Unidad 3 Platón
Unidad 3 Platón
Unidad 3 Platón
Diálogos de juventud (399-389 a.C.): muchos de estos diálogos coinciden con una primera
época en la que Platón realiza diversos viajes. Los diálogos están protagonizados por
Sócrates, y el de la virtud es su tema central. Tratan de reflejar fielmente algunas de las
enseñanzas de Sócrates, así como sus últimos días. Los títulos más importantes son la
Apología de Sócrates (donde aparece el discurso que hipotéticamente Sócrates habría
pronunciado ante al tribunal que le acusaba), el Critón, y el Protágoras, diálogo más
importante de este período, donde se discute si la virtud es o no enseñable.
Diálogos de transición (388-385 a.C.): en esta etapa inicia sus viajes. En Italia entra en
contacto con los pitagóricos (en concreto, con Arquitas de Tarento). En Sicilia conoce a
Dionisio I, el tirano de Siracusa. Platón queda escandalizado de la vida de la corte, y, según se
dice, al final fue vendido como esclavo. A su vuelta a Atenas funda la Academia, escuela de
inspiración pitagórica. Durante esta etapa, Platón comienza a elaborar su propia teoría.
Aparecen los temas políticos (críticas de Sócrates a los sofistas y a la democracia) y se notan
las influencias pitagóricas (reminiscencia e inmortalidad del alma). Destacan el Menón (de
nuevo sobre si se puede enseñar la virtud), el Gorgias (sobre la retórica, es una crítica
implícita a la democracia) y el Crátilo (sobre el significado de las palabras, con una discusión
sobre lo que es por naturaleza y lo que es por convención).
Diálogos de madurez (385-370 a.C.): durante este período, Platón desarrolla todas sus
teorías, a la vez que continúa con su tarea docente en la Academia. Aparecen los diálogos
fundamentales y también sus ideas centrales: la teoría de las Ideas y una teoría completa del
Estado. Sócrates sigue siendo el protagonista de los diálogos, pero ya no es el Sócrates que
aplicara el diálogo mayéutico y se dedicara a llevar a su interlocutor a una contradicción.
Ahora, por el contrario, Sócrates se caracteriza por sus largas intervenciones, y aparece seguro
de sí mismo, convencido de que está en la verdad. Entre los diálogos más importantes están el
Banquete (sobre el amor), el Fedón (sobre la inmortalidad del alma y la filosofía), el Fedro
(de nuevo sobre el amor, la belleza y el alma) y la República, el diálogo más representativo de
este período. En esta obra Platón nos presenta su modelo de Estado ideal, y recoge todos los
temas de su filosofía.
Diálogos críticos (369-362 a.C.): durante esta etapa Platón vuelve a Siracusa, esperando que
Dionisio II (hijo del tirano fallecido) le prestara mayor atención que su padre. Nada más lejos
de la realidad. Al final, Platón es apresado y hecho prisionero, y tardará dos años en poder
volver a Atenas. El desengaño respecto a la realización de su teoría hace que el filósofo griego
se desanime y se deje embargar por el pesimismo. Por ello, los diálogos de esta época son
esencialmente críticos. Platón revisa todas sus ideas anteriores, y cuestiona muy seriamente
algunas de ellas. Sócrates ya no es el protagonista de los diálogos, y los problemas lógicos
van recibiendo una mayor atención. Los títulos más importantes son el Parménides, donde un
Parménides anciano parece vencer a Sócrates, el Teeteto, el Sofista y el Político. Platón parece
querer separar al político del filósofo, y busca un método de definición.
conocer a ciencia cierta cuáles eran las verdaderas ideas de su autor. Hemos de tener en
cuenta que dentro de la Academia sólo la enseñanza inicial se fundamentaba en los libros, y
que para los contenidos más profundos Platón empleaba el diálogo y un contacto más directo
con sus alumnos. Si a esto le unimos el desprecio de Platón hacia el texto escrito (lo que
aparece en varios de sus diálogos) las cosas se complican aún más. Por ello, por razones de
simplicidad trataremos de separar los diferentes ámbitos de teorías platónicas, advirtiendo en
todo momento que esta separación no deja de ser arbitraria y que las ideas de diferentes
apartados guardan relación entre sí, además de estar sujetas a evolución y cambio como
acabamos de ver.
