en la provincia quedaron cada vez más dispersos.
Efraín Castro Morales ha seguido con detalle estos conflictos apoyando
su reconstrucción en los expedientes de operaciones militares del Archivo

19 Guedea, op. cit., pp. 66-88.


20 Evaluación que formuló Brian Hamnett en la obra que venimos citando.
21 Aspecto que fue analizado por Virginia Guedea en la obra citada.

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General de la Nación y en la Gaceta del Gobierno de México.22 Muestra
que los líderes que actuaban entre 1813 y 1816 eran Osorno en su zona de
operación, Ramón López Rayón en Zacatlán, José Antonio Arroyo en San
Andrés Chalchicomula, Pascual Machorro en Tepeaca, Mariano Huesca en
Huamantla, Benito Rocha y Pardiñas en Tehuacán, Manuel Mier y Terán
en Huajuapan. Todos ellos quedaron envueltos en los conflictos internos
cuyo protagonista principal fue Juan Nepomuceno Rosainz, en el papel de
instigador. Rosainz, que a la muerte de Matamoros pasó a ser el secretario
particular de Morelos, en enero de 1814, recibió la orden de dirigirse a Pue-
bla luego de la derrota de Puruarán, encontrándose con mandos militares
que no le reconocieron por el hecho de carecer de trayectoria militar. En
afán de imponerse en el mando, se hizo aún más detestado por saqueos,
venganzas, represalias y desmedidos castigos que impuso a sus compañeros
insurgentes que no acataron sus órdenes. Fusiló a correligionarios y engrilló
en el fortín de Cerro Colorado a José Antonio Pérez Martínez que fungía
como intendente de Puebla, quien después de escapar se acogió al indulto.
Fue formándose una unánime opinión del mal que causaba el licenciado a
las fuerzas insurgentes de cualquier departamento.
En la Provincia de Puebla había liderazgos muy arraigados, que no ad-
mitieron el liderazgo de Rosainz, ni de nadie. Ello contribuyó a la descoor-
dinación, la desconfianza y el encono entre sí, problema que no fue único
en la provincia. Prácticamente después de la declaración del Acta de Inde-
pendencia en Chilpancingo, los insurgentes no pudieron mantener un or-
den militar firme en ningún lado; y la desorganización favoreció el progreso
de la contrainsurgencia. Al parecer Rosainz quiso restablecer el control en
Tehuacán como potencial refugio del congreso que estaba emigrando de
un punto a otro, a la vez que trabajando en el cumplimiento de la redacción
de los documentos fundamentales. En medio de las discordias, los realistas
asestaron fuertes golpes a los cabecillas en la provincia; ocurrió la aprensión
y fusilamiento de Miguel Bravo, por órdenes del jefe político Ramón Díaz
Ortega. Meses más tarde fueron ejecutados José Luis Rodríguez Alconedo y

22 Castro, La independencia en la región de Puebla, pp. 218-226. También Alamán, Historia

de México desde los primeros movimientos que prepararon su Independencia en el año de 1808 hasta
la época presente, t. IV, caps. I, II y III, sigo hasta nueva cita.

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el padre Crespo, en septiembre de 1814. Luego llegó la orden del congreso
de apresar a Rosainz y dar el mando a Manuel Mier y Terán.
No tardó en aparecer en Tehuacán el congreso insurgente cuando fue
disuelto, el 15 de diciembre de 1815. Cerro Colorado se mantuvo por un
tiempo más como un fortín de difícil acceso y punto privilegiado para blo-
quear las comunicaciones con Oaxaca. Los llamados de Terán de coordinar
las acciones con Victoria, Bravo y Osorno, fracasaron. De cualquier forma,
focos insurgentes resistieron los embates realistas en la provincia de Puebla
hasta febrero de 1817. Hacia 1814 de manera alarmista el cura de Zacatlán
avisó que los pueblos de San Francisco Ixtacamaxtitlan, Chicontla, Patla y
Amixtlán, se habían “insurgentado”.23 En pleno ocaso, entre abril y mayo
de 1816, seguía habiendo reportes de la presencia insurgente en pueblos
cercanos a la capital provincial: Huejotzingo, San Nicolás de los Ranchos,
San Mateo Ozolco, San Pedro Yancuitlalpan, Santiago Xalitzintl. La junta
militar de Indias en Madrid sin embargo continuó enviando destacamen-
tos de expedicionarios debido a que en 1816 los insurgentes continuarán
cerrando los caminos de Jalapa y Orizaba al puerto de Veracruz.24 A final
de año la flama prácticamente se agotó. La región del sur, de los Bravo y de
Vicente Guerrero, no fue contaminada por las discordias y por ello se man-
tuvo como baluarte insurgente hasta 1821.25
Es de advertirse que una extensa región de la provincia de la Puebla
de los Ángeles fue escenario de batallas y luchas de los grupos insurgentes con
los realistas. La ciudad de los Ángeles, capital provincial de la intendencia de
Puebla, sólo avistó amagos de los insurgentes, sin que se concretara ataque
directo alguno. Existe consenso entre los historiadores dedicados al periodo
que las acciones, decisiones y movimientos ordenados por el realista Ciriaco
de Llano impidieron a los insurgentes internarse totalmente a los valles de
la provincia de Puebla.26 Así que los efectos en la ciudad se resintieron sobre
todo en materia económica, por la distracción de brazos, la inseguridad, el
gasto del erario para fines militares, el dislocamiento de los circuitos mer-

p. 120.
23 Ibid.,
24 Archer,op. cit., pp. 151-154.
25 Véase Guzmán, “El Movimiento Trigarante y el fin de la guerra en Nueva España (1821)”,

pp. 131-161.
26 Hamnett, op. cit., p. 178.

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cantiles, a veces literalmente bloqueados, otros ocupados pero transitables a
cambio del pago correspondiente de alcabala. En tales condiciones de guerra,
la intendencia fue gobernada entre 1811 y 1820 predominantemente por ofi-
ciales recién llegados a América que venían a combatir a los insurrectos.27 Eso
significa que no dejó de estar bajo la lupa del virrey en turno.
La relativa distancia que en general mantuvo la ciudad de los puntos
y áreas de acción militar permitió al obispo Manuel Ignacio González del
Campillo vigilar, de la mano de sus curas, que los súbditos angelopolitanos
practicaran el juramento de lealtad al Consejo de Regencia y sucesivas auto-
ridades que mantenían viva a la monarquía, aun cuando no gustaba de las
opciones que ellas representaban. Ello fue válido incluso para el momento
más álgido de la presencia insurgente en la provincia. Es por esa razón que
Eduardo Gómez Haro afirma en su historia sobre la ciudad en esos tiempos,
que la ciudad se encontraba más preocupada por la epidemia, que por la
guerra.28 Manuel Ignacio fue firme en señalarles a los fieles que, de no observar
estrictamente aquel compromiso, cometerían delito de lesa majestad, alta trai-
ción, infidelidad y revuelta; así también serían objeto de excomunión. Con
disgusto descubrió que no fue suficiente apelar a la comunidad de intereses
y sentimientos entre españoles y americanos. Menos aún, cuando algunos
de sus 286 curas de la diócesis comprometidos a “detestar y aborrecer la
sedición del cura Hidalgo”, encabezaron partidas de rebeldes, como vimos
antes.29 Sin embargo, no abandonó los recursos de conciencia; promovió
la clemencia y el indulto como política paralela del virrey Venegas, a la vez que
exigió a los párrocos ser correa de transmisión de información local, denun-
cia de los rebeldes, también de abusos de los realistas, y coadyuvantes del
alistamiento militar.30

27 Talfue el caso de Ciriaco de Llano, capitán naval enviado de Cuba en septiembre de


1811 y el Conde Castro-Terreño, del Batallón Primero Americano embarcado desde Cádiz.
Asimismo el brigadier José Moreno Daoiz, que también vino de entre los ejércitos expedicio-
narios. Barbosa, op. cit., p. 55 y Real Academia de la Historia, dbe.rah.es/biografías. Fecha
de consulta 27/07/2020.
28 Gómez, La ciudad de Puebla y la Guerra de Independencia.
29 Tecuanhuey, op. cit., pp. 62-70.
30 Muchos cuerpos rurales contaron con la promoción de los curas párrocos que aten-

dían los dictados de la pastoral de 30 de septiembre de 1810 y el acta del obispo y clero de
Puebla, de 27 de octubre de 1810. ibid., pp. 78-88.

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A diferencia de otras ciudades, en la Puebla de los Ángeles para los años
1810-1814 no hemos encontrado documentación que dé cuenta de la exis-
tencia de grupos adeptos a los insurgentes, ni aun a los autonomistas. Cier-
tamente hubo individuos que simpatizaron; también que hubo propaganda
que llegó a la capital provincial como la remitida a Tomás Mariano de Bus-
tamante, que residía en Puebla; pero el medio hermano de Carlos María la
entregó al virrey Pedro de Garibay, lo cual no tuvo más que consecuencias
para un residente de la ciudad de México.31 Ya hemos mencionado a Vicente
Beristaín y Sousa, poeta y militar que participó en las fuerzas del Departa-
mento del Norte, en la banda de Miguel Serrano, a quien se le atribuye el
establecimiento de la maestranza y taller de armas para los rebeldes y quien
fue fusilado por Osorno, en febrero de 1814, por tenerle desconfianza.32
Otro famoso poblano insurgente, fue José Luis Rodríguez Alconedo cuya
familia, residente en Puebla, quedó envuelta en su afiliación política. Desde
1809 fue apresado, incluso exiliado a la península. Pero a su regreso, se enroló
en las filas de Morelos. Castro Morales sostiene que se le otorgó el cargo de
Superintendente General de la Casa de Moneda.33 Hay noticias de un des-
cendiente de la familia ilustrada de los Echeverría y Veytia que fue fusilado en
1816, pero no se sabe más. Finalmente puede mencionarse también a José
Antonio Pérez Martínez, hermano del diputado a Cortes Extraordinarias en
Cádiz y futuro obispo de Puebla, que se había enrolado en las filas del De-
partamento del Norte y nombrado intendente de Puebla y Veracruz por el
congreso insurgente.34 Es posible que existan más nombres, pero hasta aho-
ra no tenemos certeza de ellos. Sólo el hermano del ya obispo sobrevivió.
Los sacrificios habían sido muchos. Gran parte de poblaciones que que-
daron atrapadas en las áreas de combate sufrieron enormemente, no solo
por la doble fiscalidad que tenían que cubrir a cada bando, el robo de sus pro-
ductos, el ultraje a sus mujeres y el decomiso de efectos útiles. También por las
represalias que sufrían las poblaciones al ser consideradas enemigas o traido-
ras. Así, por ejemplo, cuando fue aplicado el Reglamento Político-Militar en la

31 Tema
documentado por Castro, op. cit., pp. 64-66.
32 Durán,
Hidalgo. Historia de un pueblo y porvenir, p. 23.
33 Aun cuando no está indicada la fuente de este dato. Castro, op. cit., pp.71-72. Véase

también Bustamante, Cuadro histórico de la Revolución, pp. 10-11.


34 Gómez, “La Iglesia poblana. Del realismo al ultramontanismo”, p. 63.

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región de los Llanos de Apan, se fue muy benevolente con los pueblos leales;
mas los rebeldes recibieron castigos ejemplares que comprendían saqueos,
incendios y algunas prohibiciones, como el montar a caballo, para evitar las
fugas. Ciriaco de Llano y José Joaquín Márquez Donallo, del expedicionario
regimiento Lobera, al inicio y al final del conflicto respectivamente, se dis-
tinguieron por su crueldad.35 En otros casos los curas lograron enfrentar
pueblos contra pueblos como ocurrió en el caso de Zacapoaxtla en donde el
cura de Teziutlán, fray Luis Velasco, creó un cuerpo rural para enfrentar a sus
vecinos en Zacatlán. En muchos casos más, los párrocos fueron eficiente vehícu-
lo para convencer a los simpatizantes insurgentes que era imposible alcanzar
su proyecto, que estaban en peligro de perecer, gracias al arribo de tropas de
España en el puerto de Veracruz. El indulto terminó siendo la salida.36
La ciudad de Puebla podría ser considerada, entonces, una sociedad
que mantuvo el orden y la fidelidad, esencialmente. En sus iglesias, los fe-
ligreses escucharon predicar acerca de la raíz común y la unión espiritual
entre americanos y españoles peninsulares, lo mismo que sobre el valor de
la paz cristiana, la madre digna, la obediencia por designio divino y el dulce
amor de la fraternidad que inspiraba la virgen de Guadalupe, aparecida en
el Nuevo Jerusalén.37 Igualmente habían conocido el rechazo que hicieron
los principales cabecillas (Rayón y Morelos) al ofrecimiento del indulto por el
obispo de la diócesis de Puebla, cuando los insurgentes liderados por More-
los estaban a las puertas de la provincia, en la frontera con la provincia de
México. Así que los súbditos angelopolitanos parecen haber aceptado las
soluciones políticas que les ofrecieron las sucesivas autoridades que suplían
al rey cautivo (Junta Central, Regencia, Cortés Extraordinarias), con expec-
tativa cuando por vez primera unos cuantos representantes suyos y del resto
de provincias fueron incorporados para tomar decisiones generales, y vivir
las primeras experiencias del liberalismo español que, a pesar de ser inequi-

35 Barbosa, op. cit., pp. 69 y 86.


36 Tecuanhuey, op. cit., pp. 77-78.
37 Lezama, “Exhortación de paz que, descubierta la infame revolución de Tierra Aden-

tro predicó el Lic. José Lezama, rector del Real Colegio Carolino de la Puebla de Los Ángeles
en fiesta de Santa María Guadalupe”, Biblioteca Palafoxiana, Impresos, 1811.

321

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tativo, parecía resolver con las elecciones el problema de representatividad
del principal ayuntamiento de la intendencia.38
El ensayo liberal que hicieron los habitantes de la provincia de Pue-
bla fue de muy corta duración, pero fue aleccionadora. La constitución de
la monarquía española, la gaditana, fue jurada en Puebla el 9 noviembre
1812, justo en el momento en que Morelos decidió llevar sus tropas fuera
de Tehuacán, hacia Oaxaca. Fue aplicada en la lógica del plan Calleja por
el que se reconocían derechos a pueblos de probada lealtad a la causa del
rey. Por supuesto en esta época no hubo el ejercicio de varias libertades, y
la práctica de las elecciones se condensó en la formación de ayuntamientos
constitucionales. Aun cuando hay que recordar que se eligió a la porción
de diputados provinciales que le correspondía a Puebla (un propietario y
un suplente) y diputados a Cortes.39 En el caso de la ciudad angelopolitana
la experiencia fue contradictoria. Por un lado, fue resuelto el problema de la
representatividad del gobierno municipal que en los últimos 20 años ante-
riores se había deteriorado, lo que se manifestó con las vacantes en el cargo.
El proceso electoral además incorporó a más sectores sociales pues en unos
días celebró el recambio entre sus miembros. Pero no tardó en constatar
que su posición predominante en la voz pública sufría un desplazamiento
significativo.
Sólo verificaron esa experiencia constitucional 8 localidades de un apro-
ximado de 703 pueblos: la ciudad de Puebla, Atlixco, Cholula, Huejotzin-
go, San Juan de Tianguismanalco, Santa Isabel Cholula, Xochimilco y San
Martín Texmelucan. Eso dejó al margen a otras capitales distritales, como
San Francisco Totimehuacán, Amozoc, Tecali y Tepeaca que, en efecto, con
frecuencia quedaban en manos de los insurgentes. A su vez, sólo Huejotzingo,
una ciudad real, y Texmelucan tuvieron presencia insurgente, incluso libran-
do fuertes refriegas; de suerte tal que serían ejemplos de cómo se premiaba
la lealtad, por ser indiscutiblemente baluartes realistas. Otras ciudades reales
o villas con ayuntamiento antiguo, de población predominantemente indí-
gena no tuvieron esa transformación; ese fue el caso de Tehuacán, dema-

38 Véase el interés con el que participaron en los inéditos procesos electorales. Tecuan-

huey, pp.113-126 y 140-165.


39 Tecuanhuey, “Puebla 1812-1825, organización y contención de ayuntamientos”, pp.

337-351; seguimos en adelante hasta nueva llamada.

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siado comprometida por la insurgencia. Hay que decir, por otra parte, que
también hubo ánimo de formarlos desde abajo. Tal entusiasmo se dejó ver
exitosamente en el pueblo de San Juan Tianguismanalco, alentado por el
cura liberal Juan Miguel Gracia Paredes, quien después fue electo diputado
a Cortes. La población no estaba en los planes del intendente y a través el
subdelegado hizo denodados esfuerzos por cancelarlo. Joaquín Estévez, asesor
de la máxima autoridad, repudió su exigencia de ser reconocidos como “ciu-
dadanos españoles” refiriéndose a ellos como unos “miserables mal aconse-
jados republicanos indios”. No hubo nada que hacer más que aceptarlo por-
que se falló a favor del pueblo. Finalmente, otras comunidades encontraron
oportunidad para alcanzar autonomía de sus cabeceras; ese fue el móvil de
Santa Isabel Cholula.
Pero 1814 nuevamente fue otro año de desconcierto al conocerse que
Fernando VII había sido liberado y regresaba al tono con pretensiones ab-
solutistas. En Puebla, se deseaba y esperaba la liberación del rey legítimo de
manos de la Francia napoleónica, la traidora, la voraz, la expansionista y
anti cristiana. Lo que sorprendió a gentes tan distinguidas como el cura de
la parroquia de La Resurrección, José María Zapata, uno de los diputados
recién elegidos a las Cortes, fue que El Deseado regresara a encarnar total-
mente la soberanía e invitar a los súbditos que habían de callar y obedecer.
En la ciudad de Puebla y en otros rumbos también, no hubo resistencia para
disolver las instituciones constitucionales; aun cuando aparecieron manifesta-
ciones nostálgicas por la monarquía pactista. En la ceremonia de júbilo por
la restauración de Fernando VII al trono, convocada por el intendente, los
cabildos eclesiástico y civil maniobraron para que igualmente se celebrara a
la figura del Papa Pío VII, quien también había sido liberado. La ceremonia
conjunta evocó a la monarquía de dos pilares, dos columnas de igual talla y
espesor.40 El Papa no pudo darle respaldo al monarca español que se quería
absolutista hasta que regresó a Roma en 1816. En el ínterin muchas otras
cosas pasaron en Nueva España y la provincia de Puebla, de suerte tal que
la proclama no impactó.
La mayor parte de poblaciones rurales y urbanas de la provincia habían
visto que cuerpos de milicias y de expedicionarios marchaban o ingresaban

40 Tecuanhuey, op. cit., pp. 168-171.

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a distintos puntos del reino, ahí donde fueran solicitados; pisar sus propios
suelos a combatir a las insurgencias del sur, del centro-oeste y sureste, hacia
el camino al puerto de Veracruz. La militarización fue entonces una reali-
dad; los gobernantes seguían siendo intendentes y comandantes militares a
la vez. En vista de que los focos insurgentes no eran definitivamente aplasta-
dos, las exacciones extraordinarias siguieron siendo exigidas. Ya desde 1814
había resistencia a colaborar con los préstamos y donaciones voluntarias, así
que se dictaron nuevos impuestos que grababan los textiles ultramarinos, el
aguardiente, el vino, las panaderías y tiendas mestizas.41 Para 1815 la reti-
cencia a colaborar se extendió al cabildo eclesiástico de Puebla que esperaba
la llegada de su nuevo obispo, quien también estaba cubierto de deudas y
necesidades. Lo sorprendente es que lo poco que había destinado para el
culto fue apropiado por el intendente como préstamo forzoso, lo cual fue
vivido como un verdadero despojo.42
Cuando Antonio Joaquín Pérez Martínez llegó a la majestuosa catedral
del Puebla, contribuyó a las denuncias de los abusos resentidos por todo
mundo desde 1813. En un famoso informe que rindió ante el rey y su mi-
nistro de Indias sobre lo que ocurría en Nueva España, en 1816, denunció
a Calleja y a los oficiales de haber vejado a los novohispanos, derramado
sangre inocente, facilitar el imperio del abuso y robo por las tropas realis-
tas y acumular escandalosamente caudales, que afectaba al erario real y el
eclesiástico. Particularmente denunció a los comandantes que, por medio
de convoyes, comercios y tratos, se enriquecían arruinando las provincias en
que ejercían mando. Señaló a Lamadrid y Samaniego que decidían acerca
de la conducción del azúcar y otros artículos de Oaxaca, para favorecerse.
A Armijo por haberse convertido en monopolista de cosechas de algodón
y de fincas que lo producían. El propio Agustín de Iturbide fue acusado de
acaparar propiedades inmuebles en Querétaro.43 Ciertamente una vez que
la constitución fue derogada, Calleja prácticamente impuso la ley marcial y
militarizó la vida de Nueva España; concedió libertad a los comandantes mi-

41 Archivo Histórico del Ayuntamiento de Puebla (ahap), Libro de actas de cabildo, v. 83,

ff. 185 y 187, Informe de Nicolás Fernández del Campo y Rafael Adorno, 18 marzo 1814.
42 Tecuanhuey, op. cit., pp. 168-177.
43 Gómez, El alto clero poblano y la revolución de Independencia, 1808-1821, pp. 156-157.

Alamán, op. cit., t. IV, pp. 445-446.

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litares para disponer de dinero y víveres necesarios con tal de procurar paz a
los pueblos; así, los militares cobraban contribuciones, reclutaban hombres,
se apropiaban del diezmo e incluso impartieron justicia.44 El repudio que
el obispo Antonio Joaquín sentía por el virrey Calleja fue compartido por
muchos, entre ellos al obispo electo de Michoacán Manuel Abad y Queipo.
Después de tantas quejas, Calleja entregó el mando a Juan José Ruiz de
Apodaca en octubre de 1816.
A pesar de eso, a esas alturas todos los mandos en la provincia estaban
debilitados. El obispo quiso manifestarlo ofreciendo el indulto, al que se
acogieron Manuel Mier y Terán, el cura Correa, Osorno, Vicente Gómez,
Vázquez Aldana, los hermanos Manillas y José Manuel de Herrera; pro-
tegió especialmente a José Ignacio Couto, a quien dio asilo en el palacio
episcopal.45 Creyéndose contar con un poder que no tenía, el obispo An-
tonio Joaquín enfrentó la naturaleza independiente del cabildo catedral de
Puebla, cuyos miembros hacían valer sus derechos e intereses. Entre abril
de 1817 y septiembre de 1819 mantuvo un antagonismo con el lectoral Fran-
cisco Pablo Vázquez quien, por ese conflicto, afianzó personalidad polí-
tica, influencia, respetabilidad y prestigio, que había comenzado a labrar
cuando era el secretario particular del anterior obispo, Manuel Ignacio.46
A pesar de ese descalabro, en la prédica de Antonio Joaquín hubo interés
por abordar temas debatidos en la época y en la península: el papel de la
religión para el cuerpo político y el de la institución eclesiástica para
la sociedad; la centralidad del templo católico como espacio de cultivo de
las virtudes cristianas y el indispensable papel de los ministros del señor
para evitar el naufragio de la comunidad atemperando el juicio severo de
autoridades, con la misericordia.47
En resumen, el obispo defendía la independencia de su Iglesia y el pa-
pel tradicional que jugaban en el orden civil; al hacerlo, puso en entredi-
cho a la monarquía de Fernando VII y a quienes ocupaban los más altos
cargos en su nombre, sin que para ello hubiera necesidad de un repertorio

44 Ortiz,Calleja. Guerra, botín y fortuna, p. 137.


45 Alamán, op. cit., pp. 522, 524-527 y 537.
46 Véase Tecuanhuey, “Francisco Pablo Vázquez. El esfuerzo del canónigo y del político

por defender su Iglesia, 1788-1824”, pp. 359-384.


47 Tecuanhuey, op. cit.

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ideológico novedoso. En la intendencia continuó gobernando el brigadier
Ciriaco de Llano, reafirmado por el conde de Venadito. Era importante esa
contribución debido a que no había instancia de contrapeso al militarismo
con el que continuaba gobernándose. El cabildo de la ciudad de Puebla man-
tenía la tendencia en picada, perdiendo peso e influencia. Tan era así que
a principios de 1820 siete vacantes de doce asientos; hubo que cubrirlos
por elección, a falta de postulantes; pero ahí también aparecieron oficiales
peninsulares que aspiraban a que ningún cargo del ayuntamiento volviera a
ser ocupado por algún natural de América.48 Hubo querella por este motivo
sin embargo ella no avanzó porque la Constitución Política de la Monarquía
Española volvió a ser vigente.

Nuevas restricciones, batallas y aspiraciones: Libertad,


libertades y… ¿república?

Aunque se habían aplicado muy restringida y tímidamente las novedades


que contenía la Carta Divina, es decir la Constitución, entre 1813-1814, ella
había dejado por saldo una experiencia imborrable y esperanzadora. Con
ese instrumento había posibilidad de ampliar la participación ciudadana,
estrechar márgenes de exclusión para quiénes antes estaban excluidos de de-
cidir los destinos de los órganos de gobierno y también instauró la inédita
vivencia que alteró las tradicionales fuentes de poder y reclutamiento social
de los gobernantes. No en todas partes lo celebraron, puesto que los ayunta-
mientos constitucionales, en aras de la igualdad, suprimía privilegios, como
en fuero judicial que representaba el juzgado general de indicios; además
adquiría mayor peso la parroquia y el párroco, en lugar de las Casas de
Comunidad en donde se reproducía de algún modo la cultura del Altépetl;
con ello se perdió la elección de manera directa de gobernantes y se ins-
tituyó una jerarquía, la de electores, que antes no existía. Para colmo, la

48 Archivo General de Notarías del Estado de Puebla (agnep), Notaria 6, c. 159, 1819,

ff.1-18, Expediente instruido por el licenciado José Mariano Marín contra el ilustre ayuntamien­
to de esta ciudad por un informe secreto que pidió a la corte de Madrid, 22 de junio de 1819.

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carga fiscal fue en mayor proporción a las anteriores, entre otros cambios.
La respuesta a los cambios fue muy variada. En un extremo, puede ubicarse
el caso de San Francisco Ixtacamaxtitlan, quien se rehusó simplemente a co-
laborar.49 En el otro extremo estaría el caso de San Juan Tianguismanalco,
que desde 1813 exigía se le reconocieran sus derechos constitucionales.
No podemos calibrar la extensión y la hondura de la huella que dejaron
otras voces de tradicionalistas, cuando increparon con desprecio a los “in-
dios republicanos” por animarse a reclamar para sí los nuevos derechos de
ciudadanos españoles; tampoco podemos precisar cuántos tomaron discreta
nota de las inequidades con que se aplicaron los derechos constitucionales
y las patentes desigualdades con que se legislaron los derechos de ciudada-
nos y poblaciones de los americanos. Pero no hay duda de que quedó en el
recuerdo de los habitantes de distintas localidades poblanas. Así lo confir-
marían los años de restablecimiento de la Constitución. Las condiciones de
pacificación contribuyeron a que algunas nuevas instituciones comenzaran
a funcionar, como lo fue la diputación Provincial de la Nueva España en la
que la provincia de Puebla, tal y como seis provincias más, tenía un único re-
presentante, el capitular Francisco Pablo Vázquez. Por su parte, de la mano
del lectoral de la catedral y como miembro de la Diputación Provincial de
Nueva España, se generalizó la formación de ayuntamientos constitucionales
en las áreas rurales. Se formaron 220 en 182050 y al año siguiente se repor-
taba la existencia de 235, un indiscutible contraste con el periodo constitu-
cional anterior.
Con ánimo apurado hubo intentos de aprovechar el nuevo marco nor-
mativo para hacer justicia a asfixiantes decisiones de la anterior autoridad.
A esa lógica respondió el hacer enérgico extrañamiento al Factor de Renta
de Tabacos, quien arbitrariamente allanaba casas con el pretexto de abatir
el contrabando; ahora violaba el artículo 306 de la Constitución. El ayunta-
miento constitucional, además, derogó el odiado arbitrio de 10% de im-
puestos a casas, coches y caballos, así como el cargo de diputado consular
de garitas de peaje, porque a su entender violaba el artículo 321. Todo esto
inauguró conflictos entre el ayuntamiento, el jefe político-comandante mi-

49 Gómez, “La jura de la constitución de 1824 en los pueblos nahuas de la jurisdicción

de San Juan de los Llanos, Puebla”, p. 12.


50 Tecuanhuey, op. cit., p. 356.

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litar de la provincia, la diputación provincial de Nueva España y el jefe
político superior, que de no ponerse límite avizoraban caos administrativo.51
Días después, los miembros del ayuntamiento recordaron el agravio que la provincia
había vivido al ser reducido su estatus en la jerarquía territorial. Envió una represen-
tación a las Cortes el 13 julio de 1820 para no formar parte de la Diputación
Provincial de la Nueva España y tener la propia.52
En diferentes reuniones, declaraciones públicas se reforzó dicha exigen-
cia, siendo apoyados por los ayuntamientos de otras jurisdicciones, como
Querétaro. El ambiente de 1820, en efecto, se encontraba agitado al mo-
mento de la jura de la constitución española y no pasó mucho más tiempo
para entrar en estado de ebullición. En palabras de Celestino Negrete, la
ciudad de Puebla, como México vivía un estado de “acaloramiento”.53 Y era
cierto. Existía un verdadero escándalo entre los poblanos por el hecho de
que Puebla nuevamente fuera degradada en jerarquía territorial “a la condi-
ción de partido”, cuando durante el régimen de intendencias, se le reconoció
pleno derecho de contar con autoridades propias en su condición de ser
una provincia por población y riquezas.54 Las voces se multiplicaron; la jun-
ta electoral de la Provincia de la Puebla de los Ángeles no sólo acordó elevar
la propia representación esta vez dirigiéndola a Cortes; había que hacerlo ya.
Como no podía ser de otra forma, la opinión pública surgió y se amplió
de manera sorprendente utilizando las prensas que antes habían servido
para divulgar la fe religiosa. Aparecieron periódicos, hojas volantes, folle-
tos, pasquines, que dieron a conocer puntos de vista unas veces valiéndose
de la picaresca o composiciones serias que abordaron amplios temas de carác-
ter político: el origen del derecho a un gobierno propio, el derecho a la desobe-

51 ahap, Libro de cabildos, v.89 A, ff. 31-41, Acta de 3 julio 1820; f. 78, Acta de 10 julio
1820.
52 ahap, Leyes y Decretos, t. II, 1820-1821, f. 21-24, Representación que hace a su majestad

las Cortes el Ayuntamiento de la Puebla de los Ángeles para que en esta Ciudad, cabeza de
provincia, se establezca diputación provincial, como lo dispone la Constitución, 13 julio 1820.
53 Citado en Moreno, La trigarancia. Fuerzas armadas en la consumación de la independen-

cia. Nueva España, 1820-1821, p. 153.


54 carso, Colección Puebla, microfilm, rollo 46, 1648-1855, Representación que hace

al Soberano Congreso de Cortes la Junta Electoral de la Provincia de la Puebla de los Ánge-


les en VE para que en ellas se establezca la diputación provincial conforme al artículo 325 de
la Constitución Política, Puebla, impreso el 23 septiembre 1820.

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diencia, las connotaciones de la palabra liberal y evaluaciones acerca de la
profundidad de la crisis política que había vivido la monarquía hispánica;
no faltó quien abordara temas realmente espinosos como la reforma de la
iglesia que defendiera en España el afrancesado Juan Antonio de Lloren-
te.55 Imperaba ciertamente un ambiente de debate y discusión encendidos,
al punto que un autor anónimo lamentaba que en su tiempo (1820) “todos
se creen rey”.56
En un contexto semejante, era perceptible no sólo lo importante que
fue la primera experiencia constitucional entre 1813-1814, también se apre-
ciaban los resultados de la obra de politización a la que el obispo Campillo
había contribuido enormemente con sus disposiciones y discurso religioso.
Los años de gobierno militarizado si bien se tradujo en el desplazamiento
de los ciudadanos, fue también favorable porque muchos de sus intelectua-
les se dieron el tiempo de estudiar la constitución y otros textos políticos
para que ella se cumpliera en lo que más convenía cuando esta fue restau-
rada por el rey. Es claro que todo era consecuencia del inicio de la crisis
política de 1808. Lo interesante fueron las evoluciones. En ese contexto,
el proceso abierto a raíz de la publicación del Plan para el Gobierno que debe
instalarse provisionalmente con el objeto de asegurar nuestra sagrada religión y esta-
blecer la independencia del imperio mexicano, conocido popularmente como Plan
de Iguala, el 24 de febrero de 1821, tomó a la ciudad capital de la provincia de
Puebla, sede de los poderes provinciales, a la ciudad de los Ángeles, en un
estado de agitación generalizada.
El cúmulo de desatenciones, desabrigo y desamparo de que daban cuen-
ta las representaciones, decisiones, controversias y reacciones de un mundo
que se manifestó diverso fue originando una mirada cada vez más suspicaz
respecto de las autoridades reales. El jefe político subalterno, el brigadier
Ciriaco de Llano quedó obligado a justificar ampliamente su intervención
como autoridad en las elecciones a que había convocado, el 26 de septiem-
bre de 1820, acusado de que sus órdenes de movilizar a la fuerza inhibían
el ejercicio del sufragio. Reconoció que lo hizo, pero en uso de atribuciones

55 Tecuanhuey, “Muerte del cuerpo político. Sensibilidad y racionalización de los repu-

blicanos mexicanos 1820”, p. 17; Tecuanhuey, “Los hermanos Troncoso, la vocación de dos
curas”, pp. 355-391.
56 bp, Impresos, Don Toribio y el cafetero Damián.

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y en cumplimiento de sus obligaciones. Su intención, dijo, no tuvo el ob-
jetivo de influenciar en la elección de diputados de provincia celebradas
el anterior 18 septiembre. Sus frases dejan ver la incomodidad que vivía
un hombre acostumbrado a dar órdenes que se cumplían, a un hombre
que tenía que rendir cuentas. Así, afirmaba, “Es falso, falsísimo, haber
mandado yo prevenir los cañones violentos en el parque […] Como igual-
mente otras providencias que supone y no he dado”. Luego de lo cual,
casi suplicaba, seguramente por percibir la profundidad de los malestares.
“Ciudadanos el gobierno justo no hace más que cumplir las leyes… fieles
habitantes de Puebla y su provincia, pues su jefe político jamás olvida el
jurado guardar y hacer guardar la sabia constitución política de la monar-
quía española”. 57
Documentos como estos son la constatación de la influencia que es-
taba adquiriendo una vigorosa opinión pública crítica, reclamante y pro-
positiva. La sensibilidad De Llano, principal oficial en el combate de los
insurgentes dentro de la provincia, trasluce la conciencia de la justificación
de los reclamos, el más sonoro, igualdad de derechos con los peninsula-
res. Un publicista que firmaba escritos bajo las siglas de J. N. T., jugó un
papel decisivo para hacer pensable lo impensable: los americanos estaban
en orfandad, los derechos anunciados por la Constitución política de la
Monarquía Católica para los ciudadanos americanos habían sido concedi-
dos por conveniencia, ante el temor al desprendimiento ultramarino de la
monarquía. Juan Nepomuceno Troncoso habría de subrayar que ese trato
injusto e inequitativo era muestra de la falsa hermandad de los españoles
americanos.58 El ánimo tan caldeado en la prensa, parece no desbordarse
debido a la amenaza que pendía sobre la cabeza del obispo Antonio Joa-
quín, quien había suscrito el Manifiesto de los persas, aceptado el apresa-
miento de los diputados liberales y el retorno formal del absolutismo. Era
una personificación de lo que Pérez Vejo llama como perplejidad y asombro
de muchos otros eclesiásticos que, siendo a su vez ministros que cuidaban el

57 Archivo del Cabildo Catedral de Puebla (accdp), Expediente de ventas de libros e

inventarios, cartas particulares, asuntos diversos, escrituras de casas y varios arrendamientos,


folletos varios, “Ciriaco de Llano, Aviso al Público”, 26 de septiembre de 1820.
58 Tecuanhuey, “Juan Nepomuceno Troncoso. Un clérigo en los varios caminos hacia la

independencia. Puebla, 1808-1821”, pp. 417-450.

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orden monárquico absolutista, habían tenido que adaptar los discursos a
las necesidades de la coyuntura, cuando el rey legitimo había quedado al
margen del trono.59
Las tensiones fueron crecientes entre el ayuntamiento de la ciudad
de Puebla y el jefe político subalterno, que maniobraban para restarse po-
der mutuamente. Ante los diputados a Cortes hubo intención en el ayun-
tamiento de asumir mandato imperativo para dar instrucciones acerca de
la demanda de exacto cumplimiento de la constitución “a fuego y sangre”,
forma de alcanzar la equidad entre provincias de uno y otro continente.60 El
tono de las exigencias fue de inicio beligerante, como se ve, aun cuando en
manos de Troncoso, aludiera elegantemente a “la voz de los pueblos”.61 La
radicalidad propició que saliera a la luz una variedad de matices; unos clamaron
prudencia, otros reclamaron gratitud, etc. De cualquier forma, el llamado
de Iturbide a las “ciudades opulentas”, a los “pueblos hermosos”, a las “pro-
vincias y reinos dilatados que España educó y engrandeció” para ocupar “en
el universo un lugar distinguido”,62 encontró en Puebla decididos adeptos,
ante una gran mayoría expectante. El juramento de la Junta de Oficiales del
Ejército del Sur, del 2 de marzo, precedido por la invitación a adherirse al
Plan para la Independencia de la América Septentrional, el Plan de Iguala,
fue rechazado por Apodaca y, en el caso de la comandancia de Puebla, por
Ciriaco de Llano.
Hasta el último momento leal a la monarquía española, De Llano puso
atención en sus subordinados; sospechó del teniente coronel graduado Ma-
nuel Flon, comandante de Izúcar, y lo relevó el 4 marzo 1821 acusado de
coludirse con los rebeldes. Siete días más tarde cesó y apresó al capitán Fran-
cisco Palacios de Miranda del cuerpo de Dragones Provinciales asentado en
Izúcar, bajo la misma imputación. A partir de entonces, los movimientos de
Iturbide se encaminaron a consolidar desde la periferia al centro las adhe-
siones al Plan. Pero en la capital provincial el Plan se divulgó por iniciativa
de Troncoso, quien lo insertó en La Abeja Poblana, en su número del 1° de

59 Bárcena y Arce de la, Obras completas, ed. Tomás Pérez Vejo, p. 1604.
60 ahap, Expedientes sobre asuntos varios, 1807-1861, vol. 209, legajo 2496, ff. 147-158,
Instrucciones.
61 Tecuanhuey, op. cit., pp. 202-208.
62 Alamán, op. cit., t. V, p. 99.

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marzo de 1820. Gómez Haro en 1910 hizo saber que Joaquín Furlong ven-
dió la imprenta de San Felipe Neri a agentes de Iturbide para el mismo fin,
al parecer se le trasladó a Tlacotepec a cargo de Juan Manuel Herrera. El 23
septiembre se hizo lo propio con la imprenta de la Rosa.
El proceso en Puebla fue, entonces, esencialmente militar; las acciones
concluyeron el 6 de agosto de 1821, momento en que las autoridades urba-
nas se adhirieron al Plan de Iguala y juraron la Independencia. Pero antes se
produjo la capitulación del brigadier de Llano, con lo que se puso fin al sitio
de la ciudad. En el cuadro siguiente sintetizamos la forma en cómo se desa-
rrolló el cerco a la ciudad, de acuerdo con los registros de Lucas Alamán.

Acciones militares que llevaron al triunfo del Plan de Iguala


Provincia de Puebla, 24 de febrero a 6 de agosto de 1821

Fecha Lugar Acción Oficiales Cuerpo


24/02 Iguala Proclamación Agustín de Itur-
bide
00/03 Iguala Adhesión Pbro. José Manuel
Herrera
13/03 Xalapa Adhesión Celso de Iruela Granaderos de Es-
paña y Dragones
de España y com-
pañía de Celaya
18/03 San Juan de Ocupación José Joaquín
los Llanos Herrera
28/03 Actopan Adhesión Pbro. José Mar- Cura de parroquia
tínez
29/03 Orizaba Adhesión Antonio López de Regimiento Fijo
Santa Anna y Provincial de
Puebla
01/04 Córdova Capitulación José Joaquín Ayuntamiento
Herrera
00/04 Izúcar Ocupación Nicolás Bravo
(Continúa)

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(Concluye)
Fecha Lugar Acción Oficiales Cuerpo
00/04 Atlixco Ocupación Nicolás Bravo
00/04 Huejotzingo Ocupación Nicolás Bravo Batallón del
Fernando VII de
Puebla
00/04 Tlaxcala Ocupación Nicolás Bravo
00/04 Huamantla Ocupación Nicolás Bravo
00/04 Ixtapa, Adhesión Hermanos Flon y Regimiento de
cumbes de Francisco Ramírez Dragones Provin-
Aculcingo Sesma ciales de Puebla
29/04 San Andrés Ocupación José Joaquín
Chalchico- Herrera
mula
15/05 Pueblo de Batalla y José Joaquín Pueblo de Ama­
Amatlán muerte de Herrera tlán
Hevia
00/05 Zacatlán Ocupación Nicolás Bravo
27/05 Xalapa Capitulación Santa Anna Carlos Ma. de
Bustamante
00/06 Tulancingo Ocupación Nicolás Bravo
00/06 Pachuca Ocupación Nicolás Bravo
14/06 Hacienda de Adhesión Nicolás Bravo Músicos del Re-
Zoltepec gimiento Fijo de
Puebla
18/06 Tlaxcala Ocupación Nicolás Bravo y Fieles del Potosí
Antonio de León y Dragones de
México
01/07 Cholula Ocupación Nicolás Bravo y Manuel Valente
Ramírez Sesma Gómez
00/07 Amalucan Ocupación José Joaquín
Herrera

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Como es de advertirse, fueron las armas predominantemente las que lo-
graron la adhesión; los trigarantes que efectuaron el cerco de la ciudad an-
gelopolitana que determinaron la adhesión al Plan, fueron los anteriores
insurgentes, entre los que destaca Nicolás Bravo. Sus movimientos atrajeron
al boticario José Joaquín Herrera, en Perote, cuyo apoyo a la causa fue fun-
damental porque lo acompañaron elementos del fuerte para crear una di-
visión volante del ejército trigarante.63 Hubo refriegas en Huauchinango,
Zacatlán y poblaciones extendidas hacia Orizaba. No sorprende que haya
aparecido un foco en la Sierra Norte, extensión de otro brote surgido en
los Llanos de Apan y que articulaban las acciones con el norte de Vera-
cruz.64 Tampoco sorprende que el peninsular Miguel Cavaleri, radicado en
Cuernavaca desempeñándose como proveedor de la galleta para el Ejército
del Sur, haya sido el contacto que consiguió la imprenta poblana del padre
Furlong,65 miembro de una poderosa familia de panaderos de la ciudad.
Todos los esfuerzos que desarrollo De Llano para defender la integridad
de las Españas fueron inútiles, y desde mediados de marzo constató el desaca-
to o la dilación con la que se atendían sus órdenes. El 28 de julio capituló.
El propio Iturbide llegó a la ceremonia de juramento. Estaba a las puertas
de la ciudad de México y además contaba con el respaldo del obispo que lo
favoreció. Todo parecía felicidad, sin embargo, hay que decir que esa rama
radical de la opinión pública que impulsó la independencia apoyando el
Plan de Iguala, no fue incondicional de Iturbide.

Epílogo

Nuevamente, Juan Nepomuceno Troncoso escribió a Iturbide convencido


de que la América del septentrión estaba destinada a ser vanguardia america-
na en la marcha por la libertad. Entendía que esa posición era alcanzable si
se lograba “la uniformidad de principios en que debe modificarse la legisla-

63 Moreno, op. cit., p. 173.


64 Ibid., p. 171.
65 Ibid., pp. 155 y 177.

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ción de las Américas”. Entendía que tal uniformidad de principios signifi-
caba superar la contradicción de intereses sectoriales, “del comerciante, del
labrador, el artesano y aún del mismo clero” y para lograrlo se requería de
una legislación sabia porque logra mantener el equilibrio, con lo que “resul-
te la verdadera riqueza”. Observó que, para avanzar hacia la libertad, había
que evitar las miles de trabas que se le ponen al rey y al poder ejecutivo
“para impedir la violencia”, pero también había que hacerlo con el poder
legislativo. Declaró no quedar seducido con la voz “soberanía del pueblo”, y
le señaló que el problema central era hacer que las leyes se cumplieran. En la
justicia, remataba, es donde “yo la quiero buscar para mi patria”, consiguién-
dolo, agregaba, seguirá necesariamente la prosperidad en la agricultura y
comercio. Además, afirmó que “Esos héroes y no Fernando VII llenaron de
luto nueva España…”. En un discurso aderezado con evocaciones aztequistas,
llamaba a Iturbide a llamar a las inteligencias americanas.66 En resumen,
Troncoso desde el curato con que fue castigado señala a Iturbide:

Sabios tiene mi patria y usted está, lo repito, en obligación de moverlos. Son


unas luces que están cubiertas bajo el femenil [manto]; la más valerosa mano
de usted es la que ha de levantar ese estorbo y colocarlas en los candeleros que
les corresponden… Alabo al todopoderoso porque me hizo nacer en un tiempo
en que podía ajustar el gobierno de mi patria, obedeciendo aquellos que el
mismo cielo me hace amar: […] no mezclemos el abuso en la misma corrección;
dejemos el mal si tememos lo peor, pero no abandonemos el bien si dudamos
de lo mejor. Esos principios, mi jefe, que exponía Montesquieu a un ministro
[…] me atrevo a repetírselo en el tiempo que van a hacer crisis las enfermedades
políticas de Nueva España; tiempo en que se puede aplicar el remedio con sus
ideas pero que piden conocimientos, rectitud en la intención, uniformidad y
conformidad en los principios.

Esta carta escrita desde Molcajac, el 31 agosto de 1821, fue una de muchas
otras hojas volantes y folletos que lamentaban las confrontaciones entre
el congreso e Iturbide. La misma imprenta que perteneció a los hermanos
Troncoso publicó otro escrito abiertamente en defensa del Congreso y antes

66 Troncoso, “Carta al general en jefe”. Sigo hasta nueva cita.

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de su disolución.67 Firmada por un supuesto militar de artillería sostenía
con cierta ironía que se verían “muy adelantados los oficiales de un cuerpo
facultativo […] si se convirtiesen ahora en infames satélites del despotismo,
dando la última prueba de su estupidez con auxiliar a los traidores que
proclaman descaradamente la monarquía absoluta y el restablecimiento del
diabólico tribunal de la inquisición”. El autor apuntaba cómo esto era contra-
rio a “las luces del presente siglo y después de tanto sacrificio en 11 años de
la más desastrosa guerra para libertar a nuestra patria de esos monstruos”.
Claramente antimilitarista argumentaba que las amenazas contra el con-
greso eran promovidas por quienes querían separar a los reyes de las sendas
de la justicia y atar “con más pesadas cadenas la libertad de sus súbditos,
transfiriendo insensiblemente la subordinación en vasallaje, y el vasallaje en
la más dura esclavitud”. Invita el escritor a Iturbide a evitar la corrupción
de la política, a recordar el triste derrotero de Napoleón y de Fernando VII
que tantos odios se ganaron. Elogia a los diputados y los nombra “modelos de
justicia, de equidad y de sabiduría, [que] han olvidado sus comodidades
e intereses personales […] por servir a la patria; desconocen y aún aborrecen
toda mira ambiciosa; se contentan con unas moderantísimas dietas, sufrien-
do la demora en su paga para una subsistencia tan sobria como frugal”.
Advierte que los diputados recibían insultos y detracción “de cuantos
pretenden reducir la independencia del América al despotismo de Argel para
romper los diques de las instituciones liberales”. En una más clara defini-
ción republicana le recuerda:

“Nicolás Maquiavelo no podía escribir a favor de las repúblicas, porque se


hallaba en la frente de un gobierno absoluto que podía aniquilarlo; y se valió
del ingenioso arbitrio de exaltar hasta lo sumo las facultades y preeminencia
de los monarcas, en el libro que tituló el príncipe, con el que logró volverlos
objeto del aborrecimiento general de los pueblos. Así es que el príncipe de
Maquiavelo es el texto más convincente en que apoyan los republicanos su sis-
tema”. Cierra su reflexión con la esperanza de no ser Iturbide seducido por la
adulación porque con ellas pretenden derribarlo del trono.

67 Juan Carlos Chiaramonte, La artillería decidida.

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Otro escrito también en defensa del congreso en un tono bien dramático,
convoca a las provincias a intervenir en caso de que alguna fuerza cometie-
ra el “crimen tan abominable” de arrojarse sobre el Congreso soberano y
disuelva la representación nacional. Les recuerda que el Congreso, como
máxima autoridad, debía ser defendido “con las armas” por las provincias
y todos los americanos. Señala que lo exigía “el sol del mismo juramento
con que a la presencia del cielo y a la faz de todo el universo se ha obligado
la nación para garantizar su libertad”. Invoca hacer memoria de que en el
congreso están los representantes del pueblo, de una nación libre, “digna de
toda consideración y respeto”. Presagia que de admitirse el ultraje en “sus
derechos más sagrados, […se dará] paso al furor, vengará a sangre y fuego
sus injurias y vibrando de nuevo el cuchillo perseguirá a sus opresores aún
más allá del sepulcro”.
Maldiciendo al gobierno arbitrario, despótico y tiránico, recomienda a
los defensores del congreso apoyarse en la milicia nacional, que se levante
y se discipline, que dependa únicamente del Congreso y que las juntas pro-
vinciales sean las superiores inmediatas de aquellas milicias. En una plena
euforia propositiva, dibuja recoger la propuesta de Flores Estrada: crear una
junta en cada cabeza de provincia compuesta por ejemplo de 20 o 24 voca-
les, electos popularmente la cual sería llamada Congreso Provincial que se
renovaría completamente cada dos o tres años. Estos congresos provincia-
les tendrían todas las atribuciones y encargos que hoy tienen las juntas de
provincia, más las particulares de hacer levantar, armar y disciplinar exac-
tamente toda la milicia. Proponía pensar si era conveniente que las juntas
fueran presididas por el jefe político, “diverso siempre del capitán general”,
el que sería nombrado por el gobierno en el modo y por el tiempo que las
leyes prevengan o si acomoda la idea del autor por unos individuos de su
seno durante seis meses. Los congresos provinciales se encargarían de la
prosperidad y felicidad de la provincia y, en el caso de que el cierre del Con-
greso supremo represente que la soberanía de la nación fuera amenazada,
imaginaba que todos los congresos provinciales reasumían el ejercicio de la
soberanía e inmediatamente debían ejecutar nueva elección de representan-
tes, protegiendo con las armas su reunión.68

68 Anónimo, Muera el Congreso y muere la nación, p. 11.

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Este último escrito, publicado en la ciudad de México, circuló en Pue-
bla en armonía con los reclamos en defensa del Congreso, de su libertad.
A la luz de la experiencia que sostener la monarquía significaba absolutis-
mo, militarismo; tales reclamos se lanzaban contra el despotismo.69 Pero
modelaron un futuro republicano con base en repertorios españoles. Una
promesa que se quiso concretar en 1823.

69 Ávila, Para la libertad. Los republicanos en tiempos del Imperio, 1821-1823.

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De cántaros y juramentos.
El trienio liberal en Zacatecas

Mariana Terán1

A Manuel Chust

El periodo de 1808 a 1823 implicó para las instituciones como los ayun-
tamientos del virreinato de la Nueva España, una permanente convocatoria
para reflexionar sobre cuestiones de soberanía, formas de gobierno, guerra,
constitución, pertenencia y lealtad a la monarquía hispana, independencia,
república y libertad.
En el caso de Zacatecas ese periodo se puede observar a partir de las in-
terpretaciones y actuaciones del ayuntamiento de la capital de la intenden-
cia: entre 1808 y 1810, alcaldes y regidores se preguntaron qué hacer con un
soberano ausente manifestando en plazas y calles su lealtad al monarca, al
tiempo que participaban en procesos electorales. Ese bienio dio pie a nuevas
formas de representación política con la elección del clérigo José María de
Cos para la Junta Central (1809) y del doctor José Miguel Gordoa y Barrios
para las Cortes Generales. Mientras que Gordoa rendía juramento ante las
Cortes, José María Cos se involucraba en el ejército insurgente.2

1 Benemérita Universidad Autónoma de Zacatecas.


2 Sobre la formación jurídica, política y canónica de José María Cos, véase Guzmán Pérez,
Los constituyentes. Biografía política de los diputados del Supremo Congreso Mexicano (1813-1814),
pp. 185-203.

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Entre la discusión legislativa en las Cortes y la guerra de insurgencia en
el virreinato, menudas revoluciones se vivieron al interior del ayuntamiento
de Zacatecas: ante la huida del intendente Francisco Rendón, el cabildo reba-
só sus propias atribuciones y nombró como intendente interino a Miguel
Rivera de Bernárdez. Las primeras medidas de seguridad para la defensa
de la ciudad se tomaron por el ayuntamiento, las muestras de lealtad al rey
fueron promovidas por él; fue ese órgano el que buscó estrategias para “con-
ferenciar” con los líderes insurgentes y evitar el teatro de la guerra de Gua-
najuato; fue la institución donde descansaron los procesos electorales.
Con la llegada de los cuerpos realistas a la ciudad, otros fueron los derro­
teros para el órgano municipal. El ejército realista impulsó en la intenden-
cia dos estrategias generales: la militar, a partir del control del territorio
con el establecimiento de cuarteles en Zacatecas, Sombrerete y Jerez, y la
política, reconociendo que las legítimas autoridades se encontraban en las
Cortes Generales. Con la presencia del ejército realista, el ayuntamiento
enfrentó controversias con los intendentes militares que estuvieron al frente
de aquella provincia entre 1812 a 1820 por procesos electorales y contribu-
ciones debidas a gastos de guerra; las relaciones que habían mantenido una
relativa armonía entre ayuntamiento e intendencia cuando el teniente letra-
do José Peón Valdés estuvo de manera interina por largos periodos parece
que llegaban a su fin. Fue en el trienio liberal en que esas otras revoluciones
llegarían a incidir en la cultura política de la representación terminando de
desplazar el control militar en la provincia.
En el primer periodo de vigencia de la Constitución de 1812, se esta-
blecieron los ayuntamientos constitucionales, la mayoría ubicados en las
cabeceras de partido (anexo 1); por las distintas corporaciones y autoridades se
juró la Constitución, la plaza de la ciudad llevó su nombre, se mandó cons-
truir una lápida en su honor y la intendencia zacatecana quedó integrada
en la diputación provincial de la Nueva Galicia. Los llamados del diputado
José Miguel Gordoa por exigir su propia diputación provincial en 1813 que-
daron en eso.
A partir del restablecimiento de la Constitución, el ayuntamiento fue
centro de procesos electorales, tanto para la renovación de sus cargos como
para elegir diputado a Cortes y a diputación provincial respecto a Nueva
Galicia. Se instalaron nuevos órganos municipales, se pugnó por una dipu-
tación propia; con ciertas resistencias, las autoridades se adhirieron al Plan

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de Iguala. Agustín de Iturbide y la Junta Provisional Gubernativa aprobaron
el incremento de diputaciones provinciales,3 reconociendo a Zacatecas la
suya propia. El propósito de estas líneas es explicar dos procesos que caracte-
rizaron algunos de los hilos políticos de aquella intendencia durante el trienio
liberal: la recuperación del control político administrativo del territorio por
parte de las autoridades civiles, integradas en su mayoría en el ayuntamien-
to y en la diputación provincial, y el paso de esta de ser un cuerpo adminis-
trativo a ser considerado un cuerpo político soberano.

Las respuestas del ayuntamiento de Zacatecas


ante las constituciones

El 27 de junio de 1810, desde la sala capitular de Zacatecas, el escribano leyó


el decreto dado en la isla de León el 14 de febrero “declarando comunes a las
Américas, los derechos y prerrogativas de la metrópoli en la representación
nacional”.4 En la provincia de Zacatecas se dio margen a un proceso amplio y
con una significativa participación de los ayuntamientos de la capital, Aguas-
calientes, Sombrerete, Fresnillo, Jerez, Villanueva y de algunos subdelegados
como el del Real de Pinos para elegir diputado a Cortes. Cada ayuntamiento
propuso a sus recomendados tomando en consideración los criterios de mé-
rito y virtud en los campos de las letras y de la trayectoria militar.
De los 35 propuestos por las corporaciones, 14 eran clérigos, 12 aboga-
dos, 2 militares, 4 bachilleres, los dos hacendados condes de Santa Rosa y
Santiago de la Laguna y uno sin referencias (anexo 1). El radio de vínculos de
los ayuntamientos respecto a sus recomendados ilustra una parte de la red
de relaciones establecidas con la jerarquía eclesiástica, como se muestra para

3 Sobre la continuidad del liberalismo gaditano en el primer imperio, véase Arroyo, La


arquitectura del Estado mexicano. Formas de gobierno, representación política y ciudadanía, 1821-
1857, p. 50.
4 Archivo Histórico del Estado de Zacatecas (ahez), fondo Ayuntamiento de Zacatecas,

serie Elecciones, 29 de agosto a 25 de septiembre de 1810, “Documentos para la elección del


diputado de la provincia de Zacatecas”.

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el caso de Aguascalientes donde la mayoría de sus recomendados ocupaban
altos cargos en las instituciones eclesiásticas de Guadalajara, sin considerar
a algún eclesiástico o abogado de Zacatecas. Cada una de las recomendacio-
nes se leyeron en el cabildo de la capital para elegir quién tendría mayores
luces para representar a la provincia ante las Cortes Generales “con la mira
al acierto y al mejor servicio de la religión, del rey y de la patria”. Discu-
tieron “prolijamente los méritos y circunstancias de todos y cada uno de los
candidatos por consideraciones físicas, morales y políticas […] fueron califi-
cados nemine discrepante para entrar en terna por el orden que se nombran
Doctor José Félix Flores Alatorre, Doctor José Ignacio Vélez y Doctor José
Miguel Gordoa”.5 Quedaron fuera militares y abogados. Solo tres nombres
estuvieron en cántaro de donde se esperaba la suerte para salir elegido. Sus
nombres escritos “en tres cedulillas, enrolladas en forma, se introdujeron
en una redoma de cristal, la cual removida una y muchas veces y sacada una
cedulilla”, se leyó el nombre del doctor José Miguel Gordoa y Barrios a quien
declararon diputado a las Cortes Generales, “legalmente electo”.6
Gordoa defendió ante las Cortes los intereses mineros, el fomento de
la agricultura, la construcción de obras hidráulicas. Pero sus argumentos
no sólo fueron en ese sentido, también habló de ciudadanía y de repre-
sentación. Su tesis era que el origen no debería determinar la ciudadanía,
sino la pertenencia a la nación. Por qué dejar fuera a los descendientes de
africanos:

Supongo, señor, que la virtud, merecimientos y eminencia de servicios de que


aquí se habla, no es con relación a las verdades reveladas o al orden sobrenatu-
ral, sino a la virtud política […] Pues si el que trae origen de África ya es español
y como tal debe mirar como una de sus principales obligaciones el amor a
la patria […] ha de cultivar la justicia y beneficencia recíproca, la fidelidad a la
Constitución, la obediencia a las leyes, el respeto a las autoridades establecidas,
la subvención a las necesidades del Estado, hasta prestarse, llamados por la ley,
a derramar su sangre en defensa de la patria.7

5 Idem.
6 Idem.
7 Sesión del 4 de septiembre de 1811, Diario de sesiones de las Cortes Generales y Extraordi-
narias que dieron principio el 24 de setiembre de 1810, y terminaron el 20 de setiembre de 1813 (sesión

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Las plazas tomaron el nombre de Constitución, se mandaron diseñar mo-
numentos y las principales ciudades organizaron la ceremonia de juramento
siguiendo la tradición de la jura real para expresar la lealtad y obediencia.
Las autoridades locales encabezadas por el intendente y el ayuntamiento
de la capital participaron de la promoción del vínculo entre el símbolo jura-
mental y el orden jurídico liberal. La ceremonia fue utilizada para propagar
sus bondades en un esfuerzo pedagógico y cívico.8 Los ayuntamientos de
las capitales provinciales fueron parte de esta dinámica de representación, en
medio de una guerra y con el compromiso de mandar la dieta a su represen-
tante en Cortes. La correspondencia entre el diputado de Zacatecas, José
Miguel Gordoa y Barrios con el ayuntamiento de la ciudad se caracterizó por
la insuficiencia de recursos para su estancia en España, el envío de infor-
mación sobre los avances legislativos, la exigencia del diputado para que el
ayuntamiento reuniera información sobre las más sentidas necesidades de
la provincia para su mejor desempeño en las Cortes.
Durante el primer momento de vigencia de la Constitución, la provincia
de Zacatecas dependió de la diputación provincial de la Nueva Galicia, es-
tablecida desde el 20 de septiembre de 1813.9 En la provincia de Zacatecas,
antes que en la ciudad capital, el primer ayuntamiento declarado consti-
tucional fue el de Pinos, de donde era originario el diputado José Miguel
Gordoa y Barrios. Las cabeceras de las once subdelegaciones convirtieron sus
ayuntamientos a constitucionales en el mes de agosto de 1813. Estos años se
caracterizaron por la presencia política y militar del ejército realista que lo-
gró dominar la intendencia, imponerse frente a los insurgentes en las distintas
regiones (a excepción de los Cañones en el sur), disciplinar a las autoridades

del 8 de junio de 1812), t. IV. Sobre Gordoa, véase Escobedo, José Miguel Gordoa, el drama de
la transición política (1777-1832).
8 Cárdenas, “De las juras reales al juramento constitucional: tradición e innovación en

el ceremonial novohispano: 1812-1820”, pp. 63-93.


9 En junio de 1813 la junta preparatoria de Guadalajara convocó a elecciones para la

diputación provincial. La junta estuvo integrada por el comandante militar José de la Cruz,
el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas, el intendente Francisco Antonio de Velasco, el alcalde
José Crispín Velarde, el regidor Miguel Pacheco, el fiscal Pedro Vélez y los comerciantes
Juan José Cambero y Juan Manuel Caballero. Las elecciones fueron el 22 de agosto con cuatro
diputados para Guadalajara y tres para Zacatecas. Los representantes por Zacatecas fueron el
conde de Santa Rosa, Jacinto Martínez y Rafael Riestra. Olveda, “Estudio introductorio”, La
diputación provincial de Nueva Galicia: actas de sesiones, 1820-1822, p. 14.

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locales a través del nombramiento de militares como Juan Manuel Ochoa o
Diego García Conde y mostrar su reconocimiento a las autoridades que se
encontraban en la península redactando una constitución.
En mayo de 1814 el intendente Diego García Conde recibió el decreto
en que se declaraba insubsistente la Constitución de 1812. En sentido con-
trario al poder redactado por el ayuntamiento de Zacatecas de 1809 en el
que exigía se restituyera el legislativo en las Cortes y se limitara al ejecutivo,
García Conde dio instrucciones para realizar en acto solemne la publicación
de la nueva noticia:

¡Soldados fieles zacatecanos! ¡Viva el rey! ¡Viva nuestro adorado monarca el


Señor Don Fernando VII! ¡Que vivan sus virtudes! ¡Que viva su ternura para
con sus vasallos! ¡Que viva la constancia española que supo restituirlo al tro-
no! Y que mueran los perversos que quieran oponerse a su felicidad y a la
nuestra. Y así como borramos ahora la lápida de la Constitución, queden afa-
mados y borrados para siempre los nombres de los que hayan atentado contra
la autoridad real del mejor de los monarcas.10

A pesar de que el doctor José María Cos que había gozado de la confianza de
las autoridades locales en la crisis de 1808, fuera propuesto para ser represen-
tante ante la Junta Central por el ayuntamiento de Zacatecas en 1809 y re-
comendado por el mismo ayuntamiento para ser diputado en las Cortes en
1810, su activa participación en las fuerzas insurgentes entre 1812 y 1814 fue
vista por las autoridades locales como un signo de traición. El acta del Supre-
mo Congreso mexicano declaraba roto el lazo de dependencia con el trono
español, reasumía la soberanía para darse leyes, hacer guerra, paz, alianzas,
concordatos, profesar y defender la religión católica. Todo aquel que no
reconociera la independencia, sería considerado reo de alta traición “ya pro-
tegiendo a los europeos opresores, de obra, palabra o por escrito; ya negándose
a contribuir con los gastos, subsidios y pensiones para continuar la guerra
hasta que su independencia sea reconocida por las naciones extranjeras”.11

10 Amador,
Bosquejo histórico de Zacatecas. Desde el año de 1810 al de 1857, t. II, p. 147.
11 ahez,
Fondo Reservado, “Acta de independencia”, Congreso de Chilpancingo, 1813,
firmada por Andrés Quintana Roo, Ignacio López Rayón, José Manuel de Herrera, Carlos
María de Bustamante, José Sixto Verduzco, José María Liceaga, Cornelio Ortiz de Zárate.

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Las reacciones del ayuntamiento y de clérigos frente al movimiento cons-
tituyente de los insurgentes como fray Antonio de la Luz Gálvez,12 fueron
de enérgica condena. En la ceremonia de juramento de fidelidad al rey y a
la religión en 1815, con el concurso de las corporaciones de la ciudad con-
denó la “constitución mexicana”, el franciscano afirmó que aquellos que
se decían diputados en Chilpancingo, no eran más que unos impostores
“que han tenido la imprudencia de suponerse diputados por las provincias
de América”. De su pluma salieron anatemas a la constitución insurgente y
furiosas críticas al religioso José María Cos que no tenía ninguna represen-
tación legal de la provincia:

Odio eterno contra la llamada Constitución Mexicana y execración y guerra


contra sus autores y defensores: sí, así lo protesto y así lo repite esta Provin-
cia de Zacatecas. Oídlo naciones circunvecinas: oídlo pueblos aún los más
remotos: Zacatecas detesta y detestará para siempre la pretendida Constitu-
ción Mexicana, porque su sistema está en oposición directa con la obediencia
bendita a la Santa Iglesia de Roma y a la fidelidad jurada al Sr. Fernando VII
de Borbón.13

12 La trayectoria política y las redes en las que participó fray Antonio de la Luz son

muestra de las discusiones que se entablaron sobre las formas de gobierno de 1808 a 1825.
Fue expurgador de libros de la Santa Inquisición, representante del ayuntamiento junto con
el doctor José María Cos, para convencer a los ejércitos de conservar la tranquilidad públi-
ca durante septiembre de 1810; fue acusado de infidencia. Manifestó su rechazo al decreto
constitucional y en contraparte, mantuvo reconocimiento a la Constitución de 1812. Fue
reconocido como mediador en la diputación provincial frente al dilema que sostuvieron las
autoridades civiles y militares sobre la adhesión al Plan de Casa Mata. Convencido de la forma
de gobierno republicana federal, participó activamente como integrante de la Sociedad Patrió-
tica de Amigos del País en Zacatecas al ser el responsable de la redacción y crear el periódico
Correo Político de Zacatecas. Sobre su proceso de infidencia, Terán, Por lealtad al rey, a la patria y
a la religión. Zacatecas, 1808-1814, pp. 336-349.
13 Biblioteca Nacional de México (bn), Fondo Reservado, Colección Lafragua, “Discur-

so que en refutación de la infame Constitución Mexicana dijo el R. P. Fr. Antonio Gálvez


Camacho, del Orden del S.P.S. Francisco, el 6 de agosto de 1815 en la ciudad de Zacatecas”.

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En cántaro y juramento

Durante la guerra de insurgencia la provincia zacatecana estuvo bajo el man-


do de siete jefes militares,14 los conflictos con el ayuntamiento de la capital
no dejaron de mantener un ambiente de constante tensión expresado en
elecciones y ceremonias de juramento. Si en el primer periodo de vigencia
de la Constitución de 1812 Calleja mostró su conveniencia por obedecer a
las autoridades legítimamente constituidas en las Cortes para imponer su
autoridad a los insurrectos, con el restablecimiento del código en 1820 fue
el ayuntamiento el que evidenció las ventajas que podría obtener a través de
los procesos electorales donde la constante fue la circularidad de los cargos
concejiles entre la elite municipal (anexo 2).
De los veintiún electores de parroquia en las elecciones de 1820, catorce
habían participado en el ayuntamiento de Zacatecas o eran sus integrantes.
Su elección en los electores de partido fue un factor clave para la recompo-
sición del control político sobre la provincia. Los apellidos de Iriarte, Veláz-
quez, Joaristi, Anza y Bolado estuvieron presentes en los ayuntamientos de
ambos periodos de vigencia de la constitución. Las fracturas entre ayun-
tamiento e intendencia por procesos electorales se habían dado desde 1813
cuando el intendente Santiago de Irisarri acusó al ayuntamiento por elec-
ción nula atentando contra su jurisdicción. El asunto llegó a mayores con
su renuncia.15
Las ceremonias de juramento son reveladoras del orden de los cuerpos
sociales y autoridades, de los intereses que están detrás y las luchas por
la preeminencia traducidas en conflictos por el control político. Fue el
ayuntamiento de la capital quien promovió el nuevo juramento a la Cons-
titución el 10 de junio de 1820 dando a conocer el decreto de las Cortes
donde todo aquel que se negara a su obediencia, se le impondría la pena
de destierro y la pérdida de “empleos, honores y emolumentos”. Se res-
tablecieron los ayuntamientos constitucionales y juntas municipales y se

14 Juan Manuel Ochoa (1811), Juan José Zambrano (1811), Martín de Medina (1811-

1812), Santiago de Irizarri (1812-1814), Diego García Conde (1814-1816), José de Gayangos
(1816-1820) y Manuel Orive y Novales (1821-1823).
15 Vega, Los dilemas de la organización autónoma. Zacatecas, 1808-1835, p. 132.

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aprobaron nuevas solicitudes incrementando su número a 21 organismos.
El control militar que caracterizó los últimos años de guerra en la provincia
se fue debilitando por varias razones, entre otras por la salida del intendente
José María Gayangos y la vuelta del teniente letrado José Peón Valdés a
cargo del mando militar,16 por el descontento ante las contribuciones para
mantener los gastos de guerra, pero sobre todo por la reanudación de las
elecciones para diputados a Cortes, oficios municipales y representación
en la diputación provincial de Nueva Galicia. Le correspondió a Peón Val-
dés recibir los decretos donde se mandaba celebrar las elecciones para dipu-
tados a Cortes y renovación de ayuntamientos.
Apenas habían transcurrido quince días de haber jurado la Constitución
de 1812 cuando se reanudaron las elecciones en el mes de junio de 1820.
Autoridades y corporaciones se reunieron en el edificio que fuera del cole-
gio grande de la Compañía de Jesús para nombrar a quince de los electores
que participarían en la elección del ayuntamiento de la capital. El intendente
recogió de los ciudadanos las listas para su lectura. Se realizó una votación
para secretario y dos escrutadores. Al día siguiente se dieron cita en la casa
del intendente para la revisión de las listas y nombrar a quince electores
(anexo 3). Reunida la votación se mandó guardar el legajo con el rótulo “Pri-
mera votación constitucional para electores de primer ayuntamiento del
año de mil ochocientos veinte”. Fueron llamados por el intendente para ren-
dir juramento de “guardar fiel y exactamente la Constitución Política de la
Monarquía Española”.
De junio a septiembre de 1820 se realizaron elecciones para ayuntamien-
to, vocales para la diputación provincial de Nueva Galicia y diputados a Cortes
por la provincia de Zacatecas. Los electores de partido eligieron represen-
tantes de la provincia a Cortes, resultando con el mismo número de votos (3)
como diputados propietarios el doctor Pedro Vélez, asesor interino del go-
bierno de Guadalajara, el conde de Alcaraz licenciado Bernardo del Castillo,

16 Peón Valdés fue abogado de los reales consejos, concursó para la plaza de relator del

Consejo de Indias, fue teniente letrado en la intendencia zacatecana sustituyendo a varios


intendentes por sus prolongadas ausencias como Felipe Cleere y Francisco Rendón. Obtuvo
amplia experiencia y conocimiento de la provincia. Después de la consumación de la inde-
pendencia, fue juez letrado y en los primeros años de república federal, primer presidente
del Supremo Tribunal de Zacatecas. Enciso, “La justicia de Zacatecas y la Audiencia de Gua-
dalajara tras la independencia de México: ilustrados realistas, ilustrados insurgentes”, p. 14.

