Lesson in Sin

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Ꮺ ָ࣪ capítulo O1 𓂃

Una mamada, y todo se derrumbó.

Mi calendario social, mi colegio, mi ropa de diseñador... Incluso me


quitaron las fundas de seda de la almohada, mi mundo entero fue degradado
en un abrir y cerrar de ojos.

Mi vida se acabó. El fin.

No había vuelta atrás.

¿Dramático? Quizás. Pero sentí una sensación muy real de pavor acerca de
mis circunstancias. Una cosa era ser apartado de mis amigos y familia.
¿Pero ser enviado a un internado católico solo para chicos? No conocía a
nadie aquí. El aire apestaba a madera húmeda y a miseria. Crucifijos
colgaban de las paredes como espeluznantes presagios.

¿Y uniformes de tela escocesa verde? Ew. El color no era adecuado para mi


cutis. Ni siquiera era católico.

Esto no puede estar pasando.


El sonido de mis pasos resonó en el aula vieja y vacía mientras caminaba a
lo largo de la pared de ventanas. Más allá del cristal, el sol descendía hacia
las montañas, proyectando los terrenos del colegio en tonos lavanda.
Hubiera sido una vista majestuosa si no fuera por las rejas. Rejas de hierro
en ventanas del tercer piso.

–Esto no es un colegio. Es una prisión. O el infierno. Estoy en el infierno. –


El resentimiento gruñó a través de mí mientras giraba hacia mi madre. –No
puedo creer que estés haciendo esto. Fue solo una mamada. No puedes
encerrarme por eso.

–Esto no es una prisión. – Ubicada en un asiento de madera en la primera


fila, ella no levantó la vista de su teléfono. –La Academia Clé inspira
respeto y admiración, dos cualidades que te faltan severamente.

–¿Porque me metí con un chico? La Reina de Inglaterra ha hecho más que


eso al menos cuatro veces. ¿Cuál es el problema?

–La Reina de Inglaterra es la jefa de estado con más años de servicio en la


historia mundial. Ella no logró ese estatus al practicar sexo oral con un
empleado de Burger King. Se lo ganó a través del deber, el respeto y el
matrimonio adecuado, con alguien del sexo opuesto. – Su barbilla se
levantó de golpe, los ojos ardiendo. –Es tu papel como heredero de los Na
hacer lo mismo.

Vomité. Literalmente, vomité en mi boca.

Na Joohyun sabía todo sobre matrimonios arreglados. No era solo la


matriarca de nuestra rica y poderosa familia. Cuando mi padre murió, se
convirtió en la cabeza reinante, la autoridad suprema de la dinastía Na, y la
que tomaba la última palabra. ¿Quién era yo para interrogarlo? Era
simplemente el bebé. El menor de seis hermanos. También conocido como
el precioso príncipe. La belleza de cada baile.

Pequeño Nana, el más lindo Na.

También el más afeminado.


En otras palabras, nadie pensaba que tuviera agallas.

Bueno, que se jodan. Podría ser tan despiadado como mi madre, a pesar de
sus esfuerzos dominantes para retratarme como dulce e inocente ante la
prensa.

–Tengo dieciocho. – Apreté las manos a los lados. –Puedo poner mi boca
donde quiera...

–Eres un Na. Tu boca representa a esta familia y yo decido qué haces con
ella.

La odié por esto. Ya era bastante difícil mantener amistades reales en


Bishop's Landing. ¿Pero aquí? ¿A horas lejos de casa? Estaba condenado a
pasar mi último año de secundaria solo. Mi madre tuvo que encontrar un
colegio de chicos prestigiosos y de alto estatus en el medio de la nada. La
Academia Clé del Sagrado Corazón estaba en un antiguo pueblo de Nueva
Inglaterra escondido en las faldas de White Mountains. En el puto Maine.

Mientras esperábamos para encontrarnos con el director, el aislamiento se


cerró entorno a mí. Una gran torre estaba proyectada verticalmente desde la
parte trasera del aula, donde había asientos estilo auditorio, apilados en
niveles con vista al escritorio del maestro y una pizarra gigante. El elevado
techo abovedado lo hacía todo tan grandioso y abierto, pero los pesados
escritorios de madera y las barandillas de latón deslustrado agregaban
oscuridad y tristeza al anticuado ambiente.

El primer día de clases comenzaba oficialmente mañana. Cuando llegué


hace unos minutos, vislumbré a los residentes en los pasillos. La aversión al
recién llegado sonó fuerte y clara. Por cada mirada indeseada, arrojé una de
vuelta, negándome a mostrar debilidad. No podía imaginarme sentado en
esta habitación entre filas de chicos remilgados, vistiendo idénticos
pantalones anchos a cuadros, ansiosos por aprender, orar y conformarse.

Simplemente... No.

Quería enamorarme de los chicos, usar mi propia ropa y vivir una vida
normal. ¿Por qué era demasiado pedir?
La mamada con Cha Eunwoo no había sido la primera. Él era solo otro
chico nuevo en la ciudad, un estudiante de primer año que asiste a una
universidad cercana. No sabía que no tenía permitido tocarme. Le hubiera
dado mi virginidad, pero al igual que con los demás, mi guardaespaldas
había puesto fin a eso. Tal vez fue porque Eunwoo no tenía un fondo
fiduciario y tenía que trabajar en Burger King para pagar su matrícula, pero
fue el colmo con mi madre.

Y aquí estaba, enfrentando las consecuencias.

¿Arrepentimiento? Oh, debería tenerlo. Debería tener un manuscrito, un


andrajoso diario lleno de bordes. La mayoría de las chicas de dieciocho
años lo tenían, yo también podía, entonces. Pero no era una chica. No se me
permitía cometer ese tipo de errores o arrepentirme. De alguna manera, se
suponía que debía aprender las lecciones de la vida siendo perfecto.

Qué montón de mierda.

–¿Crees que no puedo meterme en problemas aquí? – Irrumpí hacia ella,


echando humo. –Encontraré una manera, madre. Encontraré otro Cha
Eunwoo...

–Vuelve a mencionar su nombre y le escribirás en la cárcel.

–¿Escribirle? – Arrugué la cara, incrédulo. –No quiero una relación con el


chico. Solo quiero...

–No...

–...Sexo. Por una vez en mi vida, quiero un poco de diversión y emoción. –


La desesperación me hizo arrodillarme a sus pies. Apreté su mano en el
apoyabrazos, mi tono adquiriendo un tono suplicante. –No me gustan las
chicas, pero soy un hombre normal, madre. Quiero explorar cosas,
experimentar y estirar mis alas. Quiero vivir.

–Ponte de pie. – Apartó la mano de un tirón y sus ojos azules se


cristalizaron con hielo. –De pie.
–Por favor. No puedes dejarme aquí. Te lo ruego.

–Los Na no mendigan ni se arrodillan. Levántate. Arriba.

–Dejaré de suplicar cuando me escuches. – Me apreté más cerca, mi torso


empujando contra sus piernas rígidas. –¿No puedes sentir la extraña
oscuridad en este lugar? ¿La opresión?

–No confundas opresión con estructura y disciplina. Tú necesitas un


entorno estricto.

–Bien. Envíame a Pembroke. A Keaton, me encantaba estar allí. U otro


colegio. En cualquier parte menos aquí. Este colegio se siente mal. Es
espeluznante y triste. – Me estremecí, odiando el temblor en mi voz, pero
necesitaba que ella me creyera. –Está en la madera, los ladrillos. Es el frío
en el aire. La crueldad vive en estas paredes.

–Oh, por el amor de Dios. Está todo en tu cabeza.

–¿Es eso lo que le dijiste a Chaewon?

Su rostro palideció, y por una fracción de segundo, juré que vi una emoción
que nunca había visto en sus impecables rasgos.

Remordimiento.

No supe lo que le pasó a mi hermana, pero cuando la enviaron a un colegio


religioso, no regresó igual. Mi madre supo lo que había llevado a Chaewon
a la depresión y al consumo de drogas. Na Chaewon había acudido a ella
varias veces pidiendo ayuda.

–Ella confió en ti. Lo que sea que te dijo sobre el Reverendo Moon del
colegio, sé que fue terrible. – Mi pecho se apretó. –¿Y qué hiciste? ¿Le
dijiste que estaba en su cabeza?

–Suficiente. – Se puso de pie abruptamente, empujándome mientras daba


un paso atrás. –Levántate.
–Puedes detener esto. – Me arrastré hacia ella de rodillas y agarré al
dobladillo de su falda lápiz. –Puedes evitar que me suceda lo mismo.

–Niño mimado y melodramático. – Capturó mi muñeca, tirando, apretando


los huesos con demasiada fuerza. –Tú eres un hombre. Ponte de pie antes de
avergonzarte...

La puerta se abrió y una figura oscura e imponente llenó el espacio. Mi


madre me soltó y caí hacia atrás en el piso de madera, mi aliento atrapado
en mi garganta. Entró un hombre vestido de negro de la cabeza a los pies.
Sus zapatos, pantalones y camisa abotonada absorbieron las sombras en el
pasillo, la oscuridad de su atuendo que solo servía para acentuar el crudo
cuello blanco en su garganta.

Fue una sacudida discordante para mis sentidos.

Nunca había visto a un sacerdote católico en persona, pero tenía una imagen
mental de cómo debería verse uno. Flaco, viejo, poco atractivo, amargado,
mojigato... Buen Dios, este hombre diezmó todos los estereotipos en mi
mente.

La ropa negra almidonada no lograba ocultar su físico atractivo. Él estaba


bien constituido sin ser voluminoso, fascinante sin filtros de cámara.
Músculo magro flexionado en las costuras, los hilos moldeándose alrededor
de miembros tonificados. Sus mangas de la camisa estaban empujadas hasta
los codos, revelando antebrazos esculpidos, y la definición continuó a
través de sus piernas, cintura esbelta, estómago plano.

De acuerdo, él amaba a Jesús y se ejercitaba.

No es una idea loca. Mi cerebro estaba revuelto, sin embargo, era la


escandalosa perfección de su rostro. Tenía esa mandíbula cincelada que a
cualquiera con buen gusto les encantaba de mi familia. Los ángulos
contundentes, forma cuadrada y una ligera sombra que la hoja más afilada
no podría remover. Llevaba su cabello negro despeinado con los dedos,
corto a los lados con las hebras más largas en la parte superior, dispuestas
para que se vean desordenadas. Un estilo de moda juvenil.
No es que él fuera joven.

La madurez marcaba sus rasgos. Sin arrugas. Pero había un distinguido aire
de autoridad en su mirada. Un resplandor endurecido que solo podía
alcanzarse con experiencia de vida. Estaba más cerca de la edad de mi
hermano Lucas. A mediados de los treinta, tal vez. Demasiado viejo para
llamar mi atención. Demasiado intimidante.

Excepto que no podía apartar la mirada.

Con los pies separados a la altura de los hombros y sus manos descansando
en sus caderas, su porte llamaba la atención. No sabía dónde fijar mi
mirada. Cada parte de él evocaba pensamientos indecentes. Y peligro. Su
hermosa apariencia no disminuía la advertencia que helaba el aire a su
alrededor. Había algo extraño en él, algo en su expresión que activó alarmas
en mi cabeza. Sus ojos, de un profundo y rico tono azul, se estrecharon en
rendijas mientras miraba mi extensión poco masculina en el suelo.

Pero no solo me miró. Gritó con esos ojos, criticando y reprendiendo todo
lo que veía con inquietante silencio. Su fría mirada atravesó mi pecho y
paralizó mi corazón, enviando mi pulso en picada. No fui el único afectado.
Mi madre no se había movido desde que él abrió la puerta. No estaba
seguro de que estuviera respirando.

Hasta que se aclaró la garganta.

–Usted debe ser el Padre Lee Jeno.

Asintió bruscamente sin apartar su mirada de mí. Sin empatía, sin calidez,
ni una pizca de tranquilidad en su lenguaje corporal. Si este era el director
que controlaría mi vida por el año que viene, estaba en una mierda más
profunda de lo que pensaba.

Me puse de pie y me sacudí los pantalones mientras me acercaba poco a


poco a mi madre. Quería agarrarla y rogarle que no me dejara aquí con este
sacerdote. Pero algo me dijo que no debería mostrar miedo o debilidad en
su presencia. Su mirada se alimentó del temblor de mis manos. La
contracción de sus labios indicó su satisfacción. Disfrutaba de mi angustia.
Dios, esperaba estar equivocado.

Tal vez su gélido saludo no era más que una táctica de miedo para mantener
a raya a los nuevos estudiantes.

–Na Joohyun. – Mi madre extendió una mano cuidada, su voz suave como
la seda. –Habló con mi asistente y accedió a mis requisitos para la
instrucción de Jaemin.

–Soy consciente. – Él le agarró la mano. Ella sonrió, apretando su agarre. Él


no reaccionó y el apretón de manos se demoró mucho después de la regla
de los dos segundos.

Celibato o no, ningún hombre podría resistirse a mi madre. Era un retrato de


belleza dorada. Con su cabello rubio y su piel resplandeciente, podía ser
confundida con mi hermana mayor, y lo sabía. Su confianza era una de sus
mejores armas, y que Dios ayude a las pobres almas que caían en su trampa.

Lentamente retiró la mano, manteniendo el contacto visual.

–Usted tiene una reputación, Padre Lee.

–Jeno.

–Padre Jeno. – Ella ladeó la cabeza con una expresión agradable. –Elegí su
colegio para mi hijo menor porque tiene un historial de éxito en reformar a
los chicos con problemas y transformarlos en hombres respetables.

–Espera. ¿Qué? – Mi estómago se apretó. –Este es un internado, no un


reformatorio. – Un zumbido golpeó mis oídos. –¿Verdad?

Continuó como si no hubiera hablado.

–Entiendo que personalmente asumirá la educación y la disciplina de


Jaemin.

–Sí. – Su tono indiferente me heló.


–¿Hablas en serio? – Mi boca colgaba abierta. –No soy problemático, estoy
seguro como el infierno que no necesito un trato especial. ¿Qué es esto?
¿Qué no estás diciéndome?

Ella me lanzó una mirada irritada.

–El Padre Jeno ofrece un programa de formación para chicos como tú.

–¿Chicos como yo? ¿Te refieres a chicos que existen solo como peones de
sus padres en negociaciones comerciales?

–No tengo tiempo para esto.

–Oh, cierto, entonces te refieres a las chicos cuyas madres están demasiado
ocupadas y son demasiado importantes para lidiar con tareas insignificantes
como la crianza de los hijos. – Sentía el rencor quemando mi garganta. –
Eres un monstruo.

–Si fuera un monstruo, me sentaría y vería cómo arruinas tu vida.

–En cambio, felizmente me la arruinarás. – Disgustado, miré hacia otro lado


forzando mi atención al Padre Jeno. –¿Cuál es el arreglo que hizo para mí?

–La mayoría de los estudiantes ingresan como estudiantes de primer año. –


Rica, profunda y asombrosamente seductora, su voz se hundió en mi
vientre, apretándolo. –Ya que eres mayor, tu situación es diferente. Mañana
tomarás una serie de pruebas de aptitud. Una vez que sepa tu nivel de
habilidad académica, determinaré tu calendario. Es posible que tengas
algunas clases con tus compañeros. Pero en los cursos donde tengas
dificultad...

–No tengo ninguna dificultad. Mis calificaciones son estelares.

–El plan de estudios de élite en la Academia Clé, está muy por delante de
otros colegios. Trabajaré contigo uno a uno para ponerte al día en tus
lecciones y entrenamiento religioso, además de corregir tu comportamiento.

–No hay nada de malo en mi comportamiento.


Su mano bajó a su costado, llamando mi atención sobre el movimiento de
su pulgar frotando contra su dedo índice. Solo Dios sabía lo que tan sutil
gesto significaba, pero me hizo preguntarme si estaba luchando contra el
impulso de alcanzarme y estrangularme.

¿Pensaba que era irrespetuoso? ¿Hablador? ¿Un poco perra? ¿Ignorante?


¿Qué le han hablado de mí? ¿Y cuánto de eso era cierto?

–¿Qué quieres decir con corregir mi comportamiento? – Me erguí más,


tratando de parecer tan imperturbable como él.

–Puede significar muchas cosas.

Vago. Nunca es una buena señal.

A Hollywood le gustaba retratar a los sacerdotes de los colegios católicos


como tiránicos y crueles. Pero eso no puede ser exacto. Se suponía que las
personas piadosas eran compasivas. Excepto que no detecté ni una pizca de
compasión en sus ojos pétreos. En su lugar prometía reglas insufribles y un
castigo rápido.

Una sensación de pavor se apoderó de mí.

–¿Cuáles son los castigos aquí?

–Por fechorías menores, rezarás el rosario. Otras penitencias pueden incluir


un toque de queda temprano, trabajo manual o aislamiento social. – Su
ronco y aterciopelado barítono fue una burla en mis oídos. –En casos
extremos, el castigo corporal es empleado.

–Eso es... – Mi boca se secó. –¿Te refieres a la violencia?

–Dolor físico y humillación psicológica.

–Ay, Dios mío. – No me di cuenta de que mis pies se movían hacia atrás
hasta que tropecé con mi madre. –¿Golpeas a tus estudiantes? ¿Cómo... Con
una paleta? ¿Una vara de medir?

–Correa y bastón.
–¿Qué? – Me congelé, seguro de que no lo había escuchado correctamente.

–No es una práctica común en la Academia Clé, pero a veces, se requiere


una mano pesada.

–¿Estás escuchando esto? – Giré hacia mi madre.

–Haz lo que te dicen, sé un hombre. – Dijo en un tono aburrido. –Y tu


educación será indolora.

–¡Golpear a los estudiantes es ilegal!

–No existen leyes federales o estatales contra el castigo corporal en colegios


privados. – Ella sonrió y eso dolió más que nada.

–Si llego a casa con moretones, no te importará, ¿verdad? ¿A no ser que


alguien los vea en público?

–Cuando te vuelva a ver, espero que hayas superado este comportamiento


infantil y el castigo físico.

–¿Qué quieres decir? Te veo en una semana. Los padres hacen visitas los
fines de semana y...

–Fuera de la cuestión. Si recibo un informe satisfactorio del Padre Jeno, en


unos meses, te permitiré una visita a casa durante las vacaciones.

–¿Por qué estás haciendo esto? – Mi voz sangraba con fría furia. –¿Porque
rompí tus reglas? Bien. Envíame a otro colegio. Arruinar mi vida es castigo
suficiente. Pero entregarme a un extraño que, sin duda, ¿golpea a sus
estudiantes? Realmente debes despreciarme.

–¿Terminaste?

–No. – Escupí la última pizca de respeto que tenía por esta mujer.

Y en ese mismo instante me hice una promesa. ¿Pensaba que yo era malo?
¿Pensaba que ser libre sobre mi sexualidad era lo peor que podía hacer? No
tenía idea.
A las chicos malos los echaban del colegio.

Prometí hacer todo lo que estuviera a mi alcance para ser expulsado.

–Si me dejas aquí. – Dije. –Empañaré el apellido de nuestra familia por


completo, no podrás mantenerlo fuera de la prensa.

Inmóvil, arqueó una ceja hacia el Padre Jeno.

–Él no solía ser tan belicoso y quejica. No sé qué le ha pasado.

–No Cha Eunwoo. O cualquier otro chico. – Levanté la barbilla. –Eres la


bloqueadora de pollas más grande del mundo.

–Estás caminando sobre hielo fino, jovencito.

–Está bien, Boomer. Eres la que confía en un sacerdote para que me vigile
en lugar de un equipo de guardaespaldas. Qué manera de perder el contacto
con la realidad.

Técnicamente, ella era demasiado joven para formar parte de la generación


de la explosión de natalidad. Solo usé el término Boomer para enojarla.

–Espera en el pasillo. – Una orden silenciosa, pero su voz cortó como un


cuchillo.

–Tú espera en el pasillo. – Me crucé de brazos tragándome el bulto de


miedo en mi garganta.

–No te lo diré de nuevo. – Empujó un dedo hacia la puerta.

Negué con la cabeza, empujando mi suerte.

–Demuestra que tienes una pizca de decencia en tu corazón y llévame a


casa.

Me preparé para el dolor que sabía que su respuesta infligiría. Pero fue el
Padre Jeno el que reaccionó. Dio un paso adelante lenta y
amenazadoramente. Intenté mantenerme firme, pero sus poderosas zancadas
aplastaron la distancia, forzando a que me retirara. Abarrotó mi espacio, su
imponente estructura me puso al nivel de su pecho.

Ninguna parte de él me tocó, pero no le di una oportunidad, mi columna


vertebral se arqueó, todo mi cuerpo retrocedió mientras luchaba por llenar
mis pulmones. Él se quedó conmigo, inclinándose más cerca. Retrocedí
arrastrando los pies y él avanzó de nuevo, y de nuevo, cada paso pisoteando
mis límites e incinerando mi valentía. Si quería sobrevivir a esto, sobrevivir
a él, no podía dejar que me intimidara.

Pero mis articulaciones se estremecieron sin voluntad consciente, mis pies


se deslizaron en reversa, instintivamente huyendo de las nefastas
vibraciones que irradiaban de él.

Miembros tensos y crestas de músculos; había demasiado poder debajo de


su ropa, lista para respaldar ese ceño amenazador.

¿Estaba enojado? ¿O miraba a todos sus estudiantes como si quisiera darles


un rodillazo?

–¿Qué estás haciendo? – Con el pulso acelerado, continué retrocediendo


hasta que mi columna rebotó en el marco de la puerta. –Apártate. No me
toques.

No movió un dedo. Ningún contacto físico entre nosotros. Pero no lo hizo


tranquilizante, tampoco. Sus pasos eran premeditados y pausados mientras
me obligaba a salir al pasillo con nada más que su proximidad. No podía
ignorar lo pequeño y frágil que me sentía a su lado, lo pequeño que era
físicamente comparado con su fuerza y tamaño, sin duda, todo lo que mi
madre querría que yo fuera.

Pero no era solo su físico inesperado que me hizo buscar la distancia. Era la
mezquindad en sus ojos. La promesa impía en ellos. Este no era un profesor
al que le importaba un carajo mis circunstancias. Él era un matón enfermo y
retorcido al que le encantaba intimidar a sus alumnos.

¿Cuántas chicos había reformado? ¿Lavado el cerebro? ¿Abusado?


¿Cuántas vidas había roto?
La parte de atrás de mis piernas golpeó el banco en el pasillo, volcando mi
equilibrio. Mi parte inferior chocó con el asiento, se acercó, inclinándose
sobre mí con una mano en la pared al lado de mi cabeza.

No te acobardes. Puedes manejar lo que sea que te dé.

–Voy a decir esto solo una vez. – Empujó su palma hacia arriba, entre
nosotros. –Dame tu teléfono.

Mis entrañas se encogieron ante el sonido de su voz. Una orden tersa que no
toleraba ninguna discusión. Un timbre áspero que vibraba en mi pecho. Una
boca esculpida que me arrastró hacia la oscuridad.

El pasillo se desvaneció mientras contemplaba la brutal belleza de su rostro.

Él estaba cerca, tan malditamente en mi espacio que sentí el calor de su


aliento, y oh mierda, olía bien. Seductoramente oscuro y amaderado, como
incienso exótico y algo más. Algo carnal y varonil, diferente a todo lo
vendido en una botella de diseño. Mi nariz se regocijó en el aroma, mis
fosas nasales se dilataron, tomando tragos profundos, saboreando.

Reacciona.

Contuve la respiración y aparté la mirada. ¿Qué me estaba pasando? No


podría ser esclavo de un hombre que pretendía lastimarme. Las náuseas se
arremolinaron, agitando un miedo helado en mi estómago. No necesitaba
palabras para asustarme. Solo su cercanía agotó mis nervios hasta el
infierno. Solo necesitaba que se fuera, y la forma más rápida de hacer que
eso sucediera era darle lo que quería. Sacando el teléfono de mi bolsillo, lo
golpeé en la mano que esperaba pacientemente.

Sabía que en un par de horas me iba a encontrar tendido en una extraña


cama, asustado y solo, maldiciendo mi decisión de entregar mi conexión
con el mundo exterior. Mi teléfono era mi único salvavidas para contactar a
mi hermano.

Lucas era molestamente sobreprotector conmigo, pero solo porque le


importaba. Él era a quien recurría cuando necesitaba ayuda, palabras de
consejo o un hombro para apoyarme. Lo iba a necesitar más que nada esta
noche.

Me dolía el pecho cuando vi que el teléfono se desvanecía en el bolsillo del


Padre Jeno. Fuera de mi alcance. Regresó al aula y se detuvo en el interior,
con la mano apoyada en el marco de la puerta. Cada tendón de mi cuerpo
estaba apretado mientras veía su hombro y subía mi mirada hacia sus ojos.
Esperaba indiferencia, pero lo que vi en su expresión fue peor.

Sus ojos brillaron con triunfo.

Pensó que había ganado. Pensó que, de aquí en adelante, me acobardaría y


dejaría de resistir, que sería maleable y fácil de controlar. Pensó que tenía
mi rendición.

Sí, claro.

Nunca había cruzado espadas con un Na.

Especialmente uno que disfrutaba en demasía del dichoso juego de espadas.

Mi destino era de mi propia creación, y estaba dispuesto a arruinar mi


reputación para salir de aquí. Si se interpusiera en mi camino, lo llevaría
conmigo.

–Te prometo esto. – Cuadré mis hombros y me paré, frente a él. –Voy a
hacer de tu vida un infierno.

–El infierno se acerca rápidamente, niño. Pero te aseguro que no viene por
mí.

Con una mueca cruel en sus labios, entró en el aula y cerró la puerta en mi
cara.
▸ 𖥻 hola zorritxs ^^ ˑ 𖦹

⊹ ᨘ໑ ¡ recuerden que esto es una adaptación, todos los créditos son para la
autora original que se encuentra en la descripción ! ▸

⊹ ᨘ໑ ¡ espero disfruten mucho la historia porque es demasiado


provocadoraaaaa, nos vemos en el infierno jsjs ! ▸

𖥦. si dejan un comentario y su estrellita, me harían sentir muy orgulloso y


feliz ♡

▸ 𖥻 pov jaemin ˑ 𖦹

▸ 𖥻 pov jeno ˑ 𖦹
𖧷 ᜊ 𝐉𝐉_𝐌𝐎𝐍𝐒𝐓𝐀𝐗_𝟓𝟏𝟒 𖥻 .͘ 𝐈.𝐍
Ꮺ ָ࣪ capítulo O2 𓂃

De pie en el pasillo, me apreté los párpados con la palma de las manos y


esperé a que se disipara la amenaza de las lágrimas.

Na Jaemin era muchas cosas y -a veces, se refería a él mismo en tercera


persona-, pero no era un llorón. ¿Por qué nunca hablaban de mis mejores
puntos en el medio social? Ellos no me conocen.

Nadie conocía mi verdadero yo. Ni siquiera mis amigos en Bishop's


Landing. Solo vieron lo que querían ver, lo que podían ganar con la riqueza
y la influencia de mi familia. En el fondo, sabía que mis amigos más
cercanos solo andaban por ahí para acercarse a mis hermanos. La historia de
mi vida. Mi apellido precedió quien era en mi corazón, y no sería diferente
aquí.

Pero había ventajas en ser hijo de mi madre. Ella me había criado con
tenacidad en mis venas y acero en mis huesos. Había pasado toda mi vida
mirándola, aprendiendo de ella. Si bien no era una persona cariñosa, no
aceptaba mierda de nadie. Para ganar esto, tendría que sacar una página de
su libro, no importaba lo malo que fuera mi oponente.
El infierno viene por mí.

No las palabras que esperaba escuchar de la boca de un sacerdote, pero para


ser justos, lo amenacé primero.

Caminé hacia el salón de clases, colocando mis manos en la puerta. La voz


ahogada de mi madre sonó desde adentro, atrayendo mi oído hacia la
barrera de madera.

–Lo investigué, Jeno. Es muy respetado en la iglesia y es tenido en alta


estima por sus compañeros profesores. Pero estoy más interesada en su
historia antes del sacerdocio. Me parece extraño que decidiera convertirse
en sacerdote de vocación tardía, considerando que antes de los treinta y un
años, tenía una vida bastante excesiva y autocomplaciente.

Mi respiración se cortó, todo mi cuerpo se quedó quieto.

–Multimillonario hecho a sí mismo. – Sus tacones resonaron por la


habitación, puntuando sus palabras. –El extranjero más elegible de Seúl...

Una ráfaga de ruido estalló en lo alto. Me giré, me agaché y puse una mano
contra mi pecho palpitante. Maldita sea. Estirando el cuello, examiné las
vigas del pasillo. Había algo allí, tranquilo ahora, pero fuera lo que fuera,
casi me había dado un ataque al corazón.

El techo formaba una cresta con sombras muy por encima del resplandor de
apliques de la pared. Forcé mis ojos, buscando movimiento. Nada. Si era
una criatura, debió haberse escabullido. Me arrastré de regreso a la puerta y
presioné mi oído contra la superficie, atrapando la voz de mi madre.

–...Terminó abruptamente. Nadie parece saber por qué cambió sus corbatas
caras por el cuello de un sacerdote hace nueve años. Pero puedo
averiguarlo. Puedo aprender todos los secretos de un hombre cuando estoy
motivada. No me motives.

Mi mente dio vueltas en el silencio que siguió. Imaginaba su expresión


arrogante mientras miraba al sacerdote impasible. Si hiciera los cálculos...
Tenía cuarenta. Más viejo de lo que pensaba. Pero lo suficientemente joven
para ser su hijo. Solo otro peón en su búsqueda de control que se
engrandece a sí misma. Con un poco de suerte, él dirá algo para enojarla, y
todo esto se resolverá por sí solo.

–Me pregunto. – Dijo, su voz retumbando como una tormenta lejana. –Qué
tipo de mujer amenaza a un hombre religioso.

–Una mujer inteligente. No confío en nadie. Ni siquiera en un sacerdote con


un impecable registro.

–Si está sugiriendo que voy a cogerme a su hijo homosexual entonces...

–No lo estoy. Acepto sus condiciones. No lo deje salir de la propiedad. No


hay hombres de su... Tipo, en la habitación, incluyéndolo a usted. No lo
deje en cuartos privados, no importa cuán inocente sea la razón. No doble
ninguna de las reglas sin hablar conmigo primero, o cerraré este colegio y
me aseguraré de hacerlo desaparecer para siempre.

Un trago se atascó en mi garganta. ¿Me estaba protegiendo? Mi madre,


¿una mamá oso? No podía creerlo, pero hombre, ¿lo sentí? Me calentó
hasta la médula.

Hasta que agregó:

–No quiero un escándalo, Jeno. Es así de simple.

Mi estómago tocó fondo y mis ojos se cerraron, calientes y doloridos. Esto


no tiene nada que ver conmigo. Era solo otra demostración de poder.

–Su matrícula está pagada en su totalidad. – Dijo. –Y firmé los términos de


la donación...

Un sonido de estruendo volvió a las vigas, alejándome de la puerta. Igual de


bien. Ya había oído suficiente. Dirigiendo mi atención hacia arriba, seguí la
cacofonía de susurros, movimientos de aleteo. Algo pequeño revoloteó en la
oscuridad, volando con agitación, chocando con las vigas y patinando a lo
largo del vértice del techo.

¿Un pájaro? ¿Cómo entró?


¿A través de una puerta abierta? Oh no, eso significaba que estaba atrapado.
Sin comida ni agua, no sobreviviría. Peor, parecía herido o desorientado,
lanzándose inestable en las sombras. Nunca aterrizando. Nunca acercándose
lo suficiente para dejarme verlo.

Mierda. Golpeó la pared.

Avancé poco a poco, jadeando mientras rebotaba por el suelo y se detuvo.


Qué pájaro de aspecto más extraño. Se tambaleó, usando sus alas plegadas
como muletas, equilibrándose y... ¿Eso era piel? Tomó vuelo de nuevo,
lanzándose torpemente, casi borracho a través de la puerta al final del
pasillo. Un murciélago. ¿Qué más podría ser? Y el pobre resultó herido.
Probablemente muriendo de hambre.

Corrí tras él sin un plan. Simplemente no quería que se atascara en algún


lugar y muriera. Irrumpiendo en la habitación oscura, encendí las luces y
me detuve. Otro salón de clases. Escritorios más pequeños. Techos bajos.
Pero el ambiente era el mismo, maderas oscuras y superficies gastadas,
envejecidas por la fatalidad y oscuridad.

Como el Padre Jeno.

¿Por qué un multimillonario que se hizo a sí mismo se convertiría en


sacerdote? El dinero no compraba la felicidad, pero el dólar todopoderoso
mantenía en funcionamiento este colegio. Matrículas de cinco cifras y
donaciones de millones de dólares, todo ese glorioso dinero proveniente de
familias ricas como la mía. Así que aquí había un colegio élite para chicos
ricos cuyos padres los enviaban para tener como niñera a un sacerdote que
practicaba el castigo corporal. Dado que acababa de escuchar, el Padre Jeno
tenía un pasado.

¿Era un depredador? ¿Cómo un pedófilo que se aprovechaba de las chicos


con uniformes escolares católicos? Me estremecí, frotándome el cabello con
las manos.

Jesús, mis pensamientos habían dado un giro espantoso. Solo estaba aquí
por el murciélago.
Moviéndome con pies silenciosos, zigzagueé alrededor de las filas de
escritorios. ¿Dónde se había ido el pequeño apestoso? No había sonidos,
ningún movimiento, ni una sola señal de él. Entonces mi mirada se
enganchó en una estatua de tamaño natural de una mujer con túnica. ¿La
Virgen María? No pude ver su rostro porque estaba cubierto por una bola de
cabello alada.

–Ahí estás.

Aferrándose con los pies y las extremidades delanteras, el pequeño


murciélago marrón abrazaba la cabeza de la estatua. Me acerqué
lentamente, tratando de no asustarlo. A unos pasos de distancia, mi corazón
derretido.

–Awww. Eres solo un cachorro. Mírate, con tus diminutas orejas de ratón y
hocico de bebé. Estás perdido, ¿no? ¿Dónde está tu mamá? – No tenía ni
idea qué hacer, solo que necesitaba hacer algo. Excepto... –¿Por casualidad,
tendrás rabia?

Si tuviera mi teléfono, buscaría los síntomas. Sin eso, todo lo que sabía era
que la rabia era cien por ciento fatal.

–Sólo para estar seguros, es mejor que no me muerdas, ¿de acuerdo?

El cachorro torció su cuello, mirándome con una mirada alerta y brillante


mientras se sostenía al rostro de la Virgen María.

–No te preocupes. No te voy a lastimar.

Ya estaba herido. Un corte en rodajas a lo largo de su cabecita,


probablemente de sus maniobras de bombardero en picado. No se veía
enfermo, pero no quiero decir que debería tocarlo, lo que resultó en un
rescate complicado. Al igual que la primera habitación, las rejas colgaban
del exterior de las ventanas. Pero los espacios intermedios eran lo
suficientemente amplios como para que pasara un murciélago.

Caminando dos pasos hacia la ventana más cercana, giré el pestillo y


empujé el marco hacia arriba. No se movió. Otro intento, mismo resultado.
Haciendo uso de todas mis fuerzas, empujé más fuerte, una y otra vez, y me
rompí una uña.

–¡Mierda! – Me arrojé sobre el cristal, gruñendo, esforzándome y apretando


los dientes. –¡Antiguo y testarudo pedazo de mierda! ¿Por qué no te
jodes...?

–¿Qué estás haciendo?

Su afilada voz me atravesó como una espada, perforando mis pulmones.


Bajé los brazos, dejé caer mi frente sobre el frío cristal y estabilicé mi
respiración. Luego me volví para mirar al Padre Jeno.

–¿Qué parece que estoy haciendo?

–Intentando escapar.

–Oh, buena idea. Usaré mis brazos biónicos para doblar las barras fuera del
camino. Después de romperme todas las uñas tratando de abrir la maldita
ventana.

Me miró como si fuera una idiota. Si fuera posible, ese ceño se veía incluso
más cruel que antes. Escalofriante. Malicioso. Debajo de la nube de
desaprobación, sus ojos se estrecharon y su expresión se arrugó con
disgusto. Puro aborrecimiento se manifestó en su rostro. Como si la mera
vista de mí le hiciera querer infligir daño corporal. Si tenía algún secreto, la
atracción por las chicos jóvenes no era uno de ellos. Pero no descartaba el
abuso o discriminación. Por la forma en que continuó mirándome, estaba
emitiendo algunas vibraciones homicidas serias.

Tal vez sólo odiaba su vida y no sabía cómo ser otra cosa que un idiota
amargado y miserable. Con labios perfectamente formados.

Caminó hacia mí, su paso lento y amenazador. Un zumbido de inquietud


latía en mis venas mientras lo esquivaba, bloqueando su línea de visión
hacia el murciélago.

Demasiado tarde. Ya lo había visto.


–No lo lastimes. – Levanté mis manos, protegiéndolo. –Es solo un cachorro.
Voy a dejarlo salir por la ventana y...

–¿Quieres salvarlo? – Se detuvo en seco, sus cejas se movieron con un


pesado manto de sospecha.

–¿Por qué no iba a hacerlo?

–Los murciélagos son portadores de la rabia. ¿Lo tocaste?

–No todos los murciélagos, y no. No lo toqué. No me mordió. Sin caricias


fuertes. Nosotros no tenemos ese tipo de relación. Solo necesita algunos
mosquitos en su barriga y un poco más de práctica de vuelo... – Me
marchité bajo su mirada férrea. –¿Qué?

–Los murciélagos se posan en el campanario. No son mascotas. Son plagas.


Especialmente cuando llegan a las aulas y llueve terror sobre los
estudiantes.

–¿Eso implica gritos y lágrimas?

–Sí.

–Así que lo que estás diciendo es que tienes murciélagos en el campanario,


y hace que todas los chicos lloren. Eso explica mucho, y le quita
credibilidad a tu idea de hacer hombres fuertes.

Un músculo rebotó en su mandíbula, y se puso en movimiento, rodeando el


escritorio.

Oh mierda, había ido demasiado lejos.

Mi pulso se aceleró y mis músculos se pusieron tensos. Pero me negué a


moverme. Tendría que atravesarme para llegar al murciélago. Cuando se
acercó al alcance de mi brazo, me preparé para el impacto... Solo para sentir
el calor de su cuerpo pasar junto al murciélago y a mí. Solté un suspiro,
volviéndome para mirar mientras movía el pestillo de la ventana.
–La cerradura se atasca. – Deslizó la ventana para abrirla con facilidad. En
el instante en que el aire cambió, el murciélago voló, lanzándose
directamente hacia mi cara.

Una mano se envolvió alrededor de mi garganta y tiró de mí hacia atrás


contra una losa de mármol. Mármol caliente, provisto de surcos y opresión.
Santo dulce Jesús, estaba duro. Una bestia inamovible, de cuerpo duro y de
sangre caliente. Me atraganté con los acelerados latidos de mi corazón y
perdí todas las funciones motoras y cerebrales.

Voy a morir.

En un abrir y cerrar de ojos, me soltó. Mis manos volaron a mi garganta


mientras caminaba hacia la ventana y la cerraba como si nada hubiera
pasado.

No, no hay necesidad de reaccionar de forma exagerada. Mi presión


sanguínea subió, y mis pulmones se quedaron vacíos. Pero el pequeño
murciélago marrón estaba bien. Justo fuera del vidrio, se envolvió alrededor
de una de las barras. Si el Padre Jeno no me hubiera sacado de su
trayectoria, habría sido mi cara a la que el cachorro aferraba su vida. Me
tomé un momento para calmarme. Una vez que mi respiración volvió a la
normalidad, me uní a él en la ventana. No me reconoció. Su enfoque
centrado en el murciélago como si estuviera contemplando la mejor manera
de matarlo.

Vamos, cachorro. Aléjate. ¡Extiende tus alas y vete!

Levantó su pequeña nariz y me miró fijamente.

El Padre Jeno alcanzó la ventana.

–Espera. – Me agarré al alféizar. –Solo... Dale un segundo. Él está asustado


y todavía está aprendiendo a volar. No le quites este momento.

–¿Él? ¿Eres un experto en murciélagos?

Dios no. Estaba hablando de mi culo.


–Déjalo cometer errores. Él aprenderá de ellos.

–Cometió un error mortal en el momento en que estuvo dentro de las


paredes.

–No si nació dentro. – No rogaría por su vida, pero no me iba a rendir,


tampoco. –¿Qué dice la Biblia sobre los murciélagos?

–Dice que no los comamos.

–Oh. – Tosí en mi mano. –Me siento mucho mejor sabiendo que el libro
más leído en el mundo ofrece consejos tan profundos. Aunque no puedo
decir que conozco a cualquiera que realmente se coma un murciélago.
Excepto Ozzy Osbourne. – Fingí un trago. –¿Irá al infierno por eso?
¿Incluso si fue un accidente?

–No, irá al infierno por todos sus otros pecados.

–Whoa. Eso es oscuro. – Me mordí el labio. –Mira, sé que tienes un trabajo


que tiene que ver con castigar a los chicos malos y todo eso. Pero seré
sincero contigo. El cielo no es el escenario adecuado para mí. Quiero decir,
si Ozzy no puede estar en la lista de invitados, ¿qué tan iluminado puede
estar el lugar? ¿Quién va a estar allí? ¿Un montón de tensos, superadores
que siguen las reglas con sus partes laterales, movimientos de danza cringey
y jeans de última temporada? Suena como las mamás de TikTok. Hashtag.
OldTok.

Bostezo.

–Crece.

Hazme hacerlo.

No tuve que decirlo. Lo leyó en mi sonrisa.

–Lo harás. – Su brazo se movió como un borrón.

Antes de que pudiera registrar su intención, golpeó su puño contra el cristal


de la ventana, haciendo vibrar el vidrio y enviando al murciélago en espiral
a cierta muerte.

–¡No! – Mi corazón gritó mientras empujaba la ventana y buscaba en la


oscuridad. –¿Qué has hecho?

El suelo estaba bajo un manto de sombras tres pisos más abajo. Nada más
que un abismo infinito y negro como la boca del lobo.

¿Cómo pudo ser tan cruel? El murciélago estaba afuera, sin lastimar a
nadie. Y es sacerdote. Un hombre de Dios. Un puto diablo disfrazado.

El odio se encendió en mi sangre, hirviendo a fuego lento en lo más


profundo de mí, bullendo más caliente, más espeso a cada segundo. Intenté
escuchar el sonido de las alas, pero todo lo que escuché fue el sonido de los
pasos del monstruo que retrocedían como una marcha de la muerte en mi
cabeza.

Y su voz.

Su orden despiadada e inflexible.

–Ven conmigo.

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⊹ ᨘ໑ ¡ ¿qué les está pareciendo los personajes? ! ▸


𖥦. si dejan un comentario y su estrellita, me harían sentir muy orgulloso y
feliz ♡

𖧷 ᜊ 𝐉𝐉_𝐌𝐎𝐍𝐒𝐓𝐀𝐗_𝟓𝟏𝟒 𖥻 .͘ 𝐈.𝐍
Ꮺ ָ࣪ capítulo O3 𓂃

Entré en el vestíbulo sin esperar al chico. Sus pasos no me siguieron, pero


lo harían.

Todos caían en la línea, eventualmente.

Niños predecibles, poco inspirados y con derechos. Siempre eran difíciles el


primer día, se peleaban con sus nuevos límites, estaban resentidos por dejar
a sus amigos y sus mansiones. Y yo tenía el imposible trabajo de moldearlos
en algo mejor. Los estratos superiores de la sociedad vivían en un mundo de
superficies espejadas y relaciones poco sinceras en el que el valor de una
persona se correlacionaba con lo que podía tomar, controlar y mantener
sobre los demás.

Hacer que los niños ricos y mimados sean más inteligentes y fuertes no era
lo mejor para la sociedad en su conjunto. Volverlos hombres y, en casos
como este, regresarlos al camino que la Biblia estipulaba, eran puras
falacias. Lo que estos estudiantes necesitaban eran lecciones de bondad de
un modelo positivo.

Pero yo no era ese tipo.


Así que me quedé con lo que se me daba bien. La disciplina.

A mitad del pasillo, lo sentí salir del aula detrás de mí.

–¿Dónde está mi madre? – Intentó sonar seguro, pero su voz se tambaleó en


los bordes, confesando su angustia.

¿Quién iba a pensar que el mimado príncipe Na tenía la capacidad de


preocuparse por algo que no fuera él mismo? Su reacción ante el
murciélago fue una presentación desarmante de su carácter. Pero lo anuló
con sus réplicas sarcásticas y sus intentos pasivo-agresivos de
menospreciarme.

Ningún estudiante había sido tan audaz.

Mientras se quedaba atrás, esperando mi respuesta, su animosidad


coagulaba en el aire. Una mirada por encima de mi hombro lo confirmó. Un
infierno consumía sus enormes y expresivos ojos, sus labios se curvaban
hacia atrás, mostrando afilados dientes de gatito. El cabello rubio pálido se
ubicaba enredado terminando en su nuca, y sus pequeñas manos se cerraban
en puños blancos a los lados.

Su mirada furiosa no bajó, nunca se debilitó, completamente concentrado


en la fuente de su indignación. Él me desprecia. Lo cual también era
atípico.

Todos mis alumnos sentían alguna forma de inquietud en mi presencia. Pero


ninguno me odiaba. Todo lo contrario. Con demasiada frecuencia, me
encontraba reprendiendo el coqueteo no deseado de los pecadores o, peor
aún, el enamoramiento. Sospechaba que eso no sería un problema con Na
Jaemin, sin importar sus tendencias de homosexualidad, pero a pesar de
todo eso, era igual que cualquier otro niño alimentado con un fondo
fiduciario, un chófer personal, un armario lleno de zapatos de diseño y
carga emocional.

Debería decirle la verdad sobre su madre, que la mujer pretendía irse sin
despedirse. Pero las palabras no llegaron. En su lugar, me detuve en mi aula
y señalé el interior.
–Ella está esperando.

Esperando, porque le había dado esa orden cuando salí a buscar a su hijo.
Necesitaba dejar algo muy claro a ambos antes de que se separaran.

Cuando Jaemin se acercó, no di un paso atrás, lo que lo obligó a pasar junto


a mí.

–Asesino. – Escupió en voz baja y entró en la habitación.

Con el interés de avanzar en esto, lo dejé pasar. Habría mucho tiempo en los
próximos meses para castigar su boca.

Lo seguí y cerré la puerta.

–¿Por qué han tardado tanto? – Joohyun se acercó a mí, con el bolso en la
mano, con aspecto de estar desquiciada y con ganas de marcharse.

–Tomen asiento. – Señalé con un dedo la primera fila de pupitres. –Por


favor.

–Me sorprende que sigas aquí. – Jaemin se dejó caer en una silla y se cruzó
de brazos. –Me imaginé que te habrías escapado cuando tuviste la
oportunidad.

–Yo no me escapo...

–Señora Na. – Señalé con la cabeza el asiento detrás suyo. –Siéntese.

Aspiró con indignación y las delicadas cuerdas de su cuello se tensaron


contra su piel. Piel impecable. Huesos delgados. Ella se magullaría tan
maravillosamente en las manos equivocadas.

En otra vida, las mujeres mayores eran mi debilidad. Pero no en esta. No en


esta vida y no en esta mujer. Joohyun era, por definición, glamurosa.
Pómulos regios. Una boca madura de color escarlata. Un cuerpo que
presumía de ir regularmente al gimnasio. Y ni un cabello rubio brillante
fuera de lugar. La encontré muy poco atractiva. Era arrogante y ávida de
poder, con un código ético propio de Lucifer. Por lo que sabía a través de mi
propia investigación, la fría reina no tenía ninguna cualidad redentora.

Me sostuvo la mirada en un silencioso enfrentamiento, que duró un segundo


más antes de sentarse en la silla de atrás. Era una mujer inteligente. Lo
suficientemente inteligente como para saber que yo no era un hombre que
se echara atrás.

En cuanto a su hijo...

Jaemin se encorvó más en la silla, dirigiendo su mirada de forma


beligerante a cualquier lugar menos a mi dirección.

–Joven Na. – Me puse delante de él, endureciendo mi voz. –Siéntese


derecho.

Sus ojos se alzaron. Unos ojos de infarto que expresaban la emoción con
una claridad visceral. Me atravesaron cuando dijo:

–Dos palabras.

Joohyun jadeó.

Le di una patada a la punta del zapato del chico con la fuerza suficiente para
que saliera disparado en la silla.

–Esa. – Señalé su posición de vara. –Es la postura que espero en mi clase.


Me ocuparé de tus otras transgresiones más tarde.

Congelado por la conmoción, sus labios formaron una "O". Su cabello, de


un tono dorado pálido, se miraba rebelde y desprolijo, desvaneciéndose
hasta alcanzar el color de las perlas cultivadas, como si el sol lo hubiera
blanqueado de forma natural. Sus largas pestañas se extendían desde unos
extraordinarios ojos envolventes, de color azul claro y excesivamente
llamativos. Si a ello se añade su nariz pequeña y puntiaguda y su delicada
estructura ósea, su aspecto es claramente el de un elfo. Una belleza rara con
un rostro que desvelaba la magia cada vez que se lo provocaba.
Dentro de treinta años, sería exquisito más allá de comparación. El tipo de
encanto que provocaba intensas reacciones en las espectadoras. La mayoría
de las chicas lo encontrarían deseable ahora. Los niños desvinculados de
este lugar, también; pero yo era uno de los pocos convencionales que tenía
una fuerte aversión a los adolescentes. Más a los de mi mismo sexo. Incluso
cuando era un adolescente, buscaba mujeres mayores hasta que cometí el
error. Una obsesión que finalmente se convirtió en mi destrucción.

No había sido llamado a ser sacerdote. Hace nueve años, elegí esta vida
como penitencia. El celibato confinó la oscuridad dentro de mí, y el
internado mantuvo mis ansias bajo control.

El profesorado estaba compuesto por sacerdotes, profesores jubilados,


viudas ancianas y algunos matrimonios devotos. Me rodeé de cero
tentaciones.

La mejor decisión que he tomado, y quizás, la única cosa noble que he


hecho.

No era un cura amable. Pero era un líder consumado. Dirigir este colegio
me permitió retener la única cosa que necesitaba por encima de todo.
Control. Este pequeño y apartado rincón del mundo era mi reino, y sabía
cómo tratar con sus ricas y poderosas familias.

Como la que está sentada ante mí.

–Estoy de acuerdo con sus reglas. – Me coloqué directamente frente a


Joohyun, obligándola a mirarme. –Porque son mis reglas. Cada una de las
estipulaciones que ha puesto está escrita en el manual del colegio. Lo sabría
si se hubiera molestado en leerlo.

–No se atreva...

–Léalo. Infórmese de cómo se manejan las cosas aquí. No me importa cuál


es su apellido o cómo hace negocios en su mundo, pero no vendrá al mío a
amenazar de nuevo. Este es mi dominio, y las decisiones que tomo son en el
mejor interés de las estudiantes. No voy a atender las demandas de los Na.
Ni a una madre, ni a un hijo, ni a ninguno de los asistentes, abogados,
guardaespaldas u otros subordinados que me envíen. – Junté las manos
detrás de mí, saboreando la rigidez de los hombros de la fémina. –Si tiene
un problema con eso, conoce la salida y llévese a su hijo con usted.

Podían quedarse o irse. A mí me daba igual. Mi carga de clases era ligera


este año. O tenía mucho tiempo libre o la mayor parte de mis días se
destinarían a Na Jaemin. No hay duda de que el chico sería un trabajo a
tiempo completo.

Y no es de extrañar que tenga algo que decir al respecto.

–¿Las rejas en las ventanas son lo mejor para sus alumnos? ¿Proporcionan
camisas de fuerza también, para que no podamos apuñalar nuestros
corazones en la miseria?

No lo reconocí, ni siquiera lo miré. Mantuve la mirada en su madre,


esperando la decisión.

–Tenía razón sobre usted. – Recogió su bolso, su teléfono y se puso de pie,


frente a mí, cara a cara. –Duro e inflexible. Exactamente lo que mi hijo
necesita.

Traducción: No voy a ser fácil con el chico.

En eso tenía razón.

–Jaemin. – Su tono anunció su salida, fría y despectiva, mientras se dirigía a


la puerta. –Espero un informe satisfactorio del Padre Jeno.

No hubo despedida. Ninguna mirada al niño que había traído al mundo.


Solo el rápido taconeo sobre las tablas pulidas que se desvanecía por el
pasillo. El sonido del amor duro. No era un mal enfoque de crianza y
definitivamente tenía su lugar. Pero si el chico solo recibe amor duro, no
funciona.

Volví mi atención a este, con la postura erguida y la cabeza inclinada hacia


la puerta. No necesitaba ver sus ojos para saber que estaban parpadeando.
Tristeza, ansiedad, miedo. En unos tres segundos, iba a canalizar todo eso
en ira y dirigirla hacia mí.

Tres.

Su respiración se aceleró.

Dos.

Apretó las manos.

Uno.

–Envíame a casa. – Se giró para mirarme, sus palabras se precipitaron. –No


pertenezco aquí. Nunca creeré en tu religión anticuada ni seguiré tus
estúpidas reglas. Voy a seguir comiendo pollas y usando faldas, y
definitivamente voy a seguir maldiciendo a todos los Santos por dejarme en
este lugar. Lamentarás cada segundo que esté aquí. Así que dile que has
cambiado de opinión. Ve tras ella antes de que se vaya. Dile que no encajo
en tu colegio y que no me quieres aquí.

–No.

–Quizá no me he explicado bien. – Jaemin rechinó los dientes. –Voy a joder


todos los planes que tienes para mí. Juro por Dios que mis estupideces serán
épicas.

–Está bien. Tus castigos serán tan épicos como tus estupideces.

–Tú... – Su barbilla se movió hacia atrás. –Los sacerdotes no dicen malas


palabras.

–¿Cómo lo sabes? ¿Has conocido a alguno?

–No, pero esto no puede ser... No es normal. – Se encogió un poco, con las
palmas de las manos deslizándose sobre los muslos. Luego se enderezó, con
la mirada fija en la habitación. –Tú, el murciélago, los barrotes de las
ventanas... Nada de esto parece correcto.
Era el momento de educarlo en algunas cosas.

Me senté en el borde del escritorio junto a él, apoyando un codo en mi


muslo.

–Hemos tenido varios halcones peregrinos que se aventuran a bajar de las


montañas. Anidan en la iglesia y en las repisas de las ventanas. No era un
problema hasta que los polluelos empezaron a volar contra los cristales y a
romperse el cuello. Después del tercer halcón muerto, hice instalar las rejas.
Desde entonces no hemos vuelto a ver uno muerto.

Su mirada azul perdió su veneno, y supe, aunque él nunca lo admitiría, que


había encontrado su punto débil. Tenía una debilidad por las cosas
vulnerables.

Yo también.

–Los murciélagos son sexualmente dismórficos. Las hembras son más


grandes. Fácil de identificar. – Me incliné, endureciendo mi expresión. –Tu
cachorro era un macho adulto, y no cayó a su muerte. A menos que tuviera
rabia. En ese caso, una muerte rápida habría sido piadosa.

Sabía que la maldita cosa había salido volando, pero revisaría la zona
debajo de la ventana para estar seguro.

–Otros seis sacerdotes viven en el campus. – Me puse de pie, sosteniendo su


mirada sin pestañear. –Cuando los conozcas, tendrás un punto de referencia
con el que podrás compararme. Hasta entonces, abstente de hacer
suposiciones sin fundamento. – Me dirigí hacia la puerta. –Sígueme.

Jaemin obedeció sin comentarios ni actitudes.

Un cambio refrescante. Pero eso no duraría. Lo guíe por las escaleras y por
el edificio principal. En la planta baja, el estruendo de las voces anunciaba
un comedor lleno antes de que la multitud apareciera. Mañana comenzaba
un nuevo curso escolar y los chicos lo celebraban, reuniéndose con sus
amigos tras las vacaciones de verano y conociendo a los nuevos alumnos de
primer año.
Si las cosas hubieran ido de otra manera durante su reunión de admisión,
habría permitido que Jaemin se uniera a la fiesta. En cambio, seguí
caminando, esperando que él me siguiera.

Se quedó en la entrada, observando la fiesta.

–¿Qué están haciendo?

–Comiendo, bailando, divirtiéndose. Todos los privilegios que has perdido


esta noche. – Doblé en la siguiente esquina sin reducir la velocidad. –
Mantén el ritmo.

–¿Desde cuándo comer es un privilegio? – Na cargó contra mí. –Me muero


de hambre.

–Deberías haberlo considerado antes de abrir la boca. – Hice una pausa,


devolviéndole sus palabras. –No te quitaré este momento. Cuando cometas
errores, aprenderás de ellos.

Jaemin resopló.

–No soy un murciélago...

–No hago concesiones a la falta de respeto. Cada comentario, mirada y


gesto ingrato será castigado. Asiente con la cabeza si lo entiendes.

Sus mejillas se hundieron. Cruzó los brazos. Cambió su peso. Exhaló un


suspiro. Luego asintió con la cabeza.

–Bien. Ahora deja de arrastrar los pies.


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⊹ ᨘ໑ ¡ ¿cuáles creen que sean los pecados que ha cometido el Padre Jeno? !

𖥦. si dejan un comentario y su estrellita, me harían sentir muy orgulloso y


feliz ♡

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Ꮺ ָ࣪ capítulo O4 𓂃

Durante los diez minutos que duró el camino hacia los dormitorios, Jaemin
siguió el ritmo de mis largas zancadas, mientras empujaba su labio inferior
hacia delante en una expresión de descontento. O tal vez su labio
descansaba naturalmente de esa manera.

Puchero.

Adorablemente sexy.

No, Cristo. Me deshice de ese pensamiento antes de que respirara. No podía


pensarlo, si era cierto o no. Pero había algo más atractivo en él en ese
momento. Su silencio. Dulce y glorioso silencio. Cuando no hablaba,
parecía mayor. Más maduro. Con una figura ágil y un andar seguro, se
comportaba con refinamiento y gracia. No de forma deliberada. No, se
esforzaba mucho en exudar desafío y hostilidad. Pero cuando bajaba la
guardia, su educación brillaba. La obediencia era algo natural para él.

Obediencia sumisa.

Ese susurro de la verdad era más difícil de apagar. Hablaba directamente a


las partes de mí que anhelaba olvidar.
–¿Decías la verdad sobre los halcones? – Preguntó.

–No te mentiría. Ni sobre eso ni sobre nada.

–Ah, claro. ¿Porque los sacerdotes no mienten?

–Porque no miento. Aquí a la izquierda.

Giró hacia el siguiente pasillo, privándome de ver su rostro.

–¿Podré ver a los halcones fuera? ¿Los polluelos vuelan cerca del colegio?

–A veces.

–Genial. – Su columna permaneció rígida, su tono terso. Pero la mención de


los pájaros pareció mejorar su estado de ánimo en un pequeño grado.

–Vamos a dejar el edificio principal ahora. – Lo acompañé a un pasillo


vacío. –Allí están las aulas, las oficinas, la biblioteca y el comedor. Más
adelante está la residencia. Todos los estudiantes deben estar en sus
habitaciones a las nueve. Las luces se apagan a las diez. De lo contrario, son
libres de vagar entre los muros del campus.

–¿Cuándo se nos permite salir de los muros para recorrer el resto de la


propiedad?

La Academia Clé era uno de los dos internados de nuestro pequeño pueblo.
Nuestro colegio hermano, St. John de Brebeuf, era un colegio solo para
chicas dirigido por el Padre Jung Jaehyun. Los muros no escalables
rodeaban cada campus. A la vez que eran estéticamente agradables,
proporcionaban seguridad contra las amenazas externas e impedían las
interacciones no autorizadas entre los dos colegios. La iglesia, el campo de
atletismo, el teatro y el gimnasio se situaban en el centro de la aldea entre
los dos campus, lo que nos permitía compartir los costes de esas
instalaciones.

El acuerdo del colegio hermano era mutuamente beneficioso. Además, el


Padre Jung era mi mejor amigo de la infancia.
–Habrá muchas oportunidades para explorar el pueblo. – Dije. –Pero fuera
de las puertas del campus, los estudiantes deben ser supervisados en todo a
momento.

–El cielo no permita que un gay virgen vea un coño.

–Hay actividades sociales regulares en las que participan alumnos de ambos


colegios, así como la misa diaria.

–¿Qué? – Se detuvo, con los ojos desorbitados. –¿Van a la iglesia todos los
días?

–Mientras el colegio está en sesión, todos los estudiantes y miembros de la


facultad asisten a misa todas las mañanas a las ocho. Excepto los sábados.

–Um, sí... – Hizo una mueca y siguió caminando. –No me apuntes a eso.

–Cada estudiante, joven Na. Mientras sea miembro de este colegio, seguirá
el Catecismo de la Iglesia Católica.

–Esto se pone cada vez mejor.

–El noventa por ciento de esto es cómo reaccionas a ello. Cambia tu actitud.

–¿Y el otro diez por ciento?

–Está sucediendo, te guste o no. Así es la vida.

Entramos en la residencia justo cuando se abrió la puerta de la primera


habitación. Sunmi salió y me dedicó una sonrisa curtida por la edad.

–Buenas noches, Padre Jeno. – Se acomodó un mechón de cabello plateado


detrás de la oreja y tomó mi petulante cargo. –Tú debes ser Jaemin.

–Claro. – Se encogió de hombros.

–Jaemin. – Entrecerré los ojos. –Ella es Sunmi, la profesora de lengua y


literatura.
–También soy la encargada de los dormitorios. – Dijo Sunmi.

–Así que, básicamente, estás aquí para asegurarte de que no nos


escabullimos o hagamos nada potencialmente cuestionable. – Jaemin
arqueó una ceja.

–No, yo delego ese trabajo. Hay un estudiante mayor asignado a cada piso,
encargado de supervisar a los residentes y mantener la seguridad de la
residencia. Los llamamos hermanos mayores.

–Mhm. Suena como un trabajo codiciado. – Dijo él secamente. –Para


chismosos.

Sunmi inclinó la cabeza, sin dar ninguna otra reacción. Llevaba mucho
tiempo en esto y había experimentado todo tipo de rebeliones y violaciones
de las normas. Jaemin no podría asustar a la mujer ni, aunque lo intentara.

–Estoy aquí para garantizar la limpieza de los dormitorios, administrar la


medicación, atender las necesidades individuales, ofrecer asesoramiento y
apoyar de otro modo las actividades de todos los chicos. – Golpeó la puerta
a su espalda. –Mi apartamento está aquí. Si necesitas algo, ya sabes dónde
encontrarme.

–Lo que necesito es ir a casa. – Jaemin la miró fijamente a los ojos. –No
quiero estar aquí.

–Dale unas semanas. Cambiarás de opinión.

–Uhm, nooo. – Dijo con voz cantarina. –Estoy como cien por ciento seguro
de que eso no va a suceder.

–Si me equivoco, lo hablaremos. Mientras tanto, tu equipaje fue enviado a


tu habitación, junto con todo lo que necesitas para mañana.

Sunmi parecía y sonaba como una dulce anciana, pero gobernaba los
dormitorios con puño de hierro. Na Jaemin lo aprendería muy pronto.

–Que tengas una buena noche, Sunmi. – Le indiqué al chico que se dirigiera
a la escalera. –Vamos.
El silencio nos recibió en el segundo piso. Los chicos estarían en el
comedor durante una hora más antes de registrarse en sus habitaciones e
instalarse para el primer día de clases. No me aventuraba a este edificio a
menudo. Lo evitaba, para ser sincero. Demasiadas hormonas adolescentes y
cosas raras y con volantes. Por no hablar de que temía pasar por delante de
una puerta abierta y ver algo que me pusiera en una situación
comprometida.

Éramos del mismo sexo, pero no estábamos en la misma posición.

–No hay cámaras en los pasillos. – Me detuve en la segunda puerta. –No


hay cerraduras en las habitaciones.

–¿Dónde duerme el soplón? – Ante mi mirada desconcertada, aclaró. –El


hermano mayor.

–Renjun está a tu lado. – Señalé con la cabeza el primer dormitorio. –El


baño está al otro lado del pasillo. – Llegué al segundo dormitorio y encendí
la luz. –Este es tu lugar.

Estiró el cuello y miró el espacio espartano. La cama de dos plazas, el


escritorio y la mesita de noche esperaban a ser personalizados. La mayoría
de los estudiantes se volvían locos decorando sus habitaciones con posters
de fútbol o cantantes semidesnudos. Pero dada la pequeña bolsa que había
en el suelo, él solo había traído lo necesario.

–¿Es tu único equipaje? – Pregunté.

–Aparentemente. – No movió ni un músculo para entrar en la habitación,


como si hacerlo sellara su destino.

Ese barco ya había zarpado.

–El manual de estudiante está en el escritorio. Léelo antes de irte a dormir.


En él encontrarás mapas del campus e información básica como el código
de vestimenta. – Desde mi posición en el pasillo, vi su ropa de cama y sus
uniformes en el armario. –La misa comienza a las ocho de la mañana. Baja
a las siete y cuarenta y cinco en punto. Verás dónde se reúnen los chicos
para ser acompañados a la iglesia.

Se quedó observando la habitación, con la mirada desenfocada, sin


parpadear. Conmocionado.

Luego tomó aire y me miró.

–Siento haber sido irrespetuoso.

Le devolví la mirada, esperando la trampa.

–¿Me das mi teléfono, por favor? – Él agitó las pestañas.

–No. – Hice un gesto con un dedo, haciéndole señas para que entrara en la
habitación. –¿Ves esa puerta? Te quiero al otro lado de ella hasta la mañana.

Su mandíbula se endureció, su postura se puso firme para una pelea.

–Eso significa ahora. – Utilicé un tono cáustico, uno que se sabe despeja
una sala de juntas en menos de tres segundos.

Tuvo el mismo efecto con Jaemin, todo su cuerpo se puso en acción antes
de que yo rugiera la última sílaba. Jadeando, retrocedió hacia la habitación
con pasos bruscos y chocó con el escritorio. Unos temblores visibles
recorrieron sus extremidades. Le temblaba la barbilla y se sujetaba con
fuerza, con un brazo agarrado a la cintura.

Pero no se derrumbó. No se hundió en el suelo como los otros. Este chico


no.

Se puso más erguido, bajó lentamente el brazo y cuadró los hombros. El


impulso de su pecho tiró de la camisa, estirando el material sobre su torso,
con pequeñas protuberancias, lo suficientemente tiernas como para
aplastarlas entre un dedo y un pulgar.

Aparté la mirada y me fijé en mi mano, en los dedos que se frotaban contra


el pulgar. Imitando. Imaginando. Deseando lo que no podía tener y lo que
jamás podría ser. Como un adicto con síndrome de abstinencia. Mis manos
se metieron en los bolsillos. Mi respiración se mantuvo firme. Los músculos
de mi cara no se movieron. Pero debajo de la fachada, mi enfermedad ardía
en un horno de fuego.

Quería miedo y dolor, sangre y magulladuras, mordiscos, asfixia, golpes,


golpes y golpes... Una follada cruda, salvaje y despiadada. Con otro
hombre, por una mierda.

Se me antojó.

Su miedo perfumaba el aire, su respiración entrecortada y su bonito rostro


de elfo sin color. Pero era fuerte. Resistente. Podía soportarlo. Se lo tomaría
muy bien.

Era hora de irse.

Cerré la puerta antes de que viera mi verdadera forma. Entonces me largué


de allí. Pasando las puertas principales, irrumpí en el exterior a paso ligero.
La oscuridad me envolvía mientras enganchaba un dedo bajo el cuello de la
camisa y tiraba de él para apartarlo de mi garganta, tirando y tirando,
intentando respirar.

¿Qué demonios acaba de pasar?

Dejé que un estudiante se me metiera en la piel. Era la primera vez, pero lo


tenía controlado. Me tomó por sorpresa, eso es todo. No hay daño, no hay
falta. Jaemin no se dio cuenta, y yo no había cruzado ninguna línea. Mi
único interés en él era a nivel académico y ético, no físico ni sexual.

No volvería a ocurrir.

Solo necesitaba salir del zumbido que circulaba por mi cuerpo.

–¡Hola, Padre Jeno!

Un grupo de chicos de último año se acercó por la izquierda, dirigiéndose al


edificio. Giré a la derecha sin responder, y ellos siguieron su camino,
acostumbrados a mi temperamento hosco. Tomé el camino más largo hasta
las puertas del campus, recorriendo la parte trasera del edificio principal. Al
pasar por debajo de la torreta conectada a mi aula, busqué en el suelo un
murciélago muerto. La luz de mi teléfono me ayudó en mi búsqueda, un
esfuerzo que resultó inútil.

Tal y como sospechaba, el murciélago había salido volando.

Mi mente gravitó hacia imágenes de temerosos ojos azules, piel pálida y


manos temblorosas, enroscadas como garras listas para extraer sangre. Lo
dejé de lado y me centré en la agenda de mañana: la iglesia, la planificación
de los labores de estudio y las pruebas de nivel de Jaemin. La grava crujía
bajo mis zapatos y el aire nocturno me refrescaba la piel. Aire limpio, fresco
y puro de la montaña. Tan diferente al hedor del octanaje y concreto en la
ciudad de Seúl. Echaba de menos la ciudad, pero me encantaba la
tranquilidad de aquí.

Desviándome del camino, crucé el cuidado césped y seguí el muro que


bordeaba el campus. Construido con piedra hasta la altura de los hombros,
el muro no restringía la visibilidad del pueblo ni del pintoresco paisaje
montañoso de más allá. En cambio, proporcionaba una base sólida para la
valla de alta seguridad que se había levantado encima. Desde la distancia,
los cables que corrían entre los postes negros eran transparentes. De cerca,
no se podían pasar por alto las señales de tensión colocadas cada pocos
metros.

Tocar la valla no mataría a un humano, pero trepar por encima haría caer a
un adolescente rebelde. Cada año, al menos un imbécil lo probaba. Hace
nueve años, la Academia Clé estaba abocada a la quiebra. La razón
principal era su incapacidad para mantener a las alumnas de St. John fuera
de los dormitorios de los chicos. Los embarazos de adolescentes y la mala
gestión habían provocado un descenso perjudicial en la matriculación de
estudiantes.

Cuando compré el internado, invertí una cantidad considerable de mi


patrimonio en dar un giro al lugar. Añadí los muros de seguridad, sustituí a
la mayor parte del profesorado, creé un plan de estudios muy competitivo,
cuadrupliqué la matrícula y promocioné el colegio entre familias de alto
nivel.
En dos años, Clé tenía una lista de espera kilométrica.

Los valores fundamentales del colegio seguían siendo los mismos,


centrados en el desarrollo del intelecto, la persona y la espiritualidad. Pero
yo dirigía la empresa como un negocio despiadado, y en los negocios, el
dinero habla. Así que cuando Na Joohyun ofreció una dotación de siete
dígitos, se saltó esa lista de espera.

Llegué a la puerta -la única forma de entrar y salir- e introduje mi código en


el teclado. La cerradura sonó y salí del campus.

Como la ciudad más cercana está a kilómetros de distancia, la mayoría del


personal vivía en la propiedad en viviendas separadas. Una única carretera
asfaltada atravesaba el pueblo, con la Academia Clé en un extremo y St.
John de Brebeuf en el otro. Un paseo de tres minutos por la tranquila calle
me llevó a mi rectoría privada. La mayoría de los demás sacerdotes
compartían una casa, pero yo necesitaba mi propio espacio.

La puerta crujió al entrar en la residencia de una sola planta. La habitación


principal estaba formada por una cocina y una sala de estar. Un corto pasillo
conducía a un dormitorio y baño. Un crucifijo colgado en las paredes, por lo
demás desnudas. Cortinas oscuras en las ventanas. Un sofá raído. Una
chimenea de leña. Nada más. Nada menos.

Modesto.

Humilde.

Algunos dirán que fue un descenso poco glorioso desde mi ático en el


Upper East Side. Pero ese ático no definía mi valor. Mis acciones lo
hicieron. Mi vida había estado en déficit durante años.

Vacié mis bolsillos en la mesa y miré el teléfono de Jaemin. No necesitaba


acceder a él. El informe de mi investigador me había proporcionado todo lo
que necesitaba saber sobre los Na. Ellos eran la joya de Bishop Landing, la
realeza coreana de la alta sociedad inglesa. Pero, como la mayoría de las
familias poderosas, estaban involucrados en asuntos turbios, incluyendo una
larga disputa con los Weigh, otra familia acomodada con un trasfondo aún
más sucio.

Cuando el padre de Jaemin murió hace seis años, se rumoreó que el


patriarca Weigh había ordenado un atentado contra él. Pero eso nunca se
demostró, y la muerte se consideró un accidente. No hubo revelaciones
sorprendentes sobre el propio Jaemin, nadie sabía de sus preferencias. Era
el príncipe de la familia, inocente, dulce y preparado para una unión
matrimonial elegida por Joohyun. Sin duda, ella había estado trabajando en
ese aspecto durante años, preparando a su hijo para que se casara con una
familia que fortaleciera su imperio.

La idea me puso enfermo. Nadie debería ser utilizado de esa manera, pero
sucedía.

Diablos, ha estado sucediendo durante siglos.

Me acerqué al armario, saqué un vaso y una botella de whisky. Cuando


empecé a verter, sonó un golpe en la puerta.