Por razones didácticas, tomaremos como punto de partida la pregunta más importante de una
de las obras centrales de Platón: ¿Quién debe gobernar? Ante la corrupción y la ineptitud
política que Platón vivió (y sufrió) en persona, la respuesta platónica puede sonar un tanto
aristocrática: el sabio, el filósofo, es la persona que debe ocupar las funciones de gobierno. La
pregunta ahora sería: ¿Quién es el sabio?, con lo que hemos convertido el tema político en un
asunto de teoría del conocimiento. Para Platón, el sabio es el que conoce, el que sabe la
verdad. Y con ello, llegamos a una tercera pregunta: ¿Qué es la verdad? De este modo, un
tema inicialmente político, nos lleva a problemas de teoría del conocimiento, que a su vez nos
obligan a enfrentarnos con temas metafísicos, relativos a la estructura de la realidad. Por ello,
antes de desarrollar de un modo completo la teoría política, nos fijaremos, en primer lugar, en
su metafísica, para después reflejar la relación de esta visión de la realidad con la teoría del
conocimiento. Complementando esto con unas breves anotaciones sobre ética y antropología,
estaremos en disposición de comprender el modelo político ideal que nos propone Platón.
Metafísica
La necesidad de encontrar un fundamento real para justificar la existencia de una verdad
inmutable lleva a Platón a formular una de las teorías más comentadas de la historia de la
filosofía: la teoría de las Ideas. En cierto modo, esta teoría nos puede servir para comprender
la evolución intelectual de Platón: de la misma forma que sus planteamientos se van
modificando a lo largo de su vida, también la teoría de las ideas pasó, al menos por 3 etapas
distintas:
Finalidad práctica
En un primer momento, la filosofía platónica está muy marcada por la socrática, y el objetivo
central de Platón es encontrar la definición de las virtudes. Preguntas como “¿qué es el
valor?” o “¿qué es la justicia?” son típicas de esta primera etapa. Se enfrentan así las tesis de
Sócrates, por un lado, y de los sofistas por otro. Para Protágoras, por ejemplo, la definición de
“valor” o de “justicia” no puede ser universal, sino que cada polis (cada cultura, diríamos hoy)
puede dar un sentido distinto a esta palabra. Por otro lado, Sócrates defiende que tiene que
haber algo común a todas las posibles concepciones de la justicia y del valor. Este “algo
común” es lo que Platón llama Idea, y se correspondería, desde un punto de vista lingüístico,
con las definiciones de las cosas. La palabra Ideo proviene del griego “eidos”, participio de
pasado del verbo ver. En este sentido, la Idea sería “lo visto”, significado que
comprenderemos mejor más adelante, cuando nos adentremos en la teoría del conocimiento
platónica.
Como vemos, en esta primera etapa, la teoría de las Ideas tiene una intención práctica, pues es
el fundamento último o la referencia de las virtudes. Así, para saber qué es la virtud o la
justicia, no debemos buscar ejemplos de actitudes virtuosas o justas, sino tratar de encontrar
qué tienen en común todas estas acciones para poder recibir el mismo calificativo. Esta Idea
se terminará convirtiendo en la medida de la virtud, que será siempre externa, objetiva, y no
relativa, como pretendían los sofistas.
Pero hay también una segunda intención, científica en este caso: el objeto de la ciencia
(considerada el verdadero conocimiento) no es otro que las Ideas.
lo que ahora decimos que es, y alzando la cabeza a lo que es en realidad.” (Fedro, fragmentos
escogidos entre 246b-249c)
Esta teoría, que aparece mitológicamente expresada en el Fedro, encuentra una contrapartida
práctica y un desarrollo conceptual en el Menón, diálogo en el que Platón nos relata la escena
del esclavo. En este diálogo, Sócrates le pide a Menón que traiga un esclavo, para demostrar
cómo es posible que éste recuerde, a través de sencillas preguntas, conocimientos
matemáticos que no ha podido aprender a lo largo de su vida. Sócrates tan sólo pone una
condición, al preguntar a Menón sobre el esclavo: “¿Es griego y habla griego?”. Con esta
sencilla condición, Sócrates logra que el esclavo demuestre de un modo geométrico, a partir
de ingeniosas preguntas, el teorema de Pitágoras. En una tesis aparentemente sencilla, como
la de la reminiscencia, no sólo aparecen las ideas innatas, sino también una honda teoría del
lenguaje sobre la que Platón habla en otros diálogos.
Metafísica
Objetos
Imágenes Objetos materiales Ideas
Matemáticos
Merece la pena destacar la conexión que existe entre la metafísica y la teoría del
conocimiento: a cada tipo de realidad le corresponde una forma de conocimiento. Por otro
lado, el símil está también relacionado con el mito de la caverna: la ascensión que describe
Platón de una forma metafórica en el mito, aparece recogida de un modo conceptual en el
símil de la línea.