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alcalde constitucional de México y el licenciado Juan José Flores de la Torre,
oidor honorario de la Audiencia de Guadalajara; como suplente el licenciado
José María Bracho, alcalde constitucional de la villa de Sombrerete. El 4 de
septiembre los electores de partido eligieron a tres vocales que representarían
a Zacatecas ante la diputación provincial de la Nueva Galicia con el doctor
Rafael Dionisio de Riestra, el licenciado José María García Rojas alcalde
constitucional de la villa de Aguascalientes y el licenciado Crespín de Velarde;
como suplente el cura del pueblo de Totatiche, Agustín de Iriarte (anexo 4).
Seguirle la pista al licenciado Domingo Velázquez que pasó a la historia
no precisamente por sus rasgos heroicos, pero sí por su permanencia en el
ayuntamiento, ayuda a ilustrar la trayectoria que gracias a las elecciones, lo-
graron recorrer algunos políticos para consolidar las instituciones gaditanas y
formar las republicanas federales en medio de ceremonias de juramento por
el restablecimiento de la Constitución de 1812, el Plan de Iguala (1821) y el
Plan de Casa Mata (1823), es decir, en medio de juramentos de pertenencia
a la nación española, al Imperio Mexicano y de adhesión a un plan que des-
conocía al emperador y exigía la convocatoria a un congreso constituyente.

De quienes no fueron héroes

El licenciado Domingo Velázquez fue auditor de Marina en Veracruz, pro-


motor fiscal de hacienda, teniente letrado del ayuntamiento de Zacatecas,
regidor del ayuntamiento constitucional. Cargos que ocupó desde las refor-
mas borbónicas hasta 1814. En el trienio liberal participó como elector de
los oficios municipales y de parroquia, intendente interino, resultó electo
como diputado propietario a Cortes del Imperio Mexicano, haciéndole en-
trega el ayuntamiento constitucional de su respectiva credencial con una
dieta de 500 pesos.17 Participó como integrante de la diputación provincial
de Zacatecas, jefe político y miembro de la comisión de constitución del
primer congreso constituyente del estado libre y federado (anexo 4).

17 Enciso, op. cit., p. 14.

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Pedro Celestino Negrete, nombrado por Agustín de Iturbide teniente ge-
neral del ejército imperial y capitán de Zacatecas, Jalisco y San Luis, adoptó
Aguascalientes como su base18 promoviendo a otros militares de la provincia
como a Mariano González Laris quien tendría bajo su mando la comandan-
cia militar de la provincia.19 El 12 de junio de 1821 Negrete se pronunció en
el pueblo de San Pedro Tlaquepaque por el Plan de Iguala. José de la Cruz
instruyó ese mismo día al intendente de Zacatecas no obedecer ninguna
orden de Negrete y cortar toda relación con Guadalajara.
Por su parte, el general Negrete dio instrucciones al coronel Manuel
Orive y Novales, intendente de Zacatecas, para llamar a realizar la ceremonia
de juramento al acta de independencia; poco eco tuvo por la desconfianza
que generó entre los integrantes del ayuntamiento de Zacatecas por conside-
rar al Plan de Iguala anticonstitucional y por recibir dos órdenes en sentido
contrario. Suponemos que la experiencia y la mediación política del licencia-
do Domingo Velázquez, alcalde primero y jefe político del partido de Zacate-
cas, fue la que hizo posible que el ayuntamiento terminara por adherirse al
Plan de Iguala, aunque después se conoció de las reuniones secretas donde
la voz república fue pronunciada por alguno de sus integrantes. Convocados
por Velázquez, las distintas corporaciones y autoridades participaron del
juramento en la casa del poderoso minero Manuel de Rétegui; por la impor-
tancia del texto, me permito citarlo en extenso:

En la muy noble y leal ciudad de Nuestra Señora de los Zacatecas, capital de su


provincia a las once de la mañana del nunca bien plausible y siempre memora-
ble día 5 de julio de 1821, previa citación del licenciado Domingo Velázquez,
alcalde constitucional primero y por preeminencia del empleo jefe político
subalterno interno de esta provincia, reunidos ceremonialmente bajo su pre-
sidencia, en el salón de la casa habitación del caballero Manuel de Rétegui,
(como más adecuada por su extensión y decoración, a la majestad del acto
que se preparaba), el muy ilustre ayuntamiento, autoridades civiles, militares y
eclesiásticas, plana de empleados en rentas públicas, y crecido número de veci-

18 En la subdelegación de Aguascalientes, el marqués de Guadalupe que había realizado

acciones para evitar que Iturbide alterara la paz pública, meses después lo reconocía como el
libertador, Gómez y Delgado, Historia breve de Aguascalientes, p. 96.
19 Vega, op. cit., p. 157.

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nos republicanos: el Señor presidente y a continuación por el correspondiente
orden, estas clases prestaron en manos del Señor cura párroco Br. Joaquín
María del Valle, ante la Sacratísima imagen de nuestro Crucificado Salvador y
tocando los libros de sus Santos Evangelios, juramento de no reconocer otra
religión que la católica apostólica romana, obedecer y hacer obedecer el gobier-
no independiente, con arreglo al plan del coronel Agustín de Iturbide, primer
jefe del ejército de las Tres Garantías, que establece la fidelidad al rey y la unión
de todos los habitantes de esta Nueva España. El Señor presidente pronunció
luego un luminoso discurso alusivo a circunstancias las más gratas al noble
pueblo zacatecano y en consonancia las incesantes vivas de éste lanzaron las más
cordiales efusiones dignas de tan sublime objeto. Y enseñado de su muy acen-
drada piedad, que el primario de todas sus empresas es el omnipotente, que las
sabe regir tan a su altísimo beneplácito, postrado ante las sacras aras de su san-
tuario, le tributó ferventísimos votos en debido reconocimiento a la estupenda
obra que acaba de prodigarle su divina diestra.20

El resto de los ayuntamientos y juntas municipales de la provincia organi-


zaron las ceremonias de juramento en sus casas consistoriales con la con­
currencia de diputados de minería, comercio, empleados de la hacienda pú-
blica, cura párroco, comunidades religiosas, donde se leyó la instrucción de
Pedro Celestino Negrete en la que se especificaba la fórmula del juramento
para manifestarlo en “altas y expresivas voces”:

Juro por Dios y los Santos Evangelios no reconocer otra religión que la católica
apostólica romana. Juro obedecer y hacer obedecer el gobierno independiente
con arreglo al Plan del coronel Don Agustín de Iturbide, primer jefe del ejérci-
to de las Tres Garantías que establece la fidelidad al rey y la unión de todos los
habitantes de esta Nueva España. Si así lo hiciere, Dios me lo premie y ayude
y si no, me lo demande.21

20 ahez, Fondo Reservado, “Acta de la jura de independencia celebrada en Zacatecas”,

5 de julio de 1821.
21 “Acta de la jura de independencia celebrada en la Villa de San Juan Bautista de

Llerena, real y minas de Sombrerete”, 15 de julio de 1821. Documento proporcionado por


Dalia Muro Marrufo.

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Entre los meses de julio y agosto, además de las actas de juramento al Plan
de Iguala de las 24 corporaciones municipales (anexo 5), se propiciaron
algunas conspiraciones donde se vitoreaban las voces de república y Vicente
Guerrero. En el edificio de las oficinas de la Aduana de Zacatecas, conocido
como República de Colombia, se reunieron algunos integrantes del ayunta-
miento con el contador de la Aduana, Antonio Castrillón, sargento mayor
de la milicia local y cercano al licenciado Domingo Velázquez. En un paseo
por las huertas de Enciso y después en el interior de una vinatería, Joaquín
Alonso Fernández, pronunció la frase quisiera beber la sangre de Fernando VII
y la de Iturbide en razón de monarcas.22 El comandante González Laris, encar-
gado del mando militar de la provincia, inició las pesquisas que confirmaron
la participación de Castrillón y de algunos integrantes del ayuntamiento en
aquellas reuniones donde posiblemente se estuviera haciendo acopio de armas
y sosteniendo vínculos con la plebe. En la casa de la llamada República de
Colombia, habían residido los hermanos Gordoa; Luis Gordoa había sido
integrante del ayuntamiento y después representante en la diputación pro-
vincial. Este conjunto de signos puede ayudar a explicar las resistencias
del ayuntamiento de Zacatecas para adherirse al Plan de Iguala.
Diversas fueron las reacciones sobre el Plan de Iguala: en Guadalajara
José de la Cruz informó a la diputación provincial sobre un grupo de suble-
vados en la villa de Aguascalientes al mando del subteniente del regimiento
de infantería de la corona, Albino Pérez, junto con el capitán de patriotas
Rafael Vázquez, quienes proclamaron la independencia y después se dieron
a la fuga;23 por su parte el ayuntamiento de Zacatecas al principio se resistió al
juramento y después realizó la ceremonia, en cambio el ayuntamiento del
puesto de Guadalupe promovió la solemne función de acción de gracias por
la consumación de la independencia celebrada en el Colegio Apostólico de
Propaganda Fide del 11 de noviembre de 1821. El fraile Francisco García
Diego pronunció un sermón dedicado al general Pedro Celestino Negrete:
“ha sido el que exponiendo su vida y aun derramando su sangre, puso en

22 Ávila, “Los conjurados republicanos: brindis, misas negras y subversión. Una conspi-

ración en Zacatecas, 1822”, p. 14.


23 Sesión del 28 de mayo de 1821 de la diputación provincial de Nueva Galicia, Rojas

(ed.), op. cit., pp. 151-152.

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perfecta tranquilidad esta Provincia, quitándonos los enemigos que, reuni-
dos en Durango, ciertamente nos hubieran puesto en penosa agitación”.24
La pieza oratoria es una disertación sobre la historia de la relación de
América con la corona española resaltando los valores que mantuvieron
vigente aquel lazo como la fidelidad a los monarcas. El auditorio escuchó
los argumentos de García Diego sobre los agravios y el desprecio de las auto-
ridades peninsulares hacia los americanos. Tierra rica, la americana, habi-
tada por rudos de inteligencia incapaces de gobernarse a sí mismos. Este
tipo de piezas retóricas se valió de la condición de los americanos cifrada en
el “incapaces de gobernarse a sí mismos”, frente a la posibilidad inmediata
que se tenía de formar su congreso mexicano.
No fue Fernando VII el centro del problema, en su opinión fueron las
impías filosofías que lo orillaron a firmar una constitución “que antes no
quisisteis”, a darle la espalda a las comunidades religiosas y, contra su mis-
ma voluntad, “descatolizar tu misma patria”; gracias a ese filosofismo mal
entendido, se realizaron “los formidables planes del jacobinismo” dando pie
a la proliferación de las logias, esas “escuelas del demonio”.25
García Diego hizo un largo recorrido por la historia de los trescientos
años de dominio en una estructura narrativa definida por el claroscuro. Su
crítica fue dirigida a los malos gobernantes que hicieron de estos reinos,
reinos miserables; un rey a dos mil leguas rodeado de aduladores no podría
tener conocimiento ni interés en la prosperidad de los pueblos de América.
Un rey contaminado por el “filosofismo” que en “especiosas voces” esparci-
das por Voltaire, Rousseau, Bayle, Pufendorf, Diderot, D’Alambert y Helve-
cio proclamaban la libertad, la ilustración, la reforma. Esas voces corrieron
a través de la folletería que calificó de “papeles infames” con títulos como El
redactor, El Diario mercantil, el Diccionario crítico burlesco, El bosquejo de los frau-

24 Dedicatoria al general Pedro Celestino Negrete, en García Diego, Sermón que en la so-

lemnísima función que hizo este colegio de N. S. de Guadalupe de Zacatecas en acción de gracias por la
feliz conclusión de la independencia del Imperio mexicano, dijo el P. Fr. …, provincial apostólico y lector
de artes en su mismo colegio, el día 11 de noviembre de 1821. El sermón fue aprobado para su im-
presión por el obispo de Guadalajara. De sus argumentos para emitir su dictamen, destaco
la defensa de la religión católica como freno de las falsas filosofías: “contener el torrente de
males en que íbamos a ser abismados por el liberalismo filosófico que desgraciadamente
ha prevalecido en España”, s/p.
25 García, op.cit., pp. 5-6.

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des, El amante de la Constitución, Los lamentos de la desgraciada sobrina de un
canónigo, “folletos ridículos, inconsecuentes, inmorales y tan ofensivos a la Igle-
sia, que si no supiéramos que son papeles de autores españoles, creeríamos
que eran partos del ingenio francés y vaciados en los moldes de París”.26
Por la enumeración de los folletos y los que hizo referencia el predicador en
nota a pie de página (El revisor político, La tertulia patriótica, El Duende,
El Censor, El Observador, El Robespierre español, La aurora de Cádiz, El diario
de la tarde y de la noche), era claro que tenía puntual conocimiento de ellos.
Este era el cuadro de los males de América. Frente a él, el cuadro de su
liberación e independencia anunciado en 1810 y corregido por los que con-
sumaron la obra. El predicador decidió no mencionar a Hidalgo, Morelos o
Rayón, se refirió a ellos como “los hijos de la América”; en cambio el lugar
central fue ocupado por el Moisés mexicano, Agustín de Iturbide, el líder, el
héroe, acompañado en primer lugar por Negrete, Bustamante, Quintanar y
Andrade. García Diego, al final de su sermón, dedicó su atención al futuro
congreso mexicano con la insistencia en que parte de sus miras deberían
orientarse a la conversión de los gentiles, la extensión del evangelio y la
fundación de misiones. El sermón concluía con una frase lapidaria: “Con-
cédenos una paz permanente, una unión estrechísima, una religión pura y,
por último, una muerte preciosa. Amén”.27

Casamata: mantenerse o sucumbir

La solicitud que había presentado el diputado Gordoa en 1813 de que se le


concediera diputación a Zacatecas no fue posible, sino hasta una vez consu-
mada la independencia, el 24 de marzo de 1822 resultado de la exigencia de
la Junta Provisional Gubernativa para que aquellas provincias que no con-
taran aun con su diputación lo realizaran a través de proceso electoral. La
vida de la diputación zacatecana fue muy corta, pero como lo analizó Beatriz

26 Ibid., p. 21.
27 Ibid., p. 32.

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Rojas en el estudio introductorio de la publicación de sus actas de sesiones,
se pueden observar al menos dos etapas: la que se asoció a las “clásicas actas
de cabildo” relativa al cumplimiento de los decretos de las Cortes, y las que
se desarrollaron a partir del 3 de abril de 1823 cuando la provincia asumió
la soberanía.28 En su instalación, acató con lo establecido en el capítulo Del
gobierno de las provincias y de las diputaciones provinciales: administrar y conser-
var la tranquilidad pública. Esto fue al principio donde tuvo oportunidad de
vincularse y conocer de otras diputaciones; autorizar nuevos ayuntamientos
o imponer contribuciones. Sin embargo, en marzo de 1823 recibió el llama-
do del Plan de Casamata; las discusiones, adhesiones y declaraciones de sus
integrantes rebasaron lo que en su momento estableció la Constitución de
Cádiz en su artículo 336: las diputaciones no podían abusar de sus facultades.
Conocer la intención del Plan de Casamata por parte de la diputación
zacatecana y demás corporaciones implicó una discusión en la que se pusie-
ron en consideración no solo la permanencia de algunas autoridades,
sino la tranquilidad de la provincia. El asunto en ningún sentido fue consi-
derado menor. El jefe político superior, Mariano González Laris, convocó
al intendente el coronel Manuel de Orive Novales, al ayuntamiento, a las
diputaciones de minería y comercio, empleados de rentas públicas, a los cu-
ras, al rector del colegio de San Luis Gonzaga y comunidades religiosas para
analizar la decisión de un comunicado recibido de Guadalajara de haberse
adherido. González Laris dio lectura a los propósitos de la reunión y la co-
misión militar29 en la que se encontraba Antonio Castrillón, hizo pública
su adhesión a Casamata. De inmadura fue considerada por González Laris
la posición de los militares por no tomar en cuenta la opinión de las pri-
meras autoridades de la provincia y demás corporaciones. En medio de un
numeroso público, el jefe político señaló que “de ninguna manera se pondría
a la cabeza de ella (la provincia), desnudándose más bien de las investiduras
militar y político gubernativas con que la patria había distinguido sus servi-
cios”. El hecho de que algunas provincias como Veracruz, Puebla y Guana-

28 Rojas (ed.), op. cit., p. 12.


29 La comisión militar estuvo integrada por Antonio Castrillón, sargento mayor de la milicia

local; por los capitanes del batallón provincial Vicente Alcántara y Sebastián de la Torre; los
subtenientes Francisco Ayala, Domingo del Castillo y José María Piña; el capitán de locales
Manuel José de Aranda.

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juato se hubieran manifestado por Casamata, no podía equipararse a que
todo el imperio lo hubiera decidido en tal sentido, “pues que amenazadas
por la fuerza y no por la convicción, las autoridades civiles que carecen de ella,
era preciso sucumbiesen a este proceder violento en el mismo que se vitupera
del gobierno, porque prevalido de las bayonetas había destruido a aquel con-
greso que hoy se trata de restablecer”.30 Se consideraba liberal, pero tenían
que escuchar al resto de las guarniciones.
La comisión de los militares respondió que no estaba dispuesta a espe-
rar; su voto por Casamata lo tenía decidido de antemano, saliéndose del
recinto. Entre murmullos y desconcierto, los que se quedaron, nombraron
una pequeña junta compuesta por el vocal decano de la diputación, el licen-
ciado Domingo Velázquez, el fraile Antonio de la Luz Gálvez, el secretario
de la diputación Marcos de Esparza y por los alcaldes del ayuntamiento
Antonio Vélez y José María Ruiz de Villegas. Formularon sus proposiciones
centradas en que hasta en tanto el plan de los “generales libertadores” fuera
proclamado en todo el imperio, se asumiría por la provincia de Zacatecas.
La comisión militar escuchó sin aceptar, por más persuasivo que hubiera sido
fray Antonio. Al conocer la determinación de los militares, el jefe político
González Laris renunció a su cargo para evitar mayores confrontaciones. Sa-
bía que aquella comisión no se pondría bajo su mando. Algunos diputados
como Mariano de Iriarte y Juan José Román de manera enérgica afirmaron
que este desorden introducido por la guarnición militar no podía permitirse,
ya muchos descalabros había sufrido el imperio con la disolución del congre-
so mexicano mandada por Iturbide. La provincia zacatecana no podía reprodu-
cir lo que en gran escala se había vivido. Había que cortar con pretensiones
arbitrarias, así que buscaron convencer a González Laris no renunciar a la
jefatura política. Domingo Velázquez se dirigió al público: de que seguir
de manera irreflexiva a aquella guarnición, traería perjuicios al comercio,
minería y agricultura llevando a la provincia a renunciar a la paz pública. La
diputación no podía quitar lo que no había dado, por lo que invitaba al jefe
político a sostenerse.

30 “Discursodel jefe político Mariano González Laris sobre el Plan de Casa Mata”, Sesión
del 1 de marzo de 1823, Rojas (ed.), op. cit., pp. 102-103.

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Terminada su arenga, Pedro Ramírez preguntó si todo ese desorden y
la radicalidad de los militares en manifestar su voto por Casamata hacían
que las autoridades civiles permanecieran constituidas o estaban en riesgo
de sucumbir por la fuerza. Al día siguiente se recibió por vía extraordinaria un
comunicado del capitán general de Nueva Galicia, Luis Quintanar, dando a
conocer que aquella provincia se había adherido a Casamata con el concierto
de todas las corporaciones en la más armoniosa convivencia. Los diputados
zacatecanos no tuvieron más que acatar reconociendo que en la provincia
ya se estaban poniendo de acuerdo al tiempo que daban muestras de res-
peto a la comisión militar, que apenas un día antes la habían calificado de
autoritaria y ahora reconocían su “tan heroica empresa”. Era claro para los
diputados zacatecanos que no era lo mismo recibir una instrucción de una
comisión miliciana de casa, que un comunicado del general Luis Quinta-
nar, así que el nudo que planteó el diputado Pedro Ramírez de permanecer
constituidos o sucumbir quedó resuelto con la aceptación de la renuncia
del jefe político González Laris y la transferencia del mando militar nada
menos que en el experimentado abogado Domingo Velázquez.31
Días después, llegó a la sala de la diputación la Proclama de un gato ma-
romero a sus discípulos firmada desde San Agustín el 23 de marzo, en la que
se criticaba con el jugo de la sátira, la tibieza de algunas diputaciones:

Congratulados, valientes campeones del egoísmo, llenos de la más dulce satis-


facción al ver que vosotros sin exponerse a los peligros de la guerra o las perse-
cuciones de los gobiernos, a las incomodidades de los caminos, a las críticas ni
odios de los necios y pícaros; sino con mucho descanso, y sacrificando cuando
mucho, un día de campo, haciendo un paseo militar a Tacubaya, San Ángel,
San Agustín de las Cuevas y mil ni aun eso, conserváis vuestros destinos y a
poco presentáis vuestros memorialitos, alegando servicios que jamás hicisteis,
apoyándolos con certificaciones falsas, y engrandeciéndoos sobre los verdade-
ros defensores de la patria.

Los de Zacatecas buscaron vindicar su honor: no aceptaban que así fueran


considerados. Esa proclama no merecía su atención, pero tan incómoda les

31 Sesiones del 2, 3 y 4 de marzo de 1823, Rojas (ed.), op. cit., pp. 107-111.

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resultó porque “denigraba a la Excelentísima Diputación”32 que buena par-
te de una de sus sesiones la dedicaron a vindicar el honor de la provincia de
Zacatecas. Ya habían dado su voto a Casamata. Eso era lo relevante.

Consideraciones finales

El 17 de junio de 1823 en sesión extraordinaria se acordó que la provincia de


Zacatecas se declarara “conforme a la voluntad de los pueblos, estado libre,
federado con los demás que componen la grande nación mexicana y que en
consecuencia protestaban no reconocer, ni admitir otra forma de gobierno
que la de popular, representativo federado”.33 El 23 de septiembre se realizó
la elección de diputados por cada uno de los once partidos de Zacatecas.34 El
19 de octubre de 1823 quedó instalado el congreso constituyente zacatecano
con una composición donde predominaban los abogados con la presencia
de tres eclesiásticos. Domingo Velázquez, Juan José Ramón, Juan Bautista
Martínez y Francisco Arrieta habían sido integrantes de la diputación provin-
cial. Su experiencia sería aprovechada para la formación de la constitución
de Zacatecas.

32 Sesión del 3 de abril de 1823, Rojas (ed.), op. cit., p. 122.


33 ahez, Fondo reservado, El documento fue firmado por el licenciado Domingo Veláz-
quez, el intendente Manuel de Orive Novales, el doctor Mariano de Iriarte, el doctor Juan
José Román, José María Elías, Francisco de Arrieta y los dos ciudadanos regidores Mariano
Fernández Moreno y Mariano del Castillo. (Al final del acta, la leyenda: La Sociedad Patrió-
tica de amigos del país de Zacatecas, reconocida a la singular y constante protección que le ha
impartido el honorable congreso del estado, tiene la distinguida satisfacción de consagrarle,
en la impresión de esta acta, los primeros sudores de sus prensas, Zacatecas, año de 1826.)
34 ahez, Fondo Poder Legislativo, Serie Comisión de Puntos Constitucionales, 23 de sep-

tiembre de 1823, En la sesión donde se realizaron las elecciones, para diputados a congreso
constituyente, los integrantes de la junta electoral leyeron la convocatoria de 27 de junio de
1823 de Guadajalara. Los de Zacatecas la adoptaron: “Publicada la lista que fue de los elec-
tos, se manifestó generalmente el aplauso por el acierto, tino y madurez con que se advierte
haberse conducido los electores, quienes en uso de su representación encargan la instalación
de este congreso para el día que se acordare”. Acto seguido, pasaron a la iglesia parroquial
en acción de gracias, “Elecciones de presidente, diputados propietarios y suplentes para la
instalación del congreso del estado de Zacatecas”.

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El primer asunto que ocupó la atención de los constituyentes de Zacate-
cas fue acerca de la pretensión de un grupo de militares desde Aguascalientes
de formar una junta militar que garantizara la conservación del orden. En
opinión de aquel grupo de militares, ninguno de los tres poderes constituido
tendría las funciones de aquella junta, es decir y en pocas palabras, propo-
nían un cuarto poder en la entidad zacatecana. Esto dio pie a la reflexión
sobre la división de poderes, su equilibrio en un orden republicano para
asegurar la felicidad de la nación. La respuesta redactada por la comisión de
puntos constitucionales fue contundente: era improcedente, inadmisible.
Recordaron la importancia de la división de los poderes para el equilibrio
político en la regulación de las sociedades lo que garantizaba alejarse del
despotismo y de la arbitrariedad, los tres poderes deben desplegar su fuerza
y competencia de manera gradual. Atendiendo a lo que habían convenido los
publicistas, “esta separación consiste en colocar a diversas personas la facul-
tad de hacer leyes, de juzgar en los casos que deban aplicarse y ponerlas en
ejecución”.35 Los integrantes de la comisión se preguntaron ¿a qué poder
pertenecería una junta militar? Sería todo un fenómeno político, asegura-
ban, la creación de un cuarto poder militar nunca antes visto en nación civi-
lizada, “cuya aparición lo pondría en ridículo y al mismo tiempo al gobierno
que lo consintiese”.
Los procesos electorales permitieron articular instituciones en distintos
órdenes jurisdiccionales. El caso muestra que fue desde el ayuntamiento en que
no sólo se organizaron las elecciones, sino por ellas durante el trienio liberal
se fue tejiendo el desplazamiento de los militares por las autoridades civiles
encabezadas por los abogados. El momento en que las autoridades civiles pu-
sieron en duda decidirse o no por el Plan de Casamata es significativo porque
fueron los militares quienes lo encabezaron, su voto estaba dado, pero quien
terminó por encabezar la diputación provincial fue el licenciado Velázquez,
que había conseguido no sólo experiencia en el órgano provincial, sino en
el propio ayuntamiento. Este hecho por sí mismo indica que la adopción a
Casamata bajo la presión que representó el comunicado de Luis Quintanar
desde Guadalajara, fue en realidad una transacción política en la que los

35 ahez, Fondo Poder Legislativo, Serie Comisiòn de Puntos Constitucionales, 20 al 27 de


octubre de 1823, “Dictamen sobre la solicitud de la formación de un poder militar”.

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militares con su decisión tomada de antemano, incidieron para que quien
tenía el mando militar terminara por renunciar; las diferencias entre la misma
corporación militar, donde se evidenció la falta de legitimidad que tenía el
comandante González Laris fueron las que permitieron que el relevo fuera
tomado por el licenciado Velázquez.
El conflicto no debilitó a la diputación provincial, al contrario, conso-
lidó la presencia de las autoridades civiles, quienes asumieron su dirección
hasta el último día de su vigencia decidiéndose, al igual de que los militares
lo habían hecho, por la república federal. En las elecciones organizadas por
el ayuntamiento para integrar el primer congreso constituyente, cuatro de los
integrantes de la diputación pasaron a formar parte del nuevo órgano legis-
lativo. Entre ellos, el licenciado Velázquez como miembro de la comisión
redactora de la constitución, quien vio con grandes reservas y calificó de
“impolítica y absurda” la ocurrencia de formar un cuarto poder militar.
A lo largo de los diferentes comicios que se dieron en estos años, se ob-
serva la recurrencia de actores políticos que acomodaron sus piezas no sólo
para pasar de diputación a entidad, sino para dejar claro quién detentaba la
soberanía de la provincia. En cántaro se colocaron los nombres de los que
la suerte terminaría por decidir quién sería el elegido. El último juramento
en el trienio liberal en Zacatecas fue cuando el grupo de constituyentes,
encabezado por el licenciado Domingo Velázquez, rindió ante las Sagradas
Escrituras, la Constitución de 1812 y el reglamento interior del congreso
del estado de Zacatecas, “constituir a este estado bajo el sistema de repúbli-
ca federada, observar la más estrecha unión de hermandad con los demás
estados del Anáhuac y desempeñar el cargo que os ha conferido la voluntad
de los pueblos”.36

36 ahez, Fondo Poder Legislativo, Serie Actas de sesiones, 30 de abril de 1824, “Frag-

mento de la fórmula del juramento que rindieron los diputados del primer congreso consti-
tuyente del estado de Zacatecas”.

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Anexo 1
Recomendados por los ayuntamientos y subdelegados
de la provincia de Zacatecas para elegir diputado
a las Cortes Generales, 1810

Corporación Recomendado Cargo


Ayuntamiento
de Aguasca-
lientes
Doctor José Félix Provisor y vicario general del Arzobispado
Flores Alatorre de México, examinador sinodal, catedrá-
tico propietario de decreto en la Real y
Pontificia Universidad, juez ordinario del
Santo Tribunal de la Inquisición, cura de
la Parroquia de Santa Cruz y Soledad.
Licenciado Juan José Oidor honorario de la Real Audiencia
Félix Alatorre de Guadalajara, primer asesor del Real
Tribunal de la Acordada, cuyos méritos y
servicios remitieron legalizados.
Cura José Manuel Cura interino de la Abarca
Narváez
Licenciado José Maria- Abogado y cura propietario de la feligresía
no Martínez Conde de Pénjamo
Agustín Martínez Abogado
Conde
Manuel Rincón Caballero de la orden de Santiago, coro-
Gallardo nel del regimiento de San Luis y mayoraz-
go del vínculo de Ciénega de Rincón
Licenciado José Cris- Abogado de la Real Audiencia y vecino de
pín Velarde Guadalajara
Ignacio Gutiérrez de Abogado
Velasco
(continúa)

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Corporación Recomendado Cargo
Por el ayun-
tamiento de
Sombrerete
Rafael Bracho Abogado
Manuel Castañeda Capitán comandante de milicias provin-
ciales de San Luis
Por el ayun-
tamiento de
Fresnillo
Pedro José de Larra- Catedrático de cánones en su Real Co-
ñaga legio de San Ildefonso hace como veinte
años y próximo a jubilarse en las penosas
tareas de la instrucción de jóvenes que
por tan dilatado tiempo ha desempeña-
do a satisfacción de aquel ilustre colegio,
desempeñando al mismo tiempo en la ac-
tualidad la cátedra de prima de sagrados
cánones de la Real y Pontificia Universi-
dad de México.
Antonio de la Luz Religioso de la orden de N.S. P. San Fran-
Gálvez cisco, lector jubilado y nuevamente vuelto
a seguir la carrera, lector de artes en el
principal convento de la Purísima Con-
cepción de esta provincia en donde existe
de comisario de terceros, examinador si-
nodal del Obispado de Durango, familiar
del Santo Tribunal de la fe y expurgador
de libros del mismo.
Carlos Barrón y Oliva Abogado, residente en la ciudad de Méxi-
co y de bastante crédito en su carrera.
(continúa)

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Corporación Recomendado Cargo
Por el ayun-
tamiento de
Jerez
Jacinto José de Llanos Canónigo de la santa iglesia catedral de
y Valdés Valladolid, cuyas virtudes y sabiduría son
bien conocidas.
Junta
municipal de
Villanueva
con asistencia
del cura y
del alcalde
ordinario
Conde José Miguel Por considerarlo revestido de los méritos y
Rivera de Bernárdez conocimientos más sobresalientes al efecto
Subdelegado
del Real de
Pinos
José Cesareo de la Presbítero
Rosa
José Miguel Gordoa y Catedrático de prima del Real Seminario
Barrios de Guadalajara
José Domingo Díaz de
León
Ayuntamiento
de Zacatecas
Manuel Ignacio Gon- Obispo de Puebla
zález de Campillo
José María Cos Cura del Burgo de San Cosme
Conde de Santa Rosa
Vicente Beltrán y Canónigo de la iglesia catedral de Guada-
Bravo lajara
(continúa)

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(concluye)
Corporación Recomendado Cargo
Agustín de Iriarte Catedrático de vísperas en el Seminario
de Guadalajara
José Mariano de Iriarte Catedrático de retórica en el Seminario
de Guadalajara
Gregorio Monso y Valle Cura de Zapopan
Jacinto Martínez Cura del sagrario de Guadalajara
Pedro Vélez Doctor
José Ignacio Vélez Síndico del común de la ciudad de México
Rafael Dionisio de Doctor
Riestra
Pedro Herrerías Doctor
José María Márquez Doctor
Borrego
José Manuel de Silva Bachiller
José María Semper Bachiller
Manuel de las Piedras Bachiller
y Álvarez
Juan José Sandi Bachiller
Fuente: “Documentos para la elección del diputado de la provincia de Zacatecas a las Cortes
Generales”, ahez, Fondo Ayuntamiento, Serie Elecciones, 29 de agosto a 25 de septiembre
de 1810.

Anexo 2
Integrantes del ayuntamiento de la ciudad de Zacatecas

1810 1811-1812 1812-1813 1820 1821


Lic. José Peón Lic. Domingo Pedro de la Manuel Iriarte Domingo
Valdez Velázquez Pascua Velázquez
(continúa)

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(concluye)
1810 1811-1812 1812-1813 1820 1821
Ángel Abella Cesáreo Ruiz Xavier Aristoa- Tomás Calde- Juan González
de Velasco rena rón
José Víctor de José Francisco Juan Martín José Ibargüen- Ignacio Torices
Agüero de Joaristi Cenoz guitia
José María de Manuel de la José Ma. de Feliciano Ariza José Ma.
Arrieta Serna Anza Joaristi
José Antonio Juan Manuel Antonio Es- Pedro Ramírez Rafael Villagra
de Echeverría Ochoa parza
José de Rojas Pedro de Martín Erviti Juan José Domingo de
Iriarte Arvide Perón
Martín de José María de José Ma. Joaristi Germán Iriarte Manuel Escan-
Artola Anza dón
Fausto de Arce Julián Orellana Manuel Linares
Domingo Veláz- Juan José Andrés Loera
quez Bolado
Joaquín Bolado Antonio Vélez

Germán Iriarte Joaquín Lla-


guno
Gerónimo Vicente Ba- José Francisco
Aldaco rraza Álvarez
Felipe Díaz Francisco Joaquín de
Navamuel Llaguno
Juan Francisco Antonio Juan Manuel
Domínguez Carral de Letechipía
Marcos Canta- Miguel Santa
brana Cruz
José Esteban Pedro Zorrilla
Anza
Manuel José de
Aranda
Fuente: Libro de actas de las juntas electorales, ahez, Fondo Ayuntamiento, Serie Eleccio-
nes, 25 de junio 1820-1 de noviembre 1828.

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Anexo 3
Electores para elegir ayuntamiento de Zacatecas, 1820

Nombre Formación Votos


Mariano de Iriarte Clérigo y sacristán mayor de la parroquia 106
Manuel de Iriarte Capitán del batallón provincial 85
Manuel de Abreu Teniente coronel de ejército 81
Domingo Velázquez Abogado 74
Feliciano Ariza Abogado de los tribunales de la nación 74
José Víctor de Agüero 70
Juan Marín Cenoz 69
Pedro Ramírez Abogado 68
José Manuel Silva Clérigo 65
Manuel de Rétegui Diputado de minería de la orden de 63
Carlos III
José María Joaristi 63
José Ibargüengoitia 63
Pedro Antonio de la Pascua 61
Carlos Barrón Abogado de los tribunales de la nación 61
Juan José Arvide 60

Fuente: “Libro de actas de las juntas electorales”, ahez, Fondo Ayuntamiento de Zacatecas,
Serie Elecciones, junio-septiembre de 1820.

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Anexo 4
Resultados electorales de diputados a Cortes
y a la Diputación Provincial de Nueva Galicia, 1820-1822

Cortes Cortes Diputación Diputación Diputación Diputación Congreso


Generales Generales Provincial Provincial Provincial Provincial constitu-
1820 1821 Nueva Nueva de Zacate- de Zacate- yente de
Galicia Galicia cas cas Zacatecas
1820 1821 1822 1823 1823
Propieta- Propieta- Propieta- Propieta- Propieta- Propieta- Propieta-
rios rios rios rios rios rios rios
Pedro Valentín Rafael Mariano Domingo Domingo Domingo
Vélez Gómez Dionisio de Iriarte Velázquez Velázquez Velázquez
Farías
Bernardo Agustín José Ma. Celedonio Luis Gor- José José
del Cas- de Iriarte García Murguía doa Francisco Francisco
tillo Rojas Arrieta Arrieta
Juan J. Juan Crespín Juan José Juan José Juan José
Flores de González de Velarde Román Román Román
la Torre Peredo
José Ma. José Ma. Ignacio
Elías Elías Gutiérrez
Mariano José Miguel L.
de Iriarte Ramón Tovar
Jiménez
Juan Ma- José Ma.
Miguel
ría Vélez HerreraDíaz de
León
Ignacio Mariano Pedro
Miranda Fernández Ramírez
Juan Bau-
tista de la
Torre
Suplente Suplente Suplente Suplente Suplentes Suplentes Suplentes
José María Juan Agustín Juan Ma. José F. Eugenio Domingo
Bracho Manuel de Iriarte Vélez Arrieta Gordoa del Cas-
Ferrer tillo
(continúa)

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(concluye)
José Ma. Mariano Eusebio
Berrueco del Castillo Gutiérrez
Juan Bau- Juan Bau- Eugenio
tista Mtz. tista Mtz. Gordoa
José Ma.
García
Rojas

Fuente: Rojas, 2003. Delgado, 2018.

Anexo 5
Ceremonias de juramento al acta de independencia en la
provincia de Zacatecas, 1821

Municipio Fecha Municipio Fecha


Nochistlán 24 de junio Tabasco 14 de julio
Zacatecas 5 de julio Moyahua 14 de julio
Aguascalientes 6 de julio Guadalupe 15 de julio
Jerez 6 de julio Sombrerete 15 de julio
Villanueva 8 de julio San Cosme 17 de julio
Huejúcar 8 de julio Jesús María 21 de julio
Juchipila 8 de julio San José de la Isla 22 de julio
Fresnillo 9 de julio Chalchihuites 22 de julio
Vetagrande 11 de julio Susticacán 23 de julio
Asientos de Ibarra 11 de julio San Juan del Teul 25 de julio
Rincón de Romos 11 de julio Mazapil 29 de julio
Tepechitlán 29 de julio
Monte Escobedo 12 de agosto
Fuente: Amador, Bosquejo histórico, 2010, pp. 212-213.

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1821 visto desde Yucatán1

Laura Machuca Gallegos2

El 15 de septiembre de 1821 se reunieron en las casas consistoriales de


Mérida, Yucatán, 39 personajes en junta extraordinaria y se mostraron dis-
puestos a declarar la independencia una vez que las personas encargadas de
realizarla, y aquí se referían a las autoridades del centro, establecieran “defi-
nitiva o interinamente sus bases, pronuncien su acuerdo y el modo y tiempo
de llevarle a puntual y debida ejecución”.3 ¿Quiénes eran estos hombres? ¿Por
qué tomaron tal resolución en ese momento si Yucatán se había caracterizado
por su realismo? La respuesta a la última pregunta la responde en parte Ti-
mothy Anna, en un texto que ya tiene varios años, pero cuya interpretación
vale la pena rescatar ahora. Él se pregunta:

¿Por qué los mexicanos que durante mucho tiempo se habían aferrado a la
legitimidad española para atender sus intereses frente a la insurrección interna
decidieron abandonar a la Corona? Sencillamente porque en 1821 la rebelión
interna no amenazaba los intereses de la elite y la burguesía, sino que era per-
fectamente consistente con sus metas expresadas con frecuencia, mientras que

1 Este capítulo no sería el mismo sin la mirada crítica de Emiliano Canto Mayén, a quien

le agradezco su lectura previa.


2 Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Peninsular.
3 Ancona, Historia de Yucatán, p. 364. Estudiar a los personajes involucrados en la firma

de un acta de independencia ya lo había hecho antes, en el caso colombiano, Marín, “Genea-


logía de un acta. Los firmantes del Acta del Cabildo Extraordinario de Santafé del 20 de
julio de 1810”, pp. 10-28.

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la Corona española, al restablecer la Constitución en 1820, negó definitiva-
mente su propio ethos.4

Para la historiografía yucateca este documento del 15 de septiembre es fun-


damental, porque es un acto que se realizó poco antes que en México. Sin
embargo, poco se ha profundizado en las motivaciones de los actores sociales
implicados para declarar la independencia. Generalmente se les ha encasilla-
do en camarillas y la toma de decisiones se explica, por motivaciones políti-
cas, ya sea por pertenecer a los “rutineros” es decir realistas o los “liberales”,
etc. Cuando en realidad las afiliaciones a tal o cual partido dependían de los
intereses personales o familiares. En mi opinión, la coyuntura política de
1821 fue tal que provocó que los intereses personales o familiares pesaran
más que la afiliación a una u otra tendencia, al momento de declararse la
independencia de Yucatán.
En una región como Yucatán llama más la atención el acuerdo para
firmar la independencia, cuando pensamos en dos características esenciales:
primera, su realismo extremo, a tal punto que cuando sobrevino la crisis de
1808, e incluso el advenimiento de Cádiz en 1812 nunca se puso en duda
la fidelidad al rey. El cabildo de Mérida tenía un gran poder en el ámbito
regional, devino la cabeza de la provincia, y como realista que era condenó se-
veramente los movimientos juntistas de América del Sur. Segunda, no hubo
movimiento armado de independencia.
En este trabajo se realiza una discusión con la historiografía tradi-
cional, en particular con Eligio Ancona e Ignacio Rubio Mañé, además se
han consultado las actas de cabildo del archivo de Mérida, documentación
emanada del gobierno del intendente Echeverri, un escrito importante de
Lorenzo de Zavala, y ha sido de utilidad también un diario escrito por un
boticario, Ceferino Gutiérrez, desde 1798 hasta 1822, que incluye no sólo
información sino su punto de vista acerca de los acontecimientos que le
tocó vivir.5

4 Anna, La caída del gobierno español en la ciudad de México, p. 212.


5 O’Gorman, “Efemérides de Mérida de Yucatán por Ceferino Gutiérrez (1798-1822)”,
Boletín del Archivo General de la Nación, pp. 649-712.

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1820 y la vuelta a Cádiz

Los integrantes del grupo “rebelde” de Yucatán habían sido los llamados
sanjuanistas y desde principios de siglo xix, que se empezaron a reunir,
decidieron que su lucha se desenvolvería en el campo de las ideas y no en
el de las armas. Los sanjuanistas, a pesar de hacer alarde de prácticas de so-
ciabilidad modernas y tener simpatía por la población india, no llevaron al
extremo sus postulados, varios de ellos se servían de la mano de obra maya
y gozaban de una posición privilegiada difícil de renunciar a ella.6 Además
con la vuelta de Fernando VII al poder en 1814 varios de ellos fueron seve-
ramente castigados, Lorenzo de Zavala, Matías Quintana y Francisco Bates
fueron enviados a San Juan de Ulúa. Cuando por fin fueron perdonados y
regresaron a Yucatán bajaron la intensidad de sus actividades.
Después de Cádiz hubo otros cambios. Uno de ellos fue que todos los
realistas que vivieron el antiguo régimen, antes de la reforma de intendencias
de 1786, quienes disfrutaron de encomiendas y puestos perpetuos en el cabil-
do, se empezaron a morir. De tal forma que, aunque en el sexenio absolutista
(1814-1820) la lealtad al rey durante el primer periodo gaditano se volvió un
mérito sobresaliente, los cargos empezaron a ser ocupados por una nueva ge-
neración de funcionarios. Otro cambio muy importante, el desarrollo tardío
de la hacienda había empezado a rendir frutos, la gente contaba con me-
dios económicos y aspiraba a obtener más. Los pocos puestos políticos, sobre
todo los del ayuntamiento, empezaron a ser objetivo de un grupo que estaba
fuera de las familias tradicionales de la elite, de aquellos que alardeaban tener
sus raíces en el conquistador y sus compañeros de expedición. Hubo francos
llamados a que se acabara con el sistema venal (compra de cargos en el ca-
bildo) y el sistema de apertura a los cargos fuera otro. El primer periodo ga-
ditano fue testigo de este movimiento, muchos “hombres nuevos” ocuparon
los puestos constitucionales, sobre todo en el ayuntamiento a donde varios
llegaron por elección por primera vez. Cuando fueron removidos en 1814,
solo esperaron con paciencia, sabían que su tiempo llegaría.

6 Véase Machuca, “Opinión pública y represión en Yucatán, 1808-1816”, Historia Mexi-


cana, pp. 1687-1757.

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Tras la declaración de Fernando VII del 9 de marzo de 1820, la noticia
llegó a la Península en abril, el 8 de mayo se juró la constitución en Campeche
y el 12 de mayo en Mérida. El 26 de mayo se volvió a reunir el cabildo
que había sido disuelto en 1814. Esta nueva vuelta al constitucionalismo vino
acompañada por el fuerte posicionamiento de la Diputación Provincial,
que había sido reinstalada el 31 de mayo. Establecida como un órgano re-
gulador de gobierno y de la economía, de alguna forma se impuso a la que
había sido la institución más importante durante tres siglos: el cabildo. Siete
miembros la componían: Pablo Moreno, quien había sido muchos años pro-
fesor en el seminario, José Joaquín Torres, comerciante y hacendado quien
había sido subdelegado, Juan Evangelista Echánove, oficial supernumera-
rio de hacienda y subdelegado en funciones del partido del Camino Real
Bajo, Sebastián Hernández, peninsular, comerciante, hacendado y subdele-
gado en funciones de Tizimín, Juan Francisco Cervera vecino del pueblo de
Hoctún,7 Pedro Manuel de Regil, representante por Campeche, era comer-
ciante y hacendado y Pablo de Lanz, regidor del ayuntamiento campechano.
Ellos mismos firmaron el acta del 15 de septiembre.8
¿Cuál fue el papel de la Diputación Provincial que acabó por dar una
nueva configuración política al territorio yucateco, antes realista a ultranza?
En junio de 1820, sus miembros depusieron al gobernador y capitán gene-
ral Miguel de Castro y Araoz y al teniente del rey de Campeche, Juan José
León. Cuando se instaló la figura de teniente de rey, en 1744, una de sus
prerrogativas fue ser el segundo jefe de una plaza militar, y entre sus funcio-
nes se encontraba que, en caso de ausencia, enfermedad o muerte del gober-
nador, él podía ocupar su lugar. Su jurisdicción podía extenderse a justicia y
hacienda. Un detalle importante a mencionar de Castro y Araoz es, aunque

7 Un informe de 1816 describe así a Cervera: “[posee] toda la instrucción y conocimiento

que para el efecto pueden apetecerse, agregándosele la de ser sujeto pudiente”; agey, c, cg,
v. 1, exp. 15, 1816, “Nombramiento de Luis Moguel para juez español de Hoctún y Xochel”.
8 Para un estudio completo de la Diputación en Yucatán véanse la compilación de Zuleta,

Lima, López y Jáuregui, La Diputación Provincial de Yucatán. Actas de sesiones, 1813-1814, 1820-
1821, (transcripción); Campos y Domínguez, La Diputación Provincial en Yucatán, 1812-1823,
Entre la iniciativa individual y la acción del gobierno, y Bock, “La dimensión simbólica de los actos
institucionales. La Diputación Provincial de Yucatán, 1813-1824”, Yucatán en la revista del libera-
lismo mexicano, siglo xix pp. 83-116.

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había nacido en Sevilla en 1743, había llegado a Campeche desde niño, y de
hecho en esa ciudad también contrajo nupcias. En 1820 tenía ya 77 años.9
La Diputación destituyó al teniente de rey en previsión de que, al no estar
ya el capitán general y gobernador, el segundo no ocupara su puesto, como
había sido la costumbre. Asimismo, mandó a la cárcel al brigadier Miguel
Quijano, quien además fungía de alférez real en el ayuntamiento de Mérida,
y en quien debía recaer el mando, en caso de no estar ni el gobernador ni el
teniente del rey, pues era el oficial con mayor rango en la provincia. Él sí era
un monarquista a ultranza. Es decir, fueron los miembros de la Diputación
Provincial y no precisamente los sanjuanistas quienes dieron el golpe. Resulta
muy elocuente como uno de los historiadores clásicos decimonónicos, Eli-
gio Ancona, retrata a estos personajes y justifica la acción de la Diputación:

D. Miguel de Castro y D. Juan José de León eran dos viejos rutineros, incapa-
ces de comprender el espíritu de las nuevas instituciones, y su permanencia en
los altos puestos que ocupaban, habría hecho que fuese inútil para la colonia
la revolución que acababa de realizarse en la metrópoli. Lo más cuerdo hubiera
sido solicitar de la corte la remoción de estos dos personajes, pero la impacien-
cia del partido liberal no se habría sometido fácilmente a operar las tardías
consecuencias de este recurso.10

Incluso el gran estudioso de este periodo Ignacio Rubio Mañé escribió lo


siguiente: “La noticia de esta vuelta a la misma innovación de la monarquía
española, trajo trastornos a la provincia de Yucatán, donde el anciano y enfer-
mo Gobernador […] don Miguel de Castro y Araoz, se resistía a ese cambio
de sistema que tanto le repugnaba. Un capitán extraño al medio provincial,
el coronel de ingenieros don Mariano Carrillo de Albornoz, dio el golpe de
estado”.11 Incluso él va más allá pues pasa de largo el papel de la Diputación
(constituida por locales) y atribuyó el cambio a un agente externo. Ceferino

9 Rubio, “El gobernador, capitán general e intendente de Yucatán, mariscal don Manuel
Artazo y Barral, y la jura de la constitución española en Mérida, el año de 1812”, Boletín del
Archivo General de la Nación, t. IX, n. 1-2, p. 54.
10 Ancona, op. cit., pp. 169-170.
11 Rubio, “Los sanjuanistas de Yucatán. Manuel Jiménez Solís, el padre Justis”, Boletín

del Archivo General de la Nación, t. X, n. 1-2, p. 197.

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Gutiérrez se preguntaba ante estos sucesos: “¿Qué fin tendrá esta comedia?”
Ambos fallecieron en Mérida, Castro y Araoz el 1 de agosto y Miguel Qui-
jano el 6 de noviembre.12
En su momento solo Lorenzo de Zavala dio cuenta de la significación
del hecho en la Idea del Estado actual de la capital de Yucatán, escrito en 1821
desde La Habana. Acusaba que la Diputación presentó a las dos autori-
dades como “anti-constitucionales”, aunado a su edad, para la Diputación
fue fácil convencer al gobernador Castro y Araoz de que cediera el mando
militar y al hacerlo perdió de hecho la capitanía. El mando militar recayó en
Mariano Carrillo y Albornoz, criollo y con pocos años en Yucatán (de ape-
nas 36 años) y el mando político en Juan Rivas Vértiz, coronel retirado de
artillería, de cepa yucateca pero que había pasado varios años fuera de la pe-
nínsula. Lorenzo de Zavala los describe así: “Estos dos jefes, pues concibie-
ron el proyecto de esclavizar la provincia bajo el sistema constitucional”.13
Zavala fue uno de los principales afectados por las acciones de Carrillo
y Vértiz. Como intendente fue nombrado Pedro Bolio y Torrecilla, admi-
nistrador en la real hacienda y este es un dato importante, él también era
criollo y fue el primero sobre el que recaía un nombramiento de esa natura-
leza. No pasó desapercibido para la gente de la época, el boticario Ceferino
Gutiérrez escribió: “Acaso será éste el primero que ha llegado a alcanzar tal
empleo en su misma tierra, pues por lo común cuando las plazas son de
mucho provecho como ésta, vienen de España individuos para ocuparlas,
postergando siempre a los hijos del país”.14
Lorenzo de Zavala no era independentista, liberal sí, pero algo de rea-
lista tenía, pues solo alguien como él tan conocedor de la situación, pudo
percibir la magnitud del hecho: de facto se habían desconocido a las autorida-
des representantes de la monarquía española. Lo escribo en una sola línea,
pero en sí representaba todo un cambio. Un grupo de yucatecos, que había
vivido hasta hacía pocos años de esa administración, había decidido desco-
nocerlos y elegir a sus propias autoridades temporalmente, da la casualidad
que todas de origen criollo. Más que afirmar que fue un triunfo del criollismo

12 O’Gorman, op. cit., pp. 683-684.


13 Zavala,
Idea del estado actual de la capital de Yucatán, p. 8.
14 O’Gorman, op. cit., p. 689.

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yucateco se puede decir que fueron diversas circunstancias las que condu-
jeron al hecho.
La situación no paró ahí, en septiembre de 1820 se reunió un nuevo
grupo, llamado la Confederación patriótica, con antiguos sanjuanistas, ruti-
neros vueltos liberales, todos protectores de la constitución y varios de ellos
miembros del ayuntamiento. A la cabeza estaba Lorenzo de Zavala. Publica-
ron el periódico el Aristarco Universal. Además, se volvieron defensores de
los franciscanos, pues aún antes de que se decretara la orden de seculariza-
ción del primero de octubre empezaron a tener problemas con las autori-
dades. El día 3 de octubre los confederados con un grupo de franciscanos
provocaron varios disturbios. Esa mañana había corrido la voz que por la
tarde se reuniría el cabildo con asistencia de letrados y que en él se leería
una queja de los franciscanos contra el Capitán General en que pedirían su
deposición, por lo que hubo una gran reunión de gente.15
Frailes y confederados entraron a la reunión del cabildo, tras los per-
misos excepcionales correspondientes, pues el cabildo sesionaba siempre a
puerta cerrada, Fray Juan Ruiz Madueño leyó su carta de agravios. Como
los cabildantes no tenían una respuesta definida decidieron solicitar su pa-
recer a la Diputación Provincial que sesionaba a lado. Zavala ya había en-
trado antes abruptamente y en ese momento también leía la carta de Ruiz
Madueño. Al jefe político Rivas Vertiz “toda esta situación le disgustó”.16
Un mes después con motivo de una queja puesta por los franciscanos ante
el ayuntamiento por la forma en cómo eran tratados por la nueva adminis-
tración y tras una serie de disturbios, Riva Vértiz como jefe político depuso al
antiguo ayuntamiento y convocó a nuevas elecciones. Por último, se encar-
celaron a los revoltosos, entre ellos el mismo Lorenzo de Zavala el cual además
tuvo que salir de la Península, con el pretexto de ser uno de los diputados
nombrados a las Cortes de Cádiz.

15 Sobre la confederación véase agi, México, 3045. González, El Yucatán de Zavala: sus

primeros años, y Ferrer, “La coyuntura de la independencia en Yucatán, 1810-1821”, La inde-


pendencia en el sur de México, pp. 365-368.
16 Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán (caihly), ac, v. 15, ff. 136v-

137v, 3 de octubre de 1820.

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Los actores

Vale la pena detenerse brevemente en las elecciones pues resulta esencial


saber quiénes fueron exactamente los miembros del ayuntamiento que fir-
maron el acta del 15 de septiembre (ver cuadro 2). Como se recordará en
este primer sistema de votación, se elegía a un cierto número de electores por
barrios, quienes a su vez nombraban a los cabildantes, muchas veces estos sa-
lían de los propios electores. Dada la circunstancia en que había sido clausu-
rado el cabildo constitucional, no resulta extraño saber que estas elecciones
se caracterizaron por varias irregularidades y la violencia. Para muestra baste
decir que el mismo coronel Rivas Vértiz estuvo presente en el nombramiento
de electores con vigilancia de la tropa, esto fue el domingo 8 de octubre de
1820 y hasta el siguiente domingo 15 se eligieron los miembros del ayunta-
miento, varios fueron promovidos por las mismas autoridades.17

Cuadro 1. Miembros del ayuntamiento en 1821

Regidores Alcaldes Síndicos


1821 Manuel Carvajal Pedro José Guzmán Bernardo Cano
José Manuel Zapata Francisco Benítez Juan de Dios Enrí-
Juan Pastor quez
Joaquín Quijano Tovar y Rejón Antonio Martín
José Julián Peón (a partir del 8 de julio)
José León Rivas
Idelfonso Ruz
Felipe Montilla
Clemente Gómez
Santiago Pacab
Sebastián Ávila
Luis Mendicuti

Fuente: caihly, ac, v. 15, octubre de 1820.

17 Para más detalles de este proceso véase Machuca, Poder y gestión.

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El nuevo cabildo empezó a sesionar el 17 de octubre de 1820. Uno de sus
mayores compromisos fue que sus miembros se rotarían cada mes para sa-
lir a explicar la constitución en colegios, escuelas y conventos. Pedro José
Guzmán quien era uno de los más ricos comerciantes del momento quedó
como alcalde. Silvio Zavala escribió de él: “La única imprenta de Yucatán
está en poder de don Pedro Guzmán, alcalde nuevamente hecho por la fac-
ción militar”.18 El otro alcalde Francisco Benítez había sido regidor venal en
el antiguo régimen. Como procuradores síndicos fueron nombrados el san-
tanderino Bernardo Cano y Juan de Dios Enríquez. Hay apellidos tradicio-
nales y realistas: Manuel Carvajal, Joaquín Quijano, Luis Mendicuti y José
Julián Peón. Ellos cuatro eran parte de las mejores familias de Mérida, sin
duda los Peón y los Quijano eran los más poderosos y los que más recursos
tenían. Manuel Carvajal y Joaquín Quijano eran incluso regidores del anti-
guo cabildo, Carvajal apenas había sido nombrado en 1820, había entrado
en sustitución de su padre Manuel Carvajal que había sido regidor desde
1797. José Julián había sido subdelegado, era un hacendado también.19
Asimismo, aparecen hombres y nombres nuevos. Con este término me
refiero a la gente que en el antiguo régimen no había tenido presencia en
las principales instituciones locales: el comerciante Manuel Zapata (que ya
lo había sido en 1814), el comerciante Juan Pastor, el hacendado José León
Rivas,20 el hacendado Idelfonso Ruz,21 el comerciante Felipe Montilla, el
herrero Clemente Gómez, Santiago Pacab y el comerciante y hacendado Se-
bastián Ávila. Se debe resaltar la importancia del nombramiento de Pacab,

18 Zavala, op. cit., p. 23.


19 Para Quijano véase Machuca, “Los Quijano de Yucatán: entre la tradición y la moder-
nidad”, Caravelle. Cahiers du Monde Hispanique et Luso-Brésilien, v. 101, pp. 57-86; y para los Peón,
Augeron, “Las grandes familias mexicanas a la conquista de las subdelegaciones costeras. El
ejemplo del clan Peón en Yucatán (1794-1813)”, Grupos privilegiados de la penìnsula de Yucatán.
Siglos xviii y xix, pp. 91-120.
20 Archivo General de la Nación (agn), ahhh, v. 513, exp. 30, 1819. Una fuente lo descri-

be así: “A don José León Rivas y Puerto (f. 3) natural de esta ciudad, hijo de padres nobles, de
arregladas costumbres y notoria probidad e inteligencia en la agricultura; fue adicto a la buena
causa y nunca adoptó ideas peligrosas.”, “Propuestas para ocupar la subdelegación de Sotuta”.
21 Véase Ruz, “La familia Ruz Rivas de Yucatán. Don José María, don Idelfonso y fray Joa-

quín”, Boletín del Archivo General de la Nación, t. X, n. 3-4, pp. 591-599. También, Archivo
General del Estado de Yucatán (agey), n, v. 115, 1826, ff. 18v-19v, “Testamento del señor
Idelfonso Ruz de Mérida”.

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cacique del barrio de Santiago en Mérida, fue el primer maya que ocupó
un puesto en la administración local, si bien era analfabeto. Otro detalle
importante su firma no está en el acta del 15 de septiembre, como tampoco
están las de Clemente Gómez, Sebastián Ávila, Luis Mendicuti y Bernardo
Cano. ¿No fueron llamados a la junta del 15 de septiembre, no estaban en
Mérida, prefirieron no participar? No lo sabremos.
En todo caso, ¿qué tenían en común Zapata, Rivas, Ruz, Montilla, Gó-
mez, Pacab y Ávila? E incluso el mismo Carrillo, Rivas y Bolio. Simplemen­te
que desde los tiempos de antiguo régimen todos habían estado ahí pre-
sentes, actuando como fiadores, testigos, siempre en segundo plano, espe-
rando quizá el momento de figurar. Tienen otras características en común y
las comparten también con la mayoría de miembros de la Diputación: son
hacendados y comerciantes, todos en tránsito hacia una movilidad social
ascendente.

Cuadro 2. Personas que firmaron el acta de 15 de septiembre de 1821

Cargo en 1821 Otra actividad Criollo/Peninsular


Juan María Echeverri Capitán general Peninsular
y jefe superior
político
Pedro Bolio Intendente Hacendado Criollo
Pedro Manuel de Regil Vocal de la Diputa- Cabildo de Cam- Criollo
ción provincial peche
Joaquín Torres Vocal de la Diputa- Hacendado Criollo
ción provincial
Sebastián Hernández Vocal de la Diputa- Comerciante Peninsular
ción provincial
Pablo de Lanz Vocal de la Diputa- Cabildo de Cam- Criollo
ción provincial peche
Hacendado
Pedro José Guzmán Alcalde 1º Comerciante Criollo
Francisco Benítez Alcalde 2º Había sido alguacil Peninsular
cabildo de Mérida
(continúa)

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Cargo en 1821 Otra actividad Criollo/Peninsular
Antonio Tovar Alcalde 3º Ex encomendero Criollo
Manuel Carvajal Regidor Hacendado Criollo
Juan Pastor Regidor Comerciante Criollo
José Manuel Zapata Regidor Comerciante Criollo
Joaquín Quijano Regidor Comerciante y Criollo
Hacendado
José Julián Peón Regidor Hacendado Criollo
Felipe Montilla Regidor Comerciante Criollo
José León Rivas Regidor Criollo
Idelfonso Ruz Regidor Hacendado Criollo
Juan de Dios Enríquez Procurador síndico Hacendado Criollo
Pedro Agustín Estévez Obispo Peninsular
Juan López Gavilán Juez de letras Abogado Criollo
Juan María Herrero Provisor Hacendado Criollo
(presbítero)
Ignacio Cepeda Maestre-Escuela Criollo
(doctor) cabildo
Pedro del Castillo Tesorero interino Criollo
Manuel Rodríguez de Contador interino Criollo
León
Francisco Facio Comandante de Desconocido
dragones
Benito Aznar Sargento mayor Criollo
José María de Castro* Mayor de la Plaza Criollo
Juan Rodríguez Comandante de Desconocido
artillería
Luis Rodríguez Correa Cura de la catedral Criollo
Francisco de Paula Párroco de San Peninsular
Villegas Cristóbal, Mérida
Roque Vázquez Párroco de la igle- Peninsular
sia Jesús, Mérida
Francisco Pasos Párroco de Santia- Hacendado Criollo
go, Mérida
Manuel Pardío Párroco de Sotuta Hacendado Criollo
(continúa)

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(concluye))
Cargo en 1821 Otra actividad Criollo/Peninsular
Mariano Carrillo Comandante de Ingeniero Criollo
arquitectos
Bernardo Peón Tesorero de cruzada Hacendado Criollo
Francisco Antonio Comandante de Abogado Criollo
Tarrazo cívicos
Juan Rivas Vértiz Comandante de Militar Criollo (Cam-
artillería peche)
Juan Manuel Calderón Comandante de Criollo
tiradores
Luis Sobrino (comerciante) Comerciante Desconocido

Fuente: Ancona, Historia de Yucatán, pp. 496-499.

Gráfico 1

Firmantes del acta del 15 de septiembre de 1821

Hacendados Comerciantes

Sebastián Hernández (Diputación)


Pedro Bolio (intendente) Bernardo
Pedro José Guzmán (Ayuntamiento)
Peón (Conde, Tesorero de Cruzada)
Joaquín Torres Francisco Benítez (Ayuntamiento)
Manuel Carvajal (Ayuntamiento)
(Diputación) Juan Pastor (Ayuntamiento)
Idelfonso Ruz (Ayuntamiento)
José Manuel Zapata (Ayuntamiento)
Juan de Dios Enríquez (Ayuntamiento) Joaquín Quijano
Felipe Montilla (Ayuntamiento)
José Julián Peón (Ayuntamiento) (Ayuntamiento)
Luis Sobrino (Por los comerciantes)

Francisco Pasos (Iglesia)


Manuel Pardío (Iglesia)
Juan María Herrero (Iglesia)

Pedro Agustín Estevez (Obispo) Juan María Echeverri (Jefe superior político y
Luis Rodrigo Correa gobernador)
Francisco de Paula Juan López Gavilán (Abogado)
Roque Vázquez Pedro del Castillo (Hacienda)
Francisco Facio
Ignacio Cepeda Manuel Rodríguez de León (Hacienda)
Benito Aznar
José María de Castro Pedro Manuel de Regil (Diputación)
Juan Manuel Calderón Pablo de Lanz (Diputación)
Mariano Carrillo Antonio Tovar (Ayuntamiento)
Iglesia Juan Rivas Vertiz José León Rivas (Ayuntamiento)
Francisco Antonio Tarrazo (abogado)
Juan Rodríguez

Militares

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En cuanto a los clérigos que firmaron el acta se encuentran Luis Manuel
José Rodríguez Correa y Mejía, campechano, cura rector más antiguo del Sa-
grario y rector del seminario. Francisco de Paula Villegas había llegado con
el obispo Estévez y Ugarte, párroco de San Cristóbal, justo después de su
firma se fue a Puebla, en donde se concentró un núcleo fuerte de exmonarquis-
tas. Francisco Pasos había sido rector del seminario y en 1821 era párroco del
barrio de Santiago de Mérida. Manuel Pardío, miembro de una importante
familia, era párroco de la iglesia de Sotuta. Roque Vázquez era párroco de la
iglesia El Jesús, conocida por estar destinada a los afrodescendientes. Ante
una reforma parroquial que hubo en 1822 afirmaba que: “veía con buenos
ojos los aires de libertad, igualdad y supresión de distinciones de castas que
traían la independencia y el Plan de Iguala; y esperaba que se acabara la discri-
minación que sufrían los pardos y morenos”.22
El obispo Estévez y Ugarte había llegado a Yucatán desde 1802 y ocupó
el cargo hasta 1827. Una autora ha descrito su intervención en estos años
como “prudente y conciliadora”.23 No siempre fue así, contra los sanjuanis-
tas había declarado una verdadera guerra que lo llevó a declarar su excomu-
nión, por llevarles la contra hasta aceptó que el contenido de la constitución
de Cádiz se enseñara en el seminario.24 Según Serena Fernández el obispo
Estévez se decantó por la independencia porque le interesaba mantener los
fueros y privilegios del clero, e Iturbide con el Plan de Iguala lo garantizaba,
le dolía separarse de su patria, pero prefería estar con su grey.25 Los militares
por otro lado, de donde podía haber venido la mayor oposición, tampoco
protestaron, en tanto que también habían optado por Iturbide. Los dos pues-
tos superiores estaban ocupados por criollos: de Mérida, Benito Aznar, y de
Campeche, José María Castro, quien además era hijo del gobernador y
capitán general Castro y Araoz.

22 Flores,“La iglesia y el último obispo español en Yucatán, 1821-1827”, Boletín del Ar-
chivo General de la Nación, p. 91.
23 Fernández, “Pedro Agustín Estévez y Ugarte. Obispo de Yucatán y testigo de la inde-

pendencia”, xiii Coloquio de Historia Canario- Americana, p. 2404.


24 Véase Machuca, “Opinión pública y represión…”
25 Fernández, op. cit., p. 2410.

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El gobierno de Echeverri

El gobierno de Mariano Carrillo y Juan Rivas Vértiz solo duró seis meses,
pues en España desde que se supo de la muerte de Miguel de Castro se
eligió un nuevo capitán general: al brigadier Juan María Echeverri, quien
de hecho pasó desde Cuba y empezó sus funciones el primer día de enero.
Nadie puso objeción alguna. Echeverri, en carta al rey, escribía que había
salido de La Habana el día 26 de diciembre y había llegado a Sisal el día 30. El
1 de enero ya estaba en Mérida y ese mismo día tomó posesión. Informaba
que había hallado promulgada, jurada y observada la constitución, instala-
da la Diputación Provincial y los ayuntamientos constitucionales.

Reina la mayor quietud en toda esta provincia que en todos tiempos y parti-
cularmente ahora con el restablecimiento de la constitución ha dado pruebas
indudables de su fidelidad y amor al rey y de su unión a la Península. Aunque
con motivo del establecimiento de una sociedad bajo el nombre de confedera-
ción patriótica, la osada solicitud de los religiosos franciscanos y otros sucesos
de que se dio cuenta a V.E. se alarmaron los ánimos y se vio amenazado el buen
orden público, con las eficaces y prontas medidas tomadas por el jefe político
interino, coronel don Juan Rivas Vertiz, auxiliado del coronel de ingenieros
don Mariano Carrillo, que a la sazón era capitán general interino, los ánimos
se sosegaron y todos los habitantes se hallan tranquilos.26

No obstante, apenas tenía un mes, cuando ya solicitaba que lo relevaran del


cargo pues, aunque se suponía que la Capitanía de Yucatán era un lugar con-
movido y alterado, en realidad esta jurisdicción se hallaba en paz. Por eso no
resulta extraño que Echeverri no haya terminado ni el año, pues desde el prin-
cipio se sintió a disgusto. Una de sus primeras medidas fue su puesta en marcha
de la ley de primero de octubre de 1820, sobre arreglo de órdenes regulares.
Informaba que la única orden que quedaba era las de los franciscanos, que eran
poco más de 200 frailes y que se habían secularizado hasta marzo 140, restando

26 Archivo General de Indias (agi), m, v. 3043, n. 20, 8 de enero de 1821, ff. 232-233,

“Toma de Juan María Echeverri como capitán general”. Sobre el gobierno de Echeverri véase
también Ferrer, “La crisis independista en Yucatán”.

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solo 40 o 50: “prueba indudable de la justicia de tal ley que proporcionó la liber-
tad a tantos hombres que involuntariamente la habían sacrificado”.27
Echeverri informaba en otra carta acerca de los dos conventos francisca-
nos de San Francisco y La Mejorada que se habían desocupado. Al primero
en particular lo había destinado para hospital de ambos sexos y asilo de invá-
lidos, había desarmado los altares de su iglesia, se habían trasladado a otros
templos y se habían distribuido en varias parroquias las imágenes, vasos sagra-
dos, órgano y demás muebles dedicados al culto. Este hecho en particular fue
ampliamente criticado en una publicación llamada el Yucateco. Echeverri se
quejaba de que el fiscal de imprenta no hubiera hecho nada por censurar
dicho impreso.28 Como Justo Flores ha estudiado, el obispo Estévez deseaba
fortalecer al clero secular, así que tampoco intervino en las medidas toma-
das por el gobernador, pues él también pretendía debilitar al clero regular.29
Otro asunto que le preocupó fueron los sanjuanistas. Su antecesor Ri-
vas Vértiz había prohibido con la multa de 25 pesos las reuniones de la llama-
da confederación patriótica que se tenían en la ermita de San Juan, hecho
que además se vio favorecido por el decreto de las cortes de Cádiz del 21 de
octubre que mandaba cesar las reuniones establecidas sin autoridad pública.
Pero los sanjuanistas, aún sin Lorenzo de Zavala, eran inquietos y habían
citado a una junta el 19 de marzo para celebrar el aniversario de la constitu-
ción. Fueron llamados los más importantes a dar su testimonio, entre ellos
Vicente María Velázquez, capellán de la ermita de San Juan. Él afirmó:

…que la reunión que se tuvo la noche del 19 del pasado se redujo exclusiva-
mente a celebrar con golpe de música y una canción patriótica el aniversario de
la publicación de la constitución en las galerías exteriores de su casa. Que no

27 agi, m, v. 3043, n. 18, Mérida 29 de marzo de 1821, f. 218, “Sobre carta de don Juan
María Echeverri, capitán general y jefe político de Yucatán en que da cuenta haberse secula-
rizado gran número de religiosos de la orden de San Francisco”. Justo Flores realiza una de-
tallada descripción del destino de algunos franciscanos, y calcula que en 1822 había todavía
70 de ellos. Flores, .op cit., p. 83. Hay que tener presente que se ha calculado para el mismo
año un total de 400 clérigos en el obispado de Yucatán.
28 agi, m, v. 1679, n. 44, 27 de agosto de 1821. “Carta n. 2 del jefe político Juan María

Echeverri, al secretario de Estado de Ultramar, en que da cuenta con documentos de la indo-


lencia del fiscal de imprenta”.
29 Flores, op. cit.

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hallaba que conexión podía tener este acto de público regocijo con las sesiones
de la confederación extinguida meses antes.