–Está abierta. – Tomé un segundo vaso.

–Pensé que querrías algo de compañía. – La voz ligeramente acentuada de


Jaehyun recorrió la habitación.

–Mentira. Estás aquí para conseguir jugosos detalles sobre los Na.

–En efecto. Cuéntame todo.

Me giré para pasarle su bebida y, como siempre, lo primero que me saludó


fue su sonrisa. Tenía una gran sonrisa. Cálida y genuina, iluminaba todo su
rostro. Esta noche llevaba ropa informal, cambiando el cuello de sacerdote
por una camiseta y unos pantalones. El blanco de su camisa acentuaba su
piel morena y su cabello negro.

Cuando tenía diez años, se trasladó a Seúl desde Filipinas con su madre.
Recuerdo el día en que se presentó en mi colegio primario católico. No
hablaba ni una pizca de inglés pues acababa de llegar de Corea. Pero
aprendió rápidamente, se reía con facilidad y compartía mi amor por el
monopatín. Habíamos sido mejores amigos desde entonces. Inseparables
hasta que nos graduamos en el instituto. Entonces él se fue al seminario
para ser sacerdote, y yo tomé un camino muy diferente.

Llevé mi vaso de whisky al sofá y bebí profundamente, saboreando el ardor


del humo.

–La reunión fue como se esperaba. Joohyun me amenazó. Yo la amenacé a


ella, y ahora mis esperanzas de un año fácil se han hecho añicos.

–La última vez que tuviste un año fácil, estabas insoportable. – Jaehyun se
acomodó a mi lado. – Estabas aburridísimo. Malhumorado. Quejoso.
Peleando con el jardinero...

–Yo no me quejo.

–No te gusta que nada sea fácil, Jeno. Ese nunca ha sido tu estilo.

Me recosté, bebiendo, mi mente se arremolinaba con todo lo que tenía que


hacer mañana.

–¿Es tan increíble como las fotos en Internet? – Preguntó.

–¿Joohyun?

–No, idiota. – Puso los ojos en blanco. –El hijo.

Si otro profesor me lo pidiera, no me confiaría de sus intenciones, una


opinión de ese estilo podía llevarme por viejos caminos. Pero Jaehyun era
primero un sacerdote y apreciaba su relación viva con Jesucristo por encima
de todo. A diferencia de mí, él había sido llamado para un propósito
superior, y servía con todo su corazón. Nunca había conocido a un ser
humano más honesto e incorruptible que este tipo.

Por eso vine aquí hace nueve años, buscando su consejo.

No me dijo lo que quería oír. Me dijo lo que necesitaba. Entonces me


convenció de quedarme. No solo para salvar la Academia Clé, sino para
salvarme a mí mismo.

–Es un mocoso. – Me quité el cuello de la camisa y aflojé los botones


superiores. –Un infierno poco cooperativo, irrespetuoso y de lengua afilada.

–Eso no es lo que he preguntado.

–Es bonito para tener dieciocho años y ser hombre.

Con ojos que brillaban como fuego de hada cuando se emocionaba. ¿Y su


audacia? Que Dios me ayude, su espíritu luchador me calentaba la sangre.

Estaba fascinado, y esa fascinación me resultaba muy incómoda.

–Jaehyun... – Miré fijamente mi vaso, agitando el contenido ámbar de un


lado a otro. –Tuve una recaída.

–De acuerdo. – Dejó su bebida en el suelo y se giró en el sofá para mirarme,


deslizándose instantáneamente en su papel de sacerdote. –¿Esto es una
confesión?

–No. Fue solo un sentimiento. Un pensamiento.

–El deseo hacia el lado prohibido.

Así lo llamó él. Yo lo llamaba enfermedad. Él era la única persona viva que
conocía mi lucha. Sabía cada feo secreto que llevaba.

–¿Qué?

–La madre obviamente no lo provocó.

–No, esta vez no.

–El hijo, entonces. – Soltó un suspiro de resignación.

–Tu exhalación no es tranquilizadora. Relájate. Pon un poco de fe en mí.


–La atracción es la naturaleza humana. Todos la experimentamos, y
cualquier sacerdote que te diga lo contrario está ocultando algo peor.
Llevamos una vida solitaria. Irse a la cama cada noche solo. Envejecer
solos. Es la naturaleza sacrificada de nuestra vocación. Pero voy a ser
honesto. He estado rezando para que llegue el día en el que ordenes tus
preferencias. Soy siervo de Dios, pero si te van las entradas traseras
también, aprenderé a vivir con ello, amigo mío. – Se estremeció
dramáticamente.

–Eres un idiota.

Se río, fuerte y con ganas, tomó un sorbo de su whisky. Solo él se atrevería


a encontrar la diversión en mis defectos. Había estado a mi lado desde el
principio. Mientras los demás chicos de nuestro colegio perseguían a las
chicas, él me veía perseguir a sus padres y profesores.

No hubo eventos traumáticos en mi infancia. No hay rasgos heredados de


mis aburridos padres, respetuosos de la ley y de cuello blanco. No hubo
nada en mi educación que me hiciera ser así. Mi predisposición sexual era
simplemente parte de mi naturaleza.

–Escucha. – Jaehyun se puso serio. –Tienes más paciencia y determinación


de la que yo jamás tendré. Has sido un regalo del cielo para esta
comunidad. El dinero y el tiempo que has puesto en el colegio es admirable
y desinteresado. No hay nada mejor que eso. Eres un buen hombre, Jeno.

Gruñí.

–Sabes que eso no es cierto. Nunca he sido un buen hombre. Menos uno de
Dios.

–No estoy hablando de entonces. Claro, sigues siendo tan despiadado como
siempre. Y francamente aterrador cuando te presionan. Quizá no esté de
acuerdo con todos tus métodos de enseñanza, pero cuando se trata de
motivar a los desmotivados, el miedo y la culpa son herramientas eficaces.

–Hablas como un verdadero católico. – Levanté mi whisky.


Chocó su vaso con el mío y bebió, mirándome por encima del borde.

–¿Qué tiene de diferente el niño Na?

–Ha salvado un murciélago.

–¿Qué hizo qué?

Le conté la historia, lo que le provocó otro ataque de risa. Luego hablamos


de su exigente agenda en St. John, debatimos sobre los acontecimientos
mundiales y bebimos demasiado. Para cuando regresó a trompicones a su
rectoría, me sentí más ligero. Más sensato. Con energía para el nuevo año
escolar.

Estaba dispuesto a imponer la ley a Na Jaemin.

▸ 𖥻 hola zorritxs ^^ ˑ 𖦹

⊹ ᨘ໑ ¡ bienvenido Jaehyun a la historia, otro pan de dios jsjs ! ▸

𖥦. si dejan un comentario y su estrellita, me harían sentir muy orgulloso y


feliz ♡

𖧷 ᜊ 𝐉𝐉_𝐌𝐎𝐍𝐒𝐓𝐀𝐗_𝟓𝟏𝟒 𖥻 .͘ 𝐈.𝐍
Ꮺ ָ࣪ capítulo O5 𓂃

No podía dormir.

Habían pasado horas desde que el clamor de risas y pasos inundó el pasillo
fuera de mi puerta. Todo se había calmado a las diez de la noche, pero
cuando los chicos llegaron por primera vez, escuché mencionar mi apellido
en más de una ocasión.

Sin embargo, nadie se había detenido a ver si estaba en mi habitación. Ni un


solo golpe en mi puerta. Si estuviera aquí por mi propia voluntad, habría
salido y me hubiese presentado. Hubiera intentado hacer nuevos amigos.
Pero no lo estaba y no lo hice.

A la mierda este lugar.

Me di la vuelta en la cama estrecha y realmente podría sentir mi cabello


encrespado y mi rostro acumulando arrugas. ¿Cómo se esperaba que
alguien durmiera en este material atroz? Echaba de menos mis fundas de
almohada de seda.
Traté de empacarlos, pero Kai, el perrito y asistente personal de mi madre,
los había desechado, alegando que no estaban en la lista aprobada. Intenté
empacar muchas cosas mientras se paraba sobre mí con sus ojos de
cachorro con desaprobación.

Demasiado corto.

Demasiado transparente.

Demasiado femenino.

Sin ropa interior escandalosa. Cero tangas.

Demasiada piel.

No apropiado.

Envía el mensaje incorrecto.

No es algo que deba ponerse un hombre.

Me quitó todas las prendas que puse en la bolsa. Cuando mi temperamento


cambió, finalmente bufé, le tiré un pantalón a la cara y le dije que hiciera
las maletas él mismo.

El idiota hizo una bolsa. Una. Y la llenó de ropa que yo ni siquiera sabía
que tenía. Basura conservadora y decepcionante. No importaba. No estaría
aquí por mucho tiempo. Había pasado toda la noche planeando mi salida.
Ser atrapado con alcohol, drogas o armas en mi poder, garantizaba mi
expulsión. Pero no tenía forma de obtener esas cosas. Prender fuego a mi
habitación era una opción. Pero yo no quería a nadie dañado en la
destrucción de mi destino.

Si tuviera mi teléfono, llamaría a Lucas. Él me escucharía y diría todas las


cosas correctas. Él lo entendería. Pero como no tengo acceso a mi hermano,
leo las reglas del manual mientras pienso en formas de romperlas. Tendría
que ser deliberadamente desobediente.

Desordenado. Creativo. Valiente.


Más atrevido que nunca.

Tendría que hacer las cosas que nunca me hubiera atrevido a hacer en
Bishop's Landing. Ser malo no estaba en mi naturaleza. No pude imaginar
romper cosas o robarle a alguien. Demonios, nunca había fumado un
cigarrillo. Pero estaba mejorando en decir lo que pensaba y escabullirme
con chicos.

Dado que esas fueron las mismas razones por las que terminé aquí, tal vez
sería exactamente cómo me echarían.

Excepto que el manual tenía un capítulo completo dedicado a las estrictas


políticas sobre las interacciones con los hombres del exterior. Cercas
eléctricas rodean cada uno de los campus por el amor de Dios. Quizás había
una forma de rodear las paredes, o quizás podía liarme con uno de los
hombres de dentro de la cerca. De cualquier manera, necesitaba entablar
amistad con los alborotadores, los chicos que llevaban mucho tiempo aquí,
lo suficiente para conocer la disposición del terreno y todos sus puntos
débiles.

La Academia Clé puede que sea estricta y remilgada, pero en todos los
colegios había una mala multitud. Eso no sería difícil de encontrar.

Justo antes del amanecer, una ráfaga de pasos repiqueteó por el pasillo. Eso
sonaba como más de una persona. Como una estampida. Solo que andaban
en puntillas y estaban en silencio, tratando de mantenerse callados mientras
se apresuraban más allá de mi habitación.

Me di la vuelta y miré el reloj. Gemí. Solo he estado dormido durante


veinte minutos, y los chicos no necesitaban estar abajo por otras dos horas.
¿Qué diablos estaban haciendo levantados tan temprano?

La curiosidad me sacó de la cama. Abrí la puerta, vislumbrando el trasero


de alguien mientras corría para alcanzar al resto. Desapareció alrededor de
las escaleras, vistiendo una camiseta sin mangas y diminuta ropa interior.

Aguanta, ¿qué?
Hijo de puta. Sin tanga, mi culo.

Apreté las manos y salí a toda velocidad, deslizándome más allá de la


puerta cerrada. En el rellano de la escalera, podría subir o bajar. Llegó un
ruido sordo desde arriba, así que lo seguí, mi pulso se aceleró con energía
nerviosa. En cualquier otra situación me habría sentido mal vestido con una
camiseta y ropa interior. Pero eran las seis de la mañana y estaba
persiguiendo a un chico usando ropa metida en todo el culo.

Las escaleras se abrieron al nivel superior con un pasillo vacío idéntico a mi


piso, habitaciones a ambos lados, y el aire ensordecedor silencioso. Me
arrastré a lo largo del pasillo, pasé puertas abiertas y dormitorios vacíos.
Lleno de pertenecías personales cada uno, pero cada cama estaba vacía, las
sábanas en desorden.

¿Dónde estaban todos?

Susurros emocionados surgieron al final del pasillo. Me apresuré hacia las


voces y me detuve en la entrada del último dormitorio. Una docena de
chicos se pegaron a las dos ventanas. Con sus espaldas a mí, me dieron
codazos y empujaron, luchando por mirar hacia afuera. Algunos se pararon
en la cama para ver por encima de las demás. Había más de un par de
tangas entre la multitud. Mucho descaro de bragas para ser un masculino
internado reformador. Muchos traseros grandes. Cuerpos curvilíneos, y
grititos que mi madre habría considerado inmediatamente; dignos de un
desagradable hombre delicado.

Debe ser genial.

Con mis delgadas patas de pájaro y mi pecho cubierto de pecas, parecía un


adolescente en comparación con la mayoría de ellos. Fue intimidante. Pero
estaba acostumbrado a ese sentimiento. Yo lo poseía.

El sol coronaba las montañas, iluminando el cielo con tonos pasteles


pálidos. Me demoré en el umbral de la habitación, muriendo por saber qué
podía ser tan malditamente alborotador en el amanecer.

–Mira, joder. – Un bonito pelirrojo suspiró. –No es justo.


–Es sexo real y literal. – Susurró el otro chico. – Incluso su sudor en la
garganta.

–Esos brazos, sin embargo.

–¿Brazos? – Un moreno apretó la frente contra el cristal. –Estúpido, mira


ese culo.

Me chupé el labio inferior, mordiendo una sonrisa.

Las chicas de St. John de Brebeuf deben haber estado haciendo ejercicios
en el campo de atletismo. Era temporada de voleibol femenino y
evidentemente, estos chicos tenían una jugadora favorita. Pero ¿cuánto
podría ver desde esta distancia?

Me acerqué un poco más, acercándome a sus espaldas. Ni una cabeza se


volvió hacia mí, mientras me apretujaba en el extremo y miraba por el
borde de la ventana.

Oh. Mi. Dios.

Eso no era una chica.

Puse una mano sobre mi boca, amortiguando mi jadeo mientras bebía la


gloria que era el Padre Jeno semidesnudo. Vestido con nada más que
pantalones de chándal grises, se paró debajo de la ventana y estiró los
brazos por encima de su cabeza. Los delgados pantalones se le colgaban en
sus caderas estrechas, que se amoldaban a la forma gruesa de su bulto y se
aferraban precariamente a los músculos firmes y redondos de su culo.

Ese culo no era una broma. Silenciosamente deseé que la pretina


abandonara su agarre y cayera.

Juntó las manos detrás de la cabeza y se volvió hacia el amanecer,


inclinando su rostro hacia el cielo como si estuviera sumergido en los rayos.
Su postura destacó la definición a lo largo de su columna, las hendiduras y
surcos de su torso tallado y el poder en sus piernas.

Deslumbrantemente bellas.
Peligrosamente delicioso.

Pecaminosamente pornográfico.

Detrás de él, había un grupo de equipos fitness para entrenar al aire libre,
esparcidos por la pista para correr. El camino atravesaba los terrenos del
campus y conducía a la puerta cerrada. Los chicos obviamente conocían su
horario y activaron sus alarmas para verlo recorrer ese camino y detenerse
de la ventana. A las seis de la mañana, probablemente pensó que tenía
privacidad.

Tonto.

Nunca subestimes la mente de los chicos gays.

Un momento, ¿los chicos? ¿Los...?

Susurros efusivos continuaron a mí alrededor, pero yo tenía la mente


volada. No se habían dado cuenta de mi presencia, sus ojos pegados a la
vista prohibida sin descanso visual.

–Gracias a Dios por su dedicación a la salud física. – El chico moreno al


lado trazó un corazón en el cristal de la ventana.

–Choi dijo que levanta pesas con el equipo de voleibol femenino después de
su mañana de carreras. Nunca en mi vida había deseado tanto ser una
entrenadora personal con vagina. ¿Puedes imaginar hacer ejercicios con ese
hombre?

–Sí. Puedo imaginarlo y lo hago. Todos los días.

–Te irás al inferno.

–Por él, me arrodillaré.

–Juro por todo lo que es santo, chuparía a Jesús de su polla.

–Lo mismo chico. Lo mismo.


Estos chicos no eran hombres duros y respetables. Oh, estas perras no eran
remilgadas en absoluto.

Encontré a las chicos malos.

Una sonrisa se extendió por mi rostro. Yo estaba allí con ellos, accediendo y
asistiendo con todo lo que dijeron. Desde lejos, cuando su mirada
condenatoria no estaba dirigida a mí, era el hombre más sexy del mundo.
Pero de cerca, con su calor e ira y su aroma embriagador sofocante a mis
sentidos, era aterrador.

Hizo algunos estiramientos en las barras de fuerza, provocando suspiros de


su audiencia. Luego trotó hacia la puerta, su trasero flexionado a través de
zancadas que cubren el suelo.

–No sé cómo se llaman esa V. – Dijo alguien. –Pero yo quiero untarla con
mantequilla y frotar mi cuerpo desnudo a lo largo de las ranuras.

–Se llaman líneas sexuales. – Murmuré.

–¿Qué? – Una docena de cabezas se volvieron en mi dirección.

–El corte en forma de V en los abdominales. Son líneas sexuales. – Di un


paso atrás y apoyé un hombro contra la pared, absorbiendo el peso de sus
miradas. –El nombre científico es transversus abdominis. Es una hoja de
músculo que envuelve el cuerpo y sostiene la columna. Cuando tienes un
súper núcleo fuerte y poca grasa corporal, se pueden ver los bordes del
músculo. También conocido como el cinturón de Adonis, que lleva el
nombre de Adonis, el legendario dios de la belleza.

–¿Eres inteligente o algo así? – Preguntó el pelirrojo en un tono que sugirió


que era una respuesta lejos de ser etiquetada como "no eres genial".

–Recuerdo cosas. Como todas las partes lamibles de la anatomía masculina.


– Respiro hondo. –¿Entonces ustedes, eh, lo ven correr todos los días como
si fuese normal?
–La misa de la mañana comienza a las seis. – Dijo el chico de atrás. –Su
cuerpo es nuestro templo, y venimos a orar hasta que la homosexualidad se
nos extinga.

Estalla un coro de Amén, seguido de risas.

El moreno saltó de la cama y se acercó, dándome una lectura de la cabeza a


los pies.

–¿Eres el hermano de Na Lucas?

Aquí vamos.

–Soy Jaemin. Acabo de llegar anoche.

–Soy Jungwoo. Fui a Pembroke con Lucas. – Él se volvió hacia sus amigos.
–Él era el capitán de rugby. Rey del colegio. Hablando de caliente. Joder,
chicos, el tipo es fuego. Él y yo éramos así. – Entonces sostuvo su mano
con los dedos cruzados.

–Gracioso. – Ladeé mi cabeza. –Xuxi nunca te mencionó.

—Me transferí aquí como estudiante de segundo año, y él es un año mayor,


así que...

–¿Transferido? ¿Fuiste expulsado de Pembroke?

–Digamos que no son muy inclusivos allí, así que... Quizás. – Un brillo
maligno iluminó sus ojos.

–Me encantaría escuchar esa historia. – Sonreí animándolo.

–Esas son noticias viejas. – Él lo rechazó con un gesto. –No me meto con
los chicos nunca más. Tengo la mira puesta en un hombre. Un hombre de
negro.

–¿Padre Jeno?
–Por supuesto. Tengo planes para esa criatura santa la próxima vez que lo
atrape solo.

Él estaba loco, yo no podía sacar el profano sonido de su rugido de mi


cabeza. ¿Nunca le habían gritado, como a mí?

–¿No te asusta? – Pregunté.

–Totalmente. – Se pellizcó los pezones y arqueó la columna, tarareando. –


Me asustó mucho.

La frustración apretó mis hombros. No iba a llegar a ninguna parte con este
tipo.

–Solo lo conocí anoche, y pensé... – ¿Cómo decía esto sin sonar como un
copo de nieve? –Es más malo de lo que esperaba.

–Oh, es malo. Pero cada vez que miro esos sexys ojos azules, me vuelvo
loco y hago lo que él pida.

–¿Entonces no te ha castigado? – Escaneé la habitación, escudriñando la


reacción de cada chico. –¿A ninguno de ustedes?

Algunos se encogieron de hombros. Otros asintieron con los labios


fruncidos. Ninguno de ellos parecía asustado o abusado.

–Soy Doyoung, el hermano mayor de este piso. – Un chico levantó la mano,


hizo un gesto remilgado y la devolvió a su cadera ladeada. –Si lo enojas, te
obligará a hacer cosas, detención, trabajo extra, cosas así, no es todo malo.
A algunos de nosotros incluso nos gusta, ya sabes, cuando tenemos tiempo
uno a uno con él.

Su sonrisa me hizo relajar. Tal vez había reaccionado exageradamente a


todo el asunto ayer en la noche.

–No sé. – Un rubio alto se acercó a la puerta y se detuvo. –¿Recuerdas lo


que le pasó a Shotaro el año pasado?
Una ola de incomodidad recorrió la habitación. Algunos de los chicos
flotaron en el pasillo. Otras miraban al suelo.

Desorientado, traté de interpretar sus expresiones.

–¿Qué pasó con Shotaro?

–Se quedó después de clases, se quitó la ropa y se sentó a horcajadas en su


regazo. Él nos dijo que lo iba a hacer. – Doyoung levantó un hombro. –
Shotaro se había ido el día siguiente. Nadie ha vuelto a verlo ni a saber de él
desde entonces.

–Pero él no tiene todo esto. – Jungwoo deslizó sus manos a lo largo de su


figura. –Tendré éxito donde Shotaro falló.

–Vas a hacer que te expulsen el culo, perra. – Doyoung se rio de él.

Expulsado.

No tenía las curvas, la confianza o el atractivo sexual para seducir a un


hombre como el Padre Jeno, de hecho, el simple hecho de ser yo también
un hombre, ya era suficiente impedimento para mi éxito.

Pero no quería tener éxito. Quería que me echaran.

Mientras caminaba de regreso a mi habitación, di vueltas a la idea en mi


cabeza. No voy a mentir. Todavía me asustaba muchísimo. Pero si sus
correcciones eran tan soportables como afirmaban los chicos, podía
supéralas para ganar el único castigo que me enviaría a casa.
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𖥦. si dejan un comentario y su estrellita, me harían sentir muy orgulloso y


feliz ♡

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Ꮺ ָ࣪ capítulo O6 𓂃

El zumbido de ochenta niños parlanchines llenaba el jardín delantero de la


Academia Clé. Me detuve en la entrada del edificio principal, vigorizado
por la energía en el aire.

Las camisas blancas y los pantalones de estampado escocés se reunían en


cuatro grupos, que representaban cada uno de los cuatro grados. A cada
grupo de veinte alumnos se le asignó un profesor, un acompañante, que los
guiaría fuera del campus para el corto paseo hasta la iglesia.

Miré mi reloj y justo a tiempo, los grupos comenzaron a pasar por la puerta.
Los uniformes a cuadros rebotaban, giraban, se retorcían y saltaban, en
constante movimiento.

Los adolescentes y su inagotable energía.

La estela de cuadros verdes atravesó la puerta y bajó por la calle hasta que
quedó un grupo. Consulté mi reloj. 7:50. El último grupo no se movió.

–¿Padre Kun? – Me encontré con sus ojos extranjeros por encima de la


multitud de estudiantes. –¿A qué se debe el retraso?
El anciano sacerdote se ajustó las gafas y entrecerró los ojos en su teléfono.

–Me falta uno.

–¿Quién? – Me dirigí hacia él, escudriñando algunas de las caras de su


grupo. Último año.

Supe quién sería el ausente antes de que dijera:

–Na Jaemin. – Me miró. –Iré a buscarlo.

El Padre Kun era un brillante profesor de música, excepcionalmente atento


y bonachón. Los alumnos lo adoraban.

Jaemin se lo comería para desayunar.

–Espere aquí. Yo me encargo. – Me volví hacia el chico que estaba a mi


lado. –Kim Doyoung. Conmigo.

Caminé rápido, reduciendo los diez minutos de camino a la mitad. Doyoung


trató de mantener el ritmo, sus piernas más cortas forzadas a trotar.

–¿Has visto al joven Na esta mañana? – Llegué a la escalera y subí los


escalones de dos en dos.

–Sí. – Jadeó detrás de mí. –Estaba con nosotros cuando salimos de nuestras
habitaciones. Debe haber regresado a la suya.

Miré por encima de mi hombro, marcando sus respiraciones agitadas y el


sudor que se acumulaba en su frente.

–Añade treinta minutos de cardio a tu rutina diaria.

–Este año tengo la agenda llena.

–Levántate más temprano.

Se sonrojó.
–Sí, Padre.

El chico era un extraordinario vocalista en el coro de la iglesia. Muy


inteligente. Fuerte ética de trabajo. Su madre fue la primera senadora
asiática de New Hampshire, su padre el fiscal general del estado. Una
poderosa familia política, y mi investigador aún no había descubierto
ninguna corrupción entre ellos. Doyoung se comportaba casi siempre bien,
pero tenía que elegir mejores amigos. Pasaba demasiado tiempo con Kim
Jungwoo, heredero de la multinacional farmacéutica Kum. El chico era
salvaje y estaba desesperado por recibir atención. Le di un mes antes de que
lo suspendieran.

Cuando llegué al dormitorio de Jaemin, golpeé la puerta cerrada y me alejé


de espaldas a la habitación. No me extrañaría que saliera sin ropa.

No salió en absoluto.

–Ábrela. – Señalé con la cabeza a Doyoung, manteniéndome de espaldas a


la puerta.

Él obedeció y se deslizó dentro de la habitación. Sus pasos se detuvieron.


Luego susurró:

–Chico, estás en un gran problema.

Me pellizqué el puente de la nariz.

–¿Está decente?

–Defina decente.

–¿Lleva su uniforme?

–¿Sí?

¿Por qué respondía a eso como si fuera una pregunta?

Me giré y encontré a Jaemin sentado en la cama metiéndose galletas en la


boca. Abrazó una caja de ellas contra su pecho y metió la mano para tomar
otro puñado.

–Si das un bocado más, tu castigo se duplicará. – Lo fulminé con la mirada.


Él me devolvió la mirada y se metió las galletas en la boca. Las migas
cayeron por su camisa desabrochada y se acumularon en su pantalones.

Unos pantalones que no era suficientemente largos para cubrir sus muslos.

En resumidas cuentas; unos malditos shorts.

–Levántate y acompáñame al pasillo. – Me llevé las manos a la espalda y


separé los pies. Jaemin vio mi postura y se levantó lentamente.

Jesús. La mayor parte de los pantalones había sido cortada. Era tan corto
que solo una tira de tela escocesa asomaba por debajo de la camisa. En
lugar de ocultar el destrozo, sostuvo la caja de galletas a un lado y adoptó
una pose altiva.

–Califique el ajuste.

–¿El ajuste?

–Gente mayor. – Resopló en voz baja. –El vestuario. Califique el vestuario.

Doyoung se ahogó en una carcajada y rápidamente puso la cara en blanco.

–Te di una orden, y cada segundo que desobedeces es otro castigo.

–No eres divertido. – Jaemin se acomodó las galletas en el pecho,


masticando otro puñado mientras marchaba hacia el pasillo.

–Kim, toma las tijeras del escritorio y acompáñanos. – Le tendí la mano a


Jaemin. –Dame la comida.

El mencionado apartó los labios y dio un paso atrás, abrazando la caja con
más fuerza.

–No he comido desde el almuerzo. Ayer.


–Los católicos ayunan al menos una hora completa antes de recibir la
Sagrada Eucaristía.

–No sé qué significa eso, pero... Uf. Menos mal que no soy católico. –
Comió otra galleta y se quedó mirando mi mano que lo esperaba.

No me moví, no aparté la mirada mientras sumaba mentalmente sus


infracciones. Su respiración se aceleró y movió lentamente las galletas
hacia mí. Agarré la caja y él se aferró un momento, tirando, probándome,
antes de soltarla.

Doyoung apareció a mi lado. Tomé las tijeras y le di las galletas.

–Extiende la mano. – Le dije a Jaemin. Sus ojos se abrieron de par en par.

–De ninguna manera.

–Los castigos se multiplican. – Mantuve la voz calmada y el rostro


inexpresivo. –Cada uno viene con una consecuencia. Va a ser un día muy
largo para ti.

–No dejaré que me cortes los dedos. ¿Qué clase de colegio es éste?

Levanté la mirada hacia su ondulado y brillante cabello color platino.

–¡Mi cabello no! – Jadeó frenéticamente y estiró el brazo. –Si me sacas


sangre, te demando.

–La otra mano.

Gruñó y cambió de brazo.

Con un chasquido de las cuchillas, corté el delicado brazalete de diamantes


de su muñeca y lo atrapé mientras caía.

–¡No! – Su mandíbula quedó abierta, con la respiración entrecortada. –¡Mi


hermano me la regaló! Es una pulsera de tennis de tres mil dólares.
–Ahora no tiene ningún valor. Igual que tu uniforme. – Lo tiré hacia el cubo
de basura de su habitación y le pasé las tijeras a Doyoung. –¿De qué
dormitorio robaste la comida y las tijeras?

Jaemin se miró la muñeca desnuda, con los ojos desorbitados por la rabia.

–Tengo una paciencia infinita, joven Na. Pero ahora mismo... – Miré mi
reloj. –Veintiún personas van a llegar tarde a misa por tu egoísmo.

Su rebelión era esperada, pero estaba llevándola demasiado lejos, y él lo


sabía.

–La última habitación a la derecha. – Señaló detrás suyo.

–Devuelve los objetos robados. – Le dije a Doyoung. –Rápido.

Mientras él salía corriendo, me incliné y puse mi boca en el espacio junto a


la oreja de Jaemin. Olía a gotas de limón y vainilla.

Y a galletas robadas.

–Sé lo que estás haciendo, y no va a funcionar. – Respiré su quietud, su


miedo impotente. –Mami querida desembolsó mucho dinero para que
estuvieras aquí. Estás atrapado conmigo durante un año.

–La mejor manera de motivarme es decirme que no se puede. – Volvió su


cara hacia la mía, el chisporroteo de sus exhalaciones salpicando mis labios.
–Ahórranos a los dos la molestia y envíame a casa.

Su boca estaba demasiado cerca. Podía saborear el azúcar, el delicioso


pecado que aguardaba al otro lado de esa estrecha pulgada. Estaba a solo un
movimiento de distancia. Un movimiento corto y compulsivo.

Nuestras miradas se mantuvieron, y en esa franja de cercanía impermisible,


sentí que mis dientes desgarraban la línea de sus labios. Saboreé su sangre,
oí sus gemidos y vi su hermoso dolor. El golpeteo de unos pasos me arrancó
de la ensoñación.
Cuando Doyoung se apresuró hacia nosotros, me enderecé y el rubio soltó
una respiración contenida.

–Kim. – Mantuve mi voz suave y sin afectación. –Explícale al joven Na por


qué los católicos practican el ayuno antes de la misa.

–El hambre física fortalece nuestra concentración y crea hambre espiritual


por el Señor.

–Gracias. Puedes irte. Dile al Padre Kun que se dirija a la iglesia. Jaemin y
yo estaremos allí en un momento.

–De acuerdo. – Él retrocedió hacia la escalera, lanzándome una sonrisa


tímida. –Me alegro mucho de volver a verlo, Padre Jeno. Espero con ansias
su clase de Cálculo Avanzado esta...

–La misa comenzó hace dos minutos.

–Bien. – Giró y se fue por las escaleras.

Jaemin se apoyó en el marco de la puerta de su habitación y deslizó los


dedos por la tira de botones de su camisa.

–¿Qué me vas a hacer?

–Eso vendrá después. Será desagradable, pero intenta no preocuparte por


ello.

–¿Qué quieres decir? – Sus dedos temblaron y bajó la mano.

Las consecuencias retardadas tenían el mejor efecto. La anticipación, el no


saber, era una consecuencia en sí misma. Pero no era ni de lejos el castigo
que recibiría esta tarde.

Un vistazo a su habitación confirmó que tenía cuatro uniformes intactos


colgados en el armario.

–Tienes sesenta segundos para seguir el código de vestimenta y reunirte


conmigo en la escalera. – Me dirigí hacia la salida.
–¿Hay algún objeto afilado por el camino? – Me preguntó a mi espalda. –
¿Puedo lanzarme sobre uno de ellos?

–Cincuenta segundos. – Entré en el hueco de la escalera y me apoyé en la


pared, buscando el frescor de los ladrillos.

Mientras me quedaba allí, mis pensamientos trataron de torcerse en una


dirección peligrosa. Cincuenta segundos eran demasiado tiempo para
permanecer inactivo mientras las oleadas de lujuria caliente se
reencontraban con mi cuerpo.

Mi reacción ante él no tenía sentido. No había nada ni remotamente


atractivo en el pequeño diablillo. Empezando y terminando por lo que
estaba entre sus piernas. La mentira me pinchó el corazón.

Na Jaemin era inconcebiblemente hermoso desde todos los ángulos,


imprevisible en todo momento, y tenía una boca que no se rendía. Me
desafiaba, me chocaba y me retorcía.

Aunque solo fuera un niño.

Un. Niño.

Tiene dieciocho años. La edad legal de consentimiento. Técnicamente, un


adulto. Eso significaba que los derechos parentales de Joohyun eran
inexistentes. Jaemin podía dejar la Academia Clé y tirarse a todos los
hombres del estado de Maine, y no había una maldita cosa que su madre
pudiera hacer al respecto.

Excepto cortarlo.

Na Joohyun podía y seguramente quería quitarle a Jaemin su fondo


fiduciario, su apoyo financiero y su techo. Tal vez su madre no lo repudiaría
si lo expulsaban de Clé, pero estaba corriendo un gran riesgo al intentar
averiguarlo. Me negué a participar en ello.

Era mi alumno y mi trabajo era educarlo y disciplinarlo. Cualquier otra cosa


era un abuso de poder.
Al oírlo acercarse, me di cuenta de que había olvidado mirar el reloj.
¿Habían pasado sesenta segundos? ¿Cinco minutos? Ya íbamos tarde. A
estas alturas, el único propósito de ir a misa era darle una lección. Él no
podía manipular las reglas. Yo era mucho mejor que Jaemin en esto.

Cuando llegó a la escalera, inspeccioné su uniforme. La camisa estaba


metida por dentro, los botones cerrados desde el cuello hasta la cintura. Los
calcetines estaban bien apretados y los mocasines eran del estilo y el color
adecuados. En invierno, llevaban chaquetas de punto emitidas por el
colegio. Pero hoy no era necesario.

–Arrodíllate. – Caminé en círculo alrededor suyo, notando la tensión en sus


hombros. Quiso discutir, pero hizo lo que se le ordenó y se arrodilló. –Los
pantalones no se contraen y tienen el largo adecuado. – Hice un gesto con
un dedo. –Ponte de pie.

Cuando se levantó, sus ojos brillaron de indignación. La intensidad me


sorprendió. Esto era algo más que una molestia por ajustarse a las reglas.

–Desahógate. – Me crucé de brazos. –Pero elige tus palabras con cuidado.

–Está bien, bueno, ¿eso que acabas de hacer con mi pantalón? Es como
tan... – Hizo un sonido de irritación. –Radical.

–Continúa.

–Es innecesariamente denigrante. Quiero decir, puedes ver claramente el


largo de mi ropa sin hacer que me arrodille para ti. Es un acto arcaico de
vergüenza tan característico de un sistema controlado por el egocentrismo
máximo. Si yo fuera un estudiante de cualquier otro instituto, no tendría que
arrodillarme durante una inspección de vestuario. Ni siquiera tendría que
llevar un vestuario. Es una auténtica estupidez... – Tomó aire y calmó la
voz. –Es una práctica anticuada y sexista, que te sugiero encarecidamente
que la abandones. Ya sabes, en el mejor interés de los estudiantes.

Bajé los brazos y lo miré fijamente, atónito.


En los nueve años que llevaba dirigiendo este colegio, ningún chico había
presentado ese argumento tan convincente.

–Tienes razón.

–¿La tengo?

–Sí, Jaemin. Has afirmado tu creencia con seguridad, respeto y convicción.


Me has convencido, lo que rara vez ocurre. Me encargaré de que todos los
miembros del personal de Clé dejen de practicarlo.

–¿Así de fácil?

–Así de fácil. – Ladeé la cabeza. –Estoy impresionado.

–Gracias.

–Eso no significa que la vergüenza y la humillación no se utilicen como


formas de castigo.

–Oh. – Sus cejas se fruncieron. –Tal vez pueda hacer valer un argumento
para eso.

Dudoso.

–Puedes intentarlo. En otro momento.

Lo conduje fuera de la residencia y, diez minutos después, estábamos ante


las imponentes puertas arqueadas de la iglesia. Un coro de voces salía del
interior, marcando el final de la segunda lectura. El servicio estaba a medio
camino. Con la mano en la puerta, empecé a abrirla y me detuve, mirando a
mi acompañante.

–¿Has estado alguna vez dentro de una iglesia?

–Una vez tomé una clase de yoga Anusara en la casa de un conocido


aquelarre de brujas.

–Muy bien. – Inspiré lentamente. –No es lo mismo en absoluto.


–Seguro que se sentía como una iglesia con todas las estrellas y cruces
grabadas por todas partes. Aunque puede que fueran cruces invertidas. – Se
encogió de hombros.

–Tu objetivo hoy es escuchar y observar. Sigue mis indicaciones, siéntate,


arrodíllate y ponte de pie cuando yo lo haga.

Lo acompañé al interior y vi a Jaehyun en el púlpito, leyendo el evangelio.


Los estudiantes de ambos campus llenaban los bancos desde la primera fila
hasta la mitad del camino. Los chicos a un lado y las chicas al otro.
Mojando mis dedos en el agua bendita, hice la señal de la cruz. Luego, para
mitigar nuestra interrupción, me deslicé a la última fila con Jaemin a mi
lado.

Nadie se dio cuenta. Al menos, no de inmediato.

Cuando Jaehyun pasó a la homilía, una de las chicas mayores sentadas unos
bancos adelante que nosotros miró por encima de su hombro. Empezó a
volverse y se dio una vuelta, sus ojos se fijaron en Jaemin. La mierdecilla lo
miró abiertamente, lo miró más fijamente y continuó haciéndolo mientras
su codo se estrellaba contra la chica que estaba a su lado. En cuestión de
segundos, toda la fila de chicas de último año estaba mirándolo
boquiabiertas.

Les dirigí la mirada más severa que tenía, pero ninguna la captó. Estaban
embobadas con el príncipe de los Na.

Quizá lo reconocieran por la prensa. Pero yo sabía que era más que eso. El
chico era un bombón. Impresionante más allá de cualquier cosa que estas
básicas habían encontrado.

Pero Jaemin era, bueno, no le gustaban las chicas. Así que no tenía nada por
lo que preocuparme.

En realidad, eso hacía que tuviera mucho por lo que preocuparme.

Sin embargo, y para mi sorpresa, por el rabillo del ojo, él extendió la palma
de la mano y les sopló un beso. Algunas se apresuraron a atraparlo. Nadie
estaba escuchando el sermón.

Me incliné hacia él y le gruñí al oído.

–Esta es tu única advertencia. Si vuelves a hacer eso, te ganarás otro


castigo.

–¿Esos castigos se dan con una correa o un bastón? – Susurró.

–Cállate y presta atención.

Cinco minutos después, estaba dormido, con el cuello colgando en un


ángulo incómodo, moviendo la cabeza. Tomé un misal del estante de libros
y dejé caer el pesado texto sobre su regazo.

Jaemin saltó, su brazo salió volando y se me clavó en el pecho.

–Lo siento. – Dijo.

Al cabo de unos minutos, volvió a mover la cabeza.

Y así fue. Durante lo poco que estuvo consciente en la misa, gimió entre el
arrodillamiento y el levantamiento, bostezó durante las oraciones, sonrió y
guiñó el ojo a los chicos y chicas a su paso y puso a prueba mi paciencia.
Lo hacía todo mal.

Pero aprendería.

Al final del día, entendería el significado de una dura lección.


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⊹ ᨘ໑ ¡ se vienen los castigossssss jsjs ! ▸

𖥦. si dejan un comentario y su estrellita, me harían sentir muy orgulloso y


feliz ♡

𖧷 ᜊ 𝐉𝐉_𝐌𝐎𝐍𝐒𝐓𝐀𝐗_𝟓𝟏𝟒 𖥻 .͘ 𝐈.𝐍
Ꮺ ָ࣪ capítulo O7 𓂃

Mi cabeza palpitaba mientras miraba mi portátil, la pantalla se volvía


borrosa con cada parpadeo. Lo cerré de golpe. Después de tres horas de
examen, apenas podía mantener los ojos abiertos.

Me levanté del escritorio y extendí los brazos hacia el techo abovedado,


estirándome en un saludo de yoga hacia arriba, tratando de despertar mis
músculos. El aula del Padre Jeno había estado vacía toda la mañana, salvo
el propio hombre. Desde hace tres horas, estaba sentado en la fila detrás de
mí, trabajando en su ordenador portátil. Estaba tan misteriosamente callado,
tan inmóvil, que podría haber olvidado que estaba allí. Pero eso era
imposible.

Su presencia inundaba el aire, asfixiándolo con su oscura masculinidad y el


eco de su promesa.

Será desagradable.

Realmente estaba jugando con mi castigo inminente, haciendo que el


suspenso y el miedo se hicieran presentes. Estaba funcionando. Me imaginé
una paliza física con algún tipo de instrumento de mazmorra, contra la que
lucharía con uñas y dientes. Haría todo lo posible para que se arrepintiera
de tenerme aquí.

Pero en el fondo, tenía miedo.

Tomando aire, me giré hacia él.

–¿Has terminado? – Su timbre grave y rico vibró en mí cuando levantó los


ojos de su trabajo.

–Arrasé.

Había considerado no arrasar. Si los malos resultados de los exámenes


significaban más tiempo a solas con el Padre Malicioso, eso me daría más
oportunidades de conseguir un lugar en su lista de expulsados de Clé. Pero
no podía hacerlo. No me importaba que me percibieran como desobediente
o promiscuo. Pero no podía soportar la idea de que alguien pensara que era
tonto.

Mi orgullo no podía soportar muchos golpes.

Miró su reloj.

–Todavía te quedan cuarenta minutos. La mayoría de los estudiantes se


quedan sin tiempo durante esos exámenes.

–No sé qué quiere de mí. He respondido a todas las preguntas.

–Si no lo hiciste lo mejor posible...

–Sí, lo sé. Más castigos. Cielos.

–Dirígete al comedor. Después del almuerzo, te espero de vuelta en esta


sala. Doy dos clases por la tarde. Te sentarás en ambas, y para mañana,
tendré los resultados de tus exámenes y tu horario de clases. – Volvió a
prestar atención a su portátil. –Puedes retirarte.

Mientras salía del aula, su mirada me quemó un agujero entre los


omóplatos, y lo supe. Sabía que estaba contando los minutos para el castigo
que había planeado para mí.

En el umbral de la puerta, miré hacia atrás, y efectivamente, sus ojos


estaban esperando, observando, brillando con anticipación.

Con un escalofrío, salí corriendo por el pasillo.

Bajé las escaleras, tomé unas cuantas curvas, y encontré el comedor con
facilidad. Hambriento, me dirigí a la línea de servicio. Si la comida se
parecía en algo al bollo de canela casero y pegajoso que había tomado aquí
después de la misa, iba a ser un placer.

Una treintena de alumnos y profesores estaban sentados en mesas redondas


repartidas por la sala. Sus conversaciones se acallaron cuando entré, y sus
ojos siguieron mi camino hacia los mostradores de comida.

Odiaba eso. No importaba a dónde fuera ni lo que hiciera. Siempre había


espectadores que me juzgaban, que señalaban mis defectos y que buscaban
la forma de utilizarme por mi familia. Sin hacerles caso, llené un plato con
fruta orgánica, pan horneado caliente y una vibrante ensalada verde con
pollo a la parrilla. Todo parecía tan fresco y de alta calidad, hecho con los
mejores ingredientes. Dada la escandalosa matrícula, tenía sentido que se
incluyeran comidas de primera clase. Tomé una botella de agua y comencé
la ardua tarea de encontrar un lugar para sentarme.

Cada par de ojos en el comedor me observaba dudando sobre dónde iré. Sin
embargo, nadie me ofreció un asiento en su mesa. Ni siquiera Jungwoo y su
compañero pelirrojo. Miraron hacia otro lado cuando me acerqué. Da igual.
Tampoco quería ser amigo de ellos. Solo quería comer mi almuerzo sin
tener que presentarme a otro grupo.

–¿Qué haces, hermano de Lucas? – Preguntó Jungwoo mientras tomaba


asiento frente a él.

–No seas idiota. Ya sabes cómo me llamo. – Me zampé mi ensalada.

–Todo el mundo tiene un apodo. Así es como funciona esto. – Miró algo
detrás de mí y levantó la voz. –¿No es cierto, Droopy Renjun?
Me retorcí en la silla cuando el chico en cuestión entró en el comedor. Sus
hombros estaban caídos. Su cabello colgaba en mechones castaños. Pero era
su rostro desfigurado lo que probablemente le había valido el malvado
apodo. La piel se descolgaba de las cuencas de sus ojos, tirando de las
esquinas exteriores de los párpados hacia abajo, como si no hubiera huesos
que mantuvieran la carne de las mejillas en su sitio. A primera vista, me
pregunté si su cara se había fundido en un incendio. Pero su boca
deformada parecía no tener mandíbula inferior o, al menos, una muy poco
desarrollada. Sin embargo, la deformación no oscurecía su expresión. En
todo caso, sus rasgos retorcidos subrayaban la exasperación y el dolor que
ardía en sus ojos.

Si fuera una buena persona, le echaría en cara a Jungwoo que era un ser
desagradable y buscaría otra mesa para terminar mi almuerzo. Pero no lo
era. No podía permitirme hacer enemigos con estos chicos. No hasta que
asegurara mí salida de aquí.

Así que me guardé mi desaprobación y aspiré mi comida.

–Droopy Renjun es el hermano mayor de tu piso. – Jungwoo mordisqueó


una zanahoria, estudiándome. –Vigila tu espalda. Te delatará por usar más
de dos cuadrados de papel higiénico.

–Es bueno saberlo.

–Soy Sungchan. – El pelirrojo se inclinó hacia atrás y golpeó con las uñas
en la mesa. –Me debes una caja de galletas.

Mierda.

No había pensado a quién podría haberle robado esta mañana antes de la


misa. Pero dada la cantidad de comida que tenía escondida en su habitación,
no le dolían las galletas.

–Te las devolveré. –Me encogí de hombros.

–Págame presentándome a tu hermano Na Taeyong.


Qué asco.

–Te dobla la edad.

–Exactamente. Y es jodidamente guapo.

–Tiene novia.

–Dile que te visite sin su novia. Yo me encargaré del resto.

Él no tenía una oportunidad en el infierno con Taeyong. Estaba obsesionado


con su pequeño juguete, Karina, y demasiado ocupado para conducir hasta
Maine. Si alguien me visitase, ese sería Lucas.

No iba a compartir nada de eso con él. Así que me puse de pie y tomé el pan
sin comer de mi plato.

–Tengo que irme. Nos vemos luego.

Según el horario publicado en la pared, tenía treinta minutos de descanso.


El aire fresco y la luz del sol me atrajeron al exterior y, antes de darme
cuenta, estaba saliendo del camino pavimentado y atravesando un espeso
bosquecillo de árboles.

Dentro de un mes, Maine será tan frío como el Polo Norte. Pero hoy, el aire
otoñal se sentía glorioso, el dosel de hojas ardiendo en tonos dorados y
rojos. Me hacía desear sidra, mantas y un hogar.

Había muchas cosas que no me gustaban de Bishop's Landing, como las


fiestas pretenciosas y las sonrisas falsas. Pero echaba de menos a mis
hermanos y hermanas, la comodidad de la familiaridad y mi libertad. Aquí,
estaba prisionero por un muro, una verdadera valla eléctrica. La jaula se
hacía cada vez más pequeña, cerrándose y dificultando mi respiración. Si
seguía adelante con esto, si aceptaba este colegio y terminaba el año aquí,
¿qué pasaría entonces?

Mi madre ofrecería a su príncipe virgen como un sacrificio a la familia más


rica y poderosa que pudiera encontrar, transfiriendo así el control sobre mi
vida a alguien que, oh sorpresa, también tenía vagina.
Si no tomaba las riendas de mi futuro ahora, nunca lo haría.

Un sendero de tierra atravesaba la arboleda. Mordisqueé el pan crujiente y


paseé, ensimismado. Hasta que un movimiento me llamó la atención. Algo
se movía entre las hojas. Me quedé quieto, entrecerrando los ojos, y divisé
una cara blanca y estrecha.

No, dos caras.

Dos pequeñas bolas de cabello gris, de unos cinco centímetros de largo, se


aferraban a una rama caída. Con ojos negros brillantes, orejas de Mickey
Mouse y colas de rata, eran las zarigüeyas más bonitas que había visto
nunca.

–¡Awww! ¿Son compañeros de camada? – Busqué más en la zona y me di


cuenta de que probablemente eran huérfanos. Eran demasiado jóvenes y se
tambaleaban demasiado en los dedos de los pies.

Las zarigüeyas tan pequeñas vivían en la bolsa de su madre. No sabía cómo


iban a sobrevivir al invierno aquí fuera, y mucho menos los próximos días
sin comida ni refugio.

Me arrodillé junto a ellos y, oh, mi corazón.

Eran tan preciosos, con sus pequeñas narices rosadas y sus bigotes
nerviosos. No parecían tener miedo de mí. De hecho, levantaron la cabeza
de la rama y sus hocicos se acercaron a mi mano.

El pan.

–Tienen hambre. –Miré a mí alrededor en busca de un lugar seguro para


darles de comer.

A pocos metros, la base de un enorme árbol ofrecía todo tipo de escondites.


Si los trasladaba allí, no tendría que preocuparme que un halcón peregrino
se abalanzara sobre ellos y se los comiera.

–Los llamaré Seol y Bongshik. – Levantando lentamente su rama, los


arrastré hasta el árbol. El enmarañado sistema de raíces sobre el suelo
formaba un profundo hueco, perfecto para resguardar sus pequeños cuerpos
de los depredadores y del frío.

Hice un lecho blando con hojas y añadí el pan. Luego, con otro palo,
introduje cada zarigüeya en la cavidad. Al instante cayeron sobre el pan,
arrancando pequeños bocados.

La fruta o las verduras habrían sido mejores, pero estaba bastante seguro de
que comerían cualquier cosa. En Bishop's Landing, nuestro jardinero se
quejaba de que las zarigüeyas hurgaban en la basura.

Después de la cena, les traería agua y una variedad de comida. Pero por el
momento, me acosté de lado, contento de verlas comer.

Hasta que me quedé dormido.

Fue un accidente horrible. Ni siquiera había querido cerrar los ojos. Pero
cuando me desperté, supe que había pasado una o dos horas. Estaba en la
jodida mierda.

Al abrigo de las raíces de los árboles, Seol y Bongshik se acurrucaron junto


al pan parcialmente comido. Dormidos profundamente. A salvo. Los dejé
allí y corrí de vuelta al edificio principal con el temor royendo el
revestimiento de mi estómago. Para cuando llegué a su aula, sentí que iba a
vomitar.

La puerta estaba cerrada, pero según el reloj que había pasado en el pasillo,
me había perdido sus dos clases. Mi corazón retumbó mientras alcanzaba el
picaporte, con la mano rondando, temblorosa, sobre el pestillo.

No podía hacerlo. Así no. No podía entrar allí todo asustado, agotado y
culpable. Por no mencionar que necesitaba orinar con urgencia. Sentía que
mi vejiga iba a estallar. Haciendo un gesto con los dedos, retiré la mano del
picaporte y retrocedí lentamente.

Dos segundos después, la puerta se abrió.


Contuve la respiración mientras Doyoung salía. Se desvió en dirección
contraria y se desplomó contra la pared con los ojos cerrados. Se llevó las
manos al corazón y suspiró con un placer nauseabundo. Mientras tanto, yo
me quedé a unos metros de distancia, sintiéndome lamentablemente
diferente del hombre que había en esa habitación.

Pero no era Doyoung el que había destrozado su uniforme, violado la regla


del ayuno, dormido en la iglesia y perdido sus dos clases.

Estoy tan muerto.

Enderezándose, Doyoung se alejó por el pasillo y desapareció al doblar la


esquina. Ni siquiera me vio aquí de pie.

Pero él lo hizo.

Ocupando el hueco de la puerta, mantenía los brazos a los lados, con una
expresión vacía. Imposible de leer. Su mirada afilada me recorrió, y aunque
estaba preparado para sus afilados bordes, un temblor por todo mi cuerpo se
desató. Bloqueé las piernas para evitar que se tambalearan. No me encogí,
no mostré debilidad. Me mordí una parte sensible de mis labios. Mis dientes
lo rasparon, abriéndolo y haciendo que la sangre cayera sobre mi lengua.

Él se dio cuenta, su enfoque se amplió, las pupilas se dilataron. Sus


pestañas oscuras bajaron como escudos sobre sus emociones, y sus dedos
hicieron esa cosa con el pulgar, frotándolo. Lo que se estaba gestando en las
regiones interiores del Padre Jeno no era bueno.

Su silenciosa quietud hizo una despiadada comida de mis nervios hasta que
se me puso la piel de gallina, y los vellos de mi nuca saltaron de mi piel.
Sus dedos dejaron de moverse y sus profundos ojos azules se clavaron en
los míos.

–Cierra la puerta detrás de ti. – Dio la orden con una calma aterradora y
volvió a entrar en la habitación.

No tuve más remedio que seguirlo.


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⊹ ᨘ໑ ¡ spoiler del siguiente capítulo: golden shower jsjs ! ▸

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Ꮺ ָ࣪ capítulo O8 𓂃

El miedo se introdujo en mi torrente sanguíneo, sacudiendo mis


extremidades. Cerré la puerta con un sonoro chasquido, y me encogí de
miedo cuando el Padre Jeno giró dándome toda la atención de su mirada.

–He salido a dar un paseo durante el almuerzo. – Me pasé las palmas


húmedas por la ropa. –Me quedé dormido en la arboleda. Lo juro, no era mi
intención. Es que... No pude dormir anoche y...

–Cállate. – Su tono áspero rebotó en el aula, haciéndome tragar saliva.

Se sentó en el borde de su pupitre sin quitarme los ojos de encima. Los


míos estaban pegados a él. No sabía lo que estaba pensando o lo que
pretendía hacer, pero me había puesto en esta situación. Lo menos que
podía hacer era enfrentarme a él como un adulto.

–No voy a repetir tus violaciones. – Dio un golpecito con el dedo en el


escritorio. Golpe. Golpe. Golpe. Su mano se detuvo. –En total, has
acumulado ochenta y siete minutos de castigo.

–¿Qué? No tuve tantos...


–¡Silencio!

Me dolía la mandíbula mientras la mantenía rígidamente cerrada, deseando


más que nada desaparecer. ¿Iba a golpearme durante ochenta y siete
minutos? Maldita sea.

Dios, no sobreviviría a eso.

¿Cuántos golpes podría soportar antes de desmayarme? Nadie me había


golpeado antes.

–Escúcheme alto y claro, joven Na. – Se bajó del escritorio y se acercó al


enorme crucifijo en la pared. –Cumplirá su penitencia sin quejas ni
descuidos. Si no lo hace, el reloj se reiniciará y añadirá más tiempo al final.

–Necesito usar el baño.

–No. – Él torció un dedo. –Ven aquí.

Le sostuve la mirada con cada paso a regañadientes. No fue fácil. Su juego


de contacto visual era muy superior al mío, su mirada mucho más arrogante
y amenazante. Pero me negué a darle la satisfacción de verme acobardado.

Yo era un Na, y maldita sea, actuaría como tal.

Así que mantuve mis ojos nivelados en los suyos y me paseé a través de la
corta distancia.

–Ponte aquí y mira hacia la pared. – Señaló el lugar debajo de la mórbida


cruz.

En ningún momento quise darle la espalda. No vi una correa o un bastón a


la vista, pero llevaba un cinturón. Y un ceño fruncido espantosamente cruel.
Iba hacerme daño y si no me ponía donde él indicaba, me haría más daño.

La posición puso mis ojos en el espectáculo de terror que colgaba de la


pared. Los pies de madera de Jesús eran de tamaño natural, clavados en una
tabla, y pintados como si goteara sangre. ¿Por qué alguien pensaría que era
una buena idea poner esto en un aula? Apoyé las palmas de las manos en el
ladrillo y traté de medir mi respiración mientras se acercaba a mi espalda.
Cada paso amenazante dirigía el staccato de mi pulso. Al acercarse, la
longitud de su cuerpo se alineó con el mío. Empequeñeció mi cuerpo,
saturando mi piel con su calor.

Ninguna parte de él me tocaba. Excepto su aliento. Sus exhalaciones


calientes e invasivas acariciaban mi nuca y se enroscaban en mi garganta.

Luego, una mano enorme e insensible se apoyó junto a la mía en la pared


mientras él acercó su boca a mi oreja.

–Toca con tus labios sus pies.

–¡Eh! ¿Qué? – Mi mirada voló hacia el crucifijo. –¡No voy a hacer eso!

–Noventa minutos.

–Dios mío, ¿qué es esto? ¿Tienes algún tipo de fetiche con los pies?

–Noventa y tres minutos.

–¡No puedes hablar en serio! ¿Cuántas bocas han tocado esta cosa? – Mi
respiración se volvió salvaje. –No es higiénico.

–Noventa y seis minutos. – Alejó su cara a milímetros de la mía. –Podemos


hacer esto toda la noche, Na. Pero besarás sus pies durante el tiempo que
crea que es debido.

No estaba jodiendo. Ni siquiera estaba cruzando ninguna línea. En lugar de


una paliza física, quería que besara un crucifijo durante noventa y seis
minutos.

Que me jodan.

¿Era esto mejor que los moretones y los verdugones? Realmente no lo


sabía. No podía pensar con claridad. No con él tan malditamente cerca,
respirando en mi cuello.
Me levanté, poniéndome en una posición que me fuera fácil estar cómodo,
apoyándome en la pared, el calor de él alrededor de mí era asfixiante. No
tenía escapatoria. Su duro físico me cubría la espalda, encerrándome, sin
tocarme.

Se sentía mal. Pecaminoso. Prohibido. Si fuera cualquier otra persona, tal


vez mis pensamientos no habrían ido allí. Pero había algo profundamente
sexual en el Padre Jeno. No solo su virilidad y sus sorprendentes y
hermosos rasgos. Estaba en su porte, la forma en que me mandaba, en que
se acercaba a mí desde todas las direcciones, y me observaba a centímetros
de distancia, respirando ásperamente, acaloradamente contra mi rostro.
Como si quisiera inclinarme sobre su escritorio y follarme sin miramientos.

Yo no quería eso. No con él. Pero mi cuerpo pensó que era una espléndida
idea.

Perder mi virginidad estaba en lo alto de mi lista de cosas por hacer. ¿Pero


entregársela a un sacerdote? ¿A este sacerdote? La idea era una locura.
Petrificante.

Y brillante.

Si rechazaba mis avances, me expulsaría. Si era tan corrupto como todos los
demás en el mundo y diera la bienvenida a mis avances, lo denunciaría, y
cerrarían todo el maldito colegio.

Pero había un problema extremadamente urgente.

–Mi vejiga. Me duele mucho. Por favor... – La súplica dolorosa en mi voz...


Alcanzó un tono quejumbroso, marcado hasta el final para atraer su
simpatía... Si es que poseía tal cosa. –Por favor, déjame ir al baño...

–Si dices una palabra más al respecto, duplicaré la duración de tu castigo.

Hierro enfundado en gamuza, esa voz pertenecía a un hombre que no se


inclinaba por nadie. Sus labios esculpidos atraían a las víctimas al altar con
la promesa de salvación celestial antes de condenarlas al infierno eterno.
Noventa y seis minutos se sentirían como una condena eterna con mi vejiga
gritando y con la boca pegada a la imagen de Jesús crucificado.

–Antes de empezar... – Se movió, soltando mi espalda para apoyar su


hombro contra la pared. La posición hizo que sus ojos azules se acercaran
de forma imposiblemente más cerca. –Doyoung me acaba de hacer saber de
una asamblea de chicos que se reúnen antes de la misa para verme correr.

¿Doyoung los había delatado? ¿Porque era el hermano mayor del tercer
piso? ¿También se había delatado a sí mismo? Había estado presionado
contra la ventana con el resto de ellos, babeando sobre el sacerdote
semidesnudo y poniendo en duda su integridad heteroaburrida y religiosa.

–¿Por qué crees que alguien te vería correr? – Arqueé una ceja, tratando de
ignorar los planos cincelados de su rostro increíblemente hermoso.

–Entiendo que eso significa que no has participado esta mañana.

–Oh, no. Estaba arrastrándome junto a tu club de fans cachondos.

–Quiero los nombres de todos los asistentes.

–Uhm, sí. Este chico. – Me apunté con un pulgar. –No es por ser un soplón.
Pero te doy un consejo. Ponte una camiseta. Aumenta tus carbohidratos.
Que te crezca la barriga. ¿Por qué lo de la tabla de lavar y el paquete de
ocho? Eso seguirá atrayéndolos, y tu plan es reformarlos y volverlos al buen
camino repleto de coños femeninos. Tal vez no lo hayas notado, pero una
gran parte de este colegio tienen erecciones por ti.

Intentó una expresión estoica, pero la intensidad de su disgusto brilló a


través de sus ojos.

–Lo llaman Culto Matutino. – Me quedé mirando la pared delante de mí,


disfrutando de su incomodidad. –Pensar que, cuando se apagan las luces,
todas esas obedientes manos rezadoras están acariciándose en tu honor en
nombre de Satán; Amén.

–Suficiente.
–No se puede culpar a un chico que sabe lo que le gusta por aprovechar su
potencial. Golpeando y frotando...

–Estás en noventa y nueve minutos. ¿Debo añadir más?

–Estoy bien. – Apreté los dientes.

–Quítate los zapatos y los calcetines.

¿Qué?

No me atreví a formular la pregunta. Cada respuesta añadía más tiempo.


Pero joder, no quería aguantar esto con los pies fríos en el suelo de madera.
No es que tuviera otra opción. Mientras me quitaba los zapatos y los
calcetines, asumí que esto era solo otra capa de mi tormento.

Hasta que me rodeó por detrás.

–Ahora tu ropa interior.

Dejé de respirar.

Solo unas pocas personas me habían dicho que me las quitara, y eran tipos a
los que había intentado follar activamente, tipos que conocían acerca de mi
exacerbado gusto por la ropa interior femenina. No sabía mucho acerca de
los sacerdotes y sus reglas, pero esto era censurable. Era demasiado íntimo,
demasiado pervertido. Esto no podía ser otra cosa que sexual.

–Sea lo que sea que estés pensando, detente. – Su cuerpo se acercó a mi


espalda, su aliento rozó mi cuello mientras hablaba con una voz profunda y
escaldada. –No me interesa nada de lo que hay dentro de tu pantalón.

Las palabras me desgarraron la piel, desollándome con veneno, hiriéndome


con una aversión inconfundible. Me invadió una sensación de humillación y
deseé, Dios, deseé no haberme estremecido. Incluso ahora, mis hombros se
agarraron a mis orejas con la comprensión de que nunca sería atrevido
como Jungwoo o seductor como Doyoung, y con clase como mi madre.

Era demasiado pequeño y plano, demasiado bocazas y sarcástico.


Mientras estaba allí, avergonzado hasta la médula, sabía que no había forma
de detener lo que vendría después. No con el disgusto que desprendía el
sacerdote a mi espalda.

–Quítatelos. – La orden inflexible en su voz me apretó el pecho.

Un vete a la mierda, estaba retenido, rogando por lanzarse libre.

–Dígame, joven Na. – Sus pasos rozaron el suelo, su proximidad burlona. –


Usa esa lengua afilada y duplica tu tiempo.

Solo quería terminar con esto.

Bajando velozmente mis pantalones y liberándolos para obtener aquello,


agarré mi ropa interior y empujé. La textura de la tela suave se deslizó por
mis muslos y se enganchó en mis rodillas desnudas. Me retorcí las piernas.
Las bragas blancas cayeron alrededor de mis tobillos, y el hombre en mi
periferia no se movió ni un ápice a saberme desnudo.

Rápidamente el feo pantalón volvió a mí, y recogí la ropa interior del suelo.
Cuando me enderecé, su rostro estaba esperando, a un suspiro de distancia.

–La obediencia es la sepultura de la voluntad y la resurrección de la


humildad. Palabras de San Juan Clímaco. – Señaló con la cabeza al
escritorio cercano. –Apila tus cosas allí. Tienes tres segundos.

Dudo que San Juan tuviera en mente la ropa interior de la gente cuando
hablaba sobre la humildad. Pero me lo guardé para mí e hice lo que me
ordenó.

Cuando volví al crucifijo, fui hiperconsciente de mi desnudez. Pero el único


interés del Padre Jeno era mi rostro. Estaba esperando. Esperando a que
besara los pies de la estatua. Apoyé mis manos en la pared. Detrás de mi
esternón, mi corazón se abalanzó en un ataque de patadas y gritos.

No lo hagas. No te rindas. Corre.

¡Corre! ¡Corre!
Aproveché la ira y miré hacia arriba a la efigie de un dios medio muerto que
no llevaba más que una toalla alrededor de la cintura.

–Puede que tengas mi boca espeluznante Jesús desnudo, pero eso es todo lo
que te daré. Mientras me veo obligado a besar tus pies, te maldeciré durante
cada vil minuto.

Si esto no era el Noveno Círculo del Infierno, seguramente me dirigía allí.


Yo esperé a que el Padre No-Divertido me golpeara en la cabeza con más
minutos, pero todo lo que hizo fue bajar su frente a su mano y suspirar.

Soltando mi propio suspiro, puse la boca en los dedos de los pies antiguos e
intenté no pensar en los gérmenes. El aroma de la madera mohosa invadió
mi nariz, y traté de no pensar en eso tampoco. Se alejó hacia su escritorio y
regresó a mi campo de visión con una Biblia en la mano. Acercó una silla,
se acomodó, abrió el libro y comenzó a leer. En voz alta.

No. Jesús, por favor, no.

Leyó una historia tras otra sobre gente antigua haciendo cosas aburridas.
Lecciones de humildad en cada pasaje, pero yo no necesitaba esa mierda.
Mis malditos labios estaban pegados a una escultura. Me había quitado la
ropa interior delante de un sacerdote. El agotamiento me golpeaba por todos
lados, y no podía dejar de rebotar porque mi vejiga...

Oh, joder, no pienses en ello.

Me quedé lo más inmóvil posible, sudando. No sabía que había glándulas


sudoríparas entre mis dedos, en mis codos, y bajo mis pies. Pero las
descubrí mientras escuchaba su sensual voz e intentaba de no orinarme en
el pantalón. Pasó la página y levantó la cabeza, con su atención puesta en
mí. Una presión insoportable me apretaba por dentro, ardiendo, palpitando,
amenazando con estallar. Apreté los muslos, retorciéndome de
desesperación. Cada vez más frenético.

¿Cuántos minutos habían pasado? ¿Treinta? ¿Cuarenta? No iba a lograrlo.


Mis labios se aferraron a la hilera de dedos de los pies tallados mientras me
balanceaba y retorcía sobre mis piernas inquietas. Sentí que me observaba.
Sabía exactamente lo que necesitaba.

La hora. Dime la hora, maldito bastardo.

Sin levantar la boca de mi puesto, tarareé con urgencia y señalé a mi


muñeca desnuda. Pasó otra página sin dejar de mirarme. Sentí que el sello
se rompía en mi autocontrol y supe que solo tenía segundos antes de que
todos los músculos de allí abajo cedieran.

Por favor, gemí incoherentemente.

Oyó mi maldita llamada de auxilio y no hizo nada. Excepto pasar otra


página.

Por una fracción de momento, consideré tomar un castigo doble y correr al


baño. Pero antes de que mi cerebro enviara ese mensaje a mis músculos,
perdí la lucha con mi vejiga.

La presa se rompió en un torrente caliente de humedad por mi polla. La


orina roció mi ropa y pies descalzos y sus restos salpicaron el suelo de
madera, formando un radio de salpicaduras amarillas y gotas errantes que
llegaron hasta su silla. A medida que el goteo continuaba, era la sensación
más placentera y más mortificante que jamás había experimentado. Una
completa pérdida de control mezclada con un alivio sublime y una
vergüenza abrazadora. Mis mejillas se incendiaron. Mis articulaciones se
bloquearon, cada músculo y órgano de mi cuerpo se paralizaron.

No podía mirarlo a los ojos, pero lo hice.

En el límite de mi visión, bajó la cabeza, pasó la página de su Biblia y


reanudó la lectura en voz alta. No escuché ni una palabra de sus labios. No
escuché nada más que el pulso en mis oídos. A medida que pasaban los
minutos, todo mi mundo se reducía a la piscina bajo mis pies, a la orina
fresca a lo largo de mis piernas y a los dedos de madera contra mi boca.
El golpe a mi orgullo fue profundo. Más profundo que una correa o un
bastón, o cualquier otro castigo corporal que hubiera podido infligir.

Lo había planeado.

Mis ojos se cerraron al darme cuenta. Los zapatos, los calcetines, la ropa
interior, todo se habría estropeado si no me lo hubiera quitado. Él había
contado con que me iba orinar encima. Qué jodido imbécil.

Mantuve los ojos cerrados y los labios plantados en Jesús, hirviendo a fuego
lento en un charco de vergüenza y vitriolo. El cansancio tensaba mis
músculos y me jodía el equilibrio. Me dolían los hombros y el cuello de
tanto moverme para mantener la boca en su sitio. Pero supe que había
durado los noventa y nueve minutos cuando oí que la Biblia se cerró y la
silla crujió.

–Puedes retroceder. – Su voz vino de detrás de mí, haciéndome estremecer.

No quería moverme ni abrir los ojos. Estaba parado en mi propia orina, por
el amor de Dios. Pero mis labios se regocijaron en la libertad cuando me
aparté y trabajé mi mandíbula.

Mis ojos se abrieron, fijándose en el desorden del suelo. Una nueva ola de
humillación me atravesó. Y de rabia.

–¿Qué es lo siguiente? – Mi voz tembló, cargada de resentimiento. –¿Vas a


restregármelo por la nariz?

–No.

–Porque tú querías que lo hiciera.

–Quería que aprendieras una lección. – Me rodeó, dejando de lado las


salpicaduras en su camino hacia el armario.

–¿Humillas así a todos tus alumnos?

–No. – Sacó un cubo, material de limpieza y toallas de papel y lo puso todo


al lado del charco.
–Bien. Entonces, ¿cuántos estudiantes dirías que, en promedio, se orinan en
tu aula cada año? – Por favor, dime que todos.

–Tú eres el primero.

Bueno, joder. Eso me hizo sentir mil veces peor. Mi mirada cayó a mis
pantalones manchados y mis pies empapados, con los ojos doloridos por las
lágrimas. Sus zapatos aparecieron en el borde de mi visión borrosa, el
brillante cuero negro que se detenía justo al lado del desorden. Entonces un
nudillo tocó mi barbilla, levantándola hasta que mis ojos se fijaron en los
suyos.

–San Juan tenía razón. Si el orgullo convirtió a los ángeles en demonios, la


humildad puede hacer ángeles de los demonios. – Su pulgar recorrió la
curva de mi labio inferior, y su mirada siguió el movimiento. Luego retiró
su mano y caminó hacia la puerta. –Te veré en misa por la mañana.

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𖥦. si dejan un comentario y su estrellita, me harían sentir muy orgulloso y


feliz ♡

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Ꮺ ָ࣪ capítulo O9 𓂃

El toque de su pulgar persiste.

Me cosquilleó a lo largo del labio mientras me limpiaba las piernas, lavaba


los pantalones y fregaba el suelo.

En la residencia, la sensación fantasma persistía mientras me duchaba y me


ponía otros. En el comedor, me sorprendí tocándome la boca y pensando en
su maldito pulgar mientras tomaba la cena para llevar. Durante mis paseos
de ida y vuelta por el campus, no vi al Padre Jeno. Lo busqué. No porque
quisiera verlo. Pero pensaba en él. No podía dejar de pensar en la forma
tierna en que sostenía mi rostro y acariciaba mi labio.

Durante muchos años, había fantaseado con recibir afecto así: una caricia,
una mirada anhelante, un beso de adoración. Deseaba tanto experimentarlo
que podía saborearlo. Pero todo lo que había encontrado eran caricias
frenéticas, besos descuidados y algunas mamadas interrumpidas. No era
saludable meditar sobre la forma en que se sentía el toque de un sacerdote
que pretendía volverme heterosexual. No significaba nada para él, y si no
dejaba de obsesionarme con ello, me convertiría en otro miembro lujurioso
de su club de fans del internado. No es que me creyera mejor que esos
chicos, pero tenía un sentido de autoestima.

Al menos, lo tenía hasta que me oriné encima.

¿Cómo podría volver a mirarlo? La humillación era más de lo que podía


soportar. Pero no tenía que preocuparme de eso hasta mañana. Por ahora,
me concentré en la comida de mi bolsa y en el camino que me llevaba a los
árboles. En lo alto, la silueta de un gran halcón rodeaba la propiedad. Sentí
sus ojos sobre mí, siguiéndome hacia la arboleda.