Antropología y Ética
La antropología platónica está directamente relacionada con su ética y con su teoría política,
por lo que antes de adentrarnos en ambas conviene enunciar algunas ideas esenciales relativas
a la concepción del ser humano. Las características más importantes de la antropología
platónica son:
1. Se trata, en primer lugar, de una antropología dualista: para Platón el hombre es un
compuesto de alma y cuerpo. El alma, por su parte, es inmortal y pertenece al mundo
de las Ideas, por lo que su unión con el cuerpo es accidental. Platón llega a admitir la
doctrina pitagórica de la reencarnación, de modo que llevar una vida “sabia” puede ser
una garantía para volver al mundo de las Ideas. El cuerpo, por su parte, será siempre
valorado por Platón de un modo peyorativo y despectivo: es lo que nos impide
“despegar” de lo sensible, lo que pretende “atarnos” a los placeres y los datos
aparentes. Por ello, Platón llega a referirse al cuerpo como la “cárcel” del alma.
2. En segundo lugar, Platón divide el alma humana en 3 partes: por un lado el alma
racional, que es inmortal e inteligente, está situada en la cabeza y se encarga del
pensamiento. Situada en el tórax estaría el alma irascible: sería el lugar propio de las
pasiones y los sentimientos, tratándose en este caso de un alma mortal. Por último, en
el abdomen estaría el alma concupiscible (o apetitiva), donde residen los impulsos,
instintos y pasiones innobles. Por supuesto, esta alma también será mortal. Esta
división del alma pudiera parecer a primera vista arbitraria, carente de fundamento.
Sin embargo si nos fijamos en las características psicológicas del ser humano, nos
damos cuenta de que pensamientos, sentimientos e impulsos son 3 vectores
psicológicos esenciales para entender la mente humana y su comportamiento.
¿Y qué relación existe entre todo este planteamiento y la ética platónica? Pues bien sencillo: a
cada parte del alma le corresponderá una virtud propia. Así, prudencia valor y templanza
serán, respectivamente, las virtudes correspondientes al alma racional, irascible y
concupiscible. Sin embargo, la ética platónica no se limita a esto, sino que su concepción de la
virtud también está sometida a una evolución a lo largo del pensamiento platónico:
• La virtud como sabiduría: aquí se deja notar la influencia del intelectualismo
moral de Sócrates, según el cual la sabiduría y la virtud están asociadas, de
manera que nadie hace el mal intencionadamente. Para Platón también será la
sabiduría una de las virtudes más importantes, pues gracias a ella se supera el
relativismo de los sofistas. Se mezclan aquí, como en otras ocasiones, un plano
práctico y otro teórico: la sabiduría será una virtud que hará “bueno” al
gobernante (sólo podrá gobernar aquel que es sabio, es decir, aquel que conoce
las Ideas) y además, el sabio es el que conoce la verdad, una verdad universal
que trasciende el relativismo sofista.
• La virtud como purificación: a partir de las tres partes del alma que acabamos
de comentar, es fácil entender que para Platón la purificación sea también una
de las virtudes esenciales. El virtuoso es capaz de liberarse de las pasiones que
le atan y del cuerpo que le incita tan sólo a los placeres materiales. En esta tesis
se deja notar la influencia pitagórica, aunque posteriormente (en otros diálogos
como el Filebo) Platón defenderá un modelo de vida en el que haya un goce
moderado de los placeres.
• Virtud como armonía: aparece en la República, donde la justicia es la virtud
más importante. De este modo, para Platón, el hombre justo es aquel en el que
se da una armonía o equilibrio entre las 3 partes del alma: es justo aquel cuyo
alma racional (siendo prudente) domina a la parte irascible (que será valiente),
y ambas orientan al alma concupiscible (que será atemperada). Surge así un
modelo ético basado en el autocontrol y en un dominio racional de sí mismo.
Platón (427-347 a.C) 21
El hombre que logre estos objetivos será armonioso y justo. Además, Platón
establece un paralelismo entre el alma y el Estado: compara al Estado con un
ser humano, a través de una metáfora de tipo organicista, rasgo que aparecerá
también en otros pensadores políticos. De este modo, la ética nos conduce
“naturalmente” a la política: sólo en una sociedad justa será posible educar a
hombres justos.
Teoría política
La República nos plantea una utopía política: aunque esta palabra sea propia del pensamiento
renacentista (especialmente en autores como T. Moro o Campanella) la obra platónica intenta
describir la Idea de Estado, y por ello uno de sus temas centrales será la justicia en el Estado.