Se confirmó que cometieron algunos excesos, por ejemplo, Matías Quinta-


na, otro de los recalcitrantes sanjuanistas, padre de Andrés Quintana Roo,
había insultado a varias personas. Echeverri les prohibió terminantemente
volver a reunirse.30 No obstante, en mayo escribió otra carta donde daba
otras noticias sobre ellos: que con la Confederación se habían notado varios
desordenes, habían rehusado “con obstinación al pago de las contribucio-
nes públicas y esparciéndose especies de independencia […] atribuyéndose-
les también generalmente, en consecuencia de expresiones que se les ha-
bían oído, el ultraje hecho en aquellos días a una estatua de su Majestad”.31
En agosto, Echeverri volvió a escribir un informe donde “noticia cir-
cunstanciadamente el actual estado de la provincia y proponía los medios
de atender al remedio”. Se quejaba de que aparte de la imprenta, que paraba en
manos de Pedro Guzmán, la Confederación había adquirido otra y “desde
entonces el abuso de la libertad empezó a indisponer los ánimos”. Sin mencio-
nar siquiera su nombre se quejaba de “un hombre que en la época pasada
con sus escritos no perdonó medio para indisponer a los europeos con los
americanos, inflamado por un hijo que tiene en México entre los disiden-
tes”. Se refería a Matías Quintana. Echeverri afirmaba que “dicho escritor
ha conseguido destruir la mayor parte de aquella fuerza moral con que yo
podía apoyar mi mando” y por tanto solicitaba que se le revelara.32

Es visible que las ocurrencias de México influyen mucho en esta provincia.


Unos liberales exaltados ansían la independencia, otros hombres perdidos la

30 agey,c, g, v. 1, exp. 21, 29 de marzo de 1821. “Información sobre una reunión de los
sanjuanistas en el aniversario de la constitución política de la monarquía”.
31 agi, m, v. 3045, f. 33-33v, Mérida, 2 de mayo de 1821. “Carta del jefe político José

María a Echeverri a secretario de estado y del despacho de la gobernación de ultramar sobre


reuniones patrióticas”.
32 Quintana en 1813 había publicado los Clamores de la fidelidad americana contra la opresión

y en 1820 la Lealtad yucateca y quizá también sea el editor del Yucateco. El primero se conserva
completo y está publicado en facsímil, del segundo solo se conservan unos ejemplares en el agi
y en el agey (solo un expediente en microfilm). Véase Machuca, “José Matías Quintana: un
hombre entre dos tradiciones”, Yucatán en la ruta del liberalismo mexicano, pp. 141-166.

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esperan por momentos para variar de suerte: los serviles la miran como la úni-
ca áncora para volver a establecer el imperio del despotismo y fanatismo; y los
pocos liberales verdaderos, si bien trabajan para que no se verifique, conocen
su impotencia para resistirse al torrente de aquellos partidos numerosos que
ven en la variación lo que cada uno desea.33

Afirmaba que si hubiera más letrados el asunto hubiera podido contenerse,


pero de los cuatro que había, según su parecer, o les faltaba capacidad o
compromiso con el gobierno. Entre ellos se encontraba su teniente letrado,
Juan López Gavilán, a quien acusaba de falta de integridad, de desconocer
la justicia, y de estar del lado de “los conocidamente malos”. Advertía ade-
más que ni Lorenzo Zavala ni Manuel García Sosa, ex diputados a Cortes
debían regresar.34

Las actas de independencia

El 10 de septiembre llegó la noticia a Mérida del encuentro entre Iturbide


y O’Donojú en Veracruz. Nuestro cronista Gutiérrez mencionaba de esto:

…no dudo que la total separación de México a la dominación española, nos


será muy útil, pero en caso de frustrarse nuestras esperanzas, cual Dios no per-
mita, de los males se debe escoger el menor; vale más sujetarnos al Gobierno
de México, aun cuando no se funde sobre bases sólidas y equitativas, que el
que nos rija la inicua y siempre maldita Constitución Española.35

Los campechanos se reunieron desde el 13 de septiembre. El teniente de rey


Hilario Artacho, Miguel Duque de Estrada, alcalde del ayuntamiento, Pa-
blo Pascual y Milá, alcalde de segunda nominación, comandante Baltazar

33 agi, m, v. 3032, 18 de agosto de 1821, f. 974, “El jefe político de Yucatán: noticia circuns-

tanciadamente el actual estado de la provincia y propone los medios de atender al remedio”.


34 agi, m, v. 3032, 18 de agosto de 1821, ff. 972-975.
35 O’Gorman, op.cit., p. 691.

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González, José Rafael Caraveo, comandante interino del batallón de Cas-
tilla, José Mauricio Rodríguez, alcalde de tercera nominación, Félix López
de Toledo, subteniente de la División de Tiradores, Juan José de Lavalle,
comandante del primer batallón, José de Arguelles y Velarde, comandante
del primer batallón, Tomas Aznar, comandante del 2º batallón, Joaquín de
Traba, sargento menor interino de plaza, José Segundo Carvajal, comandante
del regimiento, José Cárdenas comandante interino de artillería y José On-
tiveros, subteniente de artilleros veteranos. 14 personas, casi todos militares,
para decidir “las medidas que fuesen necesarias a conservar la tranquilidad
pública”. Debido a que estaban en las vísperas de una importante fiesta
(San Ramón) y con el fin de “conservar la tranquilidad pública”, tomaron
las siguientes medidas: 1) nombrar una comisión de dos patrullas de cívicos
para vigilar, 2) reforzar los puestos exteriores, 3) instalar un centinela fuera
de rastrillo en las armadas de las puertas,36 4) la prudencia sería la mejor me-
dida de precaución, 5) por eso se comisionaría a un oficial a la prefectura de
Tabasco para que se entrevistara con el jefe del ejército imperial, “a fin de manifes-
tarle que el espíritu público de Yucatán está decidido por la Independencia
y que solo espera órdenes para verificar su juramento de un modo orgánico” y
6) al ser urgente la respuesta del gobernador y capitán general, le pedían
pronta respuesta.37
El 15 de septiembre se recibió un correo extraordinario de Tabasco en
donde el gobernador Ángel del Toro anunciaba que ellos habían jurado la
independencia. Por eso razón Echeverri ese mismo día decidió convocar
a una junta extraordinaria que se llevó a cabo en las casas consistoriales,
compuesta de las principales autoridades civiles, militares y eclesiásticas. El
boticario Ceferino Gutiérrez explica que solo era una reunión de la dipu-
tación y del ayuntamiento pero que “estos señores, ya sea por miedo o por
incapaces de discernir, lo mejor no ataban ni desataban, hasta que al fin se
acordó llamar a todas las autoridades civiles y eclesiásticas, para que oído

36 Rastrillo: “Compuerta formada por una reja o verja fuerte y espesa que se echa en las

puertas de las plazas de armas para defender la entrada y que, por estar afianzada en unas
cuerdas fuertes o cadenas, se levantan cuando se quiere dejar libre el paso”. Alonso, Enciclo-
pedia del idioma. Diccionario histórico y moderno de la lengua española (siglos xii al xx) etimológico,
tecnológico, regional e hispanoamericano, p. 3513.
37 agey, c, v, v. 1, exp. 35, 13 de septiembre de 1821, “Copia del acta de la reunión de

notables convocada en Campeche por el teniente de rey”.

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el parecer de todos en una materia de tanta gravedad se resolviese lo más
conveniente a la provincia”.38
De estos 39 personajes, seis eran peninsulares, 30 criollos y de tres des-
conocemos su origen (cuadro 2). Cuatro eran miembros de la diputación,
ocho de la iglesia, siete eran militares, 12 del ayuntamiento, cinco con otros
cargos en la administración, dos abogados y un representante de comer-
ciantes. Como se observa en el gráfico 1, varios de ellos eran hacendados y
comerciantes. En breve, aunque Eligio Ancona haya escrito que “allí esta-
ban representados todos los partidos políticos, que en otro tiempo se habían
hecho la guerra”, resulta esencial entender que estos hombres de 1821, o la
mayoría, no eran todos los de otros tiempos, eran “nuevos”, con otras ideas
e intereses. Esos 39 hombres representaban no solo a los grupos políticos,
sino a casi todos los grupos sociales y económicos, y el casi quiere decir
miembros de las elites viejas y nuevas, comerciantes y hacendados, como el
gráfico 1 muestra claramente. Los realistas y liberales de 1821 no eran los
mismos que diez años antes y esto no lo vio Ancona. Los años de 1808 a
1814 no sólo fueron de transición política, en esos años murieron varios de
los regidores del ayuntamiento, sucediendo un cambio generacional. Igual-
mente, cabe subrayar una falta muy importante, ningún maya firmó el acta.
En octubre de 1821 ya circulaban los tratados de Córdoba, tal como nos
lo hace saber el boticario Gutiérrez que no solo los leyó sino los reprodujo en
su diario. El 2 de noviembre se juró la independencia. Entre tanto, en Cam-
peche se desconoció al teniente de rey Hilario Artacho para hacer volver al
que estaba antes que él, Juan José León, con la intención de que ocupara
la gobernación y capitanía general, ante la inminente salida de Echeverri.
Hilario Artacho nació en Villadiego y llegó a Yucatán a fines de 1813. Caba-
llero de la orden de San Hermenegildo y teniente coronel del real cuerpo de
artillería. Artacho dejó Yucatán en 1822, llevándose con él a su esposa cam-
pechana. Después de España pasó a Puerto Rico.39 Quizá había preferencia
por el ingeniero Juan José León, pues llegó varios años antes que Artacho a
Campeche. No obstante, el plan de los campechanos no funcionó pues los
de Mérida tenían otra carta preparada. Ya habían hecho la misma jugada en

38 O’Gorman, op. cit., p. 692.


39 Agradezco mucho a Pedro Areal haberme compartido los datos de Artacho.

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1820, al haber pedido la renuncia del capitán general y gobernador y había
funcionado no reconocer al teniente de rey.
El 8 de noviembre se volvió a hacer nueva junta de autoridades en sesión
extraordinaria, prácticamente estuvieron presentes los mismo del 15 de sep-
tiembre. Esta vez bajo la presidencia del intendente Pedro Bolio, se leyeron
los documentos provenientes de Campeche, el oficio de dimisión de Eche­verri
“por quinta vez”. El obispo pidió que se formara una comisión que fuera a
casa del gobernador a pedirle su continuación en el mando por protocolo.
La comisión regresó con la respuesta negativa, pues estaba persuadido que su
presencia fomentaría la anarquía. Por unanimidad de votos se resolvió
no reconocer a Juan José León como gobernador, haciendo caso omiso de
una regla que ya no los regía más, como cuando depusieron al gobernador
Castro. El mando político recayó sobre el intendente Pedro Bolio y el militar
sobre el sargento Benito Aznar, por ser el jefe de mayor graduación. Si bien
Pedro Regil y Pablo Lanz como representantes campechanos solicitaron que
los comandantes en la Junta dieran su opinión.

Enseguida a petición del numeroso pueblo que representó por medio de sus
delegados don Pedro Tarrazo y don Fernando Valle, que deseaban se reuniesen
en esta capital diputados de todos los partidos de la provincia, nombrando ade-
más el suyo las guarniciones de esta ciudad y la de Campeche para componer
una junta provisional de vigilancia y seguridad interior y exterior de ella, de-
biendo hacerse la elección por los ayuntamientos de los pueblos, designando
un individuo de su seno que pasando a la cabecera de partido en unión de los
demás deberán nombrar entre los electores al que ha de venir a esta capital,
quedando expeditas las autoridades legalmente establecidas, y accediendo la Junta
á tan justo pedido así lo acordó mandando se comunique a todos los partidos
para que tenga efecto.40

Eligio Ancona consideró a Echeverri “uno de los gobernantes más dignos e


ilustrados que tuvo Yucatán, durante la dominación española”.41 En cambio,

40 Archivo Histórico del Arzobispado de Yucatán (ahay), o, caja 404, exp. 4, f. 34-34v.

“Junta general de esta capital de todas las autoridades, corporaciones y gefes”. Agradezco a
Anahí Mendoza que me compartiera este expediente.
41 Ancona, op. cit., p. 210.

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el boticario Ceferino Gutiérrez refirió acerca de él: “Dios lo lleve con bien a
España, no dejó de hacer mal en esta ciudad, particularmente a los religiosos,
quitándoles con precipitación el convento de San Francisco”.42 El secretario
del ayuntamiento apuntó dos días después en las actas: “que se diga al señor
coronel don Juan José León en cuanto habérsele reconocido en aquella plaza
[de Campeche] por capitán general y jefe superior político que este ayunta-
miento en junta general celebrada el día de ayer no pudo menos que recono-
cer y haber reconocido a los ciudadanos nacidos en Mérida”.43 El sargento mayor
Benito Aznar fue uno de los militares que firmó el acta de 1821, criollo, era
otro de los que habían estado detrás del poder, pues fue secretario particular
del gobernador y capitán general Benito Pérez Valdelomar (1800-1811), su
mano derecha, e incluso se había casado con la hija.44 Tanto Bolio como Aznar
estuvieron en su puesto hasta el 9 de marzo de 1822 en que la Regencia del Im-
perio designó a Melchor Álvarez como gobernador y capitán general, quien
estaría hasta mayo de 1823.
Por muchos años asumí la visión de Manuel Ferrer, quien a su vez retomó
la idea de Eligio Ancona, de que debido a la alta presencia de rutineros en
Yucatán no hubo oposición al imperio de Iturbide.45 Es verdad que no hubo
oposición, sin embargo, no se explica que en 1820 los “liberales” hayan remo-
vido al gobernador Castro, en 1821 los mismo liberales se hayan decantado por
la independencia y que en 1822 estos mismos liberales sean “rutineros”. De
hecho, ese mismo septiembre de 1821 la Diputación Provincial se inclinaba
por el establecimiento “de una monarquía moderada con un príncipe Bor-
bón y mantener las relaciones recíprocas con España”.46 La respuesta no debe
buscarse en la afiliación partidista, no funciona porque simplemente pasa por
alto los cambios de ideas e intereses de los actores sociales.
Una de las claves para intentar dar otra explicación nos la brinda, otra
vez, el boticario Gutiérrez, una persona con gran visión de la situación que
imperaba en Yucatán, había escrito meses antes: “Con cuánta más razón

42 O’Gorman, op. cit., p.703.


43 Las cursivas son mías. caihly, ac, v. 16, 10 de noviembre de 1821, f. 141.
44 Véase Machuca, “Entre Yucatán y Nueva Granada: dos espacios conectados por Beni-

to Pérez Valdelomar, 1811-1813”. Historia Crítica, pp. 87-107.


45 Ferrer, op. cit., pp. 387-388.
46 Campos y Domínguez, op. cit., p. 148.

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deseo y apetece con ansía todo hombre de bien, que venga a México Fer-
nando VII o alguno de los llamados a ocupar el Trono imperial para que
disfrutemos de tranquilidad, paz y quietud, cuanto que nos hallamos en el
día a pique de ser tristes espectadores de una horrible anarquía, sólo por
las violencias de los campechanos y terquedad del Capitán General D. Juan
María de Echeverri”.47 Incluso el mismo Ancona lo había escrito, rutineros
(conservadores) y liberales se adhirieron al plan de Iguala porque convenía
a los intereses de ambos grupos: “se vieron animados, por la primera vez, de
un mismo sentimiento en favor del país”.48 Es decir, los habitantes solo que-
rían seguir con sus negocios, sus actividades e Iturbide en primera instancia
ofreció eso. El ayuntamiento de Mérida declaró el 12 de junio que se qui-
taría la estatua de Fernando VII y se resguardaría en la casa capitular y que:

…enterados por decreto del 19 de mayo del nombramiento de Iturbide como


emperador constitucional de la nación mexicana, el ayuntamiento decidió que
para celebrar “tan plausible y acertada resolución. Se invite al público por me-
dio de un bando a adornar e iluminar por tres días las calles, permitiéndoseles
en ellas todo género de regocijo bajo la vigilancia de los señores jueces que de-
ban cuidar el orden y tranquilidad y que en acción de gracias al todo poderoso
se cante el Domingo venidero en esta Santa Iglesia catedral una misa y te deum
con la solemnidad correspondiente a tan brillante beneficio.49

Para pagar las fiestas se solicitaría a los hacendados y comerciantes hacer una
suscripción patriótica. No sabemos si participaron obligados o gozosos. Pero
creo que ahí está una de las claves, pues precisamente en este momento
estas dos actividades y los individuos quienes las ejercían, eran los principales
sostenes de la economía del estado. Regalistas y liberales eran ambos hacenda-
dos y comerciantes y sus intereses económicos iban más allá de sus afiliacio-
nes políticas. La Constitución reinstaurada y otros decretos que se sumaron
garantizaban la continuación de sus actividades económicas, de ahí que se
recibiera con gran entusiasmo.

47 O’Gorman, op. cit., p. 700.


48 Ancona, op. cit., p. 193.
49 caihly, ac, v. 17, 12 de junio de 1822, f. 48.

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Conclusiones

Al seguir la pista a los miembros que firmaron el acta de 1821 he queri-


do demostrar que el análisis por partidos políticos, no ofrece explicaciones
convincentes acerca de las importantes decisiones que los actores sociales
involucrados tuvieron que tomar a partir de 1820 en Yucatán. Saber sobre
sus intereses (sobre todo en lo referente a sus actividades económicas) ofrece
pistas significativas para entender la situación política.
Como quise mostrar, 1821 es consecuencia de las condiciones que se
desarrollaron en Yucatán desde 1820, a partir de la reinstalación de la consti-
tución de Cádiz. Con la Diputación Provincial se creó una nueva institución
que no solo fue un contrapeso al ayuntamiento sino que sus integrantes rom-
pieron las reglas del juego colonial, depusieron al gobernador e impusieron
a sus propias autoridades. La llegada del gobernador e intendente Echeverri
no fue cuestionada, pero tampoco lo retuvieron cuando quiso irse. Aunado
a la anterior, las noticias de una posible independencia también llegaron con
Echeverri, esta opción se fue sembrando poco a poco, así que cuando los per-
sonajes más sobresalientes, representantes de las instituciones se reunieron
en 1821, la firma de la independencia ya era un hecho casi pactado, desde la
iglesia, los militares, los comerciantes.
El paso dado en 1821 para firmar la independencia es consecuencia
de Cádiz y de cambios generacionales y de las ideas. Las elites de Mérida
habían cambiado, retomando al profesor Anna que citaba al principio, sus
intereses eran otros, muy lejos de la Corona.

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El sendero de la independencia
en Michoacán, 1820-1821

Carlos Juárez Nieto1

De cara al Bicentenario de la consumación de la independencia de


México en 1821, siguen abiertas las líneas de análisis historiográfico que propor-
cionan novedosas interpretaciones y cambios en las orientaciones tradicionales
de este proceso histórico. La consumación de la independencia mexicana
es un proceso social, político e histórico que tiene una perspectiva espacial
más amplia e integral, que va desde los confines de la península ibérica hasta
las extensas territorialidades y reinos en Hispanoamérica. Se puede argumen-
tar con fundamento, que el origen del proceso independentista se encuentra
en la crisis política de la monarquía española en 1808 y sus secuelas más
importantes: el juntismo, las Cortes y la Constitución liberal de 1812. En la
Nueva España la guerra insurgente iniciada en septiembre de 1810, provocó
la desarticulación económica y social en su territorio, además del desaliento
que causó en las elites criollas la fugaz vigencia del sistema constitucional es-
pañol (1812-1814). En el desarrollo del conflicto militar que trajo consigo la
desarticulación económica y fiscal del reino, se fortaleció el poder de los jefes
militares provinciales, en detrimento de las autoridades civil y eclesiástica,
quienes empezaron a tener una participación política más activa y preponde-
rante en sus respectivas regiones. Todos estos factores, adicionados a la errática
conducción política del rey Fernando VII y sus ministros (1814-1820), y el

1 Instituto Nacional de Antropología e Historia-Michoacán.

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deterioro social y económico que se experimentaba en el reino a causa de
la guerra, propiciaron un escenario político favorable a un cambio político.
Entre las nuevas interpretaciones que se han hecho sobre este proceso his-
tórico, sobresalen, de manera particular, las pesquisas que, desde la perspec-
tiva de los actores políticos en sus contextos regionales concretos, tratan de
confrontar las visiones acabadas sobre la consumación de la independencia
mexicana. El presente ensayo tiene por objetivo explicar el derrotero político
y social que siguió la independencia en la provincia de Valladolid de Michoa-
cán. El hilo central que soporta la argumentación, es el papel desempeñado
por los actores políticos más importantes de la provincia michoacana: la
iglesia, los ayuntamientos, el ejército y el intendente. Como punto de arran-
que se toma la reinstalación del sistema constitucional español en 1820 y la
inusitada reactivación de la actividad política de la elite regional, tendiente a
consolidar espacios de representación política que fueran garantes de sus as-
piraciones autonomistas: los ayuntamientos constitucionales y la diputación
provincial. El segundo tramo del ensayo se refiere, de manera particular, a
la recepción del plan de Iguala por parte de la elite vallisoletana y las contra-
dicciones políticas suscitadas con el intendente de la provincia. Finalmente,
se explica la adhesión de la elite vallisoletana al proyecto independentista
propuesto por su paisano Agustín de Iturbide.

El restablecimiento constitucional

En enero de 1820 la rebelión militar del coronel Rafael Riego en Cabezas de


San Juan (Cádiz), puso las bases para que a los pocos meses Fernando VII
se viera obligado a jurar de nueva cuenta el sistema constitucional por él
abolido en mayo de 1814. Las Cortes se reinstalaron el 9 de julio en Madrid,
convocándose a 29 diputados americanos en calidad de suplentes en tanto
llegaran los titulares; los americanos siguieron siendo un grupo minoritario en
relación con los diputados peninsulares, por lo que los asuntos de América
siguieron postergándose. El llamado trienio liberal que iniciaba en España
se dio en condiciones diferentes a la primera etapa del liberalismo (1808-
1814), cuando se experimentó la invasión francesa y su influencia reducida

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a zonas específicas del sur de la península. En las nuevas circunstancias, el
liberalismo español se propagó en la mayor parte del territorio español y
sin la ocupación de un ejército extranjero; la libertad de imprenta que llegó
con el restaurado orden constitucional incentivó la aparición de una can-
tidad considerable de periódicos, folletos y hojas volantes que difundieron
los principios de libertad política y ciudadana, los cuales eran discutidos en los
cafés y las juntas patrióticas. Al interior de las Cortes se evidenciaron dos
corrientes del liberalismo: la de los moderados y la de los exaltados; al correr
de los meses estos últimos fueron imponiéndose en las discusiones y en la
promulgación de leyes y decretos. La iglesia y el ejército fueron el blanco de
varios decretos de las Cortes restauradas, temerosas de su influjo y poder,
por lo que al decreto de la extinción de la Inquisición en marzo de 1820, le
siguieron otros como la expulsión de los jesuitas (17 de agosto), la supresión
del fuero eclesiástico (26 de septiembre), la supresión del fuero militar (29 de
septiembre) y la regulación de las órdenes religiosas (1° de octubre).2
Los diputados peninsulares coincidían en que la simple publicación de
la Constitución de 1812 contribuiría a pacificar los territorios americanos
y la obediencia a la monarquía constitucional volvería a prevalecer en el
ánimo de los súbditos de Ultramar. Sin embargo, la situación que guarda-
ban varios territorios americanos era más compleja de lo que pensaban los
diputados peninsulares y los ministros de la corona. En el Río de la Plata,
Chile, Venezuela y Nueva Granada los autonomistas que tenían de facto
gobiernos independientes no se mostraron entusiasmados de regresar al an-
tiguo orden, incluso bajo el manto constitucional. Pese a los esfuerzos de los
diputados americanos por difundir la crítica situación política y militar que
prevalecía en sus territorios, los peninsulares desdeñaron sus apreciaciones
y desestimaron sus pretensiones de ampliar su representación en las propias
Cortes y conseguir la ansiada libertad de comercio. Un importante sector
de diputados peninsulares consideraba, junto con el rey y sus ministros, que
el uso de la fuerza militar debería ser la opción para pacificar completa-
mente a las insubordinadas provincias americanas. Esta intransigencia política,
llevó a las Cortes a rechazar algunos proyectos americanos que buscaban

2 Roberto Breña, El primer liberalismo español y los procesos de emancipación de América,

1808-1824. Una revisión historiográfica del liberalismo hispánico, pp. 444-445, 449-450. Véase
Timothy Anna, España y la Independencia de América, pp. 266-276.

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mayor autonomía política para sus provincias, pero sin romper con la uni-
dad política de la monarquía. Ese fue el caso del proyecto presentado en
junio de 1821 por Mariano Michelena, diputado por Valladolid de Michoa-
cán, y Miguel Ramos Arizpe, diputado por Coahuila. En esencia, el plan de
ambos diputados consistía en que Hispanoamérica se dividiera en tres rei-
nos: Nueva España y Guatemala; Nueva Granada y las provincias de Tierra
Firme, y Perú, Chile y Buenos Aires. Cada reino tendría sus propias Cortes
y gobierno que se regirían por la Constitución española de 1812, además
de que un príncipe español o una persona nombrada por el rey presidiría
cada territorio; España y los reinos americanos mantendrían especiales re-
laciones comerciales, diplomáticas y de defensa, obligándose estos últimos
a pagar parte de la deuda externa española. El plan fue rechazado por las
Cortes y, con ello, el camino de las independencias americanas se fortaleció
en detrimento de la corona española que perdió en definitiva los más ricos
territorios de Ultramar.3
Los sucesos políticos de la península pronto se difundieron en la Nueva
España, obligando al virrey Juan Ruiz de Apodaca a jurar de nueva cuenta la
Constitución española el 31 de mayo de 1820. Restablecido el sistema consti-
tucional se procedió a la elección de los ayuntamientos constitucionales, las
diputaciones provinciales y de los nuevos diputados a Cortes, lo que provo-
có una efervescencia política en las filas de las elites novohispanas, quienes
a través de la prensa y los papeles públicos difundieron sus pretensiones po-
líticas por afianzar su autonomía política regional o provincial. Los bandos
públicos que daban cuenta de los actos y celebraciones religiosas y políticas
en torno al nuevo orden constitucional, además de los procesos de elección de
ayuntamientos y diputados, incidieron en una creciente politización entre la
elite y en sectores más amplios de la población. Los ayuntamientos y las diputa-
ciones provinciales fueron instituciones políticas que adquirieron una im-
portancia capital para cohesionar los intereses territoriales, administrativos,
políticos y económicos de las elites provinciales. En estas corporaciones, in-
cluidos la iglesia y el ejército, se discutieron los asuntos tratados en las Cor-
tes que les interesaban sobremanera, como fueron el rechazo de los diputa-
dos peninsulares para que los americanos tuvieran una mayor representación

3 Nattie Lee Benson, La diputación provincial y el federalismo mexicano, pp. 79-81.

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en las mismas, y la negativa a otorgar mayores concesiones al comercio de
Ultramar. Sin embargo, lo que empezó a agitar el ánimo político entre las
elites novohispanas fueron los decretos que las Cortes empezaron a aprobar
en el transcurso del segundo semestre del año, los cuales afectaban el fuero
de la iglesia y el ejército.4
Es importante consignar en este proceso político que se experimentaba
en el reino, la postura asumida por la elite poblana en relación con la depen-
dencia que tenía esa provincia con la ciudad de México a través de la dipu-
tación provincial de la Nueva España que se reinstaló el 20 de julio de 1820.
Formaban parte de la diputación las provincias de México, Puebla, Michoa-
cán, Veracruz, Oaxaca, Tlaxcala y Querétaro. Por esos días el ayuntamiento
de Puebla dio a conocer una representación que envió a sus diputados en
las Cortes españolas, en donde argumentó su rechazo a formar parte de la dipu-
tación novohispana. Los poblanos consideraron que se debería de revocar el
decreto del 23 de mayo de 1812, que autorizaba una sola diputación para la
Nueva España con sede en la ciudad de México, por ser contradictorio e in-
constitucional al violar el artículo 325 de la Constitución, en donde se estable-
cía que cada intendencia debería de contar con una diputación provincial.
Los poblanos razonaron que “la jurisdicción de una diputación provincial
sobre siete provincias reconocidas, no solamente contravenía la Constitu-
ción sino que la convertía en instrumento de injusticia y no de beneficio
público”.5 La representación poblana fue enviada al resto de las provincias
que formaban parte de la diputación provincial novohispana, recibiendo el
apoyo inmediato a semejante planteamiento, con excepción obviamente de
la provincia de México.
En un ambiente en extremo politizado, el virrey Apodaca se decidió por
terminar con el último baluarte insurgente que seguía causando algunos in-
convenientes económicos en el sur del reino, y que era motivo de escarnio
político por parte de sus enemigos. Apodaca nombró al coronel Agustín de
Iturbide como comandante militar del sur, quien salió de la ciudad de Méxi-
co el 6 de noviembre al frente de una división realista, con la encomienda de

4 Manuel Ferrer, La Constitución de Cádiz y su aplicación en la Nueva España. Pugna entre anti-

guo y nuevo régimen en el virreinato. 1810-1821, pp. 267-271. Véase Brian R. Hamnett, Revolución y
contrarrevolución en México y el Perú. Liberalismo, realeza y separatismo 1800-1824, pp. 306, 311-314.
5 Benson, op. cit., pp. 60-65.

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indultar o reprimir al líder insurgente Vicente Guerrero. Los acontecimientos
que se suscitaron con la incursión militar iturbidista dieron un vuelco radical
al escenario político y social que se vivía en el reino de la Nueva España.
En la provincia de Valladolid de Michoacán el restablecimiento del sis-
tema constitucional provocó una inusitada agitación política en la elite re-
gional, lo que llevó a los representantes del poder político en la provincia
a reactivar sus redes sociales. El intendente Manuel Merino que en 1813 se
había mostrado hostil al sistema constitucional español, en la nueva coyun-
tura se mostró más receptivo al reinstalado orden. Su estrecha vinculación
con personajes claves en el escenario político de la provincia, como lo eran
el comandante militar Matías Martín de Aguirre, el rico comerciante navarro
Isidro Huarte y el influyente gobernador de la diócesis michoacana Manuel
de la Bárcena, le dio mayor margen de maniobra para enfrentar los retos que se
presentaban.6 El restablecimiento del orden en la provincia se corroboró con
la erradicación de los últimos reductos rebeldes que provocaban algunos contra-
tiempos en las actividades económicas, lo que llevó al comandante Aguirre
a ser considerado como el artífice de la pacificación de la provincia. Como
lo había hecho desde su arribo a la provincia en 1817, Aguirre continuó con
su táctica de indultar a los cabecillas y rebeldes que en pequeño número se
esparcían por el territorio de la intendencia, quedando, pese a todo, algunos
insurgentes como Bedoya e Izquierdo que se resistían a pedir el indulto.7
Al difundirse las noticias en la Nueva España sobre la reinstalación del
sistema constitucional, el virrey Ruiz de Apodaca envió al gobernador de la
mitra michoacana Manuel de la Bárcena un aviso en los primeros días de
mayo de 1820, en donde lo ponía al tanto de los acontecimientos; Apodaca
le pidió a De la Bárcena mantener la paz en la diócesis para evitar pre-
cipitaciones peligrosas.8 El comunicado del virrey pareciera subestimar la
capacidad de información que pudiera tener la iglesia michoacana sobre los
sucesos en la península, sin embargo, el gobernador y su cabildo estaban

6 Carlos Juárez, El proceso político de la Independencia en Valladolid de Michoacán, 1808-

1821, p. 159.
7 Archivo General de la Nación de México (agn), Operaciones de Guerra, v. 25, “Valla-

dolid 5 de julio de 1820. El coronel Matías Martín de Aguirre al virrey Apodaca”.


8 Archivo del Cabildo Catedral de Morelia (accm), Expedientes de Cabildo, leg. 160,

año 1820, “Valladolid 9 de mayo de 1820. Manuel de la Bárcena al cabildo de Valladolid de


Michoacán”.

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bien informados de los acontecimientos españoles desde los primeros meses
de ese año. El apoderado y agente de negocios del cabildo eclesiástico en
Madrid, Miguel de Nájera, había enviado a Valladolid desde el 30 de marzo
una variedad de papeles públicos, considerando la importancia y el gusto
que tendrían los capitulares en leerlos; las Gazetas y algunos periódicos
como El Universal y la Miscelánea de comercio, Artes y Literatura daban una idea
completa “de nuestro estado actual político y de lo que él promete”.9 Al
estar al día de los acontecimientos políticos que se desarrollaban en España,
la jerarquía eclesiástica michoacana estaba en mejores condiciones para
tomar el rumbo adecuado de sus decisiones políticas en el contexto de la
reinstalación del sistema constitucional.
La autoridad militar en la provincia también estaba bien informada
de los sucesos políticos del momento, pues el coronel Aguirre le informó
al virrey en los primeros días de mayo que había remitido a la cárcel pú-
blica al bachiller Rafael García de León, a quien se le había encontrado en
posesión de varios papeles públicos entre los que sobresalía un impreso de la
Habana titulado Alcance al Diario Extraordinario Constitucional fechado el lunes
17 de abril de 1820. El impreso daba cuenta de las celebraciones realizadas
en esa ciudad con motivo de la jura y publicación de la Constitución espa-
ñola; Aguirre le confió a Apodaca que los habitantes de Valladolid vivían
como en expectativa, en medio de una quietud y obediencia que no se veía
alterar.10 Este último comentario del comandante de la provincia, se rela-
cionaba con los preparativos que las autoridades de la intendencia estaban
tomando para la promulgación y jura de la Constitución española.
La ceremonia de la jura de la Constitución se llevó a cabo el 6 de junio
en una pletórica plaza mayor de la ciudad, contando con la participación de las
autoridades civiles, eclesiásticas, militares, notables de la ciudad y el pueblo
en general; al concluir el acto de juramento, se solemnizó con un repique
general de campanas y salvas de artillería.11 Un día después, el gobernador

9 Ibid.,leg. 160, año 1820, “Madrid 30 de marzo de 1820. El apoderado Miguel de Ná-
jera al cabildo eclesiástico de Valladolid de Michoacán”.
10 agn, Operaciones de Guerra, v. 45, “Valladolid 19 de mayo de 1820. El coronel Ma-

tías Martín de Aguirre al virrey Apodaca”.


11 Archivo Histórico del Municipio de Morelia (ahmm), Gobierno de la Ciudad, caja

196, “Valladolid 6 de junio de 1820. Certificación de la jura de la Constitución”.

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del obispado y el cabildo catedral, procedieron al juramento constitucional
en un solemne acto celebrado en la iglesia catedral, ante la presencia del
intendente, del comandante militar de la provincia y el ayuntamiento local.
Manuel de la Bárcena fue el encargado de pronunciar un entusiasta exhorto
en torno a las bondades del restablecido sistema constitucional. El goberna-
dor de la mitra apeló a la unidad de los españoles y abogó por cesar de inme-
diato los odios y las divisiones entre ellos; consideró que la concordia y la
religión eran las piedras angulares de donde se levantaba la nación católi-
ca. Afirmó que la Constitución era la muralla de la libertad de los españoles,
los cuales deberían de traerla escrita en la frente y gravada en el corazón.12
Concluido el ceremonial de la jura constitucional, el intendente Manuel
Merino procedió a publicar el bando respectivo para la elección de los elec-
tores, quienes tendrían a su cargo el nombramiento del nuevo ayuntamiento
constitucional. En la lista de los diecisiete electores destacaron personajes
de la elite local ligados a la iglesia, el ejército y la abogacía, tanto de criollos
como de peninsulares. El 13 de junio tuvo lugar en las casas consistoriales
la elección del nuevo ayuntamiento constitucional de Valladolid, saliendo
electos ocho regidores criollos, siete peninsulares y un indígena. La elección
guardó estrecha semejanza a la realizada en 1813, cuando entonces los acto-
res políticos más influyentes de la elite local bordaron una sutil negociación
política para equilibrar la integración del nuevo ayuntamiento, evitando con
esto posibles confrontaciones y excesos que pusieran en vilo la estabilidad
política de la provincia. En esta ocasión, fue el turno del arcediano de la
Bárcena, el comandante Aguirre, el intendente Merino y el clan Huarte,
quienes establecieron los acuerdos necesarios.13
Reinstalado el ayuntamiento constitucional vallisoletano, una de sus
primeras acciones fue desmarcarse políticamente de los lastres instituciona-
les del despotismo español, lanzando una fuerte crítica a la composición y
funciones de los antiguos cabildos. El 30 de junio los síndicos procuradores
del nuevo ayuntamiento constitucional, José María Cabrera y Francisco An-

12 accm, Expedientes de las Acta de Cabildo, leg. 10, años 1820-1839, “Exhortación

que hizo al tiempo de jurarse la Constitución política de la monarquía española, en la iglesia


catedral de Valladolid de Michoacán, el doctor Manuel de la Bárcena, arcediano de la misma
santa iglesia”.
13 Juárez, op. cit., pp. 167-168.

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tonio del Palacio, expusieron ante el cabildo una representación en donde
arremetieron en contra de los ayuntamientos antiguos o patrimonialistas,
valorándolos como unos institutos ominosos y funestos para los pueblos,
debido a que parte de los regimientos proporcionaban al poderoso un nuevo
medio para oprimir al mismo pueblo de quien se había constituido en un
tirano. Por lo contrario, exaltaron las virtudes y bondades éticas y políticas
que brindaba la Constitución liberal a los ciudadanos en general, conci-
biendo a los ayuntamientos como un medio para alcanzar el bien común,
salvaguardar los derechos del hombre y promover la felicidad pública.14 En
consonancia con el fortalecimiento de la autonomía política y administra-
tiva de la provincia, el ayuntamiento vallisoletano acordó respaldar la re-
presentación del ayuntamiento de Puebla dirigida a las Cortes españolas,
en la que exigía el reconocimiento de una diputación para cada provincia
novohispana. Al mismo tiempo, enviaron instrucciones precisas a su dipu-
tado en Cortes, Mariano Michelena, para que usara de todos los recursos
necesarios para lograr el establecimiento de una diputación provincial en
Valladolid.15
La lucha por la autonomía provincial y regional pasó por un tramo de
inconformidad con la diputación provincial de la Nueva España, y el cen-
tralismo político que ejercía la ciudad de México sobre las provincias que
formaban parte de la diputación. La elite vallisoletana encontró la ocasión
para manifestar su inconformidad de seguir atada a las directrices políticas y
administrativas de la capital del reino, cuando en el mes de julio los papeles
públicos informaron de la reinstalación de la diputación provincial novo-
hispana, sin haber dado parte oficial a los michoacanos que formaban parte
de ella. Con sorpresa e irritación el ayuntamiento encomendó al alcalde pri-
mero licenciado José María Ortiz Izquierdo, redactara una representación a
nombre de la provincia en general en donde se manifestara a la diputación
novohispana su postura al respecto. Ortiz Izquierdo criticó duramente la ins-
talación de la diputación novohispana sin tener la provincia michoacana
a su diputado representante, por lo que dicho acto lo consideró injurioso y
perjudicial, al despojársele del derecho “más sagrado” de la representación

14 ahmm, Actas de Cabildo, libro 119, años 1816-1821, “Cabildo 30 de junio de 1820”.
15 ahmm,Gobierno de la Ciudad, caja 7, exp. 12, “Expediente sobre órdenes y docu-
mentos vistos en cabildo constitucional desde el 15 de junio de 1820 en que se estableció”.

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en el cuerpo de mayor dignidad que había en el reino, y carecer, al mismo
tiempo, de quien promoviera su felicidad o se opusiera a quien pudiera da-
ñarla. Asimismo, se censuró severamente el centralismo político de la ciudad
de México al mantener un exceso de representantes en la citada diputación
provincial, en detrimento de las provincias que la integraban.16
La entrada en vigor del sistema constitucional español se esparció por la
provincia michoacana, en donde se empezaron a crear un sinnúmero de ayun-
tamientos en las poblaciones que rebasaban los mil habitantes, lo cual im-
plicó un reordenamiento de las jerarquías territoriales en la provincia; al esta-
blecer sus nuevos ayuntamientos varios pueblos entraron en conflicto con las
cabeceras de su partido, propiciando una mayor fragmentación territorial
y política. En la instalación de los nuevos ayuntamientos constitucionales,
quedó de manifiesto el liderazgo de los curas, jefes militares y subdelegados;
después de que entre junio y septiembre se instalaron los ayuntamientos de
Valladolid, Pátzcuaro, Zamora, Zitácuaro, Tlalpujahua, Apatzingán, Mara-
vatío, Sahuayo, Tuxpan y Tancítaro, hacía febrero de 1821 se habían esta-
blecido cerca de 33 ayuntamientos en la provincia, aumentando su número
en el transcurso del mismo año. Estos ayuntamientos se integraron con los
vecinos más conocidos y acomodados de los pueblos, lo que garantizaba el
control político de los grupos de poder locales.17
Para dar cumplimiento a las órdenes y convocatoria para elegir a los
diputados michoacanos ante las Cortes españolas y ante la diputación pro-
vincial de la Nueva España, el intendente Manuel Merino procedió a publi-
car el bando respectivo, estableciendo el 17 de septiembre como el día de la
elección. Los 20 electores reunidos en Valladolid eligieron como diputados
propietarios a las Cortes al doctor Antonio María Uraga, cura de Maravatío,
al licenciado Juan Gómez de Navarrete, abogado de la Real Audiencia de
México, y al licenciado Manuel Diego Solórzano, propietario de Pátzcuaro;
como diputado suplente quedó el capitán Mariano Michelena quien residía

16 ahmm, Actas de Cabildo, libro 119, años 1816-1821, “Cabildo 8 de agosto de 1820”.
El ayuntamiento vallisoletano se enteró de la instalación de la diputación provincial de la
Nueva España en la ciudad de México, a través del Noticioso, en su número 714 del miércoles
26 de julio.
17 Jaime Hernández, “Los ayuntamientos de Michoacán en los inicios de la vida inde-

pendiente. Realidad y crisis”, Ayuntamientos y liberalismo gaditano en México, pp. 616-617.

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en Madrid. En enero de 1821 renunció a su nombramiento el licenciado
Solórzano, por lo que el capitán Michelena ocupó su lugar como diputado
propietario. Los electores eligieron como diputado de la provincia ante la
diputación provincial novohispana al licenciado Juan José Pastor Morales,
cura de Huango, cercano al gobernador de la Bárcena.18 El proceso de elec-
ción de los diputados michoacanos se complementaría con la redacción de
las instrucciones que llevarían y gestionarían ante las Cortes y la diputación
provincial.
El ayuntamiento de Valladolid que se ostentó como la cabeza política
de la provincia, comisionó a los regidores criollos José María Ortiz Izquierdo
y Juan José de Lejarza, para que redactaran las referidas instrucciones que
deberían llevar los diputados michoacanos; Izquierdo y Lejarza echaron mano
de los comentarios e informes de los electores de partido para articular las de-
mandas más urgentes de la provincia. El 30 de septiembre los comisiona-
dos dieron término a su encomienda, recibiendo el aplauso y beneplácito
del cabildo en su conjunto. Las instrucciones para los diputados a las Cor-
tes se resumieron en 9 puntos específicos, siendo en esencia los siguientes:
se gestionaría el establecimiento en la provincia de una Capitanía General,
una Audiencia o de una Jefatura Política con facultades y uso del Real Pa-
tronato, además de la inmediata creación de una diputación provincial; se
promovería una ley agraria con el objeto de repartir las tierras entre espa-
ñoles, indios y castas; se tramitaría la libertad de comercio y la abolición de
las alcabalas; finalmente, los diputados a Cortes promoverían la reposición
de los daños y perjuicios que habían recibido los dueños de las fincas por
parte de las tropas realistas e insurgentes.19 Tocante a las instrucciones para
el diputado representante de la provincia ante la diputación provincial de
la Nueva España, estas se dividieron en 11 puntos tendientes todos a lograr la
felicidad de los michoacanos, siendo en esencia los siguientes: demandar
el reintegro de las raciones y préstamos hechos a las tropas realistas; el cese
inmediato del derecho de convoy y el arreglo en el cobro de los aranceles

18 Juárez,
op. cit., pp. 187-188.
19 ahmm, Gobierno de la Ciudad, siglo xix, caja 7, exp. 12, “Valladolid 30 de septiem-
bre de 1820. Instrucciones que el ayuntamiento constitucional de la ciudad formó para sus
diputados representantes ante las Cortes españolas, y a su diputado representante ante la
diputación provincial de México”.

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eclesiástico y civil por estar del todo desproporcionados.20 En su conjunto,
las instrucciones fueron el primer proyecto articulado de la elite michoaca-
na que denotaban sus aspiraciones por afianzar sus derechos de autonomía
política y administrativa, en el contexto del sistema constitucional español
y del centralismo político ejercido por la ciudad de México.
A la par de estos acontecimientos políticos, se gestó una creciente zozobra
social en la provincia, al difundirse la noticia de que el comandante Matías
Martín de Aguirre había sido nombrado como diputado a Cortes por la pro-
vincia de San Luis Potosí. La inminente partida de Aguirre de Valladolid
provocó una reacción de pesimismo entre la elite local, que se había identi-
ficado con su trato, su eficacia militar y su apego al sistema constitucional. El
regidor Martínez de Lejarza, a nombre del ayuntamiento vallisoletano, solicitó
al virrey Apodaca la permanencia de Aguirre al frente de la comandancia militar
por su talento militar y buen trato “tan interesante al bien de la patria”.21 Por
su parte, el cabildo catedral acordó se dirigiera una representación al mismo
Apodaca, en donde se expusieran las graves consecuencias que traería para el
orden y la buena marcha en los asuntos públicos de la provincia la partida
del comandante Aguirre. El magistral Antonio Ignacio Camacho encargado
de redactar la representación, expresó que la provincia michoacana que había
estado en escombros, en desolación y miseria en los años más álgidos de la
lucha insurgente, con Aguirre se empezaba a mejorar y a consolidar, siendo
cuestión de meses su pacificación total. Argumentó la inequívoca adhesión y
ciega deferencia que tenía el coronel Aguirre a la carta constitucional, inclui-
dos su celo, constancia, desinterés y política que adornaban su persona.22 Pese
a los ruegos de los vallisoletanos para que Aguirre se mantuviera al frente de
la comandancia de Michoacán, este partió de Valladolid el 30 de octubre para
prepararse a cumplir su encomienda como diputado en las Cortes españolas.
Otro de los asuntos que mantuvo atareado al intendente Manuel Me-
rino, fue la proliferación en la capital y en las principales poblaciones de

20 Ibid., caja 7, exp. 12, “Valladolid 30 de septiembre de 1820. Instrucciones que el ayun-
tamiento constitucional…”.
21 Ibid. , caja 7, exp. 12, “Expediente sobre órdenes y documentos vistos en cabildo consti-

tucional desde 15 de junio de 1820 en que se estableció”.


22 agn, Operaciones de Guerra, v. 45, “Valladolid 11 de octubre de 1820. Representa-

ción del cabildo eclesiástico al virrey Apodaca”.

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la provincia de diversos papeles públicos impresos en la ciudad de México,
Guadalajara y Puebla. El intendente hizo circular entre los subdelegados el
bando del virrey Apodaca, en el que ordenaba recoger los papeles sediciosos
e infamatorios que cuestionaban a las autoridades legítimas. Irónicamente
entre esos papeles se encontraba el titulado El liberal a los bajos escritores, cuya
autoría era de su hijo el coronel Félix Merino; otros panfletos calificados
como sediciosos eran: Las Zorras de Sansón y La verdad amarga pero es preciso
decirla.23 En Tlalpujahua, Puruándiro y Zitácuaro se tuvo conocimiento de
que algunos impresos señalados sí estaban en circulación, por lo que se proce-
dió a decomisarlos. Los ánimos se empezaron a exaltar cuando, en Valladolid,
el teniente Pedro Zavala denunció al dieguino fray Francisco Manjarrez por
haber predicado un sermón en contra del restablecido sistema constitucio-
nal; Zavala estaba convencido de que casi todos los monjes estaban opuestos
al sistema liberal según era voz pública.24
La inquietud llegó al cabildo catedral, cuando el prebendado Martín
García sugirió se enviaran a España 20 mil pesos y se repartieran entre el
apoderado Nájera y los diputados de la provincia ante las Cortes, para que
se procedieran a hacer “algunos reclamos”; los reclamos a los que se refería
García, versaban sobre los decretos de las Cortes que afectaban al clero en
su conjunto.25 Al finalizar el año de 1820 la zozobra en Valladolid continuó
con la elección de la mitad de los regidores del ayuntamiento constitucional,
según lo establecido por los decretos de las Cortes de 23 de mayo y 10 de ju-
nio de 1812. Entre los nuevos regidores electos, se encontraban personajes
identificados con el llamado clan Huarte, lo que ratificó una vez más su in-
fluencia en la vida política de la capital de la intendencia; los acontecimien-
tos que tendrían lugar en los siguientes meses, confirmarían la importancia
que suponía tener el control del ayuntamiento local.26

23 Carlos Juárez, Guerra, política y administración en Valladolid de Michoacán. La formación

profesional y la gestión del intendente Manuel Merino. 1776-1821, pp. 627-628.


24 Archivo Histórico Casa de Morelos (ahcm), Documentos sin clasificar, caja s/n, “Valla-

dolid 17 de octubre de 1820. Denuncia del teniente Pedro Zavala al fraile dieguino Francisco
Manjarrez”.
25 accm, Actas de Cabildo, libro 47, años 1819-1821, “cabildo 30 de enero de 1821”.
26 Juárez, El proceso político de la Independencia…, pp. 203-204.

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La frustrada diputación provincial

En los primeros meses de 1821 la elite michoacana concentró sus esfuerzos


políticos en concretar la creación de la diputación provincial, a sabiendas
de que esta institución le daría mayor soporte legal y administrativo a sus
reivindicaciones autonomistas. Apoyó entusiastamente la representación del
ayuntamiento de Puebla para que se establecieran en cada provincia una di-
putación provincial como lo señalaba la propia Constitución, separándose
de esa manera del tutelaje político de la ciudad de México. La diputación
provincial, según la Constitución española, era un órgano de gobierno ad-
ministrativo presidido por el intendente o jefe político de la provincia, inte-
grado por siete individuos electos y renovables cada dos años; las atribucio-
nes de las diputaciones se reducían a promover la prosperidad económica,
la educación y la organización administrativa de la provincia.27
El diputado suplente en Cortes por la provincia michoacana, el capi-
tán Mariano Michelena, asimilando los deseos políticos del ayuntamiento
vallisoletano, presentó el 23 de octubre de 1820, en unión del diputado
Miguel Ramos Arizpe, una petición a las Cortes para que se autorizara la
creación de dos nuevas diputaciones en la Nueva España: la de Arizpe y
la de Valladolid, además de solicitar que la diputación provincial de San
Luis Potosí tuviera jurisdicción sobre la provincia de Zacatecas. La petición
fue analizada por el secretario de Asuntos Ultramarinos, quien apoyó la dipu-
tación provincial para Valladolid de Michoacán, “porque, como sede de una
intendencia y dotada de jefe político, una diputación podía funcionar allí
constitucionalmente de forma inmediata”.28 En relación a Arizpe, se negó
de momento su creación por los cambios políticos y de jurisdicción adminis-
trativa que traería en su territorio; se autorizó además que Zacatecas pasará a
la jurisdicción administrativa de la diputación de San Luis Potosí. El 6 de no-
viembre las comisiones de las Cortes aprobaron la creación de la diputación
provincial para Valladolid de Michoacán con jurisdicción en la intendencia
de Guanajuato.29

27 Felipe Tena, Leyes fundamentales de México, 1808-1985, pp. 98-99.


28 Benson, op. cit., p. 62.
29 Ibid., pp. 63-64.

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Las dificultades por esos meses en el correo marítimo entre la Metrópo-
li y la Nueva España, propiciaron que los michoacanos se enteraran hasta
febrero de 1821 de la autorización de las Cortes para instalar su diputación
provincial. Fue el diputado Antonio María Uraga, quien se encontraba en
Veracruz listo para zarpar a España, quien informó al ayuntamiento de Vallado-
lid que en un extracto de un periódico español se hacía mención del acuerdo
de las Cortes.30 El intendente Manuel Merino confirmó la información al mis-
mo cabildo, de acuerdo con una noticia oficial que aparecía inserta en el
número 128 de la Gazeta del Gobierno de Madrid del 1° de noviembre de 1820.
Merino propuso que por conducto del diputado provincial que residía en la
ciudad de México, Juan José Pastor Morales, se enviara un correo extraordi-
nario al virrey para que se consultara sobre el asunto de la diputación, a lo
que el ayuntamiento se sumó de inmediato.31 Como era de esperarse, tanto
el virrey Apodaca como la diputación de la Nueva España se negaron a re-
conocer la instalación de la diputación provincial en Valladolid de Michoa-
cán, argumentando no haber recibido por el “conducto que corresponde”
el soberano decreto.32 La negativa del virrey y de la diputación novohispana
fue duramente criticada por el ayuntamiento vallisoletano, confirmándoles
a los regidores el funesto centralismo de las autoridades virreinales asenta-
das en la ciudad de México, en detrimento de los derechos de las provincias
del reino.
En sesión de cabildo del 7 de marzo que presidió el alcalde primero
Ramón Huarte, por ausencia del intendente, propuso se discutiera a fondo
el asunto de la diputación provincial por ser de “utilidad para todos los
habitantes de la provincia”. La propuesta del alcalde michoacano albergaba
en el fondo un franco desacato a la negativa del virrey y de la diputación
novohispana en torno a la creación de su propia diputación provincial; esta
atrevida actitud solo tiene explicación por las noticias políticas del día que
se esparcieron con rapidez por toda la provincia. En efecto, el intendente
Merino convocó a un cabildo extraordinario a celebrarse por la tarde de ese

30 ahmm, Gobierno de la Ciudad, siglo xix, caja 7, exp. 12, “Veracruz 26 de enero de

1821. Los diputados a Cortes, doctor Antonio María Uraga y los licenciados Manuel Diego
Solórzano y Juan N. Gómez de Navarrete, al ayuntamiento de Valladolid”.
31 ahmm, Actas de Cabildo, libro 119, años 1816-1821, “cabildo 22 de febrero de 1821”.
32 Benson, op. cit., p. 71.

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mismo día, con el objeto de dar a conocer un asunto sumamente delicado.
Ante la presencia de los regidores reunidos en la sala capitular, Merino proce-
dió a abrir un pliego dirigido al ayuntamiento por parte del coronel Agustín
de Iturbide, acompañado de un Plan de Gobierno Independiente para el
Reino y Provincia de la América Septentrional, fechado en Iguala el 24 de
febrero de 1821. Asimismo, el intendente dio a conocer a los presentes, entre
los que se encontraba Ramón Huarte, cuñado del autor del plan, el oficio y
copias similares que el mismo Iturbide había enviado a la corporación. Acto
seguido, se suscitó un intercambio de opiniones y consideraciones entre los
regidores, acordando al final dar cuenta del suceso al virrey Apodaca para su
debida inteligencia y gobierno, cuidando el ayuntamiento del sosiego, buen
orden y tranquilidad del pueblo.33
El plan venía presidido de una proclama en donde Iturbide llamaba a
la unión de peninsulares y americanos, que sirviera como “mano poderosa
que emancipe a la América sin necesidad de auxilios extraños. Al frente de
un ejército valiente y resuelto, he proclamado la Independencia de la Amé-
rica Septentrional”.34 Este planteamiento y el plan en su conjunto fueron
objeto de reflexión entre los capitulares, siendo significativo, que al final
de la reunión no se acordó descalificar o rechazar abiertamente el ofreci-
miento iturbidista. El ayuntamiento, pese a todo, se cuidó de manifestar al
intendente su adhesión al sistema monárquico constitucional vigente, para
evitar cualquier sospecha de infidencia. Como se ha dicho, entre los asis-
tentes a la sesión de cabildo se encontraba el alcalde primero Ramón Huarte,
cuñado del autor del plan de Iguala, quien por esos días debió conocer las
intenciones políticas de su pariente. La presencia de Huarte contribuyó a
contener expresiones de abierta censura de parte de otros regidores al plan
de independencia, utilizando más bien, el ayuntamiento en su conjunto,
esta coyuntura política para sacar provecho en beneficio de la provincia. Es
decir, forzar a las autoridades virreinales para que se les reconociera oficial-
mente la instalación de la diputación provincial a cambio de la fidelidad
al rey y al sistema constitucional, o bien, mostrarse vacilantes ante el plan
propuesto por su paisano Iturbide.

33 ahmm, Actas de Cabildo, libro 119, años 1816-1821, “cabildo 7 de marzo de 1821”.
34 William S. Robertson, Iturbide de México, p. 126.

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Otro de los factores que aprovechó la elite local para lograr su cometi-
do político fue la presencia en la ciudad de Valladolid, por esos días, de los
electores de provincia que deberían de elegir a sus diputados a Cortes y al
diputado ante la diputación provincial de la Nueva España para el bienio
1822-1823. El 10 de marzo se reunieron los electores para proceder al nom-
bramiento de los respectivos diputados. Previo a la elección se celebró una
misa solemne en la iglesia catedral, en donde el gobernador de la mitra Ma-
nuel de la Bárcena pronunció un enérgico discurso análogo a las circunstan-
cias. Al concluir el proceso de votación, resultaron electos como diputados
titulares a Cortes, los siguientes personajes: los prebendados Martín García
de Carrasquedo y Ángel Mariano Morales, además del licenciado José María
Ortiz Izquierdo; como diputado suplente salió electo el sargento mayor del
regimiento de Fieles de Potosí Joaquín Parres. Al día siguiente, se procedió a
la elección del diputado ante la diputación novohispana, sin embargo, antes
de preceder a la votación varios electores pidieron al intendente informara de
manera más amplia sobre la situación que guardaba el asunto de la diputa-
ción provincial michoacana. El intendente Merino expuso ampliamente la
negativa del virrey y la diputación de la Nueva España, para autorizar la ins-
talación de la diputación michoacana, en tanto no se tuviera autorización
oficial del decreto respectivo. Posteriormente dio a conocer a los electores el
acuerdo del ayuntamiento vallisoletano, en el que demandaba la instalación
inmediata de la citada diputación provincial por las ventajas económicas y
utilidad pública que traería a la población. Como los electores se inclinaron
por respaldar el acuerdo del cabildo vallisoletano, el intendente optó hábil-
mente por dejar que la junta decidiera sobre el asunto, salvando con ello su
conducta ante las autoridades de la ciudad de México.35
Al finalizar la exposición del intendente Merino, los electores de provin-
cia entablaron una larga discusión sobre el asunto de la diputación provincial,
acordando al final los siguientes puntos: 1) al no considerar ilegal el virrey
Apodaca el nombramiento del diputado provincial que debería ir a la ciu-
dad de México, la elección de la diputación provincial debería estar en
el mismo caso; 2) se procedería a la elección de los diputados provinciales,
condicionados a que tomaran posesión de sus cargos en cuanto se recibiera

35 Juárez, op. cit., pp. 218-219.

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la notificación oficial; 3) la justificación para la elección de los diputados
provinciales consistía en la necesidad de dotar a la provincia michoacana del
suficiente impulso a la agricultura, el comercio, las artes y demás ramos en
el siguiente bienio; 4) la elección de los diputados en ese momento quedaba
plenamente justificada, pues el calendario electoral indicaba que la próxima
elección se trasladaría hasta marzo de 1823, con los inherentes perjuicios
económicos a los electores quienes se verían en la necesidad de hacer un
segundo viaje a la capital de la provincia; 5) por lo tanto, se procedería a la
elección de los cuatro diputados titulares y dos suplentes a los que se creía
tener derecho la provincia michoacana; en el caso de que fuera a la provin-
cia de Guanajuato a la que se le asignaran los cuatro diputados titulares,
quedaría sin efecto para Michoacán el nombramiento del cuarto diputado,
y 6) finalmente, en el caso de que no se autorizara la instalación de la dipu-
tación provincial de Valladolid, el primer diputado electo representaría a la
provincia ante la diputación de la Nueva España.36
El primer acuerdo pasaba por una analogía difícil de sostener por los elec-
tores michoacanos, ya que era evidente que el virrey no objetaba la elección
del diputado ante la diputación novohispana, por estar este procedimiento
establecido en el marco del sistema constitucional vigente; lo que se nega-
ban a reconocer Apodaca y la diputación novohispana era la instalación
de una nueva diputación provincial sin tener el comunicado oficial de la
Secretaría de Gobernación y Ultramar. La negativa virreinal parece fundarse
en dos razones esenciales: 1) evitar una mayor fragmentación territorial y
administrativa del reino, que incrementara su debilidad política y 2) por esos
días el virrey estaba informado que el autor del plan de Iguala era nativo de
Valladolid, y su parentela política estaba relacionada con los intereses del influ-
yente clan Huarte que encabezaba el rico comerciante navarro don Isidro
Huarte y Arivillaga, a la sazón suegro del coronel Agustín de Iturbide.37 Los
siguientes acuerdos de los electores denotan que los vallisoletanos desconocían
las particularidades del decreto de las Cortes, al compartir la diputación
con la provincia de Guanajuato, y desconocer el número de diputados que
correspondía a cada una de las provincias. Por lo tanto, decidieron llevar a

36 Ibid., pp. 218-219.


37 Robertson, op. cit., pp. 46-47.

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cabo la elección de los diputados provinciales, así sea condicionados, para
actuar sobre hechos consumados y tener un mayor margen de negociación
con el virrey y la diputación novohispana.
Llevándose a cabo la elección de los diputados de la condicionada dipu-
tación provincial michoacana, salieron electos como titulares los siguientes
personajes: el gobernador del obispado Manuel de la Bárcena, el síndico
del ayuntamiento vallisoletano José María Cabrera, el cura de Apatzingán
Lorenzo Orilla, y el cura de Pátzcuaro José Ignacio del Río; como diputados
suplentes salieron electos el cura de Zinapécuaro Juan José Zimavilla y el co-
merciante peninsular Antonio del Haya, quien era sobrino del gobernador
De la Bárcena. La elección confirmó de nueva cuenta el peso de la iglesia
en estos procesos electorales y el fortalecimiento de sus redes sociales.38 Sin
embargo, el implacable avance del ejército de las Tres Garantías por gran
parte de la geografía del reino, vino a dejar sin efecto los nombramientos de
los diputados a Cortes, a la diputación novohispana y de la propia diputa-
ción provincial de Valladolid de Michoacán. Los michoacanos deberían de
esperar hasta febrero de 1822, para ver instalada formalmente su primera
diputación provincial en un contexto político muy diverso.

Iturbide de Valladolid

El coronel Agustín de Iturbide, nombrado en noviembre de 1820 por el


virrey Apodaca como comandante militar del sur, se encontró con serias di-
ficultades para someter a los insurgentes Guerrero y Ascencio. Ante los obs-
táculos militares, Iturbide empezó a desplegar un plan que venía madurando
meses antes con el concurso de varios personajes de la ciudad de México;
pero ¿quién era Agustín de Iturbide? Nació el 27 de septiembre de 1783 en la
ciudad de Valladolid, capital de intendencia homónima y sede del vasto obis-
pado de Michoacán. Sus padres fueron el hacendado y comerciante navarro
José Joaquín de Iturbide y doña María Josefa Arámburu de noble familia

38 Juárez, op. cit, pp. 220-221.

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de Pátzcuaro; don Joaquín fue miembro del ayuntamiento local y envío al
pequeño Agustín al Seminario Tridentino para que recibiera una educación
esmerada, acorde con los valores cristianos de la época. Si bien, Agustín de
Iturbide en 1797 tuvo un aceptable acto público de los dos primeros años del
curso de humanidades con su maestro José María Bezanilla, su vocación no
era la carrera eclesiástica o la abogacía, pues en ese mismo año fue designado
teniente segundo del regimiento provincial de infantería de Valladolid. El
joven cadete continuó en su formación militar, sin descuidar sus relaciones
sociales, por lo que en febrero de 1805 contrajo matrimonio con Ana María
Huarte, hija del rico comerciante navarro Isidro Huarte y Arivillaga.39
En los años siguientes, Iturbide estuvo con su regimiento en la ciudad
de México y en el cantón militar de Xalapa, en donde conoció las noticias
de España de 1808 y el golpe de estado dado por un grupo de peninsulares
en contra del virrey Iturrigaray. De retorno a su ciudad natal a fines de
1809, conoció los planes de los conspiradores García de Obeso y los her-
manos Michelena, de los que se desmarcó totalmente; al inicio de la guerra
insurgente en septiembre de 1810 él marchó a la ciudad de México para
ponerse a las órdenes de sus superiores y combatir a los insurrectos. Iturbide
estuvo en la célebre batalla del Monte de las Cruces al mando del coronel
Torcuato Trujillo en octubre, y de ahí pasó a Querétaro y Guanajuato en
donde se destacó por sus acciones militares en contra de los insurgentes;
en diciembre de 1813 participó en Valladolid en la derrota del líder insurgen-
te José María Morelos. Su arrojo y temeridad en contra de los insurrectos en
Acámbaro, Irapuato y Valle de Santiago, le redituó a Iturbide ser ascendido
al grado de coronel, y posteriormente nombrado como comandante en la
intendencia de Guanajuato. Sin embargo, los excesos militares en contra de
los insurgentes y las tropelías cometidas a varios hacendados y comerciantes
del Bajío, fueron denunciados al virrey Calleja, quien en 1816 le ordenó
a Iturbide marchara a la ciudad de México para que respondiera a los se-
ñalamientos en su contra. Al ser relevado Calleja por el nuevo virrey Juan
Ruiz de Apodaca en septiembre de 1816, el expediente de Iturbide se diluyó
en la ambigüedad jurídica, al no fincarle cargo alguno, pero sin volverle a

39Robertson, op. cit., pp. 39-47. Véase Agustín García, La cuna ideológica de la Indepen-
dencia, p. 79.

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restituir en su cargo militar. En los siguientes años, Iturbide se dedicó a
solventar asuntos familiares y frecuentar las casas de sus amigos en la ciudad
de México, en donde en 1820, se comentaban y discutían las noticias sobre
el restablecimiento del orden constitucional en España y los decretos de las
Cortes que afectaban los privilegios de la iglesia y el ejército. Posiblemente
por esos meses Iturbide fue madurando un plan para lograr la independen-
cia del país, cuando de manera inesperada el virrey Apodaca lo nombró
en noviembre de ese mismo año como comandante del ejército del sur. La
encomienda del coronel Iturbide era reducir, vía el indulto o militarmente, el
último bastión insurgente encabezado por Vicente Guerrero.40
En las primeras semanas de enero de 1821, el comandante del sur Agus-
tín de Iturbide reconoció lo difícil que sería derrotar militarmente o amnis-
tiar al líder insurgente Vicente Guerrero. Ante las circunstancias, Iturbide
decidió entablar correspondencia epistolar con Guerrero para buscar un
acuerdo benéfico para ambos ejércitos, lo que se facilitó, debido a que Guerre-
ro ya había cruzado información meses antes con el coronel Carlos Moya,
jefe del cuartel de Chilpancingo, en donde le llegó a proponer un proyecto
que abonara a la pacificación del país. No fue sino en el transcurso del mes
de febrero en que Iturbide consiguió la adhesión de Guerrero a su plan de
independencia, mismo que suscribió el 24 de febrero en el pueblo de Iguala;
el plan y su respectivo manifiesto fueron leídos a la tropa y oficialidad el 2
de marzo. A partir de esos días, Iturbide envió decenas de copias de su plan
al virrey, al arzobispo, a los oidores, intendentes, obispos, ayuntamientos y
comandantes militares de todo el reino.41
El Plan de Iguala fue una vía política para alcanzar la independencia de la
Nueva España, sin la propuesta violenta y anárquica que había encabezado
el movimiento insurgente por espacio de diez años, además, de constituir
una fórmula eficaz para preservar los derechos, privilegios y aspiraciones po-
líticas de los sectores sociales más importantes del reino, de ahí la simpatía
que despertó. Las tres garantías del plan se cifraban en la preservación de la
religión católica, como única y exclusiva; en la unión entre todos los habi-
tantes de la América Septentrional sin importar origen étnico ni condición

40 García, op. cit., pp. 79, 51- 96. Véase Jaime del Arenal, Un modo de ser libres. Independen-

cia y Constitución en México (1816-1822), pp. 22-23.


41 Del Arenal, op. cit., p. 129.

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social, y en la independencia absoluta de España. En los 24 artículos del citado
plan se podían sintetizar las aspiraciones más inmediatas de los mexicanos: la
observancia de la religión católica, sin tolerancia de ninguna otra; la inde-
pendencia de España y de toda otra potencia; la forma de gobierno sería una
monarquía moderada, con arreglo a una Constitución adaptable al reino;
el emperador sería don Fernando VII u otro miembro de la casa reinante
española; de manera provisional gobernaría una junta o bien su sustitución
por una regencia en tanto llegara el emperador; luego que se instalaran las
Cortes se avocarían a la redacción de una constitución; todos los habitan-
tes del Imperio Mexicano, sin distinción alguna, serían considerados como
ciudadanos de la nueva monarquía con opción a todo empleo, según sus
méritos y virtudes; las personas y propiedades serían respetadas y el clero
secular y regular conservarían todos sus fueros y propiedades; finalmente,
se formaría un ejército protector que se denominaría de las Tres Garantías.
El plan garantizó, además, la continuidad del aparato burocrático existente
y la vigencia de manera provisional de la Constitución española, sin la ob-
servancia de los artículos contrarios a las instituciones e intereses del país.42
Para el buen éxito del plan iturbidista se requirió del apoyo de las mili-
cias provinciales y locales, incluido el de oficiales de rango intermedio del
ejército y de las tropas que mandaban; del clero, de los ayuntamientos de los
pueblos y de los insurgentes. Los que rechazaron de inmediato el Plan de
Iguala, fueron el virrey Ruiz de Apodaca, el arzobispo Pedro Fonte, el obispo
de Durango Juan Francisco Castañiza, la Audiencia, jefes de oficinas y mi-
litares de alto rango en el ejército.43 Movilizar y equipar al llamado Ejército
Trigarante requirió del auxilio económico de personajes influyentes sim-
patizantes del movimiento como el obispo de la Nueva Galicia, Juan Ruiz
de Cabañas, quien donó a la “santa causa” 25 mil pesos;44 Iturbide por su
parte, se hizo llegar dinero decomisando 500 mil pesos de la conducta que
iba a Manila, además de los capitales que por concepto de tabaco, diezmos,

pp. 98-99.
42 Ibid.,
43 JuanOrtiz, Guerra y gobierno. Los pueblos y la independencia de México, pp. 149-155.
44 Fernando Pérez, El episcopado y la Independencia de México, 1810-1836, p 166. Tan pronto

como Iturbide le comunicó al obispo Cabañas su plan lo aprobó y contribuyó a propagarlo


entre su clero y feligreses.

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alcabalas y donativos fueron tomando para la causa los ayuntamientos y los
militares que se fueron incorporando al movimiento.45
Para Iturbide la difusión del Plan de Iguala fue un asunto de gran im-
portancia para lograr el éxito de la empresa. El plan llegó a manos del go-
bernador del obispado Manuel de la Bárcena, acompañado de una carta, en
donde Iturbide le pedía exhortara a los curas de la diócesis michoacana para
que vigilaran el orden con el mayor celo e inspiraran en los feligreses la con-
fianza de que él conseguiría el “bien de la Santa Religión y de la Patria”.46 Si
bien, de la Bárcena se mantuvo circunspecto en el asunto y no se pronunció
públicamente a favor del plan iturbidista, tampoco lo censuró o descalificó,
lo que hace pensar en su tácita aceptación. Incluso, resulta muy coincidente
que el 9 de marzo De la Bárcena obtuviera un préstamo del juzgado de tes-
tamentos y capellanías de la catedral vallisoletana por un monto de 18 mil
360 pesos, sin que mediara una justificación convincente de la solicitud del
préstamo, lo que permite conjeturar que la citada cantidad no fue para sa-
car de apuros al solicitante, sino más bien para apoyar la causa iturbidista.47
Otro de los personajes que estuvo al tanto desde un inicio de los planes
de Iturbide fue el comandante de la provincia Luis Quintanar, quien había
recibido correspondencia desde enero en donde se exponía las intenciones
independentistas del coronel vallisoletano. La conducta que siguió Quinta-
nar los próximos meses fue una deliberada simulación, pues que por un lado
juraba mantener aparentemente su fidelidad al gobierno español, pero por
otro, sus acciones que emprendió denotarían una franca inclinación por los
planes iturbidistas. El virrey Apodaca le había ordenado a Quintanar desde
el 27 de febrero, que se trasladara con sus fuerzas disponibles a la línea
de Acapulco para someter al rebelde Iturbide; sin embargo, el comandante
michoacano en carta reservada enviada al virrey el 12 de marzo, le expuso

45 Moreno, “Dineros armados: Fiscalidad y Financiamiento de la Insurgencia y la Tri-

garancia”, La Insurgencia Mexicana y la Constitución de Apatzingán, 1808-1824, pp. 149-150.


46 Del Arenal, op. cit., p. 129.
47 Archivo Histórico de Notarias de Morelia (ahnm), Protocolos (Aguilar), v. 227, años

1821-1822, “Valladolid 9-III-1821. Préstamo en depósito irregular del juzgado de testamen-


tos, capellanías y obras pías de este obispado a favor del arcediano y gobernador de la mitra
doctor Manuel de la Bárcena”. El préstamo fue por 5 años al 5% anual, hipotecando el doctor
De la Bárcena la casa de su morada, de altos y con portalería, situada en una esquina de la
plaza mayor de la ciudad, cuyo precio la estimó en 35 mil pesos o más.