Encontré a Seol y a Bongshik donde los había dejado, y una sensación de


ingravidez se apoderó de mí. Habían comido más pan y levantaron sus
curiosas narices al ver que me acercaba.

–Hola. – Abrí mi bolso y saqué el pequeño cuenco que había robado del
comedor. También tenía varias botellas de agua, un surtido de frutas,
verduras y frutos secos, y los restos de mi uniforme destruido. El pesado
material debería mantenerlos calientes en las próximas semanas.

Guardé las botellas sin abrir, cerca de la parte trasera de su hueco, puse la
comida, el cuenco de agua y les murmuré mientras comían. Eran unos
bebés muy dulces. Eran como monitos curiosos con narices movedizas y las
patitas más bonitas. Podía jugar con ellos toda la noche y tenía la intención
de hacerlo hasta que el sonido de los pasos invadió mi santuario.

Me giré, dándole la espalda al hueco de la zarigüeya, y entrecerré los ojos


para ver al intruso. Renjun estaba de pie a unos pasos de distancia con una
mano anclada en su cadera.

Jodidamente bueno.

Lo último que necesitaba era que el chismoso residente me denunciara por


dar comida a escondidas a los animales salvajes.

¿Qué haría el Padre Jeno con las zarigüeyas huérfanas? Era seguro suponer
que no las amaría, les hablaría y las arroparía por la noche.
Torciendo su cuello, él se inclinó a mi alrededor y dirigió su mirada a los
bebés que se retorcían. Luego arrugó la nariz. Se había deshecho del
uniforme del colegio para ponerse unas botas rockeras, unos leggings
negros y una camiseta holgada. Un cárdigan de gran tamaño y con
desperfectos cubría su tonificado cuerpo bajo una chaqueta de cuero
recortada, decorada con tachuelas y parches metálicos. Un sombrero de
estilo rockero remataba el look vanguardista y a capas.

Sentí una pizca de envidia por su estilo tan atrevido. Pero eso no significaba
que confiara en él. ¿Por qué me había seguido?

No había sido precisamente sociable desde mi llegada.

–¿Te cuesta hacer amigos? – Le pregunté.

–¿Por mi rostro? – Sus labios desfigurados formaron una línea plana.

–No, porque eres el hermano mayor de nuestro piso. Eso te convierte en el


soplón oficial. – Sus ojos se endurecieron, y ninguna deformidad podía
disminuir su ferocidad. Si lo ponía a prueba, me imaginaba que me patearía
el culo huesudo.

Pero no quería pelear con el chico. Solo quería que se fuera y dejara en paz
a mis zarigüeyas.

–Somos vecinos. Mi habitación está justo al lado de la tuya.

Le dediqué una sonrisa apretada.

–Soy Jaemin.

–Sé quién eres. Todo el mundo lo sabe.

–De acuerdo. Mira, Renjun, yo... – Lo miré fijamente, buscando palabras


que no estuvieran impregnadas de sarcasmo y honestidad brutal.

¿Cómo podía decirle a alguien que me dejara en paz sin sonar en modo
perra?
–Solo escúpelo. – Dijo. –Lo que sea que vayas a preguntar sobre mi rostro,
solo pregúntalo.

–Uhm... No, gracias.

–¿Qué? ¿Por qué no?

–Bueno, no me interesa tu rostro, si te soy sincero.

Él resopló, incrédulo.

–Estás interesado en algo porque te quedaste callado e incómodo con tus


palabras. Y me estás mirando al rostro, lo que me parece bastante insultante.

–Te estoy mirando fijamente porque estoy tratando de determinar si vas a


contarle a alguien sobre ellas. – Señalé a las zarigüeyas.

–No me interesan tus roedores enfermos, si te soy honesto.

–En realidad estás siendo zorra. Y son marsupiales, no roedores.

–Comen basura. Así que, básicamente, lo mismo.

–Básicamente, no es lo mismo. Pero bueno, ¿qué sabe la ciencia de todos


modos?

–Deberías ser amable conmigo, Na. Yo podría ser el único amigo que tienes
aquí.

–Oh, ¿de eso se trata? ¿Que seas mi amigo?

–No, no he decidido si estoy dispuesto a asumir esa carga.

–No te molestes. Ya he hecho algunos amigos.

–¿Jungwoo y Sungchan? – Echó la cabeza hacia atrás y se rio.

A decir verdad, no quería que me asociaran con esos mezquinos. Pero no


apreciaba ni entendía el humor de Renjun en la idea.
–¿Qué es tan gracioso? – Lo fulminé con la mirada.

–No son tus amigos. Nunca serán amigos de alguien que se parece a ti. –
Me señaló la cara.

–¿Qué demonios se supone que significa eso?

–No tengo las ganas ni los lápices de colores para explicarte esto.

–Tal vez solo trata de usar tus palabras de niño grande.

–Bien. – Él levantó las manos. –Eres más bonito que ellos.

Luego me miró con desprecio, como si bonito no fuera la forma en que me


describiría.

Parpadeé, sin entender.

–Mírate. – Hizo un gesto y sacudió la cabeza. –Eres un chico fuera de su


liga, en un universo totalmente distinto, más bonito que todos los chicos y
con un gusto aparente por ellos también. Sin embargo, las niñas de St. John
ya están locas por ti. Lee Jieun, la capitana de las porristas...

–¿Lee? ¿Cómo el Padre Jeno, o como la cadena hotelera?

–No, sí. Esos Lee. Cuando te invite al baile formal de invierno como todas
las chicas de su clase, que lo hará, los hombres fuertes y responsables de
Clé te odiarán.

–¿Excepto tú?

–Jieun es una completa imbécil. No le orinaría encima ni, aunque estuviera


ardiendo.

Bueno, está bien entonces.

–¿Qué hay del Padre Jeno? – Solo decir su nombre me produjo un


escalofrío.
–Quiero decir, es un magnífico espécimen masculino. Pero está
devotamente casado con Dios, tiene más del doble de mi edad, y también es
mi profesor. Eso es un triple veto. Muy fuera de los límites. – Levantó un
hombro. –Es lamentable. Es la única persona aquí que parece verme a mí y
no a mi rostro. – Entrecerró los ojos. –Tú podrías ser el número dos.

–Cuando te miro, todo lo que veo es un hipócrita santurrón, así que...

Su mandíbula se desencajó.

Levanté las cejas.

–Acabas de juzgarme por mi aspecto.

–No, yo...

–Has dicho literalmente que no tendré amigos por mi rostro, mientras te


lamentas de que nadie ve más allá del tuyo.

Él arrugó y dio un paso atrás, pareciendo malhumorado.

–Eres diferente. Lo reconozco.

–¿Cómo es eso?

–Eres inteligente, para empezar, lo que choca totalmente con tu apariencia.

–Lo estás haciendo de nuevo.

–No eres lo que esperaba.

–Tú tampoco.

–Déjame adivinar. – Apoyó las manos en las caderas. –Pensaste que sería
torpe e inseguro.

–No. Pensé que serías amable.

Se echó a reír y se alejó.


–Volveré a hablarte sobre nuestra amistad. Necesito rezar sobre ello.

No pude saber si hablaba en serio o si su sentido del humor era más seco
que el mío.

–Estaré aquí esperando con alfileres y agujas.

Será mejor que no le diga a nadie lo de Seol y Bongshik. Juro por Dios que,
si les pasaba algo, le cortaría la cabeza.

Me quedé en la arboleda un par de horas más, comiendo el sándwich


caprese que había tomado del comedor y disfrutando de la compañía de mis
amigos peludos. El anochecer trajo un frío en el aire que me hizo desear
haber traído una chaqueta. Pero mientras las zarigüeyas se escondían bajo el
lecho que había confeccionado con mis pantalones estropeados, parecían
estar muy calientes. Como criaturas nocturnas, eventualmente se
aventurarían en la oscuridad. Pero todavía no. No hasta que fueran mayores
y más fuertes. ¿Tal vez otro mes? Investigaría un poco en cuanto tuviera
acceso a Internet.

Volví a llenar el cuenco de agua y dejé el resto de la comida. Luego tomé el


camino más largo para volver a la residencia, con la esperanza de ver
algunos murciélagos. Mi paseo serpenteante siguió el perímetro exterior,
manteniéndose junto a la pared y lejos de la gente. No es que hubiera
mucha gente. Hacía demasiado frío y era demasiado tarde. Probablemente
solo tenía unos minutos antes del toque de queda.

Mientras estaba en este lado de la propiedad, quise echar un vistazo más de


cerca a la puerta. Las pocas veces que había pasado por ella, había sido
escoltado por el Padre Jeno.

Doblé la esquina, dejando a la vista la salida y...

Hablando del diablo.

Una figura solitaria cortaba una silueta formidable contra el fondo de las
luces de la calle. Se apoyaba en la puerta, con las piernas largas cruzadas
por los tobillos, los brazos musculosos a los lados, y sus ojos... Me
esperaba, siguiendo mis movimientos, cazándome en la oscuridad. El
instinto de correr se apoderó de mis huesos. Pero ¿y si me perseguía?

¿Y si lo deseaba?

Bajo el peso de su mirada fija, me sentí expuesto, despojado de mis más


profundas vulnerabilidades. Me había visto orinar por todo el suelo, y no
estaba preparado para aceptarlo. La vergüenza estaba demasiado fresca y
cruda. Necesitaba la noche para reconstruir mis defensas contra él. Después
de un sueño bien descansado, volvería más fuerte, más seguro, preparado
para defenderme.

Así que me alejé, dirigiéndome en dirección contraria. Sin mirar atrás, supe
que su mirada me acompañaba hasta el edificio. Lo sentí arder a lo largo de
mi espalda. Su atención exclusiva debería haberme asustado, pero, en
cambio, me reconfortó.

Lo deseaba, y eso era lo que más me molestaba.

Al día siguiente, me senté detrás de mi escritorio y miré a Na Jaemin con


nuevos ojos.

Se puso de pie con las manos a los lados, los hombros hacia atrás, y la
expresión rebosante de autoestima. Ni rastro del chico avergonzado y con
los ojos llorosos que había dejado en esta habitación ayer. De la noche a la
mañana, había recuperado su fuerza de voluntad. Con algunas diferencias.
Su uniforme cumplía con el código de vestimenta. Había llegado a tiempo a
la misa esta mañana y me senté durante el servicio con poca interrupción.
Pero no me hacía ninguna ilusión su repentina sumisión. Sospechaba que,
después de una noche de ira y humillación, simplemente estaba eligiendo
sus batallas.

O tal vez fui el único que pasó la noche agitado.

Nunca había ordenado a un estudiante que se quitara la ropa interior. Ni


siquiera lo consideré. En ese momento, me dije que tenía un propósito
práctico, sabiendo muy bien que perdería la pelea con su vejiga. Había
contado con eso. Pero cuando el pequeño trozo de algodón blanco se
deslizó por sus piernas, todo mi cuerpo reaccionó. Mis pensamientos dieron
un vuelco, y que Dios me ayude, tuve un hambre como nunca antes la había
tenido. Deseaba su humillación con tanta intensidad que cuando finalmente
llegó, se necesitó toda la contención concentrada en el mundo para no caer
sobre él como una bestia furiosa y sin sentido.

Tuve una elección. Podría haberlo follado. Aquí mismo, en mi aula de


clases, podría haber roto mi voto y haberlo follado con orina en sus piernas,
su sangre virgen en mi polla, y sus lágrimas celestiales empapando la mano
que habría sostenido con tanta fuerza en su boca.

Él no habría sobrevivido.

Un susurro exigente en el silencio de mi corazón argumentaba que Jaemin


era más fuerte de lo que sabía, más fuerte de lo que nadie se daba cuenta.
Ese susurro me había atraído al campus más tarde, en la noche, para
descubrir lo fuerte que era y lo fuerte que podía gritar. Entonces lo vi.
Caminando a lo largo de la pared justo antes de las nueve, él tomó mi
aliento. Su belleza era tan de otro mundo, tan inigualable y angelical, que
quería protegerlo, no hacerle daño. No podía soportar la idea de
envenenarlo con mi cáncer y arrancarle el alma de su cuerpo.

No lo haría.

Hice una elección.

Guardé cada pensamiento depravado e inmoral en un profundo


compartimento etiquetado, no abrir nunca. Luego pasé el resto de la noche
rezando el rosario y celebrando mi abstinencia con unos cuantos whiskys de
más.

Hace nueve años, había logrado enterrar mi enfermedad de la misma


manera. Desde entonces, no había dado un paso en falso. No me había
deshecho de las ataduras. Nunca cedí. Mi autocontrol era inviolable.

Jaemin no estaba en peligro cerca de mí. Ni ayer. Ni ahora. Ni nunca. No


era una tentación.

Y así, esta mañana, mientras lo miraba con nuevos ojos, tenía menos que
ver conmigo y más que ver con el papel en mi escritorio. Presionando un
dedo contra eso, lo deslicé hacia él. Luego, entrelacé mis manos en la
superficie de madera y lo observé. Se inclinó hacia delante, miró la página y
unas pequeñas líneas de decepción se le cruzaron por la frente, y
desaparecieron cuando se enderezó.

–Explícame esto. – Mantuve mi tono ligero, conversacional. –Según tu


documentación de inscripción, nunca has hecho un examen estandarizado
para admisiones universitarias. ¿Por qué?

–Tendrías que preguntarle a mi madre. – Se encogió de hombros.

Su actitud displicente me puso los dientes de punta.

–Te lo estoy preguntando a ti.

–Si mi madre se sale con la suya, nunca veré el interior de una universidad.

–¿Y si lo hicieras a tu manera?

–Querría ir a casa.

–¿Cómo cambiaría eso los planes de tu madre?

–Eso lo cambia todo. En casa, estaba en camino de vivir mi propia vida.


Estaba explorando las universidades, experimentando con los chicos,
averiguando quién soy y qué quiero ser. Por eso me envió aquí. Para poner
una gran parada en mi viaje de autodescubrimiento. Esencialmente me ha
encerrado en una jaula, me aisló de todos y de todo. Ni siquiera puedo
elegir mi propia ropa.

No podía discutir nada de eso. Joohyun llevaba las riendas de la vida de


Jaemin, lo que hacía que el asunto del papel en mi escritorio fuera cada vez
más discutible.

Pero no lo dejaría pasar.

–Las pruebas que hiciste son exámenes de evaluación patentados, creados


específicamente para que este colegio coloque a los estudiantes en una ruta
de aprendizaje individualizado.

Estaba íntimamente familiarizado con la estructura y la intensidad de las


preguntas, porque uno, yo era dueño de la corporación que diseñaba las
pruebas, y dos, yo mismo había hecho las pruebas. Varias veces.

–En todos los años que llevo dirigiendo este colegio y los cientos de
pruebas que han pasado por mi mesa... – Golpeé el papel. –Solo he visto un
puntaje así de alto una vez.

Mi puntaje. Pero me lo guardé para mí.

Él no había hecho trampa. Me senté detrás de Jaemin todo el tiempo,


viéndolo volar a través de los ejercicios.

–Una aptitud académica de tu calibre no pasa desapercibida. – Presioné las


puntas de mis dedos juntas en un campanario contra mi boca, pensando. –
Tus notas del colegio son promedio. No estabas en ninguna clase avanzada.
¿No te has aplicado en el colegio? ¿O es que hay algo más que te retiene?

–No soy inteligente, si eso es lo que preguntas. – Se paseó junto al


escritorio, dejando que su mano recorriera el borde de la superficie. –
Recuerdo cosas. Si lo escucho o lo leo, puedo recordarlo más tarde. Es solo
memorización. Nada especial.

Su inteligencia iba mucho más allá de la memorización, y quien le haya


dicho lo contrario, deberían arrancarle la lengua.
–El examen medía una serie de capacidades cognitivas. – Lo estudié por
encima de la punta de mis manos. –Eso incluye habilidades matemáticas,
percepción espacial y lenguaje. Tus resultados en ciencia y lógica son
especialmente impresionantes, tienen que ver más con la resolución de
problemas y menos con la memoria.

–Lo que sea. Entonces, ¿vas a ponerme en clases avanzadas o algo así?

Mi preocupación inicial había sido que no siguiera el ritmo de esas clases.


Ahora que sabía que estaba por delante de nuestro plan de estudios y de
todos los estudiantes aquí, tenía que ajustarse a eso.

–Doy clases de Cálculo Avanzado después del almuerzo, seguido de


Econometría y Estadística. Tomarás esas clases y pasarás las mañanas
conmigo en una instrucción individualizada y formación religiosa.

Él pareció animarse ante eso, y pude adivinar la razón. Na Jaemin pensó


que yo era su billete para salir de aquí.

Extendí los codos sobre el escritorio, inclinándome hacia delante.

–Pasar cada día conmigo no abre oportunidades para sabotear tu graduación


de Clé. Además, cualquier sentimiento impuro que puedas desarrollar hacia
mí, ya sea desprecio o deseo, será aplastado. Nuestra relación seguirá
siendo profesional, y cualquier esfuerzo por profanar eso será castigado.

–¿Me quitarás la ropa para estos castigos? – Agitó sus pestañas, con el
rostro serio.

–Depende de tu problema de incontinencia urinaria.

–No tengo incontinencia. – Hizo un sonido de burla. –No había ido al baño
desde antes de la iglesia.

–Encuentre una solución para eso, joven Na. Eres demasiado mayor para
que te recuerden usar el baño.

–Eso no es... ¡Uf! – Se alejó, arañando su cuero cabelludo y tirando de su


cabello.
Me pasé una mano por la boca, limpiando mi diversión. Jaemin era muy
fácil de irritar, y lo disfrutaba bastante. Ahora que lo pensaba, nunca había
tenido tantas ganas de conversar con un estudiante. Sus rápidas ocurrencias
y sus ingeniosas réplicas me mantenían alerta y pensando. Dados sus
resultados en las pruebas, no era de extrañar.

Sin duda, será un largo año de conversaciones estimulantes y de


enfrentamientos verbales.

Él giró de nuevo hacia mi escritorio, su mirada dibujando un camino de mis


labios a mi cuello antes de dirigirse a mis ojos.

–¿Cuánto tiempo has sido sacerdote?

–Me ordené hace cuatro años.

–¿Así que no has tenido sexo en cuatro años?

–Nueve. Entré en el seminario y en el discernimiento hace nueve años.

–¿Nueve años sin sexo? – Sus cejas se arrastraron hasta la línea del cabello.
–¿En todo este tiempo, no has tenido ni un solo desliz? No has cedido a las
más bajas necesidades de la naturaleza humana.

–Ni una sola vez.

Esta línea de preguntas no era nueva. Me las habían hecho cientos de


estudiantes y padres curiosos antes que Jaemin. Así que cuando expresó la
siguiente pregunta, estaba preparado para ella.

–¿Por qué te hiciste sacerdote? Y no me des una respuesta enlatada. Ya sé


que eras un multimillonario hecho a sí mismo y el soltero más codiciado de
New York.

Todo es de dominio público. Solo necesito poner mi nombre en un


navegador de internet para conocer lo más destacado de mi ilustre carrera.
No tenía secretos, excepto uno, que yace enterrado fuera del alcance de
cualquiera.
–Antes de elegir este camino, era un rico hombre de negocios. Fui criado
católico, fui a un colegio católico, y doté a este internado con mucho dinero
porque tengo una conexión personal aquí.

–¿Qué conexión personal?

–El Padre Jaehyun ha sido mi mejor amigo desde la infancia.

–¿Así que te embaucó a una vida de celibato?

–¿Parezco embaucado, joven Na?

–Buen punto. – Frunció los labios. –Pero has tenido sexo, ¿verdad? ¿Tú no
eres virgen?

–No soy virgen. Cuando llegué a la treintena, tomé una decisión consciente
de hacer más con mi vida, de ser más.

–Y pensaste: Oye, ¿por qué no me convierto en un pobre profesor sin


corazón y sin sexo?

–Doné mi patrimonio y mi vida a este colegio porque quería convertirme en


pastor.

–Y nosotros somos tus ovejas. – Inhaló lentamente por la nariz y se mordió


el interior de la mejilla.

Las respuestas que di fueron honestas, con una omisión crucial. El secreto
que me llevaría a la tumba.

–Es muy noble de tu parte, Padre Jeno. Supongo que eres un mejor humano
que yo. – Apoyó las manos en el escritorio y se inclinó hacia él. –Pero eso
no significa que seas mejor para tomar decisiones sobre mi vida. En lo que
me convierta aquí, este año, impactará en todo mi futuro. Mírame. – Señaló
su rostro. –Fíjate bien en mis ojos, en mi expresión. Mira fijamente a un
hombre que anhela una gran pasión, y siempre está más allá del próximo
imbécil.

–Si me estás llamando imbécil...


–Eres el más grande hasta ahora. Pero ¿adivina qué? – Me enseñó los
dientes. –Quiero esto más que tú.

–¿Qué quieres exactamente? ¿Cuál es tu gran pasión?

–Cualquier cosa. Todo. Independencia, auto descubrimiento, amor


romántico, espiritual o profesional, sea lo que sea, es mío. – Su respiración
rasposa cayó a un seductor tumulto de sonidos, golpeando el aire con
tenacidad. –La pasión está en perseguir la vida que quiero, y nadie me va a
quitar eso.

–Muy bien. – Recogí los papeles en mi escritorio y abrí mi portátil. –Puedes


anhelar tu única gran pasión mientras estás de rodillas fregando el suelo de
mi salón de clases.

–¿Qué? ¿Por qué?

–Cero tolerancias, joven Na.

–¿Cero tolerancias, por qué? – Se agarró al borde del escritorio. –¿Fue por
el comentario de imbécil?

–El comentario, la actitud, la flagrante falta de respeto. – Mantuve mi


mirada en la pantalla, despidiéndolo. –Ya sabes dónde encontrar el cubo de
limpieza.

–¿Falta de respeto? – Se rio burlonamente. –Se llaman agallas, y se


pronuncian, vete a la mierda. – Giró y se dirigió hacia la puerta. –Friega tus
propios malditos pisos.

Me levanté de la silla antes de que la última parte saliera de su boca. Mis


largas zancadas le ganaron a la puerta, y cuando Jaemin alcanzó el pestillo,
mi mano estaba ya en la madera, manteniéndola cerrada.

Se le cortó la respiración y giró lentamente el cuello. Su mirada aterrizó


sobre mis piernas y subió, echando una mirada furtiva a mi ingle, y patinó
hacia mi pecho. El estrecho espacio entre nosotros forzó su cabeza a
inclinarse hacia atrás, hacia atrás y hacia atrás, hasta que una constelación
de rasgos delicados y hechizantes llenó mi horizonte. El aire bullía de
tensión y animosidad. Luego, con un movimiento de sus pestañas, esos ojos
azules, calientes y temerosos a la vez, encontraron los míos.

–O me mandas a casa o me das unos azotes. No voy a fregar tus pisos.

–Cuidado, Jaemin. – Luché contra cada instinto que me exigía alcanzarlo y


agarrarlo por el cuello. –No tienes ni idea de lo que estás pidiendo.

Arrastrarlo sobre mi regazo y azotar su culo respingón no se acercaba a lo


que merecía. O lo que la enfermedad dentro de mí anhelaba.

Como si leyera mis pensamientos, tragó saliva, y la sangre se drenó de su


rostro.

–Cuando termines los pisos de aquí, harás la siguiente habitación y la de


enfrente, también.

Un músculo saltó en su mandíbula.

–Yo...

–Piensa bien lo que vas a decir. Hay seis aulas en esta planta. También hay
una iglesia y un gimnasio con pisos de madera.

–Si estoy todo el día haciendo de conserje, ¿cuándo aprenderé?

–No te preocupes por eso, príncipe. Te leeré mientras trabajas.

Jaemin gimió miserablemente. Un sonido que me dejó deliciosamente sin


aliento mientras se dirigía al armario de suministros.

Este pequeño descarado iba a ser mi muerte.


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feliz ♡

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Ꮺ ָ࣪ capítulo 1O 𓂃

Fregar los suelos sentó las bases de las lecciones diarias de Jaemin en la
Academia Clé.

Durante las siguientes cuatro semanas, pasó más tiempo aprendiendo sobre
sus manos y rodillas que sentado en un escritorio. Mientras se arrastraba
con una esponja jabonosa, caminaba a su lado, dando conferencias sobre
física comparativa, gobierno y política, literatura latina y el catolicismo.

No había mentido sobre su memoria. Cuando escuchaba algo, podía


recordarlo después, casi al pie de la letra. Cada prueba que superaba
demostraba que estaba absorbiendo mis lecciones.

Sin embargo, lo único que no aprendió fue la obediencia.

Había tenido algunos retrasos y violaciones del toque de queda, pero la


mayor parte de su mala conducta comenzaba y terminaba con su boca. Era
un sabelotodo vulgar y locuaz, demasiado inteligente para su propio bien,
vivía cada momento como si su única misión fuera molestarme. Nadie
nunca se había atrevido a hablarme como lo hacía él, y ningún castigo le
pareció lo suficientemente duro para disuadirlo.
Después de cuatro semanas de aislamiento social, comidas retenidas,
humillación y trabajo manual, sabía lo que necesitaba.

Sufrimiento físico.

Dolor corporal.

Necesitaba mi cinturón en su culo, una y otra vez.

En los años que había enseñado aquí, sólo había usado una correa y un
bastón en tres ocasiones. Esos habían sido casos extremos, donde los
estudiantes eran tan salvajes e ingobernables que una paliza física ni
siquiera los había hecho tambalearse. No me había afectado tampoco. No
tenía ningún interés físico en los chicos, y al final, los tres fueron
expulsados.

La expulsión era lo que Jaemin quería. Por lo tanto, era lo único que no le
daría.

Eso dejó el fregado de suelos o los castigos corporales.

Abofetear.

Azotar.

Flagelar.

Asfixiar.

No podía. No debería, por diez mil razones que se resumen en una.

Lo deseaba.

Tenía muchas ganas de ponerle las manos encima, y si lo hacía, si lo


castigaba físicamente, sería irrefutablemente, incontrolable, gloriosamente
sexual para mí.

Sólo lo había tocado una vez. Hace cuatro semanas, dejé que mi pulgar
rozara su labio. Aquel único y ligero toque había desplegado una oleada de
retorcidos y desesperados antojos desde el rincón más oscuro de mi mente.
Desde entonces, había mantenido mis manos para mí y forcé mis negros
pensamientos a la inexistencia. Pero si lo toco de nuevo, si lo introduzco en
mi pasatiempo favorito, se acabó.

Tal y como estaba, ver cómo se arrastraba por el suelo de rodillas se burlaba
de mi naturaleza sádica. El flagrante simbolismo sexual en el acto tampoco
se le escapaba. Me llamaba la atención cada vez, afirmando que ningún
alumno aspirante a ser un hombre de valor debería arrodillarse ante su
profesor, porque era pervertido y se prestaba a las fantasías de los
depredadores.

Era una discusión inútil. Si mantenía su boca irrespetuosa cerrada, no


estaría de rodillas. Y punto. La elección era suya.

Comprobé mi reloj y me paseé por el aula, rechinando mis dientes. Llegaba


tarde otra vez. Cerrando los ojos, recé el Ave María para calmar mi
temperamento. Mientras terminé y comencé la oración de nuevo, el sonido
de las pisadas rompió en el pasillo. Los zapatos chirriaron contra la madera
cuando Jaemin dobló la esquina e irrumpió en mi salón de clase con la
respiración jadeante y entrecortada.

–¡Estoy aquí! – Se dobló por la cintura, una mano en el aire y la otra en su


rodilla, ahogándose. –Menos mal que soy rápido.

–Llegas tarde. – Gruñí, debatiéndome entre echarlo o darle algo sustancial


con lo que atragantarse.

–Oh, vamos. – Miró el reloj de la pared. –Sólo dos minutos de retraso. ¿En
serio vas a ser una polla al respecto?

–¿Una polla?

–La seductora extensión acanelada entre las piernas de un hombre, puede


que no estés muy familiarizado con eso. – Jadeó, tratando de recuperar el
aliento. –Sé que no has probado nunca una, pero seguro que mirando la
tuya, recuerdas lo que es.
–Lo recuerdo. Con mucho cariño.

–¿Sí? – Sonrió, levantando las cejas.

–Por eso me confunde oírte usar esa parte del cuerpo de los hombres como
un término despectivo. Teniendo en cuenta tus infernales ataques
lingüísticos hacia los individuos de tu mismo sexo, esperaría que usaras la
palabra polla como un cumplido en lugar de asociarlo con la debilidad.

Se quedó con la boca abierta y emitió un ruido de estrangulamiento.

–Tienes mucha razón. – Se golpeó una mano contra la frente y gimió. –Soy
un idiota. No estaba pensando y... ¡Gah! No hay excusa para lo que dije fue
ofensivo e ignorante, y lo siento. – Enderezó su columna y se encontró con
mis ojos, mirando tan irresistiblemente, magníficamente avergonzado. –
Besaré al Jesús o fregaré los suelos, lo que tú decidas. Sin resistencia. Soy
un completo imbécil.

Una de las cosas que había llegado a adorar de Na Jaemin era la facilidad
con la que podía ser tan genuinamente humilde y desinflarse irónicamente a
sí mismo. Rara vez se preocupaba por la percepción que los demás tenían
de él, pero por la razón que fuera, no quería que creyera que era superficial
o débil de mente. No tenía ni idea de lo alejado que estaba de esos rasgos, y
eso sólo lo hacía más hermoso, más deseable, más difícil de pasar
desapercibido. Era diferente a cualquier joven fácilmente reformable de
dieciocho años que hubiera conocido.

Nada de eso cambiaba el hecho de que era mi alumno, tenía la mitad de mi


edad y estaba completa e irrevocablemente fuera de mis preferencias. Sin
embargo, tenía suficiente atractivo sexual para mantener mi atención
durante toda la eternidad.

Basta ya, Jeno.

–Has estado fuera durante cuarenta y cinco minutos. – Hice un círculo a su


alrededor. –El desayuno terminó hace cinco minutos.

Sabía a dónde se escabullía cada día. Quería que lo admitiera.


Se tocó la barbilla con el hombro, mirándome con inocencia.

–Tenía que orinar.

Me reí.

–¿Esa es la dirección que quieres tomar con esto?

–No. Quiero decir, tenía que orinar, y me encargué de eso.

–Es bueno saber que has aprendido una lección en cuatro semanas. – Hice
una pausa ante él. –Pero no es por eso que llegas tarde.

Sus ojos azules se alzaron hacia los míos, brillando con fuego y
preocupación.

No me confiaría su secreto, ¿y por qué lo haría? No tenía compasión. Para


ser un niño rico y mimado, era desinteresadamente devoto de la protección
de animales vulnerables y poco agradables. No lo entendí y no le di ningún
ápice de seguridad mientras lo miraba fijamente, haciéndolo retorcerse.

Despiadado, hasta la médula de mi despreciable alma.

–Jeno... – Su voz suplicaba. Usó mi nombre de pila. Su mano se acercó a mi


pecho.

Mi cerebro no sabía qué desviación debía reprender primero. Por muy


atrevida que fuera con su lengua, nunca había sido lo suficientemente
valiente para tocarme. Incluso ahora, mientras sus dedos subían lenta y
bruscamente hacia mi camisa, temblaba de incertidumbre.

Atrapé su muñeca antes de que hiciera contacto, mi mano se cerró sin


piedad alrededor de sus delicados huesos. Él gimió, pero no trató de
apartarse. En su lugar, se acercó con todo su cuerpo, sin apartar su mirada
de mi cara.

Hipnótico. Agitador. Intoxicante.


Mis dedos se apretaron alrededor de su brazo, impidiéndole llegar. Pero él
podría haber puesto su mano sobre mí de todos modos. Lo sentí en todas
partes, clavando sus uñas y sus afilados dientes de gatito mientras me
cortaba las rodillas con sólo una mirada y una súplica.

–Por favor, no hagas que me arrepienta de haberte contado esto. – Envolvió


su mano libre alrededor de la mía en su muñeca y se inclinó. –Estoy
alimentando a zarigüeyas bebés. Esto no es como el murciélago. Sé que son
crías. O lo eran. Están casi listas para sobrevivir por sí mismos. Sólo
necesitan un par de días más para aumentar su tamaño para el invierno. Por
favor, Padre Jeno. – Se inclinó sobre nuestras manos, bajando su frente a mí
pecho. –Por favor, no les hagas daño.

Me dolían los músculos, que se contraían y se paralizaban,


insoportablemente rígidos por el esfuerzo de retenerlo. Excepto que no era
Jaemin. Era yo el que la estaba reteniendo.

Me aparté y me agarré al marco de la puerta detrás de mí hasta que el borde


se clavó en la palma de mi mano.

–No voy a hacerles daño.

No puedo prometer lo mismo para ti.

–¿De verdad? – Entrecerró los ojos, pero la esperanza brilló a través de las
rendijas.

–No hay reglas en el manual del estudiante sobre la alimentación de los


animales salvajes.

–No, pero pensé...

–Vamos a hacerles una visita.

–¿Ahora? – Sus brazos cayeron, colgando inactivos a sus lados.

Necesitaba salir de esta asfixiante habitación. Girando sobre mis talones,


salí por el pasillo y no me detuve hasta llegar a la arboleda detrás del
edificio. Corrió unos pasos por detrás y aminoró la marcha al alcanzarme.
–Ya sabes dónde viven. – Sus puños fueron a sus caderas, y su labio inferior
empujó como una ofrenda. –¿Desde cuándo los sabes?

–Desde el primer día. Comes todas las comidas aquí, incluso cuando llueve.

–¿Y qué hiciste? – Se puso de rodillas y se arrastró hacia el sistema de


raíces retorcidas de un gran árbol. –Viniste aquí a investigar y... Encontraste
el más lindo pequeño... Oh, hola. – Se agachó hasta el suelo, el culo hacia
arriba, con los pantalones tan apretados que parecía casi imposible, unas
pequeñas bragas para nada formidables marcadas bajo la tela.

Debería haberle dicho que lo arreglara, que tomara otra postura. Las
palabras estaban allí, raspando mi lengua, pero no emergían. Mis
verdugones brillarían como el fuego en su impecable piel de porcelana. Mis
manos dejarían un círculo azul alrededor de su delicada garganta. Mi polla
se estiraría, desgarraría y dividiría su pequeño agujero por la mitad.

Aparté mi mirada antes de hacer algo irreparable.

–Siento haberte despertado. – Hizo un sonido de silencio a los bichos. –


Pero ya que están los dos levantados, tengo a alguien aquí para conocerlos.

–Eso no es necesario.

–No seas grosero. – Se puso de pie y extendió su brazo, atrayendo mi


atención a los peludos marsupiales grises que se aferran a su chaqueta.

–No deberías sostenerlos. – Apoyé mis dedos en los bolsillos, luchando una
batalla interna con mi cuerpo sobrecalentado.

–Suponen un menor riesgo para la salud que casi todos los demás animales
en la naturaleza. Y están limpios. – Le sonrió al que tenía en el hombro. –
¿No es así Seol? Siempre acicalándote. – Su sonrisa de aprehensión se
dirigió a mí. –Él cree que es un gato.

–Manipularlos hace que tengan menos miedo a los humanos. Cuando se


vayan de aquí...
–Lo sé. He tratado de mantenerlos alejados de mí. Pero son escaladores, y
como les traigo comida todos los días, creen que soy su padre o su madre. –
Suspiró. –Nunca me han tenido miedo.

Durante cuatro semanas, lo he visto retirarse a este bosque mientras las


visitas de fin de semana iban y venían. Cada estudiante había recibido al
menos una visita desde el inicio del curso escolar. La mayoría de los
estudiantes recibían visitas todos los fines de semana.

Ninguna persona había venido a ver a Jaemin.

Mientras volvíamos a la clase, parloteaba sobre las zarigüeyas,


compartiendo historias como si fueran sus mejores amigos. Se sentía solo.
Si mirara por debajo de su mal comportamiento y su descaro, vería la
profunda soledad que la recorría.

Se sentía miserable.

Tal vez esa miseria comenzó mucho antes de que se mudara a Maine. ¿Qué
había dejado atrás en Bishop's Landing? ¿Amistades superficiales? ¿Una
fría mansión? ¿Un mundo en el que pasaba desapercibido, sin aprecio y sin
amor? Había dejado de pedir su teléfono hace dos semanas.

–Me hacen compañía. – Me siguió al aula, todavía hablando de las


zarigüeyas. –Probablemente te parecerá una tontería, pero son todo lo que
tengo aquí. Me sentiré desolado cuando se vayan. Pero también estaré
orgulloso y feliz. Sólo quiero lo mejor para ellos. – Sonrió para sí mismo. –
Los animales son mejores que las personas.

–¿Cómo es eso?

–No juzgan. No odian. Si los humanos tuvieran corazones como las


zarigüeyas, qué hermoso sería este mundo.

Si la gente tuviera un corazón como el de Na Jaemin, mi fe en la humanidad


se renovaría.
Durante las siguientes horas, lo guíe en sus lecciones. Hizo algunas
pruebas, se fue a comer y se sentó en mis clases de la tarde. Luego, terminó
su día con el castigo que se había ganado por llegar tarde por la mañana.
Fregar el suelo no le enseñaba nada. Pero no hacía concesiones. Si rompía
una norma, pagaba el castigo. Yo no era nada si no consistente.

Treinta minutos después de su castigo, se había esforzado por llegar a la


lejana esquina. También tenía la ropa interior enmarcada de nuevo, y esta
vez, no miré hacia otro lado. Inclinado sobre sus rodillas, me dio una vista
directa de su tanga pequeña y femenina vistiendo un culo en forma de
corazón. La ropa interior de corte alto seguía las curvas de sus muslos
tonificados y juveniles a través del pantalón escocés. La franja de material
fino entre sus piernas se aferraba a su carne, esculpiendo un explícito y
apetitoso valle desde su agujero virgen hasta su tímida polla.

Me moví en la silla detrás de mi escritorio cuando el calor se apoderó de mi


cinturón y se apretó entre mis piernas, la consciencia martilleándome con el
recordatorio de que era un hombre. Pero esa maldita mierda no se había
entallado por sí sola. Ahora sospechaba que tampoco había sido
inconsciente cuando lo expuso esta mañana. Estaba jugando con el peligro,
provocando a la bestia, tentando a algo que no podría manejar.

Sean cual sean sus intenciones, tendría que reprenderlo.

Pero estaba duro como una piedra, ardiendo, deshaciéndome de adentro


hacia afuera. Mi control sagrado se estaba perdiendo. No podía ir hasta allí.
No podía ir hasta él con la polla erguida y el hambre palpitando en mis
venas. Así qué me obligué a mirar mi laptop y trabajé en los planes de
mañana. Para cuando Jaemin guardó los materiales en el armario, yo tenía
la compostura y el ánimo para tratar con él.

–He terminado el piso. – Tomó un bolígrafo de mi escritorio y lo hizo girar.


–¿Y ahora qué?

–Ahora nos dirigimos a tu comportamiento de búsqueda de atención.

La pluma dejó de girar.


–Más allá del elemento de búsqueda de emociones, violar el código de
vestimenta entallando otra vez tú ropa y exponerte a tu maestro es un
intento gratuito y patético de hacerse notar. – Le di una oscura mirada a
través del escritorio. –Es un grito de atención.

Sin inmutarse, se enfrentó a mi mirada.

–¿Un grito de atención?

–Es una forma errónea de expresar inseguridad, celos y soledad.

–De acuerdo. – Dejó el bolígrafo con cuidado y rodó los hombros. –Esa una
forma de verlo.

–Sí, hay otra forma... – Hice un gesto con la mano, señalando. –Adelante.
El piso es tuyo.

–Muy bien. – Dio un paso alrededor del escritorio, un pie antes que el otro,
hasta que se puso a mi lado al alcance de la mano. –Tu posición sugiere que
la atención es intrínsecamente mala para ti, que es algo pecaminoso o
glotón para anhelar, como el adulterio o las drogas. ¿Pero no es la necesidad
de atención esencial para el ser humano? ¿Qué es el matrimonio sin la
atención de un cónyuge? ¿Qué es el sacerdocio sin la atención de su
rebaño? ¿Qué es un niño sin la atención de sus padres? – Apartó la mirada,
parpadeó y volvió a mirarme. –¿No es el regalo de la atención una de las
cosas más desinteresadas e impactantes que pueden darse los unos a los
otros?

Se irguió más, mirándome con ojos azules escrutadores.

Ojos inteligentes.

Una mente hermosa.

Cada día con él era un paseo salvaje de curvas cerradas, cuestas empinadas
y ajustes imprevisibles. Nunca había estado tan mental y físicamente
despierto en mi vida.
–Sí. – Mi voz salió ronca, me aclaré la garganta. –Pero ¿entiendes que la
atención no es lo mismo que el afecto?

–Sí.

–Y que mostrarle el culo a tu profesor es una búsqueda negativa de


atención.

–¿Negativa? – Apretó el puño contra el escritorio. ¿Por qué la imagen de mi


cuerpo es negativa? ¿O son mis bragas las que encuentras negativas?
¿Demuestran mi poca hombría, quizás? No actúes sorprendido, ya las
habías visto antes. Porque exigiste que me las quitara, debo añadir. Así qué,
¿qué es exactamente lo que encuentras negativo debajo de mi ropa?

–No tergiverses mis palabras, Na. – Mi voz golpeó como un látigo,


haciéndolo dar un paso atrás. –Cuando te comportas mal por el único
propósito de buscar atención, el castigo se convierte en una recompensa.
Eso es atención negativa, que no voy a dar. Así que te dejo con esta
advertencia. No quiero volver a ver tu trasero, exijo un ajuste a tu uniforme
y que moderes tu ropa interior.

Me aparté, dirigiendo mi atención a la laptop.

Se quedó un momento, con la respiración rápida y superficial. Luego, se


acercó a la puerta. Se detuvo en el umbral y miró por encima del hombro.

–Tienes razón en una cosa. Estoy solo, Padre Jeno.

Mientras se deslizaba por el pasillo, sentí una profunda e incómoda punzada


a través de mis entrañas y me caló hasta los huesos. No tenía un nombre
para ello. No tenía ni idea de lo que era. Todo lo que sabía era que
necesitaba que se fuera.

Necesitaba que él volviera.

–Jaemin. – Escuché el sonido de sus pasos que se ralentizaban, se detenían


y volvía a caminar.
Cuando reapareció en la puerta, mi alivio fue inmediato, el calor en mi
pecho fue absoluto.

–Una cosa más. – Busqué en el cajón de mi escritorio y saqué su teléfono


del cargador. –¿Cuál es tu número?

Sus cejas se fruncieron mientras se acercaba y repetía los dígitos. Introduje


el número en mi teléfono y le envié un mensaje.

–Se acerca el baile de invierno. – Le entregué su dispositivo. –Tal vez uno


de tus hermanos pueda traerte un traje.

–Gracias. – Sus cejas se tensaron aún más. –¿Acabas de enviarme un


mensaje?

–Sí. ¿Has hablado con alguien sobre tus sentimientos de soledad?

–No. Dios. – Puso cara de horror. –No soy débil, y no necesito un


consejero.

Me imaginé que diría eso.

–Puedes enviarme un mensaje de texto, en cualquier momento, por


cualquier razón.

–Te lo agradezco. – Miró su teléfono, y una sonrisa traviesa arqueó sus


labios cuando se encontró con mis ojos. –Pero no preocupes tu linda
cabecita por mí, Padre Dottori. Siempre que me apetece ceder, recuerdo que
tengo un montón de imbéciles a los que decepcionar.

No hay duda de que se refería a mí. A su madre también. Y tal vez a la


familia con la que se esperaba que se casara.

Mientras lo veía salir de la habitación con la cabeza alta, una cosa era
cierta. Na Jaemin iba a tomar las riendas de su vida, aunque eso significara
irse sin un centavo de su familia.

Yo lo apoyaría, incluso siendo uno de los imbéciles que se interpone en su


camino.
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⊹ ᨘ໑ ¡ ¿les está agradando la historia? por cierto, feliz 1ro de junio jsjs
hermanes, hermanas y hermanos nominerxs !▸

𖥦. si dejan un comentario y su estrellita, me harían sentir muy orgulloso y


feliz ♡

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Ꮺ ָ࣪ capítulo 11 𓂃

–No pareces feliz, Nana.

–Lo estoy ahora. – Enterré mi rostro en el pecho de Lucas y envolví mis


brazos alrededor de sus anchos hombros. –Te extrañé.

–Hablemos de eso. – Mi hermano tomó mi codo y me llevó más lejos del


edificio principal.

Habían pasado cinco días desde que Jeno me devolvió el celular. Le envié
un mensaje de texto a Lucas inmediatamente, sólo para ver cómo estaba y
explicarle por qué no había respondido a sus mensajes y llamadas perdidas.
Ahora que se había graduado de la secundaria, estaba súper ocupado
viajando entre Inglaterra y Corea, pateando culos en su nueva vida con su
nuevo novio porque sí, él poseía derecho a gustar de los chicos. Cosa que lo
mantenía demasiado ocupado para encargarse de mis problemas triviales.

No le había pedido que viniera a Maine. Debería haber sabido que


aparecería el fin de semana siguiente.
El aire frío me rozó las mejillas cuando me uní a él en un banco del patio,
lejos de las demás familias. Todos los salidos al alcance de la vista me
miraban. Por supuesto, lo hacían. Lucas exudaba la fanfarronería de los Na
que era natural en todos los hombres de mi familia. Era el segundo más
joven entre nosotros, con sólo diecinueve años, pero tenía la misma
musculatura, atletismo, arrogancia y asertividad, básicamente todo lo que
uno busca en un apuesto macho alfa.

Y todos los potenciales omegas estaban mirando.

Excepto Kim Jungwoo.

No lo había visto desde que lo suspendieron, pero el rumor era que volvería
al colegio este fin de semana.

–Como no contestabas al celular, llamé a mamá. – Lucas enganchó su brazo


alrededor de mí, manteniéndome caliente e importándole poco su muestra
de afecto poco masculina.

–Déjame adivinar. Te dijo que estaba bien y que no me molestaras.

–Sí. – Sus ojos brillaban con culpa. –No debería haberla escuchado.

–Lucas, estoy bien. – Apoyé mi cabeza contra su hombro. –Solo intento


adaptarme, eso es todo.

–Por favor, dime que no es uno de tus profesores.

Seguí su mirada a través del patio y encontré los ojos azules de acero de mi
némesis devolviéndome la mirada.

–Sí. – Apreté mi dedo corazón contra mis labios y sonreí dulcemente al


malhumorado sacerdote. –Es el Padre Lee Jeno. Mi único profesor.

Lucas estaba fuera del banco antes de que pudiera detenerlo.

–Espera. – Corrí tras él, tirando de su abrigo. –¿Qué estás haciendo?


–No me gusta que traten de cambiar lo que eres, y no me gusta la forma en
que ese te está mirando. – Tiró de su brazo para liberarlo. –Solo voy a tener
una charla con él.

Era una idea terrible. Mi hermano era engreído, sobreprotector y más bocón
que yo.

–Solo recuerda. – Corrí para quedarme a su lado. –Cuando te vayas hoy,


tengo que quedarme aquí y lidiar con las consecuencias. No responde bien
al humor negro, las amenazas ni a las faltas de respeto, así que, por favor,
sólo... Juega limpio.

Nos quedamos sin distancia, por delante de él antes de que pudiera


responder.

–Na Lucas. – Se acercó a la cara de Jeno y me agarró de la mano,


arrastrándome a su lado. –Soy el hermano de Jaemin.

–Veo el parecido. – Jeno no se movió. Ni un destello de sorpresa o


irritación.

Estaban codo con codo, tenían la misma altura, complexión similar, la


misma intensidad en el contacto visual.

–Puede que nos parezcamos. – Lucas me apretó la mano, impidiendo que


me apartara. –Pero sé que ves mucho más cuando lo miras. Un bonito niño
vulnerable con un uniforme de virgen católico. Supongo que nunca has
visto pasar por aquí a un chico tan guapo como él. Quiero decir, ¿está tu
heterosexualidad bien?

–Lucas. – Con un gruñido, tiré de mi mano. –Detente.

Apretó su agarre.

–Sólo recuerda quién es su familia, quiénes son sus hermanos. Si le tocas un


solo cabello de su cabeza o intentas convertirlo en uno de tus monigotes sin
personalidad, yo...
–Sin amenazas, Lucas. – Empujé su estructura rígida e inamovible y me
giré hacia Jeno. Le dije que no lo amenazara.

–Está bien. Quizá su advertencia sea más creativa y estimulante que la de tu


madre. – Él ladeó la cabeza, mirando a mi hermano con escalofriante
indiferencia. –¿Decías?

Los ojos de Lucas palpitaban con la agitación de sus pensamientos. Vi su


sorpresa al saber que nuestra madre había salido en mi defensa. Luego vi
cómo se daba cuenta de que había hecho la suposición correcta sobre su
motivación.

No quiero un escándalo. Es así de simple.

–Las razones de Joohyun para la intimidación son suyas. – Ajustó su agarre


en mi mano, entrelazando nuestros dedos. –Pero estoy aquí por una sola
cosa. Mi hermano. Él es todo mi mundo, y siempre estaré a su lado; sea
como sea, vista como vista, y guste quien le guste.

El corazón me dio un vuelco y dejé caer mi barbilla sobre mi pecho,


ocultando la tambaleante sonrisa que se dibujaba en mis labios.

Dios, lo amaba.

Se inclinó junto a mí, acercando su boca al oído de Jeno. Aunque no pude


ver su expresión, oí la malicia en su susurro.

–Puede que engañes a todos los demás con ese collar alrededor de la
garganta. Pero vi la forma en que lo miraste, sacerdote, y no me gusta. Si le
haces daño, iré por ti.

Mierda.

Mi respiración me abandonó cuando tiró de mi mano. Moví los pies,


tratando de seguir su repentino movimiento y sus zancadas en el suelo, sólo
porque quería que mi hombro permaneciera en su sitio. Típico de un Na.
Había dicho su parte y tenía la última palabra. Estaba a punto de abrir la
boca y echarle la bronca cuando la voz de Jeno retumbó a nuestras espaldas.
–Lo subestimas.

Lucas se detuvo en seco y giró, llevándome con él.

–Si alguien intenta lastimarlo. – Dijo, con sus ojos pétreos fijos en mi
hermano. –No serás tú quien contraataque en su defensa.

–¿Entonces quién? – Su mandíbula se endureció y su cabeza hizo una lenta


rotación en mi dirección.

Cuando se dio cuenta de que Jeno se refería a mí, de que era yo quien
devolvería el golpe, todo su porte se suavizó.

–Él te necesita a su lado. – Jeno mantuvo sus brazos detrás de él, su


hermoso rostro vacío de emoción. –Pero no te necesita para librar sus
combates. Tu hermano posee más ferocidad que tú y yo juntos.

Un aleteo estalló en mi pecho, y mi estómago hizo esa cosa saltarina, algo


que se parecía mucho al vértigo.

–Al menos no es un idiota. – Murmuró Lucas. Luego alzó la voz,


dirigiéndose a Jeno. –No solo es feroz. Tiene el coeficiente intelectual de un
genio. Si eso no lo intimida, entonces ya es una mejora respecto a sus otros
profesores. – Inclinó la cabeza, indicando la dirección en la que quería que
caminara. –Vamos.

–No lo intimido. – Caminé junto a él, sonriendo ante su expresión


pensativa. –Mamá no podría ni siquiera hacer eso. Es intrépido.

–¿Te agrada ese tipo?

Probablemente ahora no era el momento de decirle que Jeno le había


clavado las tijeras a la pulsera de tenis que él me había regalado.

–No realmente. – Dije. –Es estricto, exigente y tiene la sensibilidad


emocional de un ataúd. Pero a veces puede ser razonable. Y tiene razón,
sabes. Soy bastante impresionante para defenderme.
–Lo sé, Nana. Pero odio la idea de que estés aquí, en medio del maldito
Maine, defendiéndote solo, por el simple hecho de ser quien eres.

–No estoy solo. Estás a una llamada de distancia.

–Siempre.

Había una gran diferencia entre estar solo y sentirse solo. Pero por primera
vez en mi vida, no iba a cargar a mi hermano con mis problemas. No iba a
contarle lo mucho que odiaba estar aquí o cómo pretendía que me
expulsaran. Sólo se preocuparía y se entrometería, y como dijo Jeno, yo
tenía que pelear mis propias batallas.

–Así que cuéntame sobre este Baile de Invierno. – Le guiñó un ojo a un


grupo de chicos de segundo año que pasó, haciéndolos reír y sonrojarse
antes de recuperar su rectus serio. –¿Por qué carajos tienes que ir con una
mujer al baile? ¿Es tipo... Obligatorio? ¿Quién es la tapadera, de todas
formas?

–La chica es sólo unos meses más joven que tú.

–Ya la odio.

–Es una Lee.

Se detuvo, y un músculo se le erizó en la mandíbula.

–¿Lee Jieun?

–Sí. Me vi obligado a invitarla al baile después de la iglesia hace un par de


semanas. Le di mi número y me ha estado enviando fotos de sus tetas.
Estoy bastante seguro de que voy a echar un polvo innecesario y
desagradable de redención bíblica la noche del baile.

–Menuda mierda, si lo haces, voy a matarte. – Su rostro se volvió de un


tono rojo asesino.

–No, no lo harás. Probablemente yo lo haga primero.


–Jaemin. – Con los ojos encendidos, escudriñó nuestro entorno como si
estuviera deseando que Jieun apareciera para poder comenzar con mi
homicidio.

–¿Quieres que sea virgen toda mi vida?

–No quiero que pierdas tu virginidad con alguien que no te gusta. Mierda,
prefiero no pensar en ello.

–Si estás dispuesto a cometer un asesinato por mi ano, vamos a hablar de


ello.

Desde el borde del patio, observé a Jeno mientras saludaba a las familias.
Una de las madres, una bonita mujer mayor, le ofreció la mano y una
sonrisa coqueta. Él le agarró la mano y le dirigió una mirada que
probablemente empapó sus bragas. Como si pudiera sentirme, su mirada
encontró la mía a lo lejos. Sus ojos, tan profundos, fríos y cargados de
secretos fueron un asalto a mis sentidos.

–¿Cuándo volverás a ver a esa...? – Preguntó Lucas, llamando de nuevo mi


atención.

–Cada interacción está supervisada. No vas a matarla porque estaba


bromeando sobre las fotos de sus tetas. Además, no puedo llevarla al baile.
Con un poco de suerte será lesbiana y no me sentiré tan mal conmigo
mismo. Tenemos que encontrarnos allí, y si mi mano se desliza desde su
hombro hasta su cintura, seré arrancado de mis actos, probablemente por el
sacerdote que nos está mirando fijamente.

–Bien.

–¿Bien? ¿Es esto lo que quieres para mí? ¿Voy a vivir toda mi existencia
siendo alguien que no soy porque el título de LGBT partner sólo puede
llevarlo uno en nuestra familia para causas publicitarias y, además, tampoco
me permitirás disfrutar del aburrido e insatisfactorio coito heterosexual que
me corresponde?
–No. – Cerró los ojos y bajó la cabeza. Después de una exhalación lenta, me
miró con tanto amor que hizo que mi pecho se hinchara. –Me siento tan
culpable, Nana, yo no querría que las cosas fueran de esta manera. Joohyun,
Chaewon, yo... Solo no quiero que te hagas daño.

–Ten un poco de fe en mí. Confía en que tomaré las decisiones adecuadas


para mí y para mi futuro.

–Lo hago.

–Pruébalo. Acepta el hecho de que voy a tener que afrontar una realidad de
mierda, y tal vez viva sin una gota de plenitud. Pero sobreviviré a ello.
¿Sabes por qué? Porque soy un maldito Na.

–Sí, lo eres. – Una sonrisa lobuna apareció en su cara. –Lo siento por las
bastardas que utilizarás y los bastardos que dejarás en el suelo. – Inclinó la
cabeza mientras me estudiaba durante un momento. –Te traje algo.

–Por favor, dime que es una funda de almohada de seda.

–Quizás. – Sus ojos brillaron. –En realidad, mi auto está lleno de mierda.
Me imaginé que no habías traído mucho para tu dormitorio, así que
Yangyang y yo hicimos un poco de compras. Él eligió toda la ropa,
incluyendo un traje para tu baile. Y sí, te compré una funda de almohada de
seda.

–Lucas... – Mis ojos ardían, desdibujando su rostro. –No tenías que...

–Ojalá pudiera hacer más.

–Que estés aquí... Es más de lo que esperaba. ¿Dónde está Yangyang para
que pueda darle las gracias?

–Se detuvo para visitar a sus padres en Pembroke. Lo verás de nuevo en


Navidad.

Sólo había dos maneras de que eso ocurriera: si Jeno le daba a mi madre un
informe satisfactorio o si me expulsaban.
Estaba fallando fantásticamente en ambas opciones.

–Hey. – Choqué mi hombro contra su brazo, sonriendo. –¿Quieres conocer


a Seol y Bongshik?

–¿Las zarigüeyas?

–Por supuesto, las zarigüeyas.

Lucas pasó diez horas enteras conmigo antes de ser expulsado del campus
por la policía del toque de queda. Fue el mejor día que había tenido en
mucho tiempo. Tenía que volar de vuelta a Inglaterra mañana, y no lo
volvería a ver hasta Navidad. Con suerte.

Necesitaba aumentar mi poder de seducción, pero estaba trabajando con una


pared de ladrillos impenetrable. Lee Jeno era imposible de quebrar, su
determinación estaba hecha completamente de hierro. Si tenía un impulso
sexual, estaba enterrado bajo placas de acero.

Pero toda armadura tenía una grieta. Estaba decidido y aterrorizado a partes
iguales por encontrarla.

Esa noche, mientras guardaba mi ropa nueva, llamaron a mi puerta. La abrí


y encontré a Jungwoo de pie al otro lado.

–Escuché que tu hermano estuvo aquí hoy. – Entró sin invitación. –Todo el
mundo habla de él.

Me importaba un carajo sus asuntos.

–Estoy ocupado, Jungwoo. ¿Qué quieres?

–¿No vas a darme la bienvenida? Es lo menos que puedes hacer después de


hacer que me suspendan.

–Uh... – Arrugué la nariz. –Tienes al chico equivocado.

–Sé que le contaste al Padre Jeno lo de la Adoración Matutina.


–Te equivocas de nuevo.

Tomé una camisa de la cama y la colgué en una percha.

–Él corrió por ese camino durante años. Luego apareciste tú. La mañana en
que nos sorprendiste observándolo fue la última vez que corrió por ahí.
¡Porque tú se lo dijiste, carajo!

Podría decirle la verdad, que fue Doyoung quien los delató, pero...

–No soy un soplón. – Agarré otra camisa. –Jieun dijo que el Padre Jeno
corre con las niñas del equipo de voleibol femenino ahora. Tal vez solo
quería cambiar su rutina.

–Sí, no me hagas hablar de Jieun. Estaba saliendo con mi amigo Johnny,


sabes. Pero tú llegaste y jodiste eso también.

–No me gusta el tono acusador que estás adoptando conmigo. No le conté a


nadie lo de la Adoración Matutina, y no he salido a robarle la novia a nadie.
No me gustan las tipas y en dado caso de que lo hicieran, ni siquiera sabía
que ellos estaban saliendo...

–Le dijiste al Padre Jeno que tenía pastillas en mi mesita de noche.

–¿Qué?

–No te hagas el tonto. Sé que las viste cuando estabas hurgando en nuestras
habitaciones y robando las galletas de Sungchan. – Me señaló la cara con
un dedo. –¡Hiciste que me suspendieran por dos semanas!

–Estás tan equivocado que es como si trataras de señalar con el dedo por el
agujero del culo. Sólo detente.

–Has pasado mucho tiempo con el Padre Jeno.

–Sí. Es mi profesor.

–¿Sabes lo que le pasa a un profesor y a su alumno cuando los atrapan


juntos en un reformatorio católico?
–Bueno, como me dijiste, tienes planes para esa santa criatura la próxima
vez que lo tengas a solas, supongo que sabes la respuesta a esa pregunta.

–Irá a la cárcel, y tú serás etiquetado para siempre como el Lucifer de un


cura. ¿Te imaginas la prensa sensacionalista? "Prestigioso cura religioso es
embaucado por el pequeño gay oculto de los Na". Muy épico.

–Buena historia. – Me acerqué a la puerta y le hice un gesto para que la


atravesara. –Que tengas una buena noche, Jungwoo. En otro lugar.

–No olvidaré esto, hermano de Lucas. – Entró en el vestíbulo, frunciendo el


ceño por encima del hombro. –El karma viene por ti.

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Ꮺ ָ࣪ capítulo 12 𓂃

Una semana después, me senté en la tercera fila del aula de Jeno,


escuchando cómo su profundo barítono rezumaba sexo en el análisis
estadístico de las relaciones económicas.

No sé cuándo empecé a pensar en él como Jeno en lugar de como el Padre


Jeno. Sólo sé que fue crucial para ayudarme a separar al hombre de la figura
de autoridad, mentalmente hablando. Separar al hombre de su trabajo en el
sentido literal era otra historia. Había quince chicos en esta clase de
econometría, incluido yo. Cuando se agachó para recoger el papel que se le
había caído, todas se quedaron mirando su culo, incluido yo.

Una perfección cincelada. No había otra forma de describir esos tensos


músculos de sus glúteos. De hecho, la perfección cincelada podría utilizarse
para describir todo lo que era Lee Jeno. Excepto su personalidad. Para eso,
dejaría de lado la perfección y me quedaría con "cincelado". O retrógrado.

Anticuado y flojo.

Pero también misterioso.


Era un enigma para mí, y eso lo hacía peligrosamente intrigante. Quería sus
secretos. Ansiaba saber qué lo había acorralado en el sacerdocio y qué le
había impedido volver a su antiguo ser sexual. Mis búsquedas en Internet
sólo me permitieron elogiar sus logros pasados.

¿Multimillonario por cuenta propia? Al cien por cien.

Se había hecho rico vendiendo empresas. En esencia, compró empresas en


crisis, las arregló y obtuvo un beneficio astronómico cuando las vendió. De
día, era el rey del mundo empresarial. De noche, era el soltero más
codiciado en Seúl por el público foráneo. Había muy pocas fotos suyas,
como si alguien las hubiera borrado diligentemente de Internet. Pero las que
había encontrado lo mostraban con trajes y esmóquines, asistiendo a fiestas
extravagantes, cada una tomada con una mujer diferente del brazo. Siempre
eran mujeres mayores, más cercanas a la edad de mi madre. Todas
perfectamente formadas y sorprendentemente hermosas. Modelos en
tendencias. Reinas de la belleza. Celebridades.

Mirar esas fotos me revolvía el estómago. Podía tener, y de hecho tenía, a


cualquier mujer que quisiera, no había manera en el mundo para que se
fijara en un cuerpo plano con una polla entre sus piernas. Y joder, yo odiaba
eso por razones que me negaba a examinar.

Incluso ahora, vestido con su ropa sacerdotal, era una efigie del deseo y la
tentación. La línea de la mandíbula ensombrecida, la boca malvada, el
cabello rubio cayendo sobre su frente mientras se agachaba en el suelo.
Luego se enderezó, girando. Sus pestañas se levantaron a la mitad y sus
penetrantes ojos azules se posaron directamente en mí.

Ojos seductores.

Imaginé que se veían así, sensuales y acalorados, cuando estaba en la


agonía del orgasmo. Ahora que tenía su atención embelesada, deslicé mi
dedo entre mis labios y chupé lentamente desde la punta hasta el nudillo. Al
retirarlo, pinté la humedad de mi boca a lo largo de mi labio inferior flojo,
pasando un poco la lengua y...
–Se acabó la clase. – Pronunció las palabras, sin apartar los ojos de mis
labios.

Sonreí.

Él frunció el ceño.

–Todavía tenemos diez minutos. – Doyoung, tan desesperado por ser la


mascota del profesor, no se movió de su silla.

–¡Fuera! – Su rugido hizo sonar las ventanas y despejó la sala en menos de


tres segundos. Podría haberme orinado un poco, pero me obligué a
permanecer sentado.

Forcé mi mirada a permanecer en la suya. Algo había cambiado desde la


noche en que me devolvió el celular. Le había mostrado deliberadamente mi
ropa interior y así, había dejado de castigarme con trabajos que me ponían
de rodillas. Se acabó el fregar el suelo.

Durante toda la semana, discutí durante sus lecciones, le escupí palabras


obscenas a la cara y me comporté de la manera habitual. Pero cada
infracción era respondida con oraciones forzadas y estudio de la Biblia.

Aburrido.

Mis rodillas doloridas se alegraron del descanso de la limpieza, pero estar


sentado en esta aula leyendo pasajes de las escrituras no nos hacía ningún
favor ni a él ni a mí. Sólo me inspiraba a ser más travieso. En teoría, yo
representaba todo lo que él debía evitar. Mi edad, su voto, nuestra relación
estudiante-profesor... Tantos obstáculos.

Yo estaba prohibido, prohibido por el estado y la iglesia, tabú en todos los


sentidos de la palabra.

Por no hablar de que los Na, una de las familias más poderosas del país, lo
habían amenazado más de una vez. Tenía que separarlo de todo eso, física,
emocional y mentalmente, para que pudiera ensimismarse conmigo. Tenía
que ser demasiado seductor para resistirse.
El mes pasado, nunca habría creído que podía hacerlo. Pero durante la visita
de Lucas, oh hombre, mi hermano se moriría si supiera esto, su reacción a
la forma en que Jeno me miraba me dio perspectiva. Muy pocas cosas se le
escapaban a Lucas. Sabía cómo leer a la gente, y si sospechaba que Lee
tenía pensamientos inapropiados sobre mí, estaba en lo cierto.

Me hizo sentir deseable.

Así que hoy, mi cuadragésimo primer día en la Academia Clé, he venido a


clase dispuesto a jugar sucio.

La puerta se cerró detrás del último estudiante, dejándonos a Jeno y a mí


con la tensión crepitante en el aire.

–Aquí.

Apuntó con un dedo al pupitre de la primera fila, indicando que me pusiera


en ese lugar sin preguntar ni demorar. Me tomé mi tiempo. Estiré los
brazos. Recogí mis libros. Giré las caderas. Intenté destilar seducción con
unos pantalones de cuadros verdes que colgaban como un saco ancho y
horrible y desentonaba con mi complexión.

Pero bueno, tenía que trabajar con lo que tenía.

Cuando finalmente me senté en la silla ante él, volví a llevarme el dedo al


labio, acariciando la carne húmeda. Su mano se estrelló contra el escritorio,
haciéndome saltar. Entonces su rostro se acercó. Cejas oscuras, labios
firmes, mirada inquebrantable.

Furioso. Aterrador.

El pánico se disparó, pero me incliné hacia delante para encontrarme con él


de frente, sin prestar atención a las advertencias que emitía su postura
rígida. Lo deseaba demasiado. Quería volver a casa y, al mismo tiempo,
quería agarrar su collar, arrancárselo de la garganta, gritarle que saliera
volando y me diera todo loque ocultaba al mundo. Quería al hombre que
rugía detrás de esos ojos, no al sacerdote que lo encarcelaba.
–¿Qué estás haciendo? – Su voz se desgastaba con una ira no disimulada y
secretos no contados.

–Toda esa charla sexy sobre modelos de regresión económica se me metió


en la piel. Los sonidos que haces con los números y las fórmulas me suben
la temperatura y me bajan las inhibiciones. – Deslicé una mano sobre la
tela, entre mis piernas, y traté de no sonrojarme. –Hace que me excite,
Padre Jeno.

–Estás jugando con fuego.

–Eres tan ardiente como un iceberg. Creo que lo que quieres decir es... –
Dirigí mis ojos a su ingle. –¿Estoy jugando con el Polo Sur?

–Ni en sueños. – Soltó una carcajada escalofriante, el sonido golpeó mi piel


como astillas de hielo. –El hecho de que pienses que me desviaría por ti,
que rompería mi promesa a Dios por un pagano indulgente e ingrato con
preferencias cuestionables... – Negó con la cabeza, con la repugnancia
grabada en sus rasgos. –Eres igual que todos los demás, y aquí hay un
spoiler. Ninguno de ellos tiene éxito. No pecaré por ti. No violaré mis votos
por ti. Nunca.

El dolor se encendió en mi pecho. Me consumió. Me arrastró bajo una


marea oscura.

–Mandarme a casa es no pecar. – Dije en voz baja. –Agrega eso a tus votos.

Se apartó, agarró una Biblia de la estantería, y thunk, cayó sobre mi regazo.

–Continúa donde lo dejaste anoche. – Su voz se tiñó de ácido mientras se


dirigía a su escritorio.

La jornada escolar había terminado oficialmente. Mientras el edificio


principal se vaciaba de todos los estudiantes y profesores, aquí era donde yo
permanecía cada tarde. Porque no sabía cuándo mantener la boca cerrada.
Parecía contento de soportar estos castigos diarios conmigo. Sentado en su
silla, ya se había sumergido en el trabajo en su portátil. Esto continuaría
durante el resto de la tarde. Él, tecleando. Yo, leyendo el Nuevo Testamento
en voz alta.

Sólo que no podía volver a hacerlo. Ni una noche más. Ni un segundo más.

–No te escucho leer. – Sus ojos permanecieron en la computadora portátil.

–Solo leo estas cosas porque no tengo otra opción. Pero no puedes
imponerme tu fe. Son tus creencias, no las mías.

–Todavía no te escucho leer.

Anoche, terminé en el Evangelio de Marcos, pero no iba a retomar ahí


como él quería. En su lugar, abrí la Biblia en Ezequiel 23:20.

Con el rostro en blanco, leí en voz alta.

–Allí codició a sus amantes, cuyos genitales eran como los de los asnos y
cuya emisión era como la de los caballos.

–Pasaje equivocado.

–Este es tu libro. Además, no creo que esta parte esté tan mal. ¿Genitales
como los de los asnos? ¿Emisiones como caballos? Me parece poético.
Evocador. – Me encontré con sus ojos poco amistosos. –¿Por qué no puedes
ser más como Ezequiel? Era un pequeño y sucio profeta.

–Ve al Evangelio de Marcos.

–Está bien, espera. Este es inquietante. – Sentí que se ponía en pie y se


acercaba mientras yo hojeaba rápidamente Deuteronomio 22:20. –Sin
embargo, si la acusación es cierta y no se encuentra ninguna prueba de la
virginidad de la joven, será llevada a la puerta de la casa de su padre y allí
los hombres de su pueblo la apedrearán hasta que muera. – Cerré el libro y
me quedé mirando la ominosa cubierta negra. –Son historias como ésta las
que dificultan que las mujeres modernas y liberadas lean la Biblia. Mi
madre debería tenerlo en cuenta.
Lo sentí sobre mí como un cielo nublado. Nubes de truenos girando.
Estática en el aire. Una tormenta inminente a punto de joder mi mundo.
Levantando lentamente la cabeza, observé con horror y fascinación cómo su
pecho se expandía y sus manos se cerraban en puños.

¿Qué era esa expresión? ¿Qué mierda era esa expresión?

Sus labios formaron una sonrisa, pero no era una sonrisa en absoluto. Era
profunda y aterradora. Lo que había debajo era un hombre rompiendo sus
ataduras. Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta como si fuera eso o
rodear mi cuello con sus manos.

Quería sus manos. ¿No es así?

Verlo alejarse me llenó de incertidumbre. Había algo raro en él. Se


comportaba de forma diferente, su compostura era imposiblemente más fría,
menos humana. Mi mente se aceleró mientras él se acercaba a la puerta
cerrada.

Luego, en un tono tan negro como el abismo de Satanás dijo:

–Niño tonto, lo único que tenías que hacer era leer el pasaje correcto.

Se me erizaron los cabellos de punta.

–Aquí hay un pasaje para ti, directamente del Evangelio de Jaemin. Te irás
a la mierda

Se quedó un momento de espaldas a mí, con una mano en el pomo de la


puerta y la otra moviéndose delante de él, cerca de su ingle ¿ajustándose?
Contuve la respiración.

Cerró la puerta.

Click.

Un sonido diminuto, uno que explotó en un enjambre de abejas dentro de


mí. Respirar no era una opción. Todo el aire del aula se había ido. Jeno sacó
el teléfono de su bolsillo, tocó la pantalla, y momentos más tarde, la música
de la iglesia rasgueó en mis oídos. Con fuerza.

No sabía el nombre de la canción, pero la oía cada mañana durante la misa,


el lento tañido de las campanas, la inquietante flauta y la hipnótica arpa. En
la iglesia, sonaba pacífica. En esta habitación, con él, sonaba a dolor y
condena.

Paralizado, no le quité los ojos de encima mientras caminaba hacia mí de


manera lenta y amenazante. Reprimí la necesidad de tragar y levanté la
barbilla. Durante seis semanas, había pinchado, empujado y llevado a la
bestia al límite. Quería ver cómo se deshacía tan completamente que no
tuviera otra opción que enviarme a casa. Estaba aquí para la ruina.

La mía.

La suya.

No importaba lo mucho que doliera.

Esto podría haber sido mucho más fácil. Podría haberse deshecho de mí el
primer día, pero su arrogancia se interpuso. Ahora, ambos pagaríamos el
precio.