Este diálogo convierte a Platón en uno de los primeros utopistas de la historia. En esta utopía,
el gobierno debe caer en manos de los filósofos, de los sabios, tesis defendida por Platón
precisamente para evitar la ineptitud que detectaba en muchos de los políticos de su tiempo.
Así el modelo platónico es una aristocracia de la virtud y del saber: el poder político no se
hereda, sino que se ocupa temporalmente gracias a las virtudes y la sabiduría propias del
gobernante. No es su ascendente familiar el que determina su lugar en la sociedad, sino su
virtud. Los gobernantes no podrán nunca buscar su interés personal sino que deberán gobernar
según el orden de las Ideas. Para evitar la corrupción, los gobernantes (y también los
guardianes) renunciarán a la propiedad y la familia. La sociedad platónica aparece dividida en
tres clases sociales, que se corresponden con las tres partes del alma y con las tres virtudes
específicas de cada una:
Clase social Parte del alma Virtud moral
Se trata, por tanto, de una sociedad jerarquizada: en cada ser humano predomina un tipo de
alma concreto que determina a su vez la clase social que le corresponde. Para esto, cada
individuo será educado, según sus capacidades, para ocupar un lugar concreto en la sociedad.
Por ello, la sociedad platónica es, ante todo, una institución educativa, donde la formación de
los individuos (la paideia) ocupa un lugar esencial. Los ciudadanos quedan, de este modo, al
servicio de la sociedad.
Asimismo, Platón llegó a describir una evolución en las diferentes formas de gobierno,
marcada en todo momento por la degeneración propia de cada sistema. Así, a la aristocracia
(gobierno ideal, según Platón) le seguirá la timocracia (gobierno de los guerreros), a esta la
oligarquía (gobierno de los ricos), y a esta la democracia (dominio de la masa manipulable),
que dará paso a la tiranía, que sería la ruina del Estado. Aunque esta evolución no se
comprobara en la historia de Grecia, sí deja ver claramente el escepticismo platónico respecto
a la naturaleza humana.
El proyecto político de Platón está formulado en contra del relativismo de los sofistas,
aspirando a lograr un modelo intemporal de Estado. El tema político volverá a ser abordado
en otro diálogo, las Leyes (éste ya del periodo de vejez), donde Platón expone una cantidad
enorme de regulación estricta y rigurosa, tratando de evitar la decadencia del Estado. Todo
estaría absolutamente legislado, para impedir que hubiera la más mínima variación. Se trataría
22 Historia de la Filosofía
una vez más de esa aspiración platónica a construir un Estado que supere el cambio y el
devenir.
Vigencia y actualidad
La importancia de Platón en su tiempo fue inmensa, y su influencia posterior ha llevado a
autores como Whitehead a decir frases como ésta: “La filosofía occidental no es sino notas a
pie de página de los diálogos de Platón” No se trata sólo de que Platón recogiera toda la
problemática filosófica que le precede (especialmente el problema de Heráclito y Parménides)
y la vez afrontara muchos de los problemas de su tiempo (especialmente la crítica al poder
político), sino que, al hacer todo esto, Platón sentó las bases teóricas de toda la filosofía
posterior. Puede que su planteamiento político parezca hoy superado: para algunos, como B.
Russell, el modelo platónico es una formulación de una dictadura comunista, Hildebrand lo
asoció al nazismo, y Popper con los totalitarismos. Nuestras sociedades liberales actuales, en
Platón (427-347 a.C) 23
las que el individuo prima sobre la sociedad, parecen estar muy alejadas de las polis griegas,
donde es la sociedad la que predomina sobre el individuo.
Sin embargo, aún podemos rescatar otros aspectos del pensamiento platónico como la crítica a
la ineptitud política o la excesiva manipulación que se da en la democracia. Además, muchas
de sus propuestas éticas siguen siendo discutidas y aplicadas. Su afán de encontrar
definiciones universales puso sobre la mesa uno de los temas filosóficos más recurrentes a lo
largo de la historia: el problema de las esencias. La respuesta platónica “tradicional” (habría
que analizar más a fondo qué debemos entender por “respuesta platónica”) volverá a aparecer
en autores como San Agustín o, de un modo distinto, en el idealismo alemán. En la
actualidad, por poner otro ejemplo, se sigue discutiendo la vigencia del platonismo en lógica y
en matemáticas. Todo esto hace que Platón haya sido uno de los autores más influyentes de
toda la historia de la filosofía, y que aún muchos de sus textos sigan siendo objeto de revisión
y nuevas investigaciones, pues nos ayudan tanto a comprender nuestro presente como a
interrogarlo.