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las grandes dificultades económicas que tenía para poner en operación
500 hombres. Le expuso que solo contaba con 2 500 hombres para cubrir su
responsabilidad en toda la provincia, por lo que juzgaba imposible empren-
der la ofensiva y defensiva a la vez en contra de los insurgentes. Quintanar
le confió además a Apodaca que entre los soldados se sabía de los planes
de Iturbide y se había extendido su moral “con sus papeles seductores y no-
tando que el fuego de la rebelión ha prendido, y está próximo a extenderse
con la rapidez y voracidad de su naturaleza”. Por esta razón, consideró que no
podía contar con la confianza de toda la tropa.48 El desalentador panorama
que le expuso Quintanar al virrey, se tradujo en la práctica, en claudicar sin
entrar en acción militar en contra del Ejército Trigarante.
Con la pasiva conducta que mostraban el gobernador del obispado Ma-
nuel de la Bárcena y el comandante de la provincia Luis Quintanar, ante la
amenaza del Ejército Trigarante, el intendente Manuel Merino fue perdien-
do inexorablemente su autoridad política y lo llevó a chocar con el ayunta-
miento vallisoletano, bastión del clan Huarte, inclinado por la propuesta de
Iturbide. En el transcurso de marzo, los vallisoletanos estaban informados
de las adhesiones al Plan de Iguala de varios jefes militares de la vecina pro-
vincia de Guanajuato, como el teniente coronel Luis Cortázar y Anastasio
Bustamante. Sin embargo, lo que encendió aún más los ánimos políticos
en la elite michoacana, fue la noticia de la adhesión al plan iturbidista de
algunos jefes militares de la provincia michoacana como Miguel Barragán y
Joaquín Parres en Pátzcuaro y Ario; Vicente Filisola y Juan José Codallos en
Maravatío; y Juan Domínguez en Apatzingán.49
Para tomar las medidas más oportunas, se convocó a un cabildo abierto
celebrado en Valladolid el 28 de marzo, estando presentes el gobernador
Manuel de la Bárcena, el comandante militar Luis Quintanar, regidores,
comerciantes y religiosos, todos presididos por el intendente Merino. El co-
ronel Quintanar procedió a dar un informe sobre el avance de los planes
del insurrecto Iturbide, manifestando que en repetidas órdenes enviadas al
comandante de Pátzcuaro don Miguel Barragán, le había instruido para que
regresara a esta ciudad y combinar de esa manera los planes de su defensa

48 agn, Operaciones de Guerra, v. 703, “Valladolid 12-III-1821. El coronel Luis Quin-

tanar al virrey Apodaca”.


49 Ortiz, op. cit., p. 158.

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y de la provincia en general. Sin embargo, esto no fue posible, al contestarle
Barragán que no iría a Valladolid y que por el contrario juraría la independen-
cia, invitando al que hablaba a que se sumara al proyecto. Quintanar procedió
a celebrar una junta de oficiales y se resolvió participarlo todo al ayunta-
miento para la resolución que conviniera, respecto a que no habiéndose hasta
el momento iniciado la guerra por ningún comandante, “él no quería ser el
que la iniciara”. La posición de Quintanar no podía ser más clara, al negarse
a enfrentar en el campo de batalla a quienes días antes fueron sus oficiales y
soldados. El intendente convocó a una nueva reunión a las siete de la noche
de ese mismo día para tomar algunos acuerdos, entre los que destacó el pedir
urgente ayuda al virrey Apodaca para hacer frente a los insurrectos.50
La zozobra entre los vallisoletanos aumentó al correr de los días, llegán-
dose a esparcir rumores de todo tipo en la ciudad al ver que poco o nada
se hacía para contra atacar a los rebeldes trigarantes. El 25 de abril se pre-
sentó amenazante al sur de la ciudad el teniente coronel Miguel Barragán
al frente de 700 u 800 hombres, lo que obligó a Quintanar a comunicarle
que se vería en la necesidad de atacarlo si no se retiraba, a lo que finalmente
accedió Barragán dos días después. La cada vez más sospechosa pasividad
del coronel Quintanar en contra de los iturbidistas, llamó la atención del
intendente quien ya no confiaba en su autoridad. El 11 de mayo al presentarse
cerca de la ciudad el sargento Joaquín Parres y “socios”, Quintanar dispuso
con la parsimonia que lo caracterizaba todo lo necesario para la defensa,
empero, tuvo un fuerte altercado con el capitán comandante de la artillería
Manuel Jaramillo, yerno del intendente Merino, quien le reclamó su falta
de disposición para el combate y lo amenazó con quitarle el mando que
ostentaba. Quintanar ordenó remitir a Jaramillo en prisión y se le formara
proceso por insubordinación, no obstante, estar convencido de que la acti-
tud asumida por Jaramillo se debía a la influencia directa del intendente,
su padre político, que no tenía otro fin que comprometer “todo género de
autoridad militar”.51
Desde otros espacios de poder, algunos personajes aislados lucharon
también hasta el final para preservar la autoridad real en la provincia. Ese

50 ahmm, Actas de Cabildo, libro 119, años 1816-1821, “cabildo 28-III-1821”.


51 Juárez, op. cit., p. 648.

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fue el caso del chantre de origen peninsular José de la Peña, quien impuso
su autoridad como presidente del cabildo catedral para lograr un acuerdo
el 4 de mayo, mediante el cual se reprobaba la conducta de Iturbide, quien
había ordenado a Filisola se apoderara de las rentas decimales de Maravatío,
adicionado a las expresiones poco decorosas que al parecer había proferido
en contra de la corporación. Asimismo, se acordó enviar un oficio al ad-
ministrador de diezmos de dicho partido, en el que se señalaría la falsa idea
que tenía Iturbide de que la iglesia cooperaría directa o indirectamente en
sus miras, siendo dicha corporación inflexible en sus principios de obedien-
cia al rey y a sus legítimas autoridades, por lo que jamás se desviarían de tan
sagrados deberes.52
En los días siguientes, se fueron estrechando cada vez más las vacilaciones
de los actores políticos más importantes de la provincia. Al retornar Iturbide de
su reunión en Yurécuaro con el comandante y jefe político de la Nueva Ga-
licia José de la Cruz, se dirigió al pueblo de Huaniqueo en el corazón de
la provincia michoacana, desde donde envió a Valladolid varias proclamas
fechadas el 12 de mayo, incluido un oficio donde se pedía permiso para
entrar de manera pacífica en la ciudad. Los destinatarios de los papeles en-
viados por Iturbide eran el comandante Quintanar, el intendente Merino
y el ayuntamiento de la ciudad. En la proclama dirigida a los habitantes
de la ciudad, Iturbide instó a los vallisoletanos a apoyar la independencia de
acuerdo con los lineamientos del Plan de Iguala y les recordó los horrores
de la guerra que la provincia había experimentado por espacio de diez años;
incluso se llegó a cuestionar lo siguiente: “¿Queréis que invada a fuerza de
armas la plaza en que vi la luz primera, y por cuya conservación he despre-
ciado mi existencia?”; al final, Iturbide exhortó a los vallisoletanos de la
siguiente manera: “Uníos pues conmigo para consumar la obra de nuestra
política regeneración, aceleremos el día venturoso de nuestra venturosa li-
bertad; trabajemos de consenso para allanar los débiles obstáculos que re-
tardarán la instalación de las Cortes mejicanas, único objeto de mis tareas y
el término último de mis deseos”.53

52 accm, Actas de Cabildo, libro 47, años 1819-1821, “cabildo 4-V-1821”.


53Joaquín Fernández, Verdadero origen de la imprenta en Morelia. Reproducción facsimilar
de los primeros impresos vallisoletanos de 1821, p. 15. El autor reproduce la correspondencia
que Iturbide envió a las autoridades civiles, religiosas y militares de Valladolid, previo a la

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Para analizar la situación y tomar los acuerdos pertinentes, el intendente
Merino convocó el día 14 de manera extraordinaria al ayuntamiento; en la
sesión se dio lectura a las proclamas y oficios enviados por Iturbide, en
uno de los cuales solicitaba que esa corporación nombrase una comisión
de dos individuos de toda su confianza para que pasaran a tratar con él. An-
tes de que se nombrara a la comisión requerida, el intendente hizo leer un
oficio enviado por el comandante Quintanar en donde se decía estar presto
a la defensa militar de la ciudad, por lo que Merino instó a los presentes a
seguir su ejemplo. La repentina acción del intendente no era sino una ma-
niobra desesperada para comprometer al comandante de la provincia a algo
que él en realidad no deseaba: combatir al Ejército Trigarante. Repuestos de
la sorpresa, los regidores le pidieron a Merino tratar de manera más amplia
y detenida el asunto de la defensa militar; al final de la discusión en donde
se dieron opiniones en pro y en contra, los regidores acordaron negociar la
entrada del Ejército Trigarante a la ciudad, lo cual chocó con la firme opo-
sición del intendente Merino, quien sabía que el citado acuerdo suponía
la aceptación tácita del Plan de Iguala. Los regidores justificaron el acuer-
do, señalando que a la corporación no le tocaba tratar asuntos de guerra,
sino procurar por todos los medios evitar los daños que pudiera sufrir el
pueblo. Acto seguido, se comisionó a los regidores Antonio del Haya y José
María Cabrera, para que pasaran a entrevistarse con el coronel Iturbide y
evitaran en lo posible los males que amenazaban a la ciudad en caso de ser
sitiada o atacada.54
Por esos días, la ciudad ya estaba sitiada por el sur con 800 hombres al
mando de Barragán, por el oriente Parres con 700 hombres y por el ponien-
te Iturbide y Bustamante con el grueso del Ejército Trigarante que sumaba
en total cerca de 5 mil efectivos. El intendente Merino convocó a sesión del
ayuntamiento el 16 de mayo, para escuchar el resultado de las negociaciones
a que habían llegado los regidores del Haya y Cabrera con el coronel Iturbide.

ocupación de la capital de la provincia michoacana por los trigarantes. La correspondencia


fue impresa en la imprenta portátil del ejército de las Tres Garantías a cargo de Rafael Núñez
Moctezuma y Rafael Escandón; la primera imprenta que entró en operaciones en Michoacán
estuvo a cargo de don Luis Arango a partir de junio de 1821. El primer periódico que se editó
en la capital michoacana fue El Astro Moreliano, que vio la luz el 2 de abril de 1829.
54 ahmm, Actas de Cabildo, libro 119, años 1816-1821, “cabildo 14-V-1821”.

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Los comisionados expusieron en sustancia, que únicamente habían obtenido
la promesa de Iturbide de realizar un ataque “cuanto menos destructor y
sanguinario se pudiese”, en caso de que no se aceptara la capitulación. El
intendente intervino proponiendo a los presentes se contestara a Iturbide
estar la ciudad en pie de lucha y en defensa de la monarquía constitucional
vigente, a lo que los regidores se opusieron argumentando que semejante
respuesta era a todas luces inoportuna y carente de tacto político.55 Con este
acuerdo de cabildo, el intendente Merino quedó plenamente convencido de
los verdaderos deseos de los vallisoletanos: sumarse sin más miramientos al
Plan de Iguala que les ofrecía su paisano Agustín de Iturbide. En tanto, el co-
mandante Quintanar que estaba intercambiando comunicación con Iturbide,
se resistía tácticamente a entregar la plaza si antes no quedaba su honor a
buen resguardo y sus servicios compensados, estando convencido de que un
ataque de los trigarantes era muy remoto que ocurriera. Ese mismo día, Quin-
tanar dio el primer paso al enviar a dos comisionados ante Iturbide para que
pactaran los términos de la capitulación de la ciudad, alejando de golpe el
riesgo de un ataque militar y claudicando ante el Ejército Trigarante.
Los comisionados de Quintanar, los tenientes coroneles Manuel Rodrí-
guez de Cela y Juan Isidro Marrón, sostuvieron reuniones por cuatro días
con Iturbide para llegar al siguiente pacto o acuerdo de capitulación: 1°. Las
tropas de la plaza y las independientes quedarían en libertad para que abra-
zaran al partido que desearan, proponiendo a los soldados europeos, que
podían separarse del servicio pagándoles de contado sus alcances, bien sea
que permanecieran en el país si lo deseaban o si también optaban por trasla-
darse al suyo, en cuyo caso se les daría los costos del transporte. 2°. Las tropas
de la guarnición saldrían rumbo a la ciudad de México, sin tocar Toluca, con
los honores de guerra correspondientes. 3°. Todo ciudadano que decidiera
marcharse con la guarnición podía hacerlo. 4°. Ningún ciudadano de cual-
quier clase, patria o condición que decidiera quedarse en la plaza, podría ser
incomodado por sus opiniones anteriores, de palabra o por escrito, al mis-
mo tiempo que las familias que se quedaran de los que hubieran marchado,
fueran militares, simples ciudadanos o empleados, serían respetados y que-
darían protegidos en caso de insulto por el jefe que mandase la plaza, quien

55 Ibid., libro 119, años 1816-1821, “cabildo 16-V-1821”.

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les facilitaría los pasaportes en caso de requerirlos para que se marcharan a
donde les acomodare.56 Los puntos establecidos en la capitulación militar
de Valladolid, sirvieron como referencia para que el Ejército Trigarante los
aplicara en otros casos similares.
Durante los días en que se negociaba la capitulación de la plaza, las de-
serciones de la tropa realista para incorporarse a la Trigarante se incremen-
taron, incluyendo la del propio comandante Luis Quintanar, quien el 19 de
mayo cedió el mando al teniente coronel Manuel Rodríguez de Cela. La
mermada guarnición realista que decidió salir de Valladolid con rumbo a
la ciudad de México lo hizo el día 20, acompañando al intendente Manuel
Merino, quien de esta manera concluía su administración al frente de la
provincia, cuya duración efectiva fue de ocho años y nueve meses. La capi-
tulación de Valladolid le proporcionó al Ejército Trigarante una dotación
importante de cañones, morteros, pólvora y fusiles, a su vez, los caudales de
la Hacienda Pública en los ramos de tabacos, pólvora, papel sellado, alcaba-
las, bulas “con inclusión de los vestuarios nuevos que se encontraron, y tres
mil arrobas de galleta, pasan de cien mil pesos”.57
Un día después, el ayuntamiento vallisoletano sesionó siendo presidido
por el alcalde de primer voto Ramón Huarte, quien ocupó de manera inte-
rina el cargo de intendente y jefe político de la provincia. El procurador Ca-
brera intervino diciendo que había llegado el tiempo de poder explicar con
libertad los sentimientos del corazón, ya que hasta el momento, se había
conseguido que el cabildo se portara con el decoro correspondiente a pesar
de las circunstancias; propuso se formara una comisión para que pasara a
cumplimentar a Iturbide la causa justa que defendía y sostenía.58 Agustín
de Iturbide al frente de sus tropas entró a Valladolid, su ciudad natal, el
22 de mayo, en medio del aplauso y de las celebraciones de sus habitantes,
marcando con dicho suceso el inicio de la de la vida independiente de la
capital política de la intendencia michoacana. Iturbide ratificó a su cuñado
en el empleo como intendente de la provincia y apremió al ayuntamiento
para que procediera a la instalación de los vocales electos de la diputación

56 Fernández,
op. cit., pp. 26-27.
pp. 28-29.
57 Ibid.,
58 ahmm, Actas de Cabildo, libro 119, años 1816-1821, “cabildo 21-V-1821”.

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provincial de Valladolid,59 sin embargo, la elite local consideró que no era
oportuno la instalación de la diputación por dos razones fundamentales: el
compartir la diputación con diputados de Guanajuato, a sabiendas de que
las Cortes españolas estaban por aprobar el decreto que autorizaba que cada
provincia instalara su propia diputación, y sobre todo, a las expectativas políti-
cas que avizoró el primer vocal de la diputación el gobernador del obispado
Manuel de la Bárcena ante el triunfo del movimiento Trigarante. En efecto,
al triunfar la independencia Iturbide nombró al gobernador de la Bárcena
como uno de los integrantes de la Regencia del Imperio Mexicano. Por su par-
te, el coronel Quintanar formó parte de la cúpula militar cercana a Iturbide,
quien lo nombró en 1822 como jefe político y militar de la Nueva Galicia.60

59 Fernández, op. cit., p. 29.


60 Timothy Anna, El imperio de Iturbide, pp. 90-92.

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La consumación de la guerra de independencia
en Oaxaca, actores políticos y grupos de poder,
1821-1823 1

Carlos R. Sánchez Silva2

D. Antonio de León es hoy (1846) gobernador y comandante


de Oaxaca, y con su buena conducta ha borrado la memoria
anterior. Puede decirse, que es el único hombre que con sus
obras ha manifestado un sincero arrepentimiento; ha embe-
llecido la ciudad y ha logrado adquirir un aprecio.
Carlos María de Bustamante, 18463

Introducción

A diferencia de otros países latinoamericanos que consumaron su indepen-


dencia a principios del siglo xix, México es el único donde su ejecutor prin-

1 Este trabajo forma parte de una investigación más amplia sobre el papel de Antonio
de Léon y Loyola como consumador de la independencia en Oaxaca.
2 Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca.
3 Bustamante, Historia del Emperador D. Agustín de Iturbide hasta su muerte, y sus conse-

cuencias; y establecimiento de la República Popular Federal, p. 269. En todas las citas textuales he
respetado la redacción original.

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cipal, Agustín de Iturbide, no es considerado héroe nacional. Ello tiene, a
mi parecer, dos aristas principales que se complementan: por un lado, que
después del fracaso de su imperio y su fatal retorno del exilio, que le costó
la vida en julio de 1824, provocó que fuera proscrito por quienes retoma-
ron las riendas políticas del país; por el otro, que desde esos mismos años la
interpretación liberal campeara e Iturbide en particular y el iturbidismo en
general, fueron objeto de sus más corrosivos comentarios. Así las cosas, este
emblemático personaje ha sido más bien blanco de la diatriba que de la com-
prensión histórica, y aunque ha habido momentos en que se ha tratado de
revalorar su papel, casi la mayoría de este rescate de su figura ha provenido de lo
que se conoce, de manera simplista y acrítica, como el “conservadurismo”,
la “derecha” y también por parte del “catolicismo”. Sólo recientemente han
salido a la luz pública varios estudios que tratan de demostrar que la Guerra
de Independencia y su consumación fue obra tanto de quienes militaron en el
bando insurgente como en el realista. Reinterpretación historiográfica que
se vio enriquecida con la labor que tuvo su detonante principal más cercano
con la llegada del año 2010, cuando se celebraron los doscientos años del
inicio de la Independencia: ya que desde entonces se han abierto infinidad
de foros académicos y publicaciones que intentan dar una visión global del pro-
ceso independentista en su conjunto, incluyendo la consumación misma,
y donde Iturbide, como principal cabeza de quienes militaron en el bando
realista, adquiere un papel relevante.4
Si Iturbide, y más ampliamente el iturbidismo, ha sido más bien anate-
mizado que analizado a nivel general, algo similar sucede con el caso del que
fuera el principal actor político-militar en la consumación de la Independencia
en la intendencia de Oaxaca, Antonio de León y Loyola, ya que de la misma

4 Véanse los estudios pioneros de Del Arenal, “Modernidad, mito y religiosidad en


el nacimiento de México”, The Independence of México and the Creation of the New Nation,
pp. 238-240; “Iturbide, Apodaca y la Constitución de Cádiz. La crítica al constitucionalismo
gaditano”, Las guerras de independencias en la América española; “La ¿segunda? carta de Iturbide
a Guerrero”, Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad, XXVIII, 110, pp. 143-152. También los
de Timothy Anna, El imperio de Iturbide, y Guadalupe Jiménez, La Gran Bretaña y la Indepen-
dencia de México, 1808-1821. Ya como parte de las publicaciones por el 2010, por ejemplo, se
encuentran, entre otras, la de Enrqiue Florescano (coord.), Actores y escenarios de la Independen-
cia. Guerra, pensamiento e instituciones: 1808-1825, y Jaime Olveda (coord.), Los comandantes
realistas y las guerras de Independencia.

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manera que Iturbide militó durante la fase armada en el bando realista, y se
sumó, a instancias de este último, al proceso de consumación de la guerra
en el año de 1821, año cuando se convirtió, precisamente, en el principal
actor de los sucesos en tierras oaxaqueñas. Pero a diferencia de Iturbide,
como lo veremos a lo largo de este capítulo, León supo cambiar de estafeta
política y dejar a tiempo el bando iturbidista y convertirse entre 1821 y 1823
en el hombre fuerte de la intendencia. Lo que ha dado pie a que el historia-
dor oaxaqueño Manuel Martínez Gracida argumente que León, si bien
no siguió los pasos de los iniciadores de la Guerra de Independencia, muy
pronto enderezó su camino y al decidirse en 1821 por la causa nacional
purificó sus errores. Y llama, en conclusión, a que al igual que otros como
él, se le reconozcan sus méritos en la construcción de México como país
independiente.5
A partir de estas premisas generales, las siguientes páginas tienen el co-
metido central de dar una primera versión de cómo León, originalmente
un destacado militar realista, se movió entre las elites políticas y religiosas
locales desde Oaxaca para ser un destacado iturbidista y, poco después, un
connotado antiturbidista y así salir bien librado en esa difícil coyuntura.

Oaxaca y la consumación de la Guerra de Independencia

En 1881 el padre José Antonio Gay6 sacó a luz pública su clásica obra titulada
Historia de Oaxaca, y al abordar el tema de la consumación de la Indepen-
dencia inteligentemente se preguntaba por qué cuando los realistas tenían

5 Manuel Martínez, Galería de oaxaqueños notables y de escritores nacionales y extranjeros. T. I, A-L,

[mecanuscrito], f. 90-90v.
6 Junto con José María Vigil, Alfredo Chavero y Joaquín M. Alcalde, el presbítero José

Antonio Gay fue requerido por Juan E. Hernández y Dávalos para emitir su juicio sobre el
tomo VI de su famosa obra titulada Colección de documentos para la historia de la guerra de indepen-
dencia de México, publicada por primera vez entre los años de 1877 a 1882. Véase del tomo VI
de la obra de Hernández y Dávalos, la sección titulada “Apreciaciones de esta publicación”.
También en Echenique, Hernández y Sánchez, José María Morelos y Pavón, documentos de su
vida y lucha revolucionaria, 1750-1816.

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controlada la provincia de Oaxaca y ningún grupo armado insurgente ame-
nazaba seriamente su poder, de repente, como “caída del cielo”, llegó la consu-
mación encabezada por el militar exrealista Antonio de León. Al no encon-
trar una explicación social y política para este hecho, Gay lo atribuye a: “La
influencia poderosa y casi mágica que ejercía en todas partes el primer jefe
del ejército de las tres garantías, D. Agustín de Iturbide, [que] se hizo sentir
bien pronto en la provincia de Oaxaca [ …]”.7 Es decir, que la conclusión de
más de diez años de largos y sinuosos enfrentamientos armados terminaron
por el amor que se le tenía a Iturbide. Pienso que, a la luz de las evidencias
actuales, el argumento del padre Gay resulta limitado, y que la explicación
la debemos buscar en el mar de intereses que la misma guerra, después de
más de diez años de lucha, había generado. De entrada, debemos tomar en
cuenta que la restitución de la constitución de Cádiz, por la revolución liberal
de principios de 1820, hizo dudar a las elites novohispanas sobre su fide-
lidad al gobierno establecido en esos momentos en la “Madre Patria”. En
estas circunstancias, ellos optaron por aceptar las promesas de Iturbide de
que en estas tierras se establecería una monarquía constitucional moderada.
En segundo lugar, uno se debe preguntar por qué, pese a que don Miguel
Hidalgo hasta su muerte fue un ferviente católico, no alcanzó un plan unitario
que lograra la anhelada independencia política de España;8 cosa que sí logró
Iturbide al lanzar su Plan de Iguala, donde de las tres garantías expuestas, la
que le dio más apoyo a su movimiento fue, precisamente, el de presentarse
como el defensor a ultranza de la religión católica, de la que se derivaban los otras
dos: la independencia y la unión.9

7 Gay, Historia de Oaxaca, t. II, p. 489.


8 Hidalgo decía en su manifiesto para contestar a su excomunión como algo muy sintomá-

tico y que ha sido poco destacado: que si él no se hubiera rebelado contra el gobierno español,
¿lo hubieran excomulgado? Él afirma que no; y que lo excomulgaron por rebelde, pero no por
hereje. Entonces ¿qué religión es esa, que lo condenaba por sus acciones políticas, pero no
por su fe? Sin embargo, en este mismo texto, Hidalgo se muestra intransigente con los españo-
les europeos y sostiene que la independencia debe ser obra exclusiva de los nacidos en América.
Véase en ”Declaración del cura Hidalgo”, J. E. Hernández y Dávalos, Colección de Documentos
para la Historia de la Guerra de Independencia de México, de 1808 a 1821, tomo I.
9 “Plan o indicaciones para el gobierno que debe instalarse provisionalmente con el

objeto de asegurar nuestra sagrada religión, y establecer la independencia del imperio mexi-
cano; y tendrá el título de junta gubernativa de la América Septentrional, propuesto por el
señor coronel don Agustín de Iturbide al excelentísimo señor virrey de Nueva España conde

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Ante este panorama, cuál fue el proceder de las elites oaxaqueñas en ge-
neral y particularmente de su principal líder militar Antonio de León en esta
difícil coyuntura. Analicemos, en primera instancia, el caso de las elites loca-
les: a diferencia de lo que sucedió en otras intendencias novohispanas, en
la de Oaxaca no fue la Diputación Provincial la que llevó la voz cantante
en estos acontecimientos, ya que esta se constituyó hasta enero de 1822.10
Razón por la cual, tanto institucionalmente como en el terreno de la “polí-
tica práctica”, fue el cabildo civil de la capital oaxaqueña el que encabezó el
proceso político en los años que van de 1820 a 1823, institución controlada
en su mayoría por los principales comerciantes y hacendados peninsulares y
criollos, y que hizo valer la prerrogativa que el derecho castellano del “Anti-
guo Régimen” le daba de ser el representante legal de toda la intendencia.11
Así las cosas, tan solo un par de semanas después de haberse dado a cono-
cer el Plan de Iguala, el cabildo de la ciudad de Oaxaca hizo público un mani-

del Venadito, 24 de febrero de 1821”, en Diario Político Militar Mejicano, t. I; las cursivas
son mías. Sobre la actuación contradictoria de Iturbide, ya que por un lado era un ferviente
católico y, por el otro, un hombre con “pocos escrúpulos tanto para los negocios como para
reprimir a sus adversarios”, véase Vicente Rocafuerte, “Informe del Dr. Antonio Lavarrieta”,
1984, p. 37.
10 Archivo Histórico Municipal de San Andrés Zautla [ahmsaz], Etla, Oaxaca, exp. 2,

varios impresos, “Impreso del 31 de enero de 1822 que da noticia de que el día 29 fue instala-
da la Excelentísima diputación de la provincia de Oaxaca”. Cfr. Rodríguez, “‘Ningún pueblo
es superior a otro’. Oaxaca y el federalismo mexicano”, p. 18.
11 Inicialmente, el autor que desde 1935 señaló el papel preponderante del cabildo ca-

pitalino fue Jorge Fernando Iturribarría. Recientemente, tanto Hensel como Rodríguez han
destacado lo mismo, pero añadiendo otros elementos que complementan la interpretación:
señalan que Benson se equivocó al suponer que en Oaxaca había sido la diputación pro-
vincial la que comandó el proceso. Véanse Rodríguez, “‘Ningún pueblo es superior a otro’.
Oaxaca y el federalismo mexicano”, pp. 56-57, notas 87 y 108, respectivamente; Hensel, “Los
orígenes del federalismo en México. Una perspectiva desde la provincia de Oaxaca a finales
del siglo xviii a la primera república”, Ibero Amerikanisches Archiv, 25, pp. 230-231; Benson,
La Diputación Provincial y el federalismo mexicano: 1824, pp. 178-179; Iturribarría, Historia de
Oaxaca, 1821-1854. Recientemente, se repite la interpretación de Benson, cuando se afirma:
“Los integrantes de todas las diputaciones tomaron una decisión que afectó de manera perdurable
el sistema político, administrativo e institucional de México: desconocieron a Iturbide, y de
inmediato se apoderaron de las atribuciones y facultades del gobierno imperial nacional en
los ramos de hacienda y guerra, así como de ciertas funciones legislativas, ya que se opusieron
a obedecer las leyes y reglamentos que expidieron las autoridades nacionales”. Versión que no
coincide plenamente con lo que sucedió en Oaxaca en esta coyuntura política. La última cita
en Florescano (coord.), op. cit., pp. 334-335.

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fiesto fechado el 13 de marzo de 1821 donde de manera categórica llamaba a
que no se dejarán convencer por “…las capciosas propuestas con que el coro-
nel Iturbide ha pensado interrumpir la paz, y la tranquilidad casi general en
que se halla todo este basto reino invitándolo a proclamar la independencia
[…]”. Además, puntualizaban la traición de Iturbide a la confianza “con que
el Excmo. Sr. Virrey le habrá nombrado para perseguir al obstinado Guerre-
ro, de quien ya tenéis anticipadas noticias”.12
No obstante de esta inicial toma de partido anti-iturbidista por los inte-
grantes del cabildo civil, meses después, en agosto de este mismo año de 1821,
los mismos personajes que se habían opuesto al Plan de Iguala, llevaron a
cabo en el corazón de la capital oaxaqueña en la iglesia de San Felipe Neri
una ceremonia llena de simbolismo político, donde se plegaban abiertamente
a dicho plan y a su principal promotor: don Agustín de Iturbide. La gama
de participantes es más que sintomática: el intendente interino José Michelto-
rena; el obispo Manuel Isidoro Pérez Suárez; el comandante general tenien-
te Manuel Iruela y Zamora; los tenientes Manuel Rincón, Antonio de León y
Francisco Miranda; el administrador de alcabalas, José Giral de Crame; el
capitán Juan José Ruiz; el interventor de tabaco, Manuel Sáenz de Enci-
so; el diputado a Cortes, cura Ramón Castellanos; los señores José María
Aguilar Castellanos y José María Álvarez y los dos cabildos en pleno: tanto el
civil como el eclesiástico.13

12 Véase “Impreso del cabildo de la ciudad de Oaxaca contra Iturbide y Guerrero, ciu-

dad de Oaxaca, 13 de marzo de 1821”, en Biblioteca Pública del Estado de Oaxaca, Fondo
Manuel Martínez Gracida [bpeo/fmmg], v. 38. “Documentos para la historia de Oaxaca,
1810-1826”. Entre otros, firmaban los siguientes personajes: Ignacio de Goytia, José Antonio
Solaegui, Juan Nepomuceno Banuet, Ramón Ramírez de Aguilar, Ignacio Laso, José Ma-
riano Magro, Agustín Mantecón, Gregorio López Novales, Mateo de la Portilla, José Ortiz
de la Torre y Manuel María Mimiaga. Sobre las actividades políticas y económicas de estos
personajes, cfr. Hamnett, Política y comercio en el sur de México; Sánchez, Indios, comerciantes y
burocracia en la Oaxaca poscolonial, 1786-1860, y Hensel, El desarrollo del federalismo en México.
La elite política de Oaxaca entre ciudad, región y Estado nacional, 1786-1835.
13 Carrasco, Patético alegórico discurso sobre las tres garantías: religión, libertad y unión. Que en

solemne acción de gracias por las victorias del Egercito Imperial Trigarante, implorando el patrocinio
de María Santísima, celebraron en el Oratorio de San Felipe Neri, los Sres. Intendente interino, con los
Gefes y empleados de las oficinas de Hacienda pública, y otros patriotas beneméritos de la ciudad de
Antequera, Valle de Oaxaca, Las cursivas son mías. Agradezco a Jaime Olveda el haberme propor-
cionado una copia de este discurso.

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Ceremonia que encerraba un alto grado de simbolismo político, ya que se
da inclusive antes de que se jurará oficialmente la consumación de la inde-
pendencia a nivel general; y representaba, de hecho, el espaldarazo al itur-
bidismo por parte de las “fuerzas vivas” oaxaqueñas con dos circunstancias
claves: por un lado, la bienvenida al compadre de Iturbide, el teniente Ma-
nuel Iruela y Zamora como intendente y jefe político de Oaxaca, puesto que
oficialmente ocupó el 17 de septiembre de 1821 en sustitución de Francisco
Rendón; y, por el otro, el reconocer a Antonio de León como el principal
consumador de la Guerra de Independencia en la intendencia.14
En esta ceremonia ocupó un lugar central el discurso pronunciado por
fray Lorenzo Carrasco, comendador del convento de nuestra señora de la
Merced, mismo que resumía este cambio radical y repentino de las elites lo-
cales como fervientes iturbidistas. Discurso que fue publicado bajo “…el pa-
trocinio de María Santísima, celebraron en el Oratorio de San Felipe Neri,
los Sres. Intendente interino, con los jefes y empleados de las oficinas de
Hacienda pública, y otros patriotas beneméritos de la ciudad de Antequera,
Valle de Oaxaca”. A decir de Carrasco, respaldaban a Iturbide porque según
el primer artículo de su plan, él “…se ha comprometido con Dios y la nación a
velar y defender la Religión Católica, Apostólica Romana…”,15 y que bajo
su égida México será “nuestra república cristiana”.16

14 Véanse “Estado militar de ultramar”, 1821, p. 154; Diario Político Militar Mejicano, 1821;
“Don Manuel Iruela y Zamora teniente coronel de los egércitos imperiales, intendente y gefe
político de esta capital y su provincia […], México, 23 de octubre de 1821” en bpeo/fmmg,
v. 38, “Documentos para la historia de Oaxaca, 1810-1826”; “Miguel Ignacio de Iturribarría,
encargado de la intendencia, informa a Antonio de León, comandante de las armas impe-
riales en la provincia de Oaxaca, haber quedado enterado de que Iturbide ha nombrado
provisionalmente al teniente coronel Manuel Iruela y Zamora, como intendente y jefe polí-
tico de Oaxaca, Oaxaca, 9 de agosto de 1821” y “José María Giral de Cramey, administrador
de la Aduana Nacional en Oaxaca, informa a Antonio de León, comandante de las armas
imperiales en la provincia de Oaxaca, haber quedado enterado de que Iturbide ha nombra-
do provisionalmente al teniente coronel Manuel Iruela y Zamora, como intendente y jefe
político de Oaxaca, Oaxaca, 9 de agosto de 1821”. Véase en Sánchez , “Oaxaca en la guerra
de independencia, 1811-1821”, José María Morelos y Pavón, documentos de su vida y lucha revolu-
cionaria, 1750-1816, edición electrónica.
15 Carrasco, op. cit., p. 12. A la letra el Plan de Iguala asentaban en su primer punto:

“La religión de la Nueva España es y será, católica, apostólica, romana, sin tolerancia de otra
alguna”, Diario Político Militar Mejicano, 1821, p. 21.
16 Carrasco, op. cit., p. 21.

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Después de esta ceremonia, celebrada en agosto de 1821, el otro gran
momento de reconocimiento al iturbidismo en Oaxaca se llevó a cabo del
24 al 26 de febrero de 1822. En esta ocasión el motivo fue la celebración
del primer aniversario del Plan de Iguala y también por la instalación del
primer congreso nacional; festejos que estuvieron a toda pompa. En esta
ceremonia jugaron un papel central la diputación provincial, el jefe político
interino, el intendente interino, el jefe de hacienda interino y los integran-
tes del cabildo de la capital oaxaqueña. El festejo en sí tuvo dos partes, una
central con un carácter religioso bajo el mando del obispo Pérez Suárez,17 ya
que todas las ceremonias estuvieron presididas por él; y, una segunda parte,
con una tónica más cívico-popular que iniciaron a las 7 de la noche los días
24 y 25 con “…una gran orquesta de música que duró hasta las diez y me-
dia de la noche tocando piezas de mucho gusto”. Asimismo, se detalla que
“los tres días hubo salvas a las seis de la mañana, a las doce y a las seis de la
tarde”. Finalmente, el autor de la crónica concluye con estas palabras: “Una
función de tanto lucimiento como la que acabo de referir da pruebas inequí-
vocas del patriotismo que reina en todos los habitantes de esta ciudad de Oaxaca”.18
Todo parecía indicar que el iturbidismo había “caído en blandito” en
tierras oaxaqueñas. Las elites le habían manifestado públicamente su adhe-
sión, inclusive dejando que Iturbide nombrara a su mismo compadre Iruela
y Zamora como intendente y jefe político de la Intendencia, sin embargo,
nada más lejano de la realidad, pues poco a poco las “fuerzas vivas” locales
con León a la cabeza pasaron del desencanto a una real oposición en contra
del emperador Agustín I.

17 Pérez Suárez fue uno de los religiosos que formó parte de la Orden de Guadalupe al

momento de la coronación de Iturbide y también estuvo presente, junto con los obispos de
Guadalajara, Puebla y Durango, en la capital mexicana en la mencionada ceremonia de coro-
nación. Véase Pérez, Recuerdos del episcopado oaxaqueño, pp. 88-96; Alamán, Historia de México
desde los primeros movimientos que prepararon su Independencia en el año de 1808 hasta la época
presente, pp. 315 y 318-319, y Sánchez, “De la ‘unidad’ federalista a la ‘disidencia’ centralista en
Oaxaca, 1825-1835”, Práctica y fracaso del primer federalismo mexicano, 1824-1835, pp. 127 y 169.
18 “Noticia circunstanciada de la celebración en la colocación de las Armas Imperiales

en la Plaza mayor de esta capital, y el aniversario de nuestra gloriosa y suspirada Indepen-


dencia; hechas en los días 24 y 25 del pasado febrero”, alcance al Farol. Periódico Semanario de
Puebla, 20. Citado in extenso en Iturribarría, op. cit., pp. 8-11. Las cursivas son mías.

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Antonio de León y Loyola y la coyuntura política,
1821-1823

Los dos personajes que militar y políticamente tuvieron un papel relevante


en la Intendencia de Oaxaca durante los momentos centrales de la fase ar-
mada fueron Antonio de León y Melchor Álvarez Thomas. Sobre el papel
de este último en la Intendencia de Oaxaca y los años posteriores a 1821, en
coautoría con Luis Alberto Arrioja Díaz-Viruell le he dedicado un trabajo
especial al cual remito a los lectores.19 El otro personaje fue León, quien
no solo fue el artífice principal de la consumación de la independencia en
Oaxaca, sino también el “hombre fuerte” de la política local entre 1821 y
1847.20 Para los fines temporales de este trabajo, se impone señalar algunos

19 Arrioja y Sánchez, “Melchor Álvarez Thomas, comandante general de la intendencia

de Oaxaca, 1813-1818”, Los comandantes realistas y las guerras de Independencia.


20 Con el objeto de que los lectores comprendan la dimensión de León es necesario

registrar los puestos políticos y militares más importantes que ocupó en Oaxaca entre 1823 y
1847, fecha esta última de su muerte en la batalla de Molino del Rey; en marzo de 1824 con el
cargo de comandante general del estado juró el Acta Constitutiva de la Federación; a mediados
de este año lanzó su plan de expulsión de españoles, que no tuvo el eco esperado; después del
fracaso de su plan, llevó a cabo acciones de fuerza para controlar el gobierno del estado,
pero la federación envió a Guadalupe Victoria para combatirlo. Nuevamente, se llegó a un
acuerdo y León se plegó al gobierno nacional en agosto de este último año. En su peregrinar
por la mixteca pasó por las armas al receptor de alcabalas de Huajuapan, el español Cayetano
Machado. Como resultado de estos excesos, al capitular León ante Victoria, los culpables
materiales fueron fusilados. Como en su confesión afirmaron haber recibido órdenes de
los hermanos Antonio y Manuel de León, ambos fueron encarcelados. Los hermanos León
fueron indultados en 1826.
Una vez indultado, fijó su residencia en la capital del país. De principios a mediados de
1827 se le dio el mando militar de Huajuapan y luego de Tehuacán, Puebla. Retornó a la ca-
pital oaxaqueña a fines 1827 como enviado del gobierno federal para sofocar el movimiento
anti-español encabezado por el coronel Santiago García, jefe del batallón activo de Tresvillas
Guanajuato, destacado en esa época en la capital del estado; en abril de1828 funda la primera
logia masónica del rito de York del estado con el nombre de Esfuerzo de la virtud. También
en este último año y después de los efectos políticos de los planes de Perote y la Acordada,
que dieron al traste con el gobierno de Manuel Gómez Pedraza, Antonio López de Santa
Anna le confiere el nombramiento de comandante militar de Oaxaca. El 26 de junio de 1833,
Santa Anna le confiere el grado de General de Brigada “…por los particulares servicios que
ha prestado en sostén del sistema federal”. Nuevamente vuelve a estar en el ojo del huracán
en el año de 1834, cuando encabeza el movimiento a nivel local que marcaba el inicio del

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breves datos de su vida desde las postrimerías del periodo novohispano has-
ta 1823. Su abuelo paterno era de origen gallego y llegó a la Nueva España
a mediados del siglo xviii. En 1766 radicaba en la hacienda de San Simón
Tehualtepec, en Tepeaca, Puebla. En este lugar nació su único hijo, Manuel
Mariano de León y Marín. Posteriormente, Manuel emigró a Huajuapan,
población ubicada en la Mixteca oaxaqueña, donde casó con María de la
Luz de Loyola. Fruto de este matrimonio nacieron tres hijos, Felipe, Manuel
y Antonio. Este último nació el 3 de junio de 1794 y fue bautizado a los dos
días siguientes en la iglesia de Huajuapan con el nombre de Antonio de la
Luz Quirino. En el acta de bautismo se registra que sus progenitores eran
“…españoles vecinos de esta cabecera…” del partido de Huajuapan.21 En las
postrimerías coloniales su familia había amasado una considerable fortuna,

tránsito del federalismo al centralismo, al ocupar nuevamente el puesto de comandante militar


y jefe del ejecutivo local; en 1840 el gobierno federal presidido por Anastasio Bustamante lo
nombra comandante general del estado de Oaxaca para sofocar los movimientos en contra
de su gobierno. En esta ocasión, León marchó con su tropa a Chiapas para combatir la rebelión
encabezada por Juan Pablo Anaya, volvió triunfante a la capital oaxaqueña; en 1841, ante la
coyuntura política nacional, logra que la Junta Departamental votara el acuerdo para que el
mando militar y civil recayera en la misma persona, y sale electo para ocupar el cargo de go-
bernador interino del 18 de septiembre de este año al 13 de noviembre de 1843. En el inter,
el 12 de enero de 1842, Santa Anna lo designó gobernador en propiedad del departamento.
Posteriormente, ocuparía el puesto de gobernador en los siguientes periodos: del 15 de enero al
17 de octubre de 1844. Después de dejar el poder de forma temporal, vuelve por última vez
al ejecutivo local del 29 de noviembre de 1844 al 2 de septiembre de 1845. Finalmente, Santa
Anna lo comisionó para reclutar tropas, en particular en la mixteca oaxaqueña, con el objeto
de hacer frente a la invasión norteamericana. El 8 de septiembre de 1847, a los 53 años de
edad, cae herido y fallece en la batalla de Molino del Rey. La información del coronel García
en Colección de leyes y decretos del estado de Oaxaca, t. I, apéndice, pp. 70-71; Cartas al Pueblo, n. 95,
y Plan de operaciones contra los españoles, 1827, e Iturtibarría, op. cit., pp. 84-86; sobre la logia
que fundó, confróntese Iturribarría, op. cit., pp. 97-98; su nombramiento militar en 1833 en
Documento VIII. “Despacho de la Secretaría de Guerra y Marina. Sección 5ª, rubricado por
L. Sta. Anna y José J. de Herrera, 26 de junio de 1833”, en Tamayo, El general Antonio de León.
Defensor del Molino del Rey, p. 49. En relación con su actuación en el tránsito del federalismo
al centralismo en 1834, véanse El Broquel de las Costumbres, 20 de agosto de 1834, n. 13, pp. 102 y
104, t. I; Iturribarría, op. cit., p. 211; Archivo General de la Nación de México [agn], Ayunta-
miento, 1834, v. 17, f. 259; Fortson, Los gobernantes de Oaxaca. Historia (1823-1985), pp. 39-45
y Sánchez, “El centralismo en Oaxaca, 1835-1846”, en prensa.
21 “Fe de bautismo depositada en la iglesia de Huajuapan correspondiente al año de 1794”

y Luis Castañeda Guzmán, Testamento Público Cerrado del Sr. General Don Antonio de León,
H. Ayuntamiento de Oaxaca de Juárez-H. Ayuntamiento de Huajuapan de León, pp. 5 y 25.

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dedicándose a las labores agrícolas y comerciales, particularmente como ce-
badores de chivos, actividades que nuestro personaje aprendió y desarrolló
a lo largo de su vida.22
Por lo que toca a su carrera militar, León la inició en mayo de 1811 en
el ejército como alférez del regimiento realista de caballería de Huajuapan;
logró varios ascensos dentro de la jerarquía militar realista: en 1814 se le as-
cendió a teniente coronel; en junio de 1821 con el mismo título se sumó al
iturbidismo, etapa en la cual aparece como comandante principal del Ejército
Trigarante en las Mixtecas; en febrero de 1823 ejerció los puestos de coman-
dante militar y jefe político de la Intendencia de Oaxaca.
Precisamente, cuando se convirtió en partidario de Agustín de Iturbide,
León encabezó la consumación de la Guerra de Independencia en la Mixteca
oaxaqueña. A principios de abril de 1821, Nicolás Bravo le confiere comisión a
él y a su hermano Manuel con el objeto de que “…puedan reclutar y armar
a los buenos patriotas que sostengan el justo partido de la Independencia…”23
Meses después, en compañía de Juan Castaneira, Timoteo Reyes, Juan Ace-
vedo y Manuel Alencáster, proclamó la independencia el 19 de junio de 1821
en el pueblo de Tezoatlán y enseguida hizo lo propio con la plaza de Huajua-
pan. Posteriormente, y en su camino hacia la capital oaxaqueña, tuvo que
enfrentar dos importantes focos de los partidarios de la corona española:
primero en Yanhuitlán, fuerte protegido por las tropas realistas del teniente
coronel Antonio Aldeco, quien después de arduas negociaciones entregó la
plaza el 16 de julio; el segundo, fue Etla, defendida por el intendente de Oaxa-
ca, el teniente coronel Manuel Obeso, a quien también venció y cuya acta de
capitulación se firmó el 30 de julio de 1821.24 Después de un poco más de un

22 Los datos familiares de los hermanos León en Tamayo, op. cit., pp. 5-6; las actividades

económicas de su familia en Pastor, Campesinos y reformas, p. 503.


23 Tamayo, op. cit., p. 11. Carta que este autor obtuvo en el Archivo Histórico de la

Secretaría de la Defensa Nacional (ahsdn), Sección cancelados, exp. XI/112/2-407, f. 109 y


fechada en Huamastitlán el 3 de abril de 1821, Nicolás Bravo.
24 Véase “Capitulación que hace en esta Villa [de Etla] el Señor Coronel Don Manuel

Obeso Teniente Coronel del Regimiento de Infantería de la Reyna Expedicionario, y Co-


mandante General de la Provincia de Oaxaca interino, con el Capitán Comandante de la
División del Ejército de las tres garantías Don Antonio de León…, Etla, 30 de julio de 1821”,
bpeo/fmmg, v. 38. “Documentos para la historia de Oaxaca, 1810-1826”. Esta capitulación
también fue impresa por el padre Idiáquez y Arrona y publicada el 31 de julio de 1821 en

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mes de campaña efectiva, Antonio de León con su tropa entraba a la capital
oaxaqueña el 31 de julio de 1821.25 En este suceso, la naturaleza también
participó en este acontecimiento: ese mismo día Oaxaca padeció un fuerte
terremoto. Para el padre Gay este fenómeno natural “avisaba que la domi-
nación española había terminado en la provincia”. A instancias del mismo
León, el subdelegado de Villa Alta, ubicada en la Sierra Norte, Nicolás Fer-
nández del Campo y José Antonio Reguera en la Costa Chica, proclamaron
la consumación de la independencia en sus demarcaciones.26
A raíz de estas exitosas acciones político-militares, Iturbide le escribió el
8 de agosto de 1821 a León reconociéndole sus méritos y felicitándolo por
el “…parte que usted le da (al Teniente Coronel José Joaquín Herrera) de la
toma de esa ciudad por medio de la más honrada capitulación”. A la vez
que le informa que por sus servicios se le confirma el grado de “Teniente
Coronel” dentro del ejército trigarante.27
Pero los hermanos León no solo participaron militarmente, también
lo hicieron de manera destacada en la vida política interna de Huajuapan.
Nuestro personaje central, por ejemplo, encabezó el primer cabildo munici-
pal al restituirse la constitución de Cádiz en 1820. En esta ocasión destaca la
confrontación que como alcalde constitucional llevó a cabo con el subdelega-
do Manuel María Leyton, quien quería intervenir en la vida interna de este
órgano municipal de gobierno. León le hizo saber a Leyton que de acuerdo
con el artículo 10 del capítulo 4º del decreto 201 de las Cortes Generales y
Extraordinarias del 9 de octubre de 1812, los subdelegados habían quedado

Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Antequera Oaxaca [ahao], caja 1011, Serie Civiles
Oaxaca, leyes, decretos y circulares y Gay, op. cit., pp. 490-495.
25 Según el historiador oaxaqueño Cayetano Esteva, León publicó el 1 de agosto de

1821 un manifiesto explicando al pueblo oaxaqueño las razones que lo asistían al consumar
la independencia de España. Lamentablemente hasta la fecha este impreso aún no ha sido
localizado físicamente, y solo se sabe que también lo imprimió el padre Idiáquez y Arrona.
Véase Esteva, “Introducción de la imprenta en Oaxaca”, Acervos. Boletín de los Archivos y
Bibliotecas de Oaxaca”.
26 Gay, op. cit., p. 485; también pueden verse Iturribarría, op. cit., pp. 7-8 y 29, y Rangel,

General Antonio de León. Consumador de la Independencia de Oaxaca y benemérito del estado de


Oaxaca, pp. 17-32.
27 Ambas citas en Documento IV, “Agustín de Iturbide a Antonio de León, Puebla, 7 de

agosto de 1821”, en Tamayo, op. cit., p. 40. Documento que este autor obtuvo en el ahsdn,
Sección cancelados, exp. XI/III/2, 407.

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como jueces de partido y sin injerencia en los ayuntamientos. Inicialmente,
el intendente Francisco Rendón le dio la razón al cabildo encabezado por
León, posteriormente y debido a la amistad que mantenía con el subdele-
gado Leyton, el primer cabildo constitucional fue desconocido oficialmente
por Rendón; en 1821, tuvieron que volverse a realizar elecciones, pero para
desgracia de Leyton, en esta segunda elección la familia León quedó nueva-
mente bien representada, ya que Manuel de Léon ocupó en esta ocasión el
puesto de alcalde constitucional.28 Desde ese puesto encabezó en octubre
de este año la jura de la independencia en tierras huajuapeñas.29 Años des-
pués, la familia León seguía ocupando una posición política importante
en esta población mixteca: en 1829, ya en tiempos del primer federalismo,
Felipe de León fungió como gobernador del departamento de Huajuapan,
puesto que en 1834 continuaba desempeñando.30
Con estos antecedentes militares y políticos, resulta discutible la argu-
mentación de Jorge Fernando Iturribarría, Brian R. Hamnett y Silke Hensel
cuando sostienen que León fue “victima” de las maniobras de las principa-
les familias de los ricos comerciantes peninsulares y criollos para hacer valer
sus prerrogativas ante el gobierno iturbidista primero y luego durante el
primer federalismo. En mi opinión, León más bien entabló una “relación
simbiótica” entre sus propias ambiciones político-empresariales y las de los
grupos de poder locales. De entrada, considero que analizarlo únicamente
por sus “inconsistencias políticas”, ya que fue realista, insurgente, iturbidista,
antiiturbidista, federalista, centralista, santanista, antisantanista, no nos refleja
todo lo que estos cambios implicaban. Tampoco me parece acertado argu-

28 Véanse, respectivamente, Martínez, Los primeros ayuntamientos de Huajuapan, 1820-1823.

De la época colonial a la instauración de la república y Sánchez, “Viejas y nuevas prácticas políti-


cas en Oaxaca. Del constitucionalismo gaditano al México republicano”, Constitución, poder
y representación.
29 “Don Manuel de León y Loyola Alcalde Constitucional de Primera nominación de

este pueblo y presidente de su Ilustre Ayuntamiento. Por orden Superior está mandada cele-
brar en este Pueblo la Jura de nuestra gloriosa independencia, dado en Huajuapan á 14 de
octubre de 1821” y “Acta de juramento de fidelidad al Plan de Independencia del generalí-
simo Agustín de Iturbide, 21 de octubre de 1821”, bpeo/fmmg, v. 38. “Documentos para la
historia de Oaxaca, 1810-1826”.
30 La de Felipe de León en Archivo General del Estado de Oaxaca [ageo], Gobierno de

los Departamentos, Huajuapan, Milicia Cívica, caja s/n de Guerra, 1823-1885, año de 1829 y
Gobierno de los Departamentos, Huajuapan, Junta Electoral, año de 1834, f. 12.

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mentar que todos esos “vaivenes” los realizó con el cometido de ser goberna-
dor del estado. Por el contrario, considero que además de León, la inmensa
mayoría de hombres que se movieron en los inicios del siglo xix mostraron
infinidad de inconsistencias similares a las de nuestro personaje. Eso sí, no cabe
la menor duda de que se convirtió en el hombre fuerte de la política local
en la primera mitad del siglo xix oaxaqueño.31
Esta afirmación se confirma, ya que el mismo Iturbide con el argumento
“…de la necesidad que hay de que usted [Antonio de León] quede desem-
barazado para operar por otros rumbos…”,32 lo mandó llamar a la capital a
principios de agosto de 1821. Amén de que salió electo diputado por Oaxaca
al primer congreso nacional, puesto del que tomó posesión efectiva hasta el
13 de mayo de 1822. Todo indica que más bien Iturbide, como lo ha preci-
sado Iturribarría, lo que deseaba en realidad era que el inquieto León “no
le hiciera sombra” a su compadre Iruela y Zamora en la conducción de la
intendencia oaxaqueña.33 Lo cierto es que la estadía de León en la capital
fue importante en los derroteros que seguirá su vida en los años posteriores.
Primero, porque se relacionó con los políticos más destacados que tuvo
nuestro país al separarse de España. A decir de Carlos María de Bustaman-
te, con quien compartió el hecho de ser ambos diputados por Oaxaca en
1822, desde estas épocas mostró inclinaciones por el sistema republicano.
En segundo lugar, porque al participar en el congreso y estar involucrado

31 La “visión tradicional” del general León fue esbozada por Iturribarría en 1935. Doce

años después, Tamayo trata de reivindicar su contradictorio papel, señalando que “…fue
hombre de su tiempo y situado en él debe juzgársele”. Recientemente, Hamnett, retomando
a Iturribarría en sus apreciaciones, lo ha presentado como “víctima” de las maquinaciones
criollas y peninsulares. Hensel, por su parte, apunta que: “En Oaxaca, Antonio de León,
caudillo militar, en verdad tuvo influencia en los asuntos de la provincia, pero no fue ni el
único ni el más importante actor político”. Véase, respectivamente, Tamayo, op. cit., p. 36;
Hamnett, “Oaxaca: las principales familias y el federalismo de 1823”, Lecturas históricas del
estado de Oaxaca, siglo xix, p. 58; y Hensel, op. cit., p. 178.
32 Documento IV. “Agustín de Iturbide a Antonio de León, Puebla, 7 de agosto de

1821” en Tamayo, op. cit., p. 46. Documento que este autor obtuvo en el ahsdn, Sección
cancelados, exp. XI/III/2, 407.
33 Véanse, respectivamente, Iturribarría, op. cit., pp. 11-12; “Diputados nombrados para

el congreso” en “El cabildo de la ciudad de Oaxaca reseña un informe del intendente Ma-
nuel Iruela y Zamora sobre diversas actividades acontecidas en Oaxaca” en bpeo/fmmg, v. 38;
“Documentos para la historia de Oaxaca, 1810-1826”, y Mateos, Historia parlamentaria de los
congresos mexicanos, t. I, p. 430.

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en la agitada vida política que se daba en el país, estuvo enterado de cómo
soplaban los vientos y, como veremos un poco más adelante, tomar partido en
los difíciles años de 1822-1823.
Pero si bien su estadía en el congreso significó mucho para el aprendi-
zaje político de León, llama sobremanera que, a diferencia de otros dipu-
tados oaxaqueños, como el mismo Carlos María de Bustamente, José San
Martín, José Javier Bustamante y Pedro Labayru, él casi no intervino con
sus opiniones en los debates parlamentarios. Particularmente en el enfren-
tamiento entre el congreso nacional e Iturbide, tanto en la detención de
varios diputados como en la disolución del congreso mismo, lo que a la
postre sería una de las causas principales a nivel general de la crisis final del
imperio iturbidista; tampoco tengo información de la fecha precisa en que
pidió permiso al congreso para trasladarse a la costa mixteca, quizá haya sido a
principios de octubre de1822, cuando el también diputado por Oaxaca San
Martín solicitó para todos “…los diputados de la provincia de Oaxaca, licencia
para acercarse al gobierno á promover asuntos de su provincia”.34 Asimis-
mo, ya no participó en la conformación de la Junta Nacional Instituyente
que el gobierno de Iturbide estableció el 2 de noviembre de 1822. En esta
ocasión, los únicos tres diputados por Oaxaca que sí conformaron este
órgano legislativo fueron Antonio Morales de Ibáñez, Pedro Labayru y Ma-
nuel Flores.35 Es muy probable que fuera en esta coyuntura cuando tuvo la
oportunidad no solo de dejar la capital del país, sino también cuestionar
su fidelidad al iturbidismo.
Y, parafraseando a Carlos Hank González, cuando afirmaba que un po-
lítico sin suerte es un pobre político, León tuvo la fortuna de que en la difícil
coyuntura cuando Iturbide apresó a varios diputados y disolvió el congreso, él
tuviera el “pretexto perfecto” para obtener permiso como legislador y pudiera
trasladarse a la región de la costa mixteca para sofocar una rebelión contra el go-
bierno iturbidista que pretendía elevar al trono mexicano al monarca español.36

34 “Sesión del 9 de octubre de 1822”, ibid., p. 1007.


35 Soberanes, “El primer congreso constituyente”, pp. 348-350. Mateos registra a Anto-
nio Morales de Ibáñez con el nombre de Antonio Aguilar de Ibáñez. Véase Mateos, op. cit.,
t. II, p. 15.
36 Bustamante, El Nuevo Bernal Díaz del Castillo o sea historia de la invasión de los anglo-

americanos en México, p. 1-2. Esta obra la dedicó Bustamante a la memoria de Antonio de

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De lo que si hay evidencias es que ya no regresó a la capital, sino que esperó en
tierras oaxaqueñas para unirse a lo que se ha llamado como la consolidación de
la “rebelión de los militares”, donde juegan un papel destacado los mismos que
había jurado lealtad al gobierno imperial iturbidista: Antonio López de Santa
Anna, José Antonio de Echávarri, José María Lobato, Luis Cortázar, Guadalupe
Victoria, Nicolás Bravo, Vicente Guerrero y, entre ellos, en un plano más local,
el ahora teniente coronel Antonio de León.37
Así las cosas, fundamental resulta el hecho de que en diciembre de 1822
Santa Anna y Victoria proclamaran el Plan de Veracruz en contra del im-
perio de Iturbide. Los puntos nodales de este plan eran mantener la exclu-
sividad de la religión católica, defender a toda costa la independencia de
España, dejar claro que la soberanía de la nación residía en el congreso na-
cional, suprimir la investidura imperial de Agustín I y mantener la vigencia
de la constitución gaditana mientras el congreso restituido elaboraba una
nueva.38 Amén de que casi de manera simultánea salió publicada una pro-
clama también firmada por Santa Anna donde de forma clara y precisa se
señalaba el deseo de cambiar la forma de gobierno por una república “…que
fija el del gobierno en la voluntad de todos y cada uno de sus miembros sin vincularlo
en una sola autoridad absoluta.39
Sin mediar mucho tiempo, este plan y proclama encontró una férrea
respuesta en contra por parte del coronel José Antonio de Andrade, a la
sazón capitán general y jefe político superior de la provincia de la Nueva Ga-
licia y diputado al congreso nacional por esta demarcación, quien el 15 de
diciembre de 1822, sacó a la luz pública un manifiesto a los “americanos”,
señalando la traición por parte de Santa Anna al querer cambiar la forma
de gobierno y establecer una “república”, en sustitución de la monarquía
comandada por Iturbide, afirmando, categóricamente, que tales ideas “…solo
puede caber en imaginaciones agitadas por la ambición, el resentimiento y

León “muerto en la campaña del Molino del Rey, el día 8 de septiembre de 1847”; e Iturri-
barría, op. cit., pp. 11-12.
37 Véase Guzmán, “El Movimiento Trigarante y el fin de la guerra en Nueva España

(1821)”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, 41, pp. 140-141.


38 Planes en la Nación Mexicana. Libro uno, 1808-1830, pp. 139-140.
39 Manifiesto incluido de manera íntegra en Bustamante, Historia del Emperador…,

pp. 47-49. Las cursivas son mías.

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libertinaje. El gobierno benéfico de S.M.I. [Agustín I] no puede ser mas justo ni
paternal”.40
Ante ese panorama de disidencia comandado por Santa Anna, Iturbide
le dio el mando para combatir a los pronunciados a Echávarri, quien si al
principio se manifestó contra los rebeldes y después de algunos enfrenta-
mientos que se sucedieron entre diciembre de 1822 y enero de 1823, donde,
por cierto, los pronunciados no las tuvieron todas consigo, los principales
militares iturbidistas, Echávarri, Lobato y Cortázar, se pasaron al bando re-
belde y firmaron el 1 de febrero de 1823 el Plan de Casamata que dejaba
militarmente indefenso al imperio, y que sería el principio del fin de esta
aventura imperial, no obstante que en si este plan todavía reconocía a Itur-
bide como emperador, pero confirmaba al congreso como el depositario exclu-
sivo de la soberanía nacional.41 Derivado de esta actitud, particularmente
la de Echávarri, es que en la Lotería Imperial que circuló en esos tiempos, a
este personaje se le conociera popularmente como “el traidor. Don José
Antonio Echávarri, ayudante del Emperador”.42
En relación a esta “traición a su gobierno y persona”, Iturbide ha de-
jado un elocuente testimonio señalando que los que más lo conminaron a

40 “El capitán general y gefe político superior de esta provincia [de la Nueva Galicia,

José Antonio de Andrade] a sus habitantes. Americanos. Méjico, 15 de diciembre de 1822”,


publicado en la Imprenta Imperial de Alejandro Valdés, México, 1822. Las cursivas son mías.
41 Políticamente, Iturbide tomó la decisión de reinstalar el congreso el 7 de marzo de

1823. Doce días después abdicaba al trono de manera “absoluta”. Bustamante, op. cit., p. 114.
42 Beltrán, La corte de los ilusos, pp. 292-293. Sobre los verdaderos motivos de Echávarri y

Santa Anna para pronunciarse contra Agustín I, el mismo Iturbide señala lo siguiente: “No
la pátria, no el liberalismo, no las filantropías influyeron en los autores de los planes de Ve-
racruz y Casa de Mata; sino el odio antinacional, el oro estrangero, la venganza, la ambición,
y el afecto á la causa de los españoles”. Al respecto, véase Iturbide, Breve diseño crítico de la
emancipación y libertad de la nación mexicana, p. 8. Se trata de la traducción al español de una
obra que había aparecido originalmente en inglés y donde ocupa el lugar central el Manifiesto
dirigido por Iturbide a los mexicanos, así como los documentos que dan cuenta de esta
coyuntura hasta su muerte. El editor mexicano aparece con las iniciales: L.L.S.E.I. Ezequiel
Chávez afirma que el Breve diseño… fue escrito por Iturbide. Sin embargo, la edición en espa-
ñol trae un “Discurso preliminar del editor mexicano”, además de incluir algunos textos una
vez que Iturbide ya había sido ejecutado, por lo que es posible argumentar que la edición
que se publicó en México es diferente a la que salió en Inglaterra en 1824. Al respecto, véase
Chávez, Agustín de Iturbide. Libertador de México, México, Jus, 1957, obra donde de manera
recurrente hace esta afirmación.

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disolver el congreso y encarcelar a sus principales opositores de este órgano
colegial,

…son los que más han figurado en la última revolución. Santa-Anna de palabra
y por escrito me importuno mil veces para que disolviese el congreso, ofrecién-
dose ir en persona á echarlos del salón a bayonetazos. Echávarri arreglo los luga-
res de detención, hizo por medio de oficiales de su cuerpo el arresto de varios
diputados. Negrete algún tiempo antes me había dicho era necesario resolver,
porque ya el congreso era un obstáculo a la felicidad pública. Calvo sumarió
y aprehendió al brigadier Parres: y todos, ó casi todos ellos se apresuraron á
felicitarme por el servicio importante que había hecho a la Patria.43

Alamán, por su parte, sostiene que la traición de los principales militares


del ejército a Iturbide I fue obra de la masonería del rito escocés: “Echávarri
había sido recibido recientemente en las logias y tenía toda la obediencia
del novicio; lo mismo sucedía con Cortazar y Lobato, y la mayor parte de los
jefes del ejército sitiador…”44
Paralelo a estas alianzas y maniobras en los altos mandos militares, fun-
damental resulta para Oaxaca el hecho de que el 5 de enero de 1823 los
generales Nicolás Bravo y Vicente Guerrero se fugaran de su confinamiento
en la capital mexicana y que se trasladaran al actual estado de Guerrero,
donde sostuvieron diversos combates contra el ejército iturbidista comandado
por Epitacio Sánchez y Gabriel de Armijo. Pese a que los iturbidistas gana-
ron varias batallas, y las tropas de Guerrero y Bravo se hallaron en franca
desbandada, se enteraron, primero del Plan de Veracruz, y posteriormente
del pronunciamiento de Casamata, lo que le dio un nuevo impulso a su
lucha,45 aunque cabe precisar que a diferencia de Santa Anna, ni Guerrero

43 “Manifiesto del general D. Agustín de Iturbide. Libertador de México” en Pesado, El

libertador de México D. Agustín de Iturbide. Biografía, pp. 42-43. Bustamante, que participó en
estos acontecimientos, confirma que Santa Anna apoyó inicialmente a Iturbide en su idea de
disolver el congreso. Véase Bustamante, op. cit., p. 53. Las cursivas son mías.
44 Véanse Alamán, op. cit., t. V, p. 356; y Pesado, op. cit., pp. 63-64.
45 En este punto Bustamante señala que Lorenzo de Zavala hace un juicio equivocado al

señalar que ni Bravo ni Guerrero tenían un plan para rebelarse contra Iturbide, y más bien
señala que su rebelión estaba en coordinación con la comandada por Santa Anna y sus planes
de Veracruz y de Casamata. Véase, respectivamente, Bustamante, op. cit., pp. 63-61; Chávez,

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ni Bravo pedían un cambio en la forma de gobierno y lo expresaban clara-
mente así: “No exigimos más que la representación nacional que destituyó
el Emperador”.46
Nuevamente, como en 1821, Bravo y León unieron intereses. Con una
diferencia específica, ya que en esta ocasión es Bravo quien se une a León,
asentado este último en la mixteca oaxaqueña, y quien desde el 14 de enero
de 1823 se había pronunciado contra el gobierno iturbidista.47 Juntos em-
prenden su avance hacia el Valle de Oaxaca. Ante esta situación, Iruela y
Zamora decide salir a combatirlos en el pueblo de Huitzo en el Valle de Etla,
sin embargo, los soldados que lo acompañaban se pasaron a las filas de Bravo
y León. El 7 de febrero de 1823 Oaxaca se suma al Plan de Casamata y el 9,
las tropas con Bravo y León a la cabeza entran a la ciudad de Oaxaca; a este
último se le dieron los nombramientos de jefe político y militar de Oaxaca.48
Cabe resaltar que en esta coyuntura específica no solo fue la facción
militar encabezada por León la que se separó del iturbidismo, representa-
do en Oaxaca por el compadre de Agustín I, Iruela y Zamora, también se
manifestaron en este sentido los dirigentes de la elite local. Así, cuando
el iturbidismo endureció sus actos de gobierno con préstamos, impuestos y
papel moneda dictados de manera forzosa, ellos cayeron en la cuenta de que
no había mucha diferencia entre las medidas centralizadoras borbónicas de
finales del siglo xviii y el gobierno imperial comandado por Iturbide.49 No
es que la elite estuviera imbuida con ideas republicanas o algo similar para
romper definitivamente con el iturbidismo, más bien lo que ellos pretendían

op. cit., p. 110 y Alamán, op. cit., t. V, pp. 351-352. Un buen resumen de los principales mo-
vimientos en general contra Iturbide y de los que específicamente pugnaban por establecer
un gobierno republicano en lugar de la monarquía constitucional entre noviembre de 1821
y marzo de 1823 en Salinas, “Oposición al imperio de Agustín de Iturbide, 1821-1823”, en
Documentos para la investigación, p. 11.
46 “Manifiesto a los principales oficiales del Ejército Imperial, 13 d enero de 1823”, citado

en Salinas, “Oposición al imperio…”, p. 11.


47 Alamán, op. cit., pp. 358-359; Tamayo, op. cit., p. 16.
48 Una versión un poco diferente de este pasaje en Bustamante, El Nuevo Bernal Díaz…,

pp. 1-2.
49 Alamán, ibid., pp. 345 y 358; Hensel, “Los orígenes del federalismo…”, p. 231. Amén

de que popularmente las finanzas públicas del imperio no eran muy claras. Tan es así, que en
la Lotería Imperial que circulaba en la época, el marcado con el número 9, a la letra llevaba el
siguiente texto: “El barril sin fondo (o las arcas del imperio)”. Beltrán, op. cit., p. 292.

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era, como hace tiempo lo señaló Hamnett, tener un ambiente político que
les permitiera dirimir sin perturbaciones externas sus cuestiones domésticas.50 In-
clusive, antes de que Iturbide I abdicara de manera “absoluta” al trono el 19
de marzo de 1823, su compadre Iruela y Zamora fue depuesto en Oaxaca: El
26 de febrero de 1823 se instituye la Junta Provisional Gubernativa, integra-
da por 19 miembros de la Diputación Provincial, del cabildo civil de la ciu-
dad de Oaxaca, del clero y del ejército, y presidida por Manuel Nicolás de
Bustamante, hermano de don Carlos María; a formar parte de este órgano
de gobierno también fue convidado el obispo Pérez Suárez, pero no aceptó
participar. De hecho, la formación de esta Junta Provisional anunciaba el
fin del imperio iturbidista y el inicio de la lucha por establecer a nivel local
un sistema republicano federal en el contexto oaxaqueño, donde León, nue-
vamente, jugaría un papel determinante.51

50 Véanse Hamnett, “Factores regionales”, p. 305; Hamnett, “Oaxaca: las principales”,

p. 54 y Hensel, “Los orígenes del federalismo”, p. 231. Las cursivas son mías.
51 Véanse Bustamante, Historia del Emperador… pp. 72-76; Alamán, op. cit., pp. 358-359;

Sánchez, “El establecimiento del federalismo en Oaxaca, 1823-1825”, El establecimiento del


federalismo en México, 1821-1827, pp. 237-261.

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Una visión particular del tránsito
de la administración del erario novohispano
al nacional. El caso del alcabalatorio de Chautla

Luis Jáuregui1

El 7 de marzo de 1820 se restableció en la monarquía hispánica la


vigencia de la Constitución de Cádiz promulgada ocho años atrás. En junio
de ese mismo año el acontecimiento fue recibido en la ciudad de México
que después de varios años de guerra civil comenzaba a experimentar una
relativa pacificación y, consecuentemente, la recuperación de su aparato ad-
ministrativo y recaudatorio.
En el caso de la administración, más que una recuperación el virreina-
to muestra un conjunto de viejas oficinas modificadas, además de algunas
nuevas, que responden a la situación bélica interna y a la consecuente ne-
cesidad de recursos de aquellos años. De entre estas oficinas, una de las
más importantes era sin duda la dirección general de alcabalas con asiento
en la ciudad de México que comandaba a un conjunto de administraciones
alcabalatorias, con sus receptorías, a lo largo y ancho de espacio virreinal. El
restablecimiento del liberalismo y la consumación de la independencia die-
ciocho meses después me llevan a la pregunta ¿cómo transitó la administra-
ción fiscal del periodo que llamamos virreinal al periodo nacional? En una
visión global, Ernest Sánchez Santiró ha respondido a esta pregunta,2 pero
a mí me queda la duda ¿cómo, en la práctica, es que se dio esta transición?