Dejó el teléfono, la música fantasmal sonaba a nuestro alrededor. No intentó


hablar por encima de ella. En su lugar, su mano se dirigió a mi cabello, los
dedos se cerraron en él y con una fuerza de agresión que me vació los
pulmones, me sacó de la silla. Mis caderas se estrellaron contra el escritorio
cuando me arrojó boca abajo sobre la superficie. El trato brusco debería
haberme asustado, pero me encantaba la sensación de su férreo agarre, el
calor de sus piernas contra mi culo, y su firme propósito de darme una
lección.

Quería sus lecciones de pecado.

Las estrellas bailaron en mi visión mientras me empujaba con más fuerza


contra el escritorio. Luego, estaba sobre mí, con su mandíbula contra mi
mejilla, su pesada estructura rodeando mi espalda, arropándome contra él
mientras jadeaba en mí oído.

–Intenté reivindicarte, protegerte. – Me rodeó la garganta con sus dedos y


raspó sus dientes contra mi mandíbula. –Lo intenté, y ahora es demasiado
tarde. No seré capaz de parar. No contigo.

Cada pensamiento, cada réplica sarcástica, murió con mi aliento. El agarre


de sus dedos alrededor de mi garganta se apretó más fuerte, enviando mis
uñas a través del escritorio, arañando, rompiendo, todo mi cuerpo luchando
por sorbos de oxígeno.

–No soy un mentiroso, Jaemin. – Bajó su mano libre a la parte delantera de


mis muslos y recogió mi uniforme en su puño, arrastrando el dobladillo
hacia abajo por mis piernas. –Pero te mentí una vez. Me interesa todo lo
que hay dentro de tus pantalones. Cada célula. Cada gota de sangre. No
hagas ningún ruido.

Santo dulce Señor Jesús.

Iba a follarme.

Por una vez, haría cada maldita cosa que me dijera que hiciera. No haría
ningún ruido. Cuando asentí, me soltó la garganta. Entonces su peso se fue,
llevándose todo el calor con él.

Girando la cabeza, me agarré el cuello e incliné la barbilla hacia arriba para


meter aire en mis pulmones. De pie detrás de mí, no me miraba al rostro.
Sus ojos estaban fijos en mi culo. Me deslizó los pantalones. El material se
agrupó en mis rodillas, y la piel de gallina se me puso de punta.

Mi piel. Piel desnuda. Sin ropa interior.

Sí, había venido preparado.

Su indignación fue inmediata.

–¿Has estado así todo el día? – Su voz rugió, sonando como un trueno,
atronadora, ensordecedora en su ira.
–Dijiste que no querías volver a ver mi ropa interior. – Así que dejé de
llevarlos, aguantando con la malvada esperanza de que él se quedara
mirando la próxima vez que fregara el suelo. Bueno, él estaba recibiendo un
vistazo ahora, y produjo un tembloroso y satisfactorio flujo de calor a mi
polla erecta.

Tenía razón. Ansiaba su atención. Buena o mala, positiva o negativa,


platónica o sexual, la pedía a gritos. Su mirada caliente me la dio, sin dejar
mi culo expuesto mientras sus manos se dirigían a su cinturón. En un rápido
movimiento, la correa de cuero se liberó y colgaba de su puño. Entonces...

Me quedé allí, suspendido en esa fracción de segundo de shock entre el


golpe en mis oídos y el dolor que iba a provocar. Con el cuello torcido,
observé en silencio congelado, mientras él retraía el cinturón y lo golpeaba
de nuevo.

El segundo golpe aterrizó justo cuando el fuego del primero estalló. Se


extendió hacia afuera, irradiando a través de mis nalgas, apuñalando
profundamente y con precisión directamente en mis huesos. Con la boca
seca y los músculos bloqueados, jadeé sin emitir sonido alguno. Entonces
me golpeó hasta el infierno.

La música instrumental de la iglesia seguía sonando. Sus golpes seguían el


ritmo de las campanas y su respiración dificultosa iba en crescendo con la
música. No podía respirar en absoluto. Mis dientes se hundieron en el
interior de mis mejillas, y el sabor metálico de la sangre mojó mi lengua. El
impulso de echar la mano atrás y proteger mi culo ardiente era enorme. En
lugar de eso, me aferré al borde del escritorio y me concentré en él.

El sacerdote, con una frialdad infranqueable, había desaparecido y en su


lugar había un dios feroz, voraz y vengativo, empeñado en castigar mi culo.

Gruñía con cada golpe, con los dientes apretados y desnudos, los sonidos de
su respiración tan pesada y rápida que ahogaba la música. Nunca había oído
ni visto a un hombre tan excitado. Y yo era la fuente de eso. El combustible
para su fuego.

Lo estaba liberando.
Me hizo algo. Me llamó. Me sacudió como un despertar. A medida que el
shock del dolor disminuía, mi mente comenzó a calmarse. Mis miembros se
aflojaron y me relajé en el cinturón que llovía sobre mi carne. Hilos de calor
se acumularon en mi glande adolorido, abriendo los músculos y ondulando
a través de mí en fuertes pulsaciones de necesidad.

Ajusté mis caderas, colocando mi polla contra el borde del escritorio. Con
cada golpe del cinturón, dejaba que mi cuerpo se balanceara, haciéndolo
rozar contra la dura superficie.

A medida que la música subía, sus golpes eran más fuertes y rápidos, toda
mi hambre, mi temblor, mi placer. Me elevé hasta el precipicio, alcanzando
la cima.

Hasta que el cinturón cayó al suelo.

Un latido más tarde, él estaba sobre mí, estirado sobre mi espalda y


arrastrándome lejos del escritorio, negándome esa fricción.

–No te vas a correr. – Juntó los pies sin piedad, como si quisiera que mis
muslos cortaran la circulación hacia mi polla.

La suya, por otra parte, yacía a lo largo de la hendidura de mis nalgas, dura
como una roca y de kilómetros de largo, apretado detrás de su cremallera.
Se sentía enorme, monstruoso, palpitando por entrar dentro de mí.

Me agarró del cabello y me tiró de la cabeza hacia su hombro con tanta saña
que pensé que se me rompería el cuello. Sus dientes me apretaron la mejilla,
sus labios se retiraron y su respiración fue como un fuego abrasador en las
puertas del infierno.

Sus músculos se tensaron, todo su cuerpo se inclinó sobre mí. O alejándose


de mí. Estaba luchando contra los demonios.

–Vete. – Su mano se apretó en mi cabello, en desacuerdo con su ronca


orden. –Debes irte.

Atrapado bajo él, no tenía muchas opciones. Irme no era una de ellas.
Incliné mi cuello, luchando contra su agarre para poder ver su cara. Cuando
por fin me giré lo suficiente, cuando me encontré con su descarnada mirada,
mi corazón se detuvo. Un vaso sanguíneo palpitaba en su frente. La culpa
marcaba sus hermosas facciones.

Y el dolor en sus ojos... Me devastó.

Abrió de golpe la puerta de mi alma y llenó cada rincón inútil de


autodesprecio y arrepentimiento.

Jeno nunca iba a expulsarme.

Y nunca quiso desear esto.

A la hora de la verdad, después de que me follara, ¿qué iba a hacer?


¿Realmente lo denunciaría? ¿Hacer que lo despidan? ¿Arrestarlo? O, ¿el
escenario más probable, que fuera asesinado por mi familia?

La canción terminó, y el silencio nos asaltó, magnificando la dureza de


nuestras respiraciones. Miré la puerta. Estaba cerrada, pero sabía por
experiencia que, si alguien presionaba su oído contra ella, escucharía
nuestra conversación.

–Jeno. – Me retorcí debajo de él, girando mis caderas para sentarme en el


borde del escritorio. La acción me costó, arrastrando un dolor insoportable
por mi maltratado culo.

Con sus piernas aprisionando las mías, aflojó su agarre en mi cabello, pero
no se apartó. En lugar de eso, me apretó, con su pecho agitado, nuestras
frentes tocándose. Olía a hombre, a Dios y a guerra.

La guerra todavía estaba en marcha.

Yo percibí su lucha interna muchas veces antes y seguí con mi actitud


egoísta de todos modos. Yo era el mayor imbécil de todos. Como parte de
mi formación religiosa en las últimas seis semanas, había recibido los
sacramentos del bautismo y la confesión. Había luchado contra todo el
proceso en mi manera habitual, llegando incluso a negarme a sentarme en
ese espeluznante armario oscuro y hablar de mis pecados.

Pero ahora me sentía culpable. Estaba enfermo hasta el fondo de mi alma


por la culpa.

Era el momento de confesar.

Con una mano temblorosa, me acerqué y apoyé mis dedos contra su férrea
mandíbula.

–Perdóname, Padre, porque he pecado. Esta es mi primera confesión.

Su aliento lo abandonó.

–Intenté seducir a un sacerdote. – Me lamí los labios, a centímetros de los


suyos. –Fue egoísta. Vengativo. Quería volver a casa y solo pensaba en mis
necesidades, y no en lo que sería de él si tuviera éxito.

–¿Hay algo más? – Su voz bajó, rudamente sexy y espesa de deseo.

–Digo palabrotas todos los días y me masturbo todas las noches pensando
en coger con otros hombres.

–Jaemin... – Él gimió.

–No debería haber dicho esa última parte, aunque sea verdad. – Suspiré
contra su boca, saboreando su calor, su delicioso y oscuro aroma. –Tengo
muchos pecados, Padre. Lamento algunos de ellos.

–¿Sólo algunos?

–No voy a mentir.

–Rara vez lo haces. – La mano en mi cabello se aflojó, sus dedos se


deslizaron hacia abajo para quedarse a lo largo de la línea de mi mandíbula,
acariciándola. –Eres la persona más honesta que conozco. Excepto quizá
por Jaehyun.
–Eso es triste.

–No para mí. Para tu penitencia, reza un Acto de Contrición.

–De acuerdo. – Me tragué mi orgullo y le sostuve la mirada. –Oh, Dios mío,


pido perdón de corazón por haberte ofendido...

Regurgité la oración de memoria en un tono que carecía de mi típica burla.


Si pudiera recitar todas las oraciones así con su mano en mi rostro y su boca
lo suficientemente cerca como para besarla, lo haría sin rechistar. Así que
dije las palabras lentamente, alargándolas, sin querer que terminaran.

Él cerró los ojos, escuchando con una expresión serena, pero la tensión no
abandonó su cuerpo rígido. No me soltó, no se apartó. Me abrazó como si
no fuera a soltarme nunca.

Terminé la oración.

Abrió los ojos.

–Dios Padre de las misericordias, te absuelvo de tus pecados, en el nombre


del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Hice la señal de la cruz mientras decía las palabras.

–Amén.

–Ve en paz. – Dejó caer sus puños sobre el escritorio a cada lado de mis
caderas.

–Gracias, Padre.

–Ve. – Susurró.

–¿Jeno? – Incierto, me senté inmóvil en la jaula de sus brazos. Su orden


decía una cosa, pero su lenguaje corporal implicaba que, si movía un
músculo, él estaría sobre mí.

–Esto no ha terminado. No puedo... No podré detener esto.


–¿Y si...?

–¡Vete!

Al oír su voz, mis palabras se encogieron en el fondo de mi garganta, mis


articulaciones se pusieron en acción. Tuve que empujarlo con todas mis
fuerzas mientras acomodaba mi ropa, porque no se movía. El esfuerzo me
dio un espacio entre el escritorio y la pared de ladrillos de su cuerpo para
poder escapar. No miré atrás hasta que atravesé la puerta y salí al pasillo.

Se quedó donde lo había dejado, inclinado hacia delante con los puños
sobre el escritorio, con los brazos estirados, la cabeza baja y la barbilla
pegada al pecho. Pero sus ojos estaban en mí, brillando como llamas azules
bajo el velo de sus pestañas.

Dudé.

–Ve, Jaemin. – Sólo se movieron sus labios, su voz baja y gutural. –Corre.

Corrí.

Atravesé el edificio, bajé las escaleras y me dirigí directamente a la


arboleda. No me detuve hasta que llegué al hueco de las zarigüeyas. Seol y
Bongshik no estaban allí, pero eso se había vuelto más común en los
últimos días. Se aventuraban a salir y buscar su comida, regresando solo
para dormir durante el día.

Mi mente iba a mil por hora mientras estaba allí recuperando el aliento.
Rodeado por la intimidad de los árboles, dejé que mi mano se dirigiera a mi
culo. El tacto picó, haciéndome sisear. Me retorcí por la cintura, palpé la
zona e inspeccioné superficialmente los daños. Por azotarme tan
brutalmente esperaba laceraciones y sangre. Pero no sentí ningún corte
abierto. Ninguna piel rota. No hay sangrado.

Me había hecho verdugones. Me había enrojecido la piel. Me dolería mucho


sentarme, pero las marcas se desvanecerían en una semana.
Él sabía lo que estaba haciendo. Lo sabía, y había tratado de protegerme de
él.

Su maestría con un cinturón no había sido aprendida con los estudiantes de


Clé. No, él había hecho esto antes. Los estudiantes del colegio no le
excitaban. Infligir dolor sí lo hacía. Tenía la sospecha de que el sexo duro
era una parte muy importante de su pasado y formó el misterio que era hoy.
Su renuencia a aceptar mi sexo era otro factor importante.

Estaba cautivado, embelesado, excitado como nunca lo había estado. Pero


seducirlo ya no era una opción. No quería volver a ver esa mirada de dolor
y culpa en su cara.

Necesitaba otro plan porque, maldita sea, no iba a casarme con el apellido
que había elegido mi madre. Tal vez no me casaría en absoluto. Mi madre
había preparado a Lucas de la misma manera, empujándolo a una relación
con Moon Taeil. Un matrimonio de Na y Moon habría hecho a mi poderosa
madre aún más poderosa, y hubiera demostrado que era partidaria del apoyo
a la comunidad. Pero Lucas -el miembro más jodidamente gay de nuestra
familia-, había puesto fin a eso.

Si él pudo hacerlo, en su posición pública, tal vez yo también. Eso me daba


esperanzas.

La noche era cálida para ser noviembre en Maine. Me puse la chaqueta de


punto y me acurruqué en el suelo para esperar el regreso de Seol y
Bongshik. Me llevó mucho tiempo encontrar una posición cómoda sin
agravar mis verdugones. Cada bocado de dolor me hacía pensar en él.

Y sonreír.

Apoyé la cabeza en los brazos cruzados y, en pocos minutos, me quedé


dormido. El cielo retumbó, despertándome. El viento soplaba entre los
árboles, refrescando el aire y escupiendo gotas de lluvia. La tormenta que se
acercaba había oscurecido el cielo, viéndose más oscura que una noche
cualquiera.

Ya había pasado el toque de queda.


No era la primera vez que me quedaba dormido aquí fuera y me perdía el
registro.

Oh, bueno.

Miré a mí alrededor en busca de Seol y Bongshik, sentí un profundo dolor


de decepción. No habían vuelto. ¿Y si se habían ido para siempre? ¿Sin
despedirse? No podría soportarlo.

En el camino de vuelta a la residencia, me estremecí con cada paso y


resistiendo las ganas de frotarme el trasero. Al final de las escaleras de mi
residencia, Renjun estaba esperando.

–Esta vez te voy a denunciar. – Se cruzó de brazos, bloqueando mi camino.

–Bien por ti. – Pasé por delante de él, apartándolo con el hombro.

–Esta es tu última falta. Esta vez te suspenderán.

–No me importa.

Una suspensión me enviaría a casa por unos días. Tendría que lidiar con la
ira de mi madre, pero valdría la pena solo para ver a mis hermanos, dormir
en mi propia cama, y pasar la mañana en algún lugar que no fuera la iglesia.
Pero no me suspenderían. Jeno estaba sobre mí y nunca me daría lo que
quería.

Entré en mi dormitorio, y mi atención se dirigió instantáneamente a la caja


de zapatos en mi cama.

–¿Quién ha estado en mi habitación?

–Nadie. – Gritó Renjun desde su habitación.

Esta caja no apareció mágicamente por sí sola. Me acerqué a ella con


cautela, marcando los bordes desgastados y las etiquetas descoloridas. Era
una caja vieja. Probablemente no era un regalo. Dejé el teléfono sobre el
escritorio y me agaché, quitando la tapa. Por un momento, no entendí nada.
Mi cerebro tomó instantáneas, tratando de juntar las imágenes.
Gris, pelaje mojado, dedos de los pies, sangre, colas rosas, orejas de Mickey
Mouse.

Me arde el pecho.

Zarigüeyas.

Mi corazón se aceleró.

Seol y Bongshik.

Muertos.

Mi garganta se incendió.

–No. – Tropecé. No sentía mis pies. –¡No, no, no, no!

No podían ser ellos. No puede ser. ¿Por qué alguien haría eso? ¿Por qué
estaban en una caja? ¿Por qué estaban aquí?

Un grito salió de mi pecho y golpeó el aire con todo el terror mortal de mi


cuerpo.

–¿Quién ha hecho esto? – Grité hasta que mi voz sangró, y comencé a


hiperventilar. –¿Quién... Carajo... Ha hecho esto?

Tomé la caja y salí furioso al pasillo. Las cabezas se asomaron a las puertas,
sus rostros manchados y distorsionados por mis lágrimas.

–Estás despertando a todo el piso. – Susurró Renjun detrás de mí. –Vuelve a


tu habitación.

–Vete a la mierda. – Grité y agité un dedo hacia todos los chicos del pasillo.
–Quienquiera que haya hecho esto... Juro por Dios que te encontraré. Estás
tan jodidamente muerto.

Odié sus ojos sobre mí. Odiaba su falta de pena y compasión.


No entendían. Ninguna de estas personas entendía lo jodidamente mucho
que dolía esto.

Rompiendo la tapa de la caja, la abracé contra mi pecho y cargué hacia las


escaleras.

–Jaemin. – Renjun tenía un teléfono en la oreja y una mano extendida, con


la palma como si quisiera evitar que me fuera.

Un torrente de sollozos se acumuló en mi garganta mientras me agachaba


bajo su brazo y bajaba las escaleras. Sunmi me esperaba en la planta baja.
Si estaba tratando de detenerme o hablar conmigo, no esperé a averiguarlo.
Seguí corriendo, necesitando estar fuera, lejos de este lugar olvidado por
Dios.

La agonía me consumía por completo, salía de mis ojos, de mi nariz, de mi


maldito corazón. Apreté la caja contra mi pecho.

Mis pequeños bebés peludos.

Oh, Dios, ¿por qué? ¿Por qué ellos?

Cuando irrumpí por las puertas, estaba lloviendo, cayendo en pesadas y


furiosas gotas. Envolví la caja con mi jersey, tratando de protegerla
mientras me adentraba en la tormenta.

No sabía a dónde iba. No miré a mí alrededor, no reduje la velocidad, no


pensé. Mis pies chapoteaban en los charcos. Mi cabello se pegó a mi rostro,
y simplemente corrí.

Directamente hacia la puerta. Hacia él.

Necesitaba a Jeno.

Él arreglaría esto. De alguna manera, él lo mejoraría.

Un rayo iluminó el cielo. El trueno se estrelló. El aguacero helado se filtró a


través de mi ropa y empapó mi piel. Mis dientes castañetearon y mis
zapatos se llenaron de agua, resbalando mis talones mientras atravesaba la
noche.

Una farola se alzaba sobre la puerta arqueada, iluminando la única salida de


esta pesadilla. Cuando llegué a la barrera con bisagras, me di cuenta de que
había dejado mi teléfono. Mi corazón se hundió, pero no pude sentirlo. No
tenía la capacidad emocional para más dolor. Tenía frío, estaba empapado
hasta los huesos, y sobreexcitado por la pena.

Fue la pena la que me tiró al suelo.

Abrazando la caja contra mi pecho, me derrumbé de rodillas, dejé caer la


cabeza en la puerta, y lloré.

Cuando se oyó el ruido de los pasos, no tenía intención de moverme de este


lugar. El sonido llegó rápido, corriendo, pero no estaba detrás de mí. Venía
del otro lado de la puerta. Una sola zancada de piernas largas. Sentí la carga
en el aire, la intensidad de su presencia, antes de levantar la cabeza.

Pantalones oscuros, camisa azul claro, barba oscura sobre una mandíbula
cuadrada. Sin cuello. Casi no le reconocí. Hasta que llegué al destino final y
caí en los ojos mercuriales del hombre más hermoso que jamás había visto.

Empapado de pies a cabeza, se mantenía en pie como una fuerza invicta en


la furiosa lluvia.

Había venido a por mí.

–Jeno. – Levanté la caja, mi voz como papel de lija. –Te necesito.

Él abrió la puerta.
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⊹ ᨘ໑ ¡ felices diez añitos del nomin aniversario, les mando un abrazo y


espero lo pasen viendo videos del nomin comíendose a miradas jsjs ! ▸

𖥦. si dejan un comentario y su estrellita, me harían sentir muy orgulloso y


feliz ♡

𖧷 ᜊ 𝐉𝐉_𝐌𝐎𝐍𝐒𝐓𝐀𝐗_𝟓𝟏𝟒 𖥻 .͘ 𝐈.𝐍
Ꮺ ָ࣪ capítulo 13 𓂃

Todo dentro de mí se calentó ante la familiaridad de mi nombre en los


labios de Jaemin.

Parecía un ángel roto, arrodillado en la brutal tormenta, con el cabello como


una gasa de oro alrededor de su rostro etéreo, y ojos azules destrozados
mirando hacia arriba en mí, tan confiado, tan necesitado, tan malditamente
hermoso.

Hace nueve años, lo habría arrastrado a las sombras y follado así:


empapado, temblando, con el corazón roto, el culo enrojecido con mis
marcas, el uniforme levantado y retorcido alrededor de su cintura, el rostro
aplastado, el barro, y mi polla.

Ya no era ese monstruo. Pero yo sabía, en el funcionamiento enfermizo de


mi mente, que no se podía confiar en mí. No con Jaemin.

Nunca más.

–Alguien mató a Seol y Bongshik. – Le temblaba la barbilla y se cerraba su


mandíbula apretada, la ira se filtró en su voz. –¡Alguien los mató! Puedes
castigarme por romper el toque de queda. Hazme lo que quieras. Pero por
favor, Jeno. Por favor, ayúdame.

Recibí llamadas de Renjun y Sunmi explicando la situación. Alguien había


dejado las zarigüeyas muertas en una caja de zapatos en la cama de Jaemin.
Cuando encuentre quien lo puso, habría un infierno que pagar. Pero ahora
mismo, necesitaba sacarlo de la lluvia.

Mi mirada se elevó a la residencia a una distancia detrás de él. Ventanas


oscuras, luces apagadas, los estudiantes habrían sido enviados de regreso a
sus camas. No podía enviar a Jaemin de regreso allí de esta manera. Él
huiría por una razón. Había pedido mi ayuda, y con eso, quería decir
consuelo.

No era la persona adecuada para ese trabajo, pero lo averiguaría, porque


maldita sea, no quería que nadie más lo abrazara.

–Vamos. – Tomé la caja de zapatos.

Con un gruñido, lo tiró contra su pecho y encrespó los hombros a su


alrededor, negándose a dejarlo ir.

–Está bien. – Me agaché, enganché mis brazos debajo de su espalda y


piernas, y levanté su peso ligero como una pluma, acunándolo contra mí.

Cuando me volví y lo llevé hacia el centro de la aldea, él se enterró más


cerca y enterró su rostro en mi cuello. Se sintió asombroso y horriblemente
correcto.

–¿Por qué alguien los mataría? – Lloró en silencio. –No logro comprender.

Había gente depravada en el mundo. Eso lo sabía demasiado bien, yo era


uno de ellos. Pero nunca hubiera creído que nadie, menos aún uno de mis
estudiantes, fuera capaz de matar a un animal. Algunos de los chicos
pueden ser despiadados, pero esto fue un comportamiento psicopático.

–El mal es inexplicable. – Incliné mi cabeza sobre la de él, tratando de


protegerlo de la lluvia. –Pero no quedará impune. Ni en esta vida ni en la
próxima.

Lo llevé al edificio más cercano para protegerlo de los elementos. Quizás


era el único lugar donde podía cuidarlo de mí. Con la llave de mi bolsillo,
abrí las imponentes puertas arqueadas de la iglesia y lo llevé adentro. El
familiar aroma del incienso y la cera de las velas perfumaba el aire. Un solo
pasillo corría por el centro, separando veinte filas de bancos de madera en
cualquiera lado. Encendí la luz más tenue, iluminando los catorce pisos a
vidrieras del techo, cada uno ilustrando una de las estaciones del Vía
Crucis. De frente, al final del pasillo, estaba el altar.

Podría cerrar las puertas, extenderlo sobre esa losa de mármol y follarlo
hasta que se olvide de las zarigüeyas. El calor hirviendo en mi sangre lo
exigió. Pero también sentí culpa, espesa y fría, coagulándose en mi
estómago.

Esta era una iglesia, y él era un hombre. Nunca permití que mis
pensamientos depravados profanaran estas paredes. Él estaba a salvo de mí
aquí.

Lo llevé a la primera fila y bajé al banco. Estábamos empapados de la


lluvia, temblando incontrolablemente y goteando agua por todo el lugar.
Cuando me moví para ponerlo a mi lado, su brazo se puso rígido alrededor
de mi espalda, exigiendo sin palabras que no lo suelte.

–Jaemin. – Lo sostuve en mi regazo y agarré el cartón empapado. –Dame la


caja.

–No. – Su cabeza se agitó rápidamente, su mirada empapada y devastada.

–Dame la caja. – Repetí inyectando acero en mi voz. –Haz lo que se te dice.

Sus dedos se abrieron de golpe, soltando la caja de zapatos, y un sollozo se


le escapó de la garganta.

–Buen niño. – Lo dejé a un lado y lo apreté contra mi pecho.


Él era tan pequeño, sus lindas extremidades se curvaron en una bola en mi
regazo, su cabeza metida debajo de mi barbilla.

Necesitábamos toallas, ropa seca, pero eso requeriría volver a salir bajo la
lluvia. Así que le di mi calor corporal y saqué el teléfono de mi bolsillo.
Después de enviar algunos mensajes de texto rápidos, dejé el dispositivo a
un lado. Entonces, bajo el pretexto de mantenerlo caliente, cedí al impulso
de tocarlo.

Lenta, angustiosamente, rodeé la palma de mi mano sobre la piel sedosa y


húmeda de su muslo, torturándome. Si subiera unos centímetros más alto,
incluso por sobre la tela, alcanzaría el cielo. Me había regalado una vista
clara y sin obstáculos de su bonita abertura. Con su culo desnudo
encaramado en el aire y el cinturón ganado con picardía dejando franjas de
carne roja enojada, me aplaudí para no seguir cayendo en la tentación.

Pero yo no era un santo. De hecho, todavía me estaba recuperando del


hambre, la violencia de sensaciones que habían atravesado cada nervio de
mi cuerpo. Él había dejado mi aula, pero no mi mente. Ni un solo momento.
Y ahora está aquí con ese culo irresistible presionado contra mi polla
hinchada, me sentía enloquecido por el sexo y fuera de control.

Quería ver sus verdugones. Quería sentirlos, morderlos y agregar más.


Entonces, en lugar de ofrecer oraciones por su dolor emocional, ofrecí mi
mano dentro de sus pantalones y fantaseé con abrir sus nalgas de par en par,
perforando su pequeño agujero virgen. Él me rogaría que me detuviera, lo
que solo me haría follarlo más fuerte, más viciosamente, hasta que me
suplicara que lo hiciera correrse.

Si se lo tomara como un buen chico, yo...

–¿Jeno? – Él se movió, presionando deliberadamente mi erección mientras


me miró con los ojos entrecerrados, sus labios una lúgubre racha de
acusación. –No estás pensando sobre mis zarigüeyas.

Este hermoso niño. Siempre llamándome por mi mierda. Incluso cuando él


estaba afligido.
–No. – Con un gemido, agarré sus caderas y lo arrastré contra mi dureza. –
Soy un pecador miserable.

–El peor. – Se pasó una mano por la mejilla húmeda, sus ojos nadando con
dolor.

Me detuve y mis dedos de los pies se flexionaron en mis zapatillas mojadas.


Lo necesitaba fuera de mi regazo para poder consolarlo apropiadamente.

–Oh, Jeno. – Se le escapó un sollozo. –Duele mucho.

Se estremeció con su ropa mojada, mirándome con dolor en sus ojos.


Haciendo que mi pecho se contraiga por un leve dolor.

Cristo Todopoderoso, me cortaría ambos brazos para quitarle este dolor.

–¿Qué necesitas, Nana? – Le toqué la mejilla con el pulgar y tracé el


camino de sus lágrimas. –Dime.

–Necesito... – Su garganta se movió mientras valientemente trataba de


contenerlo. –Oh Dios, esto es difícil de admitir para mí.

Él era una fuerza magnética, la atracción hacia Jaemin me suponía


imparable. Todo mi ser se acercó más, mis manos a la parte posterior de su
cabeza, mis labios a su mandíbula temblorosa.

–Confía en mí.

–Yo...

–Confía en mí.

–Lo que realmente necesito es... – Él soltó un suspiro trémulo, apoyó una
palma en mi pecho, y se encontró con mi mirada. –A ti. Como eres en este
momento. Siento que está bien estar triste contigo, como si pudiera bajar la
guardia en tus brazos.

Cada ingesta de oxígeno llevaba el aroma a limón de su piel. Eso revolvió


todo pensamiento razonable, dejándome desequilibrado y dolorido por una
cosa que no podría tener. Era lo suficientemente peligroso como para desear
las cosas que hacía. ¿Pero anhelarlos con Jaemin? No pude.

Él nunca debería bajar la guardia conmigo. Especialmente no con esas


lágrimas que caían por su rostro.

La necesidad brilló a través de mí, poseyéndome como un demonio


seductor. Mis labios gravitaron hacia su mejilla cubierta de lunares,
sorbiendo la humedad salada, saboreando su dolor, y ofreciendo el único
consuelo que sabía dar. Mi boca no solía dar placer, pero sabía cómo besar
en la inconsciencia.

Ladeando mi cabeza, rocé con mi respiración su pómulo. Pasé mi lengua


sobre la curva del lóbulo de su oreja. Mordí a lo largo de su elegante
mandíbula. Me demoré en la esquina de sus carnosos labios.

–Gime para mí. – Mi orden se cernió sobre ese casi beso, bailando de mi
lengua a la suya.

Él tragó, gimió y separó los labios a un pelo de distancia.

Exhalando, persiguiendo inhalaciones, respiramos juntos, suspendidos en el


espacio entre un beso y un no beso. Solo necesitaba acercarme un milímetro
más, y podría tomarlo, devorarlo y nunca dejarlo salir a tomar aire.

Sus enormes ojos me miraban, su cuerpo se inclinaba, tratando de reclamar


mi boca. Agarré su cabello, deteniendo sus movimientos. Recordándole que
yo era quien tenía el control. Él levantó su mano de mi pecho. Con su boca
tan cerca, cerré mis ojos, deseando que me tocara de nuevo, incluso el más
mínimo, el más inocente contacto. Lo ansiaba. Pero no llegó, y cuando abrí
los ojos, él estaba mirando la caja de zapatos.

–¿Los enterrarás? – Su mirada revoloteó hacia la mía, buscando una


respuesta.

–Sí. – No podía imaginarme a mí mismo haciendo tal cosa, pero para él, yo
haría cualquier cosa. –Sí.
–Gracias. – Jaemin tomó mi rostro, su expresión rebosante de
agradecimiento.

Cuando se inclinó hacia mí de nuevo, atrapé su garganta en un apretón de


advertencia, alejándolo. Luchando conmigo mismo.

–Nana. – Agarré los últimos hilos de mi cordura. –No podemos.

–¿Qué?

La puerta se abrió y nos separamos volando. Cayó en el banco mientras yo


me ponía de pie, volviéndome hacia la entrada. Sabía que íbamos a tener
compañía. Le había enviado un mensaje de texto al jardinero cuando traje a
Jaemin aquí. Entonces perdí todas mis células cerebrales.

Yuta entró pesadamente, vestido con un grueso impermeable y con una


bolsa de lona. Era uno de esos viejos que vivían con overoles de mezclilla y
saltaban ante la oportunidad de ayudar a quien lo necesite. Fue la primera
persona que contraté hace nueve años. Durante las últimas seis semanas,
había estado pendiente de Jaemin y sus salvajes compañeros, vigilando a las
zarigüeyas en busca de signos de rabia y otras enfermedades.

En mi mensaje de texto, le avisé de la caja de zapatos y le pedí que la recoja


y trajera mantas o toallas.

–Padre Jeno. – Dijo a modo de saludo y le dio a Jaemin una suave sonrisa. –
Joven Na. – Dejó la bolsa al lado de la primera fila y levantó la tapa de la
caja, asomándose por dentro. –Oh querido. Esto debe haber sido una cosa
horrible encontrar. Lo siento por eso.

Asintiendo con brusquedad, se llevó una mano a la boca y apartó la mirada.

–Aquí está la cosa, Joven Na. – Jaemin abrió la cremallera del petate y
quitó una caja de madera. –Los encontré bajo la lluvia cerca del muro norte.

Levantó la tapa con bisagras de la parte superior y dos caras blancas


salieron al instante.

Mi barbilla se echó hacia atrás.


Jaemin jadeó y salió volando del banco cuando las jóvenes zarigüeyas se
escabulleron de la caja. Lanzándolos en sus brazos, se echó a reír, un
glorioso y musical sonido que mandaba calidez a través de mi pecho. Las
zarigüeyas subieron a sus hombros y se aferraron a su cabello mojado, sin
dejar ninguna duda de que estos eran los bichos a los que llamaba Seol y
Bongshik.

Me invadió una sorprendente cantidad de alivio cuando me encontré con los


ojos nublados de Yuta.

–Tengo una teoría, Padre. – Le entregó la bolsa de lona y agarró la caja de


zapatos, metiéndola debajo del brazo. –Pero no le va a gustar.

–Estoy escuchando. – Saqué una manta de la bolsa y cubrí los hombros de


Jaemin.

Su mirada permaneció en las zarigüeyas, pero sabía que él también estaba


escuchando.

–Ha habido muchos atropellamientos a estos animales entre aquí y los


pueblos vecinos. – Se miró las botas mojadas e hizo una mueca. –Viendo
como es lunes y los estudiantes tuvieron visitas durante el fin de semana, es
fácil suponer que alguien recogió lo que había en esta caja de zapatos y lo
trajo al colegio. Atropellado. Me parece que estos. – Puso un golpecito en la
caja de zapatos. –Eran...

–Sé quién lo puso en mi habitación. – Jaemin gruñó en su garganta. Lo dijo


suave, feroz y encantador.

–Hablaremos de ello cuando haga una investigación completa. – Me volví


hacia Jaemin.

–¿Encontraste sus zarigüeyas cerca del muro norte?

–Sí. Están tratando de salir, pero no saben cómo romper la cerca eléctrica.
Las zarigüeyas son viajeras, nunca se quedan en el mismo lugar demasiado
tiempo. Sé que se ha encariñado, Joven Na, pero no podemos mantenerlos
aquí.
–Lo sé. – Acarició suavemente a las criaturas, sonriendo.

Nunca había visto su comportamiento en un estado de calma y serenidad.


No quiero arriesgarme a otra muerte con esos animales y verlo pasar lo que
ha sufrido esta noche.

–¿Crees que estarían a salvo en Cypress Lake State Park? – Pregunté.

–Ahí es donde los llevaría. Está lo suficientemente lejos de la principal


carretera. Se dirigirán a las montañas.

–Gracias por tu ayuda, Yuta.

Nos deseó buenas noches y salió de la iglesia con la caja de zapatos. Me


encontré con los ojos del menor.

–¿Estás listo para dar una vuelta?

Él me devolvió una mirada de sorpresa. Nunca había sacado a un estudiante


de la propiedad. Su madre lo prohibió expresamente y el libro de reglas
establecía que ningún alumno podía irse sin aprobación.

Dado que yo tenía esa aprobación y que Joohyun lo había puesto a mi


cargo, todo lo demás fue discutible.

–Sí. – Jaemin sonrió con picardía. –Me encantaría eso.

▸ 𖥻 hola zorritxs ^^ ˑ 𖦹
⊹ ᨘ໑ ¡ para quienes no sabían, Seol y Bongshik, junto a Nal, son los
nombres de los gatos de Jeno jsjs ! ▸

𖥦. si dejan un comentario y su estrellita, me harían sentir muy orgulloso y


feliz ♡

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Ꮺ ָ࣪ capítulo 14 𓂃

Cuando salimos, la tormenta ya se había ido, dejando un gélido frío en el


aire que funcionaría bien para aclarar mi mente.

Cargando las mantas, llevé a Jaemin a mi auto. Un viejo sedán modelo


básico. Sin opciones. Lo más bajo de lo bajo. Nada como los autos de lujo
que tenía en Seúl. La caja de hojalata era perfecta para mí.

No le dedicó ni una sola mirada mientras se deslizaba en el asiento


delantero. Las zarigüeyas absorbían toda su atención. Durante el viaje,
acarició y jugó con sus orejas y colas. Lo dejé, sabiendo que estos eran sus
últimos momentos con ellas. Veinte minutos más tarde, aparqué a lo largo
del camino de grava que conducía a la entrada del parque estatal.

–¿Listo? – Me gire en la oscuridad para enfrentarlo.

Él miró a los animales en su regazo. Su pecho se elevó con una pesada


respiración, pero no lloró. En cambio, asintió con la cabeza y una pequeña
sonrisa en sus labios. Envueltos en mantas y escoltados por la luz de la
luna, entramos al camino con nuestros zapatos empapados y ropa helada.
Mi aliento formó bocanadas de vaho blanco, y mis dedos estaban tan fríos
que se habían entumecido.
Pero estaba en paz. Sin cargas.

Tranquilo.

Esta profunda y genuina sensación de felicidad era nueva para mí. Ni


siquiera podía recordar haberme sentido tan contento.

Tenía todo que ver con él.

En el espacio de seis semanas, se había convertido en una presencia


codiciada. Ansiosamente esperaba cada palabra de su boca. Esperaba ver la
ferocidad en sus ojos. Contaba los segundos hasta que respondía con otra
réplica ingeniosa. Ni siquiera pensaba en el pecado que suponía.

Mientras bajaba las zarigüeyas al suelo y las convencía de ir al bosque, me


di cuenta de que este era el lado de Jaemin que más apreciaba. Con la
guardia baja y su vientre suave expuesto, él era un ángel más allá de su
forma astral. Su poder venía de su gracia interior y compasión. Cuando no
estaba tratando de armar el infierno en mi salón de clases, era innato, total y
profundamente puro de corazón. Donde yo era una casa de huesos fría y
vacía, él era un vasto prado resplandeciente de flores con aroma a limón y
abejas. Él era todo lo que yo no era.

Nunca había estado tan obsesionado con un hombre, y eso me ponía muy
nervioso. Él era lo suficientemente inteligente, fuerte y obstinado como
para perforar mi exterior.

Demonios, Jaemin era el único que podía entenderme y aceptarme por


quien yo era.

Temía eso de él.

Principalmente por lo que era él...

Quería decir lo que le había dicho. No podría detener esto. Pero para
protegerlo de mí, iba a jodidamente intentarlo.

Cuando las zarigüeyas partieron hacia la oscuridad, se paró a mi lado,


viéndolas desvanecerse. Él lanzó un beso, un gesto de manos e inclinó el
rostro hacia el cielo nocturno, soltó una risa alegre. Una despedida mucho
mejor que una caja de zapatos y un túmulo funerario.

Le di el tiempo que necesitaba, de pie en silencio a su lado y absorbiendo su


belleza en mi periferia. Abrazamos las mantas alrededor de nuestros
hombros, nuestros brazos rozándose, los de Jaemin temblando de frío. Sin
pensar, lo apreté contra mí, pecho contra pecho, envolviéndolo en lana y
calor corporal. Apoyó la mejilla contra mí y suspiró. Mi cuerpo se
endureció. Nuestras caderas juntas. Su suave cabello color perla me hizo
cosquillas en la garganta.

Yo no estaba usando mi collar.

Esta era una mala idea.

Metió los brazos debajo de las mantas y las envolvió alrededor de mi


espalda.

–Hora de la confesión.

–Ya lo hicimos hoy.

–Esto no es un pecado. Es más, una admisión.

–No quiero escucharlo.

–Qué mal. Sé quién dejó la carnicería en mi habitación y cuando lo


castigues... – Él soltó un gemido. –Esto es difícil de decir para mí.

Reprimí una sonrisa, sabiendo lo que saldría de su boca.

–No quiero que lo azotes. – Me miró a través de sus pestañas. –O le des


nalgadas o, mires dentro de sus pantalones o...

–Jaemin...

–...Tocarlo de cualquier manera. Sobre todo, no quiero que estés con él


como estuviste conmigo hoy. – Apoyó la barbilla en mi pecho, su mirada
nunca dejando la mía. –No tengo derecho a pedirte esto, y escucharlo en
voz alta suena tan mezquino e inapropiadamente celoso. Lo juro, Jeno, no
voy a hacer más movimientos hacia ti porque va en contra de tu fe. Excepto
tal vez por los abrazos. – Él apretó sus brazos alrededor de mí. –Esto es
bonito. Pero no voy a llegar a clase sin ropa interior o intentar dormir
contigo ni nada por el estilo de nuevo.

Esperé a que llegara el alivio, pero no llegó.

Estaba recayendo.

–¿Eso significa que te comportarás en mi salón de clases? ¿No más réplicas


o faltas de respeto?

–¿Qué? – Echó la cabeza hacia atrás, resoplando. –No nos volvamos locos
aquí. Todavía voy a hacer de tu vida un infierno.

Imposible. Cada segundo con él era inesperado, desafiante y pura felicidad.

–No renunciaré a mi única gran pasión. – Cambió su peso frotándose


inadvertidamente contra la bragueta de mis jeans. –Pero mientras te
remuevo como parte de mi complot contra mi madre, no quiero... – Sus
labios se separaron mientras buscaba mi rostro. –Maldita sea, si tu plan es
volverme heterosexual, ¿por qué tienes que ser tan exasperantemente
hermoso?

Tenía ese mismo pensamiento sobre Jaemin cada segundo de cada día.

–Lo que estoy tratando de decir... – Parpadeó y contuvo el aliento, su


abdomen apretado. –Jungwoo tiene una erección enorme por ti, y no quiero
que lo recompenses por lo que me hizo esta noche bajando sus pantalones
y...

–Cállate. – Murmuré, viendo sus labios regordetes rodar hacia adentro y


hacia afuera, luchando con su silencio. –Solo he azotado con correa a tres
estudiantes, y en los tres casos, no sentí nada. Sin ira, sin frustración, sin
interés fuera de la capacidad profesional.

Sus ojos parpadearon mientras absorbía mis palabras.


–Sentiste enojo conmigo.

–Siento todo contigo.

–Soy un hombre. – Murmuró, y el peso de sus palabras acabó conmigo.

–Lo sé, Jaemin. Lo sé.

Querido Dios, no podía reprimir esta fijación, no podía fingir que mi


atracción por él no debilitó mi promesa a Dios cuando, a nivel del alma,
quería a esta criatura celestial con cada aliento inmundo en mi cuerpo.

La luz de la luna iluminaba su cabello con tonos sobrenaturales de un rubio


resplandeciente. Su belleza era elegantemente delicada y aireada de una
manera que parecía demasiado perfecta para este mundo. Pero fue su
mirada perspicaz e inteligente la que se acercó cuidadosamente a mi
existencia construida y destrozó mi control. No podía recordar mi nombre
cuando me miraba así. Como me veía, el hombre, el pecador, el asesino y
aceptó lo que vio.

Mis labios se separaron con todas las palabras que no saldrían.

No podemos.

Eres mi alumno.

Tengo el doble de tu edad.

Eres un Na.

Soy un sacerdote.

Ambos somos hombres.

Te lastimaré. Te mataré.

Todas las razones, toda la lógica, la verdad y la cordura se deslizaron a


través de mis dedos mientras se ponía de puntillas y miraba mi boca. No
había nada excepto el rápido latido de mi corazón, la tímida agitación de su
respiración y la tentación de sus labios prohibidos.

Mi mano fue a su cuello, los dedos se curvaron, refrenándome. Sumergí mi


cabeza, ingrávida, jadeando en busca de aire y sin encontrar nada. Hasta
que su dulce exhalación empañó mis labios, provocándome con el sabor del
pecado. El roce de mis zapatos levantó grava. Mi corazón martilleaba. La
manta cayó de mis hombros, y allí, en el manto de la noche, le robé un beso
prohibido a un ángel.

No solo lo besé. Lo consumí, lo poseí o él me poseyó, este pequeño elfo


bañado de lunares se encontraba con las arremetidas de mi lengua, lamida
por lamida, a un ritmo frenético y voraz que hacía que mis bolas se tensaran
y gotas de sudor cayeran a través de mi piel.

Nueve años.

No había tenido una recaída con un hombre desde entonces. No había


sentido, olido, probado o besado a alguien de mi mismo sexo en nueve
años. El calor de sus labios era asombroso, el sabor meloso de su lengua
más pecaminosa de lo que jamás podría haber imaginado. El cielo más
dulce.

Mi cielo, mi salvación y mi condena, ninguna de las cuales merecía.

Su aroma a limón se hundió en mis pulmones mientras tomaba, tomaba, y


Jaemin no tenía más remedio que ser tomado. Después de todo, él estaba a
mi cargo.

Mío para instruir. Mío para disciplinar.

Mío.

Lo besé con toda el hambre reprimida de las últimas seis semanas. Él imitó
mi intensidad, acariciando mis labios y lengua con ansia, traviesas caricias
como si mi boca tuviera lo que Jaemin más necesitaba para existir. Quería
dárselo, y lo hice. Con una palma en una de sus nalgas, apreté firmemente
la curva de estas, castigando sus sensibles verdugones. Su gemido se sintió
a través de la noche. Su beso me estremeció y mi cerebro dejó de funcionar.

Podríamos haber sido los últimos humanos en el mundo, porque todo lo que
sentía era a él.

Solo él, un hombre que me ponía tan dolorosamente duro, y el capullo de


oscuridad que era nuestra libertad del mundo exterior. Un mundo que no
tenía perdón de Dios.

Apreté mi polla contra él, diciéndole con mi cuerpo lo que nunca más
debería exigir con palabras. Quería su inocencia, su placer, su dolor. Lo
deseaba por completo, sin importar lo mal que estuviera.

–Jeno. – Mi nombre era una súplica, su voz sonaba con lujuria y anhelo.
Solo aumentó el dolor.

Me dolía la presión del fuerte calor. Dolorido con el conocimiento de que


solo necesitaba bajar nuestras cremalleras y ya estaba. El pensamiento me
puso frenético, y lo besé más fuerte, más profundo, necesitando más, más y
más. Alejé mi boca y lo hice girar. Las mantas se enredaron en sus piernas,
y tropezó.

No lo ayudé. Lo empujé. De rodillas, sobre su pecho, lo seguí hasta el


montón de lana enredada.

No pude evitar que mis manos se deslizaran por la parte posterior de sus
muslos. No pude evitar que mis dedos pellizcaran y retorcieran los
verdugones en su caliente y pequeño culo. Un grito lo abandonó,
incitándome a caer sobre él y montarlo, amoldándome, follándolo en seco
mientras mis dedos buscaban a tientas mi cremallera.

Rudo, salvaje, quería estar dentro de Na Jaemin con cada gota de mi sangre.
Y de la suya.

Quería hacerlo sangrar.


Su cuello giró, llevando su mirada sobre su hombro, sus ojos brillantes con
conciencia. Su cabello se arrastró por el barro, su rostro y manos cubiertas
con él. Todo dentro de mí se detuvo.

Esto estaba mal.

Él no debería ser dominado así. No en el barro. No en el frío. No por un


hombre. Y nunca jamás si ese hombre era yo.

–No. – Susurré. Luego más fuerte. –No.

Me aparté de él, arrastrándome a través de la tierra húmeda mientras


luchaba contra todos mis deseos de reclamarla.

–¿Qué estás haciendo? – Se empujó hacia arriba, haciendo una mueca


mientras rodaba sobre su trasero. –¿Porque te detuviste?

–Te estoy lastimando.

–No, no lo estás.

–Lo haré.

–No lo harás. – El aliento estalló de sus pulmones en una sonora carcajada.


–No lo permitiré.

Me puse de pie de un salto, rugiendo.

–¡Estaba a segundos de tomar la virginidad de otro hombre en el barro


como un maldito animal!

–¡Porque te la estaba dando! – Jaemin también se puso de pie, con los


nudillos blancos alrededor de los puños a sus costados. –Si la quieres, es
tuya. Preferiría mucho más deshacerme de ella contigo que con una mujer
como Lee Jieun o alguna de las perras pasivas que tienes aquí esperando a
convertirlas en hombres.

–No voy a follar contigo. No ahora. Jamás. – Golpeado por la furia, caminé,
rodeé un árbol, volví a su lado y exploté. –Que Dios me ayude, si tan solo le
das a Jieun tu polla, te haré sangrar el maldito culo tan profundamente que
no serás capaz de sentarte durante un mes. ¿Me explico?

–Oh, señorita. ¿Se supone que eso es una amenaza?

¿Señorita? ¿Pensaba que estaba bromeando? ¿Que esto era una broma?

–¡Nadie te toca! – Mi voz resonó con mi rabia, asustando lo que sea que
había en los árboles.

Jaemin se tambaleó hacia atrás.

Me quedé a su lado, hundiendo mi cara en la de él.

–¿Ha quedado claro?

Cerró los ojos con fuerza. Luego se dio la vuelta sin decir una palabra más.
Solo una vez que estuvo en el auto, solté el aliento en mis pulmones. Mi
cabeza cayó hacia atrás sobre mis hombros y dejé que mis brazos se
hundieran a los lados. No me moví hasta que mi corazón se desaceleró,
hasta que mi sangre se enfrió, hasta que no pude sentir mi cara o manos por
el frío. Luego recogí las mantas y la llevé de regreso al colegio.

Cuando el campus apareció a la vista en el horizonte, rompió el silencio.

–Me asustas, Jeno.

–Es lo más inteligente que has dicho en toda la noche.

–No me asustas como un asesino en serie.

–Eso es un alivio. – Dije secamente.

–Es un tipo de miedo emocionante. Como la forma en que esas casas


embrujadas falsas aceleran mi pulso, descargan adrenalina en mi sistema y
me hacen sentir vivo. Sé que las cosas que saltan a mi vista no me van a
matar. Pero hombre, aumentan mi frecuencia cardíaca. Igual que tú. – Miró
por la ventana y murmuró. –Me gusta esa sensación de miedo, de empujar,
tirar, y saltar. Lo quiero en una relación. Mantiene la sangre bombeando.
–Eres demasiado joven para saber lo que quieres.

–No hagas eso. – Su mirada me cortó. –¿Sabías lo que querías cuando


tenías dieciocho?

–Sí. – Lo sabía, lo perseguía y lo asimilaba de todas las formas posibles.

–Entonces no seas un idiota a cerca de mi edad.

Me detuve frente a la puerta del campus y salí del auto. Él se unió a mí


mientras le escribía un mensaje de texto a Sunmi. No quería a Jaemin
lidiando con cualquier interrogatorio esta noche. Se acercaba la medianoche
y necesitaba dormir.

Cuando abrí la puerta, el pequeño dio un paso hacia el otro lado y la cerró.
Sus dedos se curvaron alrededor de los barrotes, y sus insondables ojos
azules se asomaron por el espacio entre sus manos.

–Puedes obligarme a ir a la iglesia, pero nunca compartiré el misterio de tu


fe. – Dijo en voz baja. –Puedo redimirme y pretender que me encanta estar
con Lee Jieun, pero voy a tener sexo con un hombre, con varios de ellos.
Quizás hasta con Jieun, ¿quién sabe? Tal vez despierta mi lado bisexual. –
La convicción en sus palabras era arrolladora. –Y puedes decirme que
debería tenerte miedo, pero no lo tengo. No de la manera que quieres. –
Soltó las barras y ahora caminaba hacia atrás. –No te volveré a besar. No
quiero ser esa persona, el que te molesta. Si rompes tus votos de viejo
aburrido y heterosexual, debería hacerlo por ti mismo, no por alguien más.
– Él inclinó la cabeza. –Buenas noches, Jeno.

Con una suave sonrisa, dio la vuelta y se dirigió a la residencia.

Lo miré hasta que desapareció dentro del edificio, sufriendo por él. No se
parecía a nadie que hubiera conocido. Como si su impresionante encanto de
otro mundo no fuera suficiente, era maduro para su edad y más inteligente
que todas las mujeres con las que había estado, incluso más inteligente
que...

No, no iba a pensar en mi error.


Nunca debí haber probado sus labios, pero no podía arrepentirme. Ese beso
divino, incomparable y que cambia la vida era el único que alguna vez
tendría.

▸ 𖥻 hola zorritxs ^^ ˑ 𖦹

⊹ ᨘ໑ ¡ ¿estás seguro de eso, Padre Jeno? ! ▸

𖥦. si dejan un comentario y su estrellita, me harían sentir muy orgulloso y


feliz ♡

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Ꮺ ָ࣪ capítulo 15 𓂃

A la tarde siguiente, me senté en el banco del pasillo fuera del aula de la


clase de Jeno, encogiéndome cuando su furioso bramido hizo sonar la
puerta. Por una vez, no era yo quien recibía su ira. Para ser sincero, me
sorprendió saber quién había acabado ganándose su castigo.

Después de las descaradas amenazas de Jungwoo, sabía en mis entrañas que


había sido él quien había dejado la caja de zapatos en mi cama la noche
anterior. Pero Jeno era minucioso y había pasado la mañana interrogando a
todos y cada uno de los chicos.

En pocos minutos en la silla de interrogatorio, Johnny había chillado y


confesó su deseo de infligirme un castigo. Jieun -mi tapadera hetero-, había
roto con él y de alguna manera, eso era culpa mía. Ni siquiera sabía que
existían cuando la invité obligado al Baile de Invierno.

No había nada entre ella y yo, por obvias razones. Me enviaba mensajes de
texto a veces, pero no eran demasiado coquetos. No podía imaginar que
sintiera algún tipo de conexión entre nosotros. Seguro que no. Pero eso no
ayudaba a Johnny. Había perdido la cabeza, y tal como el jardinero había
adivinado, le había pedido a su hermano mayor que recogiera el animal
atropellado y se lo llevara durante el fin de semana.

Mis preocupaciones sobre cómo se castigaría a Johnny se desvanecieron en


el momento en que aparecieron sus padres. Recogieron su dormitorio, y tan
pronto como Jeno terminara de darle sus azotes verbales, se lo llevarían a
casa.

Él lo había expulsado.

Sentí celos de que pudiera irse. No me parecía justo. Pero también me sentí
aliviado. No quería dormir al final del pasillo de alguien que usaba animales
muertos como amenaza. Era demasiado "cabeza de caballo" de El Padrino
para mi comodidad.

La puerta se abrió y Jeno asomó la cabeza.

–Estamos listos para ti.

Me habían llamado para que viniera, para que esperara. Para qué, no lo
sabía. Sólo quería dejar atrás toda esta pesadilla. Siguiéndolo en el aula,
inmediatamente vi al tipo en la primera fila. Las lágrimas empapaban el
rostro de Johnny, su postura generalmente recta estaba desfigurada. Tenía la
barbilla recogida en el pecho y los dedos apretados en el regazo. Cero
masculino, cero reformado. Se lo merecía.

Un hombre y una mujer mayores, presumiblemente sus padres, estaban de


pie a un lado, mirándome con expresiones recelosas.

–Johnny Suh. – Jeno cruzó las manos detrás de él, con las piernas en la
postura que mostraba tan elocuentemente su poder.

Mirarlo era un tormento crudo y delicioso.

Adictivo, doloroso y constante.

Johnny se puso en pie y arrastró de mala gana su mirada hacia la mía.


–Hola, Jaemin. Yo... – Su respiración se agitó mientras robaba una mirada a
Jeno y volvía a mirarme. –Mi comportamiento rencoroso y mi trato bilioso
hacia ti son imperdonables. Siento haberte hecho daño, y solo pensaré en tu
dolor durante mis cien horas de servicio comunitario.

Vaya. Eso era... Algo.

Pronunciado en un tono inalterable con verborrea adulta, apestaba a


entrenamiento de Jeno. Incluso si no quiso decir una palabra de ello, aprecié
la información. Además de ser expulsado, parecía que Lee le había
impuesto una penitencia infernal por su confesión.

¿Cien horas de servicio comunitario? Dios mío, era un sádico.

Se acercó a su escritorio y se posó en el borde, con la cabeza baja y los ojos


levantados, sin dejar de prestarme atención. La madre de Johnny lo
acompañó a la salida, ofreciéndome una sonrisa de disculpa al pasar.
Cuando estuvieron al final del pasillo y fuera del alcance de sus oídos, su
padre se acercó.

–Joven Na. – Se pasó una mano por la cabeza calva en señal de agitación,
con la mirada fija en el suelo. –Hay que entender una cosa. Nunca iría en
contra de tu madre. Na Joohyun es una mujer de gran respeto. La respeto y
entiendo que debe anteponer a su hijo por sobre el mío. Así que si ella
decide buscar retribución...

–Ahórratelo. No voy a hablar de esto, y tampoco el Padre Jeno.

–¿Seguro que no? – El hombre levantó la vista, con los ojos muy abiertos y
esperanzados. Luego torció el gesto, observando la expresión ilegible e
insensible de Jeno.

–No lo haré. No lo hará. No hay razón para involucrarla. – Suspiré. –Sólo...


Vete.

–Gracias. – El hombre se fue, cerrando la puerta tras de sí.


–Odio cuando la gente hace eso. – Apoyé las manos en las caderas. –Mi
familia puede ser arrogante y prepotente, pero no somos la maldita mafia.

–¿Estás seguro de eso?

La verdad es que no. Quizás éramos parecidos a una familia del crimen
organizado. Pero éramos súper respetables y admirados.

Y mucho más discretos en cuanto al derramamiento de sangre.

Para ser honesto, no sabía ni la mitad de la mierda en la que se metía mi


familia. Como la mayoría de mis hermanos, estaba protegido de los
detalles. Sólo mis hermanos, Donghyuck y Chenle, trabajaban en el negocio
familiar. Cuando preguntaba, me mentían. Todos y cada uno de los negocios
criminales se escondían detrás de humo y espejos.

Y dinero. Mucho maldito dinero. Mi familia era dueña de Australia y ahora,


también de la mitad de la ciudad de Seúl.

–No somos italianos, así que... – Parpadeé una vez.

Su cara no mostraba ninguna emoción. Una cara que su dios se había


esforzado en diseñar y esculpir.

–Eres libre de irte por el día.

–Oh. – Miré a la puerta. –Sin castigos y sin nada de zarigüeyas. ¿Qué debo
hacer?

Inclinó la cabeza, estudiándome, su mirada enigmática.

–¿Qué? – Le devolví la mirada.

–¿Has pensado en solicitar universidades?

–Sí. No.

–Explícate.
–He pensado mucho en lo que quiero hacer, y no requiere una educación
universitaria.

–Te escucho.

–Quiero dirigir un centro de rescate de animales. – Mi estómago se apretó


mientras me preparaba para una reacción negativa.

Apretó los labios, pensando. Luego asintió.

–Ya lo veo.

–¿De verdad?

–Sí, pero te sugiero que obtengas un título en negocios para que puedas
operarlo eficientemente.

–Contrataría a alguien para que lo hiciera.

–De acuerdo. ¿Y el cuidado de los animales? ¿El cuidado de la salud y el


mantenimiento?

–También contrataría a gente para eso.

–Entonces, ¿qué harías tú?

–Jugaría con los animales, por supuesto.

–Por supuesto.

Entrecerró los ojos, juzgando.

Pensó que yo era malcriado y con derechos, y tendría razón.

–Y... – Moví los hombros juguetonamente, sonriendo. –Yo lo financiaría.

–¿Con tu fondo fiduciario?


–Sí, eso. Y con mi increíble pasión. Un proyecto, un negocio, una obra de
caridad, película, obra de arte... Nada de eso toma forma a menos que esté
respaldado por alguien que esté profundamente apasionado por ello. Es esa
inversión de pasión la que impulsa el éxito de cualquier negocio. ¿Estoy en
lo cierto?

–Sí. – Una sonrisa tiró de su boca e iluminó sus impresionantes ojos. –


Tienes toda la razón, joven Na.

–Lo sé. También soy muy bueno recordando cosas. Quizá lea todos los
libros sobre cómo llevar un negocio con éxito. O tal vez me enseñes, ya que
solías ser el rey del mundo corporativo.

–Me investigaste. – Su cara se quedó en blanco.

–Sólo unas cuantas búsquedas en Internet. Si alguien sabe cómo dominar un


negocio, eres tú.

La tensión se extendió por su cuerpo, y su dedo trazó el borde del escritorio,


de un lado a otro. Nos miramos fijamente durante varios segundos
platónicos. Luego, el aire cambió, se transformó, se convirtió en un minuto
ardiente de ávida intimidad. Me calentaba y me picaba bajo el uniforme, y
él no daba señales de apartar la mirada.

Maldito sea él y su asertivo contacto visual.

–Así que piensa un poco en eso, y voy a... – Le pasé un pulgar por encima
del hombro y me desvié hacia la puerta. –Me voy a ir.

Se enderezó lentamente y dio un paso conmigo, acechando, observando con


esa mirada en sus ojos con la que me había vuelto dolorosamente familiar.

Estaba pensando en nuestro beso. Ambos lo hacíamos.

Mi boca había sido chupada, mordida y lamida por docenas de tipos. ¿Pero
lo que experimenté anoche con Jeno? Ese fue mi primer beso. Un beso de
verdad, de los que hacen temblar los dedos de los pies, de los que destrozan
el corazón, de los que arruinan a los demás.
El sabor de lo prohibido.

–Jeno. – Susurré con la garganta seca y aceleré el paso, acercándome a la


puerta. –No vamos a hacer esto.

–¿Cómo se siente tu culo?

Esas palabras saliendo de esa boca no deberían estar permitidas.

Técnicamente, no estaba permitido por la iglesia, no era un comportamiento


ético entre dos hombres. Pero Jeno no tenía un problema con el lenguaje
mientras no se usara de manera irrespetuosa, lo otro... Ya habría que verlo.

–No responderé a eso. – Agarré el pomo de la puerta. El sonido de sus


pisadas me aceleró el pulso.

Abrí la puerta, tambaleándome hacia atrás para ensancharla. Una huida que
no se produjo porque él ya estaba allí, con un brazo alrededor de mi cintura,
tirando de mí hacia atrás, y una palma contra la puerta, cerrándola.

–Piensa en esto. – Cerré los ojos de golpe ante el sólido calor de su pecho
contra mi espalda.

–Lo hago. – Pasó una mano por mi brazo. –Cada vez que te veo y cada
segundo que no estás a mi vista. – Sus dedos se amoldaron a mis caderas,
tirando de mí hacia su ingle. –Nunca dejo de pensar en el pecado que
representa esto.

Si volviera a alcanzarlo, lo tocaría. Tocarlo y explorarlo y participar en esta


fantasía fugaz. Una fantasía peligrosa que no terminaría bien. No para él.

En algún momento, entre un doloroso azote y un placentero beso, había


llegado a preocuparme por lo que le ocurriría al padre Lee Jeno. No quería
ser la razón de su caída en desgracia. Pero si continuaba por este camino
conmigo, no estaba seguro de poder resistirme a él.

Contra mi espalda, su pecho se estremeció con un aliento caliente. Entonces


sus dedos, recorrieron la parte posterior de mis muslos cubiertos. En contra
de mi buen juicio, incliné el cuello para echar un vistazo por encima del
hombro.

Por Dios, era una visión erótica. Un mechón de cabello rubio colgaba sobre
su frente, sus ojos sensuales medio cerrados, el hambre brillando en el azul
de su mirada, todos los signos de santidad por la puerta.

Su toque era apenas una caricia. Pero cuando esos dedos rodearon mis
muslos desde atrás y se deslizaron superficialmente por ellos, cada punto de
contacto fue una llama parpadeante que ardía tanto que quemaba.

Sus palmas se dirigieron a mis pantalones, haciéndolos ir abajo


abruptamente. Un gemido gutural salió de sus labios, tan delicioso y
perverso que lo sentí entre mis piernas. Se dejó caer sobre sus rodillas
detrás de mí.

Oh, Dios.

Apreté las manos contra la puerta, preparado para mantenerla cerrada si


alguien intentaba entrar. Podía cerrarla. Solo tenía que bajar la mano y girar
la cerradura. Pero eso sería una invitación inequívoca a lo que fuera.

No lo animaría. Al mismo tiempo, no podía oponerme.

Hasta que metió la mano entre mis muslos y manoseó el frágil tejido de mi
ropa interior. Mi mano voló hacia atrás y agarró su musculoso antebrazo.

–Por el amor de Kiki De Montparnasse, no los rompas.

–¿Kiki de qué?

–Son bragas de trescientos dólares y me costó mucho que Yangyang las


consiguiera. Mi hermano me las compró y... No, espera. Eso suena... – Hice
una cara, sacudiendo rápidamente la cabeza. –¡Eh! El novio de mi hermano
las compró. Probablemente no sabía que estaban en la bolsa. No las rompas.

–No lo haré.

–Lo veo en tus ojos.


–¿Qué ves? – Sin apartar su mirada de mi rostro, acarició mi piel expuesta,
tiró de la ropa interior de encaje hacia arriba, como si fuera un tanga, y dejó
al aire mis nalgas con moretones.

–Esa mirada maligna en tu cara. – Mi respiración se aceleró. –Hace que te


veas como un mentiroso con el collar de tu garganta.

Agachó la cabeza y hundió sus dientes en la carne de mis nalgas.

–¡Joder!

Me tapé la boca con una mano, intentando amortiguar el sonido. Volvió a


morderme, raspando con sus viciosos colmillos mi maltratada piel. Me
levanté sobre las puntas de los pies, buscando el alivio, pero en ningún
momento lo aparté o dije que no. No podía. No lo haría.

Con mi ropa interior recogida a lo largo de mi raja, tenía pleno acceso a mis
verdugones. Pegué la parte delantera de mi cuerpo a la puerta y soporté la
intensidad de su boca mientras mordía, chupaba y lamía mis heridas. Los
lametones eran más de lo que podía soportar, ya que su lengua caliente,
húmeda y sacrílega aprendía cada centímetro de mi carne, desde la cadera
hasta el muslo. Cuando se paseó bajo el tramo que había entre mis nalgas,
me apreté, gimiendo, con mi erección punzante contra la tela. No presionó.

En su lugar, deslizó el filo de su nariz por mi abertura, sus respiraciones


calentando mi piel mientras se arrastraba más abajo, más abajo, y Madre de
Dios.

–¿Qué estás haciendo? – Temblé, con el corazón acelerado.

Inhaló. Profundamente.

Me olió.

Con sus manos agarrando mis muslos y su nariz enterrada entre mis piernas,
me estaba oliendo a través de mis bragas.

Debería haberlo detenido. Debería haber hecho cualquier cosa excepto


quedarme aquí, palpitar, y ponerme duro descaradamente.
Era lo más caliente que había experimentado nunca.

Se levantó lentamente, dejando que las yemas de sus dedos subieran por
mis piernas desde las pantorrillas hasta las rodillas y hasta los muslos.
Cuando llegó a mi culo, volvió a apretar los verdugones como si no pudiera
evitarlo.

Tragué.

–Eres un sádico.

–¿Ponerle una etiqueta te hace sentir mejor?

–Puedes conseguir ayuda para esa condición.

–Ya he conseguido ayuda. Vine aquí, me hice sacerdote y me abstuve


durante nueve años de follar culos bonitos como el tuyo. – Me enderezó la
ropa interior y los pantalones, sus movimientos eran eficientes y suaves,
pero el impacto de su confesión me desvió. –Luego llegaste tú.

Yo no era el primer hombre de Lee Jeno.

–Lo siento. – Mi pecho se contrajo. –Mándame a casa.

–Nunca. – Apoyó su peso contra mí y me apartó el cabello del hombro,


dejando al descubierto mi garganta. –Si te vas, te arrastraré de vuelta.

–¿Qué? ¿Irás por mí?

–Sí. Entonces te correrás para mí.

Su aliento recorrió mi cuello, anunciando su intención. Me besó las curvas


y los pliegues, con suavidad y languidez, y me palmeó el culo, con aspereza
y agresividad.

Reclamándome. Revolviendo mi cerebro.

–Jeno...
Me agarró por la garganta, lo suficientemente fuerte como para hacer girar
mi pulso, y rozó sus labios contra mi oreja.

–Sé un buen chico esta tarde. – Un susurro oscuro y dominante.

Luego me soltó, abrió la puerta y regresó a su escritorio.

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𖥦. si dejan un comentario y su estrellita, me harían sentir muy orgulloso y


feliz ♡

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Ꮺ ָ࣪ capítulo 16 𓂃

Mis planes de la tarde se decidieron cuando Renjun se topó conmigo en el


pasillo.

–Vas a ir a la práctica de voleibol conmigo. – Él agarró mi brazo y me


arrastró hacia el anciano sacerdote que esperaba afuera.

Dejé que sucediera porque no tenía nada mejor que hacer. Además, sería
agradable salir de los muros del campus. El Padre Qian sonrió y saludó con
la mano cuando nos vio. Le levanté la barbilla y me volví hacia Renjun.

–No me di cuenta de que hicieron cascos lo suficientemente grandes para tu


gran cabeza.

Por supuesto, sabía que él iba a ver la práctica, no participar en ella.

–Tienes suerte de ser mi mejor amigo. – Él se colgó una bolsa al hombro y


siguió al sacerdote hasta la puerta.

–¿Eh? – Caminé junto a él. –Así que ahora soy digno de tu ¿amistad?

–Supongo. – Él levantó un hombro evasivo.


–¿Esto es lo que sientes por mí, por lo que Johnny hizo anoche?

–No. Este soy yo sintiendo pena por ti porque no tienes amigos. – Su tono
fue muy frío, que me dieron ganas de golpearlo.

Luego soltó una carcajada, sus ojos juguetones, y no pude resistir y me reí
con él.

Cuando llegamos al campo, encontramos un lugar tranquilo en las gradas.


No perdió el tiempo sacando cuadernos y su equipo de cámaras.

–Anuario. – Dijo cuando me sorprendió mirando.

Sabía que él estaba en el comité del anuario, y ahora tenía sentido que
quisiera venir a una práctica. Dado que la Academia Clé no tenía equipo de
fútbol americano, St. John de Brebeuf representaba a ambos colegios en
voleibol femenino.

Cuando partió para entrevistar a entrenadores y jugadores, yo estaba


contento de ver a las chicas hacer sus ejercicios. Ellas podían usar mallas,
leggings, tops, ¿cuál era la diferencia entre esas chicas y yo? Exceptuando
nuestras entrepiernas, no había gran brecha de comparaciones.

Ellas eran bonitas, menudas, y aunque no me gustaba en lo absoluto nuestro


panorama, me dediqué a mirarlas. Muchas de ellas me observaron de vuelta
y me guiñaron un ojo desde el otro lado del campo. Pero mi interés por su
género era nulo, inexistente. Más aún durante las últimas seis semanas.

Tal vez debería llamar a mi madre y decirle que su decisión de enviarme a


un colegio católico para niños con problemáticas de mi mismo tipo había
curado mi curiosidad por los chicos. Técnicamente, ya no estaba interesado
en dar mamadas a los universitarios que trabajan en Burger King. Ahora
solo quería abrir las piernas para los hombres que me doblaban la edad y
que mordían, azotaban y usaban cuellos clericales.

No, eso no era muy hetero de mi parte.


No a menos que quisiera que apareciera su asesino tailandés secuaz, Ten.
Apuesto a que Jeno podría defenderse en una pelea a puñetazos. ¿Pero
contra un asesino apuntando con un arma? No quería saberlo.

Ojalá pudiera volver a odiar al volátil sacerdote. Entonces yo no lo haría


preocuparse por esta mierda. Pero ahora me preocupaba. Si mi familia se
enterara de que él ¿me tocó? ¿Que enterró su nariz entre mis piernas y me
olió? No podía pensar en lo que le pasaría sin hacerme sentir nauseas.

Atrapando mi lengua entre mis molares, mordí y usé el dolor para


distraerme de mis pensamientos. En el campo, las niñas de St. John me
saludaron, tratando de conseguir mi atención. El Padre Qian se quedó a un
lado, hablando con el Padre Jaehyun, mientras mantenía sus viejos ojos en
Renjun y en mí.

Después de la práctica, Renjun persiguió a algunas de las jugadoras clave


para entrevistas. No pasó mucho tiempo antes de que la capitana del equipo
se dejara caer junto a mí, para nada afectada por el ejercicio y con un aroma
demasiado intenso a colonia y... Maní.

–Oye, Nana. – Jieun me dedicó una sonrisa, aunque se veía un poco


apretada en las esquinas. –Te ves... B-bien, como siempre.

–Gracias, bonita. – No me sonrió.

Era una chica totalmente estadounidense, una rompecorazones, si los


rumores eran ciertos estaba acostumbrada a conseguir a quién quisiera. Si
me deseaba, tendría que trabajar por ello.