-Entonces es indudable, dije yo, que tales prisioneros no juzgarán real otra cosa más
que las sombras de los objetos fabricados.
-Es inevitable, dijo.
-Considera ahora, dije, lo que sucedería si fuesen liberados de las cadenas y curados de
su error, y si de acuerdo con su naturaleza, les ocurriese lo siguiente. Cuando uno de
ellos fuera desatado y obligado a ponerse en pie de repente y a volver la cabeza y a
caminar y a mirar hacia la luz y, cuando al hace todo esto sintiera dolor, y, a causa de
los destellos, no pudiera distinguir lo objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que
respondería si le dijera alguien que hasta entonces sólo había contemplado sombras
vanas y que es ahora cuando hallándose más cerca de la realidad y vueltos los ojos hacia
los objetos más reales ve con más rectitud, y si, por último, mostrándosele los objetos a
medida que pasan, le obligara a responder a la pregunta de qué es cada uno de ellos?
¿No crees que se hallaría perplejo y que juzgaría más verdadero lo que había visto hasta
ahora que lo que ahora se le muestra?
-Mucho más, dijo.
-Y, si se le obligara a mirar la luz misma, ¿no crees que le dolerían lo ojos y que huiría
de allí para volverse hacia aquellos objetos que es capaz de contemplar y que juzgaría
más claros que los que ahora se le muestran?
-Así es, dijo.
-Y si, proseguí, lo arrancaran de allí por la fuerza y le obligaran a recorrer la áspera y
escarpada subida y no le dejaran hasta haberle arrastrado a la luz del sol, ¿no crees que
sufriría y se irritaría por ser así arrastrado, y que, cuando llegase a la luz, tendría los
ojos tan llenos de su resplandor que no sería capaz de ver ni una sola de las cosas que
ahora llamamos verdaderas?
-No podría, dijo, al menos los primeros instantes.
-Necesitaría efectivamente acostumbrarse, creo yo, para llegar a ver las cosas de arriba.
Lo que vería más fácilmente serían en primer lugar las sombras; después las imágenes
de los hombres y de los demás objetos reflejados en las aguas y, finalmente, los objetos
mismos. Después de esto, podría más fácilmente contemplar de noche los cuerpos
celestes, el cielo mismo, fijando su mirada en la luz de las estrellas y la luna, que de día
el sol y su resplandor.
-¿Cómo no?
-Finalmente, creo, sería capaz de contemplar el sol, ya no sus imágenes reflejadas en las
aguas o en algún otro medio ajeno a él, sino el propio sol en su misma región y tal cual
es en sí mismo.
-Necesariamente, dijo.
-Y después de esto, podría deducir respecto al sol que es él quien produce las estaciones
y los años y gobierna todo lo de la región visible y es, en cierto modo, el autor de todo
aquello que él y sus compañeros veían en la caverna.
-Es evidente, dijo, que después de ello llegaría a esta conclusión.
-Y, al acordarse de su primera habitación y de la sabiduría de allí y de sus antiguos
compañeros de cautiverio, ¿no crees que se sentiría feliz por su cambio y tendría
lástima de aquéllos?
-Ciertamente.
-Y si en su vida anterior hubiese habido honores y alabanzas de unos a otros y
recompensas para aquel que tuviera la vista más penetrante para discernir las sombras
que pasaban, que recordara mejor cuáles de entre ellas solían pasar primero, cuáles
después o al mismo tiempo, siendo por ello el más hábil en pronosticar lo que iba a
suceder, ¿crees que aquél sentiría nostalgia de tales distinciones o que envidiaría a los
que recibían honores y poder entre aquéllos?; ¿no crees más bien que le sucedería lo
que dice Homero, es decir, que preferiría decididamente «trabajar la tierra al servicio
Platón (427-347 a.C) 25
de un pobre labrador» y sufrir cualquier mal antes que volver a vivir en aquel mundo de
lo opinable?
-Creo –respondió- que preferiría sufrirlo todo antes de vivir de aquel modo.
-Ahora -continué- considera lo siguiente: si este hombre volviera allá abajo y ocupase
de nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le llenarían los ojos de tinieblas al dejar
súbitamente la luz del sol?
-Ciertamente, dijo.