1 Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora.


2 Sánchez, La imperiosa necesidad. Crisis y colapso del Erario de Nueva España, 1808-1821.

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Este capítulo tiene por objeto esbozar una respuesta a esta interrogante.
Sin embargo, describir tal transición para todo el ámbito virreinal se antoja
tarea imposible para un solo investigador. Por lo mismo, me concentraré en
una sola oficina –la administración de la villa de Chautla– que se nos pre-
senta como un espacio comercial relativamente menor, pero con la proble-
mática de la insurgencia primero y de la trigarancia después.
Chautla era un partido que se encontraba al sur de la intendencia de
Puebla, lo que se conoce como la Mixteca Baja. Es una región de cerros bajos
y arroyos que fluyen al río Mezcala. El partido de Chautla3 –que no era lo
mismo que la jurisdicción alcabalatoria– colindaba hacia el norte con los par-
tidos de Cuernavaca, Chietla e Izúcar, al poniente hacía frontera con Chilapa
y Teutlalco; en el lindero sur del partido colindaban los de Guaxapa y Tlapa y
hacia el oriente los partidos era Acatlán y Piastla.4 A partir de 1805 Chautla
de la Sal formaba parte de la jurisdicción alcabalatoria en la que al parecer
también se encontraban Tlapa, Huamustitlán (Guamuchtitlán) y Olinalá.5
Tres caminos conectaban el puerto de Acapulco y las ricas zonas algodo-
neras de Zacualpan en la Costa Grande con la ciudad de México. El primero,
que transportaba algodón fundamentalmente, iba a los obrajes de Michoa-
cán y quizá el Bajío. Un segundo camino es el más conocido y era el que
conectaba Acapulco, Chilpancingo, Taxco/Iguala y Cuernavaca. El tercer
camino se dirigía a Puebla y sus valles que partía de la Costa Chica y se dirigía
a Tlapa, Chiautla, Izúcar, Atlixco y Puebla.6
En lo económico, los cargos alcabalatorios de Chautla se constituían fun-
damentalmente de igualas, pagos fijos anuales basados en una estimación de
las ventas anticipadas o sobre el rendimiento de una cosecha. El mayor monto
de estos impuestos lo pagaban los dueños de tiendas y ranchos, seguidos de
los ganaderos, engordadores de cerdos para el mercado de Puebla y los merca-
deres viandantes. En otras partes de la jurisdicción, como Olinalá, se comer-
ciaban jícaras, en Huamoxtitlán caña de azúcar y telas en Tlapa. En esta últi-

3 Chautlade la Sal en las fuentes primarias; algunos autores: Amith, The Möbious Strip
y Herrejón, Morelos. Revelaciones y enigmas, le denominan con su nombre actual: Chiautla
(Chiautla de Tapia).
4 Gerhard, Geografía histórica de la Nueva España, 1519-1821, passim.
5 Hernández, Las raíces de la insurgencia en el Sur de la Nueva España, pp. 152-155.
6 amith, op. cit., cap. 11.

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ma localidad destacaban las ferias en donde, sin excluir el uso de la moneda,
se intercambiaban productos que venían de otras partes del virreinato por las
producciones de la zona: fundamentalmente algodón y cacao que provenía de
la costa y que se adquiría a cambio de productos de caña de azúcar procesada.7
Percibo una economía pequeña y pobre, fundamentalmente indígena, que
recibía poco del beneficio del comercio de Acapulco con el oriente; más bien
se ocupaba de la ganadería y su engorda así como de ser una localidad menor
de aprovisionamiento en un mercado de gran distancia, una mera escala en
un largo camino secundario que iba de la costa al altiplano.
Según la fuente que aquí utilizo, el asiento principal de la jurisdicción
alcabalatoria se hallaba en Chautla. Desde ahí el administrador dirigía su
correspondencia a la dirección general de alcabalas, pero depositaba los cau-
dales en la caja real/nacional de Puebla. El trabajo muestra cómo la dirección
general de alcabalas administraba las aduanas internas aunque no recogía el
dinero recaudado: esto y la contabilidad correspondían al sistema de tesorerías
foráneas de la Nueva España. Lo que sí debía hacer el administrador era
comprobar sus acciones ante la dirección general, que a fin de cuentas era a
quien debía responder. Este proceso se distorsionó con la insurgencia y la
trigarancia pues los alcabaleros entregaron dinero a quien lo pidiera, siempre
que llegara a exigirlo con armas y hombres. Al mismo tiempo, si alcanzaba,
atendía los requerimientos de la aduana y enviaba sobrantes a la tesorería
de Puebla. Lo importante aquí es que la administración alcabalatoria novo-
hispana continuó su trabajo aun después de consumada la independencia;
de hecho, tanto el director general de alcabalas como el administrador de la
aduana de Chautla continuaron hasta inicios de 1822.

El primer desmoronamiento del erario

Desde hace varios años sabemos del decaimiento económico ocurrido du-
rante los tiempos más difíciles (1810-1815) de la guerra de independencia.

7 Idem.

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En el ámbito fiscal, igual o más importante que el deterioro económico fue
el hecho de que en esos años se dio un fraccionamiento fiscal del espacio
virreinal; esto es, “la interrupción repentina de los envíos de las diversas ca-
jas regionales a la ciudad de México”. Si en los años 1795-1810 estos envíos
representaban 30 por ciento del total de los recursos en la caja de la ciudad
de México, para el periodo 1811-1817 tal proporción se redujo al 4%.8 Y si
bien esto es un testimonio dramático de lo que ocurrió en aquellos años, el
aspecto relevante aquí es que “los oficiales reales […] decidieron retener los
impuestos localmente antes de verlos partir en caravanas de mulas por ca-
minos peligrosos”.9 Aparte de las cuestiones de seguridad de los caminos, la
pregunta pertinente aquí es ¿qué otra cuestión llevó a recaudadores y oficiales
reales a retener los recursos en las provincias? Primeramente, se debe apun-
tar que desde tiempos de la Ordenanza de Intendentes (1786) se crearon las
juntas provinciales de hacienda a las que se les dio la autoridad de ejercer
gastos cuando estos fueran urgentes y tal parece que estas juntas fueron apro-
vechadas por algunas provincias durante los años de la guerra.10 En segun-
do término, y más importante, la retención de recursos en las tesorerías
provinciales, menores y agregadas en la segunda década del siglo xix, fue el
resultado de la inserción del elemento militar dentro de la administración
fiscal provincial.
Como resultado de investigaciones recientes, este asunto ha adquirido
nueva dimensión. Por ejemplo, Rodrigo Moreno relata cómo, en los años
más intensos del movimiento insurgente, el coronel realista Torcuato Trujillo,
comandante militar de Valladolid, se colocó al frente de mando político aun
con la reticencia y protesta del intendente Manuel Merino; esto es, presidió
sesiones del ayuntamiento, emitió bandos de policía y guerra y sancionó las
causas de hacienda y justicia, incluso llegó al grado de nombrar subdelega-
dos, atribución reservada a los intendentes y autoridades superiores. Citando
a Carlos Juárez Nieto, Moreno apunta sobre Trujillo que “nada se hacía en
la ciudad y en su entorno sin su autorización”. Evidentemente, para la lucha

8 TePaske, “La crisis financiera del virreinato de Nueva España a fines de la colonia”,

Secuencia, 19, pp. 95-96.


9 Ibid., pp. 96-97.
10 Galván, Al mejor servicio del Rey. La Junta Superior de Real Hacienda en Nueva España,

1786-1821, cap. III.

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contra los insurgentes, el comandante extrajo préstamos y contribuciones
sin contrapeso alguno.11
El caso de Trujillo es un tanto extremo toda vez que se trataba de un
personaje autoritario e imprudente. Sin restarle el primero de estos califica-
tivos, José Cruz, comandante general y presidente de la audiencia de Nueva
Galicia durante los años 1811-1821, encuentra a su llegada que con la insur-
gencia muchos funcionarios no eran del todo leales. Para contrarrestar esto,
tanto Trujillo como Cruz recurrieron a sus amistades de origen peninsular
o que tenían conexiones familiares en España y la ciudad de México. Según
Christon Archer, en 1810, Cruz comunicaba a Calleja que las cuestiones de
política civil lo dejaban totalmente exhausto.12 Frente a la posibilidad de que
militares y sus grupos tuvieran acceso a los recursos generados en las regio-
nes, con el agregado de una administración militar de mano dura, y para
evitar un posible descontento adicional, en abril de 1813 Calleja comunicó
a sus comandantes que los intendentes provinciales y los administradores de
la hacienda pública mantendrían sus cargos bajo la dirección del gobierno en la
ciudad de México.13 Esta disposición sugiere que, si bien el elemento mili-
tar se “apoderó” de las oficinas del erario, tal y como lo señalan trabajos de
Moreno y Serrano Ortega,14 cierto es que lo que Calleja pretendía era que
tal “ocupación” fuera solamente temporal.
Es en parte por esta razón que durante los momentos más difíciles
de lo que llamamos guerra de independencia continuó la comunicación
entre los funcionarios menores de hacienda y las autoridades correspondien-
tes en la ciudad de México. Por ejemplo, en octubre de 1811 el administra-
dor de rentas de Chautla comunicaba al director general de aduanas sobre
el entero de caudales, certificado en las cajas reales de Puebla, comunica-
ción que el director general Agustín Pérez Quijano respondió en menos de

11 Moreno, “Intendentes e Independencia: militarización y control regional en la revo-

lución de Nueva España”, Territorialidad y poder regional de las intendencias en las independencias
de México y Perú, pp. 253-255.
12 Archer, “Politicization of the Army of New Spain during the Wor of Independence,

1810-1821”.
13 Idem.
14 Serrano, “Instituciones artificiales, instituciones naturales. Diputaciones provincia-

les, ayuntamientos capitales y audiencias. Nueva España y México, 1820-1822”, Historia Mexi-
cana, v. 67, n. 1; Moreno, op. cit.

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nueve días.15 Una semana después, el administrador encargado de la misma
aduana manifestaba a su jefe en la ciudad de México su sorpresa por la noti-
cia de que los insurgentes habían invadido de nuevo16 la villa de Tlapa y que
marchaban sobre Huamustitlán y Chautla, por lo que “quedo disponiéndo-
me para ponerme a salvo con el archivo e intereses de la renta a mi cargo”.
El director general le respondió tal y como correspondía a un oficio de esta
naturaleza: “enterado y tome todas las providencias precautorias para salvar
los intereses reales y demás concernientes”.17
Sirve recordar que varias semanas después, en diciembre de 1811, desde
la localidad de Chautla fue que Morelos envió a Mariano Tapia, oriundo
de esa villa, para que con Trujano y Ávila prepararan la toma de Oaxaca.
También Morelos, desde Chautla, en esos días ordenó a Galeana para que mar-
chara sobre la posición de Taxco.18 Es claro que en el fragor de la lucha, en el
año de 1812, tanto la administración de Chiautla como la de Huamustitlán,
Tepecoacuilco, Olinalá, Tlapa e Izúcar, se vieran fuertemente limitadas en
sus operaciones recaudatorias y la dirección general de alcabalas totalmente
limitada para establecer control administrativo y fiscal en aquellas jurisdic-
ciones. En 1813 la administración de alcabalas reanudó su control sobre la
fiscalidad de aquellos pueblos de la región sureña. Al respecto solo se puede
decir que se armaron expedientes sobre robos que hicieron los insurgentes
a la receptoría de Tlapa “cuya[s] cantidad[es] se resolvió se abonara[n] al
receptor”.19

15 Archivo General de la Nación de México (agn), ahh, v. 461, exp. 17, Ignacio María
de Ibarrola, administrador encargado de rentas de Chiautla, al director general de la real
renta de alcabalas, Chiautla, 7 de octubre de 1811.
16 El administrador de Chiautla ya había comunicado sobre su visita a Tlapa para los

festejos de San Agustín, encontrándose con la “intempestiva fuga de todos los vecinos de
Tlapa […] subdelegado, cura, [y] administrador de tabacos”. agn, ahh, v. 461, exp. 17, José
Antonio de Solís a Agustín Pérez Quijano, Huamustitlán, 30 de agosto de 1811.
17 agn, ahh, v. 461, exp. 17, José Antonio de Solís a Agustín Pérez Quijano, Chiautla,

23 de octubre de 1811.
18 Herrejón, op. cit., cap. IV, Chautla.
19 Carátula de expediente, Chautla, 1813, agn, ahh, v. 461, exp. 17. No tengo más in-

formación al respecto, pero la acción de la dirección general nos da a entender que las faltas
de recursos en las aduanas fueron achacadas a los propios administradores o recaudadores.
En todo caso, el tema merece un estudio aparte.

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La administración de alcabalas en el sexenio absolutista20

Según Carlos Herrejón, algunos prisioneros que resultaron de la toma de


Chautla y el triunfo en Izúcar fueron enviados al presidio de Zacatula.21 De
ahí, ya en Acapulco, el administrador de la aduana de la primera de estas
localidades comunicaba que, después del destierro en el presidio espera-
ba se le regresara su puesto de administrador. Se quejaba de que era tal su
necesidad de recursos que sería capaz de caminar hasta Chautla con tal de que
se le restituyera en el cargo. En la misma misiva, el funcionario de la real
hacienda se lamentaba de que no hubiera sufrido su prisión “de no haber
sido administrador de alcabalas, retirándome a Puebla o a esa capital en
donde hubiera estado seguro”.22 El deseo del administrador de recuperar
su cargo es muestra de lo que ya nos dice la historiografía sobre el hecho de
que toda aquella zona, desde Tehuacán hasta Chautla, había sido recuperada
por los realistas después de la caída de Cuautla a mediados de 1812.23 Y aun
sin conocer la respuesta del director general de aduanas a la solicitud del an-
tiguo administrador, los documentos muestran que para enero de 1814 esta
localidad ya contaba desde hacía meses con un administrador provisional
nuevo. Esto muestra que, después del paso de Morelos y sus tropas, se había
restablecido –no sin problemas– el orden fiscal administrado desde la capi-
tal virreinal. En enero de 1814, el nuevo administrador de la villa de
Chautla comunicaba a la dirección general que no podía enviar a la ciudad
de México las cuentas mensuales de su alcabalatorio “por estar los caminos
interceptados por los rebeldes”. El administrador provisional agregaba que
debido a que la guarnición era “regular”, el orden administrativo se compli-
caba pues los enemigos incautaban las contestaciones por cordillera.24

20 Sobre este término –sexenio absolutista– y sus vicisitudes, véase la compilación de

Serrano, El sexenio absolutista.


21 Herrejón, op. cit., cap. IV, Izúcar.
22 agn, ahh, v. 461, exp. 17, José Antonio Solís a Agustín Pérez Quijano, Acapulco, 20

de diciembre de 1814.
23 Hamnett, Roots of Insurgency: Mexican Regions, 1750-1824, pp. 153-154.
24 agn, ahh, v. 461, exp. 17, Juan de Silva a Agustín Pérez Quijano, Chiautla, 26 de

enero de 1814.

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En todo caso, al administrador de la villa de Chautla quizá le convenía
mantenerse en su cargo, toda vez que le correspondía 14% de lo recaudado
por la alcabala del 6% más la ayuda de costa. Pero aun así el trabajo de los ad-
ministradores alcabalatorios se complicó e incrementó con la aparición de un
conjunto de gravámenes adicionales que se aplicaron para el sostenimiento
de las muy apremiantes necesidades de la real hacienda. Si bien no hay regis-
tro de que en Chautla se cobraran impuestos como el derecho de convoy y a la
producción del vino mezcal establecidos en 1811, sí se tiene testimonio de que
en abril de 1815 el administrador preguntaba a la dirección general sobre la
manera como debían cobrar un conjunto de nuevos impuestos. Por ejemplo,
en ese mes el encargado de la aduana acusaba recibo de las tarifas alcabalato-
rias de la contribución de guerra así como los formatos que debía llenar para
entregar las cuentas. ¿A qué se refiere el alcabalero? Se trata de una modifica-
ción de la alcabala temporal extraordinaria de guerra, impuesto establecido en
agosto de 1812 pero que se incrementó por instrucciones del virrey Calleja
en julio del año siguiente. Tal y como lo aclaró el mandatario, se trataba de
un impuesto sobre el consumo y no el tránsito de mercancías. En tal sentido,
el administrador de Chiautla preguntaba a la dirección general de alcabalas
sobre las complejidades de la tarifa anteriormente repartida. Si un lechón
para el consumo pagaba tal tarifa de guerra, esta se diferenciaba de la mis-
ma tarifa que se pagaba por la cabeza, que era una específica y por la manteca
que era otra. Si el que mataba al cerdo era indio, este se hallaba exento de
la alcabala permanente pero no de la tarifa de guerra en el caso del cuerpo, la
cabeza y la manteca. Otra más, si un matador de cerdos le compra al indio su
producto, este pagó la tarifa de guerra, pero el comerciante “vende en la plaza
pública con mucha ventaja del cuero, [y] guarda su manteca para vender en las
tiendas”, etcétera.25 Aparte de la sugerida queja sobre la injusticia en el pago
de la contribución de guerra –el indio paga mientras que el matador no– el
argumento aquí es que la fiscalidad extraordinaria, eliminación de exenciones
y los requerimientos de reportar cada impuesto en cuentas separadas vino a
significar mayores dificultades para los administradores de alcabalas.26

25 agn, ahh, v. 461, exp. 17, Juan de Silva a Agustín Pérez Quijano, Chiautla, 3 de abril
de 1815.
26 Sánchez señala que “esta reforma provocó confusiones y resistencias”, La imperiosa

necesidad. Crisis y colapso del Erario de Nueva España, 1808-1821, pp. 320-322.

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Si a la mayor dificultad en el manejo de las alcabalas se agrega la apli-
cación del plan de Calleja de mayo de 1811, con el que en las localidades se
creó un fondo de arbitrios provisionales para cubrir los gastos de la fuerza
armada, es claro que en muchos sentidos se cumplía lo que Rodrigo Moreno
ha denominado “la descompensación de la inercia burocrática previa”.27 Al
respecto opino que la palabra “descompensación” es más precisa que la idea
que propone Ortiz Escamilla sobre que “el gobierno se desentendió del costo
de la guerra” pues como he venido demostrando, al menos en la zona de
Chautla el gobierno siguió con sus trámites administrativos aún en la parte
más álgida de la guerra.28 Estos trámites sí se vieron afectados por el elemento
militar aunque de manera intermitente.
Según Moreno, el restablecimiento del absolutismo en 1814 llevó a la
“remilitarización de la administración [lo que] supuso el intento más o me-
nos sistemático de recuperar el mando […] territorial como elemento de con-
trol […] de gobierno”.29 La afirmación de este autor es relevante pues indica
que un elemento importante de lo que significaba “recuperar el mando”
era forzar a los contribuyentes a que no ignoraran los viejos y nuevos man­
datos fiscales.
Años después, a inicios de 1817, entraron en vigor las “tarifas de nuevo
cobro”, una reforma fiscal que se había aprobado a finales del año anterior y
que buscaba la revisión completa de todo el sistema alcabalatorio por vía de
la actualización de los precios de “todas las clases de consumo sujetas al pago
de los derechos reales”.30 A pesar de que la reforma simplificaba notable-
mente la manera de pagar/cobrar/registrar los derechos que se recaudaban
en las alcabalas del virreinato,31 es para mí evidente que, aun así, la magni-
tud de la reforma fiscal de 1816 requería de funcionarios más avezados en
cuestiones administrativas que los comandantes militares. Años después, en sep-

27 Moreno, La trigarancia. Fuerzas armadas en la consumación de la independencia. Nueva

España, 1820-1821, p. 32.


28 Ortiz, Guerra y gobierno. Los pueblos y la independencia de México. p. 133.
29 Moreno, op. cit., pp. 38-39.
30 Sánchez, op. cit., pp. 322-324.
31 Expresada en términos generales, la reforma fiscal de 1816 significó que todos los

bienes de consumo básico (del viento) pagaran una alcabala permanente de 6% y una even-
tual de guerra de 6%, en sustitución de derechos de convoy, contribución temporal extraordi-
naria de guerra y derecho de escuadrón. Para más detalles véase Sánchez, op. cit., pp. 322-328.

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tiembre de 1817, la aduana alcabalatoria de Chautla tuvo un nuevo admi-
nistrador designado provisionalmente como tal por el comandante político
militar que, como constata el nuevo funcionario, anteriormente ocupó ese
cargo. Como el administrador comunicó al director general de alcabalas en la
ciudad de México, el militar “me ha hecho responsable del cobro y custodia
de sus productos cuya renta y sus ramos anexos le tengo caucionados con dos
fiadores cada uno por la cantidad de dos mil pesos”.32 En esta misiva el
administrador incorpora tres cuadernillos en los que consigna los precios
corrientes del territorio de su cargo, pero al parecer muestra ignorancia res-
pecto al sistema de certificaciones, firmas y constancias que exigía la gestión
de la administración financiera virreinal.
La correspondencia disponible entre el nuevo administrador y la direc-
ción general de alcabalas muestra que la designación provisional del cargo la
hizo el comandante militar, quizá en espera de que la definitividad viniera
de esta última oficina o incluso del virrey. Sugiere, sin embargo, que los
militares podían disponer de los recursos de la aduana sin autorización de
la dirección general, oficina que al parecer se debía plegar a las “órdenes de la
materia”, siempre y cuando el administrador enviara los recibos “con el corres-
pondiente visto bueno del respectivo comandante [… y] se dé cuenta del dinero
que ministre”.33
De que las cosas estaban ciertamente desordenadas da por otro lado
testimonio el cuestionamiento que el administrador hizo al director general
sobre en dónde debía enterar los recursos de la aduana. A simple vista lo
lógico sería pensar que los recursos de la aduana de Chautla debían depo-
sitarse en las cajas reales de Puebla, capital de la intendencia y de hecho así
venía ocurriendo. Sin embargo, la real hacienda tenía deudas y es factible
que tal separación de ramos respondiera a la necesidad del pago de deudas,
sobre todo al Consulado de México. Ahora bien, como lo apunta Sánchez
Santiró, desde el préstamo patriótico de 20 millones de pesos para apoyo a
la península, aplicado en el verano de 1810 se separaba una cantidad para

32 agn, ahh, v. 461, exp. 17, Hilario de Tapia a Agustín Pérez Quijano, Chautla 24 de

septiembre de 1817.
33 agn, ahh, v. 461, exp. 17, Francisco Rendón, director general de aduanas a partir de

junio de 1817, a Hilario Tapia, México, 16 de octubre de 1817.

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el pago al Consulado;34 de hecho, se llevaba una contabilidad aparte que
debía remitirse a esta corporación.35 Según Sánchez Santiró, este préstamo
no se dejó de pagar y al mismo se le vinieron a agregar otros que se resumie-
ron en el ramo de suplementos.36 Así, por separado el administrador debía
consignar los recursos de la alcabala permanente con inclusión del 2% de
aumento; por otro lado, con separación del 6 y 8% se debía registrar la al-
cabala eventual. Hacia finales del “sexenio absolutista” tal separación debía
consignarse en formatos diferentes “cuidándose que no se mezclen los pro-
ductos de la alcabala permanente con los de la eventual ni al contrario, pues
cada una ha de tener los que hayan rendido con separación”.37
Las complicaciones para la administración alcabalatoria de Chautla –y
de toda la Nueva España– se explican también por la muerte de Agustín Pé-
rez Quijano quien venía ocupando el cargo de director general de aduanas
desde mediados de 1810.38 A Pérez Quijano lo sucedió José María Lasso a
inicios de 1817;39 este personaje falleció varios meses después cuando se le
dio el cargo Francisco Rendón40 que al poco tiempo se le designó para la inten-
dencia de Oaxaca; el cargo de director general le fue otorgado al contador
Mariano Ignacio Quijano41 quien se hizo cargo del puesto hasta su muerte
dos meses después de la consumación de la independencia.42 Todos estos
cambios sugieren que hacia 1817 la dirección general de alcabalas acusó cierta

34 Sánchez, op. cit., pp. 360 y 373.


35 agn, ahh, v. 461, exp. 17. Véase, por ejemplo, Ignacio María de Ibarrola a Agustín
Pérez Quijano, Real aduana de Chiautla, 15 de mayo de 1811.
36 Véase Sánchez, op. cit., p. 361, notas 60 y 362.
37 El director general de alcabalas a Hilario Tapia, México, 11 de octubre de 1819.
38 Centro de Estudios de Historia de México (cehm), 1-2.10-38.703, Circular suscrita

por Agustín Pérez Quijano en la que comunica el fallecimiento del director general Juan
Navarro y Madrid, México, del 30 de julio de 1810.
39 cehm, I-2.11-38.821, Circular suscrita por José María Lasso en la que comunica el

fallecimiento del director general Agustín Pérez Quijano, México, 10 de febrero de 1817.
40 cehm, I-2.11.38.823, Circular suscrita por Francisco Rendón en la que comunica el

fallecimiento de José María Lasso, México, 7 de junio de 1817.


41 cehm, 1-2.11-38.827, Informa que el rey resolvió que estando nombrado Rendón para

servir la propiedad de la intendencia de Oaxaca se encargue interinamente de la citada direc-


ción el contador general de la renta Mariano Ignacio Quijano, México, 16 de abril de 1818.
42 cehm, I-2.12-38.860, Francisco José Bernal comunica haber tomado posesión del em-

pleo de director general de aduanas marítimas y terrestres, por fallecimiento de Mariano


Ignacio Quijano, México, 6 de diciembre de 1821.

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disrupción en sus rutinas administrativas, precisamente cuando se aplicó la
reforma fiscal del año anterior. O quizá no, toda vez que José María Lasso
había sido intendente de Oaxaca hasta 1814, cuando se le designó titular de
lo que después sería la Dirección General de la Contribución Directa y Diez
por Ciento de Arrendamiento de Casas.43 Por su parte, Francisco Rendón
ocupó muchos años la intendencia de Zacatecas, hasta que se le confirió la
dirección general de alcabalas para, poco tiempo después, designarlo intenden-
te de Oaxaca “por sus muchos años de buenos servicios”;44 de forma clara se
intuye que la designación de Rendón como director general fue meramente un
enroque para poder colocar a Lasso en la recién creada dirección general
de contribuciones.45 Ignacio Mariano Quijano sí que tenía experiencia en
cuestiones alcabalatorias pues desde al menos desde 1809 se había desem-
peñado como oficial mayor interino de la dirección general y algún tiempo
después fue designado contador de esta misma oficina.46
A mediados de febrero de 1819, Ciriaco de Llano, comandante militar
de Puebla, transcribía al virrey Apodaca un informe sobre la situación mi-
litar del distrito de Tlapa. Según el reporte, en los lugares con destacamen-
tos militares todo se encuentra con mayor tranquilidad; tanto en materia de
rebeldes como de ladrones, “todos sus habitantes [están] entusiasmados en
la justa causa”. Por su parte, al partido de Chautla se le describía “con más
prosperidad que antes de la revolución en su comercio y agricultura en
que todos están ocupados con la mayor alegría”.47 Sospecho que el informe
es sobradamente optimista, pues es probable que los documentos –más que los
dineros que iban fuertemente custodiados– continuaran víctima de rebeldes
y ladrones, aunque quizá no tanto como en el pasado. Aun así, como ya ha-
bía señalado párrafos arriba, para tiempos de la restauración absolutista se
tuvo la intención de ordenar el registro de las recaudaciones alcabalatorias.
A la par de esto, en la región se procedió a la aplicación de los impuestos
más redituables, concretamente las alcabalas. Al respecto, a finales de 1818

43 Sánchez, “La irrupción del liberalismo fiscal en Nueva España: la contribución di-

recta general y extraordinaria (1813-1815)”. Am. Lat. Hist. Econ., 2012, v. 19, n. 1, pp. 19-20.
44 Langue, “Francisco Rendón, Intendente americano: La experiencia zacatecana”. Rela-

ciones, 1993, p. 84.


45 Sánchez, op. cit.
46 Calendario manual y guía de forasteros en México para el año de 1809, 1809.
47 Gaceta del Gobierno de México, 7 de marzo de 1819, pp. 227-228.

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el administrador alcabalatorio de Chautla preguntaba a la dirección general
sobre la manera de cobrar las alcabalas en el caso de los repartimientos de
mulas.48 La pregunta sugiere la reactivación de esta lucrativa actividad –por
el incrementado comercio procedente de Asia y América del Sur, amén de
la producción de algodón en la costa grande–49 y la necesidad, de parte
del administrador, de entender los detalles de la aplicación de las alcabalas
eventual de 8% y permanente de 8%, establecidas a inicios de 1817.50
Por otro lado, en tiempos de la rebelión y quizá algunos años más se ha-
bía generado la costumbre de pagar impuestos adicionales a los que se venían
cobrando tiempo atrás. En Chiautla, se hizo costumbre que los introductores
de harinas pagaran diez reales por cada carga, “a pesar de no hallar en esta ofici-
na una constancia que así lo disponga ni menos otra alguna que lo contrario
ordene”.51 Como era de esperarse, al pacificarse la región, los introductores
de harinas presentaron queja al administrador porque sus tiendas tenían un
encabezamiento o iguala y alegaban que era justo se les regresaran los diez
reales en cuestión. Para tal efecto, presentan un escrito que fue calificado
por el administrador como “ilegal y de mala fe” por el hecho de que era solo
eso, un escrito que no presentaba ni las guías y tornaguías requeridas por
la ley. El asunto, aclaraba el director general de alcabalas en la ciudad de
México, no era de su competencia, era más bien cuestión que el administra-
dor debía tratar con el intendente de Puebla toda vez que, al parecer, él aún
tenía jurisdicción coactiva en el cobro de los impuestos.52
Al parecer era justo el alegato de los comerciantes introductores de hari-
na, toda vez que los diez reales adicionales que habían pagado a la alcabala,
y de los cuales no había orden de establecerlo, había sido aplicado en años

48 ahh, v. 461, exp. 17, Mariano Ignacio Quijano a Hilario Tapia, México, 2 de diciem-

bre de 1819.
49 Al respecto, véase Hernández, Las raíces de la insurgencia en el Sur de la Nueva España,

cap. II. La pregunta puede significar, por otro lado, del hecho de que durante diciembre
“se hacía efectivo el pago de la alcabala correspondiente a las ventas de los repartidores de
mercancías”. Sánchez, “Igualas, producción y mercado”, p. 12.
50 Sánchez, La imperiosa necesidad…, p. 338.
51 ahh, v. 461, exp. 17, Hilario Tapia a Mariano Ignacio Quijano, Chautla, 3 de abril

de 1819.
52 ahh, v. 461, exp. 17, Hilario Tapia a Mariano Ignacio Quijano, Chautla, 18 de agosto

de 1819.

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previos “para objetos militares”.53 El problema era del erario pues, por falta
de personal preparado y la dispersión de las unidades productivas, había
tenido que recurrir al sistema de igualas o encabezamientos con el fin de
simplificar el cobro de los derechos del rey.54 Esta problemática surgía tanto
del propio sistema, que muestra la necesidad que tenía el erario novohispano
de negociar, como del hecho de que en los tiempos de la guerra se modifica-
ron las bases del cálculo de la iguala, o de plano los contribuyentes dejaron
de pagarla.
En el asunto de la alcabala por la introducción de harinas resulta que,
además del intento de engaño con el documento carente de guías, en abril de
1819, el administrador comunicaba a la dirección general que los causantes
“en general resisten al pago”. Esto significaba por ejemplo que lo que los
comerciantes reportaban de ventas –a fin de calcular el pago de la iguala–
era menor a lo que en realidad vendían. Cierto es que para los comerciantes
esa era la ventaja de negociar una iguala,55 pero la situación en aquellos
meses de 1819 había llegado, en palabras del administrador de Chautla, a la
“ilegalidad y mala fe”.56
Resulta que al administrador se le hacía muy reducida la iguala que
pagaba un José Eusebio Pantoja, la cual ascendía a 450 pesos. Después de
varios intentos para que este rindiera una declaración jurada con la relación

53 ahh, v. 461, exp. 17, La frase, tachada en el copiador, es del director general de alca-
balas, Mariano Ignacio Quijano a Hilario Tapia, México, 23 de agosto de 1819.
54 Una iguala es un pacto con el erario en el que el contribuyente se compromete al

pago de sus impuestos por la vía de un pago fijo. La base del impuesto era la venta de algún
producto. Por ejemplo, en el caso de las iguales de Cuautla de Amilpas del año 1789, un
conjunto de changarros y tendajos pagaba de iguala 345 anuales, lo que significaba (cuan-
do el pago era 8% sobre las ventas) una actividad de ventas de 4 312 pesos. Sánchez, op.
cit., p. 13.
55 “[…] si el comerciante conviene en la iguala que le propone el administrador, es por-

que sin equivocación conoce que con ella satisface menos alcabala que la que adeuda”. Cita-
do en Sánchez, “Igualas, producción y mercado: las alcabalas novohispanas en la Receptoría
de Cuautla de Amilpas (1776-1821)”, Secuencia, n. 49, 2001, p. 15.
56 ahh, v. 461, exp. 17, Hilario Tapia a Mariano Ignacio Quijano, Chiautla de la Sal, 3

de abril de 1819. La negativa a hacer el pago se refiere al impuesto sobre la introducción de


harinas al partido por parte de los comerciantes. Este impuesto fue considerado por el di-
rector general como un asunto que no competía a la dirección general sino a la intendencia
de Puebla. ahh, v. 461, exp. 17, Mariano Ignacio Quijano a Hilario Tapia, México, 23 de
agosto de 1819.

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de sus ventas y ante los pretextos que daba para no hacerlo, el adminis-
trador emprendió una investigación. Los resultados fueron que Pantoja co-
merciaba harina (proveniente de Izúcar y Puebla) en Tlapa, Huamustitlán y
Olinalá, que además contaba con un trapiche y que su capital ascendía a 12 mil
pesos, lo que obligaba el ajuste de la iguala.57 Por supuesto que Pantoja se
negó a este ajuste y le dijo al administrador que no se hallaba obligado a
manifestar cuáles eran los fondos de su comercio. En vista de “tan declarada
resistencia, poca fe, demasiado orgullo y falta de política”, el administrador
recurrió al teniente encargado de justicia. Mismo resultado: “ya por indolen-
cia de aquel juez [o] por su empeño en favorecer a Pantoja”; el administrador
llevó el asunto al subdelegado de Tlapa y la respuesta fue “con no menos
desidia y menosprecio”. Cartas fueron y vinieron entre la dirección general
y el subdelegado de Tlapa.58 Hasta que el asunto se arregló; el subdelegado
hizo ver a Pantoja la necesidad de respetar las disposiciones del administra-
dor. Pantoja no cambió de parecer, incluso afirmó que estaría dispuesto a
obedecer al administrador si este probaba sus afirmaciones sobre el ajuste
de la iguala; en tal caso, Pantoja produciría sus propios testigos.59 La rela-
ción de bienes fue entregada a la aduana, pero es probable que el comercian-
te se saliera con la suya: pagó su iguala y sus alcabalas y no se pudo hacer
más pues poco tiempo después, con motivo de la jura de la constitución de
1812, se modificaría el sistema de gobierno de Nueva España con efectos en
la administración alcabalatoria.60

57 ahh, v. 461, exp. 17, Hilario Tapia a Mariano Ignacio Quijano, Huamustitlán, 26

de octubre de 1819. Llama la atención que en el partido de Cuautla las igualas se ajustaban
a las ventas y no, como ocurría en Chautla, al monto del capital del comerciante. Sánchez,
op. cit.
58 ahh, v. 461, exp. 17, Mariano Ignacio Quijano a Juan de Ortega y Chacón, México 1

de diciembre de 1819; Mariano Ignacio Quijano a Juan de Ortega y Chacón, México, 29 de fe-
brero de 1820; Mariano Ignacio Quijano al subdelegado de Tlapa, México, 18 de abril de 1820.
59 ahh, v. 461, exp. 17, José Eusebio Pantoja a Juan de Ortega y Chacón, Huamustitlán,

22 de marzo de 1820.
60 ahh, v. 461, exp. 17, Mariano Ignacio Quijano a Juan de Ortega y Chacón, México,

18 de abril de 1820.

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¿Regreso a la normalidad?
Lo meses del segundo liberalismo

Durante los meses del segundo liberalismo, el alcabalatorio de Chautla conti-


nuó sin cambios con sus actividades administrativas. Por ejemplo, a finales de
1820 se prepararon los libros contables para el año siguiente,61 a la vez que
continuaron los enteros de los impuestos recaudados en la caja, ahora nacio-
nal, de Puebla; lo que sobre este asunto muestran las fuentes es que, como
en el pasado, los trámites se desarrollaban con precisión y estrictez.62 Desde
el punto de vista de los recursos empero se percibe que las cosas comenzaron
a descomponerse. Según los documentos consultados, en marzo de 1820 el
administrador de la aduana de Chautla falló en remitir la certificación de
entero en la tesorería poblana, una falta que ameritó un llamado de atención
del director general de alcabalas y que no fue atendido sino hasta inicios del
año siguiente.63 El asunto en sí quizá no parezca importante pero tal certi-
ficación era una manera de que la dirección general se enterara de que los
recursos estaban legítimamente en la caja nacional de la capital intenden-
cial. De otra forma, el administrador podía no haber ingresado nada o solo
parte de lo colectado en alcabalas, igualas y otros derechos durante el año
anterior o, en caso de que sí hubiera hecho el entero completo, el no-envío de
la certificación mostraba que el alcabalero estaba ignorando la autoridad
de la dirección general en la ciudad de México. En todo caso, la evidencia de
que las aduanas no remitían los recursos –o su certificación– confirma la
afirmación de Carlos María de Bustamante en la que señala la relación
entre Apodaca e Iturbide a fines de 1820: “aunque el conde del Venadito
estaba decidido a complacerlo [a Agustín de Iturbide] en todo, no fue po-

61 ahh, v. 461, exp. 17, Hilario de Tapia a Mariano Ignacio Quijano, aduana nacional

de Chautla, 11 de diciembre de 1820.


62 ahh, v. 461, exp. 17, Hilario Tapia a Mariano Ignacio Quijano, Chautla, 18 de julio

de 1820; Hilario Tapia a Mariano Ignacio Quijano, Aduana Nacional de Chautla, 11 de


diciembre de 1820; Mariano Ignacio Quijano a Hilario Tapia, México, 4 de marzo de 1821.
63 ahh, v. 461, exp. 17, Mariano Ignacio Quijano a Hilario Tapia, México, 4 de marzo

de 1821; Hilario Tapia a Mariano Ignacio Quijano, 18 de julio de 1820. El certificado fue
enviado en esta última fecha, pero fue recibido en enero de 1821.

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sible atenderlo en lo pronto [pues] en las aduanas foráneas no se pagaban con
puntualidad los libramientos”.64
Tal y como probablemente sucedía en otros partidos, la situación del
alcabalatorio de Chautla debía enfrentarse a litigios por impago de un con-
tribuyente y por qué esta no le parecía justo algún cobro. En estos casos, en
tiempos del absolutismo y como ya apunté más arriba, el asunto no tenía
que ver con la dirección general de alcabalas sino con el intendente. En los
meses del segundo liberalismo el arreglo era distinto. En junio de 1820 el
director general de alcabalas recibió un ocurso en donde señalaba que un
vecino indio de Chautla acusaba al administrador de haberle cobrado una
alcabala de 20% sobre la panela que vendía como fabricante del artículo.
El director pedía informes y ordenaba que si el contribuyente era en efecto
indio sólo pagaría el 6% de alcabala eventual de su producto por tratarse de
un artículo del viento; y si no era indio debía pagar 12% de alcabala even-
tual y de la permanente.65 El administrador en Chautla tardó en responder-
le al director general pues acudió al alcalde segundo del ayuntamiento de
Chiautla para que “impuesto de todo se sirva librarme una certificación que
cubra lo ajado de mi honor”.66 El certificado de referencia fue realizado a
favor del administrador por el hecho de que el “apoderado del pueblo” en
la ciudad de México se había equivocado y había confundido el cobro de la
alcabala con el del diezmo.67
La problemática del administrador de la alcabala de Chautla no termi-
nó con la restauración del régimen liberal, toda vez que continuaba presente

64 Bustamante, Cuadro histórico de la Revolución mexicana, p. 95, el subrayado es mío.


65 ahh, v. 461, exp. 17, Mariano Ignacio Quijano a Hilario Tapia, México, 7 de junio de
1820. Esto concuerda con la afirmación de Sánchez Santiró sobre que la alcabala eventual se
colocó en el 12% subsumiendo las cargas por derecho de convoy y contribución temporal de
guerra. Sin embargo, la aclaración del director general de rentas sobre la distinción del dere-
cho en el caso de que el contribuyente fuera indio o no contradice la afirmación de este autor
sobre la suspensión de los privilegios fiscales, aunque en su favor debo señalar que aclara
que esta suspensión sería “cuando el erario de Nueva España recuperase el funcionamiento
normal”. Es evidente que para fines de 1820 esa normalidad aún no se había logrado. Sán-
chez, op. cit., pp. 324-339.
66 ahh, v. 461, exp. 17, Hilario Tapia a Mariano Ignacio Quijano, Chautla, 30 de noviem-

bre de 1820.
67 ahh, v. 461, exp. 17, Agustín de la Cruz Clara, alcaldes de segunda nominación de

este constitucional ayuntamiento, Chautla, 30 de octubre de 1820.

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en la región el elemento militar. Por ejemplo, en abril de 1821 el administra-
dor comunicaba que en sus cuentas faltaban dos comprobantes de gasto,
mismos que no podía incluir en su contabilidad porque carecía del visto bueno
del comandante realista en Tlapa.68 Esto era prácticamente rutina pero, dadas
las peculiaridades de la contabilidad de recursos públicos de la época, la
situación era complicada para el administrador.69 En este caso específico las
cosas sin duda se complicaron aún más pues en abril de 1821 el administra-
dor comunicaba al director general:

Está aquí actualmente la división de independencia mandada por don Nicolás


Bravo que me ha pasado orden para que entregue cuanto numerario me pide
el teniente don José María Delgado para socorros, y como es probable que las
tropas del reino dilate y aquellos según entiendo sólo van de paso, no pudien-
do yo remitir a las fuerzas de unos y otros, me veo comprometido sin repulsa
a enterar siempre que lo exijan cuanto existe y rinda la renta a cualesquiera
división, lo que comunico a VS para su gobierno, con lo que cumplo en obse-
quio de mi honor.70

De la cita se puede conjeturar con facilidad lo que ocurrió en los meses si-
guientes: aunque continuaba la administración virreinal desde la ciudad de
México –con sus administraciones y receptorías– las alcabalas, que con los
estanquillos del tabaco, eran las oficinas que aún tenían más dinero contante,
aportaron recursos a cualquiera de los dos bandos contendientes. Aún así
y a juzgar por los documentos del alcabalatorio de Chautla, bien o mal la
administración continuó, pues en mayo el administrador emprendió un viaje

68 ahh, v. 461, exp. 17, Hilario Tapia a Mariano Ignacio Quijano, Chiautla, 7 de abril

de 1821.
69 Los receptores de recursos eran responsables del dinero que recibían y, por lo mismo,

todo gasto debía comprobarse. Si el comprobante no estaba a tiempo, o de plano no se


presentaba, no se generaba en los libros el asiento de data, por lo que las autoridades supe-
riores no podían saber cuál era el monto del recurso disponible en la región. Sánchez, Corte de
caja. La Real Hacienda de Nueva España y el primer reformismo fiscal de los Borbones, 1720-1755.
Alcances y contradicciones. Esta problemática comenzó a corregirse durante el ministerio de
Matías Romero en 1867, con la introducción de la partida doble en los libros contables de las
tesorerías. Quintanar, “La transformación del estado liberal”, pp. 82-85.
70 ahh, v. 461, exp. 17, Hilario Tapia a Mariano Ignacio Quijano, Chautla, 7 de abril de

1821.

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a Tlapa “para hacer un arreglo en aquella receptoría”, dejando a un encar-
gado en la oficina de la que era titular.71

Chautla y la continuidad de la administración


alcabalatoria

Cuando en septiembre de 1821 los americanos lograron la independencia


del virreinato septentrional, las cosas permanecieron iguales tanto en la di-
rección general de alcabalas como en el alcabalatorio de Chautla: en con-
creto, permaneció el mismo director general y el mismo administrador alca-
balatorio. Cierto es que “por hallarse interrumpida la carrera del correo”72
se ralentizó, o de plano se detuvo, la remisión a la ciudad de México de los
certificados, comprobantes y demás documentos pertinentes para que sus
altos funcionarios tuvieran una idea de los montos con que contaban para
la toma de decisiones del gobierno general. De esta carencia se quejaba el
primer ministro de hacienda en febrero de 1822 cuando señalaba que a su
llegada al ministerio emprendió la búsqueda de “cuantas noticias pudiesen
darme idea del sistema con que giraban las rentas del erario, de sus produc-
tos, de los funcionarios empleados en su administración o recaudación”. En
última instancia, el resultado, afirmaba el ministro, era que en la tesorería
de la ciudad de México –la matriz administrativa del resto del sistema recau-
datorio del nuevo país– “hay un déficit considerable para cubrir en su tota-
lidad el presupuesto general”. Después de achacar la problemática fiscal a la
guerra, saqueos, arbitrariedades, etc., el ministro le otorga una ponderación
importante a la “obstrucción de los caminos [que] impedía que los emplea-
dos remitiesen los estados periódicos de ordenanza”; además, apuntaba al
problema de que, durante los diez años de guerra, se habían perdido mu-

71 ahh, v. 461, exp. 17, Francisco María Navarro a Mariano Ignacio Quijano, México,

11 y 15 de junio de 1821.
72 ahh, v. 461, exp. 17, Francisco María Navarro a Mariano Ignacio Quijano, Chautla, 11 de

junio de 1821.

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chos documentos.73 Considerando un mundo en el que los archivos eran
toda la información que se tenía para la toma de decisiones, esto en parte
explica la dificultad que entrañaba el diseño de un nuevo sistema fiscal.74
El problema de las cuentas destruidas fue afrontado por la dirección
general en el verano de 1822. Para el caso de Chautla, el administrador repor-
taba su desconocimiento sobre el paradero del archivo alcabalatorio corres-
pondiente al año de 1811 y solamente informaba que quizá Gabriel Armijo
“podrá dar conocimiento de esto”. Se le hizo la pregunta al brigadier pero
no cuento con su respuesta.75 Varios meses después el administrador se que-
jaba de que solo contaba con pocos documentos del año 1817 “por lo que no
tengo ningún documento por el que pueda regirme y solo me voy arreglando
por la costumbre que aquél [se refiere al administrador anterior] tenía”.76
Es claro que la continuidad en las labores administrativas de la direc-
ción general de alcabalas permitió atender las intenciones del ministerio en la
ciudad de México. Desde el muy pequeño observatorio que es el alcabalato-
rio de Chautla se colige que con todo y la problemática señalada de los correos
interrumpidos los trámites continuaron tal y como operaban en tiempos de
paz. Por ejemplo, en abril de 1822 el director general de alcabalas acusaba
recibo de los ingresos del ramo correspondientes a 1821. A juzgar por las pa-
labras que cité del propio administrador, no dudo que en este caso el monto
enterado en la tesorería de Puebla fuera sustancialmente menor al de otros
años, pero el tema aquí no fue ver las dimensiones de la recaudación alcaba-
latoria de aquel partido, sino explorar las dificultades de sus administradores.
Meses después, en noviembre de 1823, los documentos muestran que no
se rindieron a tiempo las cuentas de 1822; la razón que se adujo fue porque

73 Memoria de hacienda, 1822, pp. 1-9.


74 Tenenbaum apunta que los primeros cuatro meses del periodo independiente se pre-
tendió establecer una estructura fiscal provisional. Tenenbaum, “Sistema tributario y tiranía:
las finanzas públicas durante el régimen de Iturbide, 1821-1823”, Las finanzas públicas en los
siglos xviii-xix, México, p. 214. Esto queda perfectamente claro en el bando del 8 de octubre
de 1821 que ratificaba y clarificaba el decreto expedido por Iturbide el 30 de junio anterior
y además agregaba la creación de una contribución directa.
75 ahh, v. 461, exp. 17, Hilario Tapia a Francisco José Bernal, Chautla, 28 de agosto de

1822; Francisco José Bernal a José Armijo, México, 6 de septiembre de 1822.


76 ahh, v. 461, exp. 17, Benito Lorenzo Blanco a Francisco José Bernal, Chautla, 28 de

abril de 1823.

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aún no se lograba cobrar todo lo que debían los contribuyentes.77 En agosto
de 1824 el administrador recibía una orden del Supremo Poder Ejecutivo,
por vía del director general de alcabalas, para que proveyera de dineros al
comandante de la plaza; la respuesta del funcionario local fue: “no teniendo
esta aduana de mi cargo nada por ahora que ministrarle porque lo que men-
sualmente se recolecta no alcanza”.78

Palabras finales

Es claro que el cambio de régimen de la dominación española a la nación


independiente implicó una tarea descomunal cuya realización llevaría mu-
chos años. Por lo mismo, es lógico pensar que de un día a otro los hombres
que se quedaron a construir el nuevo país se enfrentaron con la necesidad
de resolver mil y un pendientes de entre los que destacan las formas de fi-
nanciamiento del gasto civil, militar y deudor del nuevo gobierno.
El nuevo país que ahora se llama México consumó su independencia a
fines de septiembre de 1821 por vía de una especie de “ahorcamiento finan-
ciero” de la ciudad de México. La receta fue exitosa y en cierta forma deter-
minó la característica de muchos pronunciamientos de las décadas poste-
riores.79 Pero este triunfo sembró una dificultad, que consistió en que para
tomar las riquezas de la ciudad de México fue necesario ratificar y fortalecer
aún más las concesiones financieras a las provincias.
Tanto por este motivo como por cuestiones prácticas, el nuevo gobierno
adoptó la estructura administrativa de sus principales ingresos existente des-
de los últimos años del dominio español. La tarea inmediata era la de crear
las cabezas ministeriales que en el caso de la hacienda pública inicialmente

77 ahh, v. 461, exp. 17, Benito Lorenzo Blanco a Francisco José Bernal, Chautla, 10 de
noviembre de 1823.
78 ahh, v. 461, exp. 17, José Antonio García a Francisco José Bernal, Tlapa, 19 de agosto

de 1824.
79 Ortiz, “La ciudad amenazada, el control social y la autocrítica del poder. La Guerra

Civil de 1810-1821”, Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad, n. 84, pp. 54-55.

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se encargó a Ramón Gutiérrez del Mazo como superintendente.80 Aún no
tengo muy claro qué funcionario se haría cargo de las aduanas marítimas,
pero me parece que esta tarea, junto con las rentas de la ciudad de México,
correspondió de Gutiérrez del Mazo. Por otro lado, la administración de las
alcabalas permaneció sin cambios, aun con las mismas personas. Y si hubo
problemas, que no fueron pocos, éstos se explican por el elemento militar,
que continuaba haciendo uso de los recursos de esta renta y de los estanquillos
del tabaco que contaban con su propia administración, la inseguridad de
los caminos y la falta de personal calificado para desempeñar los trabajos
de las alcabalas.
El caso del alcabalatorio de Chautla nos muestra a un administrador que
se debió enfrentar a estas y otras dificultades tales como las complejidades de
la contabilidad y su certificación. Otro problema fue recuperar los mandatos
fiscales originados en tiempos previos a la guerra basándose en información
inexistente por la pérdida o destrucción de los archivos. Cierto es que los cami-
nos eran inseguros, los militares se apropiaban de los recursos y los contri-
buyentes eran renuentes al pago o actualización de sus ingresos, pero la gran
dificultad para el erario nacional en su totalidad fue la falta de certificados
de ingresos y gastos del alcabalatorio. Por esta causa, las autoridades en la
ciudad de México no contaban con un conocimiento, siquiera indicativo,
de los recursos que tenían en el alcabalatorio de Chautla y por ende en la
intendencia de Puebla. La disminución de los poderes del intendente, con
motivo de la aparición de la diputación provincial a mediados de 1821 vino
a complicar las cosas aún más. Por una parte, por ejemplo, por la creación
de impuestos municipales que se pretendieron provinciales81 y, por la otra,
porque la diputación se convirtió en un elemento intermedio que por su
mera existencia dificultaba la operatividad del mapa alcabalatorio nacional.
Desde el punto de vista administrativo, el decreto de Agustín de Iturbi-
de del 30 de junio de 1821, ratificado por la Junta Provisional Gubernativa
del 5 de octubre siguiente, pretendía hacer más fáciles las cosas para los

80 Al respecto véase Jáuregui, “La problemática administrativo-fiscal de un país naciente:

México, 1821-1824”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, n. 59, 2020.


81 Véase, al respecto, Serrano “Instituciones artificiales, instituciones naturales. Dipu-

taciones provinciales, ayuntamientos capitales y audiencias. Nueva España y México, 1820-


1822”, Historia mexicana, pp. 205-208.

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alcabaleros de la nueva nación. Aún con múltiples excepciones para hacer
frente a las deudas se unieron diversos gravámenes anteriores con el inten-
to, que resultó infructuoso, de restar ponderación a las alcabalas por vía de
una contribución directa que cobrarían los ayuntamientos.
La pequeña ventana histórica del alcabalatorio de Chautla, nos permite
entender un poco las dificultades a las que se enfrentaron sus administrado-
res y otorga un atisbo a la problemática fiscal de la nueva nación.

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El Plan de Fondos Municipales de los Pueblos
de 1822 y la extinción de los tributarios
de Nueva España

Martha Terán1

El propósito de este capítulo es desglosar los elementos que contiene


el Plan de Fondos Municipales que dirigió la Diputación Provincial de Mé-
xico a la Suprema Junta Gubernativa del Imperio en 1822, con el fin de
resolver graves problemas muy entrelazados: extinguir, en primer lugar, las
últimas gabelas que pesaban sobre los indios y les impedían dejar su condición
de tributarios, en segundo lugar, determinar los “propios” de los pueblos,
una vez que se aprobó que los ayuntamientos constitucionales recibieran como
dote los bienes corporativos que aquellos poseían, y en tercer lugar, fijar las
contribuciones y arbitrios necesarios a su felicidad. La intención era desman-
telar el gobierno particular y los ejes de poder de los indios en sus respectivos
pueblos, erradicar las divisiones entre castas (negros y mulatos libres) y clases
(españoles, indios) e incorporar a los vecinos de los indios radicados en los
pueblos a las decisiones políticas para dar paso a la vida municipal y a la
sociedad igualitaria. La Diputación Provincial de México (octubre 1821-fe-
brero 1822), compuesta por siete vocales propietarios y tres suplentes más
el intendente de la provincia de México, Ramón Gutiérrez del Mazo, formó
una comisión para abordar estos temas en el marco de la legislación española
de 1812, 1813 y 1820 relativa al fin de los servicios personales, al reparto de

1 Dirección de Estudios Históricos, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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tierras y a la regulación de los ayuntamientos, en concordancia con lo que
adelantó su antecesora, la Diputación Provincial de Nueva España (1820-
1821). El plan, que se irá comentando por frases y párrafos a lo largo del
ensayo quedó asentado en las Actas de Sesiones de la Diputación Provincial
de México, en la 57, del 12 de febrero de 1822, el año “Segundo de la Inde-
pendencia del Imperio”.2

La regeneración de la sociedad

Los señores vocales Ignacio Mimiaga, Pedro Pablo Vélez, Juan Wenceslao
Sánchez de la Barquera, José María Fernández de Arteaga, José Ignacio Es-
pinosa y Mariano Primo de Rivera tuvieron a su cuidado despejar estos temas
considerados muy importantes para la regeneración de los pueblos. Anali-
zaron, por separado, la integración de los bienes propios y de los arbitrios
con los que podrían hacerse de fondos para solventar sus necesidades, no
sin antes llegar a un acuerdo respecto de lo que debería hacerse para crear
una sociedad igualitaria. En el centro estaban las gabelas que pagaban úni-
camente los indios, las que debían ser extirpadas porque los distinguían del
resto de la sociedad: los medios reales de ministros, los medios reales de
hospital, y real y medio para abundar los fondos de comunidad que daban
sostén a los pueblos: los tributos de servicio a los que estaban obligados
desde el siglo xvi. Ya se había considerado “con la más detenida reflexión el
grande asunto” y aquí se trató por última vez. El resultado fue un dictamen
con el que se redactó una representación para trasmitir dicha opinión cole-
giada al pleno. Le siguió el Plan de Fondos Municipales, o Plan de Propios
y Arbitrios para unos pueblos “cuyos clamores son incesantes porque se les
auxilie para los gastos más precisos y urgentes, como dotar escuelas, hacer o
componer cárcel”. Los experimentados señores vocales sostenían que la grave-
dad de la materia estaba en “la imponderable miseria” que anidaba, más que

2 Acta57, del 12 de febrero de 1822, Noriega, La Diputación Provincial, pp. 131-141,


(el plan propiamente se encuentra en pp. 139-141).

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en ninguna otra parte en los pueblos, merced al “sistema destructor” que los
había agobiado. Pensaban que a la par iba la ignorancia en la que se habían
criado los indios, de lo que resultaba “la incapacidad actual en que se ven de
sacudir un estremecimiento que los tiene postrados y no los deja progresar”.
Con esas palabras se abrió en el discurso un símil con la salud como si se
tratara de remediar el estado de enfermedad de los pueblos; pero también
vale subrayar el lenguaje de los vocales, quienes en tramos rompieron la
moderación al sentirse en poder y libertad para quitar lo que consideraban
obsoleto e injusto y favorecer aquello que, creían, podía conducir a la felici-
dad.3 Su misión era “arrancar a nuestros pueblos sumergidos poco ha en la
servidumbre más ominosa y trazar una línea en el gran cuadro de nuestra
regeneración política”.4

Las gabelas que deberían extirparse

En 1810 se abrió la puerta a la extinción de los tributos, hecho que en


perspectiva puede ser visto como una reivindicación de los insurgentes para
llamar a la guerra, así como una gracia del virrey concedida por la Regen-
cia para premiar a los tributarios leales de la Nueva España. Si los prime-
ros jefes de la independencia declararon verbalmente su abolición desde
el 16 de septiembre, el virrey Venegas, que llegó con esa instrucción en la

3 Ernesto de la Torre Villar así caracterizó a esta generación de políticos: “Los hombres

de Estado, aquellos que habían tenido experiencia en la administración novohispana, prin-


cipalmente en la que concernía a la economía, y aquellos otros hombres ilustrados que, cons-
cientes del atraso y el abandono en que yacía la cultura y la educación, deseaban levantarlas
y ponerlas al nivel de los pueblos cultos, se esforzaban todos ellos por modificar la situación
existente. Su optimismo en las normas que proponían iba de la mano con su sentimiento
pesimista que la realidad económica y cultural del país les brindaba. Tenían sin embargo fe
en sus principios renovadores, en la creencia de que un cambio rápido de instituciones podía
hacer el milagro de transformar al país”. Véase, De la Torre, “La sociedad”, pp. 5-44.
4 El corazón de su símil con la salud surgió del argumento de que la medicina de los

indios contra el veneno se había vuelto su propio veneno; lo aludían con decir que “la triaca
misma” (mezcla farmacéutica de tres elementos para contrarrestar los venenos) “se les con-
vertía en veneno a los desgraciados” ya que las gabelas eran tres.

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mano desde España fue el primero en dejarlo por escrito en el mes de octubre.
Sin embargo, el 13 de diciembre Venegas tuvo que confirmar también por
bando que los indios tributarios seguirían cargando con los mencionados
medios reales de ministros y de hospital y con el real y medio de comunidad.
Ahora bien, los años entre la extinción parcial de los tributos y la abolición
definitiva de los tributarios en 1822 no pueden ser comprendidos sin valo-
rar el restablecimiento de los tributos desde 1815 en la provincia de Mérida,
la cobranza regular de los medios reales en las provincias obligadas, que
no eran todas, y del real y medio de comunidad en todas hasta 1822.5 Este
proceso de extinción que duró doce años sugiere los límites en el tema de la
ciudadanía pues ejemplifica hasta dónde las autoridades españolas podían
ser consecuentes en tratar a los indios como iguales y hasta dónde a los in-
dios les interesaba serlo desde su estatuto de menores de edad privilegiados.
Porque también es cierto que la extinción de los tributos fue mal vista en el
centro de México, para cuyos indios fue el primer anuncio de esa igualdad
entre los pobladores de la Nueva España e inmediatamente reaccionaron
con desconfianza. El documento más interesante es de noviembre 13 de 1810.
Una carta daba el aviso al virrey Venegas: los indios estaban muy distan-
tes de agradecerlo según el licenciado Juan Nazario Peimbert, pues creían
que se habían abolido los tributos para “gravarlos en las cargas a que están
sujetos los españoles”, como las alcabalas, y que perderían el derecho de
agitación de sus pleitos y otras protecciones derivadas del paternalismo real.
Suponía necesario Peimbert hacerles ver que con la libertad de los tributos
concedida por la Regencia en nombre del rey y dictada por Venegas nada
se les quitaba ni quedaban privados de sus privilegios inmemoriales.6 La pre-
ocupación que recogió el abogado de los indios tenía materia de donde cortar
ya que después de la supresión de los tributos, el 11 y el 19 de febrero de 1811
el virrey Venegas tuvo que emitir un nuevo bando y un decreto: el primero
formulaba la igualdad de los indios con los españoles y ofrecía el indulto a
los indios en guerra, mientras que el segundo establecía la igualdad entre

5 Sobre el tema véase Terán, “Los tributarios”, pp. 248-288, y en Terán, “La geografía”,

pp. 73-116.
6 agn, Indiferente virreinal, caja 0568, exp.20, 2 f., 1810: “Carta de Juan Nazario Peim-

bert al virrey para informar del descontento de los indios por habérseles eximido del Real
tributo, porque creen que se les unirá al ejército y que se les iguala con los españoles”.

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americanos y españoles, lo que la Constitución refrendó en 1812.7 Que los in-
dios contribuyeran con las cargas del estado en la misma proporción que los
españoles, tanto para abonar la igualdad como para compensar la pérdida de
los tributos, cuya recolección en los últimos años habían reportado un poco
más de un millón y medio de pesos, era la intención del Consejo de Regencia
y la del virrey. Así, inmediatamente uno de los privilegios de los indios cayó:
estar exentos de las alcabalas ya que Venegas ordenó que se les cobrase en las
garitas por el paso de sus productos. Cuando se retrajo de forma notoria la
introducción de mercancías en las ciudades de Puebla y de Oaxaca y forza-
do el virrey por sus respectivos obispos tuvo que restablecerles el privilegio.8
En cambio, cuando en 1815 el rey decretó la vuelta de los tributos tal como
estaban desde 1808 cambiando solo su nombre por el de “contribución”,
la tributación se restableció sin dificultades en la provincia de Mérida y las
matrículas se renovaron hacia 1816.9 Lo mismo ocurrió en la subdelegación
de Chiapas perteneciente a Guatemala. En ese sentido, el Plan de Fondos
Municipales de los Pueblos de 1822 realmente extinguió a los históricos tri-
butarios de la Nueva España.
Las gabelas comentadas generaban un poco más de doscientos cin-
cuenta mil pesos al año en 1810 y siguieron cargándolas los indios bajo el
argumento de que obraban en su propio beneficio. Tales contribuciones
mantenían a un buen número de empleados y funcionarios del palacio real,
al hospital de indios de la ciudad de México y a las escuelas de primeras
letras y algunas cárceles de los pueblos. Porque los indios seguían cargando
con esos compromisos se les veía como una “noble porción de seres” dispersa
por todas partes y “apenas se les tenía como honradas bestias”. La represen-
tación insistía en que nada se avanzaba con decirles a los indios que eran
iguales a sus conciudadanos si, extintos los tributos, los indios continuaban

7 Hernández y Dávalos, Colección de documentos, p. 378 (doc. 201), p. 379 (doc. 202), tomo 2.
8 Archivo General de Indias, Sevilla (agi), legajo México, 2376, exp. 37 (cuadernillo,

primera parte, 38 medias hojas), “Expediente sobre si los indios, excentos ya del pago del
tributo deben contribuir con la alcabala y sobre el modo de sustituir el déficit para cubrir las
cargas que con aquel se satisfacían”, Madrid, 17-30 de agosto de 1820.
9 agn, Tributos, vol 26, exp. 19, ff. 272-286: “Estados de quince comisionados de visita

de tributarios de la provincia de Yucatán que contienen el quinquenio que corre desde di-
ciembre de 1816 hasta junio de 1821 con una demostración al fin de lo que se debe a dichos
comisionados”.

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con las gabelas (voz del medievo que también quiere decir tributo) que por
siglos les estuvieron asignadas y “distinguían a los indios del resto de las
demás gentes”. A comienzos de 1822 los indios aumentaron sus protestas
por “la injusticia de estas contribuciones”, según las noticias que llegaron
de diversos puntos, cuya “negativa resuelta a no continuarlas” viniendo de los
indios leales al rey durante la guerra es importante subrayarla porque logra-
ron con el retraso de once años aquello que ganaron los indios que se le-
vantaron en armas. Aunque no debemos olvidar que los indios insurgentes
contribuyeron durante la guerra con cargas semejantes a las de los leales al
rey, cambiando las formas, tanto en dinero como en especie y en servicios
militares y perdieron por igual su orden antiguo y sus hijos.10
Mientras duró la paz hispánica, sobre los tributarios pesaron, sin contar
los servicios y aranceles a la iglesia, los tributos del rey, de los encomende-
ros y los tributos de servicio que se comentan, pero también existieron los
servicios para las edificaciones civiles y religiosas y otros de utilidad pública,
los servicios personales, comunales y para los justicias españoles. Finalizada la
guerra solo quedaron estas tres centenarias gabelas. Los vocales expusieron
su parecer sobre cada una, comenzando con el medio real que servía para
mantener el hospital de indios de la ciudad de México.11 Al respecto, fue-
ron famosos los hospitales para indios que se regaron desde el siglo xvi por
la Nueva España en una variedad de posibilidades exitosas, siendo los más
arraigados y perdurables los de Michoacán. Sobre el hospital de México, en
particular su larga historia, institucionalización, funciones, medicina, cuerpo
médico, religiosos que lo atendían, relevancia en tiempos de epidemias, con-
vivencia y recursos existe una valiosa bibliografía.12 Lejos de su importancia
pasada y tratándose de una carga dispareja, los vocales repetían lo conocido:

10 OrtizEscamilla ofrece un panorama comparativo en Guerra y gobierno.


11 De una institución centenaria y consolidada los vocales opinaron: “Un hospital que
solo daba su nombre por los lugares más remotos, de 100 y más leguas para exigir la gabela
que le era consignada sin que la mayor parte de los contribuyentes pudiera recibir sus auxi-
lios, porque en lo general la distancia del lugar del desventurado paciente los hacía inaccesi-
bles o el dolor de separarse de su familia sin esperanza de volverla a ver mientras no sanara,
se los convertía en odiosos”.
12 Fernández, “El Hospital Real”, pp. 25-47; Gómez, “Tributo para el Hospital”, pp. 423-

429; De la Torre, Hospitales de la Nueva; Venegas, “La asistencia Hospitalaria”, pp. 227-240;
Zedillo, Historia de un hospital; Rodríguez, El Hospital Real.

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que para las enfermedades leves el hospital era innecesario y, para las gra-
ves, estaba muy lejos de los innumerables pueblos que le tributaban. “Un
establecimiento de esta clase llevaba la marca de la tiranía”, anotaron, por
más que su utilidad mayor hubiera sido contener las epidemias (la última
la de 1813) y atender a los indios llamados “extravagantes” en la ciudad de
México, es decir, aquellos que efectivamente acudían al juzgado de indios
por la gravedad de unas causas que podían dilatar, y si acaso enfermaban,
tenían ese auxilio. El hospital contaba también con rentas y la propiedad
nada menos que del concurrido Coliseo. Abonándolo en tres tercios al año,
el medio real de hospital lo entregaban los indios casados entero y por mi-
tades los medios tributarios de las provincias de México, Puebla, Oaxaca,
Michoacán, Veracruz, Guanajuato, Guadalajara, San Luis Potosí y solo esta-
ban exentas Arizpe y Zacatecas. Como excepción, la contribución de Mérida
se quedaba en la provincia para su propio “Holpatán” y solo se recogía la de
Campeche y Tabasco.
Casi los mismos pueblos pagaban un medio real de ministros desde
finales del siglo xvi, entero los casados y la mitad los solteros y viudos para
el sustento de entre treinta y cuarenta funcionarios de la Corte de México.
La comisión subrayó que nadie más cargaba con ningunos sueldos.13 Estos
dineros de los indios originalmente habían servido para levantar el Juzgado
General de Indios y la propia administración del rey desde el siglo xvi sin
modificarse la situación ya consolidado el virreinato, pero no solo se desti-
naban a los empleados del Juzgado, también dotaban de un sueldo anual a
los porteros de la Audiencia “como si de algo les sirviera”, así como al por-
tero de la Secretaría del Virreinato, “como si les fuera útil”, asentaron los
vocales. Otros pesos se destinaban a la oficina de tributos para compensar
el sueldo del director y de varios oficiales. Pero existían otros pagos fijos para

13 Los vocales explicaron así su inutilidad: “Para costear un tribunal en esta corte que

por su lejanía no podía proteger, según su instituto, a los indios remotos, y que en realidad
de verdad de nada les aprovechaba aun a los cercanos, pues a pesar de su erección se veían
demandados en otros de dentro y fuera de la capital o precisados ellos mismos a demandar a
sus deudores por no venir hasta acá, donde tenían que costear sus respectivos derechos, des-
pués de satisfacer infructuosamente sus dotaciones fijas a los empleados del Juzgado general
de naturales”.

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escribanos, asesores, archiveros y gestores.14 Sin embargo, los indios tampo-
co lograban la utilidad necesaria de los abogados que debían servirles, pues
para obtener sus servicios era preciso caminar hasta la Corte de México con el
riesgo de desatender sus tareas y hogares. El clásico libro de Woodrow Borah,
El Juzgado General de Indios en la Nueva España, proporciona un acercamiento
a su composición, a la propia gestión de la justicia y a los casos que atendía.
Un capítulo profundiza en la historia de los medios reales de ministros, a veces
constituido como ramo junto con el medio real de hospital, aunque por
mucho tiempo cedido en administración particular.15 En él se ofrecen listas
de funcionarios que recibían todo o parte de sus emolumentos de dichos
fondos. Su importancia se sintió durante la bancarrota de la Real Hacienda,
la crisis de la monarquía y la guerra por la independencia, tiempos en los
que se cobró lo más que se pudo, aunque, como carga desigual, no se pagaba
en las provincias de Zacatecas y Arizpe y en algunos partidos de Guadalajara y
de San Luis Potosí. En los pueblos del Marquesado del Valle de Oaxaca los
medios reales no los recibían las arcas reales sino sus administradores, pues
ellos llevaban las causas de los indios al Juzgado General. Lo recolectado
por concepto de los medios reales aumentó conforme al incremento del nú-
mero de tributarios mientras que las personas a las que benefició, 38, fueron
casi las mismas desde 1796 hasta 1822, cuyo gasto sumaba cinco mil y tantos
pesos por cada tercio en el año y el resto se guardaba en la Real Hacienda.16

14 Los vocales puntualizaban: “Otro a cada oficio de gobierno de donde no recibían más

provecho que el de ser lo mismo que en todas partes, postergados como desvalidos: y por este
tenor era la vendimia que se hacía de su dinero. Los escribanos de cámara, el canciller, los
agentes fiscales, el archivero de la Secretaría del Virreinato, el asesor de la intendencia, un
oficial de cajas, todos, todos, se alimentaban del sudor de los indios”.
15 Borah, El Juzgado General, pp. 312-329.
16 Ver la lista de emolumento por cargo en: agn, Tributos, v. 16, exp. 11, ff. 207-232, 11 de

abril de 1796. “El contador general de la glosa del medio real consulta sobre el modo en que
ha de seguir la cuenta general del ramo, y remisión al supremo consejo. Noticias de las asig-
naciones situadas sobre la renta del medio real de ministros, que contribuyen los indios de
pueblos de la corona para pagar y gratificar a los que les despachan sin derechos, sus pleitos
y dependencias y son: Al asesor del juzgado general de indios, al fiscal protector de indios, al
contador general de tributos, al canciller de la real audiencia, a los cuatro relatores de la misma,
a los dos relatores de la real sala del crimen, a los dos escribanos del supremo gobierno, a los
dos escribanos de la real audiencia, a los dos escribanos de la real sala del crimen, a los agentes
fiscales, al relator del juzgado de indios, al escribano de dicho juzgado, al archivero de la
secretaría del virreinato, al oficial segundo de contaduría de la caja, a los dos abogados de

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La tercera gabela era el real y medio de comunidad, no una capitación
diferencial sino extensible a todos los hijos de los pueblos que poseyeran una
caja. Se estableció en 1784 y fue la última conmutación que afectó a los tri-
butarios. Desde entonces y hasta 1804 los indios contribuyeron con un real y
medio (y el medio tributario medio pago), a cambio de no sembrar una milpa
de comunidad, compromiso sostenido desde finales del siglo xvi aunque en
muchas repúblicas se había perdido la costumbre por diversas razones. El
producto de la cosecha se utilizaba para engordar los ahorros de los pueblos
y dicho real y medio lo suplió de manera más segura. Sin embargo, desde
que se hizo la conmutación la carga volvió a comprometer a todos los indios
radicados con excepción de los caciques, los gobernadores y los indios que
vagaban por trabajo y por lo tanto no gozaban de los beneficios de la vida
en comunidad. Esta capitación se volvió muy importante después de 1804
pues también los medio tributarios tuvieron que pagarlo entero, pero, sobre
todo, porque parte se quedaba en los pueblos: las cajas aportaban para las
escuelas de primeras letras y otros gastos, como levantar cárcel o compo-
ner iglesias antes de salir lo no gastado como “sobrante de comunidad”,
bolsa que también crecía con lo que redituaban las tierras comunales de los
indios que no estuvieran trabajando directamente y los subdelegados arren-
daban al mejor postor. Dichos sobrantes, atesorados como “ajenos” en la
Real Hacienda habían servido para préstamos a particulares y para cuantiosos
donativos al estado.17 De ellos se expresaron los vocales con desprecio porque
muy poco se usaron para remediar las emergencias de los indios. “Asombran
las sumas que se han recaudado con este esquilmo”, insistían, y no menos
les escandalizaba “el continuo saqueo que sufrieron sus fondos de par en par,

indios de lo civil, a los dos abogados de indios de lo criminal, a los cuatro porteros de la real
audiencia, a los porteros de la real sala del crimen, al portero de la secretaría del virreinato,
al procurador de indios, al intérprete, a los dos solicitadores de indios, al portero ministro
ejecutor, al asesor de tributos y de la renta, al oficial de la renta, al que glosa la cuenta anual
de ella, y al que liquidaba la matrícula”.
17 Aunque no conozco un estudio específico sobre la siembra de la milpa de comunidad,

existen muchos libros que la tratan como parte de la economía e historia de las repúblicas de
indios. Siempre será imprescindible el estudio de Gibson, Los aztecas bajo el dominio español,
1519-1810. Sirven para comprender el derroche de los dineros de los indios depositados en
la Real Hacienda desde antes de la guerra los artículos de Terán, “La relación”, pp. 221-254
y Terán, “Los decretos insurgentes”, pp. 87-110.