O simplemente podía ponerse una prótesis en la... Bueno, ahí.

Cabello castaño, ojos marrones, con una atractiva estructura ósea, era
convencionalmente bonita. A los cinco años, quizás me habría arrojado
sobre ella.

Ahora estaba luchando por hacer cualquier cosa menos bostezar.


–¿Estás saliendo con Droopy Renjun ahora? – Colocó su mano en mi
espalda.

Me la quité.

–No lo llames así.

–¿Por qué no? Ese es su nombre. Quiero decir, mírale el rostro. – Se


estremeció dramáticamente. –Me pregunto si ese es el resultado de haber
caído repetidamente sobre su cabeza cuando era un bebé. Él parece tener
cierto nivel de retraso mental por la misma razón.

–¿Qué mierda? – Me aparté de Jieun, horrorizado. –No sé de qué culo


saliste arrastrándote, pero deberías haberte sonrojado. Puaj. Eres
repugnante.

Me levanté para irme.

–Jaemin, espera. – Tocó mi muñeca, sus ojos implorantes. –Lo siento. No


sabía que era tu amigo.

–¿Eso importa? – Me dejé caer en el banco y acerqué mi rostro al suyo. –Él


es una persona y tú estás sufriendo delirios. Yo prefiero una batalla de
ingenio, para la que pareces estar desarmada, así que vete a la mierda, niña.

–Jesús. – Sus ojos se abrieron y se humedeció los labios. –Eres jodidamente


atractivo cuando estás enojado. Tú puedes como, ¿ahorcarme, y eso?

Mi visión se puso roja.

–He terminado.

Cuando me paré esta vez, ella estaba sobre mí. Su mano agarró mi brazo,
sosteniéndome suavemente al marco.

–Déjame irme. – Gruñí.

–Escúchame. ¿Por fi?


Miré al padre Qian, que se subió las gafas, entrecerrando los ojos en mi
dirección. No podía ver la mano de Jieun en mis bíceps.

–Tienes cinco segundos. – Dije entre dientes y tiré de mi brazo libre.

No era la manera de tratar una dama, pero yo definitivamente me


catalogada más como una dama que esa perra.

–Está bien, tienes razón. Soy una idiota. No debería haber dicho eso sobre
él. Si yo me tomara el tiempo para conocerlo, estoy seguro de que
descubriré lo genial que es.

–Pruébalo.

–¿Qué?

–El baile de invierno es en cuatro semanas. ¿Quieres que baile contigo?


Demuéstrame que no eres una pequeña mocosa repugnante.

–No soy...

–Renjun será el juez. Tienes cuatro semanas para convencerlo. Si él no cree


que seas una idiota total para cuando llegue el baile, bailaré contigo.

Gimió y se pasó una mano por la cabeza.

–¿Cómo se supone que debo demostrarlo? Él me desprecia, Nana.

Y con razón.

Había terminado sus entrevistas y se dirigía hacia nosotros.

–Aquí viene. – Me alejé. –Felicítalo cuando llegue aquí.

–¿Que se supone que debo decir? – Sus ojos se abrieron.

–Estoy seguro de que pensarás en algo. – Bajé la voz. –Sé una mejor Jieun.
Y sé honesta.
Renjun subió los escalones y se agachó para empacar su bolso,
ignorándonos.

–Hola, Renjun. – Raspó el zapato contra el cemento. –Me gusta tu cabello,


especialmente por la forma en que se riza alrededor de tu, mmm... Cuello.

Sus cejas se levantaron y su mano se dirigió a las hebras oscuras,


barriéndolas hacia delante con sus uñas pintadas, hacia la barbilla.

Nunca se acomodaba el cabello. No a propósito. Una vez vi debajo de los


mechones, cuando el viento los atrapó. No tenía orejas. En todo caso, no
eran muy grandes. Eran más bien pequeños pliegues de piel a lo largo de su
subdesarrollada mandíbula. Imaginé que estaba acomplejado por ello,
aunque nunca lo admitiría.

Cuando su mirada me encontró, arqueé una ceja y me encogí de hombros.

Sus ojos se convirtieron en rendijas. Levantó su bolso y se alejó.

–Come una polla, Jieun.

Una sonrisa luchó en mi rostro mientras ella resoplaba, luciendo toda


ofendida. Pero no dijo una palabra a cambio.

Eso fue un comienzo. Tal vez, después de todo, era domesticable.

Ay virgencita, me estaba volviendo hetero.

–Tienes cuatro semanas. – Le di unas palmaditas en la cabeza, obviando el


pensamiento, y la dejé allí sentada con su boca abierta.

---------------

Mis botas doradas se tambaleaban, golpeando mis rodillas. La energía


inquieta me bullía en el estómago y mi pulso se aceleraba con la música que
sonaba en el interior del gimnasio. Todavía no había entrado. Pero dado el
estruendo de las charlas y los bailes, el Baile de Invierno estaba en pleno
apogeo.
–¿Me estás mirando el culo? – Renjun se adelantó a mí con un esmoquin
brillante que hacía cosas increíbles a su figura.

–Quisieras. – Me detuve en la tenue entrada del gimnasio, mirando


totalmente su culo. Y sus zapatos.

Llevaba unos botines tan altos que pensé que se rompería el cuello. En
cambio, lo consiguió, moviendo su pequeño y ardiente culo.

El padre Jaehyun se acercó por la puerta lateral y me indicó que me


acercara.

–Ya te alcanzo. – Le tiré del cabello.

–Como sea. – Se pasó una mano por encima del hombro y se dirigió al
gimnasio para hacer su gran entrada.

Las luces parpadeantes salían de las puertas dobles mientras los estudiantes
entraban con vestidos brillantes y trajes coloridos, era una bandera gay de
gente bien y mal vestida. En algún lugar, entre la multitud de estudiantes
elegantemente trajeados, Jeno estaría esperando. Habían pasado cuatro
semanas desde que me besó en el bosque en aquella noche fría y
tormentosa. No me había besado desde entonces. Pero quería hacerlo. Le
veía luchar con ello cada día con cada respiración. Ambos luchamos contra
ese incesante tirón.

–Te ves muy bien, Jaemin. – El padre Jaehyun sonrió como un hombre con
el corazón lleno de luz.

Me sentí maravilloso con este conjunto. El delicado tejido dorado del saco y
la fina camiseta blanca debajo me colocaba férreo entre los mejores
vestidos. Con una silueta bien formada y un cinturón de satén, el traje era el
de un príncipe joven y sexy.

Se lo debía a Lucas y NaNa.

–Gracias, padre. – Sonreí. –Usted tampoco se ve tan mal.

–¡Cielos! – Lo rechazó con un gesto.


Tenía el mismo aspecto de siempre: camisa negra, pantalones negros, cuello
blanco y una sonrisa contagiosa. Durante el mes pasado, pasé la mayor
parte de mi tiempo de inactividad con Jieun y Renjun, mezclándome
después de la iglesia, asistiendo a los entrenamientos de fútbol y ayudando
con las decoraciones para el Baile de Invierno.

Pasar más tiempo con la pendeja de Jieun significó que vi más al Padre
Jaehyun.

–No quiero apartarte de la fiesta. – Señaló con la cabeza hacia el gimnasio.


–Es solo que... No tengo nunca la oportunidad de hablar contigo a solas. Así
que si pudieras disponer de unos minutos...

Siempre estaba con Renjun, Jieun o Jeno. Nunca solo. No quería perder la
oportunidad de charlar con el mejor amigo de Jeno. Jung Jaehyun sabía
cosas. Yo sabía cosas. Esta conversación era necesaria desde hace mucho
tiempo.

–Claro. – Señalé el pasillo que se alejaba de la puerta lateral. –


Probablemente sea más tranquilo por allí.

Mientras caminábamos en esa dirección, me preguntó conversando:

–¿Qué tal tu día de Acción de Gracias?

–Estuvo bien. No pude ir a casa porque no me he portado bien


precisamente.

–Sí, he oído que tienes un lenguaje... Colorido.

–Dudo que sea así como él lo describió.

–No. – Se rio, sacudiendo la cabeza.

–Sin embargo, no pasé Acción de Gracias solo. Donghyuck y Chenle, dos


de mis hermanos, me sorprendieron con una visita.

Donghyuck era mi hermano mayor. Soltero y sin pareja, poseía una


confianza y una belleza tan feroz que imaginé que intimidaba a cualquier
chica que lo mirara.

Chenle era mi hermano mediano. También soltero. Tal vez por eso los dos
hicieron el viaje para verme. No tenían otras personas importantes que los
arrastraran, y las vacaciones en casa no eran lo mismo sin nuestro padre.
Desde que él murió, mi madre puso toda su energía en fortalecer el
patrimonio familiar. Lo que debería haber hecho era centrarse en su familia
real y mantenernos a todos juntos.

Estaba muy agradecido de verlos. Me habían llevado por un encantador


desayuno a un pueblo cercano. Pasamos un fin de semana tranquilo y lo
mejor de todo, me alejó de la presencia oscura y adictiva que me perseguía
en la Academia Clé.

–Es maravilloso escuchar eso. – Jaehyun se detuvo cuando llegamos a la


intimidad del pasillo. –¿Cómo va todo con el Padre Jeno?

–¿Puedes ir directamente al grano?

–Dijo que eras directo. – Sonrió.

–Hasta cierto punto, creo. – Incliné la cabeza. –¿Se confiesa contigo?


¿Todos los días?

–Sí.

–¿Y quieres saber si está confesando todo? ¿O si están pasando cosas que
no te está contando? ¿Eso es lo que es?

–No, Jaemin. Confío en él, quizás más de lo que él mismo confía. Escucho
sus confesiones, y sé que está luchando contra una fuerza dentro de sí
mismo. Está constantemente en guerra con ella. Pero es más fuerte que sus
demonios.

La culpa me pellizcó las entrañas.

–No se lo he puesto nada fácil.

–Eso no es...
–A principios de año, estaba en un camino recto hacia el infierno y estaba
dispuesto a llevarlo abajo conmigo. Ya no sé lo que estoy haciendo, pero
puedo prometer esto. Me preocupo por él. Mis preferencias no hacen daño a
nadie, así que no voy a hacerle daño. No voy a dejar que mi familia le haga
daño.

–¿Y si te hace daño? ¿O te enfada? ¿Y si decides que quieres una relación


que él es incapaz de dar? ¿Acudirás entonces a tu familia? Dios me perdone
por estar apoyando algo como esto.

–No. Absolutamente no. Mira, sé que eres su mejor amigo, y me hablas


desde esa posición, cuidando de él. Pero no soy una amenaza para él. No
dejaré de ser lo que soy, sin embargo, mi persona no representa un peligro
para su integridad física. La moral... Bueno, no es mi asunto.

Jeno me había dicho que se confesaba con Jaehyun regularmente. Estaba a


punto de comprobar la legitimidad de eso.

–Me besó hace un mes. Yo le devolví el beso. – Busqué la sorpresa en los


ojos del sacerdote coreano y no la encontré. –Desde entonces, ha metido sus
manos en mis pantalones, por encima de mi ropa interior, cuatro veces, y yo
lo agradecí. Quería más.

Después del día en que me atrapó contra la puerta y enterró su nariz entre
mis piernas, había hecho lo mismo tres veces más. Sus dedos nunca
traspasaron la entrepierna de mi ropa interior. Nunca se expuso y nunca me
tocó directamente, ni por debajo ni por encima de la ropa.

Para mi desesperación.

Estaba luchando contra esta cosa entre nosotros y ganando. Yo hice mi parte
al no alentarlo. Odiaba la resistencia. Me ponía inquieto y loco. La tensión
sexual sin respuesta entre nosotros era tan pesada y difícil de manejar que
me sacaba de quicio.

Pero como le había dicho, no quería que estuviera resentido conmigo


cuando todo esto terminara. Yo no jodo con heteroflexibles.
–Eres su alumno, eres... Eres hombre. – Dijo Jaehyun en voz baja.

–Y él es un sacerdote. Por eso nuestra atracción no ha pasado de ese beso.


Pero si alguna vez lo hace, recuerda esto. – Me pasé las manos por los
pantalones y me puse más alto. –Soy legalmente un adulto. Lo que él y yo
hagamos juntos es entre él y yo. Sé que no es un hombre amable, y eso me
encanta de él. No me hará daño. No sin mi permiso. Creo que la palabra que
podría darte paz es "consensuado". Eso es todo lo que será con nosotros.
Sin forzamientos, sin ataduras y sin malditos perjuicios. La iglesia debería
ser partidaria de eso.

–Eres... – Se llevó un puño a la boca y se aclaró la garganta. –Eres un joven


muy inteligente y maduro.

–Estoy aprendiendo y aunque no lo creas, él me está ayudando con eso.

–Es un buen profesor. – Sonrió pensativo. –Creo que tú también le ayudas


con eso.

–¿Te sientes mejor con nuestra relación? ¿Aún piensas que es algo horrible?

–Me siento cómplice de un pecado que no ha ocurrido.

Todavía.

Escuché la palabra no pronunciada. No creía que lo dejáramos en un beso.

Tal vez tenía razón. Pero no era para que se preocupara. Había pasado los
últimos tres meses dudando entre odiar al sacerdote y desear al hombre, a
pesar de todo, mi atracción sexual no había flaqueado. Cada día que pasaba
con él era más difícil, más tenso, más puesto a prueba. Al mismo tiempo,
apreciaba cada momento que pasábamos juntos.

–No te robaré más tiempo. – Jaehyun me hizo un gesto para que volviera
hacia el gimnasio. –Si alguna vez necesitas hablar, estoy aquí. Que Dios te
bendiga.

–Gracias.
Amén.

–Ve. – Su sonrisa fácil regresó. –Pásalo bien.

Con la esperanza de hacerlo, eché los hombros hacia atrás y me dirigí al


gimnasio. El Baile de Invierno era el evento más esperado del año. Todos
los alumnos de la Academia Clé y St. John de Brebeuf vivían para este
baile. Las canchas de voleibol se habían convertido en una pista de baile.
Las mesas con comida y ponche se alineaban en la pared del fondo. Un DJ
ponía música de baile por los altavoces y de las vigas colgaban adornos de
papel, la mayoría de los cuales yo había diseñado.

En Bishop's Landing, asistía a bailes de máscaras y eventos de etiqueta cada


dos fines de semana. Los odiaba. Odiaba la comida pretenciosa y las
sonrisas falsas, y a mi madre rodeando mi codo, vigilando cada uno de mis
movimientos, asegurándose de que no la avergonzara en mis intentos por
liarme a un anciano rico.

Ser obligado a asistir a esos bailes era muy parecido a ser obligado a asistir
a la Academia Clé. Todo eso le sirvió para controlarme y utilizarme como
peón. Pero este baile sería diferente. Mi madre no estaba involucrada, y
había alguien a quien deseaba desesperadamente con dolor. Con la emoción
retumbando en mi sangre, atravesé las puertas y todo mi ser se fijó en él.

A través de las luces parpadeantes, más allá de la multitud de bailarines, se


erigió como un centinela en el otro extremo del gimnasio. Vestido de negro
y con un cuadrado blanco en la garganta, me observó con una intensidad y
una atención sublimes. Su mirada seria no se perdió ni un centímetro
mientras me recorría de pies a cabeza y viceversa. La música de baile
giraba a mi alrededor. Los estudiantes se detenían y giraban la cabeza. Pero
lo único que existía era él.

Mi respiración se aceleró, el calor y el hambre se enredaron. Quería correr


hacia él. Sufría por volver a sentir sus labios, saborear su lengua, oír sus
gemidos guturales y retorcerme bajo sus hábiles manos. Quería desnudar a
este hombre y que me follara como Dios manda. Por la mirada ardiente de
sus ojos, él pensaba lo mismo de mí.
–Señor, ten piedad, no pueden ser más evidentes. – El susurro de Jaehyun
llegó por encima de mi hombro, y su dedo se clavó en mi columna. –Aparta
tus ojos de él y ve a buscar a Renjun.

Parpadeé, rompiendo el trance. Fue entonces cuando me di cuenta de mi


entorno, de los curiosos. Todos me veían mirando fijamente a mi profesor.

Mierda.

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Ꮺ ָ࣪ capítulo 17 𓂃

¿Dónde estaba Renjun?

Empecé a caminar, mi cabeza oscilando de izquierda a derecha, mi atención


en todo y en todos menos en la persona que me llamaba desde lo más
profundo de mi alma. Cuando la mirada de Jeno hizo arder un lado de mi
rostro, evité mirar en su dirección y me centré en mi amigo.

Se quedó solo al borde de la pista de baile. Nadie le hablaba ni reconocía su


presencia. Todos los estudiantes que pasaban lo miraban de reojo como si
fuera un leproso. Los estudiantes de secundaria podían ser tan jodidamente
malos, pero en los últimos tres meses había descubierto que los chicos de
Clé eran los más crueles.

Especialmente Kim Jungwoo.

Me alejé de ese idiota. Después de que me acusara injustamente de


delatarlo, dejó de hablarme. Que le vaya bien. Como no era un soplón,
nunca le conté a nadie su amenaza. Pero no la había olvidado.
Una canción conocida sonaba en los altavoces. Seguí el ritmo y bailé hasta
llegar a Renjun.

–¿Por qué no estás en la pista de baile, mostrándoles cómo se hace? – Moví


mis caderas, haciendo un círculo alrededor de su postura rígida.

–No están preparados para mis movimientos de superestrella.

–Nunca estarán preparados. Solo hay que arrancar la tirita de golpe.

Me había pasado una hora acomodándole el cabello, y empezaba a estar


flojo. Me acerqué a él, esponjando y colocando los bonitos rizos alrededor
de su rostro.

–Déjalo. – Me apartó las manos de un golpe, poniendo fin a eso.

Pero no me extrañó el tic de sus labios. En secreto, le encantaba que lo


mimara.

–¿Cuándo me vas a preguntar qué me pasa en el rostro? – Cruzó los brazos


sobre el pecho.

Otra vez esto no.

Suspiré.

–Nunca.

–¿Por qué no?

–Porque no hay nada malo en tu rostro. Ese es el problema. – Agarré sus


brazos y los arrastré hasta sus costados. –¿Ves? Menos defensivo. Más
accesible. – Di un paso atrás y contemplé su hermosa imagen. –Mierda,
estás caliente. Te ves tan jodidamente follable ahora mismo.

–Eres tan molesto. – Se le hizo un nudo en la garganta y apartó el rostro.


Pero no pudo ocultar el afecto en su voz. –Vete.
–Oh no. Estás atrapado conmigo. – Lo golpeé en las costillas. –Mejores
amigos, ¿recuerdas?

Eso me hizo ganar una sonrisa.

Sus ojos pasaron por encima de mi hombro y sus labios se aplanaron.

–Está entrando.

Me giré y encontré a Lee Jieun y sus amigas paseando hacia nosotros. Su


mirada se detuvo en mí, examinando sin reparos mi cuerpo. En las últimas
semanas, había empezado a agradarme. Para ser un niña engreída, inmadura
y egocéntrica, tenía un par de puntos fuertes, como su destreza con el
voleibol y su capacidad para aguantar los ataques verbales de Renjun. Mi
orientación sexual seguía siendo un problema sin resolver, pero ella se
había esforzado mucho por ganarse a mi espinoso amigo, ¿y lo mejor? Sus
intentos eran sinceros. Parecía que disfrutaba haciéndole cumplidos.

Todavía no sabía por qué gravitaba hacia mí de esa manera. No fui


especialmente amable con ella y nunca le di la oportunidad de besarme o
tocarme sexualmente. Si lo entendía bien, quería salir de la zona de amigos,
pero no era lo suficientemente agresiva como para lograrlo. Parecía extraño
teniendo en cuenta la facilidad con la que coqueteaba con todos los demás
chicos de Clé.

Era la chica más atractiva y codiciada de St. John. También era la más rica.
Su familia tenía más dinero que Dios.

De pie ante mí, llevaba un vestido entallado rosa y unos tacones llenos de
tiras. Algunos de los chicos de la pista de baile se quedaron boquiabiertos
con ella y me miraron a mí. Renjun había tenido razón en todo esto.
Haberla invitado al baile hacía que todos me odiaban.

Como si me importara.

–Maldita sea. – Soltó un silbido bajo, dándome otro vistazo. –Estoy muy
nerviosa, Nana. Estás... Impresionante.
–Gracias. – Incliné la cabeza.

No necesitó ninguna indicación antes de volverse hacia Renjun y presionar


una palma sobre su corazón.

–Rodeada de hombres apuestos. Soy una chica realmente afortunada.

Esperaba que me arrastrara de inmediato a la pista de baile y reclamara


aquello por lo que había trabajado valientemente durante las últimas cuatro
semanas. Pero me sorprendió de nuevo.

–¿Bailamos, Renjun? – Preguntó al chico en cuestión, haciendo que mi


pecho se agitara.

–¿Debo decírselo? – Él me miró.

–Eso depende de ti.

–Jieun. – Ella miró fijamente su mano que esperaba. –Sé lo del ultimátum
de Jaemin. Me lo dijo cuando salimos del entrenamiento de fútbol ese día.
Ya no tienes que ser amable conmigo.

Se lo había confesado inmediatamente porque no quería que saliera


perjudicado si todo se torcía. También quería que aprobara mi proyecto de
convertir a Jieun en una persona decente.

–Bien, bueno... – Ella me dio una mirada furiosa y volvió a él. –Si te parece
bien ¿puedo tener todavía ese baile?

Mantuvo la mano extendida y me deleité con la feliz sorpresa que se


registró en el rostro de Renjun. Jieun podía ser una imbécil prejuiciosa, pero
una vez que se había abierto paso a través de los muros protectores de
Renjun, había descubierto lo mismo que yo. Él era inteligente, gracioso y
muy divertido.

Mientras se tomaban en brazos y se hacían girar por la pista de baile, me


dirigió unas cuantas miradas hoscas. Sí, no estaba encantado con mi
duplicidad. Le había hecho pasar cuatro semanas coqueteando con un chico
al que nunca se habría acercado, y él sabía todo el tiempo por qué lo hacía.
Eso fue mucho trabajo solo para ganar un baile conmigo.

Pero esto era algo más que un baile. Ella había hecho una especie de
reclamo en mí. Lo sentía cada vez que estaba cerca de los otras chicas de St.
John. Ninguna de ellas se me insinuó o volvió a mostrarme las tetas.
Ninguna me invitó a salir. Y mientras estaba aquí, viendo a los chicos con
esmoquin llevar a las chicas con vestidos brillantes dentro y fuera de la
pista de baile, ninguna de ellas se aproximó a esperas de una invitación para
bailar. Ni un solo par de ojos se volvió en mi dirección.

Eso era obra de Jieun y sus garras de arpía. Estaba seguro de ello. Sin
decírmelo, me había sacado del mercado y me había declarado suyo.

Pero la broma era para ella. Ya estaba tomado.

Nunca había sido para Jieun desde un inicio. Nunca había sido para nadie
con sus mismas características.

Mis pensamientos, mi respiración, cada latido de mi maldito corazón


pertenecían a otra persona. Y todo saltó a la vida cuando su inconfundible
calor y poder saludaron mi espalda.

–Está usted encantador, Joven Na. – Su ronroneo me acarició el oído,


haciéndome temblar. En el siguiente suspiro, apareció a mi lado, quieto
como una piedra y con la mirada dirigida a la pista de baile, mientras sus
labios cincelados decían: –Extremadamente precioso.

Una intensa sensación de afecto cálido y envuelto en posesividad se instaló


en mi vientre. Entonces me regaló sus ojos, la caricia de su mirada
hambrienta, abrasando mi piel y más profundamente, ahogando mi aire
como un puño cerrado.

El calor me invadió, surgiendo entre mis piernas. Con muda fascinación, vi


cómo su mirada descubría mis pezones bajo la fina organza y bajaba,
trazando las líneas de mi cuerpo enfundado en el traje, devorando cada
mínima franja de piel expuesta entre el saco y la pequeña camiseta de hilos
debajo de este. Entonces levantó mi mano con gracia profesional, inclinó la
cabeza y apoyó su boca caliente sobre mis dedos. El tacto de sus labios hizo
que mi corazón se disparara hasta las vigas decoradas. Pero fue el brillo
perverso de sus ojos lo que me robó el alma.

El hombre que había fingido ser durante los últimos nueve años era una
mentira.

Él era el peligro. Pecado encerrado en músculos y huesos. Un demonio con


la cara de un dios, el cuello de un sacerdote y el cuerpo de Adonis.

–¿Puedo intervenir? – Jieun se puso al lado de Jeno, alcanzando mi mano


que aún estaba agarrada por este.

Jeno se tomó su tiempo para soltarme y enderezarse en toda su altura. En la


pista de baile, Renjun se balanceaba en los brazos de otra chica de St. John
con una sonrisa de satisfacción en su rostro, era Eunbi, la guitarrista de la
banda de la iglesia.

Bien por él y su redención bíblica.

Sonreí y me volví hacia Jieun.

–Oh, bonita. Bailaré contigo.

Después de todo, se lo había ganado.

El disgusto irradiaba de Jeno.

–Supongo que no debo preocuparme de que pongas tus manos por encima
de su cintura, Jaemin. Señorita Lee, cuidado con lo que hace.

–Conozco las reglas. – Jieun me alejó del sacerdote que me miraba.

Sus manos se deslizaron por mis hombros. Se presionó al calor de mi


cuerpo y me sentí incómodamente atrapado. Aparté la sensación y fingí que
no sentía la mirada de Jeno.

–Espero que sigas siendo amable con Renjun.


–Está bien. – Jieun me acercó, acercando su boca a mi mejilla. –Te prefiero
a ti.

–¿Por qué? – Mis manos yacían inertes sobre sus pequeñas caderas, el
aroma de su colonia me resultaba incorrecto en mi nariz. –¿Por qué le
dijiste a todas tus amigas de St. John que se mantuvieran alejadas de mí?

–Porque nos pertenecemos, Nana. Yo soy tuya y tú eres mío.

–¿Qué? – Empujé contra ella.

Yo era más fuerte, pero de alguna manera, su pequeño cuerpo se hizo


conmigo, manteniéndome.

–Tienes que escuchar lo que tengo que decir.

Por el rabillo del ojo, Jungwoo se acercó a Jeno, susurrándole al oído y


frotándose contra su brazo. Mi presión sanguínea se disparó.

–He tenido muchos sentimientos confusos y contradictorios sobre esto. –


Jieun me condujo a través del baile de manera lenta, escudriñándome muy
de cerca. –Al principio no me gustaba este acuerdo. Antes estaba con
Johnny. Quiero decir, él y yo... Nuestra relación era secreta, porque mis
padres no aprobaban a su familia. Pero realmente me gustaba. Incluso
podría haberlo amado.

–¿Por qué me dices esto? ¿Qué acuerdo?

–¿Sabes por qué tu madre te inscribió en la Academia Clé? ¿Por qué eligió
ese internado para ti?

Porque soy gay, quise decir. Pero la realidad me hizo vomitar el interior de
mi boca.

Se me endureció el estómago y mis pies dejaron de moverse mientras la


comprensión subía por mi columna.

–Quería ponerte más cerca de mí. – Me dio un empujón firme en los


hombros. –Sigue moviéndote. Me he ganado este baile.
Era una Lee. Por supuesto, mi madre la había elegido como objetivo. Todo
era demasiado real, ocurría demasiado rápido. Se me acalambró el
estómago y me invadió el mareo.

–Te están obligando a tener una relación conmigo. – Dije entumecido.

–Lo hacían. Al principio, estaba indignada. Como dije, Johnny y yo tuvimos


que terminar las cosas por esto.

–¿Desde cuándo? ¿Desde cuándo lo sabes?

–La noche anterior al primer día de clase fue cuando me lo dijeron.

–La noche que llegué aquí. Entonces Johnny dejó zarigüeyas muertas en mi
cama. ¿Sabías de eso?

–Sí. – Levantó un hombro, sin un rastro de compasión en sus ojos. –Tiene


el corazón roto.

–No pareces tener el corazón roto. ¿Nuestros padres se conocen?

–Nuestras madres han estado almorzando juntas durante años. Han


negociado un acuerdo, Jaemin. Una fusión Na-Lee.

Podría existir, pero no con ella. No con estos Lee.

–No. – Aparté mis brazos, haciendo que ella solo me abrazara más fuerte. –
No me voy a casar contigo.

–Ninguno de nosotros tiene opción. Ya han modificado nuestros fondos


fiduciarios. No recibiremos ni un solo centavo a menos que nos casemos.

En ese momento ni siquiera sentí el frío agarre del shock. Había sabido toda
mi vida que esto iba a pasar. Había sido bocón e irrespetuoso y libre con
mis idioteces porque había estado tratando de escapar de este maldito
destino. Si cortara los lazos y me alejara de mi familia, de mi herencia,
¿dónde dejaría eso a Jieun? ¿Perdería su fondo fiduciario? ¿Me importaba?

–Lo siento. – No sabía qué más decir.


–No lo hagas. Eres bonito y caliente. El chico más bonito que he visto. Un
poco femenino y chillón, pero podemos trabajar juntos en eso una vez que
estemos casados.

–¿Perdón? – El calor hervía en mis mejillas.

–¡Oh, Dios mío! – Alguien hizo un sonido estrangulado detrás de mí.

–¡Ew!

–¿Es lo que creo que es?

–¡Está en todas partes!

Voces y jadeos horrorizados surgieron por todos lados. Jieun me soltó como
si se hubiera quemado. Retrocedió a trompicones, con los ojos muy abiertos
y fijos en mis pantalones.

Fue entonces cuando lo sentí.

Las gotas calientes y húmedas en mis tobillos y más bajando en dirección a


mis pies. La conmoción a mi alrededor se intensificó, y los zumbidos se
agitaron en mis oídos mientras miraba hacia abajo. Líquido amarillento y
traslúcido. Corrió por mis piernas. Manchó el pantalón dorado. Goteó sobre
mis zapatos. Se acumuló en el suelo entre mis pies.

Oh, Dios, era abundante.

Orina abundante.

Emociones fuertes. Demasiado fuerte para levantarlo, cargarlo o moverlo.

Quería que el suelo se abriera y me tragara entero.


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⊹ ᨘ໑ ¡ nana:( ! ▸

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Ꮺ ָ࣪ capítulo 18 𓂃

La mortificación se hundió en mis músculos y se dio un festín en mi


vientre. No podía respirar, no podía reaccionar. Los sonidos en mis oídos
palpitaban como disparos amortiguados.

Levanté la vista y me encontré con que Jieun me devolvía la mirada. Sus


amigas se aferraron a sus brazos, aparentemente manteniéndola erguida
mientras me señalaban y reían, soltando chistes sobre la semana del
biberón. Jieun no se rio. No las empujó. Se limitó a mirarme con los ojos
muy abiertos y horrorizados.

Y con vergüenza.

La humillé. Le quitaba totalmente el estilo de chica delicada y hombre


fuerte. Apuesto a que ahora mismo se estaba arrepintiendo de la fusión Lee-
Na.

Que se joda.

Con los dientes al descubierto, se giró, arrojando a sus amigas, y se marchó


furiosa.
Jodidamente se fue.

–Vamos, Nana. – Renjun me agarró la mano.

Congelado por el shock, mantuve los pies plantados. Si me movía, dejaría


un rastro de vergüenza tan espantoso que convertiría el gimnasio en un
sanitario interminable.

–Realmente asqueroso, hermano de Lucas. – Jungwoo movió su cadera.

–¿Asqueroso? – Renjun giró hacia él. –¿Acaso tú no tienes verga y haces el


uno? ¿Es eso lo que estás confesando a todos aquí?

–Nadie solo... Se deshace así. – Él arrugó el rostro. –A menos que lleves


siglos sin echar una meada.

Renjun se tensó como si estuviera a punto de atacarlo físicamente. Apreté


mi mano, diciéndole en silencio que no se apartara de mi lado.

Ahora comprendía que mi incontinencia urinaria no era solo una broma, era
real, y se desencadenaba bajo presión, probablemente debido al estrés. Pero
siempre era abundante. El charco amarillento entre mis pies parecía
enorme, pero era normal. Lo que no era normal era orinar por toda la pista
durante un baile.

¿Qué haría mi madre en esta situación? Ella no haría nada. Tenía gente. Un
asistente personal para traerle toallas. Una criada para fregar el suelo. Un
equipo de relaciones públicas para borrar la vergüenza. Y un esbirro devoto
para matar a cualquiera que hablara de ello.

Yo tenía a Renjun, que se lo estaba pasando muy bien bailando con una
chica hasta que le arruiné la noche.

Y tenía a Jeno.

Como si lo hubieran conjurado mis pensamientos, apareció entre la


multitud, abriéndose paso con los hombros, entre el creciente número de
espectadores. Llevaba una pila de servilletas de fiesta y empujaba con
brusquedad a los estudiantes que se interponían en su camino, con los ojos
fijos únicamente en mí.

Y yo que pensaba que el momento más embarazoso de mi vida era cuando


me había orinado en el suelo solo delante de él.

–Quiero morir. – Susurré cuando me alcanzó.

–No, no lo quieres. Prefieres vivir para fastidiarme todos los días.

Se puso en cuclillas y colocó unas servilletas sobre el charco. Quise alargar


la mano y pasarla por su cabello rubio despeinado. ¿Cómo se sentiría? ¿Era
tan espeso y suave como imaginaba?

Estaba muy contento de que estuviera aquí.

–Cuidado, padre. – Gritó uno de los tipos de mi instituto entre la multitud


de estudiantes. –Si se mueve, lo va a salpicar.

Los músculos de los hombros de Jeno se tensaron peligrosamente bajo los


límites de su camisa negra. Se levantó lentamente, cada centímetro de altura
era un recordatorio visceral de que ese hombre no era alguien a quien
molestar.

Demasiado tarde para el tipo.

Jeno se adentró en la multitud repentinamente silenciosa y agarró al chico


por el cuello. Esto fue más allá de un apretón de advertencia. El chico no
podía respirar, sus manos arañaban sus vías respiratorias mientras movía la
mandíbula como un pez moribundo.

–¡Fuera de aquí! – Jeno lo lanzó lejos. Cayó de culo, derrapando hacia atrás
por el suelo en su esmoquin. Luego se levantó de un salto y salió corriendo
por la puerta.

Yo también necesitaba irme, pero una mirada hacia abajo me confirmó que
arrastraría mi vergüenza conmigo. Sentí que un charco de humedad se
acumulaba en la entrepierna de mi ropa interior. Un ligero movimiento y
todo se derramaría, otra vez.
–Necesito más servilletas. – Le susurré a Renjun. Él salió corriendo.

Jeno volvió hacia mí, con los ojos encendidos, acelerando mi pulso. Uno de
los chicos hizo una mueca después de que él profesor pasara por delante. Se
detuvo de golpe. La habitación se paralizó mientras él giraba y se ponía
frente a frente con el chico.

–¿Me estás mirando como un ignorante, chico? – Explotó. –¿O la estupidez


es solo una condición tuya? – El estruendo de su voz envió un
estremecimiento reverberante a través del gimnasio.

–N-n-no, Padre. Lo siento.

–¡No se queden aquí parados! – Lanzó un brazo al aire, gritando a todos. –


¡Dispérsense! ¡Fuera!

La multitud se dispersó en un revuelo de tafetán y chaquetas. Con la música


aún sonando, la mayoría se congregó en el extremo de la pista de baile.
Otros se dirigieron a las mesas de comida.

–No envíes a nadie más a casa. – Le dije cuando volvió a mi lado. –Ya he
arruinado el baile.

–No has arruinado nada. – Se inclinó hacia mí y me susurró al oído: –Estás


tan malditamente sexy que me están haciendo falta todas mis fuerzas para
no follarte aquí mismo, delante de todos. – Se apartó. –Ve al baño. Ahora te
alcanzo.

–No. Estoy...

Mojado.

Me ardía el rostro y los hombros subieron a mis orejas. Me sentía como si


estuviera en un maldito foco. Renjun llegó con más servilletas. Él se las
quitó y señaló a alguien cerca de la entrada del gimnasio. Me giré y vi al
padre Jaehyun alcanzando la pared de interruptores de luz. Un segundo
después, las tenues luces del techo se volvieron casi oscuras, dificultando la
visión del suelo.
–Ve. – Jeno me empujó hacia Renjun y se inclinó para limpiar la orina. El
chico me agarró de la mano y me puso en movimiento.

Está bien, vaya, ahora estaba oscuro. Demasiado oscuro para ver mis
pantalones empapados o mi pene traidor punzando a mi paso. Incluso
cuando el mal estaba hecho, lo sentí resbalar por mis piernas y deslizarse
entre mis zapatos. Miré hacia atrás y vi que Jeno me seguía a distancia.
Cada dos pasos, se inclinaba hacia abajo y pasaba discretamente una
servilleta por el suelo. Estaba jodidamente horrorizado, pero podría haber
sido peor. Podría haber salido de aquí solo, con las luces encendidas,
iluminando un rastro para que todos lo miraran mucho después de que me
hubiera ido.

–Gracias. – Apreté la mano de Renjun. –Por darme el valor para salir de


aquí.

–Gracias. – Él me devolvió el apretón. –Por darme el valor de entrar aquí.

Salimos del gimnasio y nos quedamos en la oscura entrada. Girando el


cuello, observé cómo el Padre Jeno tiraba las servilletas usadas y devolvía
las luces a un suave resplandor. El suelo estaba limpio. Ni una gota por lo
que pude ver.

Al final del pasillo, a la derecha, la cola para el único baño era de diez
chicos. Más adelante, una multitud de estudiantes se reunía cerca de las
puertas que daban al exterior. A la izquierda estaba la puerta lateral donde
había hablado antes con el padre Jaehyun. Allí no había gente. Me dirigí en
esa dirección.

–Jaemin. – Susurró Renjun. –¿A dónde vas? El baño está en la otra


dirección.

Sería una larga caminata de regreso a la residencia en el frío glacial. Tendría


que asearme y encontrar un acompañante adulto antes de poder salir de este
edificio, pero no quería volver y enfrentarme a toda esa gente. No podía.

Me escabullí por la esquina y apoyé la espalda contra la pared del pasillo


vacío, asqueado de mí mismo, humillado y al borde de las lágrimas. Me
llevé las manos a los párpados mientras el fuego me recorría las fosas
nasales y me abrasaba los ojos. El adormecimiento que me había mantenido
unido durante los últimos minutos se estaba resquebrajando. Los temblores
se apoderaron de mis extremidades y la presión de la ebullición se apoderó
de mi garganta. No pude evitar que las lágrimas cayeran, pero me tragué los
sonidos.

Estaba tan concentrado en tratar de permanecer callado que no lo percibí


hasta que sus dedos tocaron mi rostro. Bajé las manos y me quedé mirando
unos ojos tan azules que me hacían doler el pecho.

–No me importa lo que piensen de mí. – Apreté las piernas. –Pero esto es
horrible. No puedo evitarlo. Es una experiencia dolorosamente humillante,
y odio que tanta gente lo presencie.

–Lo ha manejado con gracia y clase, Su Alteza. – Sus dedos pasaron de


puntillas por mi mandíbula, su voz acarició mis labios con reverencia. –
Nunca he visto nada más hermoso en mi vida.

–Jeno. – Mi estómago se hundió.

–Jaemin. – Su boca se deslizó por un lado de mi cuello, curvándose en una


sonrisa que parecía el comienzo de un viaje. Quizás el viaje más importante
que jamás haría.

El sonido de unos pasos golpeó la esquina.

Se apartó justo cuando Renjun irrumpió a la vista, sosteniendo nuestros


abrigos.

–Padre Jeno. – Me puso el abrigo sobre los hombros. –¿Puede


acompañarnos a la iglesia? Nana puede usar el baño allí y...

–No te vas a ir. – Señalé en dirección al gimnasio. –El baile acaba de


empezar. Eunbi está ahí dentro esperándote. Ve a bailar con ella.

–No, no me voy a quedar sin...


–Estás tan guapo, Renjun. Por favor, no dejes que te arruine esta noche. Si
te vas conmigo, me sentiré peor.

–Si me quedo, me sentiré fatal.

Él quería quedarse. Lo oí en su voz, lo vi en su postura.

–Necesito que entres ahí y me defiendas. – Metí los brazos en las mangas
del abrigo, sosteniendo su mirada obstinada. –Defiéndeme cuando me
llamen Bebé Jaemin, Pañal Jaemin o cualquier nombre tonto que se les
ocurra. El padre Jeno me acompañará de vuelta al campus.

Sus hombros se cuadraron y dio un paso adelante. Mientras me agarraba las


manos, presionó unas toallitas en una de mis palmas. Debe haberlas tomado
del baño.

Dios lo bendiga.

–Cuando nací. – Dijo tomándome las manos. –Mis padres me miraron al


rostro y vieron algo que no querían volver a ver. Abandonaron el hospital a
las pocas horas y no volvieron. Nadie quiso adoptarme, así que un convento
de monjas me acogió. Cuando tenía catorce años, el padre Jeno me trasladó
aquí y me dio la mejor educación del país de forma gratuita. – Le dedicó
una sonrisa de agradecimiento y volvió a dirigirse a mí. –Cuando te conocí,
me diste una mirada al rostro y me viste. En esa única mirada, Na Jaemin,
me mostraste cómo yo debía ser valiente. – Parpadeó y una lágrima rodó
por su mejilla, obligando a mis propias lágrimas a caer. –Solo quería que lo
supieras.

Caminando hacia atrás, se limpió el rostro. Sus labios se alzaron en una


suave sonrisa y desapareció al doblar la esquina.

Respiré entrecortadamente, temblando.

–Eso fue intenso.

–Todo es verdad. – Me agarró del brazo y me guio hacia la puerta lateral.


La gélida oscuridad atacó mis extremidades, mordiéndome la piel. Temía
los cinco minutos de camino a la iglesia. Pero la residencia estaba aún más
lejos. Me metí más en el abrigo y me miré las botas empapados de aquel
líquido mientras arrastraba los pies, siguiendo sus zapatos negros. Tenía un
andar tan seguro, impulsado por los músculos y la agresividad.

Era un pavoneo sexy y un depredador al acecho, todo en uno.

–Así que dejas que Renjun vaya a la escuela aquí de forma gratuita. – Me
castañetearon los dientes. –¿Cómo sucedió eso?

–Leí su historia en el Catholic Times. Me conmovió.

–No es el primero, ¿verdad? Apuesto a que hay otros que vienen aquí gratis.
Otros estudiantes a los que ayudas.

–¿Importa?

–Sí. Importa. – Levanté el rostro hacia el frío cielo nocturno. –Te presentas
como un tirano temeroso y gruñón. Pero hay un poco de calidez en tu
interior. No mucho. Pero lo suficiente para... Conmoverme. Ten cuidado
con eso, Jeno. Podrías robarme el corazón.

No dijo nada, su concentración parecía centrada en llevarnos a nuestro


destino lo antes posible.

Una vez que estuvimos fuera de la vista del gimnasio, me agarró la mano.
Sus dedos frígidos atrajeron mi atención hacia su camisa negra y sus
hombros encorvados. Se estaba congelando.

–¿Dónde está tu abrigo?

–No vamos a ir muy lejos.

Fue entonces cuando me di cuenta de que me había llevado en dirección


contraria a la iglesia y al campus. Miré a mi alrededor, observando la
tranquila calle lateral, el pequeño edificio de una sola planta y su auto
estacionado al lado.
Apretó su agarre y me llevó al porche.

–Jeno. – Mi corazón tartamudeó de emoción y preocupación. –No podemos,


yo soy... Tú eres... No puedo entrar ahí.

Sin mediar palabra, abrió la puerta y me arrastró al interior.

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⊹ ᨘ໑ ¡ el cordero entró a la cueva del lobo ! ▸

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Ꮺ ָ࣪ capítulo 19 𓂃

–Dúchate. – Jeno cerró la puerta principal y señaló con la cabeza el corto


pasillo de la izquierda.

No te asustes.

Era solo una ducha. Inofensiva. Inocente. Mi piel fría y húmeda se alegró
de la idea. No tuvo que decírmelo dos veces.

Me quité el saco y lo dejé en el pequeño sofá. Mientras me dirigía al baño,


él cruzó hacia la cocina abierta y sacó una botella de whisky del armario. Su
residencia privada se ajustaba a la imagen que había creado en mi mente.
Limpia, sencilla y oscuramente masculina. No tenía más que lo necesario.
Sillón, mesa, cuarto de baño y dormitorio

Por alguna razón, eso me hizo sentir inmediatamente bienvenido y cómodo.

–Tu piso... – Miré hacia abajo, buscando rastros de aquello.

–Te di una orden, Jaemin. Dúchate.


Su actitud mandona me ayudó a sacudir la tensión de mi cuerpo. Todo lo
que tenía que hacer era tomar una ducha. Él se encargaría del resto. Lo
necesitaba. Lo necesitaba más de lo que estaba dispuesto a admitir, incluso
a mí mismo.

Mientras las suelas de mis zapatos chocaban sobre el suelo de madera,


acercándome a su cuarto de baño, el aroma de él recorría mis sentidos. Una
masculinidad viril que se filtraba en lo más profundo de mi ser y me llenaba
de calor y esperanza. Su presencia hacía imposible no soñar.

En el pequeño cuarto de baño, me adentré pobremente y cerré la puerta.


Luego me desnudé. El traje fue a parar a un gancho en la pared. Las bragas
de encaje probablemente deberían haber ido al cubo de la basura, pero eran
mi par favorito y el más caro. ¿Tal vez podría lavarlas a mano?

Primero la ducha.

Doblé la ropa interior, con orina y todo, en un pequeño triángulo y la puse


en el fregadero. Mi cabello, engominado a la perfección, me había llevado
dos horas para apaciguarlo. Así que lo dejé, corrí la cortina de la ducha y
me metí. Me quedé allí por lo menos veinte minutos. Tal vez más.

Mientras el agua corría, olí obsesivamente su jabón y su champú,


saboreando el aroma a cedro. Luego froté el jabón por todas partes,
restregando la sensación desagradable y dedicando más tiempo a limpiarme
los muslos y las piernas. El vapor me despejó la cabeza y el aroma de su
jabón me alivió el alma.

Creo que estoy enamorado de él.

¿Estaba jugando a la gallina gay? ¿Era un flechazo? ¿O algo más?

Creo que, es más.

Esto iba más allá de una atracción física. Él me había abrazado la noche que
creí que Seol y Bongshik estaban muertos. Estuvo a mi lado en cada paso
de esta noche, durante y después de mi horrible exhibición en el baile.
Incluso había estado allí cuando ocurrió por primera vez este suceso.
No me había tratado con asco. No me había golpeado cuando estaba
deprimido. Me había prestado su fuerza silenciosa sin juzgarme. Nunca me
había sentido tan atraído por otro hombre como lo estaba por él. Incluso
cuando era cruel y aterrador. Incluso cuando lo despreciaba. Incluso cuando
sentía repulsión por aquello que estaba entre mis piernas. Incluso cuando
me obligaba a sentarme en su clase después de la escuela y leer las
escrituras en voz alta durante horas. Incluso entonces, lo deseaba de una
manera que nunca había deseado a nadie más.

La noche que lo conocí, me dijo que el noventa por ciento de esto era cómo
yo reaccionaba. El otro diez por ciento ocurría tanto si me gustaba como si
no. Supuse que mis sentimientos por él, esta inexplicable atracción, era el
diez por ciento que no podía detener. Eso significaba que el resto dependía
de cómo reaccionara a esos sentimientos.

Al cerrar la ducha, me asomé a la cortina para buscar una toalla. Lo primero


que noté fue que el traje no estaba. Lo segundo es que no estaba solo.
Aparté lentamente la cortina, manteniendo mi desnudez cubierta, y me
quedé helado al ver a Jeno inclinado sobre el tocador. Con una mano
agarrando el borde del lavabo, la otra sostenía mis bragas.

Las bragas mojadas.

–¿Qué diablos? – La vergüenza me recorrió.

Pero había algo más, algo retorcido y curioso en su fascinación por mi ropa
interior sucia. Me llenó de oscuro placer.

–Ven aquí. – Pasó el pulgar por el centro con una mirada de profundo y
solemne respeto en sus ojos.

Me estremecí y me calenté a la vez. Tomé una toalla de la estantería, me la


anudé al cuerpo y me uní a él en el lavabo.

–A veces olvido que solo tienes dieciocho años. – Abrió el grifo y se quedó
callado, aparentemente hipnotizado mientras el agua se arremolinaba en el
desagüe.
–¿Por qué dices eso?

–Tus reacciones a las cosas, a mí, son tan contenidas y sensatas. Cuando te
enfadas, es por algo importante. Algo que importa. Tienes un manejo
maduro de todo lo que te rodea. A pesar de las obscenidades que salen de tu
boca. – Sus labios se curvaron. –Eres un alma vieja.

–¿Los fluidos corporales te excitan?

–Los tuyos sí. ¿Te asusta eso?

–Depende. – Mi voz tembló con deseo. –¿Quieres hacerme sudar, orinar,


sangrar?

–Sí, tal vez, no. Nunca te cortaría ni desearía verte sangrar de dolor. Odié tu
dolor esta noche. – Su mano se hizo un puño en el chorro de agua. –Lo
detestaba. No quiero volver a verte sufriendo así. ¿Pero esto? – Desenroscó
los dedos y arrastró el pulgar por la mancha amarilla de las bragas. Ya no
era tan importante el hecho de que usaba prendas femeninas. –No hay nada
vergonzoso ni sucio en esto. Salió de ti, de una parte, tan hermosa e íntima
de ti. Representa vida. Tu vida.

Mi respiración se calmó.

Tal vez estaba loco, pero me encantaba eso. Me encantaba que no le diera
asco, a pesar de lo que representaba. Esa era la diferencia entre un niño y un
hombre de verdad.

Pero con Jeno, era más complicado que eso.

–Hace un mes... – Me senté en la tapa del inodoro, maravillado por la


facilidad y el cuidado con el que lavaba mi ropa interior. –Cuando te llamé
sádico, dijiste que buscaste ayuda, que viniste aquí, te hiciste sacerdote y te
abstuviste durante nueve años. Tengo muchas preguntas al respecto. He
tenido miedo de preguntarlas. Temo que no las respondas. O tal vez, tengo
miedo de que las respondas.

–Pregúntalas.
–¿Necesitas infligir dolor para correrte?

–No lo sé.

–¿Cómo no lo sabes?

–No es una respuesta sencilla. Ya no lo es.

Tomó una botella de jabón líquido para la ropa y aplicó una pequeña gota
en el encaje. Luego tapó el lavado y lo llenó de agua para dejar las bragas
en remojo.

–Levántate. – Se limpió las manos y se volvió hacia mí.

Mi barbilla se echó hacia atrás, pero hice lo que me ordenó.

–Quítate la toalla. – Mantuvo la voz baja en un suave desafío, en lo más


profundo de mis entrañas sabía que me desnudaría física y emocionalmente.

–No quieres cruzar esa línea. – Mi pulso se aceleró. –Dijiste que ibas a
curar mi homosexualidad. Dijiste que nunca pecarías por mí.

–Esta es tu elección, Jaemin. Deja la toalla puesta y te devolveré el saco, los


pantalones y te acompañaré de vuelta a la residencia. No habrá ningún
castigo por tu decisión. Volveremos a hacer las cosas como en los últimos
tres meses.

¿De vuelta a nuestras interacciones cotidianas, al deseo sexual no resuelto y


a la incesante tensión creciente sin consumación ni realización?

–¿O? – Pregunté.

–Quítate la toalla. Muéstrame tu magnífico cuerpo, y tendremos una


conversación sobre mi pasado y nuestro presente.

–Si hago esto... – Temblando, apreté el nudo de toalla en mi torso. –


Estamos cruzando una línea que no podemos recuperar.
–Es solo una línea, no todas. Estoy eligiendo cruzarla sin importar qué.
Ahora depende de ti.

¿Por qué ahora? ¿Por qué la noche en que estaba humillado? Tal vez mi
vergüenza era un impedimento para el sexo. Pero yo sabía que eso no era
cierto. Después de verlo jugar con mi ropa interior, a Jeno nunca le
disgustaría nada que tuviese relación con los fluidos de un hombre o una
mujer.

Si lo hacía, si nos atrapaban, traería consecuencias mortales. Mi madre


enviaría a su matón para acabarlo. El esbirro probablemente aparecería a
plena luz del día, apuntaría a la cabeza de Jeno y le dispararía. Así de fácil.

Me destruiría. No podía ni imaginarlo.

¿Valía la pena este pequeño riesgo?

Todos los estudiantes y profesores de ambas escuelas estarían en el baile


toda la noche. Nadie lo sabría. Fuera lo que fuera, lo que Jeno había
planeado, no creía que yo lo fuera a cumplir. La verdad vibraba en su rígida
postura. La indiferencia en su expresión no eclipsaba la vulnerabilidad que
intentaba ocultar en sus ojos. Se preparó para mi rechazo.

En nombre de Dios, chape homosexual.

Aflojé el nudo y dejé caer la toalla. Demasiado tarde, me di cuenta de lo


que debía parecerle. No me parezco en nada a las mujeres que salieron en
esas fotos con él hace diez años. Todas ellas modelos seductoras,
voluptuosas y de piernas largas, de treinta, cuarenta y cincuenta años.
Estaba claro que prefería a las mujeres en su plenitud social, profesional y
sexual. No a un hombre pequeño, bajito y sin pechos de dieciocho años que
aún intentaban entender la vida.

El pensamiento se hundió como plomo en mi estómago, pero me negué a


dejar que me desanimara.

Nunca me quedaría desnudo ante un tipo y me marchitaría. No me


acobardaría ante él. No me desintegraría.
Me armé de valor.

Se quedó mirando mi cuerpo, absorbiendo todas mis líneas pálidas y


masculinas sin reaccionar. Colocando una cadera en el tocador, apoyó la
barbilla en el pulgar, curvó los dedos contra los labios y siguió
evaluándome como si fuera un trabajo que tuviera que calificar.

Era un verdadero sádico.

–Tenía preferencias particulares cuando se trataba de sexo y mujeres. – Bajó


el brazo y borró lentamente el espacio entre nosotros, su voz como una
caricia seductora. –Antes de convertirme en sacerdote, lastimaba a las
mujeres y me excitaba. Solo a mujeres dispuestas. Solo a mujeres mayores.
– Sonrió como si el amargo recuerdo le causara gracia. –Luego descubrí a
los hombres. Tipos grandes, mayores, fuertes, que se doblegaban en mis
manos; me elevaban el ego y me hacían sentir jodidamente poderoso. – Sus
cejas se fruncieron y sus manos se apoyaron en la pared a ambos lados de
mi cabeza. –Nunca he tocado a nadie más joven que yo. Nunca he estado
con alguien virgen.

Rodeó mis sentidos, me asfixió con su calor. Cambié mi peso de un pie a


otro, tratando de aliviar la tensión que perseguía mis latidos hasta la
histeria.

–¿Necesito infligir dolor para excitarme? – Observó mi garganta tragar con


fuerza y sus pupilas se dilataron. Un hombre excitado por el miedo y la
entrega. –Lo anhelo. Pero no lo necesito. Ya no.

–¿Debido a que te convertiste en sacerdote?

–No. Porque te encontré. Eres una paradoja. No encajas en ninguna de mis


predilecciones. Eres joven, inocente, tan delicadamente formado.
Contradices cada cualidad que solía excitarme. – Me miró a los ojos. –Te
deseo sin crueldad ni dolor.

–Los moretones que me pusiste en el culo no están de acuerdo.


–Oh, Nana. – Una sonrisa lobuna. –Un pequeño juego de respiración y
algunas marcas rojas no son nada comparado con la brutalidad que infligía.
No puedo concebir la idea de herirte como los hería a todos ellos. No lo
haré. Todos mis instintos me exigen que te proteja. – Su boca se acercó,
bañando mis labios con el cálido sabor del whisky. –Te respeto.

–¿No respetaste a tus ex-ligues? – Apoyé la palma de mi mano en su duro


pecho. –¿Aquellos con quien estuviste, los que dejaron que les hicieras
daño?

–No. No tenía ni una pizca de respeto por nadie. Nunca me sentí posesivo.
Nunca me importó lo que necesitaban o a quién se follaban. Nunca fui
monógamo. Nunca estuve disponible emocionalmente. Fui un monstruo.
Malvado. Muerto por dentro.

Bajo los músculos tensos, su corazón tamborileaba salvajemente contra mi


mano, un ritmo frenético que se sentía demasiado vivo para un hombre que
creía no estarlo.

–¿Pero contigo? – Habló contra mi garganta. Labios como terciopelo cálido.


Su voz como acero frío. –Soy viciosamente, reprensiblemente posesivo.

Jaemin con su brillante traje dorado había sido un espectáculo


impresionante. Pero ¿Jaemin ahora? ¿De pie ante mí en nada más que la
piel blanca lechosa?

Que Dios me ayude.


–Eres más exquisito de lo que nunca imaginé.

Se acercó a mi ronco susurro, levantándose en la punta sus pies, con los


dedos estirados sobre mis hombros.

Era un bastardo, haciéndolo esperar por ese cumplido. No era de los que
ofrecían elogios con facilidad, pero con él, derramaría las verdades de mi
alma.

–Mi cuerpo es... – Se miró y se rio de sí mismo, con los ojos bailando de
alegría. –Hay una palabra para lo que es.

–Es jodidamente elegante. – Apoyé mis palmas en sus costillas. –


Bellamente proporcionado. – El calor se apoderó de mi ingle cuando pasé
mis pulgares por la piel impecable de los delicados pezones. –Suave como
el satén, con una belleza inmaculada.

–Jeno. – Su respiración se estremeció. Los pequeños picos se endurecieron


bajo mi contacto, endureciendo mi polla.

Dios, perdóname.

Me arrodillé y acaricié con mis labios la forma divina de su figura. Era una
fantasía de miembros flexibles y curvas elegantes.

Angelical. Moldeable. Hombros delgados. Caderas estrechas. Tez de


porcelana. Cubierto de preciosos lunares café, ni una marca.

Mientras estudiaba su cuerpo, sus manos viajaban hacia el norte a lo largo


de mi nuca, explorando, burlándose.

–He querido sentir tu cabello durante mucho tiempo. – Él enredó sus dedos
en las hebras.

Su vientre plano se estremecía bajo mi boca mientras yo mordía y lamía


más y más abajo, con mis pantalones cada vez más apretados. Jaemin no
debería estar aquí. Necesitaba parar, pero mis manos y mis labios siguieron
moviéndose hasta llegar al último destino prohibido. Su pequeña erección,
sin un solo vello, su aroma dolorosamente tentador, paralizante, que me
robaba las neuronas. Pasé los dedos por el glande y me acerqué a este.

Él jadeó, se quedó quieto. Luego inclinó sus caderas hacia mi contacto,


buscando fricción, exigiendo.

Sexy.

Tan malditamente travieso.

Aparté la mano, haciéndole saber que no era su decisión. El labio inferior


de su boca se levantó. Un brillo iluminó sus ojos. Luego deslizó sus dedos
por su estómago hasta alcanzar la base de su polla. Mientras la mía ansiaba
estar donde dentro suyo, envuelta en su calor, sumergida en su estrechez.

Agarré su brazo y lo moví.

–¿Te masturbas? – Empezó a acercar su mano de nuevo. –¿Está permitido?

Le aparté la mano de un golpe.

–La masturbación está prohibida para todos los católicos.

–¿Para mí también?

–Ahora eres católico, Joven Na, así que no te toques más. La lujuria de la
carne es un pecado mundano.

–Ah, ¿sí? Entonces deberías cambiar el nombre de la escuela. En lugar de


Academia Clé del Sagrado Corazón, debería ser Academia Clé de las Pollas
Flácidas y las Vaginas Secas. Quiero decir, vamos. ¿Sin masturbarse? – Una
carcajada brotó de sus labios. –Puedes irte a la mierda con eso.

–Yo sí. – Escondí mi sonrisa.

–Espera. ¿Así que tú...? – Él inclinó la cabeza, con un aspecto demasiado


hermoso y tentador para ser resistido. –¿Te tocas?

Todos los días.


En los últimos tres meses, me había convertido en un masturbador crónico,
"solo uno más", "oh, joder, lo necesito".

–Sí. – Me incliné hacia atrás y busqué algo en el tocador para ocupar mis
manos. Algo que había adquirido para él, un... Juguetito. –En cuestiones de
lujuria, no soy un modelo tedioso de sacerdocio.

–Pecador. – Él sonrió.

Era perfecto, como ninguna mujer estipulada por la iglesia. No importaba


que no encajara en la constitución que yo había perseguido en mi juventud.
Tal vez eso era lo que lo hacía tan increíblemente atractivo. Nunca había
estado con nadie como él, y sin saberlo, había estado esperando cuarenta
años por él.

Jaemin estaba hecho para mí. Inteligentemente, impecablemente diseñado.


Solo para mí.

Mío.

Y aquí estaban de nuevo esos sentimientos. Este estado mental depredador,


posesivo y de matar a cualquiera que lo toque era extraño e inquietante.
Pero no podía negarlo. Esta noche había estado a punto de romperle el
cráneo a Lee Jieun. No me fiaba de esa chica y, desde luego, no me fiaba de
ella cuando estaba cerca de Jaemin.

–Solo, déjame vestirme antes de que haga otro desastre. – Extendió la


mano.

–Amplía tu postura.

–Uh-uh. No. – Sus dedos fueron a sus muslos, golpeando nerviosamente.

La pose rígida enmarcaba sus brazos alrededor de su esbelta figura, sus


pezones tensos, duros, rosados y... Dios, dame fuerzas. Resistir la demanda
de mi cuerpo de besar sus clavículas, de chupar y morder sus sensibles
picos, era el peor de los infiernos.
Necesitando una distracción, desenvolví el juguete y se lo mostré, captando
con rapidez su mirada asustada.

–¿Has usado alguna vez uno de esos? – Preguntó con ironía, pero el miedo
se filtraba claramente de su voz.

–No, Nana – Mis manos se cerraron en torno al objeto circular y le dieron


vuelta, regodeándome. –Pero afortunadamente tú podrás contarme cómo se
siente.

–Detente, Jeno. No, yo...

–No te estoy preguntando. – Me acerqué sobre mis rodillas y me encontré


con sus ojos. –Ahora, amplía tu postura.

Miró hacia abajo, tratando de imaginar cómo sería aquello entre sus piernas.

–No puedes hacerme eso. No estoy goteando. No soy... No voy a volver a


accidentarme.

Mi polla se movió. El único que goteaba era yo. Menos mal que mis
pantalones eran negros. Si no, tendría una mancha húmeda muy visible.

Incliné la cabeza y besé su abdomen, peligrosamente cerca de donde se


elevaba su erección. Besé y lamí hasta que él se estremeció y se agarró a
mis hombros.

Entonces se relajó para mí.

–Buen chico. – Coloqué mis dedos alrededor de su delicada y adorable


polla, una y otra vez, deslizándome hacia su entrada y palpando
superficialmente con cada pasada. –Cuéntame todo lo que ha atravesado
este agujero.

–Uhm... – Sus manos se cerraron en puños temblorosos sobre mis hombros.


–Juguetes, dedos...

–¿Los dedos de quién? – Hundí los míos, solo las puntas, gimiendo ante su
estrechez.
–Los míos. Y algunos otros. Tipos que no recuerdo.

Los celos se encendieron, de forma irracional e innecesaria.

Esos chicos no volverían a tocarlo.

–¿No hubo lenguas? – Pregunté. –¿Sin pollas?

–No. Solo juguetes, dedos y... Eso. – Tragó saliva cuando presioné el anillo
en su pene, bajando despacio. Su mano salió disparada, encontrando un
estante cercano. –Joder, Jeno. Me estás arruinando para todos los demás
juguetes. Esa porquería es un arma de tortura.

La risa salió de mi pecho y él se rio sin gracia. Luego, los dos nos pusimos
serios mientras empujaba el juguete hasta la base. Tiré el envoltorio y,
cuando me volví hacia él, se inclinó y colocó su dedo bajo mi barbilla.

–Estoy loco por querer algo contigo, Lee Jeno. Pero si pudiera tener una
sola cosa, es a ti de rodillas, cuidando sádicamente de mi incontinencia
urinaria cada jodido día, de cada jodido mes. – Sus ojos azules brillaron con
humor contenido. –Tienes un talento natural para introducir... Cosas.

Alcanzando mi máxima altura, le sostuve el rostro y rocé mis labios por los
suyos.

–Tal vez no sea tan natural de rodillas. – Su respiración se aceleró contra mi


boca. –Pero has clavado la parte de la inserción.

Lo besé, con la boca abierta y en carne viva, con el corazón palpitando y las
venas ardiendo de deseo líquido. Deslizando las palmas de las manos por su
espalda, lo tomé por la cintura, lo levanté y lo aplasté contra mi pecho. Sus
piernas se engancharon alrededor de mis caderas mientras lo atrapaba entre
mi cuerpo y la pared.

Una y otra vez, tomé su boca, devorando unos labios exuberantes que se
separaban tan pecaminosamente para mí, igualando mi hambre. Me hizo
arder la sangre, con sus brazos alrededor de mi cuello y sus dedos
hundiéndose en mi cabello, tirando apasionadamente. Dejé caer una mano
sobre su culo desnudo y presioné mis caderas contra su raja. Jaemin gimió
en mi boca, nuestras lenguas se enredaban, el calor se desbordó, nuestros
cuerpos dolían de deseo, lujuria y más felicidad con la que ninguno de los
dos sabía qué hacer.

Profundicé la conexión, abrumado por la sensación de este ángel envuelto a


mi alrededor, sus suaves piernas, sus gráciles miembros, cada músculo y
hueso vibrando con su necesidad de mí.

No quería volver a sentir gratificación sexual. No merecía el placer de


nadie, y menos de este chico. Pero con su boca acercándose a la mía en
señal de benevolencia, me hizo querer ser un hombre mejor. Me hizo querer
ser el que pudiera arrojar en mi camino.

Cometería felizmente un sacrilegio por Na Jaemin. Me condenaría al


infierno a cambio de este bendito y dichoso momento en sus brazos.

El rítmico tirón de sus dulces labios. Su cuerpo, caliente y resbaladizo, bajo


mis manos. Su personalidad adictiva y magnética, que me absorbía con
cada palabra, haciéndome delirar de adoración. Me estaba desgarrando por
las costuras. No quedaría nada que redimir cuando él terminara conmigo.

–Tenemos un par de horas. – Dije contra sus labios. –Antes de que el baile
termine y los estudiantes sean acompañados a sus habitaciones.

–¿Puedo quedarme un poco más? – Él temblaba como si estuviera


desesperado por mi contacto.

–Voy a buscar una camisa para ti.

Con su cuerpo entrelazado a mi alrededor y sus labios rozando los míos, no


me soltó. En su lugar, deslizó un dedo por la tira de botones de mi pecho.

–Quiero la que llevas puesta.

–Es tuya. – Dejé que mi cabeza cayera sobre mis hombros, ofreciéndole mi
garganta.
–Estás tan malditamente caliente. – Me besó a lo largo de la mandíbula,
tomándose su tiempo. Cuando llegó a la parte inferior de mi barbilla,
enganchó un dedo debajo de la lengüeta blanca y deslizó el collar de
plástico para liberarlo. Me giré y lo puse en el borde del tocador,
situándome entre sus piernas.

El anillo alrededor de su pene no era un obstáculo. Si perdía el control,


simplemente tiraría de este para que se corriera y me lo follaría hasta
hacerlo también. Además, si no quería joderle el culo, Jaemin tenía otro
agujero.

Su boquita insuperablemente irrespetuosa.

Lo quería todo. Todo de él. Pero no podía perder el control. No podía


tenerlo por las razones obvias. Así que viviría el momento -Jaemin, aquí, en
mis brazos- durante un par de horas.

Dejó a un lado la pieza de plástico del collar. Nuestras miradas chocaron.


Luego nuestras bocas. Nuestras lenguas. Saboreé las gotas de limón, sentí la
lujuria en su cuerpo como una corriente eléctrica y saboreé los gemidos que
surgían en su garganta. Sus dedos se pusieron a trabajar en los botones de
mi camisa, y nuestros ojos se encontraron entre besos salvajes y codiciosos.
La intensidad de su deseo me hacía palpitar la sangre.

Me aparté para gruñir:

–Me vuelves loco, Jaemin.

–Es una buena locura, ¿verdad? – Me quitó la camisa de los hombros y los
brazos, jadeando, besando mis bíceps y sonriendo contagiosamente. –¿Te
sientes vivo? ¿Libre? Nada supera esta sensación. Sé que estamos corriendo
un gran riesgo. ¿Pero la recompensa? – Se bajó del tocador y se acercó a
mí, pasando su boca por mi columna. –La recompensa es muy buena.

Había algo increíblemente erótico en la sensación de sus flexibles pezones


deslizándose contra mi espalda desnuda. Todas las zonas de placer de mi
cuerpo se encendieron. Me agarré la base de la polla a través de los
pantalones, apretándola lo suficiente como para evitar la necesidad de
correrme.

–Deberíamos salir de este baño antes de hacer algo que no podamos


deshacer. – Presionó su sonrisa contra mi omóplato.

Ya había roto mis votos y la mitad de las reglas de la escuela. Pero él tenía
razón. Había cosas que aún podía evitar, como quitarle la virginidad, dejarlo
en silla de ruedas y... Ser atrapado.

Si eso ocurriera, tendría que invertir en armas y un equipo de


guardaespaldas. Los Na no eran un grupo indulgente. Especialmente cuando
se trataba de su príncipe más joven. Tras ese pensamiento, me abroché la
camisa que él había pedido prestada y lo saqué del baño. Antes de que
pudiera detenerlo, pasó corriendo junto a mí y desapareció en mi
dormitorio. No debería entrar ahí. Realmente no debería. Pero mis pies ya
se estaban moviendo, persiguiéndolo.

Lo perseguiría hasta el fin del mundo.

–¿Sabes por qué mi madre eligió la Academia Clé? – Su voz cortó la fría
oscuridad.

Al cruzar la pequeña habitación, lo encontré en mi estrecha cama, jugando


con el aro que malditamente se había quitado entre los dedos. Él estaba
tumbado de espaldas, mirándome en la penumbra.

–¿Lo sabes? – La ira en su tono me hizo reflexionar.

–No.

–Ella negoció una fusión con otra familia. Los Lee aumentarán sus
posesiones, y el heredero de los Na obtendrá la tapadera perfecta para que
nadie sospeche jamás que le gusta comerlas dobladas. Gracias a la hija de
ellos.

–¿Jieun? – Mi estómago se hundió en una caída libre. –¿Espera que


contraigas matrimonio con ella?
–Es un acuerdo hecho. Los fondos fiduciarios están modificados. Los
contratos están firmados. Estoy aquí para conocer a mi futura esposa y
viceversa. Tal vez sea un buen hombre y le deje hacerme una mamada o le
robe su virginidad como un anticipo, un incentivo para que siga adelante
con esto. Ya sabes, ya que solo sirvo para eso.

La rabia me atrapó en su estrangulamiento y pintó mi visión de rojo.

La mataré.

El pensamiento se me metió en la cabeza mientras gritaba:

–Olvídate del fondo fiduciario. No necesitas su maldito dinero.

–Ahora no es tan sencillo. Si la fusión ya está en marcha, lo confirmaré


mañana, no podré marcharme. Tendría que correr, esconderme y hacer
ambas cosas mejor que su secuaz por el resto de mi vida.

–Ella no te matará.

–No, pero usará cualquier fuerza necesaria para asegurar que me quede con
la chica Lee como parte de esta fusión. Ni siquiera importa si me mantengo
aquí o regreso a Bishop's Landing. Nada de lo que haga cambiará mi futuro.
– Su voz se quebró. –Esta es la parte del diez por ciento, ¿no? La parte que
va a suceder me guste o no. Así es la vida.

Puse una rodilla en la cama junto a Jaemin y traté de dominar mi pulso


furioso. Luego me acosté con él y lo estreché entre mis brazos.

–Voy a resolver esto. – Besé su frente tensa y las lágrimas silenciosas que se
acumulaban en los pliegues de su boca.

–No vas a hacer nada, Jeno. Cualquier interferencia solo hará que te maten.

–No me subestimes, príncipe.

–No subestimes a mi familia. – Se acercó más, tocó nuestras frentes y me


pasó una mano por el cabello. –¿Podemos no hablar de esto esta noche? Si
solo tengo dos horas contigo, prefiero oír hablar de tu familia o de tu vida
antes de la Academia Clé o de cualquier cosa que no esté relacionada con el
futuro, es más ni siquiera tenemos que hablar.

Durante las dos horas siguientes, me propuse alejar sus pensamientos de


Lee Jieun. Lo abracé en la oscuridad y lo besé hasta dejarlo sin sentido.
Cuando salimos a tomar aire, le conté mi infancia con Jaehyun y nuestras
escapadas en monopatín por Seúl. Le hablé de mis padres, de su monótona
vida en los suburbios y de su sueño realizado de que yo fuera sacerdote.
Evité los temas relacionados con mi historia sexual y la tragedia que me
había traído aquí hace nueve años. Cuando abordó ese tema, lo besé hasta
que se olvidó de respirar.

Nunca había dado un beso que no condujera al sexo. Nunca había besado a
una alguien solo por besar. Pero besé a Na Jaemin durante dos horas. Lo
besé hasta que nuestros labios se entumecieron e hincharon y el sabor de su
boca se incrustó en mi alma.