-Y si, mientras su vista está todavía confusa, pues necesitaría largo tiempo para
acostumbrarse de nuevo, tuviese que opinar sobre aquellas sombras y discutir acerca de
ellas con los compañeros que permanecieron constantemente encadenados, ¿no les
daría que reír? y ¿no dirían de él que, por haber subido arriba, ha perdido la vista y que
no vale la pena ni siquiera intentar la subida? Y a quien pretendiera desatarlos y
hacerles subir, ¿no lo matarían si pudiesen echarle mano y matarle?
-Sin duda, dijo.
-Pues bien, querido Glaucón –proseguí-, esta imagen debemos aplicarla enteramente a
lo que antes se dijo. El mundo que aparece a nuestra vista es comparable a la caverna
subterránea, y la luz del fuego que hay en ella al poder del sol. En cuanto a la subida al
mundo de arriba y a la contemplación de las cosas de él, si las comparas con la
ascensión del alma al mundo inteligible no errarás respecto a mi conjetura, ya que
deseas conocerla. Sólo Dios sabe si por ventura es verdadera. Lo que a mí me parece es
lo siguiente: en el límite extremo del mundo inteligible está la idea del bien, que
percibimos con dificultad, pero, una vez contemplada, es necesario concluir que ella es
la causa de todo lo recto y bello que existe; que, mientras en el mundo visible ha
engendrado la luz y al soberano de ella, en el mundo inteligible es ella misma la
soberana y dispensadora de la verdad y de la inteligencia, y que es necesario que la vea
bien quien quiera conducirse sabiamente tanto en la vida privada como en la pública.
-También yo estoy de acuerdo en esto, dijo, en la medida de mi capacidad...
[…]
-Por tanto -dije-, si todo esto es verdad, hemos de deducir de ello la siguiente
conclusión: que la educación no es tal cual la proclaman quienes hacen profesión de
enseñarla. Dicen ellos, en efecto, que pueden hacer entrar la ciencia en el alma que no
la posee, como si infundieran la vista a unos ojos ciegos.
-Así lo afirman efectivamente, dijo.
-Nuestro diálogo muestra, por el contrario –proseguí-, que en el alma de cada uno
existe la facultad y el órgano con el que cada uno aprende y que, del mismo modo que el
ojo es incapaz de volverse de las tinieblas a la luz, sino en compañía del cuerpo entero,
así también aquel órgano, y con él el alma entera, apartándose de lo que llega a ser,
debe volverse hasta que sea capaz de sostener la contemplación del ser y de lo que es
más luminoso en el ser, que es lo que llamamos bien, ¿no es eso?
-Sí.
-Por consiguiente –dije-, debe haber un arte de la conversión, es decir, de la manera
más fácil y eficaz para que este órgano se vuelva; pero no de infundirle la vista que ya
tiene, sino de procurar que se oriente lo que no está vuelto hacia la dirección correcta ni
mira hacia donde es preciso.
-Así parece, dijo.
-Así, pues, las demás virtudes, las llamadas virtudes del alma, es muy posible que sean
bastante semejantes a las del cuerpo, ya que, aun careciendo en un principio de ellas,
pueden ser producidas más tarde por el hábito y el ejercicio. La virtud del
conocimiento, por el contrario, parece depender de algo más divino que jamás pierde
su poder y que, según a donde se vuelva, resulta útil y provechoso o, por el contrario,
inútil y nocivo. ¿O no has observado, respecto de aquellos de los que se dice que son
26 Historia de la Filosofía
malvados pero inteligentes, con qué penetración percibe su alma miserable y con qué
agudeza distingue aquéllo hacia lo cual se vuelve, porque no tiene mala vista, sino que
está obligada a ponerla al servicio de la maldad, de manera que cuanto mayor sea la
agudeza de su mirada, tanto mayores serán los males que cometa?
-Así es en efecto, dijo.
-Pero si desde la infancia –continué- se hubieran extirpado de tal naturaleza esas
excrecencias, por así decirlo, plúmbeas, emparentadas con la generación y que,
adheridas por la gula, los placeres y otros apetitos semejantes, arrastran hacia abajo la
visión del alma; si, libre de ellas, se volviera hacia lo verdadero, aquella misma alma de
los mismos hombres lo vería también con la mayor agudeza, lo mismo que ve ahora
aquellas cosas hacia las que está vuelta.
-Es natural, dijo.
-¿Y qué? ¿no es también natural –dije-, y se deduce necesariamente de lo dicho, que las
gentes sin educación y sin experiencia de la verdad jamás serán aptas para gobernar
una ciudad, ni tampoco aquellos a quienes se permita permanecer investigando hasta el
fin de su vida; los unos porque no tienen en la vida ningún objetivo al que apunten
todas sus acciones tanto privadas como públicas, y los otros porque no consentirán en
actuar, considerándose ya en esta vida moradores de las islas de los bienaventurados?