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franca y pródigamente abiertas a toda clase de gastos, menos para los que
importaban a sus verdaderos y únicos dueños”. Estos ahorros de los indios
durante la guerra sirvieron para satisfacer a los encomenderos, pagar las tres
gabelas cuando los pueblos demostraban su entera ruina y para urgencias de
la Real Hacienda.18 Al final de este ensayo el lector encontrará un apéndice
compuesto por tablas y gráficas que desglosan la contribución por provincia
de dichas cargas y las listas de los 30 partidos que más aportaron para cada
una entre 1805 y 1810.

La recolección de las gabelas durante la guerra

A pesar de la guerra nunca dejaron de exigirse a los indios estas tres cargas y
siempre hubo reserva de numerario en los ramos correspondientes, aunque
no en todas las provincias se pagaron con regularidad.19 Las repúblicas de
Michoacán desconocieron tanto los tributos del rey como estos de servicio
desde 1810, en donde solo quedaron realistas su capital y más adelante sus
principales centros urbanos. Pero en Valladolid los servicios para la defensa
de la ciudad impidieron que volvieran a cobrarse en los primeros años. Lo
correspondiente a 1810 dejó de recolectarse en agosto de 1811 porque los
barrios y pueblos extramuros estaban colaborando con “trabajos” para la defen-
sa de la ciudad. Los alcaldes ordinarios prefirieron suspender la recaudación
porque era corta la cantidad (unos 130 pesos) comparada con lo que cos-

18 Los vocales escribieron: “El real y medio que pagaban con la denominación de comu-

nidad nunca o rarísima vez desempeñó este título, y siempre con pujidos y ruindad, y a costa
de mil afanes y trámites por donde corría su solicitud para la urgencia verbigracia de alguna
peste que devorara un pueblo inmediato de aquí y amagara a esta capital”.
19 agi, Indiferente Legajo México, 2376 (cuadros resúmenes de 1816 a 1819). En 1816

existían depositados en la Real Hacienda, en los “Ramos ajenos”, 163 998 pesos 4 reales y
5 granos o tomines correspondientes a los medios reales de ministros; 9 009 pesos 4 reales
y 9 granos en los medios reales de hospital (los gastos por la epidemia de 1813 fueron muy
grandes) y 224 314 pesos 1 real y 5 granos como ahorros de los bienes de comunidad de los
pueblos, según el “Estado de valores y existencia de caudales de la Tesorería general de Ejér-
cito y Real Hacienda de México por fin de diciembre del año 1816”.

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tarían los servicios que brindaban para la propia defensa.20 Los indios, por
esos servicios tan valiosos que de todos modos harían, también lograron
zafarse de otros adeudos y atrasos que tenían sobre tributos. Dichos servicios
que se exigían a los indios y no a otros, una suerte de regreso a los ya extintos
servicios conocidos como personales, imposibles de cuantificar, introducen
a la primera de las muchas formas de colaboración de los indios con los
costos de la guerra. La recolección de las gabelas se alteró también en otras
partes. A los insurgentes sus recaudadores no podían simpatizarles: hubo
saqueos y violencia que llegó, por ejemplo, hasta la casa del gobernador
de la villa de Coyoacán, Asencio Ferret. El 3 de abril de 1812 una partida de
insurgentes lo detuvo, destruyó su casa y le robaron mil y tantos pesos que
guardaba en cajas, de los cuales seiscientos eran de “los dos y medio reales
que paga cada individuo (medios reales de ministros y de hospital y real y
medio de comunidad)” aunque luego se aclaró que eran solo 459 pesos.21
Del fondo de Premios Militares se trasladó el dinero necesario para pagar el
medio real de hospital (181 pesos) pasándose al estado del marquesado lo
que permanecía recaudado de medios reales de ministros. Sin embargo, aun
en los territorios insurgentes y en los que se pacificaron con los años estas
gabelas siguieron produciendo dividendos, exigidos por los subdelegados
junto con los adeudos antiguos que se acarreaban sobre los extintos tribu-
tos. Asumir nuevamente el compromiso se volvió un elemento de negocia-
ción para sellar la paz.
Durante la guerra, la permanencia de los tributarios empezó a ser proble-
mática al entrar en vigor la Constitución gaditana. Lo sucedido en Cuautla
y en Cuernavaca entre 1813 y 1814 dejó constancia de las ambigüedades que
surgieron no modificarse la condición de los indios que aceptaron colaborar

20 agn, Tributos, v. 51, exp. 20, ff. 244-350, 1811: “Autos sobre dificultades en el cobro
de los medios reales de Ministros y hospitales y Bienes de comunidad en Valladolid a causa de
las invasiones de los insurgentes”.
21 agn, Real Hacienda, Almacenes Reales, v. 1 /47, ff. 457-459. Después se supo que al

gobernador lo habían retenido en Cuernavaca, luego en Sultepec, que lo habían golpeado


mucho y aunque su esposa mandó dinero al cabecilla Alquicira, López Rayón lo envió a la
muerte. agn, Real Hacienda, Almacenes Reales, v. 1 /47, ff. 457-459, “1813: Montepío militar.
Pago de 56 pesos 6 reales al apoderado de María Paulina Gutiérrez, viuda de Asencio Ferret,
gobernador que fue de Coyoacán, fallecido en defensa de la justa causa, por lo vencido de la
pensión que disfruta. Ciudad de México”.

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con los ayuntamientos. A los de Cuautla, después del sitio y a pesar de la
terrible epidemia que se había desatado, se les dijo que estando obligados a
los gastos de formar ayuntamiento ello no sería razón para suspender dichas
gabelas. En 1813 surgieron estos mismos problemas en Cuernavaca cuando
se erigió el ayuntamiento que reemplazaría a la república de indios. Allá se
les advirtió que independientemente de que se les consideraba ciudadanos
se les emplazaba a que siguieran pagando “los tributos de los medios reales
por su carácter necesario a su propio beneficio”. En junio de 1814 entregó
el subdelegado lo correspondiente a los medios reales del año anterior, pero
anotó que los pueblos de Yautepec y San Francisco no lo habían colectado.22
¿Quién debía exigir las gabelas a los tributarios? Cuando el subdelegado su-
girió que lo hicieran los ayuntamientos se le recordó que era su obligación
y que si no había gobernadores indios debía él mismo cobrarlos con la ayu-
da de comisarios, no los ayuntamientos, no los alcaldes constitucionales. El
problema era el mismo en Veracruz.23 Los subdelegados se preguntaban
¿con qué instrumentos cobrar y a quién? Los pueblos estaban disminuidos
por las epidemias y la guerra de modo que las matrículas de tributarios
habían dejado de ser útiles. En Cuautla Amilpas en 1814, un poco antes de
la restauración del rey, en septiembre, el subdelegado Antonio de Zubieta
enviaba un comunicado para explicar que los ministros de la Real Hacienda
le habían solicitado que entregara las cantidades tocantes “con sujeción a la
última matrícula de tributos” y los indios se habían resistido con razón, adu-
ciendo que deberían ser rebajadas. Desde la Real Hacienda los ministros
Beltrán y Montaner respondieron que lo aceptarían si se hacía “calificando
la rebaja con certificaciones de sus respectivos párrocos”. Entonces volvió a
darse gran difusión al bando de Venegas del 13 de diciembre de 1810 que
había prevenido en su artículo 4 que se pedirían padrones a los curas para

22 “Porque habiéndose suprimido el gobierno de los indios con motivo de haberse crea-

do unos ayuntamientos constitucionales en estos tres pueblos no hay quien recaude el ramo
ni a quien hacer cargo pues los Ayuntamientos se desentienden, y los alcaldes constituciona-
les no han tomado posesión no obstante los reclamos que se les han hecho”, agn, Tributos,
v. 57, exp. 5, ff. 232-239, 1813-1814: “Sobre dificultades en el cobro de medios reales en
varios pueblos de la jurisdicción de Cuernavaca”.
23 agn, v. 34, exp. 17, ff. 354-359, 19 de diciembre de 1816. “Expediente sobre que se

exima al señor gobernador de Xalapa de entender en el cobro de los ramos de medios reales
de ministros y hospital y bienes de comunidad”.

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saber a quién exigirle las gabelas. El subdelegado, ignorante del bando, pre-
tendía cobrar mediante la matrícula y se encontró con la justa resistencia
de los indios. Por lo tanto, los curas empezaron a oficiar para que comenzara la
recaudación entera de 1813 y la del primer semestre de 1814 y solo por esa
vez se aceptaron las contribuciones según el número de individuos, pero
con la certificación de los curas:

En la inteligencia de que cada individuo de clase tributaria, siendo casado,


debe pagar un real al año por ministros y hospital, y medio real el viudo, o
soltero; y en cuanto a comunidades real y medio cada uno, de cualquier clase
que sea; verificando el subdelegado en esta Tesorería principal los enteros del
año y medio ya vencidos en el término de dos meses y por relación jurada.24

Las matrículas de tributarios continuaron siendo consultadas también por las


deudas atrasadas de tributos que tenían los pueblos. En Coatepec, que per-
tenecía a Chalco, y en los llanos de Río Frío los balances de las deudas por
los tributos atrasados se realizaron, usándolas, en octubre de 1811 y hubo solo
10 pesos de diferencia en relación con lo estimado.25 Pero, pese a que se
habían dispensado a los indios los últimos dos tercios de tributos de 1810,
para 1813 no se habían podido cobrar los medios reales ya que “la indiada”,
los laboríos que trabajaban en las haciendas, a una voz habían dicho que no
respetarían las matrículas por las ausencias y muertes. Esta fue una región
muy golpeada por la epidemia al hacer parte del camino a Puebla: de 500 tri-
butarios habían quedado 200 según los indios. En marzo de 1813 llegó un
nuevo subdelegado, Don Manuel Neyra, quien de allí a octubre arrastró di-
ficultades para proceder a los cobros por falta de instrucciones. Los adeudos

24 Los ministros señalaban la importancia de la participación de los curas con estas pa-
labras: “La jurisdicción de Quautla es una de las que más han padecido por la insurrección
y no es dudable que le hayan tocado buena parte en las epidemias; por cuyas razones, y la de
haberse concluido en el año de 1812 el quinquenio de la última matrícula, no puede ser que
con arreglo a ella se exija el medio real de ministros y hospital y el real y medio de comuni-
dades”. agn, Tributos, v. 57, exp. 4, ff. 225-231, 1814: “Antonio de Zubieta. El subdelegado
de Quautla Amilpas sobre dificultades en el cobro de medios reales y bienes de comunidad
según la última matrícula”.
25 agn, Tributos, v. 60, exp. 13, ff. 439-523, 2 de enero de 1811: “Tributos y subdelega-

dos, año de 1811”.

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correspondientes a los medios reales de los dos años quedaron pendientes y
se mandó al subdelegado que reanudara los cobros del año en curso a reserva
de exigirse en el futuro la deuda. No dudaban las autoridades que pronto
iban a lograr la puntualidad y celebraban la cadencia de los nuevos tribu-
tos por tercios: si se debían recolectar dos medios reales y un real y medio
se comenzó a probar una regularidad: “un real a cada contribuyente en el
primer tercio del año, otro tanto en el segundo y medio real en el último,
con lo que se conseguirá la total recaudación del modo más seguro y menos
gravoso a los que la sufren”.26 Contribuyente, fue la palabra que se empezó
a aplicar a los ciudadanos indios para lo relacionado con las gabelas.
En cierto modo, la decadencia de las repúblicas de indios comenzó con
la abolición de los tributos, cuya recolección por los gobernadores era un
elemento de poder que tenía su complemento en las largas listas de nombres y
calidades comprometidas en las matrículas. Para caminar conforme a la ma-
trícula hubieran tenido antes que arreglarse los gobiernos de las repúblicas,
las que, frente a las leyes de Cádiz abandonaron las elecciones. Las epidemias
de 1813 contribuyeron al desastre por el abandono del terruño. Un pueblo
muy golpeado fue Chimaluacán Atenco, cuya república, por voz del licencia-
do Fernández de San Salvador, pidió que se sirviera el virrey relevarlos “solo
por esta vez”, porque “los hechos públicos y notorios no necesitan prueba,
y de esta clase son los estragos de la última peste”. Las epidemias por siglos
se reflejaron en los tributos mediante expedientes pidiendo quitas o relevas
o demoras en los pagos y esta fue una de las últimas ocasiones que se aceptó
una dispensa completa en relación con los medios reales; en septiembre de
1813 la concedió el virrey Calleja.27 Al año siguiente las matrículas cayeron
en desuso. Colaboró la situación de Chalco y sus 76 pueblos, pues, según
el subdelegado de 1814, José Vélez, aparte de consumidos por las epidemias
habían quedado muchos focos insurgentes y gavillas de bandidos, así que

26 agn, Tributos, v. 30, exp. 25, ff. 427-434, 1813: “El subdelegado de Coatepec Chalco

sobre dificultades en el cobro de medios reales y bienes de comunidad”, foja 433v.


27 Por el artículo 141 de la Real Ordenanza de intendentes podían darse relevas mientras

duraran las epidemias y un tercio más, pero, por el artículo 124, se debía proceder a “espe-
ras”, sin total relevación ni rebajas. Los indios pidieron una nueva cuenta ante la muerte de
la mitad de los tributarios. agn, Tributos, v. 34, exp. 15, ff. 305-322, 1813: “El gobernador y
alcaldes del pueblo de Chimaluacán-Atenco, de la jurisdicción de Coatepec Chalco sobre el
relevo de las contribuciones de comunidad y medios reales”.

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no quería enfrentarse a los rechazos y prefería que se le aceptara una rela-
ción jurada, “como que es imposible cumpla yo mi responsabilidad de otra
suerte”. Alegaba que se había hecho la misma gracia a otras subdelegaciones.
Como los subdelegados prevalecieron después de 1810 ya no por un premio
proporcional a lo que recaudaba de los tributos, sino por un sueldo equiva-
lente de la Real Hacienda, se le dijo a este que no había razones para que
no cumpliera si su salario era para eso. Se le aceptó sin embargo la relación
jurada con el visto bueno del cura y como base para los padrones.28 Las rela-
ciones juradas de los párrocos suplantaron las matrículas por los huecos que
fueron dejando, además de por la muerte, por “la deserción que han hecho
otros siguiendo el partido de la insurrección”.29 Hacia 1817 y 1818 pareció
generalizarse el uso de padrones firmados por los párrocos que se basaban
en los registros parroquiales, excepto en la provincia de Mérida por el resta-
blecimiento de los tributos del rey tal como estaban antes de su extinción.
En la enorme provincia de México dichas gabelas se cobraron con re-
gularidad durante la guerra, compactándose en 2 reales y ½ que pagó cada
indio sin ser su única contribución y no sin dificultades. Hubo “malentendi-
dos”, por ejemplo, en Tlaxcala.30 En 1810, cuando se extinguieron los tributos
del rey don José Muñoz había hecho la declaración pública según el bando del
virrey Venegas del 13 de diciembre de 1810, y aunque leyó que los tributos de
servicio continuarían, no reiteró el compromiso porque habían llegado emi-
sarios de los insurgentes y temían reacciones. Al no cobrar, entendieron los
indios que estaban relevados de ambas cargas. En agosto de 1816 fue recon-

28 Calleja lo firmó el 15 de mayo de 1814. agn, Tributos, v. 57, exp. 3, ff. 220-224, 1814:
“El subdelegado de Chalco, don José Vélez, sobre dificultades de cobrar los medios reales
de Ministros y Hospital y sobre hacer esos enteros por relaciones juradas”. Ff. 221v y 222.
29 agn, Indiferente virreinal, Padrones, caja 3597, exp. 10, 8 f., 1818: “Padrón de los

naturales sujetos a contribuir con medio real para fondos de comunidad y medio real de minis-
tros y hospital, sacado con la mayor exactitud del padrón que rige en la parroquia de Chichi-
caztla”. Este padrón fue suscrito por el cura, así como todas las relaciones juradas menciona-
das y otras más que llevan la firma del subdelegado, del cura y de los escribanos de república o de
su gobernador y pueden ser consultadas en las cajas 22588, 2732, 2855 y 3597 del mismo
ramo Indiferente virreinal.
30 agn, Tributos, v. 34, exp. 15, ff. 323-353, 1816: “Los señores ministros de Ejército

y Real Hacienda, sobre el cobro de 6 843 pesos 1 real 8 granos que debe la jurisdicción de
Tlaxcala por los medios reales de ministros y hospital”. Las noticias referentes a la provincia
de Puebla se insertaron en este mismo expediente en ff. 349v-351.

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venido por el virrey Apodaca el nuevo gobernador y comandante militar de
Tlaxcala, Agustín González del Campillo, para que los exigiera a los alcaldes
de las cuatro cabeceras con todo y atrasos: debía explicar por qué no lo hacía.
La Real Hacienda le solicitaba 6 843 pesos 1 real 8 granos, es decir, 1 207 pesos
5 reales anuales. El fiscal Sagarzurieta analizó el caso y en mayo de 1817
se resolvió que quedaran relevados de los cinco primeros años (1810-1815),
pero comenzarían a pagar contando 1816 y se haría por relación jurada de
los párrocos junto con las autoridades civiles. Sin embargo, los tlaxcaltecas
también dan ejemplo de que las gabelas no eran todo lo que contribuían
porque se les exigían unos reales mensuales para sostener la guerra; por eso
creyeron que con esos reales podían eximirse de los otros, pero los funcio-
narios no lo vieron justo “porque todas cumplen, aunque se reconozca que
por las circunstancias de la guerra se aumentan más cada día”. Las palabras
tlaxcaltecas fueron que “a lo más que puede procederse es al cobro de lo
que venciere en lo sucesivo”, recordando que era “necesaria la oportunidad del
sosiego de la provincia perturbada y oprimida todavía por los malvados que
la infestan”. Pagaban, además de la subsistencia de los milicianos realistas, la
“iguala” por el pulque que introducían a las ciudades (una alcabala). El sub-
delegado pidió a los párrocos las relaciones en noviembre de 1816. Los indios
querían “menos rigor para los que estaban haciendo sacrificios en obsequio
del Rey, del Estado y de la Patria” aunque lo aceptaron por voz de don Juan
Diego Galicia Zihua Coateuctli: “está muy bien que las pensiones que por las
circunstancias actuales se aumentan más cada día, no releven a los indios e a
los medios”. Lo cierto es que a la restauración del rey con mayor comodidad
se siguió hablando de tributarios y de medios tributarios y la misma solución
se tomó para los partidos de Puebla que se estaban pacificando en 1816: los
pueblos comenzarían a pagar sin adeudos, según un documento que quedó
inserto en el mismo expediente de Tlaxcala. Puebla, que había estado casi
dos años bajo el dominio insurgente, ofrece otro ejemplo de las negociacio-
nes del virrey Apodaca con los partidos pacificados, pues la provincia seguía
“invadida de rebeldes y bandidos, excepto en la ciudad cabecera”. En dichos
partidos los indios aceptaron pagar, pero con los contribuyentes exactos ya
que la peste había matado a la mitad de sus 9 661 y medio tributarios conta-
dos en la última matricula de 1807.
En otras partes de la Nueva España el virrey Apodaca regularizó la situa-
ción entre 1816 y 1817 y hasta comenzó a cobrar algunos adeudos de tributos

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en las provincias de Guadalajara y de Oaxaca. En Guadalajara, hacia Lagos,
los tributarios de los partidos pacificados en 1816 aceptaron volver a la regla
y el subdelegado solo emplazó a tres: San Juan de la Laguna, San Miguel de
Buenavista y Concepción de Moya, los que por sus alcaldes manifestaron
que deseaban ser indultados sin ofrecer ninguna cantidad. Cuando se les
exigió el real y medio de comunidad de 1810 a 1816 acudieron al intendente
de la provincia y se formó un expediente en cuya Audiencia lograron obtener
solo la releva de los medios reales de ministros y hospital, ya que pagaban
una contribución mensual mayor para la guerra. La releva de la gabela de co-
munidad no les fue aceptada porque había pueblos en la misma circunstan-
cia, diezmados y abatidos y con falta de suficientes cosechas que cumplían.
Se aceptó, en cambio, que cuando los pueblos tuvieran ahorros depositados
en las cajas reales y se vieran muy necesitados, el dinero se tomaría de sus
“sobrantes”. El expediente llegó a México trayendo también a la memoria
un precedente del 11 de noviembre de 1812, de Zumpango de la Laguna
(ratificado en febrero de 1815), que puede ser el primero en el que se dejó
constancia del pago de los adeudos con los sobrantes de comunidad. Al sub-
delegado, el virrey Apodaca le ordenó que no volviera a descuidar la reco-
lección en dichos partidos “y a los que no estuvieren pacificados cuando lo
estén”.31 En Oaxaca, por su parte, los partidos de Coixtlahuaca y Teposcolula
también entraron en regla entre 1815 y 1817. Habían estado cumpliendo con
los medios reales y el real y medio desde 1811, pero durante los siguientes
dos años habían tomado los pueblos los insurgentes y se sufrió la epidemia.
La propia relación jurada de los curas de Coixtlahuaca señalaba que por
compasión se les habían dispensado los derechos parroquiales. El coman-
dante Melchor Álvarez recibió la solicitud de sus repúblicas y los exoneró
por tres años, de 1812 a 1814, con el visto bueno del virrey Calleja. Era noto-
ria la desolación; sin embargo, como el artículo 141 de la Real Ordenanza de
intendentes impedía que se concedieran relevas totales, se aconsejó solicitar
al rey su parecer. La respuesta desde España llegó el 9 de octubre de 1817,
por la cual los indios tomaron el compromiso de pagar de 1815 en adelante.

31 agn, Tributos, v. 40, exp. 16, ff. 276-292: “Intendencia de Guadalajara. Testimonio del

expediente promovido por los alcaldes de los pueblos de San Juan de la Laguna, San Miguel de
Buenavista y La Concepción de Moya, sobre que se les exima de pagar el real y medio de arcas
de comunidad por las miserias a que se ven reducidos por la presente revolución”, ff. 287-290.

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Aquí también daban un donativo especial para el sostén de la Compañía de
patriotas, además del servicio personal de “varios de nuestros individuos” e
igual satisfacían las alcabalas de sus ventas, es decir, la iguala por el pulque
y otras que no especificaron.32 En algunos partidos oaxaqueños, vale subra-
yarlo, los indios estuvieron más dispuestos a cargar con los compromisos de
los españoles como las alcabalas y las contribuciones directas. En Veracruz,
en los partidos pacificados también se pagaban colaboraciones a discreción
y se pedían iguales relevas.33 Lo acumulado en el fondo de medios reales
de ministros en la Real Hacienda casi se agotaba cuando comenzó a llenar-
se nuevamente. Ya regularizado únicamente el servicio militar fue pretexto
para no contribuir. Los indios, cuando se sumaban a las tareas de las tropas
en lo que fuera alegaban no pagar, como en Veracruz.34 En Tetepango, el
subdelegado de ese partido del centro de México, cuando avisó que los indios
realistas se negaban a dar los medios reales, recibió instrucciones de que
solo los que directamente estuvieran en los ejércitos se exentaran; de los
demás, aunque contribuyeran con la guerra, el fiscal de la Real Hacienda
dijo: “Será servido mandar se de cuenta al excelentísimo señor virrey. A fin
de que su Superioridad se digne dictar la oportuna providencia para que
el comandante militar del partido de Tetepango estreche a aquellos indios
realistas a que paguen los medios reales de ministros y hospital, porque de
otra manera nada se consigue”.35

32 En su alegato señalaron que sus grandes caudales habían sido retirados en 1793 para las

empresas reales: el Banco de San Carlos y la Compañía de Filipinas y nunca habían recibido
ningún dividendo. Esos ahorros de los indios que se sustrajeron de las repúblicas más ricas de
la Nueva España nunca se recuperaron. agn, Tributos, v. 30, exp. 26, ff. 435-454, 1815: “Los
naturales de Coixtlahuaca y Teposcolula, sobre que se les exonere por ahora de introducir en
cajas los bienes de comunidad y satisfacer las pensiones de hospital y ministros”, f. 445 y s.
33 agn, v. 30, exp. 28, ff. 466-481, 2 de agosto de 1817: “El gobernador de la república

de naturales de la Villa de Xalapa, sobre que se le dispense el entero de la contribución de


los medios reales de ministros y hospital, por no haberse podido recaudar en cuatro años,
por la peste y el levantamiento de los zapadores”.
34 agn, v. 30, exp. 29, ff. 482-489, 3 de septiembre de 1817: “El intendente de Veracruz, so-

bre si los indios que hacen servicio militar deben pagar los medios reales de ministros y hospital”.
35 agn, Tributos, v. 23, exp. 19, ff. 491-495, 1819: “Tetepango. El subdelegado del pari-

do da cuenta de que los indios se excusan de pagar los medios reales de Ministros y Hospital
a pretexto del servicio militar que hacen”.

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Nueva España todavía

Vigentes en los pueblos las divisiones entre castas y clases hacia 1820 la
sociedad no se podía igualar. Los españoles americanos observaban la igual-
dad con los europeos y los indios con los españoles americanos, sin embar-
go, el gran límite a la ciudadanía era la persistencia de la clase de los indios
tributarios, menos de un millón de individuos que sumados a sus familias
formaban la mitad de los habitantes de la Nueva España. Lo interesante es que
los tributos del rey restablecidos en la provincia de Mérida y en otras partes
de América y las gabelas ya prácticamente regularizadas volvieron a ponerse en
cuestión ese 1820, cuando las Cortes españolas se restablecieron y con ellas
los más importantes decretos sobre estas materias dictados en 1811 (extin-
ción de los tributos), 1812 (abolición de mitas, los servicios personales y
reparto de tierras) y 1813 (erección de los ayuntamientos constitucionales).
Por lo tanto, los dos últimos años de la dominación española permiten
com­prender por qué la legislación del Imperio Mexicano fue liberal. Entre la
Nueva España que acababa y la nación que surgía fluyó la continuidad ins-
titucional por la sucesión misma de las diputaciones, la de Nueva España y la
de México. Aquello que se había restaurado con el regreso de Fernando VII
se vino abajo el 15 de abril de 1820, al dictarse en España la Real Orden
comunicada por el Ministerio de Estado y de la Gobernación de Ultramar
por la cual entrarían nuevamente en vigor los decretos de las Cortes, tanto
de las Cortes generales como de las extraordinarias y de las ordinarias. Días
después se dictó la Real Orden del 29 de abril de 1820 por la que el rey
mandaba “abolir las mitas y otras pensiones de indios o cualquier servicio
personal bajo ese u otros nombres, y que se les repartan sus tierras”.36 Se
aludía al decreto del 9 de noviembre de 1812 que lo expresaba en su primer
punto “sin que por motivo o pretexto alguno puedan los jueces o goberna-
dores destinar o compeler a aquellos naturales al expresado servicio”.
Con el fin de “remover todos los obstáculos que impidan el uso y ejer-
cicio de la libertad civil de los españoles de Ultramar” y fomentar la agricul-
tura, la industria y la población, se reactivó en Madrid la discusión de los

36 Dublán y Lozano, Legislación mexicana, p. 514 (doc. 210), p. 516 (doc. 215), v. I.

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dos temas relacionados con la colaboración de los indios para los gastos del
estado: el primero si deberían volver a tributar en todo el imperio y el se-
gundo lo contrario: si era menester que cargaran con lo que se les exigía a los
españoles, materias que se abordaron en los siguientes meses y tomaron en
cuenta que hacia 1820 la tributación estaba restablecida en la subdelegación
de Chiapas y en la provincia de Mérida, en el Perú desde 1812 y en otros
virreinatos del sur. Entonces el Consejo de Estado argumentó que las Cortes
“pudieran expresar otro parecer” y la discusión prosiguió en ambas instan-
cias: se tuvieron presentes, además, las peticiones de los indios de volver a
tributar si se les retiraban las cargas varias que se les pedían por las guerras,
de ser así, si debían mantenerse los tributos únicamente dulcificando su
nombre con el de contribución, “hasta que se les civilice”, concluyendo que
unas leyes muy buenas no habían podido ser comprendidas. Ya que la elimi-
nación de los tributos había sido determinado por las Cortes para favorecer
la igualdad de los indios con los españoles y para que el Pleno deliberara
por última vez en Madrid, se acordó al finalizar el año que las diputaciones
americanas enviaran informes que enriquecieran la discusión, respetándo-
se, mientras tanto, lo decretado en tiempos de la primera vigencia de Cádiz
sin hacer novedad.37 En la Nueva España, los mencionados decretos de abril
de 1820 se conocieron con el retraso del mes que tardaba su envío por mar
mientras que las solicitudes de información sobre el estado que guardaban
los virreinatos llegaron casi al acabar el año y comenzar 1821. Su impacto
inmediato fue la cancelación de los trabajos que el virrey Apodaca llevaba
avanzados para el regreso de los tributos según la geografía de la guerra.
Después de Yucatán iba a continuar en partes de las provincias de Oaxaca
y Veracruz, luego en los partidos de otras provincias donde se supiera que
era posible y hasta mejores tiempos en las que se encontraban en rebeldía. Ya
que se había decretado el fin de los servicios personales de los indios bajo
cualquier nombre el virrey Apodaca solicitó a la Real Hacienda su parecer

37 agi, Legajo México, 2376, exp. 37 (segunda parte del cuadernillo, ff. 38-58), “Expe-

diente sobre si los indios, exentos ya del pago del tributo deben contribuir con la alcabala
y sobre el modo de sustituir el déficit para cubrir las cargas que con aquel se satisfacían”,
Madrid, 17-30 de agosto de 1820. Casi al final de la discusión, orientada a la vuelta de los
tributos, el dictamen se modificó por un voto particular del Conde de Piedrablanca.

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sobre cómo podían las gabelas ser “extirpadas”.38 Entonces el fiscal de la
Real Hacienda analizó lo correspondiente “con bastante solidez y erudición
en un pedimento bien largo” para descalificarlas.39 Sin embargo, a pesar del
repudio el dictamen únicamente se quedó en aconsejar al virrey que remi-
tiera el expediente a la Diputación Provincial de Nueva España. Cualquier
procedimiento sobre la materia llevaba a la diputación. Por mano del virrey
llegó el expediente a dicho cuerpo cuyos vocales se congratulaba porque
justamente a ellos les iba a tocar “remover de los indios desventurados unos
gravámenes como éstos, que son infinitamente odiosos por pertenecer ex-
clusivamente a esta clase privilegiada” e inútiles. Según los vocales, el virrey
Apodaca se había abstenido de suprimir el real y medio de comunidad para
no desproteger a los pueblos:

Lo que le detenía era no dejar los pueblos sin fondos para las atenciones de sus
respectivos ayuntamientos, sin escuela que educara la juventud, sin medios en
los desvalidos padres de familia, para que la mantengan y sin recursos en sus
penalidades, ya que los sacrificios de tres siglos no se las han aliviado, como
debiera haber sucedido con los fondos de comunidad que daban para mucho
más que esto.

Efectivamente, la recolección del real y medio servía para fines importantes


en los pueblos y de lo que no se gastaba los derroches eran tan notorios para
los vocales que “no había pues otro remedio que meditar un Plan de Arbi-
trios en obsequio de los mismos pueblos” que además pusiera fin a la desi­
gualdad en las contribuciones. Así “lo dejaron desear a los pueblos” para que
estos “lo solicitaran con ansia, como lo han hecho” y aparece como tal en las

38 La Diputación en 1822 lo recordaba con estas palabras: “Un desorden de esta clase
y las reclamaciones que fueron haciendo los pueblos llamaron al fin la atención del último
virrey español, conde del Venadito, que provocó al fiscal de Hacienda que dijese si los indios
continuaban, no obstante la Constitución, reportando estas graves y singulares cargas con
que agobiados se hallaban sumergidos en la mendicidad”.
39 Escribieron los vocales: “La injusticia era muy notoria para que no la confesara dicho

ministro, como lo hizo con bastante solidez y erudición en un pedimento bien largo, donde
analiza esas contribuciones para extirparlas; sobre lo que también discurrió el asesor provi-
sional de gobierno, mas terminando en dictamen con aconsejarle al conde del Venadito que
remitiese el expediente a la Diputación Provincial”.

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actas de las sesiones anteriores: “No hay Ayuntamiento que no pida medios
de subsistir. Todos claman por desempeñar sus atenciones. El vecindario de
la más ruin población sabe que de ella ha de salir todo lo necesario al alivio
de sus respectivas necesidades, y como puede desear el agua el sediento, así
anhelan ellos en lo general que se les diga lo que han de contribuir”.
Los pueblos de indios probablemente deseaban que se les fijaran sus
contribuciones como en el pasado y se les retiraran las excesivas y las que
solo recaían en ellos, no sin hacer sentir el repudio que les causaba pagar lo
mismo que los españoles. Cuando los indios de Oaxaca, Puebla y Veracruz
fueron interrogados en 1816 y 1817 sobre las contribuciones que estaban
en disposición de pagar, en sus respuestas dejaron ver esa discrecionalidad
y se lamentaron por los servicios militares en los que morían sus hijos o
quedaban contusos, quejándose, como siempre, de los servicios que solo a
ellos se les exigía como acarrear pasturas, servir de vigías o desviar un río.
En la Nueva España como en otros virreinatos los indios leales sugirieron
la vuelta de los tributos porque ya no querían más presiones sobre ellos.40
Eso explica por qué el virrey Apodaca había llegado lejos en la ruta del resta-
blecimiento de los tributos tal como estaban hacia 1808, así como en la ade-
cuación de la oficina en la Real Hacienda y planta de funcionarios, aparte
de lo necesario en informes y dictámenes para enviar a España y obtener
la aprobación del rey, como sucedió en 1819.41 A punto de consumarse la
independencia todas las posibilidades estaban en juego: inclinarse por los
tributos o no, quitar los medios reales y el real y medio, fijar una contribu-
ción regular equivalente a los tributos de los indios o lo contrario: igualarlos
con los españoles y volverlos ciudadanos porque, si los indios no pagaban lo
que todos, quedarían en ese punto favorecidos en relación con los demás.
Cuando llegó la independencia del Imperio Mexicano las cosas permane-
cían sin hacerse novedad: unos indios pagando unas cargas y alcabalas y

40 agn, Indiferente Virreinal, caja 2388, exp. 1, ff. 152v-190v, Las opiniones de los indios

se encuentran en: “Real Cédula del 1 de marzo de 1815. Sobre que se restablezca el ramo de
tributos con el nombre de contribución”.
41 AGI, Legajo México, 2376; Correspondencia de Venadito (en hojas sueltas). La apro-

bación del rey a la propuesta del virrey Apodaca del 31 de agosto de 1819, sobre la incor-
poración de la Contaduría General de Retasas al Tribunal de Cuentas de la Real Hacienda
para volver a poner en pie la Oficina de Tributos con dictamen del Contador General de la
América Septentrional, en “Carta 828. El Virrey”.

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otras diferentes pensiones, además de servicios personales y pagando los
tributos completos los de la provincia de Mérida.

Lo que debía imponerse para solventar los gastos

En 1822 la Diputación de México no tomó sino retomó el problema a la


vista de los expedientes abiertos por la de la Nueva España sobre lo que
se debería extinguir y lo que debía imponerse para que los indios y los veci-
nos contribuyeran con regularidad, pues muchos de los pueblos eran ante
todo vecindarios compuestos también por españoles y castas. Siendo dife-
rentes las gentes ¿cómo igualar las cargas?42 Descartada la capitación pareja
los vocales lo meditaron “muy despacio” y estudiaron “el modo de pensar
de los pueblos en sus mismas instancias”. Habían visto diversos planes y
analizado sus ideas (tuvieron tres a la vista) y sacado por fruto de todo, en
sus palabras, “el diseño tosco que acompaña para que Vuestra Majestad le
dé la última mano” (la Suprema Junta Gubernativa). En ese “diseño tosco”
se consideró dejar a los pueblos los propios y arbitrios que ya estaban apro-
bados. En seguida, se propuso ceder a los ayuntamientos las tierras comunales
de los indios, aunque respetando la propiedad y posesión preexistentes.
Todas las tierras de común repartimiento formarían su dote prescindiendo de
sus títulos antiguos, dejando a cada cual la porción que poseyera y lo mismo
regiría para los vecinos: “…Prescindiendo del título por que le corresponden
al común, pero respetando al mismo tiempo el derecho de propiedad o el
individual de los vecinos, previene que no se les altere ni en lo mínimo,
sino que se deje a cada cual la porción que a la sazón tenga en los mismos
términos en que le hubiere sido de antemano concedida”.
Eso explica por qué los indios con más propiedades en usufructo, comu-
nales y rentadas a los vecinos se vieron obligados a participar en los ayunta-

42 Los vocales explicaban: “¡Ah, si no nos detuviera la consideración de que todos los

pueblos son unos míseros, incapaces de dar lo que se les pida, y aun lo que sus ayuntamien-
tos mismos ofrecen! La cosa sería fácil con ponerle a cada cabeza un censo; pero no por eso
sería asequible, sino ruinosa, en el actual estado del imperio”.

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mientos a riesgo de perder el control sobre sus recursos. Lo mismo respecto
a los antiguamente llamados “bienes espirituales”, porque “tributando su
respeto a la Iglesia” la diputación dispuso que también se aplicaran como
dote a los ayuntamientos las tierras de cofradía, argumentando el abuso que
había en el encubrimiento de ese tipo de propiedades con una salvedad
que beneficiaba a las cofradías de españoles: dejar la dotación en pie mien-
tras se indagaba su origen porque estaban respaldadas en documentos más
sólidos.43 En el caso de las tierras baldías (antes realengas), y las baldías perte-
necientes a los pueblos se dispuso que, “sin pararse en el título de su adqui-
sición” se dividieran entre los vecinos indistintamente con los dos objetivos
de igualar a la sociedad y de fomentar la agricultura:

El primero, de extirpar la distinción de clases y castas, que debe quedar para


siempre abolida, y el segundo, de comenzar a dar cumplimiento en lo posible
al decreto de las Cortes de 4 de enero de 1813 y su adicional del año de 1821,
en que consultándose a fomentar la agricultura, se trata de reducir todos los
terrenos baldíos o realengos y de propios y arbitrios a propiedad particular, cuidándo-
se de que la renta que pagan por ellos reemplacen la utilidad que podrían dar
teniéndolos pro indiviso y para las necesidades comunes del pueblo.

Sobre el primer objetivo, extirpar la distinción de clases y castas, vale subrayar


que la intención de repartir tierras baldías a las castas superó las disposiciones
de Cádiz. En la Nueva España dos veces fue superado el planteamiento de
los constitucionalistas españoles en relación con los negros y mulatos libres:
primero en 1810 y luego en 1822. En la primera fecha el virrey Venegas les
extendió la libertad de no pagar tributos cuando traía como instrucciones
solo liberar a los indios y cargar las rentas de las encomiendas y los sueldos de
los subdelegados a las castas. Venegas liberó del tributo a todos porque ya lo
hacían los insurgentes y porque entre las castas también había leales. Con
este antecedente, el 13 de Marzo de 1811 las Cortes españolas lo aprobaron
y lo extendieron a toda América. Sin embargo, un segundo punto dictaba

43 Los vocales aclaraban: “En ínterin se averigua, si en efecto lo son, como pide la ley,

dejando siempre la dotación en pie mientras duran las indagaciones para que no se interrum-
pa el culto divino que encarga a los ayuntamientos con estrechez, así como a ellos y al cura
respectivo, la diligencia más activa para escudriñar lo verdadero”.

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“que la gracia de repartimiento de tierras de los pueblos de indios no se
extendiese a las castas”. Así, los negros y mulatos libres fueron altamente
favorecidos tanto por la guerra como por la declaración de la independen-
cia: se liberaron de su “infamante tacha” de descender de esclavos, tomaron
las cargas de los españoles y hasta pudieron acceder a la tierra de los indios,
aunque la independencia no logró abolir la esclavitud.
Sobre el segundo objetivo, “reducir todos los terrenos baldíos o rea-
lengos y de propios y arbitrios a propiedad particular”, los vocales negaron
este postulado explicando que el reparto iba a ser compatible con lo dis-
puesto por las Cortes “en lo posible y no en el todo”, puesto que la tierra
era dable en propiedad y la Diputación Provincial decidió que se diera en
usufructo ante lo riesgoso que era conceder la propiedad a “unos infelices”,
especialmente tratándose de pueblos cortos.44 Explicaban que si para incli-
narse por lo primero “obra la justa consideración de que nunca lo ajeno
se cuida y se fomenta como lo propio, también les venía el temor racional y
fundado de que siendo estos dueños unos infelices podían desprenderse fácil-
mente de lo que se les repartiera en propiedad, empeñando o vendiendo por
la viudez de una mujer o alguna enfermedad o el casamiento de un hijo, y eso
engrosaría el caudal de los hacendados y reduciría a los indios a la miseria:
Testigo de esto es la experiencia lamentable que tenemos en el reino, a
pesar de las trabas que las leyes ponían para que los indios no enajenaran
sus tierras sin licencia del gobierno. ¡Cuántos ranchos que no merecían otro
nombre llegaron después a ser grandes haciendas!
Los vocales temían que algo semejante sucedería si los “repartimientos”
a los vecinos de los pueblos se daban en propiedad y no en usufructo al
cuidado de los ayuntamientos. “Dentro de muy poco tiempo veríamos a sus
dueños pordioseando en las calles, robando en poblado o asaltando cami-
nos, y de todos modos oprimiendo a la sociedad con su pesada existencia”.

44 Los vocales explicaban: “Detenidamente acaba de decidirse que en lo posible y no en


el todo, se daría lleno a lo dispuesto por las Cortes, sobre repartimiento de tierras, por ser
un problema difícil para la diputación provincial resolver que será más útil al imperio en el
estado actual de los pueblos cortos, si enajenar sus tierras, reduciéndolas a propiedad particu-
lar, como generalmente dispuso el Congreso español o darlas sólo en usufructo, como en el
plan adjunto se ha puesto”.

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Secuela

Ya resuelto el plan a los vocales que integraban la segunda comisión solo


les restó abogar por las personas que resultarían afectadas: los ministros del
extinto Juzgado General de Indios, otros empleados públicos y los funcio-
narios y empleados del hospital de indios por las “funestas resultas”.45 Solo
había deseos para que la superioridad les atendiera “como buen padre, que
si alivia a unos de sus hijos, no se olvida de los otros, que también le son
muy caros”. Algunos funcionarios que no se retiraron durante la guerra por
edad se reclasificaron. Las últimas órdenes emitidas para el pago de sueldos
del fondo de ministros provinieron de la Contaduría de retasas en 1820,
pero queda claro que se pagaron en 1821 sin saberse si se cubrió el primer
tercio de 1822.46 La última lista sobre la recaudación de los medios reales
en los pueblos es de junio de 1825: se incluyó en el informe que rindió el
ciudadano Francisco Eligio Vera, alcalde del pueblo de San Juan Bautista
Citlaltepec, Zumpango, al ayuntamiento de dicha municipalidad.47 Los
dineros acumulados en el fondo de Ministros o en las tesorerías pasaron a
la masa común de dinero de la Hacienda Nacional. Por su parte, los bienes
del hospital quedaron a cargo del Ayuntamiento de la ciudad de México
para que sus usufructos se aplicaran en provecho de los indios.48 Su caudal

45 Escribieron los vocales: “Resta sólo insinuarle a vuestra majestad que quitado una
vez, como en concepto de la diputación debe suprimirse para siempre, por un bando que
se publique al efecto, el medio real de ministro, el medio real de hospital y el uno y medio de
comunidad con que han contribuido los indios, es muy natural que cesen las dotaciones de los
empleados que se mantenían de esos fondos, cuyas funestas resultas son dignas de atención,
y que cerrado también el hospital de naturales, como es indispensable, se extinguirán por
precisión las plazas de los que los sirven, cuyo infortunio también merece aprecio”.
46 agn, Indiferente Virreinal, caja 4229, exp. 015 (Tribunal de Cuentas, 1820), 10 f.

“Tributos. libramientos del contador y oficial de la mesa de retasas que se pagan sus sueldos
de Medio Real de Ministros”.
47 El documento incorpora la lista de los que pagaron en los barrios de Santa María,

San Pedro, San Miguel y San Lorenzo. “Cuenta de los bienes de comunidad del pueblo de San
Juan Bautista Citlaltepec, Zumpango, pertenecientes al año de mil ochocientos veinticuatro
y veinticinco, que rinde el ciudadano Francisco Eligio Vera, como alcalde que fue de este
pueblo al Ayuntamiento Constitucional de la Municipalidad”.
48 Los vocales escribieron: “La fábrica material del hospital y el coliseo que le corres-

ponde, parece que deben ponerse a cargo del Ayuntamiento de esta corte con el fin de que,

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no era despreciable, llegaba a 40 000 pesos anuales cuando el oidor Beleña
era su juez protector, en los que se incluían 23 000 pesos del medio real
que pagaban los indios y 1 400 pesos con que contribuía la Real Hacienda.
Esa proporción se sostuvo en las siguientes décadas y aumentó según cre-
cieron los indios en sus pueblos. Dos rentas más quedarían a beneficio de
los indios: la primera, lo que pudiera rendir la misma finca del hospital en
arrendamiento, y la segunda, “lo que produzca el coliseo, que es suyo”. Dichos
bienes y el dinero que permanecía en “ajenos” de la ahora llamada Hacienda
Nacional se atribuyeron al Ayuntamiento de la ciudad de México, a reserva
de que apenas instalada Regencia esta se encargaría de “dar las providencias
convenientes sobre edificios, caudales y demás objetos del establecimiento
del hospital de naturales”. Pasadas tres décadas, lo que quedaba todavía sir-
vió para fundar la primera Escuela Nacional de Agricultura, San Jacinto.
Esta Representación se firmó el 12 de febrero de 1822 y tres días después,
el 15 de febrero, llegó una queja de Huichapan que dio motivo a que se abolie-
ron por primera vez las contribuciones de comunidad, que allá se habían vuel-
to una pensión de un peso y medio, no un real y medio.49 En consecuencia,
los remanentes de los dineros de comunidad que permanecieron en las locali-
dades se los atribuyeron los ayuntamientos correspondientes. Dos semanas
después, el 21 de febrero de 1822, se expidió el decreto para la abolición de
los tres tributos de servicio que perduraron desde el siglo xvi en tres puntos:

destinando el primero al uso que convenga, ceda el arrendamiento de ambas fincas en bene-
ficio de los indios, pagándoles en el hospital de San Juan de Dios, u otro de los que están a
cargo del Ayuntamiento, unas cuantas camas para los que enfermen, las que alcancen a dejar
un tercio libre, de lo cual podrá hacerse mediante una iguala para evitar formación y glosa
de cuentas, llevando sí, el Ayuntamiento por separado, la que pertenezca a esas fincas que
ahora se le ceden para que los sobrantes de lo gastado en las camas se aplique igualmente en
provecho de los indios que son sus verdaderos dueños”.
49 Dicha queja deja buen ejemplo de las que se recibieron tanto por la Diputación de la Nue-

va España como por la de México entre 1820 y 1822. El fin de la guerra las volvía más justas. Esta
llegó por medio de un oficio del Ministro de Relaciones Interiores y Exteriores, que solicitaba
que se relevara a “aquellos naturales de la pensión de doce reales de comunidad que actualmente
pagan”. Los vocales escribieron: “se acordó informar a su alteza que es muy justa la solicitud y
que ya esta diputación tiene dictadas providencias para que en lo general se extinga la pensión de
que se trata”. “Extinción de los reales y medio de comunidad”. Sesión 59, 15 de febrero de 1822.
Diputación Provincial de México. En Noriega, Actas de la Diputación, p. 150-153.

493

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el último, la orden que faltaba para que los demás hospitales admitieran a los
indios como a cualquiera ciudadano. Es este el texto:

La soberana junta provisional gubernativa habiendo tomado en consideración la


exposición que la excelentísima Diputación provincial de esta Corte le ha hecho
sobre lo gravoso que es a los pueblos del imperio la contribución que recargan
con el nombre de medio real de ministros, medio real de hospital, y uno y
medio de cajas de comunidad, ha venido en decretar y decreta: 1. Se suprimen
las contribuciones de medio real de ministros, medio real de hospital, y uno
y medio reales de cajas de comunidad, por la inutilidad del objeto con que se
han conservado hasta el día, gravando a los indios contra toda justicia. 2. La
regencia se encargará de dar las providencias convenientes sobre edificios, cau-
dales y demás objetos del establecimiento del hospital de naturales. 3. Se dará
la orden correspondiente para que en los demás hospitales se admitan á los
indios enfermos como á cualquiera otro ciudadano.50

Precuela

Al perder los indios la exclusividad de sus pueblos se abrió paso la representa-


ción política de los vecinos que convivían con ellos dentro o fuera del recinto
(cuando no se trataba de pueblos de puros indios) para regular entre todos
los “propios”: sus bienes ahora adjudicados como dote a los ayuntamientos. El
plan, reflejo de una larga e intensa meditación solo constó de un artículo para
la cesión de los bienes de comunidad, de cofradía, fundo legal, bosques, agosta-
deros, baldíos y todas tierras que no fueran de propiedad particular: “Artículo
único. Todos los pueblos que tengan ayuntamiento contarán por propios suyos
las tierras todas de repartimiento que le toquen respectivamente hoy día a la
demarcación a que se extiende su cuidado, bien sea a título de fundo legal o con
el nombre comunidad, o con el de cofradía”.

“Decreto xxxviii. Se suprimen las contribuciones de hospital, ministros y comuni-


50

dad”, 21 de febrero de 1822 en Del Moral y Galván, Colección de órdenes, pp. 125-128.

494

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Lo determinaron cinco reglas. La primera dictó que las tierras de co-
fradía las arrendaría el ayuntamiento, o bien, las cuidarían los curas si eran
bienes debidamente asentados, como los que sustentaban las fiestas de es-
pañoles.51 La segunda atañe a las tierras tanto del fundo legal como las de
comunidad que estuvieren repartidas a determinados sujetos, las que con-
tinuarían en su poder, pero pagando en lo sucesivo “un canon o pensión
moderada para el bien del pueblo”. Esta parte se refiere a los indios y es
fundamental para comprender las equivalencias que los vocales establecie-
ron para justificarlos como ciudadanos. Dicho canon o pensión moderada
para ellos puede apreciarse como una conmutación de lo nuevo por lo
antiguo, ya que debía asumirlo el indio “en lugar de los servicios que antes
daba, los cuales sean de la clase que fueren quedan suprimidos para siem-
pre”. Sobra decir que las tierras de comunidad de los indios arrendadas a
sus vecinos las fueron perdiendo con mayor facilidad así como las tierras
que aborda la tercera regla, las “no aplicadas” a la labranza, las que, para
fomentar la agricultura, se proponía que se repartieran indistintamente
entre los vecinos de cada pueblo en razón del número de individuos de las
familias interesadas, también bajo el mismo canon o pensión que debía
ingresar al fondo del ayuntamiento. Así, la cuarta aclaró que dicha pensión
se entregaría en dinero o en especie de las mismas semillas de los cultivos
o según lo que el ayuntamiento estimase, “no siendo dable dictar una regla
general que iguale a todos los pueblos”. La quinta regla era operativa: cada
ayuntamiento daría a su diputación provincial una razón exacta de la exten-
sión de todas las tierras para hacerse una idea cabal, evitar fraudes y conocer
su potencial en beneficio de la agricultura.
Ahora bien, en cuanto a los arbitrios (o procedimientos para allegarse
de fondos), el plan constó de 11 artículos. Los artículos del 1 al 7 establecie-
ron los conceptos de arbitrios: lo serán todos los establecidos de antemano
que contaran con licencia de la Diputación Provincial. Se respetarían los

51 Elayuntamiento tendría la obligación de arrendar las tierras de cofradía y pagar las


funciones de la iglesia moderando sus gastos, y solo las fiestas principales, mientras que se
averiguara el verdadero origen de otras fiestas sagradas. Los vocales puntualizaron: “Cuando
hubiera constancia de estar fundadas conforme a ley podrían salir de manos del Ayunta-
miento y entrarán a cuidarlas los curas, a cuyo efecto se les encargó que aclararan la verdad,
dando cuenta a la Diputación correspondiente”. La medida les abonó muchos bienes.

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arbitrios invariables como el reconocimiento de pesas y medidas dos veces
al año con el mismo arancel sin modificar desde 1784. Seguiría igual la pen-
sión que pagaban los puestos de las plazas el día de tianguis, que nunca ha-
bían cobrado los indios sino las autoridades en los pueblos de crecido vecin-
dario. Lo mismo los permisos para diversiones públicas: maromas, corridas
de toros, gallos, comedias, títeres y otros espectáculos, así como las licencias
para el fierro de ganados y abrir ventas y mesones. Finalmente, seguirían
igual las multas a los transgresores de los bandos y órdenes superiores.
Los artículos del 8 al 10, por su parte, abordan la integración de la junta
de los vecinos de cada pueblo y de los pequeños pueblos agregados a cada
municipalidad, a las que deberían asistir también el cura y el juez de letras o
subdelegado respectivo, para administrar lo que podían rendir los arbitrios,
así como ventilar, examinar y ajustar lo que debía contribuir cada vecino, no
solo paisano, sino militar o eclesiástico, puesto que “todos deben coadyuvar a
la felicidad del pueblo de su residencia así como participar de sus ventajas
y a que alcance algún sobrante para ocurrir a lo imprevisto”. Una vez acor-
dados los arbitrios y los propios se daría cuenta a la Diputación Provincial
para aprobarlos. Estos artículos abordan los plazos y procedimientos para
celebrar la junta y dar cumplimiento al plan, ya que mientras no se apro-
bara debían continuar las contribuciones conocidas. Así tomaron un lugar
político los vecinos ya muy visibles en las cabeceras desde décadas atrás. Los
vocales subrayaron que “se abstuvo muy bien la diputación de imponer con-
tribución directa a los vecinos” e informaron que no faltaron ayuntamientos
que la pidieran, ante la dificultad de observar una igualdad geométrica que
podía resultar odiosa para los indios y las castas que acababan de salir del
tributo “que aborrecían de muerte”.52 Para la conservación de los fondos la
Diputación aprobó que los ayuntamientos se ciñeran a lo dispuesto por las
Cortes, de modo que el artículo 11 y último estableció que: “Para resguardo

52 Lo que hizo la diputación, en cambio, fue: “Dejar a discreción de los pueblos el canon

o gravamen con que quieran contribuir sus vecinos, mediante la junta que previene hagan
los ayuntamientos de los principales sujetos de ellos, sin distinción de jerarquías o fueros,
porque de las contribuciones municipales no debe haber privilegio que excuse respecto a
que todos disfrutan igualmente del provecho, prometiéndose de esas juntas el mejor acierto
por los exactos conocimientos que debe haber en lo concurrentes; empero sin fiarle a ellos la
resolución que debe quedar pendiente de las diputaciones provinciales respectivas en obvio
de parcialidades, chismes y enredos”.

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y conservación de los fondos se arreglará cada Ayuntamiento a lo dispuesto
por decreto de las Cortes españolas, de 4 de enero de 1813, en la Instrucción
para los ayuntamientos, juntas provinciales y jefes políticos, mientras los constitu-
yentes de este imperio no alteren su régimen”.
La diputación entera aprobó el Plan de Propios y Arbitrios, así como la
representación dirigida a la Suprema Junta Gubernativa. Firmaron el docu-
mento el 12 de febrero de 1822 los señores Mimiaga, Vélez, Barquera y Pri-
mo pasados pocos meses de la entrada de las fuerzas trigarantes a la ciudad
de México y a unos cuantos días de que se establecieran las bases consti-
tucionales del Imperio Mexicano. Solo quedaba esperar que se diera a la luz
“un plan tan equitativo que no agobie a los pueblos, y tan útil que ocurra
en lo posible a sus necesidades”. Estos valores moderaron las reflexiones
de los vocales que tuvieron el honor de quitar a los indios las gabelas más
antiguas, de homologar a la sociedad y abrir el horizonte de los pueblos a la
vida municipal y quedaron satisfechos.53
El Plan de Propios y Arbitrios para unos pueblos ya no enteramente de
los indios marcó un cambio de larga duración en la sociedad rural. Con los
ayuntamientos no había lugar para una vida en comunidad con un gobier-
no particular ni nada del antiguo régimen que propiciara una sociedad es-
cindida en clases y castas. Este proceso de desmantelamiento de lo antiguo
con resultados desiguales a corto y a largo plazo se llevó adelante amparado
en el constitucionalismo durante la guerra y en la independencia misma y se
inspiró en las leyes y decretos de 1812 y 1813, 1820 y 1821. Representa la
libertad de los vocales en el debate político de los primeros meses de la vida
independiente, el cansancio de la guerra y el desorden que existía cuando
tuvo que extirparse lo viejo y enmarcarse lo nuevo bajo ideas relativas a la

53 Escribieron: “Está muy distante la Diputación Provincial de lisonjearse con el placer


de haber atinado en el plan que ofrece. Lo que ha querido es cumplir con una de sus más sa-
gradas obligaciones, calmar las quejas de los pueblos, aliviar sus miserias, abrir escuelas para
la juventud, fomentar la agricultura y despertar a los apreciables hijos de este imperio (que
han vivido hasta ahora en la ignorancia) del entorpecimiento grande a que los habituó su
miseria. ¡Dichosa la diputación si hubiere acertado en sus ideas!” Su pluma probablemente
fue De la Barquera, quien en el mismo 1822 publicó sus Lecciones de, además de otros opúscu-
los ceñidos al movimiento educacionista que distingue la época. Por sus contribuciones en
el Diario de México desde 1806, Pavón encuentra en sus escritos el surgimiento del romanti-
cismo en la Nueva España; véase Pavón, “Juan María Sánchez”, pp. 37-54.

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libertad civil, la igualdad y a la utilidad pública. Lo promisorio para las
castas no lo fue para los indios que si ganaron su calidad de ciudadanos
también postulada por la insurgencia durante la guerra, comenzaron a per-
der el control del patrimonio que no estaban trabajando directamente: lo
arrendado, lo prestado, lo acumulado, sus edificios, agostaderos, bosques y
manantiales se fueron poniendo en apuros con diferencias según se tratara
de pueblos de puros indios, cortos o ricos o pueblos que ya eran verdaderos
vecindarios e inauguró décadas de conflictos rurales. Sobre la desamortiza-
ción de los bienes, la colonización de baldíos, los movimientos de los indios
por mantener o recuperar sus recursos y otros temas relativos a la violencia
rural la bibliografía es tan abundante que no se comenta. El resultado de la
independencia tanto para los indios insurgentes como para los leales al rey
fue el mismo y la misma sería su lucha por lo que deseaban en común. Casi
dos siglos tuvieron que transcurrir para que las dos formas de organización
política de los pueblos se hicieran posibles: el municipio libre y el gobierno
de los indios por usos y costumbres.

Gráfica 1 Medio real de Ministros en 1805 y 1810


15000
1810
1805

12000

9000
14 356.4.0
14 030.3.9

6000
9 187.5.6
2 443.6.9

6 293.1.9
6 304.7.3
1 888.3.3

1 874.1.6
1 821.3.3
1 798.4.0
1 744.2.3
5 483.3.9
5 222.0.9
5 080.6.6

3000
269.5.3
330.7.9
62.1.3
62.1.3
0.0.0
0.0.0

0.0.0
0.0.0

0
Arispe

Guadalaxára

Guanaxuato

Mérida

México

Oaxaca

Potosí

Puebla

Veracruz

Zacatecas
Valladolid

1810: 41 769.1.9 Pesos, reales y tomines 1805: 36 485.4.0

Fuente: agn, Indiferente virreinal, caja 2388, exp. 1, ff. 62-64v. Estado general de los tribu-
tos y medios reales, 1810; y Tributos, v. 43, exp. 9, ff. 281-283. Estado general de los tributos
y medios reales, 1805. Ortografía original.

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Gráfica 2 Medio real de Hospital en 1805 y 1810

15000 1810
1805

12000

9000

14 356.4.0
14 030.3.9
6000
2 443.6.9

1 874.1.6
1 821.3.3
1 888.3.3

6 293.1.9
6 304.7.3

1 798.4.0
1 744.2.3
5 483.3.9
5 222.0.9
3000
900.3.6
853.1.9

385.7.0
322.7.0

344.0.3
391.5.9
0.0.0
0.0.0

0.0.0
0.0.0
0
Arispe

Guadalaxára

Guanaxuato

Mérida

México

Oaxaca

Potosí

Puebla

Veracruz

Zacatecas
Valladolid
1810: 33 880.0.6 Pesos, reales y tomines 1805: 32 579.3.0

Fuente: agn, Indiferente virreinal, caja 2388, exp. 1, ff. 62-64v. Estado general de los tribu-
tos y medios reales, 1810, y Estado general de los tributos y medios reales, 1805, Tributos, v.
43, exp. 9, ff. 281-283. Ortografía original.

Cuadro 1.
1810. Partidos que más contribuían con el real y medio de comunidades

# Partido Provincia Real y medio de


Comunidades
1 Zelaya Guanaxuato 6 045.6.0
2 Costa alta y baxa Mérida 4 991.6.0
3 Sierra-alta Mérida 4 154.2.0
4 Tiosuco Mérida 3 853.0.0
5 Xilotepéc México 3 758.6.6
6 Camino Real Alto Mérida 3 627.2.0
7 Sierra-baxa Mérida 3 524.0.0
(continúa)

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(concluye)
# Partido Provincia Real y medio de
Comunidades
8 Sotuta Mérida 3 500.2.0
9 Valladolid Mérida 3 324.4.0
10 Camino Real Baxo Mérida 2 987.2.0
11 Querétaro México 2 910.1.6
12 Teposcolula Oaxaca 2 709.3.0
13 Tenango México 2 592.6.0
14 Ixtlahuaca México 2 511.4.6
15 Tepeaca Puebla 2 321.5.0
16 México, sus dos parcialidades México 2 259.0.0
17 Villalta Oaxaca 2 205.1.6
18 Chalco y Tlayacapa México 2 173.2.6
19 Tlaxcala México 2 102.5.0
20 Oaxaca Oaxaca 2 058.1.6
21 Metepéc México 2 020.7.0
22 Mextitlán México 1 955.5.0
23 Cuernavaca México 1 949.3.6
24 Temascaltepéc México 1 863.6.0
25 Llanos Puebla 1 848.0.0
26 Tisimin Mérida 1 840.4.0
27 Mérida Mérida 1 813.0.0
28 Zacatlán Puebla 1 753.7.0
29 Zayula Guadalaxára 1 737.3.0
30 Texcuco México 1 717.5.6

Fuente: agn, Indiferente virreinal, caja 2388, exp. 1, ff. 62-64. Estado general de los tributos
y medios reales, 1810.

500

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Cuadro 2
1810. Partidos con mayor contribución al medio real de Hospital

# Partido Provincia Medio real de Hospital


1810 1805
1 Zelaya Guanaxuato 1 745.0.6 1 279.7.3
2 Xilotepéc México 1 058.4.9 990.5.6
3 Querétaro México 853.1.9 824.0.3
4 Teposcolula Oaxaca 769.4.3 720.4.6
5 Tenango México 738.4.9 671.7.6
6 Ixtlahuaca México 717.7.0 736.2.6
7 Villalta Oaxaca 664.4.6 667.0.0
8 Tepeaca Puebla 662.3.6 714.3.9
9 Chalco y Tlayacapa México 631.0.6 737.4.3
10 Tlaxcala México 603.6.9 661.1.6
11 México, sus dos parcialidades México 593.7.9 604.4.0
12 Metepéc México 588.7.9 548.4.6
13 Cuernavaca México 570.7.3 544.1.9
14 Oaxaca Oaxaca 570.4.0 485.2.6
15 Mextitlán México 561.0.0 457.0.6
16 Llanos Puebla 545.4.9 519.4.6
17 Temascaltepéc México 540.7.9 505.5.3
18 Zacatlán Puebla 527.1.0 514.2.0
19 Zayula Guadalaxára 499.4.9 464.4.3
20 Tlapa Puebla 498.7.3 475.6.3
21 Tehuacan Puebla 497.2.6 497.2.6
22 Zacualpan y Escateopan México 477.3.6 444.6.6
23 Huauchinango Puebla 471.3.9 478.7.9
24 Texcuco México 471.1.3 471.5.0
(continúa)

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(concluye)
# Partido Provincia Medio real de Hospital
1810 1805
25 Orizava Veracruz 446.2.6 441.4.3
26 Tulancingo México 423.4.0 414.6.0
27 Huaxuapan Oaxaca 397.1.0 361.0.3
28 Zitáquaro Valladolid 389.4.3 365.2.3
29 Atlixco Puebla 384.4.3 384.4.3
30 Teutila Oaxaca 378.2.6 356.6.9

Fuente: agn, Indiferente virreinal, caja 2388, exp. 1, ff. 62-64v. Estado general de los tributos
y medios reales, 1810; y Tributos, v. 43, exp. 9, ff. 281-283. Ortografía original. Estado general
de los tributos y medios reales, 1805.

Cuadro 3
1810. Partidos con mayor contribución al medio real de Ministros

# Partido Provincia Medio real de Ministros


1810 1805
1 Zelaya Guanaxuato 1 745.0.6 1 279.7.3
2 Costa alta y baxa Mérida 1 247.7.6 656.0.6
3 Xilotepéc México 1 058.4.9 990.5.6
4 Sierra-alta Mérida 1 038.4.6 567.2.0
5 Tiosuco Mérida 963.2.0 465.0.6
6 Camino Real Alto Mérida 906.6.6 575.6.6
7 Sierra-baxa Mérida 881.0.0 446.3.0
8 Sotuta Mérida 875.0.6 439.3.6
9 Querétaro México 853.1.9 824.0.3
10 Valladolid Mérida 831.1.0 402.1.6
(continúa)

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(concluye)
# Partido Provincia Medio real de Ministros
1810 1805
11 Teposcolula Oaxaca 769.4.3 720.4.6
12 Camino Real Baxo Mérida 746.6.6 420.0.6
13 Tenango México 738.4.9 671.7.6
14 Ixtlahuaca México 717.7.0 736.2.6
15 Villalta Oaxaca 664.4.6 667.0.0
16 Tepeaca Puebla 662.3.6 714.3.9
17 Chalco y Tlayacapa México 631.0.6 737.4.3
18 Tlaxcala México 603.6.9 661.1.6
19 México, sus dos parciali- México 593.7.9 604.4.0
dades
20 Metepéc México 588.7.9 548.4.6
21 Cuernavaca México 570.7.3 544.1.9
22 Oaxaca Oaxaca 570.4.0 485.2.6
23 Mextitlán México 561.0.0 457.0.6
24 Llanos Puebla 545.4.9 519.4.6
25 Temascaltepéc México 540.7.9 505.5.3
26 Zacatlán Puebla 527.1.0 514.2.0
27 Tlapa Puebla 498.7.3 475.6.3
28 Tehuacan Puebla 497.2.6 497.2.6
29 Zacualpan y Escateopan México 477.3.6 444.6.6
30 Huauchinango Puebla 471.3.9 478.7.9

Fuente: agn, Indiferente virreinal, caja 2388, exp. 1, ff. 62-64v. Estado general de los tribu-
tos y medios reales, 1810, y Tributos, v. 43, exp. 9, ff. 281-283 Estado general de los tributos
y medios reales, 1805. Ortografía original.

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Dos parroquias en los años
de la trigarancia,1820 y 1821

Celina Becerra1

Este trabajo busca responder las siguientes preguntas sobre los su-
cesos y significados de los años 1820-1821 en una región bien delimitada de
la intendencia de Guadalajara: ¿es posible observar cómo vivieron los años
del movimiento trigarante los habitantes de villas, pueblos y las localidades
más pequeñas del campo? Y, especialmente ¿qué relación se puede establecer
entre el bienio 1820-1821 y los años que le precedieron?
La región que se aborda es la que hoy se conoce como Los Altos de
Jalisco, al este de la intendencia de Guadalajara, que al iniciar el siglo xix
conformaba la subdelegación de Santa María de los Lagos. Se trata de una
meseta cuya altura (1 600 msnm) contrasta con las tierras del Bajío guana-
juatense con las que limita por el oriente. Se extiende entre el río Verde y la
serranía de Comanja con una serie de numerosas mesas y valles en su ma-
yoría de corta extensión. La mitad oriental formaba la parroquia de Santa
María de los Lagos y la porción occidental pertenecía a la de Jalostotitlán.
El origen de la primera fue la fundación de una villa española para defensa de
la frontera chichimeca que tuvo lugar en 1563. Jalostotitlán, en cambio, fue la
parroquia que tuvo a su cargo la atención espiritual de las familias cocas,
tecuexes, cazcanes y de varios grupos chichimecas que se mantenían en sus
antiguos pueblos tras las primeras incursiones de los conquistadores y a la

1 Universidad de Guadalajara.

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Guerra Chichimeca, además del pueblo de San Salvador Jalostotitlán, con-
vertido en la cabecera, San Juan (actual San Juan de los Lagos), San Miguel
(actual San Miguel el Alto), San Gaspar, Teocaltitán, Mitic y Mezquitic.
Posteriormente se establecieron también numerosos ranchos y haciendas en
esta parte central de la meseta, gracias a las mercedes de tierras concedidas
desde épocas tempranas a españoles y también a algunos indios.
Para las últimas décadas del siglo xviii Santa María de los Lagos era una
de las subdelegaciones más pobladas y ricas de la intendencia de Guadalaja-
ra, con un número importante tanto de indios de república, como de espa-
ñoles, mestizos y descendientes de africanos que habitaban, además de las
dos cabeceras y pueblos, en más de 300 ranchos, puestos y haciendas que se
habían establecido a todo lo largo y ancho de su territorio. Para entonces la
parroquia de Lagos incluía tres pueblos de indios establecidos en el mismo
valle y muy cerca de la villa española.2
Los archivos del ayuntamiento de la antigua villa de Lagos y los de su
alcaldía mayor, más tarde transformada en subdelegación, no se han con-
servado, por tanto, una proporción sustancial de la información que aquí
se presenta proviene de los libros de bautismos y entierros de las dos
parroquias más antiguas y extensas de esa región: Jalostotitlán y Santa María
de los Lagos (hoy Lagos de Moreno), ambas pertenecientes al obispado de
Guadalajara (ver mapa 1). El análisis de estas fuentes lleva a concluir que en
esta comarca un número importante de los habitantes se involucraron en la
guerra desde sus inicios, no solo en la llamada sublevación de los pueblos,
en la que participaron sobre todo las repúblicas de indios, sino también
a través de terratenientes españoles, algunos de ellos integrantes de la eli-
te provincial o por lo menos con vínculos cercanos a ella. Aquí surgieron
algunas de las figuras calificadas como líderes marginales por Van Young,
personajes capaces de encauzar a sus vecinos y paisanos a la rebelión.3 Las
tierras alteñas vieron llegar militares en años previos a 1810, pero la pre-
sencia de divisiones del ejército realista y de milicias locales se incrementó
notablemente a partir del inicio de las hostilidades por tratarse de una zona

2 Becerra, Gobierno, justicia e instituciones. La alcaldía mayor de Santa María de los Lagos, 1536-

1750, pp. 114-124.