Finalmente, lo ayudé a ponerse el traje manchado y lo acompañé de vuelta a


la residencia. Las luces del edificio estaban apagadas. Todo el mundo
asumió que había estado en la iglesia, a salvo con su profesor.

Necesitaba ser eso para él. Seguridad. Protección. Alguien en quien pudiera
confiar. Sin más cruce de líneas. Sin más besos. Sin más Jaemin desnudo en
mi residencia privada.

No volvería a tocarlo.

Esa fue la mayor mentira de todas.


▸ 𖥻 hola zorritxs ^^ ˑ 𖦹

⊹ ᨘ໑ ¡ la mentira es un pecado, Padre Jeno jsjs ! ▸

𖥦. si dejan un comentario y su estrellita, me harían sentir muy orgulloso y


feliz ♡

𖧷 ᜊ 𝐉𝐉_𝐌𝐎𝐍𝐒𝐓𝐀𝐗_𝟓𝟏𝟒 𖥻 .͘ 𝐈.𝐍
Ꮺ ָ࣪ capítulo 2O 𓂃

Duré cinco días.

Cinco días sin tocar. Sin besos. Nada de Jaemin desnudo.

Seguía ganándose los castigos todos los días, lo que equivalía a un castigo
después de clase conmigo y una Biblia. Sus retrasos y su boca irrespetuosa
se habían convertido en parte de nuestra rutina. Me daba motivos para
disciplinarlo, y yo utilizaba esos castigos para imposibilitar su participación
en actividades fuera del campus. Desde el Baile de Invierno, no había visto
a Lee Jieun, y lo mantendría así monopolizando su tiempo.

¿Era controlador? Absolutamente.

¿Me equivoqué al mantenerlo cerca? Es discutible.

Habíamos confirmado la validez de la fusión. No era información pública,


pero él tenía sus fuentes y yo las mías. Cuando llamó a su madre, Joohyun
no lo negó. Se esperaba que Jaemin se casara con Jieun, y yo estaba
dispuesto a cometer un asesinato en masa por ello.
El quinto día, después de que sonara el timbre final y se despejara mi aula,
se sentó en la primera fila y se quedó mirando a la nada al otro lado de la
sala.

–Pregúntame cuál será tu corrección de hoy. – Me levanté de mi escritorio.

–Más lecturas de la Biblia. – Gruñó su descontento.

–No.

–Sí.

–Pregúntame.

–No me importa. – Me sostuvo la mirada y su pecho se encogió con una


respiración resignada. –Bien. ¿Qué castigo cruel e inusual voy a soportar
hoy, Padre Jeno?

–Me alegro de que lo preguntes. – Me acerqué a la puerta e incliné la


cabeza para poder observarlo mientras giraba la cerradura.

Clic.

Se puso rígido. Mi piel se calentó.

–Vas a fregar los suelos.

El sonido de su aguda inhalación hizo que la sangre llegara a mi polla.

–Ya hemos estado aquí antes. – Murmuró. –No podemos hacerlo de nuevo.

–No, Jaemin. Definitivamente no hemos estado donde vamos hoy.

–¿Qué quieres decir?

–De pie. – Me acerqué, saboreando sus hermosas mejillas sonrojadas. La


excitación se veía tan jodidamente deliciosa en él.
Se impulsó para ponerse de pie y se enfrentó a mí cuadrando los hombros.
No esperaba menos de este sublime mocoso.

–Deberíamos saltarnos esto. – Sus ojos me observaron, agudos e


inquebrantables. –Podemos imaginarlo. Imagina que yo hago mis habituales
réplicas sexys e inteligentes. Tú haces tus sonidos de gorila poco
inteligentes. Yo pongo los ojos en blanco. Me das una nalgada, y los dos
volvemos a nuestras tristes habitaciones con dolor físico, despojados y
doloridos, porque seamos sinceros... – Bajó la voz, con frustración escrita
en sus rasgos. –Tres meses de jugar a la gallina gay no son divertidos, Jeno.
Es una agonía.

–Quítate los pantalones, y la ropa interior.

–Hablando de eso, ¿dónde está el maldito par de bragas que nunca


devolviste?

–Limpio y guardado con seguridad en su nuevo hogar bajo mi almohada.

Se deslizó en mi espacio, sus manos y su pecho se deslizaron por mi torso,


se levantó en los dedos de sus pies, su boca buscó la mía.

–Eres un pervertido.

–Solo por ti. – Aparté mis labios, negándome. Rocé mi nariz contra la suya
una, dos veces, burlándome de él. Luego di un paso atrás y extendí mi
mano, dominándolo. –Te he dado una orden.

Sus hombros bajaron y su mirada se entrecerró.

Aceptación. Rendición.

Deseo.

Todo lo relacionado con Jaemin era una tentadora, pervertida y prohibida


combustión lenta. Ni siquiera necesitaba tocarlo, y sentía que estaba
teniendo el mejor sexo de mi vida. Ya no se trataba de mantener mis votos.
Estos habían sido arrasados la noche que lo conocí. La noche en que él
arrasó con mi mente, consumió mis oraciones y se instaló en mi frío y
muerto corazón.

–Solo lo hago porque estoy aburrido. – Metió la mano lentamente por


debajo su dobladillo y deslizó los pantalones, luego, una fina línea de satén
rosa bajó también por sus piernas, con Jaemin mirándome fijamente a los
ojos todo el maldito tiempo. –Además, todos los seres pensantes saben que
cuando una criatura bien proporcionada, poderosa y de aspecto humano que
podría confundirse con un hombre, le pide la ropa interior, debe
entregárselas. Resistirse es inútil.

Su labio carnoso se blanqueó bajo la presión de sus dientes mientras me


arrojaba la ropa interior.

Recogí el trozo de satén y me lo metí en el bolsillo.

–Todavía estoy sufriendo de mi problemita con el baño. – Él arqueó una


ceja.

–Mejor aún, jodidamente.

–¿Lo dices en serio?

–A muerte.

–No podemos... – Echó una mirada furtiva a la puerta, su voz un silencio


urgente. –No podemos tener sexo. Y menos aquí.

–Lo que podemos y no podemos hacer es asunto mío. Tu única


responsabilidad es seguir mis órdenes y darme acceso a tu culo.

Podía rechazarme. Siempre existía esa posibilidad, y yo aceptaría su


rechazo sin represalias. Había sido muy claro con Jaemin en ese punto. Yo
no era como su madre. Nunca lo obligaría a hacer algo para mi propio
beneficio personal. Pero no estaba de más recordárselo.

–Di que no, y nada cambia. – Mantuve mi mano extendida entre nosotros. –
Tú significas más para mí que todo el dinero y el sexo del mundo.
–Jeno...

–Tú tienes todo el poder entre nosotros. Siempre lo has tenido.

–Lo sé. – Apoyó su pequeña mano sobre la mía, más grande. –En realidad,
no he vuelto con mi problema. ¿Eso te decepciona?

Mi corazón latía con fuerza mientras cerraba mis dedos alrededor de los
suyos y lo atraía contra mi pecho.

–Hay otras formas de hacer tu polla gotear. – Lenta y sensualmente, deslicé


la mano y acaricié la suave carne de su erección.

Luchando contra el impulso de enterrar mis dedos en él, mis falanges


continuaron descendiendo y jugué con su entrada fruncida, lo rodeé, lo
acaricié y, en cuestión de segundos, sentí el resbaladizo chorro de su
excitación empapando contra su abdomen.

Hundir mi polla dentro de esta parte gloriosa y sagrada de Jaemin sería el


honor de toda una vida. Era la única línea que me negaba a cruzar. Ya me
había tomado demasiadas libertades con él, había roto demasiadas leyes.

Pero no debía tomar su virginidad. No me la merecía.

–Ya sabes dónde están los artículos de limpieza. – Lo solté, volví a mi


escritorio y abrí el portátil.

Sus manos se dirigieron a las caderas, con una expresión febril de hambre y
frustración. Pensó que era yo quien lo castigaba todos estos meses, pero era
él quien tenía las garras, los dientes y los grilletes puestos. Si se pavoneaba
aquí y se sentaba en mi polla, se la daría, cada centímetro, en cualquier
momento y posición que quisiera.

Iría a la cárcel por él.

Sangraría por él.

Me preguntaba si había algo que no haría por Na Jaemin, y ese pensamiento


era un tormento en sí mismo. Él tenía el poder de nivelar mi mundo.
Durante la siguiente hora, fregó el suelo de manos y rodillas con solo su
camisa puesta. A mitad de camino, se detenía, observaba por encima de su
hombro y finalmente, fingía una caída que dejaba a relucir aún más su
precioso culo en forma de corazón.

–Una mierda degradante. – Se arrastró junto a mi silla, cada palabra que


salía de su boca me ponía duro como una piedra. –Pervertido fetichista.

Moviéndose a cuatro patas, arqueó sus nalgas desnudas en el aire, dándome


una visión parcial de su polla goteante de presemen.

–No creas que no me he dado cuenta de la campaña que llevas en los


pantalones. – Me sonrió por encima del hombro. –Es difícil no darse cuenta.

Se arrastró por la esquina, perdiéndose de vista, dejándome dolorido,


palpitando, agarrando el reposabrazos para no sacar mi polla y
masturbarme.

No podía soportarlo. Ni un segundo más de esta tortura. Mis pies ya se


movían, mis pasos rodeaban el escritorio. Unos enormes ojos azules en un
rostro delicadamente élfico me miraban acercarme. El cabello rubio
brillante caía en su frente. Una lengua rosada se asomó, mojando sus suaves
labios, y el maldito corazón se me aceleró contra la caja torácica.

–Levántate. – No esperé a que obedeciera. Con un puño en su cabello, lo


puse de pie y lo incliné sobre mi escritorio, con el culo hacia arriba.

–Oh Dios. –Jaemin gimió, su respiración estalló en pedazos. –Quiero esto,


pero no quiero que te resientas conmigo. Tus votos...

Los sacerdotes rompían sus votos todos los días. Solo perdían su trabajo si
los atrapaban.

Me lo guardé para mí mientras separaba sus pies y agarraba sus muslos.


Acomodando sus caderas para empujar hacia arriba y hacia afuera, me
incliné y enterré mi cara. Con mis dientes contra su sexy y tonificado culo,
le di agudos mordiscos de dolor entremezclados con lánguidos y
arremolinados besos. Se movía y se retorcía mientras yo avanzaba hacia su
abertura. Cuando mi lengua llegó a su codicioso y palpitante ano, se levantó
sobre las puntas de los pies, se aplanó sobre los talones y soltó sonidos
irregulares destinados solo a mí.

Arrasé con su carne, tratando de adentrarme en el anillo de músculos, con


mi nariz enterrada en la hendidura y su celestial aroma a vainilla
embriagando mis sentidos. Con cada pasada por su abertura, mi lengua se
aventuró más profundamente, logrando penetrarlo. Los movimientos fueron
efectuados con más agresividad, retorciéndose, sacudiéndose y haciéndolo
gemir.

Sabía a inocencia y a pecado, a tentación y a ruina, no podía dejar de


comerlo, chuparlo y beberlo como un adicto cuyo único pensamiento era
consumir, complacerse y aprovechar el momento.

Comerle el culo a Na Jaemin era, sin duda, mi nuevo pecado favorito.

–Por favor. – Se agitó sobre mi escritorio, sus manos arañando mis papeles,
su cuerpo convulsionando, temblando, deseando correrse.

Lo conduje hacia el orgasmo y, justo antes de llegar a la cima, apreté la base


de su polla mientras alejaba mi lengua de su entrada. Una y otra vez, lo
llevé hasta allí, navegando hasta la cúspide, provocando, alcanzando el
punto máximo y tambaleándose en ese borde afilado. Con la frenética
necesidad que palpitaba bajo su piel y se acumulaba entre sus piernas, me
detuve, me recosté y esperé.

–Por favor. – Susurró, temblando, meciéndose, jadeando. –Jeno, por favor,


fóllame. Deja que me corra. Sácame de mi miseria, maldito seas.

Música para mis oídos.

Durante la siguiente hora, le mostré cómo un sádico hacía rogar a su


contraparte.

Le enseñé mis lecciones en el pecado.


–Te odio. – Se tumbó boca abajo sobre mi escritorio en un charco de
escalofríos y desesperación. –Por favor, por favor, por favor. Te lo ruego.
Haré cualquier cosa.

Inclinándome hacia delante, me estiré sobre su espalda y apoyé mi frente en


su columna. Con dos dedos ahora enterrados en su aflojado culo, gemí al
sentirlo, con espasmos, tan caliente y necesitado. Él no se había corrido. Ni
una sola vez desde que empezamos. Pero estaba a punto de explotar, e iba a
ser el mejor puto orgasmo que jamás había experimentado.

Giré mi muñeca, pasando mis dedos por su carne deliciosamente estrecha


para alcanzar su próstata. Mi otra mano bajó mi bragueta. El sonido de la
cremallera lo hizo inclinar el cuello, pero no pudo ver mi erección. Lo
saqué por debajo del borde del escritorio y apreté con el puño la pesada
longitud.

Nunca había estado tan dura. Ni siquiera se sentía como mi polla. Era un
maldito bate de acero envuelto en fuego.

Mientras lo jodía intensamente con mis dedos, se echó hacia atrás y me


agarró el culo. Sus uñas se hundieron en la piel por encima de mi cintura.
Los pinchazos de calor en los lugares en los que sus apasionadas falanges
me sujetaban se convirtieron en sacudidas de electricidad que me llegaban
directamente a la ingle, gruesas y fundidas.

Con mis muslos apretados contra los suyos, una mano trabajando en su
agujero y la otra acariciando la longitud de mi polla, apreté mi frente contra
su columna y marqué el crescendo de sus sonidos.

Respiraciones frenéticas. Gemidos guturales. Placer estrangulado.

Jaemin estaba allí, tenso, temblando violentamente. Entonces enterró su


boca en el pliegue de su brazo y rugió silenciosamente su liberación.

Mi garganta se cerró en torno a un grito ahogado mientras apretaba la


corona de mi eje y hundía los dedos hasta la raíz, de forma brusca, errática,
corriéndome con él, tragándome mis gemidos y chorreando en el suelo.
Mientras recuperábamos el aliento, me aparté y lo estreché entre mis
brazos.

Luego lo besé lenta y suavemente, disfrutando de la sensación de sus


miembros sueltos, satisfechos y de sus suspiros de satisfacción.

–Tienes que terminar los pisos. – Me mordí el labio. –Tienes un desastre


que limpiar.

Sentado en mi escritorio, con los brazos y las piernas enroscados en mi


cuerpo, miró las rayas de semen en el suelo entre nuestros zapatos. Tarareó
felizmente y volvió a acercar sus labios a los míos. Sus dedos se enredaron
en mi cabello mientras mi lengua daba perezosos paseos por su boca.

Tomando prestado el tiempo. Robando momentos.

Hasta que sonó un golpe en la puerta.

Mi pulso se aceleró.

Jaemin se apartó de un empujón, agarrando sus pantalones y colocándolos


malamente a una velocidad inhumana. Luego, se tiró al suelo, buscando
frenéticamente el cubo. Otro golpe impaciente llegó mientras cruzaba la
habitación y abría la puerta.

–Hola, Padre Jeno. – Jungwoo sonrió coquetamente, sosteniendo un portátil


y revolviendo su cabello. –¿Está usted...? – Dobló el cuello para ver a mi
alrededor. –Oh.

Seguí su mirada hacia Jaemin, que estaba limpiando mi semen del suelo.

Estaba mal. Inmoral. Ilegal.

Pero no se sentía mal.

Nunca nada se había sentido tan bien.

–Necesito ayuda con la tarea de cálculo de hoy. – Ronroneó Kim, haciendo


que se me erizara la piel.
No quería ayudarlo. No quería hacer este trabajo. Ahora mismo, todo lo que
quería era mi ángel dorado extendido por mi escritorio y gritando mi
nombre.

–Pase. – Señalé la primera fila. –Enseguida estoy con usted.

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⊹ ᨘ໑ ¡ el show terminó, nos vemos pronto criaturas del señor ! ▸

𖥦. si dejan un comentario y su estrellita, me harían sentir muy orgulloso y


feliz ♡

𖧷 ᜊ 𝐉𝐉_𝐌𝐎𝐍𝐒𝐓𝐀𝐗_𝟓𝟏𝟒 𖥻 .͘ 𝐈.𝐍
Ꮺ ָ࣪ capítulo 21 𓂃

Esto fue un error.

Me senté en el confesionario y apoyé la cabeza en el panel de madera que


había detrás de mí. No quería estar aquí.

Al otro lado de la pantalla, el penitente, un niño de Clé de voz suave,


susurraba en la oscuridad sobre los pecados habituales: desobedecer a sus
padres, copiar en los deberes y maldecir con los amigos.

Ya lo había oído todo, pero ahora no lo escuchaba. Mi mente inquieta corría


por una sola vía que empezaba y terminaba con Na Jaemin. Habían pasado
tres semanas desde el Baile de Invierno, y en esas semanas, había pasado
muchas horas con mi cara enterrada entre sus nalgas. Cada vez que tenía la
oportunidad, lo ponía sobre mi escritorio, lo abría y me deleitaba con su
cuerpo.

El interior de sus muslos presentaba abrasiones de mi mandíbula. Los


moratones de mis dedos salpicaban sus caderas. Las marcas de mis
mordiscos decoraban su pecho. Aunque no pude mantener mis manos y mi
boca lejos de él, tuve suficiente contención para evitar que me tocara.
Masturbarme donde Jaemin no podía ver mi mano ya era bastante malo.
¿Pero poner mi asquerosa polla encima, dentro o cerca de él? Eso estaba
fuera de discusión. Nana era demasiado puro y decente.

Demasiado bueno para mi empañada existencia.

Justificaba cada interacción diciéndome que le estaba dando placer y


haciéndolo feliz. Pero al final del día, sabía que lo que estaba haciendo era
egoísta, imprudente y equivocado. Necesitaba parar. Tenía que dejarlo ir.

–¿Padre? – Preguntó el chico a través de la abertura enrejada. –¿Está ahí?

Él no podía verme. Solo podía distinguir una vaga silueta suya. Lo había
ignorado por completo y me había olvidado de que estaba allí.

–Sí. – Me aclaré la garganta.

–He dicho que eso es todo, Padre. Esos son mis pecados.

–Por tu penitencia, reza diez Avemarías...

Intenté prestar atención durante la siguiente hora de confesiones, pero mi


corazón no estaba en ello.

¿Había estado mi corazón en esto?

Necesitaba la estructura y el orden. La vida disciplinada del sacerdocio me


ayudó a reprimir la violencia y los malos pensamientos que llevaba dentro.
Hoy era el último día de clase antes de las vacaciones de Navidad. Para
mañana, el pueblo sería un pueblo fantasma. Con la excepción de algunos
miembros del profesorado, todos se irían durante las próximas tres semanas.
Jaehyun se iba a Seúl a visitar a su madre. Debería ir con él y ver a mis
propios padres, pero no lo haría. Ya no era cercano a ellos. Había arruinado
esa relación hace muchos años.

La semana pasada, envié un informe satisfactorio a Na Joohyun,


asegurando que Jaemin podía pasar la Navidad con su familia. Él partía esta
noche hacia Bishop's Landing. Durante tres semanas. El pensamiento era
debilitante. En lugar de celebrar el indulto que tendría de los estudiantes, lo
lamentaba. Temiendo su partida.
Este tipo de comportamiento no era yo. No echaba de menos a la gente. No
me importaba nadie, menos un jodido niño con cabello claro y rostro
angelical. Sin embargo, aquí estaba, nadando en un mundo al revés en el
que todo lo que quería era estar con ese chico al que no podía tener. Aquel
que podía frustrarme, excitarme y encenderme como ningún otro.

No quería esto. No estos sentimientos, la incertidumbre, el hambre, el


maldito miedo sin fin. Rezar debería ser algo natural para un hombre de mi
vocación, pero nunca había sido así para mí, y ciertamente no lo era ahora.
No podía rezar por esto. No podía hablar de ello con Jaehyun. No sabía
cómo poner nada de esto en palabras.

Me di la vuelta, tanteando en la oscuridad y perdiendo el rumbo. Mirara


donde mirara, él estaba allí. Porque Jaemin era el único lugar donde quería
estar.

El confesionario era una puerta giratoria. Los estudiantes y profesores de


ambas escuelas iban y venían para confesarse antes de las vacaciones de
Navidad. Estaba previsto que me sentara aquí durante varias horas para
asegurarme de que todos tuvieran la oportunidad de confesarse entre sus
clases o durante el almuerzo. Al final de mi turno, había escuchado a la
mayoría de los estudiantes. Excepto de Jaemin.

No lo haría. Él no practicaba los sacramentos a menos que lo obligaran.

La puerta se abrió con un nuevo penitente, y reconocí su voz


inmediatamente. Jieun se lanzó al diálogo formal y yo apreté los dientes
para no decir nada.

Luego confesó sus pecados.

–Ya sé con quién me voy a casar. – Dijo. –Cuando me gradúe, mis padres
me van a entregar a él, y al principio no me entusiasmaba. Al ser la única
heredera de mi familia y todo eso, siempre supe que tendría un cierto tipo
de marido, uno que se adaptara específicamente a mí y a nuestra clase. Pero
no me entusiasmaba la idea. Hasta que lo conocí. – Tomó aire. –Es
malditamente sexy. Como un perfecto diez de arriba y abajo.
No podía ver sus putos gestos, pero en unos dos segundos, iba a ver mi
puño de mierda.

–Sé que es usted, Padre Jeno. Pregunté quién iba a confesar hoy. Así que la
razón por la que estoy aquí es para decirle que le des algo de tiempo libre.
No lo he visto mucho desde el Baile de Invierno, y no responde a mis
mensajes o llamadas. Me asusté un poco con lo de su escena en el suelo. Lo
que sea. Necesito que Jaemin y yo aclaremos cómo van a ser las cosas. Él
solo va a la escuela aquí para que podamos conocernos. Así que necesito
que libere su horario y le dé algo de tiempo para mí, si sabe lo que quiero
decir.

–No, Jieun. – Mantuve la voz uniforme, a pesar del alboroto que se


desataba en mi interior. –Me temo que no sé a qué te refieres.

–Voy a ser su esposa. Puedo hacer lo que quiera con él. – Tosió. –Después
de casarnos, por supuesto.

–¿Esta es tu confesión?

–Bueno... No, no tengo ningún pecado que discutir.

–Fuera de mi confesionario. – Al no oír ningún movimiento, me incliné


hacia la mampara enrejada y rugí: –¡Fuera!

Se puso en pie y corrió, cerrando la puerta tras de sí.

Me deshice de esa sensación, temblando, con el corazón golpeando en mi


pecho. Apenas logré pasar las dos confesiones siguientes sin atravesar la
pared con los puños. Luego me senté en silencio, a solas con mis ruidosos y
tumultuosos pensamientos.

La situación de Lee Jieun era un maldito y delicado lío. Los Na no eran la


mafia. Eran peores. Insidiosos, reservados y sutiles en su brutalidad. Si
levantaba un dedo para interferir en sus negocios, mi cuerpo nunca sería
encontrado.

Como si eso me detuviera.


No importaba lo que pasara entre Jaemin y yo, no me quedaría de brazos
cruzados viendo cómo era privado de todo lo que consideraba suyo y se
arruinaba con una pequeña imbécil.

Con los codos apoyados en las rodillas, dejé caer la cabeza entre las manos
y traté de medir mis respiraciones. Pasaron los minutos. Consulté mi reloj.
Era la hora de cerrar. La puerta se abrió y se cerró. Alguien se arrodilló al
otro lado de la pantalla, haciendo crujir el escalón acolchado. Apreté la
mandíbula, debatiendo la prudencia de mandar a la mierda a quien fuera.

Jaemin me está acabando.

–Perdóname, Padre, porque he pecado. – Su encantadora voz cortó mi


impaciencia y derritió mi ira. –Esta es mi segunda confesión.

Detonando el pulso, me incliné hacia la pantalla y apoyé la palma de la


mano en la celosía.

–Estoy escuchando.

–Uf. – Exhaló un suspiro. –Temía que no fueras tú el que estuviera ahí


detrás.

–¿Por qué estás aquí?

–Para confesar. – Su silueta se acercó y su palma presionó la mía al otro


lado de la pantalla. –Probablemente no sea una gran confesión. Es bastante
obvio que tengo sentimientos por ti. Sentimientos que no debería tener por
alguien de mi mismo sexo. O por un sacerdote. Tal vez no debería anhelar
las cosas que hago, pero realmente necesito... Te necesito.

Una brasa caliente se formó en mi garganta y bajé la mano.

–¿En capacidad de qué me necesitas?

–En todas las capacidades. En todo. Pero podemos empezar con tu polla.
Quiero verla...

–Detente.
–...Tocarla, ponerla en mi boca, y...

–Suficiente.

–...Montarla. – A través de la nebulosa pantalla, su trabajosa respiración


perseguía la mía. –¿Qué escondes, Jeno? ¿Qué quieres?

Mi autocontrol se aferraba a un hilo muy fino. No confiaba en mí mismo


para hablar.

–Si se trata de lo que soy, o de tus votos. – Susurró. –Lo entiendo. Te dejaré
en paz. Me... Iré. Pero la forma en que me tocas, la forma en que me besas...
– Su voz tembló. –No creo que esté solo aquí. ¿Lo estoy? ¿Solo?

Me clavé los nudillos en los muslos, luchando contra cada palabra egoísta
que quería gritar. Quería su cuerpo. Quería su mente. Quería su jodida alma.

Malditas sean las consecuencias.

–De acuerdo. – Endureció su tono. –Bien. Solo pensé que, ya que Lee Jieun
viene por mí, podría disfrutar de algo que realmente me gusta solo por un
tiempo. Suena tan egoísta, pero no... No quiero que sea una mujer quien me
tenga primero, no quiero que sea ella a quien le entregue todo primero.

Cada mierda dentro de mí se rompió, explotando en una rabia cegadora. Un


segundo, estaba volando fuera de mi cabina, y al siguiente, estaba dentro de
la suya, con un puño en su cabello y su cuerpo pegado a la pared debajo de
mí.
–¡Jeno! ¡Ay! – Me agarré al puño en mi cabello y me giré, encontrándome
frente a frente con la ira del infierno.

Llegó a mí con el caos en su sangre y la destrucción en su voz.

–Esa perra nunca te tocará. Ni ella ni nadie. – Sus músculos se tensaron. –


¿He sido claro?

–Oh, estás siendo locamente claro. Loco es la palabra clave.

Joder, estaba enfadado. Nunca lo había visto tan desquiciado como para no
ser consciente de sus actos. Estábamos en la iglesia, en el maldito
confesionario, por el amor de Dios, y se había colado como un cavernícola
que se golpea el pecho y agarra por los pelos.

No había nadie en la iglesia cuando llegué, pero ¿y si alguien entraba


después?

–Espero que nadie haya presenciado tu dramática entrada en mi cabina. –


Impulsé mi mano hacia la puerta para comprobarlo.

Se me adelantó, abriéndola lo suficiente como para ver el exterior antes de


volver a cerrarla.

–La iglesia está vacía. ¿Quién te acompañó hasta aquí?

–Padre Qian. Corrió al teatro para hacer algo en la sala de música. Dottori,
necesitamos...

–Arrodíllate.

Una palabra, una sola orden, y estaba temblando. Poseído. Fue mi


inquebrantable necesidad de él lo que me hizo inclinarme hacia el suelo.

Me había arrodillado por él de todas las maneras posibles en los últimos


cuatro meses, pero esto era diferente. Esta vez podría ver su polla, tocarla,
rodearla con mis labios. No tenía que decir nada. Vi el dominio y la lujuria
implacable en sus ojos. Su respiración era estruendosa, fuerte y explosiva,
cargando el aire y obligando a mi corazón y mis pulmones a trabajar más
rápido.

Una luz tenue se filtraba por debajo de la puerta y en algún lugar del techo,
permitiéndome ver las sombras de sus severas facciones y las manos en su
cintura. De pie ante mí, se abrió el cinturón. Se bajó la cremallera.
Entonces, antes de que pudiera parpadear, tenía su polla en la mano.

Dura y larga, dominaba el espacio entre nosotros, parada justo en mi rostro,


a milímetros de mi boca. Había esperado tanto tiempo para ver esto, y todo
lo que podía hacer era mirar. Estaba tan bien formada. Rígida. Gruesa. Más
gruesa que cualquier otra polla que hubiera visto. Mi pulso se estremeció y
saltó. Separé los labios, deseando besar, lamer y tomarme mi tiempo. No
me dio ninguna oportunidad. Con una mano despiadada en mi nuca y un
brusco movimiento de sus caderas, se clavó en mi garganta.

Me atraganté, me ahogué, y oh, Dios mío.

Dios mío de los homosexuales, era enorme.

Mis manos volaron hacia los lados, buscando algo a lo que agarrarme
mientras él empujaba más profundamente en mis vías respiratorias,
expulsando el oxígeno de mi cuerpo. No podía respirar. Intenté retirarme,
pero la mano que tenía en la cabeza se cerró en un puño en mi cabello. Su
otra mano me agarró por el cuello, manteniéndome inmóvil, haciéndome
soportar cada centímetro de su rabia.

Las lágrimas salían de mis ojos. La saliva me chorreaba por la barbilla y mi


garganta se contraía mientras él me follaba el rostro dolorosa y
repetidamente. Gimió, retrajo sus caderas lo suficiente para que trague
saliva antes de volver a introducirse. Mis brazos se agitaron, golpeando los
suyos, mis manos empujando, las uñas arañando. Sin inmutarse, se retiró
bruscamente y volvió a introducirse en mí.

Jadeé, tragando saliva entre empujones, mi agarre a sus brazos era brutal,
desesperado e ineficaz. Con un cruel tirón de mi cabello, me apartó la boca
de él. Agarrándose a sí mismo por la empuñadura, deslizó la corona húmeda
sobre mis mejillas y labios, luego me golpeó en el rostro con ella.
–Jeno...

Volvió a introducirse en mi boca, estrangulando mi voz, mi respiración,


cada brutal empujón golpeando mi garganta hasta convertirla en una pulpa
magullada.

Me volví loco, resistiéndome y sacudiendo los grilletes de carne y


testosterona, pero mis esfuerzos por frenarlo no funcionaban. Golpearlo y
sacudirlo solo lo hacía más malo, más agresivo. Se alimentó de mi energía
vulnerable como un depredador con impulso de presa. Independientemente
de si quería esto -maldita sea, lo quería-, no dejaría que me hiciera daño.

Luchando contra mis reflejos, obligué a mi cuerpo a ceder bajo la feroz


flexión de sus caderas. Desclavé los dedos y los extendí sobre sus
abdominales, suavemente, con ternura. Luego acaricié su cuerpo. Introdujo
su polla en mi boca como un émbolo mientras yo lo miraba fijamente,
amándolo con mis ojos, adorándolo con mis manos en su pecho y
acariciándolo con mi lengua en su eje.

Una ráfaga de aire escapó de su garganta, un gruñido estrangulado.


Entonces sus dedos se aflojaron en mi cuello. El puño en mi cabello se
deslizó hacia mi rostro, ahuecándolo. Su bombeo disminuyó hasta
convertirse en un balanceo, sus caderas giraban sensualmente, rozando, y su
mirada brillaba con más lucidez. Su naturaleza violenta y carnal acechaba
en las profundidades, pero su disposición era más tranquila, más controlada.
Y ese control era un asalto peligroso en la seducción.

Con sus manos sosteniendo mi rostro y su polla acariciando mi boca con


diabólica precisión, asedió mi deseo. Todo lo que quería estaba delante de
mí, mirándome con algo parecido a la veneración. ¿Cómo no iba a
desmayarme? La curva sensual de sus labios, la mandíbula tallada, la
sombra de su perfilado rostro y el cabello rubio desordenado, lo
suficientemente largo en la parte superior como para enredarse en el calor
del momento: era la representación de un escultor de la masculinidad
perfecta, cincelada en rico mármol.

Una obra de arte magistral creada en homenaje al dios de la belleza.


Me sentí jodidamente privilegiado por tener a este hombre en mi boca. La
presión reivindicativa en mi garganta. El delicioso sabor de él en mi lengua.
Los sonidos guturales en su pecho hechos solo para mí. Sus poderosas
piernas se flexionaron con el giro de sus caderas. La dura madera se clavó
en mis rodillas. Y mis manos, en contacto con tantos grupos musculares
afilados, vagaron y exploraron hasta llegar a las crestas duras como una
roca de su culo.

Que Dios me ayude, mis dedos encontraron el cielo, trazando los bordes
tallados y escarbando en su robusta musculatura. Cuando presioné en el
valle caliente entre sus nalgas, sus glúteos se apretaron, casi rompiendo mis
dedos.

Solté un grito indigno, que él cortó con una profunda embestida. A medida
que su ritmo aumentaba, me concentré en chupar, en hacer girar mi lengua y
en abrir mi garganta. Eso lo hizo enloquecer, y supe que estaba cerca.
Presionó, clavando sus caderas con un propósito, persiguiendo su
liberación. Los sonidos gruñones y animales que emitió fueron los más
eróticos que jamás había escuchado.

Sucio. Pecaminoso. Peligroso.

Con sus manos controlando el movimiento de mi cabeza, se sacudió contra


mis labios, sus pelotas calientes contra mi barbilla. Entonces se corrió, y por
Dios, no hubo forma de sofocar la fuerte y convulsa respiración. Se enterró
hasta la raíz, dejó caer la cabeza hacia atrás sobre sus hombros y soltó
fuertes y calientes chorros de semen salado.

Durante largos segundos, se esforzó por tomar aire, follando perezosamente


mi boca como si tratara de ordeñarse hasta la última gota.

–Joder. – Sus pulgares me acariciaron distraídamente las mejillas mientras


me miraba aturdido, con su polla palpitando contra mi lengua.

Se apartó lentamente, retirándose por completo. Luego se inclinó por la


cintura, un destello de crueldad parpadeando en sus ojos azules mientras me
agarraba la mandíbula, manteniéndola cerrada.
–Traga.

Aparté su mano de un manotazo y abrí la boca, sacando la lengua.

–Ya lo hice.

Me puso de pie. Una pierna musculosa se interpuso entre mis muslos. Unas
manos fuertes me agarraron las muñecas, clavándolas en la pared a mi
espalda. Entonces me besó, sus firmes labios se apoderaron de los míos con
pasión y propósito, su lengua hambrienta invadió y reclamó cada hueco de
mi boca.

Nunca me habían besado como lo hizo este hombre. Sus labios hicieron el
amor con los míos con tal maestría y calor que parecía una experiencia
extra-corporal. Como si nos encontráramos en otro plano, flotando y
entrelazados en un reino que solo nos pertenecía a nosotros.

Movió sus manos, colocando una palma en mi garganta y la otra contra mi


nuca, atrapando mi cuello y controlando el ángulo de mi cabeza y la
posición de mi boca. Me besó así, sujetando mi estructura mucho más
pequeña en la jaula de la suya. Una jaula de poder, influencia y potente
sexualidad.

Mis labios obedecieron a su boca. Mi mirada siguió sus ojos. Mis manos se
aferraron a sus musculosos antebrazos y todo mi cuerpo quedó colgando de
su fuerte agarre mientras me besaba. Con cada presión de su cálida lengua,
mi polla se apretaba más contra la tela, mi agujero tornándose más
hambriento. Su boca caliente y húmeda avivó las llamas de mi interior y, en
cuestión de segundos, me levantó contra la pared, metió la mano dentro de
mis anchos pantalones del uniforme y me abrió las piernas.

El pantalón desaparecido, apenas su rígida polla se apretaba contra mi ropa


interior elevada en una tienda de campaña. Listo, esperando.

Por favor, no esperes.

No me importaba dónde ni cómo. Lo único que importaba era quién. Tenía


que ser él. Sentí que había esperado toda mi vida para que este hombre me
tomara de todas las maneras posibles. Su mirada dura aprisionó la mía.
Metió un dedo bajo la entrepierna de las bragas, apartando la endeble
barrera. Su mirada no se apartaba de mí, el brazo que me rodeaba la espalda
me sostenía mientras él apretaba su polla contra mi entrada.

Mi respiración se agitó, y la suya resonó. Me retorcí, y él dudó, sus manos


temblando contra mi piel sobrecalentada. Maldita sea, olvida la
preparación. No tengas conciencia ahora.

Fóllame, Jeno. Por favor.

–¿Jaemin? – La voz del padre Qian sonó desde el otro lado de la puerta. –
¿Sigues ahí?

Mi corazón se detuvo, se reanudó y giró en mi garganta. Empujé a Jeno,


pero no se movió. Su rostro no mostraba ninguna emoción. Ninguna
reacción en absoluto.

¿Estaba en shock?

Hice varios tragos rigurosos, esperando fortalecer mi voz.

–Ya estoy aquí. Ya casi he terminado.

–¿Estás con el Padre Jeno? – Sus pasos se alejaron, caminando hacia la otra
cabina. –Ya veo. Parece que no está aquí.

–Tuvo que salir. – Empujé más fuerte contra el pecho del aludido,
obligando a sus brazos a soltarme. –Creo que necesitaba usar el baño.

–Puedes terminar tu confesión en otro momento, entonces. Tengo que


volver al campus.

El pomo de la puerta se torció.

Mierda, mierda, mierda.

–Sí. – Agarré el pomo, manteniéndolo cerrado. –Voy a terminar mis


oraciones. Ya salgo.
Casi tuve sexo.

En un confesionario.

Con un sacerdote que parecía heterosexual.

Y que claramente no era tan heterosexual.

Ahora sería un buen momento para empezar a rezar.

Cuando el viejo sacerdote se alejó, volví a dirigirme a Jeno. Su cara no era


de asombro. Sus rasgos se retorcían de asco. Arrepentimiento. Vergüenza.

Mi pecho se contrajo y mi mente se puso en espiral. Pero en lugar de


centrarme en los "podría", tenía que ocuparme del "ahora". Los pasos del
padre Qian. La expresión de Jeno. El peso de su mirada. Su mano
levantándose hacia mi rostro. La aparté de un golpe. Mis pantalones. Los
subí. La ropa interior. Camisa. El cabello. Todo estaba en su lugar.

Para cuando llegué a la puerta, me dolía el pecho por el estrés y el pulso se


me aceleraba por el cansancio. Pero no podía irme sin mirar atrás.

Al girarme, me empapé de su mandíbula dura como una roca, la línea plana


de unos labios sensuales, la arrogancia de unas facciones perfectas y sus
ojos. Casi me derrumbé ante la muestra de penitencia que había en su
rostro.

Bueno, estaba en el lugar correcto para expiar su culpa. Podía sentarse y


rezar un Acto de Contrición a gusto.

Tenía que irme.

Apoyándome en las puntas de los pies, dejé un beso en esos labios


melancólicos e insensibles.

Luego me escabullí por la puerta y caminé hacia el padre Qian como un


buen chico.
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feliz ♡

𖧷 ᜊ 𝐉𝐉_𝐌𝐎𝐍𝐒𝐓𝐀𝐗_𝟓𝟏𝟒 𖥻 .͘ 𝐈.𝐍
Ꮺ ָ࣪ capítulo 22 𓂃

Dos horas después, un conductor de los Na discretamente armado llegó para


llevarme a Bishop's Landing. No había visto a Jeno desde nuestra mamada
confesional, y todo entre nosotros se sentía tan tenso y sin resolver. No solo
me había dejado absolutamente hambriento, sino que además no podía dejar
de ver esa mirada sombría en su cara: su aversión y su culpa, no conmigo
sino consigo mismo.

Al salir del edificio principal con mi maleta, busqué su presencia en el


campus. Autos de lujo con chóferes personales se alineaban en el camino
hacia la puerta. Un mar de acero negro, esperando para llevar a los
estudiantes de vuelta a sus mansiones.

No quería ir. Qué jodidamente irónico.

Había invertido tanto tiempo y esfuerzo en que me expulsaran para poder


volver a casa. Pero nada cambiaría mi futuro en este momento. Solo quería
pasar el poco tiempo que me quedaba con Jeno. Excepto que no estaba a la
vista. Eso era extraño. Normalmente estaría en la entrada principal,
despidiendo a todo el mundo.
Me estaba evitando.

Saqué mi teléfono y le envié un mensaje.

Yo: ¿Dónde estás?

Apareció Leído en cuestión de segundos.

–Buenas noches, señor Na. – Mi guardaespaldas armado y conductor se


acercó a mí y tomó mi bolso. –Acercaré el auto.

–Puedo caminar.

–Está más allá de la puerta, señor. Si no le importa esperar...

–Puedo caminar. – Pasé junto a él, mirando mi teléfono.

Jeno nunca respondió. No es inusual. Rara vez nos comunicamos de esta


manera. Demasiado incriminatorio.

Envié otro mensaje.

Yo: Quiero despedirme.

Su respuesta fue inmediata.

Jeno: Vete a casa, Jaemin.

Mi pecho se apretó dolorosamente.

Me volví hacia el edificio principal y sondeé las ventanas del tercer piso
hasta llegar a la suya. Reconocería su severa silueta en cualquier lugar, y
allí estaba, de pie tras el cristal, envuelto en inquietantes sombras.

Observando. Evitando.

–Oh, ¿va a ser así? – Levanté la mano y le hice un gesto universal.


A mi lado se oyó un grito ahogado, el de la madre de alguien que tenía los
ojos muy abiertos y se aferraba a sus perlas. También la hice callar. Sin
comprobar su reacción, giré e hice un espectáculo de sacudir el culo en mis
sexys y ajustados pantalones, dándole una visión burlona durante todo el
camino a través de la puerta y hasta el auto que esperaba más allá.

En el momento en que estaba dentro del sedán y me alejaba de la Academia


Clé, todo el descaro y la confianza en mí mismo se evaporaron, dejando la
tristeza a su paso. Y la soledad.

Le había rogado a Renjun que pasara las vacaciones de Navidad conmigo


en Bishop's Landing. Pero él ya había hecho planes para quedarse en el
convento de Vermont donde creció. Me hubiera gustado hacerlo cambiar de
opinión. No quería pasar las seis horas de viaje solo con mis pensamientos.

O las próximas tres semanas.

Intenté dormir en el camino, pero mi mente no se apagaba. No podía dejar


de revisar mi teléfono en busca de sus mensajes. No podía dejar de repetir
nuestro casi sexo en el confesionario. No podía dejar de temer las próximas
tres semanas sin él. Se trataba de una auténtica obsesión, que rozaba el
apego, cosa que no creía.

Mi único interés en los chicos era sexual. Y aunque sentía una intensa
química sexual con Jeno, mi deseo por él era mucho más. Me gustaba que
frunciera el ceño cuando escondía una sonrisa. Me gustaba que pudiera
asustar mi corazón al galope, pero que no pudiera asustarme a mí. Me
gustaba que me doblara en tamaño y en edad. Tenía mucho que enseñarme
y mostrarme mientras yo corría en círculos a su alrededor y lo mantenía
joven. Yo era muy pequeño, pero comparado con él, era diminuto.

Eso me gustaba. Me gustaba que fuera enorme, agresivo y corpulento, que


pudiera levantarme con un brazo y ponerme en cualquier posición
imaginable. Me gustaba que cada vez que lo miraba, él tenía
inmediatamente el control.

No, eso me encantaba. Me fascinaba la energía que poseía.


Él era la fantasía. El hombre poderoso que toda mujer deseaba. Y que yo
deseaba también.

Yo no me parecía en nada a las parejas maduras con las que solía salir. Pero
era un tipo que le atraía, y lo dejaba visceralmente claro con sus manos, sus
labios y sus ojos.

Joder, sus ojos... Esas ventanas a su alma contenían respuestas a preguntas


que yo ni siquiera sabía hacer. Solo sabía que había algo allí cuando me
miraba, que nos conectaba a un nivel que no comprendía. Fuera lo que
fuera, nos involucraba a los dos.

Esto no era unilateral. Ni mucho menos.

Eran más de las nueve de la noche cuando las mansiones de Bishop's


Landing aparecieron a la vista. La nuestra estaba en lo alto de la colina,
como una reina en su trono que domina a sus súbditos. Los terrenos de los
Na y su extensa finca de trescientos años era nuestro legado. Todas las
pistas de tenis, las casetas de vigilancia, las piscinas, los jardines cuidados y
los helipuertos en un radio de una milla pertenecían a mi familia.

El conductor subió la colina, siguiendo el largo camino de entrada hasta las


puertas principales. Durante las numerosas fiestas extravagantes de mi
madre, esas puertas delanteras se abrían de par en par mientras los vestidos
y los esmóquines entraban y salían, reuniéndose en la enorme terraza o en
el salón de baile.

Esta noche, todo estaba tranquilo. Los únicos signos de vida eran los
hombres armados en las garitas y en varios balcones. Las familias
adversarias nunca habían intentado tomar nuestra fortaleza, pero mi madre
nunca se arriesgaría. Mantenía la mansión vigilada como Fort Knox. No me
importaba la casa. Solo la gente que había en ella. Por el aspecto del camino
de entrada y los garajes vacíos, no había nadie.

Faltaban cuatro días para la Navidad. Por desgracia, Lucas no podía volar
hasta la semana siguiente. Pero ¿dónde estaban todos los demás?
El mayordomo me recibió en la puerta y desapareció con mi maleta. Hace
cuatro meses que no estaba en casa. Nada había cambiado. Sin embargo,
todo se sentía diferente. Recorrí los pasillos, la cocina, el estudio con
paneles de madera y las ventanas que daban a la piscina. Me encontré con
algunas personas que recibían un sueldo por vivir aquí -guardaespaldas,
personal de seguridad, amas de llaves y cocineros--, pero no vi a nadie que
se hubiera criado aquí, es decir, mis hermanos y hermanas.

Los pasillos llevaban a otros pasillos, laberintos de escaleras y más salones


de los que cualquier familia necesitaba. Si no me hubiera criado aquí,
habría sido fácil perderme en las numerosas alas de La Reina de Bishop's
Landing.

Pero sabía a dónde iba.

Su trono aguardaba en la torreta. Subí la gran escalera hasta el segundo


piso, una escalera más pequeña hasta el tercero, pasé por los cuartos de sus
asistentes y tomé la última escalera hasta el despacho de mi madre.

–Bienvenido a casa, señor Na. – Kai sonrió desde detrás de su escritorio en


la parte superior de las escaleras.

–¿Dónde están todos?

–Tu madre está celebrando una videoconferencia con clientes del


extranjero. – Se tocó los labios con un dedo, como si necesitara un
recordatorio para mantener la voz baja. –Tus hermanos salieron.

–¿Salieron a dónde?

–No lo sé. – Volvió la mirada a la pantalla de su ordenador. –¿Quieres pedir


una cita para ver a tu madre?

–La verdad es que no. – Me pellizqué el puente de la nariz. –¿Trabaja hasta


Navidad?

–Está muy ocupada.

Me negué a programar una hora para verla.


–Si quiere hablar conmigo, puede venir a buscarme. Estaré en el cuartel de
la guardia este, follando con ese nuevo tipo de seguridad con el que acabo
de cruzarme. – Me abaniqué. –Tan... Caliente.

Su rostro se puso rojo como una remolacha y desvió la mirada.

–Te apunto para las ocho de la mañana del viernes.

–Oh, genial. – Dije sin palabras. –¿Qué debo llevar?

–Buen comportamiento.

–A la mierda. No voy a ir. – Me giré hacia las escaleras y miré hacia atrás,
encontrándome con sus ojos de cachorro por encima de mi hombro. –¿Esa
única maleta que has preparado para mí? Jódete. Además, dijiste que nada
de tangas. Equivocado como siempre, Kai. Hay hilo dental debajo de todos
esos pantalones a cuadros. Estás despedido.

No tenía autoridad para despedir al perro faldero de mi madre, pero me


sentí bien al decirlo.

Tomé las escaleras de vuelta a la planta principal, deambulé por las


habitaciones vacías durante un rato y finalmente me retiré a mi dormitorio,
igualmente vacío. Durante las siguientes veinticuatro horas, dormí, comí, vi
películas y revisé obsesivamente mi teléfono. Después de docenas de
mensajes y llamadas a mis hermanos, había tenido noticias de la mayoría de
ellos. Seulgi estaba fuera de la ciudad con un amigo. Por suerte, pude comer
rápidamente con Donghyuck y Chenle antes de que se fueran corriendo a
otra reunión de negocios. Pero Chaewon no respondía a mis mensajes.

Tampoco lo hizo Jeno.

Pasé dos malditos días en este recinto, completamente solo. ¿Y lo peor?


Sabía que Jeno estaba sentado en Maine, completamente solo, también.

No vi a mi madre hasta el tercer día. Entró a empujones en la despensa de la


cocina, pasando por delante de mí mientras yo agarraba una bolsa de
granola. Tomó un frasco de aspirinas y se fue sin decir nada.
–¿Madre? – Intenté no tomarme su distanciamiento como algo personal,
pero maldita sea, me dolía. La perseguí por la cocina. –¿Hola? ¿Te acuerdas
de mí?

–Tengo prisa. – No me dedicó una mirada. –Si necesitas algo, habla con
Kai...

–Te necesito.

Hizo una pausa, consultó su reloj, alisó las líneas rectas de su traje pantalón
y se volvió hacia mí.

–Tienes tres minutos.

–¿Dónde está Chaewon?

–Se ha quedado en la ciudad.

–No contesta al teléfono.

–Rara vez lo hace. ¿Es todo lo que necesitabas?

–No me voy a casar con Jieun.

Se la conocía como la reina del hielo, y esa era la expresión que ponía
ahora. Pero dentro de esas pequeñas líneas que salían de las esquinas de sus
ojos, vi la tristeza que se esforzaba por ocultar bajo el maquillaje y las
sonrisas falsas. Mi padre llevaba cinco años muerto y ella aún lo echaba de
menos.

–Quiero un matrimonio como el que tuviste con papá. – Suavicé mi voz. –


Tú no lo entiendes, yo solo quiero amor. No me casaré por ninguna otra
razón.

–¿Amas a esta familia?

–Sí, por supuesto. Más que nada.


–Casarse con una Lee es casarse por amor. Amor por tu familia.
Necesitamos esta unión, Jaemin. Si no reforzamos nuestras posesiones...

–Los Bang serán nuestros dueños. Lo entiendo. – Me miré los pies y respiré
entrecortadamente.

Podría huir. Llamar a un taxi. Salir de la ciudad. Y solo huir, huir y huir. Tal
vez podría dejar atrás a todos sus secuaces.

¿Pero qué pasaría con mis hermanos? No podía dejarlos. Aunque no


estuvieran físicamente en esta casa, no podía salir de sus vidas. Pero no
tenía que estar aquí. No en Bishop's Landing. No tenía que pasar las
vacaciones solo.

–Quiero volver a Maine. – Pasé por delante de ella. –Hoy.

–Mañana es Nochebuena.

–¿Tienes la intención de pasar algún tiempo conmigo?

Su expresión se quedó en blanco y sus labios se apretaron en una línea.

–¿Por qué estoy aquí, madre? ¿Por qué he venido a casa? – Mi pulso se
aceleró con una cautelosa mezcla de emoción y tristeza. –Sigo siendo gay,
así que dile a Kai que consiga un conductor para devolverme a la rutina.
Estaré listo para salir en una hora.

▸ 𖥻 hola zorritxs ^^ ˑ 𖦹
⊹ ᨘ໑ ¡ ¿será que jeno abrirá su regalo de navidadddd? ! ▸

𖥦. si dejan un comentario y su estrellita, me harían sentir muy orgulloso y


feliz ♡

𖧷 ᜊ 𝐉𝐉_𝐌𝐎𝐍𝐒𝐓𝐀𝐗_𝟓𝟏𝟒 𖥻 .͘ 𝐈.𝐍
Ꮺ ָ࣪ capítulo 23 𓂃

–No puedo hacer que pases por el portón sin el director. – Mis dientes
mordieron el interior de mi mejilla mientras me inclinaba hacia el conductor
en el asiento delantero, se había presentado como Minhyung, y escudriñaba
el pueblo sin vida cubierto de nieve a través del parabrisas. –Déjeme en la
rectoría. Allí mismo.

La visión del auto estacionado de Jeno me dio esperanzas. Dada la gruesa


capa de polvo blanco que tenía encima, hacía tiempo que no iba a ninguna
parte.

A menos que se haya ido con Jaehyun a Seúl.

En cuanto Minhyung se detuvo, agarré mi maleta y me bajé de un salto.

–Gracias por traerme.

No esperé su respuesta. Los nervios me habían puesto muy tenso durante


las seis horas de viaje, y toda esa preocupación se desvanecía mientras
caminaba hacia la puerta de su casa. ¿Y si no estaba aquí? ¿Y si me
rechazaba? ¿Y si tenía otro hombre, o una mujer allí con él? ¿Por qué iba a
pensar eso?

Llamé a la puerta.

Cuando no respondió, me entró el pánico. Minhyung esperó en el auto. Era


un tipo nuevo. Nuevo para mí. Mi madre tenía muchos conductores. Todos
llevaban armas y servían de guardaespaldas. Él tenía un aspecto militar,
expresión severa, piel morena, músculos por todas partes, y vibraciones de
vete a la mierda durante días. No se iba a ir hasta que pudiera informar a mi
madre de que yo estaba al cuidado del Padre Jeno o a salvo tras la puerta de
mi prisión.

Me moví para impedir que viera mi mano y probé el pomo. La puerta se


abrió.

¡Aleluya!

Me despedí con la mano y me deslicé dentro de la casa, cerrando la puerta


tras de mí.

–¿Jeno?

Silencio.

Vacía.

Tardé cinco segundos en recorrer cada habitación y determinar que no


estaba aquí. No habría salido de la ciudad con la puerta sin cerrar. Podría
haber salido a correr. Pero probablemente no con este frío extremo. Las
únicas huellas que llevaban a la puerta principal eran las mías. Dondequiera
que haya ido, se fue antes de que nevara.

Me asomé a las cortinas y confirmé que Minhyung ya no estaba aquí.


Luego me colgué la maleta al hombro y me dispuse a buscar a Jeno.

La borrascosa caminata convirtió mis dedos en témpanos, pero cuando


llegué a las puertas arqueadas de la iglesia y las abrí sin resistencia, me
olvidé por completo de las gélidas temperaturas. Una fiebre de euforia me
invadió mientras me arrastraba hacia el vestíbulo. El aroma de la cera de las
velas y el incienso impregnaba el aire. Las maderas brillantes y las vidrieras
de colores bailaban bajo el resplandor de innumerables velas. Filas y filas
de llamas parpadeantes iluminaban el perímetro y detrás del altar.

Y allí, arrodillado en el primer banco, estaba la oscura silueta de unos


hombros rectos y una cabeza inclinada.

Cuando la puerta se cerró tras de mí, su cuello se giró y su mirada azul


abrió un camino desde mis botas hasta mi gorro de punto. No había sonrisa.
No había evidencia de felicidad. Ningún alivio al verme. Mi corazón se
desbordó en jirones de vulnerabilidad, derramándose por el suelo.

En sus manos llevaba un rosario. Me pregunté cuánto tiempo había estado


rezando aquí. Las velas se encontraban en charcos de cera líquida, lo que
sugería que habían estado ardiendo durante horas.

–Hola. – Dejé caer mi maleta, junté mis dedos temblorosos detrás de mi


espalda, y enderecé mi columna. –No tengo el código de la puerta.

–Se supone que estás en Bishop's Landing. – Desplegó su alto cuerpo del
banco y se puso en pie, con un movimiento deliberadamente pausado que
me hizo temblar la sangre.

–Yo estaba solo allí, y tú estás solo aquí. No tengo ninguna expectativa. Yo
solo...

Tenía una fantasía muy sucia de que me controlara. Solo quería estar aquí,
entregarme a él y dejar que me usara como quisiera.

–Solo pensé... – Mis dientes castañetearon. –Podríamos tomar un café


juntos, escuchar música navideña, intercambiar insultos ingeniosos...

La energía siniestra, apenas contenida, erosionó mi voz.

Se metió el rosario en el bolsillo, se colocó en el centro del pasillo y se puso


de espaldas al altar. Una espalda fuerte y orgullosa, revestida de negro.
Dedos largos y talentosos que se agarraban a la base de su columna. Piernas
separadas para sostener su poderosa postura.

–Quiero algo más que café, música e insultos contigo. – Su voz de


terciopelo negro se deslizó por mi piel. –Cierra las puertas.

Dulce y santo Señor, no había duda de lo que eso significaba.

Los últimos cuatro meses se habían enrollado tanto a nuestro alrededor que
no había forma de parar esto. No quise, ni por un segundo, pisar el freno.
Estaba tan jodidamente excitado. Nervioso. Aterrorizado de estar
cometiendo un error.

–No hagas esto por mí.

–Oh, princesita. – Se mantuvo de espaldas a mí mientras su oscura risa


reverberaba en la iglesia. –Estoy haciendo esto por mí.

Esa era la respuesta que necesitaba. Me quería para él. Sin importar el
castigo o las consecuencias. Estaría rompiendo sus votos para su propio
propósito.

Echando la mano atrás, bloquee el cerrojo de acero de la puerta. El sonido


se estrelló en el espacio consagrado, la caída de un pesado martillo,
haciendo sonar su advertencia.

No hay vuelta atrás.

Mis botas ya estaban en movimiento, siguiendo el camino que había


elegido, persiguiendo mi única gran pasión. A mitad del pasillo, me las
quité de un tirón. La bufanda, el sombrero, el abrigo y los calcetines dejaron
un rastro tras de mí. Intenté deshacerme de mis nervios, pero se aferraron,
convirtiendo mis entrañas en un lío nervioso.

Cuando llegué a su espalda, aún no se había vuelto para mirarme. Su


postura rígida vibraba de tensión. Estaba de pie en la base de los cuatro
amplios escalones que conducían al altar. Me apetecía tocarlo, recorrer con
mis manos su magnífico cuerpo, pero más que eso, necesitaba ver su cara.
Lo rodeé, subiendo dos escalones para situarme ante él. A la altura de sus
ojos, todavía tenía la capacidad de mirarme a lo largo de su nariz, y lo hizo
con esos feroces ojos glaciales. Menos mal que no me asustaba, o habría
salido corriendo por la puerta. Pero, de todos modos, me ponía muy
nervioso.

Era su silencio. Su inquebrantable contacto visual. El movimiento de su


pulgar rozando su dedo índice.

–Deja de hacer eso con la mano. – Mi corazón latía con fuerza. –Me estás
asustando.

Su expresión se oscureció. Sus dedos se quedaron quietos. Entonces se


acercó a mí lenta y amenazadoramente, poniendo un pie en el escalón.

Retrocedí. Él se quedó conmigo. Como la noche en que lo conocí. Tenía el


poder de empujarme por una habitación sin siquiera tocarme. Yo seguía
retrocediendo y él continuaba avanzando, con sus rasgos severos y los
tendones tensos por encima de su cuello blanco.

Cuando mi espalda chocó con el altar, mis manos se alzaron para


defenderse. Él las agarró y las inmovilizó a mis lados. Medio segundo
después, me hizo girar. Me tambaleé de espaldas a él y con las palmas de
las manos apoyadas en la superficie de mármol. Sus dedos se enroscaron en
mi cintura, enganchándose en las trabillas de mis jeans y presionando mi
culo contra su ingle. Nos inclinó ligeramente sobre el altar, con su pecho
caliente contra mi espalda y sus labios rodeando mi oreja.

Mi cuerpo reaccionó al instante, calentándose, palpitando. Arqueé la


columna vertebral y empujé contra su polla. Agarró mis caderas y las
detuvo, controlando el ritmo de esto, haciéndome esperar. Su boca volvió a
mi oreja, a mi cuello, burlándose y besando la piel sensible, seduciendo con
la prisa de su aliento.

–Estoy nervioso. – Susurré.

–Deberías estarlo. – De pie detrás de mí, abrió la bragueta de mis jeans y


bajó la cremallera. –Voy a partir tu culo por la mitad.
Su enorme mano se hundió en mis pantalones, bajo mi ropa interior, sus
dedos se deslizaron sobre mi polla y presionaron el glande. Su otra mano
capturó mi garganta, llevando mi cabeza hacia su hombro. Mientras tanto,
su boca seguía asaltando el punto sensible bajo mi oreja.

A pesar de su amenaza verbal, mis nervios se calmaron porque era tan


dolorosamente gentil y cariñoso. Era, con mucho, el hombre más hermoso y
sensual que había tocado mi cuerpo. Apretó mi columna contra él,
trabajando con esos dedos expertos en mis pantalones, jugando con mi
erección y luego burlándose de mi abertura. La palma de la mano en mi
garganta controlaba mi cabeza, que él mantenía apoyada contra la suya. El
atisbo de barba en su mandíbula me rozaba la mejilla mientras me
acariciaba el rostro y el cuello. La mano que estaba en mi polla salió
imperiosa hacia su rostro, él escupió. Y luego, introdujo dos dedos rígidos
dentro de mí.

Mi corazón se detuvo. Mis piernas se rindieron y mis pulmones se


derrumbaron. Nunca me había sentido más vivo. Dondequiera que
estuviera, él estaba allí, invadiéndome con su calor, acariciándome con su
tacto, sus dedos hundiéndose en la carne, y su sensualidad consumiendo mi
conciencia.

Empujó mis jeans y la ropa interior hasta los muslos y me tocó con los
dedos hasta que me quejé y gemí para liberarme. Luego me quitó toda la
ropa y volvió a hundir su mano entre mis piernas, torturándome.
Tembloroso y desnudo, me agarré al borde del altar, mirando el crucifijo de
Jesús de tamaño real que había en la pared.

–Me iré al infierno. – Moví mis caderas, montando el empuje de sus dedos.

–No sin mí. – Me mordió la mandíbula, con su aliento embriagador y


delicioso.

Me rodeó. Sus brazos, sus manos, sus labios y su necesidad, estaba en todas
partes a la vez. Mi cuerpo reaccionó como si estuviera hecho para su
contacto. Todo lo que hacía, cada beso, cada caricia, era una larga y
lánguida expedición de seducción. Mientras tanto, yo sólo necesitaba que
me arrojara al altar y me follara de seis maneras hasta el domingo.
Traté de apresurarlo, pero no lo permitió. Me inmovilizó las manos cuando
le toqué la polla. Me pegó en el culo cuando me apoyé en él. Quería
besarlo, pero tampoco me lo permitió. Desplegó su seducción de la manera
más insoportable y deliciosa posible. Me hizo desesperar por rendirme a su
voluntad. Así que me quedé quieto, con un agarre de muerte en el altar, los
pies separados y la columna arqueada mientras él acariciaba, lamía, besaba
y atormentaba cada centímetro de mi cuerpo desnudo.

Dejé caer la cabeza sobre su pecho, absorbiendo su fuerza, el soporte de sus


brazos alrededor de mí y sus manos recorriendo en simultáneo mi frente,
frotando mi abdomen, pellizcando mis pezones, trazando mi esternón y
acariciando la curva de mi cuello. Con su inquebrantable mandíbula contra
mi sien, apoyó las puntas de sus dedos en mis labios y mi garganta. Mi
cabeza se recostó sobre él, con el cuello estirado y totalmente expuesto, y la
boca abierta, dando cabida a fuertes respiraciones.

Jugó conmigo así, deslizando esas diez almohadillas ligeras como plumas
por mis mejillas, hasta la línea del cabello, alrededor de mi garganta y de
nuevo. Con cada pasada por mi cuello, apretaba, estrangulando mis vías
respiratorias y acelerando mi pulso. Luego, esos dedos se convertían en
nudillos tranquilizadores, deslizándose de nuevo por mi boca y mis
mejillas, tomándose el tiempo de rodear mis orejas y trazar la carne interior
de mis labios.

El erotismo de cada pequeño detalle era profundo. Cuando me giró para


mirarlo, mi cuerpo estaba sin huesos, mis terminaciones nerviosas
sobreestimuladas y mi erección goteante, palpitante y erguida entre mis
piernas.

Con mi espalda apoyada en el altar, se alzaba sobre mí, aprisionándome,


robándome todo el aire. Llevaba la expresión de un hombre que estaba
fuera de sí por la necesidad. Tenía las pupilas dilatadas, las pestañas bajas,
la respiración entrecortada y la frente salpicada de sudor.

Cuando me agarró por la garganta y me tomó la boca, saboreé la


profundidad e intensidad de su emoción. Lo oí, el gruñido retumbante en lo
más profundo de su pecho. Lo sentí, la tensión de los tendones que se
extendían desde su cuello hasta sus muslos.
Él estaba excitado, apasionado y excesivamente ansioso.

Ambos lo estábamos.

Su beso se volvió frenético, sus manos temerarias. Intenté agarrar su


cinturón de nuevo, y esta vez me dejó. Me apresuré a quitárselo y a abrir los
botones de su camisa. Cuando llegué al cuello, levantó la barbilla. Le quité
la pieza de plástico y le desnudé hasta los boxers.

Su erección era una tienda de campaña en la tela, apuntando directamente a


la unión de mis nalgas.

–El reino del no retorno. – Agarré la pretina y me encontré con sus ojos.

–Si la iglesia se incendia y las paredes empiezan a sangrar... – Su tono se


hizo más áspero. –Aun así, no me detendré. Nada va a impedirme estar
contigo de la forma en que solo he estado en mis sueños.

Me derretí, acercándome a su cara. Él sonrió y se quitó sus boxers. Cuando


lo último de su ropa cayó al suelo y su polla rebotó entre nosotros, me
levantó, posó mi culo en el borde del altar y enterró su lengua entre mis
piernas.

Mis pezones se endurecieron y mi cabeza cayó entre mis hombros mientras


él adoraba mi cuerpo con toda la devoción de un sacerdote católico. Sabía
lo que quería y se acercó a mí con los brazos abiertos. Yo también lo
alcancé, enroscando mis extremidades alrededor de él mientras me
levantaba y me depositaba en el suelo de madera ante el altar.

Con mis piernas abiertas y la cabeza de su polla palpitando contra mi


entrada, me miró fijamente. Yo lo miraba fijamente. Los dos respirábamos
por la boca, jadeando, embelesados.

–Míranos, Jaemin. – Observó hacia abajo. Seguí su mirada hacia la erección


más larga y gruesa que jamás había visto.

No sé cómo iba a caber eso dentro.

–¿Quieres esto? – Lo golpeó contra mi agujero fruncido.


–Jeno, maldito imbécil. – Arqueé la espalda, medio retorciéndome, medio
riéndome. –Dámelo ya.

Se abalanzó sobre mí y me besó hambrientamente los labios, llenándome la


boca con su ronca promesa.

–Vas a tener todo de mí, bebé. No hay vuelta atrás.

Levantando los brazos, me miró fijamente a los ojos y presionó la cabeza de


su polla hasta que pasó por mi abertura. Se quedó con la boca abierta en un
jadeo silencioso mientras yo gemía y me retorcía en la punta de su invasión,
sabiendo que, sin preparación previa, iba a doler como la mierda.

No me importaba.

Y allí, en el suelo de la iglesia, ante el altar, el padre Lee Jeno rompió su


voto de celibato y tomó mi virginidad.

Pulgada a gloriosa pulgada, empujó, su cuerpo temblando por encima de


mí, sus magníficos ojos azules sin apartar la vista. El ardor del estiramiento
se convirtió en una enorme presión. Me moví, ensanchando las piernas para
acomodar su circunferencia.

–Oh, joder. Sí. – Las palabras salieron del fondo de su garganta, bajas y
rasposas. –Abre esas mejillas, amor. Voy a entrar tan profundo en eso.

Y lo hizo. Metió su polla hasta el fondo, la sacó suavemente y la volvió a


meter. Una y otra vez, lenta y constantemente, entrenó a mi cuerpo para
recibir su polla.

No había tenido sexo en nueve años, pero se contuvo, conteniendo el


impulso de penetrar en mí como un animal. Su paciencia era una maldita
excitación, y yo sabía que le costaba. Sus músculos eran ladrillos
endurecidos, su respiración superficial y tensa. Los temblores sacudían todo
su cuerpo.

Juro por Dios que lo sentí en mi vientre. Lo sentí hasta en mi pecho. Lo


sentí en cada rincón de mi alma.
Entonces sentí algo diferente. Algo que cambiaba. Los músculos de mi
cuerpo se destensaron, se aflojaron, aceptaron la incomodidad y se
fundieron en un placer asombroso y abrumador. Envolví mis piernas
alrededor de él, su cuerpo como un altar de mármol mientras tiraba de él
más cerca, más profundo.

–Más fuerte.

Me miraba al rostro, moviendo las caderas, probando cada golpe mientras


añadía más fuerza.

Tan jodidamente bueno.

Con la mandíbula apretada y los ojos ardiendo de deseo, su expresión


resplandecía de intensidad, como una visión de túnel, como si se centrara
exclusivamente en mis reacciones y no existiera nada más.

Las sensaciones que desprendía a través de mí eran inimaginables.


Especialmente cuando se puso en marcha y soltó las riendas. Sus músculos
se flexionaban y se agrupaban, su cuerpo era una línea sensual de sexo.
Estaba hecho para esto, sin duda. El hombre sabía cómo follar.

Lo follé de vuelta, haciendo girar mi trasero y sosteniendo su mirada


magnética entre besos codiciosos. Nuestras caderas se movían como una
sola, con la piel resbaladiza por el sudor, los miembros enredados y las
manos tanteando, acariciando, amando.

Me encantaba esto.

Me encantaba esto con él.

–Más despacio, más despacio. – Susurró. –Te vas a correr. – Apretó sus
labios contra mi dichosa sonrisa. –Pero no hasta que te lo diga.

Este era el hombre bajo el cuello. Él creía que era un monstruo. Tal vez eso
era cierto cuando estaba con otros. Pero no era así conmigo.

En el horizonte se vislumbraba una conversación que ninguno de los dos


estaba preparado para tener. Pero ahora mismo, una cosa era segura. Me
tomó con toda la pasión de su cuerpo, sosteniendo mi mirada, besando mi
boca, agarrando mi garganta y meciendo sus caderas.

Jeno no solo me hizo el amor. Me hizo el amor con más fuerza que
cualquier otro hombre.

Si se sentía tan bien, ¿cómo podía considerarse incorrecto?

Hundiendo los dientes en mi labio, me concentré en la fricción de su piel


contra la mía, la dura longitud de su polla rozándome y su apretado culo.
Dios mío, su culo era el mejor lugar para agarrarse. Todos esos músculos
contraídos, como rocas que chocaban bajo mis palmas, tenían un efecto
perverso en mi libido.

Y su palabrería no hizo más que echar leña al fuego.

–Sí, eso es. Tómala. Fóllate como un niño sucio. – Su voz ronca
seductoramente oscura. –Maldita sea, mírate.

Solo podía imaginar el aspecto que tenía.

Una criatura lasciva con las piernas abiertas, la polla rebotando y los ojos
brillando de enamoramiento, adoración y quizás, si era lo suficientemente
estúpido, de amor.

–Eres mío, Nana. Nadie va a volver a tocarte. Nadie más que yo. – Sus
empujones se hicieron más profundos, más duros, puntuando cada palabra
con ferocidad. –Me perteneces. A nadie más. Mío, Jaemin. Jodidamente
mío. ¿Entiendes?

–Sí. Siempre.

Lo decía en serio. No importaba lo que pasara, no importaba con quién me


viera obligado a casarme, yo pertenecía a Lee Jeno desde este día.

El aire cambió con su declaración y la dirección de mis pensamientos. Se


espesó, se profundizó, y nuestros cuerpos se unieron de una manera más
profunda, fundiéndose en un nivel emotivo que trascendía la lujuria que
ardía entre nosotros. Cada empujón se sentía como una manifestación, una
extensión de algo que crecía más allá de nuestra carne y nuestros huesos.
Sentí que mi mundo se expandía, y donde antes solo había conocido la
soledad, ahora sentía calor y una felicidad profunda en el alma.

Su mano encontró la mía y la sostuvo sobre mi corazón con nuestros dedos


entrelazados.

Entonces me besó, me miró directamente a los ojos y gruñó:

–Córrete conmigo, bebé.

Su voluntad era mi orden. Dios sabía que podía correrme solo con el sonido
de su voz. Mientras él penetraba y empujaba con la presión y el ritmo
perfecto, me zambullí en su mirada, en el acantilado, elevándome con él,
gimiendo con él y cayendo con él.

Por él.

–Nana, joder. Oh, Dios, joder. – Se detuvo de golpe, enterrado hasta la


empuñadura, y dejó caer la cabeza hacia atrás, rugiendo mi nombre.

Esa fuerte mandíbula trabajó mientras se corría, con sus músculos tensos y
su cuerpo temblando. Estaba tan fascinado por su gloriosa visión que me
olvidé de llenar mis pulmones.

–Respira, precioso. – Su boca cubrió la mía, su lengua lamiendo


perezosamente.

Una vez que ambos flotamos hacia el suelo, dejó que su polla flácida se
deslizara fuera de mí, para sustituirla por dos dedos.

–¿Te sientes bien? – Rodeó mi abertura, atormentando y excitando los


tejidos sensibles.

Sacudí la cabeza en una afirmación.