-Es verdad, dijo.
-Es, pues, tarea nuestra, dije, de los fundadores de la república, obligar a las mejores
naturalezas a que alcancen el conocimiento que afirmamos era el más excelente: ver el
bien y ascender por aquella subida y después que, habiendo subido, hayan visto
adecuadamente, no permitirles lo que ahora se les permite.
-¿Y qué es?
-Que permanezcan allí –respondí- y no consientan en bajar de nuevo junto a aquellos
prisioneros ni en participar con ellos en sus trabajos ni en sus honores, sean éstos más
despreciables o más estimables.
-En ese caso, dijo, ¿no seremos injustos con ellos y les haremos vivir peor, cuando
podrían vivir mejor?
-Vuelves a olvidar, querido amigo –dije-, que a la ley no le interesa que haya en la
ciudad una clase que disfrute de una situación privilegiada, sino que procura el
bienestar de la ciudad entera, introduciendo la armonía entre los ciudadanos por la
persuasión o por la fuerza y haciendo que se presten los unos a los otros los servicios
que cada cual es capaz de aportar a la comunidad. La misma ley forma en la ciudad
hombres de tal naturaleza, no para permitirles que cada uno se vuelva cuando le plazca,
sino para servirse ella misma de ellos con el fin de alcanzar la cohesión de la ciudad.
-Es verdad, dijo. Me olvidé de ello.
[…]
-Entonces, Glaucón, ¿no será ésta precisamente la melodía que la dialéctica ejecuta? La
cual, aun perteneciendo a lo inteligible, es imitada por la facultad de la vista, de la que
hemos dicho antes que se esfuerza primero en contemplar los animales, luego los astros
mismos y, por último, el propio sol. Del mismo modo, cuando uno, mediante la
dialéctica y sin ninguno de los sentidos, sino con ayuda de la razón, intenta lanzarse a
lo que cada cosa es en sí y no desiste hasta haber alcanzado, con la sola inteligencia, lo
que es el bien en sí mismo, llega con ello al término de lo inteligible, como aquel otro
(de nuestra alegoría) llegó entonces al de lo sensible.
-Absolutamente, dijo.
-¿Y qué? ¿No es este viaje al que denominas dialéctica?
-Ciertamente.
-Y la liberación de las cadenas, dije, y la conversión de las sombras a las imágenes y a la
luz y el ascenso de la caverna hacia el sol y la impotencia, al llegar allí, de mirar aún los
Platón (427-347 a.C) 27
animales, las plantas y la luz del sol, sino únicamente los reflejos divinos en las aguas y
las sombras de los objetos reales, aunque no las sombras de las imágenes proyectadas
por otra luz que, comparada con el sol, es semejante a ellas, he ahí el poder que posee el
estudio de las ciencias que hemos enumerado, el cual eleva la mejor parte del alma
hacia la contemplación del mejor de los seres, del mismo modo que antes elevaba el
más perspicaz de los órganos del cuerpo a la contemplación de lo más luminoso en el
mundo corporal y visible.
-Así lo admito, dijo. Sin embargo, me parecen cosas difíciles de admitir, aunque
también difíciles de rechazar. Sea como fuere (puesto que no será ésta la única ocasión
en que las oigamos, sino que hemos de volver sobre ella muchas veces), admitiendo
ahora que sea como dices, vayamos a la melodía misma y analicémosla como lo hemos
hecho con el preludio. Dinos, pues, de qué naturaleza es la facultad dialéctica, en
cuántas especies se divide y por qué caminos se llega a ella, ya que, según parece, ellos
nos conducirán a donde, una vez que lleguemos, alcanzaremos el descanso del camino y
el fin del viaje.
-Pero no serás capaz de acompañarme hasta allí, querido Glaucón –repliqué-, aunque,
por lo que a mí respecta, no me faltaría buena voluntad. No verías entonces la imagen
del bien, sino el verdadero bien en sí mismo, al menos como a mí me parece. Si es así o
no, no vale la pena ahora insistir en ello, pero sí ha de afirmarse que es necesario
contemplar algo semejante. ¿No es así?
-Sin duda.
-¿Y no es también cierto que la facultad dialéctica será la única que lo revelará a quien
sea experto en las ciencias que hemos enumerado, siendo imposible de otro modo?
-También sobre esto, dijo, merece la pena insistir.