3 Van Young, La otra rebelión. La lucha por la independencia de México, 1810-1821, pp. 872-873.

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Mapa 1: Elaboración propia. Consulta: Archivo Histórico de Localidades inegi
2019. Realizó: Ramsés Dante Lázaro.

de paso del centro del virreinato hacia el norte minero y por su cercanía con
el Bajío en la intendencia de Guanajuato.
Los enfrentamientos de grupos insurgentes con realistas fueron constantes
y su intensidad fue en aumento desde los primeros momentos de la con-
tienda hasta la caída del Fuerte del Sombrero, porque cuando, en 1816,
llegó la etapa de desgaste para los dos bandos y en otras regiones disminuyó
la intensidad de la guerra, en las tierras alteñas la insurgencia había ad-
quirido nuevos bríos con el levantamiento de Pedro Moreno, que para ese
momento contaba con un número importante de hombres y controlaba la
zona oriental de Lagos y la serranía de Comanja. Además, recibió refuerzos
con la llegada de Francisco Javier Mina. Sin embargo, tras la derrota de
Pedro Moreno, a fines de 1817, la zona era un territorio agotado al punto

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que el intendente de Guadalajara, José de la Cruz, declaró en un informe
al virrey que “Lagos y León son un desierto”.4 A partir de 1818 eran muy
pocos los grupos rebeldes que quedaban en la región y esto se tradujo en
una notable disminución de combates, de juicios sumarios y ejecuciones
en las dos cabeceras parroquiales y de muertes de pobladores a manos de
alguno de los bandos combatientes. Para 1820 y 1821 los bautismos anuales
volvieron a presentar signos de crecimiento, aunque sin alcanzar los totales
que se registraban antes de la guerra. Las preguntas que surgen se refieren a
la posibilidad de que el bienio hubiera constituido el inicio de un periodo
de recuperación en términos demográficos.
En una primera revisión de los registros parroquiales de entierros de la
villa de Santa María de los Lagos llama la atención que en mayo de 1820
fue sepultado allí el cuerpo de Vicente Enríquez, anotado como “soldado
de Frontera”, pero sin los datos sobre su origen, calidad étnica y estado civil
que generalmente quedaban consignados en estos documentos. Dos meses
después aparece Simón Hernández, “soldado patriota de Tlaltenango”.5 En
1821 se encuentran las actas de otros dos soldados, uno de Guadalajara y
otro de Cuquío, así como la de un sargento de Zacatecas. Estos casos resul-
tan especiales porque antes de 1810 no se advierte en las fuentes presencia
alguna de militares y la de forasteros es más bien excepcional. En contraste,
a partir de este año, los registros de soldados, dragones, sargentos y otros
cargos del ejército, así como las de individuos originarios de sitios lejanos
fueron en aumento y se volvieron comunes.
A causa de una guerra civil como la que se extendió por todo el territo-
rio novohispano entre 1810 y 1821 fueron numerosos los casos de familias
que no llegaron a conocer el destino final de aquellos de sus integrantes que
se habían incorporado a la lucha en cualquiera de los dos bandos. Al igual
que debió ocurrir con muchos realistas e insurgentes que les precedieron
en esta y otras parroquias del obispado de Guadalajara, no es posible saber
si a la familia del soldado de la Frontera llegó la información de que este
había fallecido en Lagos, en cuya iglesia parroquial quedó sepultado, o si los

4 Archivo General de la Nación de México (agn), Operaciones de Guerra (og), v. 153,

exp. 32, s/f, José de la Cruz al virrey Apodaca, 30 de enero de 1818.


5 Archivo Parroquial de Santa María de los Lagos, Lagos de Moreno, Jalisco (apsml),

Entierros, v. 17, ff. 99f y 104f.

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deudos del sargento José María García, originario de Zacatecas y fallecido
en Lagos el 5 de mayo de 1821, se enteraron que ese fue su destino final.
Lo mismo sucede con Vicente Vrai, soldado de Guadalajara y Raymundo
Varón, soldado de Cuquío. Estos registros cierran un ciclo iniciado en 1810
en el que fue frecuente morir lejos del terruño y de la parentela, muchas
veces sin encontrar siquiera lugar dentro de algún camposanto o, en el mejor
de los casos, sepultado junto a otros individuos “cuyo nombre y origen se
ignoran”. De acuerdo con lo observado en las fuentes parroquiales de la villa
mariana y Jalostotitlán, los perores años de agitación y muerte se vivieron
entre 1812 y 1817 en la región. Esta última fecha no es casual pues coincide
con la derrota de Pedro Moreno y la toma del Fuerte del Sombrero por las
fuerzas realistas, que se tradujo en una importante disminución de la pre-
sencia de grupos insurrectos en la zona. Después de ese triunfo del ejército
virreinal, hay pocas noticias de enfrentamientos, con excepción de los que
protagonizó el grupo de Santiago González. De la misma manera, desde 1817
disminuyó el número de muertes atribuidas a los insurgentes y el de ejecu-
ciones de rebeldes en tierras alteñas, aunque los últimos acusados de
traición al rey fueron fusilados en febrero de 1820 en Lagos. Los registros
de las dos parroquias analizadas muestran que sólo en 1815 fueron 110 los
individuos pasados por las armas por las autoridades realistas y 43 los que
murieron en manos de los insurgentes. Estas cifras bajaron a partir de 1818
y, junto con la disminución de informes sobre enfrentamientos en campos
y poblaciones, muestran que poco a poco, la tranquilidad regresaba después
de nueve años de constantes asedios y batallas.
Como en el resto de la Nueva España, en la meseta alteña el año 1820
estuvo marcado por las novedades del restablecimiento de la Constitución
de Cádiz y por las distintas posturas que este hecho generó con las consecuen-
tes divisiones, no sólo entre americanos y europeos, sino también entre los
partidarios de la carta gaditana y aquellos que preferían mantener sin altera-
ciones los privilegios que gozaban gracias al absolutismo. Distintas posturas
surgieron entre los que estaban decididos por la independencia, pero dife-
rían en la fórmula para lograrla. El cabildo de la villa de Santa María de los
Lagos, durante dos siglos había sido el espacio donde confluían los intereses
de las familias de los criadores de ganado más ricos de la zona, cuyas pro-
piedades producían también maíz y trigo para abasto de Guadalajara y de
los mercados mineros, tanto en Guanajuato como en Zacatecas y San Luis

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Potosí. Se trataba de una elite terrateniente con activa participación tanto
en oficios vendibles como en los de elección anual de ese ayuntamiento, pero
también en la administración de bienes y capitales eclesiásticos mediante el
desempeño de cargos en las cofradías locales, la recolección de los diezmos y
la colocación de eclesiásticos de su círculo en capellanías y otros cargos en las
parroquias locales.6 En el curato de Jalostotitlán no había ningún regimien-
to español, las siete repúblicas de indios tenían su propio cabildo y todas
mantuvieron una población con muy poca presencia no india, a excepción
de la cabecera parroquial, donde desde finales del xvii se había establecido
un número importante de familias españolas, mulatas y mestizas. Así los ras-
gos que diferenciaban a esta feligresía de la de Lagos fueron una mayor pre-
sencia de repúblicas de indios y una escasa proporción de población mestiza.
La villa de Santa María de los Lagos era la residencia del representante de la
justicia real, en la figura del alcalde mayor, sustituida por la del subdelegado
a partir de las reformas borbónicas. La de Lagos era también la feligresía que
contaba con mayor extensión y número de habitantes.7
Desde fines del siglo xviii la población de la región crecía de manera
lenta pero sostenida y era capaz de garantizar el sustento para ayuntamiento,
párrocos y nuevas autoridades. Así quedaría demostrado con la creación de
tres nuevos curatos, el primero en la antigua ayuda de parroquia de Jalosto-
titlán, el pueblo de San Juan, hoy San Juan de los Lagos (1769), otro en la
Villa de la Encarnación (1778) y uno más en la hacienda de Adobes (1808),
antes que la guerra interrumpiera esa etapa de crecimiento económico y
demográfico. Si la primera de estas nuevas feligresías dividió la parroquia de
Jalostotitlán, las otras dos minaron la preeminencia que como cabecera ha-
bía gozado la villa de Santa María de los Lagos durante dos siglos. Llegaría
otro golpe a la villa mariana de 1813 a 1814, durante la vigencia de la Cons-
titución de Cádiz, cuando se establecieron ayuntamientos en las cabeceras

6 Becerra, “Redes sociales y oficios de justicia de Indias. Los vínculos de dos alcaldes

mayores neogallegos”, Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad, n. 132, pp. 109-150.


7 En 1808 el párroco de Santa María de los Lagos había contabilizado 20 973 almas

en su jurisdicción, de las cuales cerca de 6 000 habitaban en la cabecera. El curato atendía


a los tres pueblos que se establecieron muy cerca de la villa mariana desde fines del xvi y al
avanzar el xvii: San Juan de la Laguna con 1 031 habitantes, San Miguel de Buenavista con
440 y el de Moya con 977 almas. Archivo Histórico del Arzobispado de Guadalajara (ahag),
Gobierno, Padrones, caja 35.

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parroquiales de Lagos, Jalostotitlán, San Juan y Villa de la Encarnación.8 Aun
así, fue a Lagos, como cabecera de la subdelegación, a quien correspondió
participar en la Junta Electoral de la Provincia, órgano responsable de in-
tegrar la Diputación Provincial, dado que la legislación gaditana señalaba
la participación de un representante por cada distrito. El personaje seleccio-
nado para este fin fue el cura interino de la villa mariana, José Manuel de
Jáuregui y para ello el eclesiástico viajó a Guadalajara desde el 12 de agosto,9
donde participó en la sesión celebrada el 10 de septiembre. Durante el perio-
do de vigencia constitucional también Teocaltiche, cabecera de la parroquia
vecina por el noroeste de la región alteña, eligió su propio ayuntamiento.10
Este pueblo de origen prehispánico, se había constituido como república de
indios desde el siglo xvi y durante algunos periodos llegó a tener su propio
corregidor, si bien al establecerse las intendencias, quedó comprendido en
la subdelegación de Lagos.11
Con la vuelta del absolutismo los ayuntamientos constitucionales desa-
parecieron y las corporaciones volvieron a las formas y ordenanzas que regían
antes de Cádiz. Santa María de los Lagos y Encarnación eran las únicas villas
de españoles y por tanto pudieron mantener su respectivo cabildo, justicia y
regimiento, mientras las repúblicas de indios volvieron a las elecciones anua-
les de sus autoridades12 hasta 1820, cuando diversas circunstancias llevaron a
Fernando VII a jurar obediencia a la Constitución con lo que se restablecie-
ron las instituciones creadas en 1814. Llegado el momento de elegir diputados
a Cortes, como había ocurrido siete años atrás, en 1820 el representante de
la subdelegación alteña fue el cura de Lagos, que para esta fecha era el doctor
José María Mansilla.13

8 En Jalostotitlán fue elegido como alcalde constitucional de primer voto José González.

Archivo de la Real Audiencia de Guadalajara (arag), Ramo Civil, 447, exp.1, no. 7359.
9 “En este día el párroco se fue a Guadalajara”.
10 Pérez, “Ayuntamientos gaditanos en la Diputación Provincial de Guadalajara”, Ayun-

tamientos y liberalismo gaditano en México, p. 289.


11 Becerra, Gobierno, justicia e instituciones. La alcaldía mayor de Santa María de los Lagos,

1536-1750, pp. 264-273.


12 En los padrones parroquiales de Jalostotitlán de 1817 y 1819 aparecen los nombres de

los alcaldes de cada uno de los pueblos de indios. (ahag), Padrón general de este curato de
Xalostotitlán [1817]. Gobierno, Padrones, caja 31, exp. 1; Padrón de la feligresía de Xalosto-
titlán, 1819, caja 31, exp. 2.
13 Beatriz Rojas, La diputación provincial de Nueva Galicia: actas de sesiones, 1820-1822.

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Al celebrarse de nuevo las elecciones para formar ayuntamientos en la
subdelegación de Lagos, fueron dos localidades más las que pudieron ha-
cerlo. La parroquia de Adobes establecida recién en 1808, en territorio que
había pertenecido a la feligresía laguense, lo constituyó en 1822 y, por su
parte los vecinos del pueblo de San Miguel (hoy San Miguel el Alto), com-
prendido en la jurisdicción eclesiástica Jalostotitlán, enviaron una consulta
a la Diputación Provincial de Guadalajara alegando contar con el número
suficiente de almas para elegir su propio ayuntamiento y no seguir agregado al
de Jalostotitlán. La respuesta se expidió el 13 de febrero de 1822, cuando
la Diputación ordenó al alcalde primero constitucional de la Villa de Lagos,
cabecera del partido, convocar al vecindario y fijar las fechas para el nom-
bramiento de electores y para celebrar la elección, siguiendo lo establecido
por el decreto de las Cortes España de 23 de mayo de 1812.14 En la región
alteña los ciudadanos elegidos para integrar los ayuntamientos constitucio-
nales fueron españoles americanos, integrantes de las antiguas elites locales
de hacendados y criadores de ganados. Se observa que los lugares que con-
formaron cabildos con el restablecimiento de la legislación gaditana fueron
las cabeceras parroquiales y el pueblo de San Miguel, que contaba con un
vecindario numeroso de terratenientes españoles y otras calidades, además de
la población india que constituía la mayoría del vecindario. Otros pueblos
tenían el número de almas requerido para formar ayuntamiento propio.
San Juan de la Laguna, en las goteras de Lagos, rebasaba los mil habitantes
en 1808, mientras que San Gaspar y Teocaltitán, ambos en la feligresía de
Jalostotitlán, en 1819 tenían mayor número de almas que San Miguel pero,
a diferencia de este último, su población estaba constituidas casi exclusiva-
mente por indios.15
El retorno de las libertades y de la igualdad para todos los habitantes de
los reinos hispanos implicó grandes esperanzas para aquellos que considera-
ban que con ello desaparecían los motivos que habían llevado a la rebelión,
pero al mismo tiempo generó desaliento y crítica entre aquellos que adver-
tían que los derechos de la carta gaditana no eran aplicados al pie de la letra
y que las Cortes no reconocían a los americanos en igualdad de representa-

14 Los elegidos fueron Trinidad Asencio, alcalde primero constitucional y Luis González,

alcalde segundo. Medina de la Torre, San Miguel el Alto, p. 64.


15 Padrón de la feligresía de Xalostotitlán, 1819. ahag, Gobierno, Padrones, caja 31, exp. 2.

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ción y derechos. Las opiniones y descalificaciones se difundieron gracias a la
libertad de prensa y alcanzaron villas y pueblos de la Nueva Galicia, si bien
todos los ánimos coincidían en la necesidad de terminar con la guerra. El
nivel que alcanzaba la agitación política en la Nueva Galicia fue descrito en
octubre de 1820 por el mismo intendente de Guadalajara, José de la Cruz,
al expresar “estamos sobre un volcán”.16 En este ambiente se abrió paso la
propuesta de algunos grupos de la capital novohispana y de ciudades como
Veracruz y Guadalajara para que la Nueva España quedara al margen de la
autoridad de las Cortes y así proteger sus intereses, su riqueza e influencia
política que ya habían visto mermados durante la guerra.17 Las claves para
lograr tal objetivo eran la figura de un militar, de confianza para las elites,
que encabezara la rebelión y un plan que despertara la simpatía de todos los
grupos novohispanos para que decidieran unirse. El militar al que confia-
ron la ejecución del proyecto fue Agustín de Iturbide y la propuesta sería la
independencia.18
El plan de Iturbide abrió la posibilidad de terminar con los enfrenta-
mientos entre peninsulares y americanos, realistas e insurrectos al plantear,
además de la independencia, puntos que estaban en el deseo de la mayoría
de los pobladores de la antigua colonia hispana: mantener la religión cató-
lica y los privilegios del clero y declarar a todos sus habitantes ciudadanos
con derecho a ejercer cargos y oficios.19 Tras lograr que Vicente Guerrero
aceptara la propuesta, era necesario conseguir la adhesión de las milicias
de los pueblos al Plan de Iguala y a eso se encaminaron los esfuerzos. Tras
conseguir él la aceptación de Valladolid y Querétaro, en la Nueva Galicia
las primeras adhesiones tuvieron lugar precisamente en la meseta alteña, el
13 de mayo de 1821, en Tepatitlán donde 150 dragones de los regimientos
de infantería de Guadalajara y de Nueva Galicia al mando de Pablo Ortiz
Rosas se declararon también a favor del Plan de Iguala.20 Las fuerzas con-
centradas en la villa de Santa María de los Lagos eran un contingente im-
portante para sumarlo a la trigarancia, pues según el coronel Hermenegildo

16 Olveda, De la insurrección a la independencia. La guerra en la región de Guadalajara, p. 405.


17 Ibid., p. 247.
18 Ortiz, Guerra y gobierno. Los pueblos y la independencia de México. p. 247.
19 Ibid., p. 248.
20 Ibid., p. 259.

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Revuelta, se trataba de mil cien hombres, de los cuales dos terceras partes
eran patriotas.21 El 21 de junio Pedro Celestino Negrete anunció a toda
la Nueva Galicia que la villa de Lagos “siempre patriota y valiente” había
jurado la independencia proclamada por Agustín de Iturbide “casi a la vista
de sus tiranos”, mientras en la “villita de la Encarnación” lo había hecho un
grupo de militares que su propio comandante Revuelta, despachaba presos
hacia Guadalajara, por “adictos a la causa de nuestra libertad”.22
El impacto que tuvo en esta región vecina del Bajío la década de guerra
y epidemias alcanzó a una de las esferas que ha recibido menos atención en
los estudios sobre la insurgencia, la dinámica de la población. De aquí el
interés por observar lo ocurrido en esta zona del campo neogallego en los
años 1820-1821 y analizar si algunos indicadores, como los totales de bautis-
mos y entierros, recuperaron sus niveles después de haber estado expuestos
a los ataques de los bandos contendientes, a la imposición de contribucio-
nes forzosas, al saqueo de cosechas y ganados y a todas las demás calamida-
des que acompañaron la guerra que concluyó con la aceptación de las partes
contendientes al Plan de Iguala y al movimiento trigarante.

Las cabeceras frente a la guerra

Las tierras alteñas en la frontera entre las intendencias de Guadalajara y


Guanajuato formaron parte del escenario de la guerra desde los primeros
momentos. Desde octubre de 1810 se registraron sublevaciones entre los
pueblos de indios y en varios de estos se establecieron gobiernos insurgen-
tes. La villa de Lagos tuvo también subdelegado insurgente nombrado por
Rafael Iriarte.23 En diversos puntos surgieron bandas rebeldes que se en-

21 agn, og,
v. 48, exp. 50, f. 216, José de la Cruz al virrey Apodaca, 30 de marzo, 1821.
22 Papel volante n. 9. Ejército imperial mexicano de las tres garantías. Querétaro, julio 5
de 1821, en Castillo y Dorantes, Documentos conservadores durante la Independencia en la Nueva
Galicia, en prensa.
23 Biblioteca Nacional (bn), Fondo Reservado, (Manuscritos Rivera), MsR 7452, ff. 246f-

247f.

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frentaban a las fuerzas realistas y saqueaban pueblos y rancherías para obte-
ner armas, monturas y dinero. Hubo también españoles americanos de la
región que se unieron a la rebelión como Miguel Gómez Portugal24 y Pedro
Aranda.25 El brigadier Félix María Calleja cruzó por Lagos, Jalostotitlán y
Tepatitlán cuando se dirigía a Guadalajara para enfrentar a Hidalgo, encon-
tró que en varios lugares los vecinos españoles habían huido y destituyó a las
autoridades que habían nombrado los insurrectos. 26 Durante la siguiente
década sería constante la presencia de regimientos militares con integrantes
llegados desde otras regiones y de milicias locales. De acuerdo con lo establecido
en el Reglamento Político Militar de Calleja, de junio de 1811, en cada villa y
cabecera de partido se formaron juntas militares para organizar los batallo-
nes de patriotas que debían proteger a su propia población de los ataques
insurgentes y, en su caso, auxiliar al ejército realista. Todas las cabeceras
parroquiales alteñas contaron con sus respectivos batallones de patriotas.27
Tras la batalla del Puente de Calderón los enfrentamientos y ataques
tanto en las localidades más pequeñas, como en los pueblos y la misma
villa de Lagos se sucedieron constantemente con pérdidas para ambos ban-
dos. Tanto los partes de guerra enviados por los comandantes a sus supe-
riores, como los libros de entierros de las parroquias contienen informes
que demuestran que la zona fue un escenario constante de batallas y la
población fuertemente castigada en todos los sentidos por realistas y rebel-
des. Los libros de entierros de las parroquias de Santa María de los Lagos
y Jalostotitlán permiten dar seguimiento a la guerra a través de las actas de
unos y otros que eran sepultados en sus respectivas iglesias y camposantos.
En la primera se encuentran partidas de individuos “asesinados por los in-
surgentes” desde inicios de septiembre de 1811 y de rebeldes pasados por las
armas a partir del 3 de enero de 1812.28 Por estas mismas fuentes se puede

24 Cruz, Vecinos de casa poblada, p. 205.


25 bn, Fondo Reservado, MsR 7452, f. 158v.
26 En Tepatitlán las autoridades nombradas por Calleja no pudieron defender la plaza y

los insurgentes tomaron nuevamente el pueblo, hasta que llegaron refuerzos de Guadalajara.
Ortiz, op. cit., pp. 54-55.
27 Ortiz, op. cit., pp. 94-97.
28 apsml, Entierros, v. 14, f. 235f, 2 de septiembre de 1811; Ibid., v. 14, f. 251v, 3 de

enero de 1812.

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constatar que a menudo la contienda cobraba víctimas entre la población
no involucrada en la lucha.
En junio de 1813 la insurrección fue la que causó numerosas bajas entre
las fuerzas realistas y los pobladores de Santa María de los Lagos. Entre el
16 y el 18 de ese mes se encuentran las partidas de 17 personas, todas con la
observación “murieron a manos de los insurgentes”, entre ellos cinco dra-
gones de esa villa, un indio y cuatro españoles. Otras víctimas fueron el
peninsular Fernando Ruvalcaba quien “murió en defensa de la justa causa”
según quedó asentado en su acta, y seis personajes que merecieron el trato de
“don” en sus respectivos registros.29 En otros casos las partidas no se pue-
den relacionar con datos de combates en la zona, ni hay noticias acerca de
presencia de rebeldes, lo que permite constatar que, además de los frecuentes
enfrentamientos e incursiones que aparecen en las fuentes oficiales, hubo
más actividad que mantenía en zozobra a las poblaciones locales. Por otra
parte, la represión se hacía sentir en el número de ejecuciones que tenían
lugar en cada cabecera. Las que se registraron en Lagos, que datan de 1812,
sumaron 20. Al año siguiente este número se incrementó a 25 de los cuales
la mayoría eran vecinos de la propia feligresía.30 En la feligresía de Jalostoti­
tlán Los números fueron 24 y 20 respectivamente, a pesar de tratarse de una
localidad con menor población ni contar con cuartel, ni presencia perma-
nente de compañías realista.31

Epidemia y guerra

Al llegar 1814 el virrey Calleja expresaba su desolación ante el panorama de


la guerra al señalar que el comercio estaba muerto, lo mismo que la agricul-
tura y la minería, mientras las necesidades crecían y el Estado se encontraba
en peligro.32 Precisamente ese año, en la Nueva Galicia y el norte novohispa-

29 apsml, Entierros, v. 15, f. 5v. 16 de junio de 1813; f. 6f, 18 de junio de 1813.


v. 14.
30 Ibid.,
31 Archivo Parroquial de Jalostotitlán, Jalostotitlán, Jal. (apj), Entierros, v. 8.
32 Ortiz, op. cit., pp. 118-119.

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no las epidemias se sumaron a la guerra para agravar el panorama reinante.
El tifo, que había iniciado en 1813 en el centro del virreinato, identificado
por la población como “fiebre” o como “peste”, causó gran mortandad en
la ciudad de México, Puebla y demás regiones por las que se extendió. El
movimiento de batallones y compañías se convirtió en el mejor medio para
llevar el contagio hacia todos los puntos cardinales. Durante buena parte
del bienio 1814 -1815, en la intendencia de Guadalajara, autoridades y po-
blación tuvieron que enfrentar un nuevo enemigo que atacaba por igual a
realistas y rebeldes.33
A pesar de las medidas implementadas por la autoridades virreinales
y provinciales, así como por las eclesiásticas, en mayo de 1814 la epidemia
alcanzó la meseta alteña. La evolución mensual del número de entierros da
cuenta de la evolución de la epidemia al pasar de 84 en enero y febrero, a
245 en junio, nivel que se mantuvo por dos meses más. Al terminar el año
el total de fallecimientos inscritos fue de 1 939, cuando el promedio anual
de los dos años anteriores rondaba los 650.34 Al llegar el nuevo año, cuando
parecía que el tifo había terminado, apareció un brote de viruela que llevó
a la tumba a gran número de personas, sobre todo párvulos. El pico de
mortalidad por esta causa tuvo lugar en febrero de 1815 cuando la parro-
quia sumó un total de 326 entierros. En Jalostotitlán donde los registros
mensuales regularmente oscilaban entre 25 y 30 entierros, para septiembre
de 1814 se vieron multiplicados por diez a causa del tifo, mientras los peores
meses de la viruela se presentaron en la primavera. En esta parroquia fue-
ron 1 003 los casos de “fiebre” registrados en 1814, cifra que corresponde al
80 por ciento del total de los entierros.35 Todos los grupos de la población
se vieron afectados por ambas epidemias, pero los pueblos de indios, cuya
situación ya era difícil por la guerra, fueron doblemente golpeados al haber
perdido las vías que tradicionalmente eran utilizadas para paliar este tipo de
situaciones. Si en la Intendencia de México las repúblicas de indios no logra-
ron acceder a los recursos de sus cajas de comunidad, pues dichos fondos

33 Lourdes Márquez, La desigualdad ante la muerte en la ciudad de México: el tifo y el cólera,

1813-1833, 1994.
34 Becerra, “Las fiebres de 1814 y la viruela de 1815. Dos años de sobremortalidad en Los

Altos de Jalisco”, Epidemias de matlazahuatl, tabardillo y tifo en Nueva España y México, pp. 190-191.
35 Ibid., pp. 176-195.

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tenían que dedicarse a la defensa del reino, no hay razones para pensar que
los de Guadalajara corrieran con mejor suerte.36
Es posible que en 1814 el tifo haya causado más bajas entre las fuerzas
realistas que el bando enemigo.37 Según el volumen de entierros de la villa
de Santa María de los Lagos, ese año recibieron sepultura allí 28 dragones,
patriotas y soldados de Tierra Adentro y de las Provincias Internas, que pudie-
ron ser víctimas del tifo pues los registros no mencionan datos que remitan
a hechos de guerra, mientras que los fallecimientos atribuidos a los insur-
gentes fueron sólo seis. En cambio, el número de ajusticiados repuntó en el
bienio del tifo y la viruela durante todo el periodo en la meseta alteña. Tan
sólo en 1815 tuvieron este final 73 rebeldes en Lagos y 37 en Jalostotitlán.38
De esta última parroquia llama la atención lo ocurrido en el pueblo de San
Miguel al iniciar el año, cuando fueron enterrados 15 hombres y tres mu-
jeres ejecutados en el rancho de Sartenejas. Los datos se encuentran en un
solo registro que señala: “En la iglesia de San Miguel, Ayuda de Parroquia
de Jalostotitlán, el 29 de enero de 1815 se sepultaron de limosna quince hom-
bres y tres mujeres. Conocidos fueron Mariano Fregoso, don Pedro Franco
y Martín de Estrada, que fueron pasados por las armas en la Sarteneja. Se
confesaron y lo firmé como cura. Eligio González”.39
Esta acta bien puede ser el testimonio de que aún en las poblaciones
más pequeñas de la provincia se aplicaba el “diezmo de guerra”, práctica
aprobada por el virrey Calleja, utilizada en contra de la población civil, tanto
por realistas como por insurgentes, para castigar supuestas simpatías por el
contrario, pues hay coincidencia con datos acerca de la toma de San Miguel
que tuvo lugar ese año, por parte del cura Álvarez y su tropa realista, que ame-
nazaba con quemar vivos a los insurgentes que había podido aprehender,
propósito que no logró cumplir porque se vio obligado a salir del pueblo

36 Sánchez, “Entre la salud pública y la salvaguarda del reino. Las fiebres misteriosas de

1813 y la Guerra de Independencia”, La desigualdad ante la muerte en la ciudad de México: el tifo


y el cólera, 1813-1833, pp. 65-67.
37 apsml, Entierros, v. 15-16. Las partidas de entierros de la parroquia de Lagos no con-

signan la causa de muerte.


38 apsml, Entierros, v. 16, ff. 20f-102v; apj, Entierros, v.8, f. s/n; v. 9, f. 14v; Ayuda de

parroquia de San Miguel el Alto, Entierros, v. 3, f. s/n.


39 apj, Entierros, Ayuda de parroquia de San Miguel el Alto, Entierros, v. 3, f. s/n, 28

de enero de 1815.

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llevando consigo algunos de los prisioneros y a varios vecinos de San Mi-
guel, ante la llegada del coronel rebelde Oropeza y un numeroso contingente.
Finalmente, el combate tuvo lugar no lejos del pueblo, desde donde Oro-
peza obligó a Álvarez a huir rumbo a Lagos. Es posible que en el camino
haya ordenado la ejecución de los prisioneros y que estos sean los individuos
mencionados en la partida transcrita.40
Esto evidencia que las circunstancias de la epidemia no dieron lugar a
una disminución de la intensidad de la guerra, para 1814 seguía escalando
en la región. Para estos momentos los grupos insurrectos levantados en
toda la Nueva España habían aprendido nuevas y variadas fórmulas para
evadir a los regimientos realistas y mantener sus actividades con bastante
éxito tanto mediante el ataque a poblados y haciendas, como apostados
sobre los caminos y rutas de comercio gracias a las ventajas que les brinda-
ba su mejor conocimiento del terreno para elegir fortificaciones y puntos
de ataque.41
La frontera entre las intendencias de Guadalajara y Guanajuato, donde
la serranía de Comanja se prestaba para dar cobijo a las gavillas y los gana-
dos y semillas que lograban obtener en sus incursiones por villas, haciendas y
ranchos, se había convertido en una de las zonas con mayor actividad rebelde,
lo que llevó al intendente José de la Cruz a nombrar al capitán de dragones
de Nueva Galicia, Hermenegildo Revuelta, comandante militar de Lagos.
Además, a principios de 1814 había llegado también a esta villa el capitán
José Santiago Galdamez para reforzar la lucha contra los rebeldes, con tro-
pas de la provincia de Zacatecas, enviadas por el brigadier Diego García Con-
de, comandante militar e intendente de aquella provincia.42 El 2 de mayo
en Lagos fueron pasados por las armas cinco hombres y el día nueve otros
dos, probablemente eran los prisioneros de los enfrentamientos dirigidos
por Galdamez. Se puede suponer que todos estos ajusticiados eran origina-
rios de esta feligresía, pues las actas de entierros consignan sus nombres y
los de sus respectivas esposas, no así su calidad.43

40 Medina de la Torre, San Miguel el Alto, pp. 62-63.


41 Archer, “La militarización de la política mexicana: el papel del ejército. 1815-1821”,
Soldados del Rey. El ejército borbónico en América colonial en vísperas de la Independencia, p. 258.
42 Olveda, op. cit., p. 319.
43 apsml, Entierros, v. 15, f. 53v, 2 de mayo de 1814; f. 57 v. 9, 9 de mayo de 1814.

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Contabilizar a los caídos en los cada vez más frecuentes enfrentamien-
tos entre los dos bandos resulta imposible, lo único que se conoce es el
número de unos pocos, aquellos que llegaron a ser enterrados en las iglesias
de la cabecera o las capillas de los pueblos. En su mayoría estos casos corres-
pondían a individuos que inesperadamente se topaban con alguna partida
de insurrectos y pocas veces a contendientes caídos en el campo de batalla.
A juzgar por las anotaciones de los libros parroquiales y la información de
los partes de guerra, en tales situaciones, especialmente el bando que sufría
la derrota no tenía oportunidad de recoger los cadáveres para darles sepul-
tura. Una excepción podría ser el registro de seis individuos inhumados en
Jalostotitlán a inicios de 1815, dos de ellos “por cuchilladas que le dieron
los insurgentes” y tres “por balazos que le dieron los insurgentes”. Todos
habían sido heridos el primero de enero, uno de ellos murió el mismo día,
otros tres fueron sepultados el día cinco y el último el día 26.44 Tanto en este
caso, como en el de San Miguel, los detalles de las partidas sobre la causa
de la muerte y la fecha de las heridas, permiten pensar que debieron ocurrir
en el marco de enfrentamientos de las fuerzas del rey contra insurrectos.
Al iniciar enero de 1815 era José Brilanti, el comandante de la División de
Zacatecas destinado a la región de Lagos y la sierra de Comanja.45

El desgaste de la guerra de guerrillas

El año de 1816 inició con el fusilamiento en Lagos de don Cayetano


Moreno, labrador español integrante de la misma familia que Pedro Moreno
y junto con él fue fusilado también un hombre originario de la hacienda de
Cuarenta. Al terminar ese mes otros siete individuos de distintos ranchos
y haciendas habían corrido la misma suerte por su filiación a la rebelión.
Aunque la mayoría de las actas no tienen información sobre la calidad de los
ajusticiados, desde el inicio del movimiento llama la atención la ausencia de

44 apj, Entierros, v. 8, f. s/n, 1 de enero de 1815; 2 de enero de 1815; f. s/n, 5 de enero

de 1815; f. s/n, 26 de enero de 1815.


45 Gazeta del Gobierno de México, t. 9, p. 260.

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vecinos de los pueblos de indios. En esta ocasión, por excepción aparece un
indio del pueblo de Moya.46 Los entierros continuos de rebeldes, así como
de individuos que habían fallecido “a manos de los insurgentes” evidencian
que, hasta este momento, ejército y patriotas no habían logrado pacificar la
zona. Además de los grupos insurgentes, se habían multiplicado gavillas de
bandidos que realizaban constantes incursiones sobre haciendas y ranchos
para robar ganado y semillas. Algunas tenían su base de operación en la mis-
ma comarca, especialmente en la serranía de Comanja, otras llegaban desde
lugares como Yahualica y Sierra de Pinos, lo mismo que desde la vecina
intendencia de Guanajuato, sobre todo de los Pueblos del Rincón y Jalpa.
Para 1816 el desgaste era evidente entre todos los bandos. El virrey Ca-
lleja había logrado sofocar la insurrección en varios puntos clave de la Nueva
España, pero el costo resultó muy alto para la Real Hacienda y para la so-
ciedad.47 La llegada del virrey Apodaca en septiembre de ese año cambió la
estrategia que había aplicado Calleja al ofrecer el indulto a quienes se presen-
taran a entregar las armas, buscando así terminar con la guerra. El resultado
fue un gran número de rebeldes que se acogieron a este beneficio y con ello
se logró la pacificación de algunas regiones incluso en la Nueva Galicia. Los
contingentes que quedaron, en su mayoría, tenían menor capacidad ofensiva
y estaban dispersos en varias regiones. Este no fue la situación de las tierras
alteñas donde los rebeldes se mantenían activos como era el caso de las par-
tidas de Villarreal, Juan Nepomuceno Sanromán y Gregorio Rodarte. Las
compañías que salían a combatirlos eran cada vez más menos numerosas por
la creciente dificultad que se presentaba para reclutar hombres, ya fueran
soldados o voluntarios, a pesar de que el mismo comandante general de la
Nueva Galicia solicitaba a los subdelegados remitir a los cuerpos del ejército
“hombres de buena estatura y físico” para poder sustituir las bajas.48 De la
misma manera, los fondos para cubrir salarios, uniformes y armamentos tam-
bién escaseaban e igualmente agotados estaban los recursos de labradores,
hacendados, pueblos, comerciantes y aún los de la Iglesia tras un periodo tan
prolongado de guerra, peste y destrucción. En agosto de ese año, para que

46 apsml, Entierros, v. 16, f. 109f, 6 de enero de 1816.


47 Benavides,De milicianos del Rey a soldados mexicanos. Milicias y sociedad en San Luis Potosí,
1767-1824, 2014.
48 arag, Ramo Civil, caja 429, n. 6970. Circular de José de la Cruz, 18 de junio de 1818.

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el comandante de Santa María de los Lagos pudiera hacer frente a un grupo
de rebeldes en La Sauceda, tuvieron que acudir en su auxilio los eclesiásticos
Narciso Pinto y Manuel de la Torre con los hombres que cada uno tenía a
su mando. A pesar de las dificultades,49 los realistas lograron la captura de
Rodarte, originario de Zacatecas, fusilado en Lagos ese mismo mes.50
La presencia que sobresale en este periodo es la de Pedro Moreno. Las
comarcas de Lagos y León se convirtieron en uno de los puntos de mayor
preocupación para José de la Cruz debido a la fuerza que había conseguido
este español, originario de Lagos, terrateniente y comerciante que desde que
decidió levantarse contra el gobierno virreinal, en abril de 1814, se había
convertido en un líder con un número importante de seguidores españoles,
mestizos y mulatos de los alrededores, que no pudieron ser vencidos hasta la
caída del Fuerte del Sombrero en agosto de 1817. Moreno pertenecía a una
familia de la elite marginal provinciana, con una considerable fortuna y
prestigio. Realizó estudios en Guadalajara y expresaba claramente una po-
sición y sus ideales respecto al movimiento. Por otro lado, no parece haber
compartido otras características que se atribuyen a los jefes insurgentes que
actuaban en sus propias regiones, como la ausencia de todo refinamiento,
poca cultura literaria y oportunismo.51 El reconocimiento que gozaba Pe-
dro Moreno entre sus coterráneos se extendía por una amplia zona y sus
habilidades para el comercio, adquiridas antes de la guerra, le permi-
tieron obtener recursos como intermediario entre Guanajuato, León y los
mercados alteños. La venta de armas, plata, ropa, muebles, que eran inter-
cambiados por ganado, mezcal, sal y otros productos llegó a proporcionarle
ingresos de 1 000 a 2 000 pesos mensuales, resultado del 15 por ciento de
impuesto que cargaba sobre todo al ganado.52 Desde la posición ventajosa
en el Fuerte del Sombrero, Pedro Moreno rechazó el indulto que en enero
de 1817 le ofreció por escrito el intendente De la Cruz y pudo resistir varios
intentos del ejército realista para tomar ese puesto, hasta que los comandan-

49 El comandante Revuelta señalaba contar solo con una “escasa fuerza” en las salidas

que realizaba para combatir a las gavillas como esta de Rafael Muñoz y Gregorio Rodarte.
Gazeta del Gobierno de México, t. 12, pp. 1104-1105.
50 apsml, Entierros, v. 16, f. 145f, 26 de agosto de 1816.
51 Van Young, op. cit., p. 314.
52 Para algunos autores se trata de un ejemplo del líder insurgente-comerciante, que

utilizaba las ganancias del intercambio para sostener sus actividades. Archer, op. cit., p. 228.

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tes realistas Pascual Liñán y Pedro Celestino Negrete establecieron un cerco
que cortó el suministro de agua y alimentos a quienes se encontraban en la
cumbre del cerro y pudieron rendirlos el 19 de agosto de 1817. Moreno, que
había logrado escapar murió pocos días después a manos de los realistas.53
En los volúmenes de Lagos no hay registros relacionados con la toma del
Fuerte del Sombrero.
Aunque ese era el foco principal de la guerra en la región, había sido
sofocado y la mayoría de los combatientes se dispersaron, la zona no que-
dó libre de rebeldes. En enero de 1818 el coronel Hermenegildo Revuelta
comunicó a la ciudad de México que en una salida que había ordenado al
cuerpo de Frontera de Colotlán, con 110 de sus integrantes, hacia los Altos
de Ibarra para sorprender “a los cabecillas Tomás Rodríguez, titulado mariscal,
y a Encarnación Ortiz, coronel”, había sido posible atrapar a Rodríguez, a
otros cuatro capitanes y 43 de sus hombres, “todos insurgentes antiguos, las
familias de Rodríguez, las de los conocidos por los Monigotes y otras”.54
Revuelta reconoció que el éxito de esta operación se debió a “las exactas noti-
cias con que me hallaba”, que le habían permitieron cercar a los rebeldes y
actuar por sorpresa. Los resultados de esta acción se registraron en la villa
de Lagos, donde fueron fusilados 23 de los prisioneros entre el 28 y el 30 de ese
mes. Solo cinco de ellos eran casados, uno viudo y el resto solteros. La mayo-
ría eran vecinos de la subdelegación de León en localidades como Coman­
jilla, la villa de San Felipe y el Rincón. Como excepción uno de los fusilados
de nombre Ricardo Ayala era laguense, mientras que otros dos venían de
zonas más distantes, uno de Zacatecas y otro de Sombrerete.55
Un año después las partidas rebeldes habían disminuido notablemen-
te, con excepción de la de Santiago González, que Revuelta se esforzaba por
extinguir a pesar de las limitaciones que experimentaban sus hombres. Así
lo comunicó a sus superiores en octubre de 1819 al señalar que se disponía a
salir en su persecución, conocedor de que se encontraba en la villa de la En-
carnación, a pesar de que no contaba con fusiles, municiones ni caballos para

53 Olveda, op. cit., p. 359.


54 Gazeta de Madrid, 21 de enero de 1818, pp. 928-929.
55 apsml, Entierros, v. 17, ff. 27f-29f. Ninguno de los 23 fusilados en esas fechas tiene

registro de su calidad.

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hacerle frente por mucho tiempo.56 El propósito del comandante realista no
se logró, pero unos meses más tarde González solicitó el indulto que le fue
concedido para él y para toda su gente.57 Tras diez años de zozobra los feli-
greses de Lagos y Jalostotitlán iniciaron la recuperación de sus actividades,
pero el proceso había generado desgaste y pérdidas en todos los terrenos.
Esta sería una de las razones para aceptar el Plan de Iguala.

La población y la guerra

Guerras y epidemias constituyen fenómenos que tienen un costo demográfico


para la sociedad que las padece. En el caso de la guerra civil que se extendió
por la Nueva España en la segunda década del siglo xix y las epidemias que
se presentaron en ese periodo aún no se han trabajado a profundidad las im-
plicaciones en el crecimiento de la población, aunque en términos generales
se afirma que el saldo del periodo implicó una enorme pérdida de vidas.58
La existencia de los volúmenes parroquiales de bautismos y entierros permi-
ten un acercamiento a la cuestión para las parroquias de Lagos y Jalostoti­
tlán. Si bien hay que reconocer que la situación de violencia e inseguridad
imperantes durante conflictos armados afectan este tipo de fuentes y por
tanto el periodo 1810-1821 entrañó dificultades para la atención espiritual
de los feligreses, lo mismo que para el puntual registro de los bautismos, en-
tierros y matrimonios, los volúmenes de ambas parroquias muestran pocas
lagunas y las partidas no se interrumpen sino excepcionalmente. Con todo,
las consideraciones a partir de estas fuentes no deberán dejar de lado el pro-
blema del subregistro, especialmente cuando las cabeceras estuvieron bajo
fuego y el personal eclesiástico se vio sometido a presiones similares a las ex-
perimentadas por el resto de la población. La presencia de tres curas interi-

56 agn, og, v. 158, exp. 50, ff. 234-237, Hermenegildo Revuelta a José de la Cruz. Octu-
bre 1819.
57 agn, og, v.399, exp.16, f. 157, Brigadier José de Gayangos al virrey Apodaca. Enero
1820.
58 McCaa, “El poblamiento de México”, p. 55.

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nos en Jalostotitlán entre 1810 y 1812 es solo un ejemplo de la inestabilidad y
dificultades a este aspecto.59 Otra muestra es una nota que aparece al inicio
del volumen 9 de entierros de Jalostotitlán que señala: “Por motivo de haber
fusilado a tres alcaldes del pueblo de Temacapulín en el tiempo de la in-
surgencia por estar casi rebeldes, no se han podido conseguir los cuadrantes
de los entierros de dicho pueblo. Solamente las partidas siguientes”.60
Las autoridades de las repúblicas de indios que no contaban con un ecle-
siástico de planta, tenían a su cargo registrar los entierros celebrados en la
iglesia del pueblo y trimestral o semestralmente enviaban sus anotaciones a
la cabecera del curato para que fueran copiadas al volumen correspondiente.
La nota anterior se traduce en la pérdida de parte de los entierros realizados
en Temacapulín.
Durante el quinquenio anterior a 1810 en Lagos se registraban anual-
mente 1 300 bautismos como media, para los últimos años de la guerra esta
cifra había bajado a 883. En la feligresía de Jalostotitlán los promedios eran
de 670 y 431 respectivamente, cifras que muestran que, igual como ocurrió
en otros aspectos, en términos demográficos, los años de la insurrección
tuvieron un impacto negativo. Si bien las cifras anuales inician una recupe-
ración desde 1820, sobre todo en Lagos, el ritmo de crecimiento no se re-
cuperó rápidamente como lo muestran las curvas de las dos parroquias en
las que los bautismos se situaban con un margen importante por encima
de los entierros hasta 1814, cuando la epidemia de tifo arribó a la zona y los
segundos saltaron hasta superar con creces a los bautismos. Las condiciones
de la guerra seguramente agravaron el impacto del tifo sobre sus habitantes.
Aunque el número de muertes había experimentado un aumento, más cla-
ro en Jalostotitlán que en Lagos, desde 1811, a las muertes ocasionadas por
la guerra, se sumaron los cientos de contagios que multiplicaron los totales
anuales por cuatro en la primera de esas parroquias y por más de tres en esta
última (ver gráficas 1 y 2).

59 apj, Bautismos, v. 19. En 1810, el titular era el bachiller Luis Mena, a quien sucedió José

Domingo Sánchez y en 1812 era cura interino el bachiller José Eligio González.
60 apj, Entierros, v. 9, 1er. folio, s/n.

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Gráfica 1
Bautismos y entierros en el curato de Santa María de los Lagos, 1805-1824

Fuente: apsml, Bautismos, v. 32b-40; Entierros, v. 14-19. Nota: las cifras de bautismos y
entierros utilizadas para esta gráfica incluyen a la parroquia de Adobes, creada en 1808, con
el fin de mantener sin cambios el espacio analizado durante el periodo analizado.

Además del fuerte impacto causado por las epidemias, la salida de varones
para unirse a las tropas, las incursiones constantes de militares de cualquier
bando, los saqueos y la escasez de alimentos, causaron muertes maternas,
interrupción de embarazos y aumento en el número de viudos y viudas.
Estas situaciones contribuyen también a retrasar uniones y concepciones y
todo ello se ve reflejado en la curva de bautismos.
El comportamiento de los entierros en el periodo colonial era más errá-
tico que el de los bautismos, especialmente en el campo, influido por ciclos
agrícolas, calendario litúrgico y fenómenos meteorológicos. Es necesario tam-
bién tener en cuenta que el subregistro era mayor en esta serie que en la de
bautismos durante el periodo colonial. En primer lugar porque no todos los
difuntos eran remitidos a las cabeceras o a las capillas de los pueblos para
ser sepultados. Las distancias que se debían recorrer y el pago de las obven-

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ciones parroquiales establecidas según la calidad étnica y el tipo de funeral
que se solicitara, eran un obstáculo. En consecuencia, llegaba a ocurrir que
los cuerpos de recién nacidos, infantes de corta edad y personas sin recursos
quedaran fuera del registro parroquial. Esta situación fue aún más grave
durante la guerra cuando quedaron muchos cadáveres en los lugares donde
se realizaron las batallas que no recibieron sepultura eclesiástica. En las dos
gráficas es notable el alza repentina generada por las epidemias y el hecho
de que las cifras de entierros se mantuvieron por encima del promedio del
quinquenio anterior a la guerra que era de 554 entierros en Lagos y 281 en
Jalostotitlán.

Gráfica 2
Bautismos y entierros en el curato de Jalostotitlán, 1805-1824

Fuente: apjl, Bautismos, v. 18-22; Entierros, v. 8-9, Ayuda de Parroquia de San Miguel, v. 1-3.

El inicio de la recuperación de los bautismos entre la población india coincide


con el de las parroquias en su conjunto. Dado que el registro de la calidad
se suspendió a partir de 1821, es necesario utilizar los registros de los pueblos
donde la presencia no india era mínima en los últimos años de la colonia. La
gráfica 3 muestra los bautismos de las dos repúblicas con mayor número
de habitantes, San Juan de la Laguna y Moya. En ambas curvas se observa

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una disminución en los años previos a la insurrección que podría estar re-
lacionada con las dificultades que caracterizaron ese periodo para las comu-
nidades. Después hay un repunte que se ve interrumpid por las epidemias
y el punto más bajo se ubica en 1817, lo mismo que pasa con la curva de la
población parroquial en su conjunto.

Grafica 3
Bautismos en pueblos de indios. Santa María de los Lagos, 1805-1824

Fuente: apjl, Bautismos, v. 18-22.

La movilidad de la población en esta zona es otro de los aspectos que pueden


observarse a través de los registros parroquiales. El arribo de militares y de
forasteros a la región a partir del inicio de la insurrección fue otra de las nove-
dades que enfrentaron los habitantes de pueblos y villas durante las luchas in-
surgentes. Mientras los primeros años del siglo xix los registros de entierros de
la parroquia dan cuenta de una o dos personas vecinas de otras jurisdicciones,
casi siempre de lugares cercanos y solo excepcionalmente de las intendencias
de Michoacán o Zacatecas, entre 1813 y 1814 aparecen registrados dragones de
Cuencamé, de Guadalajara, de Durango y de Puebla, lo mismo que soldados

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del Real de Asientos, de Tierra Adentro y de las Provincias Internas.61 Entre
los individuos procedentes de lugares más distantes estuvieron Ramón Anto-
nio Arqueola, procedente de Maracaibo, en el virreinato de Nueva Granada,
que fue ejecutado en Lagos en 1815 y un militar de la Luisiana pasado por las
armas en 1817, registrado como don Miguel Milord,62 probablemente llegado
con la expedición de Xavier Mina.
Otro aspecto poco explorado en relación con el arribo de tropas a luga-
res donde no eran habituales y en circunstancias tan particulares como las
de la guerra librada entre 1810 y 1821, es el aumento de nacimientos de hijos
ilegítimos y el abandono de recién nacidos. En la villa de Santa María de los
Lagos y su feligresía, el porcentaje de infantes bautizados como hijos de
madre soltera y “padre desconocido” era de 5.6% en el quinquenio anterior
a 1810. A partir del inicio de la guerra la proporción creció y se había dupli-
cado en 1815, hasta alcanzar el 13% en 1817. Si se consideran solamente los
nacidos en la cabecera parroquial la tendencia es la misma con 10.8 % antes
de 1810 que subió a 18 % dos años después y a partir de allí descendió, para
mantenerse entre el 13 y el 14%. Estas cifras reflejan otra de las realidades
de la guerra que acompañaba la llegada de contingentes militares a cada
lugar y es un reflejo de la violencia a la que estaban expuestas las mujeres
fuera del campo de batalla por violaciones, raptos y otras agresiones. Los
porcentajes de ilegitimidad más altos en la villa de Santa María de los Lagos
sugieren que las mujeres residentes en la cabecera tenían mayor riesgo que
aquellas que vivían en los pueblos y localidades del campo. Los porcentajes
se mantuvieron por arriba del 12% en la parroquia hasta después de ter-
minada la guerra, lo que puede estar relacionado con el hecho de que el
ejército mantuvo su presencia en la región.
Una de las características de las partidas sacramentales del periodo de
la guerra es la omisión de información sobre la calidad de los registrados.
Este problema se presenta con mayor frecuencia en las actas de aquellos que
fueron pasados por las armas o muertos a manos de los insurgentes. Con res-
pecto a su origen, de los 270 registros de entierros de individuos ajusticiados
en la villa de Santa María de los Lagos entre 1810 y 1821 por las fuerzas del

61 apsml, Entierros, v. 15, f. 53f, 23 de abril de 1814; 76v, 15 de junio de 1814; 88v, 15

de julio de 1814; 113v, 30 de agosto de 1814; 82v, 29 de junio de 1814.


62 apsml, Entierros, v. 16, f. 57v.

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rey, solo para once de ellos no tienen este dato, 94 pertenecían a jurisdiccio-
nes foráneas y los 165 restantes eran feligreses de Lagos.63 Entre los foráneos
estuvieron un militar de la Luisiana y un personaje con origen en Nueva
Granada, ya mencionados, así como un individuo de la ciudad de México,
varios zacatecanos, tanto de la ciudad minera, como de Jerez, Sierra de Pinos
y Sombrerete. Fue fusilado también el religioso de la orden de San Hipólito,
nacido en Cádiz, que solo quedó registrado por el nombre de Mariano, sin
apellido. La mayoría de quienes tuvieron este fin, fueron sepultados sin nin-
guna ceremonia, probablemente en la fosa común de alguno de los cemente-
rios de la villa, a excepción de don José María Villalobos, vecino de el rancho
denominado Cañada del Muerto, quien tras haber sido pasado por las armas
tuvo el funeral reservado para los feligreses más distinguidos, con recursos
suficientes para pagar el costo que implicaba la presencia de clérigos, acólitos
y las solemnidades que correspondían al tipo de entierro que se denominaba
“de cruz alta”.64 El 17 de octubre de 1816 tuvo lugar una ejecución excepcio-
nal en la villa de Lagos por tratarse de María Leocadia Zermeño, viuda, veci-
na del rancho de Tacuitapa, la única mujer que pasó por estas circunstancias.
Su acta sólo menciona que se le administraron los auxilios espirituales y que
recibió sepultura de limosna en el cementerio parroquial.65

Cuadro 1
Ajusticiados en Santa María de los Lagos y Jalostotitlán, 1812-1820

Vecindad Lagos Jalostotitlán


Parroquia 165 61
Otras parroquias 94 23
Sin datos 11 30
Total 270 114

Fuente: apsml, Entierros, v. 14-18; apj, Entierros, v. 8-9, apsm, v. 2-3.

63 apsml, Entierros, v. 14-18.


64 apsml, Entierros, v. 15, f. 98f, 6 de agosto de 1814.
65 apsml, Entierros, v. 16, f. 155v, 17 de octubre de 1816.

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En la cabecera de Jalostotitlán, con menor número de habitantes que Lagos
y donde no hubo divisiones realistas acuarteladas de manera permanente, el
número de 114 ajusticiados resulta más alto de lo que se hubiera esperado,
pero en este periodo los comandantes locales tuvieron atribuciones tanto
para acciones de guerra, como de justicia y así lo demostrarían las ocasiones
en las que los reos eran pasados por las armas en el mismo sitio de su cap-
tura, como ocurrió en los ranchos de Tachispas y Sartenejas mencionados
antes. En esta parroquia las primeras ejecuciones se registraron en 1812 y
las últimas siete tuvieron lugar en 1817. Según las fuentes, 23 de todos los
castigados con la muerte por insurrectos provenían de otros curatos, entre
ellos uno de Lagos, otro del pueblo de San Juan y tres de Yahualica. Hay
30 casos cuyo origen “se ignora” o simplemente no aparece. Los pueblos de
la misma feligresía de Jalostotitlán tienen una presencia muy limitada, solo
cuatro casos de la cabecera, seis de Mitic y dos de Teocaltitán.

Cuadro 2
Ajusticiados en Santa María de los Lagos y Jalostotitlán, 1812-1820

Etnia Lagos Jalostotitlán


Indio 12 18
Español 13 28
Mestizo 38
Mulato 7 2
Esclavo 1
Sin datos 200 65
Total 270 114
Fuente: apsml, Entierros, v. 14-18; apj, Entierros, v. 8-9, apsm, v. 2-3.

Por lo que respecta a la calidad anotada en los registros, la gran mayoría de


los ajusticiados en Santa María de los Lagos (200) no contienen informa-
ción, sólo aparecen 13 españoles, 38 mestizos, 12 indios y 7 mulatos. Entre
los indios, seis eran vecinos de la villa cabecera, dos formaban parte de repú-
blica de San Juan de la Laguna y uno a la de Moya. Hubo también un indio

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procedente de Silao y otros de distintos puntos de la feligresía laguense. En
Jalostotitlán fueron cuatro los indios de ese pueblo, uno originario de la
parroquia vecina de San Juan y tres de alguno de los ranchos de la feligresía.
Además, aparecen otros cinco indios de Mitic, fusilados el 15 de octubre de
1815.66 La etnia de 65 de los114 fusilados en Jalostotitlán no fue registrada,
el resto fueron 28 españoles, 9 mulatos libres y un esclavo originario del
pueblo de Jalostotitlán cuyo dueño no se menciona.
Las dos repúblicas de indios de este curato que contaban con mayor po-
blación para esos momentos, San Miguel y San Gaspar, no aparecen en los
registros, si bien esto no significa que no hubieran entrado en la rebelión ya
que hay un porcentaje importante de ajusticiados cuyo origen se desconoce.
Tampoco hay partidas de Temacapulín, pueblo que se sublevó en los prime-
ros años de la guerra, según refiere la nota que habla de la ejecución de tres
alcaldes de esa república. Los fusilamientos de dichas autoridades tampoco
se han podido identificar en los registros de entierros.

Cuadro 3
Ajusticiados en Santa María de los Lagos y Jalostotitlán, 1810-1821

Estado civil Lagos Jalostotitlán


Soltero 157 51
Casado 95 39
Viudo 15 5
Eclesiástico 1
Sin datos 2 19
Total 270 114

Fuente: apsml, Entierros, v. 14-18; apj, Entierros, v. 8-9, apsm, v. 2-3.

El estado civil se encuentra mejor registrado y muestra que en las dos parro-
quias la mayoría de los rebeldes llevados al paredón eran solteros, una situa-

66 apj, Entierros, v. 8, f. s/n, 15 de octubre de 1815.

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ción que coincide con hallazgos de otros estudios que han encontrado por-
centajes más altos de solteros entre los acusados de infidencia.67 El número
de muertes ocasionadas por los insurgentes es significativamente menor que
las ejecuciones realizadas por los realistas y sus registros aparecen más com-
pletas en lo que respecta a la calidad. La mayoría de estas víctimas fueron
españoles, enseguida estuvieron los mestizos y en el caso de Lagos los indios
fueron minoría. El mayor número de mestizos en esta última parroquia está
relacionado con el hecho de que ese grupo constituían una proporción más
importante de la población, mientras en Jalostotitlán su número era muy
bajo. En Jalostotitlán el registro de muertes atribuidas a los insurgentes se
limita al periodo que va de 1812 a 1817 y coincide en las proporciones con el
de la feligresía laguense, de los 42 fallecidos más de la mitad eran españoles
y 12 indios.

Cuadro 4
Muertos a manos de los insurgentes en Santa María de los Lagos y Jalosto-
titlán, 1811-1819

Calidad Lagos Jalostotitlán


Indio 2 12
Español 10 23
Mestizo 12 1
Mulato 2
Sin datos 9 4
Total 33 42

Fuente: apsml, Entierros, v. 14-18; apj, Entierros, v. 8-9, Ayuda de Parroquia de San
Miguel, v. 2-3.

¿Qué representaban para los habitantes del campo neogallego las propues-
tas de la trigarancia y el Plan de Iguala después de los años de guerra y

67 Van Young, op. cit., p. 141.

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epidemias que le precedieron? Las evidencias dejan claro que las parroquias
alteñas fueron escenarios de gran violencia a lo largo de una década. En las
dos parroquias analizadas es hasta 1820 y 1821 cuando, a partir de las fuen-
tes analizadas se perciben cambios. Finalmente, la violencia que había carac-
terizado de manera constante la vida y las actividades desde las localidades
más pequeñas, hasta los pueblos y las cabeceras llegó a su fin. La desapari-
ción de partidas de entierros de ajusticiados y las muertes a causa del fuego
insurgente indica que a partir de 1820 disminuyó la presencia de gavillas de
bandoleros y de partidas de insurrectos. Otra muestra de que se podía volver
a los ritmos y actividades interrumpidas por la guerra, además del repunte de
los bautismos es la celebración de matrimonios que en 1817 habían sido
apenas 66 en Lagos y para 1820 y 1821 se acercaban a los 200.68 Es posible
que para entonces la población se hallara en proceso de recuperar el ritmo
normal de sus vidas al disminuir la actividad militar, las ejecuciones de pri-
sioneros y las incursiones de grupos insurrectos. Sin embargo, los promedios
de bautismos y entierros indican que el efecto de la guerra y su combinación
con dos epidemias estaban aún presentes. En la región, los años de la triga-
rancia se distinguieron por una aparente calma después de los sobresaltos
de años anteriores. No es difícil suponer que la propuesta de Iturbide como
instrumento para lograr la paz entre los antiguos contendientes fuera bien
recibida por unas tropas cansadas y por unos pueblos agotados, pero donde
la presencia militar seguía siendo importante. Lagos, una villa que antes de
la guerra tenía 6 000 habitantes, reunía mil cien hombres entre soldados y
milicias.69

68 apsml, Matrimonios, v. 15-16.


69 agn, og, v. 148, exp. 50, f. 216, José de la Cruz a Juan Ruiz de Apodaca, 30 de marzo
de 1821.

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Cartas de Agustín de Iturbide dirigidas
a Vicente Guerrero y otros documentos
del primero suscritos entre mayo y junio de 1821
que se hallan en el Archivo epistolar
de Vicente Guerrero

Jaime del Arenal1

A Carlos Herrejón, Don Carlos,


maestro, amigo y compadre,
por su patriótica obra.

Presentación

Al conmemorarse el segundo centenario de la independencia de la


Nueva España para dar paso al consecuente establecimiento del Estado mexi-
cano, primero bajo la forma de monarquía constitucional “federativa” y,
después, bajo la forma de gobierno republicano federal, conviene comenzar
conociendo algunos documentos de aquel inédito e importante acervo do-
cumental descubierto por mí en la ciudad de México el año 2006 y al que

1 Centro de Estudios Interdisciplinares, A. C.

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he denominado “Archivo epistolar de Vicente Guerrero”2 para distinguirlo
de la colección de los papeles de este caudillo insurgente conservada en Aus-
tin, Texas. El archivo está integrado por doce tomos –uno, el primero, por
desgracia desaparecido–3 que contienen un total de 2 547 documentos, en
su mayor parte dirigidos al general Vicente Guerrero (Tixtla 1782- Cuilapan
1831) entre finales de 1820 o comienzos de 1821 y 1831.4 Dicho conjunto
documental perteneció al general Vicente Riva Palacio (México 1832-Madrid
1896), nieto de Guerrero, quien debió haberlo ordenado ejemplarmente
y quien debió tomar la decisión de no dar cuenta pública de su existen-
cia –para su aprovechamiento– a los historiadores mexicanos de su época,
particularmente a los autores de México a través de los siglos que él mismo
dirigiera y en especial a don Julio Zárate, autor del tomo correspondiente
a la independencia de México, quien no conoció (o si lo hizo, muy segu-
ramente, decidió no utilizar) dicho acervo, suscitando una de la cuestiones
más interesantes que se han planteado sobre el ocultamiento intencional
de acervos documentales, sin duda, con fines estrictamente políticos: salvar
una versión oficial de un acontecimiento histórico y la memoria de un per-
sonaje importante en otros momentos de la historia, pero secundario, o no
lo trascendental que se deseaba en el trecho final de la consumación de la
independencia mexicana.
Recordemos que los once tomos conservados de este acervo son distin-
tos a los conservados en la Universidad de Texas dentro de la Benson Co-
llection y llevados allí por los herederos del bibliófilo Genaro García, quien
los habría obtenido quizá de los herederos del propio Riva Palacio. Los once
–y con toda seguridad también el primero– llevan adherido el ex libris de la

2 Epistolar porque en el lomo de cada tomo aparece la frase “General Guerrero Corres-

pondencia”; además, los índices de los tomos, ordenados por riguroso orden alfabético de auto-
res y temas, se refieren a los documentos como “cartas”.
3 Vuelvo advertir que en el tomo 2 aparece una nota suelta manuscrita que dice: “El

Sr. Hernández y Dávalos, lleva el viernes 21 de marzo de 1890 tres tomos 1, 2 y 3 de 1821,
correspondencia del general Guerrero”. ¿Nunca regresó Hernández y Dávalos el tomo 1? ¿se
extravió después?, véase Del Arenal, “Nuevas fuentes”, p. 58.
4 De este descubrimiento di cuenta en dos escritos: “La ¿segunda? carta de Iturbide a

Guerrero”, Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad, xxviii, pp. 143-152 y recogido en Unión,
Independencia, Constitución: nuevas reflexiones en torno a un modo de ser libres, pp. 61-68, y en “Nue-
vas fuentes para el estudio de la consumación de independencia: el archivo inédito epistolar
del general Vicente Guerrero”, en Antología de correspondencia política, pp. 55-59.

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“Biblioteca del General Riva Palacio”, y en su inmensa mayoría conservan
manuscritos: desde cartas dirigidas a Guerrero por cientos de correspon-
sales, hasta circulares, capitulaciones, proclamas, estado de fuerzas, bandos,
instrucciones y órdenes de muy distintos autores y diferentes materias, siendo
Agustín de Iturbide el autor más frecuente de dichos documentos, sobre
todo en los conservados en los tomos segundo, tercero, cuarto y quinto. En
este sentido, confirman el valor de esa “vía epistolar” a la que recurrió Itur-
bide como instrumento idóneo para su plan político y a la que me referí
en un estudio publicado dentro de un texto colectivo dirigido a reflexionar
sobre el papel de la “correspondencia política” en el México del siglo xix;5
vía que ha de ser considerada como uno más –quizá el más efectivo– de “los
mecanismos utilizados por Iturbide para ganar partidarios para su causa”.6
Como di a conocer en el seminario dedicado a la Independencia en la
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo en el mes de septiembre
de 2006, bajo la diligente batuta del doctor Moisés Franco, y posteriormente
en mi libro Unión, Independencia, Constitución, los 2 547 documentos se en-
cuentran agrupados en el orden siguiente:

1821, 5 tomos
Primero: Documentos 1 a 195, de finales de 1820 o enero de 1821 a fines de
abril de 1821. (Este tomo, por desgracia, continúa desaparecido, muy probable-
mente por lo extraordinario de su contenido. Las pesquisas para encontrarlo
no han dado hasta la fecha resultado favorable.)
Segundo: Documentos 196 al 369, del 1 de mayo al 30 de junio.
Tercero: Documentos 370 al 664, del 1 julio al 31 de agosto.
Cuarto: Documentos 665 al 880, del 1 de septiembre al 30 de octubre.
Quinto: Documentos 881 al 1095, del 1 noviembre al 31 de diciembre.
Total: 900 documentos.

1822, 6 tomos
Primero: Documentos 1 al 220, del 1 enero al 31 de enero.
Segundo: Documentos 221 al 439, del 1 febrero al 15 de marzo.

5 Del Arenal, “La vía epistolar de la independencia”, Antología de correspondencia política,

pp. 29-69. Fue escrito antes de mi “descubrimiento”.


6 Ortiz, Guerra y gobierno. Los pueblos y la independencia de México, p. 246.

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Tercero: Documentos 440 al 609, del 16 marzo al 30 de abril.
Cuarto: Documentos 610 al 838, del 1 mayo al 31 de mayo.
Quinto: Documentos 839 al 1122, del 1 junio al 15 de julio.
Sexto: Documentos 1123 al 1399, del 16 julio al 30 de diciembre.
Total: 1 399 documentos.

1823-1833, un tomo
Documentos 1 a 248, del 1 enero 1823 al 3 mayo de 1833.
Total: 248 documentos.

Hasta donde sé, el archivo, después de haberse manejado diversas opciones,


pasó de manos privadas al Gobierno del estado de México que la consignó
al Instituto Mexiquense de Cultura donde debe conservarse. Por mi parte,
tuve la oportunidad y la licencia de fotografiar muchos de los documentos,
en especial los firmados por Iturbide, si bien la premura de la operación,
dificultades técnicas (mi propia torpeza) y de tiempo me impidieron fotogra-
fiar la totalidad de la colección conservada. Con todo mucho, muchísimo,
pude salvar, particularmente de los años 1821 y 1822.
Ausente de México por once años y sin oportunidad y condiciones
para trabajar los documentos fotografiados, ahora la realización del semi-
nario sobre la Independencia, auspiciado por El Colegio de Michoacán, los
institutos de investigaciones históricas tanto de la unam como de la Uni-
versidad Michoacana, y las universidades de Puebla y Veracruzana, bajo la
auctoritas de nuestro entrañable homenajeado, el doctor Carlos Herrejón
Peredo, y la conmemoración del Bicentenario hacen propicio y obligato-
rio el inicio de la publicación de los riquísimos fondos de esta colección
documental.

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Índice de personas y asuntos de los tomos 2, 3, 4 y 5
del archivo epistolar de Vicente Guerrero7

La revisión de los índices de los cuatro primeros tomos conocidos, que corres-
ponden a los meses de mayo a diciembre de 1821, arroja los siguientes nom-
bres de autores de los documentos, o algunos asuntos o materias contenidos
en ellos:

Abelar, Bernardo 0/0/18


Acta de Yndepa. del Ympo. 0/0/1
Adame, José Anto. 0/1/2
Agüero, José 0/0/1
Aguilar, Juan Asencio 0/0/0/1
Alonzo, Juan 0/0/1
Alquicira, Pedro Ascencio 9
Álvarez, Juan 7/20/2/4
Esto. de fza. del Rgto. provincial 1
Álvarez, Melchor 0/0/0/1
Anónima 1/0/2
Apuntes 1
Nota curiosa 1
Añora, Miguel 0/1
Arce y Pérez, Salvador 0/0/0/1
Astudillo, José Ma. 0/0/0/1
Ayuntamto. de Acaixtlahuacán 0/0/1
Ayuntamto. de Acapulco 0/0/0/1
Ayuntamto. de Chautla 0/1/1
Ayuntamto. de Cuernavaca 0/1/2
Ayuntamto. de Huetamo 0/0/1

7 Las “casillas” que siguen al nombre del personaje o el tema al que se refiere el docu-

mento corresponden a los tomo 2/3/4/5 de 1821 y señalan el número de ocasiones en que
aparece dicho autor o tema en ese tomo. Si hay solo un número sin casilla éste corresponde
siempre al tomo 2 de la colección.
8 Van en cursivas los asuntos y temas para diferenciarlos de los nombres y apellidos.