Empujó sus dedos dentro de mí, recogiendo y presionando como si quisiera


evitar que su semen saliera.
–Eres un cavernícola. – Dejé caer una pierna sobre su muslo, disfrutando de
la visión de cómo jugaba con mi cuerpo. –Quiero hacerlo de nuevo. A
menos, claro, que no puedas. ¿Cuál es el tiempo de recuperación para los
viejos? ¿Necesitarás viagra?

En un abrir y cerrar de ojos, estaba sobre mí, clavándome los dientes en el


abdomen y arrancándome un grito aullante de la garganta.

–Nos vamos. – Besó la marca de la mordida, observándome.

–¿De vuelta a tu rectoría? No quiero quedarme en la residencia. Tengo un


par de semanas contigo y...

–Nos vamos del campus. – Me pasó un pulgar por los labios. –Te voy a
llevar a las montañas.

▸ 𖥻 hola zorritxs ^^ ˑ 𖦹

⊹ ᨘ໑ ¡ EL PADRE JENO LA PUSOOOO, se viene el secreto en la montaña


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𖥦. si dejan un comentario y su estrellita, me harían sentir muy orgulloso y


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𖧷 ᜊ 𝐉𝐉_𝐌𝐎𝐍𝐒𝐓𝐀𝐗_𝟓𝟏𝟒 𖥻 .͘ 𝐈.𝐍
Ꮺ ָ࣪ capítulo 24 𓂃

Muy pocos residentes andaban por el pueblo durante las fiestas, pero no
podía arriesgarme a que alguien me viera partir con el hijo menor de los Na.
Así que lo metí en un taxi y lo envié a las Montañas sin mí. Luego esperé
unas agonizantes tres horas. Durante ese tiempo, podría haber cambiado de
opinión. Podría haber tomado una docena de decisiones diferentes que no
fundieran su destino con el mío.

Pero no lo hice. No pude.

Esto estaba sucediendo. No porque lo hubiera planeado. Sino porque estaba


destinado. Éramos inevitables.

No me habían llamado para ser sacerdote. Había sido llamado para ser
suyo.

No me importaba si se trataba de una casualidad, de la voluntad de Satanás,


de un decreto divino o de una maldita alineación cósmica. No necesitaba
una explicación para estar con él. Al igual que no necesitaba una
explicación para respirar. Hacía ambas cosas por instinto.
Nadie en el pueblo fue testigo de su partida, y tres horas después, tampoco
había nadie para verme partir.

Envié mensajes de texto a Jaehyun y a algunos miembros de la facultad,


haciéndoles saber que había decidido ir a mi cabaña durante el resto de las
vacaciones. No es raro, ya que pasaba los veranos y la mayoría de las
vacaciones allí. En el camino, me detuve en un pequeño pueblo de Nueva
Inglaterra y compré alimentos para un par de semanas.

Un par de semanas con Jaemin solo para mí.

Cuando llegué a mi puerta, salió y toqué sus labios separados, deseando


besarlo.

–¿Dónde está tu abrigo? – Me encogí de hombros y lo envolví con el mío.

–¿Dónde está tu collar?

–Estoy fuera de servicio.

–¿Significa eso que no me puedes mandar mientras estemos aquí?

–No dije eso. – Abrí el maletero y empecé a descargar la comida.

–¿Y la iglesia? También dejaste la Biblia, ¿verdad?

–Tampoco dije eso.

–Oh, bien. – Él frunció los labios. –Temía que pudiéramos divertirnos de


verdad mientras estamos aquí.

–Entra antes de que te resfríes.

–Está bien, Boomer. – Cargó sus brazos con bolsas de comida.

–Llámame Boomer otra vez y...

–Boomer.
Se marchó, pero no antes de que le diera un golpe en el culo lo
suficientemente fuerte como para hacerlo gritar.

La planta abierta de la cabaña, los techos de dos pisos y las ventanas bien
colocadas ofrecían vistas de las montañas circundantes desde todas las
habitaciones. Tenía la misma estructura básica que mi rectorado privado -
cocina, sala de estar, baño, dormitorio-, pero a mayor escala.

Me siguió de habitación en habitación mientras guardaba la comida y


comprobaba los sistemas de calefacción y agua.

–Cuando dijiste cabaña en las montañas, esto no era lo que me imaginaba. –


Se paseó a lo largo de las ventanas, mirando a la oscuridad. –Me imaginaba
la cabaña de un Boomer o algo igualmente... Psicótico.

Sin hacer ningún comentario, eché los troncos en la chimenea de piedra y


recogí la leña.

–Hay un río que baja por la montaña allá atrás. – Señaló con un dedo hacia
la puerta trasera, su voz subió de tono. –Con múltiples presas de castores.
Hay familias enteras de castores reales que viven a pocos metros de tu
porche trasero, y no me tienen miedo. Me senté a su lado, hablando con
ellos mientras recogían ramitas y raíces.

Mis labios se movieron. Sabía que le encantaría.

–Mientras te esperaba, exploré la propiedad. – Se inclinó junto a la


chimenea, estudiándome. –Hay caminos por todas partes. No hay otras
cabañas. En una sola caminata, vi ciervos, nutrias, un mapache, un zorro
rojo y un halcón peregrino.

–Estamos en las montañas, Jaemin. En una zona protegida cerca del parque
estatal.

–¿Cuántos terrenos posees?

–Cien acres, más o menos.


–Con carreteras nevadas, vistas incomparables y una cabaña que ha sido
mejorada con servicios modernos. Este lugar vale mucho dinero. – Él
entrecerró los ojos. –Pensé que tus votos eran de obediencia, castidad y
pobreza.

–Los sacerdotes ya no hacen votos de pobreza. Somos dueños de casas y


pagamos impuestos como cualquier otro.

–¿Cuánto dinero tienes?

El fuego se encendió y las llamas se extendieron por los troncos.

Me puse de pie, frente a él.

–Mucho.

–¿Cuánto es mucho?

–¿Importa? ¿Cambia la razón por la que estás aquí?

–No, quiero decir, sabía que eras un multimillonario hecho por ti mismo.
Pero nunca mencionaste una cabaña en las montañas, y me pregunto
cuántas otras cosas no sé de ti.

Había muchas cosas que Na Jaemin no sabía. Muchas cosas feas. Tenía la
intención de contarle todo mientras estábamos aquí. Él necesitaba hacer un
examen de conciencia, y yo quería que tuviera toda la información.

Pero ahora mismo no quería pensar en la fealdad de mi vida. Había


esperado cuatro meses para deleitarme con su perfecta belleza, y me
acercaba a él después de una sequía de nueve años. Estaba más que
hambriento.

–Eres precioso. – Me le acerqué.

–Eres evasivo. Y supongo que no eres completamente horrible a la vista. –


En lugar de retirarse, se acercó a mí y deslizó sus manos alrededor de mis
caderas. –Este culo, sin embargo.
Me apretó el culo con dedos atrevidos.

Acerqué mi boca a la suya, deleitándome con la sensación de sus labios


carnosos. Sus labios se abrieron, pidiendo ser chupados, lamidos y
mordidos. Pasé mi nariz junto a la suya y rocé mis manos por sus hombros.
El mero hecho de tocarlo así me sumía en un estado de cálida y pacífica
felicidad. No parecía real. Nada de esto parecía real. Aparte de los flexibles
músculos que tenía en mis manos, sus pezones puntiagudos e irresistibles.
Estos eran definitivamente reales. Y su suave boca contra la mía.

No hay nada más real que eso.

Le rodeé la espalda con un brazo y lo acerqué mientras capturaba sus


labios, devoraba su aliento, destrozaba su ropa y lo follaba contra la pared.
Sus gemidos vibraban en mi garganta y mi polla entraba y salía, la fricción
era resbaladiza, caliente y tan condenadamente adictiva. Lo moví hacia el
sofá para aprovechar mis empujones, pero no pude profundizar lo
suficiente. Intenté enterrarme dentro de él -mi cuerpo, todo mi ser-, cavando
más fuerte, más pesado, con más y más intensidad.

–Joder, Jaemin. – Mi respiración era entrecortada y febril, nuestras lenguas


se enredaban fuera de nuestras bocas, nuestros labios se juntaban, se
separaban y volvían a chocar. –Tan jodidamente bueno.

–¿Siempre es tan bueno?

El calor de su interior se amoldaba a mí como un guante húmedo, hecho a


mi medida. La forma de su cuerpo encajaba perfectamente en el pliegue del
mío, flexible, del tamaño perfecto para que yo lo colocara y lo llevara. Sus
ojos no se apartaban de los míos, mirándome tan profundamente en el alma
que me sentí despojado, expuesto y vulnerable de una manera que nunca
podría permitirme con nadie más.

–No. – Acaricié mis nudillos a lo largo de su hermoso rostro. –No, nunca se


ha sentido así.

Su sexy suavidad absorbió mi dureza mientras la tomaba en todas las


habitaciones de la cabaña. En la alfombra frente a la chimenea, inclinado
sobre la mesa de la cocina, contra la pared de la ducha y en mi cama, le
partí el culo por la mitad. Y sólo estaba empezando.

Nunca me cansaría de Jaemin. Ni en dos semanas. Ni en toda la vida.

Horas más tarde, yacíamos en la cama, desnudos, agotados, serenos. Él


estaba tumbado sobre mi pecho, con su mejilla sobre mi corazón y su
mirada dirigida hacia la mía. Nos miramos fijamente durante un momento
eterno, flotando en la felicidad postcoital. Cuando sus ojos se volvieron
pesados y sus parpadeos se hicieron más largos, supe que lo perdía por esta
noche.

Me acerqué y apagué la luz, mi mano se dirigió a su satinado cabello,


acariciándolo desde las raíces hasta las puntas.

–Eres mi primero.

–Tu primer chico que orina en el suelo de tu oficina.

–Sí.

–El primero en volverlo a hacer públicamente, en tus zapatos.

–Sí.

–El primero en conocer tus dotes de inserción de esa porquería de juguete.

–Sí. – Sentí que mis labios se torcían en una sonrisa, una sensación tan
extraña.

–Hombre, tengo mucha clase.

–Tienes clase, incluso bajo presión. Sobre todo, entonces.

–Gracias. – Jaemin besó mi pecho, su voz somnolienta. –Soy tu primer


orgasmo en una iglesia.

–Primero y segundo.
–Oh, sí. La mamada del confesionario. – Él suspiró. –Eso fue tan caliente. –
Sus ojos se cerraron. –¿Qué más?

–Eres el primero con el que paso la noche.

–¿Cómo... El primer chico que duerme a tu lado?

–La primera persona.

–¿De verdad?

–Sí.

–Me alegro de ayudarte a resolver esos problemas de compromiso. –


Murmuró, acurrucándose más en mi cuello.

No me había permitido este nivel de intimidad con nadie, ni siquiera con


mis amantes habituales. Cuando no me follaba a ese alguien, no lo quería
cerca.

El suave ritmo de su respiración me indicó que se había quedado dormido.


El calor de su cuerpo sobre el mío me hizo seguirlo.

–Eres el primero, Nana. – Pasé mis dedos por su cabello, contento hasta la
médula. –Y el último.

Me desperté con su boca sobre mí.


Una boca cálida y delicada que se deslizaba a lo largo de mi semi-erección,
poniéndome más duro con cada pasada.

–Eras suave hace un segundo. – Jaemin presionó su sonrisa contra mi punta,


su cabello dorado brillando a la luz de la mañana. –Me levanté temprano
solo para poder ver este raro avistamiento. Estabas tan adorablemente
blandito y flácido...

–Menos hablar y más chupar. – Empujé su rostro hacia abajo y lo llené.

Se atragantó y salió a tomar aire, riendo.

–Y grande. Iba a decir eso, pero...

Volví a tirar de su boca hacia abajo mientras conducía mis caderas. Dios
todopoderoso, mis bolas se levantaron. Mis dedos de los pies se curvaron, y
mi espalda se inclinó mientras el placer abrumador surgía en mí. Se llevó
mi polla al fondo de su garganta como si fuera su penitencia. Luego me
tomó entre sus piernas como si fuera su salvavidas.

Na Jaemin no necesitaba que nadie lo salvara. Pero yo quería ser la persona


de la que dependía. Todo lo que había dentro de mí exigía que le
proporcionara algo, empezando por un medio de escape del futuro que su
madre estaba tramando. Con el incentivo adecuado, podría ser un tenaz hijo
de puta. Y Nana era ese incentivo.

Estaba en mi naturaleza el mantener un firme control sobre él. Jaemin lo


llamaría controlador. Yo lo llamaba protector. Tal vez posesivo.

Definitivamente celoso.

Sin importar mis defectos, iba a sacar a Lee Jieun de la ecuación. Los
treinta segundos que había bailado con él era todo lo que tendría. Jaemin
estaba a mi cargo durante cinco meses más, y yo usaría esos meses para
resolver su futuro.

Cuando bajamos de nuestros gemidos y orgasmos explosivos, lo tomé en


mis brazos con la espalda apoyada en el cabecero.
–La mejor noche de sueño. – Se sentó a horcajadas en mi regazo, con su
rostro acariciando mi cuello y el ligero cosquilleo de sus labios besándome
suavemente.

–De acuerdo.

–Y sexo matutino. ¿Otra vez la primera vez para ti?

–Sí.

–Qué vida tan triste has llevado, señor soltero multimillonario extranjero de
Seúl.

–Lo compenso con usted, Su Alteza. – Deslicé una mano a lo largo de su


hermoso culo y me burlé del apretado anillo de músculos entre sus mejillas.

Se apretó, gimió.

–Voy a follar este agujero sin cansancio antes de dejar las montañas. –
Arrastré su pierna más lejos alrededor de mi cadera, abriéndolo para mi
toque.

–Tendrás que trabajar con mi resistencia para eso.

–Lo haré. Es una promesa.

–Es Nochebuena. – Sus ojos brillaron.

–¿Qué quieres?

–A ti.

–Eso es un hecho. ¿Qué más?

–Vamos de excursión.

Nos duchamos, desayunamos y nos besamos en el sofá como si fuera


nuestra primera vez. Luego nos reímos de nosotros mismos, nos pusimos
las botas y los abrigos, y le di un recorrido por la propiedad. El terreno
montañoso cubierto de nieve brillaba como un diamante a la luz del sol.
Con su mano enguantada entre las mías, lo guie por el sendero principal
hasta mi lugar favorito.

Cuando llegamos, se encontraba en el acantilado alpino que domina el río


helado de abajo. Los picos de las montañas, cubiertos de árboles de hoja
perenne y coronados de blanco, se alzaban como tributos al cielo azul
pizarra. Con una fauna salvaje en abundancia y una vista panorámica que se
extendía de norte a sur, no había mejor vista en el mundo.

Excepto la que yo tenía.

El aire frío rozaba sus mejillas y helaba su aliento. Su gorro blanco de punto
no lograba contener la maraña de cabello que le llegaba hasta la mandíbula.
Iba envuelto con ropa de abrigo y pesadas botas de nieve, con una sonrisa
tan amplia que hacía brillar el sol.

–¿Qué? – Se tocó la barbilla con el hombro y reprimió su sonrisa.

–Eres dolorosamente hermoso.

–Gracias. – Respiró lenta y profundamente, como si inhalara mis palabras.


Su mirada volvió a la vista, y su comportamiento cambió, volviéndose
serio. –Tenemos que hablar.

–Lo sé.

–De acuerdo. – Él se agarró a un cordón de sus guantes, pensando,


posiblemente, en un punto muerto. –Tú y yo, lo que estamos haciendo, ¿en
cuántas maneras afecta tu relación con Dios?

–Esa relación está en la mierda en este momento.

–¿Puedes arreglarlo? – Jaemin tomó aire. –¿Quieres arreglarlo?

–Sí. Tal vez. Necesito hacer una introspección seria. – Le toqué la sien con
un dedo enguantado y le aparté un mechón de cabello del rostro. –
Entiéndeme, Nana. Tú no eres la causa de esto. He tenido una relación
intermitente con Dios toda mi vida. Creo. Luego me pierdo. Luego vuelvo a
creer. Luego cuestiono todo. Una y otra vez, es un círculo vicioso. Mi fe
nunca ha sido fácil y nunca lo será. Las relaciones conmigo no son fáciles.

–Eres amigo de Jaehyun desde hace mucho tiempo.

–Es el único. Cuando me mudé a la Academia Clé, elegí vivir solo en lugar
de en la rectoría principal con Jaehyun. No quería destruir nuestra amistad.

–¿Y tus padres? ¿Por qué no pasas la Navidad con ellos?

–Destruí esa relación cuando tenía veinte años. Nos peleamos por la
religión. Ellos querían que fuera a la iglesia. Yo tenía otras prioridades. Era
una batalla constante que tensaba cada interacción.

–¿Incluso después de convertirte en sacerdote?

–Sobre todo después. No querían saber nada de mí hasta que me hiciera


sacerdote. Al diablo con eso. No elegí esta vida por ellos.

–¿Por qué lo hiciste? ¿Convertirte en sacerdote?

–La respuesta corta... La absolución.

–¿Absolución de qué?

–Hacer daño a la gente. Daño a... Aquellos con quienes jodía. – El aire frío
se sintió repentinamente más frío, calando en mis huesos. –Hice algo, y
necesito que...

No corras.

Si corriera, lo perseguiría.

Me acerqué a un árbol caído y quité la nieve de una parte para sentarme.


Luego lo levanté, sorprendiéndolo con un grito. Con sus piernas
rodeándome, me senté a horcajadas sobre el enorme tronco. Se sentó ante
mí, cara a cara, con sus muslos sobre los míos y los brazos apoyados en mis
hombros.
Mucho mejor.

–Sé que estás a punto de contarme tus experiencias con otros u otras. – Su
mirada buscó la mía. –Puedo ver el miedo en tus ojos.

Asentí con el pulso acelerado.

–No quiero oírlo. – Se rio sin humor. –No quiero ni pensarlo. Pero primero
necesito saber, antes de que me cuentes algo... ¿Has estado enamorado
alguna vez?

–No. Nunca.

–De acuerdo. – Una respiración temblorosa lo abandonó. –¿Alguna relación


a largo plazo?

–No.

–Y ya has dicho que nunca has sido monógamo. – Sus delicadas cejas se
juntaron.

–El hombre que era antes sólo se preocupaba de sí mismo. No tenía


relaciones. Tenía arreglos. – Agarré sus muslos y observé sus expresiones. –
Los ataba, los humillaba, los azotaba, los asfixiaba, los cortaba, los
quemaba, los hacia rogar...

–Espera. ¿Los cortaste? ¿Y los quemaste? ¿Incluso a las chicas?

–Sí. Estaban dispuestas. Necesitaba hacerles daño para excitarme, y elegí a


gente que quería ese tipo de cosas.

–Cuando te vi sosteniendo mi ropa interior en tu baño, supe que algo era


diferente en ti. La degradación, la humillación pública, todo esto de los
fluidos corporales no te da asco. Te fascina. – Su voz bajó, y sus cejas la
siguieron. –Pero parece que ahora te excitas sin el dolor y la sangre.

–Sí. – Me incliné y apoyé mi frente contra la suya. –Lo hago. Eso es todo
tú, Jaemin. Lo ansiaba cuando te conocí. Y todavía lo deseo contigo: azotar,
estrangular, follar la parte posterior de tu garganta. Me encanta jugar
contigo, pero nunca podría hacerte el daño que solía hacer antes. Sólo
quiero protegerte. – Acaricié con mis pulgares sus muslos, abriendo mi ser
más profundo con cada palabra. –Me haces un hombre mejor.

–Deberías darte algo de crédito. Pasaste los últimos nueve años expiando.
Y, además, si todo lo que hiciste fue tener sexo duro y voluntario, eso no te
hace una mala persona. Sólo significa que eres pervertido.

–Eso no es todo. – Me aparté, necesitando espacio para observar sus ojos. –


Solía vender empresas. Me aprovechaba de las empresas que se hundían,
obligaba a los propietarios a venderlas y, después de arreglarlas, me forraba
con la reventa.

–Lo sé.

–A menudo me dirigía a empresas que eran propiedad de algunos de mis


arreglos y utilizaba el sexo para manipularlos para que vendieran. Lo hice
durante diez años.

–Jesús.

–Utilicé a esos chicos, a esas chicas. A veces se enamoraban de mí y al


final, los dejaba sin dinero y con el corazón roto.

–Dios, Jeno, eras... – Él emitió un sonido de repulsión.

–Odiaba a todos por igual. Era un imbécil narcisista, obsesionado conmigo


mismo, con mi aspecto, el sexo, el dinero y el poder, sabía cómo utilizar
todo eso para seducir y hacerme más rico y poderoso.

–¿Siempre mayores que tú?

–Siempre.

–Excepto que no soy mayor.

–No soy el mismo hombre, y tú no eres ninguna de esas personas. Todo en


esto es diferente. Nunca he deseado a nadie como te deseo a ti. Estoy
cautivado por tu belleza, tu atrevimiento y tu boca exasperante. – Sonreí
para mis adentros. –No quiero herirte, ni utilizarte, ni quedarme con tu
dinero.

A medida que la confesión comenzaba a desarrollarse, sentí que mi energía


se entrelazaba con la suya, que me hormigueaba, me encendía y me
reconectaba. Sentí que me convertía en parte del tejido de este niño. Sentí
su bondad, su pureza, y fue jodidamente liberador.

–Gracias por ser sincero conmigo. Es difícil de escuchar. Es perturbador.


Pero me ayuda a entender. – Se aferró a su labio con los dientes. –¿Crees
que, si te hubiera conocido entonces, me habrías tratado como a todos los
demás?

Quería saber qué era diferente ahora. ¿Qué había cambiado? ¿Era yo?
¿Nueve años de celibato? ¿O era Jaemin el catalizador?

–El sacerdocio me ayudó. Me enseñó a tratar mejor a las personas. Todavía


anhelo el dolor erótico, pero contigo es manejable porque mi necesidad de
mantenerte a salvo supera con creces mis compulsiones egoístas. Protegerte
es mi compulsión. ¿Si te hubiera conocido a los veinte años, cuando era el
peor imbécil que existe? No lo sé. No puedo imaginar que nuestra relación
sea diferente. Me siento instintivamente atraído por ti de una manera que
nunca me ha atraído nadie.

–Yo siento lo mismo por ti. – Depositó un beso en mis labios. –Entonces,
¿qué pasó? Dijiste que habías hecho algo. ¿Qué te trajo aquí?

–Había conocido a Ten. – Mis manos se presionaron en sus piernas, mi


estómago se anudó. –Él tenía una empresa de software que construyó desde
cero. Yo la quería. Sabía que podía mejorarla drásticamente en sesenta días
y hacer una fortuna con ella. Así que lo seduje. Él se enamoró de mí y
acabó vendiéndome la empresa, pensando que acabaríamos juntos y que él,
de alguna manera, seguiría conservándola.

Jaemin no se movió, no parpadeó.

–Me dejó lastimarlo durante el sexo. – Mi boca se secó, mi tono monótono


arañando el aire. –Sabía que a él no le gustaba, y sabía que yo me follaba
otras personas. Creo que eso le dolió más que nada. Pero no me dejó ir.
Nunca me dijo que no. Estaba desesperado por mantenerme. Así que
aguantó mis manías y mis filias. – La vieja culpa surgió, supurando. –Él
tenía un defecto cardíaco congénito, que había provocado una debilidad en
su corazón. Nunca me lo dijo. Sabía que dejaría de verlo si no podía
utilizarlo como quería. – Me pasé una mano por la cara, con el estómago
revuelto. –No lo sabía.

–¿Qué pasó? – Se quitó los guantes y apretó mis dedos en su pierna.

–Lo asfixié durante el sexo y le causé un paro cardíaco. Estaba atado y


amordazado y no podía decírmelo. Murió con mis manos alrededor de su
garganta.

–Oh, Jeno, no. – Acarició mi cara, sus rasgos se retorcían de dolor. –Dios
mío, no puedo imaginar lo que debe haber sido para ti.

Odiaba la lástima en su voz, en su tacto, en sus malditos ojos hechizantes.

–No me importaba nada ese hombre. Apenas podía tolerarlo más allá de un
polvo rápido. – Agarré su muñeca, apretando los delicados huesos. –No te
atrevas a sentir pena por mí.

–No lo hago. – Su expresión se endureció y apartó el brazo. –Pero lo


lamento por ti. Fue una tragedia terrible que has estado cargando durante
nueve años. Una tragedia que no fue tu culpa. No lo sabías. No te acusaron,
¿verdad?

–No hubo cargos penales. Su familia amenazó con demandarme por la vía
civil y les pagué. También les entregué su empresa, que ellos mismos se
encargaron de hundir. Enterré todo el asunto. Hice que todo desapareciera.
Ni siquiera su familia puede desenterrarlo.

–¿Fue este Ten tu último...? ¿Fue la última vez que tuviste sexo?

–Sí.
Respiró profundamente y sus ojos se desenfocaron. Era mucho para
procesar. Sólo Dios sabía lo que pensaba de mí.

–No me extraña que hayas sido célibe todo este tiempo. – Murmuró. –Es
algo horrible de reconciliar, y ya estás emocionalmente golpeado. Aunque
te importara, no tendrías ni dos lágrimas que frotar por él.

–Dime lo que realmente piensas. – Dije con tono inexpresivo.

–Creo que la ausencia de emoción indica un dolor profundo. Si es


demasiado vasto para manejarlo, lo congelas. Es como un shock que nunca
desaparece. Creo que tienes que dejar pasar eso y permitirte sentir antes de
poder considerar tener una relación. No es que esté sugiriendo que eso es lo
que estamos haciendo aquí. Pero ni siquiera puedes vivir con otra persona,
así que...

Podría vivir con Jaemin.

No sería muy diferente de lo que habíamos estado haciendo. Diablos,


habíamos sido inseparables durante cuatro meses. El número de horas que
pasábamos juntos todos los días -bromeando, coqueteando, discutiendo,
besándonos- era incomparable. Las parejas heterosexuales que, de hecho, se
casaban, ni siquiera hacían eso.

Le gustara o no, ya teníamos una relación.

Nunca me había aislado con otra persona como lo había hecho con él. Al
principio ni siquiera me di cuenta de que lo estaba haciendo. Las clases
particulares durante el día. Los castigos cada tarde y noche. Lo había
mantenido para mí, monopolizándolo. Pero en lugar de arruinar nuestra
relación, el tiempo que pasamos juntos no hizo más que profundizar nuestro
vínculo.

Tuve una relación romántica con Jaemin mucho antes de que fuera sexual.
Y ahora él conocía todos mis secretos. Me conocía mejor que nadie.

Entre los árboles de hoja perenne, entre la tierra endurecida por la nieve y
los amplios cielos azules, mi corazón latía más fuerte que nunca. Se había
quitado un peso de encima, y mi ángel no huía.

Todavía no.

Estaba contemplativo, callado, su mirada saltaba de mis ojos a mis manos


en su regazo y viceversa.

–Volvamos. – Desenredó su cuerpo del mío y dio un paso atrás, girando


hacia el sendero.

Volvimos a caminar en silencio, el camino nevado se elevaba al encuentro


de nuestras botas y el cielo brillante iluminaba el camino. Lo observé con
una nueva fuerza y paz interior mientras se maravillaba con cada rastro de
un animal, con la formación de nubes y cualquier pájaro a la vista.

Cuando llegamos a la cabaña, tiré de él hacia la puerta. Pero Jaemin clavó


los pies y retiró la mano.

–Voy a pasar un rato con los castores. – La mirada que me dio no era una
invitación a unirme.

Si yo fuera un hombre sensible e inseguro, me habría molestado. Pero no lo


era. Jaemin podía tener su espacio. Respeté su necesidad de absorber mi
horrible pasado, le daría tiempo. Siempre y cuando no huyera. Eso sería un
error.

Lo agarré por el cuello y lo empujé contra mí, saboreando la chispa de sus


ojos y su respiración entrecortada.

–Haré la cena. – Acerqué su boca a la mía y lo besé hasta que se derritió.


Entonces lo aparté con un susurro en su oído. –Compórtate.

Lo dejé allí, me dirigí a la cocina y preparé un pastel de langosta, con carne


de cola, pinzas y nudillos, bañado en galleta de mantequilla y aderezo de
tomalley. Tardé una hora en prepararlo siguiendo una receta de internet. Se
me hizo agua la boca al meterlo en el horno, pero mi atención se quedó en
las ventanas. Mientras cortaba el pan de maíz y limpiaba, lo observaba. A
diez metros de la casa, estaba sentado en una roca junto al arroyo, con los
ojos desenfocados en la presa de los castores y una expresión perdida en sus
pensamientos.

Sin nada más que hacer en la cocina, me trasladé al salón y me eché en el


sofá con un rosario. Entonces ocupé mi mente y mi corazón con la oración,
mis dedos moviéndose rítmicamente a lo largo de las cuentas sagradas, mis
palabras susurradas como un canto. Había buscado el sacerdocio por
razones equivocadas, pero había sido la decisión correcta. Después de
nueve años en esta vida, me sentía reformado, absuelto, curado. Después de
nueve años, sentí que mi camino tomaba un giro brusco y tiraba en otra
dirección.

Cuando se abrió la puerta de atrás, cada molécula de mi cuerpo cobró vida.


Mantuve la cabeza inclinada sobre las cuentas del rosario, con los ojos
cerrados, pronunciando las oraciones, incluso mientras todos mis sentidos
seguían su aproximación.

El sonido de su abrigo, su sombrero, sus guantes, sus botas... Todo cayó al


suelo. Un segundo después, lo sentí de pie ante mí, esperando en silencio
que terminara. Lo dejé esperar, concentrándome en las palabras. Luego dejé
las cuentas a un lado.

Sus brazos colgaban en reposo a los lados, su mirada brillante y dura.

–Eres un hombre difícil.

Un hombre difícil de amar.

No tuvo que expresar el subtexto. Gritaba desde sus ojos.

–¿Dios perdona lo que está pasando con nosotros ahora? ¿Dios perdona a la
persona que fuiste? – Preguntó.

Nueve años de asesoramiento de Jaehyun hicieron fácil la respuesta.

–Sí.

–¿Lo haces tú? ¿Te perdonas a ti mismo, Jeno?


Nunca me había hecho esa pregunta, y me detuve, analizando el significado
antes de responder con la verdad.

–Sí.

Asintió lentamente, tirando de su labio inferior antes de dar un paso


adelante y poner una rodilla en el cojín a mi lado. Me incliné hacia atrás,
invitándolo a subirse, y él no dudó.

A horcajadas sobre mis caderas, me rodeó el cuello con sus brazos,


envolviéndome con la fragancia de las gotas de limón, la nieve fresca y el
aire de la montaña.

–Todavía no te tengo miedo. – Juntó nuestras frentes. –¿Sabes por qué?

–Dime.

–Me animas a aprender y a ir a la universidad. Me confías los secretos que


ocultas a los demás. Me abrazas cuando lloro por las zarigüeyas. Limpias el
suelo del gimnasio en la oscuridad cuando me orino vergonzosamente.
Ansías mi humillación en privado, pero nunca me degradas delante de los
demás. Me elevas. Me proteges. Eres mi defensor constante. – Pasó sus
labios por mi mejilla. –Así que no, no te tengo miedo. Te atesoro más allá
de las palabras.

Como el bastardo desvergonzado que era, se me puso dura. Muy dura bajo
su pequeño y dulce culo.

Lo deseaba. Necesitaba enterrarme dentro de él y hacer que se corriera en


mi polla una y otra vez.

–Pero escucha esto, Lee Jeno. – Me agarró la mandíbula, con los ojos
brillantes. –Si alguna vez me cortas o quemas, te joderé el mundo.

–No tengo ninguna duda, Joven Na.

–¿Huelo a langosta? – Él sonrió.

–La cena va a tener que esperar.


Incliné mi boca sobre la suya y pasé mi lengua entre sus dientes. Sin prisas.
Concentrado. Mis labios se anticiparon, necesitando su dulzura y su aura
mágica que no se parecía a nada en el universo. Nana era mi mayor
fantasía, brillando con vida y bombeando sangre a través de mi polla.
Ansiaba cada una de sus respiraciones, sus pensamientos y su apretado
agujero. Lo mereciera o no, iba a reclamarlo toda esta noche. Ahora mismo.

Guardé el pastel de langosta y lo llevé al dormitorio, embargado por la


excitación y el deseo sexual. Lo sentí en el roce de nuestros labios, el calor
de nuestro beso y el temblor de mis piernas. Todo se estremeció cuando lo
dejé en la cama: los músculos, la respiración y el corazón. Estaba más allá
de la redención y no me importaba.

Él era mi iluminación, mi todo. Me mostró cómo tener sexo sin dolor y


experimentarlo a un nivel completamente nuevo. Un nivel perdido y
encontrado, que no puede desnudarse lo suficientemente rápido, que
consume toda el alma. Sin Jaemin, el mundo no volvería a moverse.

En cuestión de segundos, nos despojé de nuestras ropas. Nuestros besos se


volvieron desordenados, incapaces de separarse para tomar aire. Rodamos
por el colchón, gimiendo, con las caderas moliéndose, con tantas ganas de
follar. Yo era un animal hambriento, liberado de mi jaula, y él era el pecado
que corría por mis venas.

Pero me obligué a ir despacio y a tomarme mi tiempo.

Con mis labios y mis manos en su delicioso cuerpo, le enseñé lo que


significaba ser adorado por un sacerdote caído.

Durante la siguiente hora, lo memoricé. La imagen de él debajo de mí hizo


que mi respiración se desestabilizara. Era impresionante, hermoso, tan
malditamente perfecto que quería pasar el resto de mi vida a sus pies con
devoción. Mientras besaba y acariciaba su belleza, era todo instinto y
emoción, desesperado por tenerlo. No sólo su cuerpo. Estaba desesperado
por su amor y su felicidad a largo plazo.

Desde la noche en que nos conocimos, me había involucrado con Jaemin en


un nivel que trascendía todas las relaciones profesionales, emocionales y
físicas que había tenido. Comenzó con nuestra primera interacción, que
implicaba una discusión. Cuatro meses más tarde, mi apego a él era
vibrante y exigente. Estaba comprometido. Dedicado.

Lo aterrorizaría si supiera lo comprometido que estaba con nuestro vínculo.

Mientras lamía su polla durante su primer orgasmo, sentí su éxtasis como si


fuera el mío propio. Lo saboreé explotando en mi lengua, vi galaxias y sentí
las chispas de sus réplicas.

Oh, Dios misericordioso. Podría hacer esto toda la noche, arrancarle gritos
mientras se alimenta del sueño más dulce y perfecto.

Mi pulso se tensó. No pude evitar que mi pelvis se abalanzara sobre la


cama. Me tenía tan excitado que no podía pensar con claridad. Trazando las
líneas de sus costillas, me arrastré por su pequeña y ardiente figura.

–Eres perfecto. – Lo cubrí con mi cuerpo y chupé su lengua. –Inconcebible.


Estás hecho para mí.

–Entonces deja de burlarte y fóllame. – Sus ojos llenos de lujuria se


encendieron y un gruñido de gatito salió de sus labios. –Me estoy muriendo
aquí.

El sonido impaciente era tan Jaemin. Siempre intentando tomar las riendas,
literalmente con sus manos en mi culo, tirando de mí con más fuerza entre
las mejillas del suyo. Él no tenía ni idea de lo fondo y salvaje que iba a
follarlo esta noche.

–No estás a cargo. – Puse mis brazos sobre su cabeza, rodeándolo,


negándole mi polla.

Con las bocas separadas, compartimos el contacto visual, los latidos del
corazón y el aire. Nuestro vínculo nos atravesó como un tirón eléctrico, y
nuestros labios fueron incapaces de mantener la distancia. Nos besamos,
caliente y profundamente, cada toque de nuestras lenguas produciendo una
explosión sónica de sensaciones, siempre demasiado y nunca suficiente.
Jadeamos juntos. Nos balanceamos juntos.
Y yo morí. Y me consumí. Y volví a morir. El consumo perfecto y la muerte
de la conciencia.

Antes de Jaemin, rara vez besaba. Nunca lo disfruté. Pero esto era una
expresión de nuestra intimidad. Con su lengua entrando y saliendo de mi
boca, haciéndome señas, le di golpes agudos con la mía, abriendo más la
mandíbula, agarrando su cabeza, girándolo a voluntad, y controlando la
profundidad con la que lo follaba con mi lengua.

Finalmente, dejé de torturarlo y clavé la cabeza de mi erección en su


agujero aflojado.

–Te voy a follar hasta la saciedad. – Mi corazón tartamudeó mientras le


retorcía el cabello, inclinándolo para que me mirara profundamente a los
ojos. –No pararé hasta que físicamente no pueda follar, y contigo, mi
resistencia es infinita.

–Hazlo. – Él balanceó sus caderas y fue tras mi boca, alimentándome con su


lengua.

Besándolo febrilmente, le di a su abertura unos cuantos golpes de efecto


con mi polla. Luego empujé, metiendo toda la longitud en su codicioso
calor. El tiempo se detuvo. Ninguno de los dos respiró. Empalado hasta la
empuñadura, me mantuve quieto, saboreando la deliciosa sensación de
Jaemin antes de expulsar un ruido áspero, retirarme y golpear
profundamente, una y otra vez, estableciendo un ritmo.

–Oh, joder. –Mi cara encontró su cuello, mis labios lamieron y besaron.

La saturación de sus gemidos me excitaba con tanta eficacia como el


apretado abrazo de su cuerpo. Él era mi adicción, mi obsesión, y a medida
que mis caderas se movían, también lo hacían las suyas, encontrándose con
mi empuje.

–Fóllame la polla. – Lo agarré por la cintura, perdido en la fantasía. –Estás


tan jodidamente estrecho a mi alrededor, moliendo ese culito hambriento,
tratando de conseguir más fricción.
Era diminuto en todas partes, y lo llenaba a tope. No había espacio para
pensar, ni una pizca de espacio o tiempo para considerar los males.

Demasiado tarde para eso.

Estaba sumergido en las sensaciones, mi cerebro explotaba de alegría.


Jaemin era mi único pensamiento. Mi única necesidad. Él respiraba y yo
tenía aire. Si había estado reteniendo alguna parte de mí, ahora estaba toda
expuesta, totalmente entregada a él.

Un hambre rabiosa chocó en mi interior. El pistón de mis caderas no cedía


mientras me movía bajo la fuerza de mi deseo, follando en caída libre. Nana
era mucho más pequeño que yo, y cada vez que me hundía más, con más
fuerza, temía partirlo por la mitad. Pero su cuerpo, desatado por el orgasmo,
cedió alrededor de mi invasión, rindiéndose, aceptando todo de mí.

Porque era mío.

Gemí contra sus labios abiertos y miré fijamente sus ojos oceánicos.
Estábamos pegados en cada punto de contacto viable, inseparables, follando
como si fuera nuestra última noche en la Tierra.

–Eres tan jodidamente pequeño. Tan apretado y caliente. Me estoy


volviendo loco con esto, la increíble forma en que te sientes. – Penetré más
profundo, empujé más lejos, más rápido. Mi cuerpo nunca se había sentido
tan vivo. –Nunca he deseado nada con tanta intensidad, como te deseo a ti.
Jesús, te sientes tan malditamente increíble.

Salpiqué su rostro con besos mientras otro orgasmo precipitado lo


convulsionaba, agarrotando su respiración. Tuve visión doble, estrangulado
por los espasmos de sus paredes internas. Mi ritmo se desarticuló, mis
pelotas se tensaron mientras mi cuerpo intentaba unirse al suyo en la
liberación.

Todavía no.

Con una fuerza sobrehumana, la saqué. Él protestó con sonidos


indiscernibles mientras yo levantaba su peso sin huesos y ligero como una
pluma y lo llevaba al baño.

–No te has corrido. – Sus labios recorrieron mi mandíbula, su pecho se


agitó.

–Oh, príncipe. Sólo estoy empezando. – Lo puse de pie ante el tocador. –


Agárrate al mostrador.

Llevaba cuatro clímax y parecía estar ebrio de placer mientras sus ojos
pesados miraban mi reflejo en el espejo. Lo ayudé a inclinarse hacia delante
con las manos apoyadas en el lavabo.

Entonces incliné sus caderas y lo follé hasta el quinto orgasmo.

–¿Qué me estás haciendo? – Él gimió mientras yo seguía empujando.

–Haciendo que este culo esté lo más abierto posible.

Dios, estaba desahuciado, el semen en su abdomen, y el sudor en sus


piernas. Recogí parte de la humedad y la unté alrededor de su pequeño y
apretado culo, incluso conmigo dentro. Con un gemido, apretó más fuerte,
observando nuestras imágenes reflejadas. Seguí machacándolo,
cabalgándolo con fuerza mientras hundía mi pulgar en el apretado anillo a
la par que mi polla. Estaba tan relajado, tan jodidamente agotado por los
orgasmos, que sus músculos se liberaron, dándome la bienvenida a la nueva
intrusión. Tal y como había planeado.

Trabajando con él hacia otra liberación, sustituí mi pulgar por dos dedos.
Luego tres. Mi atención se fijó en sus reacciones, buscando signos de dolor
u objeción.

–¿Cómo se siente tan bien? – Empujó hacia atrás contra mi polla,


completamente relajado con la idea de mi polla y mis dedos en él, abierto a
mí. –Me siento tan lleno y sobre-estimulado, y todavía quiero más. Eres
como una droga, Jeno. Eso debería asustarme, ¿verdad?

–Nunca te haré daño. – Le sostuve la mirada en el espejo, follándolo con mi


polla y mis dedos.
Pero le daría un poco de molestia. Un poco de presión. Un poco de dolor.
Nada que no pudiera soportar. Tomar este agujero toda la madrugada iba a
destrozarme. Era tan indecente y prohibido y jodidamente apretado que me
estaba estremeciendo de delirio sólo de pensarlo. Necesitaba correrme.
Todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo pedían a gritos alivio.

Puse mis labios en su garganta y mordí. Jaemin se arqueó, gritando. Hundí


mis dientes con más fuerza mientras me deslizaba fuera de su culo,
retirando mi mano también, y sumergiéndome nuevamente dentro de su
agujero maltratado en un suave empuje.

Su boca se abrió en un grito silencioso y sin aire. Sus dedos perdieron el


contacto con el mostrador y me clavó los codos en las costillas. Entonces su
culo se cerró alrededor de mí, apretando tanto que vi las estrellas.

–¡No puedo más, Dottori! N-No puedo. – Se le escaparon breves gemidos.

–Claro que puedes, lo estás haciendo. – Agarré su garganta, sujetándolo


contra mi pecho y atrapando la parte inferior de su cuerpo entre mis caderas
y el mostrador, con mi polla asentada profunda y deliciosamente dentro de
su culo. –Respira, llevamos un buen tiempo en esto.

–¡Estoy cansado, maldito imbécil!

–Es tu culo, y que me condenen al infierno, pero te sientes jodidamente


increíble.

–¡Sal de mí! Oh, Dios mío, ¡sal de mí!

–Cálmate. – Lo mantuve quieto, impidiendo que me desalojara.

– Prometiste que me harías trabajar en esto. Mi resistencia, pero no creí que


fuera tan duro, Dios...

–Mírame. – Encontré sus ojos en el espejo. –Si te hubiera advertido, te


habrías estresado por ello, habrías entrado en pánico y probablemente
hubiera fingido dormirte luego de la tercera ronda. Te preparé para ello
haciendo que estuvieras lo más relajado y despierto posible. ¿Estabas
relajado?

–Lo estaba. – Apretó sus nalgas a mi alrededor, robándome el aliento. –Pero


ahora no estoy relajado. Joder, Jeno. Es demasiado, llevamos mucho
tiempo. Eres demasiado grande.

–Pero no es insoportable. No es más de lo que puedes soportar. Respira


profundamente. Buen chico. Otra vez. Ya está. Sigue respirando.

Mientras él se concentraba en respirar, lo rodeé y me lavé las manos en el


lavabo. Luego pasé los dedos limpios por los resbaladizos pliegues de su
entrada, roja y con mi polla atestada hasta el fondo, suavemente
despertando de nuevo su deseo.

–No me moveré hasta que estés mejor. – Puede que muera antes de eso,
pero no se me ocurre una forma mejor de irme. –Ya has hecho esto antes. –
Sus cejas se doblaron mientras apoyaba las manos en la encimera,
estudiando mi reflejo.

–¿Sexo anal? Sí, contigo. Hasta hace como veinte minutos.

Se le desencajó la mandíbula, ofendido.

–Antes, lo utilizaba como medio para infligir dolor. – Acaricié su torso y su


vientre plano mientras besaba el lateral de su cuello. –Esto no es así. Tu
placer y tu necesidad me afectan más que los míos. Si no disfrutas de esto,
yo no disfruto esto. ¿Entendido?

Él asintió, y la tensión de sus músculos se agitó al exhalar.

Permanecimos así, encerrados, mientras mis manos vagaban, mis labios se


acercaban y su culo palpitaba por la constante e interminable intromisión.
Durante largos minutos, permanecí en algún lugar del purgatorio, rondando
entre la sensación celestial y la agonía infernal de no moverme.

Me centré en su abdomen, luego su pecho, pellizcando un pezón, luego a su


gemelo, acariciando mi camino por su vientre, y hacia su polla, tan húmeda,
suave y rosada, suplicando erecta entre mis dedos. Mi propia polla palpitaba
dentro de su trasero mientras jugaba con él. Sentí que se aflojaba por
momentos, como antes, que se estiraba a mi alrededor, aceptando la presión
y la plenitud.

Inclinó su rostro hacia el mío, encontrando mi boca, besándome


hambriento, vorazmente, hasta que oí las palabras que hicieron retumbar mi
pulso.

–Quiero seguir con esto. – Presionó su sonrisa contra mis labios y retorció
su culo. –Estoy listo, de nuevo.

Mi corazón sonaba como agua corriendo en mis oídos. Oh, mierda. Podría
morir.

Temblando de pies a cabeza, empecé a moverme. Con mi cuerpo montado


sobre el suyo y mi barbilla sobre su hombro, cruzamos nuestras miradas en
el espejo.

–Tómalo, niño sucio. – Entré y salí de él con una lentitud medida,


gruñendo, recalentando. Se sentía tan jodidamente bien que dolía. –Toma
mi polla. Eso es. Me estoy follando ese culo, amor. Y maldita sea, me estás
apretando hasta la muerte.

–Tanta presión. – Cubrió su mano sobre la mía sobre su pene, tocándose


mientras yo lo rodeaba también. –En la iglesia no se sintió así. Es
indescriptible...

–¿Indescriptiblemente bueno?

Él asentía rápidamente y jadeaba mi nombre con cada zambullida.


Estábamos tan sucios, tan increíblemente empapados, que nos golpeábamos
y nos deslizamos juntos.

–Más rápido. – Jaemin separó más sus pies y empujó contra mí. –Más
fuerte.
Explote en llamas, mi libido se disparó con su entusiasmo. Ver la lujuria
grabada en su rostro y saber que estaba disfrutando de esto otra vez fue la
máxima excitación. Porque yo estaba tan metido en él, mi necesidad de
estar dentro suyo cada instante, era una demanda constante y urgente. Así
que me entregué a esto, dejando que mis caderas se desbocaran, clavando,
golpeando, tomándolo todo. Lo tomé todo.

Na Jaemin era mi todo.

–Joder, toma mi polla. – Agarré su cintura y presioné mis pulgares contra


los hoyuelos de su espalda baja, manteniéndolo en su sitio. –Se siente tan
malditamente bien. Fóllala como si fuera todo lo que necesitas. Eso es.
Joder, sí. – Gemí, sin pensar en el placer, y mordí su hombro. –Me vuelves
loco. No puedo pasar una hora sin follar contigo.

Nuestro reflejo unido era increíblemente erótico, retorcido y frenético.


Parecía un ángel de categoría X drogado por el éxtasis, nuestros cuerpos se
movían como uno solo, mientras sonidos animales salían de mi garganta.

El placer entre mis piernas era incomparable. Tenía ganas de atarlo a la


cama y no dejarlo salir nunca. Su sudor cubría mi cuerpo, y yo quería
restregarlo y no lavarlo nunca. Tenía una seria adicción a este chico. Era
adicto a darle placer. Adicto a sus besos y a la forma en que me robaba la
cordura. Adicto al brillo de sus ojos pesados cuando lo besaba a lo largo del
cuello. Adicto a sus pequeñas Conejitos adorables. Adicto a sus pequeños
sonidos hambrientos mientras lo follaba hacia otro orgasmo.

Pero incluso sin el sexo, me sentía adicto a él. Me sentía desquiciado y


maravillosamente equilibrado. Todo lo que quería era a él.

Aceleré mi ritmo, moviéndome con urgencia. Más rápido, empujando


febrilmente. Mis pensamientos vertiginosos distorsionaron mi control. Era
demasiado placer, y Jaemin también lo sentía. Una de sus manos se movió
desde el mostrador para agarrar mi trasero, sus uñas penetrando mi carne,
sus gritos fuertes y explosivos.

Eso sólo me estimuló más.


–Suenas tan jodidamente sexy tomándome. – Con mis labios en su oreja, le
pellizqué el lóbulo. –Te encanta la suciedad y la dureza en cualquier
momento que puedas conseguir.

–Sólo contigo, Jeno. – Tragó saliva, temblando, sosteniendo mi mirada en el


espejo. –Sólo contigo.

Se corrió con un grito que sacudió su pequeño cuerpo. Lo empujé hasta el


fondo de su culo, con un golpe certero a su próstata y lo inmovilicé contra
el lavabo, asfixiándolo, agitándolo y llenándolo de tanto semen que creí que
me iba a desmayar.

Quería que goteara de él, que se encharcara en el suelo y que cubriera sus
preciosas piernas. Entonces lo tomaría de nuevo.

–Estoy muerto. – Se desplomó sobre el mostrador, esta vez riendo.

Dejé caer mi boca sobre su columna vertebral, besando suavemente


mientras me alejaba de su cuerpo. La pérdida de intimidad era demasiado,
así que lo levanté y atraje su pecho hacia el mío, uniendo nuestros labios.

–Me vas a dejar dormir ahora, ¿verdad? – Me rodeó el cuello con sus
brazos.

–Tengo interminables orgasmos que darte. – Lo levanté y lo llevé hacia la


ducha. –Vas a conseguirlos en cada habitación de la casa, en cada superficie
plana. Luego pasaremos a los cien acres de afuera.

–Oh, Dios mío. – Él gimió.

–¿Te he hecho daño? – Lo dejé en el asiento de la ducha, inspeccionando su


cuerpo enrojecido. –Te he follado como un animal. ¿Fui demasiado...?

–Eres perfecto. – Levantó su sonrisa empapada de placer hacia mi boca,


besándome perezosamente. –Me encanta... Me encantó.

–Bien. Porque voy a vivir entre tus nalgas.


Lo lavé. Lo amé con besos. Luego lo llevé de vuelta a la cama y lo amé con
mi cuerpo una y otra vez.

Había roto mis votos y tomado la virginidad de un hombre, de mi


estudiante. El hijo menor de los Na. Mi día de ajuste de cuentas llegaría.

Hasta entonces, tomaría un profuso e impío placer en el pecado.

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feliz ♡

𖧷 ᜊ 𝐉𝐉_𝐌𝐎𝐍𝐒𝐓𝐀𝐗_𝟓𝟏𝟒 𖥻 .͘ 𝐈.𝐍
Ꮺ ָ࣪ capítulo 25 𓂃

Ir de excursión con Jaemin por las montañas se convirtió en uno de los


mayores placeres de mi vida.

Las horas que pasábamos en los senderos no tenían que ver con el destino.
El tiempo que pasábamos juntos tenía que ver con la unión, el aprendizaje y
el aprecio mutuo. Se trataba de discutir, reír y besar. Lo había conocido a
fondo en la escuela, en el aula, en la iglesia. Pero al verlo entre los árboles
de hoja perenne y perseguirlo por la nieve, adquirí nuevas perspectivas.

La naturaleza le proporcionaba un profundo sentido de la tranquilidad,


como un bálsamo para su mente, un lugar donde descansar sus
pensamientos. Jaemin no pertenecía a la ciudad. No era feliz en una
mansión. Ni siquiera podía imaginarlo en un aula.

Este era su hogar, entre montañas, ríos, castores, zarigüeyas, murciélagos y


halcones. Este era su lugar, y yo estaba aquí con él, absorbiendo la tierra,
acogiéndolo en mis pulmones, uniéndolo a mi alma.

Nuestras pisadas se convirtieron en nuestros latidos, los árboles en nuestro


capullo. Aquí, a salvo en nuestro mundo privado, establecimos una
conexión que prosperaba en lo prohibido. Era cruda. Era peligroso. Era
nuestra comodidad.

Flotábamos en una sensación de sueño despierto.

Pasé dos semanas con él en las montañas y por primera vez en mi vida, no
sentí ninguna batalla interior. Sin remordimientos. Jaemin era la mayor
bendición que el cielo podía haberme dado, y no iba a malgastar ni
desperdiciar este regalo. Lo apreciaría y lo protegería a toda costa.

–Uh-oh. – Jaemin se acostó de lado en la cama, con su rostro hacia mí. –


Veo ojos melancólicos.

Ninguno de los dos llevaba nada de ropa, pero las únicas partes de nosotros
que se tocaban eran nuestras miradas.

–Mis pensamientos son pura alegría. – Murmuré.

–¿Sabes qué es pura alegría? Mi funda de almohada de seda. Como tienes la


cara pegada a esa abominación de algodón, no me extraña que tengas un
aspecto tan amenazador y gruñón.

Dijo eso mientras se acurrucaba en su brillante funda de almohada de


marfil, que se yuxtaponía absurdamente con mis sábanas de franela a
cuadros. Era la única persona que conocía que se traía una lujosa funda de
almohada a una cabaña en las montañas. También era una de las pocas
cosas de alto mantenimiento que tenía.

Sí, Jaemin se maquillaba a escondidas de su madre, y se arreglaba las uñas,


pero no se preocupaba por su cabello, o sus vestuarios. Sin embargo, era
bastante protector con su costosa ropa interior. Cada vez que rompía una, se
volvía feroz. Era una contradicción de su educación. Un niño rico y
mimado con integridad y una mente hermosa que podía utilizar de un
millón de maneras diferentes. Sabía que, independientemente de lo que
decidiera hacer en la vida, utilizaría ese brillante cerebro para hacer del
mundo un lugar mejor.
Solo necesitaba mantenerlo a salvo hasta que descubriera cómo lidiar con
su madre y su matrimonio con Lee Jieun.

–Tenemos que discutir nuestro regreso a la escuela. – Las palabras se


sintieron como arena en mi boca.

–No seas aguafiestas. – Su expresión se apagó. –Tenemos tres días.

–La escuela se reanuda en tres días. Tengo que volver mañana. Enviaré un
auto para ti al día siguiente. Tenemos que escalonar nuestras llegadas para
evitar sospechas.

–No. – La tristeza se filtró en su voz. Luego más fuerte, más firme. –No.

–Escúchame bien. – Me acerqué a su rostro, mis dedos se deslizaron por su


cabello. –Vamos a tomar todas las precauciones posibles. Nada de andar a
escondidas.

–¿Qué? – Jaemin apretó mi muñeca contra su cuello. –¿Qué significa eso?

–Significa que una vez que salgamos de esta cabaña, debemos volver a una
relación profesional.

–Eso es ridículo. Nunca hemos tenido una jodida relación profesional. ¿De
qué estás hablando?

Él tenía razón, por supuesto. No sabía cómo íbamos a mantener la distancia


mientras pasábamos cada minuto juntos en el aula.

Pero me negaba a joder esto. Éramos Jaemin y yo contra el mundo, y


ganaríamos. Fin de la historia.

–Soy tu guardián. Me quedaré contigo. Te mantendré. Rugiré por ti. Si


alguien te jode, seré su pesadilla. Quemaré el maldito mundo por ti. Pero no
puedo hacerlo si me pillan. – Mi pecho se dobló bajo la gravedad de mi
decisión. –Nada de sexo. Sin tocar. Sin riesgos.

–¿Por cuánto tiempo?


–Hasta que te gradúes.

Como si las palabras lo hubieran abofeteado, se echó hacia atrás,


estremeciéndose con dolor en los ojos.

–¡Son cinco meses!

Recorrer los senderos con él se había convertido en uno de mis mayores


placeres, pero no se comparaba con la sensación de su cuerpo -agarrando,
apretando, chupando, tirando- cuando me hundía dentro suyo.

Cuando le quité la virginidad en la iglesia, nunca me había corrido tan


fuerte en mi vida. Pero siempre fue así con él. Follamos como conejos. Mi
polla estaba irritada. Las ronchas, los moretones y los chupetones cubrían
su carne. Quería que mis marcas estuvieran marcadas en Jaemin
permanentemente como una declaración de que era mío.

Pero no podía haber declaraciones.

Ninguna reclamación pública. Nadie podía saberlo.

–Cuando estés en la residencia, desvistiéndote o duchándote, no puedes


dejar que nadie las vea. – Pasé un dedo por las mordeduras de su abdomen.
–Hasta que desaparezcan, mantenlas cubiertas. Van a generar preguntas.

–No me importa. – El aire salió de su nariz con poco calor. Él sabía que
tenía razón. –Maldita sea, Jeno. Podemos ser cuidadosos, como antes.
Cerrar las puertas y...

–No.

–Nunca va a funcionar. Has perdido la jodida cabeza. La primera vez que


me pusiste de rodillas para fregar tus malditos suelos...

–No lo haré. No más castigos. Si te portas mal, te pondré en detención con


otro profesor.

–Mentira. – Su mano se posó en la cama entre nosotros.


–Pruébame, Jaemin. A ver qué pasa.

Su mandíbula se puso rígida y apartó la mirada.

–He estado pensando mucho en esto. He tenido tiempo para acostumbrarme


a la idea. – Acaricié los delicados bordes de su rostro, trayendo su mirada
de vuelta a la mía. –No será fácil. Van a ser cinco meses de pura tortura.

Después de estar sin sexo durante nueve años, unos meses no deberían ser
nada. Pero ya había probado su sabor y privarme de ello, iba a ser un
infierno interminable y atroz.

–No serán cinco meses. – Se apoyó en un codo y apartó mi mano de un


manotazo. –Tú y yo terminamos aquí. Esta noche. Tomaste la decisión de
no tocarme en la escuela. Bien. Pero no entiendes que pasará después de
esto. ¿Has olvidado que mi futuro ya está escrito, vendido y firmado? – La
ira apasionó su voz. –Cuando te vayas de aquí mañana, me dejarás para
siempre.

Nunca lo dejaría. Na Jaemin me pertenecía para siempre y en todos los


sentidos. Pero él no necesitaba ser convencido de eso ahora mismo.

Todavía no.

Primero, necesitaba que pasáramos el resto del año escolar sin un desastre.
Quizá su enfado nos ayudara a mantener esa distancia necesaria. Una vez
que se hubiera graduado y yo tuviera una solución para la fusión Lee-Na -
precisamente por otra fusión denominada de la misma manera-, le haría
entender lo comprometido, posesivo y jodidamente serio que era cuando se
trataba de él.

Había infligido mucha crueldad y soportado toda una vida de soledad para
llegar hasta aquí. Lo quería demasiado como para arriesgarme a perderlo.

Los siguientes cinco meses eran temporales.

–Confía en mí. – Agarré su pequeña cadera con curvas y lo empujé contra


mí. –Haz lo que te digo y yo me encargaré de todo.
–¿Vas a darme una follada de despedida? ¿Es eso lo que es? – Jaemin
enseñó los dientes y se apartó.

–No, príncipe. Voy a mostrarte lo mucho que voy a arder por ti hasta que te
tenga de nuevo. – Lo empujé hacia atrás y capturé su boca.

Él se resistió, pero no me importó. Esta era nuestra última noche, y si no la


pasábamos unidos de todas las maneras posibles, definitivamente lo
lamentaría.

Ambos lo haríamos.

Así que lo besé y puse mi mano entre sus piernas y convencí a su cuerpo
para que me aceptara. Si realmente se hubiera opuesto, lo habría dejado
muy claro, probablemente con los puños. Pero a pesar de su rabia y su
temor, no quería perder este precioso tiempo.

En cuestión de segundos, cayó sobre mí en una furia de garras y besos.


Devoré su desesperación, su anhelo y su miedo mientras estallaba en él y en
mí. Sin palabras, sus labios confesaron su miedo por nuestra inminente
separación. Y en ese beso, le aseguré que estaríamos juntos, yo estaría
velando por él, incluso cuando no pudiera mostrárselo físicamente.

Nunca había hecho el amor con alguien, pero no había otra forma de
hacerlo con Jaemin. Lo consumía, lo idolatraba, rendía homenaje a todas
sus perfecciones y memorizaba cada sensación celestial.

Con cada empuje de mi polla y cada barrido de mi lengua, pasamos de la ira


a la devoción, de la imprudencia al delirio. Follamos hasta que ninguno de
los dos pudo moverse. Horas más tarde, yacía bañado en sudor, mirando al
techo en la oscuridad. Jaemin dormía a mi lado, tranquilo en ese momento,
pero se había dormido enfadado.

Si las circunstancias hubieran sido diferentes, no habría permitido que se


durmiera enfadado. Pero no había solución para su dolor. No iba a
comprometer esto. Si su familia descubría lo que estaba haciendo con su
hijo, intentarían matarme. No quería lidiar con un secuaz. Sólo quería
centrarme en Jaemin. Y mi mente ya estaba nadando con soluciones para su
futuro.

Con cuidado, me escabullí de la cama sin despertarlo, tomé el teléfono y


cerré la puerta al salir.

En la cocina, me serví un trago de whisky y marqué a mi mejor amigo.

–Es tarde. – Dijo Jaehyun a modo de saludo.

–¿Demasiado tarde para una confesión?

–Hm. – Sonaron crujidos por el teléfono. –Suena serio.

–Es la confesión más seria que voy a dar.

–Te escucho.

Lo confesé todo. Pero no fue un acto de contrición. No estaba arrepentido.


No me arrepentía ni me avergonzaba de cada segundo que había pasado con
Jaemin. Él ya sabía lo que había sentido por Nana antes de las vacaciones.
Así que cuando le dije que había vuelto al colegio y que lo había llevado a
la cabaña, no reaccionó.

Probablemente llevaba tiempo esperando esta llamada.

Le dije que nuestra relación se había vuelto sexual, pero no de la manera en


que lo había hecho con otros.

–¿No lo maltratas? – Preguntó.

–No. Ni siquiera tengo ganas. Lo adoro demasiado.

–Eso es... Nuevo.

–Sí. Todo esto es nuevo.

Le expliqué la naturaleza de nuestra relación mientras omitía algunos


detalles. No necesitaba saber que le había follado la cara en el confesionario
y que le había quitado la virginidad en la iglesia.

–¿Su familia sospecha algo? – Preguntó.

–Ha estado en contacto con sus hermanos casi a diario. Llaman


constantemente para saber cómo está. Les ha convencido de que está
disfrutando de unas vacaciones tranquilas con unos amigos que hizo en el
colegio.

–Si descubren...

–No lo harán. Mañana vuelvo a la escuela y voy a interrumpir mi relación


con él.

–¿Puedo ser sincero contigo?

–Siempre.

–Dios te ha perdonado por las cosas que has hecho anteriormente, y Dios no
debe perdonarte por amar como lo haces ahora, no importa a quién. No
necesitas continuar este ciclo de autocastigo. – Hizo una pausa, inhalando y
exhalando. –No estás destinado a ser sacerdote, Jeno. Nunca fue tu
vocación.

Mi corazón se estremeció cuando sus palabras se asentaron. El pensamiento


siempre había rondado en mi cabeza, pero escucharlo de su boca lo hacía
más real.

–¿Lo amas? – La incertidumbre se apoderó de su voz.

No creía que yo fuera capaz de tener un amor romántico. ¿Y por qué iba a
hacerlo? Era el rey del dolor y el desamor.

Hasta Jaemin.

Corazón puro, mente hermosa, alma brillante. Lo amaba. ¿Cómo podría no


hacerlo? Era tan fácil de amar.

–Sí. Lo amo con todo lo que soy.


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Ꮺ ָ࣪ capítulo 26 𓂃

Lo sentí a mi alrededor entre el sueño y la conciencia. Sentí su aliento en la


unión entre mi cuello y mi hombro. Sentí sus labios en los riachuelos de la
cálida luz del sol en mi rostro.

Entonces sentí que se alejaba.

La agonía de su partida se produjo con una frialdad roedora que invadió


cada nervio, órgano y hueso de mi cuerpo. El instinto de perseguirlo era
enorme, pero luché contra él. Lo dejé marchar sin gritar ni sollozar y sin
exigirle que se quedara sólo un día más. Me había enfadado mucho con él
cuando me dormí anoche. Pero esta mañana, no sentí nada más que una
pena desgarradora.

Estaba haciendo lo correcto. Lo noble. Me estaba protegiendo,


protegiéndonos, y le dolía tanto como a mí.

Me negué a hacer esto más difícil de lo que ya era.

Así que cuando se despidió de mí con un beso tranquilo y tierno, me quedé


quieto y fingí que dormía. Me quedé en la cama mientras él salía de la
habitación. No hice ningún ruido hasta que se cerró la puerta principal y su
auto se alejó.

El aire entraba y salía de mis pulmones, rápido y pesado, el dolor se


acumulaba y aumentaba hasta que no podía contenerlo. Cuando por fin lo
dejé salir, se derramó en una avalancha de feas lágrimas sollozantes. Aparte
de las mañanas en las que me dejaba en la cama durmiendo mientras él
asistía a la misa dominical en la pequeña iglesia del pueblo, habíamos sido
inseparables. Pasamos cada segundo juntos durante las últimas dos
semanas, me había acostumbrado a su compañía. Había llegado a depender
de él y a necesitarlo como nunca había necesitado a otra persona.

Todavía me quedaban cinco meses con él. Pero nunca estaría con Lee Jeno
como habíamos estado en esta cabaña en las montañas. Él iba a volver a ser
un sacerdote, un maestro. Y yo volvería como su estudiante, un heredero
Na, y el futuro esposo de Lee Jieun.

Me había dicho que confiara en él, y lo hice. Confié en que haría todo lo
posible para cambiar mi destino. Pero él no cambiaría la opinión de mi
madre. Ella lo mataría si mencionaba que estaba interesado en mí. Ya
estaría muerto si supiera que me había follado.

Mientras la cama se enfriaba en su ausencia, me arrastré fuera y me preparé


para el día. Luego limpié la cabaña, visité a los castores y recogí mis
pertenencias. Era el final de la tarde cuando me encontré sentado en la
mesa, sin distracciones, y echándole de menos con cada latido roto de mi
corazón. ¿Cómo iba a verlo todos los días y no tocarlo? ¿Cómo iba a
mirarlo a los ojos y no besarle? ¿Cómo iba a dormir en mi dormitorio sin
sus brazos alrededor de mí?

El único consuelo era saber que pasaría todos los días con él hasta que me
graduara. Aunque solo fuera a nivel profesional. Todavía teníamos tiempo.
Tenía tiempo para encontrar la manera de escapar de los planes de mi
madre. Tal vez uno de mis hermanos podría ayudarme. No me iba a rendir.

Pasé los dedos por la pulsera de tenis de mi muñeca. En algún momento del
mes pasado, Jeno había sacado la joya rota de mi habitación y la había
hecho reparar. Me la regaló la mañana de Navidad junto con un lector
electrónico cargado de libros. Docenas de libros, manuales y revistas sobre
todos los aspectos de la creación y gestión de un negocio, así como guías
paso a paso para iniciar un proyecto de rescate de animales.

Él había hecho todo esto antes de que tuviéramos sexo. Lo había hecho
porque se preocupaba por mí.

¿Me amaba?

No habíamos hablado de eso. Nunca dijimos las palabras, aunque las había
sentido cada maldita vez que lo miraba.

Era lo mejor.

Pero estar aquí sentado obsesionado con él no era lo mejor, así que decidí
salir de excursión.

Mientras me calzaba las botas, el sonido de un auto que se acercaba llegó a


mis oídos. Me quedé helado, escuchando. ¿Había vuelto Jeno? El corazón
se me subió a la garganta mientras corría hacia la ventana. Un sedán negro
de lujo apareció en la carretera entre los árboles.

No es Jeno.

Reconocí la marca y el modelo. Mi madre siempre encargaba el mismo tipo


de auto. La sangre me latía en los oídos y cada gramo de calor se
desprendía de mi cuerpo.

Mi madre estaba aquí.

En Maine.

En la cabaña que pertenecía a Jeno.

Ella lo sabía.

Ella jodidamente lo sabía.


Mi primer instinto fue correr. Esconderme. Pero tenía que ver quién estaba
en ese auto. ¿Estaba mi madre sola? ¿O había enviado a alguien en su
lugar? ¿Mis hermanos? ¿Su asistente?

Mientras esperaba a que el auto estacionara, me quedé fuera de la vista de la


ventanilla, con el cerebro funcionando a toda máquina. Ella estaba aquí para
recuperarme. De eso no tenía ninguna duda. ¿Pero cómo sabía dónde
encontrarme? ¿Quién se lo dijo? ¿Sabía que Jeno estaba en la escuela? ¿O
esperaba encontrarnos aquí juntos? Tenía que actuar tranquilo. Le diría que
él me había dado las llaves y que me había dejado quedarme aquí solo
durante las vacaciones.

O podría simplemente no abrir la puerta. Podía fingir que no había nadie.

Mi cabeza palpitó con tensión cuando se abrió la puerta del pasajero. Mi


corazón se detuvo cuando Ten salió.

El esbirro.

–No, no, no. – Mis músculos se bloquearon, y todo dentro de mí se


entumeció.

Ten sólo aparecía cuando había que matar a alguien. Gracias Dios a que
Jeno no estaba aquí. Pero Ten solo tardaría unos segundos en enterarse y
dirigirse a la escuela para terminar el trabajo allí.

Los temblores comenzaron en mi pecho y se abrieron paso hasta mis


piernas.

Piensa, Jaemin. Piensa.

Un segundo par de zapatos salió del auto. No respiré hasta que vi la cara de
mi hermano. Lucas habría sido mi primera opción, pero ya había volado a
Europa. Era Jisung. Mi segunda opción. Podía ser un niño mimado de
mamá, pero era mil veces más indulgente que mi otro hermano mayor,
Taeyong. Con Jisung, tenía la oportunidad de defender mi caso.

Pero primero, tenía que averiguar lo que él sabía


Me quedé fuera de la vista mientras él se dirigía a la puerta con Ten
pisándole los talones. El esbirro tailandés apoyó una mano en la cadera bajo
la chaqueta del traje, sus dedos contra la funda del arma, mientras sus ojos
sondeaban el bosque circundante.

Ten golpeó con un puño la puerta.

No me moví, no respiré.

–¡Jaemin! – Volvió a llamar a la puerta. –Sé que estás ahí. Abre o


entraremos a la fuerza.

Maldita mierda.

Cerré los ojos. Respiré profundamente.

Luego crucé la habitación y le dejé entrar.

–¡Hola! – Escondí mis nervios bajo una sonrisa. –¿Qué estás haciendo
aquí?

–Sabes por qué estoy aquí. – Pasó junto a mí, sus ojos azules brillando con
un raro destello de rabia mientras escaneaba la habitación. –¿Dónde está ese
hijo de puta?

–¿Quién?

Ten pasó de largo y desapareció en el dormitorio.

–El sacerdote. – Jisung giró hacia mí y me tomó el rostro, con una


expresión de horror. –Conejito. Dios. ¿Qué te ha hecho ese hijo de puta?

–Si te refieres al padre Jeno, tuvo la gentileza de dejarme alojar en su


cabaña. – Me aparté de su contacto, acomodando mis rasgos en una
máscara de confusión. –¿Por qué? ¿Qué está pasando?

–No está aquí. – Ten salió de la habitación trasera.

–¿A dónde fue? – Jisung me miró con los ojos entrecerrados.


–¿Cómo diablos voy a saberlo? Llevo aquí desde Navidad.

–Excepto que nos dijiste que estabas en la escuela, saliendo con tus amigos.

–Pensé que todos se asustarían si se enteraran que me quedaba aquí en el


bosque solo. – Me crucé de brazos. –Supongo que tenía razón.

–No, Nana. Nos asustamos por esto. – Golpeó la pantalla de su teléfono y lo


puso delante de mi rostro.

Se me cerró la garganta.

Tenía una foto de Jeno y de mí en la puerta de la cabaña. Fue tomada ayer


después de nuestra caminata matutina. No habíamos llegado a entrar antes
de desgarrarnos la ropa mutuamente. Él me había follado en el porche
contra la casa en el frío glacial. El mejor sexo de invierno al aire libre.

Y mi hermano tenía una foto en su teléfono.

Fue captada desde lo suficientemente lejos como para que nuestras partes
desnudas se vieran borrosas, pero no había duda de dónde estaba enterrada
la polla de Jeno.

–¿Quién tomó esa foto? – La pregunta pasó por mis labios secos.

–¿Dónde está el sacerdote?

–No te voy a decir una mierda hasta que sepa quién me estaba espiando y
por qué.

Guardó su teléfono en el bolsillo.

–Ulrich tomó las fotos.

El vietnamita, nuestro investigador privado.

–¿Por qué me estaba siguiendo? – Le pregunté.


–Kim Jungwoo se puso en contacto con mamá hace una semana y dijo que
creía que había algo entre tú y tu profesor.