-Al menos en esto, dije, nadie podrá contradecirnos: en que no hay otro método que
intente, por este camino y en cualquier materia, llegar a la esencia de cada cosa. Las
demás artes, en efecto, se ocupan de las opiniones y deseos de los hombres, o se han
desarrollado teniendo como objeto la producción, la fabricación o el mantenimiento de
los productos naturales o artificiales. En cuanto a las restantes, de las que hemos dicho
que comprenden algo del ser, como la geometría y las que la acompañan, vemos cómo
sueñan acerca del ser, pero son incapaces de verlo con una visión de estado de vigilia,
mientras utilicen hipótesis que dejen intactas, por no poder dar razón de ellas. En
efecto, cuando se toma como principio lo que no se conoce y la conclusión y las
proposiciones intermedias se entrelazan entre sí a partir de lo desconocido, ¿qué
posibilidad existe de que el asentimiento a tal razonamiento pueda convertirse alguna
vez en ciencia?
-Ninguna, respondió.
-Así pues, dije yo, el método dialéctico es el único que, haciendo desaparecer las
hipótesis, avanza hasta el principio mismo para establecerlo sólidamente y sacando
suavemente el ojo del alma del bárbaro lodazal en que estaba hundido, lo eleva hacia lo
alto, sirviéndose, como de auxiliares y cooperadores en esta conversión, de las artes que
hemos enumerado. Muchas veces las hemos llamado ciencias, para acomodarnos al
uso; pero habría que darles otro nombre cuyo significado implicara más claridad que la
opinión y más oscuridad que la ciencia. En algún momento de nuestro diálogo hemos
utilizado el término de «inteligencia discursiva»; pero no me parece que debamos
discutir sobre los nombres cuando tenemos ante nosotros realidades tan importantes
que debemos examinar.
-No, ciertamente, dijo; sería suficiente un solo nombre que mostrase con claridad lo
que pensamos.
-Me parece adecuado, dije, seguir llamando, como antes, ciencia al primer modo de
conocimiento, inteligencia discursiva al segundo, creencia al tercero y conjetura al
28 Historia de la Filosofía
cuarto. Comprendemos los dos últimos bajo el nombre de opinión y los dos primeros
bajo el de intelección, siendo el objeto de la opinión el devenir y el de la intelección la
esencia. Y lo que es la esencia con relación al devenir, lo es la intelección respecto a la
opinión; y lo que es la intelección con relación a la opinión lo es la ciencia respecto a la
creencia y la inteligencia discursiva respecto a la conjetura. Dejemos, sin embargo, la
analogía y la división de los objetos de cada uno de los ámbitos, de la opinión y de la
intelección, para no precipitarnos en discursos mucho más largos que los que hemos
mantenido.
-Estoy de acuerdo contigo, dijo, en la medida en que soy capaz de seguirte.
- ¿Llamas también dialéctico al que comprende la razón de la esencia de cada cosa? Y
del que no lo hace, ¿no dirás que tiene tanta menor inteligencia de una cosa cuanto más
incapaz sea de dar razón de ella a sí mismo y a los demás?
-¿Cómo no lo diría?, respondió.
-Pues lo mismo ocurre con el bien. El que no pueda definir con la razón la idea del bien,
distinguiéndola de todas las demás, y sea incapaz de abrirse paso, como en un combate,
a través de todas la objeciones, aplicándose a fundamentar sus pruebas, no en la
apariencia sino en la esencia, superando todos los obstáculos mediante una lógica
infalible, no dirás que este hombre conoce el bien en sí, ni ningún bien, sino que, si por
casualidad alcanza alguna imagen del bien, la alcanzará por la opinión y no por la
ciencia y dirás que su vida presente la pasa en un profundo sueño y letargo, del que no
despertará en este mundo antes de haber bajado al Hades para dormir allí un sueño
perfecto.
- ¡Por Zeus!, dijo, sin duda diré todo eso rigurosamente.
-Y si un día tuvieras que educar en la práctica a esos niños que ahora educas en teoría,
no permitirás, creo, que siendo gobernantes de la ciudad y árbitros de sus decisiones,
carezcan de razón como las líneas irracionales.
-Ciertamente no, dijo.
-Les ordenarás, por el contrario, que se apliquen sobre todo al estudio de esta ciencia
que les hará más competentes en el preguntar y en el responder.
-Lo ordenaré, dijo, de acuerdo contigo.
-Y, entonces, ¿no crees que la dialéctica constituye para nosotros como la cima y el
coronamiento de todas las enseñanzas y que ninguna otra puede con razón colocarse
por encima de ella y que hemos llegado al fin de nuestra investigación acerca de las
enseñanzas?
-Así lo creo, dijo.