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Ayuntamto. de Ometepec 0/0/0/1
Ayuntamto. de Teposcolula 0/0/0/5
Ayuntamto. de Tixtla 0/0/0/1

Baldeolivar, Gregorio 0/0/0/5


Ballesteros, Rafael 0/0/0/1
Bando publicado en junio de 1821 en la Costa Chica 0/1
Baños, Rafael 1
Barragán, Miguel 1/1/1
Bello, Cesareo 0/1
Berdejo, Franco. Anto. 0/0/1
Blanco, Benito Lorenzo 0/1
Bocanegra, Fray Ygno. 0/0/1
Bravo, Nicolás 3/1
Brizuela, Ramón 0/0/0/1

Campos, Cesareo 0/1/5/12


Cuenta del costo de Campanas 0/0/1
Carbajal, Andrés 0/0/1
Carrillo, Ramón 0/0/1/2
Castañón, Juan Pablo 0/1
Cavaleri, Miguel 1/0/8/1
Cortázar, Franco 1
Cuenta de herramienta 0/0/1
Cuesta, Miguel 1

Diario de Operacs. de la Sección Álvarez 0/1


Diseño de chapitel provisional 0/1
Domínguez, José 0/1
Domínguez, Vicente 0/2

Escalafón de Gefes y Ofs. ascendidos. 5ª División del Sur 0/2


Echávarri, José Antonio 12
Estado corte de Caja Aduana de Ajuchitlán, por Junio 0/1
Estado corte de Caja Aduana de Ajuchitlán, por Julio 0/1
Estado corte de Caja Correo de Teposcolula 0/0/0/2

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Estado corte de Caja Correo de Yanhuitlan 0/0/0/1
Estado de cuenta aduana Ajuchitlan 0/2
Estado de cta. y razón de la Tesora. del Ejto. de las tres 3 garantías 0/1
Estado de existencias Aduana de Tlapa 0/0/0/1
Estado de fuerza de la Costa Chica 0/1
Estado de fuerza Locales de Cuernavaca 0/1
Estado de fuerza Rgto. Sn Fernando 0/1
Estado dros. cobrados por la Ada. de Zacatula 0/0/0/1
Estado gral. de tropa y armamto. de la División de operaciones de Acapco. 0/0/0/1
Estados generales de existencias en el Almacén de Artilla. y maestranza en el fuerte
de Acapulco 0/0/1
Esto. de fza. 2º Batn. de S. Fernando 0/0/0/1
Esto. de fza. y armto. 5ª División del Sur 0/0/0/2
Esto. de fza. Batn. de Constancia 0/0/0/1
Esto. de fza. Regto. del Ymperio 0/0/0/1

Félix, Juan 0/2


Fernández Giraldez, Bartolme 0/0/0/1
Figueroa, José 3/15/1
Filisola, Vicente 0/3
Fondo patriótico de Tixtla 0/0/1
Frías, Domingo 0/1
Fuentes. Copias de Docs. 0/6
Fuentes, Valentín 7/7/2

García, Antonio 0/1


García, José Anto. 0/0/0/1
García Bermudez, Anto. 0/0/0/2
Garduño, José Marno. 0/0/9
González, Diego 4/12
González, Joaquín M. 0/0/0/2
Guadarrama, Santiago 0/1
Gual, Manuel 0/0/0/1
Guerrero, Miguel 0/0/0/1
Guevara, Marcos 1/1/1/2

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Gutiérrez Cabiedes, Franco 0/0/1
Lista 0/0/1
Gutiérrez, Fr. Juan 0/0/0/1
Gutiérrez del Mazo, Ramón 0/0/0/1
(Guzmán Los) 0/1
Guzmán, José 0/2

Hernández, Francisco 20/35/11/1


Fortala. Santiago. Estado de fza. 1
Yd. id. de Artilla. 3
Guarnición de Santiago id. 1
Hernández, José Mno. 0/0/0/1
Herrera, José 0/0/0/2
Herrera, José Ygno. 0/0/0/1
Herrera, José Joaquín 0/6/2
Herrera, José María 1
Herrera, Manuel 0/1/2
Herrera, Marcelo 0/0/0/1

Jiménez, José Ángel 0/0/1


Juzgado de Tecpan 0/0/0/2

Labastida J. Ygnacio 0/0/0/5


Ledesma, Marcelo (Copia) 1
Lazarín, José María 0/0/10
Lázaro, Martín 1
Lista de contribuyentes pa. vestuario del Ejto. 0/0/1
Lista por antigüedad de Gefes y Oficiales del Batn. Constancia 0/0/0/1
López, Luis 0/1
Llata, Manuel 0/0/1

Magán, José Mariano 4


Maldonado, Pablo 0/0/1
Manuel, Agustín 0/1/1
Marradon, José 0/0/0/3
Martínez, Felipe 4/10

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Mayol, Manuel 0/1/0/3
Mena, Ricardo 3/0/0/1
Mendívil, José 0/0/0/1
Minuta comunicn. dirijida al Marqués de Vivanco 0/0/1
Miranda, Bernardo 0/0/1
Miranda, Francisco 0/1
Moctezuma, Juan (Ayunto. De Chilapa) 3
Moctezuma, Juan 0/6/2/10
Moctezuma 0/1
Modelo de un documto. militar 0/0/1
Mongoy, Marcos F. 0/0/0/1
Montero R. Luis Vte. 0/0/0/1
Montes de Oca, Ysidoro 2/8/13/1
Bando 1
Morán, José 0/1/11

Muñoz, Juan Ma. (copia) 0/1


Nava, José Antonio 0/2
Negreiros, José Ygno. Junta de las autoridades en México 0/1
Noticia de desertores 0/0/1
Noticia de la fragata Wellington 0/0/0/1
Noticia de los Gefes y Ofics. del Estado mor. gral. qe. solicitan retiro 0/0/0/1

Obispo de la Puebla 0/2


Ocampo, Ygnacio 0/0/1
Ordenanza de Comisarios, Recordando El Art. 14 0/0/1
Ortiz de La Peña, Marno. 0/1/0/1
Osorno, José María 0/2

Pacheco, Manuel 0/0/1


Pascua, José Domingo 0/0/1
Pastor Romero, José 0/0/1
Peña, Antonio 0/0/1
Pérez, Cándido 2/2
Pérez, Marcos 0/1
Pérez Palacios, José 0/1

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Piedra, José Epigmenio 1
Pineda, José Franco 0/0/0/1
Pineda, José Ygnacio 13/9
Estado de fza. de Drags. de Sn. Ferndo. 1
Pinuaga, Juan Pablo 0/0/1
Piñeiro, José María 0/0/2
Polanco, Luis Antonio 0/0/0/3
Popoca, José 1/0/1/3
Proveda. de la Fortaleza Santiago 2
Prado, Antonio 0/0/0/1
Presupuesto de lo que corresponde a los SS. Gefes y Oficiales sobre las armas por
Sbre. 0/0/1
Proclama 0/1
Proclamación y jura de la Yndependa. Decreto 0/0/1

Quintanilla, Franco de Santiago 2


Quintanar, Luis 1/3
Quintero, José 0/0/1
Quintero Castro, José Ma. 0/0/0/4

Ravadán, Felipe 0/0/1


Rea, Joaquín 0/1
Rebolledo, Juan 0/0/0/1
Requena 0/1
Reyes, Gazpar 0/0/1
Reyes, Marcos José 0/1
Rionda, Francisco 0/0/5
Ynstrucción 0/0/1
Rodríguez, Cecilio 0/0/0/1
Rodríguez, Nicolás 0/0/1
Rodríguez Bello, Franco 0/2
Román, Anastacio 0/4
Romano, Felipe 1
Romero, Ysidro 0/1
Ruano Calvo, José María 0/0/7

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Sámano, Agustín 0/4/0/6
Sao [La O], José Antonio 0/0/1
Serrano, Miguel 0/0/1
Soliz, José Ma. 0/1
Sota Riva, Manuel 0/0/1/24
Circular 0/0/0/3

Taboada, Ysidro 0/0/0/2


Tolentino, Nicolás 0/0/0/1
Torreblanca, Pedro 0/0/0/1

Valdovinos, Marno. 0/1/2


Vázquez, José 5/7/5/2
Un recibo 1
Noticia de un cargamto. 1
Vázquez, Pedro 0/0/0/1
Venegas B., Luis 1
Vergara, Lorenzo 0/1
Villanueva, Bernabé 0/0/0/2
Villaverde, Juan Antonio 7/3
Vivanco (el Marqués de) 0/6/20/3
Circular 4

Xicotencal 0/1

Ynstrucciones al Gral. Bravo 0/1


Yruela, Celso 0/0/0/1
Yturbide, Agustín 25/61/35/29
Circular 1/0/2
Decto. estableciendo la Junta de grra. 0/0/0/1
Proclama 1
Capituln. de Quereto. 1

Zambrano, Antonio 0/0/1


Zárate, José 1
Zarzosa, Pedro 0/5/2

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Documentos del tomo 2, mayo-junio de 1821,
suscritos por Agustín de Iturbide

Inicio la publicación de los “primeros”9 27 documentos (de un total de 151


en los cuatro tomos) suscritos por el personaje que ha atraído mi atención
desde hace años y que será el personaje histórico del 2021: el “innombra-
ble” Agustín de Iturbide, el autor del Plan de Iguala, el suscriptor del Tra-
tado de Córdoba, el creador de nuestra bandera, el formador del primer
ejército mexicano y el inventor del primer proyecto constitucional de Mé-
xico independiente.10 Ya en artículo publicado en 2007 referí, a manera de
ejemplo, que en el tomo 2 –que incluye los documentos suscritos en los
meses de mayo y junio de 1821– se encontraban 22 documentos dirigidos
a Vicente Guerrero suscritos por Iturbide,11 lo que en sí mismo ya era una
importante novedad, toda vez que a la fecha se conocían muy pocas cartas
del periodo trigarante entre estos dos relevantes personajes.12 Hoy sabemos
con certeza que las comunicaciones, escritas y verbales a través de interme-
diarios, comenzaron mucho antes del 10 de enero. Iturbide es, sin ninguna
duda, el autor más frecuente de los documentos correspondientes a 1821
del Archivo Epistolar de Vicente Guerrero, pues si bien el nombre de este
aparece en casi la totalidad de los documentos lo hace como destinatario de
los mismos, nunca como autor de alguno de los documentos en los men-
cionados tomos.

9 No puede desconocerse que en el tomo 1 desaparecido deben obrar importantes do-


cumentos suscritos por el Jefe del Ejército de las Tres Garantías.
10 Del Arenal, “El significado de la constitución en el programa político de Agustín de

Iturbide (1821-1824)”, Historia Mexicana, xlviii, pp. 37-70, y Del Arenal, Un modo de ser libres.
Independencia y Constitución en México (1816-1822), pp. 141-164.
11 Del Arenal, “La ¿segunda? carta…”, pp. 150-151.
12 Ibid., p. 150-151. Se ha establecido una especie de historiografía oficial acerca del

momento en que iniciaron las comunicaciones entre ambos a partir de la famosa carta
de Iturbide del 10 de enero de 1821, desde Cualotitlán, y la no menos célebre respuesta de
Guerrero desde Rincón de Santo Domingo, diez días después. Tal vez el mito comenzó con
la publicación el mismo 1821 de las tres Cartas de los señores, 1821. Consúltense en las clásicas
historias de Bustamante y de Alamán, ambos en sus tomos V; Lafragua, Vicente Guerrero.
Ensayo biográfico. y Cienfuegos (comp.), Vicente Guerrero (1782-1831) Primero tuve Patria… Re-
copilación documental.

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Tengo la confianza de que la publicación de estos papeles –y los no
pocos todavía inéditos– sirvan para ir corrigiendo la versión “oficial” sobre
la actuación de Iturbide en nuestra historia a un siglo de su defenestración
en el Congreso de la Unión, y si esto no es posible –dada la continua-
ción de las fobias políticas, o de parte de historiadores con evidente interés
“científico” pro norteamericano– coadyuve cuando menos a la valoración
historiográfica, hoy ya por fortuna tan avanzada gracias a la obra de nue-
vos historiadores y biógrafos, de quien se negó rotundamente a ser conside-
rado traidor a su patria y sí fue, en cambio, el director de su casi incruenta
independencia.
Los 27 documentos que a continuación se trascriben corresponden preci-
samente a los suscritos durante los meses de mayo y junio de 1821, si bien hay
dos de fecha posterior que se han “colado” en el tomo 2 que fue el exami-
nado para este capítulo. En el índice siguiente aparecen xxviii documentos,
pero el xx es copia fiel del xix que es el que trascribo más adelante.

i. A Vicente Guerrero, León, mayo 2


ii. A Vicente Guerrero, Yuréquaro, mayo 9
iii. A Vicente Guerrero, Santiago Conguripo, mayo 10
iv. A Francisco Quintanilla, Santiago Conguripo, mayo 10
v. A Antonio Berdejo, Santiago Conguripo, mayo 10
vi. A persona desconocida (incompleto, pero de Iturbide a Guerrero), San-
tiago Conguripo, mayo 10
vii. A Vicente Guerrero, Puruándiro, mayo 11
viii. A Vicente Guerrero, Hacienda de Guadalupe, mayo 14
ix. A Vicente Guerrero. Valladolid, circular de mayo 22
x. A Vicente Guerrero, sin lugar, pero desde Valladolid, mayo 23
xi. A Vicente Guerrero, Valladolid, circular de mayo 23
xii. A Vicente Guerrero, Valladolid, mayo 26
xiii. A Vicente Guerrero, Valladolid, mayo 26
xiv. A Vicente Guerrero, Acámbaro, mayo 30
xv. A Vicente Guerrero, San Juan del Río, junio 11
xvi. A Vicente Guerrero, San Juan del Río, junio 11
xvii. A José Joaquín Herrera, San Juan del Río, junio 11
xviii. A Vicente Guerrero, San Juan del Río, junio 15
xix. A Vicente Guerrero, San Juan del Río, junio 16

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xx. A Vicente Guerrero, San Juan del Río, junio 16. (Copia del anterior).
xxi. A Vicente Guerrero, Hacienda del Colorado, junio 20
xxii. A Vicente Guerrero, Hacienda del Colorado, junio 21
xxiii. A Vicente Guerrero, Cholula, junio [pero de julio] 27
xxiv. A Vicente Guerrero, Cholula, julio 28, impreso.
xxv. Proclama de Agustín de Iturbide, Casas Viejas, junio 22
xxvi. Capitulación de la ciudad de Querétaro, junio 28
xxvii. A Vicente Guerrero, Querétaro, junio 29
xxviii. A Vicente Guerrero, Querétaro, circular junio 30

Se trata, pues, de 22 cartas y circulares dirigidas a Vicente Guerrero (más una car-
ta que por estar incompleta impide conocer su destinatario, pero que sin duda
fue dirigida al mismo), una a Francisco Quintanilla,13 otra a Antonio Berdejo,14

13 Militar realista. En Sevilla, el 27 de febrero de 1796 se asentó su empleo dentro de la

Compañía de Fusileros del Regimiento de Infantería Provincial de Celaya (De Mayoralgo y


Lodo. Antecedentes de la emancipación. El Reino de Nueva España en el Registro de la Real Estampi-
lla (1759-1798), disponible en http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/
libros/realestampilla/000a_intro.html consultado el 16 de marzo de 2020), teniente de los
Infantes de Celaya hacia 1817 (Gaceta del Gobierno de Madrid del 18 de abril de 1818, p. 394), y
ya con el grado de capitán del Regimiento de Celaya pasó a Teloloapan a las órdenes de Itur-
bide en diciembre de 1820, siendo uno de los primeros confidentes de Iturbide sobre sus planes
de independencia; no sin mostrar cierto recelo al principio, dio su total apoyo a la trigarancia
desde Iguala. El 28 de diciembre de 1820 fue atacado cerca de Tlataya por Pedro Ascencio
Alquicira, salvando al mismo Iturbide con grandes pérdidas. Fue enviado por el Primer Jefe a
Valladolid para dar conocer el Plan de Iguala a Luis Quintanar. Alamán asienta en 1852 que
“D. Francisco Quintanilla, que tanta parte tuvo en promover la independencia, vive todavía
anciano y enfermo en Celaya, cultivando una pequeña finca de campo” en Alamán. Historia
de México desde los primeros movimientos que prepararon su Independencia en el año de 1808 hasta la
época presente, pp. 71-73, 80-83, 87 y 151.
14 Francisco Antonio Berdejo, militar novohispano, originario de San Pedro Tututepec,

Oaxaca, donde fue bautizado el 19 de enero de 1788 (gw.geneanet.org, consultado el 16 de


marzo de 2020). Aparece mencionado por Iturbide en su célebre carta a Guerrero del 19
de enero de 1821 con el grado de teniente coronel, en la cual también le informa que Berdejo,
quien marcharía a Tlacotepec, “va a tomar el mando que tenía el Sr. [Carlos] Moya” habién-
dole prevenido que si Guerrero entrara “en contestaciones”, suspendiera “toda operación”
contra sus tropas. El 4 de febrero, desde Tepeacuilco, Iturbide se lamentaría ante Guerrero
que por no haber recibido a tiempo la aceptación de comunicaciones entre ellos no se pudo
evitar “el sensibilísimo encuentro que Ud. tuvo con el teniente coronel D. Francisco An-
tonio Berdejo el 27 [de enero, no de diciembre como algunos han señalado, entre ellos
Bustamante quien confunde esta acción con la de Tlataya], porque la pérdida de una y otra

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y otra más a José Joaquín Herrera,15 más una proclama y una capitulación,
la de la ciudad de Querétaro. Todos los documentos son manuscritos salvo
uno, y en conjunto permiten conocer con detalle el itinerario de la campaña
de Iturbide desde comienzos del mes de mayo: León, Yurécuaro, Santiago
Conguripo, Puruándiro, Hacienda de Guadalupe, Valladolid, Acámbaro, San
Juan del Río, Hacienda del Colorado, Casas Viejas y Querétaro (además apa­
rece Cholula, pero en los dos documentos firmados a fines de julio). Es decir,
comprenden el periodo de la consolidación, “arraigo regional” y “expansión”
del movimiento trigarante que llevaría al golpe de estado contra Apodaca por
parte de las fuerzas realistas a comienzos de julio, y que magníficamente ha
estudiado Rodrigo Moreno en su indispensable obra La trigarancia. Fuerzas
armadas en la consumación de la independencia. Nueva España, 1820-1821,16 y a la
que me remito como lectura obligada, sobre todo para conocer los aconteci-
mientos sucedidos en estos dos meses que van de “la neutralización de José de
la Cruz y la capitulación de Valladolid”,17 a la capitulación de Querétaro, pa-
sando por la adhesión de San Luis Potosí, Oaxaca y la Nueva Galicia, la muy
lamentable muerte de Pedro Ascencio, la batalla de Las Huertas, y la acción
de Arroyo Hondo, única “en la que se vio involucrado directamente [Iturbide]
a lo largo del movimiento Trigarante”.18 Dada “la aparición más o menos ma-
siva de juras, adhesiones y pronunciamientos”19 en favor de la Independencia

parte lo ha sido, como Ud. escribe a otro intento a dicho jefe, pérdida para nuestro país, Dios
permita que haya sido la última”, en Cuevas, El Libertador. Documentos Selectos de Don Agustín
de Iturbide, pp. 171, 172 y 179. Iturbide se refería a la acción de Cueva del Diablo dirigida por
Berdejo y cuyo parte de guerra, del 31 de enero, fue comunicado por Iturbide a Apodaca el
mismo 4 de febrero, tal y como lo publicó la Gaceta del Gobierno de México el 22 de febrero
de 1821. Se adhirió al Plan de Iguala en Chilpancingo a principios de marzo e intervino en
las operaciones militares de Querétaro a las órdenes directas de Echávarri comandando el
Primer Batallón del Imperio. Alamán asienta en 1852 que Bermejo había “muerto hace años
en Méjico, siendo general de brigada”, en Alamán, op. cit., pp. 83-85, 90 y 91, 107 y 224.
15 General y político mexicano; presidente de la República en tres ocasiones. Nació en

Xalapa en 1792 y murió en Tacubaya en 1854. Siendo teniente coronel en retiro y boticario
en Perote, a mediados de marzo de 1821 se adhirió al movimiento trigarante alcanzando el
grado de general brigadier.
16 Moreno, La trigarancia. Fuerzas armadas en la consumación de la independencia. Nueva

España, 1820-1821.
17 Ibid., p. 191.
18 Ibid., p. 207.
19 Ibid., p. 203.

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durante este periodo se explica la opinión de Alamán, citado por Moreno,
de “que en junio feneció el dominio español en Nueva España”.20 La media
desaparición de Vicente Guerrero durante esos meses a que se refiere Moreno21
puede ser superada parcialmente con la publicación de estos documentos, diez
de los cuales van señalados con la mayúscula C que significa copia.
Como en todo conjunto documental no son pocos los temas tratados
en estos 27 documentos. Enlisto algunos de los más relevantes, pero tocará
a los historiadores de diversos temas sacar el mayor fruto de su lectura para
sus respectivas investigaciones: nombramientos, informe sobre la entrevista
de Iturbide con José de la Cruz y la ulterior proclamación y jura de la inde-
pendencia en la Nueva Galicia, instrucciones sobre movimiento de tropas
trigarantes y virreinales, moderación de las primeras ante la gente, uso de
tinta simpática, operaciones sobre Acapulco y sobre el río Mezcala, vestua-
rio de las tropas, demora de las comunicaciones, rendición de cuentas, fa-
bricación de pólvora y distribución de armamento, intercambio comercial
entre hacendados y comerciantes de la Costa, cultivo del algodón, amor a
la Patria, cuidado de equipajes, capitulaciones de Valladolid y Querétaro,
disposición del diezmo para gastos del ejército, mejoras en el manejo de
los asuntos militares, arrestos de soldados y oficiales por malos manejos o
mala conducta, operaciones secretas, arreglo del ramo del tabaco, periódico
trigarante, ubicación de la imprenta y tesorería del ejército trigarante, contri-
buciones, manifiesto a las tropas españolas capituladas, adhesiones militares
al Plan de Iguala y toma de la ciudad de Puebla. En fin, un pequeño pero va-
riado universo temático. Lamentablemente tampoco aquí se encuentra copia
del texto del bando que habría promulgado Iturbide acerca de la vigencia
provisional de la Constitución de Cádiz en tanto las cortes mexicanas adop-
taran la que más conviniera a la nación, y del cual dio cuenta el papel volante
Ejército imperial mejicano de las Tres Garantías publicado en Querétaro el 5 de

20 Ibid., p. 201. Es indispensable consultar también para este periodo la obra citada de

Ortiz, Guerra y gobierno, en particular pp. 245-264.


21 Moreno, op. cit., p. 195. Solo en un documento se revela la ubicación exacta de Guerre-

ro, pero es uno de los de julio, Tonacate, d. xxiii. La geografía donde aparece este insurgente
en los siguientes documentos es Teloloapan (d. vi), el camino de Acapulco (d. xii), Ajuchitlán
y rumbo del río Mezcala (d. xvi); en este Iturbide se queja ante Guerrero que “Desde q V.S.
salió de Ajuchitlán sobre el Coronel Márquez, no he recibido carta alguna suya”.

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julio y al que ya nos habíamos referido Robertson22 y, en su momento, el
autor de estas líneas.23
También revelan en estos documentos –como en todos los demás con-
servados– mucho de la personalidad, de los propósitos, conocimientos, y de
las estrategias empleadas por Iturbide, así como de su sicología. Veámoslo.
Ante todo, hay que destacar el deseo de ver realizado uno de los objetivos
más caros a la trigarancia: “realizar mi plan evitando por todos los medios
los horrores y difiriendo el pelear para cuando no haya otro arbitrio”.24 En
efecto, se llama a la “conciliación”, y a seguir un camino “sin la guerra y sus
desastres”, lo que exige “tratar con moderación política y comedimiento a
los pueblos y particulares”, y “no hostigar [a] las gentes”, contrariamente a la
vía elegida entonces por las tropas virreinales.
Iturbide se muestra como un buen estratega militar que opera con rea-
lismo y prudencia políticas, que incita a la actividad y que tiene confianza en
sus subordinados, y cuyo objetivo último, como se lo hizo saber a Guerrero,
es la “felicidad de nuestra patria”. De aquí que cada triunfo militar alcan-
zado justifique celebraciones y fiestas, particularmente en los casos de “no
haber derramado una gota de sangre”. A la estrategia y expedición de órde-
nes militares unió su preocupación por el comercio, por los tributos –alca-
bala, tabaco– y por el arreglo de la hacienda pública, comprometiendo su
palabra para pagar las deudas contraídas, en especial con la Iglesia respecto a
los diezmos; también por la disciplina de sus tropas, por lo que no dudó en
sancionar cualquier alteración a la misma. De aquí, también, su interés por
evitar posibles deserciones.25 Este interés por mantener la disciplina acom-
pañó a su preocupación por el bienestar de sus tropas, lo que se manifiesta
concretamente en el tema del vestuario, y obviamente, por la necesidad
de contar con fondos suficientes para su causa.

22 Robertson, op. cit., p. 154. Se encuentra en García, La prensa insurgente, p. 561. En el

lugar que le correspondía estar se incluyeron los dos documentos correspondientes a julio,
los números xxiii y xxiv.
23 Del Arenal, “El significado…”.
24 En esta y las siguientes transcripciones he corregido la ortografía y deshecho las abre-

viaturas. Para darle mayor ligereza al texto he omitido cualquier referencia. Todas se pueden
localizar en los documentos transcritos al final del capítulo.
25 Recuérdese que los días siguientes a la jura del Plan de Iguala hubo significativas

aunque no decisivas deserciones en las primeras tropas trigarantes.

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Consciente de las dificultades en las comunicaciones, el realismo y
la prudencia adoptados lo llevó a desconfiar de las escritas –no obstante
esa “vía epistolar” seguida a todo lo largo del movimiento– y continuar
dando la preferencia al uso de enviados personales. Esto no obstó para de-
mostrar su confianza en la utilidad del periódico como instrumento para
la difusión de noticias y eventos. Por último, resulta interesante conocer
“nuestra mayor inquietud” ante la ausencia de noticias acerca de las accio-
nes sobre el puerto de Acapulco, donde reclamó respuestas rápidas “para
sacarme de la inquietud en que me hallo”. No menos importante es cons-
tatar el conocimiento que tendría de los “economistas políticos” y acerca
del derecho natural y de gentes. Hombre de honor, –aunque la historia
oficial se resista a aceptarlo– Iturbide lamenta no cumplir lo ofrecido o lo
deseado, como lo evidencia el caso de las tropas peninsulares capituladas
en Querétaro: por culpa de las disposiciones de Apodaca “con dolor me he
visto en la necesidad de no usar por primera vez de toda la generosidad pro-
pia de mi carácter y deseo”, impidiéndoles conservar sus armas y trasladarse
a donde quisieran, tal y como se había convenido.26 Ninguno de los ma-
nuscritos siguientes fue escrito por la mano de Iturbide, salvo la rúbrica;
todos fueron dictados y solo en uno se puede encontrar un añadido de
su puño y letra.27
Estoy seguro que dar a conocer estos papeles servirá para completar
aquellas colecciones documentales formadas alrededor del proceso que lle-
vó a la consumación feliz de la Independencia y, en particular, a la labor de
Iturbide, entre las cuales destacan: las formadas por la Secretaría de Guerra
y Marina,28 Roberto Olagaray,29 Nicolás Rangel y el Archivo General de
la Nación,30 Vito Alessio Robles,31 el jesuita Mariano Cuevas,32 el general

26 Documento xxvi.
27 Documento xxii.
28 Colección de documentos históricos mexicanos, tomo I.
29 Colección de documentos históricos mexicanos, tomo II.
30 Correspondencia y diario militar de don Agustín de Iturbide. 1815-1821, tomo III; y Corres-

pondencia privada de don Agustín Iturbide y otros documentos de la época.


31 La correspondencia de Agustín.
32 Cuevas, op. cit.

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Luis Ramírez Fentanes,33 Teodoro Amerlinck,34 Rogelio Orozco Farías,35
Ernesto Lemoine,36 Tarsicio García Díaz,37 el padre José Gutiérrez Casillas
S.J.,38 René Cárdenas Barrios,39 Lillian Briseño y el equipo del Instituto
Mora,40 Gerlad L. McGowan y Tarsicio García Díaz,41 Eric Van Young,42 y
el Conaculta.43
En la transcripción respeté la ortografía, el uso de mayúsculas y minúscu-
las, los signos de puntuación, y las abreviaturas de la época; la única mo-
dificación que hice fue la acentuación y, en alguna ocasión, debidamente
señalada entre corchetes, incorporé alguna palabra para dar sentido a la ora-
ción o para subrayar el texto original. En las notas hago alguna aclaración
cuando lo he considerado oportuno.
Tengo que advertir que no todos los documentos aquí transcritos son
inéditos, pero sí la mayoría; sirvan estos para seguir completando el corpus
iturbidiano, absurdamente no completado hasta la fecha y todavía disperso
en varios repositorios nacionales y extranjeros. Justo es ya que se forme; tal
y como se ha hecho con los documentos de Simón Bolívar y otros próceres
de la independencia sudamericana. Que los festejos por el Bicentenario de
nuestra independencia lo propicien, así como la formación de otros corpus
documentales esenciales para completar nuestra visión de la independencia

33 Colección de los documentos más importantes relativos al C. General de División Vicente

Guerrero, benemérito de la Patria que existen en el Archivo Histórico Militar de la Secretaría de la


Defensa Nacional, México, Secretaría de la Defensa Nacional, 1955.
34 Treinta y nueve cartas inéditas de don Agustín de Iturbide y Arámburu, México, [s. e.], 1960.
35 Fuentes históricas. México 1821-1867, México, Progreso, 1964; y Fuentes Históricas de la

Independencia de México. 1808-1821, México, Jus, 1967.


36 La revolución de Independencia 1808-1821, México, Departamento del Distrito Federal,

1974; e Insurgencia y República Federal 1808-1824, México, Banco Internacional, 1986.


37 La revolución de Independencia, e Insurgencia y República.
38 Papeles de Don Agustín de Iturbide, documentos hallados recientemente, México, Tradición,

1977.
39 1810-1821. Documentos básicos de la Independencia, México, Ediciones del Sector Eléc-

trico, 1979.
40 La Independencia de México. Textos de su historia, México, Instituto de Investigaciones

Dr. José María Luis Mora, Secretaría de Educación Pública, 1985.


41 La Independencia Nacional. IV. Consumación, México, Universidad Nacional Autónoma de

México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1987.


42 Colección documental sobre la independencia mexicana.
43 De Iturbide, Escritos diversos, México, Conaculta, 2014.

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mexicana. Aunque parezca increíble no tenemos todavía los corpus de Hidal-
go y de Morelos por más que nuestro homenajeado haya hecho muchísimo
al respecto. Y faltarían los corpus documentales de Guerrero, los de Ignacio
Rayón, Nicolás Bravo, Guadalupe Victoria, y de tantos otros. Tarea por reali-
zarse a partir de este segundo centenario.

Documentos

D 19844

Con esta fha. digo a D. Rafael Ballesteros lo qe. sigue.

“Los méritos que Vd. ha contraído y de qe. me hallo bien informado


me han decidido a nombrarle como le nombro Administrador de Rentas
unidas del Partido de Huetamo, vacante por D. José Videgarai. Así lo aviso
a los Sres. D. Vicente Guerrero y a D. José Pineda para qe. dispongan se
posecione Vd. de dho destino”
Y lo traslado a V.S. pa. qe. disponga su cumplimiento.
Dios gude. a VS ms. as. León y
Mayo 2 de 1821.
Agustín de Yturbide
Rúbrica

Sor. D. Vicente Guerrero


Comte. gl. del rumbo del Sur

44 Este número corresponde a la numeración original dentro del tomo. La D es añadido


mío.

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II

D 229

Ayer he tenido una entrevista con el Exmo. Sor. D. José de la Cruz


quien con solo este objeto vino hta. la raya de su Provincia con la de Me-
choacan. El resultado ha sido convenir en q. se excite al Exmo. Sor. Conde
del Venadito a q. personalmente conmigo o por Diputados con los mios, se
trate de conciliacon. a fin de terminar nuestras pretenciones sin la guerra y
sus desastres. Deben mediar en unión de dicho Sor. Cruz, los Exmos. Sres.
Yllmo. Obispo de Guadalara. y Conde de San Mateo Valparaíso. El estado
en qe. nos hallamos, y los rápidos progresos q. hace nuestra causa, así por el
aumento increíble de la fuerza física, como por q. la opinión cada ves se fixa
más, me obligan a no admitir cobenio o transación q. no nos prepare gran-
des ventajas tales quales necesariamte. aunque a algún más costo devemos
esperar q. sacaríamos sin dar este paso. De aquí es q ínterin el Sor. Conde
del Venadito admite o no, estamos en aptitud pa. obrar sin consideración
alguna a aquella propuesta, y devemos hacerlo ahora con más actividad pa.
que llamando por todas partes la atención del Govierno se vea este precisa-
do a violentar sus contestaciones y convenimientos, y sea también mayor el
provecho q. de ella se saque.
Dios gue. a VS. m. años
Yuréquaro 9 de Mayo de 1821.
Agustín de Yturbide
Rúbrica

Sor. Don Vicente Guerrero

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III

D 234
Santiago Conguripo 10 de Mayo de 1821
Mi estimado amigo: Puede V. disponer q. el Tnte. Ríos con los Piquetes
de Ynfa. y Cavalla. se reúna al Sr. Corl. Echávarri quien para poder obrar con-
forme a mis órdenes necesita tener una fuerza respetable. Dicho Sr. Echávarri
recivió a boca varias instrucciones q. le di, y pa. llevarlas a efecto u regular q.
tenga necesidad de librar algunas órdenes a los Señores Álvarez, Montes de
Oca y demás Gefes. Aunqe. ya he hablado a Vd. sobre este punto, por si aca-
so se han estraviado las órnes. q. Vd. les dio espero se las repita haciéndoles
ver lo mucho qe. importa el qe. guardemos todos la mor. armonía para
lograr un fin a qe. todos debemos cooperar sin parar la atención en vagate-
las. No importa menos la observancia de la disciplina, y el tratar con mo-
deración, política, y comedimiento, a los Pueblos y particulares. Recuerde
Vd. sus órnes. con frecuencia sobre este Punto y vijile por qe. las cumplan
haciéndoles entender qe. solo por este medio podrá hacerse amable nustra.
causa y no ostigarse las gentes como lo están con las vejaciones e insultos qe.
sufren de las tropas contrarias.
Consérvese Vd. bueno, dé expresiones a todos los Compañs. y mande
a su afmo. amo. Q. B.S.M.
Agustín de Yturbide
Rúbrica

Sor. D. Vicente Guerrero

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IV

D 239
Santiago Conguripo Mayo 10/821

Mi querido amigo: he recivido con atraso la de V. de 26 del pasado


fecha en Zitáquaro, y quedo impuesto en las noticias qe. me comunica del
movimto. de Puebla sobre lo qe. he tenido ya noticias originales.
Se padeció equívoco al entregar a V. las redomas de tinta simpática,
pues se le dieron las dos qe. sirven pa. descubrir y ninguna pa. escribir. Por
tanto haga V. más bien uso del Limón, qe. de ellas si tubiere qe. comunicar-
me alguna noticia secreta.
Dios proteja a V. en su viage y conceda volverlo a ver a su muy afecto
amigo Q.B. S.M
Yturbide
Rúbrica

Sor. Capitán Don Franco. Quintanilla

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V

D 240
Santiago Conguripo Mayo 10/821

Mi estimado amigo: he recivido la carta de Don Juan Álvarez qe. me


incluye V. en su apreciable de 15 del pasado y por ella veo las buenas espe-
ranzas qe. devemos tener de recuperar a Acapulco. Las de los auxilios qe.
espera Rionda son del todo efímeras pues ya sabrá V. qe. las Provincias de
Puebla, Veracruz y México no están capaces de favorecerlo, y por lo qe.
respecta a éstas nada tiene qe. esperar; pues por acá todo nos es favorable y
principalmte. los resultados de la entrevista qe. he tenido con los Sres. Cruz
y Negrete de qe. instruirán a V. las papeletas qe. dirijo pa. ese rumbo.
Yo camino felizmente y deseo a V. toda felicidad como su afmo. amigo
y S.Q.B.S.M.
Yturbide
Rúbrica

Sr. Tente. Coronel Dn. Franco. Antonio Berdejo

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VI

D 241
Santiago Conguripo Mayo 10 de 1821
C45

Mi estimado amigo: hasta ayer en la noche reciví juntas una de V. de


17 del pasado y dos de 19, muy atrasadas a la verdad respecto del tiempo q.
devieron dilatarse, y yo entiendo q. la demora consistió en el tránsito desde
ese punto hasta Huetamo; pues de allí acá han venido en el tiempo regular.
Para evitar q. en adelante puedan desentenderse los q. deven dar curso a
nuestras contestaciones, será combeniente q. advierta V. a todos los Pueblos
del derrotero q. se exprese en cada uno la hora en q. se recivieron y la en q.
siguen a su destino: pa. que de este modo pueda saberse quien causa el
atraso. Es preciso también q. en las mismas cartas se ponga la cantidad con
q. se socorre a los correos pa. que no tengan éstos lugar de pedir más de lo
necesario pa. el viaje.
Siento infinito la dilación q. han tenido los bestuarios y espero q. v.
agite su conclusión pa. que venga la tropa bestida quando tenga q. acercarse
y obrar en la comvinacon. que antes tengo a v. indicada.
No deve dilatarse la aproximacon. a Teloloapan y creo q. ya habrá v.
tomado las medidas necesarias pa. que se berifique con oportunidad.
Ya sabe v. q el Sor. Montesdeoca recivió veinte y seis mil ps., y como el
Sr. Coronel Echávarri tiene q. hacer gastos en el desempeño de las comi-
siones y encargos q. le he dado será combente. que dicho Montesdeoca le
rinda cuenta de aquella cantidad pa. que lo q. reste deducidos los gastos q.
halla invertido en su Divison. lo aplique Echávarri a las otras atenciones
q tiene a su cargo.
La partida del Teniente Ríos deve reunirse al Sor. Echávarri, y con esto
se evitará la deserción y servirá. esta fuerza con utilidad.
Supuesto q. el campo del Limón se haya en estado de defensa, active
V. todo lo posible la extracción de plomo, y fomente la fábrica de pólvora;

45 En el original, significa que es copia.

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pues ya sabe quan importantes son ambos objetos, y q. sin ellos no puede
hacerse la guerra.
Remítame V. qto. antes a Zitáquaro todas las lanzas y Machetes q. se
hallan concluido; avisándome su remisión pa. disponer lo q. combenga.
Me parece muy bien el pensamto. de V. pa fomentar la población de
los territorios de Sacatula y Siguatanejo y pa. que tenga efecto, escribo con
esta fecha al Teniente Coronel Don Miguel Barragán diciéndole q. oficie
a todos los Ayuntamtos. de esta Provincia pa. que exiten a los hacendados
y comerciantes a dirijan pa. aquellos rumbos sus dulces, semillas y demás
frutos estimulándolos con hacerles presente la utilidad qe. deve traerles el
ventajoso cambio de Algodones y otros productos de la costa q. por estos
países tienen estimacon. y pronta salida.
Las Tropas enemigas q. estaban en Tasco, ya se han retirado pa. Méxi-
co, y en esta Provincia según antes tengo a V. dicho, no ocupan más q. la
Capital. La adjunta papeleta instruirá a V. de lo ocurrido en mi entrevista
con los Señores Cruz y Negrete; pero como no combiene por ahora decir
q. lo contenido en ella se comunica de oficio, es preciso qe. al divulgarla
solo se participe como tal papeleta y no como noticias oficiales, pues podría
perjudicarnos qe. se le diese este carácter y el partido qe. puede sacarse de
la negociación con Nueva Galicia.
Yo estoy persuadido de qe. no hago falta por ese rumbo habiéndolo
dexado al cargo de V.: el convencimiento qe. tengo de su aptitud pa. des-
empeñar mi confianza: el Patriotismo qe. anima todas sus operaciones y la
bondad con qe. por darme honor procura llenar las atenciones de la Co-
mandancia General qe. tiene a su mando.
Continuemos pues trabajando sin cesar por los intereses de nuestra ama-
da Patria, procurémosle su felicidad por quantos medios estén de nuestra
mano, y tengamos la satisfacción de cumplir con nuestros respectivos deve-
res sacrificándonos en su obsequio, que es quanto desea quien es de…

[Inconclusa, pero sin duda de Iturbide a Vicente Guerrero]

560

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VII

D 242

He recivido el oficio de V.S. de 18 de Abril ppdo. e instruido de los


demás puntos q. comprehende, me parece bien q. V.S. nombre un Sargto.
de su satisfacción q. se encargue de los equipages, para q. el oficial y tropa q.
antes cuidaba de ellos marche a reunirse al Sr. Corl. José Antonio Echávarri.
Dios gue. a V.S. ms. as.
Puruándiro 11 de Mayo de 1821.
Agustín de Yturbide
Rúbrica

Sr. Dn. Vicente Guerrero

561

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VIII

D 252
C
Con esta fha. digo al Sr. Coronel Dn. José Antonio Echávarri lo qe. sigue.

“Por varios conductos se asegura qe. el Exmo. Sr. Conde del Venadito
ha dispuesto remitir víveres a Acapulco con una fuerte División a las órdenes
del Sr. Marqués Donallo. He llegado a crer q. se haga este esfuerzo, por lo q.
espero de los bien acreditados conocimientos de V.S. que dexándolo pasar
el Río, activará sus medidas (poniéndose de acuerdo con los Sres. Guerrero,
Alquisiras, Montesdeoca y Álbares) a fin de q. no lo repase dha. División
hostilizándola de todos los modos posibles con quitarles las remontas e inco-
modarlos en los pasos extrechos. Es necesaria mucha precaución por si la tri-
pulación de las fragatas hiciese algún mobimiento convinado con dha. Divi-
sión. Para saverlo, importa tomar empeño en la interceptación de Correos”.
Lo q. traslado a V. S. para su inteliga. prometiéndome q. con su acos-
tumbrado empeño tomará ahora el interesante de dañar en cuanto sea da-
ble a la División expresada.
Dios gue. a V.S. ms. as.
Hacienda de Guadalupe
14 de Mayo de 1821
Agustín de Yturbide
Rúbrica

Sr. Dn. Vicente Guerrero

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IX

D 266
C Circular

Sin disparar un tiro ni sufrir desgracia alguna he ocupado hoy esta ciudad
mediante una honrosa capitulación. La guarnición de esta plaza se componía
en Marzo de dos mil hombres, y hoy apenas han mardo. a Méjico cerca de
quinientos, quedándose con nosotros el Sr. Coronel Dn. Luis Quintanar,
la mayor parte de la tropa del País, y un gran número de soldados del Batallón
ligero de Barcelona de los q. unos continúan el servicio en los cuerpos de
este ejército, y otros han pedido su licencia absoluta y se han retirado a vivir
en los Pueblos y Haciendas dedicados al comercio, Agricultura e industria.
Tan venturoso acontecimiento debe celebrarse por todos los buenos Patriotas,
pero reconociendo siempre que al Dios de la paz es a quien se deben las ben-
tajas que logramos. Por tanto disponga V.S. de acuerdo con las autoridades
respectivas el q. se celebre Misa de gracias con tedeum, particularmte. por no
haver derramado una gota de sangre. Espero en el S. que igual suerte hemos
de tener en lo subsecibo, que se ha de realizar mi plan evitando por todos me-
dios los horrores y difiriendo el pelear pa. quando no halla otro arvitrio. No
podrá atribuirse ésta a debilidad por los q. sepan que las tropas independtes.
no se han dejado burlar quando han sido provocadas. Dios gue. a V.S. ms. as.
Valladolid y Mayo 22 de 1821.Agustín de Yturbide. Sor. D. Vicente Guerrero.

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X

D 267
C

La falta de Comunicación con los Sres. Jueces Hacedores de esta Sta.


Yglesia Catedral me obligó antes de la toma de esta Plaza, a dar la orden de que
se usase de los Diezmos pa. los gastos del Exército en aquella parte q. de ellos
corresponde al Fondo Nacional; pero haviendo pesado el motivo q. tube pa.
dar esta providencia sin conocimto. de dhos. Sres. Jueces, advierto a V. S. q.
de aquí adelante sólo ocurra a los Diezmatorios de este Obispado quando
las necesidades de la Tropa de su mando lo exijan executivamte. y spre. con
advertencia de q. la cantidad que preciva, es en cuenta del haver q. pertenece
al Fondo público.
Dios gue. a V. S. ms. as. 23 de Mayo de 1821
[Sin lugar, pero sin duda en Valladolid]
Agustín de Yturbide
Rúbrica

Sr. Come. Dn. Vicente Guerrero

564

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XI

D 268
Circular

Para facilitar el mejor y más pronto expediente de los asuntos militares


he resuelto q. los Comandtes. Generales de Provincia funcionen en ellos de
subYnspectores generales y q. su conducto [sic] se dirijan las representacio-
nes, contextaciones y demás negocios que ocuran.
Dios gue. a V.S. ms. as. Valladolid 23 de Mayo de 1821.
Agustín de Yturbide
Rúbrica

Sor. Don Vicente Guerrero

565

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XII

D 276
C

Habiéndose dejado pasar al Coronel Márquez para Acapulco por razo­


nes de conveniencia, y estando a nuestro favor todas las circunstancias
de estación, clase de gente, caminos estrechos, falta de recursos pa. los
contrarios, etc. estoy penetrado de qe. V.S. sabrá sacar partido tan ventajoso,
q. no regresará la División de dho. Coronel a Cuernabaca: La valiente
tropa del mando de V.S. la de los Sres. Montes de Oca, Alquisiras y Álvarez
por su número, por su vigor, por el conocimiento del país, por hallarse
aclimatados, etc. etc. le dan una superioridad invencible, espero con ansia
la noticia de los más gloriosos resultados.
Por aquí caminamos con la mayor felizidad y he tomado Valladolid y es-
tán ya tres divisiones sobre Querétaro y marcho mañana acia aquel rumbo.
Podrá V.S. creer que será nuestra aquella Ciudad pronto.
Deme V.S. noticias consecutivas de quanto ocurra pues ansío por ellas.
Dios gue. a V.S. muchos años. Valladolid 26 de Mayo de 821
Agustín de Yturbide
Rúbrica

Sr. D. Vicente Guerrero

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XIII

D 277
Luego que reciva V.S. éste se pondrá en aresto al Cadete D. Jesús Arro-
yo del Regimto. de Zelaya y formándole la correspondiente sumaria sobre su
conducta en el manejo de los intereses q. ha tenido a su cargo, lo remitirá a
su cuerpo pr. el rumbo de Citáquaro.
Dios gue. a V.S. ms. as. Valladolid 26 de Mayo de 1821.
Agustín de Yturbide
Rúbrica

Sr. Comandte. Gral.


D. Vicente Guerrero

567

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XIV46

D 28347
C
Acámbaro y Mayo 30 de 1821

Mi estimado Amigo. El B. Dn. José Epigmenio Piedras, y Dn. José Ma.


Franco van con encargo mío a verse con cierto sujeto pa. ponerse de acuerdo
en cierto movimiento. Si qualqra. de los dos asegurase a V. estar el otro de
buena fee, puede V. prestarse a hacer lo qe. dichos Yndividuos le digan, p. no
puedo por obviar un accidente fiarlo a la pluma.
Deseo cordialmte. qe. V. se conserve bueno y qe. mande con confianza
a su apasionado amigo y S.S. Q. S. M.B.
Agustín de Yturbide
Rúbrica

Sor. Dn. Vicente Guerrero

46 Un día antes Iturbide escribió otra carta a Guerrero, localizada en el Archivo Histó-

rico del Instituto Nacional de Antropología e Historia de la Ciudad de México por Nicolás
Rangel y publicada en 1933 por el Archivo General de la Nación y que Robertson transcribió
parcialmente e incluso dio los datos de su localización: número 50-1-7 en Correspondencia priva-
da…, pp. 199 y 200; Robertson, op. cit., pp. 149 y 150: “Rescatamos de la miseria… a tantos
infelices…Tenemos buenos amigos en número considerable y bien dotados. Una sociedad
como esa no puede fallar en prosperar”.
47 Publicada ya por Rangel, Correspondencia privada…, p. 200. Difiere en la abreviatura

del nombre de José Ma., aquí transcrito, y no José Manl. como aparece en dicha publicación.
A continuación, Rangel transcribe la comunicación de Guerrero -situado en Tuxpan- al “Te.
J. Ml. Fz.” de misma fecha.

568

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XV

D 310

Acompaño a V.S. una copia firmada por mí de la orden q. he dado con


obgeto de arreglar interinamente el expendio y comercio de los Tabacos de
la Villa de Orizaba, pa. que comunicándola a los Alcaldes Constituciona-
les y estos a los Administradores del ramo, de Alcabalas y demás a quienes
corresponda, se observe en lo general un mismo sistema y todos obren con
arreglo a ella.
Dios gue. a V.S. ms. as.
San Juan del Río 11 de Junio de 1821
Agustín de Yturbide
Rúbrica

Sor. Comandte. Gral. Dn. Vicente Guerrero

569

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XVI

D 313
C

Desde q V.S. salió de Ajuchitlán sobre el Coronel Márquez, no he reci­


bido carta alguna suya y estoy con la mayor inquietud por tener noticias
exactas del rumbo de Acapulco. Unos dicen q. Márquez repasado ya el Mes-
cala, otros que no habría podido dar un paso aci atrás, y otros q. nuestras
tropas se habían apoderado del Puerto nuevamte. A mí me parece como impo-
sible el q. Márquez haya podido retroceder por el Mescala, las fuerzas de V.
S. con las de los Señores Montes de Oca, Álvarez y Alquisira bien dispuestas
con las bentajas del clima, caminos estrechos etc. etc. eran sobradas pa.
ostruir enteramte. el camino y q. pereciera por las penurias del clima o el
hambre o con los ataques qe. debe haber sufrido pr. esos valientes y la bue-
na disposición de V.S.
Si Márquez repasó el Mescala, Acapulco debe haber sido nuestro en
un instante. Comuníqueme V.S. todo que haya ocurrido pa. sacarme de la
inquietud en q me hallo, así por el interés en la gloria de nuestras armas y
ventajas de ntra. causa, como por saber con q. fuerza de la del mando de
V.S. puedo contar pa. el asalto o sitio de Méjico.
Dios gue. a V. S. ms. as.
San Juan del Río 11 de Junio de 1821.
Agustín de Yturbide
Rúbrica

Sor. Dn. Victe. Guerrero

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XVII

D 314

Siendo los Tabacos uno de los primeros recursos pa. la manutención de


nuestro numeroso Exército que diariamte. se aumenta en exceso; y siendo
efecto cuya generalidad ensu consumo lo pone a nivel de los de primera
necesidad, nos es indispensable empezar a expender ntra. existencia, adap-
tando pa. ello, aunque solo interinarias las medidas q. se puedan conciliar
los preferentes objetos de que el Público no padezca escacés y ntros. fondos
tengan este auxilio. D. José Franco. Rodríguez reconocedor de este efecto
en Córdova tiene conocimientos prácticos en este ramo, y me parece sería
oportuno, q. pidiendo V. a éste y demás que puedan darlo, informes, se
pudiese establecer la justa y proporcional pensión pa. las exportaciones en
rama, con la qual y las alcabalas permanente y eventual que también deven
pagar, quedase en una proporción con el costo a que el Público lo consumía
antes, hasta q. concluida nuestra grande obra, el Supremo Govierno arre-
gle como más justo [lo que] le parezca, pues devemos considerar este ramo
como el más preferente pa. los fondos públicos. Considero también necesa-
rio el que se fomente cuanto sea posible esa Fábrica de Labrado, esmerán-
dose en limpieza y buena manufactura, pues sabe V. los justos clamores de
los consumidores en el antiguo sistema. Si pa. el logro de este considerase
V. necesario mayor acopio de papel del que pueda con facilidad adquirir en
esas Villas y la de Xalapa, me abisará pa. tomar las medidas convenientes,
precaviendo pueda padecer entorpecimientos la labor. Quedo esperando
sobre todo lo concerniente a este asunto los informes e instrucciones q.
pido a algunos sugetos, y luego q. las resiba las pasaré a V. para que logremos
el mayor acierto en todo aunque sea interinario el establecimiento y en él
se arregle como dejo indicado que las pensiones a su venta para exportar,
y las alcabalas, nivele con la aproximación posible los precios que ahora se
establezcan con los que anteriormente han tenido. Para que los dependtes.
de la hacienda pública obren con igual sistema en el cobro de las pensio-
nes con que está grabado el Tabaco, circulará V. este oficio a los Alcaldes
constitucionales de los Pueblos de su departamto., advirtiéndoles hagan lo
mismo con los Admres. de Alcabalas de sus respectivas jurisdicciones. Por

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el primer conducto q. se presente me mandará V. un Estado exacto de las
existencias de Tabaco q. haya pertenecientes al fondo público y a los par-
ticulares; dándome también noticia delo q. prometen las cosechas del año
corriente. Dios gue. etc.
San Juan del Río Junio 11 de 1821.- Señor Teniente Coronel D. José
Joaquín de Herrera. 48
Yturbide
Rúbrica

48 Este mismo día Iturbide remitió otra carta a Anastasio Bustamante informándole que

había ordenado al Intendente de Provincia pusiera en vigor un “Plan de Contribuciones”,


que le enviaba en tanto se imprimía, “para que no llegue el caso de faltar lo necesario para
la manutención de los beneméritos ciudadanos que todo lo sacrifican y hasta su vida misma,
por el bien general”, indicándole que “Desde el momento en que se imponga las contribu-
ciones de dicho plan, cesarán cualquiera otra que se halle establecida, con el fin de sostener
las compañías veteranas de patriotas, pues éstas, de aquí en adelante, serán pagadas de cuen-
ta del fondo nacional del que saldrán todos los gastos que se ofrezcan para su subsistencia”.
Cuevas, op. cit., pp. 230 y 231.

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XVIII

D 318
De aquí adelante se remitirá a V.S. competente número de exemplares
de nuestro periódico49 y demás piezas q. se impriman, para q. haciéndolos
extender y circular pr. ese territorio de su mando [aumente] la ilustración
del Pueblo y se consiga el fruto que deceamos.
Dios gue. a V. S. ms. as.
San Juan del Río 15 de Junio de 1821.
Agustín de Yturbide
Rúbrica

[Al márgen:] Si alguna vez dejasen de remitir a V.S. los impresos puede recla-
marlos. Rúbrica

Sor. Dn. Victe. Guerrero

49 Se refiere al Ejército Imperial Mejicano de las Tres Garantías. Papel volante en García, La
prensa insurgente…, p. 82.

573

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XIX

D 325
Conviniendo a ntra. situación actual que la Ymprenta y Tesorería se
fijen en un punto más céntrico al terreno en q. obra el Exto. q. el de el fuerte
de Santiago donde ahora existen he dado con esta fha. orn. de q. se trasla-
den a Cóporo donde será más cómoda su residencia: y lo participo a V.S. pa.
su inteligencia.
Dios gue. a V.S. ms. as. San Juan del Río 16 de junio de 1821.
Agustín de Yturbide
Rúbrica

Sr. Comte. gral. Dn.


Vicente Guerrero

XX

D 330
C
Duplicado50

50 Copia de la anterior.

574

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XXI

D 336
C

Estando provado por los economistas políticos y demostrado por la


experiencia qe. el recargo de Contribuciones Públicas sobre los efectos del
Comercio y de la industria, al paso qe. entorpecen el giro y progresos de es-
tos dos importantes ramos de prosperidad no producen al fondo Nacional
el aumto. qe. con él quiere dársele, sino qe. por el contrario lo empobrece
y aniquila; y siendo justo el qe. desde ahora comienze el Pueblo a sentir los
benéficos frutos de su Yndependencia con el alivio de las exorvitantes pen-
siones qe. lo agravan, he tenido por conbeniente qe. ínterin las cortes Meji-
canas establecen el sistema de Hacienda, qe. en adelante ha de regir, queden
abolidos los derechos de Subbensión [sic] temporal y contribución directa
de guerra, el de Comboy, el de diez por ciento sobre el balor y alquiler de
Casas, el de sisa cuyo nombre solo horroriza y da idea de su arbitrariedad, y
en una palabra todos aquellos impuestos extraordinarios con qe. el Govier-
no de Méjico ha oprimido al Reyno en estos últimos diez años; quedando
reducido el de la Alcabala al seis por ciento, con cuya proporción se cobraba
antes de comenzada la rebolución.
Ya advertirá V.S. qe al dictar esta Probidencia no me anima otro espíri-
tu qe. el de la felicidad genl. a cuyo servicio me he dedicado; y espero qe. pe-
netrado V.S. de iguales sentimtos. ejercitará su celo y patriotismo haciendo
qe. con la mayor rapidez se circule y execute pa. qe sin demora experimte. la
Provincia a su cargo el alivio qe. deseo proporcionarle con ella.51
Dios gue. a V.S. ms. as. Hacda. del Colorado y Junio 20 de 1821.
Agustín de Yturbide
Rúbrica

Sor. Dn. Vicente Guerrero

51 Robertson se refiere a este plan de contribuciones señalando como fuente la Gaceta


Imperial de México del 13 de octubre de 1821; Robertson, op. cit., p. 154.

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XXII

D 33852
C
Está proclamada y jurada la Yndependencia en la Nueva Galicia; cuyas
tropas forman el Exército de reserva de las tres garantías al mando del Señor
Brigadier Dn. Pedro Celestino Negrete y su segundo el Sr. Coronel Dn. José
Antonio Andrade: lo que participo a VS pa. su satisfacción, y para qe. lo
comunique a todas las Secciones y divisiones de su mando. [Con grafía de
Iturbide] Queda decifrado el enigma de la entrevista de la Hacda. de San Antonio.
Dios gue. a V.S ms. as.
Hacienda del Colorado. Junio 21 de 1821
Agustín de Yturbide
Rúbrica

Sor. D. Vicente Guerrero


Comte. Gl. del rumbo del Sur

52 Ya publicado por Cuevas, op. cit., p. 233, con las siguientes diferencias: el texto del

jesuita va dirigido “Al Señor Coronel Don Anastasio Bustamante”; en él se refiere a “José
Antonio Andrés”, no Andrade; y el lugar y fecha los coloca al principio del documento.
Desde luego no repara en el añadido manuscrito por Iturbide.

576

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XXIII

D 358

Disponga VS a la mayor posible brebedad su marcha al Pueblo de Cuau­


tla de Amilpas, donde deberá esperar mis avisos de la dirección q. deba
tomar, pues acaso será necesario batir al Coronel Concha q. se asegura ha
salido de la Capital pr. el rumbo de Tescuco, tal vez con el designio de pro-
curar q. se levante el sitio de Puebla.
Dios gue. a VS. ms. as. Cholula, 27 de Junio [sic]53 de 1821
Agustín de Yturbide
Rúbrica

Sor. D. Vicente Guerrero


Tonacate

53 Esde julio; al errar en el mes el documento se colocó equivocadamente en este tomo


y provocó que el siguiente impreso, de fecha correcta, también se incluyera.

577

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XXIV

D 35954
[Impreso]
El Jueves 2 del entrante Agosto será evacuada la plaza de Puebla con sus
fortines en virtud de la capitulación acordada por los respectivos comisiona-
dos y aprobada por el excmo. sr. D. Ciriaco de Llano y por mí.
La representación política de dicha ciudad: el heroico entusiasmo de su po-
puloso e ilustrado vecindario, el armamento, artillería, parque, y demás auxi-
lios de que abunda en todo género, siendo uno de ellos el de tres imprentas
corrientes y bien surtidas, hacen esta rendición de la primera importancia, y
puede mirarse justamente como un preludio próximo de la ocupación de la
capital del reino, que va a quedar en el más riguroso aislamiento, y sin otros
recursos que con los que se encuentren en su mismo seno.
Comunico a V.S. tan plausible acontecimiento, para que a la mayor bre-
vedad circule esta noticia en la demarcación de su mando, y disponga que
con las más solemnes demostraciones se celebre un suceso, que colma la
prosperidad de nuestras armas, y anuncia muy de cerca el término venturo-
so de nuestros deseos.
Dios guarde a V.S. muchos años. Cholula 28 de julio de 1821
Agustín de Iturbide
Rúbrica

Sr. [manuscrito:] Dn. Vicente Guerrero

54 Garritz, Impresos Novohispanos 1808-1821, p. 1010; el n. 4733 da cuenta de un impre-

so: Viva el grande Egército Imperial Megicano de las Tres Garantías, suscrito en el mismo lugar
y fecha. Podría tratarse del mismo. Por su parte, Robertson se refiere a los artículos de la
capitulación en Robertson, op. cit., p. 156.

578

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XXV

D 36355
El 1er. Gefe del Ejército Ymperial Mejicano de las tres Garantías. A los apre-
ciables oficiales y soldados del 1er. Batallón de Zaragoza y de las Compañías
de Zamora.

Os haveis rendido a discreción por que inflegcible os puse en los extremos de


hacerlo así o batirnos con las fuerzas Yndependtes. que teníais ala vista. Ele-
gisteis el partido más prudente y vais a conocer pr. vuestra propia experiencia
qe el sixtema de este Ejército está fundado en la moderación, comedimiento
y humanidad. He dado las Órdenes nesesarias para que seáis atendidos en
los puntos que os destinare. Mas huviera querido hacer en Obsequio vuestro,
pero con dolor me he visto en la necesidad de no usar pr. primera vez de toda
la generosidad propia de mi carácter y deceo. El Señor Conde del Venadito
qe. ve con indiferencia y quiso con desprecio el derramamiento de sangre de
los que acaudilla, y desconoce o afecta desconocer el poder e influjo del dro.
público y de gentes a correspondido la conducta observada pr. mi en los capi-
tulados de Valladolid, San Juan del Río, Xalapa, y Sacatlán, etc. con obligar a
sus mismos soldados a unirse a las divisiones de su agonizante partido y man-
dándoles qe. ataquen pasen a cuchillo y no dejen vivo uno solo de los que S.E.
llama Sublevados y Anarquistas, porque no escuchan ni cumplen sus órdenes
contrarias a la voluntad del Rey, a la de la Nación, y al Sistema constitucional
que infrinje a cada paso. Aquí tenéis la razón única pr. que no os he dejado las
armas ni os permito pasen a la capital. No llegaréis a ella sin recivir órdenes de
esterminio y sin veros otra vez espuestos pr. más disposiciones mal aconsejadas
o maliciosamente tomadas a ser el jugete [sic] de los caprichos de un hombe.
que con vuestra sangre quiere dar importancia a sus esfuerzos y absorver los
cargos de una corte que en la época precente deve mirar con seño sus disculpas
y condenar su conducta agena de la liberalidad de las nuevas instituciones que
juró cumplir y hacer ejecutar. Muy pronto podré sin peligro vuestro poneros

55 Véanse también en La correspondencia de Agustín, pp. 28-33, la intensa corresponden-

cia entre Luis Quintanar e Iturbide suscrita entre el 22 de junio, desde el “Campo sobre
Querétaro”, y el 25 de junio desde “casas Blancas”.

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en libertad de elejir el camino qe. querráis y sea cual fuere vuestra resolución,
bien admitáis la de permanecer en este suelo, conforme a mis deceos, bien
la de trasportaros ala Península encontraréis cuantos auxilios sean necesarios
para realizarla. Así os lo promete a nombre de la Nación Agustín de Yturbide,
Casas Biejas Junio 22 de 1821.56

56 A este evento se refiere el “parte” del general Echávarri dirigido a Iturbide desde

Santa María de Río, el 29 de junio, Bustamante, Cuadro histórico de la Revolución mexicana,


pp. 170 y 171.

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XXVI

D 36457

Capitulación acordada en la ciudad de Santiago de Querétaro a veinte


ocho días del mes de Junio del año de 1821 a las cinco de la tarde entre el
primer gefe del Exto. de las tres garantías el Sr. Dn. Agustín de Yturbide y el Sor.
Brigadier Dn. Domingo Luaces comandte. gral. de Querétaro.

Art. 1º El punto de la cruz será ebaquado pr. las tropas del Exmo. Sr.
Conde del Venadito a las 24 horas de firmada la capitulación proporcionán-
dosela el Bagaje neceso.
2º La tropa con gefes y oficiales saldrá con vanderas, armas, municiones,
un cañón de a cuatro y mecha encendida con sus uniformes y equipajes.
3º Los gefes, oficiales y tropa que quieran seguir la capitulación serán
transportados hasta la Ysla de Cuba por cuenta de las cajas del ejército de
las tres garantías dándose noticia de todos los que estén en aquel caso por
listas que se formarán al efecto.
4º Ynterin pueda verificarse el embarco, el Sr. gefe del Exto. de las tres
garantías señalará un punto de temperamto. sano donde deve situarse la tro-
pa que con los gefes y oficiales se compromete ano [sic] hacer armas contra
el expresado ejército.
5º Los oficiales de los cuerpos provinciales que quieran ser comprehen-
didos en los artículos anteriores, quedarán en libertad para ejecutarlo, y si
les acomodase retirarse asus casas como en tiempo de Paz, o con el retiro
que les corresponda por reglamento y años de servicio se les concederá.
6º Los Sargentos, cabos y soldados Provinciales quedarán expeditos para
licenciarse o reunirse a las tropas del Exmo. Señor Conde del Venadito,
dándose la licena. a los demás de la guaranon. que lo soliciten para dedicar-
se al comercio e industria.

57Ni Bustamante ni Alamán transcribieron esta capitulación. Se refieren con detalle


al proceso que llevó a su firma Bustamante, op. cit., pp. 174-178 y Robertson, op. cit., p. 154.

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7º Los oficiales, sargentos, cabos y soldados urbanos quedarán en sus
casas sin que se les siga perjuicio alguno.
8º Durante la permanencia en este reino de las tropas comprehendidas
en esta capitulación serán pagadas de su líquido haver por las cajas de las
tres garantías.
9º El Sr. Gefe pral. del Exto. de las tres garantías responderá de que esta
permanencia se limite al menor tiempo pocible.
10º Los heridos, enfermos e inútiles serán auxiliados con sus sueldos y
atendidos con esmero en su curación hasta que se hallen en estado de usar
de los dros. que les corresponde en la capitulación.
11º Los individuos que tengan intereses pendientes y traten de realizar-
los permanecerán en este reino el tiempo que gusten, y el gobierno de las
tres garantías les proporcionarán la protección necesaria.
12º En los cuales artículos hemos convenido los comicionados pa. arre-
glar la precente capitulación y somos pr. el Sr. Comandte. gral. de Queré-
taro los coroneles Dn. Gregorio de Arana y Dn. Froilán Bocinos y por el
Señor gefe primero de las tres garantías el Coronel Dn. Anasto. Bustamante
y Teniente Coronel Dn. Joaquín Parras: advirtiéndose que haviéndose de-
jado ala elección del Sr. Brigadier Dn. Domingo Loases el punto donde ha
de permanecer la guarnon. ha elegido la ciudad de Celaya. Para la devida
constancia y cumplimto. lo firmamos en el día y hora expresada.- Froilán
Bocinos.- Gregorio de Arana.- Anastacio Bustamte.-Joaquín Parras.- Apro-
bamos la precente capitulación y nos obligamos a el más exacto cumplimto.
de ello bajo nuestra palabra de honor y para qe. haya constancia devida lo
firmamos. Fecha Ut. Supra- Agustín de Yturbide.- Domingo Luases.58

58 Lacarta de Iturbide dirigida desde Querétaro a Vicente Filisola, entonces en Zitácuaro


o “por el rumbo de Maravatío”, el mismo día, en La correspondencia, t. I, pp. 144 y 145.

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XXVII

D 365

Por diversos conductos he tenido informes de la mala conducta del


Comandte. Monroy: y no siendo justo que el Ejército se desacredite pr. los
hechos de un hombre que no sabe o no quiere cumplir sus deberes, espero
se sirva V.S. proceder contra él y formarle la sumaria correspondiente pa.
qe. sea castigado como merece.
Dios gue. a V.S. ms. as.
Querétaro Junio 29 de 1821
Agustín de Yturbide
Rúbrica

Señor Coronel D. Vicente Guerrero

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XXVIII

D 369
Circular

Muchos oficiales q. deseaban desde el Primer día dar la voz de Ynde-


pendencia, no han podido verificarlo por accidentes q. no es fácil preveer
[sic], ni enumerar de aquí q. consiguiente con el Plan adoptado deverán
considerarse como reunidos al Exército oportunamte. los q. hta. aquí han
pasado o en lo subcesivo pasaren con tal qe. lo hayan hecho o hagan expon-
táneamente y sin q. los obligue a adoptar el sistema nuestro, el temor, o la
falta de otro giro con q subsistir. Por consiguiente los q. habandonaren las
vanderas del Exmo. Sor. Conde del Venadito al acercarse nuestras Divisio-
nes a los Pueblos quando ya conocen q. por fuerza deben sucumbir, aunque
obtendrán sus empleos y quedarán expeditos pa. sus acensos, no deberá
considerárseles ni pa. lo uno ni pa. lo otro con antigüedad preferente a los
qe. desde el principio, o quando han podido hacerlo expontáneamente se
adhirieron o adhierien al Exército.
Dios gue. a V.S. ms. años.
Querétaro 30 de Junio de 1821
Agustín de Yturbide
Rúbrica

Sor. Don Vicente Guerrero

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Señora de Guadalupe en acción de gracias por la feliz conclusión de la in-
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cretario de la Junta Provincial de Censura establecida en esta capital, socio
voluntario de la Academia Pública de Jurisprudencia teórico – práctica de
la misma, y corresponsal de la de Buena Educación de Puebla, y catedráti-
co regente de la Cátedra de Constitución. México, en la Oficina de don
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que antes de descubrirse por su muy Ilustre Ayuntamiento dijo, en la Iglesia
del Convento Grande N. S. P. S. Francisco, el Dr. y Mtro. D Joaquín María
de Oteiza y Vértiz, colegial teólogo de oposición, catedrático que fue de lati-
nidad y filosofía en el Seminario Conciliar de México, examinador sinodal
de este arzobispado y del obispado de Sonora, cura propio de la parroquia de
Santiago de la expresada ciudad de Querétaro, juez eclesiástico y vicario
foráneo en su partido, capellán del convento de señoras religiosas de Santa
Teresa y prefecto actual de la ilustre y venerable Congregación de Nuestra
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con el objeto de asegurar nuestra sagrada religión y establecer la
independencia del Imperio Mexicano: y tendrá el título de Junta
Gubernativa de la América Septentrional; propuesto por el Sr. Co-
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dijo el presbítero mexicano D. …, vocal de la misma Junta, el día 28 de
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Índice

Presentación �����������������������������������������������������������������������������������������������7

Carlos Herrejón, una biografía intelectual����������������������������������������������� 17


Ana Carolina Ibarra

Carlos Herrejón y la división de poderes. Su trascendencia


en la historia constitucional de México�����������������������������������������������������29
Rafael Estrada Michel

Los ciclos de la contrarrevolución en el proceso de la independencia


(1810-1821) �����������������������������������������������������������������������������������������������49
Josep Escrig Rosa

Sermones y discursos del restablecimiento de la Constitución


a la trigarancia�������������������������������������������������������������������������������������������85
Carlos Herrejón

Apuntes biográficos sobre un clérigo montañés en la independencia


de Nueva España. Manuel de la Bárcena y Arce (1768-1830)����������������� 115
Juvenal Jaramillo M.

Una interpretación de la independencia mexicana de 1821������������������� 141


Rodrigo Moreno Gutiérrez

Córdoba, 1821, derecho, paz e independencia���������������������������������������169


Alfredo Ávila

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La independencia pactada. Un plan mexicano de monarquía federal
en la prensa del trienio liberal�����������������������������������������������������������������203
Ivana Frasquet

El contexto internacional del Plan de la Independencia de la América


Septentrional, conocido como Plan de Iguala (1816-1824)���������������������237
Guadalupe Jiménez Codinach

La trigarancia. Su dimensión simbólica ������������������������������������������������� 261


Moisés Guzmán Pérez

Ciudadanos y militares en el camino a la consumación


de la independencia. Puebla, 1820-1823�������������������������������������������������307
Alicia Tecuanhuey Sandoval

De cántaros y juramentos. El trienio liberal en Zacatecas�����������������������339


Mariana Terán

1821 visto desde Yucatán�������������������������������������������������������������������������369


Laura Machuca Gallegos

El sendero de la independencia en Michoacán, 1820-1821��������������������393


Carlos Juárez Nieto

La consumación de la guerra de independencia en Oaxaca,


actores políticos y grupos de poder, 1821-1823 ���������������������������������������423
Carlos R. Sánchez Silva

Una visión particular del tránsito de la administración del erario


novohispano al nacional. El caso del alcabalatorio de Chautla �������������443
Luis Jáuregui

El Plan de Fondos Municipales de los Pueblos de 1822 y la extinción


de los tributarios de Nueva España���������������������������������������������������������467
Martha Terán

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Dos parroquias en los años de la trigarancia, 1820 y 1821���������������������505
Celina Becerra

Cartas de Agustín de Iturbide dirigidas a Vicente Guerrero


y otros documentos del primero suscritos entre mayo y junio de 1821
que se hallan en el Archivo epistolar de Vicente Guerrero���������������������535
Jaime del Arenal

Bibliografía ���������������������������������������������������������������������������������������������585

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Siendo rector de la Universidad Veracruzana
el doctor Martín Gerardo Aguilar Sánchez,
La consumación de la independencia. Nuevas interpretaciones
(homenaje a Carlos Herrejón) de Ana Carolina Ibarra, Juan Ortiz Escamilla
y Alicia Tecuanhuey (coordinadores)
se terminó de imprimir en diciembre de 2021,
en los talleres de Lectorum, S. A. de C. V., Belisario Domínguez núm. 17,
loc. B, col. Villa Coyoacán, cp 04000, Ciudad de México, tel. 5555813202.
En la edición, impresa en papel cultural de 90 g,
se usaron tipos Goudy Old Style de 18:28, 11:14 y 9:11 puntos.

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