–Claro que sí, ese puto egoísta, celoso y asqueroso.

–Jesús, Jaemin. – Me miró como si no reconociera a su propio hermano. –


¿Qué te pasa?

–A ver si lo entiendo. ¿Madre creyó las alegaciones de Jungwoo y envió a


Ulrich a Maine a investigar? ¿Supongo que hay más fotos de donde vino
eso?

–Sí y sí.

–¿Quién las ha visto?

–Mamá y yo. Y Ulrich.

–¿Ni Lucas o... Alguno otro?

–No. Ella quiere mantener esto lo más silencioso posible.

Sin escándalos.

Jisung era su hijo favorito, su chico encantador y agradable. Sólo tenía


veintiún años, pero confiaba en él para tratar con la prensa y suavizar
cualquier mala publicidad. Así que no era de extrañar que lo enviara a
buscarme y evitar que hiciera una escena mientras Ten hacía el trabajo
sucio.

El secuaz estaba cerca de la puerta principal, siguiendo nuestra


conversación. Cabello oscuro, ojos azules, músculos en todos los lugares
adecuados: Ten podría haber sido guapo si no diera tanto miedo.

–¿Has visto las fotos? – Le pregunté.

–No.

–¿Pero estás dispuesto a matar a un sacerdote porque mi madre lo ordenó?


Su mirada probablemente hacía que muchos cuellos se encogieran en sus
hombros. Pero no conseguiría que me encorvara ni me acobardara. Tenía
mucha práctica en lidiar con hombres más altos que yo, más gruñones y con
mirada fija.

–Espera fuera. – Hice un gesto a la puerta.

Ante el asentimiento de Jisung, Ten se fue, llevándose todo el aire asesino.


Si estuviera frente a mi madre en este momento, inventaría algún tipo de
plan fortuito para salvar la vida de Jeno. Pero este era Jisung. Era cariñoso,
protector, y normalmente relajado. El mejor enfoque con mi hermano era la
verdad.

–Lo amo.

Sus ojos se abrieron de par en par.

–¿El sacerdote?

–Sí. Amo a Jeno.

–Oh, Conejito. Crees que lo sabes, pero tus preferencias, tú...

–No te atrevas a decirme "Oh, Conejito". – La frustración me salía por los


poros. –No soy un niño, y no soy un maldito idiota. Soy inteligente, Jisung.
Lo suficientemente inteligente como para saber a quién jodidamente amo.

–De acuerdo. – Levantó las manos, tratando de apaciguarme. –Cálmate.

–No puedo. ¿Sabes por qué? Porque si le pasa algo, me destruirá.


¿Entiendes? No sobreviviré a ello.

–¿Por qué? ¿Por qué un hombre, después de lo que mamá hizo? ¿Por qué
él?

–Él me ve y me entiende. Me acepta y me defiende.

Me paseé por la habitación mientras las palabras se precipitaban. Le conté


lo mal que me porté la primera vez que llegué a la Academia Clé, cómo
planeé que me expulsaran y le hice pasar un infierno a Dottori durante
meses. Le conté cómo me ayudó con las zarigüeyas y limpió mi desastre en
el Baile de Invierno. Le expliqué cómo mantuvo sus manos para él mismo
durante meses y luchó contra la atracción que ambos sentíamos hasta el
alma.

–Se pondría delante de una bala por mí. – Mis entrañas se estremecieron de
miedo. –Y haría lo mismo por él.

–Maldita sea. – Se pasó las manos por el cabello. –No tenemos muchas
opciones aquí. No podemos perder este acuerdo de la familia de Jieun. Los
adversarios se están acercando, apoderándose de todo lo que nos rodea.
Necesitamos activos, recursos. Necesitamos las propiedades de Lee
Hyunbin y de su hija.

–Si se trata de eso, ¿por qué necesitas eliminar a Jeno?

–Si habla, si ellos descubren que estás enredado con un hombre, que
además es tu profesor...

–Jeno no hablará. Tiene su propia carrera que proteger.

–¿Te ama?

Mi corazón tartamudeó.

–No lo sé.

–Si te ama, arruinará este trato. Lo siento, Nana. Tenemos que sacarlo.

Tenía una sola oportunidad, una sola ocasión, una sola vez para aparecer,
hacer lo correcto, asumirlo y proteger al hombre que amaba.

–Llévame a la escuela. Arreglaré esto sin derramar sangre. – Mi estómago


se hundió a mis pies. –Entonces me casaré con Lee Jieun.
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𖧷 ᜊ 𝐉𝐉_𝐌𝐎𝐍𝐒𝐓𝐀𝐗_𝟓𝟏𝟒 𖥻 .͘ 𝐈.𝐍
Ꮺ ָ࣪ capítulo 27 𓂃

Jisung aceptó hacer las cosas a mi manera. Con tres condiciones.

Uno, volvería a Bishop's Landing con él hoy y terminaría el instituto en


casa con una profesora -sí, con a- particular.

Dos, mi única prioridad en adelante sería el éxito a largo plazo de la fusión


con la familia Lee. Como esposo de Lee Jieun y heredero de la dinastía Na,
sería el mediador entre las familias gobernantes.

Tres, nunca hablaría de mi relación con Lee Jeno. Bajo ninguna


circunstancia podría haber un escándalo. Era un secreto que me llevaría a la
tumba, y no volvería a verlo ni a hablar con él.

Esos eran los sacrificios que se me exigían.

Sin duda, esto sería demasiado para mí. Pero la alternativa era peor.
Soportaría casi cualquier cosa para que Jeno siguiera respirando y sin sufrir
daños. Pero todo esto dependía de que me dejara ir. Tenía que ser una
ruptura limpia. Ningún contacto entre nosotros nunca más. Y él no podía
decirle a nadie sobre nosotros.
Él ya había decidido que no tendríamos sexo ni ningún tipo de relación
romántica de aquí en adelante. De todos modos, nuestra despedida se
produciría en sólo cinco meses. Ambos sabíamos lo que sería de mí después
de la graduación. Terminar nuestro enredo inmediatamente sería más fácil.
Menos complicado.

Pero yo lo sabía mejor. Sabía que lucharía por mí con cada hueso feroz de
su cuerpo.

Tendría que hacerle daño. Convencerlo de que no lo quería. No había otra


forma de lograrlo.

La gravedad de lo que estaba a punto de suceder no me afectó hasta que


estuve en el auto con Jisung y Ten, dirigiéndome a toda velocidad hacia la
Academia Clé. La ansiedad y el tormento chocaron como un enjambre de
avispas furiosas en mi pecho. Sentí que iba a vomitar.

Jisung llamó a nuestra madre en cuanto nos pusimos en camino y la puso al


corriente del cambio de planes. Se acercó el teléfono a la oreja, pero su voz
impaciente resonó en el reducido espacio.

–Esta es una solución mejor, mamá. – Sentado a mi lado, me agarró la mano


y la sostuvo sobre su rodilla rebotada. –Sin sangre. Sin cadáveres. Es más
limpio así.

Se me revolvió el estómago, pero mantuve una expresión neutra. Jisung


comprendía lo mucho que me interesaba Jeno, pero habíamos decidido que
era mejor ocultar ese detalle a nuestra madre. Eso significaba ocultárselo a
su secuaz, que permanecía inquietantemente quieto a mi lado.

Mientras hablaba por teléfono, Jisung expuso las condiciones que había
aceptado seguir, lo que pareció apaciguarla.

–No. – Dijo, mirándome de reojo. –No están enamorados. Se trataba de un


chico rebelde y desviado haciéndolo con su profesor. Un profesor baboso
que era demasiado débil para resistirse a la tentación y la labia de él.
Sea cual sea su respuesta, me apretó la mano, su pulgar acariciando mis
nudillos, tranquilizándome.

–Lo sé, mamá. – Suspiró. –Lo juro. Si nos da algún problema, volveremos
al plan A. – Una pausa. –Sí. Espera.

Se extendió a través de mí, pasando el teléfono a Ten a mi otro lado. El tipo


inclinó la cabeza, escuchando a mi madre. Se hizo el silencio, interrumpido
por el ocasional golpe de los neumáticos en la carretera.

–Entendido. – Ten desconectó la llamada y le devolvió el aparato a Jisung.

Y eso fue todo.

Mi madre estaría de acuerdo con esto siempre y cuando yo cumpliera con


mi parte y Jeno no opusiera resistencia. Tendría que darle a Jeno la
actuación más creíble y persuasiva de su vida.

Cualquier cosa rara y él vería directamente a través de mis mentiras.

Cuando la Academia Clé se puso a la vista, empecé a perder los nervios. Me


dolía el pecho. La cabeza me daba vueltas. Un sabor agrio me invadió la
boca y un doloroso nudo se instaló en mi garganta.

–¿A dónde? – Jisung me apretó la mano.

–Estará en el edificio principal, en su rectoría o en la iglesia. Comprobemos


primero la iglesia.

El conductor atravesó el tranquilo pueblo y estacionó junto a las puertas


arqueadas. Como las clases no se reanudaban hasta dentro de dos días, la
mayoría de los alumnos aún no habían regresado.

–Danos un minuto. – Le dijo Jisung a Ten. El esbirro salió y cerró la puerta.

Mi hermano se puso de frente a mí y rodeó una de mis manos con las suyas.

–Lo siento, Nana. Sé cuánto te está doliendo esto, sé quién eres y te amo
tanto. Juro que si hubiera otra manera...
–No la hay. – Respiré hondo y me armé de valor. –No es tu culpa.

Una vez que esto terminara y llegara a la intimidad de mi habitación, me


dejaría caer en pedazos. Hasta entonces, canalicé la fría crueldad de mi
madre y me mantuve firme.

Los chicos estarían conmigo en esto. Preferiría que no lo estuvieran, pero


Jisung no lo permitiría de otra manera.

Probablemente sea algo bueno. No me fiaba de estar a solas con Jeno.

–Nunca te enamores, Sunggie.

–De ninguna manera. – Se rio, horrorizado por la idea. –Jamás.

–Cuando entremos ahí, pase lo que pase, no interfieras, ¿está bien? Jeno se
va a enfadar al principio. Como un loco. Vamos a discutir. Pero lo
convenceré de que se retire y deje pasar esto. Solo necesito que te asegures
de que Ten no se ponga nervioso con esa arma.

–No interferirá a menos que yo le dé la orden o tú vida esté amenazada.

–De acuerdo. – Tragándome una bola de terror, abrí la puerta y forcé mis
pies a entrar en la iglesia.

Como era de esperar, Jeno estaba aquí, arrodillado en el primer banco, con
la cabeza inclinada y el rosario en la mano. Exactamente como lo había
encontrado hace casi tres semanas. Excepto que esta visita tendría un
resultado completamente diferente.

No podía mirar el altar sin pensar en nuestra deliciosa profanación, así que
mantuve la mirada desviada, fija en su nuca. Se tomó su tiempo para
terminar sus oraciones. Luego, su cuello se giró lentamente, haciendo que
sus ojos azules se fijaran en los míos.

El ruido blanco inundó mis oídos, tragándose la devastadora ruptura de mi


corazón. Anoche me había acostado enfadado y esta mañana no me había
despedido. Por lo que él sabía, me había despertado todavía molesto. Lo
suficientemente molesto como para tomar algunas decisiones precipitadas.
Cuando se puso en pie y se enfrentó a mí, su mirada se desplazó, marcando
a mis acompañantes donde se encontraban junto a la puerta. Vi el
reconocimiento en sus ojos cuando miró a Jisung, y de nuevo cuando su
atención se posó en Ten.

No tuve que hacer presentaciones. Me había dicho que tenía su propio


investigador, al que utilizaba para recabar información sobre mi familia y
todos los que estaban en la nómina de mi madre.

Sí. Traje al secuaz de mi madre a tu iglesia.

Un destello de dolor cruzó su rostro, y desapareció en un parpadeo. Pero lo


sentí como mil cuchillos en el pecho. Este era el precio por amarlo, por
demostrar que era lo suficientemente fuerte como para hacer lo necesario
para protegerlo. Nuestro vínculo estaba vivo y presente, más profundo y
tangible que nunca. Mientras el dolor amenazaba con doblar mis piernas y
tirarme al suelo, ahí estaba la prueba de mi amor.

–Llamé a mi familia cuando te fuiste esta mañana. – Un escalofrío


vulnerable recorrió mi columna. –Les conté lo nuestro. Les conté todo.

Su mirada, dura e inquebrantable, se dirigió a Jisung. Todo en Jeno estaba


mortalmente quieto. Silencioso. Demasiado calmado. ¿Por qué no hablaba?
¿En qué estaba pensando?

Si pudo percibir mi mentira, no lo mostró.

Llevaba jeans y un Henley azul. Casual. Impresionantemente guapo.


Extraordinariamente atento.

Oh Dios, esto iba a doler.

–Es hora de que me vaya. Para siempre. – Mis ojos ardían. No llores. –Hay
algunas cosas perturbadoras que te suceden y que necesitas resolver, he sido
muy claro desde el principio sobre lo que quería. Quiero ir a casa.

–Te fuiste a casa. – Su mandíbula se convirtió en piedra, su sedoso tono


burlón y mezquino. –¿Cuánto duraste? ¿Tres días en tu mansión antes de
volver corriendo a mí?

–Volví porque sabía que estabas aquí solo. Era la oportunidad perfecta para
tener sexo con un hombre y darle a mi madre una razón para sacarme de
esta escuela. El problema es que disfruté de nuestro tiempo juntos en las
montañas. – Las verdades se mezclan con las mentiras, impulsándome hacia
él, un pie antes que el otro. –Durante un tiempo, casi olvidé que quería
volver a casa. Hasta que terminaste las cosas conmigo anoche.

Sus ojos afilados me seguían, me acechaban, sus rasgos se retorcían de


incredulidad y rabia.

Era mío y lo estaba entregando.

Desafiaba la lógica y la razón, violaba todos los instintos dentro de mí.


Jodidamente me dolía. No podía respirar bajo el peso del dolor agonizante.

Por algún milagro, mantuve las lágrimas a raya y mantuve la compostura.

–Después de contarle a mi madre lo que hemos estado haciendo, aceptó


llevarme a casa. Buenas noticias para mí, pero no para ti. Lo siento, Jeno,
pero ella está muy descontenta con la situación. Por eso Ten está aquí.

Jeno no me quitó los ojos de encima. Con un telón de fondo de velas


encendidas, estaba con los pies separados, el rosario colgando de su puño,
mirándome como un dios enfadado que se niega a renunciar a su ofrenda
virgen.

Si descubriera la verdad, si supiera las condiciones que tuve que seguir, los
sacrificios que me obligaron a hacer, nunca me dejaría ir.

–Estás mintiendo. – Se metió el rosario en el bolsillo y se dio la vuelta


cuando pasé rozándolo, sus pies me seguían, venían por mí.

–¿Por qué iba a mentir? Llamé a mi familia para que viniera a buscarme. –
Extendí un brazo, señalando a Jisung mientras caminaba por la iglesia. –No
quiero estar aquí. Sobre todo, sabiendo que pretendes ignorarme durante el
resto del año. Tengo mejores cosas que hacer.
Se mantuvo en mis talones, respirando en mi cuello mientras luchaba por
aire.

–No te odio, Jeno. – Te amo. –Me importas lo suficiente como para no


querer que Ten te mate. – Moriría por ti. –Así que hice un trato con mi
madre. – Renuncié a mis sueños para que puedas vivir y realizar los tuyos.
–Necesito que cooperes.

–No. – La furia de esa palabra ardía con un fuego impío. Me agarró del
brazo, me hizo girar y me puso frente a él. –Elígeme a mí.

Lo estoy haciendo. Soy yo quien te elige a ti.

Siempre te elegiré a ti.

Cuando me conoció, pensó que no era más que un mocoso superficial,


mimado y rico. Ahora jugaba con eso, esperando convencerle de que su
primera impresión de mí era correcta.

–No puedes hablar en serio. – Me reí contra su boca, burlón y cruel,


mientras mis entrañas se marchitaban y morían. –Eres un anciano, que vive
una vida aburrida en un tugurio poco convincente. Conduces un auto de
mierda, lees la Biblia para divertirte y tienes un solo amigo. Uno. No tienes
nada que ofrecerme, y yo tengo todo que perder si te elijo.

–Lee Jieun. – Me soltó, se alejó, sus respiraciones cortaron el aire antes de


volver a girar y clavarme un dedo en el rostro. –La perderás si me eliges a
mí. Te salvaré de ese destino.

Él sabía que no era tan simple. Maldita sea, él sabía que no tenía elección
cuando se trataba de Jieun.

Antes de que pudiera argumentar ese punto, me quedé mirando la rígida


longitud de su columna mientras se alejaba furiosamente, moviéndose de
nuevo hacia el altar. Dirigí una mirada aguda a Jisung, que tenía una postura
rígida y preparada para la lucha. Sacudí la cabeza y seguí a Jeno.
Se detuvo en el pasillo y se quedó mirando el enorme crucifijo de la pared,
su voz ronca resonando en la iglesia.

–A veces, todo lo que necesitas es un salto de fe.

Lo necesitaba vivo. A menos que la fe fuera un chaleco antibalas, no me


servía.

–No necesito fe. – Me acerqué a su espalda, mi corazón se encogía con cada


palabra que salía de mi boca. –Tengo un fondo fiduciario. Un montón de
jodido dinero esperándome en casa. Seguridad. Lujo. Y familia. Eso es lo
que necesito.

Si se volviera y me mostrara su cara, no quedaría devoción para mí en esos


rasgos perfectos. Lo desnudé con mis mentiras. Sentí la plenitud en su ruina
antes de que hablara.

–He aceptado la disciplina que me he ganado, pero solo hay una cantidad de
corrección que un corazón puede soportar. Tú eres mi mayor y más
doloroso castigo, Na Jaemin. – Se giró para mirarme, con los hombros
agitados y las manos flexionadas a los lados mientras rugía: –¡Fuera de mi
iglesia!

Mis pies se clavaron en el suelo mientras mis entrañas se agitaban y se


desprendían con su arrebato. Los restos que mantenían unido mi corazón se
deshicieron, dejando un abismo sin fondo y con ampollas.

Me estremecí incontroladamente, sin poder ocultarlo.

–Mi madre aceptó dejarte vivir, pero solo si mantienes la boca cerrada. Si le
hablas a alguien de nosotros, Ten volverá por ti.

–Haz que este hecho quede grabado en tu mente. – Se adelantó, su mirada


se fracturó mientras me gruñía en el rostro. –Ya no existes para mí. ¡Fuera!

Su rabia me impulsó hacia la puerta, pero fue el dolor en sus ojos lo que me
aplastó el corazón. La masa informe de carne en mi pecho siguió latiendo,
tronando insoportablemente. Latía con una pena feroz. Latía al ritmo de su
dolor, tamborileando con el caos y el daño irreparable. Las despedidas eran
algo multifacético. Algunas eran triviales y temporales. Otras eran
angustiosas y permanentes.

Cuando me alejé de Lee Jeno, me destrozó el alma, me rompió en pedazos


y me di por muerto.

Estar con él había sido una ascensión al cielo.

Dejarlo me condenó al infierno eterno.

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Ꮺ ָ࣪ capítulo 28 𓂃

Entregarlo no había sido una elección. Era un deber. Una obligación moral.
Una expresión de amor.

Le había salvado la vida.

No importaba cuántas veces me lo recordara. Estaba enfadado.

Caminé entre las frías habitaciones de la mansión, enfurecido con el


universo. Asistí a mis clases diarias de educación en casa, furioso con un
dios que no creía que existiera. Pasaba todas las noches solo, tan enfurecido
con mi madre que no podía hablar con ella.

No es que ella se diera cuenta.

Compartíamos la residencia, pero nunca nos veíamos.

Durante las semanas y los meses en que eché de menos a Jeno, no pude
aceptar cómo terminaron las cosas. Nunca haría las paces con ello. Perderlo
me había cambiado a un nivel fundamental. Herirlo de la manera en que lo
había hecho me convirtió en esta cáscara de mí mismo. Nunca me
recuperaría. Mi existencia era un tormento que no cesaba.
No podía ni siquiera empezar a considerar la idea de estar con Lee Jieun.
No de una manera amistosa. Obviamente no de una manera sexual.

Pero si la rechazaba, Jeno moriría.

Si escapaba, si salía por la puerta y corría, Jeno moriría.

No es que llegara muy lejos. Mi guardaespaldas niñera no se separaba de


mí.

Mi madre había asignado a Minhyung -el tipo que me había llevado al


colegio durante las vacaciones de Navidad-, para que me vigilara día y
noche. Estaba tan pendiente de mí que se había mudado a la habitación
situada frente a la mía.

No tenía privacidad. No había espacio para llorar.

Qué desperdicio de un buen guardaespaldas. No iba a huir, y seguro que no


me metería con los chicos. Me quemé por un solo hombre.

No lo había visto en tres meses.

Tres malditos meses.

Renjun enviaba mensajes de texto cada semana. Nunca le pregunté por


Jeno, pero a veces lo mencionaba de pasada. Él no tenía idea de que algo
había pasado entre él y yo. Nadie lo sabía. Cuando Renjun limpió mi
dormitorio después de las vacaciones de Navidad, les dijo a todos los
espectadores que no me gustaba la escuela y que había decidido no volver.

Jeno tenía mucho tiempo libre ahora. No más lecciones individuales


conmigo. Nada de castigos por la tarde. Esperaba que dedicara ese tiempo a
sí mismo, a buscar en su corazón lo que quería. Más que nada, esperaba que
no estuviera herido. Esperaba que no sintiera el sufrimiento que yo había
sentido en los últimos tres meses.

Esto era sólo el principio. El comienzo del resto de mi vida sin él.

No lo volvería a ver.
¿Por qué no podía simplemente morir? No quería quitarme la vida. Pero a
veces, cuando estaba en la cama, solo y dolido hasta lo más profundo de mi
alma, deseaba una enfermedad terminal, la caída de un rayo mortal o la
picadura de una araña venenosa. Quería que me quitaran la posibilidad de
elegir.

Sólo... Necesitaba que este dolor desapareciera.

–Podrías graduarte ahora mismo si quisieras. – Tiffany, mi tutora particular,


me escrutó por encima de los cristales de sus lentes. –Eres muy inteligente,
Jaemin. Ya dominas toda la materia. – Apoyó los antebrazos en la mesa del
estudio de mi padre, golpeando un bolígrafo contra la superficie. –Todos los
días vengo aquí y te aburro hasta las lágrimas.

No era aburrimiento.

Estaba profunda e inconsolablemente triste. El tipo de tristeza que no se


puede medicar ni aconsejar. No había cura para el desamor.

Pero ella tenía razón. Podía hacer los exámenes ahora, obtener mi diploma
y acabar con el instituto.

No cambiaría nada.

Mi futuro no estaba esperando mi graduación. Estaba esperando a Jieun.


Ella se graduaría de St. John de Brebeuf en mayo, pasaría el verano
viajando, enseñando sus tetas a hombres de todas partes y viviendo su
privilegio de ser millonaria al máximo.

Mi madre pretendía anunciar nuestro compromiso en su baile anual de


invierno. No habría ninguna propuesta. Ningún cortejo. Sólo el contrato,
que ya estaba firmado y a la espera de que Jieun se asentara y entrara en su
papel.

–Si me presentara ahora a las pruebas finales. – Pregunté sin entusiasmo ni


cuidado. –¿Qué haría durante los próximos dos meses?
–Puedes dar un salto en tus estudios universitarios. Puedes estudiar temas
que te interesan.

Podía leer los libros que Jeno había puesto en mi lector electrónico y
aprender a dirigir un refugio de animales que nunca tendría. No había lugar
para eso en Bishop's Landing. Se esperaría de mí que asistiera a las fiestas,
que fuera apuesto y que sonriera como un rey para nuestros súbditos reales.

Me sentí mal.

–He terminado por hoy. – Cerré la laptop y me desplomé en la silla.

Conociendo mi estado de ánimo, Tiffany recogió sus pertenencias y se fue.

En el momento en que la puerta se cerró tras ella, lloré. Lágrimas


silenciosas corrieron por mis mejillas. No pude evitarlo. Mi miseria era
constante.

Minhyung estaba sentado en el sofá, con la mirada fija en su teléfono,


probablemente harto de verme llorar. Lo veía todos los días y nunca decía
una palabra. Jisung había mencionado que era militar retirado. Eso encajaba
con su exterior endurecido. Pero tenía una suavidad en sus ojos marrones.
Compasión. La sentí cuando se levantó del sofá y me dio un pañuelo de
papel. Los llevaba en el bolsillo sólo para mí.

–Come. – Señaló mi desayuno sin tocar en la mesa.

¿Cómo podría comer? ¿Cómo podría, sabiendo que no llenaría el vacío?

–He dicho que comas. – Gruñó, perdiendo la paciencia.

–No tengo hambre.

–Te he visto perder peso durante tres meses. Peso que no tienes que perder.
Si bajas un kilo más, desaparecerás.

–Quiero desaparecer. – Susurré.

Quiero morir.
–Comerás, aunque tenga que obligarte a tragar. – Golpeó con un puño la
mesa, haciendo sonar los platos.

Era la décima vez en otros tantos días que se ponía encima de mí,
amenazándome con la comida.

Él no conocía el origen de mi dolor. Para él, yo sólo era una niño rico
ensimismado, revolcándose en su mansión. Probablemente mi madre le
había encargado que vigilara mi dieta. Se suponía que debía tener un
aspecto determinado, mantener un peso perfecto y asumir la imagen ideal
de un esposo heterosexual promedio.

Había accedido a hacerlo. Llorar y negarse no cambiaría nada.

Sosteniendo su mirada, tomé un puñado de cereales secos del bol y me metí


los trozos en la boca. Mastiqué con ruidosos chasquidos y crujidos que
rompieron el tenso silencio. Las migas caían por mi camisa y se me
pegaban a la barbilla mientras agarraba más y me las metía en la boca ya
llena.

–Eres un desastre. – Sus labios rebotaron con una sonrisa mientras volvía al
sofá.

Quería compartir su diversión y escarbar en lo más profundo para encontrar


un bocado de felicidad. Pero no estaba allí. Esa emoción simplemente no
existía. Hoy no.

Ni la semana siguiente.

Ni el mes siguiente.

Continué mis clases con Tiffany. Por las noches, leía los libros que Jeno me
había regalado. Los fines de semana, me ponía trajes elegantes, me peinaba
y bajaba a mostrar mi rostro en las fiestas de mi madre. A veces, Jieun hacía
el viaje a casa para asistir a ellas.

En cada oportunidad que se le presentaba, intentaba hablar conmigo,


seducirme y tenerme a solas. Esos eran los momentos en los que apreciaba
la presencia de Minhyung. Intervenía cada vez que ella intentaba tocarme.

Cuatro meses después de dejar la Academia Clé, mi madre organizó su


mayor fiesta. Un baile benéfico. Todos los personajes de la alta sociedad de
Bishop's Landing estaban aquí: banqueros, políticos, empresarios y demás.
Jisung fue conmigo por el salón de baile. Sentí el suelo a través de las
suelas de mis zapatos. Oí la música de la orquesta fluyendo a mí alrededor.
Pero no estaba realmente aquí. Era un fantasma.

Nada más.

El aire se sentía como agua, empantanando mis pasos y ahogándome en un


mar de indiferencia.

–Quiero volver a mi habitación. – Apreté el brazo de Jisung.

–Quédate una hora. – Se detuvo y apoyó un nudillo bajo mi barbilla, con


una expresión comprensiva. –Mamá necesita ver que te esfuerzas con Jieun.
Luego puedes irte. ¿De acuerdo?

–De acuerdo. – Me sentí entumecido.

–Aquí viene. Estaré al alcance del oído.

Se alejó, pero no estaba solo. La fuerte presencia de Minhyung rondaba


detrás de mi codo, mi sombra constante siempre al alcance de la mano.

Jieun entró en mi espacio, con vestido negro a medida y su habitual sonrisa


coqueta.

–Jesús, Jaemin. – Merodeó a mí alrededor, empapándose de mi cuerpo


delgado enfundado en un esmoquin blanco de satén y soltando una risita
baja. –Estás demasiado guapo, whoa.

El traje se ceñía a mi cuerpo desde los hombros hasta los tobillos. Mi madre
encargó toda mi ropa en tonos claros, como si intentara convencer al mundo
de que yo era inocente y puro. Tal vez tratando de convencerse a sí misma.
Como si no tuviera fotos en las que mi profesor me follaba contra la pared.
El recuerdo surgió con fuerza, tomándome desprevenido. El tacto de las
manos expertas de Jeno, el rasguño de su barbilla, el aroma oscuro y
seductor de su piel... Se incrustó en mis sentidos. Mis pulmones ardían en
busca de oxígeno.

Necesitaba aire fresco. Mis pies ya se movían antes de que fuera consciente.

–¿A dónde vas? – Jieun me persiguió, sin darse cuenta.

Minutos más tarde, me encontraba fuera, en la terraza vacía, agarrado a la


barandilla y ardiendo, a pesar de la fresca tarde de abril.

Minhyung estaba en silencio detrás de mí, pero sabía que estaba allí.

Jieun apoyó la cadera en la barandilla, contemplando el hermoso y cuidado


césped y las luces parpadeantes de las mansiones que salpican la ladera.

–Kim Jungwoo fue expulsado. – Me miró a los ojos.

–Gran sorpresa. – Normalmente evitaba todas las conversaciones sobre la


Academia Clé con ella, pero no pude evitar preguntar: –¿Lo han vuelto a
pillar con pastillas?

–No. Lo atraparon con el Padre Jeno.

Un sonido silbante irrumpió en mis oídos. La bilis me subió a la garganta y


mis piernas perdieron fuerza, doblando mis rodillas. Me balanceé, me
tambaleé, y la mano de Minhyung me agarró del brazo, manteniéndome en
pie.

–¿Qué te pasa? – Las cejas de Jieun se hundieron en una V.

–Hoy no he comido. – Me encogí de hombros para librarme del agarre de


Minhyung, ignorando su mirada de desaprobación. –Me mareo.

–Vamos a sentarnos. – Ella señaló un banco cercano.

No quería sentarme con Jieun en ningún sitio, pero mis piernas temblorosas
me quitaron la posibilidad de elegir. Le seguí hasta el asiento.
–Así que supongo que Kim intentó follarse a tu antiguo profesor, que
bizarro. – Se sentó a mi lado y estiró las piernas. –Le hizo un pequeño show
de striptease y le metió las manos en los pantalones. Una locura, ¿verdad?
Quiero decir, es un sacerdote, y ambos son jodidamente hombres. Eso está
tan mal en muchos niveles.

Una astilla se clavó en mi pecho.

–Parece un rumor tonto.

–Envió textos sobre ello a sus amigos, describiendo todo el asunto con
detalle. Él lo expulsó, por supuesto. Supongo que Jungwoo perdió la cabeza
cuando volvió a casa, intentó una sobredosis de opiáceos y ahora está en un
hospital psiquiátrico.

Tal vez debería haberme sentido mal por él, ofrecer algunas oraciones y
esperar una rápida recuperación. Pero no lo hice. No pude. No sentí nada.
Kim Jungwoo fue la razón por la que mi madre se enteró de mi relación con
Jeno.

Era egoísta y vengativo, y el karma había venido a por su culo.

Jieun hablaba de sus amigas en la escuela y de las pocas semanas que le


quedaban hasta la graduación. Mis pensamientos se desviaron hacia Jeno,
recordando el tiempo que pasamos juntos en las montañas, rodeados de
árboles y nieve en nuestro microcosmos de felicidad. Nunca volvería a
sentir esa profunda alegría, pero estaba muy agradecido por los recuerdos.
Me habían llevado a través de cuatro meses de infierno y me habían dado
un escape cuando más lo necesitaba.

Unos dedos se deslizaron sobre mi abdomen cubierto, devolviéndome al


presente. Jieun apoyó su brazo en el banco detrás de mí mientras deslizaba
su mano hacia el vértice de mis piernas.

Lo alcancé para apartar su toque, pero Minhyung se me adelantó. Con sus


manos apretando suavemente la mano de Jieun, ya que era una chica
después de todo, la arrastró fuera del banco y la empujó por la terraza.
–¿Qué demonios? – Jieun lanzó los brazos al aire, indignada. –
¡Jodidamente no me toques, naco!

–Tú. – Minhyung la señaló con un dedo. –No lo tocarás, joder.

–Va a ser mi esposo. Tendrá que follarme y ahí lo tocaré si me da la gana.


De hecho... – Jieun se puso de pie. –Vete de aquí. No hay razón para que
estés aquí cuando yo estoy cerca. Jaemin es un hombre y puede protegerse
solo.

Minhyung se puso detrás de mí y volvió a su puesto sin hacer ningún


comentario. Lo agradecí. Aunque podía cuidar de mí mismo, me sentí bien
al tenerlo a mi lado.

Me puse en pie y me encontré con la lívida mirada de Jieun. Puede que no


quiera casarse conmigo, pero en los últimos meses no había ocultado que
quería que folláramos.

Conmigo y con todos los demás desdichados en los que se fijaba.

No habría fidelidad en nuestro matrimonio sin amor y sin sexo. No es que


me importe.

–Nunca voy a tener sexo contigo, Jieun.

–Sí, claro. Nos casaremos el año que viene.

–Nunca te tocaré, y tú nunca me tocarás. Ni siquiera cuando estemos


casados. Búscate un amante. Consigue todo un maldito harem. Jodidamente
no me importa. Nunca compartirás mi cama. Somos socios de negocios.
Nada más. ¿Me explico?

–Eres un maldito idiota.

–¿Eso te hace sentir mejor? ¿Llamarme idiota te hace sentir poderosa e


independiente? Porque no suenas como alguien así. Suenas como una niña
mimada que no ha podido meter los dedos en el tarro de la miel.

Con un gruñido, volvió a entrar furiosa.


–Que tengas una buena noche, cariño. – Le dije. –No puedo esperar a verte
de nuevo.

Con un suspiro roto, me volví hacia la barandilla y cerré los ojos. Había
hecho mi cama y me acostaría en ella. Sólo que no me acostaría en ella con
Jieun o con algún hombre. Las tablas del suelo crujieron detrás de mí,
sonando la aproximación de Minhyung.

–Acabas de echar un buen vistazo a mi futuro. – Murmuré.

Se movió, y el peso de su chaqueta de traje cayó alrededor de mis hombros,


protegiéndome del frío.

–Gracias. – La apreté más a mi alrededor, sintiendo su calor aún atrapado en


la tela.

Echaba de menos el calor de Jeno, la jaula de sus brazos, el calor de su


aliento, la vibración de su voz, e incluso su carácter mandón.

Especialmente eso.

Pero lo que más echaba de menos eran sus besos. Cerré los ojos, intentando
evocar la sensación. La sensación del primer roce de sus labios con los
míos. La forma en que su lengua asertiva se deslizaba entre mis dientes. El
sabor de su boca hambrienta, abriéndose, profundizándose, tratando de
consumirme.

Dios, le echaba tanto de menos.

–Hay más en esto que lo que ves. – Parpadeé, con los ojos cada vez más
calientes y doloridos.

–Lo sé.

–¿Qué sabes tú? – Una lágrima recorrió mi mejilla.

–Sé que tu corazón pertenece a alguien, sé que ese alguien es prohibido. Lo


sé.
Mi respiración se calmó y giré para mirarle.

–¿Soy tan transparente?

–No. Pero mi trabajo es vigilarte. – Sacó un pañuelo de su bolsillo y me


quitó la humedad del rostro. –Veo el dolor que solo viene del desamor.

–¿Informas de eso a mi madre?

–No. Tu secreto está a salvo conmigo.

–Gracias. – Entrecerré los ojos. –¿Cuál es tu pasado?

–Badassery. – Sonrió con los dientes más blancos, y los ojos más amables.

Y le creí. No era por el arma que llevaba en la cadera ni por su constante


vigilancia.

Confié en él porque, a nivel visceral, sabía que era uno de los buenos. Me
cubría las espaldas.

–No sé qué hacer. – ¿Vuelvo a entrar? ¿Intento permanecer sobrio? ¿O me


automedico y me desvanezco?. –No sé a dónde ir desde aquí.

–¿Esto se siente como el fondo de la roca?

–Sí.

–Entonces sólo hay una dirección para ir. Arriba.

Extrañar a Lee Jeno era una forma dolorosa de crecer. Él no fue un error.
Nunca lamentaría el tiempo que había tenido con él. Me había enseñado a
vivir y dejar vivir, a hacer que cada momento contara, a ser más de lo que
era, a experimentar lo que aprendía, a ser más alto y más fuerte por la lucha.

Me enseñó que las mejores cosas de la vida no son fáciles.

Me enseñó a amar.
▸ 𖥻 hola zorritxs ^^ ˑ 𖦹

⊹ ᨘ໑ ¡ minhyung es alguien bueno, y sé que ayudará a jaemin, por otro lado,


solo queda esperar por algún milagro, amen ! ▸

𖥦. si dejan un comentario y su estrellita, me harían sentir muy orgulloso y


feliz ♡

𖧷 ᜊ 𝐉𝐉_𝐌𝐎𝐍𝐒𝐓𝐀𝐗_𝟓𝟏𝟒 𖥻 .͘ 𝐈.𝐍
Ꮺ ָ࣪ capítulo 29 𓂃

¿Por qué mi madre me miraba así?

Me senté al otro lado de la mesa de la sala de juntas, enfrentándome a su


mirada. Su mirada rara vez pasaba tanto tiempo en mí.

¿Tal vez tenía algo en mi ropa?

Miré la tela de mi camisa, blanca almidonada. Prístina. Perfecta. Hoy estaba


vestido para los negocios. Todos lo estábamos.

La sala de juntas pertenecía a los Lee. Situada en el último piso de su


oficina corporativa, tenía vistas al acero reluciente del centro de Manhattan.
Mi familia ocupaba la mitad de la larga mesa: mi madre, Lucas, Xiaojun,
Hendery, Chaewon, Jisung, todos nuestros asistentes y abogados. Minhyung
estaba cerca de la pared, detrás de mí. La otra mitad de la mesa estaba
vacía, esperando a la familia Lee y a su equipo jurídico. Nos habían
convocado para hacer los últimos arreglos de la fusión.

Jieun se graduó en St. John de Brebeuf el mes pasado y se fue de viaje por
Europa. No se me había permitido asistir a su ceremonia. Mi madre no me
quería cerca de la escuela por razones obvias.

Mi graduación había sido un asunto tranquilo. Recibí una copia digital de


mi diploma. Minhyung y yo abrimos una botella de vino, que acabó
bebiendo él solo.

Habían pasado seis meses desde que vi a Jeno, y el dolor seguía tan crudo
como el día en que me fui. Estaba sobreviviendo, pero no estaba viviendo.

Apenas respiraba.

Jisung estaba sentado a mi lado, hablando en voz baja con Hendery a su


lado.

Mi madre no había dejado de mirarme.

–¿Qué? – Cuadré los hombros. –Me estás asustando.

–No te pareces a mi hijo.

La sala se quedó en silencio, miré a mi alrededor para ver todas las caras
que se parecían tanto a la mía. Ojos azules pálidos, cabello rubio, piel
clara... Los genes eran fuertes en mi familia.

–Solo dilo. – Apoyé las manos en mi regazo. –Di lo que sea que estés
pensando si eso hace que dejes de mirarme como...

–Estás triste. – Mi madre afirmó el hecho como si comentara el tiempo.

Por Dios. Había sido jodidamente miserable durante seis meses.

–¿Ahora te das cuenta?

–Me doy cuenta de todo, Jaemin. – Tamborileó con sus uñas cuidadas sobre
la mesa, manteniendo la habitación en suspenso. Luego se calmó. –Los Lee
necesitan esta fusión tanto como nosotros. Tal vez más. Nuestros
adversarios llevan años intentando comprarlos, rebajándolos en todo
momento y ofreciéndoles tratos que dejarían a su familia en la ruina.
No conocía ese detalle. Nunca se me ocurrió preguntar. Solo sabía que, si
no nos fusionábamos, la dinastía Na perdería las posesiones estratégicas de
Lee en favor de los enemigos, lo que les daría una posición más fuerte en
Bishop's Landing.

En nuestro mundo despiadado, si no permanecíamos en la cima, seríamos


aplastados.

–Quiero que sepas. – Dijo mi madre con rigidez. –Que todas las personas de
esta sala aprecian el sacrificio que estás haciendo para salvar a esta familia.

–Te queremos, Nana. – Lucas sonrió suavemente.

Aparecieron más sonrisas alrededor de la mesa. Jisung me agarró la mano y


la apretó sobre mi regazo. Mi corazón palpitaba con un dolor exhaustivo.
Aunque me habían obligado a adoptar esta posición, eso no cambiaba el
hecho de que amaba a esta gente despiadada.

Eran mi sangre. Mi tribu.

–¿Dónde están? – Xiaojun miró su reloj. –Mi paciencia se está agotando.

¿Paciencia?

La puerta se abrió y un reguero de trajes entró en la sala. Abogados,


funcionarios corporativos, seguidos por Lee Hyunbin y su esposa. Mis
futuros suegros. No había tenido mucha interacción con ellos. Había estado
evitándolos durante meses. Los saludos estallaron alrededor de la
habitación, y empecé a desvanecerme, desprendiéndome, retirándome
dentro de mí.

No quería estar aquí. Era demasiado real. Demasiado definitivo.

–Gracias por venir aquí con tan poca antelación. – El Sr. Lee se pasó una
mano por su cabeza, dirigiéndose a la mesa. –El último día ha sido todo un
torbellino, como pueden imaginar. Estamos esperando...

Unos pasos sonaron en el pasillo, atrayendo mi atención hacia la puerta.


Todas las cabezas de la sala se giraron cuando otro hombre entró.
Traje negro impecable, camisa blanca, corbata negra: iba vestido como
todos los demás en la sala de juntas. Pero yo conocía el cuerpo que había
debajo de esos hilos, cada vello, cada mancha, cada hendidura y cada
músculo. Sabía cómo me abrazaba piel con piel, el placer de esas manos en
mi carne erizada, la textura de ese grueso cabello rubio cayendo sobre mi
abdomen mientras esos labios perfectos y cincelados, se movían entre mis
piernas.

Floté fuera de mi cuerpo, perdido en la estupefacción y sin confiar en mis


propios ojos. Vi su magnífica cara, oí sus familiares pasos, pero bien podría
haber sido una ilusión. Mi cerebro no podía procesar la imagen de Lee Jeno
con traje, en una sala de juntas, de pie entre mi familia.

¿Dónde estaba su cuello de clérigo? ¿Por qué estaba aquí? ¿Por qué nadie
en la sala parecía sorprendido de verlo?

Mi madre apenas lo miró.

Su mirada se dirigió a mí, deteniéndose lo suficiente como para destrozar


mis entrañas antes de alejarse para saludar a los demás.

Mi corazón se aceleró mientras me giraba, buscando desesperadamente la


expresión relajada de Jisung.

¿Qué está pasando? Le rogué sin palabras. Ayúdame a entender.

Se inclinó y susurró:

–Estás viendo al nuevo dueño de los Hoteles Lee.

Si hubiera estado de pie, me habría derrumbado. Incluso en la silla, mis


piernas se debilitaron debajo de mí. La habitación daba vueltas. La cabeza
me latía con fuerza y me agarré al borde de la mesa para recuperar el
equilibrio.

¿Compró la empresa? ¿Cómo? ¿Qué significa eso? ¿Seguía siendo un


sacerdote? ¿Y la fusión?
Los abogados sacaron papeles de los maletines y se lanzaron a la jerga legal
sobre enmiendas y revisiones. No podía seguir lo que decían. No podía
pensar. No podía dejar de mirar al hombre que tenía mi corazón en su puño.

Su paso ágil y seguro le llevó por la sala. Estrechó la mano de Hyunbin e


intercambiaron algunas palabras. Luego se colocó en la cabecera de la
mesa, con un aspecto fino como el cielo en las aristocráticas líneas de un
costoso sastre. Pero no era el traje lo que lo convertía en una figura de
poder. Dominaba la sala con su presencia intimidatoria y su fuerte contacto
visual.

Todos se callaron, prestándole toda su atención.

Con un bolígrafo en la mano, presionó el extremo mientras examinaba cada


rostro, haciéndolos esperar. Me senté en una fuga de incredulidad, asombro
y algo que no había sentido antes. Esperanza. Hizo que mi respiración se
agitara. Se me hincharon las fosas nasales y se me escapó una lágrima.

Estaba demasiado conmocionado para levantar una mano y limpiarla. Pero


sentí su lento descenso, siguiendo su curso por mi mejilla. Cuando llegó a
mis labios, le siguieron más.

Apareció un pañuelo a mi lado.

Oh, Minhyung.

Jeno miró al guardaespaldas y, en dos segundos, sus largas piernas


eliminaron el espacio entre nosotros. Tomó el pañuelo de Minhyung, se lo
guardó en el bolsillo y giró mi silla, poniéndome de espaldas a la mesa.
Nuestras miradas se cruzaron cuando se puso en cuclillas, colocó el
bolígrafo entre sus labios y levantó ambas manos hacia mi rostro. Me quedé
quieto, consciente de que toda mi familia me observaba.

Lentamente, con ternura, apoyó sus pulgares en mis mejillas y me quitó las
lágrimas. Su contacto me sacudió el cuerpo y ambos respiramos.

–Esto es un sueño. – Mi voz se escuchó lejana.


–No lo es, bebé. – Respondió.

–Pero mi madre, yo soy... Ella no quería...

Negó con la cabeza, y yo sollocé.

–Tranquilo, amor. Todo está arreglado.

–¿Realmente estás aquí? – Susurré.

–Te lo dije. – Murmuró con el bolígrafo entre los dientes. –Prometí que me
quedaría contigo. Te mantendría.

–Jodidamente clamarías por mí. – Grité entre risas.

–Siempre. – Retiró sus manos para recuperar el bolígrafo, manteniendo sus


ojos en mí mientras se dirigía a la sala. –Si no hay preguntas, firmen el
contrato.

Los papeles crujieron, acompañados por el estruendo de múltiples


conversaciones.

–¿Qué están firmando? – Pregunté. –¿Ahora eres dueño de los Hoteles Lee?

–Sí. Soy un propietario silencioso con una participación mayoritaria.

–La mayoría de las acciones con derecho a voto.

–Has estado leyendo los libros que te di.

–Todos ellos. ¿Qué significa esto para mi familia? ¿La fusión?

¿Nosotros?

No me atreví a preguntar. Desde hace cinco minutos, no había ningún


nosotros.

–Significa que todos en esta sala saben que lucharé hasta la muerte por ti, y
que me importa un bledo el qué dirán. – Se puso de pie y giró mi silla hacia
la mesa.

Mi atención voló hacia mi madre, y me encontré con que me devolvía la


mirada.

–Acabo de enterarme del interés de Jeno anoche. – Firmó el papel que tenía
delante y se lo pasó a Lee Hyunbin con un gesto de indiferencia. –
Evidentemente, Jeno y Hyunbin han estado negociando a mis espaldas
durante semanas.

–Él hizo una oferta que no pude rechazar. – Hyunbin firmó el papel y se lo
entregó a Jeno. –Aceptó todas mis condiciones, y yo acepté su única
condición. – Hyunbin me dirigió una mirada mordaz, asqueada. –Fue muy
específico sobre su interés en ti.

–El matrimonio es la disposición clave en la fusión. – Jeno puso el contrato


delante de mí y lo abrió en la última página.

Faltaban dos firmas. La mía y la suya.

Sentí cada latido de mi corazón mientras hojeaba las palabras.

Todos los días se compran, venden, fusionan y liquidan empresas. Esta


negociación era mucho más importante y compleja que una fusión
empresarial estándar. Lo que hacía una dinastía era la práctica de los
matrimonios mixtos entre las familias gobernantes. Los lazos de parentesco
y las generaciones de herederos habían convertido el imperio de mi familia
en lo que era hoy. Este contrato seguía esa tradición.

No fue una fusión entre Jieun y Jaemin. Pero definitivamente, habría una
fusión Lee-Na. Jeno era dueño de los padres de Jieun ahora, eliminando
efectivamente a la chica de la ecuación. Se trata de un contrato de fusión y
mestizaje entre Lee Jeno y mi familia.

Pero me bastó con echar un vistazo a la intensidad de la expresión de Jeno


para saber que no había venido por negocios, dinero o poder.

Estaba aquí por amor.


Una sensación de falta de aire me recorrió, hormigueando mis
extremidades.

¿Esto estaba ocurriendo realmente?

Muchas preguntas revoloteaban en mi cabeza. No sabía por dónde empezar.


Me encontré con los ojos de Jeno. ¿Cuándo dejará de saltar mi corazón al
verlo?

Y le pregunté:

–¿Sigues siendo sacerdote?

–Dejé oficialmente el sacerdocio hace un mes. Pero tú y yo sabemos que lo


dejé mucho antes.

Me recorrió un estremecimiento y miré alrededor de la sala, observando


todas las expresiones de expectación.

–¿Todos lo sabían menos yo?

–Anoche se lo dije a tus hermanos. – Mi madre ladeó la cabeza. –Ellos


conocen tu historia con Jeno, yo estoy... Superándolo.

–¿Por qué no me informaron?

–Jeno pidió que esperáramos hasta hoy.

¿Y ella le escuchó? ¿Qué mundo era este?

Me giré, absorbiendo el brillo magnético de sus profundos ojos azules. Me


miraba tan profundamente, tan desconcertantemente concentrado en cada
uno de mis movimientos.

Y ahí estaba mi respuesta.

Quería ver mi expresión cuando me enterara del nuevo contrato. Quería


estar seguro de que yo lo aprobaba. Que lo amaba.
–¿Me estás pidiendo que me case contigo? – Toqué la línea de la firma, mi
pulso se aceleró.

–No, Joven Na. – Él extendió su bolígrafo. –Lo estoy exigiendo.

El latido de mi corazón se convirtió en un ruido sordo en todo mi cuerpo


cuando todo lo que había dentro de mí resucitó con energía y vida.

–Tienes suerte de que me guste el rollo mandón. – Acepté el bolígrafo, las


palabras se desdibujaron entre lágrimas mientras firmaba.

Firmó después de mí.

–Está hecho.

El alivio en su voz era palpable. Lo sentí. Me deleité en él.

Cuando la sala empezó a despejarse, me agarró de la mano y me puso de


pie, entrelazando nuestros dedos en una promesa silenciosa. No me iba a
dejar ir. Ni ahora. Ni nunca.

Mis hermanos me abrazaron al salir. Los padres de Jieun y su personal se


despidieron. Entonces se acercó mi madre. Hace seis meses, había enviado
a su secuaz a eliminar a Jeno. Ahora estaba construyendo un futuro con él.
Pero ella había conseguido lo que quería. Una fusión entre familias
poderosas y algo más. Ella no sólo había ganado la fuerza de la dinastía
Lee. Ella había adquirido la riqueza y el poder de Jeno también. Ser gay al
parecer, ya no le hacía tanto mal.

Dio un paso adelante, sin expresión, y extendió la mano para poner un dedo
bajo mi barbilla.

–Nadie puede ocultarme un corazón roto.

Mis ojos se abrieron de par en par. ¿Sabía que lo amaba todo este tiempo?

–Señora Na. – Minhyung apareció a mi lado. –Estoy entregando mi


renuncia.
Ella asintió.

–Gracias por su servicio.

Luego se dirigió a Jeno y se dieron la mano.

–Gracias por cuidarlo por mí. – Jeno lo atrajo y le palmeó la espalda antes
de soltarlo. –Espero que no me entregues tu renuncia.

–No. – Minhyung se rio. –Llámame cuando tengas la próxima misión.

–Espera, un momento. – Miré entre ellos y noté la confusión en los ojos de


mi madre. –No lo entiendo.

–Contraté a Minhyung cuando te fuiste a casa por Navidad. – Jeno me


sonrió. –Lo contraté para que fingiera trabajar para tu madre y así poder
vigilarte.

Me quedé con la boca abierta. También la de mi madre. La cerró


rápidamente, con sus palabras siseando entre los dientes.

–Contraté a Minhyung para vigilar a Jaemin.

–Sí. – Dijo Jeno. –Pero trabaja para mí. Lo envié para que consiguiera ese
trabajo como guardaespaldas de Jaemin.

Minhyung sonrió, todo dientes blancos y ojos brillantes.

Mi madre me miró fijamente.

–Bien hecho, Lee. Has conseguido una sobre mí. No volverá a ocurrir.

Con eso, salió de la sala de juntas. Minhyung la siguió, dejándonos a Jeno y


a mí solos.

Me pellizqué el puente de la nariz, repitiendo cada interacción que había


tenido con el tipo en los últimos seis meses.
–Ese día me llevó a la escuela. – Mi mente dio vueltas y bajé la voz. –El día
que tuvimos sexo en la iglesia.

–Sí.

–Si estaba trabajando para ti entonces, ¿significa que sabías que iba a
volver?

–Sí.

Oh, Dios mío. Jeno me había estado esperando en la iglesia. ¿Cuánto de


esto había planeado?

Retrocedí y me desplomé en la silla más cercana.

–¿Minhyung te ha puesto al día sobre mí en los últimos seis meses?

–Cada día. Cada detalle. Sé lo poco que has dormido, lo poco que has
comido, lo mucho que has llorado. – Su voz se espesó, se oscureció. –Tu
hermoso dolor.

Fue una revelación inquietante. Una flagrante invasión de la privacidad. Y


si lo conocía de algo, que totalmente lo hacía, se había alejado de mi
sufrimiento.

El asqueroso monstruo.

Debería haberme indignado. Excepto que confesó algo importante.

–Has estado trabajando para recuperarme todo el tiempo. – Aplasté mi


mano contra mi corazón palpitante.

–Sí. – Se puso de rodillas ante mí.

–Al insertar a Minhyung en mi rutina diaria, tú... – Tragué saliva, pensando


en las ramificaciones. –Todo este tiempo, te metiste en mis asuntos,
respirando en mi cuello, proporcionando pañuelos para mis lágrimas,
bloqueando los avances con Jieun, haciendo tratos con los Lee, forzando,
arrasando y básicamente manipulando el infierno de mi vida.
–¿Tienes algún problema con eso? – Acercó su mano a mi rostro, esperando
mi respuesta.

–Si esto no es correcto, no sé qué lo es. – Toqué con mis dedos su palma,
saboreando las chispas de calor. –Si me equivoco por querer tu devoción
posesiva, dominante y arrolladora, entonces me equivoco en todo.

Durante largos minutos, solo se movieron nuestras manos, las palmas y las
yemas de los dedos rozándose suavemente, acariciando con los más ligeros
roces de piel. Le miré fijamente a los ojos, maravillado, atónito, deseando
sentir sus hermosos labios en los míos.

Bésame.

Apretó el puño contra mi palma y se levantó bruscamente.

–Aquí no.

–¿Entonces dónde? – Me levanté, deslizando mis manos por la pared de


ladrillos de su pecho. –Si no me besas...

Se abalanzó sobre mí y tomó mi boca con labios firmes, aliento caliente y


un gemido retumbante que vibraba en su garganta. Me agarré a sus caderas
y él me tomó la nuca, acercándose y atrayéndome contra él, atrapándome en
la prisión de sus brazos.

No había ningún otro lugar en el que prefiriera estar.

Gimoteé y su beso se volvió voraz, contundente, haciéndome sentir vértigo,


delirio y deseo.

–Aquí no. – Apartó su boca con un gruñido y me agarró la mano. –Las


cosas que quiero hacerte no deberían ser legales.

–¿A dónde vamos? – Intenté orientarme mientras el mundo giraba a mi


alrededor, mi cerebro luchando por competir con mi locura por este hombre.

Si no hubiera entrado en razón, habría saltado sobre sus huesos en la sala de


juntas.
O este pasillo.

O, oh mierda, el ascensor.

Cuando se abrieron las puertas del ascensor, varias personas subieron con
nosotros. Me sentí aliviado y molesto a la vez. Me tomó de la mano
mientras descendíamos, manteniendo la mirada al frente. Su pulgar recorrió
mi palma, reconfortándome, hablándome, diciéndome lo mucho que me
echaba de menos.

–¿Todavía tienes la cabaña? – Pregunté en voz baja.

–Sí. Pero no he estado allí desde Navidad. Los recuerdos...

–Lo siento...

–No te disculpes.

Las puertas del ascensor se abrieron y me condujo fuera y a través del gran
vestíbulo.

–La forma en que terminé las cosas... – Tiré de su mano, deteniéndolo. –


Jeno, el día en la iglesia me ha perseguido durante seis meses. La mierda
que dije...

–Fueron mentiras. Me enfadé mucho contigo, pero eso duró sólo dos
segundos. Cuando te grité y te dije que te fueras de mi iglesia, vi la verdad.
Estaba grabada en todo tu hermoso rostro. Cada palabra que salía de tu boca
era un intento de protegerme. No lo comprendí todo hasta mucho después,
pero en ese momento supe que toda tu actuación era una mentira.

–Jungwoo le contó a mi familia lo nuestro. Mi madre sospechaba que algo


estaba pasando, así que enviaron un investigador. Tienen fotos de nosotros
en la cabaña.

–Minhyung estuvo en esa mansión contigo durante seis meses. Observó y


escuchó e informó.
–Maldito Jungwoo... – Mantuve mi voz suave a pesar de la furia que me
bullía. –Sé que te metió las manos en los pantalones. Quiero decir, en serio,
Jeno. ¿Cómo mierda ha pasado eso?

–Es un mocoso, inmaduro y deshonesto. Se desabrochó la camisa en mi


clase y hasta ahí llegó. Lo perseguí hasta el pasillo sin tocarlo. No me puso
una mano encima.

–Así que era un rumor. – Mis hombros cayeron con alivio.

–Nadie me toca más que tú.

–Te amo. – La sangre retumbó en mis venas.

–¿Minhyung también te dijo eso?

–No. – Deslizó su pulgar por mi labio inferior. –Tu rostro sí. Ese día en la
iglesia, vi tu corazón romperse en un millón de pedazos.

Se puso en marcha de nuevo, guiándome fuera del edificio y hacia las


ruidosas y abarrotadas calles de Seúl.

–No vamos lejos. – Su sexy cabello castaño le caía sobre la frente.

Cedí al impulso de levantar la mano y apartar los mechones de su


impresionante cara.

–¿Cómo compraste una participación mayoritaria en la dinastía Lee?

–Tengo mucho dinero. – Me guio por la siguiente manzana, girando todas


las cabezas en su dirección al pasar.

Había estado magnífico con su cuello blanco de sacerdote. ¿Pero con traje y
corbata? El hombre era peligroso, delicioso y seductoramente cautivador.
Cada vez que lo miraba, me sentía incapacitada. No había pensamientos, ni
concentración, sólo deseo y la agonía de la espera.

–¿Cuánto es mucho dinero? – Pregunté.


–¿Importa? – Me dirigió una mirada gélida. –¿Cambia la razón por la que
estás aquí?

–Ya hemos tenido esta conversación antes. – Suspiré. –Sólo quiero saber
cómo lo hiciste.

–Negocié algunas acciones, moví las participaciones, vendí negocios,


compré otros, cambié algunos...

–¿A cuántos has seducido para que vendan sus empresas?

–Nadie. – Su voz se quebró, áspera y enfadada. –No ha habido jodidamente


nadie. ¿Cómo puedes pensar eso?

–No lo pensé. Es que... ¿Hiciste todo esto en seis meses?

–Sí.

–¿Mientras enseñabas en Clé?

–Sólo tuve dos clases. Me pasé el resto del tiempo haciendo crecer el flujo
de caja. – Me miró. –Y vendí la Academia Clé-

–¿Para comprar Lee?

–Para invertir en ti.

Mis mejillas se levantaron.

–Me has rescatado.

–No porque vea que necesitas ser rescatado. Sino porque veo tu
inteligencia, tu extraordinario potencial, y al nutrir eso alimenta algo dentro
de mí.

La nuestra era una conexión cerebro-cuerpo-alma, los tres a la vez, con una
intensidad que me consumió de la manera más conmovedora.
En la siguiente manzana, me acompañó a un elegante edificio con puertas
doradas y porteros uniformados. Miré la marquesina.

Hotel Lee.

Es uno de los cientos de hoteles de lujo de los Lee que hay en todo el
mundo.

–Eres el dueño de esto. – Me reí, sacudiendo la cabeza.

–Tengo muchas cosas. – Me hizo entrar con una mano posesiva en la parte
baja de mi espalda.

El concurrido vestíbulo se abrió para él. No porque fuera el dueño. Nadie lo


sabía. Todo el mundo se apartó porque él se comportaba como un jefe, un
gobernante de los hombres, irradiando vibraciones de mando con un
profundo sentido del deber y la fuerza. Se detuvo en la bahía de los
ascensores y me acercó, poniéndonos frente a frente.

–¿Algo más antes de subir?

Una vez que subamos a un ascensor, no habría más conversaciones. No


hasta que nos quitáramos de encima esta necesidad que nos quemaba. Eso
podría llevar horas. Días.

–La última vez que te vi, en la iglesia, me dijiste que te eligiera. – Respiré
entrecortadamente. –Lo hice. Te elegí de la mejor manera que sabía.

–Mi Nana. – Dijo bruscamente, deslizando una mano alrededor de mi


cuello. –Lo sé, cariño.

–Te amo. – Susurré, saboreando el dolor en el fondo de mi garganta.

–Te amo con locura. – Me apartó el cabello del rostro, colocándolo detrás
de la oreja y manteniendo su contacto allí.

–También te amaba entonces. Mucho.

Su mano se tensó en mi cabello.


–Me estás matando, príncipe.

–Me dijiste que diera un salto de fe. Debería haberlo hecho. Debería haber
confiado en ti para que te encargaras de todo desde el principio.

–Salta conmigo ahora.

Apreté el botón que llamaba al ascensor. Sonó un pitido. La puerta se abrió


y entré en el ascensor vacío, con la excitación en la circulación. Entró tras
de mí, con el calor de sus ojos alimentando la química física que
compartíamos. En el momento en que se cerraron las puertas, se lanzó hacia
delante. Retrocedí a trompicones, chocando con la pared. Siguió avanzando
y el peso de su cuerpo se abatió sobre mí. Entonces su boca estaba en mis
labios. Sus manos en mi rostro, en mi cabello, y todavía en movimiento,
frenético en su búsqueda de tocar cada parte de mí.

Cuando el ascensor se disparó hacia arriba, me levantó por la pared y


envolvió mis piernas alrededor de sus caderas. Nuestros labios se fundieron,
las lenguas se rozaron en las corrientes ascendentes de nuestra hambre, en
espiral, elevándose, dos pecadores enamorados, alcanzando el cielo.

–Perdóname, Padre. – Jadeé contra su boca. –Porque he pecado.

Sus dedos se deslizaron bajo mis pantalones, encontraron mi ropa interior y


palparon mi polla.

Me quejé.

–Han pasado seis meses desde mi última confesión.

–Dime. – Me lamió la lengua mientras su mano se deslizaba por mi


extensión y pasaba a mi entrada.

–He tenido mis dedos en mi culo durante seis meses mientras fantaseaba
con mi sacerdote favorito.

Un largo y profundo gemido resonó en su pecho.

–Estás matándome.
–¿Cuál es mi penitencia?

–Toda una vida conmigo.

–Bien. Me quedaré contigo una eternidad y ni un día más.

Inclinó su cabeza, devorando mis labios mientras hundía sus dedos entre
mis piernas. El placer se encendió. La pasión ardió. Su dura longitud se
tensó detrás de los pantalones, presionando contra la mía, desesperado por
salir.

Cuando el ascensor llegó al último piso, me sacó sin separar. Vislumbré un


ático: maderas oscuras, apliques de cristal, telas de terciopelo. Me
importaba un carajo el espacio lujoso, sólo el hombre que lo ocupaba.

Tuvo que bajarme para quitarnos la ropa. Lo hicimos en un tiempo récord,


dando tumbos hacia la suite principal, chocando con las paredes, sin perder
el contacto visual ni romper nuestro beso. Entonces nos quedamos de pie
junto a la cama, ambos desnudos y jadeando. Y en mis venas, sólo sentí
amor. Amor abrasador, salvaje, inconmensurable.

Nuestros seis meses de separación no solo han hecho que nuestros


corazones se vuelvan más cariñosos. Había puesto a prueba nuestra
conexión y forjado nuestro vínculo en las dificultades. Sentí las llamas de
esa fusión mientras avanzábamos juntos, nuestros cuerpos se deslizaban, los
brazos se pegaban, los labios se unían y los latidos del corazón se
sincronizaban.

Me extendió en la cama y se tomó su tiempo para volver a familiarizar su


boca con cada centímetro de mí. Fue suave al principio. Paciente. Cariñoso.
Luego su verdadera naturaleza se impuso. Sus besos se convirtieron en
mordiscos, sus caricias en punzantes bofetadas y moretones. Cuando me
inclinó sobre su regazo y me propinó una lluvia de golpes con la palma
abierta en el culo, estaba gimiendo, rabioso y más duro que el acero.

Me retorcí y gemí, luchando por escapar de la impía quemadura. Y me


encantó. Lo había echado de menos. Nada igualaba la voraz intensidad, la
pasión y la resistencia de este hombre.
Durante la siguiente hora, nos acercó a la liberación una y otra vez. Cuando
por fin me arrojó sobre la cama y se presionó contra mí, yo temblaba,
jadeaba y arañaba las marcas de las garras que le había dibujado en el
pecho.

–Jeno. – Me agarré a sus nalgas duras como una roca, tratando de meterlo
en mi cuerpo. –Hijo de puta odioso. Fóllame. Por favor, dame tu polla.

Empujó, y gemimos como uno solo. Luego se movió, hundiendo,


reclamando, poseyendo. Me folló como una bestia, primitivo y desquiciado.
Luego me hizo el amor como un defensor, atento y tierno. Me dio al
maestro, al sacerdote, al pecador y al sádico, al mayor de los amantes y al
protector incondicional.

Nuestro vínculo era eterno, y ese era el gran premio, el mejor regalo que
este universo podía ofrecer.

Él era mi libertad.

Mi viaje.

Mi destino.

Mi única gran pasión.

Mi elección.

Mi amor.

Mis lecciones en el pecado.

▸ 𖥻 fin ˑ 𖦹
▸ 𖥻 hola zorritxs ^^ ˑ 𖦹

⊹ ᨘ໑ ¡ esto ha sido topo para lesson in sin, una gran obra maestra que me
encantó haber compartido con ustedes, espero hayan disfrutado y nos
veremos en el epílogo ! ▸

𖥦. si dejan un comentario y su estrellita, me harían sentir muy orgulloso y


feliz ♡

𖧷 ᜊ 𝐉𝐉_𝐌𝐎𝐍𝐒𝐓𝐀𝐗_𝟓𝟏𝟒 𖥻 .͘ 𝐈.𝐍
Ꮺ ָ࣪ epílogo 𓂃

▸ 𖥻 dos años después ˑ 𖦹

Llegaba tarde.

Otra vez.

Me paseé por la cocina de la cabaña, observando las ventanas y


poniéndome cada vez más impaciente. Le preparaba a Jaemin el desayuno
todos los domingos por la mañana después de la iglesia. El festín de hoy
incluía huevos, jamón asado y tortitas de suero de leche repletas de
arándanos de Maine.

Iba a la misa conmigo, no como creyente ni como no creyente. Iba como mi


apoyo, mi compañero, porque lo hacíamos todo juntos. Cuando volvimos de
la iglesia, se fue de excursión mientras yo hacía el desayuno.

Miré el reloj y apreté los dientes. La comida estaba lista, pero tendría que
esperar mientras me ocupaba de esto.

Me puse las botas de montaña y me adentré en el bosque.


Era verano en las montañas, y el aire arcilloso se rasgueaba con un coro de
pájaros e insectos alados. Seguí el camino de guijarros entre los árboles,
escuchando a mi exasperante esposo. La propiedad tenía un aspecto
diferente al de la primera vez que vino.

Pequeños edificios y pajareras dispersaban la ladera. Desde el día en que


nos mudamos aquí, hace dos años, había estado rescatando animales
salvajes. Murciélagos, mapaches, halcones, zorros, ciervos, zarigüeyas...
Acogía a todos los tamaños y especies, depredadores y presas.

Empecé a construir un santuario animal para él. Contrató a veterinarios y


expertos en fauna salvaje para que atendieran a los animales enfermos y
heridos, y pronto todos los habitantes de esta zona de las Montañas,
supieron que debían traer aquí a todos los bichos enfermos.

Tenía mucha ayuda. Su amigo, Renjun, lo visitaba a menudo. Así como


todos sus hermanos, y por supuesto, Jaehyun, que todavía dirigía St. John
de Brebeuf a una hora de distancia.

Cuando Jaemin y yo nos casamos el año pasado, nuestros activos


combinados nos hicieron asquerosamente ricos. Podíamos vivir en
cualquier lugar y hacer cualquier cosa. Pero nos encantaba estar aquí.
Éramos completamente felices.

Más allá de la casa de los murciélagos, el sendero de la montaña seguía


avanzando hacia la vista en expansión de verdes y dorados en medio de la
luz blanca del final de la mañana. Lo percibí antes de verlo: el zumbido en
el aire, el aroma de las gotas de limón y el roce de los miembros que se
mueven suavemente. Al desviarme del camino, lo vi arrastrándose entre la
hojarasca. Todavía llevaba la ropa de la iglesia, un conjunto de ropa azul de
manga corta que hacía juego con el tono pálido de sus ojos. Tenía el cabello
de todas las tonalidades, desde el blanco hasta el dorado, enredado y unido
en mechones que le caían por la nuca.

Se levantó y se volvió hacia mí.

Detrás de él, las montañas estaban centradas en los ojos más grandes y
azules. Y esa sonrisa. Ese pequeño y sexy cuerpo. Impresionante de pies a
cabeza. Me dejaba sin aliento.

Todo. El. Maldito. Tiempo.

–Hola, guapo. He visto una ardilla. – Su mirada volvió a los arbustos por
los que se había arrastrado, reacio a dejarlo ir.

–Llegas tarde. – Señalé mi reloj como si fuera lo más importante del


mundo.

–¿Qué es eso? – Se inclinó hacia mí, llevándose una mano a la oreja. –¿Oh?
¿Estoy absolutamente deslumbrante hoy? – Sus puños se llevaron a las
caderas mientras sonreía inocentemente. –Vaya, gracias, querido esposo.
Siempre dices las cosas más dulces.

Me mordí el labio mientras la sangre subía a mi polla.

–Voy a follar la mierda de tu trasero.

–¿Por qué no lo haces? Todos estamos esperando. – Señaló los hábitats


circundantes, indicando su colección de animales.

Sin embargo, esa sonrisa. Era contagiosa, traviesa, arrugando los lados de
su nariz de forma encantadora. El aleteo en mi pecho se convirtió en una
palpitación completa.

Maldita sea, me encantaba este hombre. Era el tipo perfecto de


extravagante. Atrevido como el infierno. Lleno de vida.

Pero una promesa era una promesa. Le había dicho que, si llegaba tarde al
desayuno, sería castigado.

–Quítate la ropa y todo lo que hay debajo. – Bajé las manos a mi cinturón y
solté la hebilla.

Ni siquiera una pizca de vacilación o miedo en sus ojos. El pequeño pícaro


se arrancó la camisa y los pantalones con una sonrisa y un suspiro.

Sin ropa interior.


Respiré profundamente, conteniendo la intensidad de mi necesidad de él, y
le dirigí mi mirada más severa.

–¿Fuiste a misa sin ropa interior?

–Sí. – Parpadeó. –Estaba recordando viejos tiempos.

–¿Quieres que te folle en la iglesia? – Tiré del cinturón para liberarlo.

–Quiero que usted me folle en todas partes, Padre Jeno. – Se metió la punta
del dedo en la boca, con aspecto inocente, mientras deslizaba la otra mano
por su abdomen descubierto.

Dios, qué visión. Su piel blanca y etérea elevaba otras tonalidades a un


mayor brillo. A su alrededor, los verdes eran más verdes. Los azules eran
más azules. Pero nada podía tocar su belleza.

Nada me traería tanta alegría. Jaemin era el hogar, la casa y la felicidad. La


vida sin él dejaría mi alma sin aliento.

–Date la vuelta y agárrate a algo. – Apreté el cinturón, abrazando la


crueldad que llevaba dentro.

Ya no era el monstruo que había sido a los veinte años. Pero tampoco era un
santo.

Mientras mi hermoso esposo se encontraba desnudo entre los árboles


alpinos con un agarre de muerte en una rama, yo eché hacia atrás mi
cinturón y di rienda suelta a mi naturaleza. Con cada golpe, saboreé sus
gritos, sus gemidos agitados y su culo rojo y brillante. Lo azoté hasta que
ninguno de los dos pudo respirar. Luego me lo follé en el suelo con la mano
alrededor de su garganta, mirándonos fijamente.

Éramos indecentes, inmorales y estábamos locamente enamorados.

Juntos éramos pecadores.

Almas gemelas para siempre.


▸ 𖥻 hola zorritxs ^^ ˑ 𖦹

⊹ ᨘ໑ ¡ pasará mucho tiempo para que pueda superar esta historia, gracias por
haber estado aquí conmigo ! ▸

𖥦. si dejan un comentario y su estrellita, me harían sentir muy orgulloso y


feliz ♡

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